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La maldición se ha roto y la única debilidad que mantenía a los vampiros enlas sombras ha desaparecido. En pocos días, cientos de renegadoscomenzarán a tomar las calles y a convertir humanos.

Aunque ese no es el mayor problema al que deberá enfrentarse William. Latregua entre los ángeles se ha roto y no tardarán en declararse la guerra.

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María Martínez

Juego de ángelesAlmas Oscuras - 3

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A todos los lectores.Gracias por hacerlo realidad.

A Cristina, Marta, Raquel y Yuliss, siempre ahí.

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Prólogo

Le encantaba que su padre cantara aquella canción, con su voz de tenor y esetimbre claro y brillante. Siempre cantaba mientras conducía. A su lado, su madreagitaba los brazos y movía la cabeza al ritmo de la música sin dejar de reír.Abrazó a Theo, su conej ito, entornó los ojos y sonrió somnolienta a su padre, quela miraba a través del retrovisor.

Doblaron la curva y dos haces de luz cayeron sobre ellos, deslumbrándolos.El grito de su madre le taladró los tímpanos y el volantazo que dio su padre, paraevitar chocar contra el coche que se les echaba encima, provocó que su cabezarebotara en la ventanilla. El impacto contra el agua la lanzó hacia delante y sucarita golpeó el asiento. Quedó aturdida y una explosión de dolor le provocónáuseas. Muy despacio, el coche se hundió en el río helado y el interior comenzóa inundarse con rapidez. El arnés de su sillita se había roto y su cuerpo diminutoflotó por el habitáculo.

El parabrisas resquebrajado cedió y la corriente del río la arrastró fuera delcoche. El agua helada le quemaba los pulmones. Gritó, pero solo consiguió tragarmás líquido. Se golpeó contra algo muy duro, quizá una roca o la carrocería delvehículo, y flotó desorientada unos segundos.

Pataleó con todas sus fuerzas tratando de aferrarse a cualquier cosa en laoscuridad. No había nada, solo agua negra y fría. Probó a quitarse el abrigo,pesaba demasiado y la arrastraba hacia abajo. No sentía las manos y los botonesse le resbalaban de entre los dedos.

Dejó de resistirse en cuanto comprendió que todo era inútil. A pesar de sucorta edad, entendía perfectamente qué le estaba ocurriendo. Se moría.

Poco a poco se hundió, hasta posarse en el fondo con el último latido de sucorazón.

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1

Kate aseguró los pies sobre la arena y cerró los ojos. La brisa marina se pegabaa su piel y azotaba su cabello. El olor a salitre era penetrante y colmaba su olfatohasta no poder distinguir ningún otro aroma. Inmóvil, escuchó con atención: eloleaje golpeaba la orilla, arrastrando con la fuerza de la marea los restos de unavieja barca; y las gaviotas revoloteaban y se zambullían a la pesca de peces,evitando las crestas espumosas de las olas.

A su espalda el aire se agitó. Una vibración apenas perceptible. Se giró a laderecha con un rápido movimiento y agarró por la muñeca y el codo aquel brazomusculoso que se enroscaba en su cuello. Dio un fuerte tirón e inclinó el cuerpohacia delante usándolo como un calzo. Dobló las rodillas, preparándose parasoportar el peso que se le venía encima, pero este no llegó, sino que sobrevoló porencima de ella y cayó a sus pies con un golpe sordo.

Clavó la vista en aquellos ojos azules que le devolvían la mirada con atención.—¡William! —protestó medio enfurruñada con los brazos en jarras.—¿Qué? —preguntó él de forma inocente. Sus ojos brillaron y su cuerpo se

iluminó como una visión.Kate apretó los labios y lo fulminó con la mirada.—¡Has vuelto a hacerlo!William se levantó del suelo, sacudiéndose la arena de los pantalones. El pelo

no dejaba de revolotearle sobre la frente y sacudió la cabeza para apartarlo,mientras se esforzaba por controlar la sonrisa que se empeñaba en dibujarse ensus labios.

—¿El qué?—Me estás dejando ganar —masculló ella. Se cruzó de brazos.—¡No!—Sí, lo estás haciendo —insistió muy segura—. ¿Cómo esperas que aprenda

a defenderme si me dejas ganar todo el tiempo? —Le dio la espalda, cada vezmás enfadada.

William la abrazó por la cintura. Acercó la nariz a su cuello e inspiró,absorbiendo el olor de su piel mezclado con el de la sal.

—No necesitas aprender a luchar —dijo él de forma condescendiente—.Jamás permitiré que nadie se acerque tanto a ti como para que tengas que

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defenderte.—No puedes convertirte en mi sombra —susurró ella—. William, esto es

importante para mí. Quiero aprender, quiero ser de ayuda si al final hayproblemas.

William la estrechó con más fuerza y depositó un tierno beso sobre suhombro.

—¿Y si te hago daño? Aunque ahora seas vampira, entre mis manos siguessiendo frágil.

—¿Y crees que alguno de esos renegados, nefilim o ángeles que nos odian sedetendrá por miedo a hacerme daño? —No era una pregunta, sino unaafirmación. Giró sobre los talones y apoyó el rostro en su pecho—. Sabes que no.Tengo que saber cómo defenderme de ellos.

William sabía que Kate tenía razón, pero eso no alivió el nudo que sentía en elestómago. Poseían demasiados enemigos, que estaban convirtiendo su vida en uncamino cada vez más peligroso. Vivían unos días de falsa calma, los quepreceden a la tempestad, y pronto debería separarse de ella. Cuando llegara esemomento, la dejaría bien protegida; aun así, no podía evitar la agonía que sentíani el miedo que le daba abandonarla, para llevar a cabo una de las mayoreslocuras que se le habían pasado por la cabeza en toda su larga vida. Una locuraque debía intentar a riesgo de salir mal parado, incluso muerto; él y todosaquellos que iban a seguirle en su misión suicida.

—Tienes razón —dijo William. La soltó y dio un paso atrás—. Vamos,inténtalo otra vez.

Kate dejó escapar un gemido de alivio y sonrió. Sus ojos cambiaron de colory se clavaron en William. Se plantó frente a él con los pies separados y los puñosapretados a la altura del pecho. Esta vez el chico no sonrió; al contrario, seenderezó y sus músculos se tensaron como cables de acero.

Kate atacó veloz. Se impulsó a la izquierda, lo agarró del brazo y lo arrojó alsuelo con una violenta voltereta. No sirvió de nada. Él ya estaba de pie antes detocar la arena y volvía a plantarle cara. Lo intentó de nuevo. Consiguió golpearlotras las rodillas y que perdiera el equilibrio durante un instante. Lo empujó en elpecho y él cayó de espaldas. Logró el tiempo suficiente para saltar sobre su torsoe inmovilizarlo con una rodilla en el cuello. William se deshizo de ella como sifuera un muñeco y, con un giro imposible, la estampó contra el suelo y se colocósobre ella.

Kate se retorció y pataleó, tratando de soltarse, pero él la sujetaba sinalterarse lo más mínimo por sus esfuerzos. Dejó de oponer resistencia y resopló.

—Supongo que debo darme por muerta —replicó, demasiado molesta por sufracaso.

—No, lo has hecho muy bien. Si yo fuera un vampiro corriente me habríasdado una buena tunda —respondió sin soltarle las muñecas.

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Kate sonrió y se movió, dándole a entender que quería que la soltara. Él nohizo caso y la sujetó con más fuerza.

—¿Qué haces? —preguntó ella.—La clase no ha terminado. Quiero saber qué harías en una situación como

esta. Solo hay un movimiento que te ayudaría a zafarte de un enemigo en estemomento. ¿Cuál?

Kate frunció el ceño y volvió a forcejear; le fue imposible soltarse. Por muyvampira que ahora fuera, William seguía triplicándola en fuerza. Dejó deintentarlo en cuanto notó que la piel le ardía por la fricción. Resopló y lo miró alos ojos. Él no tenía intención de soltarla. Se relajó con un largo suspiro, de prontoconsciente del peso de su cuerpo sobre ella, y un millón de mariposas se agitó ensu estómago. Sin apartar su mirada de la de él, levantó la cabeza todo lo que supostura le permitía. Con una sonrisa tentadora miró fijamente la boca deWilliam, separó los labios y una chispa cómplice se asomó a sus ojos.

Él dudó, pero sus labios acabaron curvándose con otra sonrisa codiciosa. Seinclinó sobre ella hasta atrapar su boca. La besó con un deseo apremiante. Dejóque ella enlazara las piernas en torno a sus caderas. Le soltó las muñecas yenredó una mano en su larga melena, mientras con la otra descendía por sucostado buscando el borde de su camiseta. Deslizó los dedos por su piel hasta lacurva del pecho, acariciándola, y con la otra mano le alzó las caderas parasentirla más cerca.

Kate gimió un suspiro. Abrió los ojos y contempló el rostro de William sobreella, resplandecía; y había bajado la guardia, completamente desprevenido. Enun visto y no visto se giró. Lo empujó en el pecho con todas sus fuerzas, y estavez fue ella la que acabó arriba, sujetándolo por las muñecas.

William la miró sorprendido y empezó a reír a carcajadas.—¡Esto sí que no me lo esperaba! —exclamó entre risas. Intentó incorporarse

para volver a besarla, pero ella se lo impidió ejerciendo más fuerza sobre susbrazos—. ¿Es así como piensas vencer a tus enemigos? ¿Seduciéndolos?

—Contigo ha funcionado —contestó ella con tono travieso y orgulloso.William rompió a reír de nuevo y, con una rapidez que a Kate le arrancó un

grito, se colocó sobre ella.—Sí, pero no volveré a caer en esa trampa. Yo también sé jugar a esto. —La

besó en los labios, mordisqueándolos, y la empujó con las caderas arrancándoleun quej ido ahogado—. Sigo esperando. Intenta soltarte.

Kate se retorció, pero en aquella posición le era imposible mover la partesuperior de su cuerpo y, menos aún, los brazos.

—No puedo —se quejó.—¡Sí puedes! —la urgió—. Piensa, y rápido, un renegado no tendrá tanta

paciencia como yo.Kate empezó a ponerse nerviosa, con una extraña sensación de claustrofobia.

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Aquella posición le estaba provocando calambres en los brazos, y el peso deWilliam sobre ella ya no era tan agradable como en un principio. Él estabacumpliendo con su parte de no ponérselo fácil; su cara se había transformado enuna máscara fría y distante. Esa imagen hizo que su nerviosismo se convirtieraen una punzada de miedo en el pecho. Le resultaba desconcertante cómo aquelrostro hermoso, que tanto amaba, podía transformarse en el de la mismísimamuerte, aterrorizándola. Las piernas del chico sujetaban las suy as con firmeza ysus manos le dominaban los brazos con tanta fuerza que amenazaban conpartírselos.

—¿A qué esperas? —le gritó él.Kate dio un respingo, azotada por el tono acerado de su voz, y su cuerpo

reaccionó para defenderse. Dio un tirón seco con los brazos, al tiempo queconcentraba toda su fuerza en las piernas y empujaba hacia arriba. Ay udándosede sus manos, ahora libres, golpeó el pecho de William en la misma dirección. Sucuerpo actuó como una catapulta y él salió despedido por encima de su cabeza.Giró sobre sí misma sin pararse a pensar en lo que hacía. Agarró la daga quesobresalía bajo la camisa de él y, con la gracia de un felino, cay ó a horcajadassobre su pecho presionando con la hoja afilada su cuello. Sus ojos brillaban comorubíes y sus diminutos colmillos asomaban amenazadores.

—¿Así? —preguntó Kate con tono enojado. Tenía los dientes apretados ytemblaba de pies a cabeza.

—Así —respondió él sujetando su muñeca. Sentía la hoja afilada cortándolela piel y, con suavidad, la apartó muy despacio. Notó un hilito de sangreresbalando por su cuello.

Los ojos de Kate volaron hasta la sangre.—¡Te he lastimado!Él sonrió para tranquilizarla. La herida ya comenzaba a cerrarse.—Solo es un rasguño.—Lo siento —susurró Kate sin apartar los ojos de su cuello.Se inclinó sobre él y, sin pensar en lo que hacía, lamió el corte. Deslizó la

lengua como una caricia sobre la herida. El olor y el sabor de la sangre despertóen ella todo tipo de anhelos. Era lo más delicioso que había probado nunca. Encuanto sus papilas gustativas detectaron todos los matices, sus colmillos cobraronvida presionando en la encía superior. Sintió una necesidad salvaje de ingerirmás.

Él se movió, incómodo. La sujetó por los hombros y la apartó, poniendomucho cuidado en no ser brusco. Se puso de pie y se alejó de ella hasta la orilla.Se detuvo a pocos pasos de la línea espumosa que las olas dejaban sobre la arenaal romper, y clavó la vista en la enorme esfera anaranjada que comenzaba adesaparecer en el horizonte.

—Lo siento, lo… lo hice sin pensar. ¡No iba a morderte, te lo aseguro! —se

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disculpó Kate.William sacudió la cabeza y enfundó las manos en los bolsillos de sus tejanos.

Tenía los ojos, los labios y la mandíbula apretados.—No me habría importado que lo hicieras. Al contrario —admitió con un

susurro. Ahora que sabía que su sangre podía alimentarla, tenía muy claro que sela daría cada vez que ella pudiera necesitarla.

—Entonces, ¿qué te pasa?William levantó la vista hacia el cielo y eludió su mirada.—No me pasa nada.Kate suspiró frustrada.—Sí que te pasa. Te he recordado lo que ocurrió entre Adrien y y o.William reprimió un gruñido. Se le iluminaron las pupilas, y Kate se quedó

inmóvil cuando él la taladró con sus extraños ojos. Inhaló por la nariz y exhalópor la boca, empujando las palabras a través de su garganta.

—Es que no soporto la idea de que bebieras de él. Que después de todo lo quete ha hecho, aún tenga que agradecerle que te salvara la vida… —Se pasó unamano por el pelo, incapaz de soportar la frustración que sentía—. ¡Y no puedoevitar que se me revuelva el estómago cada vez que imagino que te tuvo de esaforma entre sus brazos!

—Te lo conté porque no quiero que hay a secretos entre nosotros —replicóKate con un nudo en el estómago.

Se acercó a él y lo abrazó por la cintura. William se giró hacia ella y le tomóel rostro entre las manos. La miró fijamente.

—Y así debe ser, tienes que contármelo todo —susurró mientras la abrazabacon todas sus fuerzas.

Kate echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.—Adrien y a no es nuestro enemigo.—Tampoco nuestro amigo —replicó él con un tono más seco de lo que

pretendía.—No, pero debemos darle una oportunidad. Ahora está de nuestra parte. Está

dispuesto a hacer lo que sea para enmendar lo ocurrido y mantener a su familiaen Heaven Falls. Ellas no tienen la culpa, William. —Frunció los labios y sus ojosbrillaron con un destello violeta mientras le acariciaba los anchos hombros. Aveces tenía la sensación de que su cuerpo estaba aumentando de tamaño, que supelo cada vez era más oscuro y su piel más dorada; y luego estaban sus ojos.Empezaba a parecerse a ellos, a Gabriel y a Mefisto. También había algo distintoen su carácter, algo que no conseguía captar con claridad.

William esbozó una sonrisa y le apartó un mechón de pelo de la cara.—Siempre preocupándote por los demás. Vas a seguir adelante con esa idea,

¿verdad?Kate asintió con la cabeza.

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—Sí, voy a convertir la casa de huéspedes en un refugio para todos aquellosque lo necesiten.

—Lo que vas a hacer es convertir Heaven Falls en un nido de vampiros —repuso él. Su sonrisa se hizo más amplia, mostrando unos profundos hoyuelos.

Kate se aferró a sus brazos y alzó la barbilla para mirarlo. Sintió el corazón enla garganta, ese mismo corazón que y a no latía en su pecho, pero que parecíavolver a la vida cuando estaba con él y la miraba de aquella forma tan íntima.

—La transformación y los primeros días fueron horribles para mí, y eso quete tenía a ti cuidando de mí. No quiero imaginar cuánto sufrirán aquellos queestán solos, vagando sin nadie que los proteja y les enseñe —dijo ella. Se mordióel labio de forma coqueta—. Y os tengo a los chicos y a ti para controlarlos. Y aese grupo de guerreros que me prometiste. No lo habrás olvidado, ¿no?

Él le acarició la piel del cuello con los pulgares y ladeó la cabeza paramirarla. A ella le encantaba que la mirara así, haciéndose el duro, aunque sabíaque solo era una pose para picarla. Al final, William se rindió.

—¡Tengo que aprender a decirte « NO» ! —exclamó con voz ronca.—Pero, mientras tanto, lo harás, ¿verdad? ¡Es una buena idea! —insistió ella,

y le dio un beso en los labios.Él asintió con los ojos en blanco y una mueca de resignación que unió sus

cejas.—¿Qué piensas hacer, poner un anuncio en el periódico? —La meció entre

sus brazos—. « Se ofrece cobijo a vampiros necesitados» .Una sonrisa enorme iluminó la cara de Kate. Se dejó abrazar por él y

contempló el océano, mientras la luz violeta del anochecer los bañaba y unasuave brisa otoñal alborotaba sus cabellos.

—¿Cuántos vampiros habrá en el mundo? —preguntó ella de repente.William se encogió de hombros. Le rodeó la cintura con el brazo y empezó a

caminar de vuelta a la casita en la que había nacido muchas décadas atrás.Habían decidido pasar unos días en Waterford para alejarse de todo.

—Es imposible saberlo con exactitud. En cada territorio hay un gobernador,estos controlan el censo, y cada cierto tiempo envían informes a mi padre. Losdatos suelen ser aproximados.

—Menos en América…William asintió.—Ese continente nunca ha sido un destino muy frecuentado por los vampiros,

es territorio de licántropos, sobre todo Norteamérica. Cuando los primerosdescubridores llegaron al Nuevo Mundo, entre ellos había muchos hombres-loboque escapaban de nosotros. El pacto garantizaba la paz entre ambos clanes, perono logró que conviviéramos. Ellos acabaron huyendo en masa y el océanomarcó una frontera entre ambas razas. Algo parecido ha ocurrido con losrenegados. Es un país muy grande y el número de lobos pequeño. Prefieren

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enfrentarse a ellos antes que a nosotros.—Así que, casi todos los vampiros que se acogen al pacto viven aquí.—Sobre todo se concentran en Europa y Asia. En torno a unos treinta mil.Kate ladeó la cabeza para mirarlo, sorprendida por el dato.—¡Vay a! Creí que habría muchos más.—¿Te parecen pocos? Créeme, con algo de organización, podríamos acabar

con este mundo en poco tiempo.Kate se puso tensa y su piel se estremeció con un festival de escalofríos. Le

resultaba imposible no pensar en que los vampiros ya no eran inmunes al sol; entodos los renegados que podrían estar preparándose para salir de su encierro ytomar todo aquello que les viniera en gana.

—Lo sé, es que pensaba que habría más. Es tan fácil transformar a unhumano que…

William sacudió la cabeza y contempló el cielo, donde empezaban a verse lasprimeras estrellas.

—No, en eso te equivocas. No es tan fácil como crees, muchos no sobrevivenal cambio. —Sin darse cuenta la abrazó más fuerte, y un ligero temblor lesacudió el cuerpo al pensar en lo cerca que ella había estado de no lograrlo—. Yla mayoría de renegados no suelen convertir a sus víctimas, las desangran hastala muerte para conseguir su esencia. Solo transforman a aquellos que podrían seraliados potenciales en un momento determinado.

Kate deslizó la mano por su espalda y le acarició los músculos por debajo dela camiseta de algodón.

—¿Por qué no los transforman? —preguntó.—Por avaricia, es evidente, no les gusta compartir la comida. Además, el

anonimato es lo que nos mantiene a salvo. Los más viejos saben de suimportancia y no se arriesgan a tener neófitos descontrolados a su alrededor quepuedan descubrirlos ante los humanos o los guerreros. Tampoco tienen lapaciencia suficiente para enseñarles. Por otro lado, los que nos sometemos alpacto tenemos prohibido transformar a un humano sin la bendición, y esta no seconcede si existen dudas sobre el vampiro que la solicita, o si el humano nocumple los requisitos.

Kate ladeó la cabeza para mirarlo a los ojos.—¿Qué tipo de dudas?Un destello muy duro brilló en los ojos de William.—Si será capaz de detenerse una vez que muerda al humano y pruebe su

sangre. No todos pueden. Se corrompen y acaban al otro lado.—¿Y qué requisitos debe tener el humano?—Para empezar, que no sea ningún psicópata, ni una persona inestable. Debe

tener muy claro dónde se mete y a qué se enfrenta. —Miró a Kate de reojo y lededicó una sonrisa traviesa—. Estás muy preguntona, ¿no?

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Kate se encogió de hombros, como si se disculpara, y le rodeó la cintura conlos dos brazos sin dejar de caminar. A lo lejos ya se distinguía la pequeña casitade una sola planta, rodeada por una valla de madera. Era preciosa con susparedes blancas y las puertas y las ventanas pintadas de un azul muy brillante.

Una pareja apareció tras un montículo de rocas cubierto de liquen, tambiéniban abrazados y conversaban. Kate los observó. Eran dos jóvenes que tendríanmás o menos su misma edad, la chica hasta se parecía a ella; solo que Kate sesentía mucho más mayor y más cansada, preocupada. Una parte de ella losenvidió, ansiaba su inocencia y, con toda seguridad, su vida tranquila y sencilla.

De repente, William la tomó en brazos y la alzó del suelo hasta que sus ojosquedaron a la misma altura. La miró con tal intensidad, que ella sintió el recuerdode su corazón latiendo desbocado en el pecho. Notó el flujo de la sangrecorriendo bajo su piel, y una sensación ardiente en el vientre que la obligó aapretar los muslos. Todo lo que sentía por él iba en aumento, se magnificaba día adía con una desesperación que la asustaba.

—No quiero que te rindas ni que pierdas la esperanza —susurró él—. Estoydispuesto a hacer lo que sea para que todo vuelva a ser como antes. Mejor queantes. Vamos a tener una vida normal, sin ángeles ni renegados. Tendremos unaeternidad aburrida y sencilla. ¡Te lo prometo!

Kate tragó saliva. A veces, tenía la sensación de que él podía leer en ellacomo lo haría en un libro abierto. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio unbeso en los labios.

—Contigo es imposible tener una vida aburrida o sencilla. Cada día tengo lasensación de que es el primero a tu lado. Jamás podré acostumbrarme a lo queme haces sentir.

Él esbozó una sonrisita traviesa.—Entonces, ya somos dos con el mismo problema.

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2

Kate se sumergió en la bañera repleta de agua caliente. Poco a poco, dejó que sucuerpo resbalara sobre la porcelana y hundió la cabeza bajo la espuma de lassales de baño. William, apoyado en el lavabo, la observaba sin apenas parpadear.Era tan hermosa que mirarla le dolía como una herida abierta. El amor y eldeseo que sentía por la chica eran tan puros e intensos, que sabía que jamáspodría saciarse de ella, que era su soplo de vida. Por eso, desde que la maldiciónse había roto, el miedo por la seguridad de la joven vampira lo torturaba hasta lalocura. Pasaba cada minuto del día alerta, a la espera de cualquier ataque: yafuera por un vengativo arcángel o por un grupo de proscritos dispuesto a clavar sucabeza en una pica.

Hacía todo lo posible para que ella no notara el estado paranoico en el que seencontraba. La tensión comenzaba a hacer estragos en su concentración, y leestaba resultando muy difícil mantener su cuerpo y su mente a raya. Seguíacambiando. Era más fuerte, más rápido y sus habilidades mucho más poderosas;otras nuevas se estaban manifestando. Pero lo que de verdad le preocupaba, erael cambio que su interior estaba sufriendo. Las emociones, los sentimientos que,de repente, y a no entraban en conflicto con su conciencia, como si estuviera porencima de ella. Sus actos, la forma en la que estaba mintiendo a Kate, sin ningúnremordimiento, eran la muestra de ello. Pero mantenerla al margen, hasta quellegara el momento, era lo mejor para los dos.

Ella no iba a entender, y mucho menos aprobar, los planes que se estabanponiendo en marcha para acabar con la amenaza, cada vez may or, que suponíanlos renegados. No habría escaramuzas, ni trampas, habría un solo ataque. Unasalto directo y contundente. De la perfecta planificación de ese ataque dependíael éxito; y tener a Kate a su alrededor, intentando convencerlo de que había otroscaminos, no era lo que necesitaba. Tampoco discutir con ella cuando sabía quenada de lo que pudiera decir le haría cambiar de opinión; y eso era lo quecomenzaba a asustarlo, que, a pesar de amarla tanto que daría la vida por ella,era capaz de aprovecharse de su confianza sin alterarse ni sentirse culpable porello.

Se dio la vuelta y se contempló en el espejo. Sus pupilas emitían un brilloblanquecino y el azul de sus ojos comenzaba a diluirse en aquel halo plateado que

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los rodeaba. Se frotó los brazos y obligó a sus músculos a relajarse.Su teléfono empezó a sonar en el salón. Salió del baño y se dirigió hasta la

repisa de la chimenea donde lo había dejado. En la pantalla iluminadaparpadeaba el número de Robert. Descolgó, pero no contestó.

—Era Duncan, pero el teléfono se ha quedado sin batería. Voy al coche, creoque dejé allí el cargador —dijo en voz alta.

—De acuerdo —canturreó ella desde el baño.Salió de la casa y se llevó el teléfono a la oreja mientras se alejaba. Había

anochecido por completo y arriba, en el cielo, una enorme luna resplandecíaentre las nubes.

—Puedes hablar —susurró.Robert suspiró al otro lado del teléfono.—Este asunto empieza a descontrolarse —empezó a decir Robert—. El

consejo se está poniendo nervioso, quieren respuestas. Quieren saber qué hapasado y por qué la maldición se ha roto.

—¿No les basta con ser libres? —inquirió William, malhumorado.—Están asustados, empiezan a darse cuenta de la magnitud de la situación.

Pero eso no es lo peor, los Arcanos se niegan a nuestra petición —dijo Robert contono prudente—. Consideran un sacrilegio simular el rito, solo lo llevarán a cabosi la abdicación es real. No queda más remedio, William, tendrás que hacerlopara seguir adelante con el plan. Padre ya lo está preparando todo.

—¡Joder! —masculló William. Se puso tenso. Un torbellino de rabia ibaaumentando de intensidad en su interior—. No puedo hacer algo así. No es miderecho, ni siquiera lo deseo.

—Es la única forma. Tienes que ser rey para presentarte ante ellos, tupalabra debe ser ley para que confíen en ti. No importa cuánto les prometa yo.Al final tú serás el único que logre atraerlos, y este es el único modo —aseguróRobert de forma vehemente.

—Lo sé… pero… ¡Robert, se trataba de que lo creyeran, nada más!Convertirme de verdad en rey…

—Los Arcanos no cederán, por muy noble que sea el motivo —dijo Robert—. Valoran las tradiciones más que su propia vida. La única forma de que todo elmundo crea que eres el nuevo rey, es que lo seas de verdad. No sabemos si haymás infiltrados en el Consejo, es arriesgado. Tienes que hacerlo, hermano, ohabrá que pensar en otra cosa.

William meditó el asunto. Era imposible que las cosas pudieran empeorarmás.

—Lo haré —aceptó entre dientes, sin dejar de moverse de un lado a otro—.¡Malditos Arcanos, se creen omnipresentes y ni siquiera conocen el mundo tal ycomo es ahora!

—Quizá sepan más de lo que crees. Hay otro problema —indicó Robert con

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cautela.—¿Qué problema? —masculló William apretando el teléfono en su mano.—Adrien y su familia son el problema —respondió Robert.William se paró en seco con los ojos muy abiertos.—¿Qué tienen que ver ellos en este asunto?—Son descendientes de Lilith. Los Arcanos exigen su presencia en el rito —se

apresuró a aclarar—. Comparten nuestra sangre. Son herederos en igual mediday no van a pasarlo por alto.

William se quedó mudo. Eso sí que no lo esperaba.—¿Y cómo vamos a explicar su presencia ante el consejo?—Ya pensaremos en eso, pero has de traerlos. Contradecir a los Arcanos no

es buena idea.—Lo sé —admitió William con un atisbo de ira—. Hablaré con Adrien y su

madre.—Hazlo cuanto antes. No podemos perder tiempo. Las informaciones que me

están llegando no auguran nada bueno, no podré controlarlos mucho más.—No te preocupes. Sigue adelante y prepáralo todo.—Deben aceptar. Tienen que estar presentes y participar en el rito, sino no

sirve —aseveró Robert.—Irán aunque tenga que llevarlos a rastras —concluy ó William.Colgó el teléfono y se quedó mirando el mar mientras trataba de ordenar sus

pensamientos. Ni siquiera había considerado la presencia de Adrien y su familiaen aquel asunto, pero si los Arcanos habían averiguado que existan, no iba a tenermas remedio que incluirlos.

Contempló la casa y sondeó su interior. Kate continuaba en la bañera. Noquería dejarla sola, pero… Miró su reloj . Quince minutos, no le llevaría mástiempo si no se andaba con rodeos, y podría estar de vuelta antes de que ellasaliera del baño. Cerró los ojos y se desvaneció en el aire.

Sus pies se posaron en la tierra bajo un sol de justicia. A pesar de encontrarsea principios de octubre, el otoño se resistía a aparecer en Heaven Falls. Rodeó lacabaña en la que Adrien se había instalado con su madre y su hermana, hasta ungaraje trasero del que provenía el ruido de un motor en marcha, que se apagócon un sonido ronco. Encontró al híbrido de espaldas, inclinado sobre un banco detrabajo, limpiando con un paño un par de bujías.

—¿Solo llevas tres días fuera y y a has vuelto a verme? ¿Me echabas demenos? —preguntó Adrien con tono burlón.

William puso los ojos en blanco y tomó aire haciendo acopio de paciencia. Surelación con el chico se encontraba en un punto que no sabía muy bien cómodefinir. Una parte de él deseaba desmembrarlo lentamente, para despuésarrancarle el corazón mientras continuaba vivo. Lo odiaba con cada célula de sucuerpo. Despertaba sus peores instintos, y sus deseos de venganza le hacían

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recrear cientos de torturas que elevaban esa ciencia a todo un arte; pero, pormucho que quisiera convertir aquellas fantasías en una realidad, sabía que no eralo correcto. Aunque, si sus ojos volvían a posarse en Kate con el más mínimointerés, se los arrancaría de las cuencas.

—Necesito hablar con tu madre —comentó con indiferencia.Adrien ladeó la cabeza. Sus ojos entornados recorrieron a William de arriba

abajo con un brillo de interés.—¿Con mi madre? ¿Para qué? —preguntó mientras se limpiaba las manos

llenas de grasa en el paño.El rostro de William era una máscara que ocultaba sus emociones. Habló sin

rodeos.—Por favor, es importante, necesito hablar con ella. Dij iste que harías

cualquier cosa para enmendar el desastre que has provocado…Adrien se enderezó con los puños apretados. A su alrededor el aire comenzó a

girar levantando las hojas secas del suelo.—No soy el único que provocó el « desastre» —intervino con tono enojado.William le lanzó una mirada asesina.—Si tú no hubieras…—Si y o no hubiera hecho lo que debía, mi madre y mi hermana estarían

muertas —lo atajó Adrien—. ¡No vengas a darme lecciones!La aparente tranquilidad de William se diluy ó bajo la rabia que le corría por

las venas.—¿Lecciones? Convertiste a Kate en vampira, después le diste tu sangre. No

tientes al destino, Adrien, aún no sé qué es lo que me contiene para no matarte.Adrien soltó una carcajada sin pizca de humor. De repente un halo

blanquecino rodeó sus manos.—Inténtalo si puedes —lo retó dando un paso amenazador hacia él.William reaccionó a la amenaza y su brazo prendió con un fuego

sobrenatural.—¡Adrien, madre quiere que invites al príncipe a entrar! —dijo Cecil.La vampira había aparecido en la puerta sin que ninguno de los dos se

percatara. Lucía una túnica de color azul, fruncida a la altura de las caderas porun cinturón de piel; y llevaba su largo pelo rubio recogido en una trenza quedescansaba en su hombro. Le dedicó a su hermano una mirada que era una clarareprimenda. Después le indicó a William, con un gesto amable de su mano, queentrara en la casa.

—¡Príncipe! —masculló Adrien con una venia cargada de agresividad. Sedirigió al interior de la casa mascullando por lo bajo una retahíla de maldiciones.

—Os pido que le disculpéis, mi señor —susurró Cecil. Bajó la vista al suelo,tal como debía hacerse ante un miembro de la realeza—. Mi hermano siempreha sido muy impulsivo y temerario. Pero su corazón es noble, os doy mi palabra.

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Es solo que… —Tragó saliva— los últimos dos años no han sido fáciles para él.William se relajó un poco y se fijó en la muchacha, de un plumazo todo su

enojo desapareció. Él tampoco había sido un ejemplo de buena educación. Noera quien para recriminar al vampiro sus actos, cuando él mismo estaba siendocapaz de cualquier cosa para proteger aquello que amaba. En el fondo, su odiohacia Adrien se reducía a los celos enfermizos que sentía con solo imaginar laintimidad que había tenido con Kate y sus sentimientos por ella.

—Yo también os pido que me disculpéis. Mi comportamiento no está siendoapropiado —dijo con una sonrisa. Se encaminó a la casa y se detuvo junto a lahermosa vampira—. Por favor, intentemos tutearnos. Los formalismos no son lomío.

Cecil levantó los ojos hacia él y sonrió mientras asentía.Juntos entraron en la casa: una construcción de madera un tanto rústica,

pequeña pero acogedora. William sintió que volvía a alterarse al imaginar a Kateretenida en aquella cabaña. Sus ojos vagaron por la estancia absorbiendo hasta elúltimo detalle. Trató de tranquilizarse y de deshacerse de la rigidez de susmiembros.

Adrien, con los brazos cruzados sobre el pecho, se había colocado junto a unade las ventanas y contemplaba malhumorado el exterior, ignorando a propósitocuanto ocurría a su alrededor. Ariadna estaba sentada en un sillón, a su lado, sepuso de pie y se inclinó ante William con una graciosa reverencia.

—Señor, es un placer recibiros en mi casa.—El placer es mío, señora —respondió él con una inclinación de su cabeza.

Sin más preámbulos, continuó en el tono más cortés y respetuoso que pudoadoptar—: Ariadna, necesito hablar con vos. Es importante.

—Por supuesto. Tomad asiento a mi lado —sugirió ella mientras se sentaba enel sofá. William la acompañó—. Bien, decidme, ¿en qué puedo ayudaros?

William dejó escapar un suspiro y se acomodó un poco más en el asiento. Lebrillaron los ojos y en su boca apareció una sonrisa torcida.

—¿Le importa si nos tuteamos?—Claro que no. Adelante.—Primero hay algo que debo preguntarte, para asegurarme. ¿Qué sabes de

tu linaje? —Debía cerciorarse de que eran descendientes—. ¿Estás segura de…?—¿De si la sangre que corre por mis venas es la misma de Lilith? —Hizo una

pausa y entrelazó las manos sobre su regazo. William asintió—. Lo es. No esmucho lo que puedo decirte sobre mi familia, solo conocí a mi madre. Llevo casiun milenio en este mundo. Nací en Italia, en un pueblecito cercano a Florencia.Mis abuelos fueron asesinados por nefilim antes de que mi madre pudieraconocerles como para albergar algún recuerdo de ellos. Durante la masacre queacabó con toda mi familia, la sirvienta que se ocupaba de su cuidado logróescapar con ella en brazos. Fueron las únicas que sobrevivieron esa noche.

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—Entonces, estás completamente segura de que eres uno de los pocosdescendientes de Lilith que quedan con vida —insistió William.

Ariadna asintió con la cabeza.—Sí. Helena, que así se llamaba la sirvienta, se lo contó a mi madre, y ella a

mí. La pobre no sabía mucho, solo lo que había oído en algunas conversaciones.Mi abuelo compartía la sangre de Lilith, al igual que su madre, y su abuela y sutatarabuela… Llevo mi nombre en honor a ellas.

William se quedó pensando. Conocía esa historia, cómo esa familia había sidoaniquilada, casi dos mil años antes, en una masacre sin precedentes que hizo quelos Crain se ocultaran durante mucho tiempo. Nunca tuvieron datos fiables sobrequiénes los habían asesinado. Desde luego, no le sorprendía que el mérito fuerade los nefilim.

—Lilith tuvo cinco hijos —comenzó a explicar él—. Cada uno de ellos creó supropia familia y dieron lugar a las cinco castas. Durante muchos siglos, las cincofamilias gobernaron juntas el mundo vampiro. Siempre a través de un líder, unrey, el heredero del primogénito de Lilith. Ahora ese título lo ostenta mi padre y,por derecho de nacimiento, la sucesión le correspondería a mi hermano y, en suausencia, a mí. Si la primera casta desapareciera, el reino lo heredaría lasegunda, y así sucesivamente. Era una forma de preservar nuestra raza.

» Suponíamos que los Crain éramos los últimos, pero no lo somos gracias a ti.Si mi linaje desapareciera, tú y tu hijo…

—Entiendo… —susurró Ariadna tratando de asimilar la información que eljoven príncipe le estaba dando.

—Vuestra sangre pura os otorga una serie de privilegios, posesiones y…obligaciones con las que cumplir —terminó de decir con cierta incomodidad.

