literatura infantil, y es el trabajo - Viajeros de la ruta uno...Ninguno de los dos mencionó la...

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  • Las crónicas de Narnia (en inglés:The Chronicles of Narnia) es unaheptalogía de libros infantilesescrita por el escritor y profesoranglo-irlandés C. S. Lewis entre1949 y 1954. Relata las aventurasen Narnia, tierra de fantasía ymagia creada por el autor, ypoblada por animales parlantes yotras criaturas mitológicas que seven envueltas en la eterna luchaentre el bien y el mal. Aslan, unlegendario león creador del paísde Narnia, se constituye como elauténtico protagonista de todoslos relatos (si bien los cuatrohermanos Pevensie: Peter, Susan,Lucy y Edmund, aunque ausentesdirectamente en dos títulos, sirvende hilo conductor). La saga es

  • considerada un clásico de laliteratura infantil, y es el trabajomás conocido del autor, habiendovendido más de 100 millones deejemplares, y siendo traducida amás de 41 idiomas. Las Crónicasde Narnia se han adaptado variasveces, completa o en parte, por laradio, la televisión, el cine y elteatro. Además de numerosostemas cristianos tradicionales, laserie toma los personajes y lasideas de la mitología griega y lamitología romana, así como de loscuentos de hadas tradicionalesbritánicos e irlandeses.

  • C. S. Lewis

    Las crónicas deNarnia:

    La coleccióncompleta

    Las crónicas de Narnia - 0

    ePub r1.0Sirius 25.08.13

  • Autor: C. S. LewisTraducción: Gemma GallartDiseño de portada: Sirius

    Editor digital: SiriusePub base r1.0

  • El sobrino del mago

    Título original: The Magician'sNephew

    C. S. Lewis, 1955Traducción: Gemma Gallart

    Editor digital: Sirius

    Narnia..., un lugar por el quedeambulan Bestias Parlantes..., dondeaguarda una bruja. Dos amigos,víctimas del poder de unos anillosmágicos, son arrojados a otro mundoen el que una malvada hechiceraintenta convertirlos en sus esclavos.Pero entonces aparece Aslan y con sucanción va hilando el tejido de unnuevo mundo que recibirá el nombre

  • de Narnia.

  • Para la familia Kilmer

  • Capítulo 1

    La puerta equivocada

    Éste es el relato de algo que sucedióhace mucho tiempo, cuando tu abueloera un niño. Es una historia muyimportante porque muestra cómoempezaron todas las idas y venidasentre nuestro mundo y el de Narnia.

    En aquellos tiempos SherlockHolmes vivía aún en la calle Baker ylos Bastable buscaban tesoros enLewisham Road. En aquellos tiempos,los niños tenían que llevar un rígidocuello almidonado a diario, y lasescuelas eran por lo general másdesagradables que hoy en día. Aunquelas comidas eran mejores; y en cuanto

  • a los dulces, ¡no quiero ni contarte lobaratos y deliciosos que eran, porquesólo conseguiría que se te hiciera laboca agua en vano! Y en esa épocavivía en Londres una niña llamadaPolly Plummer.

    La niña vivía en una de lasviviendas que, pegadas unas a otras,formaban una larga hilera. Unamañana, mientras estaba en el jardíntrasero de su casa, un niño seencaramó desde el jardín de al lado ysacó la cabeza por encima del muro.Polly se sorprendió mucho porquehasta aquel momento no había habidoniños en la casa contigua, únicamenteel señor Ketterley y la señoritaKetterley, que eran hermanos ysolteros, algo mayores ya, y vivían allíjuntos. Por ese motivo, la niña alzó lavista, llena de curiosidad. El rostro del

  • niño desconocido estaba mugriento, yno podría haber estado más sucio si elmuchacho se hubiera restregado lasmanos en la tierra, después se hubierapuesto a llorar y a continuación sehubiera secado el rostro con lasmanos. A decir verdad, aquello eracasi exactamente lo que habíaocurrido.

    —Hola —saludó Polly.—Hola —respondió él—. ¿Cómo

    te llamas?—Polly —dijo ella—. ¿Y tú?—Digory.—Vaya, ¡qué nombre más

    gracioso! —comentó Polly.—No es ni la mitad de gracioso

    que Polly —replicó él.—Sí, sí que lo es —dijo Polly.—No, no lo es —protestó Digory.—Por lo menos yo me lavo la cara

  • —dijo Polly—, que es lo que deberíashacer, especialmente después de… —Y allí se detuvo.

    Había estado a punto de decir«después de haber lloriqueado», peropensó que no resultaría muy educado.

    —Pues sí que lo he hecho, ¿y qué?—repuso Digory en voz mucho másalta, igual que un niño que se siente tandesgraciado que no le importa quiénsepa que ha llorado—. Y también túllorarías —prosiguió— si hubierasvivido toda tu vida en el campo yhubieras tenido un poni y un río alfondo del jardín, y de repente tehubieran traído a vivir a un agujerorepugnante como éste.

    —Londres no es un agujero —replicó Polly muy indignada.

    Pero el niño estaba demasiadoexaltado para prestarle atención y

  • siguió hablando:—Y si tu padre estuviera en la

    India…, y hubieras venido a vivir conuna tía y un tío que está loco, dime tú aquién le gustaría…; y si el motivofuera que tienen que cuidar de tumadre… y tu madre estuviera enfermay se fuera a… se fuera a… morir.

    En aquel momento su rostro sealteró totalmente, como sucede cuandointentas contener las lágrimas.

    —No lo sabía. Lo siento —sedisculpó Polly humildemente.

    Y a continuación, puesto queapenas sabía qué decir, y también paradesviar los pensamientos de Digoryhacia temas más alegres, preguntó:

    —¿De verdad está loco el señorKetterley?

    —Bueno, o está loco —dijoDigory— o algo raro pasa. Tiene un

  • estudio en el desván y tía Letty diceque no debo subir jamás allí. Deentrada, eso ya parece sospechoso, yademás hay otra cosa. Siempre queintenta decirme algo a la hora de lascomidas, porque jamás habla con mitía, ella siempre lo hace callar,diciendo: «No molestes al niño,Andrew», o «Estoy segura de queDigory no quiere oír hablar de eso», otambién: «¿Qué te parece, Digory?¿No te gustaría salir a jugar aljardín?».

    —¿Qué clase de cosas intentadecirte?

    —No lo sé. Nunca llega a decirmenada. Y todavía hay más. Una noche,mejor dicho, ayer por la noche, cuandopasaba por delante de la escalera queconduce al desván para ir a acostarme,y por cierto, no es que me guste mucho

  • pasar por delante de esa escalera,estoy seguro de que oí un alarido.

    —A lo mejor tiene a una esposaloca encerrada ahí arriba.

    —Sí, ya lo he pensado.—O quizá es falsificador de

    billetes.—O tal vez de joven fuera pirata,

    como el que sale al principio de Laisla del tesoro, y ahora se vieraobligado a esconderse de sus antiguoscamaradas.

    —¡Qué emoción! —exclamó Polly—. No sabía que tu casa fuera taninteresante.

    —Quizá tú la encuentresinteresante —refunfuñó él—, pero note gustaría si tuvieras que dormir allí.¿Qué te parecería permanecerdespierta en la cama mientras oyes lospasos del tío Andrew avanzando

  • sigilosamente por el pasillo hacia tuhabitación? Y tiene unos ojoshorribles.

    Así fue como Polly y Digory seconocieron: y puesto que acababan deempezar las vacaciones de verano yninguno de ellos se iba a la playaaquel año, se veían casi a diario.

    Sus aventuras se debieron en granmedida a que fue uno de los veranosmás lluviosos y fríos que había habidoen muchos años, y eso los obligó arealizar actividades de interior; se laspodría llamar «exploracionescaseras». Resulta maravilloso lomucho que se puede explorar con elcabo de una vela en una casa grande, oen una hilera de casas. Hacía tiempoque Polly había descubierto que si seabría cierta puertecita del desván de sucasa se encontraba el depósito de agua

  • y un lugar oscuro detrás de él al que sepodía acceder trepando con cuidado.El lugar oscuro era como un túnellargo con una pared de ladrillos a unlado y un tejado inclinado al otro, y enel tejado había pequeños retazos de luzentre las tejas de pizarra. Aquel túnelno tenía suelo: había que pisar de vigaen viga, y entre ellas no había más queuna capa de yeso. Si la pisabas, éstacedía y te precipitabas a la habitaciónsituada debajo. En el trozo de túnelque había justo al lado del depósito,Polly había acondicionado la Cuevadel Contrabandista, y había subidopedazos de cajas viejas de embalaje ysillas de cocina rotas, y cosas por elestilo, y lo había esparcido todo deuna viga a otra para crear un pedazo desuelo. Allí guardaba un cofre quecontenía distintos tesoros, un cuento

  • que estaba escribiendo y, por logeneral, también unas cuantasmanzanas. A menudo había bebido enaquel lugar alguna que otra botella degaseosa de jengibre, y las botellasviejas contribuían a dar al lugar elaspecto de una cueva decontrabandistas.

    A Digory le gustaba bastante lacueva, a pesar de que Polly no lepermitía ver el cuento; de todasformas, él estaba más interesado enexplorar.

    —Oye —le dijo un día—, ¿hastadónde llega este túnel? Quiero decir,¿acaba donde termina tu casa?

    —No —respondió Polly—, lasparedes no llegan hasta el tejado.Sigue adelante. No sé hasta dónde.

    —En ese caso podríamos ir de unextremo a otro de toda la hilera de

  • casas.—¡Pues claro! —asintió ella—. Y

    ¡espera!—¿Qué?—Podríamos «entrar» en las otras

    casas.—Sí, ¡y nos encerrarían por

    ladrones! No, gracias.—No te pases de listo. Pensaba en

    la casa situada al otro lado de la tuya.—¿Qué le pasa?—Pues que está vacía. Papá dice

    que ha estado vacía desde quellegamos aquí.

    —En ese caso, supongo quedeberíamos echarle un vistazo —dijoDigory.

    Estaba mucho más entusiasmado delo que reflejaba su comentario, puesdesde luego pensaba, igual que habríashecho tú, en todas las razones por las

  • que la casa habría permanecido vacíadurante tanto tiempo. Lo mismo lesucedía a Polly. Ninguno de los dosmencionó la palabra «encantada», yambos pensaron que una vez hecha lasugerencia, no podían echarse atrás.

    —¿Lo intentamos ahora? —preguntó Digory.

    —De acuerdo.—No tienes por qué hacerlo si no

    quieres —indicó él.—Si tú te atreves, yo también —

    respondió ella.—¿Cómo sabremos que estamos en

    la casa que nos interesa?Decidieron que tendrían que salir

    al desván y recorrerlo dando pasos tanlargos como los que mediaban entreuna viga y la siguiente. Eso les daríauna idea de cuántas vigas tenía unahabitación. Luego calcularían unas

  • cuatro más para el pasillo entre losdos desvanes de la casa de Polly, y acontinuación el mismo número que enel desván para la habitación de lacriada. La operación lesproporcionaría la longitud de la casa.Cuando hubieran recorrido dos vecesaquella distancia habrían llegado alfinal de la casa de Digory; cualquierpuerta que encontraran después de esolos conduciría a un desván de la casavacía.

    —Pero no creo que esté vacía deltodo —declaró Digory.

