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Jean-Claude MALEVAL, Lógica del delirio,Barcelona, Serbal, 1998.

«Bien parece, entonces, que no hayaidea delirante en sí, sino únicamente suje-tos delirantes». Esta concisa fórmula,extraída de las primeras páginas del librode Maleval, resume como ninguna otra elpensamiento del autor.

«Sobre la contribución del psicoanálisis ala comprensión del delirio», podría ser otrooportuno modo de ofrecer un argumentogeneral que pueda atraer al lector, sea cualfuere su inclinación teórica dominante. Puesuno de los principales méritos del presentetexto reside en su virtual capacidad para serasimilado tanto por psicoanalistas fervientescomo por psiquiatras de biologicismo inco-rregible. O así me gustaría creerlo.

Imaginemos un mundo en el que los psi-quiatras (y psicólogos, claro está; valga laredundancia) conozcan enteramente lossaberes de la psiquiatría clásica, los brevia-rios supuestamente neutrales y descriptivosde las clasificaciones internacionales, losúltimos avances en psicofármacos, los des-cubrimientos de las neurociencias, losmodelos de la lingüística positivista y losrecursos cognitivo-conductuales. Suponga-mos, además, tirando de la cuerda de estautopía finisecular, que no sólo dominanestos conocimientos de tan elevado rango,sino que también, aunque parezca incon-gruente, la mayor parte de las veces acier-tan a aplicarles. ¿Faltaría todavía algúningrediente imprescindible para la vidaprofesional de nuestros personajes?

No me atrevo a responder con rotundi-dad. Pero ¿de qué recursos teóricos dispo-nemos que nos enseñen a hablar con losdelirantes, a conocer las necesidades lógi-cas que impone el delirio, a percibir conclaridad los miedos del psicótico, a adap-

tarnos en cada caso a la distancia variableque le conviene, a transformar técnicamen-te los principios humanitarios que nosguían, a respetar su pudor y su reserva, areconocer el origen de la pasión que lesimpulsa? Pues, realmente, creo que o sedeja uno trabajar mínimamente por el psi-coanálisis o nos será muy difícil llegar alpsicótico a través del delirio, que viene asignificar lo mismo que disponer de los re-cursos necesarios para apropiarnos de teo-ría y experiencia suficientes para enfren-tarnos a los dilemas enunciados.

Estudiar el delirio desde la función crea-tiva del sujeto y no sólo como efecto pasi-vo de un grano cerebral, sostener el sínto-ma como defensa más que como signopasivo de la enfermedad, percibir la pala-bra como manto del goce inconscienteantes que como un insignificante parloteo.He aquí una breve muestra de alguno de losatractivos que puede encontrar en el libro ellector interesado.

Donde sí puede tropezar el estudioso noprevenido será en los capítulos dedicadosal estudio del goce y la forclusión del nom-bre del padre. Como siempre, estas catego-rías lacanianas pueden ser utilizadas demodo terrorista, como armas intimidatoriasque se vacían en su inútil presunción, obien como un concepto bien armado ymejor argumentado que se muestra insusti-tuible para explicar buena parte de losfenómenos psicóticos. Maleval, pese a lasdificultades, ya que en ocasiones parecedirigirse exclusivamente a los más inicia-dos, forma parte sin duda del segundogrupo. De no ser así, buena parte del libroquedaría devaluada, pues aproximadamen-te la mitad del texto está dedicado al des-membramiento de los avatares del goce.

Anímense a la lectura los que piensenque el psicoanálisis, en especial el sacudido

CRÍTICAS

por Lacan, es hoy día la mejor reserva clí-nica de la psiquiatría clásica, y donde con-viene acudir de cuando a la espera de que laola positivista pase, si es para entoncesqueda aún algo que escuchar.

Consejo de Redacción (F. C.)

Diego GUTIÉRREZ, José M.ª IZQUIERDO, ElDr. Obrador en la medicina de su tiem-po, Oviedo, Bear, 1997.

El Dr. Gutiérrez, psiquiatra de larga tra-yectoria y que ha venido a jugar unrelevante papel en diferentes facetas ycampos de la Salud Mental, es uno denuestros profesionales vivos que conden-san en su vida intelectual y profesional unaparte importante de nuestra historia recien-te. Discípulo de Lafora, discípulo tambiénde Germain en el área de la Psicología,amigo y compañero de tantos otros, ha ve-nido a compartir y acompañar con discre-ción el protagonismo del nacimiento y de-sarrollo de disciplinas, especialidades yáreas de capacitación en nuestro país trasnuestra guerra civil (obtiene por oposiciónla 1.ª plaza de Psiquiatría de Marruecos, enTetuán, y posteriormente la del Hospitaldel Rey de Madrid; Profesor de Psicopato-logía Escolar en la Escuela Universitariade Psicología hasta la creación de las pri-meras facultades; Secretario de la Secciónde la Sociedad Española de Psicología;Redactor Jefe de la importante revista Ar-chivos de Neurobiología, Secretario de laAsociación Española de Neuropsiquiatríade la que es actualmente miembro de ho-nor autor de numerosas publicaciones): hacultivado la Psiquiatría, la Psicología, y enambas su faceta infanto-juvenil. Su talante,junto a su rigurosa formación y su cultura

humanística le colocan como autor que co-necta hoy con diferentes intereses, camposde actuación, disciplinas y líneas de cono-cimiento en la Salud Mental.

De su apertura hacia otros ámbitos,como la Neurocirugía, y del compromisoen la construcción de los Servicios Sanita-rios Públicos, da cuenta con la autoría deesta biografía del Dr. Obrador, realizadajunto con el Dr. J. M.ª Izquierdo, Catedrá-tico de Neurocirugía en la Facultad deMedicina de Santander y Jefe de Serviciode la misma especialidad en el Hospital deValdecilla, brillante neurocirujano que yamostró su orientación humanística en suHistoria de la Neurología clínica española(1882-1936), hijo de uno de los primerosneurocirujanos de España y «de la genera-ción de los últimos» de Obrador, como se-ñala en su elogioso prólogo el Dr. Castilladel Pino.

La biografía guarda a la perfección esacarga de verismo que sólo las que están rea-lizadas por quienes conocieron de cerca alprotagonista en su medio familiar y profe-sional parecen transmitir. Naturalmente, eleje del libro es la trayectoria del Dr. Obra-dor, pero se narra en una clave cercana, conun sinfín de datos, detalles y anécdotas queacompañan la admiración de los autorespor el biografiado, lo que permite al lectorun cierto descubrimiento del contexto uni-versitario, de la formación postgraduada deantes de la guerra civil, siempre vinculadaen estas materias a Cajal, a Lafora, a laJunta de Ampliación de Estudios –relacio-nada con la Institución de Libre Enseñan-za–, a las becas de la Junta para estudiar enrelevantes lugares del extranjero, que per-mite al Dr. Obrador situarse en Oxfordantes y después de la guerra y, apoyado porsu amigo Severo Ochoa y el empuje del Dr.Lafora se instala en Méjico donde sostiene

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una importante actividad y desde dondeviaja repetidamente a EE.UU. para ampliarsu formación. Finalizada la 2.ª GuerraMundial, vuelve a España y desarrolla unafebril actividad profesional empezando enla Clínica del Trabajo en la Avda. ReinaVictoria, de Madrid, donde organiza laNeurocirugía para los accidentes laboralesy, ayudado por Jiménez Díaz y en compa-ñía de Urquiza y Ley Gracia, en el marcodel franquismo, el núcleo de formación dela neurocirugía en España y de su desarro-llo: el Instituto de Neurocirugía, en unchalé del parque Metropolitano, al final dela Avda. Reina Victoria, en Madrid. La pos-terior y fundamental creación de la Socie-dad Luso-Española, de la que D. SixtoObrador fue el primer Secretario, resultóotro acierto.

Los autores, desde una perspectiva muyútil para representarnos el contexto deaquel tiempo, describen los hechos singula-res de la trayectoria del Dr. Obrador conuna importante riqueza de datos y de expre-sión de las actividades y de los servicios deneurocirugía que supo crear o de los queparticipó el ilustre cántabro, que se confi-gura como el verdadero protagonista delreconocimiento de la Neurocirugía comoespecialidad con identidad y entidad pro-pia. Esta es, en definitiva, la tesis que his-toriográficamente exponen los autores conestilo preciso desde un exhaustivo conoci-miento de la figura y obra que presentan.En suma creo no equivocarme al decir quees éste un libro de cuya publicación hayque felicitarse, sobre todo teniendo encuenta los pocos trabajos de contenidosemejante, tanto en temática como enenvergadura.

