LIBRO TRIAS Eugenio El Artista y La Ciudad

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    Eugenio Trías

    El artista y la ciudad

    COMPACTOS ^ ANAGRAMA

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    Eugenio Trías

    El artista y la ciudad

    EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

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    Diseño de ¡a colección:  Julio VivasIlustración: fragmento del retrato de Guido Riccio de Fogliano.

    Simone Martini, 1315-1344, Palazzo Pubblico de Siena

    © Eugenio Trias, 1976

    © EDITORIAL ANAGRAMA, S.A.. 1997Pedró de la Creu, 5808034 Barcelona

    ISBN: 84-339-1471-5Depósito Legal: B. 6852-1997

    Printed in Spain

    Liberduplex. S.L., Constitució. 19,08014 Barcelona

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    El día 10 de diciembre de 1975, un jurado

    compuesto por Salvador Clotas, Hans Magnus

    Enzensberger, Luis Goytisolo, Xavier Rubert de

    Ventós, Mario Vargas Llosa y el editor Jorge

    Herralde, sin voto, otorgó por mayoría el IVPremio Anagrama de Ensayo a la obra de Euge-

    nio Trías E l artista y la ciudad.

    Resultó finalista El ojo de Buñuel. Psicoaná- 

    lisis desde una butaca  de Femando Cesarman.

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    PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN DEEL ARTISTA Y LA CIUDAD* 

    Preparé este libro después de una estancia de un año porAmérica Latina, por Brasil y por Argentina, que tuvo para mí

    cierto carácter de viaje iniciático. Lo comencé a través de laextensa geografía brasileña, junto con mi hermano Carlos

     Trias y su mujer, Cristina Fernández Cubas. Después decuatro meses itinerantes me asenté durante ocho meses enBuenos Aires, cuando esta ciudad era todavía el gran BuenosAires que luego la dictadura militar destrozaría de forma ig-

    nominiosa.Guardo un recuerdo indeleble tanto del viaje brasileño

    como de la estancia en Argentina. Era mi intención prolon-

    gar más tiempo la estancia. Tenía incluso propuestas de dosespacios universitarios para permanecer allí. Pero ya losúltimos meses de mi estancia se insinuaba lo que al final

    aconteció: los primeros actos de una tragedia colectiva.

    Poco después, muchos de mis amigos porteños de entoncesiniciaron la inevitable emigración.

    No me fue fácil reintegrarme en el marco español, toda-vía sometido a los últimos estertores agónicos de la inaguan-table y «eterna» dictadura franquista. Por eso quise sublimar

    *La primera tuvo lugar en 1976 y la segunda en 1983, ambas en la

    colección Argumentos. (N. del E.) 

    I

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    mi retomo, en El artista y la ciudad, mediante un reencuentro con las más puras esencias de la cultura (artística, literaria y filosófica) europea.

    Éste es, de todos mis libros, el que se afirma más rotunda

    mente en esa identidad europea; sólo que lo hace a través dela transferencia que permite la interpretación de algunos desus más significativos episodios: la tradición platónica, quellega hasta el Renacimiento italiano, y la gran tradición

    cultural clásica, romántica y moderna alemana (Goethe, He-gel, Wagner, Nietzsche, Thomas Mann). Grecia, Italia, Alemania: los ejes principales de mi identificación con Europa.

    A través de ese experimento fui poniendo a prueba algunas categorías platónicas que me han sido siempre muy queridas (la concepción del eros  formativo y plasmador, capaz de

    objetivarse en el mundo cívico, la concepción de la  poiesis  como creación productiva; la mediación de ambas concepciones; la correlación del Alma y de la Ciudad de La Repúbli- 

    ca). No en vano había iniciado mis pasos universitarios conuna tesis de licenciatura sobre el «alma» y el «bien» en Platón.

    Me interesó seguir la pista de estos conceptos a través deltiempo, tomando como ocasión las figuras de filósofos, lite

    ratos y artistas antes citados. El libro resultante responde,como se dice al final del mismo, al género «ensayo». Perotodo él está atravesado por una pretensión, todavía tentativa

     y experimental, por formarme ciertos conceptos  con vistas auna aventura más estrictamente filosófica (en la cual latrabazón de los conceptos es ineludible). Sólo que en estelibro esos conceptos todavía se hallaban en estado de prueba

     y experimentación.

    En cierto modo este libro forma pareja con otro que

    escribí antes que él, Drama e identidad,  escrito antes delviaje por América Latina. En ambos inicié una incursióndecidida en mis propios temas.  A través de ellos marquédistancias con mis primeras publicaciones, todavía muy mar

    II

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    cadas por mis años de aprendizaje filosófico, y por influencias

    alógenas (especialmente francesas). A través de estos dos

    libros me fui familiarizando con mi propia forma de pensar.

    Drama e identidad   es, de todos modos, un libro más

    desgarrado, marcado por «el signo de interrogación», en el

    que está muy presente el trasfondo trágico  que recorre toda

    mi filosofía. El artista y la ciudad, en cambio, es un libro de

    corte más clásico. Algunos lectores míos consideran que,

    independientemente de su valor intrínseco, rezuma cierta

     frialdad. Es posible que sea así. No se halla en él en carne

    viva el pathos  de otros libros míos (como el paradigmáticoTratado de la pasión). Pero bajo su estilo y escritura equili

    brados, o apolíneos, llenos de efectos distanciadores, laten

    contenidos de alta temperatura. De hecho es un libro trans-

    ferencial, en el que a la vez me proyecto en las figuras que

    interpreto, y marco también, a través de ellas, distancias

    conmigo mismo.

    En un tiempo en que el estamento pensante español se

    debatía en los hastiantes litigios entre la escolástica marxista

     y la positivista o analítica, y en que los intelectuales del país

    rivalizaban en jergas de importación, sin preocuparse por la

    aventura ensayística y el estilo, y sin atreverse, bajo palabra

    de honor, a la funesta manía de pensar por ellos mismos

    (desasistidos de andaderas de importación), estos librosmíos, y en particular El artista y la ciudad,  marcaban una

    importante inflexión. Pero como el colectivo filosófico-

    intelectual carecía entonces (y en parte sigue careciendo) de

    ese sexto sentido que se necesita para saber leer, se intentó

    reducir mi aventura de entonces (años setenta) al cómodo

    rótulo de «filosofía de la cultura».

    A la larga, esta tentativa mía orientada hacia la aventura

    ensayística como preparación de una aventura filosófica

    propia comenzó a fructificar. En los años ochenta estos

    ensayos míos comenzaron a ser comprendidos por una mi-

    II I

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    nona consistente. He de decir, a este respecto, que por

    fortuna para mí los mejores lectores han sido, sobre todo,

    extra-gremiales: poetas, artistas, psicoanalistas, gente de le

    tras, juristas, etcétera. Salvo importantes excepciones he

    recibido muy poco de mi propio gremio filosófico. De haberse limitado a ese gremio la recepción de mi obra hace

    tiempo que hubiera decidido dejarla inédita.

    En los años ochenta iniciaba mi propia aventura filosófica,

    en la que estoy ahora inmerso. En ella, el ensayismo ha sido

    parcialmente abandonado por exigencias de la exposición de

    una filosofía que debe llamarse, propiamente,  filosofía del  

    límite. Eso no significa que no siga cultivando en el futuro el

    género ensayístico. Pero actualmente me ha pasado a primer

    plano la necesidad de exponer del mejor modo que puedo la

    idea   filosófica que se me ha ido formando en los últimos

    años, la que he ido desarrollando a partir de Filosofía del  

     futuro  y de Los límites del mundo  hasta La edad del espíritu.

    Hasta Los límites del mundo  no había encontrado mi propia «piedra angular». Como suele suceder, esa piedra era una

    «piedra desechada» por la tradición moderna: la noción de

    límite   (encontrada en Wittgenstein, en Kant, en el Idealismo

    Alemán). Mi operación filosófica ha consistido, desde enton

    ces, en seguir la consigna evangélica («la piedra desechada

    se convertirá en piedra angular»). Me atreví a  pensar   esa

    noción de límite  en términos estrictamente ontológicos.

    En libros como El artista y la ciudad,  lo mismo que en

    Drama e identidad o  en el Tratado de la pasión, parece como

    si estuviera emergiendo todavía en forma magmática lo que,

    en su momento, pudo ser articulado en razón del hallazgo de

    dicha piedra angular. Constituyen los complejos preparati

    vos de una aventura filosófica que sólo a partir de Los límites  del mundo  comenzó a reconocerse a sí misma.

    Barcelona, octubre de 1996 

    IV

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    PROLOGO

    I

    Si algo parece repugnar la sensibilidad actual es cual-

    quier forma, explícita o velada, de centralismo, con toda

    su secuela de corrupciones: violentación de las llamadas

    unidades naturales, homologación artificial de las partes,

    consiguiente esplendor de burocracia y papeleo. Esa re-

    pugnancia tiene en la esfera de la política su expansión

    propia y natural, su espacio acostumbrado y caracterís-

    tico. Pero la repugnancia no es sentimiento fácilmente

    contentadizo: tiende a desplegarse también, en el caso

    referido, por otros territorios, pronunciando siempre idén-

    tica protesta cantonalista.Uno de esos territorios recientemente saqueados por

    principios saludables de dispersión y descentran) iento es

    el libro, la Unidad Libro, ese objeto cultural que, por pre-

    siones externas (las necesidades editoriales), efectúa una

    artificial unificación de cierto objeto espontáneo y na-

    tural llamado Texto. La tendencia cantonalista, como sue-

    le suceder siempre que esa dialéctica se deja a su propio

    impulso, ha cuestionado también otras segundas unida-

    des : la unidad capítulo, la unidad párrafo, la unidad fra-

    se, la unidad sílaba. El resultado de ese despropósito ha

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    sido, necesariamente, el balbuceo, la transcripción del

    ruido, la promiscuidad de escritura y garabato, la página

    en blanco...