    —¿Ah, no?—Creo que alguien vive allí en

    secreto, alguien que entra y sale sólopor la noche, con una linterna sorda.Probablemente descubriremos a unabanda de criminales peligrosos yobtendremos una recompensa. No tiene

  • sentido que una casa esté vacía tantosaños si no es que oculta algúnmisterio.

    —Papá pensaba que la culpa erade los desagües —comentó la niña.

    —¡Bah! A los adultos siempre seles ocurren explicaciones aburridas —respondió su compañero.

    Ahora que hablaban a la luz del díaen el desván, en lugar de a la luz de lavela en la Cueva del Contrabandista,parecía mucho menos probable que lacasa vacía estuviera encantada.

    Una vez hubieron medido eldesván, tuvieron que conseguir unlápiz y efectuar una suma. Al principiolos dos obtuvieron resultados distintosy, cuando por fin coincidieron sussumas, no es muy seguro de que loscálculos fueran correctos, ya quetenían mucha prisa por iniciar la

  • exploración.—No debemos hacer el menor

    ruido —dijo Polly mientras volvían atrepar por detrás del depósito.

    Debido a la importancia de laocasión, tomaron una vela cada uno,pues Polly tenía una buena provisiónde ellas en su cueva.

    El lugar estaba muy oscuro,polvoriento y surcado por numerosascorrientes de aire. Avanzaron de vigaen viga sin decir una palabra exceptocuando se susurraron el uno el otro:«Ahora estamos frente a “tu” desván»,o «Sin duda hemos recorrido ya lamitad de “nuestra” casa». Por suerte,ninguno tropezó ni se apagaron lasvelas, y por fin llegaron a un lugardonde se distinguía una puertecita en lapared de ladrillos de su derecha.Desde luego no había ni cerrojo ni

  • picaporte en aquel lado, pues la puertahabía sido construida para entrar en eltúnel, no para salir; pero había unpestillo —como los que suele haber enla parte interior de las puertas de lasalacenas— que estaban convencidosde poder abrir.

    —¿Lo hago? —preguntó Digory.—Si tú te atreves, yo también —

    contestó Polly, tal como había dichoantes.

    Los dos se daban cuenta de queaquello iba cada vez más en serio,pero ninguno estaba dispuesto aretroceder. Digory descorrió elpestillo con cierta dificultad. La puertase abrió de par en par y la repentinaluz del día los hizo parpadear.Entonces, con un gran sobresalto,descubrieron que contemplaban, no undesván desierto, sino una habitación

  • amueblada. Aunque era muy espaciosa,y en ella reinaba un silencio sepulcral.A Polly la pudo la curiosidad y,apagando de un soplo su vela, entró enla extraña estancia, tan sigilosa comoun ratón.

    Desde luego, la habitación tenía laforma de un desván, pero estabaamueblada como una sala de estar.Todas las paredes aparecían cubiertasde arriba abajo de estanterías y todaslas estanterías estaban repletas delibros. Ardía un buen fuego en lachimenea —no hay que olvidar queaquel año el verano fue muy frío ylluvioso— y frente al hogar, deespaldas a ellos, había un sillón derespaldo alto. Entre el sillón y Polly, yocupando casi toda la parte central dela habitación, había una mesa enormellena de toda clase de cosas: libros,

  • cuadernos en blanco, frascos de tinta,plumas, lacre y un microscopio. Sinembargo, en lo que la niña se fijóprimero fue en una bandeja de maderade un rojo brillante que contenía unosanillos. Estaban dispuestos de dos endos, uno amarillo y uno verde, despuésun espacio, y luego otro amarillo juntoa otro verde. No eran mayores quecualquier anillo corriente, peroresplandecían de tal modo que eraimposible no verlos. Eran los objetosmás hermosos y brillantes que unopueda imaginar, y si Polly hubiera sidoalgo más pequeña sin duda habríacorrido a meterse uno en la boca.

    La habitación estaba tan silenciosaque advirtieron inmediatamente eltictac del reloj. Y no obstante, talcomo descubrió entonces Polly,tampoco permanecía en un silencio

  • absoluto. Se oía un débil —un muy,muy débil— zumbido, y si lasaspiradoras ya se hubieran inventadopor aquel entonces, Polly habríapensado que se trataba del sonido deuno de éstos aspirando a muchadistancia, varias habitaciones más alláy unos cuantos pisos más abajo. Noobstante era un sonido más agradable,mucho más musical, aunque tan débilque apenas se oía.

    —Todo va bien… aquí no haynadie —dijo Polly a su compañero,volviendo la cabeza por encima delhombro.

    Su voz sonó poco más alta que unsusurro, y tras ella salió Digory,parpadeando y con un aspectosumamente sucio, igual que el de Polly.

    —Esto no vale —declaró—. ¡Lacasa no está vacía! Será mejor que

  • pongamos pies en polvorosa antes deque venga alguien.

    —¿Qué crees que son? —inquirióPolly, señalando los anillos decolores.

    —Está bien, vamos —dijo Digory—. Cuanto antes…

    No llegó a terminar lo que iba adecir pues en aquel momento sucedióalgo. El sillón de respaldo altocolocado ante el fuego se movió derepente y de él se alzó —igual que undemonio de pantomima saliendo poruna trampilla— la alarmante figura deltío Andrew. No se encontraban en lacasa desierta; ¡estaban en casa deDigory y en el estudio prohibido! Losdos niños lanzaron un «¡Ooooh!» ycomprendieron su terrible error,también se dieron cuenta de quedeberían haber sabido desde el

  • principio que no habían andado losuficiente.

    El tío Andrew era alto y muydelgado. Tenía un rostro lampiño conuna nariz puntiaguda y ojos sumamentebrillantes, y una enmarañada mata depelo de color gris.

    Digory se quedó sin habla, pues sutío le parecía mil veces másinquietante de lo que antes habíacreído. Polly no se sentía tan asustadaaún; pero no tardó en estarlo, pues loprimero que hizo el anciano fue cruzarla habitación en dirección a la puerta,cerrarla, y girar la llave en lacerradura; luego se dio la vuelta, clavólos brillantes ojos en los niños ysonrió, mostrando todos los dientes.

    —¡Ya está! —dijo—. ¡Ahora latonta de mi hermana no podráencontraros!

  • Era algo espantosamente distintode lo que se esperaría que hicieracualquier adulto. A Polly le dio unvuelco el corazón, y ella y Digoryempezaron a retroceder en dirección ala portezuela por la que habíanentrado. El tío Andrew fue demasiadorápido para ellos. Pasó por detrás deambos, cerró la puerta y se quedó depie frente a ella. Hecho eso, se frotólas manos e hizo chasquear losnudillos. Tenía unos dedos muy largosy blancos.

    —Estoy encantado de veros —dijo—. Dos niños son exactamente lo quenecesitaba.

    —Por favor, señor Ketterley —suplicó Polly—, es casi la hora decenar y tengo que ir a casa. Déjenossalir, por favor.

    —Todavía no —respondió el tío

  • Andrew—. Ésta es una oportunidaddemasiado buena para dejarla escapar.Quería dos niños. Veréis, estoy enmitad de un gran experimento. Lo heprobado con un conejillo de Indias ypareció funcionar, aunque, claro está,un conejillo de Indias no puedecontarte nada. Y uno no puedeexplicarle cómo regresar.

    —Mira, tío Andrew —intervinoDigory—, realmente es hora de cenar ynos estarán buscando dentro de uninstante. Tienes que dejarnos salir.

    —¿Ah, sí? —preguntó el tíoAndrew.

    Digory y Polly intercambiaron unamirada. No se atrevieron a decir nada,pero sus miradas significaban: «Estoes horrible» y «Tenemos que seguirlela corriente».

    —Si deja que nos marchemos a

  • cenar ahora —dijo Polly—, podríamosregresar dentro de un rato.

    —Ya, pero ¿cómo sé que vais avolver? —inquirió el tío Andrew conuna astuta sonrisa, y a continuaciónpareció cambiar de idea—. Bueno,bueno, si realmente tenéis quemarcharos, supongo que debéishacerlo. No puedo esperar que dosjovencitos como vosotros encuentrenmuy divertido conversar con unvejestorio como yo. —Suspiró y siguiódiciendo—: No tenéis ni idea de losolo que me siento a veces. Pero noimporta. Id a cenar. Aunque debodaros un regalo antes de que osmarchéis. No todos los días entra unajovencita en mi deprimente ydestartalado estudio; en especial, si seme permite decirlo, una joven damatan atractiva como tú.

  • Polly empezó a pensar que,después de todo, el anciano no estabatan loco.

    —¿Te gustan los anillos, bonita?¿Quieres uno? —preguntó el tíoAndrew a Polly.

    —¿Se refiere usted a uno de esosamarillos y verdes? —preguntó ella—.¡Son preciosos!

    —Los verdes no —advirtió el tíoAndrew—, me temo que no puedoregalar los de color verde. Sinembargo me encantaría darte uno delos amarillos: con todo mi cariño. Veny pruébate uno.

    Polly ya casi había superado sumiedo y estaba segura de que elanciano caballero no estaba loco; ydesde luego existía algo extrañamenteatractivo en aquellos brillantes anillos.Se acercó a la bandeja.

  • —¡Vaya! —dijo—. Aquí se oyemás el zumbido. Es casi como si loprodujeran los anillos.

    —Qué idea tan ridícula, chiquilla—respondió el tío Andrew con unacarcajada.

    Sonó como una carcajada muynatural, pero Digory había visto unaexpresión ansiosa, casi codiciosa en surostro.

    —¡Polly! ¡No seas tonta! —gritó—. ¡No los toques!

    Demasiado tarde. Exactamentemientras lo decía, la mano de la niñafue a tocar uno de los anillos, y alinstante, sin un centelleo ni un ruido nila menor advertencia, Pollydesapareció. Digory y su tío estabansolos en la habitación.

  • Capítulo 2

    Digory y su tío

    Fue tan repentino y tan terriblementedistinto de todo lo que le habíasucedido a Digory en su vida, inclusoen sus pesadillas, que éste gritó. Alinstante, la mano del tío Andrew cayósobre su boca.

    —¡Nada de eso! —le susurró aloído—. Si empiezas a hacer ruido tumadre lo oirá, y ya sabes lo que puedeafectarle un susto.

    Tal como dijo Digory más tarde, lahorrible mezquindad de intimidar a unapersona de «aquél» modo casi leprovocó náuseas, aunque, desde luego,no volvió a gritar.

  • —Eso está mejor —dijo el tíoAndrew—. Supongo que no haspodido evitarlo. Realmente uno sienteun sobresalto terrible la primera vezque ve desaparecer a alguien. Siincluso yo me llevé un buen sustocuando le sucedió lo mismo alconejillo de Indias la otra noche.

    —¿Fue esa la noche que lanzasteun alarido? —preguntó Digory.

    —Vaya, entonces lo oíste, ¿no esasí? Espero que no me hayas estadoespiando.

    —No, no lo he hecho —respondiósu sobrino, indignado—; pero ¿qué leha sucedido a Polly?

    —Felicítame, querido muchacho—indicó su tío, frotándose las manos—. Mi experimento ha tenido éxito. Laniña se ha ido, se ha esfumado, de estemundo.

  • —¿Qué le has hecho?—Enviarla a… digamos… otro

    lugar.—¿Qué quieres decir? —preguntó

    Digory.—Bueno —dijo el tío Andrew,

    sentándose—, te lo contaré todo. ¿Hasoído hablar alguna vez de la ancianaseñora Lefay?