Begoña Olabarría

F. FUENTENEBRO, G. E. BERRIOS, A. I.ROMERO y R. HUERTAS (eds.), Dr. LuisMartín-Santos. Psiquiatría y cultura enEspaña en un Tiempo de Silencio,Madrid, Necodisne, 1999.

Secundando las inquietudes y propues-tas iniciales del Prof. Filiberto Fuentenebrode Diego, el contado número de socios quecomponen la Sociedad de Historia yFilosofía de la Psiquiatría han aunado susesfuerzos para ofrecernos este hermosovolumen que honra la memoria del escritory psiquiatra Luis Martín-Santos (1924-1964). Esta Sociedad ha querido exorcizarcon sus Primeras Jornadas ese «tiempo desilencio» que parecía haberse adueñadotambién de la truncada e incipiente obra dequien fuera en los años cincuenta una de lasmentes más preclaras del panorama psico-patológico español, uno de nuestros mástraducidos e investigados novelistas y unade las figuras más carismáticas y subyu-gantes de la posguerra.

Hijo de un cirujano militar, educado enuna familia católica afincada en SanSebastián, Luis Martín-Santos llegó aMadrid a finales de los años cuarenta paraformarse en Psiquiatría. A pesar de sutalento, de su ambición, de su capacidad yméritos, jamás consiguió una Cátedra dePsiquiatría; su militancia política en elPSOE le reportó, en cambio, tres detencio-nes y quien sabe cuántas desazones a él y asu familia. Murió demasiado joven a con-secuencia de un accidente de automóvil enenero de 1964; para entonces llevaba oncemeses viudo, tenía tres hijos y había publi-cado algunos libros que siguen reclamandoactualmente nuestra atención: la novelaTiempo de silencio, su tesis doctoralDilthey, Jaspers y la comprensión delenfermo mental, y Libertad, temporalidad

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y transferencia en el psicoanálisis existen-cial.

Evoca el Prof. Fuentenebro en la «Intro-ducción» de la obra que ahora glosamos unpasaje de Fedro muy apropiado para la oca-sión. Esas palabras puestas en boca deSócrates y referidas a quien «siembra pala-bras con fundamento (…) portadoras desimientes de las que surgen otras palabras»son perfectamente aplicables al homena-jeado. Buena prueba de ello fueron las die-ciséis intervenciones, publicadas ahora eneste libro colectivo, que destacan todasellas por su calidad expositiva y conoci-miento del asunto tratado. Página a página,disertación tras disertación, vemos confor-marse un abordaje holístico en el que senos brindan los trazos más indelebles de subiografía, así como el panorama psiquiátri-co y cultural de aquella España condenadapor la dictadura al «tiempo de silencio» y,finalmente, una mirada detallada sobre lascontribuciones más loables de este autor alpensamiento psiquiátrico.

Carlos Castilla del Pino, que había teni-do a gala escribir treinta años atrás un«Prólogo» memorable a Libertad, tempo-ralidad y transferencia en el psicoanálisisexistencial, nos evoca su peculiar recuerdode las relaciones que mantuvo con Martín-Santos. Con un tono por momentos desa-brido y discordante con el conjunto de losconferenciantes, Castilla del Pino se mideen su evocación con aquel joven donostia-rra al que conoció en Madrid a finales delos años cuarenta, cuando ambos se inicia-ban en la formación psiquiátrica. Siemprericas sus apreciaciones por ser él uno de losprotagonistas de nuestra historia de la psi-quiatría y por estar escritas con una inusualelegancia, da testimonio Castilla del Pinosobre la existencia de una obra psiquiátricainédita de Martín-Santos: unas trescientas

páginas a las que él puso prólogo e índice,y que se perdieron probablemente en la edi-torial de Carlos Barral.

Las interpretaciones de un personaje sonposiblemente tantas como los interlocuto-res a los que se les solicite opinión, advier-te de entrada en su conferencia José LuisMunoa. Amén de la influencia heideggeria-na –el pensamiento tiene sólo su realidaden el lenguaje–, recuerda este conferen-ciante una frase de José Antonio Primo deRivera que Martín-Santos acostumbraba arepetir: «El estilo es el hombre». Este ada-gio anima a Munoa a interrogarse sobre elestilo del homenajeado, remarcando el«juego de contrastes» que lo habitaba y queal mismo tiempo cultivaba: tras una apa-riencia bastante convencional se ocultabaun exquisito dandy intelectual. En lamisma línea prosigue la excelente exposi-ción de Bruno Rueda sobre el impulso cre-ador: la escritura se convirtió para Martín-Santos en una dimensión de su propia iden-tidad. Adornado con máximas muy bellas–«Así, la palabra es la plaza de la memoriay la literatura su realidad» (p. 37)–, Ruedadesentraña los motores primordiales delarte novelístico de nuestro autor: la curiosi-dad por los enigmas del hombre y de la cul-tura, la lucidez reflexiva y el lenguaje comosupremo protagonista.

Autor de una monografía que se ha coro-nado como referencia ineludible en esteámbito (Luis Martín-Santos. Historia de uncompromiso, 1995), Pedro Gorrotxategianaliza en esta ocasión la impronta queMartín-Santos ha dejado en la culturavasca, así como su participación en las ins-tituciones culturales vascas y sus relacionescon artistas e intelectuales. Las ideas ycompromisos políticos son examinados porJosé Ramón Recalde, quien considera lamilitancia socialista del ahora celebrado

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como una posición activa en la lucha anti-franquista; antes que revolucionario se ledebe considerar un reformista.

Tras estas apreciaciones sobre el perso-naje, sus ideales y su estilo, el texto que co-mentamos nos presenta cinco miradas sobreel panorama cultural, filosófico y psiquiátri-co en el que transcurrió la vida de Martín-Santos. Inmediatamente después de la brevedisertación de José Carlos Mainer queabunda sobre la actividad indagadora e ico-noclasta del psiquiatra donostiarra, el perio-dista y amigo Javier Pradera rememora al-gunas anécdotas y avatares de las que extraejugosas relaciones entre la actividad políticay literaria. Así, por ejemplo, el conferen-ciante advierte que Martín-Santos escribiósu Tiempo de silencio mientras permanecíaen régimen de prisión atenuada y suspendi-do de empleo y sueldo como director delPsiquiátrico de San Sebastián. Centrándoseen la psiquiatría española entre los años1946 y 1960, Juan Casco Solís continúadesplegando su propuesta sobre los perío-dos que es posible demarcar en la psiquia-tría española del franquismo. Con gran lujode datos, Casco analiza el «Período de Insti-tucionalización» que coincide casi por com-pleto con los años en que Martín-Santos de-sarrolló su actividad profesional. Carlos Pa-ris, por su parte, recrea el panorama culturaly literario de la España de los años cincuen-ta, su ambiente universitario, su bohemia.Esa generación de la posguerra, remarca Pa-ris aludiendo al homenajeado, «(…) no sedejó domesticar. (…) Y es que la libertad yla creatividad humanas, definitivamente,están llamada a triunfar sobre la violencia yla represión» (p. 142). El ámbito filosóficoes abordado por Gustavo Bueno a partir, có-mo no, de una minuciosa exposición sobrelas variaciones que pueden considerarse dela fórmula «tiempo de silencio».

Se llega así a la última parte del textoque versa sobre la obra psiquiátrica deMartín-Santos. Con la solvencia y preci-sión que le caracteriza, Ángel González dePablo traza un perspectiva diacrónica delsentido de la enfermedad, considerando ala par sus trabajos psiquiátricos y su obraliteraria. Señala González de Pablo lasvariaciones que se producen sobre este par-ticular desde sus primeras publicaciones–en especial su artículo epistemológico«Fundamentos teóricos del conocer psi-quiátrico», 1955– hasta sus obras postrerasTiempo de silencio (1961) y Libertad, tem-poralidad y transferencia en el psicoanáli-sis existencial (1964). A las inicialesinfluencias de K. Jaspers y K. Goldstein seañadirán posteriormente las de Freud y, enespecial, el análisis existencial de Sartre. Yen esa progresión, la visión de la locura–considerada en un principio «vacío huma-no» y «fallo de la libertad»– a la que noobstante es posible acercarse comprensiva-mente, irá conformándose paulatinamentecon factores provenientes del medio socialy de conflictos intrapersonales. Una nuevaintervención de Jesús Alberdi Sudupe,situada en la última parte de este texto,aborda con más detalle la epistemologíapsicopatológica o teoría del conocer psi-quiátrico en la obra del autor que aquí seglosa.