Adrien soltó una risita y se dio la vuelta para encarar a William.—¡Obligaciones! —exclamó con sarcasmo—. ¡Vaya, ya nos vamos

acercando al motivo que de verdad te ha traído hasta aquí!—Adrien —lo reconvino Ariadna.—Vamos, madre, solo ha venido porque hay algo que necesita de nosotros, ¿o

de verdad crees que quiere devolverte todas esas posesiones? Dudo que esté aquípor pura generosidad, ¿no es así… príncipe? —arrastró la palabra con desprecio.

—Si así fuera, ni siquiera con eso pagarías la deuda que tienes conmigo y connuestra gente. Romper la maldición no fue ninguna liberación para ellos, alcontrario, los has sentenciado a muerte si los humanos nos descubren.

—No fui el único, si no recuerdo mal.—No tuve más remedio, ibas a sacrificarla…—Yo tampoco lo tuve, y mi motivo está sentado frente a ti —le espetó Adrien

mientras apuntaba a su madre con el dedo—. Lo haría mil veces más, y nodudaría. Además, creo que ya pedí perdón por eso y te ofrecí mi ayuda parasolucionar el problema. Ayuda que tú has rechazado, pero que ahora, de repente,

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necesitas, ¿no es así?—¡Basta! —gritó Ariadna al mismo tiempo que se ponía de pie. Lanzó una

mirada reprobatoria a su hijo—. Será mejor que salgas de esta habitación y quedejes de avergonzarme con tu comportamiento, o puedes quedarte ahí y guardarsilencio —le dijo con tono severo.

Adrien apretó los dientes y los puños. Al final resopló, dándose por vencido, ybajó la cabeza dispuesto a cumplir la orden de su madre. Se dio la vuelta y sededicó a mirar por la ventana mientras farfullaba por lo bajo.

Ariadna se dirigió a William.—Discúlpale, a veces su mal genio le hace perder los modales.—Tiene razón —admitió William. También se había puesto de pie—. Estoy

aquí porque necesito pediros algo.—Lo sabía —replicó Adrien sacudiendo la cabeza—. Puedo ver en tu mente

como si se tratara de la mía. ¡Nos parecemos demasiado! —le recordó con unamueca de burla.

—¡Adrien! —lo reprendió Cecil.William soltó la respiración contenida y abordó el tema que le había llevado

hasta allí. No podía perder más tiempo.—Ariadna, debo pedirte que viajes con tu familia a Roma. De inmediato.

Dispondré todo lo que podáis necesitar: un avión, vehículos, seguridad…—¿Por qué? —preguntó la mujer con tono preocupado.—Lo siento, pero eso no podré decírtelo hasta que estés allí. Tengo un buen

motivo, te lo aseguro.—¿Quién demonios te crees que eres? Si piensas que vamos a sacar un solo

pie de esta casa sin un motivo… —le espetó Adrien mientras se ponía de pie y lofulminaba con la mirada.

—Iremos —intervino Ariadna haciendo caso omiso a su hijo.—Pero… —empezó a protestar Adrien.—He dicho que iremos —ratificó su madre.

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3

Diez minutos después, William abandonaba la cabaña con una extraña sensaciónde alivio. Ariadna había aceptado sin dudar, a pesar de que él apenas le habíadado información sobre lo que se esperaba de ella y de Adrien. Por seguridad, nopodía decirles nada hasta que todo estuviera dispuesto.

Miró la hora en su reloj , rezando para que Kate aún continuara en la bañera.Se desmaterializó y segundos después tomó forma a pocos metros de la casa.Sacó su teléfono móvil del bolsillo y llamó a su hermano.

—Hecho. Asistirán y harán cuanto les pida. Prepáralo todo —informó cuandola voz grave de Robert respondió al otro lado.

—Será dentro de tres días. Padre está enviando en este momento misivas atodos los miembros del Consejo.

William se estremeció y el estómago le dio un vuelco. Infinidad deemociones cruzaron por sus ojos.

—¿Solo tres días? —preguntó algo ansioso.—No hay tiempo que perder. Sé que querías estos días para pasarlos con

Kate, sobre todo en estos momentos, pero…William suspiró, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. El teléfono

cruj ió entre sus dedos y los aflojó un poco.—Tranquilo. No pasa nada. Con un poco de suerte saldremos de esta y tendré

toda la eternidad para compensarla.Hubo una larga pausa al otro lado del teléfono.—¿Cuándo se lo vas a decir? —preguntó Robert.—No sé cómo decírselo—susurró—. Joder, ¿cómo voy a decirle que es

posible que estos días sean los últimos que pasemos juntos? ¿Cómo voy a mirarlaa los ojos y a decirle que estoy poniendo en peligro a todos los que significan algopara ella en este momento? Acaba de perder a su abuela. Mantener el contactocon su hermana ya no es prudente…

—Will, debes decírselo. Tiene derecho a saberlo y, sobre todo, a prepararsepara despedirse. Llevo mucho tiempo en este mundo. He sobrevivido a unaesposa, a muchas amantes y a mi propia madre. Sé lo importante que esdespedirse.

Los ojos de William brillaron y su cuerpo se iluminó con un tenue resplandor.

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Notaba el estómago revuelto. Levantó la mirada al cielo, sin importarle si desdeallí arriba alguien podía ofenderse por el odio que sentía.

—Quizás sea yo el que no está preparado para despedirse —dijo con vozáspera.

—¡William! —lo llamó Kate desde el interior de la casa.—Tengo que colgar, Robert. Envía a unos guerreros para que acompañen a

Adrien y a su familia hasta Roma. Y que Cyrus esté aquí a primera hora de lamañana.

Colgó el teléfono. Se sacudió, incómodo, y miró al suelo.Entró en la casa y fue hasta el dormitorio. Encontró a Kate frente al armario,

enfundándose en un vestido rojo. La contempló desde la puerta. Su piel era páliday tersa; su rostro hermoso y delicado; y su cuello largo y esbelto. « Perfecta» nola definía, era mucho más que eso. Su mirada la recorrió de arriba abajo. Fuedescendiendo por la espalda hasta las caderas ceñidas por la fina tela, y sucuerpo se agitó. Sus ojos brillaban de nuevo, casi deslumbraban. Jamás pensó quepodría desear a alguien tanto como la deseaba a ella. La necesitaba de un modoque ray aba la locura.

Kate se sobresaltó al notar a William pegándose a su espalda.—¡Dios, me has dado un susto de muerte! —protestó.Kate intentó darse la vuelta, pero él no la dejó. Las manos del vampiro le

recorrieron los costados en un lánguido descenso hasta sus muslos. Tenían untacto lento y deliberado. Agarró el borde del vestido y, con la misma lentitud, lofue enrollando en torno a sus caderas mientras con los dedos le acariciaba la piel.Tragó saliva y cerró los ojos cuando él escondió el rostro en su cuello, rozándolela piel con la nariz.

—Creía que querías salir a cazar esta noche —susurró ella.—Ya estoy cazando —le dijo al oído.Kate se estremeció. Él le sacó el vestido y le acarició el estómago hasta el

pecho. Se separó de ella una décima de segundo y de nuevo volvió a sentirlo; sehabía quitado la camiseta. Notar su piel desnuda contra la de ella borró cualquierotra protesta. Se dejó acariciar sin mover un solo músculo, aunque se moría deganas de tocarlo. Como si hubiera leído sus pensamientos, William la giró haciaél y sus miradas se encontraron. Se quedó sin habla. Sus ojos parecían de platafundida, calientes y brillantes mientras examinaban su piel desnuda como si laestuvieran viendo por primera vez.

—Me enseñaste que no se debe jugar con la presa. Sufren mucho —dijoKate.

William sonrió, y un leve gemido escapó de su garganta cuando Kate seapretó contra él y comenzó a desabrocharle los pantalones.

—¿Y si dejo que la presa juegue conmigo? —preguntó sin aliento.Ella le dedicó una mirada coqueta que lo aflojó por completo. No podía

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renunciar a tenerla de aquel modo. ¡Que el mundo entero se fuera al infierno! Latomó en brazos y se sentó en la cama con ella a horcajadas sobre sus caderas. Labesó como si estuviera muerto de sed. Entonces, los labios de Kate se volvieronmás impacientes, exigentes. La hizo girar y se abalanzó sobre ella perdiendo elcontrol por completo. La poca ropa que los separaba desapareció hecha j irones.

Kate agradeció que no necesitara respirar. William no parecía dispuesto aabandonar sus labios mientras le separaba las rodillas con las piernas. Había algodistinto en él, podía percibirlo. Sentía una extraña desesperación en sus caricias,en la forma en la que le clavaba los dedos en la piel y su lengua se abría paso enel interior de su boca. Dejó de pensar y se abandonó a la maravillosa sensaciónardiente que le provocaba el movimiento de su cuerpo contra el suyo. Todos sussentidos estaban colmados por él. Abrió los ojos y su mirada sobre ella la deshizoen mil pedazos.

—¡Creído! —exclamó William. Tumbado boca abajo en la cama, trató dedarse la vuelta, pero Kate se lo impidió sujetándolo por los hombros—. ¡Creído!—repitió.

—Lo eres. Eres un vanidoso —dijo ella trazando la longitud de su columnacon un dedo—. Aunque admito que tienes motivos, así que… ¡Es un defectobastante atractivo! —puntualizó mientras le daba un azote en el trasero.

William se echó a reír. Un brillo malévolo apareció en sus ojos.—Sabes que este juego ha sido idea tuya y que después me toca a mí,

¿verdad?Kate arrugó la nariz y le dedicó un mohín. Sentada a horcajadas sobre sus

piernas, se inclinó sobre él.—Vale, a ver si adivinas esta.Comenzó a trazar las letras sobre la espalda del vampiro. Lo hizo de un modo

lento y deliberado, disfrutando del torbellino de sensaciones que le provocabasentir su piel, y del modo que él reaccionaba a su contacto. Afuera empezó allover y el olor a tierra mojada inundó el ambiente. En apenas un par desegundos, la lluvia arreció hasta convertirse en un aguacero. Kate dibujó laúltima letra y una sonrisita frunció sus labios.

Él se quedó en silencio, inmóvil. Muy despacio, ladeó la cabeza buscando sumirada y varios mechones de pelo sedoso se le deslizaron sobre la frente. En susojos brillaba una advertencia y en su sonrisa había peligro. De repente, sedesvaneció.

Kate cay ó de bruces contra las sábanas y, antes de que pudiera darse cuentade qué ocurría, unos brazos le rodearon las caderas y le dieron la vueltaarrastrándola hacia abajo.

—¿Arrogante? —preguntó él a solo unos centímetros de su cara—. Hasta

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ahora has dicho que soy controlador, insufrible, creído y arrogante.Kate apretó los labios para no reír a carcajadas. Intentó apartarlo con las

manos, pero él fue más rápido y le sujetó los brazos por encima de la cabeza.—También iba a decir que eres muy sexy, pero no me has dado tiempo.—Ya… No creas ni por un momento que vas arreglarlo tan fácilmente. —A

medida que se inclinaba sobre ella su voz se tornó más grave. Kate enlazó laspiernas a su cintura y entornó los ojos—. Vas a necesitar mucho más que eso…—Ella se humedeció los labios con la lengua. El vampiro tragó saliva—. Muchomás…

El teléfono de William vibró en la mesita y la pantalla se iluminó con unmensaje. Un rápido vistazo le bastó para ver que se trataba de Cyrus. Sus ojosvolaron hasta la ventana. El cielo cubierto de nubes negras y las sombras en lasque se hallaba sumido el paisaje habían engañado a sus sentidos. Hacía rato quehabía amanecido. El deseo y la diversión desaparecieron de sus ojos, y ahorabrillaban inquietos y con un atisbo de culpabilidad. Miró a Kate.

—¿Qué pasa? ¿Quién es? —preguntó ella.—Cyrus. Está afuera —anunció con un tono demasiado seco—. Vístete y

recoge tus cosas. Tenemos que irnos.—¡¿Qué?! ¡Creía que nos quedaríamos aquí toda la semana! —exclamó

Kate.William sacó ropa limpia del armario y comenzó a vestirse.—Lo sé, yo también. Pero ha surgido algo y debemos viajar hasta Roma.—¿Roma? ¿Y… y cuándo te has enterado de eso? —inquirió Kate. Envolvió

su cuerpo desnudo con la sábana y se acercó a él buscando su mirada esquiva.—Anoche…Kate arqueó las cejas, sorprendida.—¿Anoche? ¿Y no me lo dij iste?Frunció los labios con disgusto, preguntándose qué demonios estaba pensando

y a qué venía aquel repentino viaje. Dio media vuelta y se dirigió al armario.Dejó caer la sábana y se quedó desnuda mientras miraba la ropa que colgaba delas perchas.

—Iba a decírtelo, pero me distraje con otras cosas… —replicó Williamcontemplando de arriba abajo su cuerpo.

Ella lo miró por encima del hombro y le dedicó una sonrisa irónica sin pizcade humor.

—Pues deja de distraerte y explícame qué pasa —le espetó.William sonrió y sacudió la cabeza. Desde que Kate se había convertido en

vampira todo en ella se había magnificado, incluido su carácter. Un carácterfuerte e impulsivo que no lo dejaba indiferente. Se puso de pie y se acercó a ella.Le recogió su larga melena sobre el hombro y le besó el cuello.

—Lo siento, ¿vale? Debí decírtelo. Te prometo que iba a hacerlo cuando

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regresé después de hablar con Duncan. Para eso me llamó. —Otra mentira y nisiquiera le tembló la voz. Muy despacio le subió la cremallera del vestido ydepositó otro beso en su hombro. La estrechó contra su pecho—. ¿Qué culpatengo yo de que causes ese efecto en mí? Logras que me olvide de todo y que nopiense en otra cosa —susurró mientras con las manos trazaba el contorno de sucintura.

Kate se relajó entre sus brazos, se giró y lo miró a los ojos. Sonrió,iluminando las sombras de su corazón; otra cosa que solo ella lograba. ¡Malditasea, cuando supiera la verdad iba a odiarlo! Ella levantó la mano y recorrió sumejilla con los dedos. William ladeó la cabeza y apretó los labios contra la palmade su mano.

—Yo tampoco pienso en otra cosa —susurró Kate—. Menos cuando sé queCy rus está al otro lado de la puerta escuchando todo lo que decimos. —Unasonrisa indulgente y perezosa se extendió por la cara de William. Se encogió dehombros, como si ese detalle no le supusiera un problema. Kate puso los ojos enblanco y suspiró—. ¿Por qué vamos a Roma?

Él apretó los labios, formando una fina línea recta.—Mi padre ha convocado al Consejo. Hay temas importantes que tratar y

que no pueden esperar. Los renegados son un peligro cada vez may or y nopodemos quedarnos de brazos cruzados.

—¿Y por qué en Roma? ¿Por qué no en Blackhill House como la última vez?—Porque esta vez estarán presentes los Arcanos —respondió William. Un

estremecimiento le recorrió el cuerpo al pronunciar su nombre.—¿Y quiénes son los Arcanos?William se apartó y la miró de reojo mientras se agachaba para recoger del

suelo la ropa que habían dejado tirada la noche anterior.—Son una especie de maestros, algo así como guías espirituales. Atesoran

toda nuestra historia desde el principio de los tiempos y mantienen vivas nuestrastradiciones y ritos. Lilith los creó para que cuidaran de sus hijos, de su legado ehistoria, aunque nadie sabe exactamente qué son. Desde luego, no son solovampiros. Son muy poderosos y tienen dones. Pueden ver dentro de la mente deun hombre como el que mira a través de un cristal.

—No me gusta la idea de que alguien pueda mirar dentro de mi cabeza.—A mí tampoco —dijo William a media voz.Su piel comenzó a resplandecer y de su mano saltaron pequeñas chispas.

Apretó los dientes y cerró el puño con fuerza para hacerlas desaparecer. ¿Quéharían los Arcanos cuando miraran dentro de él y supieran que era mucho másque un vampiro? ¿Qué dirían cuando averiguaran que era un mestizo, unaabominación para su raza que los había traicionado porque amaba demasiado auna mujer? Si se negaban a celebrar el rito, sus planes se vendrían abajo y lasopciones se reducirían hasta desaparecer en un único camino: el del caos.

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Kate le acarició la espalda.—¿Estás bien? Porque si alguien tiene la culpa de todo esto, esa soy…—¡Yo, soy y o! —la interrumpió William de forma brusca. Se alejó de ella y

empezó a guardar la ropa en la maleta sin ningún cuidado. De repente, la alzó yla estrelló contra la pared—. Yo cumplí la profecía, yo rompí la maldición y y oconcedí el libre albedrío a los renegados. Y sí, lo hice sin dudar y lo volvería ahacer mil veces. Nada ni nadie te hará daño jamás. Y por el mismo motivo, harélo que sea necesario para enmendar lo que provoqué, ¡lo que sea!

Kate abrió la boca para decir algo, pero la mirada que él le dedicó la hizoenmudecer.

Sonaron unos golpes en la puerta.—William, debemos marcharnos —dijo Cyrus al otro lado.

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4

—¿De verdad es necesario que nos acompañen? —preguntó Kate mientrasobservaba a los guerreros. Cuatro vampiros, de increíble tamaño, controlabancon sus ojos felinos cada centímetro de la sala vip del aeropuerto de Dublín en laque esperaban su embarque.

—No voy a descuidar tu seguridad. Son necesarios —respondió William conla vista clavada en la pista de aterrizaje.

—Bueno, sí… pero todo el mundo los está mirando —susurró ella.Llamaban demasiado la atención. Era imposible no darse cuenta de su actitud

marcial. Ni siquiera el elegante traje oscuro que vestían disimulaba lo que eran:peligrosos soldados. Y no solo eso, eran vampiros, poseían ese atractivo innatoque los hacía destacar entre los humanos.

—Fíjate en los pasajeros, están boquiabiertos —continuó ella.William paseó su mirada indolente por la sala. Las gafas de sol ocultaban sus

ojos, demasiado llamativos. Estudió a su escolta y se encogió de hombros.—Solemos causar ese efecto. Ya deberías haberte acostumbrado —comentó

con indiferencia.Kate suspiró sin apartar los ojos de William. Desde hacía unos días su actitud

estaba cambiando, estaba más frío y callado de lo normal, también ausente. Amenudo lo encontraba sumido en sus pensamientos, ajeno a cuanto ocurría a sualrededor; y no solo eso: parte de su dulzura estaba desapareciendo tras un halode agresividad y superioridad que la ponía de los nervios. Había tratado de nodarle importancia, pero su extraña conducta le estaba afectando a un nivel másíntimo y personal. Sabía que algo no marchaba bien, y en las últimas horas sustemores cobraban fuerza. William estaba cambiando.

—¿Qué te ocurre? —preguntó de repente Kate.—Nada. ¿Qué te hace pensar que me ocurre algo?—Para empezar, que apenas me miras cuando me hablas —respondió ella.

Se colocó entre él y el cristal que los separaba del exterior, obligándolo así a quela mirara.

William bajó los ojos y lentamente se quitó las gafas.—No me ocurre nada —declaró, atravesándola con sus pupilas. Dio un paso

hacia ella y la tomó por la nuca para que alzara la cabeza—. Nada —repitió.

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—Entonces ¿por qué de repente este viaje?William suspiró con un atisbo de exasperación y la soltó.—Ya te lo he explicado. El Consejo va a reunirse en Roma. Debemos trazar

un plan contra los renegados.—Eso ya lo sé, pero tengo la sensación de que hay algo más, de que hay algo

que no me estás contando.—Bueno, tampoco me sorprende. Es lo que sueles hacer, ¿no? Si no hay

motivos ya te encargas tú de buscarlos —le espetó William. Las aletas de su narizse dilataron y un tic contrajo el músculo de su mandíbula—. A veces, las cosassimplemente son sencillas, Kate. No hay necesidad de complicarlas consuspicacias infundadas. —Poco a poco la arrinconó contra el cristal—. Tudesconfianza no me deja en muy buen lugar, ¿no crees?

Kate se quedó de piedra.—¿A qué ha venido eso? —inquirió con un hilito de voz y los ojos muy

abiertos, sorprendida a la par que molesta por su salida de tono.—A que no entiendo por qué tienes que darle siempre vueltas a todo. ¿Por qué

no te limitas a confiar en mí y ya está?—Confío en ti, es solo que…—¡¿Qué?! —replicó exasperado. Tenía la mirada encendida—. ¿Quieres que

diga que hay algo más que no te he contado? Está bien, lo hay. ¿Te sientes mejor?¿No es eso lo que quieres oír?

Cyrus apareció junto a ellos. Por la expresión incómoda de su rostro eraevidente que la discusión no le había pasado desapercibida.

—El avión está listo, podemos embarcar —anunció.Kate apretó los dientes y pasó entre los dos vampiros sin molestarse en

disimular su enfado.—Kate —dijo William intentando detenerla.Se había arrepentido de inmediato de cada una de sus palabras. Tenía los

nervios crispados y los remordimientos le arañaban el estómago, por eso se habíacomportado como un idiota. Ella se deshizo de su mano con un tirón y continuócaminando. Altiva y orgullosa, se dirigió a la puerta de embarque sin prestarleatención a los dos guerreros que se habían posicionado a su lado como perros depresa.

Una vez a bordo, Kate ocupó su asiento ignorando de forma premeditadacuanto ocurría a su alrededor. Estaba furiosa. William nunca le había hablado deese modo. Se le formó un nudo en la garganta y, de haber podido llorar, estabasegura de que un par de lágrimas ya se habrían deslizado por sus mejillas.

Contempló su anillo de compromiso y la asaltaron un sinfín de dudas. Ahoraera vampira. Su antigua vida había dejado de existir, y William era cuanto lequedaba en el mundo. Toda su existencia giraba entorno a él y su mundo. Si leperdía, si por algún motivo él la abandonaba, ¿en qué lugar la dejaba eso? ¿A

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dónde iría si el mundo normal ya no era para ella? Apoy ó la frente en laventanilla y trató de no pensar en locuras. No podía permitirse el lujo de sacar lascosas de quicio.

William entró en el avión y ella apartó la vista. Cuando se sentó a su lado,Kate se deslizó hacia la ventanilla, poniendo distancia entre ellos. Él cerró los ojosun segundo y su rostro se contrajo con un tic.

—Lo siento mucho, Kate. Me he pasado. Me he comportado como undemente y tú no tienes la culpa de que todo este asunto me tenga de los nervios.¿Puedes perdonarme? —Se inclinó sobre ella y le cogió la mano, después se lallevó a los labios y la besó.

A Kate se le hizo un nudo en la garganta solo por el hecho de habérselopreguntado. Asintió una sola vez y dejó que entrelazara sus dedos con los suy os.Contempló sus manos unidas. Encajaban la una en la otra como si hubieran sidoconcebidas para no separarse.

—A mí también me preocupa este asunto. Me siento tan responsable como tú—dijo ella—. Aunque no lo creas, entiendo perfectamente la magnitud delproblema y estoy asustada. Me preocupa lo que pueda ocurrir a partir deahora…

William sacudió la cabeza y sus ojos brillaron.—No quiero que te preocupes. Jamás permitiré que te ocurra nada. Haré

cualquier cosa para que no tengas que vivir con miedo. Cualquier cosa —dijo entono vehemente.

—Lo sé —respondió ella alzando la vista de sus manos—, pero no quiero queme protejas si eso supone que me mantienes al margen; y tengo la sensación deque es eso lo que estás haciendo.

William soltó de golpe el aire de sus pulmones.—¿Confías en mí? —preguntó.—Sí, confío en ti —respondió Kate sin vacilar.—¿Me quieres?—Más que a mi propia vida y lo sabes —respondió ella con una seguridad

pasmosa.William alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de ella.—¿Y crees que serás capaz de recordarlo siempre?Kate asintió con la cabeza.—Sí —respondió. Jamás podría dejar de quererle.—¿Y crees que podrás continuar a mi lado pase lo que pase y haga lo que

haga?Kate volvió a asentir de forma automática. No entendía a qué venían todas

aquellas preguntas. Entonces se percató de sus últimas palabras; aunque no fueeso lo que provocó la alarma, sino el tono de su voz. Sus pupilas se dilataron y eliris de sus ojos adquirió un tono violeta muy vivo. Tragó saliva y un mal pálpito

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se apoderó de ella.—¿Qué significa eso? ¿Qué vas a hacer?—Ya te lo he dicho, lo que sea necesario —respondió él, de nuevo muy serio.

Su teléfono móvil comenzó a sonar. Lo sacó del bolsillo de su cazadora mientrasse ponía de pie.

Kate lo agarró por la muñeca.—Pero no a cualquier precio, William —dijo con voz temblorosa. Lo miró

fijamente a los ojos, incapaz de reconocerle en ellos—. Siempre hay un límite.William le sostuvo la mirada. Los músculos de su cuello se movieron debajo

de la piel, tensos como el acero. No respondió. Le dio la espalda y se llevó elteléfono a la oreja mientras se dirigía a la cola del avión.

—Shane, voy a volverme loco —susurró, apretando los párpados con fuerza.Intentaba mantener la compostura, fingiendo ser un tipo duro, pero el tonovulnerable de su voz lo traicionaba y le hacía parecer un niño.

—Tranquilo, tío. Estamos a punto de llegar —contestó el licántropo al otrolado del teléfono.

—No hay otra opción, ¿verdad? No son delirios.Shane soltó una risita maliciosa que hizo que William también sonriera.—¿Crees que me jugaría el pellejo en una misión suicida si solo se tratara de

una de tus paranoias? —bajó la voz—. Escucha, idiota. Es una locura, es probableque todo falle, pero es lo único que tenemos. No vamos a rajarnos, hermano.Cuando a una serpiente le extraes el veneno, deja de ser peligrosa. Y nosotrosvamos a dejarlos secos.

William apretó el teléfono con fuerza. Shane se había convertido en alguienmuy importante para él. Siempre lograba que las cosas parecieran fáciles. Sincontar con que era el único al que le permitía que lo llamara idiota.

Aterrizaron en el Aeropuerto Intercontinental Leonardo da Vinci a media tarde,donde los esperaba un coche que los llevaría hasta el centro de la ciudad. Katetrató de retomar el tema, pero entre las constantes interrupciones telefónicas y lapresencia de Cy rus y el guerrero que conducía, no tuvo la más mínimaoportunidad. Así que, se resignó a confiar en él, tal como le había pedido contanta desesperación.

El coche se detuvo en la plaza de Santa María, en el antiguo barrio deTrastévere. Kate la reconoció enseguida. La había visto en tantas fotografías ydocumentales, que no tenía dudas. Durante unos largos segundos, se quedófascinada admirando hasta el último rincón. La plaza estaba llena de turistasruidosos e infinidad de olores que le colmaban los sentidos; incluido el de lasangre.

No se había dado cuenta de lo sedienta que estaba hasta que aquella marea de

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cuerpos palpitantes la rodeó. Sus ojos volaron hasta el cuello de un chico quechocó con ella por accidente. Le sonrió, apenas un esbozo tentador, pero elmuchacho se detuvo y le devolvió la sonrisa. Indeciso, regresó lentamente sobresus pasos, atraído por ella y el aura que la envolvía.

Una figura se interpuso entre ellos. William fulminó al chico con una miradahelada. Después ladeó la cabeza y miró a Kate. Echaba chispas por los ojos.

—Me da igual si solo es por la sangre, pero si vuelves a mirar a otro hombrede ese modo le partiré el cuello —le susurró al oído con voz envenenada.

Kate lo miró de hito en hito, mientras él la agarraba del brazo y la obligaba acaminar hacia una de las callejuelas. Nunca había oído hablar a William de esemodo, ni de la vida de un inocente con esa ligereza.

—Lo siento. Tengo hambre y aún me cuesta controlar el « influjo» .—Ya me he dado cuenta. Y también me hago una idea de cuáles serán las

fantasías de ese humano durante los próximos días —masculló William. Élmismo había sentido la sensualidad de esa influencia—. Debería volver y dejarlefrito el cerebro.

—¡¿Qué?! —exclamó Kate sin importarle que Cyrus y los guerreros pudieranoírla—. Entonces, yo también debería partirles el cuello a esas dos que noapartan sus ojos de ti.

William alzó la vista y sus ojos se posaron en dos turistas de piel dorada que loobservaban con disimulo. Negó con la cabeza.

—No trates de darle la vuelta, Kate. Ni de lejos estamos hablando de lomismo. No vuelvas a hacer algo así, o el próximo idiota que te mire de ese modoperderá los ojos. Aunque sea culpa tuya.

—¿Desde… desde cuándo te has convertido en alguien tan celoso? —inquirióella sin entender su actitud.

William apretó los dedos en torno a su brazo y aceleró el paso. Estabasorprendido de su arranque, no se reconocía a sí mismo. Se maldijo por haberexplotado como lo había hecho, pero las palabras le quemaban en la boca.

—Desde que sé cómo somos los vampiros y tú eres una de nosotros, con losmismos instintos y apetitos —masculló con desdén.

Kate se quedó pasmada.—¿De verdad crees que puedo sentirme atraída por otros hombres? ¡Pues te

equivocas! ¿Esta es tu idea de la confianza? Maldita sea, William, ¿qué demoniospasa contigo? —musitó. Se estaba esforzando para no levantar la voz—. Solotengo sed, su sangre olía bien… No había nada sucio por mucho que te empeñesen sacar las cosas de quicio.

Intentó que la soltara retorciendo la muñeca.De repente, William tiró de ella y la hizo entrar en el portal de una vieja casa.

Cerró la puerta tras ellos y estampó a Kate contra la pared. Se quitó la cazadora,la tiró al suelo, y pegó su cuerpo al de ella hasta eliminar el último espacio.

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—Bebe —ordenó William ladeando la cabeza para mostrarle el cuello.Kate se quedó de piedra, incapaz de moverse por la impresión.—Estás sedienta, bebe —insistió él con el mismo tono severo del que no

lograba deshacerse, como si estuviera enfadado todo el tiempo.—No, puedo esperar —respondió ella sin poder apartar la mirada de su

cuello.Un hambre voraz le arañaba el estómago, pero no podía hacerlo. No podía

beber de él y menos de ese modo.—Quiero que bebas de mí y vas a hacerlo.—Esto no está bien, no puedo… —susurró; pero sin darse cuenta sus manos se

aferraron a sus bíceps y lo apretaron atray éndolo hacia sí. Un deseo frenético seapoderó de ella. La tentación era demasiado intensa.

—Bebe, Kate —esta vez sonó a súplica.Presionó su cuerpo contra el de ella, atrapándola con las piernas y las

caderas. Deslizó una mano por su nuca, la enredó en su pelo y la atrajo hacia él.Ella se resistió un poco, creando un deliciosa fricción entre sus cuerpos queprovocó que William la abrazara con más fuerza. Notó cómo ella cambiaba deopinión, incluso antes de que separara los labios y mostrara sus diminutoscolmillos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo en el momento que le perforó lapiel, y un sonido áspero escapó de su garganta. El efecto que produjo en él fuenarcótico, una tentadora mezcla de deseo, excitación y profunda relajación. Susmanos se perdieron bajo su ropa casi sin darse cuenta, acariciándole sin prisa lascaderas mientras ella tomaba cuanto necesitaba.

—Prométeme que siempre serás mía —susurró con voz áspera.Kate aflojó la presión sobre su garganta y soltó el aliento de golpe,

completamente saciada.—Siempre —respondió con un hilito de voz, abrumada por la euforia que la

sangre de William estaba provocando bajo su piel y sus caricias sobre ella.Él la sostuvo por las caderas y la aplastó contra la pared con su cuerpo, como

si nada fuera lo suficientemente cerca. La besó, sintiendo en la lengua el sabor desu propia sangre.

—A partir de ahora yo te alimentaré… —Le dio un mordisquito en el labioinferior. Kate asintió, dejándose llevar—. Nunca habrá nadie más, solo yo. Paselo que pase no me dejarás nunca. ¡Prométemelo! —añadió él en tonovehemente.

—Solo tú —logró articular Kate entre beso y beso.—Porque no dejaré que te vayas… Nunca.Kate apenas lograba pensar. Su mente solo era consciente de las caricias,

cada vez más apremiantes, que exploraban su cuerpo. No necesitaba el aire yaun así se estaba ahogando en la muerte más dulce. Él deslizó una mano por sucostado, acarició sus costillas y ascendió hacia su escote. Y eso significaba que su

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vestido no estaba donde debía estar. De repente, fue consciente del portal, delruido de la ciudad al otro lado de la puerta y de las voces que descendían de lavivienda que habían invadido.

—Espera, espera —jadeó mientras se apartaba un poco. William volvió abesarla—. Espera —repitió deteniendo el avance de su mano—. No podemosseguir, no podemos hacer esto aquí.

—Sí podemos, podemos hacer lo que nos dé la gana —replicó mientras lemordisqueaba la barbilla.

—Vale, podemos, pero no debemos seguir. Aquí no —insistió Kate.Su mirada voló hasta la puerta, segura de que al otro lado Cyrus y los

guerreros los esperaban. Empezaba a sentirse avergonzada, demasiadoconsciente de las escenas que William y ella estaban protagonizando en lasúltimas horas; ya fuera para tirarse los trastos a la cabeza, o para perder esamisma cabeza por una sobredosis de lujuria.

Volvió a detener su brazo atrevido con una mano y con la otra apresó losmechones de pelo que se le rizaban en la nuca. Hundió los dedos en ellos y tiró,obligándolo a que alzara la cabeza para mirarla. Se estremeció, sorprendida. Losojos le brillaban desde dentro, apenas se distinguían las pupilas. Tenían el aspectode dos diamantes y reflejaban un gran tormento.

—¿Qué te pasa, William?Él sacudió la cabeza y trató de besarla, pero ella le tomó el rostro entre las

manos y lo obligó a sostenerle la mirada.—Tú no estás bien. Hace días que no estás bien, puedo verlo. Cuéntame lo

que te ocurre —insistió—. Sabes que puedes contarme lo que sea. —Le acariciólas mejillas con los pulgares—. Lo que sea.

William apretó los párpados, tratando de no desmoronarse. Imposible cuandoella le hablaba de ese modo. No podía más. Una a una las piezas de su interiorcomenzaron a aflojarse. Tragó saliva y bajó los ojos. Poco a poco le colocó elvestido en su sitio.

—No lo entenderías —susurró. Apoyó su frente en la de ella. No queríahacerle daño, que se enfadara, y parecía que eso era lo único que lograba hacerúltimamente—. Sé que no vas a entenderlo, porque ni y o lo entiendo.

A Kate se le aflojó el cuerpo. Ahí tenía la confirmación de que en realidadocurría algo extraño, y que no era su imaginación paranoica la que le estabajugando una mala pasada. Lo abrazó, mientras en sus oídos aún resonaba su voz.Esa voz cálida y grave en la que una chica podía perderse para siempre, peroque ahora sonaba destrozada.

—Te prometo que lo intentaré —le aseguró ella. Apenas podía abarcar suenorme cuerpo entre los brazos, aun así, lo acunó como si fuera un niño pequeño.

—¿Y si no lo consigues? ¿Y si no eres capaz de…? —preguntó él.Ella le tapó la boca con los dedos y siseó para hacerlo callar. Le acarició la

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barba incipiente y lo miró a los ojos.—William, no siempre vamos a estar de acuerdo. Somos distintos y muchas

veces veremos las cosas de forma diferente. Discutiremos, es inevitable, peroeso no va a cambiar lo que sentimos. No cambiará lo que siento por ti. Que memientas o me ocultes cosas sí puede cambiarlo. Tenemos que confiar el uno en elotro para que lo nuestro funcione.

William soltó el aire que había estado conteniendo y la envolvió con susbrazos.

—No quiero perderte.—No vas a perderme —aseguró Kate.—Te he mentido. Han pasado algunas cosas… y he tomado decisiones que te

afectan y que no he compartido contigo —confesó al fin en un susurro.A Kate esas palabras le cayeron como un jarro de agua fría, pero intentó que

no se le notara. Él se estaba sincerando y era evidente que se sentía mal.—¿Por qué? —preguntó a media voz mientras le acariciaba la nuca.—Porque sé que no lo vas a entender. Estoy a punto de hacer algo de lo que ni

yo estoy seguro…—William, debemos darnos prisa —dijo Cyrus al otro lado de la puerta.William ladeó la cabeza y miró la madera. Su rostro se convirtió en la viva

imagen de la resignación y la desolación.—¿Qué vas a hacer, Will? —preguntó Kate llamando de nuevo su atención.

No estaba dispuesta a que la conversación terminara allí.—Me gusta cuando me llamas así —suspiró él, y añadió tras una breve pausa

—: Tenemos que irnos.La liberó del peso de su cuerpo. Una fría máscara cubrió sus facciones. La

tomó de la mano, recogió su chaqueta del suelo y abrió la puerta. La luz del sol yel ruido los envolvió de nuevo.

Kate cruzó su mirada con Cyrus. El vampiro parecía demasiado tenso yatento a los movimientos de William.

—¡Will! Confianza, ¿recuerdas? —exclamó Kate.Tiró de su mano, tratando de frenarlo. No podía soltarle que le había estado

mintiendo y dejarla así, sin una sola aclaración. William se dio la vuelta.—Pues confía en mí. Vas a tener que hacerlo si de verdad crees firmemente

en todo lo que acabas de decirme. ¿Me quieres?, entonces no debería costartemucho.

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5

Recorrieron el laberinto de callejuelas del barrio de Trastévere hasta llegar al río,y continuaron caminando deprisa bajo la sombra de los árboles que cubrían lazona. Un rápido vistazo a su espalda, le bastó a Kate para darse cuenta de que losotros guerreros que les habían acompañado durante el vuelo habían vuelto aunirse a ellos, junto con otros dos que ni siquiera había visto aparecer.

—Aseguraos de que no nos ha seguido nadie —dijo Cy rus a dos de ellos.Después, se acercó a otros dos—. Quiero a todo el mundo en su sitio. Si laseguridad se ve comprometida, decapitaré al responsable.