    —¿No era una tía abuela o algoparecido? —inquirió Digory.

    —No exactamente —respondió él—, era mi madrina. Mira hacia lapared; ésa de ahí es ella.

    Digory miró y vio una fotografíadescolorida que mostraba el rostro deuna anciana con una toca. Recordóentonces que una vez había visto unafotografía del mismo rostro en un cajónde su casa, en el campo. Habíapreguntado a su madre quién era, pero

  • ella no había mostrado mucho interésen hablar de aquel tema. No era unrostro agradable en absoluto, se dijoDigory, aunque desde luego conaquellas fotografías tan antiguas eramuy difícil estar seguro.

    —¿Había… no había… algo rarorespecto a ella, tío Andrew?

    —Bueno —dijo su tío con unarisita ahogada—, depende de a quéllames «raro». La gente tiene unamentalidad muy cerrada. Desde luegose volvió muy excéntrica en susúltimos años de vida, e hizo cosas muyimprudentes. Por ese motivo laencerraron.

    —¿En un manicomio, quieresdecir?

    —No, no, no —respondió su tío,escandalizado—. Nada de eso; sólo lallevaron a la cárcel.

  • —¡Vaya! —exclamó Digory—.¿Qué había hecho?

    —Ah, pobre mujer —respondió elanciano—. Había sido muyimprudente. Hubo un gran número dehechos diversos, pero no es necesarioque entremos en detalles. Siempre fuemuy amable conmigo.

    —Pero oye, ¿qué tiene todo estoque ver con Polly? Realmente megustaría que…

    —Todo a su debido tiempo,muchacho —dijo el tío Andrew—.Pusieron en libertad a la vieja señoraLefay antes de que muriera y yo fui unade las poquísimas personas a las quepermitió que la visitaran durante susúltimos meses de vida. Le resultabaantipática a la gente corriente eignorante, como comprenderás. A míme sucede lo mismo. Sin embargo, ella

  • y yo estábamos interesados en lamisma clase de cosas, y fue sólo unospocos días antes de su muerte cuandome dijo que fuera a una vieja cómodade su casa, abriera un cajón secreto yle trajera una cajita que encontraríaallí. En cuanto así la caja me di cuentapor el hormigueo de mis dedos quesostenía un gran secreto en mis manos.Me la entregó y me hizo prometerleque la quemaría en cuanto ellamuriera, sin abrirla, y con ciertasceremonias. Promesa que no cumplí.

    —Bien, pues en ese caso tecomportaste de un modo repugnante —lo reprendió Digory.

    —¡Repugnante! —exclamó él conuna expresión perpleja—. Bueno, ya loentiendo. Quieres decir que los niñosdeben mantener sus promesas. Muycierto: es lo más correcto y decente,

  • estoy seguro, y me alegro de que tehayan enseñado a obrar así. Aunquedesde luego debes comprender quenormas de esa clase, por muyexcelentes que puedan ser paramuchachitos, criados, mujeres, eincluso la gente en general, no puedenaplicarse bajo ningún concepto aestudiantes concienzudos, grandespensadores y sabios. No, Digory; loshombres como yo, que poseen un saberoculto, estamos libres de las normascorrientes del mismo modo quetambién estamos excluidos de losplaceres corrientes. El nuestro,muchacho, es un destino sublime ysolitario.

    Mientras lo decía suspiró y adoptóuna expresión tan seria, noble ymisteriosa que por un segundo Digoryrealmente pensó que estaba diciendo

  • algo magnífico; pero entonces recordóla desagradable expresión que habíavisto en el rostro de su tío justo antesde que Polly se esfumara, einmediatamente vio más allá de lasgrandilocuentes palabras del tíoAndrew.

    «Lo único que significa eso —sedijo— es que cree que puede hacer loque le parezca para conseguir lo quedesea».

    —Desde luego —siguió el anciano—, no me atreví a abrir la caja durantemucho tiempo, pues sabía que podríacontener algo sumamente peligroso, yaque mi madrina era una mujerexcepcional. Lo cierto es que fue unade los últimos mortales de este paísque tenía sangre mágica, como lashadas; decía que había habido otrasdos durante su época: una era una

  • duquesa y la otra una asistenta. Dehecho, Digory, en estos momentoshablas, posiblemente, con el últimohombre que realmente tuvo un hadamadrina. ¡Vaya! Eso será algo quepodrás recordar cuando también seasanciano.

    «Seguro que era un hada mala»,pensó el niño; y en voz alta añadió:

    —Pero ¿qué pasa con Polly?—¡Qué pesado estás con eso! —se

    quejó el tío Andrew—. ¡Como si esofuera lo importante! Mi primera tareafue desde luego estudiar la caja misma.Era muy antigua, y yo sabía losuficiente incluso entonces como paracomprender que no era ni griega, ni delantiguo Egipto, ni babilónica, ni hitita,ni china, sino que era mucho más viejaque cualquiera de esas naciones.Ah…, entonces llegó un gran día en

  • que descubrí la verdad. La cajaprocedía de la Atlántida; provenía dela isla perdida de la Atlántida. Esosignificaba que tenía muchos mássiglos de antigüedad que cualquiera delas cosas de la Edad de Piedra que sedesentierran en Europa. Tampoco setrataba de algo primitivo y tosco comosuelen ser esas cosas, pues en losalbores de los tiempos la Atlántida erauna gran ciudad con palacios, templosy sabios.

    Hizo una pausa durante unosmomentos como si esperara queDigory dijera algo; pero el niñoencontraba a su tío más desagradable acada minuto que pasaba, de modo queno dijo nada.

    —Entretanto —prosiguió el tíoAndrew—, yo aprendía muchas cosaspor otros medios, que no resultaría

  • apropiado explicar a un niño, sobremagia en general. Eso significó quellegué a tener una buena idea de laclase de cosas que podría haber en lacaja. Reduje las posibilidadesmediante varias pruebas, que meobligaron a conocer a algunas,digamos, personas diabólicamentepeculiares, y pasar por algunasexperiencias muy desagradables. Esofue lo que hizo que mi peloencaneciera. Uno no se convierte enmago sin tener que dar algo a cambio.Al final mi salud se debilitó, peromejoré, y finalmente ¡lo supe!

    A pesar de que no existíarealmente la menor posibilidad de quealguien pudiera oírlos, el anciano seinclinó hacia delante y casi susurrócuando dijo:

    —La caja de la Atlántida contenía

  • algo que había sido traído de OtroMundo cuando el nuestro apenasempezaba a existir.

    —¿Qué? —preguntó Digory, queen aquellos momentos se sentíainteresado muy a su pesar.

    —Sólo había polvo —respondió eltío Andrew—. Un fino polvo seco.Nada espectacular en apariencia; nogran cosa como resultado de toda unavida de trabajo, podrías decir. Ah,pero cuando miré aquel polvo —y tuvebuen cuidado de no tocarlo—, penséque cada grano había estado en elpasado en Otro Mundo, y no me refieroa otro planeta, ¿me explico?; porquelos demás planetas son parte denuestro mundo y podrías llegar hastaellos si viajaras lo bastante lejos, sinorealmente Otro Mundo, otra naturaleza,otro universo, un lugar al que jamás

  • podrías llegar aunque viajaras por elespacio de este universo eternamente,un mundo que sólo se puede alcanzarmediante la magia, ¡eso es!

    Llegado a aquel punto, el tíoAndrew se frotó las manos hasta quelos nudillos crujieron igual que fuegosartificiales.

    —Comprendí —siguió—, que sialguien conseguía darle la formacorrecta, aquel polvo lo conduciría devuelta al lugar del que procedía. Sinembargo, la dificultad estaba en darlela forma correcta. Mis primerosexperimentos acabaron todos enfracaso. Los probé con conejillos deIndias, pero algunos se limitaron amorir. Unos cuantos estallaron comopequeñas bombas…

    —¡Qué cruel! —le reprendióDigory, que en una ocasión había

  • tenido su propio conejillo de Indias.—¡Es que no puedes dejar de

    cambiar de tema! Para eso eran lascriaturas. Las compré yo mismo.Veamos… ¿por dónde iba? Ah, sí. Porfin logré crear los anillos: los anillosamarillos. Pero entonces surgió unanueva dificultad. Por aquel entonces yoestaba convencido de que un anilloamarillo era capaz de enviar acualquier criatura que lo tocara al OtroLugar, pero ¿de qué me iba a servir sino podía hacer que volvieran paracontarme qué habían encontrado allí?

    —Y ¿qué iba a pasar con lascriaturas? —inquirió el niño—. ¡Enmenudo lío estarían si no podíanregresar!

    —Te empeñas en mirarlo tododesde el punto de vista equivocado —replicó el tío Andrew con una

  • expresión de impaciencia—. ¿Es quéno comprendes que esto es un granexperimento? Lo que pretendo alenviar a alguien al Otro Lugar esaveriguar cómo es ese sitio.

    —Bueno, en ese caso ¿por qué nofuiste tú mismo?

    Digory no había visto jamás anadie con una expresión tan asombraday ofendida como la que mostró su tíoante aquella sencilla pregunta.

    —¿Yo? ¿Yo? —exclamó éste—.¡El chico sin duda está loco! ¿Unhombre de mi edad, y con mi precariasalud, exponerse al sobresalto y a lospeligros de ser arrojadorepentinamente a un universo distinto?¡Jamás en la vida había oído nada tanabsurdo! ¿Te das cuenta de lo quedices? Piensa en lo que el Otro Mundosignifica…, puede encontrarse uno con

  • cualquier cosa… cualquier cosa.—Y supongo que has enviado a

    Polly a enfrentarse con todo eso en tulugar —dijo Digory, y sus mejillasardían de cólera en aquel momento—.Y todo lo que puedo decir —añadió—,incluso aunque seas mi tío…, es que tehas comportado como un cobarde, alenviar a una niña a un sitio al quetienes miedo de ir tú mismo.

    —¡A callar, señor mío! —ordenóel anciano, descargando la mano sobrela mesa—. No pienso permitir que unmugriento colegial me hable de esemodo. No lo comprendes. Soy el granestudioso, el mago, el experto, que«realiza» el experimento. Claro quenecesito sujetos sobre los queefectuarlo. ¡Dios mío, lo próximo queme dirás es que debería haber pedidopermiso a los conejillos de Indias

  • antes de utilizarlos! Es imposiblealcanzar gran sabiduría sin sacrificios;pero la idea de que fuera yo mismoresulta ridícula. Es igual que pedir aun general que pelee como un soldadoraso. Imaginemos que muero, ¿quésería del trabajo de toda mi vida?

    —Basta, deja de cotorrear de unavez —dijo su sobrino—. ¿Vas a traerde vuelta a Polly?

    —Iba a decirte, cuando meinterrumpiste de un modo tan grosero—respondió el tío Andrew—, quefinalmente encontré un modo deefectuar el viaje de vuelta. Los anillosverdes te traen de regreso.

    —Pero Polly no tiene un anilloverde.

    —No —respondió su tío con unasonrisa cruel.

    —En ese caso no puede regresar

  • —gritó Digory—, y eso es justo lomismo que si la hubieras asesinado.

    —Puede regresar —indicó el tíoAndrew—, si otra persona va tras ella,con un anillo amarillo puesto yllevando consigo dos anillos verdes,uno para regresar él y el otro paratraerla a ella de vuelta.