    Se sigue en este libro un criterio moderado entre esas

    dos tendencias extremadas. Ya que en el mismo no semantiene, desde luego, la Unidad Libro tradicional, como

    tampoco se mantiene la Unidad Capítulo. No puede de

    cirse que a través de sus páginas se vaya desarrollando,

    paso a paso, una Tesis nuclear, a la que se ordenan je

    rárquicamente varias tesis secundarias. Pero tampoco pue

    de decirse que se trata de una recopilación ad hoc y a  

     posteriori   de ensayos distintos surgidos en tiempos y en

    espacios diferentes. Se trata de un libro pensado unita

    riamente como libro de principio a fin. Pero se trata tam

    bién de un libro que ordena el material textual de una

    forma diferente a como suele ordenarse tradicionalmente.

    Se mantiene, pues, un principio inflexible de unidad, fren

    te a toda ceremonia de dispersión cantonalista. Pero sepreserva un inflexible principio de autonomía, frente a

    todo liberalismo decimonónico. El resultado de la com

    binación de ambos principios es un libro de ensayos en

    trelazados en los que recurren varios temas a modo de

    motivos conductores.  Y esos temas siguen un curso bio

    lógico, lo mismo que la sucesión de los ensayos o que el

    libro tomado como totalidad: nacen, se desarrollan, cul

    minan, mueren; se expolien, varían, se recapitulan. Ya

    en Drama e identidad  ensayé esta metodología tan «wag-

    neriana», sólo que pudo permanecer oculta para muchos

     ya que Cautela, virtud a la que a veces conviene prestar

    atención, me sugirió al oído la conveniencia de probar

    sin revelar. Por esa razón inventé un tema gigantesco,con todas las trazas de una Tesis Nuclear (la distinción

    entre Drama y Tragedia) con el fin de ocultar un proce

    der que sólo en la introducción, veladamente, sugería.

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    En este libro, en cambio, no hay Tesis Nuclear. Subsis

    ten solitarios los motivos conductores, sólo que entrela

    zándose, coordinando, contrapunteando, insinuando trata

    mientos fugados, etcétera.

    Por todas estas razones puede el lector iniciar su lectura por donde le interese, puede leer los ensayos con

    independencia; pero bueno es que sepa que, así leídos,

    siempre le dejarán, creo, insatisfecho; ya que se ha pro

    curado dejarlos en suspenso, concluirlos en un acorde sin

    resolver. Motivos realistas me llevan, sin embargo, a su

    poner que habrá lectores que desoigan lo que estoy ahora

    indicando; y por esta razón he dado pistas redundantes

    en las notas a pie de página. En cuanto al uso que he

    dado a las Notas A Pie De Página, he invertido el méto

    do de Drama e identidad,  donde las eliminé sencillamen

    te. Aquí he utilizado un recurso tan académico, tan no

    toriamente vacío y pedantesco, para darle un sentido de

    otra naturaleza: producir un contra-texto, más apretado,más seco, más filosófico, que trama con el texto «de en

    cima» (más novelesco) una relación como la que hay en

    tre el bajo cifrado y el discurso melódico.

    Deberá el lector, por consiguiente, leer el libro de

    principio a fin, pero también de «arriba» a «abajo», en

    horizontal y en vertical, si quiere penetrar en todos sus

    escondites. Sé que para muchos resulta ingrata la in

    terrupción de la lectura sucesiva   con notas sistemáticas. 

    Muchos no saben si seguir o si interrumpir el relato. No

    seré yo quien les resuelva esa duda. Buena cosa es dudar

    sobre eso que nos da placer. Pues el placer es, muchas

    veces, el eufemismo de una rutina.

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    II

    Entonces, ¿sobre qué versa este libro, qué es lo que

    intenta demostrar, cuál es su idea central y su hilo con

    ductor? Preguntas que, obviamente, deben quedar en suspenso, por razón de que presuponen cierta idea acerca

    de la Unidad Libro que en este texto se halla sobrepasa

    da. Cabría quizás, de todos modos, conceder en una in

    troducción algunas pistas que orienten al lector a entrar

    en el laberinto, de manera que se le agudice el interés

    por la aventura. Y en consecuencia, sería pertinente acaso

    avanzar algunas de las hipótesis que aparecen aquí y allá

    de una manera dominante, sirviendo de nudo argumen-

    tal. Sólo que éstas, como se ha sugerido, son varias y

    están entrelazadas, siendo el nudo argumental el resul

    tado de esa urdidumbre, el texto   mismo. Dar un inven

    tario de motivos conductores me parece una pedantería

    insufrible. En cuanto a resumir brevemente la historiarelatada, el curso de la cosa, creo que supondría infrin

    gir el principio exigido siempre por el lector: su derecho

    a la intriga. Por todo ello reprimo también esta tenden

    cia, con lo que anulo definitivamente el sentido y la fun

    ción de estas páginas introductorias, que parecen estar

    escritas como justificativo de su propia y necesaria inani

    dad. Pero acaso merezca el lector, cuando menos, ciertasexplicaciones respecto al título que se ha dado al libro,

    puesto que, como buen libro que es, el presente lleva

    también título. Sólo diré al respecto que, en el posible

    inventario que he efectuado de motivos conductores, era

    el titulo elegido el que anudaba un número mayor de hi

    los arguméntales. Me decidí por él por razones estadís

    ticas. Y sobre todo por razones estéticas: era, de todos

    los que pensé, el título más eufónico. Era, además, el tí

    tulo de uno de los ensayos primeros. Y los ensayos pri-

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    meros, los que constituyen la primera parte del libro,

    son fundamentales en el sentido de que fundamentan los

    restantes, ponen las bases centrales de lo que, en la se-

    gunda parte, constituye algo así como una «libre varia-

    ción». También me gustaban como título los que lo eran

     ya de los otros dos ensayos primeros: La producción y  

    el deseo y E l hombre, semejante a Proteo.  Pero me de-

    cidí por el primero por razones de orientación general.

    De hecho, los tres títulos conjuntados obvian cualquier

    consideración introductoria sobre hilos arguméntales.

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    ORIENTACIÓN METODOLÓGICA

    Conviene aclarar, sumariamente, la metodología empleada, el enfoque y perspectiva desde el cual se tratan

    aquí los temas que son objeto de consideración y reflexión. No es una metodología explícita y visible, ya queeso contradiría las exigencias narrativas de la exposición, pero no por ello es menos evidente.

    Se trata de un enfoque crítico,  en el sentido perdu

    rable que significa Crítica desde Kant. Pero a la vez se

    trata de un enfoque histórico,  en el sentido perdurableque significa Historia desde Hegel.

    Dado un fenómeno, así el fenómeno moderno «Deseo»,o el fenómeno moderno «Producción», el método debereconducir ese fenómeno al principio o logos desde el

    cual se alumbra, a partir del cual emerge. Y ese principio es, a la vez, condición de posibilidad de su aparecer

     y principio formativo de su presencia histórica.Lo que se indaga, en consecuencia, es un espacio pre

    vio y fundante en el cual cobran sentido y significaciónlos fenómenos presentes y cotidianos. Ese espacio es, respecto a esas presencias, fundacional y generativo.

    Se trata de un espacio conceptual.  Por consiguiente,necesariamente integrado, integrable, en un meta-espacio

    más global, más envolvente.

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    Ese meta-espacio (donde el pensamiento inflexiona,

    en el cual también reflexiona) constituye el ser   extra

    mental, objetivo: ser que funda la objetividad del Suje

    to y la objetividad del Objeto.

    El pensamiento se abre a ese ser extramental, cobrando de esa apertura un esquema de pensamiento o un

    mapa categorial a partir del cual se orienta en el mundo.

    Ese esquema, ese mapa no es necesariamente consciente,

    como en general no es pensamiento sinónimo de cons

    ciencia. Por el contrario, es algo que orienta y dirige la

    promoción de consciencia y la correlativa producción de

    ideas. Las ideas que surgen de esa superficie son, nece

    sariamente, ideologías.

    Se intenta, por consiguiente, hallar ese nivel crítico  

    (o si se quiere llamar así, «científico») susceptible de

    explicar la razón profunda de surgimiento de ideologías,

    pero asimismo susceptible de expoliar a éstas de su pre

    tensión de verdad.Ante el tribunal de ese pensamiento subyacente, la

    ideología es máscara y «tigre de papel». Enmascara la

    verdad de su formación y generación, oculta sus condi

    ciones de posibilidad. E intenta, en consecuencia, una vez

    obviado su nivel crítico-histórico, decir verdad para toda

    la eternidad. Legislar.

    La ideología se apoya en consecuencia en una onto-

    logía que no es crítica ni histórica. Alumbra necesaria

    mente una creencia, una fe. Es, respecto a la lucidez, el

    eterno antídoto y alibi. Es, respecto a la verdad, el eterno

    socorro y salvavidas. Es, por consiguiente, una coartada

    para la vida y para el pensamiento.

    Sólo la Idea regulativa que orienta vida, pensamiento, acción hacia más allá de sí, hacia el futuro, pero a

    título necesario de hipótesis condicional, en términos de

    «como si», sólo la utopia concreta,  el sueño racional,

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    constituye, respecto a la ideología, una alternativa verdadera.

    Sólo esa Idea regulativa evita la necesaria consecuen

    cia de todo movimiento crítico de desenmascaramiento:

    el nihilismo. Perdida fe y esperanza, pierden los móviles primeros   e ingenuos de toda acción su agarradero. Pero

    no por ello queda entonces sentenciada la acción, la vida.

    Al contrario: sólo entonces tiene significación hacer, ser,existir.

    Sólo ese planteamiento evita otra necesaria conse

    cuencia del movimiento crítico: el cinismo. Éste revelala verdad, pero se cruza de brazos a sabiendas respecto

    a lo revelado. Se niega a cumplir el imperativo vocacio-nal: cambiar el mundo. Lo deja intacto y actúa en la

    misma dirección del mundo tal como se lo encuentra establecido. Actúa, pues, en la línea de lo ya existente. Es,

    respecto a la hipocresía inconfesada de la Ideología, el

    necesario contramovimiento. Pero es eso y nada más.

    Carece, pues, de alternativa a la creencia.

    La coartada del cinismo suele ser, lo mismo que lacoartada nihilista, el pesimismo: una infravaloración dela acción y de la vida.