Los guerreros asintieron una sola vez y dieron media vuelta. Kate sabía lodifícil que les resultaba moverse a plena luz del día, rodeados de humanos decorazones palpitantes y bajo un sol que hasta hace poco era letal para ellos. Peronada en su aspecto manifestaba el tormento que, estaba segura, sufrían en suinterior.

Dos minutos después, se detenían frente a un pequeño palacete de murosroj izos. Cy rus golpeó una enorme puerta de madera oscura. Inmediatamente seabrió y en el umbral apareció un vampiro de pelo oscuro y ojos rasgados. Seinclinó con una profunda reverencia, que no abandonó hasta que todos estuvierondentro. Kate dedujo que debía ser algo así como un mayordomo.

—Mi príncipe —dijo con tono ceremonioso una vez hubo cerrado la puerta.Volvió a inclinarse y, con un gesto de la mano, les indicó que lo siguieran.Kate se quedó boquiabierta en cuanto abandonó el vestíbulo y penetró en la

siguiente sala. Los techos y las paredes estaban recubiertos de frescos. Losdorados de las puertas y las ventanas entraban por los ojos como destellos, querivalizaban con el brillo del suelo de mármol y las columnas. El lujo y laopulencia la dejó muda. Cruzaron un pasillo que era casi tan ancho como la casade huéspedes, con enormes ventanales que daban a un jardín interior donde unafuente impresionante humedecía el ambiente. Al final del pasillo una puerta seabrió, y Robert apareció a través de ella. El vampiro vestía de esa forma tanelegante habitual en él; con el porte de un príncipe, pero la expresión de uncondenado.

—Hermanito —saludó con una sonrisa. Abrazó a William y lo sostuvoapretado contra su pecho unos segundos.

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Kate empezó a preocuparse de verdad. Ni una broma sobre su atuendo, ni unpique, nada. Solo un abrazo desesperado que no había visto nunca.

—Hola, Kate —Robert se dirigió a ella. La tomó de las manos y se las llevó alos labios para besarlas—. Tan preciosa como siempre.

—Hola, Robert. Me alegro de verte.El vampiro le dedicó una sonrisa y le rodeó los hombros con el brazo.—Madre ha dispuesto una habitación para vosotros en la primera planta —

empezó a explicar a William. Señaló con la barbilla al mayordomo—. Giusto yaha subido vuestro equipaje y lo ha preparado todo… —Se detuvo un instante yolisqueó el aire. Una sonrisa se extendió por su cara—. ¿Os habéis puesto deacuerdo para llegar al mismo tiempo?

El sonido de unos pasos apresurados repiqueteó contra el suelo. Una de laspuertas se abrió y Marie entró a la carrera tirando del brazo de Shane; Daniel losseguía con Carter pisándole los talones; y Samuel cerraba el grupo con cuatro desus cazadores vigilando con ojos atentos hasta el último rincón.

—¿Qué hacen ellos aquí? Creía que el Consejo no se reunía con los lobos —preguntó Kate a William.

—Esta reunión es algo diferente. El tema que vamos a tratar nos incumbe atodos —respondió antes de que Marie saltara sobre él y se colgara de su cuello—.Hola, pequeñaja.

William se acercó a Shane y le dio un abrazo. Repitió el mismo gesto conCarter. Después se dirigió a Daniel y a Samuel, y los abrazó al mismo tiempo porel cuello.

—Gracias por estar aquí, no podría hacer nada de esto sin vosotros —susurró.—Esta guerra también es nuestra. Y si no lo fuera, estaría contigo de todas

formas —dijo Daniel—. Tú harías la misma maldita cosa por mí. Somos amigos.—Somos familia —intervino Samuel sin apartar su mirada del séquito de

guerreros que en ese momento ocupaba el corredor. Después paseó la vista porsus hombres; estos asintieron con una leve reverencia. Jamás pensó que lo veríade verdad: vampiros y licántropos bajo un mismo techo. A pesar del pacto, susespecies nunca dejaron a un lado los sentimientos y las heridas que, siglos deguerra y destrucción, habían marcado a fuego sus corazones. Hasta ahora.

—Mi príncipe —intervino el mayordomo—. La reunión está a punto decomenzar y vuestro padre desea hablar con vos antes.

William asintió una sola vez y lo miró por encima del hombro.—Asegúrate de que están bien atendidos —dijo al mayordomo.Se dirigió a la puerta más cercana con Robert a su lado. Hizo todo lo posible

para no mirar a Kate, pero podía sentir sus ojos sobre él: expectantes,preocupados, y también aterrorizados. Se arrepentía tanto de no haber habladocon ella antes; ahora y a no quedaba tiempo.

Los demás siguieron al mayordomo hasta un enorme recibidor. El vestíbulo

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estaba revestido de mármol blanco, desde el suelo hasta las columnas quesostenían el peso de una cúpula decorada con frescos que se alzaba varios metrospor encima de sus cabezas. Una mujer, con la misma actitud servicial delmayordomo, los esperaba junto al pasamanos de una de las dos escaleras queconducían a la primera planta.

—Si me lo permiten, les mostraré sus habitaciones —se dirigió a Kate yMarie.

Empezó a subir la escalera.—¿Ellos no vienen con nosotras? —preguntó Kate en un susurro, al ver que los

licántropos ascendían por la otra escalera en dirección contraria a la de ellas.Marie sacudió la cabeza con un gesto negativo. Sus ojos se entretuvieron un

instante en la espalda de Shane.—Tú confías en ellos y no te sientes amenazada por su presencia, pero no

olvides lo que ellos son y qué somos nosotros. Para el resto de vampiros quehabitan entre estos muros es difícil estar cerca de los hombres-lobo. Y a los lobosles ocurre exactamente lo mismo —explicó Marie en voz baja—. El pactomantiene la paz entre ambas especies, pero aún no ha logrado que seamoscapaces de convivir con normalidad. ¿Recuerdas el baile del centenario?

—Sí —respondió Kate. Jamás olvidaría esa noche.—Ya viste cómo reaccionaron los invitados cuando vieron a Shane, y en

aquel momento solo era uno. Ahora hay una treintena de ellos.Terminaron de subir la escalera y continuaron por un largo corredor, que se

asemejaba más a la sala de un museo que al pasillo de una casa. Kate tomóaliento en un intento por calmarse. Sus pulmones se hincharon de aire, a pesar deno necesitarlo, y lo expulsaron con un largo suspiro.

—¿Tú sabes de qué va todo esto en realidad? —preguntó Kate.Marie alzó las cejas con un gesto inquisitivo.—¿A qué te refieres?Kate echó un rápido vistazo a su alrededor y aminoró el paso para alejarse un

poco de los oídos de la sirvienta.—A este viaje, a esta reunión tan precipitada, al Consejo… ¿Cuántas veces

han estado presentes los licántropos en una reunión del Consejo? Nunca, ¿verdad?No sé, pero hay algo raro.

Marie se detuvo y cogió a Kate de la mano.—Cielo, las cosas ahí fuera se están poniendo muy feas, y van a empeorar.

De ahí la premura para esta reunión. Hay que encontrar la forma de parar a losrenegados y eso es algo que incumbe a ambos clanes. No lo lograremos si nounimos fuerzas.

Kate le lanzó una mirada confusa. Se pasó una mano por la cara y la deslizóhasta su esbelto cuello.

—Eso lo sé, y lo entiendo. Pero…

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—Si estuviera pasando algo, Shane me lo habría dicho.—Marie, no son paranoias, lo siento aquí dentro… —Se llevó la mano a la

altura del corazón. Hizo una pausa, y empezó a confeccionar una lista mental detodas las cosas que la habían empujado a creer que allí se estaba tej iendo latrama de algo que no presagiaba nada bueno, empezando por la propia confesiónde su prometido—. William está muy raro.

—¿Más de lo normal, quieres decir? —bromeó Marie.Kate sacudió la cabeza. Su habitual sonrisa había desaparecido y, en su lugar,

una expresión más adusta y seria ensombrecía su rostro.—Me está ocultando algo. Siempre está preocupado. Se enfada por cualquier

cosa y está muy distante. Rehúye mi mirada y… —Se mordió el labio,confiando en no parecer una neurótica paranoica—. Él mismo lo ha admitido. Vaa hacer algo que tiene miedo a contarme.

—¿Me estás tomando el pelo? —soltó Marie con los ojos muy abiertos—.William nunca te ocultaría nada. Es demasiado honorable y responsable parahacer algo así. Es más, y o diría que tiene algún tipo de alergia a lo incorrecto. Siintentara portarse mal, seguro que se hincharía como un globo y la piel se lellenaría de pústulas.

Kate no pudo evitar sonreír.—Sé cómo es, pero estos últimos días no es el de siempre. Algo le pasa,

Marie. Lo sé.

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6

William estaba inmóvil frente a una de las ventanas. El silencio de la habitaciónpesaba en el aire, enrareciéndolo, lo sentía viscoso en sus pulmones. Su cuerporezumaba nerviosismo y sus pensamientos vagaban en una única dirección: Kate.Pensar en ella lo desgarraba por dentro, como si un animal salvaje tratara deabrirse camino a través de su pecho, arañando cada uno de sus huesos. Estabaflaqueando y su seguridad comenzaba a diluirse bajo las vibraciones de un brotede pánico incontrolable.

Sabía, sin necesidad de comprobarlo, que todas las miradas estaban puestasen él. De repente, el peso de la responsabilidad le pareció insoportable, loaplastaba de una forma odiosa y persistente. ¿Cómo iba a guiar a todas aquellaspersonas si no era capaz de manejar su propia vida? Se dio la vuelta mientras semasajeaba el puente de la nariz. Shane se acercó y le puso en la mano un vasoque contenía un líquido lechoso de color verde que apestaba a alcohol.

—Es absenta, tumbaría a un elefante. Bébetelo, te calmará un poco.William frunció los labios con una mueca de asco, pero le hizo caso y se lo

bebió de un trago. El líquido bajó por su garganta, abrasándola como si hubierabebido ácido. Dejó el vaso sobre la mesa y se sentó en un sofá con brocadosdorados. Sus pensamientos iban a mil por hora sin poder encontrar una vía deescape de aquel callejón sin salida.

Todos estaban igual de nerviosos.La frente de Sebastian se arrugó sobre sus ojos azul marino. En breve

comparecería ante el Consejo. Tendría que dar explicaciones y contestarpreguntas para las que no tenía respuesta. No podía decir la verdad sobre su hijo,su esposa, los ángeles…, ni sobre por qué abdicaba en realidad. En cuanto aAdrien y su madre, aún no sabía cómo iba a explicar la oportuna aparición deunos descendientes de Lilith a los que se daba por muertos. ¡Que Dios le ay udaracon todo aquello!, porque él sentía que se le escapaba de las manos. Entre todos,y con la ay uda de Silas, habían inventado una historia bastante creíble que incluíauna profecía; aunque no la verdadera. Con un poco de suerte saciaría lacuriosidad de los miembros del Consejo; al menos, eso esperaba.

William alzó la vista y se encontró con la mirada de su padre sobre él. Sededicaron una sonrisa, apenas insinuada: una palmadita de ánimo. Recorrió con

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la vista los rostros de los presentes. Robert se hallaba sentado junto a Sebastian enun incómodo sofá de terciopelo burdeos. Daniel, Samuel y Carter se encontrabana su derecha. Shane y Cyrus a su izquierda, de pie, hombro con hombro; aquellosdos habían creado un lazo de lealtad que William nunca imaginó posible.

Adrien se mantenía apartado, pero sin perder de vista a ninguno de ellos.Minutos antes le habían explicado todo lo que iba a acontecer en las próximashoras, por qué estaba allí y cuál era su papel. Su cuerpo exhalaba desconfianza, ysolo seguía allí por ese pequeño resquicio de culpabilidad que lo obligaba a hacerlo correcto.

Adrien miró a William. La conexión que había entre ellos se estaba volviendomás fuerte. Podía sentir sus emociones, incluso su presencia cuando no seencontraban en la misma habitación. Tenía la impresión de que se debía a que losángeles funcionaban como si fuesen las abejas de una colmena, todosconectados; o puede que solo se tratara de algo entre ellos dos. Al fin y al cabo,eran los primeros y únicos de una nueva especie. Aún no lograba asimilarlo.

Unos golpes sonaron en la puerta y todos se pusieron en guardia. Cy rus, quehabía salido un minuto antes, entró en la sala y clavó sus ojos en William.

—Los Arcanos han llegado. Te están esperando. —Ladeó la cabeza y señalóa Adrien con un dedo—. A él también.

Adrien se puso de pie con el ceño fruncido.—¿A mí?Cyrus asintió.—Daos prisa —los urgió.Los dos vampiros abandonaron la sala y siguieron al guerrero hasta el

vestíbulo principal. Una vez allí, salieron al jardín y se dirigieron a una pequeñacapilla en la parte trasera de la mansión. Penetraron en el interior, recorrieron elpasillo hasta el altar y entraron en una pequeña sacristía. En el suelo se abríanunas escaleras de piedra que descendían.

—¿Hay algo que deba saber sobre esos tipos? —preguntó Adrien cuando nopudo soportar la tensión que sentía en el pecho.

William se encogió de hombros.—Nunca los he visto, solo he oído hablar de ellos. Pero te daré un par de

consejos: habla solo cuando se dirijan a ti y no les mientas. Si lo haces lo sabrán,lo saben todo. Pueden ver dentro de tu mente.

—¿Lo dices de forma literal?William asintió, a modo de respuesta. Sonrió al ver la cara de estupor de

Adrien.—¡Eso no me gusta nada! —exclamó Adrien con la voz aguda y fría como

fragmentos de hielo. Su mente estaba llena de recovecos oscuros de los que no sesentía orgulloso. De deseos y remordimientos que no era capaz de confesarse a símismo.

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La escalera desembocó a un frío pasillo de piedra abovedado.—¿Tienes miedo? —inquirió William, y una sonrisa maliciosa curvó sus

labios.—No tanto como tú. Yo no soy el idiota que va a convertirse en rey —

respondió el mestizo con voz queda.—Solo si ellos me aceptan, si no lo hacen, estamos jodidos. Si no me

convierto en rey no tendré nada con lo que negociar. —Entornó los ojos—. Novuelvas a llamarme idiota, o esa será la última vez que uses la lengua.

Adrien lanzó un silbido y sus ojos brillaron en la penumbra del pasillo.—A todo esto… ¿de quién fue la idea? No es que me asuste morir, pero nunca

imaginé que sería porque iba a suicidarme.William lo miró fijamente con una mueca de fastidio.—Si tienes una mejor, soy todo oídos.Adrien puso su cara más inocente.—¿Enviar a los ángeles y a los humanos al infierno, y convertirnos en la raza

suprema? —sugirió—. No sé, a mí me suena bastante bien. Prefiero una vidatranquila, rebosante de sangre y sexo, a que me corten la cabeza. ¿Tú no?

William resopló, cada vez más mosqueado.—Y pensar que tú y yo compartimos la misma sangre.Adrien soltó una risita.—Si esperas que te abrace…—¿Sabes? No impresionas a nadie con esa actitud de « a mí no me importa

nada» . Si, por una maldita vez, intentaras tomarte algo en serio, y o no tendríaque ir solucionando todo lo que estropeas —soltó William sin rodeos.

Adrien se paró en seco y le lanzó una mirada feroz.—Tú tampoco impresionas a nadie. —Le apuntó con el dedo índice y lo

golpeó en el pecho—. Con ese aire de héroe atormentado solo das pena.—No me toques —masculló William. Lo apartó de un empujón.Adrien le devolvió el empujón.En un visto y no visto, ambos estaban de espaldas contra la pared. Sus cabezas

rebotaron contra la piedra y les rechinaron dientes con una nueva sacudida.—Basta ya, os comportáis como niños. Deberíais avergonzaros —masculló

Cyrus en tono severo mientras los estrangulaba con sus manos—. ¿Y vosotros soislos que vais a salvarnos? Estupendo… ya podemos darnos por muertos.

Los miró a los ojos sin disimular el desprecio que sentía por ellos en eseinstante. Los soltó, se recolocó la guerrera con un par de tirones, y reanudó elcamino.

—¿Te sirve y le permites que te falte al respeto? —preguntó Adrien a Williamen cuanto recuperó el funcionamiento de sus cuerdas vocales.

—No importa si se es rey o vasallo. Un hombre debe ganarse el respeto deotro con sus actos. Y el mío por vosotros está bajo mínimos —les espetó Cyrus

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con una mirada aviesa por encima de su hombro.—¿Siempre es así?—Cierra la boca —masculló William—. Ya has visto cómo las gasta. Ahí

donde le ves, tiene unos mil quinientos años. Yo me lo pensaría dos veces antes deprovocarle.

—¡Joder! —soltó Adrien con los ojos clavados en la espalda de Cy rus. Elvampiro apenas aparentaba los diecisiete y llevaba sobre la tierra más de quincesiglos. Pero no era eso lo que llamó su atención. ¿Qué clase de tipo lograbasobrevivir tanto tiempo en un mundo como aquel? La respuesta era evidente.Alguien con la fuerza y los recursos suficientes para ser considerado un armapeligrosa. Algo parecido a la admiración cruzó por los ojos de Adrien.

Giraron a la izquierda y penetrando en un pasadizo iluminado por antorchas.El sonido de unos pasos llegó hasta ellos, reverberando en las paredes. La siluetade tres personas quedó recortada contra el resplandor de las llamas. Cy rus sedetuvo.

—Yo no puedo pasar de aquí —informó a William; y con un gesto de lacabeza les indicó que continuaran caminando.

Dos vampiros de un tamaño descomunal se pararon frente a ellos. Lucían elemblema de la Guardia Púrpura, los soldados que se ocupaban de la seguridad delos Arcanos. Se hicieron a un lado y la tercera figura, más menuda, quedó a lavista: una mujer. Era alta, esbelta, con una larga melena negra y lisa hasta lacintura. Caminaba sobre unos tacones imposibles que hacían que sus caderas secontonearan con un movimiento felino y cimbreante. Unas caderas que seadivinaban a la perfección bajo la fina seda de su vestido de estilo oriental. Cadavez que daba un paso, la abertura de la prenda púrpura y dorada mostraba suslargas piernas hasta la cintura. Se detuvo frente a ellos e inclinó la cabeza.Conocía la costumbre, a un miembro de la realeza no se le miraba a los ojoshasta que este te dirigía la palabra.

Los ojos de William se abrieron como platos y una sensación extraña lerecorrió el cuerpo.

—¿Mako? —preguntó, frunciendo el ceño con desconcierto.La mujer levantó sus ojos rasgados del suelo y, con cierta timidez, enfrentó la

mirada asombrada del vampiro.—Príncipe —saludó Mako con tono ceremonioso. Miró a Adrien e inclinó la

barbilla con una leve reverencia—. Debéis acompañarme, los Arcanos osrecibirán ahora.

Dio media vuelta y emprendió el camino de regreso que la había llevadohasta allí. William y Adrien la siguieron, tras ellos los dos guardias cerraban lamarcha.

—¿La conoces? —susurró Adrien, usando el lenguaje de los ángeles.—No es asunto tuyo —le respondió en la misma lengua. Ninguno sabía cómo

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y cuándo había surgido esa habilidad, pero la hablaban a la perfección.A Adrien no le pasó desapercibida la incomodidad de William.—Vaya, ya veo que sí la conoces —y añadió con malicia—: Y Kate, ¿ella

también ha tenido el placer…?—Déjalo —lo avisó William con una mirada asesina. Aceleró el paso hasta

colocarse tras ella, tan cerca que casi la rozaba al andar—. Mako, ¿qué haces túaquí?

Ella se estremeció un instante y enderezó la espalda intentando controlar suspasos.

—Mako… —insistió él.—Aquí no. No me está permitido hablarte —dijo ella en un susurro.—Pero… la última vez que te vi… tú… ¡Te fuiste sin siquiera despedirte!—Por favor. No es el momento —suplicó con la vista al frente.Al final del pasillo había una puerta. Estaba abierta y penetraron en una sala

tallada en la roca.Un silencio sepulcral se impuso en el ambiente mientras ocupaban el sitio que

les indicó Mako: frente una plataforma de piedra a la que se llegaba a través detres escalones de poca altura. Sobre esa plataforma había un altar flanqueado porvarios velones negros, tan gruesos como el brazo de un hombre, encajados enunos candelabros de hierro. Detrás del altar, una pintura ocupaba toda la pared: laimagen de una mujer muy hermosa de ojos rojos, semidesnuda, con unaserpiente enroscándose en su pierna. Lilith.

William contempló la sala y sus ojos acabaron encontrándose con los deMako. La vampira apartó la mirada rápidamente, más afectada de lo queintentaba aparentar; cerró los párpados un momento, antes de volver a abrirlos ydirigirse a la plataforma donde permaneció inmóvil con la barbilla levantada.

—Bienvenidos, hijos de Lilith.Adrien y William se volvieron hacia la voz.Tres figuras cubiertas por túnicas de color púrpura pasaron junto a ellos

aspirando hasta la última molécula de aire, dejando tras sus pasos un extrañovacío. Nada en ellos era visible, ni siquiera sus caras. Se situaron delante del altar.Hubo un largo silencio en el que Adrien y William empezaron a ponerse másnerviosos de lo que y a estaban.

William no tenía ni idea del protocolo a seguir, pero si algo tenía claro era quecon los Arcanos había que tener mucho cuidado. Ni siquiera sabía cómo dirigirsea ellos sin arriesgarse a ofenderlos. Su padre apenas pudo darle un par dedirectrices, ya que la primera y única vez que estuvo ante ellos fue durante sucoronación, muchos siglos atrás. Y ni de lejos la situación era la misma, aunquepudiera parecerlo.

William dio un paso al frente con la actitud más sumisa que fue capaz deadoptar.

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—Arcanos… —empezó a decir.La figura que ocupaba el centro alzó el brazo, pidiéndole que guardara

silencio, y dejó a la vista una mano de largos dedos de un color doradoresplandeciente. William inclinó la cabeza y se quedó inmóvil. La misma manohizo una señal a Mako. La vampira se giró hacia el altar y cogió una bandejadonde reposaban dos cuencos de barro con sendas dagas de plata.

—La sangre pura que corre por vuestras venas hablará por vosotros —dijo elser que se ocultaba bajo la segunda túnica, situado a la derecha del altar.

Mako se acercó a Adrien, sus rodillas se doblaron con una venia. Acontinuación, tomó una daga de la bandeja y se la ofreció.

No había que ser un genio para darse cuenta de qué se le estaba pidiendo, asíque, sin vacilación, Adrien tomó la daga e hizo un corte en su muñeca, extendidasobre el cuenco. Recuerdos de lo ocurrido en Heaven Falls cruzaron por sumente. Los remordimientos que su conciencia no lograba acallar se agitarondentro de él.

Mako se colocó frente a William y realizó una reverencia. Tomó la otra dagay se la ofreció. Durante un instante no pudo resistir el deseo de mirarlo y alzó losojos hacia él. William le sostuvo la mirada hasta que ella la apartó, agitada. Eltintineo de la sangre al gotear sobre el cuenco reverberó en las paredes y su olormetálico llegó hasta el último rincón.

Mako les dio la espalda y se acercó a los Arcanos. Se arrodilló en el suelo yles ofreció la bandeja. Uno a uno tomaron los cuencos y bebieron un sorbo dellíquido que contenían. Sus cuerpos comenzaron a vibrar con un tenue zumbido.

William se sintió helado hasta las puntas de los pies. Un rápido vistazo al rostrode Adrien le bastó para saber que estaba experimentando lo mismo. De repente,notó un pequeño roce, ladeó la cabeza buscando aquello que lo había tocado, peroallí no había nada. Un nuevo intento, esta vez más intenso. Entonces se dio cuentade que era dentro de su cabeza donde estaban intentando entrar. Un brote depánico se apoderó de él. Su instinto trató de bloquear la intromisión. Imposible.Sintió una presión, un fuerte tirón, y las puertas de su mente se abrieron. Laoscuridad lo rodeó por completo, ávida como un animal salvaje y hambriento,iluminada por leves destellos de colores. No podía moverse mientras sentía cómosu cerebro era desmenuzado hasta la última célula. Cada pensamiento, cadasueño, cada deseo, cada miedo fue absorbido por aquella fuerza que lo devoraba.

« Te vemos… Sabemos lo que eres… Luz… Miedo… Dolor… Ira… —Tresvoces se colaron en su cabeza. Hablaban a la vez, inconexas y frías—. Tienedebilidades… Pero se hace fuerte… Muy fuerte… Demasiada humanidad… —William se llevó las manos a las sienes, convencido de que no podría aguantarmucho más aquella furiosa invasión—. La sangre de ellos es preponderante…Ellos nos traicionaron… La dominará… No se apartará del camino… Ella loaprueba… Empuñará la espada contra la serpiente… Pero no por el motivo

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correcto… Venganza… Es él… Debe ser él… No, ellos… Sus hilos se tej ieronentrelazados… Son uno solo, comparten el vínculo… Es débil…»

—Basta —dijo William entre dientes; su cerebro ardía.« Se fortalecerá… La sangre les une… El destino les une… Es puro…

Sacrificio… Vida… Traición… —Las voces comenzaron a retirarse—. Estáescrito… El don será concedido… Muerte… Muerte… Muerte…»

La luz fue desapareciendo y el frío dejó de atenazar sus huesos. Toda lailusión desapareció. Los ojos de William se abrieron de golpe. El estómago se lepuso del revés y unas arcadas que sabían a bilis ascendieron por su garganta.Logró enfocar la mirada en el altar, los Arcanos habían desaparecido. A su lado,Adrien resoplaba como si se estuviera ahogando. Se acercó al vampiro y sumirada vidriosa inyectada en sangre se posó en él.

—¿Estás bien?—¿Ya está, ha terminado?—Creo que sí.—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Adrien con un hilo de voz.—No lo sé.—Pues no me ha gustado. No quiero volver a sentirlo. Me encontraba… —

Apenas podía pensar.—¿Expuesto, vulnerable…?Adrien se enderezó en toda su longitud. En la expresión de William pudo ver

que para él tampoco había sido un paseo agradable.—Sí —respondió a media voz, y añadió preocupado—: Han visto lo que

somos.—Hemos visto lo que sois —dijo uno de los Arcanos tras ellos.Adrien y William se dieron la vuelta con un respingo.—Lo que habéis provocado —dijo el segundo a su derecha.—Lo que habéis despertado —susurró el tercero a su izquierda.—Ahora debéis pararlos —habló de nuevo el primero.—Este mundo no les pertenece…—Él no debe entrar…—No debe quedarse…—O todos desapareceremos.—¿Quién? ¿Quién no debe entrar? —inquirió William. No lograba entender

nada. Le ponía de los nervios todo aquel misterio.—¿Los renegados? ¿Es a ellos a quienes debemos parar? Joder, pues por eso

estamos aquí —intervino Adrien.William le lanzó una mirada airada, instándolo a que guardara silencio. Los

Arcanos se acercaron a ellos, formando un círculo a su alrededor.—Tu petición es aceptada. El rito tendrá lugar.

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7

Sebastian dio por finalizada la reunión del Consejo. Nadie se movió, ni comentónada. Sus caras de estupor lo decían todo. Sebastian acababa de abdicar a favorde su segundo hijo, pasando por alto al primogénito, y lo había hecho con lasexplicaciones justas y necesarias, sin desvelar nada de nada. William podía veren aquellos rostros la dudas y la curiosidad. Podía notar sus miradas sobre él, elagradecimiento por haberles liberado de la maldición, y el recelo sobre cómo lohabía conseguido; pero nadie osó preguntar.

Durante miles de años la familia real había protegido a su pueblo y eso era loimportante. Indómitos y orgullosos, nunca habían dado un solo motivo paracuestionar su liderazgo. Ningún miembro del Consejo se atrevería a discutir susdecisiones, y menos ahora que habían logrado liberarlos de su peor debilidad. LosCrain se habían ganado el derecho a ser dictatoriales, en el buen sentido, y enaquel momento era una verdadera bendición.

Los miembros del Consejo se pusieron de pie y uno a uno fueronabandonando la sala. En pocas horas tendría lugar la coronación.

William se mantuvo impasible en su asiento, bajo el escrutinio de cadavampiro que dejaba la sala. Por dentro hervía de nerviosismo. No podía dejar depensar en Kate. Necesitaba verla, hablar con ella, contarle de una vez por todaslo que estaba ocurriendo; antes de que alguien se le adelantara y echara portierra su única posibilidad de hacerle entender.

Por fin los Crain se quedaron solos.—¿Qué demonios está pasando aquí? —gritó Marie poniéndose de pie. Estaba

tan atónita como el resto de consejerosComo miembro de la familia real pertenecía al Consejo y debía asistir a las

reuniones. Le había costado mucho mantener la compostura y fingir que estabaal tanto de todo, mientras oía cómo su padre abdicaba en favor de su hermano.

William cerró los ojos un instante, se había olvidado completamente de suhermana. A ella también la habían mantenido al margen. ¿Por qué? Buenapregunta.

—¿Vas a convertirte en rey? —preguntó furiosa a su hermano. Después segiró hacia su padre y Robert—. ¿Va a convertirse en rey y así es como meentero?

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—Marie, teníamos un motivo… —empezó a decir Sebastian.—¿Qué está pasando? ¿A qué viene todo esto? —insistió ella.Las puertas se abrieron y los Solomon entraron en la sala.—¿Cómo ha ido? —preguntó Shane.Marie se volvió hacia él hecha una furia.—¿Tú sabías lo que mi familia estaba planeando? —La culpa se dibujó en el

rostro del licántropo—. No puedo creerlo. Lo sabías y me lo has ocultado.Demasiado enfadada para seguir allí sin sacudirle a nadie, abandonó la sala

con los puños apretados y soltando una retahíla de maldiciones. Shane la siguió.—Marie, espera… No te lo dije porque… —trató de explicar.Ella se dio la vuelta y le apuntó con un dedo acusador.—Me has mentido, y me has mentido sobre mi propia familia.—Puedo explicarlo.—No, no puedes. —Marie sacudió la cabeza con vehemencia—. Dentro de

dos horas William va a convertirse en rey. No hay lógica en el mundo queexplique eso.

—¿Qué has dicho? —preguntó Kate tras ellos.Se había acercado sin que nadie se percatara de su presencia. Cansada de

esperar en su habitación, había estado curioseando por el interior de la villa. Alver a los miembros del Consejo retirarse, corrió al salón en busca de William.Sus ojos volaron hasta él, que salía de la sala de reunión junto a Daniel. Se habíaestrujado la cabeza pensando en qué podría ser eso tan malo que él le estabaocultando, pero jamás en la vida habría imaginado algo así. ¿Rey? No lograbaentenderlo. No veía la jugada.

—¿Es eso cierto? —le preguntó.Él le sostuvo la mirada. Con dos pasos acortó la distancia que los separaba y

la tomó del codo instándola a acompañarlo.—¡Respóndeme! —exclamó enfadada.—Aquí no —masculló William.Con ella casi en volandas, cruzó el vestíbulo y subió la escalera. La condujo

hasta la alcoba que compartían y cerró la puerta una vez dentro. La soltó y sequedó apoyado contra la madera, sin apartar los ojos de ella.

—¿Este era el secreto, eso que no podías contarme porque tan seguro estabasde que no lo iba a entender? ¿Pues sabes qué?, tenías razón, no lo entiendo —dijoKate desde el otro lado de la habitación.

Había puesto toda la distancia posible entre ellos sin ser consciente de que lohacía. William, con una punzada amarga, sí que se percató del detalle. Se pasólas manos por la cara, dolido. Se acercó a la cama, que ocupaba el centro de laestancia, y se sentó en ella con gesto cansado.

—Hasta hace un instante me moría por saber. Estaba preocupada por ti, poreso que cargas y que parece pesarte tanto. Ahora me da miedo preguntar —

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musitó Kate.William continuaba mirándola, de un modo que la estaba poniendo de los

nervios. Podía sentir cómo la frustración se acumulaba en su interior. Él sonrió,aunque no había ni una pizca de humor en su gesto.

—Lo siento. Siento no habértelo dicho —dijo William.—¿Lo sientes? ¡Sí, es evidente cuánto lo sientes! —replicó con tono mordaz—.

¿Quién está al tanto?William dejó escapar un suspiro, pero no aflojó la presión que sentía en el

pecho. Se acabó el tiempo, era hora de hablar y enfrentarse a lo que él mismohabía forzado.

—Mi padre, Robert, los Solomon, Silas… —Sacudió la cabeza, pensando—Cyrus y Mihail. Nadie más.

—Está claro en quién confías y en quién no —criticó Kate, dolida, sintiéndosemás sola que nunca.

William se puso de pie y se acercó a ella. Alzó la mano para acariciarle elrostro, pero sus dedos solo lograron rozarle las puntas del cabello antes de que lachica se apartara. Se moría por tocarla, abrazarla, y esconderse con ella parasiempre bajo las sábanas de aquella cama.

—No digas eso. Sabes que no es cierto.Kate sacudió la cabeza y se abrazó el estómago.—¿Ah no? Entonces, ¿por qué ellos están al tanto y y o no?—Para protegerte; y porque los necesito, porque sin ellos no puedo lograrlo…—Los necesitas… Eso quiere decir que a mí no. Bueno es saberlo.—Kate —William pronunció su nombre con un ligero tono de advertencia.

No estaba dispuesto a entrar en ningún tipo de juego y chantaje emocional.—Vale… —accedió Kate, replegando su mal genio y las ganas de gritar y

discutir. Trató de que su voz sonara más calmada—. ¿Lograr el qué? ¿Para quénecesitas ser rey?

—Tengo que acercarme a los renegados, lograr que confíen en mí, y esta esla única forma de conseguirlo.

—Explícate —le exigió con un mal pálpito.—Voy a hacerles creer que estoy de su parte, que pienso como ellos y, que

como nuevo rey, estoy dispuesto a cambiar las leyes. Les he dado el sol, ahorales haré creer que les daré el mundo y que juntos lo gobernaremos. Demasiadotentador como para que no acaben aceptando. Y cuando eso ocurra, cuandoconfíen en mí, caeré sobre ellos y los borraré de la faz de la tierra.

Kate se pasó una mano por el cuello, sin saber muy bien qué hacer con lasensación angustiosa que le estrujaba las entrañas.

—¿Cómo?—Tengo que lograr reunirlos; a todos los que pueda. Cercarlos en un lugar

seguro y masacrarlos sin darles tiempo a que sepan lo que ocurre. Solo lo lograré

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si me los gano primero, si acuden sin reservas a mi llamada. Son más numerososque nosotros, cinco a uno, por lo que todo debe estar muy bien planeado. Solotendríamos esa oportunidad —admitió con una honestidad brutal.

Kate sintió que el pecho se le congelaba. Era el plan más absurdo que a nadiepodría habérsele ocurrido. Tan absurdo como que un humano metiera los dedosen un enchufe mientras sumergía los pies en agua. El resultado era evidente.

—Eso es una locura. Un suicidio. No puedes hacer algo así, estarías enviandoa una muerte segura a los que te sigan. ¡Dios, y algo me dice que todos estándispuestos a hacerlo! Shane, tu hermano, Daniel… —De pronto, notó que la rabiala dominaba. Su voz se alzó y resonó en la habitación—. ¿Has perdido el juicio?No puedes estar planteándotelo en serio.

La expresión de William cambió, sus ojos adquirieron un brillo hermoso ysalvaje.

—Por eso no te lo dije. Sabía que no lo entenderías, que reaccionarías así —dijo él con un gruñido. El pecho se le encogió hasta caber en un puño.

—¿Y cómo quieres que me ponga cuando lo que estás planeando es tu muertey la de todas las personas que me importan?

La pregunta fue como el azote de un látigo. William se puso de pie de un bote.La fulminó con la mirada, en sus ojos se distinguía remordimiento y algo más.

—¿Qué más puedo hacer? No hay otro modo, Kate. Una guerra no es viable,nos aplastarían; y cada minuto que pasa más cerca estamos de una. No se meocurre otra cosa.

—Pues pensaremos en algo, pero con calma. Te ay udaré.Él le dio la espalda. Estaba tan tenso como un cable de acero.—No hay tiempo —gruñó.—¿No hay tiempo o no quieres que lo haya? —estalló Kate—. Te has

convencido a ti mismo de que no tienes más opciones, pero, si te paras a pensar,pueden que estén ahí, a simple vista.

William también estaba perdiendo la paciencia. El encuentro con los Arcanoslo había dejado exhausto, nervioso y confundido. Se giró hacia ella con los puñosapretados. Un tenue chisporroteo vibraba en las y emas de sus dedos, lanzandochispas al aire. Se dio cuenta de su pérdida de control, cuando ella dio un pasoatrás con los ojos muy abiertos. Hizo desaparecer las llamas, pero no la rabia.

—¿Cuáles? —Alzó la voz—. Si estás tan segura de eso dime cuáles. ¿Creesque quiero hacerlo? Conozco los riesgos, soy consciente de que dentro de unasemana puedo estar muerto. ¡Todos podemos estar muertos! ¡Pero tengo queintentarlo! Por esto no te lo dije, por esta actitud intransigente te mentí. Sabía queintentarías convencerme, manipularme, y que lo único que conseguiríamos seríadistanciarnos cuando deberíamos pasar cada minuto del día juntos; ¡porquepodría ser el último!

—¿Manipularte? —inquirió Kate sin dar crédito.

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William se encogió de hombros, como si los hechos fueran tan evidentes queno necesitaban aclaración.