    Y entonces, claro está, Digory viola trampa en la que había caído; mirócon asombro al tío Andrew, sin decirnada, totalmente boquiabierto, y conlas mejillas muy pálidas.

    —Espero —dijo su tío al pocotiempo en voz muy alta y potente, comosi fuera un tío perfecto que acaba dedar una generosa propina y unoscuantos buenos consejos—, espero,Digory, que no seas una personapropensa a la cobardía. Me apenaríamuchísimo pensar que alguien de

  • nuestra familia carece de honor ycaballerosidad suficientes para ir enayuda de… ah… una dama en apuros.

    —¡Cállate, por favor! —gritó susobrino—. Si tú tuvieras algo de honory todo eso, irías tú mismo; pero sé queno lo harás. De acuerdo. Ya veo quetengo que ir yo. No obstante, debodecirte que eres repugnante. Supongoque lo planeaste todo, de modo queella se marchara sin saberlo y luego yotuviera que ir en su busca.

    —Desde luego —respondió él, conaquella sonrisa tan odiosa.

    —Muy bien. Iré, pero hay algo quepienso decir de todos modos. No creíaen la magia hasta hoy, y ahora veo queexiste. Bien, pues si es así, supongoque todos los viejos cuentos de hadasson más o menos ciertos, y en esecaso, eres sencillamente un mago

  • perverso y cruel como los queaparecen en los relatos. Además, no heleído jamás un cuento en el que lagente de esa clase no acabararecibiendo su merecido al final, yapuesto a que a ti también te sucederá.Y lo tendrás bien merecido.

    De todas las cosas que Digoryhabía dicho aquélla fue la primera querealmente dio en el blanco. El tíoAndrew saltó y en su rostro apareciótal expresión de horror que, a pesar delo odioso que era, casi hacía que sesintiera pena por él. Sin embargo, alcabo de un segundo consiguió borrarlay dijo con una carcajada bastanteforzada:

    —Bien, bien, supongo que esnatural que un niño piense eso, enespecial uno que ha crecido entremujeres, como es tu caso. Cuentos de

  • viejas, ¿no es así? No creo que debaspreocuparte por el peligro que yopueda correr. ¿No sería mejor que tepreocuparas por el peligro que puedecorrer tu amiguita? Hace ya un buenrato que se marchó. Si existenpeligros, en el Otro Lado, creo quesería una lástima llegar cuando fuerademasiado tarde.

    —Seguro que a ti te importa unbledo —le recriminó Digory conferocidad—, pero estoy harto de tantapalabrería. ¿Qué debo hacer?

    —Realmente tienes que aprender acontrolar ese genio, muchacho —indicó el tío Andrew con la mayorfrescura—; de lo contrario, cuandocrezcas, serás igual que tu tía Letty.Ahora, presta atención.

    Se levantó, se puso un par deguantes y fue hacia la bandeja que

  • contenía los anillos.—Sólo funcionan —dijo— si

    tocan directamente la piel. Con losguantes puestos, puedo agarrarlos, así,y no sucede nada. Si llevaras uno en elbolsillo no sucedería nada: pero porsupuesto tienes que tener cuidado deno introducir la mano en el bolsillo ytocarlo sin querer. En cuanto rozas elanillo amarillo, desapareces de estemundo. Cuando estés en el Otro Lugarespero, claro que esto no ha sidoprobado todavía, pero «espero» que encuanto toques un anillo verdedesaparezcas de aquel mundo y confíoen que reaparezcas en éste. Veamos.Tomo estos dos de color verde y losdejo caer en tu bolsillo derecho.Recuerda con suma atención en québolsillo están los verdes. «V» porverde y «D» por derecho. «V. D.» ¿Lo

  • ves?; las dos son consonantes de lapalabra verde. Hay uno para ti y otropara la niña. Y ahora toma el amarillopara ti. Si yo estuviera en tu lugar, melo pondría en el dedo, así existiránmenos posibilidades de que lo dejescaer.

    Digory estaba a punto de tomar elanillo amarillo cuando se detuvo derepente.

    —¡Escucha! —dijo—. ¿Y mamá?¿Y si pregunta por mí?

    —Cuanto antes te vayas, antesregresarás —respondió el tío Andrewalegremente.

    —Pero en realidad no sabes sipuedo regresar.

    El anciano se encogió de hombros,fue hasta la puerta, hizo girar la llave,la abrió de par en par y dijo:

    —Muy bien, pues. Como desees.

  • Baja y cena. Deja que esa niñita seadevorada por animales salvajes, seahogue o se muera de hambre en elOtro Mundo o se quede allí parasiempre. A mí me da lo mismo. Perotal vez, antes de cenar, deberías ir aver a la señora Plummer y explicarleque nunca volverá a ver a su hijaporque tienes miedo de ponerte unanillo.

    —¡Vaya! —exclamó Digory—.¡No sabes cuánto desearía ser mayorpara darte un buen puñetazo!

    Dicho eso se abotonó la chaqueta,aspiró con fuerza y tomó el anillo. Alhacerlo pensó, y nunca dejó depensarlo, que sinceramente no teníaotra opción.

  • Capítulo 3

    El Bosque entre losMundos

    El tío Andrew y su estudio sedesvanecieron al instante, y luego, porun momento, todo se volvió confuso.Lo siguiente que supo Digory fue quehabía una suave luz verde que caíasobre él desde lo alto, y oscuridad asus pies. No tenía la impresión deestar de pie sobre nada, ni sentado, niacostado; no parecía estar en contactocon nada.

    —Me parece que estoy en el agua—dijo—, o «debajo» del agua.

    Aquello lo asustó por un segundo,pero casi al mismo tiempo sintió que

  • ascendía a toda velocidad. Luego sucabeza salió repentinamente al airelibre y se encontró gateando haciatierra firme, sobre un terreno llanocubierto de hierba situado al borde deun estanque.

    Mientras se ponía en pie advirtióque no chorreaba agua ni le faltaba elaliento, como habría sido de esperartras un buen chapuzón. Tenía la ropaperfectamente seca y estaba de piejunto al borde de un pequeño estanque—no había más de tres metros de unextremo a otro— en el interior de unbosque. Los árboles crecían muyjuntos y eran tan frondosos que no sepodía entrever ni un pedazo de cielo.La única luz que le llegaba era una luzverde que se filtraba por entre lashojas: pero sin duda existía un solpotente en lo alto, pues aquella luz

  • natural verde era brillante y cálida.Era el bosque más silencioso que sepueda imaginar. No había pájaros, niinsectos, ni animales, y no soplabaviento. Casi se podía sentir cómocrecían los árboles. El estanque delque acababa de salir no era el único.Había docenas de estanques, uno cadapocos metros hasta donde alcanzabansus ojos, y creía percibir cómo losárboles absorbían el agua con susraíces. Era un bosque lleno de vida yal intentar describirlo más tarde,Digory siempre decía: «Era un lugarapetitoso: tan apetitoso como un pastelde ciruelas».

    Lo más extraño de todo fue que,incluso antes de haber mirado a sualrededor, Digory ya había medioolvidado cómo había llegado allí.Desde luego no pensaba en Polly, ni en

  • el tío Andrew, ni siquiera en su madre,y además no estaba nada asustado, ninervioso, ni tampoco sentíacuriosidad. Si alguien le hubierapreguntado: «¿De dónde has venido?»,probablemente habría respondido: «Yosiempre he estado aquí». Aquélla erala sensación que producía, como si unohubiera estado siempre en aquel lugary jamás se hubiera aburrido a pesar deque allí nunca sucedía nada. Tal comoexplicó mucho más tarde.

    «En este sitio no sucede nada. Losárboles se dedican a crecer, eso estodo».

    Al cabo de un buen rato decontemplar el bosque, Digory se diocuenta de que había una niña acostadade espaldas a los pies de un árbol aunos metros de allí. Los ojos de lapequeña estaban medio cerrados,

  • como si estuviera entre el sueño y lavigilia. Por ese motivo, el niño sededicó a contemplarla durante un buenrato sin decir nada. Finalmente, ellaabrió los ojos y lo miró durante muchotiempo, sin pronunciar palabratampoco, hasta que por fin le habló,con una voz soñolienta y complacida.

    —Creo que nos hemos visto antes—declaró.

    —A mí también me lo parece —respondió Digory—. ¿Llevas muchotiempo aquí?

    —Toda la vida —dijo ella—. Almenos… no sé… mucho tiempo.

    —Yo también.—No, tú no —indicó la niña—,

    porque acabo de verte salir de aquelestanque.

    —Sí, puede ser —concedió Digorycon expresión perpleja—. Lo había

  • olvidado.Después se pasaron un buen rato en

    silencio.—Oye —dijo la niña finalmente—,

    me pregunto si ya nos conocíamos.Tengo una vaga idea, una especie deimagen en la cabeza, de un niño y unaniña, como nosotros, que vivían en unlugar muy distinto y hacían toda clasede cosas. A lo mejor fue sólo un sueño.

    —Pues creo que he tenido esemismo sueño —repuso Digory—. Deun niño y una niña que vivían en casascontiguas…, y gateaban entre lasvigas. Recuerdo que la niña tenía unrostro muy sucio.

    —¿Estas seguro? En mi sueño erael niño quién tenía la cara sucia.

    —No recuerdo el rostro del niño—indicó Digory y luego añadió—:¡Vaya! ¿Qué es eso?

  • —¡Toma! Es un conejillo de Indias—dijo la niña.

    Y eso era, un rechoncho conejillode Indias, que husmeaba por entre lahierba, con una cinta alrededor de labarriga que sujetaba a su lomo unbrillante anillo amarillo.

    —¡Mira! ¡Mira! —gritó Digory—.¡El anillo! Y ¡fíjate! Tú llevas uno enel dedo, y yo también.

    La niña se sentó entonces,interesadísima en el hallazgo. Ambosse miraron fijamente, intentandorecordar. Y entonces, a la vez, ellaexclamó, «¡El señor Ketterley!», y élgritó, «¡El tío Andrew!», y supieronquiénes eran y empezaron a recordartodo lo sucedido. Tras unos minutos deintensa conversación consiguieron porfin tenerlo todo claro, y Digory explicóel detestable comportamiento del tío

  • Andrew.—¿Qué hacemos ahora? —quiso

    saber Polly—. ¿Agarrar el conejillo deIndias y volver a casa?

    —No hay prisa —respondió él,con un enorme bostezo.

    —Creo que sí la hay —indicó ella—. Este lugar es demasiadosilencioso. Resulta tan… tanmaravilloso. Estás casi dormido. Sinos dejamos dominar por él nosacostaremos y dormitaremoseternamente.

    —Se está muy bien aquí —repusoDigory.

    —Sí, ya lo creo —asintió ella—,pero tenemos que regresar.

    Se puso en pie y empezó a avanzarcon cautela en dirección al conejillode Indias, pero entonces cambió deidea.

  • —Podríamos dejar al conejilloaquí —dijo—. Es feliz en este sitio, ytu tío sin duda haría algo horrendo conél si lo lleváramos de vuelta.

    —Apuesto a que sí —respondióDigory—. Mira cómo nos ha tratado anosotros. Por cierto, ¿cómoregresaremos a casa?

    —Volviéndonos a meter en elestanque, supongo.

    Fueron hacia él y permanecieronde pie junto al borde, contemplando lalisa superficie del agua. La cubría elreflejo de las verdes y frondosasramas, que hacían que pareciera teneruna gran profundidad.