    Que los tiempos presentes, más que nunca quizás en

    la historia reciente, abonan la propensión de la inteli-  gentsia,  pero también de la casta política, empresarial,laboral, civil, hacia nihilismo o cinismo, no significa queéstas sean las únicas actitudes pertinentes que derivan

    de la lucidez. Cabe, por el contrario, repensar lucidez y

    acción en un movimiento o proceso más amplio, más

    comprensivo, en el que, realizando la lucidez su ejercicio necesario de escepticismo, despeje, en virtud de ese

    ejercicio, el territorio de una acción libre de ideología,

    ilusión, ídolo: una acción fundada en Ilustración, enAutoconsciencia, en Razón.

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    De este modo podría evitarse el corolario idealista de

    una concepción, sea nihilista, sea cínica, que ante la presupuesta ligazón, establecida de modo falaz como nece

    saria, entre ilusión y acción, deja como única alternativa

    la contemplación.Ese cruzarse de brazos ante el mundo se debe a la

    creencia   (ideológica, como toda creencia) de que el mundo se halla gobernado únicamente por credos, por decálogos, por leyes, que algún espíritu maligno, acaso el

    Ünico Dios, dirige, provisto de Órdenes, desde su aciagoempíreo supralunar. Esta concepción, queriéndose distanciar de dioses y teologías, es de hecho y de derecho

    una nueva versión de teología positiva.La ecuación Dios igual a Estado igual a Sistema igual

    a Dinero constituye el despliegue de esa ciencia prime

    ra: el área de sus determinaciones originarías, el haz de

    los trascendentales.1

    La búsqueda del espacio a priori   que permite constituir, como presencia histórica, esa moderna posición dela inteligencia, antitética a la acción y a la vida, que sedenomina Lucidez,  constituye en este sentido uno de los

    objetos, no primario, pero sí determinante, de este libro.Que es, respecto a fenómenos analizados en mi libro an

    terior Drama e identidad   (especialmente en los dos últimos capítulos-ensayo), un intento de distanciamiento crí

    tico.

    1. En un libro excelente, una de las más vigorosas contribuciones al pensar español contemporáneo, Ensayo sobre Cioran; Madrid, 1975, Femando Savater plantea, desde premisas diferentes, este problema. El lector hará bien en remitirse a él paraconocer el detalle de la cuestión aquí debatida.

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    La producción y el deseo : Este título puede sugerir a

    algún lector un orden de cuestiones que en estos últi

    mos años han sido ampliamente disputadas por filoso

    fías radicales tanto francesas como alemanas y america

    nas. Evidentemente este libro se inscribe en ese orden de

    cuestiones, a las que intenta sugerir cierta respuesta. Sólo

    que, con este fin, procura tomar distancias con respectoal campo ideológico y epistemológico en el que esas cues

    tiones suelen plantearse, buscando la raíz histórica, in

    clusive pre-histórica, de dicho campo. En este sentido

    debe entenderse lo que de otro modo puede resultar sor

    prendente y hasta chocante: el problema que plantea la

    tan buscada síntesis de deseo y de producción se inves

    tiga en este libro a través de un punto de partida verdaderamente arcaico, en el sentido riguroso del término ar

    caico. Una exégesis de algunos textos platónicos, el Ban- 

    quete   y el Fedro   especialmente, sirve así de disparadero

    de una cuestión en la que está implicada algo más que

    la filosofía y la ideología actuales. Una cuestión que in

    cide en la entraña misma de nuestro ser y de nuestro

    existir. Ya que es experiencia vivida de a diario la sepa

    ración, la escisión, el extrañamiento, entre la esfera del

    deseo y la esfera de la producción: el mundo anímico y 

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    Cuando esa síntesis triple se quiebra aparece enton-

    ces la esfera anímica desvinculada de la esfera social, de

    manera que Eros  no se prolonga en producción ninguna,

    de manera que Poíesis   no halla en Eros   ni en la Belleza

    su principio y su fundamento. Surge entonces el Deseo,concepto moderno que implica esa previa divisoria tra-

    zada entre lo subjetivo y lo objetivo. El cual Deseo, al

    no hallarse mediatizado con la Producción, pierde tam-

    bién su vínculo con el objeto al que tiende, Bien o Be-

    lleza. Y esa pérdida hace que el objeto que le es propio

    aparezca entonces como lo eternamente ausente y separa-do. Sólo mediante la disolución del sujeto deseante —a

    través de la Muerte o de la Locura— resulta posible el

    reencuentro del deseo con su objeto. Correlativamente

    surge la Producción, concepto moderno que constituye

    el transunto objetivo del Deseo. Esa Producción, ese Tra-

    bajo, al perder su vinculo con el fundamento, con el prin-

    cipio, llámese éste Bien o Belleza, sufre destino análogo

    al Deseo: se constituye en esfera autónoma y separada,

    sin vínculo con el mundo anímico del sujeto deseante. En

    consecuencia, se constituye en esfera fundada en su pro-

    pia inanidad: producción que sólo busca producción, sin

    tino y sin oriente, hallando, igual en esto a Deseo, como

    último horizonte de su búsqueda también la Muerte:horizonte de destrucción y despilfarro al cual conduce la

    Producción ensimismada.

    24

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    I. PLATÓN: LA PRODUCCIÓN Y EL DESEO

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    En donde impera el concepto de belleza, allí paga

    el imperativo de vida su incondicionalidad. El prin-

    cipio de la belleza y de la forma no procede de la

    esfe ra de la vida. Su relación con ella es, a lo sumo,

    de naturaleza altamente crítica y correctiva. Con

    orgullosa melancolía está enfrentada con la vida y,

    en lo profundo, está vinculada con la idea de la

    muerte y de la esterilidad.

     T h o m a s  M a n n , Escrito sobre el matrimonio.

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    I

    Seria seguramente una lectura superficial del Banque- 

    te   platónico limitarla al pasaje aquél en donde Diotima,

    sacerdotisa del amor, describe a Sócrates, con solemni-

    dad y unción, el camino ascendente de Eros,  camino que

    conduce de los cuerpos bellos a las almas, bellas, de las

    bellas virtudes a las bellas leyes, de éstas a las bellas cien-

    cias, hasta alcanzar finalmente la única ciencia, la ciencia

    de lo bello. Una lectura precipitada tendería a suponer

    que el objeto   de esa ascensión lo constituye: «la visión

    de algo que por naturaleza es admirablemente bello, aque-

    llo precisamente por cuya causa tuvieron lugar todas lasfatigas anteriores».1

    El objeto de Eros,  el fin de su persecución, la meta

    de todos sus desvelos sería, en ese caso, la posesión de

    la Belleza por parte del alma. Y esa posesión tendría el

    carácter de una visión.

    1. Platón, Banquete,  210 e. La iniciación es gradual, la reve-

    lación es repentina, súbita. (Para este diálogo se ha tomado en

    consideración la edición de «Les belies Iettres», París, 1970, texto

    bilingüe, y la traducción castellana de Luis Gil, Madrid, 1969).

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    Ahora bien, ya en algunas de las estaciones de trán-

    sito por las que pasa Eros   en su ascenso hasta lo bello

    puede advertirse, leyendo el texto con atención, cómo el

    objeto perseguido es menos simple que este que se acaba

    de describir; cómo asimismo el modo de posesión es me-nos restringido que ese enunciado en términos de visión,

    contemplación, teoría:

    «Es menester..., si se quiere ir por el recto camino

    hacia esa meta, comenzar desde la juventud a dirigirse

    hacia los cuerpos bellos, y si conduce bien el iniciador,

    enamorarse primero de un solo cuerpo y engendrar en él  

    bellos discursos:   comprender luego que la belleza quereside en cualquier cuerpo es hermana de la que reside

    en el otro, y que si lo que se debe perseguir es la be-

    lleza de la forma, es gran insensatez no considerar que

    es una sola e idéntica cosa la belleza que hay en todos

    los cuerpos. Adquirido este concepto, es menester hacerse

    enamorado de todos los cuerpos bellos y sosegar ese vehe-

    mente apego a uno solo, despreciándolo y considerándolo

    de poca monta. Después de esto, tener por más valiosa

    la belleza de las almas que la de los cuerpos, de tal modo

    que si alguien es discreto de alma, aunque tenga poca

    lozanía, baste ello para amarle, mostrarse solícito, engen- 

    drar y buscar palabras tales que puedan hacer mejores  

    a los jóvenes,  a fin de ser obligado nuevamente a con-templar la belleza que hay en las normas de conducta y

    en las leyes y a percibir que todo ello está unido por

    parentesco a sí mismo, para considerar así que la belleza

    del cuerpo es algo de escasa importancia. Después de las

    normas de conducta, es menester que el iniciador con-

    duzca a las ciencias para que el iniciado vea a su vez la

    belleza de éstas, dirija su mirada a toda esa belleza, que

     ya es mucha y... vuelva su mirada a ese inmenso mar

    de la belleza y su contemplación le haga engendrar mu- 

    30

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    chos, bellos y magníficos discursos y pensamientos en  

    inagotable filosofía.. . » 2 

    Los textos subrayados sugieren hasta qué punto no

    basta con afirmar que lo que calma y satisface a Eros  

    es la contemplación de la belleza inseminada en cuerposo en almas, o considerada en toda su pureza ideal. La

    contemplación, la teoría, constituye, cuando más, una

    condición imprescindible. O mejor aún: un ingrediente

    necesario que exige, para su propia completud, la pre-

    sencia de algo distinto. Algo que en cierto modo trascien-

    de o sobrepasa el momento de la teoría.Podría decirse, en efecto, que la posesión de la belleza

    a través de la contemplación constituye la condición o el

    ingrediente necesario para que Eros  alcance su verdadero

    objeto: el cual no es simple satisfacción ni posesión more  

    teorética.

    Esa posesión, esa satisfacción apunta más allá de si

    misma, y ese más allá constituye una acción o proceso

    que en el texto citado aparece como fecundación, como

    movimiento que conduce a engendrar o parir.

    Engendrar o parir bellos discursos y pensamientos,

    pero así mismo bellas normas y bellas leyes, bellos hijos,

    bellas ciudades, bellos saberes.