Espinoso donde los hubiera es el temaque tocó en suerte a V. Corcés: la relacio-nes de Martín-Santos con el psicoanálisis,o, para decirlo con otros términos, de quépsicoanálisis se trata en este caso. Tras des-brozar de componentes inanes la situacióncultural, política y social de aquellos años,se reta Corcés a perfilar la cuestión antesapuntada. Las conclusiones que nos aportatienden a considerar la permanente con-frontación, presente en nuestro autor, del

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análisis existencial de corte sartreano conen análisis freudiano. Tal confrontaciónparece resolverse con un anhelo de com-pletar la filosofía fenomenológica con losplanteamientos psicoanalíticos. La exposi-ción de Ángeles Roig Moliner, a continua-ción, se refiere al aspecto más concreto ymenos arduo de los delirios. Desarrollandoel prólogo de Castilla del Pino «La obrapsiquiátrica de Martín-Santos» al que anteshacíamos referencia, Roig revisa las consi-deraciones sobre los delirios contenidas enlos artículos sobre las psicosis alcohólicas,las epilepsias y los estudios basado en testsproyectivos. Ciertamente, como advierte laautora, el manifiesto interés de Martín-Santos por el análisis cualitativo de lascaracterísticas de la vivencia delirante estápor completo influido por la orientación dela escuela de pensamiento fenomenológi-co-existencial.

Cierran el presente libro las intervencio-nes de los profesores Pedro Laín Entralgo yGermán Berrios. Con la elegancia y eldonaire que le han hecho célebre, LaínEntralgo plasma su recuerdo de cómo y porqué Martín-Santos se acercó a él parapedirle que dirigiera su tesis doctoral. Suspalabras evidencian admiración por sujoven doctorando, por cuanto logró realizary por cuanto dejó inacabado. Antes queconsiderarse su «maestro» se reconocecomo «incitador»; es decir, aquel que consu obra, con lo que dice o con lo que escri-be, «(…) incita a los demás a realizar, ellosmismos, por sí mismos, su propia obra» (p.255). El texto de Germán Berrios, profesoren la Universidad de Cambridge y editor dela revista History of Psychiatry, desdecuyas páginas se ha reivindicado en másuna ocasión el pensamiento psiquiátrico delhomenajeado, cierra este nutrido conjuntode trabajos. Pasa revista en sus páginas a

las interpretaciones que Martín-Santos rea-lizara de las categorías diltheyanas, paracentrarse finalmente en un tema que domi-na como pocos: la noción de «compren-sión» en Dilthey, Jaspers y, por supuesto,Martín-Santos.

Bienvenido sea este libro; bienvenidassean las palabras que contiene si ellas nospermiten seguir levantando permanente-mente el manto que recubre cualquier«tiempo de silencio».

José María Álvarez

Rafael HUERTAS, Carmen ORTIZ (eds.),Ciencia y fascismo, Madrid, DoceCalles, 1998.

Desde su afianzamiento positivista en elsiglo XIX, el pensamiento científico hadesempeñado una influencia esencial en lainterpretación de la situación del hombreen el mundo y en la interpretación de laestructuración de la sociedad. En los últi-mos doscientos años los regímenes políti-cos totalitarios, en especial los llamadosfascistas, han tratado de incorporar elemen-tos del discurso científico para legitimar suparticular idea de las desigualdades socia-les, tanto las preexistentes como las creadaspor ellos mismos, pretendiendo revestirlasde una esencia «natural». Especialmenteproclives a este aprovechamiento perversohan sido las ciencias biomédicas por sufacilidad para generar las supuestas «verda-des» en que se basa el determinismo estric-tamente biologicista, pero también otrasdisciplinas, como la antropología en cual-quiera de sus vertientes e incluso la historiadel arte, han fabricado queriendo o sin que-rer munición para esos sistemas. Delmismo modo que no han dudado en violen-

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tar voluntades o libertades que se opongana su arbitrio, los fascismos no han titubea-do en forzar el rigor racionalista y objetiva-dor de la ciencia mediante el irracionalismomás oportunista, inventando «tradiciones»,pasados gloriosos, razas superiores, desti-nos guiados por los dioses y cualquier cosaque en cada momento les haya convenido.Ese discurso pseudocientífico, añadido alas racionalizaciones xenófobas facilitadaspor la globalización del sistema radical demercado libre y a la exaltación de la identi-dad mal entendida favorecida por ciertosposicionamientos nacionalistas, reapareceen las eclosiones neofascistas observadascon creciente frecuencia en los países occi-dentales durante los últimos quince años.

El libro que reseñamos tuvo su origen enun oportuno seminario celebrado en mayode 1996 en el CSIC, organizado por los De-partamentos de Antropología y de Historiade la Ciencia. La colaboración de investi-gadores provenientes de distintos enfoques(historia, antropología, medicina, lingüísti-ca, arte, etc.) ha buscado también mostrar«una tipología de casos representativosque, abarcando distintas comunidades cien-tíficas, países y momentos históricos –des-de la Cuba pre-revolucionaria hasta la Italiade Mussolini o la Francia de entreguerras,pero con una especial atención a la Españafranquista– permitiera estudiar las implica-ciones y condicionantes sociopolíticos quesubyacen con carácter general en este tipode sistemas y que afectan al trabajo investi-gador y a su reflejo social», como dicen enla Introducción los editores. Este volumencolectivo parte explícitamente de una posi-ción ética de todos sus autores ante el fenó-meno fascista y sus repercusiones, de modoque sin perder la distancia en la presenta-ción y evaluación de los datos históricos elgrupo no renuncia al compromiso social de

desenmascarar los excesos fascistas, sibien, y muy profesionalmente, pone los lí-mites de su estudio exclusivamente dentrodel terreno propio de la historiografía.

Los cuatro capítulos iniciales están dedi-cados a ejemplos extranjeros. En el prime-ro de ellos Consuelo Naranjo y MiguelÁngel Puig-Samper estudian el debateplanteado en la antropología cubana deprincipios del s. XX respecto a las relacio-nes entre raza y delincuencia. Sin salir desuelo hispanoamericano, Juan J. R. Villa-rías razona la trayectoria del peruano Joséde la Riva-Agüero, intelectual liberal–incluso encarcelado por serlo– que evolu-cionó hacia posiciones políticamente totali-tarias llevado por una conversión al esen-cialismo etnológico en sus reflexionessobre la raza inca. La «biocracia» deEdouard Toulouse (1865-1947) es objetode la atención de Ricardo Campos, seña-lando cómo los higienistas en general yToulouse en particular impulsaron peligro-samente las ideas eugenésicas, aunqueéstas no llegasen a alcanzar en Francia lassangrientas aplicaciones que tuvieron en laAlemania nazi. El cuarto capítulo, deMercedes del Cura, muestra a través delllamado Código Rocco –vigente en Italiaen 1931, pero elaborado en sucesivos envi-tes desde 1919– cómo la colaboración entreel fascismo, el positivismo, las cienciasmédicas y las jurídicas, puede originar uncódigo penal excesivamente defensista dela sociedad frente a las libertades indivi-duales, sobre todo cuando éstas son arbitra-riamente tipificadas como delictivas poraparatos legisladores no democráticos.

El segundo bloque de trabajos recopila-dos en Ciencia y fascismo toca temas espa-ñoles, aunque Luis Sánchez Gómez incluyenecesariamente a Portugal en su estudio delos «Contextos y práctica de la Antropolo-

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gía ‘oficial’ en los fascismos ibéricos». Losdemás autores se dedican a historiar diver-sos aspectos de algunas ciencias durante elfranquismo, desde la época previa a sulevantamiento contra el orden constitucio-nal hasta los primeros años de la autarquía,pasando, claro está, por la Guerra Civil.Ante el lector se extiende la panoplia que«el Movimiento» puso en marcha para legi-timar su política de exaltación «nacional»,maquillando elementos tomados de laeugenesia (estudiados por Raquel Álvarez),de la medicina social (por Isabel JiménezLucena), de la psiquiatría (Rafael Huertas),del folklore (Carmen Ortiz), del arte y laarquitectura (Javier Portús), y hasta de lamismísima Prehistoria (Gonzalo RuizZapatero). Finaliza el libro con un ensayode Francisco Castilla Urbano sobre algunade las ideas de Julio Caro Baroja, figurasobradamente conocida que, al menos enlos últimos años del franquismo, dio testi-monio de que se podía subsistir como inte-lectual «no orgánico» y realizó justificadascríticas contra el concepto de «carácternacional», tanto el referido al ámbito estatalcomo el de los nacionalismos regionales.

