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LIBROS CRÍTICAS· RESEÑAS MORALES PADRÓN, FRANCISCO: ENCUENTRO CON SEVILLA Sevilla, Guadalquivir Ediciones, 1997, 134 pp. Como se indica en la contraportada de la breve monografía que nos ocupa, el autor presta su nombre por segunda vez a esta colección pulcramente editada por Guadalquivir Ediciones bajo la dirección de José Sánchez Dubé. Antes lo había hecho con Cua- dernos de Punta Umbría, bellas y evocadoras estampas literarias de la singular playa onubense. Ahora lo hace con media docena de ensayos, precedidos por unas consideraciones sobre el tiempo y la propia labor, que tienen por común denominador a Sevilla- Triana. A las citadas consideraciones o reflexiones, siguen unas páginas un tanto autobiográficas que sirven al autor para exponer cuanto y como se realizó su incersión en la urbe hispalense, a la que llegó en 1946, y como ha transcurrido su periplo vital a partir de la fecha. Resultan muy reveladoras las pinceladas con las que dibuja el ambiente de la Sevilla dificil de los años cuarenta. Los reglones que siguen son como un complemento de los iniciales, pues en ellos Francisco Morales Padrón traza o explica cual es la visión o imagen de Sevi lla y como se formó esta en un supuesto visitante que muchas veces se confunde con el autor. Curioso el ejercicio literario que este realiza en dicho segundo capítulo y que titula «Sevilla: visión propia y ajena», pues la «vi- sión» ha sido construida inspirándose o bebiendo en la que tuvieron

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LIBROS CRÍTICAS· RESEÑAS

MORALES PADRÓN, FRANCISCO:

ENCUENTRO CON SEVILLA

Sevilla, Guadalquivir Ediciones, 1997, 134 pp.

Como se indica en la contraportada de la breve monografía que nos ocupa, el autor presta su nombre por segunda vez a esta colección pulcramente editada por Guadalquivir Ediciones bajo la dirección de José Sánchez Dubé. Antes lo había hecho con Cua­dernos de Punta Umbría, bellas y evocadoras estampas literarias de la singular playa onubense. Ahora lo hace con media docena de ensayos, precedidos por unas consideraciones sobre el tiempo y la propia labor, que tienen por común denominador a Sevilla­Triana. A las citadas consideraciones o reflexiones, siguen unas páginas un tanto autobiográficas que sirven al autor para exponer cuanto y como se realizó su incersión en la urbe hispalense, a la que llegó en 1946, y como ha transcurrido su periplo vital a partir de la fecha. Resultan muy reveladoras las pinceladas con las que dibuja el ambiente de la Sevilla dificil de los años cuarenta.

Los reglones que siguen son como un complemento de los iniciales, pues en ellos Francisco Morales Padrón traza o explica cual es la visión o imagen de Sevilla y como se formó esta en un supuesto visitante que muchas veces se confunde con el autor. Curioso el ejercicio literario que este realiza en dicho segundo capítulo y que titula «Sevilla: visión propia y ajena», pues la «vi­sión» ha sido construida inspirándose o bebiendo en la que tuvieron