    —No tenemos traje de baño —observó Polly.

    —No lo necesitaremos, boba —dijo Digory—. Vamos a meternos conla ropa puesta. ¿Acaso no recuerdas

  • que al ascender no nos mojamos?—¿Sabes nadar?—Un poco. ¿Y tú?—Bueno, no mucho.—No creo que tengamos que nadar

    —indicó Digory—. Queremos ir hacia«abajo», ¿no es cierto?

    A ninguno de los dos le gustabademasiado la idea de saltar al interiordel estanque, pero ninguno se lomencionó al otro. Se tomaron de lamano y dijeron: «Uno… dos… ytres… ¡Ya!» y saltaron. Hubo un granchapoteo y desde luego cerraron losojos; pero cuando los abrieron denuevo descubrieron que seguíanestando allí, con las manosentrelazadas, en medio del frondosobosque y con el agua a la altura de lostobillos. Al parecer el estanque apenastenía unos centímetros de profundidad.

  • Chapotearon de vuelta a tierra firme.—¿Qué diablos ha salido mal? —

    inquirió Polly con voz asustada; perono tan atemorizada como cabríaesperar, porque resultaba difícilsentirse realmente asustado en aquelbosque. El lugar era demasiadotranquilo.

    —Ya sé —dijo Digory—. Claroque no funciona. Todavía llevamospuestos los anillos amarillos, y sonpara el viaje de ida, ya sabes. Son losverdes los que te devuelven a casa.Debemos cambiar de anillos. ¿Tienesbolsillos? Estupendo. Guarda tuamarillo en el de la izquierda. Yotengo dos de color verde; toma, aquítienes uno.

    Se pusieron los anillos yregresaron al estanque. Sin embargo,antes de que intentaran otro salto

  • Digory lanzó un prolongado«¡Oooooh!».

    —¿Qué sucede? —quiso saberPolly.

    —Acabo de tener una idearealmente maravillosa. ¿Qué son todoslos otros estanques?

    —¿Qué quieres decir?—Pues que si podemos regresar a

    nuestro propio mundo saltando alinterior de este estanque, ¿nopodríamos ir a parar a algún otro sitiosi saltamos dentro de uno de los otros?Supongamos que existe un mundo en elfondo de cada estanque.

    —Pero creía que ya nosencontrábamos en el Otro Mundo uOtro Lugar o comoquiera que él lollame, al que se refería tu tío. Nodijiste que…

    —¡Bah!, al cuerno con el tío

  • Andrew —interrumpió Digory—. Nocreo que sepa nada sobre él, porquejamás tuvo el coraje de venir aquí élmismo. Sólo hablaba de «un» OtroMundo, pero supongamos queexistieran docenas…

    —¿Te refieres a que este bosquepodría ser únicamente uno de ellos?

    —No, ni siquiera creo que estebosque sea un mundo. Me parece quees una especie de lugar intermedio.

    Polly mostró una expresiónperpleja.

    —¿No te das cuenta? —inquirióDigory—. No, escucha. Piensa ennuestro túnel por debajo de las tejas.No puede considerarse una habitaciónde alguna casa. En cierto modo, noforma parte de ninguna de ellas, perouna vez que estás en el túnel puedesseguirlo y entrar en cualquiera de las

  • casas de la fila. ¿No podría ocurrir lomismo con este bosque? Es un lugarque no se encuentra en ninguno de losmundos, pero que permite entrar entodos ellos.

    —Bueno, incluso aunque puedas…—empezó a decir Polly, pero Digorysiguió hablando como si no la hubieraoído.

    —Y desde luego eso lo explicatodo —dijo—. Por eso aquí está todotan tranquilo y soñoliento. Aquí nosucede nunca nada. Igual que ennuestro hogar, es en las casas donde lagente habla, actúa y come. En loslugares intermedios no pasa nada; nidetrás de las paredes, ni encima de lostechos ni debajo de los suelos, ¡ni ennuestro túnel! Pero cuando sales deltúnel puedes encontrarte en«cualquier» casa. ¡Creo que podemos

  • salir de este lugar e ir a parar acualquier otro sitio! No es necesarioque saltemos de nuevo al interior delmismo estanque por el que vinimos, oal menos todavía no.

    —El Bosque entre los Mundos —observó Polly como en sueños—;suena muy bien.

    —Vamos —le instó Digory—,¿qué estanque probamos?

    —Mira —dijo ella—, no piensoprobar ningún estanque nuevo hastaque no nos hayamos asegurado de quepodemos regresar por el viejo. Nisiquiera estamos seguros aún de quevaya a funcionar.

    —Sí —repuso él—, ¡y que el tíoAndrew nos atrape y nos quite losanillos antes de que hayamos podidodivertirnos! No, gracias.

    —¿No podríamos descender

  • simplemente una parte del trayecto pornuestro estanque? —sugirió Polly—.Sólo para comprobar si funciona.Entonces si lo hace, nos cambiamoslos anillos y subimos otra vez antes deque estemos de vuelta en el estudio delseñor Ketterley.

    —¿Podemos descender una partedel camino?

    —Bueno, se tardaba un poco ensubir. Supongo que harán falta unossegundos para regresar.

    Digory hizo unos cuantosaspavientos al respecto, perofinalmente tuvo que acceder a la ideaporque Polly se negó en redondo aexplorar ningún mundo nuevo hastaque se hubieran asegurado de poderregresar al antiguo. Era una niña casitan valiente como él acerca de algunospeligros (como las avispas, por

  • ejemplo), pero no estaba tan interesadaen descubrir cosas de las que nadiehabía oído hablar antes; en cambioDigory era la clase de persona quequiere saberlo todo, y cuando crecióse convirtió en el famoso profesorKirke que aparece en otros libros.

    Tras discutirlo mucho, acordaronponerse los anillos verdes («Verdesímbolo de seguridad —dijo Digory—, así no olvidaremos cuál es cuál»),tomarse de la mano y saltar. Noobstante, en cuanto pareciera queestaban a punto de regresar al estudiodel tío Andrew, o incluso a su propiomundo, Polly debía gritar, «Cambio».Entonces se quitarían los anillosverdes y se pondrían los de coloramarillo. Digory quería ser quiengritara «Cambio», pero Polly se negó aaceptarlo.

  • Se pusieron los anillos verdes,entrelazaron las manos, y de nuevogritaron: «Uno… dos… y tres… ¡Ya!».Esa vez funcionó, aunque resulta muydifícil explicar qué sensaciónproducía, pues todo sucedió en unabrir y cerrar de ojos. Al principiohubo luces brillantes que se movían enun cielo negro; Digory sigue pensandoque eran estrellas e incluso jura quevio a Júpiter muy de cerca; lo bastantecerca como para ver su luna. Pero casial mismo tiempo aparecieron hileras ehileras de tejados y cañones dechimeneas a su alrededor, ydistinguieron la catedral de San Pabloy supieron que contemplaban Londres.Sólo que uno podía ver a través de lasparedes de todas las casas. Entoncesvieron al tío Andrew, de un modo muyvago y nebuloso, pero volviéndose

  • cada vez más nítido y sólido, igual quesi estuviera materializándose; peroantes de que se tornara completamentereal Polly gritó «Cambio» y efectuaronel cambio, y nuestro mundo sedesvaneció como un sueño, y la luzverde de lo alto adquirió más y másfuerza, hasta que por fin sus cabezassurgieron del estanque y los dosgatearon hasta la orilla. Y allí estabael bosque rodeándolos, tan verde,luminoso y silencioso como siempre.Todo aquello había tenido lugar enmenos de un minuto.

    —¡Ya está! —dijo Digory—.Funciona. Ahora corramos nuestraaventura. Cualquier estanque servirá.Ven, probemos ése.

    —¡Detente! —ordenó Polly—.¿No vamos a marcar «este» estanque?

    Se miraron fijamente y

  • palidecieron al comprender elespantoso error que Digory habíaestado a punto de cometer; pues habíavarios estanques en el bosque, y losestanques eran todos iguales y tambiénlos árboles eran idénticos, de modoque si hubieran dejado atrás aquel queconducía a nuestro propio mundo sinefectuar alguna especie de marca, lasposibilidades de volver a encontrarlohabrían sido casi nulas.

    A Digory le temblaba la manocuando abrió su cortaplumas y con suayuda extrajo una larga tira de hierbade la orilla del estanque. La tierra, queolía de un modo muy agradable, era deun intenso marrón rojizo y destacabaperfectamente entre el verde.

    —¡Menos mal que por lo menosuno de nosotros tiene un poco desentido común! —observó Polly.

  • —Bueno, ahora no te pases todo eltiempo presumiendo —replicó él—.Vamos, quiero ver qué hay en otroestanque.

    Y Polly le dedicó una respuestabastante mordaz y él le respondió algoaún más desagradable. La riña duróvarios minutos pero resultaría tediosoreflejarla por escrito, de modo quepasemos al momento en que seencontraron, con el corazón palpitantey el rostro asustado, ante el borde delestanque desconocido con los anillosamarillos puestos y las manosentrelazadas y volvieron a decir:«Uno… dos… y tres… ¡Ya!».

    ¡Chaff! De nuevo no habíafuncionado. Aquel estanque parecía noser más que eso, un estanque, pues enlugar de llegar a un mundo nuevo sóloconsiguieron mojarse los pies y

  • salpicarse las piernas por segunda vezaquella mañana; si es que se trataba deuna mañana, pues en el Bosque entrelos Mundos siempre parece que sea lamisma hora.

    —¡Caray! —exclamó Digory—. Y¿qué ha salido mal ahora? Llevamospuestos los anillos amarillos. Dijo queel amarillo era para el viaje de ida.

    Lo cierto era que el tío Andrew,que no sabía nada del Bosque entre losMundos, tenía una idea bastanteequivocada respecto a los anillos. Losde color amarillo no eran anillos «deida» y los verdes no eran anillos «deregreso a casa»; al menos, no tal comoél lo pensaba, aunque la sustancia dela que estaban hechos ambos anilloshabía salido del bosque. La sustanciade los anillos amarillos poseía elpoder de atraerte al bosque; era una

  • materia que quería regresar al lugar alque pertenecía, el lugar intermedio.Sin embargo la sustancia de los anillosverdes intentaba abandonar el lugar alque pertenecía: de modo que un anilloverde te sacaría del bosque y teconduciría a un mundo. El tío Andrew,por lo visto, trataba con cosas que enrealidad no comprendía; muchosmagos lo hacen. Ni siquiera Digorycomprendió la verdad con tantaclaridad o, al menos, no hasta másadelante. Pero una vez que lo hubierondiscutido, decidieron probar losanillos verdes en el estanque nuevo,sólo para ver qué sucedía.

    —Si tú te atreves, yo también —dijo Polly.

    En realidad lo dijo porque, en lomás recóndito de su corazón, estabasegura de que ninguna clase de anillo

  • funcionaría en el nuevo estanque, y porlo tanto no había nada que temer salvootro chapoteo en el agua. Me huele queDigory tenía la misma sensación. Encualquier caso, tras ponerse los anillosverdes y regresar al borde del agua,volvieron a entrelazar las manos y sesintieron sin lugar a dudas mucho másanimados y menos preocupados que laprimera vez.

    —Uno… dos… y tres… ¡Ya! —exclamó Digory. Y saltaron.