Eludimos casi a propósito entrar en eldetalle de los capítulos de este segundobloque. Uno de los editores, Rafael Huertas(ver su Entrevista, en este mismo número),ya ha señalado con elegancia alguna de lasdificultades que la gente de cierta edadpuede encontrar a la hora de historiar o va-lorar estudios históricos acerca del fran-quismo, pero dar la voz a sus figuras hege-mónicas puede ser suficientemente explíci-to. Nos hablan de un «Imperio solar» quehabía sido enterrado en un «mundo cobardey avaro» por «las hordas sin patria y sinDios», desenterrado al fin por un Caudilloque tenía «manos de sultán», cuya imagenera venerada junto a la de la Virgen María

«en el Altar Mayor, del lado de la Epísto-la». Un país cuya unidad nacía en la Prehis-toria y se mantenía incólume ante cualquieramenaza, incluso la del tiempo, resistiendoy rechazando sucesivas invasiones gracias auna raza que quintaesenciaba lo mejor de locéltico y de lo ibero, la raza castellana o es-pañola, que trascendía fronteras sustentán-dose en una sola lengua común en la querezaba al solo Dios verdadero, el cual ben-decía con descubrimientos, triunfos guerre-ros, etc., etc., cualquier cruzada que tal et-nia emprendiese. Una raza que asimilaba«a dentelladas lo mismo las tierras vecinas,que los favores de las mujeres, que la beati-tud de Dios», raza generada por la casta co-yunda de «monjes-guerreros», «varones vi-gorosos aptos para la guerra y para la ca-za», con «madres robustas y hembrasprolíficas», a las cuales la psiquiatría impe-rante recomendaba apartar del trabajo fueradel hogar, pues «los oficios hombrunos»hubieran inducido a esas mujeres «al alco-holismo, el tabaquismo [...] con perjuiciode la raza», que podría en tal caso degene-rar y contaminarse con enfermedades tipifi-cadas oficialmente, tan perniciosas como elmarxismo, el liberalismo o la libertad depensamiento. Teniendo «la maternidad co-mo suprema razón de su existencia» y dota-das de un útero que la sanidad pública –yotras Fuerzas del Orden– velaban para quefuese lo más fértil posible, tales hembras notenían pues nada que envidiar a sus ma-chos, ornados a su vez de «las más elevadasfunciones psíquicas, las elevadas funcionesde la inteligencia, del pensamiento creador,el genio artístico», cualidades que –comoafirmaba la psiquiatría nacional– «están li-gadas a las hormonas sexuales masculinasy representan verdaderos atributos del va-rón». Pero dejemos ya los ejemplos: falan-ges de ellos, con sus correspondientes refe-

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rencias bibliográficas, se alinean en perfec-ta formación en este libro.

Por centrarnos en el tema que más puedeconcernir a esta revista, la psiquiatría delfranquismo, que sólo muy recientementecomienza a ser historiada, se concretó en«un discurso científico caracterizado por lasimplicidad, la arbitrariedad y la negacióndel sujeto» (J. Casco, citado por Huertas), ysobre todo porque sus capitanes constituye-ron dentro de la profesión «una élite mino-ritaria y aristocratizante, que se presentabacomo poseída del saber psiquiátrico, delpoder técnico, y que además se encontrabaen la mejor posición para asumir la ideolo-gía del Nuevo Estado español [...]. Losdemás psiquiatras tenían que sometersefielmente al liderazgo de esa minoría privi-legiada, tenían que seguir fielmente suslecciones y teorías, aceptando a ciegas elprincipio de autoridad científica de susmaestros» (González Duro, ídem).

A los lectores más jóvenes quizás aque-llas voces les parezcan psicofonías proce-dentes de un país imaginario o muy remotoen el tiempo. Quienes crecimos en esaépoca no tan lejana, hoy ya –pero ¿deltodo?– superada, seguiremos sintiendo alevocarla el sabor acre de la intoxicaciónideológica continua a la que estuvimosexpuestos años y años, vehiculada por unaparato propagandístico permanente que seinfiltraba en cromos y tebeos, canciones,poesía, cine, radio, prensa y libros, por nodecir nada de la mismísima Universidad.Mal sabor de boca que obras como ésta,facilitando el reconocimiento de indicado-res sociales de peligro, impidiendo que sesepulten en el olvido y quizá contribuyen-do a su prevención si fuera el caso, ayudana endulzar.

Ramón Esteban Arnáiz

M. AGUIAR, Teatro Espontâneo e Psico-drama, São Paulo, Agora, 1998.

Dar la bienvenida a un libro de TeatroEspontáneo es como hacer de presentadoren una sesión teatral, donde se interpreta elclásico Gran Teatro del Mundo, del Siglode Oro español de la literatura, justo cuan-do el imperio colonial se iba abajo. La ale-gría es múltiple, primero porque es unaobra realizada por un gran profesional yamigo, Moyses Aguiar es psicólogo, psico-terapeuta y socioterapeuta, especializadoen psicología del arte y psicodrama. Ensegundo lugar porque este libro forma partedel proyecto editorial de traducir al españole inglés varias obras de psicodrama deautores destacados brasileños, esta expan-sión es una justa recompensa a la potenciadel psicodrama en Brasil, máxima potenciamundial en dicho campo y que ya se nutrede un amplio elenco de autores, sin tenerque verse constreñida a las traducciones deautores extranjeros. En tercer lugar porqueya era hora que el libro de Jacob LevyMoreno, Teatro de la espontaneidad, reedi-tado en vida del autor hace ya bastantesaños, tenga una actualización y revisiónexhaustiva y práctica. En cuarto lugar, elautor escribe como práctica; con claridad,amenidad, rotundidad, no exenta de polé-mica, y afán clarificador y didáctico.

El libro se lee como una gran lección debuenhacer, entra con facilidad por la retinay uno se imagina realizando Teatro Espon-táneo, bien como Actor Auxiliar, Protago-nista o Director. Nos lleva con facilidaddesde los inicios del Teatro Espontáneo alos Instrumentos y Fases de la sesión deTeatro Espontáneo. Su sabiduría y expe-riencia se muestran en la claridad de susdescripciones y en la urdimbre de sus con-cepciones, que crean una alfombra donde

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el Teatro Espontáneo fluye con facilidad ycreatividad. Si alguien pretende buscar algodistinto que una profunda reflexión sobre lapráctica, la cual influye en los cambios teó-ricos, es mejor que no busque en este libro,donde se habla desde muchos referentes,pero no se encontrará ninguna referenciabibliográfica. A mí me parece más unaenseñanza en acción, que una conserva cul-tural. Me recuerda a los grandes maestrosque resumen lo aprendido y trasmiten susaber a los discípulos de forma sencilla ytransparente. No tiene necesidad de refu-giarse en un lenguaje críptico e ininteligi-ble o en una armazón sofisticada que, amodo de peana, le preserve del contagio delos ignorantes. Moyses por el contrarioaprende y enseña a y de los que no saben;esa es su virtud, la humildad, para recono-cer que quien sabe es el que se expone en laescena y no el muchas veces endiosadodirector.

Hombre polémico que repudia los auto-ritarismos dogmáticos, a veces hechos ennombre de las mayorías, muestra su prefe-rencia por la esencia del anarquismo. Esteno es desorden ni caos, sino dar a cada unosegún sus necesidades, lo que está muylejos del igualitarismo a ultranza comunis-ta o las enormes desigualdades capitalistas.Este rasgo le sitúa en minoría y, por lotanto, en una posición difícil, sobre todocuando promete que no va quedarse impa-sible ante las situaciones que encuentrecontrarias a sus ideales.

Su pasión desbordada por el TeatroEspontáneo le hace caer en una repeticiónque más que otorgar señas de identidad almismo le diluye y confunde con otras for-mas de trabajo. Así sucede cuando en elúnico Gráfico sitúa el Teatro Espontáneo enel origen de las terapias dramáticas y comoentidad hermana del Psicodrama, Socio-

drama-Axiodrama y Teatro Espontáneo;hasta el punto que he pensado que podía serun defecto grave de imprenta. No se puedeser el padre y el hijo, salvo que se traspaseel tabú del incesto; por eso propongo queen la parte inicial se sitúe el Teatro de laEspontaneidad y como hijo al TeatroEspontáneo junto con las otras creacionesde Moreno, directamente derivadas de laprimera forma de trabajo. Aunque definecon rigor y claridad, no diferencia el TeatroEspontáneo del Teatro Psicoterapéutico,también conocido como Psicodrama. Denuevo esta falta de límites perjudica, másque beneficia, el desarrollo del TeatroEspontáneo. La modificación propuesta,que hermana Psicodrama, Sociodrama yAxiodrama, Teatro Espontáneo, señala lospolos diferentes: terapéuticos, sociales yteatrales de cada una de las intervenciones,sin que ello signifique que no pueda hacer-se un Juego de Roles en un Psicodrama oun Psicodrama en un Teatro Espontáneo,etc. Lo que suele suceder en la práctica,pero que por motivos didácticos debe dife-renciarse en la Teoría, salvo que se corra elriesgo de igualar, sin adecuación a la situa-ción particular, todas las prácticas nacidasde la Espontaneidad. Así pueden destacarsetodas las aportaciones que el TeatroEspontáneo hace al Psicodrama: mejor usode los recursos teatrales escénicos (luz,máscaras, vestuario, sonidos, etc.), caldea-miento para el papel de actor, focalizaciónen los diversos protagonistas de la dramati-zación, promoción de la creatividad delintérprete, como un acto de salirse de símismo, para retornar a él cuando deja deinterpretar el papel, la importancia delpúblico en la creación de la historia a repre-sentar, etc.