—Me dejé convencer por ti cuando te empeñaste en proteger a Adrien, yahora mira dónde estamos. Si me hubiera desecho de él cuando debía… —Surostro adoptó una expresión firme—. No volverá a pasar.

En lo más profundo de su ser, Kate supo que las palabras de William, a pesarde ser muy duras, eran ciertas. Estaban en aquella situación por su culpa, porqueno quiso ver lo que todos veían. Aun así, el orgullo y el enfado que sentía no ladejaron ceder y le lanzó un golpe bajo.

—Pudiste evitar todo esto dejando que me fuera.—No vuelvas a mencionarlo —masculló él con la mandíbula apretada. Sus

ojos destellaron con impaciencia, cansado de volver siempre al mismo punto.Sacrificarla jamás había sido una opción. No se arrepentía. No hacía todo aquelloporque se arrepintiera—. Te prohíbo que vuelvas a mencionarlo.

Los ojos de Kate se abrieron como platos.—¡¿Me prohíbes?!Unos golpes sonaron en la puerta.—Márchate —gritó William sin pararse a pensar en quién podría estar

llamando.La puerta se abrió y Sebastian apareció en el hueco. Los miró con ademán

serio, acusador, aunque un brillo de compasión dulcificaba sus ojos.—Debemos prepararnos para el rito, hijo.

En su alcoba, Kate cerró el grifo de la ducha. Se envolvió en una toalla ycomenzó a secarse. Sin pretenderlo, se arañó la piel con su anillo de compromiso.Un corte finísimo pero profundo apareció sobre su pálida piel, que sanó deinmediato. Se quedó mirando el anillo. Aún se le encogía el estómago con unmillón de mariposas, al recordar el momento en el que William le pidió que seconvirtiera su esposa; esa era una imagen que la acompañaría para siempre.Dejó de secarse un instante. Esa palabra: matrimonio. De repente la ahogaba.

Alguien golpeó suavemente la puerta de la habitación.—¿Mi señora?La desconocida voz femenina sonó amortiguada al otro lado de la pared. Kate

se puso la bata que colgaba de la percha y se dirigió a la puerta. La abrió y alotro lado una sirvienta se inclinó ante ella con una reverencia.

—Me han enviado para que os ayude a prepararos.Kate se hizo a un lado y la mujer entró en la habitación con una caja larga y

plana en los brazos, la dejó sobre la cama y la abrió con mucho cuidado. Aldescubierto quedaron unos pliegues de tul y satén púrpura. Se inclinó y sacó unmaravilloso vestido. Kate lo contempló pasmada. Era precioso, lo más increíble

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que había visto nunca, y el tipo de vestido que ella misma habría elegido. Sepercató de la nota que había pegada sobre la tapa de la caja. Tomó el pequeñosobre negro y lo abrió. Con las puntas de los dedos sacó la tarjeta que contenía yel estómago le dio un vuelco. Quién sino él.

No puedo hacerlo sin ti.

Se quedó mirando aquellas cinco palabras. Impresionada por la súplica y laincertidumbre que unos simples trazos de tinta en el papel podían transmitir. Sesentó en la cama con la tarjeta apretada entre los dedos. Estaba enfadada conWilliam, asustada por el futuro e insegura porque no sabía cómo afrontar todo loque estaba ocurriendo. Debía haber otra forma de solucionar el problema, deacabar con los renegados sin dar la vida a cambio.

—Señora —dijo la sirvienta.Kate alzó la vista hacia ella con un gesto de sorpresa, se había olvidado de que

seguía allí. No lograba acostumbrarse a que la llamaran de ese modo.—Es casi la hora del rito —musitó la vampira sin atreverse a mirarla a los

ojos.Kate se estremeció. Esa noche, William iba a convertirse en rey y señor del

clan vampiro. Se preguntó hasta qué punto cambiarían las cosas a partir de ahora,hasta qué punto cambiaría él; más de lo que ya lo había hecho.

—Señora, ¿pensáis asistir? —insistió la sirvienta, nerviosa por la hora.Buena pregunta. Kate se sentía dividida. Asistir al rito daría a entender que

estaba de acuerdo con toda aquella pantomima, y no lo estaba. Si no lo hacía, leestaría dando la espalda al hombre que amaba, lo dejaría solo en un momentocrucial. « O todo o nada» , la promesa aún resonaba en sus oídos.

Kate se puso de pie y tomó el vestido. Se vistió, dejando que la sirvienta laay udara con los botones. Se acercó al espejo y contempló su aspecto. El vestidode corte imperio le confería a su silueta una forma aún más esbelta. Hacíapalidecer su piel hasta un tono níveo que casi parecía traslúcido. Se pasó los dedospor las mejillas, cubiertas por un ligero rubor que nada tenía que ver con elmaquillaje. Sus ojos relucían con un brillo violeta sobrenatural, tan intenso quecaptaban la atención sobre su rostro.

—Es un vestido precioso, hace juego con sus ojos —dijo la sirvientaterminando de abrochar los diminutos botones de raso.

Kate asintió. Pasó las manos por la suave tela de la falda. Era una auténticamaravilla, aunque ella habría elegido otro color menos llamativo. La sirvientapareció advertir sus pensamientos porque añadió:

—Todos los asistentes deben vestir de púrpura en honor a los Arcanos. Hastasu guardia se hace llamar la Guardia Púrpura. El único que esta noche lucirá uncolor distinto es el príncipe.

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Kate la miró por encima del hombro. Iba a preguntarle por qué, pero alguienllamó a la puerta. La sirvienta corrió a abrir. Robert entró en la habitaciónvistiendo una capa bordada con el emblema de la familia, de un tono muysimilar al de su vestido. Se había cortado el pelo y lucía un estilo que le hacíaparecer mucho más joven, acentuado por un remolino que se le formaba sobrela frente.

—¡Estás preciosa! —exclamó Robert con admiración. Kate esbozó una levesonrisa y se inclinó con una reverencia tal y como había aprendido que se debíahacer ante un miembro de la realeza—. ¡Por Dios, no hagas eso! Tú no. —Latomó de las manos y depositó un beso sobre sus nudillos—. ¿Estás lista?

Kate quiso decir que sí, pero su barbilla se movió con un gesto negativo.Robert la abrazó, amoldando su cuerpo de forma protectora al de ella. Seducidapor el cariño del gesto, Kate se apoyó contra el pecho del vampiro.

—Todo va a salir bien. Te lo prometo —dijo él.—No hagas promesas que no puedes cumplir, Robert. Sé lo que está en juego

y que es imposible que algo así salga bien. Os estáis sacrificando por nada —replicó Kate soltándose de su abrazo.

—Por nada no. Por nosotros, por la especie, por todo esto. —Hizo un gestocon los brazos con el que abarcó toda la habitación. Le lanzó una miradapenetrante—. Por la supervivencia de cada vampiro decente que habita estemundo. Y no olvides a los humanos.

—No intentes hacer que parezca que a mí no me importa. Me has entendidoperfectamente. Lo que William pretende es una locura. Meterse en la boca dellobo, cuando ese lobo es mucho más grande que tú, no es lo más sensato.

Robert se acercó al tocador y cogió el collar que reposaba dentro de una cajade terciopelo. Otro regalo de William. Kate se dio la vuelta para que él pudieracolocárselo.

—Los lobos están de nuestra parte —le hizo notar él con un guiño travieso.Los ojos de Kate relampaguearon un instante; no estaba de humor para bromas.Robert terminó de abrochar el collar y le rozó la mejilla con el revés de la mano.La sostuvo por los hombros y la miró a los ojos a través de su reflejo en el espejo—. No temas, cuñadita, tengo un pálpito. Y y o nunca te he mentido. Tampocosoy de los que adornan la realidad para que el mundo parezca mejor.

—Espero que tengas razón —murmuró Kate con una afligida sonrisa.—No suelo equivocarme. —Se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla—.

William nos necesita esta noche más que nunca. Sobre todo a ti.

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8

El rito iba a tener lugar en la pequeña capilla situada en el jardín interior delpalacio. Cuando Kate llegó del brazo de Robert, el Consejo al completo ya seencontraba allí. Daniel y sus licántropos ocupaban un puesto de honor junto a losCrain. Así lo había dispuesto Sebastian, dando una muestra rotunda de laconfianza que tenía depositada en ellos. A esas alturas, nadie parecía sorprendidode que no solo el pacto uniera a dichas familias. Amistad y lealtad sentaban lasbases de esa alianza.

Kate clavó la vista en el suelo, mientras recorría el pasillo hasta su lugar.Sebastian abría la marcha con Aileen de su brazo, y la cerraba Marie guiada porShane. ¡Eso sí que había sorprendido al clan vampiro!, ya que nadie tenía la másmínima noticia sobre esa relación; y los dos tortolitos no se cortaban a la hora dedemostrarse su afecto.

Una vez que Sebastian y su esposa tomaron asiento, Kate los imitó siguiendoel protocolo que Robert le había explicado a grandes rasgos. « Guarda silencio, note muevas y haz solo lo que yo haga» , le había dicho segundos antes. A simplevista, parecía fácil.

Con las manos entrelazadas en el regazo, observó el interior del templo. Ladecoración era tan sencilla que apenas existía. Las paredes estaban desnudas, yel único mobiliario se reducía a unas sillas antiguas, tapizadas con brocados, quehabían sustituido a los habituales bancos en ese tipo de edificios; y al altar, dondereposaba una bandeja con unos lienzos blancos doblados y una jarra dorada.

Kate se fijó en el retablo tras el altar, y la sorpresa se reflejó en su cara. Lapintura, que ocupaba casi toda la pared, representaba la imagen de una mujersemidesnuda de larga melena pelirroja y ojos penetrantes. Desde luego, no eraeso lo que esperaba encontrar en un lugar santo.

—Esa es Lilith, nuestra madre —le susurró Robert inclinándose sobre su oído—. Es a ella a quien veneramos. Por las venas de mi familia aún corre su sangre.También por la de Adrien. Nosotros somos los últimos vampiros de su estirpe.

Kate volteó la cabeza buscando a Adrien. Acababa de sentirlo como un leveroce dentro de su mente. Nadie le había dicho que estaría allí. No tardó enlocalizarlo, sentado frente a ella al otro lado del pasillo, junto a Ariadna. Unasonrisa maliciosa se extendió por la cara del vampiro, que no había dejado de

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observarla desde que entró en el templo. Le guiñó un ojo, con ese gesto arrogantetan natural en él. Estaba a punto de levantar la mano para saludarlo, cuando unpequeño revuelo junto a la entrada captó su atención. Se estiró un poco para verqué ocurría, mientras un silencio sepulcral invadía hasta el último rincón. Si lamuerte tenía un sonido, era ese, el de varias decenas de cuerpos sin vidaaguantando en sus pulmones un aire que no necesitaban para respirar.

Unos pasos vibraron sobre la piedra y cuatro soldados de la Guardia Púrpurapenetraron en el templo en fila de a dos, con las cabezas cubiertas por lascapuchas de sus capas granates. Otros cuatro caminaban un par de metros másatrás, custodiando a una única figura vestida con una capa similar, perocompletamente negra. Kate no necesitó verle el rostro para saber que se tratabade William. Su forma de andar y de moverse era única e impresionante.Arrogante y poderosa. Se le formó un nudo en la garganta al recordar lo cercaque ese cuerpo había estado del suyo unas horas antes. Ahora se sentía a años luzde él.

Los miembros de la Guardia se posicionaron a ambos lados del altar. Williamse colocó en medio, de cara a los asistentes, con la cabeza inclinada hacia elsuelo de modo que solo se podía ver de él el arco de su mandíbula. Unaexclamación ahogada se extendió entre los presentes. Los Arcanos habíanaparecido de la nada bajo la imagen de Lilith. Tras ellos, una mujer morena,apenas cubierta por una minúscula toga de seda casi transparente, se abrió pasohasta el altar, donde permaneció inmóvil.

Los asistentes se pusieron de pie e hicieron una reverencia. Desde su posición,William apenas podía ver nada. Solo oía el sonido de las ropas al moverse y esezumbido metálico al que su cuerpo reaccionaba con un estremecimiento deinquietud. Aquellos tipos le ponían el vello de punta.

Los Arcanos dieron comienzo a la ceremonia. Sebastian abdicó en favor desu hijo sin que nadie objetara nada. Entregó su espada en señal de sumisión, a lospies del que iba a ser el nuevo rey, y regresó a su asiento. Los Arcanos iniciaronen voz baja un cántico, una suave letanía en el antiguo idioma de los vampiros.

William no lograba concentrarse ni prestar atención a cuanto sucedía a sualrededor. Le estaba costando un gran esfuerzo no levantar la cabeza y pasear lamirada por la sala en busca de Kate. No estaba seguro de si se encontraba allí yesa incertidumbre lo estaba matando. No soportaba la idea de que estuvieraenfadada con él. Sabía que iba a tener que emplearse a fondo para conseguir quelo perdonara; aunque, por nada del mundo iba a ceder en nada que tuviera quever con sus planes. Ni siquiera por ella, porque ella era suya y jamás lepermitiría que lo dejara. Podía pasarse la eternidad molesta con él (si lograbansobrevivir), le bastaba con tenerla a su lado. « Aunque tenga que encerrarla en elmaldito sótano» , pensó, y él mismo se sorprendió ante tal idea.

El cántico se detuvo y William apretó los dientes. Había llegado el momento.

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Notó unos pasos suaves tras él y tuvo que obligarse a permanecer tranquilo. Sedio la vuelta y cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, la visión de un cuerpode mujer semidesnudo ocupó sus retinas. Tragó saliva. ¡La situación comenzabaa ser muy incómoda!

—William, hijo adoptivo de Sebastian, hijo de Alexander, hijo de Balzac, hijode Lilith. Heredero al trono por voluntad de tu padre. Guerrero y protector denuestra raza. Aquel que ha vencido al sol. —Empezaron a decir los Arcanoscomo si fueran una única voz, tan severa y remarcada como las líneas de sustúnicas contra la piedra blanca del suelo.

A William no le pasó desapercibida la mentira que contenían aquellaspalabras, protegiendo así su secreto, su ascendencia, su verdadera naturaleza.Una parte de él respiró aliviada. Mantener ese secreto era vital, aunque noentendía por qué lo habían hecho.

—Nuestro pueblo es fuerte, indómito y orgulloso; y, aun así, su númerodisminuye —continuaron—. Necesita a alguien que medie en las disputas, que ledé esperanzas y que lo mantenga unido. Alguien que lo valore y lo guíe con lafuerza del corazón y la pericia de una mente inteligente que no se deje doblegar.Necesita un rey que lo ay ude a sobrevivir, que lo proteja y que lo honre. Ese esahora tu legado, guerrero. Liderarás a tu linaje, lo protegerás con tu vida yglorificarás la herencia que tus antecesores depositan en ti.

Hubo un largo silencio, durante el cual todos los presentes se pusieron de pie,tal y como exigía el protocolo.

—Si te consideras digno de dicho legado, descubre tu rostro —dijeron alunísono los Arcanos. Sus voces encajaban hasta fundirse en una sola. El mismotono, el mismo timbre ronco y susurrante.

William tomó aire y, llevando las manos hasta su cara, echó la capucha haciaatrás y levantó la vista. Durante una milésima de segundo sus ojos procesaronque la mujer medio desnuda era Mako. Notó cómo se le tensaba la espalda aldarse cuenta de que ella iba a llevar a cabo el rito. Se obligó a mirarimperturbable a las tres figuras que parecían flotar ante él.

—Soy digno —dijo William con voz alta y clara, firme.Y no pudo evitar sentir un regusto amargo en la boca. Era mentira. No tenía

ni la menor idea de cómo iba a gobernar. Él solo sabía matar, de muchasmaneras diferentes. Era capaz de mantener la cabeza fría a la hora de tender unaemboscada, de planear una batalla o de torturar a un enemigo sin sentir ni unápice de arrepentimiento. Podía ser despiadado, letal, frío como un témpano dehielo; y capaz de sacrificar su vida por aquellos a los que amaba. De ahí a liderara todo un pueblo, había un largo trecho que él no deseaba recorrer.

Los Arcanos inclinaron sus cabezas con un leve gesto de aprobación. Todo elmundo volvió a sentarse.

Mako se movió por primera vez desde que había aparecido. Muy despacio, se

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acercó a William y se detuvo frente a él; solo unos pasos separaban sus cuerpos.Con la misma lentitud, sus manos soltaron el cierre que mantenía la capa sobresus hombros. La prenda cay ó al suelo. A continuación, le quitó la camisa, sujetapor un faj ín, y la dejó caer con el mismo descuido. Mientras tanto, Williampermanecía inmóvil, dejándola hacer hasta que lo desnudó. Quedó tan solo conlos pantalones de lino que vestía.

Ella se acercó al altar, tomó la jarra y vertió la mezcla de aceites quecontenía en un pequeño recipiente de metal. Cogió un paño, lo sumergió en ellíquido y regresó junto a William. No vio en él ni rastro del hombre que conocía,solo su aspecto. Ese sentimiento latente que se había negado a abandonarla, cobrófuerza mientras escurría el lienzo entre sus manos y lo deslizaba por su pechodesnudo con la intimidad de una caricia.

Los ojos de Kate se abrieron como platos mientras sus puños apretaban confuerza la tela de su vestido. ¿Qué demonios estaba haciendo aquella vampira? Seinclinó hacia Robert.

—¿Por qué hace eso? —preguntó.Robert la miró de reojo, percibiendo su creciente incomodidad. Él mismo

estaba sorprendido por la escena que tenía lugar.—Está llevando a cabo la Unción, es la forma en la que nosotros coronamos a

nuestros reyes. En la ceremonia ella representa a Lilith. Unge a William comouna madre a su hijo. Limpia el mal que pueda haber en él y lo purifica, dándoleasí su bendición para que realice el sagrado designio de guiar a su progenie. Unavez finalizado el rito, William será omnipotente —respondió él.

Kate le agradeció la explicación con una sonrisa tensa.« Como una madre a un hijo, ¡y un cuerno!» , pensó Kate. Aquella vampira

deslizaba las manos por el cuerpo de William tomándose demasiadas libertades.Podía ver el calor en sus ojos cuando lo miraba; el anhelo de sus manos aldeslizar el paño sobre sus abdominales; la forma en la que buscaba el contactoentre sus cuerpos. ¡Aquella descarada lo estaba magreando! Se obligó a dominarel salvaje instinto posesivo que le retorcía las entrañas.

—Arrodíllate como siervo —dijo Mako.William obedeció. Se arrodilló con las manos descansando sobre sus muslos.

Ella tomó la copa que uno de los Arcanos le ofreció y dio un sorbo. Guardó lasangre en su boca y se inclinó sobre William, enmarcándole el rostro con lasmanos. Muy despacio, posó sus labios sobre los de él y vertió la sangre en suboca, alimentándolo. Se demoró más de lo necesario. Cuando se separó de él, susojos destellaban como ascuas ardientes.

Kate casi salta del asiento, pero Robert rodeó el respaldo de su silla con elbrazo y le acarició con el pulgar la piel desnuda de su espalda que el vestidodejaba al descubierto. Siseó por lo bajo como si arrullara a una niñita,tranquilizándola.

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—Lilith alimentó a sus hijos con su propia sangre, por eso ha simulado… —empezó a explicar él, consciente de su ataque de celos.

—Estoy al tanto de la historia —masculló Kate.Robert sacudió la cabeza y guardó silencio. Más tarde averiguaría quién era

aquella vampira; algo le decía que su hermano y a la conocía.—Ahora, levántate como rey —pidió Mako.William se puso de pie con una elegancia fluida. El aceite que lo impregnaba

hacía brillar su piel bajo la luz de las velas. Se giró hacia los presentes y sus ojos,de un azul imposible, recorrieron la sala destilando fuerza y seguridad. El mundodejó de respirar cuando su mirada se topó con la de Kate. Estaba preciosa. Ellaapartó la mirada, y el puñal se clavó tan hondo que perforó su alma; y aun así,deseaba acercarse, necesitaba tocarla. Casi sucumbe a su deseo, pero la voz delos Arcanos reverberó contra las paredes llamando su atención. Quedaba unúltimo paso: William, como nuevo rey, debía afianzar el pacto con loslicántropos.

Minutos después, William y Daniel firmaban el viejo pergamino con susangre. El juramento volvió a repetirse y la alianza quedó sellada con más fuerzaque nunca.

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9

A pesar de la música y la decoración, en el ambiente no se respiraba el aire defiesta que envolvía a los bailes. Los miembros del Consejo y el resto de asistentesaún estaban conmocionados por los últimos sucesos y lo precipitados que estoshabían sido. Todas las conversaciones giraban en torno al nuevo rey y a loscambios que esa realidad podría suponer dentro del clan vampiro.

Sebastian había sido un buen rey, firme, autoritario e implacable; pero buenoy leal a su estirpe. William poseía todas esas aptitudes, aunque siempre habíaestado rodeado de un halo misterioso y siniestro que, junto a sus cualidades comoguerrero y asesino, invitaban a guardar las distancias con él.

—¿Jugando al escondite?Kate dio un respingo y su cuerpo se estremeció al notar un aliento en su

cuello. No necesitó verle para saber que era Adrien quien se encontraba a suespalda. Asintió con la cabeza y continuó observando a las personas que bailabanen el centro del patio ajardinado. Se había refugiado bajo la galería porticada quesostenían las columnas del claustro, esperando pacientemente a que Williamapareciera. Marie le había dicho que se retrasaría un poco por culpa de unadiscreta reunión.

—¿Y te escondes de alguien en especial? —preguntó Adrien bajando el tonohasta convertir su voz en un ronroneo. Su humor estaba mejorando pormomentos. Dentro de aquella burbuja asfixiante que era el palacio, solo Katetenía ese efecto sobre él. Ella era uno de los pocos rayos de luz que disipaban sussombras.

—Creo que de todos —respondió ella, mirándolo por encima del hombro.Frunció el ceño y se puso seria—. No esperaba encontrarte aquí.

—No es tan raro. No hay nadie más metido hasta el fondo que yo en esteasunto.

—Tú también sabías de qué iba todo esto, ¿verdad? ¿También te hizo prometerque no me dirías nada? —preguntó con malhumor.

Adrien la contempló un instante. Solo necesitó un segundo para darse cuentade por qué estaba enfadada. Sonrió y le apartó un mechón de pelo de la cara.

—Si estás pensando en echarme la bronca y pagar conmigo tu rabia, losiento, pero no sabía nada de todo este asunto hasta que llegué esta mañana. Y te

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juro que, de haberlo sabido, te habría ido con el cuento. —Le guiñó un ojo conpicardía—. Lo que sea para ganarme tu agradecimiento.

Kate disimuló una sonrisa y trató de mantenerse seria. Adrien chocó suhombro contra el de ella de forma juguetona.

—Anda, demos un paseo.Kate negó con la cabeza.—Espero a William.Adrien se encogió de hombros.—Créeme, tardará un buen rato en aparecer. Y estoy seguro de que prefieres

pasar este tiempo conmigo que con esos cretinos. —Hizo un gesto despectivohacia los vampiros, más atentos a ellos que al baile.

Kate sopesó su oferta y finalmente aceptó acompañarlo. Adrien le ofreció subrazo y, sin decir una palabra, pasearon por la villa hasta encontrar un pequeñoinvernadero repleto de flores y plantas trepadoras, que se enroscaban en laestructura metálica que sostenía los cristales. Se sentaron en un banco de piedrasituado entre lilas. Permanecieron el uno junto al otro durante un buen rato,sumidos en un silencio cómodo y natural.

—Lo siento —dijo de repente Adrien.Kate parpadeó un par de veces y ladeó la cabeza buscando su mirada, que de

pronto se había vuelto esquiva.—¿Qué es lo que sientes?—Esto —respondió él, rozando con la yema del dedo el pulso que debería

latir en la muñeca de la chica—. Siento cada minuto que ha pasado desde que teconocí. Te arrebaté la vida y el derecho a decidir sobre esa vida…

Kate le tapó la boca con sus dedos. Tan solo unos centímetros de aire cálidolos separaban y ella los acortó aproximándose a él. Apoyó la cabeza en suhombro y contempló cómo una polilla nocturna revoloteaba contra el cristalbuscando una salida.

—Hace tiempo que te perdoné por eso. No te castigues, ¿vale? —dijo ella envoz baja.

Adrien la besó en el pelo. Cerró los puños para controlar el deseo deenvolverla con sus brazos; parecía tan frágil en aquel momento. Ni siquiera sentíaque mereciera estar allí con ella después de todo lo que le había hecho, pero eraincapaz de mantener la distancia. Kate era importante para él y, aunque sabíaque nunca lograría poseerla de la forma que deseaba, aquello que tenían eramejor que nada.

—Lo que no sé si lograré perdonarte es que estés participando en toda estalocura —murmuró Kate, y su cuerpo entero se agitó. Su malhumor y supreocupación regresó. Se puso de pie y se alejó unos cuantos pasos—. Lo queWilliam pretende es un disparate, y parece que todos vosotros estáis dispuestos aseguirle como un rebaño de corderos directo al matadero.

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Adrien la siguió.—Ninguno quiere morir, te lo aseguro, y y o menos que nadie. Pero no hay

muchas alternativas; por no decir ninguna. Mira, no sé qué sabes exactamentesobre el plan, porque es evidente que William ha intentado… —Se quedó sinsaber qué decir para no herirla.

—Puedes decirlo —replicó ella—. Me ha dejado fuera. Me ha mantenido almargen porque creía que iba a ser un problema para él con mis lloriqueos y« manipulaciones» —escupió la última palabra, recordando cómo William lahabía acusado de eso apenas unas horas antes.

Adrien resopló disgustado, William podía ser bastante idiota cuando se loproponía. Se plantó delante de ella, tan cerca que solo pudiera fijarse en él.

—No puedo creer que vaya a decir esto… —Se pasó una mano por el pelo—.William no obró bien manteniéndote al margen, pero, viendo tu reacción ysabiendo que no eres de las que se quedan con los brazos cruzados, creo que yohabría hecho lo mismo para proteger el secreto de esta misión. No podemospermitirnos el lujo de cometer errores. Y cuando piensas con el corazón y no conla cabeza, como estás haciendo tú ahora, esos deslices son peligrosos.

—¡¿Qué?! ¿Lo dices en serio? —estalló furiosa.—Yo soy la prueba de ello —respondió Adrien con tono mustio. Kate abrió la

boca para discutírselo. No pudo, él tenía razón, había puesto en peligro a muchaspersonas para protegerlo—. Puede que tu corazón no palpite, pero está muy vivoen tu interior. En estos tiempos eso es una debilidad.

Kate lo fulminó con la mirada, enfadada y avergonzada porque en el fondosabía que él estaba en lo cierto. Intentó apartarse, pero Adrien se lo impidió,sujetándola por los hombros.

—Vamos, Kate. Tú eres una chica lista que nunca se ha dejado intimidar porel miedo.

—Sí cuando se trata de perder a tantas personas que me importan —respondió ella con la voz quebrada. Un sentimiento de profundo pesar la abrumó.

—Kate. —Suspiró Adrien acercándola a su pecho. Cuando comprobó que ellaaceptaba su gesto, la estrechó entre sus brazos—. Ojalá pudiera decirte otra cosa,pero no es así. Si no lo impedimos, se desatará una guerra que no podemos ganar.No podemos sentarnos a esperar un milagro que lo arregle todo, porque no haytal milagro; esta vez no.

» Si no vamos a por ellos, serán ellos los que vengan a por nosotros; ymoriremos de igual modo. Solo es cuestión de tiempo, ¿entiendes?, tenemos quegolpear primero, con tanta fuerza que no sean capaces de volver a levantarse. Sino, serán ellos los que acaben con nosotros, y lo intentarán con todos los mediosde que dispongan.

Kate lo miró con tal desesperación e impotencia que Adrien tuvo queobligarse a permanecer quieto; porque lo único que deseaba era sacarla de allí y

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llevarla a cualquier parte que borrara esa expresión de su cara.—¿Y qué puedo hacer yo? —preguntó ella con un hilo de voz.Adrien le acarició la mejilla con ternura. La respuesta a esa pregunta era un

puñal en su pecho.—Hay cierto idiota que debe estar de los nervios en este momento, y eso no

es bueno sabiendo cómo las gasta cuando se pone nervioso. Puede que necesiteque alguien le diga que todo está bien.

—Pero es que nada de todo esto está bien.—Lo sé, y él también lo sabe. No es fácil escoger el camino difícil. Por eso, a

veces, la vida solo te muestra ese. ¡Él te necesita más que nunca! —Alzó unaceja con un gesto travieso—. Esa corona debe de apretarle más que el collar decastigo de un perro de presa.

Kate sonrió y su cara se iluminó llena de vida.—¿Cuándo te licenciaste en psicología?Adrien se echó a reír. Bajó la vista y la sonrisa desapareció de su rostro.—Caer en el lado oscuro no es tan difícil, Kate. En William y en mí esa

oscuridad forma parte de nuestra naturaleza. —Hizo un gesto hacia el cielo,dejando claro que se refería a los ángeles. Unos seres fríos, insensibles ysoberbios—. Necesitamos una luz para no quedarnos a oscuras. Tú eres su luz, nolo olvides.

Kate asintió y se quedó mirando a Adrien con un calor que le estrujaba elpecho.

—¿Cuál es tu luz? —preguntó. Su mirada sobre ella le hizo arrepentirse de lapregunta. Por nada del mundo quería que Adrien sufriera por aquello que ella nopodía darle.

—¿Quieres que te acompañe? Si no, creo que iré a dar una vuelta por ahí.Este baile es demasiado aburrido para mí y dicen que la noche en Roma es muyexcitante —comentó Adrien, dando por zanjada una conversación que estabatomando unos derroteros peligrosos.

—Tranquilo, ve —respondió Kate.Adrien se desvaneció en el aire y Kate se quedó sola en el invernadero.

Cuando se llevó la mano al cuello para aflojar la tensión que lo agarrotaba, notóque le temblaba. Había pasado todo el día aterrada, confusa, y después enfadada.Sus emociones se sucedían unas tras otras de una forma vertiginosa. Deseó sermenos impulsiva y tener más control sobre sí misma. De ser así, quizá hubieratenido la calma suficiente para escuchar a William y no habría necesitado de lapaciencia de Adrien para comprender que no había otro modo de resolver elproblema que ahora los acosaba; y que ella misma había propiciado.

Iba a iniciar el camino de vuelta al jardín, donde estaba teniendo lugar lasobria gala, cuando un sonido llamó su atención: el repiqueteo de unos tacones,que casi resultaba molesto para sus sentidos desarrollados. Otros pasos, más

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rápidos y suaves, se acercaban desde la misma dirección.—¡Mako, espera!Kate se quedó de piedra al escuchar la voz de William. Por puro instinto dio

un paso atrás, ocultándose tras un arbusto plagado de diminutas y olorosasflorecitas rojas. A través de los tallos, vio cómo la mujer que había ungido aWilliam se detenía y se daba la vuelta. Había cambiado la túnica por un vestidode corte sirena que se ceñía a sus curvas voluptuosas.

William llegó hasta ella, luciendo un esmoquin; estaba tan guapo que suimagen abrumaba.

—¿Por qué me estás evitando? —preguntó él.—No te evito. Tenía prohibido hablarte mientras duraran todos los pasos del

rito.—¿Por qué?Mako se encogió de hombros.—Normas de los Arcanos. Yo las acato sin preguntar —respondió, posando

sus ojos oscuros en los de él.—¿Cómo has acabado sirviéndoles?Nerviosa, Mako parpadeó varias veces y se pasó una mano por el brazo.—Conocí a Mihail en Varsovia, durante una emboscada al nido que y o

perseguía. Me aceptó entre sus guerreros. Unas décadas después me recomendópara la Guardia Púrpura. Pasé las pruebas y me quedé. Unos años más tardeasumí el servicio personal de los Arcanos.

Hubo un largo silencio en el que ambos se quedaron mirándose sin parpadear.—¿Por qué te fuiste sin decirme nada? Los amigos no hacen esas cosas. No

desaparecen de la noche a la mañana sin siquiera despedirse —dijo William confrustración.

—No podía quedarme, Will. Llevábamos casi dos años cazando juntos. Tuvendetta se convirtió en la mía, y y o tenía unos padres a los que vengar. Era algoque necesitaba hacer sola.

—Podías haberme dicho esto entonces y no largarte sin más. ¿Crees quehabría intentado impedir que te marcharas?

Mako sacudió al cabeza.—¡No! —exclamó. Alargó las manos para tocarle, pero se detuvo en el

último momento.—Te busqué durante mucho tiempo. Creí que te había ocurrido algo malo,

que algún grupo de renegados te había capturado. Permanecí en la ciudad todoun mes, buscando cualquier pista sobre ti. Y durante años traté de encontrarte,hasta que no me quedó más remedio que aceptar que quizás habías muerto.

Ella bajó la vista y la clavó en sus pies.—No creí que lo hicieras. Lo siento.—¿Lo sientes? —le espetó enfadado—. Éramos amigos y desapareciste sin

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más. Mi obligación era remover cielo y tierra para encontrarte. Pero está claroque tú no querías que lo hiciera.

Ella lo miró vacilante.—No podía seguir contigo, Will. Pasar tanto tiempo juntos no era bueno para

mí.—¿Por qué dices eso? Creía que formábamos un buen equipo…—Y lo formábamos —lo atajó ella. Apartó la vista. Su piel era un lienzo

blanco sin mácula, pero en sus ojos se podía ver el rubor que no llegaba a susmejillas—, en todos los sentidos, tanto que de haberme quedado contigo mehabría destrozado.

William frunció el ceño.—No lo entiendo.—¿Ves? Ni siquiera te diste cuenta.—¿De qué tenía que darme cuenta? —preguntó William con un tono dulce,

reflejo de la paciencia que trataba de mantener.Ella se lo quedó mirando un momento.—De que para mí, aquello que había entre nosotros, dejó de ser solo sexo y

compañía; significaba mucho más. Pero tú no tenías esos sentimientos por mí,solo pensabas en Amelia y en encontrarla. Yo únicamente aliviaba tu cuerpo y tusoledad.

Esta vez fue William el que se avergonzó.—Eso no es cierto, tú me importabas mucho.—Lo sé, pero no me amabas, Will. Y para mí el sexo y a no era suficiente,

necesitaba más de ti. Mucho más.—Debiste decírmelo —la acusó.Ella se encogió de hombros con una disculpa.—¿Y de qué habría servido? Te conozco, William. Te habrías sentido culpable,

responsable y… me habría ido de todos modos. No quería a un hombre queestuviera a mi lado por caridad. Aunque ese hombre fueras tú.

—Mako, decidiste por los dos, pensando solo en ti. ¡Debiste decírmelo! ¡Mevolví loco buscándote!

—¿Y qué habrías hecho, eh? ¿Enamorarte de mí sin más? ¿Abandonar labúsqueda de tu esposa para vivir conmigo en una casita blanca junto al mar?

—No lo sé. Pero eso es algo que y a nunca sabremos. Te di por muerta yanulé mis sentimientos. Ya sabes que eso se me daba bastante bien —replicó conamargura y un ligero tono de reproche.

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10

Kate no podía seguir allí. Cada palabra tenía el efecto de una daga clavándosehasta el fondo en su corazón. William le había dado a entender que no habíanexistido otras mujeres después de Amelia, pero estaba bastante claro que no eraasí. Había tenido relaciones íntimas con Mako y algún tipo de historia personal,durante bastante tiempo al parecer, y ella se había convertido en alguienimportante para él. Se preguntó en cuántas cosas más le habría mentido.

Deseó tener su habilidad para esfumarse en el aire y alejarse de aquelinvernadero, incluso de la ciudad.

Despacio, muy despacio, movió un pie y luego el otro. Salió de su escondite yun ray o de luna incidió sobre ella, rodeándola con un halo blanquecino.

Los ojos de William volaron hasta Kate y se abrieron como platos, se quedópetrificado. Ni siquiera la había percibido.

—¿Cuánto llevas ahí? —preguntó. La contemplaba nervioso, como si intentaraver algo más allá de su expresión descompuesta.

—¿Quién es? —inquirió Mako, pero no obtuvo respuesta. William se alejabade ella al encuentro de la vampira.

—El suficiente —respondió Kate sin dejar de caminar. Cruzó la puerta delinvernadero sin intención de detenerse, quería alejarse de allí. Él le cortó el paso—. Parece que hoy tengo el don de aparecer en el momento más inoportuno.

William percibió el enfado en su tono mordaz. Se pasó una mano por el pelo;las cosas no hacían sino empeorar, con una facilidad casi ridícula. Se preguntó enqué momento habían iniciado aquella espiral de mal rollo.

—¿Qué hacías ahí? No debes estar sola. En este momento ningún lugar esseguro —masculló con los dientes apretados.

Kate lo miró perpleja. La única con motivos para estar enfadada era ella. ¿Aqué venía esa actitud? La respuesta maliciosa salió de su boca como un proyectil.

—No estaba sola, estaba con Adrien, conversando. Acaba de marcharse.Los músculos de William se contrajeron bajo la chaqueta y una de las

costuras cruj ió por la presión. Sus ojos azules cambiaron de color, adquirieron eltono de la plata fundida y su pupila se estrechó hasta casi desaparecer. El ángelhabía tomado el control.

—¿Y era necesario un lugar tan apartado para conversar?

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—Es evidente que sí. Y si lo que te preocupa es mi seguridad. Él es muycapaz de protegerme y está cuando lo necesito.

William sintió una oleada de celos e ira. Soltó una maldición y un dolor sordose instaló en su corazón.