    El objeto de Eros   no es, por tanto, la posesión de labelleza a través de la contemplación sino «la generación

     y el parto en la belleza».

    Pues Platón, en boca de Diotima, dice con toda clari-

    dad, en un pasaje anterior al citado: «N o es el amor, Só-

    crates, como tú crees, amor de la belleza... (sino) amor

    de la generación y del parto en la belleza».32. Banqu.  210 a.

    3. Banqu.  206 e. Anteriormente se especifica la acción propia

    de Eros   en términos similares: «Esta acción es la procreación en

    la belleza tanto según el cuerpo como según el alma», Banqu. 

    206 b.

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    Podría acaso objetarse que ese objeto es provisional,

    de manera que en el último estadio del ascenso quedara

    relativizado y superado.4 En ese último estadio la acción

    productiva quedaría rebasada por la pura contemplación

    visual.  La referencia a la visión, el empleo de una metáfora visual, permitiría abonar esa interpretación, de modo

    que, en la cúspide del ascenso, el movimiento vital al

    que conduce toda contemplación precedente —ese movi

    miento del engendrar y producir— se hallaría suspendido

    para dar paso al acto puro de la visión inmaculada de

    la idea de lo bello en sí. Si el alma es, según la doctrina

    del Fedón, congenial a la idea, y ésta es inengendrada, im

    perecedera y no sujeta a movimiento alguno, entonces el

    acto de visión, que es lo que tiene el alma de más propio

     y esencial, constituye, asimismo, un punto de reposo y

    descanso eterno que bajo ningún concepto puede desen

    cadenar acción productiva alguna.

    Pero esa concepción estática del alma —y de la idea—aparece relativizada en diálogos posteriores, en Fedro  es

    pecialmente.5En el Banquete,  lo mismo que en La Repú- 

    blica, coexiste la primera doctrina, estática, con la segun

    da, dinámica. En el texto que comentamos, en el Ban- 

    quete, el empleo de la metáfora visual parece determinar

    una inflexión hacia teoría y contemplación. Ahora bien,

    un texto de La República,  en el que parece resumirse

    todo ese ascenso trazado en el Banquete,  sirve para re-

    4. Tal es la tesis tradicional. Una versión matizada de lamisma puede leerse en Léon Robin, La théorie ptatonicienne de  

    l'amour,  París, 1964.

    5. Sobre todo en Fedro, 245 c : «Toda alma es inmortal, pues

    lo que siempre se mueve es inmortal... lo que se mueve a sí mis

    mo, como quiera que no se abandona a sí mismo, nunca cesade moverse, y es además para todas las cosas que se mueven lafuente y el principio del movimiento...» (Para Fedro,  edición del

    Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1957, texto bilingüe, tra

    ducción Luis Gil).

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    lativizar este punto de vista, en la medida en que aparece

    allí la metáfora sexual —contacto, coito, nupcias— como

    aquélla que mejor describe el momento en el que el alma

    toma posesión del objeto de su apetencia:

    «Pero ¿no nos defenderemos cumplidamente alegandoque el verdadero amante del conocimiento está natural-

    mente dotado para luchar en la persecución del ser, y

    que no se detiene en cada una de las muchas cosas que

    pasan por existir, sino que sigue adelante, sin flaquear

    ni renunciar a su amor hasta que alcanza la naturaleza

    misma de cada una de las cosas que existen, y la alcanzacon aquella parte de su alma a que corresponde, en vir-

    tud de su afinidad, el llegarse a semejantes especies, por

    medio de la cual se acerca y une ( migeís ) a lo que real-

    mente existe, y engendra inteligencia y verdad, librándose  

    entonces, pero no antes, de los dolores de su parto, y ob- 

    tiene conocimiento y verdadera vida y alimento verda- 

    dero? » (Subrayado mío).6

    No se habla aquí de visión sino de contacto, unión,

    coito. Que en consecuencia trae consigo concepción, do-

    lores de parto, nacimiento. Se trata, por consiguiente, de

    un acto en el que el sujeto, el alma, produce, fuera de sí

    mismo, un ser distinto, una alteridad, en la cual se tras-

    ciende en tanto que sujeto, en tanto que mismidad. Lametáfora sexual cristalizada en el término migeís  (que, de

    todas formas, estaba ya presente en el Banquete)  destaca

    el pensamiento subterráneo que podía llegar a inhibir la

    metáfora estrictamente visual (una metáfora que la tra-

    dición ha olvidado en ocasiones su carácter metafórico).

    Se advierte, pues, hasta qué punto el objeto que persigue

    el alma no es sólo   la contemplación de lo bello. O cómo

    6. República, 490 a, Edición del Instituto de Estudios Políticos,

    Madrid, 1969, traducción de José Manuel Pabón y Manuel Fer-nández Galiano.

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    como simple deseo  — es decir, como carencia y persecu

    ción de un objeto, la belleza, que está a la vez presente

     y ausente al alma— Platón superaría esta concepción.10

    Eros  no es deseo, no sólo   es deseo. Eros  no se halla, por

    lo demás, satisfecho con la posesión o presencia de esoque le falta, belleza o bien. O esa satisfacción no se cum

    ple con la simple contemplación. Ni siquiera con la mera

    «pacificación» satisfecha y descansada del impulso (y en

    este sentido la concepción platónica se desmarcaría de

    todo hedonismo).11 El objeto de Eros,  lo que en propie-

    10. Tal sería la interpretación implícita de Lacan: Eros   en

    tendido como deseo,  y éste definido por la carencia o falta de su

    objeto primero y propio (el llamado «objeto-a»). Esa falta, que

    constituye al sujeto como «sujeto en falta», determina la persecución desesperada de una ausencia que sólo puede ser precaria

    mente suplida a través de sustitutivos siempre permutables (es

    decir, signos). Sólo la presencia pura de la Ausencia desvelaría la

    Verdad, sólo que esa presencia sería la misma Muerte. De ahí

    la estrecha conexión entre Sujeto, Deseo, Verdad y Muerte. Lareflexión lacaniana es coherente siempre y cuando se parta,

    como premisa fáctica y teórica, de una escisión entre la esfera

    subjetiva y la objetiva. La concepción lacaniana del deseo es, así,una muy lúcida reflexión sobre una realidad empírica, histórica,

    configurada a partir de esa escisión. Sólo que al no someter acrítica la experiencia, queda fijada a ésta, constituye su reflejo

     y termina por convertirse, obviamente, en ideología. Lo contrario

    conduciría a criticar   (científicamente) el concepto empírico   de

    Deseo. Por ejemplo, desde el concepto de Eros  platónico, tal como

    aquí se le interpreta. En el ensayo Goethe: la deuda y la vocación  

    se halla una más extensa crítica del planteamiento lacaniano.

    Puede resumirse así la crítica que aquí se sugiere: el Sujeto

    no sólo   está «sujetado» al Otro lacaniano, sino también y previa

    mente a la alteridad inmediata: el mundo objetivo (esfera social,

    productiva). Se trata en realidad de una unidad sintética sujeto-objeto (alma y sociedad) de la que puede abstraerse, analítica

    mente, una doble esfera. Cuando la abstracción deviene realidad,entonces, sólo entonces, aparece, como objeto del sujeto, el Otro.

    Y correlativamente, como sujeto del objeto, el Capital.

    11. Tal sería la interpretación implícita de Marcuse: el ob jeto

    de Eros   sería la «pacificación» y el «descanso». Olvida este filó

    sofo la existencia de un término mediano entre trabajo enajenado

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    dad le define, es la fecundación. Eros  es,  por  consiguien

    te, instancia fértil, productiva. En suma: Platón alcanza

    una concepción unitaria y sintética de Eros  y de Produc

    ción (Eros y Poiesis)  que la modernidad ha quebrado. El

    texto de Thomas Mann con que se inaugura este escrito

    muestra a las claras la sanción de esa ruptura, de esa

    quiebra.12

    ¿Qué es lo que explica ese carácter fértil, productivo,

    «poiético» de Eros?   Se dice en el texto que Eros   persi

    gue la posesión constante y permanente de lo bello y  

    bueno. Dada su naturaleza daimónica, medianera, supuesto el carácter «imperfecto» de un ser que ni es inmor

    tal como los dioses ni mortal como los hombres, sino

    que es genio o demonio, similar en esto a semidioses o

    héroes inmortales, alcanza esa posesión constante y per

    manente de otro modo que a través de una visión beatí

    fica o de un eterno reposo cabe la idea de lo bello. Y ese

    otro modo es la constante y permanente tendencia a laproducción. En virtud de esa fertilidad consigue repro

    ducirse eternamente, de manera que alcanza un término

     y «placer» (principio de realidad y de placer), a saber, la creatividad artística, de la que da una interpretación meramente he-

    donista.12. Véase el ensayo Thomas Mann: Las enfermedades de la  

    voluntad.  Thomas Mann, discípulo de Schopenhauer, tiene elmérito de buscar una mediación entre la esfera de la Muerte

     y la esfera de la Vida, que encuentra en la actividad artística,

    pero las premisas teóricas schopenhauerianas no han sido conello criticadas; únicamente se han corregido las conclusiones.

    De hecho, se parte del principio de que Belleza y Muerte se hallanhermanadas, de que la Belleza se halla divorciada de la esfera

    de la «sociedad civil» (mundo empresarial, laboral). De todosmodos, Thomas Mann, como novelista, trasciende en algún sen

    tido esas premisas, toda vez que proporciona los elementos de ju icio suficientes para comprender, de un modo histórico, el sur

    gir mismo de aquéllas.