No podía faltar en una obra basada en laexperiencia una reflexión sobre la teoría,

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con unas aportaciones muy interesantessobre la Contratransferencia y el Procesa-miento en Psicodrama.

Se trata de un libro indispensable paralos que se inician en el Psicodrama, porquesu estilo es claro y conciso y fundamentalpara los que deseen conocer esa modalidadtan creativa que es el Teatro Espontáneo.

Para el Psicodramatista experto muchosconceptos no serán novedosos, pero apor-tan una visión personal que enriquece elconocimiento y revisa muchos conceptos.Los sitúa en el ámbito correcto que es elinteraccional. Se observan influencias sis-témicas y constructivistas que enriquecenlas aportaciones y son sugeridas con clari-videncia. Por último, sólo la revisión quehace del Teatro Espontáneo merece la aten-ción de todo aquel que realice Psicodramay de los Directores de Teatro, porque sussugerencias va a mejorar e impulsar unapráctica más flexible y creadora.

José Antonio Espina Barrio

Sebastian BRANT, La nave de los necios,Madrid, Akal, 1998.

Nieto de un vinatero e hijo del propieta-rio de un mesón, Sebastian Brant (Estras-burgo 1458-ídem 1521) pertenece a la épo-ca de transición entre el final de la EdadMedia y los inicios de la Edad Moderna, enparticular a la primera generación de huma-nistas alemanes de la región del alto Rin.Su madre, viuda desde que Sebastian cum-plió los diez años, le inculcó un carácterserio y rigorista así como una acusada ten-dencia a la moralización. En 1475 comen-zó a estudiar Humanidades en Basilea, tra-bajando al tiempo como criado del profesorJacobo Hugonis pues sus recursos econó-

micos eran escasos. Posteriormente estudióDerecho Civil y Canónico –aunque hubiesepreferido la Teología– y obtuvo licenciapara enseñarlos en 1484, labor que compa-ginó con la enseñanza de Poética en laFacultad de Humanidades, llegando al másalto grado académico («doctor en los dosDerechos») en 1489, y a partir de entoncesdisfrutó de una vida desahogada. En 1485había contraído matrimonio con ElisabethBurg, con la que tuvo siete hijos, y en 1492fue nombrado decano de la Facultad deLeyes. Excelente profesor, ejerció tambiéncomo abogado pero sin renunciar a una desus más fuertes inclinaciones: la imprenta yla edición. En 1500 regresó a Estrasburgo,donde trabajó como asesor jurídico munici-pal, y desde 1503 hasta el año de su muer-te como cronista de la ciudad, cargo demuy alto rango cuyas auténticas funcioneseran las de secretario y asesor del Ayunta-miento. El emperador Maximiliano I leconcedió el rango de Consejero Imperial yConde palatino.

La amplísima obra de este escritor ypensador humanista comprende, junto aalgunos escritos de contenido jurídico, tra-ducciones de textos de la Antigüedad clási-ca y la Edad Media, además de numerosospoemas de contenido religioso, moralizan-te e histórico-político. Participante en elentonces ácido debate sobre la cuestión delos universales, Brant se colocó del lado delos «realistas» aunque mantuvo relacionesde amistad con el bando contrario «nomi-nalista». A través de sus textos se deja verun autor católico que permaneció al mar-gen de las influencias de la Reforma, ypolíticamente conservador, fiel a la idea delImperio y admirador –aunque algo crítico–de Maximiliano I.

Su obra más conocida es Das Narren-schiff (La nave de los necios), editada en

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Basilea en 1494, sátira moral escrita enpareados y en alemán, a lo largo de la cualse expone ante el lector un panorama detodas las actitudes negativas del ser huma-no. Se sitúa al comienzo de la tradición dela denominada Narrenliteratur (‘literaturade locos’), que se desarrolló entre los siglosXVI y XVIII. Consta de 2.079 versos deritmo yámbico y se inspira en una viejacostumbre carnavalesca alsaciana. Elpoema tiene 112 capítulos y un epílogo, yfue traducido a casi todas las lenguas euro-peas, generalmente sobre la versión latinade su discípulo Locher. Su influencia sedejó sentir en el Elogio de la locura deErasmo, y al parecer inspiró al Bosco Lanave de los locos que se conserva en elLouvre.

La edición que comentamos es la prime-ra en lengua española (hubo una en Burgos,en latín, hacia 1502). Antonio RegalesSerna, doctor en Filología Alemana y espe-cialista en el Medievo (a él se debe la ex-celente edición del Parzival de Wolframvon Eschembach, aparecida este año enSiruela), ha llevado a cabo una cuidadosatraducción precedida de un extenso estudiointroductorio en el que detalla las caracte-rísticas de la época, sus coordenadas cultu-rales y la biografía de Sebastian Brant, asícomo las sucesivas ediciones de La nave...y la procedencia de las ilustraciones, en sumayoría de Durero y todas reproducidasaquí.

Aunque los antecedentes literarios de laNarrenschiff pueden remontarse a laOdisea, no es ajeno a la historia de la locu-ra el dato de que en la transición hacia elRenacimiento y durante siglos después, loslocos fueron detenidos y deportados encarretas, y a veces en barco, de unas ciuda-des a otras o hacia destinos peores que eldestierro. La carreta y el barco figuraban en

la portadilla original. Por supuesto, Brantno es un historiador de la locura ni preten-de serlo, su propósito es eminentementedidáctico y ejemplificador; laico, por asídecir, en la primera parte del libro, y másreligioso en la segunda, por ello más cansi-na. Imaginando que todos los locos embar-can hacia Narragonia, especie de País deJauja, la locura que versifica Brant es unalocura moralizada: cada loco o grupo deellos simboliza un vicio, un defecto o unpecado, y representa a una clase o estamen-to social. Así, la fatuidad, la intemperancia,la maledicencia, la liviandad, la prodigali-dad y más de un centenar de «necedades»en buena medida intemporales, son perso-nificadas por clérigos y laicos, doctos eignorantes, abogados y querulantes, médi-cos y enfermos, cazadores, prestamistas,mesoneros, constructores, etc., sin que detal recuento se libre ni el mismo autor, quese retrata en el primer capítulo con unautoirónico dictamen, «el primer danzantesoy en el baile de los necios, pues sin pro-vecho muchos libros tengo, que ni leo nientiendo», advertencia que no deberíamosnunca perder de vista los frecuentadores deesta bibliófila sección.

Ramón Esteban Arnáiz

Max NORDAU, Fin de siglo, Jaén, DelLunar, 1999.

Las ediciones Del Lunar están recupe-rando, en versiones excelentes, una serie detextos y autores relacionados con la psi-quiatría o con la psicología, de los quehabrá que dar cuenta sucesiva. Destacamosaquí, de antemano, La inmortalidad huma-na de William James; unos Escritos deGroddeck y un extenso estudio sobre éste,

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Georg Groddeck, el soñador de mundos, deÁngel Cagigas; así como un ensayo deCharcot y Richer, Los endemoniados delarte. La seriedad y el rigor destacan en estajoven empresa librera giennense.

Max Nordau (1849-1923), nada conoci-do hoy en España, se doctoró en medicinaen Budapest, su ciudad natal, para luegoinstalarse y ejercer su profesión en París,desde 1880. Su actividad como periodista ycomo político –sucedió a Herzl, en 1905,en la cabecera del movimiento sionista–, lehicieron muy célebres por entonces: Lasmentiras convencionales de nuestra socie-dad, de 1883, tuvo en ese año diez edicio-nes; y su eco fue inferior al de este librorescatado, Fin de siglo, que es una partefundamental de las cinco que componen laobra Degeneración, aparecida en Berlín en1892 y 1893, culminando medio siglo dediscusiones sobre la degenerescencia(Entartung). Había sido traducida por N.Salmerón en la Biblioteca Científico-filo-sófica a principios de nuestra centuria, yahora disponemos en castellano de estamisma versión, con una mínima moderni-zación ortográfica.