  • Capítulo 4

    La campana y el martillo

    No hubo duda respecto a la magia enesa ocasión. Cayeron y cayeron comouna exhalación, primero a través deoscuridad y luego por entre una masade formas vagas y arremolinadas quepodrían haber sido casi cualquiercosa. Clareó un poco, y entonces, derepente, notaron que estaban de piesobre algo sólido. Al cabo de uninstante todo adquirió nitidez ypudieron mirar a su alrededor.

    —¡Qué lugar más original! —dijoDigory.

    —No me gusta —indicó Polly, conalgo parecido a un estremecimiento.

  • Lo primero que les llamó laatención fue la luz. No se parecía a laluz del sol, ni podía compararse con laluz eléctrica, las lámparas, las velas,ni cualquier otra clase de luz queconocieran. Era una luz apagada y másbien rojiza, en absoluto alegre, yademás era estable, sin parpadeos.Estaban de pie sobre una superficieplana pavimentada y a su alrededor sealzaban varios edificios. No habíatecho; se hallaban en una especie depatio. El cielo era extraordinariamenteoscuro, de un tono entre azul y negro.Después de haber visto aquel cielo unose preguntaba cómo podía existir la luzen ese lugar.

    —Hace un tiempo muy curioso —comentó Digory—. Me pregunto si nohabremos llegado justo en el momentode presenciar una tormenta; o un

  • eclipse.—No me gusta —repitió Polly.Los dos, sin saber muy bien por

    qué, hablaban en susurros, y a pesar deque no existía un motivo por el quedebieran seguir con las manosentrelazadas tras su salto, no sesoltaron.

    Las paredes se alzaban muy altasalrededor de todo aquel patio, y teníanenormes ventanas, ventanas sincristales, a través de las cuales no seveía otra cosa que negra oscuridad.Más abajo había enormes arcossostenidos por pilares, que se abríannegros como las bocas de los túnelesdel ferrocarril. Hacía bastante frío.

    La piedra en la que estabaconstruido todo parecía roja, pero elefecto podía deberse meramente a lacuriosa luz. Resultaba evidente que el

  • lugar era muy antiguo. Muchas de laslosas planas que cubrían el patioestaban agrietadas; ninguna encajababien y las puntiagudas esquinasestaban desgastadas. Una de lasentradas en forma de arco estabamedio tapada por escombros. Los dosniños no hacían más que girar y girarpara contemplar los distintos extremosdel patio, y uno de los motivos quetenían para hacer eso era que temíanque alguien —o algo— los miraradesde aquellas ventanas cuandoestuvieran de espaldas.

    —¿Crees que aquí vive alguien?—preguntó Digory por fin, todavía enun susurro.

    —No —respondió Polly—. Estátodo en ruinas, y no hemos oído ni unruido desde que llegamos.

    —Quedémonos muy quietos y

  • escuchemos durante un rato —sugirióél.

    Permanecieron inmóviles yaguzaron el oído, pero todo lo queoyeron fue el sordo golpeteo de suscorazones. Aquel lugar estaba almenos tan silencioso como el Bosqueentre los Mundos; pero se trataba deuna quietud distinta. El silencio delbosque había sido plácido y cálido —casi se podía sentir cómo crecían losárboles—, y lleno de vida; aquél eraun silencio sin vida, frío y vacío. Erainimaginable que creciera algo en él.

    —Vámonos a casa —propusoPolly.

    —Pero no hemos visto nada aún —protestó Digory—. Ahora que estamosaquí, sencillamente debemos echar unvistazo.

    —Estoy segura de que no hay nada

  • interesante en este lugar.—De poco sirve encontrar un

    anillo mágico que te permite entrar enotros mundos si tienes miedo deecharles un vistazo cuando has llegadoa ellos.

    —¿Quién habla de tener miedo? —dijo Polly, soltando la mano de sucompañero.

    —Bueno, no pareces muyentusiasmada con la idea de explorareste sitio.

    —Iré a donde tú vayas.—Podemos marcharnos en cuanto

    queramos —dijo Digory—. Será mejorque nos saquemos los anillos verdes ylos guardemos en el bolsillo derecho.Todo lo que tenemos que hacer esrecordar que los amarillos seencuentran en los bolsillos de laizquierda. Puedes mantener la mano

  • tan cerca del bolsillo como quieras,pero no la metas o tocarías el anilloamarillo y desaparecerías.

    Así lo hicieron y se acercaron sinhacer ruido a una de las enormesentradas en forma de arco queconducían al interior del edificio.Cuando se hallaron en el umbral ypudieron mirar al interior,descubrieron que dentro no estaba tanoscuro como habían pensado en unprincipio. La entrada llevaba a uninmenso y tenebroso vestíbulo queparecía vacío; pero en el otro extremohabía una hilera de columnas con arcosentre ellas y a través de aquellos arcospenetraba un poco más de la misma luzcansina. Atravesaron el vestíbulo,andando con sumo cuidado por temor aque hubiera agujeros en el suelo ocualquier cosa caída con la que

  • pudieran tropezar. Les pareció unacaminata muy larga. Cuando llegaronal otro lado salieron por las arcadas yse encontraron en otro patio aún másgrande.

    —Eso no parece muy seguro —dijo Polly, indicando un punto donde lapared se curvaba hacia fuera y daba laimpresión de estar a punto de caer alpatio.

    En una zona faltaba parte de unpilar entre dos arcos y el pedazo depiedra que descendía hasta dondedebería haber estado la columnacolgaba allí, sin nada que losostuviera. Evidentemente, el lugarhabía estado abandonado durantecientos, tal vez miles, de años.

    —Si ha aguantado hasta ahora,supongo que aguantara un poco más —indicó Digory—. Pero debemos ser

  • muy silenciosos. Ya sabes que un ruidoa menudo hace que las cosas sederrumben; como un alud en los Alpes.

    Salieron del patio, atravesandootro portal, ascendieron una granescalinata y recorrieron salas inmensasque se sucedían hasta conseguir queuno se sintiera mareado por elimpresionante tamaño del lugar. Devez en cuando les parecía que iban asalir al exterior y ver qué clase deterreno rodeaba el enorme palacio;pero en cada una de esas ocasionessólo iban a parar a un nuevo patio. Sinduda tenían que haber sido unasestancias magníficas en la época enque la gente vivía en ellas. En uno delos patios había existido una fuente. Ungran monstruo de piedra de alasextendidas se alzaba con la bocaabierta y aún se podía ver un pedazo

  • de tubería que sobresalía de ella, porel que el agua había brotado en elpasado. Debajo de la figura había unaamplia pila de piedra para contener elagua; pero estaba tan seca como unhueso. En otros lugares se veían lostallos secos de alguna especie deplanta trepadora que se habíaenroscado a las columnas y ayudado aderribar algunas de ellas. Aquellaplanta también había muerto hacíamucho tiempo, y no había ni hormigasni arañas ni tampoco los seres vivosque uno espera encontrar en las ruinas;y en los puntos en los que la tierrareseca aparecía por entre las losasrotas no había ni hierba ni musgo.

    Resultaba todo tan deprimente ytan idéntico que incluso Digorypensaba en que lo mejor sería que sepusieran los anillos amarillos y

  • regresaran al cálido y verde bosquevivo del Lugar Intermedio, cuandollegaron ante dos enormes puertas deun metal que posiblemente podría seroro. Una se encontraba algoentreabierta; así que, claro está, fuerona echar un vistazo. Ambos dieron unsalto y aspiraron profundamente: allípor fin había algo digno de contemplar.

    Por un segundo pensaron que lahabitación estaba llena de gente;cientos de personas, todas sentadas ytotalmente inmóviles. Polly y Digory,como puedes imaginar, permanecierontambién completamente quietos duranteun buen rato, mirando el interior.Finalmente decidieron que lo queveían no podía ser gente real. Ni unasola se movía; tampoco se oía elsonido de una sola respiración. Erancomo las figuras de cera más

  • maravillosas que uno hubiera vistojamás.

    En esa ocasión fue Polly quiéntomó la iniciativa. Había algo enaquella habitación que le interesabamás que a Digory: todas las figuraslucían vestidos magníficos. Si a uno legustaban los vestidos, no podía evitarentrar para verlos más de cerca.Además el resplandor de sus coloreshacía que la habitación pareciera, noexactamente alegre, pero al menosseñorial y majestuosa después de todoel polvo y la desolación de las otras.Y, tenía más ventanas y mucha más luz.

    Apenas puedo describir sus ropas.Todas las figuras llevaban regiasvestiduras y coronas en la cabeza. Lasprendas eran de color carmesí, decolor gris plateado, de un púrpuraintenso y también de un verde

  • brillante, y lucían estampados ydibujos de flores y animalesdesconocidos, bordados por todaspartes. Piedras preciosas desorprendente tamaño y luminosidadobservaban fijamente desde lascoronas, colgaban en cadenasalrededor de sus cuellos y atisbabandesde todos aquellos lugares en losque había algo abrochado.

    —¿Por qué no se han podridotodas estas prendas? ¡Con el tiempoque deben de llevar aquí! —inquirióPolly.

    —Magia —musitó Digory—. ¿Nola percibes? Apuesto a que toda lahabitación está atiborrada de hechizos.Me di cuenta en cuanto entramos.

    —Cualquiera de estos vestidosvaldría cientos de libras esterlinas —dijo ella.

  • Pero Digory estaba más interesadoen los rostros, y desde luego erantodos dignos de ser contemplados. Lasfiguras estaban sentadas en sus tronosde piedra bordeando la habitación y elsuelo quedaba libre en la parte central,de modo que se podía recorrer la salade un extremo a otro e ir contemplandolos rostros de uno en uno.

    —Parecen buena gente —declaróel niño.

    Polly asintió. Todos los rostros queveían eran tranquilizadores. Tantohombres como mujeres parecíanbondadosos y sensatos, y daban laimpresión de provenir de una razahermosa. No obstante, después deavanzar unos pasos más por lahabitación, los niños se encontraroncon rostros que tenían un aspecto algodistinto. Se trataba de caras muy

  • solemnes. Si se tropezase uno conpersonas vivas que tuvieran aquellaexpresión, debería tener cuidado de nometer la pata. Tras avanzar un pocomás, se encontraron entre caras que noles gustaron: esto sucedió más o menosen la parte central de la habitación.Los rostros de aquella zona tenían unaspecto muy enérgico y tambiénorgulloso y feliz, pero parecían gentecruel; un poco más adelante parecíanmás crueles todavía. Más allá seguíansiendo crueles pero ya no parecíanfelices. Eran incluso rostrosdesesperados: como si la gente a laque pertenecían hubiera hecho cosasespantosas y también padecido cosashorribles. La última de todas lasfiguras era la más interesante; era unamujer vestida con más suntuosidad aúnque los demás, muy alta —aunque

  • todas las figuras de aquella habitacióneran más altas que la gente de nuestromundo—, con una expresión tal deferocidad y orgullo que lo dejaba auno sin respiración. Sin embargo, almismo tiempo era hermosa. Añosdespués, cuando era un anciano,Digory decía que jamás en la vidahabía conocido a una mujer tan bella.De todos modos es justo decir tambiénque Polly siempre declaró que no pudover nada especialmente hermoso enella.

    Esa mujer, como decía, era laúltima figura: pero quedaba un grannúmero de sillas vacías después deella, como si la habitación hubieraestado pensada para una colecciónmucho mayor de imágenes.

    —¡Me encantaría conocer lahistoria que hay detrás de todo esto! —

  • dijo Digory—. Retrocedamos yechemos un vistazo a esa especie demesa que hay en el centro de lahabitación.