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    mediano entre el proceso errático de la generación y

    corrupción propio del mundo sensible y el estado estático

    de la pura visión beatífica propia de los inmortales. El

    alma, en tanto sujeto de erotismo, constituye, así, un

    principio que, al igual que la idea, es eterno, inmutable,

    imperecedero, pero que, a diferencia de ésta, alcanza esos

    atributos a través del perpetuo movimiento. Así aparece

    la doctrina del alma en Fedro,  en Leyes X. Y consiguien

    temente, también la Idea sufre, a partir de Parménides, 

    Sofista   y Fedro,  un cambio de estatuto, evidenciado en

    la inclusión, dentro del inventario ideal, del movimiento,de la diferencia, del no-ser. Pues bien: el texto comen

    tado del Banquete   constituye acaso la primera formula

    ción, todavía incipiente, todavía tributaria del estatismo de

    la doctrina del Fedón,  de esta modificación sustancial

    de la doctrina platónica del alma y de las ideas. La   con

    cepción del Eros productivo   es, en suma, una preforma

    ción de la doctrina de la eterna movilidad del alma y de

    la dialéctica de las ideas.

    ¿Y qué es lo que se alcanza mediante esa unión sin

    tética de Eros   y productividad? Ni más ni menos que la

    inmortalidad: algo medianero entre la eterna lozanía de

    los dioses y el puro envejecer y renacer propio del deve

    nir sensible.13Eros,  hijo de Poros   (Abundancia, Prodigalidad, Recurso) y de Peinía   (Indigencia, menesterosidad,

    carencia), consigue, merced a la fertilidad, acceso al reino

    de los inmortales.14 Ella asegura la perpetuación de las

    especies, mantiene por consiguiente un principio ideal de

    permanencia en el seno del devenir, posibilita la encarna

    ción del género o la idea dentro del mundo. Hace, ensuma, que la idea sea algo más que instancia trascenden

    13. Banqu.  206 c.14. Banqu.  202 e.

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    te; sea también principio de inmanencia, sea género   en

    sentido lato: fuente y principio del que brotan constante

    mente descendientes.Se iniciaba este escrito problematizando la doctrina

    según la cual el ascenso de Eros   halla su culminación enun estadio — contemplativo— en el que el proceso parece

    quedar sobrepasado. Se sugería que la contemplación,apoyada en la metáfora visual, constituye tan sólo una

    condición, no en cambio un resultado o una meta. Éstaaparece ahora como proceso productivo. No es, por con

    siguiente, una illuminaíio   lo que concluye el camino eró

    tico, o no lo es únicamente.  Inclusive la última iluminación desencadena, como puede percibirse en el texto

     — siempre que se lea atentamente— un proceso de pro

    creación o producción. Cierto que el iniciado recibe «derepente la visión de algo por naturaleza admirablemente

    bello».11 Cierto que eso que se desvela ante la visión es

    la idea.  E idea menta visión, tiene la misma raíz — vid  —de la que deriva la también griega palabra teoría o lalatina videre.1*   ¿Y no se compara, para mayor abunda-

    mento, en La República,  el proceso de conocimiento de

    la idea con el proceso de visión, de manera que el sujeto

    cognoscente se inviste del carácter de un ojo (ojo del

    alma) que percibe objetos visibles (ideas) en virtud de

    un «tercer término», la luz, que enlaza vidente y visible,cuya procedencia remite al dador de luz, deidad solar, pa

    dre y principio de todo nacer y sobrevivir en el área de1516

    15. Banqu.  210 e.16. Véase Martin Heidegger, Platons Lehre von der Wahrheit, 

    Berna, 1954, donde se tiene únicamente en cuenta el carácter depresencialidad de la idea. Mucho más próximo a nuestra hipótesis se halla en cambio Gerhard Krüger, Einsicht und Leiden-  schaft,  Frankfurt am Main, 1939, que constituye un lúcido comentario textual del Banquete.

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    lo sensible? 17 En ese texto de La República   se desvela

    todo el complejo metafórico cortado según el patrón del

    parámetro visual que nutre multitud de alusiones al pro

    ceso de conocer, presentes de continuo en los textos pla

    tónicos. Podría llamarse a ese repertorio visual el repertorio «apolíneo». Y sin embargo, hemos visto también la

    presencia de otro arsenal metafórico que sirve como dis

    paradero de un repertorio de otro orden —orgiástico,

    dionisíaco— en el que el nietzscheano Zwang zum Orgas-  

    mus   late con fuerza singular.” También ese segundo ar

    senal está presente de continuo en el corpas   textual platónico, de manera que éste constituye, a este nivel, una

    cumplida síntesis entre el fervor plástico griego, ese im-

    17. Rep.,  507 a.

    18. Nietzsche, en un texto incluido en «La voluntad de poder

    como arte», una de las partes de su supuesta obra «La voluntad

    de poder», reinterpreta las nociones de lo apolíneo y de lo dioni-siaco que había acuñado en su libro primerizo El origen de la  tragedia.  La embriaguez característica de lo dionisíaco constitu

     ye un «impulso al orgasmo» cuya finalidad es engendrar, crear,producir, parir. El pensamiento de fondo es idéntico al de Platón.

    Rn cuanto al uso de metáforas fisiológicas, lejos de constituir

    una prueba más acerca del supuesto «positivismo» de Nietzsche,

    constituye por di contrario una reincidencia en lugares comunes

    griegos y platónicos: un síntoma más del carácter «originario»,por hablar en la jerga heideggeriana, de su pensamiento. Heideg-

    ger, en este punto como en muchos otros, ha tergiversado plenamente las cosas. Heidegger, Nietzsche ; tomo I, Ptullingen, 1961.

    Nietzsche interpreta el fenómeno arte a partir de estas premisasfisio-lógicas: el arte es consecuencia de este impulso al orgasmo

    que conduce a la creación, es, pues, signo de vida «ascendente»,

    la demarcación entre ascendencia y decadencia viene dada por la

    diferencia entre fertilidad y esterilidad. El arte decadente seria

    impulso orgiástico sin obra.  La interpretación que suele dar Thomas Mann de lo «dionisíaco» parece olvidar este extremo:

    nada más contrario al pensar de Nietzsche que el esteticismo

    •dionisíaco-orgiástico» de sus supuestos seguidores (uno de ellos,confesado, el propio Thomas Mann, especialmente en su primeraetapa «pesimista»).

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    pulso a la figuración que, en el terreno epistemológico,

    da lugar a la expresión misma de idea (cuya acaso más

    estricta traducción sea Figura, Forma), y el desborda

    miento pletórico de vida propio del fervor pansexual que

    protagonizan las divinidades del subsuelo, y en especialDionisos, las cuales aseguran la inmortalidad y la perpe

    tuación de las especies al cancelar, siquiera sea de modo

    episódico, epidémico, el  principium individuationis.19 

    Esa síntesis de visión y coito, de contemplación y or

    gasmo, de idea y fertilidad, puede percibirse en un texto

    en el que se conjugan con desenvoltura ambos paradig

    mas lingüísticos, pasándose sin transición del uno al otro

    con toda naturalidad, con obviedad:

    «Este es el momento de la vida... en que más que

    ninguno adquiere valor el vivir del hombre: cuando éste

    contempla   la belleza en sí... ¿O es que no te das cuenta

    de que es únicamente en ese momento cuando ve   la be

    lleza con el órgano que ésta es visible  cuando le será posible engendrar,  no apariencias de virtud... sino virtudes

    verdaderas, puesto que está en contacto   con la verdad; y

    de que al que ha procreado y   alimenta una virtud ver

    dadera le es posible hacerse amigo de los dioses y tam

    bién inmortal, si es que esto le fue posible a algún hom

    bre?» 20

    La meta es puro conocer en términos de visión, peí o

    19. Esta interpretación que aquí damos de Platón es tribu

    taria del esquema nietzscheano de E l origen de la tragedia,  sólo

    que a partir de las rectificaciones ideológicas de la obra de madurez de Nietzsche. Pero mientras este autor desmarca su teoría

    de la socrático-platónica, aquí se intenta, por el contrario, mostrarhasta qué punto brota esencialmente de ella. Ya en un trabajo

    de tesis de licenciatura. Alma y Bien según Platón,  insistíamos

    en la presencia en Platón de la tradición «dionisíaca».20. Banqu.  211 d.

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    tas tradicionales (inclusive en intérpretes «moderados»,

    como Léon Robin, que intentan, de modo demasiado cau

    teloso, rebasar ese punto de vista). En la medida en que

    no destacan la importancia del carácter productivo de

    Eros,  de manera que conciben el pasaje en que se aludea ello como texto secundario, restringen de forma implí

    cita el sentido de éste al concepto moderno de Deseo. En

    consecuencia, no se percibe en Eros  otra cosa que caren

    cia o falta, siendo entonces necesario rebasar en la Idea

    Pura esa precariedad. A medio camino entre el Deseo y

    la Idea aparece, sin embargo, el platónico concepto deEros productivo,  ese impulso que no se calma con visio

    nes sino con obras, ni con contemplaciones sino a través

    de acciones. No es la visión pura de la Idea la verdadera

    entelequia del proceso sino la acción productiva. Y no es

    casual que en el Banquete, antes de definir a Eros,  acuda

    Platón al término de Poíesis,  al que traduce genérica

    mente como pasaje del no-ser al ser.u La entelequia seria,pues, la unión sintética de los conceptos que expresan

    ambos términos, Eros • Poíesis.  Ello significa que el im

    pulso erótico sólo halla su culminación mediante un acto

    de producción o creación del que resultan obras.

    Ambos, Eros y Poíesis, son términos medianeros entre

    el no-ser (mundo sensible) y el ser (mundo ideal). El im

    pulso erótico conduce al alma de lo sensible a lo ideal.

    El impulso poiético obliga a descender al alma de la con

    templación al «reino de las sombras», de manera que im

    plante en ese mundo los paradigmas contemplados en

    la ascensión. La obra artística o técnica, lo que resulta

    de esa téjne,  de esa acción demiúrgica, es, pues, la obra23

    23. Banqu.  205 b.

    42

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    39/216

    en que ese proceso erótico-poético se culmina.24 Obra de

    arte que deriva de ese pasaje del alma por la Belleza, po

    sibilitada por el impulso erótico, y de esa implantación

    de la Belleza en el mundo, posibilitado por el carácter

    productivo de ese impulso. El artista   es el hacedor deese proyecto erótico-poiético. Y la ciudad   es su obra.