Max Nordau es un fustigador de lamoral fin-de-siècle, y para ello extrae susenergías de la Hungría preindustrial, apesar de su admiración por las Luces, y uti-liza las armas de Lombroso. En sus tesisregenerativas late el anarquismo utópico,una visión apocalíptica sobre el crepúsculoeuropeo y toda la psiquiatrización de la cul-tura de entonces. El genio es su foco deatención, y para él, el arte europeo coetá-

neo ejemplifica una decadencia burguesíageneralizada: ataca a Zola, a Ibsen, aMaeterlinck o a Wagner porque expresan la«impotente desesperación de un enfermocrónico».

Su lombrosismo declarado y su rechazodel mejor arte de la segunda mitad del sigloXIX no parecen situarle en buen lugar. Y,sin embargo, la gracia de este panfleto lite-rario, aparte de su escritura suelta y del artede sus adjetivos desdeñosos (que sintetizanbien un tiempo de grandes incertidumbres),estriba en dar un ejemplo vivo de alguienidentificado con el mundo médico-científi-co, tan exento de humor, de la segundamitad de siglo: síntomas, diagnóstico, etio-logía son los rótulos de los capítulos; y elTratado de las degeneraciones de Morel,de 1856 (con sus estigmas, deformidades,desviaciones, vicios), El hombre de geniode Lombroso y una cadena de textos deMaudsley, Krafft-Ebbing, Roubinovitch,Legrain, Charcot, Colin, Falret, Lasègue(«el genio es una neurosis»), Féré, Binet,etc., son sus biblias. El librito de Nordau,por un lado, curiosamente, dado su pesi-mismo, es buena muestra del arte fin-de-siècle o del aire del tiempo que pretendeatacar y, por otro, «su» campo psiquiátricolleno de matoideos, grafómanos, asimétri-cos y monomaníacos de toda laya ejempli-fica casi al milímetro esa sintomatologíadel desorden que Foucault ha descrito enLos anormales.

Consejo de Redacción (M. J.)

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I. El eje de la atención de MichelFoucault fue el estudio de las normas socia-les unido indisociablemente al análisis deldesarrollo de ciencias particulares. Y estapersonal conjunción estuvo determinadapor su fuerte anclaje en la historia. Foucaultdestacaba siempre –e incluso las subrayabaespecíficamente, para desesperación de susdetractores– los rasgos diferenciales decada articulación histórica entre regla yciencia; esto es, el modo distinto con que,en cada una de las etapas clave de la socie-dad moderna, se establecen relaciones con-cretas entre las pautas de comportamiento ylas teorías y prácticas científicas.

Pero esos vínculos indirectos que fueestableciendo entre disciplina científica yproceso de normalización contemporáneafueron revisados por él una y otra vez encientos de páginas. Y tal revisión tiene aúnhoy un complemento inédito: el importanteseminario Les anormaux (París, Gallimard/ Le Seuil, 1999), donde el gran intelectual–desaparecido en plena madurez hace quin-ce años– analiza, con argumentos y datoshasta ahora sólo recordables por sus oyen-tes, la pugna entre una parte de la cienciadecimonónica y la definición coetánea deanormalidad.

En 1997, apareció ya en Francia unaimportante publicación, «Il faut défendre lasociété», que era el punto de arranque parala fijación definitiva de los cursos que,entre 1971 y 1984, el filósofo e historiadorfrancés dio en el Colegio de Francia. Seiniciaba así una nueva «futura obra» deFoucault, que estará formada por trecevolúmenes. Pues bien, con un ritmo ade-cuado al rigor del empeño, dos años des-pués sale a la luz el segundo volumen de laserie, Les anormaux, que precede en un añoal curso anterior, pues corresponde a losmeses iniciales de 1975 y por tanto a un

momento crucial de la obra foucaultiana.El texto ha sido rigurosamente preparadopor Valerio Marchetti y Antonella Salo-moni, de nuevo dos italianos –profesoresde historia en Bolonia y en Siena respecti-vamente–, mientras que se mantiene, porsupuesto, la dirección global y amistosa deFrançois Ewald y Alessandro Fontana.

Una vez más, el resultado es ejemplar: latrascripción es excelente, el epílogo sobreel estado del material foucaultiano es tanriguroso e informativo como claro y discre-to. Pero, sobre todo, las casi quinientasnotas que acompañan aquí a las palabras deFoucault dan una panorámica inesperada y,en verdad, esclarecedora de las fuentesempleadas por el conferenciante para laredacción de sus manuscritos, tanto de lasclases públicas como de las obras másconocidas sobre la prisión, la sexualidad yla psiquiatría editadas por esos años. Lamayoría de las fuentes –toda la psiquiatríadecimonónica está citada en Les anor-maux– han sido, pues, localizadas; y, gra-cias a las informaciones suministradas porlos albaceas testamentarios, se está segurodel recorrido bibliográfico foucaultiano enla culminación de la segunda etapa de sucarrera, asunto tanto más importante porcuanto, como es bien sabido, sus libros deesos años ofrecían a lo sumo una bibliogra-fía muy escasa.

II. Esta etapa foucaultiana evidente-mente estuvo centrada en el mundo de laprisión y de la psiquiatrización contempo-ráneas –que le ocupará plenamente entre1971 y 1976–, justo antes de sumergirse ensus análisis del biopoder y de la mentalidadde gobierno, y antes también, sin duda, desu brusco giro hacia el estudio de la mora-lidad antigua que le va a ocupar desde 1980hasta su muerte.

LA CIENCIA Y LOS ANORMALES

Por supuesto que esta indagación tienepuntos de contacto con la, ya legendaria,Historia de la locura, su obra inicial quehabía llamado la atención desde 1961. Puesesta historia «mítica» de nuestra humaniza-ción progresiva tras la Revolución france-sa, decía allí Foucault, implicó unas opera-ciones que organizaron, simultáneamente,«el mundo del asilo, los métodos de cura-ción y la experiencia concreta de la locu-ra». En torno a 1789 –según muestran laspáginas capitales de esa reconstrucción his-toriográfica–, los médicos y los teóricos engeneral se escandalizaron por el encierroindiferenciado de todo tipo de hombre mar-ginal; y será por entonces cuando se cree,con Pinel, el internamiento específico, elasilo para el alienado, naciendo con ello laconciencia de la locura.

La alienación se inventa ahora comoobjeto singular de estudio para el dominiomédico, abriéndose luego un largo procesopostpineliano, relacionado con la progresi-va preocupación por el control de la pobla-ción o, en general, por el poder proliferan-te de las ideas biológicas. La medicaliza-ción decimonónica se entrelazaría así conla aparición de una distinta normatividadsocial, que estaría vinculada a regulacionesmorales y jurídicas nuevas en las que losmédicos van a cobrar un peso fundamental.

Pues bien, el análisis de este suceso alie-nista como un agregado teórico-institucio-nal, que define la primera etapa de su tra-yectoria, será decisivo para comprender lospasos sucesivos de Foucault. Desde luegoque el estudio de ciertas decisiones médi-co-jurídicas estuvo en el núcleo de susindagaciones, pero siempre lo hizo resal-tando su complejidad y sus paradojas ydando grandes rodeos, ya que –como en lasrestantes incursiones por muy distintoscampos disciplinares–, se fija en ciertos

problemas para iluminarlos fuertemente,ante todo, y para insertarlos, a continua-ción, en cuadros histórico-teóricos, ambi-ciosos y plurales, que desbordan los mar-cos habituales de estudio.

Y así ocurre en este seminario recupera-do hoy sobre Los anormales. Por ello resul-ta imposible hacer una verdadera síntesis deeste texto extraordinario, que fue un bancode pruebas para sus escritos. De antemano,poco tiene en común con las elaboradas es-trategias expositivas de sus obras coetáneas,Vigilar y castigar o La voluntad de saber(y, en realidad, de todos sus libros). Pues,en Los anormales, su discurso es más librey desbordado, las referencias más nítidas,sus excesos generalizadores, tan ilustrati-vos, se perciben como una construccióninestable de modelos provisionales de inte-ligibilidad histórica que apelan, al par, a laprudencia y a la imaginación. El curso in-mediatamente anterior, cerrado en 1974,sobre Le pouvoir psyquiatrique le sirvió sinduda de cimiento para los sinuosos desarro-llos de Les anormaux, que se entrelazan demodo manifiesto con él cuando habla de lapráctica y la teoría hospitalaria entre 1760 y1860. Pero estas nuevas lecciones de 1975tienen sin duda suficiente autonomía si bienenlazan asimismo con ese curso ya mencio-nado sobre el racismo y el nacimiento de lahistoria, «Hay que defender la sociedad»,cerrado en 1976, al abordar, en los capítulosfinales, la idea tan generalizada en el sigloXIX de «hombre peligroso».