—No lo necesitas. Y no es de fiar.—¡Vaya, otra cosa que tenéis en común! —replicó ella lanzando una mirada

a Mako. La vampira se alejaba con discreción, regresando sobre sus pasos—.Parece que tú tampoco eres de fiar. Bueno es saberlo ahora y no cuando seatarde.

El gruñido de William la sobrecogió. Jamás lo había visto tan enfadado y nocreía que pudiera empeorarlo. Su propio enojo también aumentó. ¡No teníaningún derecho! Intentó sortearlo y regresar al baile, pero él la sujetó por elbrazo.

—¡Déjame! En este momento tenerte cerca me hace desear abofetearte —le espetó ella. Trató de soltarse, pero sus dedos en torno a su muñeca eran comogrilletes.

—Y a mí besarte, ¿qué pasa, que ni en eso podemos ponernos de acuerdo? —Acercó su cara a la de ella. Una sonrisita se extendió por su rostro.

—No tiene gracia —masculló Kate.—No, no la tiene —aseveró William.En un visto y no visto la cogió en brazos y desapareció. Dos segundos

después, tomaba forma en una sala oscura y húmeda de piedra arenosa, de untamaño minúsculo.

Kate no dejó de forcejear hasta que él la dejó en el suelo. Se apartó de sulado de un salto. Sus pies se enredaron en el bajo del vestido y a punto estuvo decaer de culo. Solo el brazo certero de William, en torno a su cintura, lo impidió.

—¿Qué demonios haces? —preguntó ella a gritos apartándolo de un empujón.—Tú y yo tenemos que hablar, antes de que uno de los dos haga alguna

tontería que empeore esta situación aún más.—Y crees que esa voy a ser yo, ¿verdad?—Algo me dice que estás muy cerca —contestó él mientras se quitaba la

pajarita de un tirón y se desabrochaba los botones superiores de la camisa.—¿Pues sabes qué?, yo no quiero hablar contigo. ¡No quiero! —gritó. Se

movió de un lado a otro investigando los diferentes túneles que se abrían en lasala—. ¿Dónde estamos? —preguntó exasperada.

—En las catacumbas —respondió William. Se había quitado la chaqueta y ledaba vueltas a los puños de su camisa.

—¿En las catacumbas? ¿En las de Roma? —Observó con ansiedad los túneles,intentando averiguar cuál le permitiría salir de allí. Empezaba a sentirclaustrofobia. De repente se detuvo, consciente por primera vez de la clase desitio que era. Sus ojos recorrieron las paredes y los huecos que había en ellas. Y

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los vio, restos óseos en cada uno de ellos. ¡La había llevado a un cementeriosubterráneo!—. ¿Por qué me has traído aquí? Sabes que no puedo estar bajotierra.

William se encogió de hombros con una expresión inocente en la cara.—Porque quieras o no, aquí tendrás que hablar conmigo. En este lugar hay

kilómetros y kilómetros de corredores que forman un complejo laberinto. Hayque conocerlos muy bien para no perderse. Sobre todo en esta parte, donde nadieha entrado desde hace siglos. La entrada se derrumbó y yace sepultada bajoescombros. Solo yo puedo sacarte y lo haré si hablas conmigo.

Kate lo fulminó con la mirada. Durante un instante la imagen de William ladistrajo. Con la camisa entreabierta, remangada hasta los codos, y el pelodespeinado, estaba muy sexy. Se recompuso de inmediato, ignorando el calorque ascendía por su estómago.

—Tengo mis recursos, y tú me subestimas —soltó con una mueca dedesprecio.

William sonrió ante su descaro y suficiencia.—Adelante —la invitó, señalando con uno de sus dedos un oscuro pasillo.Kate no dudó y, movida por su orgullo, se sacó los zapatos con un par de

sacudidas y agarró el bajo de su vestido para no tropezar con él. Tomó elcorredor con paso decidido.

William se sentó en el suelo con gesto paciente. Se despeinó el pelo con losdedos y apoyó la cabeza y la espalda contra la pared. Cerró los ojos mientrasdescansaba los brazos en las rodillas; y esperó. Empezó a silbar. Unos minutosdespués, oyó los pasos de Kate acercándose. Sonrió ante la retahíla demaldiciones que arrastraba.

—¿Cuántas mentiras me has contado desde que nos conocemos? —preguntóella, enfurruñada, penetrando de nuevo en la estrecha sala.

William abrió los ojos y la miró.—Ninguna.—¿Pero cómo puedes ser tan hipócrita?—Nunca te he mentido —ratifico él con un brillo acerado en la mirada.—¿Ah, no? ¿Y qué pasa con lo de convertirte en rey y esa misión suicida?—No te mentí. Simplemente no te lo dije. Eso no es mentirte.—No, es ocultarme de forma premeditada algo que merecía saber. Para el

caso es lo mismo.William suspiró y dejó caer la cabeza hacia delante. Permaneció así unos

segundos.—Sé que no hice bien y te pido perdón. No volveré a hacerlo, te lo juro.—Me apartaste de todo, hasta de ti. Casi me he vuelto loca pensando qué te

podría estar ocurriendo. —Abrió los brazos con un gesto de frustración—. Notenías necesidad de todo esto, porque al final lo habría entendido. —Hizo una

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pausa y suspiró—. Lo he entendido.Los ojos de William se abrieron como platos ante tal confesión.—Sí, así es, lo entiendo —continuó ella—. Al principio me asusté, ¿cómo no

hacerlo? Pero sé que es el único modo de poder sobrevivir, solo necesitabatiempo para aceptarlo… Y que alguien me hablara con sinceridad y como a unigual, no como a la frágil, caprichosa e infantil mujer que crees que soy.

William se puso de pie a la velocidad del ray o. Dio un par de pasos hacia ella,pero se detuvo cuando Kate retrocedió, alejándose de él. No soportaba quehuyera de él.

—Jamás he creído eso, Kate —dijo con dulzura—. Fue mi propio miedo elque me hizo actuar como un idiota. —Tomó una bocanada de aire—. Ese alguienes Adrien, ¿verdad? ¿Por eso estabais juntos en el invernadero?

Kate asintió.—Parece que, a pesar de todo, os entendéis bien —dijo él con un tono más

duro de lo que pretendía. Los celos eran como serpientes enroscándose en torno asu corazón—. Es curioso que hayas acabado confiando en él más que en mí.

—¿Y quién tiene la culpa, Will? Me pides que confíe en ti, cuando tú no eresdel todo sincero conmigo.

—Eso no es cierto.—¿Y qué hay de esa… —Hizo una mueca de desagrado—… Mako? Me

dij iste que después de Amelia no hubo nadie más para ti.—Y es verdad.Kate apretó los labios con una mueca de escepticismo. La irritación la

aguijoneó, eclipsando cualquier pensamiento lógico. Le apuntó con un dedoacusador.

—Maldita sea, William, ni lo intentes. Estaba allí cuando aparecisteis, he oídotoda la conversación.

Le dio la espalda para perderlo de vista.William acortó la distancia entre ellos, solo unos milímetros los separaban;

pero no la tocó.—No te he mentido —le dijo en voz baja junto a su oído—. Nunca ha habido

nadie después de Amelia. Ni siquiera ella, porque nunca he amado de verdadhasta conocerte a ti.

Kate se estremeció, sintiendo sus palabras en lo más profundo de su corazóny su vientre.

—La última vez que vi a Mako fue en 1930 —empezó a contarle—. La conocídos años antes, en Praga, ella perseguía al mismo grupo de renegados que yo. Laapresaron en un descuido, la torturaron, y estaban a punto de decapitarla cuandoy o aparecí. Logré sacarla de allí y me ocupé de ella hasta que pudo recuperarse.Me contó que estaba buscando a un vampiro albino, que cinco años antes habíaasesinado a su familia.

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—¿Andrew? —aventuró Kate con un hilito de voz.—Sí —respondió él—. Mako trabajaba en un club nocturno, cantando.

Andrew apareció una noche y se encaprichó de ella, pero Mako lo rechazó.Andrew era el psicópata más peligroso que he conocido jamás, después deAmelia. Siguió a Mako hasta su casa. La obligó a ver cómo se ensañaba con sufamilia y los asesinaba uno a uno, sin que pudiera hacer nada para evitarlo.Después la violó y la transformó, abandonándola a su suerte. No sé si fue porquecompartíamos el mismo deseo de venganza hacia Andrew, o porque sabía queella sola y sin saber luchar no iba a sobrevivir, pero le di la posibilidad dequedarse conmigo un tiempo.

Acercó la nariz al pelo de Kate e inspiró su olor. Necesitaba tocarla, y no darrienda suelta a ese deseo se estaba convirtiendo en un infierno.

—Juntos seguimos el rastro del nido de Amelia; Andrew siempre permanecíacerca de ella —continuó William—. Viajábamos constantemente, tras cualquierpista que surgía. Le enseñé todo lo que pude y poco a poco se ganó mi confianzay mi cariño. Se convirtió en una amiga… Después en mi amante. No sé cómopero pasó, y acabamos compartiendo lecho. —Su voz se había convertido en unsusurro.

Kate se estremeció, pero permaneció inmóvil junto a él.William se inclinó un poco más sobre ella, hasta rozarle con los labios la

oreja.—Nunca he sido un santo, Kate. Soy un hombre con los mismos deseos y

apetitos que cualquier otro; y no siempre he pensado con la cabeza. Pero puedoasegurarte que entre Mako y y o solo hubo una necesidad física, que cubríamosdel mismo modo que nos procurábamos alimento. Sé que esto no me deja enbuen lugar, pero es la verdad: nunca la quise, no significó nada para mí en esesentido.

» Llevo mucho tiempo en este mundo, solo y sin ningún tipo de compromiso.Mako no ha sido la única en estos ciento cincuenta años. Que hay as pensado enmí como en alguien casto solo es una ilusión romántica.

Kate se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Algo espantoso despertó en supecho. Su estúpido corazón marchito se agitó como si estuviera vivo y palpitante,celoso de todas aquellas mujeres que habían estado con William.

—Y después de contarme todo esto, ¿cómo puedes decir que nunca me hasmentido? —soltó con rabia. William ladeó la cabeza y la miró sin entender—. Medij iste que no habías estado con nadie después de Amelia. La primera vezconmigo, te mostraste tímido e inseguro por todo el tiempo que había pasadodesde que tú… —No era capaz de decirlo en voz alta—. Y resulta que has ido decama en cama como si fuera un deporte… ¡Dios!

—¡Y era sincero! —exclamó él con tono vehemente—. Tú eras la primeracon la que hacía el amor después de perder a Amelia.

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Kate sacudió la cabeza, ofendida por su empeño en no admitir lo evidente.Trató de apartarse, dispuesta a no escuchar nada más.

William resopló, frustrado.—No quiero ser grosero para que entiendas lo que trato de decir, pero, si es lo

que hace falta para que me comprendas, lo seré. —La tomó por los brazos paraasegurarse de que le prestaba toda su atención—. A una mujer a la que quieresmás que a tu propia vida le haces el amor, a una que no te la…

Kate le tapó la boca con la mano y negó con la cabeza para que no acabarala frase. William la sujetó por la muñeca y le sostuvo la mirada dispuesto aaclarar aquel tema de una vez por todas.

—¿Me entiendes ahora? Nunca había estado de ese modo con nadie, ¿cómono iba a sentirme inseguro? —Le tomó el rostro entre las manos—. Tú eres laprimera y única para mí, ahora y siempre. Siento… siento haber roto mipromesa con todo este asunto de los renegados, pero te prometo que no volveré ahacer nada parecido. No más secretos. Te lo juro.

Se quedaron mirándose fijamente. Kate pudo ver en su expresión que decíala verdad. Se desinfló como un globo, mientras un sollozo entrecortado seatascaba en su garganta. De repente, no sabía por qué estaba tan enfadada enrealidad. Era como si la burbuja de ira y desconfianza que había crecido a sualrededor, hubiera explotado de golpe dejando tan solo la amarga sensación deque, quizá, había forzado la situación hasta sacarlo todo de quicio. Suspiró sinsaber qué decir.

—No quiero seguir enfadada contigo. No me gusta —musitó Kate.—Eso puede arreglarse. Deja de estar enfadada conmigo —le sugirió él con

una sonrisa encantadora—. A mí me está matando.—Lo haría si pudiera quitarme de encima esta sensación de ahogo. No puedo

respirar —dijo con la voz entrecortada. Parecía un corderito asustado.—No necesitas respirar —le recordó William sin dejar de mirar sus ojos.

Habían recuperado su color natural, un verde esmeralda que brillaba iluminadodesde dentro. Eran enormes y preciosos.

Kate hizo un puchero.—Eso díselo a mi cerebro. No deja de pensar que las paredes y el techo van

a sepultarme en cualquier momento.William sonrió.—Cierra los ojos. Voy a sacarte de aquí —le dijo al oído.Kate le hizo caso. Apretó los párpados mientras se dejaba caer sobre su

pecho. Sintió cada molécula de su cuerpo separándose del resto, formando unacorriente de energía blanca y brillante, que se entrelazaba con otra mucho másvibrante y dorada que tiraba de ella. Se dejó arrastrar con la seguridad de que nohabía un lugar más seguro que aquellos brazos que la sostenían. Sus pies desnudosse posaron de puntillas sobre una alfombra mullida. Abrió los ojos y se encontró

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con la mirada de William sobre su rostro.—¿Mejor? —preguntó él. Kate asintió, reconociendo el dormitorio que

compartían—. ¿Sigues enfadada?Kate sacudió la cabeza, mientras la invadía una avalancha de sensaciones

abrumadoras.William le rodeó la nuca con una mano y se inclinó lentamente hasta

alcanzar sus labios. La besó, y fue un beso lento y contenido comparado con elansia que lo agitaba por dentro. Pronto el beso no fue suficiente y sus manosdescendieron, acariciándola, hasta posarse en sus caderas para acercarla más.Kate le devolvió las caricias y, cuando sus uñas se le clavaron en la espalda, elpoco control que tenía se vino abajo. Sin dejar de besarla, palpó los botones de suvestido, tan diminutos que se escapaban entre las yemas de sus dedos. Erafrustrante.

—¿Te gusta mucho este vestido? —preguntó William con voz ronca.—Es un regalo tuy o, claro que me gusta —respondió ella sin entender muy

bien a qué venía aquello—. ¿Por qué… por qué lo preguntas?William le acarició el hombro con los labios.—Para conseguirte otro.Nada más pronunciar esas palabras, todos los botones del vestido saltaron con

fuerza, estrellándose contra las paredes sin que nadie los hubiera tocado. Lascosturas se deshicieron y el vestido cayó al suelo hecho j irones. Kate ahogó ungrito, sorprendida, y de golpe empezó a reír. Él esbozó una sonrisa de pirata quele iba que ni pintada, mientras la miraba de arriba abajo.

—Mucho mejor —susurró con los ojos entornados.—No sé si esto es buena idea —comentó ella caminando hacia atrás.—Lo es, te lo aseguro —dijo William. Su mirada se oscureció mientras

acortaba cada paso que ella daba, acechándola.—Te estarán echando de menos en el baile —le recordó.William se encogió de hombros con indiferencia, y de un tirón se quitó la

camisa. Kate no dejaba de moverse, jugando al gato y al ratón.—¿Y no tendrás problemas? —insistió ella.William esbozó una sonrisa engreída que a ella le provocó fiebre. Su

presencia la tenía embelesada.—Ahora soy el rey, puedo hacer lo que me dé la gana. Y en este momento,

lo que quiero es a mi reina en esa cama.Dicho y hecho. Kate no tuvo tiempo ni de parpadear. Se encontraba de pie

junto a la cómoda, y un instante después se hallaba tumbada de espaldas contralas sábanas, con el cuerpo de William sobre ella de forma deliciosa.

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11

William se frotó los ojos. Apoyó los codos sobre la mesa del salón y miró por laventana de su villa en Laglio. Las aguas del lago de Como estaban tan quietas queparecían una pintura sobre un enorme lienzo. Se alegraba de no haber vendidoaún la casa. Después de darle muchas vueltas, había decidido que era el mejorsitio para pasar inadvertido y no correr el riesgo de sufrir alguna filtracióninoportuna de los planes que se estaban trazando, y que complicara aún más lasituación.

Necesitaba un sitio tranquilo en el que pensar y aquel era el mejor condiferencia. La puerta se abrió y Kate entró completamente mojada y envueltaen una toalla. Un cachorro de labrador la seguía meneando su cola, mientras lamiraba con total adoración.

—¿De dónde ha salido eso? —preguntó él alzando una ceja.—No lo sé, pero me sigue a todas partes —se quejó Kate con una mueca

exasperada. Aunque el tono de su voz era bastante divertido.William sonrió mientras se repantigaba en la silla y la miraba. El cachorro

gimoteó, llamando la atención de Kate.—No sabes cómo te entiendo, pequeñajo. A mí también me vuelve loco —le

dijo al animal. Le sorprendía que aquella bolita peluda no tuviera miedo,normalmente los animales huían de los vampiros. Para ellos eran depredadores yreaccionaban con un instinto irracional de supervivencia.

—Muy gracioso, anímale —masculló Kate. Rodeó la mesa y se sentó en lasrodillas de William. Le echó un vistazo a los papeles y mapas que teníaesparcidos por toda la superficie—. ¿Qué es todo esto? —preguntó.

William la abrazó por la cintura y se inclinó hacia delante; con la barbillaapoyada sobre su hombro contempló los mapas.

—Las marcas amarillas señalan los lugares donde hay comunidades devampiros acogidas al pacto: regiones seguras. Las verdes marcan las zonas dondeya se ha hecho limpieza —respondió.

—¿Limpieza?—Así es como llamamos a la búsqueda y eliminación de renegados —aclaró

William—. Las naranjas señalan los lugares donde hemos localizado objetivos,nidos pequeños que no suponen un gran problema.

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El teléfono de William sonó. Le echó un vistazo a la pantalla y descolgó.Escuchó en silencio durante un par de minutos y colgó con un simple « gracias» .Cogió un marcador de color verde e hizo un círculo sobre las marcas naranjasque rodeaban las ciudades de Ámsterdam y Praga.

—¿Y las rojas? —preguntó Kate. De esas había muchas.William tomó una bocanada de aire y miró el mapa con el ceño fruncido.—Ahí es donde creemos que se esconden los nidos más peligrosos. La

mayoría están liderados por asesinos sin escrúpulos, pero eso no es lo malo. Elproblema es que no se contentan con alimentarse y matar. Tienen ideales, creenen la supremacía de la raza y odian todo aquello que representa el pacto, incluidala alianza con los licántropos. Sabemos con seguridad que se están organizandopara una rebelión, por eso no podemos perder tiempo.

—Todos esos nidos están en Estados Unidos y Canadá —dijo Kate con unhilito de voz. Miró a William con los ojos muy abiertos—. ¿Por qué?

—Nuestra presencia allí siempre ha sido limitada; y los lobos solo tomabanmedidas cuando alguno llamaba demasiado la atención. Es un territorio grandecon millones y millones de personas: gente anónima, vagabundos, extranjeros…,donde un par de desaparecidos aquí o allí no preocupan a nadie; entran dentro delas estadísticas. Y lo más importante, no tienen que competir entre ellos por lacaza, hay buffet libre para todos.

Kate miró con atención el mapa. En el sur solo había marcas amarillas.—¿Y por qué no hay renegados en Sudamérica?—Silas lo estudió hace mucho. Piensa que se debe a su carácter y su cultura,

allí las personas no son tan escépticas, creen en los monstruos. Esos humanospueden ser peligrosos para nosotros. Siempre miran más allá de las apariencias.

Kate se sorprendió de las cosas que aún no sabía. Volvió a centrarse en laparte superior del mapa.

—¿Cómo vas a hacerlo? ¿Cómo… cómo vas a lograr llegar hasta ellos? —Nopudo disimular el miedo y la incertidumbre que sentía. No hacía falta ser unestratega para ver que solo un milagro les ayudaría a salir de aquella locura convida.

William la estrechó con más fuerza y la besó en el hombro.—Aprovechando sus debilidades. Toda rebelión necesita un líder. No son

idiotas y saben que solo podrán salir adelante si se unen; pero, de momento, lesestá costando bastante. Hay tres nidos que desean el poder y ninguno quieresometerse. Mi baza es convertirme en su única opción. Y para lograrlo tengo queser más listo y duro que ellos.

—Ya lo eres —susurró Kate sobre sus labios. Le acarició con los dedos labarba incipiente y después los enredó en el pelo de su nuca—. Además, tambiéneres un ángel, ¡que intenten superar eso!

William sonrió sobre su boca y después hundió el rostro en su cuello,

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acariciándola con la nariz. Con ella cerca todo parecía más fácil. El cachorro seacercó a ellos y comenzó a dar saltitos y a ladrar. William alargó la mano y lotomó, alzándolo en el aire. El perrito lo miró sin inmutarse.

—Eres valiente, bolita de pelo —le dijo con los ojos entornados. El perrito loignoró y comenzó a estirar las patas para alcanzar a Kate—. Lo tienes fascinado.Voy a ponerme celoso.

Kate se echó a reír.—Mira que eres bobo —bromeó mientras tomaba al pequeño en su regazo.El sonido del motor de una lancha llegó hasta ellos. Segundos después, Robert

entraba en la casa sin llamar. Había cambiado su habitual ropa elegante por unvaquero azul y una camiseta blanca que le daba un aire menos serio y mástravieso.

—¡Hola, tortolitos! —saludó con una sonrisa encantadora. Sus ojos volaronhasta el labrador—. ¡Vaya, vaya, pero si me habéis traído un aperitivo! —Seacercó a la mesa y cogió al perro del lomo sin que a Kate le diera tiempo aimpedirlo. Lo alzó a la altura de su rostro y arrugó la nariz.

—No es ningún aperitivo, Robert. Devuélvemelo ahora mismo —le ordenóKate muy seria.

—Ya veo. Lo quieres para ti, ¿verdad? —Le guiñó un ojo y añadió en tonosocarrón—: Avariciosa, es de mala educación no compartir.

—No seas idiota. No voy a tocarlo.—Entonces, deja que le dé un mordisquito —insistió Robert—. Solo uno.Kate le dio un codazo en las costillas a William, que intentaba no echarse a

reír.—¿No piensas decirle nada? —le recriminó con una mirada furiosa.—Robert, deja al chucho —pidió William intentando parecer severo.Kate le dio otro codazo por usar un nombre tan despectivo.—¿A quién estás llamando chucho? —inquirió Shane desde la puerta. Sus ojos

destellaron con un brillo ambarino, taladrando con ellos a Robert.—Creo que es a ti —dijo Adrien tras el lobo—. Eres el único aquí; sin contar a

tu sobrinito, claro —comentó mientras señalaba al perrito, que había regresado alos brazos de Kate.

Robert soltó una carcajada.—Sigue riendo y te sacaré las entrañas —le susurró Shane al pasar por su

lado. Robert apretó los labios, pero por dentro se estaba tronchando—. Yo que tú,tendría cuidado con los chuchos. Hay algunos con los dientes muy grandes —ledijo como si nada a Adrien al tomar asiento a su lado.

El vampiro abrió la boca para responder, pero el gruñido amenazador dellobo le hizo guardar silencio.

William se pasó las manos por la cara, cansado.—Solo llevan aquí diez segundos y y a me duele la cabeza —susurró para sí

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mismo. Cuando llegara el resto, iba a necesitar de todo su control para noasesinar a nadie.

—He encontrado un lugar en Nueva Orleans, junto al puerto. Es losuficientemente grande como para reunirlos a todos. La estructura es sólida, deacero la mayor parte. Manteniendo el control en las salidas, podremos sitiarlos —dijo Samuel. Había sido el último en llegar, junto a dos de sus hombres—. Solotiene un problema, y es uno muy grande: no hay dónde esconderse, los hombresque metamos dentro estarán a la vista. Si nos pasamos con el número se sentiránamenazados y sospecharán.

—Robert, tú eres el que más cerca ha estado de ellos. ¿Cómo logro queconfíen en mí? —preguntó William desde la pared contra la que se habíaapoy ado.

Robert bajó las piernas de la mesa y se puso derecho en la silla. Su enormecuerpo se desbordaba por todos los lados.

—No se andarán con chiquitas. Tienes que demostrarles que eres más fuerteque ellos; que cuentas con los medios suficientes para plantarles cara si decideniniciar una guerra; y que nada te detendrá. Tienen que entender que les interesaunirse a ti si quieren un trozo del pastel. —Con sus penetrantes ojos examinabacontinuamente las ventanas y la puerta, vigilando los alrededores. Algo quetambién hacían los demás de forma automática—. Nos reuniremos por separadocon cada grupo y les haremos creer que, si aceptan aliarse contigo, tú les darásprivilegios que otros nidos no tendrán. Esa promesa logrará que entre ellos nointenten comunicarse ni negociar.

—¿Y todos accederán a ir a Nueva Orleans? Es la parte más importante delplan. Si esa falla… —les hizo notar Shane.

Robert sacudió la cabeza y se frotó la frente.—La may or parte de renegados de esos nidos, sobre todo los que mandan,

creen en las viejas costumbres —empezó a explicar—. Son lo suficientementeantiguos para conocer la importancia de las leyes. Siempre ha habido un rey, undirigente al que recurrir. Si aceptan someterse, y William lo pide, irán a rendirlepleitesía para sellar la alianza. —Ladeó la cabeza y miró a su hermano—.Promételes sangre y el favor de un rey, y no dudarán.

—Visto así, parece fácil —intervino Adrien sin su habitual fanfarronería. Ensu mano tomó forma una pequeña serpiente de fuego, que se deslizó entre susdedos como si fuera la moneda de un truco de magia—. Pero no lo es. Así notendría gracia, ¿verdad?

Cy rus sacudió la cabeza con un gesto negativo y se cruzó de brazos. Seencontraba junto a Shane, al lado de la chimenea.

—Para empezar, William y tú no podéis usar vuestros poderes. Nadie debe

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saber lo que sois en realidad. Sembraría la duda entre nuestra gente —dijo elguerrero muy serio. Adrien lo miró a los ojos e hizo desaparecer el fuego de sumano—. No sabemos cuántos acudirán, pero estoy seguro de que serán muchos.Querrán hacerle la pelota a William; se arrastrarán si es necesario. Y eso esbueno, porque podrían caer casi todos de un solo golpe. El problema es que nopodemos impedirles que vay an armados, es una prueba de confianza por ambaspartes. —Guardó silencio un segundo, pensando—. Somos pocos y no podemosllevarnos a todos los guerreros, dejaríamos nuestro hogar y a nuestra gentedesprotegidos.

—No pienso hacerlo —declaró William.Se miró la mano donde lucía el anillo de Sebastian; aquel pedrusco pesaba

una tonelada. Kate salió de la cocina y cruzó la habitación directa a sus brazos.La estrechó contra su pecho.

—Ni siquiera sé cómo vamos a meter en el país a los que podamos llevar sinllamar la atención —añadió.

—¿A cuántos de los tuy os podrás reunir? —preguntó Cyrus a Samuel.—A unos setenta sin dejar expuesta a mi gente, no somos muchos —

respondió el lobo—. ¿Y tú?Cy rus frunció el ceño y resopló.—Con la preparación suficiente para algo así: un centenar. Puede que alguno

más si Mihail cree que sus novatos están preparados. Los miembros de mi clanestán muy dispersados y necesito muchos hombres aquí para protegerlos.

Adrien se puso de pie y se acercó a la ventana. Afuera solo se veían las lucesde algunas casas en la otra orilla del lago.

—¿De qué cifras estamos hablando, cuatro a uno? —preguntó.—Cinco a uno más bien —lo corrigió Robert—. Y puede que sean más.—Podríamos lograrlo, pero tendríamos muchas bajas —advirtió Adrien muy

serio. Por la expresión de William, supo que estaba pensando lo mismo.—Un número excesivo de bajas nos dejaría expuestos en un futuro inmediato

—comentó Cyrus—. El pacto, nuestras leyes, la mortalidad durante el cambio.Nuestro clan cada vez es menos numeroso, no podemos permitirnos perder atantos guerreros.

—Bien, entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Shane.—Ser tan precisos que no se den cuenta de lo que está ocurriendo hasta que se

desplomen con la garganta abierta —dijo William con un filo acerado en la voz.La reunión terminó poco después. Habían decidido viajar esa misma noche a

Estados Unidos y terminar de atar cabos allí, en Heaven Falls. El tiempo corríaen su contra, y aún debían preparar la entrada al país de los guerreros que Cyrusy su segundo al mando, Mihail, habían seleccionado para la misión. Además,Robert necesitaba concertar las reuniones con los dirigentes de los nidos máspeligrosos de renegados.

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William abandonó la casa y caminó hasta la orilla del lago. Había dejado aKate recogiendo sus cosas y pensando qué hacer con la pequeña bola de pelo quela seguía a todas partes. Algo le decía que, por primera vez en su vida, estaba apunto de tener una mascota. Sonrió, la situación era tan rara como que un pájaroadoptara a una lombriz. Enfundó las manos en los bolsillos de sus tejanos y sequedó inmóvil, contemplando las sombras del bosque que rodeaba la casa. Enalgún lugar, no muy lejos de allí, se oían risas y música a un volumen muy alto.

—Parece que alguien está dando una fiesta —dijo Adrien tras él—. No sé tú,pero yo cogería un buen pedo en este momento.

—Has tardado —le hizo notar William.—¿Ah, sí? Yo solo he oído… « Quiero hablar contigo» —imitó el tono serio y

estirado de William—. Se me ha debido pasar el « inmediatamente» . —Williamlo miró por encima del hombro y, para su sorpresa, no replicó—. Vale, ¿quépasa? —preguntó. Esta vez no había nada divertido ni sarcástico en el tono de suvoz.

Adrien se colocó al lado de William, tan cerca que sus brazos se tocaban conel más leve movimiento.

—Necesito que hagas algo por mí —dijo William.Miró a Adrien por el rabillo del ojo. Lo evaluó de pies a cabeza. Había

cambiado, su cuerpo parecía mucho más grande y fuerte; los rasgos de su caramás marcados y duros; sus ojos eran los de un viejo que ha vivido demasiado yque ha contemplado cosas que desearía no haber visto jamás. Al igual que él. Laseguridad de que Adrien era el indicado le dio el coraje para hablar.

—No formarás parte de mi escolta en las reuniones. Vas a quedarte enHeaven Falls —dijo William.

Adrien giró el cuello tan rápido, que fue un milagro que no se lo partiera.—¿A qué viene esto? ¿Sigues sin confiar en mí? —preguntó enfadado y herido

en su orgullo—. Joder. Pues lo llevas claro, soy el único que de verdad puedeproteger tu culo si las cosas se ponen muy feas. Y lo sabes.

—No se trata de eso.—¡Oh, sí, te has propuesto recordarme hasta el último día que soy la escoria

que ha provocado todo esto! Ni siquiera vas a dejar que intente redimirme. —Sedio la vuelta y comenzó a alejarse—. Buena suerte, mi rey —dijo con desprecio.

—Quiero que te quedes con Kate y que cuides de ella.Adrien se paró en seco y giró sobre sus talones, tan sorprendido que tenía la

boca abierta.—¿Es una trampa? ¿Me estás poniendo a prueba? Te dije que no la molestaría

y estoy manteniendo mi promesa.—Dios, ¿quieres cerrar la bocaza y escuchar? —le ordenó William—.

Necesito a alguien que cuide de ella mientras y o no esté.—¿Y has pensado en mí?

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—¿Tanto te sorprende?Adrien alzó las cejas de forma elocuente.—Sí, sobre todo porque estoy seguro de que pedirme esto te está provocando

una úlcera.William no pudo evitar sonreír. Una úlcera no, pero iba a tener pesadillas por

culpa de aquella conversación.—Me preocupan los arcángeles —confesó William al fin. Adrien endureció

el gesto, no esperaba esa respuesta; y aun así no le sorprendió—. No me digasque tú no lo has pensado. Podrían ir a por nosotros, o castigarnos a través de Kate,tu madre, tu hermana… Si eso ocurre, tú eres el único que podría hacerles frente.

—¿Te dan miedo los ángeles? —preguntó Adrien.William alzó la vista al cielo. Una oleada de pánico lo abrumó. No le asustaba

que Gabriel y sus hermanos volvieran, no temía enfrentarse a ellos; temía quefueran a por Kate, que intentaran quitarle aquello por lo que lo había sacrificadotodo.

—¿Tú no los temes? —preguntó a su vez.—Cada amanecer me pregunto si ese será el día en el que aparecerán para

ajustar cuentas. —Adrien se quedó callado un instante—. Lo haré —dijo al fin.No le gustaba quedarse al margen. Quería participar en aquella misión,

porque quizá así lograría quitarse de encima el sentimiento de culpa que lotorturaba. Pero no había llegado tan lejos defendiendo a su familia, como paradejarla ahora desprotegida. Y mucho menos a Kate.

William se limitó a asentir. Dio media vuelta y se dirigió a la casa.—No intentes nada con ella —avisó sin dejar de caminar.—¿Y si es ella la que intenta algo conmigo? —preguntó Adrien con una

sonrisita maliciosa.—Sigue soñando.

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12

—¡¿Qué?! —estalló Kate, cansada de la mirada escrutadora de Adrien sobreella.

—Nada, solo espero —respondió el chico mientras guardaba en el coche unosbotes de pintura que acababan de comprar.

Ella puso los ojos en blanco.—Vale, ni siquiera sé por qué pregunto, pero… ¿a qué esperas?Adrien adoptó su pose habitual de suficiencia. Se apoy ó en el coche con los

brazos cruzados y entornó los ojos.—Estoy esperando que empieces a patalear y a quejarte porque has tenido

que quedarte aquí, a mi cuidado. No sé… pero los dos sabemos que no te va elpapel de princesa en la torre. —Se agachó y cogió otro par de cubos—. Y si soysincero conmigo mismo, me preocupa que intentes jugármela, largándotedurante algún (seguro que improbable) despiste por mi parte.

Kate se lo quedó mirando, dudando entre darle un puñetazo o echarse a reír.Se colocó el pelo tras las orejas y se acomodó a su lado.

—No tienes que preocuparte —dijo, dándole un empujón cariñoso con elcodo—. No voy a ir a ningún lado. Sé que lo mejor que puedo hacer esquedarme aquí y rezar para que todo salga bien. Me mata no tener noticias, nisaber qué está pasando; pero me da más miedo ponerlos en peligro. No losoportaría. —Lo miró de reojo y sonrió—. Me portaré bien, tranquilo.

—¿De verdad?—De verdad —le aseguró—. Sé que no hay nada que pueda hacer para

ayudar. Salvo quedarme aquí, a salvo, para que él no tenga que preocuparse pormí. ¡No pasa nada por ser de vez en cuando la princesa en la torre!

—Ya, y me lo creería si no supiera que te dan arcadas con solo pensarlo.Kate soltó una carcajada. Adrien también rió y le rodeó los hombros con el

brazo de forma protectora.—Bueno. Ya tenemos la pintura, las herramientas y la madera. ¿Qué más

necesitas?—Nada más —respondió ella.—Entonces, ¿nos vamos?Kate sacudió la cabeza mientras rebuscaba en su bolso.

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—No. Tengo que pasar por la oficina de correos y recoger unos paquetespara Rachel. Key la y y o le prometimos que nos encargaríamos de la libreríamientras ella estuviera fuera con los niños.

—No te preocupes, yo me encargo de eso. Si a cambio tú entras en Lou’s yme consigues una tarta de calabaza para Carter. Esa camarera, Mandy, me acosacada vez que me ve —le dijo con un guiño travieso.

—¿Lo dices en serio?—Y tan en serio. Intenta meterme mano en cuanto tiene ocasión.Kate sacudió la cabeza, muerta de risa.—Está bien. Yo compraré la tarta. Nos vemos aquí en cinco minutos —dijo

mientras comprobaba que llevaba dinero—. ¡Eh! —llamó al chico, quecomenzaba a alejarse—. Me gusta que empieces a llevarte bien con ellos. Mehace feliz.

Adrien se dio la vuelta sin dejar de caminar.—¿Lo dices por los lobos? —preguntó.—Y por William —aclaró ella.—Mi familia necesita un lugar seguro, y yo haré lo que sea para que lo tenga.

Si el precio es convertirme en un buen chico. —Se encogió de hombros con unasonrisa que dibujó hoyuelos en su cara. Vestido con unos tejanos desgastados yun jersey de lana gris, era imposible no contemplarlo.

Kate entendía perfectamente a Mandy.—Aunque, si Carter sigue mirando a mi hermana como lo hace, voy a

cortarle algo más que las piernas —añadió él alzando el dedo con un gesto deadvertencia.

—¡¿Carter y Cecil?! —exclamó Kate sin dar crédito.Adrien no contestó, se limitó a fruncir los labios con una mueca de disgusto.

Dobló la esquina y se perdió de vista.Kate alzó las cejas, alucinada. ¡Vaya, menuda sorpresa! Cruzó la calle y

entró en el Café. Fue directamente a la barra. Lou se acercó en cuanto la vio,esbozando una sonrisa sincera. Nada que ver con las miradas fulminantes que ledirigieron Becca Hobb y sus amigas. El grupito de humanas se había dedicado aconciencia a extender rumores sobre Jill y ella, y el tipo de relaciones quemantenían con los chicos nuevos, a los que ya habían tildado de « raritos» . Porsuerte, nadie les hacía mucho caso y no habían intentado averiguar qué había decierto en esos chismes.