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de la ciudad veinte notables personalidades extranjeras y naciona­les y que, bajo el rubro general de «La Sevilla de ... », expusieron en un ciclo de conferencias desarrollado en la Fundación FOCUS. Pasando de lo particular o personal a lo general en el cuarto capi­tulo el autor analiza lo que los viajeros que visitaron a Sevilla en el siglo XVIII nos dijeron de ella. A resaltar lo que consignan sobre la monumentalidad arquitectónica, sobre la Fábrica de Ta­bacos, o sobre las colecciones pictóricas. En la misma línea, y con similar metodología, está el capítulo titulado «Como han vis­to a Triana los viajeros extranjeros». Viajeros que van de Jerónimo Münzer en 1494 a Eugene Gallois en 1899. Subrayemos aquí las noticias que se facilitan sobre los gitanos. A Triana de barrio uni­versal, a Triana comparado por muchos con el Trastévere romano, no le podía faltar réplicas ultramarinas, siendo la primera la de Las Palmas de Gran Canaria. Fueron sin duda trianeros o sevilla­nos los que en el XV llevaron a Gran Canaria la advocación de Santa Ana y los que decidieron que el barrio situado en la margen izquierda del riachuelo Guiniguada se llamara Triana .. Es un testi­monio vigente aún, que evidencia las viejas relaciones entre Canarias y Sevilla, ciudad en la que se organizó la anexión de Gran Canaria. De todo esto se nos habla en el postrero capítulo, pero antes hemos tenido ocasión de leer una páginas muy sabro­sas tituladas "Andaluces y genoveses: dos tópicos" en las que se desarrollan y explican las caracterizaciones que estos dos pueblos, de fuerte personalidad históricas y cultural, han merecido. De una parte los andaluces han sido vistos como locuaces, holgazanes, fanfarrones, imaginativos, etc.: de otra, los genoveses han sido tachados de usureros, estafadores, avaros y mujeriegos.

Encuentro con Sevilla. adornado de la ciencia necesaria, es un libro que se lee con facilidad, y que preanuncia una obra de mayor envergadura en la que trabaja su autor.

Enrique de la Vega Viguera

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JOSÉ SANTOS TORRES

MANUEL CORTINA. EL HOMBRE, EL POLÍTICO~ EL ABOGADO (1802-1879)

Edita Colegio de Abogados de Sevilla 183 pgs.

Un nuevo libro de José Santos Torres. Una nueva aportación al patrimonio cultural sevillano, al que Santos Torres ha dedicado ya una decena de libros. En este caso concreto se acomete la bio­grafía de un personaje de una extraordinaria importancia en la vida social, de la política y de la abogacía españoles en el siglo XIX. Muchos han coincidido ya en el acierto de esta biografía que da a conocer un personaje de la importancia de Manuel Corti­na y Arenzana, un sevillano nacido a los comienzos de siglo XIX, fallecido en su último cuarto y que alcanzó a conocer dos reina­dos, completo el de Fernando VII y el de Isabel II, e incluso llegó a conocer la Restauración de Cánovas y los primeros años del reinado de Alfonso XII.

El libro de Santos Torres recoge minuciosamente con una pro­sa sencilla, patrimonio de todos sus libros, y a la vez, como también nos tiene acostumbrados, con una erudición extraordinaria y un cabal conocimiento de la historia de España, en este caso del si­glo XIX español, tan ajetreado en continuas luchas, banderías y pronunciamos.

Estudia Santos Torres la personalidad de Cortina como hombre, como político y como abogado. Las tres facetas magníficamente recogidas y mejor estudiadas nos dan cabal idea de la figura pró­cer y noble de uno de los políticos más significados de ese siglo y singularmente del abogado probablemente más importante de todo el período decimonónico y quien pasa por ser uno de los más conspícuos representantes de la Abogacía española.

Por mi condición de militar profesional me ha llamado pode­rosamente la atención el aspecto militante de Cortina en los primeros años de su ejercicio profesional hasta su nombramiento, cuando apenas había cumplido 38 años, para desempeñar el Mi­nisterio de la Gobernación en el primer gobierno del General Espartero. Al conocer detalladamente su biografía llama particu-