    Lo que había en el centro de lahabitación no era exactamente unamesa. Era una columna cuadrada de unmetro veinte de altura,aproximadamente, y sobre ella sealzaba un pequeño arco dorado del quecolgaba una campanilla dorada; y juntoa ésta descansaba un martillo tambiéndorado, con el cual se golpeaba lacampana.

    —Me pregunto… me pregunto…me pregunto —empezó a decir Digory.

    —Mira, parece que hay algoescrito —indicó Polly, inclinándosepara observar el lateral de la columna.

    —¡Caramba! Parece que sí —confirmó él—; pero naturalmente no

  • podremos leerlo.—¿No podremos? No estoy tan

    segura.Ambos miraron con atención y, tal

    como era de esperar, las letras talladasen la piedra eran desconocidas. Peroentonces tuvo lugar un gran prodigio:pues a medida que miraban, a pesar deque la forma de las extrañas letras nocambió en ningún momento,descubrieron que las entendían. SiDigory hubiera recordado lo que élmismo había dicho apenas unosminutos antes, acerca de que la salaestaba encantada, habría podidoadivinar que el hechizo empezaba aactuar; pero la curiosidad loembargaba de tal modo que no podíapensar en eso. Cada vez ansiaba másaveriguar lo que estaba escrito en lacolumna y, por suerte, no tardaron en

  • saberlo. Lo que decía era algoparecido a esto; al menos éste es elsignificado del texto, aunque la poesíaen la lengua original era mejor:

    Haz tu elección,aventurero desconocido;golpea la campana y aguardael peligro, o pregúntate hastaenloquecer, qué habríasucedido si lo llegas a hacer.

    —¡Ni hablar! —exclamó Polly—.No queremos correr peligros deninguna clase.

    —Pero ¿no te das cuenta de que nosirve de nada? —dijo Digory—.Ahora no podemos escapar. Nospasaremos la vida preguntándonos quéhabría sucedido si hubiéramosgolpeado la campana. No pienso

  • regresar a casa para luego volvermeloco pensando en eso. ¡Ni hablar!

    —No seas bobo —repuso Polly—.¡Cómo si eso fuera a pasarle a alguien!¿Qué importa lo que habría sucedido?

    —Supongo que cualquiera quehaya llegado tan lejos se verá obligadoa hacerse preguntas continuamentehasta acabar chiflado. Ésa es la magiaque posee, ¿comprendes? Ya notocómo empieza a hacerme efecto.

    —Bueno, pues yo no —indicóPolly, malhumorada—. Y dudo muchoque tú lo notes. ¡Estás fingiendo!

    —Eso es lo que dices tú —dijoDigory—. ¡No lo entiendes porqueeres una chica! Las chicas nuncaquieren saber nada que no seanhabladurías y tonterías sobre bodas deblanco…

    —¡Has puesto la misma expresión

  • que tu tío! —le increpó Polly.—¿Por qué te vas siempre por las

    ramas? De lo que estamos hablandoes…

    —¡Típico de hombres! —exclamóella con una voz muy adulta; pero seapresuró a añadir, con su tono desiempre—: Y no digas que eso estípico de mujeres, o serás un copiónasqueroso.

    —Jamás se me ocurriría llamarmujer a una niña como tú —respondióDigory con altivez.

    —Ah, así que soy una niña, ¿no eseso? —dijo Polly, que estaba furiosade verdad—. Bien, pues no tendrásque preocuparte más por tener a unaniña a tu lado. Me voy. Estoy harta deeste lugar. Y también estoy harta deti…, ¡cerdo repugnante, presumido ytestarudo!

  • —¡Nada de eso! —exclamóDigory en un tono de voz mucho másdesagradable de lo que era suintención; pues vio que la mano dePolly se dirigía hacia su bolsillo paratomar el anillo amarillo.

    No puedo disculpar lo que hizo acontinuación si no es diciendo que lolamentó muchísimo después, y tambiénlo lamentaron muchas otras personas.Antes de que la mano de la niñallegara al bolsillo, le sujetó con fuerzala muñeca, inclinando su espaldacontra el pecho de su amiga. Luego,manteniendo la otra mano de Pollyapartada con el codo, se inclinó haciadelante, levantó el martillo y asestó ala campana dorada un ligero y rápidogolpecito. Hecho eso soltó a la niña yambos se separaron mirándosefijamente el uno al otro y con la

  • respiración entrecortada. Polly empezóa llorar, no de miedo ni tampocodebido a que él le hubiera hecho dañoen la muñeca, sino presa de una grancólera. Sin embargo, en cuestión dedos segundos, los dos tuvieron algo enlo que pensar que les hizo olvidartotalmente su pelea.

    En cuanto recibió el golpe, lacampana emitió una nota, una notamelodiosa tal como se habría esperadode ella, y no muy fuerte. No obstante,en lugar de apagarse de nuevo, la notasiguió sonando; y a medida que sonabafue subiendo de volumen. Antes detranscurrido un minuto sonaba ya eldoble de alto de lo que lo había hechoal principio, y muy pronto fue tanpotente que si los niños hubieranintentado hablar —aunque no pensabanen hablar en aquellos momentos; se

  • limitaban a permanecer allí de pieboquiabiertos— no se habrían oído eluno al otro. Muy pronto fue tan fuerteque ni siquiera gritando se habríanoído mutuamente. Y el sonido siguióaumentando: siempre basado en unanota, un melodioso sonidoininterrumpido, aunque había algoinquietante en su dulzura, hasta quetoda la atmósfera de aquella enormehabitación vibró con él y notaron cómoel suelo de piedra temblaba bajo suspies. Luego, por fin, empezó amezclarse con otro sonido, vago ycatastrófico, que al principio recordóal rugir de un tren lejano y luego alestampido de un árbol al desplomarse.Oyeron algo parecido a grandes pesosque caían. Finalmente, con unarepentina ráfaga de aire y un retumbo,y una sacudida que casi los derribó al

  • suelo, más o menos una cuarta partedel techo situado en un extremo de lahabitación se vino abajo, enormesbloques de mampostería cayeronalrededor de los niños, y las paredesse bambolearon. El sonido de lacampana se apagó. Las nubes de polvose disolvieron. Todo volvió a quedarmuy silencioso.

    Jamás se descubrió si la caída deltecho fue parte de la magia o si aquelinsoportable y fuerte sonidoprocedente de la campana habíaemitido por casualidad una nota queera más de lo que las mediodesmoronadas paredes podíansoportar.

    —¡Ya está! Espero que estéssatisfecho —jadeó Polly.

    —Bueno, al menos se ha acabado.Y los dos pensaron que así era;

  • pero jamás habían estado tanequivocados.

  • Capítulo 5

    La Palabra Deplorable

    Los niños estaban frente a frente, uno acada lado del pilar en el que colgabala campana, temblorosa aún, aunque yano emitía ninguna nota. De improvisoescucharon un ruido quedo procedentedel extremo de la habitación queseguía intacto, y se volvieron velocescomo el rayo para averiguar qué era.Una de las figuras de largas vestiduras,la más alejada, la mujer que Digoryconsideraba tan hermosa, se alzaba enaquellos momentos de su asiento. Unavez en pie, los niños se dieron cuentade que era aún más alta de lo quehabían pensado. Y podía verse al

  • instante, no sólo por su corona yropajes, sino por el centelleo de losojos y la curva de los labios, que erauna gran reina. La mujer paseó lamirada por la habitación y vio losdestrozos y también a los niños, perosu rostro no dejaba adivinar quépensaba de ninguna de las dos cosas,ni si se sentía sorprendida. Se adelantócon zancadas largas y veloces.

    —¿Quién me ha despertado?¿Quién ha roto el hechizo? —preguntó.

    —Creo que he sido yo —respondió Digory.

    —¡Tú! —exclamó la reina,posando la mano en el hombro delniño; era una mano blanca y hermosa,pero Digory también notó que erafuerte como unas tenazas de acero—.¿Tú? Pero si no eres más que un niño,un niño vulgar. Cualquiera puede darse

  • cuenta a primera vista de que noposees ni una gota de sangre real onoble en tus venas. ¿Cómo se haatrevido alguien como tú a entrar enesta casa?

    —Hemos venido de otro mundo;mediante la magia —dijo Polly, quepensó que ya era hora de que la reinale prestara un poco de atención a ellaademás de a Digory.

    —¿Es eso cierto? —inquirió lamujer, sin dejar de mirar al niño y sindedicar ni una mirada a Polly.

    —Sí —respondió él.La reina puso la otra mano bajo la

    barbilla del niño y tiró hacia arriba deella para poder contemplar mejor surostro. Digory intentó sostenerle lamirada pero no tardó en bajar la vista.Había algo en los ojos de la mujer quelo intimidaba. Tras estudiarlo durante

  • más de un minuto, la dama le soltó labarbilla y declaró:

    —No eres mago. No tienes lamarca. Debes de ser sólo el sirvientede un mago. Para viajar hasta aquí tehas servido de la magia de otro.

    —La de mi tío Andrew —dijoDigory.

    En aquel momento, no en lahabitación misma pero procedente deun lugar muy próximo, se escuchó,primero un retumbo, luego un crujido ypor fin el estruendo de la mamposteríaal caer; a continuación el suelo tembló.

    —Este lugar es muy peligroso —indicó la reina—. Todo el palacio seestá haciendo pedazos. Si no salimosde él en unos minutos quedaremosenterrados bajo las ruinas. —Lo dijocon la tranquilidad de quien preguntaqué hora es—. Vamos —añadió, y

  • tendió una mano a cada niño.Polly, a quien la mujer no le

    inspiraba confianza y se sentía másbien malhumorada, no habríapermitido que la tomara de la mano dehaber podido evitarlo; pero aunque lamujer hablaba con calma, susmovimientos era tan veloces como elpensamiento. Antes de que la niñasupiera qué le sucedía, su manoderecha había quedado atrapada en unamano que superaba tan ampliamente entamaño y fuerza a la suya que no pudohacer nada para impedirlo.

    «Es una mujer terrible —pensó—.Tiene tanta fuerza que puede rompermeel brazo con un movimiento. Y ahoraque me sujeta la mano izquierda nopuedo alcanzar el anillo amarillo. Siintentara alargar el brazo e introducirla mano derecha en el bolsillo

  • izquierdo me sería imposiblealcanzarlo antes de que ella mepreguntara qué hago. Pase lo que paseno debemos permitir que conozca laexistencia de los anillos. Realmenteespero que Digory tenga el sentidocomún de mantener la boca cerrada.Ojalá pudiera hablar con él a solas».

    La reina los condujo fuera de laGalería de las Imágenes a un largopasillo y luego a través de todo unlaberinto de vestíbulos, escaleras ypatios. Una y otra vez oían cómo sedesplomaban partes del enormepalacio, a veces muy cerca de ellos.En una ocasión un arco enorme seprecipitó con un gran estruendo alsuelo apenas unos instantes después deque ellos lo hubieran cruzado. Lamujer andaba rápido —los niños seveían obligados a trotar para

  • mantenerse a su altura— pero nomostraba ningún temor. Digorypensaba: «Es tan increíblementevaliente. Y fuerte. ¡Es lo que yo llamouna reina! Deseo con todas mis fuerzasque nos cuente la historia de estelugar».