    II

    Habla Sócrates en el Fedro,  en el tercero de los dis

    cursos sobre el alma enamorada, de una «cuarta formade locura» a la que se llega a través de la reminiscen

    cia de la belleza producida por algún objeto de este mun

    do con capacidad evocadora. El sujeto recuerda entonces

    la verdadera belleza «y adquiere alas, y de nuevo con ellas

    anhela remontar el vuelo hacia lo alto; y al no poder,

    mirando hacia arriba a la manera de un pájaro, desprecia

    las cosas de abajo, dando lugar a que lo tachen de loco

     —y aquí se ha de decir que ése es el más excelso de los

    estados de rapto, y el causado por las cosas más excel

    sas, tanto para el que lo tiene, como para el que de él

    participa; y que así mismo es por tener algo de esa locura

    por lo que el amante de los bellos mancebos se llama

    enamorado».25

    24. La téjne   «saca a luz» las fuerzas o virtudes (dynamis ) que

    están ocultas en la naturaleza ( fysis ). Podría decirse, pues, que

    el artista ejerce una función «mayéutica» respecto a la ciudad.

    Permite que la naturaleza se «alumbre» en ella. Sin embargo, ya

    en Platón el concepto de téjne   acusa un primer divorcio con elconcepto de  fysis,  lo cual se pone de manifiesto especialmente

    en Leyes X,  donde aparece también el correlativo divorcio entre

    Alma y Naturaleza: ésta convertida en Cuerpo (objeto inerte) queprecisa un principio extrínseco (Alma) para animarse. No es

    casual esa doble separación: tiene su correlato en la conversión

    de la ciudad en obra técnica, una vez rotos los primeros ligáme-ites con Natura.

    25. Fedro,  249 c.

    43

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    He aquí, pues, en el Fedro, una nueva caracterización

    de Eros,  complementaria de la del Banquete.  El deseode belleza, el impulso hacia lo bello aparece aquí como

    forma de locura, la locura divina, en la que el sujeto pier

    de el dominio de sí mismo y se conduce como un enajenado, sólo que esa ex-centricidad se debe a que entonceses un dios el que se apodera del sujeto, el que lo rapta

    o lo posee. Ese dios es, de modo eminente, la idea de

    la belleza.Eros   es, pues, locura, sólo que esa forma excelsa de

    locura que Platón llama zeta manía.  El amor trama, así,

    una relación estrecha con la enajenación de la mente,con la pérdida de mismidad por parte del sujeto. La lo

    cura aparece, así mismo, como condición necesaria parael encuentro del sujeto con su objeto anhelado, la Belle

    za. Ésta es por consiguiente algo peligroso que pone entrance de muerte y de enajenación al sujeto que se le

    acerca. El alma no puede contemplar directamente la belleza, ya que «le procuraría terribles amores», con lo

    que se ve obligada a iniciarse a través de un largo ritode aprendizaje y de pasaje.26 Por vez primera aparece en

    este texto una idea llamada a prosperar en la experiencia

    poética del romanticismo y del postrromanticismo: la be

    lleza como instancia terrible, «ese grado de lo terrible

    que los humanos podemos soportar» (Rilke), esa deidadque siembra por todas partes a la vez beneficio y desastre (Baudelaire), ese ser asociado inexorablemente con

    la muerte (Von Platen, Thomas Mann):

    «Quien contempla la belleza con los ojos

    Se ha conciliado con la muerte.»27

    26. Fedro,  251 a.27. Citado por Thomas Mann en su Escrito sobre el matri- 

    monio.

    44

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    Ya en Platón, por consiguiente, la belleza traza un

    círculo de horror con sus hermanas, locura y muerte: de

    ahí que el filósofo, para encontrarse con ella, «tenga que

    morir* (Fedón ) o «deba enloquecer» (Fedro ).

    ¿Qué es, entonces, lo específico y diferencial de la doc

    trina platónica? ¿O qué es lo que introduce como novedad

    o diferencia la modernidad, especialmente a partir del

    romanticismo?

    En Platón, ese pasaje del alma por la pérdida de sí,

    enajenación o muerte, constituye únicamente un pasaje,

    un estadio. Tiene el carácter de una prueba propiciatoriaque, en el desarrollo del proceso educativo, cumple una

    función imprescindible. Pero no es en modo alguno un

    fin, una meta. Es necesario contactar con la belleza a

    través del impulso erótico — lo cual implica enajenación,

    muerte. Pero es preciso rebasar ese estadio, dejar morir

    la misma muerte, enajenar la misma enajenación. Y ello

    en virtud de un resurgir en el que el alma verdaderamen

    te re-nace, siendo ese re-nacer un descenso del estado con

    templativo al proceso activo.

    El alma, en efecto, prolonga ese estado de divina lo

    cura mediante un proceso de fecundación en el que al

    canza a imprimir, en otras almas u otros seres, las si

    mientes de su propia experiencia amorosa. De ahí que elremate de ese proceso amoroso descrito en el Fedro  con

    siste en la  fecundación   de otras almas a través de la

    palabra:

    «Haciendo uso del arte dialéctica, una vez se ha es

    cogido un alma adecuada, se plantan y siembran en ella

    discursos unidos al conocimiento, discursos capaces dedefenderse a sí mismos y a su sembrador, que no son

    estériles, sino que tienen una simiente de la que en otros

    caracteres germinan otros discursos capaces de transmi

    tir siempre esa semilla de un modo inmortal, haciendo

    45

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    feliz a su poseedor en el más alto grado que le es posible al hombre.» a

    Sólo esa proyección fecundante de Eros   —a través de

    la educación— asegura el alma su inmortalidad, siendo

    entonces locura o muerte no tanto instancias que posibilitan la purificación absoluta del alma, su espiritualiza

    ción cumplida, como sugiere el Fedón,  sino medios quecualifican   el proceso productivo, de manera que la obra

    resultante sea buena o bella, sea, pues, en cierto modoartística.

    El filósofo «tiene que morir», «tiene que enloquecer»,pero no para perderse en la pura trascendencia vacía de

    la contemplación de la idea, sino con vistas a volver avivir, una vez consumado el ascenso, en el mundo de los

    hombres, en la ciudad.

     Todo ello permite hablar de una doble trascendencia  de Eros: 

    1) Aquélla que conduce al alma, muerte o enajena

    ción mediante, hasta la Belleza.

    2) Aquélla que conduce al alma desde la cumbre de

    su ascensión al mundo de los hombres, a la ciudad.

    Se trataría de un doble éxtasis de Eros :

    1) Éxtasis ascendente al que se podría denominar vía  mística.

    2) Éxtasis descendente al que se podría denominar

    vía cívica.

    La tarea poiética —artística, demiúrgica, técnica (en

    el sentido platónico de téjne )— implicaría esa doble de-28

    28. Fedro, 275 d. Véase el excelente comentario de Léon Robín,obra citada, que o » las reflexiones finales del Fedro   en torno ala productividad de la palabra percibe también el sentido último,educacional, de este diálogo.

    46

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    terminación necesaria: el artista debería recorrer ese do

    ble camino para plasmar su obra ciudadana.29

    29. Nuestra determinación del concepto de arte, punto nuclear

    de una posible Estética,  implica una doble sintesis, ambas sugeridas por la filosofía platónica:

    1) La sintesis Alma-Ciudad.2) La síntesis Eros-Poíesis.

    La cristalización de ambas síntesis, obviamente conexionadasen esencia, se produce siempre que todos y cada uno de los términos conjugados hagan expresa referencia a un principio tras

    cendente, el Bien, sinónimo de la Verdad y de la Belleza. Tenemos,

    pues, la estructura y el proceso siguiente (que es la estructura yel proceso mismo del arte):

    La flecha que conduce del Alma a la trascendencia describe elcamino de Eros   (ascenso), la que lleva del Bien a la Ciudad

    describe el camino de Poiesis.  No se olvide que Poíesis,  en tanto

    que poesía, «viene de lo alto», por vía de inspiración y rapto.

    Pero en tanto esa «inspiración» se implanta en la esfera objetiva(palabra o forma), entonces aparece como  poíesis   en sentido

    amplio, es decir, como ese hacer que «trae a luz» al ser desdeel «no ser». Y no-ser es: por un lado, el mundo umbrío y caver

    noso donde «trabaja» el artista; por otro lado el propio Bien, ya que está «más allá de la esencia» (Rep.  509 b).

    Añadimos una segunda flecha —de Ciudad a Alma— con el finde mostrar el carácter dialéctico del proceso.

    47

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    Ahora bien: en la modernidad, desde el romanticismo

     — que es el correlato necesario de la «civilización indus

    trial-burguesa»— este doble momento aparece escindido

     y roto, de manera que el primer proceso y el segundo

    se dan completamente la espalda. Y en consecuencia:1) La locura y la muerte dejan de ser medio para pa

    sar a ser fin, un fin terrible y fascinante. La Todeslust, 

    la «tentación del abismo» aparece como horizonte últi

    mo de experiencia. La muerte se presenta como fin de

    finitivo de todo amor. Surge por consiguiente el «amor

    romántico». Surge así mismo un arte y una estética desli

    gados de todo principio productivo y vital, de toda co

    nexión, cívica, social, mundana.

    2) Correlativamente, la producción pierde su víncu

    lo fecundante con la pasión erótica y con la Belleza, de

    generando en trabajo enajenado que produce obra sin

    calidad.

    Puede decirse con propiedad que los conceptos modernos de Deseo  y de Producción  se hallan tallados a par

    tir de esa previa escisión empírica.30Son el trasunto ideo-

    30. He aquí el grá fico correspondiente (de carácter obviamente aproximado):

    48

  • 8/15/2019 LIBRO TRIAS Eugenio El Artista y La Ciudad

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    lógico de una experiencia en la que la síntesis platónica

    de Eros   y de Poíesis   ha sido destruida, decantando en

    una doble esfera separada: esfera privada del amor, es

    fera pública de la producción; ámbito «espiritual» del

    arte, ámbito «material» de la sociedad civil —económica,laboriosa— ; área subjetiva del deseo, área objetiva de la

    praxis productiva. Los pensadores y poetas más lúcidos

     y responsables de la modernidad tratan, sin embargo, de

    restaurar dicha síntesis, pero, al tener que partir de la

    experiencia de una escisión, se ven en la necesidad de

    presentarla como tarea de futuro, como idea regulativa

    Como se ve, no hay verdaderamente apertura a la trascen

    dencia, ya que el Deseo no alcanza Verdad, Bien o Belleza sino

    Muerte o Locura (es decir, presencia de la Verdad como Ausen

    cia). De ahi que el objeto que busca no comparezca, no pueda

    comparecer. A esa supuesta «apertura» la llamaría trascendencia  vacia.  El alma, pues, no encuentra lo que busca; por su parte, la

    ciudad carece de fundamento sobre la cual edificarse: se produce

     y se reproduce sin que impere sobre esa producción y reproduc

    ción ningún principio de Verdad o de Belleza (ninguna pauta decalidad).