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larmente la atención cómo un hombre que se pasa gran parte de los primeros años de su vida, una vez terminados sus estudios de Derecho, ejerciendo la abogacía en el Colegio de Sevilla, pudo tener una militancia tan extraordinaria. En frase certera de García Venero, lo recoge Santos Torres, dice aquél que «la fe política de Cortina resultó militante». Natalio Rivas dice que Cortina en la durísima lucha contra el invasor francés fue uno de los héroes del Trocadero, «Y en toda ocasión en que peligó la libertad, no siendo hombre de armas, las empuñó para defenderla». Y es que Cortina como miliciano nacional, Teniente de la Segunda Com­pañía del Primer Batallón de la Milicia Nacional sevillana, acompañó al rey incapacitado por las Cortes reunidas en Sevilla el mes de junio de 1823 al retiro forzoso de Cádiz. En la defensa del Trocadero, en la isla de León, Cortina, herido se salvó tirán­dose al mar y ganando a nado el navio Asia. Cortina llegó a ser jefe de la Milicia Nacional de Sevilla en 1836 y decía Romanones a este respecto que «tenía condiciones bien probadas para la profesión militar y sin haber hecho estudios especiales domi­naba la táctica y la estrategia y demostraba condiciones de mando extraordinarias, unidas a una serenidad pasmosa y un valor demostrado en muchas ocasiones».

Cuando la facción carlista asolaba la tierras andaluzas, lo re­coge certeramente Santos Torres, al organizarse en Sevilla un Cuerpo de Milicia para perseguir al cabecilla carlista Gómez, que en una marcha militar histórica se había introducido en Andalu­cía, Cortina fue nombrado por el General Espinosa Jefe del Estado Mayor de ese Cuerpo de Milicias que salió de Sevilla en su perse­cución, alcanzando a la facción carlista en el río Majaceite, donde Cortina acreditó nuevamente su valor y excelente cualidades mili­tares.

Cuando el año J 841 se produce en Pamplona al alzamiento de 27 de septiembre en el que están complicados generales, banque­ros y políticos moderados, que culminará el 7 de octubre con un intento de asalto el Palacio Real para secuestrar a la Reina niña y a su hermana Luisa Femanda, la Milicia Nacional convocada ur­gentemente por Cortina y personalmente mandada por él, contuvo al bravo General Diego de León que se replegó con su regimiento hacia el Pardo y que hecho prisionero después, ni las súplicas de

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la reina María Cristina ni otras súplicas que llegaron a Espartero fueron sufientes para librarle del pelotón de ejecución. Cortina, ante la conducta vindicativa de Espartero que él no compartía, si no tuvo inconveniente en salir a la calle para defender a la Reina niña, tampoco lo tuvo en salir en defensa de varios de los proce­sados por causa de aquellos acontecimientos, poniendo a contribución sus formidables dotes de gran abogado.

El libro de Santos Torres recoge todos estos aspectos y a nues­tro juicio, aparte su magnífica exposición y el estudio tan completo del personaje y de la época, a nuestro modo de ver su faceta más destacada es la visión histórica de biografiar un personaje, gran desconocido de los españoles y de los sevillanos, y al que el autor ha hecho con ello estricta justicia.

Enrique de la Vega Viguera

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SAA YEDRA, FRANCISCO DE: LOS DECENIOS (AUTOBIOGRAFÍA DE UN SEVILLANO DE LA ILUSTRACIÓN) Transcripción, introducción y notas de Francisco Morales Padrón. Indices de Inmaculada Franco ldígoras. Colección Clásicos Sevi­llanos 1 O. Servicio de Publicaciones del Exmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1995, 351 pp.

No abunda en la Historiografía española el género autobiográ­fico, al que pertenece este volumen de una colección que se viene publicando por el Ayuntamiento hispalense con todo acierto. Del responsable de la preparación de este tomo para su edición nada vamos a decir pues es suficientemente conocido entre profesiona­les y no profesionales interesados por el pretérito sevillano.

Tampoco abundan en España tipos humano como Saavedra, para quien llevar un diario de las diversas empresas en las que se vió implicado a partir de 1780 fue casi una obsesión. Desde en­tonces en que viaja por vez primera al Nuevo Mundo hasta ser enterrado en la Sacramental de la Magdalena, donde yacen sus restos, Saavedra da vida a un conjunto de diarios de un tremendo valor historiográfico.