    En realidad sí que les contóalgunas cosas mientras avanzaban:

    «Ésa es la puerta de lasmazmorras», les decía, por ejemplo, o«Aquel pasillo conduce a lasprincipales cámaras de tortura», o«Ésta es la vieja sala de banquetesdonde mi bisabuelo invitó asetecientos nobles a un festín y losmató a todos antes de que hubierantenido tiempo de beber hasta hartarse,porque habían pensado en rebelarse».

    Llegaron por fin a un vestíbulomucho más grande y soberbio que

  • ninguno de los otros que ya habíanvisto. A juzgar por su tamaño y lasenormes puertas situadas al otroextremo, Digory se dijo que debían deestar llegando por fin a la entradaprincipal. En eso no se equivocaba.Las puertas eran de un negro opacoque podía ser madera de ébano o dealgún metal negro que no se encontrabaen nuestro mundo. Estaban atrancadasmediante grandes barras, la mayoría deellas situadas a demasiada altura parapoder alcanzarlas y todasexcesivamente pesadas para conseguiralzarlas. El niño se preguntó cómosaldrían.

    La reina le soltó la mano y alzó elbrazo, y a continuación se irguió todolo que pudo y se quedó muy tiesa.Luego dijo algo que no entendieron,pero que sonó horrible, e hizo un

  • movimiento como si lanzara algo endirección a las puertas. Y aquellaspuertas enormes y pesadas temblarondurante un segundo como si estuvieranhechas de seda y luego sedesintegraron hasta que no quedó deellas más que un montón de polvo en elumbral.

    —¡Vaya! —exclamó Digory.—¿Tiene tu señor mago, tu tío,

    poder como el mío? —preguntó lareina, volviendo a agarrar con firmezala mano del niño—. Ya lo averiguarémás tarde. Entretanto, recordad lo quehabéis visto. Esto es lo que les sucedea las cosas y a las personas que seconvierten en un obstáculo en micamino.

    Por el umbral ahora despejadopenetraba mucha más luz de la quehabían visto hasta el momento en aquel

  • país y, cuando la mujer los condujo alexterior a través de él, no lossorprendió encontrarse al aire libre. Elviento que soplaba sobre sus rostrosera frío, pero a la vez un poco viciado.Observaban desde una terraza elevada,y a sus pies se extendía un ampliopanorama.

    Muy bajo y cerca de la línea delhorizonte flotaba un enorme sol rojo,mucho mayor que el nuestro. Digorytuvo inmediatamente la impresión deque también era mucho más viejo: unsol que se hallaba cerca del final de suexistencia, cansado de contemplaraquel mundo. A la izquierda del sol, yalgo más alta, había una única estrella,grande y luminosa. Aquéllas eran lasúnicas dos cosas que se podían ver enel oscuro firmamento; formaban ungrupo deprimente. Y en tierra, en todas

  • direcciones hasta donde alcanzaba lavista, se extendía una ciudad inmensaen la que no se veía ni un ser vivo. Ytodos los templos, torres, palacios,pirámides y puentes proyectabanlargas sombras de aspecto desastrosoa la luz de aquel sol marchito. En elpasado un gran río había discurrido através de la ciudad, pero el agua habíadesaparecido hacía ya mucho tiempo, yen aquellos momentos no quedaba otracosa que una amplia zanja de polvogris.

    —Contemplad bien lo que ningúnojo volverá a ver nunca jamás —anunció la reina—. Esto era Charn, lagran ciudad, la ciudad del Gran Rey, elasombro del mundo, tal vez de todoslos mundos. ¿Gobierna tu tío unaciudad tan grande como ésta,muchacho?

  • —No —respondió Digory.Estaba a punto de explicar que el

    tío Andrew no gobernaba ningunaciudad, pero ella siguió diciendo:

    —Ahora está en silencio. Sinembargo, yo he estado aquí cuando elaire estaba lleno de los ruidos deCharn; el sonido de las pisadas, elcrujido de las ruedas, el chasquear delos látigos y el gemir de los esclavos,el retumbar de los carruajes, y elgolpear de los tambores para lossacrificios de los templos. He estadoaquí, pero eso fue cerca del final,cuando el tronar de la batalla emergióde todas las calles y el río de Charnfluyó rojo. —Hizo una pausa y añadió—: En un solo instante una mujer laaniquiló para siempre.

    —¿Quién? —inquirió Digory convoz desfallecida; pero ya había

  • adivinado la respuesta.—Yo —declaró la reina—. Yo,

    Jadis, la última reina, pero la Reinadel Mundo.

    Los dos niños permanecieroncallados, temblando por el aire helado.

    —Fue culpa de mi hermana —siguió ella—. Me empujó a hacerlo.¡Que la maldición de todos losPoderes caiga sobre ella para siempre!Yo estaba dispuesta a firmar la paz encualquier momento; sí, y a perdonarlela vida también, si me hubieraentregado el trono. Pero no quiso. Suorgullo ha destruido el mundo entero.Incluso después del inicio de la guerra,se hizo una solemne promesa de queningún bando utilizaría la magia. Sinembargo, cuando ella rompió supromesa, ¿qué podía hacer yo?¡Estúpida! ¡Cómo si no supiera que

  • poseía más magia que ella! Inclusosabía que yo tenía el secreto de laPalabra Deplorable. ¿Pensaba acaso,pues siempre fue un ser débil, que nola utilizaría?

    —¿Cuál era? —quiso saberDigory.

    —Ése era el mayor secreto detodos los secretos —respondió lareina Jadis—. Desde tiemposinmemoriales los grandes reyes denuestra raza habían sabido que existíauna palabra que, si se pronunciaba conel ceremonial adecuado, destruiría atodos los seres vivos excepto al que lapronunciase. Sin embargo, los antiguosreyes eran débiles y blandos y,mediante terribles juramentos, seobligaron a sí mismos y a todos losque les sucedieran a no intentaraveriguar jamás cuál era esa palabra.

  • Pero yo la aprendí en un lugarrecóndito y pagué un precio altísimopor ella. No la usé hasta que ella meobligó a hacerlo. Intenté derrotarla portodos los demás medios posibles. Vertíla sangre de mis ejércitos como sifuera agua…

    —¡Sabandija! —masculló Polly.—La última gran batalla —

    prosiguió la mujer— se prolongóencarnizadamente durante tres díasaquí, en la misma Charn. Durante tresdías contemplé los combates desdeeste mismo sitio. No utilicé mi poderhasta que no hubo caído el último demis soldados, y la miserable mujer, mihermana, a la cabeza de sus rebeldes,había ascendido ya la mitad de esagran escalinata que conduce desde laciudad al mirador. Entonces aguardéhasta que estuvimos tan cerca que

  • podíamos vernos las caras. Susperversos y horribles ojos centellearonsobre mi persona y dijo: «Victoria».«Sí», respondí, «victoria, pero no parati». Entonces pronuncié la PalabraDeplorable. Al cabo de un instante yoera el único ser vivo bajo el sol.

    —Pero ¿y la gente? —preguntóDigory con voz entrecortada.

    —¿Qué gente, muchacho?—Toda la gente de a pie —dijo

    Polly— que no le había hecho a ustedningún daño. ¿Y las mujeres, los niñosy los animales?

    —¿Es qué no lo comprendes? —replicó la reina, que se dirigía siemprea Digory únicamente—. Yo era lareina. Todos eran mis súbditos. ¿Paraqué otra cosa servían si no era paracumplir mi voluntad?

    —Pues vaya mala suerte que

  • tuvieron —indicó él.—Había olvidado que no eres más

    que un muchacho vulgar. ¿Cómopodrías comprender las razones deEstado? Debes aprender, niño, que loque podría resultar incorrecto para ti opara cualquier persona corriente no loes para una gran reina como yo. Elpeso del mundo descansa sobrenuestros hombros, y por lo tantodebemos estar libres de toda regla. Elnuestro es un destino sublime ysolitario.

    Digory recordó de repente que eltío Andrew había usado exactamentelas mismas palabras, aunque sonaronmucho más solemnes cuando la reinaJadis las pronunció; tal vez se debieraa que su tío no medía más de dosmetros de estatura ni poseía unabelleza deslumbrante.

  • —Y ¿qué hizo usted entonces? —preguntó el niño.

    —Con anterioridad ya habíalanzado poderosos hechizos en laGalería que ocupan las imágenes demis antepasados, y aquellos hechizosposeían la facultad de hacer que yodurmiera entre ellos, como si tambiénfuera una imagen, sin necesitar comidani fuego, aunque transcurrieran milaños, hasta que llegara alguien,golpeara la campana y me despertara.

    —¿Fue la Palabra Deplorable laque hizo que el sol se volviera así? —preguntó Digory.

    —¿Cómo? —inquirió Jadis.—Tan grande, tan rojo, y tan frío.—Siempre ha sido así. Al menos,

    durante cientos de miles de años.¿Tenéis un sol distinto en vuestromundo?

  • —Sí, es más pequeño y amarillo.Y desprende mucho más calor.

    La reina profirió un prolongado«¡Aaaah!», y el niño vio en su rostroaquella misma expresión ansiosa ycodiciosa que no hacía mucho habíaobservado en su tío.

    —De modo que —dijo la mujer—el vuestro es un mundo más joven.

    Calló unos instantes para mirar unavez más la desierta ciudad —y silamentaba todo el mal que habíacausado allí, desde luego no lodemostró— y luego dijo:

    —Ahora, pongámonos en marcha.Hace frío aquí, en el fin de todas laseras.

    —Y ¿adónde vamos a ir? —preguntaron al unísono los dos niños.

    —¿Adónde? —repitió Jadis,sorprendida—. Pues a vuestro mundo,

  • desde luego.Polly y Digory se miraron

    estupefactos. Polly había sentidoantipatía por la reina desde elprincipio; e incluso Digory, ahora quehabía oído el relato, sentía que yahabía tenido bastante y no quería sabernada más de ella. Desde luego, no eraen absoluto la clase de persona que auno le gustaría llevar a casa, y aunquequisieran hacerlo, tampoco sabíancómo podrían. Lo que deseaban eraescapar, pero Polly no podía alcanzarsu anillo y, evidentemente, Digory nopodía marcharse sin ella. Digoryenrojeció profundamente y tartamudeó.

    —A… a… nuestro mundo. Nosabía que usted quisiera ir allí.

    —¿Para qué otra cosa te enviaronsi no era para venir a buscarme? —inquirió Jadis.

  • —Estoy seguro de que no legustaría nada nuestro mundo —declaróél—. No es la clase de sitio al que estáacostumbrada, ¿verdad, Polly? Es muyaburrido; no es digno de sercontemplado, en realidad.

    —No tardará en ser digno de sercontemplado cuando yo lo gobierne —respondió la reina.

    —Eh…, pero no puede —dijoDigory—. No se hace así. No ladejarían, ¿sabe?

    La reina le dedicó una desdeñosasonrisa.

    —Muchos grandes reyes —declaró— creyeron que podían oponerse a laCasa de Charn. Sin embargo, todosfueron vencidos, ¡y hasta sus nombreshan caído en el olvido! ¡Niñoestúpido! ¿Crees que yo, con mibelleza y mi magia, no podré tener a

  • todo tu mundo a mis pies antes de quehaya transcurrido un año? Prepara tussortilegios y condúceme allí deinmediato.

    —Esto es espantoso —dijo Digorya Polly.

    —Tal vez temas por ese tío tuyo —comentó Jadis—. Pero si me honracomo es deb