    Nótese cómo el gráfico que plasma el movimiento del Deseo

    reproduce casi con exactitud el gráfico lacaniano. De hecho, elSujeto no se trasciende, ni tampoco el objeto: impera lo inma

    nente, clauso y ensimismado. Aunque con la consciencia viva deque existe otro orden: de ahi el movimiento siempre frustradode la vacía trascendencia.

    Cabría incluso decir que también la esfera productiva, al

    igual que el Eros    freudiano, se halla (debido a ese divorcio)

    bajo los auspicios de Tánatos : no es casual que esa productividad

    espoleada por el principio cuantitativo de la constante autosu-

    peración (de manera que el objeto que persigue la producción es

    siempre «más producción») parece tener cierto «límite de crecimiento» más allá del cual se vuelve contra ella misma. La superproducción debe entonces ser absorbida por las fuerzas de la des

    trucción (bien directamente, a través de la industria de la

    guerra, bien indirectamente a través de la industria del consumoplanteada en términos de «obsolescencia planificada»).

    49

  • 8/15/2019 LIBRO TRIAS Eugenio El Artista y La Ciudad

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    de la acción, como utopía concreta,  como sueño racional  

    (así por ejemplo Marx o Nietzsche).31

    En Platón, ambas vías son necesarias y se hallan en

    trelazadas: la segunda, sin la primera, degenera en pura

    productividad no mediada por Belleza o Calidad. Ya enel esquema social platónico se halla la semilla de esta es

    cisión, reflejo del esquema empírico subyacente al pen

    samiento social platónico: en efecto, la banausía,  trabajo

    del artesano o del esclavo, constituye, frente a la  poíesis, 

    una forma escindida de productividad.

    La primera, sin la segunda, se degrada en puro amor-

    pasión sin proyección cívica, objetiva: amor subjetivista

    o «romántico» que tiene entonces en la locura o en la

    muerte su verdadera meta.

    Desde el romanticismo Eros   traza un vínculo absolu

    to, no relativo (como en Platón) con la muerte: ya en

    una novela como el Werther   se percibe esa peligrosa ve

    cindad (como también se percibe el extrañamiento delsujeto respecto al mundo objetivo).32 En cierto modo la

    Muerte, así sustantivada, cubre el hiato o el vacío resul

    tante de la escisión entre la esfera subjetiva del deseo y

    la objetiva de la producción. Eros   será, desde entonces,

    principio de vida, pero principio sometido en última ins

    31. La síntesis de Amor y Creatividad constituye, para Nietzs

    che, la figura misma del Superhombre: El Amor, en Zarathustra, 

    no está definido por la carencia sino por la sobreabundancia.

    Constituye la premisa de toda creatividad. El amor es voluntadde poder en la medida en que, para Nietzsche, voluntad de poder

    significa voluntad de crear.32. Véase el ensayo Goethe: la deuda y la vocación.  En él se

    muestran los extravíos del alma perdida en la mónada subjetiva;

    es decir, en el Deseo.  Así mismo se señala, siguiendo el perfil dela figura de Goethe, cómo la salvación, de haberla, se halla en la

    Poíesis.  Sólo a través de la producción y edificación cívica puede

    el Sujeto salvar el bache emocional al que le conduce necesariamente el Deseo.

    50

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    tancia a Táñalos.  De Schopenhauer a Freud y a Thomas

    Mann se percibe este sometimiento: la muerte es hori

    zonte trascendental que abre al sujeto a la trascendencia.

    El existencialismo no hace otra cosa que abundar en un

    lugar común cultural surgido con el romanticismo y conla civilización industrial-burguesa.39

    Frente a una productividad sin norte y sin oriente, de

     jada a su propio impulso ciego de producir siempre más

     y reproducirse, se yergue, pues, un impulso hacia la be

    lleza que tiene en la muerte y en la locura su meta y su

    entelequia. Ese impulso es propiamente Deseo: impulso

    hacia un objeto que en última instancia está tachado y

    que sólo a través del único señor, la muerte, alcanza su

    satisfacción. Nuestra experiencia personal, social, históri

    ca es índice de esta escisión del Deseo y la Producción:

    el sujeto siente como «poder extraño» un «principio de

    realidad» en el que no puede insertarse para consumar

    su apetencia erótica: un principio que, muy al contrario,se yergue frente a él como eso que dificulta su erotismo

     y le obliga siempre a pactar, transar.333435El mundo objeti

    vo, falto de contacto con el mundo subjetivo —erótico y

    estético— se rige por el absurdo principio de la nuda pro

    ductividad.”

    33. Heidegger, en este sentido, es re fle jo ideológico de una

    cultura escindida. De ahí que sólo a través de la presencia angus

    tiada de la Ausencia (Muerte) pueda el sujeto aprehenderse comoSujeto: y en consecuencia, resolverse a ser.

    34. De dhí que en Freud el concepto dialéctico de mediaciónderive en el necesariamente no-dialéctico de transacción,  deter

    minante del carácter necesariamente per-verso del Deseo.

    35. En este ensayo y en general, en todo el libro partimos

    del principio de que el arte forma una unidad sintética con lasociedad, con la ciudad, que sin embargo en la modernidad se

    desmorona, originando un arte «ensimismado» y una sociedadgobernada por principios an-estéticos. En este punto, pues, nues

    tra posición se aproxima a la que ha expuesto Xavier Rubert

    51

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    En Platón fue pensada esa dualidad en forma de sín-

    tesis conceptual. Pero tampoco pudo implantar el concep-

    to en lo real. En el ensayo siguiente se intenta dar razón

    de esa imposibilidad.

    en dos libros excelentes. E l arte ensimismado y Teoría de la 

    sensibilidad.

    52

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    II. PLATON: EL ARTISTA Y LA CIUDAD

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    I

    « Pues bien —comencé yo— , la ciudad nace, en mi opi

    nión, por darse la circunstancia de que ninguno de noso

    tros se basta a sí mismo, sino que necesita de muchas

    cosas.»1

    Esta premisa con la que se inaugura La República   ini

    cia un desarrollo en el curso del cual Platón va poblando

    su ciudad de habitantes divididos en compartimientos quese corresponden con una determinada necesidad: vivien

    da, alimentación, vestido. Ante los ojos del lector desfilan

    los diferentes sectores, agrícola, artesanal, comercial, que

    constituyen la base de la ciudad, base sobre la cual le

    vantará Platón, en secuencias más avanzadas del texto, la

    superestructura del gobierno, sostenida por los «perros

    guardianes» (verdadera guardia pretoriana de la monar

    quía filosófica) y coronada con la figura egregia del filó

    sofo-rey o del tirano-filósofo.

    La ciudad se halla informada por un principio que la

    recorre en todos sus sectores y estamentos y en el que

    Platón insiste una y otra vez de forma a veces compul

    siva :«Esta ciudad será la única en que se encuentren zapa-

    1. Rep.  369 b.

    55

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    teros que sean sólo zapateros, y no pilotos además de

    zapateros, y labriegos que únicamente sean labriegos, y

    no jueces amén de labriegos, y soldados que no sean más

    que soldados, y no negociantes y soldados al mismo tiem

    po, y así sucesivamente.»2

    Esta división estricta del trabajo en sectores y oficios

    está basada en un principio filosófico: existen, en efecto,

    «diferencias innatas que hacen apta a cada persona para

    una ocupación» y «no hay dos personas exactamente igua

    les por naturaleza».3

    En consecuencia: «cada uno debe atender a una solade las cosas de la ciudad; a aquello para que su natura

    leza esté mejor dotado».4

    En la base de esa sociedad, por consiguiente, cada su

     jeto «es lo que es», y esa identidad viene consignada por

    una actividad, papel u oficio que lo define esencialmente.

    Y «es lo que es» (zapatero, agricultor, navegante, artesa

    no) de una vez y para siempre: lo es por naturaleza, porcapacidad, y ese atributo que lo define y lo diferencia no

    parece abandonarle nunca a lo largo de toda su vida.

    La Justicia, objeto de investigación eminente del diá

    logo, aparece entonces como aquella virtud que hace que

    cada cosa, cada sujeto, sea ella misma y no otra, se aco

    mode a su lugar de ubicación, se mantenga dentro de los

    límites, de actividad, de oficio, de naturaleza, que lo de

    finen.5 En la ciudad platónica todo hombre tiene asigna-

    2. Rep.  397 e.3. Rep.  370 a-b.

    4. Rep.  370 c. y 433 a.

    5. «Aquello que desde el principio, cuando fundábamos laciudad, afirmábamos que había que observar en toda circunstan

    cia, eso mismo o una forma de eso es, a mi parecer, la Justicia.Y lo que establecimos y repetimos muchas veces, si bien te

    acuerdas, es que cada uno debe atender a una sola de las cosasde la ciudad: a aquello para que su naturaleza esté mejor dotada»(.Rep.  433 a).

    56

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    do un lugar, un espacio determinado y definido. Si es

    zapatero, o médico, o negociante, es esencial, definitiva y

    decisivamente ese papel, y nada más que ese papel. Si

    algo repugna a esa visión platónica de la ciudad es la fi-

    gura proteica de un individuo que encama múltiples acti-

    vidades y oficios. Curiosamente, como se verá en el próxi-

    mo ensayo, la figura antitética a la que Platón propone

    en La República   aparece en la época en que el platonis-

    mo cobra un auge espectacular: en el seno del renaci-

    miento italiano, especialmente florentino. Si una figura

    parece repeler esta rígida concepción social platónica esaquélla del uomo singuiare   y universale   encamada por

    personajes como Alberti, Leonardo, Lorenzo de Médicis,

    Federico de Montefeltro.. .