III. Ante el aprieto que por esos añosexperimentaban determinadas «discipli-nas», como la psiquiatría, la justicia penal ola criminología, Foucault se preguntaba siesa crisis no revelaría la historicidad (y, porende, la caducidad) de un tipo de conoci-miento que quería ser, desde el siglo XIX,

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una especie de manifestación de la verdady que a la vez –y sobre todo– era una pro-ducción de verdad en un espacio socialnuevo, en ciertos edificios erigidos sobre laidea de regulación, en una política de lafamilia y la población en vías de expan-sión; en suma, en un diseño social, arqui-tectónico y económico que rompía deci-didamente con las formas de gobierno y deproducción –e incluso con el tipo de legiti-midad–, propias del Antiguo Régimen.

Dos grandes nombres aparecen de inme-diato en la memoria, como marco teórico, ala hora de revisar este gran proyecto deanálisis: el padre de las ciencias sociales,Durkheim, y el maestro de Foucault,Canguilhem, destacado historiador de lasciencias, que desapareció en septiembre de1995 sin que, por cierto, las publicacionesespañolas le dedicasen una mínima necro-lógica. En las Reglas del método sociológi-co, Durkheim afirmaba que, si las condi-ciones de la salud y la enfermedad nuncapueden definirse abstractamente, lo mismodebe aplicarse a la sociología en general,pues un hecho social no puede llamarsenormal más que con relación a una fase desu desarrollo. Por tomar un ejemplo delsiglo XIX, indicaba Durkheim cómo, paralos socialistas, la organización económicade 1894 era un hecho de teratología social,mientras que, recíprocamente, para un eco-nomista ortodoxo esas críticas socialistasmerecían el calificativo de patológicas.

Por su parte, en Lo normal y lo patoló-gico Canguilhem –a quien Foucault citaabundante y prioritariamente en el semina-rio, al igual que lo hizo en todos suslibros–, recordaba que, en el terreno de lavida y de las ciencias de la vida, dondedomina la contingencia y la fragilidad, todoha de analizarse como un «bloque insepa-rable» en el que lo biológico, lo cultural y

lo social se funden. Canguilhem resaltaba,por añadidura, que lo patológico sólo es, enrealidad, «una especie de lo normal», demodo que lo anormal sería «otra normali-dad», y que, por consiguiente, una anorma-lidad sólo es tal dentro de una situacióndeterminada y sólo en relación con dichocontexto indisociable del fenómeno.

IV. Pues bien, los temas que aborda enLes anormaux, pese a su rótulo particular,son muy diversos, aunque, en principio, elmonstruo, el indisciplinado y el onanistaserían esos anormales recodificados en elsiglo XIX por el mundo médico y judicial alos que hace referencia Foucault, pensandocomo siempre en el presente. De hecho ellibro se abre con una sarcástica lectura deperitajes psiquiátricos realizados hacíapoco tiempo, en 1955 y alguno en 1973, yque por su esquematismo remitían a la defi-nición sumaria de «individuo peligroso»por parte del mundo penal decimonónico.Pero de inmediato Foucault se sumerge enel mundo «anormal» (aunque concretamen-te el segundo motivo, el del indisciplinado,sólo será rozado en estas lecciones), a par-tir de la idea de monstruo que tanto preo-cupó a los ilustrados y cuyo estatuto episte-mológico había definido en el centro deLas palabras y las cosas.

El monstruo fue una pieza relevanteespecialmente desde el segundo tercio delsiglo XVIII, y la monstruosidad había sidoconvertida en instrumento de la ciencia delas Luces. La «rareza» era la llave paracomprender la disposición del mundo natu-ral, pues cabría situarla, incluso, en la géne-sis misma de las ideas racional-empiristas yde los ideales ordenadores del momento. Yes que muchas figuras del pensamientoilustrado abordaron este quiebro naturalcomo contraste con la regularidad de la

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naturaleza, como el envés del orden másprobable o, mejor, como el rumor de fondode una naturaleza que debería repetir sinfallas sus formas, constantemente, dadoque el tiempo no tenía cabida en ella.

En suma, el monstruo, desde la EdadMedia hasta el siglo XVIII era esencial-mente lo mixto, la mezcla de formas, lodefectuoso, lo que está en el límite de lonatural. Pero el desorden de la naturaleza–y de la sociedad fundida con la naturale-za–, así perfilado por Foucault, pierde suinterés como enigma caótico, y se producea finales de la Ilustración el paso del«monstruo» a la figura del «anormal»: yano se resaltará la idea de hibridez, de mez-cla de lo que debería estar separado pornaturaleza, sino que la monstruosidad, envías de domesticación, será simplementeuna irregularidad, y sobre todo una desvia-ción. Desde 1825, en esa línea, va a brotarel problema de la conducta irregular, de lacriminalidad monstruosa.

Sólo unos años antes, el monstruo moralhabía saltado a la luz con Sade y otrosescritores, y paralelamente el monstruojurídico –ejemplificado en Luis XVI–había sido codificado desde 1789 con ladenuncia revolucionaria del despotismo ycon la problematización de la figura delrey, pues se consideraba incluso que «todoslos monstruos humanos eran descendientesde Luis XVI». Pero luego, en la época de lareacción antijacobina, el monstruo se con-vertirá en su opuesto, corresponderá aquien rompe el pacto social «eterno»: lamasa, la peligrosa multitud. Y ese pueblo,esa gente incorrecta, ahora «va a ser preci-samente la imagen invertida del monarcasanguinario». La monstruosidad se banali-za, se amplía y se hace cotidiana. El cuerposocial que resulta del nuevo orden burguésserá sometido a examen, a lo largo del siglo

XIX, y se hace una constante criba, tantopor arriba, en la familia dirigente y triunfa-dora, como por abajo, en el proletariadomás o menos en ciernes. Y dentro de esacriba propia de un nuevo arte de gobernar–que tratará de higienizar y de ahormar la«nación»–, va a cobrar peso la nueva medi-calización, por ejemplo, la psiquiátrica.

De momento, dice Foucault, la psiquia-tría interviene desde una especie de posi-ción subordinada con relación a las otrasinstancias de control: con respecto a lafamilia y con respecto al encierro en loscorreccionales. En el siglo XIX, según seha estudiado desde hace años, el terrenoprivado, la familia, se convierte en unmodo de gobernar en Europa; la familia seencarga de poner en marcha las misionesdel Estado, haciendo de mediadora entreéste (débil aún por entonces) y los indivi-duos, y adquiriendo así una categoría polí-tica nueva y poderosa, en la que el padre, elcaput familiae, tiene una posición decisiva:ahí enlazaría Foucault la nueva relevanciadel incesto y de la insólita preocupaciónpor el onanismo que produce una vocife-rante bibliografía y un tipo de discursomonótono durante décadas, como resaltaeste arqueólogo en unas páginas memora-bles por su ironía y por la evidencia de susdatos.

V. Ahora bien, sólo hacia 1845 los psi-quiatras tomarán el relevo de los alienistas.Si Esquirol ha sido el último de tales alie-nistas –al plantear de nuevo el problema dela locura con relación a la verdad, la verdadde la razón–, Baillarger en Francia yGriesinger en Alemania serían los primerospsiquiatras: de antemano, por ser «desalie-nistas»; y, además, porque ponen en el pri-mer plano los problemas de lo voluntario olo involuntario, de lo instintivo y lo auto-

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mático: estos son sus indicadores privile-giados de la enfermedad mental. Son losgrandes médicos del asilo, así Leuret,Charcot o Kraepelin, los que pueden decirla verdad del enfermo (cuya anormalidad,antes una ignota alienación, se diluiríaespecíficamente ante la norma), dado elconocimiento que poseen de la enferme-dad, pero también pueden manifestarlacomo tal verdad definida socialmente ysometerla a su criterio, dado el poder que searrogan ante el paciente.

Hay ahora, sugiere Foucault, una nuevaorganización nuclear de la psiquiatría, unaestructuración epistomológica que cobrafuerza en dos direcciones. Se abre uncampo de sintomatologías mil, acogiendouna gama de fenómenos patológicos que notenían existencia antes, y que aparecen porcontraste con una norma definida, con unaregularidad administrativa que se defineconforme a las obligaciones familiares y ael nuevo orden político y social. Por otrolado, se define un nuevo eje, dominado porla voluntad y la conciencia de lo automáti-co, esto es por la asunción de la norma y elcontrol de lo instintivo. En definitiva, sólocuando la separación con respecto a laregla de conducta y el automatismo sonmínimos, esto es cuando se desarrolla unaconducta conforme y voluntaria, se estáante un comportamiento sano.

