Lohengrin, el caballero del cisne

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Lohengrin, el caballero del cisne

Según una leyenda germana en un tiempo muy lejano, en la ciudad de Cleves, la duquesa Elsa había quedado viuda. Sintió tristeza y angustia por el hecho de que nada más enterrar el cuerpo de su esposo, ya había alguien dispuesto a reclamar el ducado: Telramund, quien además pidió la mano de la reciente viuda, alegando que sólo así podría seguir siendo duquesa.Elsa, la joven y hermosa viuda, pidió ayuda a los caballeros del ducado. Telramund, lejos de asustarse y seguro de que nadie se atrevería a enfrentarle, retó a todos a medir sus fuerzas de uno en uno en combate.Llegó el día de la gran prueba. Telramund salió ante los presentes y cogiendo la mano de la viuda, la levantó y desafió a los soldados, una vez, dos veces, tres veces. Cuando Telramund ya estaba convencido de su victoria, apareció navegando sobre el río una extraña y hermosa barcaza arrastrada por un cisne blanco, y en ella un apuesto caballero de brillante armadura reluciente como la plata.Al llegar a la orilla, el caballero bajó de la barcaza ante la asombrada multitud. Con una simple señal del caballero, el cisne abandonó la orilla y siguió navegando río abajo.El extranjero avanzó con paso firme, presentó sus respetos a los presentes, se acercó a la duquesa, y, volviéndose hacia Telramund, aceptó su desafío.Comenzó el combate y las espadas de los dos caballeros lanzaban chispas y cortaban el aire. Cuando parecía que la lucha duraría una eternidad, Telramund se desplomó sobre la arena. La espada del extranjero le había atravesado y herido mortalmente. Elsa, profundamente agradecida, se postró ante Lohengrin -así era el nombre del misterioso caballero-, y éste le rogó que se levantara y le pidió matrimonio. Por supuesto Elsa accedió.En el día de su boda, Lohengrin le pidió a Elsa que le hiciera una extraña promesa: ella jamás debía preguntarle su nombre. Elsa aceptó cumplir la promesa.Pasaron años de felicidad para la pareja y de su relación nacieron tres adorables hijos.Elsa empezó a preguntarse por el linaje de su marido. Le entristecía pensar que sus hijos no pudieran llevar jamás su apellido. El fatídico día llegó y la promesa que jamás tuvo que romper se hizo añicos. Nada más salir la pregunta de sus labios, Lohengrin, con el rostro descompuesto abrazó tiernamente a su esposa, se despidió de ella sin decir palabra y abandonó el castillo. Lohengrin llegó a orillas del río e hizo sonar una especie de bocina de plata. Apareció la barcaza que le había traído años antes a aquellas tierras. El cisne blanco que la conducía se deslizó suavemente hasta el caballero de ojos azules. Este se subió al bote y pronto desapareció de la vista de todos. Poco tiempo después, Elsa murió de pena.