Mientras esperaba a que Lou guardara en una caja la tarta. Kate echó unvistazo al local. Tenía la incómoda sensación de que alguien la estaba observando.Junto a la ventana, sentado a una mesa, un hombre de unos treinta años comíaunas tortitas. Llamaba la atención porque llevaba el pelo de dos colores: unaabundante cabellera de mechones rubios y negros. Tenía la piel dorada y unosojos castaños que parecían absorber toda la luz. El hombre alzó su taza y la

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saludó con una inclinación de su barbilla. Kate frunció el ceño, por un momentopensó que no era a ella a quien se dirigía. Miró a su alrededor y, cuando clavó lavista de nuevo en la mesa, el tipo ya no estaba.

Cogió la tarta y salió de la cafetería con un nudo en el estómago. Adrienestaba al otro lado de la calle, guardando en el maletero dos paquetes de grantamaño. Se esforzaba por fingir que pesaban mucho, y que no era una especie desuperhéroe que podría levantarlos solo con el poder de su mente.

—¡Vaya, qué bien huele eso! —exclamó el chico. Tomó la tarta de las manosde Kate y acercó la nariz—. Cada vez disfruto más de la comida.

Kate no le prestó atención. Miraba fijamente un punto al otro lado de la calle.El hombre de la cafetería estaba de pie, junto al semáforo, y no apartaba susojos de ella.

—¿Habías visto antes a aquel tipo? —preguntó a Adrien.—¿Qué tipo? —Escudriñó la calle.—Allí. Junto al semáforo. Pantalón oscuro y cazadora gris.—Yo no veo nada.—¡¿Cómo que no?! ¡Si está ahí mismo! —Ladeó la cabeza un instante, para

asegurarse de que Adrien miraba en la dirección correcta—. Allí… —Se quedómuda; el hombre había desaparecido.

—Kate, ahí no hay nadie —insistió el chico. Le puso una mano en el hombro—. ¿Estás bien? —Ella parpadeó y lo miró a los ojos. Se esforzó por sonreír, peroel gesto no llegó a sus ojos. Asintió—. Entonces sube al coche. Quiero regresar.No me gusta que mi hermana pase tanto tiempo con el chucho.

—Se llama Carter —le recordó Kate con tono reprobatorio.—Sé cómo se llama —le hizo notar él con una sonrisa inocente que no

disimuló la mala intención del comentario.Kate puso los ojos en blanco y subió al coche. Apoy ó la frente en la

ventanilla mientras Adrien conducía. Estaba tan segura de haber visto a esehombre; quizá su imaginación le había jugado una mala pasada. Se enderezó enel asiento a la velocidad del rayo. Allí estaba de nuevo, junto a la carretera, y lamiraba. Si se movía unos centímetros más a la izquierda, le pasarían por encima.Alargó el brazo para señalarlo. Miró a Adrien, pero este seguía tamborileandosobre el volante al ritmo de la música y sin intención de frenar; como si allí nohubiera nadie. Y no lo había. Kate se dio la vuelta en el asiento y miró a travésdel cristal trasero. La carretera estaba desierta. Dios, ¿estaba teniendoalucinaciones?

—¡Eh, preciosa! ¿Seguro que te encuentras bien? Pareces enferma. —Katesacudió la cabeza con un gesto afirmativo—. ¿Cuánto hace que no te alimentas?

—Un par de días —respondió. Se frotó los brazos, intentando deshacerse delos escalofríos que le recorrían la espalda. Volvió a mirar por encima de suhombro.

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—Eso es mucho tiempo si solo bebes de conej itos —le hizo notar él con unguiño travieso. Se puso serio y bajó la voz—. Si lo necesitas… Yo podría… Nome importaría, lo sabes. Y sería nuestro secreto.

Kate se puso tensa y su estómago se agitó. Él le estaba ofreciendo su sangre,y solo pensar en ello disparaba su sed a niveles estratosféricos. Ni siquiera iba aconsiderarlo. Carraspeó para aclararse la voz, que, de repente, se le habíaatascado en la garganta.

—Adrien, pasó una vez, una única vez, y no volverá a repetirse. No estaríabien.

—No lo entiendo, de verdad que no. ¿Qué tiene de malo que quiera cuidar deti? Tienes hambre, puedo sentirlo. Y mi sangre te fortalece más que ninguna otra.—Sus ojos iban de la carretera a ella y de ella a la carretera—. No veas nadasucio en esto, Kate. No sé, podrías verlo como un padre que alimenta a su hija.Yo te creé y me siento en deuda contigo.

Kate se quedó boquiabierta. ¡¿Como un padre a su hija?! Le puso mala carapor recordarle lo ocurrido y la osadía de la propuesta. Aunque, durante uninstante, se dejó llevar por la tentación. Había estado bebiendo de William hastael punto de que casi se había convertido en su única fuente de alimento. Su sangrela saciaba de un modo que no conseguía ni la humana embotellada que tragaba;mucho menos la de un zorro o un… conejo. ¡Puaj! Recordaba el sabor de lasangre de Adrien, más picante, como a especias. Apartó la idea con unainspiración entrecortada.

—William lo sabe. Sabe lo que pasó —confesó ella—. Se lo tomó como si mehubiera acostado contigo.

Adrien lanzó un silbido y después resopló.—Me sorprende que no haya intentado arrancarme la cabeza.Kate contuvo la sonrisa que le tiraba de los labios.—Créeme, tuve que recurrir a todo mi arsenal para que no lo hiciera —

replicó con un atisbo de rubor en la voz.Adrien la miró de reojo y sonrió. Meneó la cabeza y la sonrisa se convirtió en

una risita silenciosa que sacudió su cuerpo. La adoraba, no podía evitarlo. Yahora había una serie de imágenes que no podía quitarse de la cabeza.

—Es hora de irnos —dijo Robert desde la puerta.William se puso de pie, irguiéndose con elegancia en toda su estatura. Vestido

completamente de negro, la única nota de color la ponían sus ojos de color zafiro,que esa noche destellaban con un brillo mortífero y decidido.

Abandonó la habitación del hotel con Robert a su lado, escoltados por losvampiros que en los últimos días se habían convertido en su sombra: Cy rus abríala marcha; cuatro de sus mejores guerreros caminaban controlando los flancos;

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y Mihail y Mako vigilaban la retaguardia seguidos de otros dos hombres.Para William había sido toda una sorpresa encontrar a la vampira formando

parte de sus guardaespaldas. No porque tuviera dudas sobre sus capacidades (elhecho de que Mihail la hubiera elegido por encima de otros guerreros más viejosy con muchos más años de experiencia, demostraba que ella era un armaprecisa y mortal), sino por que había decidido dejar de servir a los Arcanos porvoluntad propia. Y después de su último encuentro, que no se sintiera incómodaestando cerca de él, le sorprendía bastante.

En la calle les esperaban tres GMC Yukon de color negro, aparcados en filafrente al hotel. William subió al que estaba estacionado en segundo lugar, suhermano se sentó a su lado y Cy rus en el asiento del copiloto. El resto subió a losotros vehículos; y se pusieron en marcha.

A través de los cristales tintados, William contempló la ciudad de San Diego.Allí se encontraba uno de los nidos más peligrosos de los que teníanconocimiento, y en breves minutos tendría a su líder frente a frente. Esperabaque estuviera tan dispuesto a colaborar, como lo habían estado los otros líderes. Ysi no, no tenía ningún inconveniente en ser un poco persuasivo. Nunca lo habíatenido. Por ese motivo su nombre siempre había sido temido entre los renegados.

Se frotó el pecho con los nudillos. Sentía un calor extraño en su interior. Semiró las manos y percibió en los dedos destellos de luz blanca. Cada vez lecostaba más controlar las evidencias de su otra naturaleza. Mantener a ray a alángel era toda una demostración de autocontrol.

Los coches se detuvieron frente a un club nocturno.—Aquí es —informó Robert—. ¿Estás listo?William asintió con la cabeza mientras acomodaba un par de dagas bajo su

chaqueta, y espero a que Cyrus le abriera la puerta. Odiaba la parafernalia querodeaba a su nuevo estatus, pero era necesaria para darle credibilidad. Descendiódel vehículo. Sus ojos recorrieron el entorno con precisión milimétrica. Habíasombras observándoles desde todos los rincones. Se enderezó en toda su estaturay, con una tranquilidad estudiada, se dirigió a la puerta con su séquito armadopisándole los talones.

Entró en el club sin un ápice de duda. Se movía con la elegancia mortal deldepredador que era, y el influjo que desprendía se extendió por la sala. A medidaque se abría paso a través de las mesas, con sus anchos hombros balanceándosesiguiendo los vaivenes de sus caderas, todos los ojos se alzaron para mirarle.

Entornó los párpados y sus labios se curvaron con una sonrisa siniestra. Logróel efecto que pretendía y muchos bajaron la vista, como si supieran que aquelvampiro podía matar a los presentes sin usar nada más que sus manos. Y no seequivocaban.

Al fondo del local, tras una pared de cristal, William localizó lo que parecíauna zona vip. Sentados en un sofá de plástico rojo había varios renegados. En el

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centro, un vampiro de larga melena rubia se puso de pie nada más verle. Sonrióy unos colmillos quedaron a la vista tras sus labios, finos y pálidos.

—Bienvenido a mis dominios, señor Crain —dijo el vampiro en tono alegre,evitando de forma deliberada llamarle « rey» . Le ofreció la mano con unaactitud prepotente—. Soy Roland Trap.

William miró la mano y después a los ojos del vampiro. Había comenzado eljuego de posiciones y William tenía que dejar muy clara cuál era la suya: rey,dueño y señor de cada vida vampira sobre la faz de la tierra. Hizo un gesto aCy rus y este agarró por el cuello a un vampiro que estaba sentado en un sillón; lolevantó en peso antes de lanzarlo contra la barra. Sin inmutarse lo más mínimo,William se acomodó en el asiento libre y le pidió con una mirada a Roland que sesentara. Después sacó las dagas que llevaba a la espalda y las colocó sobre lamesa, con las empuñaduras apuntando en su dirección; una clara invitación a queintentara usarlas si tenía agallas.

Roland se quedó mirando las dagas. Después paseó la vista por los guerrerosque lo acompañaban. Aquellos hombres y la mujer iban armados hasta losdientes, y parecían dispuestos a dar la vida por él. No había que ser muyobservador para darse cuenta de que en un enfrentamiento provocarían muchasbajas antes de caer. El único que sonreía era Robert, pero era una sonrisa carentede humor; lo ponía de los nervios. Todo el mundo sabía que era un psicópataegocéntrico con habilidades de carnicero. Se sentó de nuevo, y la arroganciadejó paso a la cautela.

—Cuando tu hermano contactó conmigo para concertar esta reunión, measeguró que me interesaba mucho acceder a verte. Y no solo eso, me contócosas bastante interesantes. ¿Es cierto lo que se dice? ¿Que has sido tú el que haroto la maldición del sol? —preguntó Roland.

William asintió y esbozó una sonrisa burlona.—¿Y por qué debería creerme eso? ¿Porque lo dices tú? —continuó el

renegado.—Háblale con respeto —intervino Cyrus. Rodeó con la mano la empuñadura

de su espada bajo la chaqueta.—Mi respeto ha de ganárselo. Hasta ahora, que yo sepa, lo único que ha

hecho es asesinar a su propia especie. Ha ay udado a su padre a mutilarnos,reprimiendo por la fuerza nuestros instintos, nuestra naturaleza depredadora. A unvampiro no se le puede domesticar —escupió Roland.

Mihail dio un paso adelante desenfundando su arma. William alzó la mano yel guerrero se detuvo.

—Sí, he roto la maldición —respondió.—¿Cómo?—El modo no importa. Podía y lo he hecho. Acepta el regalo y no lo

cuestiones —le sugirió con una mirada feroz.

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En el rostro de Roland se visualizaba la confusión. Deambulaba alrededor desu cara como una sombra oscura, recelosa. No había fanfarronería en el nuevorey, parecía sincero. Y no podía ignorar el hecho de que siempre había sidoinmune al sol. Los más santones siempre habían creído que era una especie deelegido enviado a salvarles.

—Los rumores también dicen que has depuesto a tu padre, que ahora eres elrey. ¿Eso es cierto?

William se miró la mano donde lucía el anillo.—Mi padre llevaba demasiado tiempo al mando, era hora de un cambio. El

futuro necesita nuevas perspectivas.—Debes haber sido muy persuasivo para que él y el Consejo hayan accedido

sin más.William dibujó una amplia sonrisa. Se inclinó hacia delante de modo que la

luz dejó de iluminarle el rostro y quedó oculto en sombras. Sus ojos destellaronconvertidos en rubíes. Su aspecto acobardaba, aunque intimidaba mucho más loque no se veía pero podía sentirse latir bajo su piel.

—Consigo lo que quiero, Roland. Siempre. Y suelo enfadarme mucho cuandoalguien intenta impedirlo. Mi padre goza ahora de unas merecidas vacaciones enun bonito lugar.

Roland sonrió y estudió a William durante dos largos segundos. Se moría porpreguntar qué le había ocurrido al virtuoso traidor de Sebastian, pero no loconsideró prudente en aquel momento. Lo importante era que, por fin, parecíaque el rey represor había dejado de ser un problema.

—Y bien, ¿qué te ha traído aquí exactamente? Robert no me explicó mucho ytengo verdadera curiosidad.

William se estiró en el sillón y unió las puntas de sus dedos a la altura de suboca, golpeando ligeramente sus labios con gesto pensativo.

—Tengo planes, grandes planes —empezó a decir—. Cada movimiento quehago es un paso más que me acerca a un fin: la maldición, el trono, mi presenciaaquí… Me voy a encargar de que los vampiros vuelvan a estar arriba en lacadena alimenticia. De donde no debieron descender nunca.

—Eso suena muy bien —dijo Roland asintiendo con agrado.William sonrió con suficiencia.—Sí, y solo es cuestión de tiempo y paciencia lograrlo; y de no caer en el

error de menospreciar al enemigo. Los humanos no son más que alimento,rebaños. Pero no soy idiota, esos rebaños son muy numerosos, y la masa cobrafuerza por sí sola. Un solo error y caerán sobre nosotros antes de que consigacontrolarlos. Así que, no puedo permitir errores, ni que nada ni nadie ocasioneesos errores. Voy a deshacerme de todos aquellos que puedan suponer un riesgoque amenace mis deseos. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Por supuesto que lo entiendo y creo que tienes toda la razón. E imagino por

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qué estás aquí. Así que, dime, ¿en qué puedo ayudarte?William soltó una risita. Sus brillantes ojos estaban clavados en Roland.

Suspiró desencantado.—No lo has entendido. No tienes nada que yo necesite, y a lo tengo todo. Eres

tú quien necesita algo de mí.Roland frunció el ceño, contrariado. Miró a Robert; en su conversación

telefónica las cosas parecían de otro modo. Un acceso de orgullo le hizoenvararse.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Qué podría necesitar yo de ti? —le soltó condesprecio.

Cyrus gruñó y Robert se inclinó hacia delante, con el cuerpo tenso y listo parasaltar sobre el renegado.

—Cuida tu lengua o dejará de pertenecerte —le dijo.William posó una mano en el brazo de su hermano, y este se relajó.—No he venido hasta aquí a negociar contigo, ni a hacer un trato. He venido a

darte la posibilidad de que continúes con todo esto. —Hizo un gesto con el queabarcó el local—. A darte la oportunidad de que sigas vivo…

—¿Vivo? —repitió el renegado con un ligero temblor en la voz—. ¿Qué tehace pensar que podrías matarme? —Miró a sus hombres. En ese momento, enel club, había más de una veintena; doblaban en número a William y susguerreros.

—Ni siquiera tendría que moverme para acabar contigo en este momento —dijo William.

Se inclinó hacia delante y envolvió con su mente el corazón de Roland. Unagarra invisible lo apretó, clavándose en él. Roland abrió la boca con un resuello yse llevó las manos al pecho. El miedo se reflejó en sus ojos. « ¿Puedes sentirlo?» ,le preguntó dentro de su cabeza.

—Vamos, Roland. Mírame —dijo en voz alta. Abrió los brazos, exhibiéndose,adoptando ese aire arrogante tan natural en él—. Estoy muy lejos de ser unvampiro… corriente. Nunca me ha afectado el sol y he liberado a la raza de suúnica debilidad. Soy rey y cientos de guerreros están dispuestos a matar y morirpor mí. Soy el Mesías que ha venido a liberaros de todas vuestras cadenas —lehizo notar con un susurro amenazador—. Inténtalo, da la orden. Diles que mematen.

Roland negó con la cabeza, su confianza se estaba desmoronando con cadapalabra, con cada mirada de William. Un instinto primario le advertía de que nojugara con él. William era mucho más de lo que parecía a simple vista. Ningunade las habladurías sobre él le hacía justicia. Era letal y frío, poderoso, sin límitesaparentes. ¿Y si no era palabrería? ¿Y si era algún tipo de Mesías? Siempre habíasido escéptico, pero ahora…

—¿Y qué tendría que hacer para conseguir ese favor? —cedió al fin.

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—Nada, eso es lo mejor de todo, que no tendrás que hacer absolutamentenada. No te moverás, hablarás o comerás sin que yo te lo ordene primero. Telimitarás a esperar hasta que yo te necesite, si es que te necesito. Y si haces todoeso, y o seré benevolente y un buen rey contigo.

Roland lo meditó un largo segundo.—Está bien, acepto.Un brillo de diversión apareció en los ojos de William.—Me alegro de oírlo, pero voy a necesitar que repitas esas palabras en otro

momento y en otro lugar.El renegado asintió con la cabeza.—Será como digas.—Bien. Dentro de diez días, en Nueva Orleans. Irás con tu gente al lugar que

yo te indique a rendirme pleitesía, y haréis un juramento —le informó William.Roland asintió—. Permanece a mi lado y te recompensaré. Suelo ser muygeneroso.

William se puso de pie con el sabor de la victoria en su paladar. Estabaeufórico. La primera parte del plan había funcionado. Los tenía. Un solo golpe yacabaría con la mayor parte de ellos, los más peligrosos. Después de eso, el restoquedaría disperso, se escondería. Cazarlos no sería un problema, solo cuestión detiempo, y el mundo quedaría libre de la plaga que eran.

—Espera —pidió Roland. Le hizo un gesto a uno de sus hombres. El vampirodesapareció con paso rápido tras una puerta—. Me gustaría hacerte una ofrenda.Un regalo.

La puerta volvió a abrirse y el vampiro regresó con una chica humana a laque sujetaba de un brazo y casi obligaba a caminar. La joven tenía los ojos muyabiertos, asustados y enrojecidos, como si hubiera estado llorando; parecía enestado de shock.

—Acéptala, por favor —pidió Roland—, como símbolo de mi lealtad hacia ti.—Se llevó la mano al pecho e inclinó la barbilla hacia delante—. Juro quelucharé por ti, que te protegeré con mi vida y que te alimentaré, mi señor. Aceptami humilde sacrificio y el poder de su esencia.

William se quedó de piedra. Roland era más antiguo de lo que parecía yconocía las viejas tradiciones anteriores al pacto. Regalar una presa, con loescasas que habían llegado a ser en otras épocas, era un gesto de generosidad yrespeto que no se debía rechazar sin caer en la ofensa. Casi se le doblaron lasrodillas. Miró a la chica. Era menuda, con unas mejillas sonrosadas en un rostroredondo y moreno. No tendría más de veinte años, puede que menos. La humanale devolvió la mirada y, poco a poco, su miedo dio paso a otra cosa; se quedóembelesada. No era la primera vez que le ocurría algo así con los humanos.Despertaba en ellos una incómoda fascinación, que había ido aumentando desdeque su naturaleza de ángel se estaba haciendo con el control de su cuerpo y su

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mente. Maldijo para sí mismo, ni siquiera se había planteado que algo así pudieraocurrir. Era un contratiempo, e importante.

—Si no es de tu agrado, puedo ofrecerte otra… —dijo Roland al ver queWilliam no dejaba de mirar a la chica en silencio.

« ¡Dios, esto no puede estar pasando! ¡No puedo hacerlo, no puedohacerlo!» , pensó.

Él luchaba para defender a los humanos. Se alimentaba de sangre animal y lahumana solo la ingería de vez en cuando para recuperar fuerzas; siempreembotellada, fría para no sentirse tentado con los matices y el aroma quepotenciaban el calor. Y bien sabía que no era lo suficientemente fuerte comopara beber de un humano sin perder la cabeza. Ese riesgo era demasiado alto ensu caso. Sin contar con que incumpliría el pacto que él mismo había firmado yjurado defender.

Pero si no lo hacía, el papel que estaba representando quedaría en entredicho.Miró por encima de su hombro, buscando a su hermano. Robert parecía una

estatua, inmóvil e impasible, solo sus ojos reflejaban el pánico que sentía. Yestaba pensando lo mismo que él. William asintió de forma imperceptible, yRobert le devolvió el gesto. No podían despertar sospechas, ni mostrar debilidad,no a esas alturas. Todas las batallas exigían sacrificios.

—Ya veo —continuó Roland—. Temes que haya puesto algo en su sangre. Noconfías en mí. Te juro que no es así. Te lo demostraré.

Roland tomó a la humana del brazo y, sin un atisbo de compasión, se llevó sumuñeca a la boca. Clavó los dientes en ella y tomó un buen trago de sangre. Lachica se estremeció y gimoteó, incapaz de apartar los ojos de la heridasangrante. El olor a vida penetró en el olfato de William. Sus fosas nasales sedilataron, capturando el aroma. Su estómago se agitó.

—Deliciosa —dijo Roland, relamiéndose. Colocó una mano en la espalda dela joven y la empujó contra William.

La chica tropezó y William la sostuvo por la cintura antes de que perdiera elequilibrio. La miró a los ojos, los suyos cambiaron de color hasta convertirse enfuego. Ella quedó atrapada en su mirada, demasiado impresionada para moverseo siquiera pensar. El olor de la sangre lo estaba trastornando. Se dijo que pararíaantes de dejarla seca, dejaría que se convirtiera y después cuidaría de ella paracompensarla. Mejor vampira que muerta para siempre.

La sangre lo llamaba de forma insistente. La imagen de Amelia apareció ensu mente como un flash, la apartó con un gruñido. Entonces vio a Kate,caminando por el bosque con la garganta abierta. Si algo podía ayudarle en esemomento, era ella. Lentamente se inclinó sobre la chica, que permanecía quieta.Con suavidad le puso una mano en el cuello, le acarició la vena con el pulgar. Lepalpitaba a un ritmo endemoniado, cargada de adrenalina; y con cada latido, lasangre goteaba más rápido contra el suelo desde su muñeca. El deseo se apoderó

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de él. Había fantaseado tantas veces con hacer algo así.La mordió. Sus dientes se clavaron en la piel suave y el mundo se detuvo

cuando la sangre inundó su boca. Bebió, y continuó bebiendo. Placer y dolor.Poder recorriéndole las venas. Cerró los ojos y el tiempo quedó parado en unéxtasis demoledor. El cuerpo de la chica se volvió lánguido entre sus brazos, loslatidos se ralentizaron y el flujo disminuyó. William clavó los dientes con másfuerza y succionó con un gruñido, no quería que se acabara. Necesitaba más,mucho más. Volvió a gruñir, insatisfecho con aquel último sorbo; y entonces lasintió, pegándose a su lengua, deslizándose por su garganta, abriéndolo en canalde arriba abajo. La esencia vital de la chica se abrió paso hasta su corazón y,durante un instante, lo hizo latir. Palpitó de verdad.

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Abandonaron el local con paso rápido. Apelando a su fuerza de voluntad, Williamlogró entrar en el coche como si no pasara nada de nada. Por dentro un zumbidohacía vibrar su cuerpo con la sensación de que en cualquier momento esavibración saldría a la superficie desdibujando su piel. La sangre de la chica lesupo increíblemente dulce y su esencia… Dios, su esencia… Ni siquiera teníapalabras para describir lo que había sentido. Fuerza y poder en estado puro,ilimitado.

—¿Estás bien? —preguntó Robert.Robert miraba a su hermano, preocupado. Sus ojos descendieron hasta las

manchas de sangre que le habían salpicado la piel bajo la mandíbula. No podíaquitarse de la cabeza la imagen de William bebiendo de la joven humana, laexpresión de absoluta maldad en su rostro al separarse del cuerpo sin vida y eldesconsuelo en sus ojos al comprobar que estaba muerta. Había sacrificios quejamás compensarían el precio que se pagaba por ellos. Por suerte, el resto de suséquito no había visto la escena. Cy rus había sido prudente a la hora de hacerlessalir un instante antes.

—La he matado, Robert. No he sido capaz de detenerme —susurró con lavista fija en algún punto solo visible para él. Se sentía como un violador, unasesino… Un monstruo.

—Esa chica ya estaba condenada antes de que tú llegaras. Al menos, no hasentido miedo y ha servido a un buen propósito. ¡No te atormentes, hermano! Nopienses.

William lo miró de reojo. Dos lágrimas descendían por sus mejillas, parecíanperlas.

—Lucho para evitar que cosas así ocurran y me he convertido en lo quecombato.

—¡No, has hecho un sacrificio necesario! ¿Acaso crees que yo no cargo conmis propios demonios? Mientras le seguía el juego a Amelia y a Marcelo, no tuvemás remedio que hacer… « cosas» . Aunque siempre me detuve antes de que lavida abandonara al humano. Siempre he tenido miedo de llegar tan lejos. Mioscuridad está demasiado presente para ponerla a prueba.

—Yo no he podido detenerme —se lamentó William. Rechinó los dientes; de

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repente sentía una necesidad casi física de acabar con aquella conversación yalejarse de todo—. Para el coche —le ordenó al guerrero que conducía.

El vampiro obedeció de inmediato y William descendió del vehículo.—¿A dónde vas? —preguntó Robert bajándose tras él.El coche que les seguía se detuvo y Mihail y Mako salieron con sus armas en

las manos, recorriendo con la vista el entorno tratando de localizar la amenaza.—¿Qué ocurre? —inquirió Mihail.—Nada —respondió William. Su mirada se encontró con la de Mako. Ella

hizo ademán de ir a acercarse, pero se detuvo en el último momento, ocupandosu oposición tras su superior—. Aquí hemos terminado. Quiero que regreséis aHeaven Falls para preparar el siguiente paso. Nos encontraremos allí.

—Pero… mi señor, eso no es prudente. No debes quedarte desprotegido,ahora eres demasiado importante para la raza —le recordó Mihail.

—Es una orden —gruñó William. Odiaba que lo llamaran así.—Está bien —aceptó el vampiro, vacilante.Robert se pegó a él y sujetándolo por un codo le habló al oído.—¿Qué te pasa?La cara de William se puso tensa y el tono de su voz se volvió inexpresivo.—Nada, solo necesito estar solo un rato y … caminar. Acabaré volviéndome

loco dentro de ese coche. No te preocupes, ya sabes que tengo mis medios pararegresar a casa.

—Sí, pero creía que habíamos quedado en que no usarías tus « medios» . Noestamos seguros de si el uso de tus poderes puede alertar a los ángeles o a losnefilim. Llamar su atención es lo último que necesitamos.

—Lo sé. Tendré cuidado.Robert estaba preocupado, conocía demasiado bien a su hermano.—Will, lo de esa humana…William hizo una mueca de fastidio.—Era necesario. Lo sé, ¿vale? Y estoy bien. No voy a lanzarme sobre el

primer cuello que vea —le aseguró. Sin darle tiempo a decir nada más, se alejó apaso rápido perdiéndose en la noche.

Pero no estaba tan seguro de esa afirmación como creía. Mientras se movíaentre las personas que circulaban por la calle, sus sentidos se centraban en cadapulso latente que pasaba por su lado. Decenas de corazones repletos de vida lorodeaban como un mar revuelto, sacudiéndolo de un lado a otro. Una chica conun uniforme de camarera salió de una cafetería. Sin querer chocó con él. Alzósus ojos y lo miró con una disculpa en su sonrisa. El rubor le tiñó las mejillas yWilliam se encontró sonriendo sin darse cuenta.

—Lo siento. No miraba por donde iba.—Perdonada —dijo William. Su sonrisa se acentuó sin dejar de mirarla. En

realidad contemplaba la vena que latía bajo su oreja, cada vez más rápido.

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—Tu acento… Tú no eres de por aquí, ¿verdad? —preguntó ella,recogiéndose el pelo tras las orejas de forma coqueta.

William percibió el cambio de olor en su cuerpo. Se sentía atraídafísicamente por él con una evidencia imposible de ignorar. El corazón lemartilleaba el pecho con fuerza.

—Eres muy perspicaz —le susurró inclinándose sobre ella. Aspiró su olor sinningún disimulo.

—Sí… Bueno… Tengo buen oído —dijo ella cada vez más colorada.—Y muchas más cosas —le hizo notar él.Esbozó una sonrisa. Hermosa y sensual. La chica quedó atrapada en ella. Si le

pedía que lo acompañara, ella lo haría, y él tenía un agujero en el pecho quenecesitaba llenar. Solo podía pensar en ese agujero. Una vocecita le decía quenada de aquello estaba bien. Otra le recordaba que era un híbrido único ypoderoso, y que no tenía por qué someterse a nadie, solo a sus propios deseos.

—¿Tienes novia? —curioseó ella.La pregunta se abrió paso en su cerebro como la hoja de un cuchillo. Kate.

William se envaró, ¡qué demonios estaba haciendo coqueteando con aquellahumana! Coqueteando no era la palabra. Estaba acechando a una presa.

Apretó los dientes y echó a andar, dejándola allí plantada. De repente lamarea humana ya no era tan apetitosa, sino molesta; no le apetecía su sangre,quería arrancar cada corazón de su pecho. Y él estaba tan enfadado. Ardía por larabia, por las contradicciones y su debilidad. Se adentró en un callejón buscandoun lugar para desmaterializarse sin ser visto. Anduvo entre los contenedoresdonde algunos mendigos rebuscaban algo que llevarse a la boca. Un poco másadelante, un hombre discutía con dos mujeres por dinero. Parecían prostitutas.Ellas le dieron todo cuanto llevaban en sus bolsillos y él las despidió con uncachete en el trasero.

—¿Se puede saber qué estás mirando? —le espetó el hombre mientrascontaba un fajo de billetes sin siquiera levantar la vista.

Todo ocurrió en un visto y no visto en el que su humanidad desapareció bajoun instinto salvaje descontrolado. Estaba de pie en el callejón y un parpadeodespués su mano aferraba el corazón del hombre. Lo sostuvo mientras veía cómose desangraba, sin una pizca de arrepentimiento. Su mano se iluminó y elmúsculo quedó reducido a cenizas. Apartó el cuerpo de una patada y sedesvaneció en el aire.

William se materializó junto al arroy o, cerca de la cascada. No podíaprecisar con exactitud la sensación que experimentaba bajo la piel. Lo que sísabía con total seguridad, era que nunca había sentido algo así, y que era unaseñal de alarma. Se miró la mano ensangrentada, aún podía notar el calor delhombre calentándole la palma de la mano. Le había arrancado el corazón delpecho. Lo había asesinado a sangre fría y, aunque el tipo era un indeseable, no

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dejaba de ser una vida sobre la que él no tenía ningún derecho. Y la chica…Cerró los ojos. Su sangre… Los remordimientos se entremezclaban con el placery el deseo de volver a sentir la vitalidad humana en sus venas. Lanzó un gritocargado de frustración.

Se agachó y comenzó a lavarse. Tenía la chaqueta y la camisa salpicadas desangre, también los zapatos. Se quitó toda la ropa, menos los pantalones, y leprendió fuego. Mientras contemplaba las llamas, intentó ignorar la oscuridad quepulsaba en su interior, abriéndose paso. Se sobrepuso a la inquietante sensación afuerza de voluntad, y se dirigió a casa. Las luces de la segunda planta estabanencendidas y se oía el agua de la ducha caer. Su necesidad de ella, de verla ysentirla, lo dominó por completo. Ella era su oasis en el desierto, su casa. Nadamás poner un pie en la entrada, se quedó inmóvil, ladeó la cabeza y sus ojostaladraron el bosque.

—Como la estés mirando te sacaré los ojos —dijo William bruscamente.Se oy ó una risita y el ruido de unas ramas. Una sombra cayó hasta aterrizar

en el suelo con la elegancia de un puma.—Aún no tengo rayos X en los ojos que atraviesen las paredes. Pero no

estaría mal, ¿eh?William resopló con los ojos en blanco.—¿Cómo se ha portado?—¿Kate? —Adrien sonrió—. No te lo vas a creer, pero… como un corderito.

Ha pasado toda la semana en la casa de huéspedes, dándome órdenes yhaciéndome trabajar como un esclavo. Lo mío es el arte de la guerra, no pintarestuco. —Abrió los brazos como si implorara—. ¿Le has… le has dicho que es undisparate convertir la casa en un albergue para vampiros?

—¿Crees que serviría de algo? —le preguntó a su vez William.Adrien alzó las cejas, pensativo. Sacudió la cabeza con un gesto exasperado.—La verdad es que no —respondió, caminando hasta él. Entornó los ojos y

miró a William con atención, con el extraño presentimiento de que algo malo,muy malo, le había ocurrido—. ¿Todo bien?

William asintió y se apoy ó contra la columna de madera.—Mejor de lo que esperaba. Los he convencido, aunque solo con miedo y

promesas, pero eso es lo de menos, ¿no? Irán a Nueva Orleans, todos, ¡y losreduciremos a cenizas!

—Me alegro, pero no me refería a eso. Sé que ha ido bien porque estás aquíde una pieza. Pero no te pregunto por las reuniones. Estás… raro… —Entornó losojos, como si así fuese capaz de ver aquello que se le escapaba. Y entonces loolió—. ¡Por Dios! ¿Qué has hecho, idiota?

William se enderezó, tan tenso como un cable de acero.—Lo que debía —escupió—. Vete a casa, Adrien. Te llamaré si te necesito.

—Y desapareció sin más.

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—De nada. Ha sido un placer —respondió Adrien al tiempo que dirigía unamirada feroz a la casa.

La ropa de Kate estaba esparcida por el suelo del dormitorio y olía a pinturay disolvente. Entró en el baño sin hacer ruido y se quedó mirando la silueta de sucuerpo tras la mampara de la ducha. ¡Dios, cómo la había echado de menos! Sucuerpo se agitó con un estremecimiento. Ella lo derretía, lo conmovía, y lascapas de frialdad y dureza tras las que se cobijaba caían una tras otra cuando latenía cerca. Era su mundo privado donde todo era perfecto.

Kate se quedó quieta. Por un momento le pareció percibir una presencia en lacasa. Pensó en Adrien, quizá había entrado a por algo. Corrió el cristal y asomóla cabeza.

—¡Hola!Nadie contestó. Se encogió de hombros, seguro que había sido su imaginación

inquieta. Tan inquieta que había empezado a tener alucinaciones. Se giró paracoger la esponja y un grito escapó de su boca al darse de bruces contra una molede piel y músculos. William estaba dentro de la ducha vestido tan solo con unostejanos.

—¡Dios, casi me matas del susto! —le espetó, golpeándolo en el estómagocon el puño.

Los labios de William se curvaron con una sonrisa mientras la miraba dearriba abajo.

—No era esta la bienvenida que esperaba —le dijo en voz baja. Kate locontempló un instante. De repente, lo abrazó, hundiendo el rostro en su pecho conla desesperación que había estado controlando los últimos días—. Mucho mejor—murmuró con los labios contra su pelo. La estrechó con fuerza, sintiendo sucuerpo desnudo, frágil y tembloroso entre sus brazos.

—Me alegro tanto de que hayas vuelto. Estaba muy preocupada. Muerta demiedo —confesó. Echó la cabeza atrás para poder mirarlo a los ojos—. ¿Todosestán bien? —Él asintió—. ¿Y las cosas han salido como esperabas? —Volvió aasentir. Kate suspiró y su cuerpo se relajó entre sus brazos—. ¿Y ahora qué?

William se encogió de hombros. Le levantó la barbilla con un dedo y la mirófijamente. Su sonrisa tenía una expresión muy masculina, de satisfacción yposesión. Ella se derritió y le devolvió la sonrisa.

—Me muero de deseo por ti. No puedo estar lejos de ti sin sentir que me hanarrancado medio cuerpo. Una semana y estoy famélico; te necesito. Me mueroy tú mueres por mí —dijo contra sus labios. Percibiendo el hambre quedespertaba en ella. Eso aumentó su deseo—. ¿De verdad quieres hablar derenegados y del futuro en este momento?

—No, no quiero —suspiró ella. Con sus palabras solo había logrado quepensara en una única cosa.

Lo tuvo encima incluso antes de percatarse de que se movía. Introdujo una

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pierna entre sus muslos, le sujetó los brazos por encima de la cabeza y atrapó suslabios con su boca. La besó con fuerza. Ella no pudo contenerse y lo mordió en ellabio inferior. William gimió con un sonido delicioso, mientras la sangre semezclaba con la saliva.

El mundo dejó de existir para ambos. Solo sentían sus emociones y estas losimpulsaban al uno contra el otro con ferocidad. William la alzó por las caderas yella enlazó los brazos en su cuello, mientras le recorría la mandíbula con la nariz.Le acarició la oreja y después el cuello, aspiró su olor sobre la vena tensa quedescendía hasta la clavícula. Él ladeó la cabeza y ella besó su piel antes de hundirlos dientes en ella.

William gruñó.—¡Dios, me encanta alimentarte!

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—Olvídalo —dijo Kate mientras se movía por el salón buscando las llaves delcoche—. No pienso llevar escolta. ¿Sabes… sabes lo raro que sería ir por ahírodeada de unos tíos que parecen clones de Riddick?

—¿Quién? —preguntó William.Kate lo miró como si tuviera delante a un extraterrestre. Sacudió la cabeza y

puso los ojos en blanco.—No necesito guardaespaldas —aseguró con voz firme.William se reclinó en el sofá, acomodándose de un modo perezoso y

arrogante. La miró con las pestañas bajas.—Kate, por favor, serán discretos. No puedes ir por ahí desprotegida.—No estoy desprotegida. Sabes muy bien que puedo defenderme, y estos

días he practicado con Adrien. Pregúntale, verás cómo te dice que sé protegermebastante bien.