Nos encontramos ante un hombre que, decidido inicialmente a ser sacerdote, acaba inclinándose hacia la carrera de las armas y vinculándose a la familia Galvez que Je imprimirá derroteros a su vida. Saavedra conocerá figuras decisivas en el vuelco de la His­toria que en su época se produce, y vivirá hechos claves en este acontecer. Por decisión de don José de Galvez, Saavedra será Co­misiario regio en 1780 para coordinar desde la Habana todas las fuerzas que capturarán Panzacola, al tiempo que ayudará econó­micamente a la marina francesa cuya intervención decidirá la rendición de Yorktown. Notables son los apuntes que sobre los indígenas de la Lusiana consigna en sus memorias, completo cua­derno de una campaña que tuvo por héroes a Bernardo de Galvez, su gran amigo. Conoce entonces a Jaimaca, cuya captura también se le ha encargado, y nos dejará un completo estudio de la isla. Visita el virreinato de la Nueva España y vaticina su futura inde­pendencia, como tiene ocasión de comunicárselo al embajador

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Aranda en Paris por donde Saavedra pasa a su regreso de Améri­ca. Son de un enorme valor todas las incidencias de la políticas internacional que nos va dando, y no son menos interesantes las pequeñas incidencias con que salpimenta su relato.

Tras este inicial protagonismo, coronado por el éxito de su gestión, Saavedra será Intendente de Caracas, Ministro de Estado y de Hacienda, Presidente de la Junta creada en 1808 a raíz de la invasión napoléonica, Presidente de la Compañía del Río Guadal­quivir, etc. Tales responsabilidades las afronta en un periodo decisivo de la Historia Universal, pues nuestro hombre es testigo y actor de la pérdida de los imperios francés, inglés y español en América, aparte de verse obligado a intervenir decisivamente du­rante la invasión francesa. Su España es la de cuatro reyes, que van de Femando VI a Femando VII, pasando por Carlos III y Carlos IV.

Los distintos diarios que Saavedra escribió, siempre ayudado por algún fiel escribiente, hoy conservados en el Fondo Saavedra que custodian los Padres Jesuitas de Granada, fueron hace años transcritos por el Profesor Morales Padrón y usados por algunos de sus alumnos. Varios merecieron un publicación, otros no, y entre estos cabe citar el Diario de 1811 a 1819, estudiado por cuatro discípulos en su trabajos de Licenciatura y que, lamenta­blemente, no han sido publicados pese a su importancia. El primer diario de Saavedra, el que redactó importancia. El primer diario de Saavedra, el que redactó durante su misión a América (1780-83) fue publicado en inglés por la Universidad de Florida con estudio previo de Morales Padrón y notas de este y de su traduc­tora Alleen Moore Topping. Quiso Saavedra, con todos estos diarios, sus apuntes y sus recuerdos, dejarnos este autobiografía que la muerte truncó. El lector interesado puede consultar en los Apéndices una "Memoria testamentaria", que completa lagunas y nos dice sentetizadamente lo que fue la vida de este sevillano ex­traordinario desde la fecha en que concluyen los Decenios hasta sus últimos años. Un cuerpo de 413 notas sirven al Profesor Mo­rales Padrón para aclarar figuras, hechos, circunstancias, etc. de un retablo histórico pleno de trascendencia y que tuvo en Saave­dra un notario notable y minucioso.

Enrique de la Vega Viguera

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MANUEL FERRAND:

<<JARDINES DE SEVILLA» 96 páginas con ilustraciones en el texto. Sevilla 1997

Formato 21 x 21

Cuando creíamos que la última obra publicada de la produc­ción de Manuel Ferrand, era esa bella colección de artículos en un libro «Las campanas perdidas» publicado por esta Academia como homenaje a tan ejemplar académico, fue una gozosa noti­cia el hallazgo de este libro, que tiene dos antecedentes «Las calles de Sevilla» y «La naturaleza en Sevilla». Si la bondad de ambos fué trascendente, el publicado este año, es más corto que los anteriores pero más jugoso. La familia me hizo el honor de ofrecerme el que lo prologara lo que acepté gustoso en recuerdo de tan singular amigo, y de ese mismo prólogo entresaco las siguientes líneas.