    II

    Una ciudad con estas características debe encomen-

    darse a una divinidad que se corresponda con ese prin-

    cipio de identidad y de estricta división del trabajo. Nada

    más contrario a todo ello que representarse a la divinidad

    «como a una especie de mago capaz de manifestarse deindustria cada vez con una forma distinta, ora cambiando

    él mismo, modificando su apariencia, para transformarse

    de mil modos diversos, ora engañándonos y haciéndonos

    ver en él tal o cual cosa».6 La divinidad, por consiguien-

    te, no puede jamás compadecerse con la figura que sue-

    len dar los poetas de Proteo y de Tetis, esos «dioses que

    6. Rep.  380 d.

    57

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    andan por el mundo de noche, disfrazados de mil modos

    como extranjeros de los más varios países».78

    Por el contrario, la divinidad debe ser concebida como

    «un ser simple, más que ninguno incapaz de abandonar

    la forma que le es propia», ya que «los seres más her-

    mosos y excelentes que pueden darse... permanecen in-

    variables y simplemente en la forma que les es propia».*

    Esa divinidad incorpora, por consiguiente, aquellos

    atributos que definen, según el Fedón,  el Banquete   y la

    propia República,  a la Idea: simplicidad, inmutabilidad,

    identidad consigo misma, eternidad, fijeza, autosuficien-cia.9

    Esa sociedad fundada en una división estricta del tra-

    bajo que fija a cada individuo a una actividad y a un

    estrato social y lo define de modo permanente desde y a

    partir de él, halla en la teoría de la idea inmaculada y

    en la doctrina de la divinidad simple e inmutable su aval

     y legitimación gnoseológica y teológica.10Esa sociedad, lo

    7. «Entonces, amigo mío —dije—, que ningún poeta nos hable

    de que:

    “ los dioses, semejantes a extranjeros de todos los países,

    recorren las ciudades bajo multitud de apariencias” ,

    ni nos cuente nadie mentiras acerca de Proteo y Tetis, ni nospresente en tragedias o poemas a Hera transformada en sacerdo-

    tisa mendicante que pide:

    “para los almos hijos de Inaco, el río de Argos*

    ni nos vengan con otras muchas y semejantes patrañas...» ( Rep .

    381 d).8. Rep.  318 c.

    9. Atributos que, en estos diálogos «precríticos» (anterioresa la revisión de la doctrina de la idea en Parménides   y del alma

    en Fedro)  se contagian también al alma, por lo menos en su estra-to superior (la inteligencia), dado que el alma es congénere a la

    idea.

    10. Karl R. Popper, en La sociedad abierta y sus enemigos, Buenos Aires, 1957, destaca este carácter «ideológico» de la teoría

    58

  • 8/15/2019 LIBRO TRIAS Eugenio El Artista y La Ciudad

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    mismo que la Idea y la Divinidad, se halla tallada a partir

    de las categorías de Mismidad, Reposo y Ser (categorías

    que, sin embargo, en un diálogo avanzado, el Sofista, coexisten con sus opuestos: Diferencia. Movimiento, No-

    Ser).uPor el contrarío, la figura de Proteo y Tetis, tal como

    aparece narrada por los poetas, constituye una versiónespúrea de la divinidad, ya que subvierte esos principios

    promulgados. Esa figura no compagina con la Idea sino,

    al contrario, con la eídola; no participa de Ser, Reposo y

    Mismo sino de No-Ser, Movimiento, Otro. Esa figura debeser expulsada del panteón, ya que no permite legitimar

    un orden social fundado en la división del trabajo y enla identidad de actividad y oficio. Por el contrario, esafigura avala una práctica de otro orden: no la del arte

    sano promocionado por el discurso platónico, sino la delartista imitativo.“

    Frente a la divinidad simple, objeto de contemplación*1112

    de las ideas de una forma bastante convincente, aunque tendenciosa.

    11. Un magnífico comentario de la teoría de los géneros supremos del Sofista   puede hallarse en Francis M. Cornford, Pía. to's Theory of Knowledge,  London 1957.

    12. Para la distinción entre eikon   (copia, obra del artesanoque imita en el mundo la Idea, consumando una buena mimesis )

     y eídola   (simulacro, obra del artista histriónico que realiza lamimesis a través de la simulación), véase el excelente trabajode Deleuze sobre Platón incluido en el apéndice a la Lógica del  sentido,  Barcelona, 1972.

    A lo largo de este ensayo intentamos señalar la existencia de

    un lugar vacante intermedio entre el «buen artesano» y el «artista histriónico» que podría ser ocupado por el artista creador  (figura ausente en la imaginería platónica). Éste eliminaría la referencia al modelo ideal: en tanto que productor, su pauta sería

     física. Pero así mismo se desmarcaría del artista histriónico: produciría cosas y no tan sólo fantasmas. Nuestra posición respecto

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    El artista y el poeta imitativo inspiran su actividad

    en unos principios que son antagónicos a los del filósofo

     y gobernante, ya que socavan un orden social fundado

    en el principio de identidad y en la división del trabajo.

    De ahí que se pregunte Platón si tiene cabida en la ciu-

    dad esa figura del artista o, por el contrario, debe ser

    expulsada de la misma.

    «La respuesta depende de nuestras palabras anterio-

    res, según las cuales cada uno puede practicar bien un

    solo oficio, pero no muchos...» Ello es pertinente refe-

    rirlo al caso de la imitación, pues «no puede ser capazla misma persona de imitar muchas cosas tan bien como

    una sola» y «mucho menos podrá simultanear la práctica

    de un oficio respetable con la imitación profesional de

    muchas cosas distintas».16 Platón hace al fin ciertas sal-

    vedades a esta formulación tajante, que sin embargo no

    son bastantes para matizar siquiera su pensamiento de

    fondo.

    re, como uno de los motivos conductores, aquél que ya lo fue

    en dicha obra: la concepción del carnaval y de la máscara. Se in-

    tenta, pues, desarrollar lo que allí era todavía esbozo y promesa.El tema no ha variado, pero sí el enfoque. Ya que en ese libro

    se cuestionaba la subjetividad desde un horizonte de locura   (dife-rencia, dispersión) que abría el espacio de despliegue de lasmáscaras.  Ahora bien, esa apertura, similar en última instancia

    a la heideggeriana (que por ser menos barroca y latina, más pro-testante, no habla de Folie   sino de Muerte ), constituye una «mala

    trascendencia», una trascendencia vacía, toda vez que falta una

    previa mediación necesaria del sujeto, en el orden de la inmanen-cia. Esa mediación hace referencia a la esfera objetiva (social,

    productiva). Esta esfera no queda cubierta merced al recurso

    lacaniano de la intersubjetividad.  Lo intersubjetivo habla de loobjetivo fundado desde   el Sujeto. Pero el orden de lo «objetivo

    libre» (esfera social y productiva) constituye, respecto al Sujeto,respecto a la Differance   a la que éste se halla «sujetado», la ver-dadera «diferencia libre».

    16. Rep.  394 e y 395 a.

    61

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    III

    A partir de estas concepciones platónicas puede esta

    blecerse el siguiente cuadro compartimentado en el que,

    por un lado, se establecen correspondencias entre los distintos órdenes, social, gnoseológico, teológico, y por otro

    lado se diferencia la opción filosófica elegida por Platón

    de aquélla otra rechazada.17 Podría ser, aproximadamen

    te, como sigue:

    Orden social ¿ ?

    (de República   y Leyes) 

    Ahora bien, a partir del Fedro,  del Parménides   y del

    Sofista   esta compartimentación queda cuestionada.

    En el Sofista,  por ejemplo, se intenta hallar un tér

    mino de mediación entre los «Amigos de la Forma», per*

    sonificadores del primer compartimiento ( + ) y los «Ami

    gos de la materia», personificadores del segundo (— ).

    Y en consecuencia, se integran, en la tabla de los géne

    ros supremos, Ser, Reposo y Mismo con No-Ser, Movi

    miento, Otro. Pero así mismo se concede a la eidola  cierto

    estatuto ontológico, del mismo modo como se llega a la

    conclusión de que el No-Ser en algún sentido «es». En

    tonces la diferencia entre filósofo y sofista, o entre filó-

    17. Utilizo aquí la misma premisa metodológica de La filoso- 

     fía y su sombra,  Barcelona, 1969, especialmente manifiesta en el

    segundo de los ensayos.

    ( + ) ( - )

    Divinidad simple

    Idea inmutable

    Ser - Reposo - Mismo

    Filósofo-rey 

    Proteo, Tetis

    Eidola

    No Ser - Movimiento - Otro

    Artista imitativo (sofista)

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    sofo y artista imitativo (sofista y artista imitativo se

    refugian constantemente en la eídola)   comienza a difu-minarse.18

    Por otra parte, ya en el Fedro  se definía al Alma como

    «automovimiento», como aquel ser que siempre se mueve y nunca puede dejar de moverse, de manera que ese

    eterno movimiento llegaba a constituir la prueba de suinmortalidad. Y en Timeo  aparece el alma como una alea

    ción de Mismo y Otro.19 Pero también la Idea parece sufrir su correspondiente modificación de estatuto: ya en

    el Parménides   se la sugiere como aleación de unidad sinsustancia y pluralidad sin fundamento."

    Entonces ¿cómo puede compadecerse esta concepcióndialéctica de la idea y dinámica del alma con la doctrina

    social, política, pero también individual, anímica, trazadapor Platón en su República   y reproducida en su obra última, las Leyes? a 

    18. Emociona imaginar la grandeza del itinerario espiritualplatónico: una vez contraídos compromisos teóricos tan fuertescomo los que suponen la formulación de la doctrina de las ideas y del alma en Fedórt, Banquete   y República,  Platón lleva a cabouna crítica demoledora de estas doctrinas que es mucho másprofunda y corrosiva que las d