La sonrisa desapareció del rostro del vampiro. No le gustó oír aquello. Intentóapartar de su mente la imagen de un combate cuerpo a cuerpo entre ellos.Imposible. Ahora no lograba pensar en otra cosa que no fueran brazos y piernasentrelazados. Se puso de pie y se dirigió a la cocina. Sacó de la nevera una bolsade sangre y la rasgó con los dientes. Empezó a beber. Necesitaba calmar losnervios que sentía en el estómago.

Ella lo siguió. Se quedó parada junto a la puerta, mirándolo. Solo llevaba unpantalón de pijama que colgaba por debajo de sus caderas, mostrando losuficiente para que pudiera distraerse con su perfecta anatomía.

—Will —dijo con tono mimoso. Él la miró de reojo, enfadado. Unosmechones de pelo oscuro le cayeron por la frente cuando ladeó la cabeza haciala ventana—. Sé que te preocupa mi seguridad. Pero, intenta pensar, no puedopasearme por Heaven Falls con un ejército de vampiros. Llaman demasiado laatención, son… son enormes y dan miedo. La gente hará preguntas, empezarán afijarse en nosotros y a especular. Sabes que eso no sería bueno para nosotros.

» Además, no hay motivos para pensar que en este momento los renegadosvay an a atacarnos. Y si lo que te preocupa son los ángeles, sabes que solonecesitan un pensamiento para reducir a cenizas a uno de nosotros. Si deciden ir apor mí, ni siquiera tendrán que acercarse.

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William dejó de beber. Parpadeó y pareció caer en la cuenta de lo que ellaacababa de decir. Que tuviera una escolta no era suficiente. ¡Dios, cómo no sehabía dado cuenta antes!

—Tienes razón, por eso será mejor que te quedes en casa hasta que todo estopase y estemos seguros. Puedo traer a Jill para que te haga compañía, seguro quea Evan no le importa. También trasladaré a Marie. Os podremos proteger mejorsi estáis juntas.

—¿Qué? —Kate dio un respingo—. No pienso quedarme en casa encerrada.—Solo será hasta que todo acabe. Hasta que eliminemos el peligro.—¿Eliminar el peligro? ¡Siempre habrá ángeles! No puedes tenerme

encerrada por toda la eternidad.—Lo que no puedo permitir es que te hagan daño.—¿Incluso a costa de mi libertad? ¡No eres mi dueño!—Estoy cansado de discutir. Es lo único que hacemos, discutir y discutir —

respondió exasperado.Tiró la bolsa vacía a la pila. No lograba entender la actitud de Kate. ¿Acaso

no se daba cuenta de que lo hacía por ella, para mantenerla a salvo? Que laquería tanto que perderla no era una opción.

—Puede que dejemos de discutir si tú intentas ser más razonable —le espetóKate.

La irritación aguijoneó a William. Se plantó delante de ella, tan cerca que elaire apenas circulaba entre sus cuerpos. Apretó los labios con una mueca deescepticismo.

—¿Razonable? ¿Ser razonable es quedarme de brazos cruzados mientras tú teexpones con una diana del tamaño de Maine en la espalda? Todo el mundo sabelo que significas para mí, que eres mi debilidad, e intentarán aprovecharla paracontrolarme o castigarme.

» Reduciría el mundo a escombros por ti y lo saben. Al igual que saben quemoriría si te pierdo. Así que, no estás en posición de negociar conmigo, sino dehacer lo que yo diga.

Kate retrocedió un paso, estremeciéndose como si la hubiera abofeteado.William se había pasado con su actitud machista y controladora.

—Bueno, yo veo otra solución al problema: dejaré de ser tu debilidad. Quizádebamos demostrarles que no soy tan importante para ti; es más, les dejaremosmuy claro que no soy nada tuyo. Así dejaré de interesarles. —Lo apuntó con eldedo—. Ni siquiera habrá que fingir… ¡porque a este paso será la verdad!

La piel de William comenzó a iluminarse y sus ojos se convirtieron en dospozos sin fondo de plata fundida. Su expresión era siniestra y amenazante.

—¿Y eso qué quiere decir?Kate se envaró, dispuesta a no dejarse amedrentar. No podía permitir que él

la doblegara. No iba a dejar que nadie pensara y decidiera por ella. Y mucho

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menos iba a quedarse encerrada, vigilada día y noche, de forma indefinida.—Justo lo que he dicho, que no soy nada tuyo. No soy una propiedad, ni una

mascota, ni una esclava que obedezca todas tus órdenes sin rechistar. Si lo quebuscas es una mujercita sumisa, te has equivocado conmigo.

La luz que rodeaba a William, cada vez era más intensa. De repente,empezaron a oírse un montón de clics. Todos las ventanas y puertas se estabancerrando solas. Solas no, las estaba cerrando él. Los ojos de Kate se abrieroncomo platos. No daba crédito al comportamiento de William.

—Todo lo que estoy haciendo es para mantenerte a mi lado. Para quemañana, dentro de un siglo o de diez, sigamos juntos y tengamos una vida quevivir. Solo intento protegerte —masculló él.

—No, tú quieres enterrarme entre estas paredes. Sin aire, sin vida. Yo nopuedo vivir así, ni siquiera por ti. Lo siento. Esta es mi última palabra. —Kate sesacó su anillo de compromiso del dedo.

—Vuelve a ponértelo —ordenó él en un susurro.Ella no le hizo caso, sino que extendió la mano con el aro en la palma

dispuesta a devolvérselo. Estaba tan enfadada que no lograba pensar, solo queríaganar aquel pulso de poder injusto; y, en ese momento, estaba dispuesta a romperel compromiso, aunque eso también le rompiera el corazón.

—No estoy de broma, Kate. ¡Vuelve a ponerte el maldito anillo! —gritóWilliam.

Alguien tosió afuera. Los dos se giraron hacia la puerta acristalada. Robert yAdrien saludaron, sin poder disimular la incomodidad del momento.

—Terminaremos esta conversación más tarde —dijo William en voz baja,mientras cogía el anillo y se lo colocaba en el dedo casi a la fuerza.

—No hay nada que terminar. No vas a encerrarme, ni vas a controlarme, esote lo aseguro —replicó de forma tajante Kate. Se dio la vuelta y salió de lacocina hecha una furia.

William movió la mano y la puerta de la terraza se abrió.—No pretendíamos interrumpir —dijo Robert a modo de disculpa.—No habéis interrumpido nada —respondió William. Miró su reloj y exhaló

el aire que estaba conteniendo. No tenía ni idea de que fuera tan tarde. En pocosminutos aquella casa iba a llenarse de gente—. Iré a vestirme.

Subió al dormitorio. En el baño se oía el agua de la ducha. Cogió el picaportey lo giró, solo para comprobar que ella había cerrado desde dentro. Una sonrisaarrogante se dibujó en su cara. Si de verdad pensaba que eso podía detenerlo…

Se le cayó el alma a los pies. Se dio cuenta de que Kate sabía perfectamenteque un cerrojo no iba a impedirle el paso, pero sí el claro mensaje que estabaenviando y que lo ponía a prueba. No lo quería cerca.

Se alejó de la puerta y se sentó en la cama. Se quedó mirando las sábanasdesordenadas. Presa de la frustración, se pasó una mano por la barba incipiente y

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después por el pelo. Solo un par de horas antes habían estado en esa cama,envueltos en besos y abrazos; y ahora ni siquiera estaba seguro de si ella volveríaa hablarle. ¿Por qué tenía que ser tan testaruda? ¿No se daba cuenta de que soloquería protegerla?

Sacó del armario unos tejanos azules y una camiseta gris de manga larga.Quizá no fuera el atuendo más adecuado para el rey de una de las razas máspoderosas que existían, pero eso era algo que estaba lejos de importarle.

Cuando bajó al salón, todos a los que había convocado y a se encontraban allí.A William no le pasó desapercibido que el ambiente entre vampiros y licántroposera mucho más relajado que en Roma. Eso era bueno, un problema menos delque preocuparse. Que llegaran a entenderse, como si de un solo clan se tratara,hacía más fácil que se cubrieran las espaldas los unos a otros sin importarles dequé linaje procedía el que luchaba a su lado.

Se sentó junto a Daniel, que le dio un fuerte apretón en el brazo a modo desaludo. Robert se acomodó a su lado con Adrien unos pocos pasos por detrás.William recorrió con la vista los rostros de todos los presentes y el peso que sentíaen el estómago se aligeró un poco. Los Solomon habían acudido al completo,también Cy rus, Stephen y Mihail, junto a sus mejores hombres. Confiaba entodos y cada uno de ellos.

—¿Y bien? —preguntó William.—Tengo hombres revisando palmo a palmo los muelles —empezó a decir

Cy rus—. Pero van con cuidado y tardarán un par de días en pasarme un informefiable. No me fío de que los renegados también envíen a algunos de los suyos,para asegurarse de que no tramamos nada, y sorprendan a los nuestros.

—Yo lo haría —dijo Robert—. Intentaría conocer el lugar: las salidas, losaccesos y las zonas donde podrían tenderme una emboscada. Necesitamosconocer muy bien el terreno para poder esconder a nuestros hombres antes delataque.

—Habría que trasladarlos hasta allí con bastante antelación. Es probable quelos renegados comprueben el terreno varias veces. Sería de ilusos creer queconfían en nosotros, aunque hayan jurado lealtad —replicó Mihail.

—Ese juramento no sirve de nada hasta que lo hagan de forma pública yderramen su sangre en señal de obediencia —intervino William.

—Y, aun así, no sería sensato fiarnos de ellos —indicó Daniel. Miró a Williama los ojos—. ¿Tenemos alguna idea de cuántos serán?

William le hizo un gesto a Cy rus para que contestara.—No, solo previsiones. Pero estoy seguro de que son muchos. Tengo hombres

vigilando los nidos, intentando conseguir un censo. No es fácil, no están tan unidoscomo creíamos, se disgregan continuamente.

—Mis hombres estarán listos en tres o cuatro días. Se están concentrando alnorte de Atlanta. Allí pasarán desapercibidos —informó Samuel—. ¿Los

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vuestros?—Nos está costando un poco lograr que entren en el país sin llamar la

atención —admitió Mihail—. Tres, cuatro días, puede que cinco. Eso nos dejapoco margen antes de la noche de la reunión.

Kate abandonó la habitación y enfiló el pasillo hacia las escaleras. Desde allípodía oír el murmullo de las voces que ascendían desde la sala. Notaba la tensióny preocupación que debía respirarse en el ambiente. Nerviosa se arregló la ropa,un vestido muy corto y ajustado a juego con unos botines de tacón y unacazadora de piel sintética. Demasiado atrevido, pero era así como se sentía,atrevida y desafiante; e inexplicablemente le hacía sentirse más segura que suropa de oferta de tiendas outlet.

Bajó las escaleras como si nada y entró en la sala con su bolso en una manoy las llaves del coche en la otra. Sus ojos recorrieron las caras de los presentes,que de golpe se habían puesto de pie y la saludaban con una inclinación de suscabezas, como si ella fuera alguien importante. Consecuencias de salir con elnuevo rey de los vampiros; y no le hacía ni pizca de gracia. Les devolvió elsaludo. Se fijó en la silueta grácil que había junto a la puerta: Mako, ataviadacomo un guerrero más, solo que en ella esa ropa destacaba de una manera muydiferente. La vampira le dedicó una extraña sonrisa. Kate se puso tensa, rígida, einmediatamente fingió que le era indiferente.

—¿Vas a salir? —la voz de William llegó hasta ella abriéndose paso como unahoja afilada.

Kate clavó su mirada en la de él, fría y desafiante.—Sí. Tengo cosas que hacer —respondió.« Kate, no salgas por esa puerta. ¿Me oyes?» , William le habló directamente

dentro de su cabeza.Kate le sostuvo la mirada durante un largo segundo, retándolo a que dijera o

hiciera algo delante de todas aquellas personas; a que se pusiera en evidencia.Pero él no hizo nada, solo fulminarla con una mirada asesina. Ella se dio la vueltay fue a la puerta.

« ¡Kate! ¡Joder!» , maldijo William. Le costó un esfuerzo sobrehumanocontrolarse y no salir tras ella para volver a meterla en la casa. Kate se habíapropuesto volverlo loco de preocupación con su tozudez. Buscó a Adrien con lamirada. Apretó los labios y exhaló el aire de sus pulmones por la nariz. Nonecesitó decirle nada, y fue un alivio porque la frustración que sentía ni siquieralo dejaba pensar.

Adrien asintió una sola vez.« No la perderé de vista» , le dijo a William antes de seguir a Kate hasta la

calle.

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Kate entró en la biblioteca pública, cargada con todos los libros que tenía en casay que había sacado prestados unas semanas antes con intención de familiarizarsecon algunas de las asignaturas que daría en la universidad. Eso había ocurridoantes de que un híbrido la convirtiera en vampiro y que toda su vida cambiarapara siempre. Estudiar, tener un trabajo normal, ese tipo de cosas parecíanlejanas e imposibles en ese momento. Su día a día se había convertido en unasala de espera en la que el reloj avanzaba implacable mientras ella era un meroobjeto inanimado sin prisa.

Cruzó las puertas dobles y se dirigió al mostrador. Ni rastro de Amanda, labibliotecaria. Miró su reloj de pulsera. Eran más de las diez y quería regresar a lacasa de huéspedes antes del mediodía, para continuar recogiendo las cosas deAlice. Dejó los libros sobre el mostrador y deambuló por las salas en busca de lachica. Recorrió un pasillo tras otro, rodeada de montones de estanterías. Apenasencontró gente en las mesas a esas horas, y más allá, en los atrios junto a losventanales, solo halló un par de parejas dándose el lote. Menudo lugar parameterse mano.

Escudriñó la sala e inconscientemente se dirigió a la sección de antiguasreligiones. Notó un calor en la nuca y se giró. Durante una milésima de segundole pareció ver una figura familiar desapareciendo tras un cubículo. La siguió, sintener muy claro por qué y qué estaba siguiendo. Llegó hasta la zona donde seamontonaban los ordenadores anticuados, que poco a poco iban siendo sustituidospor otros más actuales.

Se paró de golpe y, aunque estaba tan muerto como las mariposas quecolgaban de alfileres en los cuadros de la pared, sintió su corazón saltar confuerza dentro del pecho. El hombre de la cafetería estaba sentado a una mesa nomuy lejos de donde ella se encontraba, y la miraba. Su instinto le decía quesaliera corriendo, pero se impuso la curiosidad y la necesidad de saber si solo setrataba de alucinaciones. Se acercó con cautela, sin apartar la vista de aquellamirada que le sonreía.

—Saludos, mi pequeña y hermosa vampira —dijo el hombre.Kate se puso tensa al escuchar el timbre de su voz, se asemejaba a una

sucesión de roncos suspiros provocados por el placer. Tentadora.—¿Cómo sabes lo que soy? —se atrevió ella a preguntar.El hombre sonrió.—Yo sé muchas cosas —respondió. Le hizo un gesto con la mano para que se

sentara en la silla, frente a él. Kate dudó y miró por encima de su hombro, solopara comprobar que estaban solos—. Tranquila, soy completamente inofensivopara ti.

Kate apartó la silla y se sentó. Apoyó las manos en la mesa y contempló alhombre. Tenía un aspecto que le resultaba familiar y, a la vez, sobrecogedor.

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Poseía un rostro hermoso que distaba mucho de ser perfecto, pero sus rasgos latenían embelesada.

—No eres una alucinación. En la cafetería, y más tarde en la carretera. Ayerte vi de verdad.

Él le dedicó un guiño y sonrió. Sus labios se curvaron hacia arriba,confiriéndole a su boca una expresión incitante.

—Solo por que y o quise que lo hicieras.—¿Por qué?Él se inclinó sobre la mesa y entornó los ojos, ocultándolos bajo sus largas

pestañas.—¿Y por qué no?Se produjo un largo silencio en el que Kate era incapaz de apartar la vista de

él. Sabía que estaba mal mirar a una persona de ese modo, pero tenía unasensación extraña que la empujaba a buscar algo que, estaba segura, tenía antelas narices y se le escapaba. Algo importante que aparecía en su mente y queera tragado por una oscuridad absoluta y silenciosa antes de que tuviera tiempode averiguar de qué se trataba.

—¿En qué piensas? —preguntó él con verdadera curiosidad.—Intentó averiguar qué eres. No eres un vampiro, ni un licántropo, y

tampoco pareces un ángel. ¿Qué eres? —Kate continuaba mirándolo atónita.Él se reclinó en la silla y sacó del bolsillo de su chaqueta una bolsita con

galletas saladas.—Será divertido ver cómo lo averiguas —dijo mientras abría la bolsa y se

echaba una galleta a la boca—. Por cierto, ¡qué maleducado soy !, no me hepresentado. Me llamo Marak. ¿Quieres? —Le ofreció una galleta con la palma dela mano extendida.

Kate se quedó mirando la galleta. Sacudió la cabeza con un gesto negativo.—Soy un vampiro, supongo que sabes que no puedo comer.—¿Lo has intentado?—Oye… Marak —pronunció su nombre, que se atascó en su boca un instante

—. Sé que no puedo. Los vampiros enfermamos con la comida.—A lo mejor sí puedes —la contradijo. Se encogió de hombros y se comió la

galleta—. Tú no eres un vampiro corriente. Te convirtió un semiángel y la sangrede otro te alimenta. Querida, tú también eres única en tu especie. Otro milagro dela evolución. ¡Quién sabe qué cosas podrás hacer!

Kate lo miró estupefacta, con el miedo reflejado en la cara. Aquel… lo quefuera, sabía cosas sobre ella que era imposible que supiera; y que no debía saber.Su instinto la apremiaba para que saliera de allí a toda prisa, Marak no era de fiar,pero no le hizo caso y se quedó donde estaba. Necesitaba saber quién era y quéhacía allí. Por qué ella podía verle.

—¿Cómo sabes tantas cosas sobre mí? —preguntó Kate.

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—Observar es lo único que me distrae. Podría decirse que soy un voyeur.—¿Nadie te ha dicho que es de mala educación espiar a los demás?La sonrisa desapareció del rostro de Marak.—No soy un mirón en ese sentido. —Parecía ofendido—. No necesito

acechar en las sombras para saber esas cosas. Puedo leer el alma de laspersonas. Es el registro más completo que existe, todo se almacena ahí. La menteolvida, el cuerpo olvida, el alma nunca lo hace.

Los ojos de Kate se abrieron de par en par.—¿Puedes ver el alma? ¿La de cualquiera?—Sí, si quiero hacerlo, por supuesto. Aunque pocas despiertan mi interés —

respondió como si nada.A Kate le temblaron los labios. ¿Qué clase de ser podía ver el alma y leer en

ella? « Un ángel» , se dijo con un nudo en el estómago. Solo que no parecía uno.—Y mi alma es una de esas pocas que despiertan tu interés —repuso

despacio, casi sin habla.Marak asintió y se quedó callado.Kate se dio cuenta de que no iba a lograr sacarle nada más. Se fijó en el libro

que tenía abierto sobre la mesa. Un tomo muy antiguo, escrito en latín y con unosgrabados xilográficos en madera. Había recorrido cada pasillo de aquellabiblioteca infinidad de veces, desde que era una niñita que ni siquiera sabía leer,conocía cada estante y no recordaba haber visto algo parecido allí antes.

—Infernum Canem. —Kate leyó en voz alta el título que figuraba sobre eldibujo de la página derecha. Miró a Marak a los ojos, unos ojos completamentehumanos. Intentó ver en ellos algo más allá de lo que mostraban, pero nuncahabía sido muy buena interpretando a la gente—. ¿Perros del infierno? ¿Crees enestas cosas?

—Por supuesto. Si existen otras criaturas, criaturas como tú, por qué nohabrían de existir ellos también.

—Porque si es verdad todo lo que se ha escrito sobre ellos. Unos seres tanmalévolos no deberían existir.

Un brillo de diversión iluminó el rostro de Marak.—Oh, querida. Ni el malo es tan malo, ni el bueno es tan bueno. Y sé de lo

que hablo. —Giró el libro y lo empujó hacia ella—. ¿Por qué no te lo llevas?Verás que el mundo está lleno de extrañas criaturas y que todas fueron creadaspara un fin.

Kate estudió el grabado. Representaba una manada de enormes perros degrandes fauces y mirada enloquecida. Lo aceptó sin saber muy bien por qué lohacía. De repente tenía la necesidad de llevarse ese libro con ella. Al coger latapa para cerrar el volumen, su mano se topó con la de Marak.

—¡Madre mía! —gritó. Dio un bote en la silla, empujándola hacia atrás, y apunto estuvo de caer de espaldas. Su mano había atravesado la de Marak como si

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esta fuera de humo. Lo miró de hito en hito—. ¡¿Eres un fantasma?!Marak se echó a reír con ganas.—Es una forma de verlo —comentó él.Kate se relajó solo un poco. Que Marak fuese un fantasma era algo

tranquilizador, comparado con todas las peligrosas posibilidades que había estadobarajando; o eso esperaba. ¿De verdad existían los fantasmas?

—¿Estás atrapado aquí, en este lado? No es que sepa mucho sobre espectros,pero he visto esa serie, Cazadores de fantasmas. Dicen que sois espíritus quequedáis atrapados en este lado por cuentas pendientes, o porque simplemente nosabéis que estáis muertos. Estás muerto, ¿no?

Marak arqueó una ceja, muy divertido.—Ya no. Tu presencia y tu sonrisa me han devuelto la vida.Kate se quedó mirándolo. Le estaba tomando el pelo. Sabía que no podía

ruborizarse y aun así notaba un calor intenso en las mejillas. Apartó la vista,cohibida.

—¡Eres tan inocente! —exclamó Marak bebiéndosela con los ojos—. Pura einocente como el alma que no ha conocido el pecado.

—¡Kate! —la voz de Adrien se abrió paso en el silencio de la biblioteca comolo haría un proy ectil. Alguien le chistó para que guardara silencio y él soltó unapalabrota no apta para menores. Llegó hasta ella hecho un basilisco—. Nolograba encontrarte. ¿No me oías llamarte? ¿Qué demonios haces?

—Hablando, ¿no lo ves? —le espetó ella sin pensar.—¿Sola?—¿Sola? —inquirió. Se giró hacia Marak y vio cómo este se desvanecía en sus

narices—. No estaba sola. Había alguien… Estaba ahí hace un segundo…Adrien alzó la cejas y la miró preocupado.—Ahí no había nadie. Estabas hablando sola. Te he visto desde el otro

extremo de la sala.Kate abrió la boca para contestar, pero soltó un suspiro y guardó silencio. El

día anterior Adrien tampoco había visto a Marak. ¿De verdad que solo ella podíaverle? Se pasó una mano por el cuello y apretó los párpados un segundo. Lo mássensato era dejarlo estar y no insistir en algo que podría causarle problemas.Hablar sola no la hacía parecer muy cuerda.

—¿Por qué no dejas que te lleve a casa? Pareces cansada —sugirió él.—Te ha enviado William, ¿verdad?Adrien asintió. De nada servía negarlo, era la verdad. Aunque la habría

seguido igual de no habérselo pedido. Preocuparse por ella formaba parte de sudía a día, no podía evitarlo.

—Está preocupado por tu seguridad. Es normal, Kate. Yo también lo estoy.Eso es lo que pasa cuando alguien te importa y no quieres que le ocurra nadamalo.

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Ella puso mala cara.—No está preocupado, está obsesionado —matizó mientras cogía el libro y lo

abrazaba contra su pecho—. ¿Sabes por qué discutíamos esta mañana? —Adriennegó de forma imperceptible—. Quiere que me quede en casa mientras élconsidere que afuera hay peligro. ¿Sabes qué significa eso?, quiere encerrarme,quiere confinarme prácticamente de por vida. Porque los ángeles estarán ahísiempre. —Lo miró a los ojos.

Él le sostuvo la mirada, incómodo por verse envuelto en algo tan personalentre William y Kate.

—No sé qué decir. Puede que él…—¿Puede qué? —inquirió incrédula por lo que parecía un intento de

justificación. Alzó la voz—. ¿Estás de acuerdo con él? ¿En su lugar tú también meharías algo así?

Alguien siseó para que bajaran la voz. Adrien tomó a Kate por el codo y laguió hasta la salida.

—Mi primer impulso quizá fuera ese. No te lo voy a negar —confesó él, yañadió en tono vehemente—: Pero no, no lo haría. Aunque fueras mía, aunqueme pertenecieras en cuerpo y alma, jamás tendría ese derecho sobre ti. Nadie lotiene.

Kate dejó escapar un suspiro de alivio. Sus palabras le calentaron el pecho.—Pues explícaselo a él. A mí no me escucha.Adrien sacudió la cabeza mientras sostenía la puerta de salida.—No pienso meterme en vuestros asuntos —replicó una vez en la calle.—Ya estás metido. Estás aquí, vigilándome porque él te lo ha pedido.—Te protejo, no te vigilo —matizó Adrien. Se detuvo frente al coche de Kate

y extendió la mano para que le diera las llaves. Ella se las entregó—. Y sí, lohago porque él me lo ha pedido; y el hecho de que empiece a confiar en mísignifica mucho. Pero también porque quiero hacerlo.

—¿Y desde cuándo os entendéis tan bien como para confiar el uno en el otro?—preguntó ella con sarcasmo.

Adrien puso el coche en marcha y se incorporó al tráfico. La miró de reojo,sin saber muy bien cómo salir de aquel embrollo si hablar más de la cuenta.

—Kate, voy a darte un consejo: no tenses demasiado la cuerda con él.Entiendo lo que te ocurre, pero también entiendo todo por lo que él está pasandoestos últimos días. Por favor, no fuerces las situaciones con William si después novas a saber controlarlas.

—¿Y qué se supone que significa eso? —le espetó, atónita. ¿De parte de quiénestaba? Sabía que era una reacción infantil, pero no podía evitar sentirsetraicionada. Se cruzó de brazos, mirando por la ventanilla, enfurruñada.

Adrien apretó tanto los dientes que empezó a palpitarle un músculo del cuello.Solo necesitaba pronunciar unas palabras y todo podría cambiar para él.

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Alimentaría la semilla de la discordia que ya estaba arraigando entre William yKate, y ella vendría directa a sus brazos. Pero no la quería así y, en cierto modo,ya se había resignado a tenerla solo como amiga. Desear lo que no puedes tener,es un veneno que te consume y te destruye.

—Significa que William está enfrentándose a demasiadas cosas —empezó adecir él—. La situación lo supera y trata de hacerlo lo mejor que puede. Pero sise le presiona demasiado… —Giró en el cruce, en dirección a la casa dehuéspedes donde Kate había insistido que se instalaran Ariadna y Cecil—.¿Recuerdas nuestra conversación en Roma? Lo que te expliqué sobre la oscuridadque crece dentro de nosotros —le recordó. Ella asintió y en sus ojos pudo ver queel enojo daba paso a la comprensión—. De eso es de lo que estoy hablando. Sé loque digo. La presión puede llevarte a hacer cosas que no deseas y a creer que deverdad son necesarias. Y si se presionan los puntos equivocados, lasconsecuencias podrían ser desastrosas.

Kate pensó detenidamente en todo lo que Adrien había dicho. Se quedómirando la mano que acababa de cubrir la suya con un cariño que le encogió elestómago. Él movió la cabeza hacia ella y en los labios se le formó una sonrisatensa.

—¿Qué es lo que no me estás contando, Adrien?Adrien retiró la mano y puso el intermitente antes de girar y tomar el sendero

de tierra que conducía a la casa. Pisó el acelerador e ignoró la pregunta,consciente de que Kate no apartaba sus ojos de él. Por nada del mundo iba acontarle que William había tomado la esencia vital de un humano; y que esehumano, evidentemente, había muerto desangrado por él. No era tonta y conocíael peligro y las consecuencias de un acto así.

—No estaba hablando sola en la biblioteca —musitó Kate al darse cuenta deque Adrien no iba a decir nada más. No podía fingir que su encuentro con Marakno había sucedido—. Había alguien allí… Creo que es un fantasma…

Adrien ladeó la cabeza y la miró con los ojos como platos. En su rostro seadivinaba la lucha interna de pensamientos que estaba batallando, dividido entrecreerla, o asumir que algo dentro de ella no estaba funcionando como debía.Síntomas de estrés o cualquier otra cosa similar.

—¡¿Qué?!—Si dejas de mirarme como si estuviera loca, podría explicártelo.Adrien sacudió la cabeza, dispuesto a escucharla.—¿Me crees? —preguntó Kate cuando terminó de contarle lo que había

sucedido en la biblioteca.Adrien había frenado en medio del camino y la miraba fijamente. Se rascó

el mentón, cubierto por una ligera sombra de barba. El silencio se alargó unosinstantes en los que Kate empezó a ponerse de los nervios. Comenzaba aarrepentirse de haber abierto la boca. Adrien cruzó sus musculosos brazos sobre

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el pecho y asintió con la cabeza.—Admito que es raro, pero… no tengo motivos para creer que no sea cierto

—comentó mientras contemplaba el libro entre los brazos de Kate—. El mundoestá lleno de seres sobrenaturales, ¡por qué no fantasmas! —Se encogió dehombros y añadió con tono severo—: Y por ese mismo motivo no quiero quevuelvas a acercarte a él. Algo en este asunto me da mala espina.

—Si hubiera querido hacerme daño, lo habría hecho. No sé, es posible que…—Sin concesiones, Kate. Ni siquiera voy a darle el beneplácito de la duda. Si

le ves, te alejas y vienes a buscarme, ¿de acuerdo?Kate frunció los labios con una mueca de fastidio y se hundió en el asiento.

Estaba cansada de recibir órdenes, como si fuera una niña pequeña ydesamparada que necesitara atención constante. De repente, sintió un nudo en elestómago y miró a Adrien con cierta desconfianza.

—¿Vas a contárselo a William? Porque lo último que necesito es que se pongaparanoico con este asunto.

Adrien negó con un gesto y aceleró, poniendo en marcha el vehículo.—No voy a contarle nada, por tu bien y por el suyo, pero esto se convierte en

un acuerdo: yo mantengo la boca cerrada y tú no te acercas a ese… fantasma olo que sea. ¿Trato hecho?

Kate musitó un sí y se dedicó a mirar por la ventanilla. No dijeron nada másdurante el resto del trayecto.

Una sonrisa enorme se dibujó en la cara de Adrien cuando detuvo el cochefrente a la casa. Cecil agitaba la mano desde el porche, saludándolos. Adoraba asu hermana. La sonrisa desapareció de inmediato. Carter Solomon asomó trasella, sin camiseta, cubierto de serrín y con un martillo enorme sobre el hombro.

—El chucho empieza a ponerme de los nervios —masculló—. Y alguiendebería sugerirle que se vistiera un poco más.

—No veo qué tiene de malo su atuendo —bromeó Kate.

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15

Kate entró en la cocina con la última caja entre los brazos. La habitación deAlice ya estaba vacía y al día siguiente podrían instalar el nuevo suelo. La dejósobre la mesa y la cerró con cinta de embalaje. Se quedó mirándola conaprensión, mientras un montón de recuerdos afloraban con un dolor intenso. Darsus cosas a la beneficencia iba a ser muy duro. Sentía como si se estuvieradesprendiendo de ella y no de un montón de ropa usada.

—¿Estás bien? —preguntó Adrien a su espalda.Ella lo miró por encima del hombro.—Cuesta creer que ya no esté, que se hay a ido para siempre —susurró. Se

dio la vuelta y apoyó la cadera contra la mesa.—Sigue aquí, contigo —aseguró él—. Las personas que queremos nunca nos

abandonan, porque siempre las llevamos con nosotros, aquí adentro. —Le rozó elesternón con la punta del dedo.

Ella sonrió, agradecida.Un coche se detuvo junto a la puerta principal. Llamaron al timbre. Segundos

después, Carter aparecía en la cocina con tres pizzas de tamaño familiar. Arrastróuna silla a su paso y se sentó a horcajadas mientras destapaba la primera, dequeso y salchichas.

—¿Qué hace todavía por aquí? Piensa mudarse o qué —masculló Adrien,fulminándolo con la mirada.

Carter no se percató del comentario malicioso. Toda su atención estaba puestaen Cecil, que le sonreía con timidez desde la encimera donde envolvía unasfiguritas de porcelana en plástico de burbujas. Kate sonrió. Ver a Carterflirteando con una chica era tan normal y frecuente como verle respirar, pero elbrillo de sus ojos al mirar a Cecil era completamente nuevo y encantador.

—Algo me dice que lo vas a ver bastante. En tu lugar, y o empezaría aasumirlo —dijo Kate.

La música sonaba en la radio, amortiguando sus voces.—¡Y un cuerno! —Adrien se cruzó de brazos y le dio la espalda a la

« parej ita» . La sonrisa coqueta de Cecil le estaba provocando dolor de estómago—. Mi hermana… mi hermana es demasiado… Debo cuidar de ella. No dejaréque un tipo que colecciona figuritas de acción y miniaturas de coches salga con

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ella.Kate se plantó delante de Adrien y le tomó las manos.—Ese tipo liderará algún día el clan licántropo. Esa responsabilidad no recae

sobre cualquiera, ¿no crees? Lo conozco, es un buen chico. Cecil está en buenasmanos.

—Eso es lo que me preocupa… —susurró Adrien inclinándose sobre su oído— sus manos sobre ella.

A Kate se le escapó una carcajada. El instinto protector de Adrien hacia Cecilno dejaba de ser sorprendente; sobre todo, cuando él se comportaba como unauténtico Casanova. Kate estaba convencida de que la cama de Amanda no erala única que el chico había visitado desde que se instaló en Heaven Falls.

Carter se giró en la silla y echó un vistazo por encima de su hombro, con unapequeña sonrisa de despiste en los labios.

—¿Y a vosotros qué os pasa? —preguntó, intrigado.Una canción comenzó a sonar. Adrien y Kate se quedaron mirándose, sin

soltarse de las manos. Una sonrisa se extendió por la cara del chico. Un par demeses antes, en aquella misma cocina, estuvo sonando la misma canción. Desdeentonces habían pasado muchas cosas que habían cambiado y unido sus vidaspara siempre. La miró con la sensación de estar viviendo un déjà vu. Sin previoaviso la hizo girar entre sus brazos y la inclinó hacia atrás hasta que su largamelena tocó el suelo. Kate dejó escapar un grito. Tiró de su cintura y la colocóderecha, tan cerca que sus estómagos se tocaban.

—Madeimoselle. —Hizo una reverencia. Kate puso cara de espanto y dio unpaso atrás. Adrien apretó la boca intentando aguantar la risa—. Esta vez prometono tirarte al suelo ni romper los muebles. Mi trasero aún no se ha recuperadodel… « incidente» .

Kate sonrió como si fuera un buen recuerdo; y en realidad lo era. Colocó sumano sobre la de él y dejó que la guiara. Adrien subió el volumen con un simpledeseo y la música se mezcló con la risa de Kate. Un brillo chispeante iluminó losojos de Carter al ofrecerle su mano a Cecil; y la cocina se convirtió en unaimprovisada pista de baile. Adrien se percató de los dedos del lobo deslizándosepor la espalda de su hermana en un peligroso descenso. Gruñó.

—Eh…Kate le puso una mano en la mejilla para que solo la mirara a ella.—¡Por Dios, cierra esa bocaza y déjalos en paz! —Él hizo ademán de

protestar—. Lo digo en serio.Adrien apretó los labios con una mueca de disgusto. Gruñó un « vale» , y

Kate se le recompensó con un beso en la mejilla. Sorprendido, contempló surostro con un cosquilleo en el estómago que envió ondas de calor por tu sucuerpo. Tenía que dejar de pensar en ella del modo que lo hacía.

De golpe, sus ojos volaron a la ventana. Afuera había alguien, podía sentir su

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presencia familiar en la piel.—¿Pasa algo? —preguntó Kate. Él se había quedado inmóvil.Adrien suspiró y asintió con una sonrisa, como si estuviera asumiendo la

culpa de un desafortunado acto de traición.

William se dio la vuelta y se perdió entre los árboles que rodeaban la casa dehuéspedes. Había acudido con intención de disculparse con Kate y tratar dearreglar las cosas entre ellos. Esa mañana no se había comportado como debía y,aunque seguía convencido de que tenía razón en cuanto a su seguridad y la formade mantenerla a salvo, sabía que debía pedirle perdón por cómo la había tratado.

El día se le había antojado eterno entre planes, estrategias y reuniones de lasque apenas recordaba los detalles. Porque no hizo otra cosa que pensar en Kate yen que no había regresado con él, sino que había preferido ir hasta su antiguacasa con un tipo al que apreciaba y que estaba enamorado de ella.

No fue capaz de entrar en la casa después de haber visto a Kate bailando conAdrien. Los espió durante unos minutos oculto en la penumbra. Mientras la veíagirar y reír, intentó recordar cuándo fue la última vez que ella se había sentido asíde bien con él. No estaba seguro, pero hacía mucho.

Unos celos dolorosos levantaron ampollas en su interior. Sabía que en aquellacasa no estaba ocurriendo nada por lo que sentirse así. Para empezar, no estabanellos dos solos, y su oído había captado la may or parte de la inocenteconversación. Pero no se trataba de eso, sino de su propia inseguridad, de que sesentía culpable por ser el responsable del distanciamiento entre ellos; de que notenía ni idea de cómo arreglarlo, porque cada vez que volvían a estar bien,ocurría algo que los separaba creando un abismo cada vez may or entre ellos. ¡Yeso lo cabreaba!