Manuel Ferrand da un nuevo enfoque a tan bellos temas. El libro está escrito con lo que el autor tenía en sus «adentros». Había mucho amor a la ciudad en ese libro que había guardado con religioso recato, para ofrecerlo en oportuno momento.

El capítulo dedicado a «Los Jardines perdidos», que sole­mos olvidar fueron tantos y tantos los personajes ilustres que sus amantes titulares, van apareciendo sin solución de continui­dad desde antes de la reconquista por el Rey Santo hasta casi nuestros días. De algunos de ellos milagrosamente queda algún vestigio.

La descripción de esos jardines, no obstante las completísi­mas noticias que da de cada uno, resulta de un gran interés proporcionando deleitosa lectura, pero nos deja un pozo de amar­gura al comprobar todo lo que se ha perdido.

«Mis jardines», los particulares que el amaba: Los «Jardines bajo la lluvia» con sensaciones que le dan vida

a través de los más variados prodigios hasta el «momento mila­groso en que la lluvia cesa y el sol asoma .. . »

«La noche en los jardines» con sus fantasmagorías, las apari­ciones de Joaquín Romero, Bautelay, Anibal González, y del sabio

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guarda que cuidó de ellos, personajes que desaparecen de la es­cena tal como llegaron.

Aspecto distinto el de los «Jardines de Murillo»: sentidas des­cripciones de sus particularidades que quizás son redimidas por la niebla mañanera, de la que da igual interpretación de su significa­do.

«El parque en Otoño», estación la más evocadora y sensitiva, con una gradación de colores, «locura cromática» la llama.

Rejuvenece la inesperada aparición del «Pequeño músico», conocido por Sarasate del que compone un magnífico cuadro del personaje único.

Toda esta orquestación de vivas descripciones como en un magnífico concierto que sube de tono imparable nos lleva al fi­nal de una espléndida sinfonía que desemboca en el último capítulo «Jardines imaginarios», formados por los más apro­piados árboles, arbustos, plantas y flores, que forman esos imaginados paraísos nunca antes pensados.

Poco podemos entresacar o describir algo de ellos porque son intocables.

Ni del «Jardín de los Toreros», del que resulta, un cuadro bravío de la fiesta.

Ni del «Jardín barroco», en el que este sacro arte se reviste de las más elegantes, desbordantes y espirales especies en el que aparecen personajes del XVIII entre la «incitación lasciva» de la zarabanda y el «contrapunto angélico de cánticos de seises».

«El jardín mitológico», nos ofrece otras plantas, flores, otro vestuario, que son capaces de revivir los mitos de la eterna Sevi­lla.

De estas alturas se desciende a la abominable pesadilla del «Jardín alucinante» donde los dioses han dejado paso al plásti­co.

Los muertos de leyenda de la Ciudad bordean una especie de gran lago, que forma el «Jardín de la vida y de la muerte».

Un jardín de «pavoroso exorno» cubre toda Sevilla ocultán­dola. Es el «Jardín total». ¿Presentimiento de su próximo fin? Con ese jardín parece decir que cierra el cínculo vital de la ciu­dad, como una especie de ensoñación similar al círculo que cerraba la existencia humana de Manuel Ferrand. Son «Los Cíe-

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los» que perdimos aquí, pero que hallaremos, en otro jardín que será nuestra ciudad para siempre.

Bellos los óleos con el tema de jardines de Paco Broca y de algunos de sus alumnos, y esplendorosa la fotografía de ambas cubiertas de José María Cabeza de quien igualmente es el dise­ño y la maquetación.

Eduardo Ybarra Hidalgo