De la referencia a un núcleo delirante–del punctum de locura definido a partir dela verdad natural–, se pasa a una valoraciónsocial de la conducta, con toda su pluralfenomenología. Tras Baillarger y Griesin-ger, especialmente entre 1850 y 1870,surge una fenomenología efervescentedonde estarían desde la agorafobia (West-phal, Krafft-Ebbing, Legrand du Saulle),las piromanías (Zabé, Marc, Legrand), lacleptomanía (Gorry, Marc), o la manía de

comprar (Magnan), hasta el exhibicionis-mo (Lasègue) o la misma homosexualidad,que aparece por vez primera en el campopsiquiátrico (Westphal).

Se organiza, pues, una psiquiatría queresulta ser, ante todo, una tecnología de laanormalidad, que se aleja de la interven-ción tradicional de lo que se llamó aliena-ción mental, demencia o delirio, y que secentra en el comportamiento, las desviacio-nes, las infracciones, las anomalías, consti-tuyendo un corpus normativo, una cienciaespecial al lado y en el interior de la medi-cina. Es un edificio teórico regido por exi-gencias funcionales, propias ya de unasociedad calculadora, organizadora de lapoblación, expansiva a lo ancho del espa-cio tanto europeo como colonial. Pues lacolonización fue un proceso maduro y bienmeditado, una operación consciente de esaamalgama técnico-racional que definía ya ala población europea y que intentó proyec-tarse sin rodeos hacia el exterior.

VI. Todo habría de desembocar en laidea proliferante de degeneración, con laque se cierra el libro, y en el desarrollo deun racismo interior. Es un racismo contralo anormal, un filtro racista que se distin-gue del racismo étnico, «externo», aunquellegará a colaborar fácilmente con éste enel siglo XIX –donde era ya un mal endémi-co–, y, desde luego, en la Alemania delsiglo XX, donde adquiere una bicefalialetal, dotada en verdad de una simetríaparamilitar.

La organización decimonónica de uncampo unitario del instinto y de la sexuali-dad –que será sometido tanto al engranajepsíquico-familiar como al gran aparato psí-quico-judicial–, aparece en este curso de unmodo a la vez convincente y brutal. Hemosdestacado, simplificadoramente y con mí-

nimos añadidos, una serie de argumentosde Foucault. Pero, al igual que sucede ensus libros sobre la prisión y la sexualidad,aparecen muchos otros análisis comple-mentarios, extensos a veces y con grandessaltos hacia atrás en el tiempo, especial-mente hasta los siglos XVI y XVII.

Pues Foucault se remite al problema dela confesión y al uso mismo del confesona-rio, al desarrollo de la pastoral como formade unificación de ideas, al examen interior(y al refugio interno en un mundo de con-flictos religiosos), al misticismo postriden-tino, a la distinción entre brujería y pose-sión –la primera es un fenómeno exterior,como producto de la recristianización; lasegunda, un mecanismo desdoblado e inte-rior de la conciencia cristiana–. Cabríaañadir cómo subraya el valor ejemplar delos «demonios de Loudun» y su valor comoindagación moderna acerca del cuerpo.Pues este lado «religioso» de su análisis espremonitorio de su Historia de la sexuali-dad. No hay que olvidar que su recurrentereflexión sobre la institución del sacramen-to de la penitencia, como modelo de análi-sis, de estilización individual –ya esbozadoen La verdad y las formas jurídicas– apare-ce eslabonada por él con la preocupaciónmás general por la producción de verdad,que desde sus inicios tiene rasgos jurídicos.Para Foucault es ésta una característicaesencial de las sociedades occidentales,donde se desarrollarán por doquier losmétodos de interrogación y encuesta, deinquisición en su sentido más amplio, cul-minando con la ciencia decimonónica. Yahora, en torno a 1879, es cuando se des-pliegan los tiempos turbulentos del ambi-guo Gran inquisidor de Dostoyevski.

VII. En toda esta discusión, vemos,una vez más, que la mirada foucaultiana es

doble y compacta, casi simbiótica. Susperspectivas diacrónica y sincrónica seencabalgan entre sí, inextricablemente. Ensu obra, Foucault se propuso hacer la histo-ria de determinado problema tanto concep-tual como social –por ejemplo el de la apa-rición de la figura del anormal– y, simultá-neamente, dar cuenta de la estructura dedicho problema, en este caso describir quépeso social tenía la norma. Así pues, por unlado, intentaba dar mayor cuerpo, trama yvigor a la historia, de rejuvenecerla afir-mando la temporalidad de todo tipo decomportamiento, individual o institucional,teórico o no; por otro, quería inquirir sobrela aparición de cada certidumbre y percibirel reverso de la verdad, es decir su infirme-za y su posible caducidad.

El problema general de nuestro sistemainquisitivo fue formulado por él desde muydistintos puntos de vista: desde la evolu-ción de disciplinas muy dispares (lingüísti-ca, ciencias naturales y biología, cienciasformales o economía), al estudio de deci-siones institucionales (creación del asilo,remodelación de las prisiones) o el análisisdel ordenamiento espacial (en ciertos luga-res de condensación de «culpabilidad»,como son el manicomio, la prisión o elcuartel). Pero asimismo, la idea de autori-dad aparece en su reflexión sobre la formade las técnicas de escritura y de representa-ción en general (estatuto de la literatura,cambios en las artes plásticas) o en el papeldel autor y su privilegio en la formación,difusión y sacralización de una cultura. Lahistoria y la verdad se entrecruzan en todoslos casos, pues su obra se caracteriza por sudensidad y coherencia global.

Foucault, en el plano teórico, se interesópor la formación de las ideologías y por laconstrucción de ciertos modos de racionali-dad, así como por el papel del error en el

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descubrimiento de la verdad, y en conse-cuencia por la historicidad de cada verdad:«¿por qué la verdad es tan poco verdade-ra?», preguntó en cierta ocasión al historia-dor Paul Veyne. Y precisamente esta ver-dad occidental pasa por las ciencias y lasinstituciones antes recordadas, por las lucesy sombras del progreso, por toda esa gamade actividades que llamamos unas vecescultura y otras civilización, y que se hacepresente en su conjunto cuando deseamosvalorar un texto foucaultiano.

VIII. En fin, como en otras ocasiones,Les anormaux no ofrece un esquema uní-voco, sino una compleja amalgama deinvestigaciones de Foucault sobre esta«verdad sobre los anormales» propia delsiglo XIX. La recuperación de estas graba-ciones de sus clases vuelve a incitar, pues,la relectura de sus textos centrales, y aseguir cotejándolos con el tomo segundo dela enorme edición de sus artículos Dits etécrits (París, Gallimard, 1994, I-IV), quepor cierto están siendo seleccionados en lasObras esenciales, traducidas recientementeen la editorial Paidós, ocupando demomento tres volúmenes.

Así comprobamos mejor cómo su exca-vación «arqueológica», redoblada por unagenealogía de las palabras y de los valores,es ante todo un método de aproximación,un nuevo instrumento indagador. Pues nosucede como en Weber, quien empleabacategorías interpretativas muy realistas, afin de relacionar un cierto número de datos

históricos y reconstruir hechos manifiestos(como la inicial empresa capitalista o elestado burocrático), sino que Foucault adi-vina tramas de racionalización espacial,tipos de amaestramiento corporal, tecnolo-gías del «sujeto» o artefactos de poder queno existen en la realidad sino muy simplifi-cados. Si sus análisis son una especie degran metonimia sociológica, sus novedosas«ideas-tipo» son enormes maquinariassurrealizantes que –como todo métodoparanoico-crítico propio de ese movimien-to cultural del que también se nutrió, elsurrealismo francés– tienen cierta funciónentre cómica y trágica.

Un Foucault mordaz y demoledor –en lamejor tradición swiftiana– aparece antetodo en las más de 350 páginas de Losanormales. Y resuena todavía el timbre desus palabras de 1975, unas palabras sabiaspero jugosas, atravesadas por ideas variadí-simas y llenas de matices empíricos demo-ledores. Resulta evidente, por contraste,que muchas discusiones académicas sobreel saber, los dispositivos de poder o lagobernamentalidad en su obra han sido amenudo otros tantos rodeos estériles sobreFoucault. Pues ninguna jerga desecadoraaparece en estas lecciones sobre Los anor-males, mientras que su interpretación de lafamilia, la vida y la ciencia decimonónicasmantiene su vigor y su provocación para elpensamiento veinticinco años después desu elaboración.

Mauricio Jalón

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