Su teléfono móvil sonó. Le echó un vistazo, era Robert. Rechazó la llamada.Un segundo después, le llegó un mensaje de texto en el que le pedía queregresara a casa. Había surgido algo. ¡Dios, no podían dejarle en paz ni unmaldito segundo!

« Lo harían si tú no hubieras metido la pata hasta el fondo con la profecía» ,dijo una voz en su cabeza.

« Voy a arreglarlo y, una vez que lo haga, pienso desaparecer» , pensó.Mientras un gruñido brotaba en su garganta, estrelló el teléfono contra el

tronco de un árbol. Pequeñas piezas quedaron incrustadas en la corteza. Apretó elpaso hasta que se cuerpo se convirtió en un borrón. No veía nada con claridad, loscolores habían desparecido y su vista solo percibía una luz azulada teñida de rojo.

William rogó por tener algún desahogo, pero el que necesitaba ni siquiera ibaa planteárselo. Se detuvo al cabo de unos minutos. La frenética carrera no alivióla tensión; era un manojo de nervios. La rabia y la agonía bullían en su interior.

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Entornó los ojos y recorrió con la mirada el entorno. Había acabado en elparque, el mismo en el que Amelia hizo su aparición la noche que él pretendíacontarle a Kate la verdad sobre su naturaleza. Se le humedecieron los ojos.Resopló para apartar esa mierda emocional más propia de blandengues. Él noera un maldito llorón, sino un cazador y un asesino; que estaba hecho polvo.

Sus sentidos se pusieron en marcha. Alguien se acercaba a la carrera,jadeando. Una mujer vestida con ropa de deporte apareció en el sendero.Caminaba a paso rápido mientras comprobaba el pulsómetro que llevaba en lamuñeca. Se quedó mirándola, atrapado en el color sonrosado de su pielprovocado por los latidos desbocados de su corazón. Podía ver las venaspalpitando al ritmo de su respiración, y también percibía el olor de la adrenalina.

Ella se paró en seco al captar la presencia de un hombre en las sombras. Susojos lo examinaron, y el gesto de desconfianza se borró de su cara.

—¡Ah, hola, no te había reconocido! William, ¿no?William dio unos pasos hasta colocarse bajo la luz amarillenta de la farola. La

conocía. Al ver que él no decía nada, ella acortó la distancia y le sonrió.—Soy Amanda, la bibliotecaria. Nos hemos visto un par de veces. Soy amiga

de Kate. Bueno… lo era más de su hermana, Jane, íbamos juntas al instituto.Creo que no nos han presentado formalmente. —Alargó el brazo, ofreciéndole lamano. Él la miró durante un largo segundo antes de estrecharla—. Encantada desaludarte.

—Lo mismo digo —dijo William.Sus ojos se convirtieron en dos ranuras que ocultaron el cambio de color de

sus iris. Una sonrisa perezosa se extendió por su cara y, presa de un impulsoincontrolable, se llevó la mano a los labios y la besó en los nudillos, inhalando suolor. Con suavidad le giró la mano, dejando a la vista el pulso que latía en sumuñeca. Los colmillos presionaron en su encía y un hambre atroz se apoderó deél.

Amanda sonrió, encantada con el gesto tan galante del chico.—Eres encantador, Kate tiene suerte —señaló ella casi sin pensar—. Por

cierto, esta mañana estuvo en la biblioteca. ¿Te importaría decirle que no essuficiente con que deje los libros en el mostrador? —comentó divertida—.Necesito que vuelva y que lleve su carnet para poder registrar la devolución. Esun cielo, pero últimamente parece distraída y nerviosa. Supongo que será por elcompromiso. La gente comenta que os vais a casar muy pronto.

A William le costó entender el parloteo de la humana, solo pensaba en cuálsería el mejor punto en su piel para hacer una incisión que mantuviera un flujoconstante de sangre. Pequeños retazos se colaron en su mente: Kate,compromiso… De repente la soltó y dio un paso atrás. ¿Qué demonios estabahaciendo?

—Se lo diré —respondió él con un tono demasiado seco. Ella lo miró de hito

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en hito sin entender su cambio de humor—. Deberías regresar al pueblo, este sitiono es seguro tan tarde.

Y se lo dijo convencido. El may or peligro se alzaba frente a ella, cada vezmás nervioso, haciendo malabarismo con su autocontrol para no abalanzarsesobre su cuello y dejarla seca.

Amanda pareció dudar.—Tienes razón, la gente chismorrea sobre un vagabundo que ha estado

molestando a jovencitas estas últimas semanas —indicó ella; y su pulso seaceleró con un estremecimiento—. Bueno… Adiós.

Amanda se despidió con un gesto de su mano y se alejó corriendo,concentrada en poner en marcha de nuevo el pulsómetro. Él se quedó atrás, conlas manos metidas en los bolsillos para esconder el temblor que las sacudía. Enese momento se sentía en el mismísimo infierno. Necesitaba sangre y… ese« algo» que empezaba a desear más que cualquier otra cosa. No podía quitárselode la cabeza.

Oyó un grito ahogado, algo arrastrándose entre la maleza y después un siseo,como si alguien estuviera chistando para obligar a guardar silencio. Susurros,gemidos y un llanto suplicante. Sigiloso como un depredador, se dirigió al lugarde donde provenían los ruidos. Su retina captó la imagen: un hombre de medianaedad inmovilizando a Amanda contra el tronco de un árbol, mientras le tapaba laboca con una mano sucia. No pensó, solo reaccionó. Agarró al tipo por el cuelloy se desvaneció arrastrándolo con él.

Una brisa helada los sacudió cuando tomaron forma a kilómetros del parque.—Dios, ¿qué me has hecho? —gritó el hombre mientras se palpaba el cuerpo,

como si estuviera comprobando a toda prisa que no le faltaba ningún trozo.Miraba a William con el rostro desencajado—. ¿Qué eres tú?

William aspiró el aire impregnado de miedo. Apretó los párpados con fuerza,inmóvil. Notó que el tipo echaba a correr. Sus pasos se alejaban erráticos ydescoordinados. Abrió los ojos y una maldad absoluta brilló en ellos. Una de suscomisuras se elevó con una sonrisa ladeada. ¡A cazar!

Corrió tras él. Le cortó el paso y, sin darle tiempo a comprender lo que iba aocurrirle, lo agarró por la pechera y lo levantó a la altura de su cara. Con ungruñido enterró los dientes en su cuello; y el dolor y el tormento desapareció bajoun chorro de vida que sabía a gloria.

El golpe lo pilló por sorpresa. Salió despedido por los aires y se estrelló contraun árbol, que se partió por la mitad con un cruj ido.

Adrien no desaprovechó la escasa ventaja que tenía. Cogió al vagabundo ycon ambas manos le sostuvo la cabeza; un giro y le partió el cuello. El hombre sedesplomó sin vida sobre la hojarasca, donde terminó de desangrarse. William sepuso de pie en un nanosegundo.

—¿Qué diablos haces? —le gritó. Con el dorso de la mano se limpió la sangre

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que le escurría por la barbilla.—¿Que qué hago? —le espetó Adrien—. ¡Evitar que te condenes!—¿Rompiéndole el cuello?—Mejor eso que lo que tú le estabas haciendo —bramó con las manos en las

caderas—. Una sola vez basta para engancharte. Dos es condena segura. Sisigues no podrás parar. ¿Acaso no lo entiendes?

—¡No es asunto tuy o! —gritó William pegado a su cara—. Nada de lo que y ohaga es asunto tuyo, ¿está claro? —Lo empujó en el pecho una vez, y despuésotra. La tercera no llegó porque Adrien le devolvió el golpe—. No deberías haberhecho eso.

Adrien, lejos de amedrentarse, sonrió.—¿Quieres desahogarte?, adelante, desahógate. —Lo invitó mientras se

desarmaba, tirando al suelo las dagas que llevaba escondidas bajo la ropa—.Hace tiempo que deberíamos haber hecho esto. Pero vamos a hacerlo sintruquitos de ángel que llamen la atención. No queremos visitas imprevistas,¿verdad?

William no necesitó que le insistiera. Se deshizo de sus propias dagas,clavándolas en la tierra húmeda. Estaba fuera de sí, tan frustrado que solo seguiaba por impulsos. Sentía la sangre del humano pegada al paladar, pero eso noera suficiente, necesitaba lo que Adrien había permitido que se perdiera juntocon su último aliento.

Se abalanzó sobre él, sin pensar, sin vacilar, y hundió un hombro en sucostado. El sonido de un par de costillas al romperse llegó a su oído. Adrien nisiquiera se inmutó, devolvió el golpe y acabaron enzarzados en un combatetitánico. Adrien lo agarró por la cintura y lo empujó como si fuera un jugador derugby haciendo un placaje. William le enseñó los colmillos, se echó hacia atrás yle dio un cabezazo. Un gancho impactó en su mandíbula. Sacudió la cabeza,aturdido, y vio la sonrisita de suficiencia de Adrien mientras este volvía alevantar los puños en actitud ofensiva. Se lanzaron el uno contra el otro y elchoque les hizo caer rodando por un terraplén. Lejos de detenerse, se pusieron depie y continuaron golpeándose como si fuera lo último que harían en la vida; sinreglas.

Los dos terminaron en el suelo, hombro con hombro, tan débiles que apenaspodían moverse. Adrien dio media vuelta y escupió la sangre que tenía en laboca. Volvió a acostarse como estaba, contemplando las estrellas. William sepasó los dedos por la mejilla (notaba un dolor intenso en ella) y notó sorprendidoque tenía un corte enorme que no estaba cicatrizando. Ladeó la cabeza y miró aAdrien, su rostro no estaba mucho mejor. Habían consumido tanta energíaatizándose, que ahora apenas tenían suficiente para curarse con rapidez.

—¿Cuántas veces lo has hecho? —preguntó Adrien.William sabía de qué le estaba hablando. Se puso un brazo sobre los ojos.

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Estaba tan cansado que hasta su enfado se había diluido. Ya no tenía ganas dematar a nadie, de hecho, no sentía nada de nada.

—Solo una. Una chica. En San Diego. Roland, el jefe del nido, me la ofreciótras llegar al acuerdo. —Soltó el aire como si fuera un globo desinflándose—. Nopodía rajarme, mi tapadera habría quedado al descubierto.

—No, no podías. Hay que asumirla como un daño colateral —admitióAdrien. Se acomodó sobre el costado y frunció el ceño—. Pero sí podías haberlatomado como sierva, haberle hecho creer que la querías como amante; y dejarque se convirtiera. Mejor ser vampira que un cadáver.

William levantó la cabeza y la volvió a dejar caer sobre el suelo.—Lo pensé. Te juro que lo pensé —su voz sonó desesperada—. No pude

hacerlo, no pude detenerme. Fue como si… alguien se apoderara de mi razón.Dejó de importarme si estaba bien o mal, solo importaba lo que yo quería. Sentía la chica apagándose poco a poco y lo único en lo que podía pensar era quequería que durara más. Entonces, con el último latido, su esencia entró en mí: unfuego exquisito quemándome la garganta y … después… Fue mil veces mejorque un orgasmo —declaró muerto de vergüenza. El deseo volvió a sacudirlo.Adrien asintió, entendía perfectamente lo que William trataba de explicarle—.Ahora no dejo de pensar en ese momento. Necesito volver a sentir esa cosa denuevo. A veces creo que no podré vivir sin ella, y me siento despreciable.

—Te sentirás aún peor, te lo aseguro —dijo Adrien.—Gracias por animarme —masculló William.—Podría hacerlo, pero no serviría de nada. Métete esto en esa cabezota que

tienes. Tú y yo no podemos cruzar durante mucho tiempo la línea que nos separadel lado oscuro, nos movemos en él como pez en el agua. Es nuestro hábitatnatural, el elemento perfecto para lo que somos, y después no seríamos capacesde abandonarlo. Tú y yo, por naturaleza, somos viles, nos atrae como moscas ala miel. —Volvió a suspirar—. Lo difícil es ser bueno, por eso te sientes así demal.

William arqueó las cejas con un gesto interrogante. Adrien resopló y añadiósin mucha paciencia:

—¡A ver si con dibujitos lo entiendes! Imagina, si un adorable unicornio yAlien echaran un polvo, el resultado sería un vampiro corriente con ciertoequilibrio entre el bien y el mal. Bueno, pues tú y yo seríamos el resultado de unapareamiento entre Alien y Predator. ¡Todo bondad y buenas intenciones! —dijocon una risita.

William se cubrió la cara con las manos, sin dar crédito a la explicaciónsurrealista que acababa de darle Adrien.

—Muy ilustrativo —se burló.Aunque en su fuero interno había captado a la perfección lo que Adrien

trataba de decir; y lo peor era que tenía razón. Cada vez se sentía más cómodo

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con « su lado oscuro» , un lado que últimamente aparecía con demasiadafrecuencia. Lo que de verdad le costaba era portarse bien.

—Necesitamos un trago —anunció Adrien, dándole a su voz un tono deentusiasmo que no sentía—. Un buen trago de algo muy fuerte.

—¿Con estas pintas? —le hizo notar William. Así no podían presentarse enningún bar.

Adrien sonrió. Su rostro se contrajo con una mueca, tenía el labio partido y ledolía con el más ligero movimiento.

—Tengo una botella de Talisker escondida en la cabaña, reserva de diez años.¿Te ves capaz de llegar hasta allí? Porque no pienso cargar contigo.

William lo fulminó con la mirada y asintió una sola vez. Un segundo despuésse desplomaba en uno de los dos sillones que había frente a la chimenea. Adriense sentó a su lado con la botella de whisky en la mano, y la abrió usando losdientes. Se la llevó a la boca y dio largo trago. Chasqueó la lengua y se sacudiómientras el líquido dorado se deslizaba por su garganta. Se la pasó a William.

—¡Dios, esto es…! —no pudo terminar la frase.—Bueno, ¡eh! —comentó Adrien con una sonrisita.—¡Dios, sí! —exclamó William con un estremecimiento.Beber y comer era de las pocas cosas buenas de las que podía disfrutar en su

condición de ángel. Volvió a saborearlo y en su cara se dibujó la mismaexpresión cansada y relajada que lucía Adrien. Incomprensiblemente, se sentíabien junto al tipo que más odiaba sobre la faz de la tierra. Bueno, quizá no fueraal que más, pero se acercaba bastante a los primeros puestos.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó Adrien con cautela.William se puso de pie a la velocidad del rayo. No tenía ánimo para

confesiones a la luz de la luna, la única iluminación de la casa en ese momento.Se acabó el instante idílico.

—Gracias por el trago.—Siéntate —le pidió Adrien—, o tendré que seguirte. —William le puso mala

cara—. Lo siento, amigo, pero no vas a poder deshacerte de mí aunque lointentes. Llámame sentimental, pero, por alguna extraña razón del destino, tú yyo nos hemos encontrado y nuestros caminos se han ligado. Voy a convertirmeen tu sombra para que no metas la pata… Más aún —susurró para sí mismo,aunque William lo oyó sin ningún problema.

William se sentó con un gruñido y dio otro trago.—¿Por qué haces esto? ¿Qué te importa lo que me ocurra? —Le pasó la

botella—. Tú me odias.—Yo no diría que te odio —admitió Adrien—. En realidad, no tengo nada

contra ti. Es cierto que te mataría si pudiera; y que me quedaría con tu novia,adoptaría un par de niños y… ¿Quién sabe?, hasta me compraría un perro. Peroun perro de verdad, no esa cosa peluda y llorona que os habéis traído de Laglio.

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—Su nariz se arrugó con una mueca—. Pero no voy a hacerlo. Sé que esa partidala perdí antes de iniciarla. ¡Si hasta empiezo a creer que me caes bien!

William intentó parecer cabreado. No lo logró y las comisuras de sus labiosse elevaron con una sonrisa. Lo miró de reojo.

—Púdrete. Nos acabamos de golpear hasta no poder más.—Has empezado tú —le recordó Adrien, encogiendo un hombro como si

nada.Guardaron silencio durante un buen rato. Apuraron la botella de whisky y

Adrien encontró otra de vino en la cocina. A ese paso la borrachera estabaasegurada. Suspiró con la vista clavada en las llamas que crepitaban en lachimenea.

—No puedes caer de nuevo —empezó a decir Adrien—. Si entras en esaespiral nunca volverás a ser el mismo. Acabará contigo, y te arriesgas a perdertodo lo que de verdad te importa. Durante dos años me alimenté así. Dejé de seryo, nunca era suficiente. He matado a muchos, William, algunos inocentes. Cadavez que asesinaba a un humano, una parte de mi alma se rompía y moría conellos. No he recuperado esos fragmentos y sé que nunca lo haré, seguirá rota eincompleta mientras viva. No le deseo a nadie ese tormento.

William se inclinó hacia delante y se pasó las manos por la cara confrustración.

—¿Qué te llevó a hacerlo la primera vez? —Miró a Adrien, con la cabezacolgando de los hombros.

—No me dejaron alternativa, como a ti. Mi padre —aclaró—. Él me obligó laprimera vez. Nos enfrentamos cuando me dijo quién era y lo que había hechocon mi madre y mi hermana. Casi me mata, y me necesitaba vivito y coleando,así que… —Se encogió de hombros y le dio un trago al vino con mirada ausente—. Me obligó a beber de aquella chica. Era casi una niña. Recuerdo su cara, elcolor de sus ojos… el miedo. Olía a miedo. La segunda vez fue con un tipo conganas de pelea.

—Justo después de asesinar a esa chica, casi hago lo mismo con unacamarera con la que choqué en la calle. Recuperé el juicio en el últimomomento; eso no impidió que un minuto más tarde le arrancara el corazón a untipo en un callejón. Me descontrolé —confesó William.

Adrien lo miró de reojo.—¿No le gustaba tu corte de pelo?—Me preguntó que « qué estaba mirando» .—Ufff… —Adrien sacudió la cabeza—. Mala pregunta, no me extraña que le

arrancaras el corazón. Aunque… no sé, quizá la lengua hubiera estado másacorde.

William sonrió, no pudo evitarlo. Miró a Adrien a los ojos. No, ni de bromaiba a plantearse la posibilidad de que acabaran siendo amigos.

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—Bueno, yo le rompí los brazos y las piernas a un idiota que pensó que erabuena idea llamar a mi madre zorra. Luego me lo bebí enterito —comentóAdrien—. Después de él ya no pude parar.

Se puso de pie y se acercó a la ventana. William lo siguió con la vista.—¿Y ahora?—¿Te refieres a si he parado? —inquirió Adrien. William asintió con rigidez

—. Kate fue la última humana a la que mordí. Desde entonces, el infierno quevivo por la culpa me ayuda a controlarme. Aunque hay días en los que… lossupero a duras penas.

William apretó los dientes y tensó los músculos de la mandíbula. Le entraronganas de volver a liarse a golpes con él.

—Ella no lo merecía.—Lo sé —respondió Adrien sin disimular la culpa que lo ahogaba.—Tampoco la chica de San Diego —dijo William para sí mismo; y una

pequeña parte de él conectó con Adrien. « Daños colaterales» , había dicho elchico, y eso eran, las bajas de un plan mayor que no lograba entender—. Aún nohas contestado a mi pregunta: ¿por qué te importa lo que y o haga o deje dehacer?

Adrien se dio la vuelta y lo miró con aplomo.—Lo hago por Kate, solo por ella. Se lo debo. Porque por mi culpa ha perdido

demasiadas cosas y no voy a permitir que te pierda a ti también. —Hizo unapausa en la que tomó una profunda bocanada de aire, lo soltó muy despacio enun largo suspiro. Confesar aquello le resultaba difícil—. Kate te quiere y perdertela haría sufrir.

William se frotó los ojos, cansado.—Y tú la quieres a ella —masculló.—No voy a disculparme por eso —susurró Adrien cruzando los brazos sobre

su pecho.William agachó la mirada y frunció el ceño.—Entonces… el pacto, los humanos, el problema con los renegados están

para ti en segundo plano.—No están en segundo plano, ni siquiera en tercero. Me importan un cuerno

los vampiros, los humanos y las estúpidas leyes sobre ética y moral. Tambiénodio a los ángeles, así que, mejor no hablemos de Dios y su indulgencia oempezaré a vomitar. —Sacudió la cabeza y echó un vistazo al bosque—. No soybueno, hermanito. Soy un maldito egoísta capaz de cualquier cosa para lograr quelas personas a las que quiero estén a salvo; y si para eso hay que salvar a lahumanidad… —Sonrió con malicia—, me pondré la capa de superhéroe. Aunquepaso de las mallas.

William empezó a reír por lo bajo.—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Adrien.

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—Que yo también paso de las mallas… hermanito —usó el mismo nombre apropósito.

William apuró el vino de la botella y se puso de pie. Parpadeó paradeshacerse del velo brumoso que le cubría los ojos. La debilidad y la falta desangre habían hecho que su cuerpo asimilara el alcohol con mucha rapidez.¡Estaba pedo!

—Creo que debería regresar a casa. —Miró a Adrien y un destello de dolorcruzó por sus ojos—. ¿Kate?

—Carter la habrá llevado a casa. Seguro que está allí —respondió. Vio elalivio en el rostro del chico cuando este se dirigió a la puerta—. William —lollamó—. Déjala respirar. Si le quitas el aire buscará cualquier salida pararecuperarlo. Entiendo por qué lo haces, pero una cárcel, aunque esté hecha dediamantes, no deja de ser una cárcel. No lo soportará y la perderás de todosmodos.

—¿Te lo ha contado? —preguntó. Adrien dijo que sí con un gesto. Williamechó la cabeza hacia atrás y resopló—. Pero al menos seguirá conmigo, a salvo.

—¿Estás seguro de eso? No tienes ese derecho sobre ella y lo sabes.William lo sabía y, aun así, era incapaz de asumirlo. Agarró el pomo, lo giró

y abrió la puerta. La noche llenaba de vida el bosque, inundándolo de sonidos yextraños colores; de olores que durante el día el sol y su calor diluían.

Respiró el aire cargado de humedad y salió al porche.Adrien lo siguió afuera.—¿Vas a contarle mi… problema? —preguntó William.—No, deberías hacerlo tú. Y te lo dice alguien que aún oculta a su familia que

es un adicto psicópata que intenta no recaer.—Entonces, entenderás que no pueda contárselo.Adrien asintió y respondió:—En ese caso, pórtate bien y no me obligues a decírselo yo.

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16

Gabriel descendió a tal velocidad que, al posarse, sus pies se hundieron varioscentímetros en la tierra dura. Estaba cubierto de sangre y aún sostenía susespadas gemelas apretadas en las manos. Amatiel y Nathaniel aparecieron a sulado; un segundo después, Rafael se posó junto a ellos cargando con el peso deMeriel, que tenía una herida en el costado y parte del ala izquierda chamuscada.

La tregua entre ángeles y Oscuros (así era como llamaban a los arcángelesque habían seguido a Lucifer en su caída) había finalizado. Muchos siglos atrás,tras una batalla que mermó considerablemente sus filas y la población humana,llegaron al acuerdo de no intervenir en ningún plano terrenal. El mundopertenecía a los humanos y no podría ser tomado por ninguno de los dos bandos.

No influirían en el futuro de la especie y permanecerían recluidos en susplanos correspondientes. Solo los arcángeles y algunos de los caídos de mayorrango podían descender y disfrutar de los placeres y la belleza del mundo, peroúnicamente si mantenían su promesa de no intervenir. Lo que estaba escrito secumpliría sin más, pero llegado su momento. Era la ley.

Los siervos y las almas rescatadas de ambos bandos tenían prohibido cruzarlos portales. Aunque siempre había insurgentes del lado oscuro que incumplíandicha norma y cruzaban para poseer cuerpos y obrar con una maldad absoluta.Estos eran perseguidos por las Potestades y devueltos a su plano.

Gabriel le hizo un gesto con la cabeza a Rafael, y este último emprendió elvuelo con Meriel a punto de desfallecer. Clavó una de las espadas en el suelo, seagachó y hundió los dedos en el polvo cubierto de sangre, mientras con la vistarecorría los cuerpos sin vida que yacían frente a él. Se habían ensañado con ellosde un modo repulsivo. No lograba entenderlo.

Las Potestades eran seres celestiales, que habían sido elegidos comoguardianes de las fronteras entre el mundo espiritual y el físico. Eran los únicoscon una verdadera conciencia que les impedía hacer el mal; eran justos. Y porese mismo motivo, habían sido elegidos para ese papel tras el acuerdo y latregua. Eran los únicos, sin conflicto de intereses, que podían vigilar los portalesque permitían el acceso a la tierra y velar por que se cumplieran las leyes.

Pero, claro, la tregua había terminado.Gabriel se puso de pie y con una mirada furiosa contempló la puerta que

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había sido abierta, invisible para ojos que no fueran divinos.—Nos han engañado, todo este tiempo nos han engañado.—¿Qué quieres decir? —preguntó Nathaniel. Su larga melena cobriza

ondeaba por el viento.—Los ataques que hemos estado sufriendo en nuestras fronteras. —Gabriel

miró a su hermano con furia silenciosa, luchando contra la fuerza de un arrebatodescontrolado—. No eran reales, no pretendía tomar nuestros dominios. No teníalógica que lo intentaran una vez tras otra cuando estaban sufriendo tantas bajas.Era un plan demasiado ambicioso, incluso para ellos; además de inútil. Intentabandistraernos para que no descubriéramos el auténtico ataque.

La confusión se reflejó en los rostros de Amatiel y Nathaniel.—Pensadlo —continuó Gabriel—, han estado enviando huestes como

corderos al matadero, pero solo eran siervos y almas descarriadas bajo el mandode los caídos de menor rango. ¿Y nuestros hermanos y sus capitanes? ¿Dóndeestaban ellos?

Nathaniel se quedó pensando. Paseó la vista por los cuerpos de las Potestadesy sus ojos se iluminaron con un destello de comprensión.

—Estaban aquí. No quieren un trono en los cielos. Con que logren uno en latierra habrán ganado —susurró.

Gabriel apretó los dientes y su espada centelleó con una lengua de fuego quelamía la hoja.

—Este es el premio gordo. Siempre lo ha sido. Quienes controlen el ladofísico dominarán el espiritual —dijo Gabriel—. Nos han hecho creer queapuntaban más alto, y mientras aniquilaban la primera defensa. ¡¿Cómo hemospodido caer en un ardid tan burdo?!

—No te atormentes, Gabriel —susurró Amatiel. Se acercó a su hermano y lecolocó una mano en el hombro, intentando aliviarle el sufrimiento que casi loconvulsionaba.

—Está cumpliendo sus amenazas, no era ningún farol. Intenta lograr quecruce. ¿Te das cuenta ahora? —gritó Gabriel. Su mirada voló por encima deAmatiel y se clavó en Miguel, que acababa de aparecer tras ellos—. No erapalabrería. Te transmití su mensaje y lo ignoraste. Podríamos haber evitado todoesto si hubiéramos reaccionado cuando debíamos.

—Se estableció un acuerdo de honor. El poder del cielo y el infierno lodecidían los hombres con su libre albedrío —empezó a decir Miguel. No podíaapartar los ojos de los cuerpos salvajemente mutilados sobre el suelo—. La luchase libraría en las mentes humanas a través de su voluntad para decidir entre elbien y el mal. El desequilibrio a favor de un bando u otro lo decide esa voluntad.

Gabriel resopló frustrado. Dio media vuelta y, con la espada colgando aún desu mano, se acercó a Miguel.

—Por nuestro padre te lo suplico, hermano. Deja de cegarte a ti mismo.

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Nunca se arrepentirán, nunca pedirán tu perdón. Tu amor por ellos no escorrespondido. —Señaló los cuerpos—. Mira lo que han hecho con estos seres,han apagado la luz más pura que existía. Ni Mefisto ni ninguno de ellos tienenhonor, tampoco Lucifer. El acuerdo se ha roto y debemos pasar a la ofensiva.

Miguel asintió. Estaba completamente deshecho. Millones de años, sin perderla esperanza de que algún día sus hermanos recapacitarían y volverían a losbrazos del padre, le habían vuelto descuidado. El dolor que sentía al ver a sufamilia dividida era insoportable, y se había aferrado a la ilusión de que solo erauna simple rabieta por parte de Lucifer, que estaba durando demasiado y queacabaría por terminar cuando esta pasara. Su esperanza escapaba con la mismarapidez que lo había hecho la sangre de sus hermanos, y del mismo modo quehabía dejado que su espíritu guerrero lo abandonara hacía mucho. Había sido uningenuo, cegado por la culpa y un corazón donde aún sentía amor por suhermano pequeño, su pupilo.

Miró a Gabriel a los ojos. Su mirada solo le mostró lo que y a sabía, que hacíamucho tiempo que su hermano se había convertido en el recipiente vacío queera. Tras la primera caída, todos los arcángeles sufrieron un daño que los cambiópara siempre. Amor, misericordia, honestidad… todos esos valores fueronsustituidos por otra « cosa» que les ensombreció el corazón; y, desde entonces,sufrían una lucha interior entre los destellos fugaces de esos sentimientos y laoscuridad más absoluta. Gabriel era quien más sufría esa lucha, sus ojos lodelataban.

—Tienes razón —admitió al fin Miguel, consciente de a dónde le habíanconducido todos sus errores—. Averigüemos si todas las Potestades han sufrido lamisma suerte. Necesitamos más guardianes que vigilen los márgenes. Nadie másdebe cruzarlos. —Se giró hacia Amatiel—. Toma las huestes que necesites yencuéntralos a todos; después, devuélvelos al infierno. Revisa todos los portales.Busca cada grieta, cada agujero que hayan encontrado sus siervos y las almasdescarriadas, y séllalos.

—Con los caídos solo será cuestión de tiempo, los atraparemos. Pero ni elmejor de nuestros capitanes puede hacer frente a nuestros hermanos —le hizonotar Amatiel.

—Oscuros —corrigió Miguel—. A partir de ahora solo usaremos el nombreque se les ha dado y al que hacen honor.

—Oscuros —repitió Amatiel.—Nosotros personalmente nos ocuparemos de ellos.Amatiel asintió una sola vez y emprendió el vuelo.—Somos seis, ellos ocho. La balanza no está muy equilibrada —le recordó

Gabriel.Miguel exhaló el aire de sus pulmones. Uriel los había abandonado pocos

meses antes. No lo vio venir. No percibió los cambios, las señales de aviso de la

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tentación cerniéndose sobre el arcángel. Se lamentó en silencio, ¿cómo habíaestado tan ciego ante lo que ocurría frente a sus ojos?

—Estar en minoría nunca ha sido un problema para ti. Disfrutas con los retos.Gabriel sonrió y su expresión traviesa provocó que Miguel también sonriera.—Cierto. —Arqueó las cejas con suficiencia. La sonrisa desapareció de su

cara al echarle un nuevo vistazo al portal—. ¿Y si ha cruzado?Miguel sacudió la cabeza con un gesto negativo.—No hay posibilidad de que hay a cruzado. Me encargué personalmente de

cada portal. Hay tantos hechizos protegiéndolos que, ni con las puertas abiertas depar en par, él podría cruzarlos. He estudiado cada profecía relacionada con sualzamiento, y he creado un sello que anularía al roto en caso de que se cumplieraalguno de los presagios —explicó.

Gabriel no apartaba sus ojos de él y pudo ver en ellos lo que estaba pensando:los híbridos y la maldición de los vampiros eran dos de esos sellos; y ambosestaban rotos. Cada sello quebrado hacía más fuerte a Lucifer, y su podersiempre había sido superior al de todos ellos. Era más listo y escurridizo. Nopodían estar seguros de que fueran a funcionar, de que pudieran contenerlo parasiempre.

—Aunque todas la profecías se cumplan y todos los sellos se rompan, no hayforma divina de que cruce —insistió Miguel. « Usé magia prohibida para desligarsu alma» , confesó a través del vínculo mental que lo unía a Gabriel, para queNathaniel no pudiera escucharlos.

Gabriel lo contempló boquiabierto. El alma era el bien más preciado queexistía. Cualquier acto contra el espíritu de un ser era tabú. El may or pecado. Y aese acto infame había que sumarle que la magia prohibida requería un pagoimportante de almas; y, en su caso, esas almas eran buenas. Después de todo,Miguel poseía menos conciencia de la que imaginaba. No podía criticarlo; en sulugar, él habría hecho lo mismo. Pero no dejaba de sorprenderle que su hermanohubiera considerado una medida tan extrema. La culpabilidad de tal acto debíaatormentarlo.

« Cruzaría su cuerpo, pero no su alma. Quedaría atrapada en el infierno sin unrecipiente que la proteja, exponiéndola a sus propios seguidores. Dudo que confíetanto en ellos. Y sin alma en la tierra es tan frágil como un niño humano. Nocorrerá un riesgo así» , continuó Miguel con la voz teñida de vergüenza.

Gabriel consideró su confesión. Si Miguel estaba en lo cierto, la posibilidad deque Lucifer quedara libre era prácticamente inexistente. El mayor problemaestaba resuelto, pero quedaban unos cuantos más.

—Es evidente que Mefisto está convencido de que puede hacerle cruzar, ypronto; el ataque a las Potestades así lo demuestra. ¿Qué ocurrirá cuándo se decuenta de que es imposible? —preguntó Gabriel.

—Conociéndolo, cualquier cosa. Lo aniquilará todo, no dejará piedra sobre

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piedra. Por eso debemos encontrarlo, a él y todos los demás. Después haré conellos lo mismo que con Lucifer, y destruiré los portales. —Acarició la mejilla deGabriel y le sonrió—. Volvamos, veamos cómo se encuentra Meriel yorganicémonos.

—Adelántate con Nathaniel. Quiero ver a los híbridos. Los ataques han hechoque no piense en ellos y me preocupa lo que puedan estar tramando —pidióGabriel.

—¿Qué importancia tienen en este momento?—Su profecía me preocupa. Es la única que no hemos logrado interpretar

completamente. Tu confesión me ha tranquilizado, pero no quiero correr riesgosinnecesarios. Es mejor que esos sellos no se rompan nunca.

—Está bien —cedió Miguel—, pero envía a otro. Alguien en quien confíes.No podemos perder ni un segundo más.

William se inclinó sobre la mesa y contempló los planos. A su lado, Daniel nodejaba de señalar los puntos que debían ser revisados con antelación; necesitabanconocer palmo a palmo el terreno. Alzó los ojos y su mirada se encontró con lade Mako, la vampira le sonrió y él le devolvió la sonrisa.

Intentó pasar por alto el hecho de que ella se había quitado la guerrera y que,cuando se inclinaba sobre la mesa, la camiseta de tirantes que vestía apenaslograba contener unos senos generosos. Resultaba embarazoso. Aunque no tantopara los presentes sin pareja: Robert y Adrien se estaban dando un buen atracónsin ni siquiera parpadear.

—No sé, quizá sea más seguro colocar un vigía… —comentó William. Sequedó pensando. De repente, su mano salió disparada—. ¡Aquí! —Su voz seconvirtió en el eco de la de Mako. Sus manos chocaron sobre el mapa al señalar ala vez el mismo punto.

—Vay a, parece que hay cosas que ni siquiera el tiempo puede cambiar.Seguimos compenetrados —dijo Mako en tono suave, sosteniendo su mano. Ledio un ligero apretón antes de soltarla.

—Te equivocas. Esto se debe a que tú fuiste una buena alumna y y o mejormaestro —respondió él con una sonrisa tirando de sus labios.

Mako ocultó los ojos tras sus largas pestañas y frunció la boca con un mohín.—Es cierto. En aquella época me enseñaste muchas cosas.Durante un segundo, William notó calor en las mejillas. No le pasó

desapercibido el tono tan íntimo que ella había usado. Un rápido vistazo a lacocina le bastó para darse cuenta de que a los demás tampoco: Robert estababoquiabierto; Daniel y Samuel se habían ruborizado hasta las orejas; Cartertrataba de contener una sonrisa nerviosa y Shane lo observaba con una miradacensuradora.

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Confundido, William bajó la vista a los planos. No tenía muy claro si él habíadado pie al coqueteo, desde luego esa no era su intención. O quizá sí, y a no estabaseguro de nada de lo que hacía. Kate se encontraba al otro lado del cristal, en eljardín, desde allí podía haber oído la conversación. Se pasó una mano por el pelocon un gesto de frustración. No deseaba añadir más problemas a la larga lista quey a tenían.

La noche anterior, cuando llegó bebido a casa, Kate ni siquiera le dirigió lapalabra; y él pensó que era más prudente no hablar en esas circunstancias ydejarlo para cuando estuviera sobrio y fuera capaz de pensar con claridad.Desde entonces, encontrar un instante de privacidad para hablar con ella se habíaconvertido en una misión imposible.

—¡Dios, tienes razón! —exclamó Marie, sentada bajo un árbol en un extremodel jardín. Sus ojos, ocultos por unas gafas de sol y el ala de una enorme pamela,estaban clavados en la puerta acristalada de la cocina. Miró a Kate—. Esa arpíava tras mi hermano.

—¿En serio? Y y o que pensaba que el coqueteo y las caricias accidentaleseran de lo más normal entre un chico prometido y su examante ¡Qué ingenuasoy ! —exclamó Kate con tono irónico.

Le lanzó una mirada acusadora a Marie y esta se encogió de hombros conuna disculpa. Se frotó los brazos y abrió el viejo libro que Marak le había dado.Empezó a hojear las paginas sin ver nada de nada. Su mente no paraba dereproducir la escena que presenció la noche anterior entre Mako y William.

Poco después de medianoche, se había asomado a la ventana de sudormitorio, justo cuando William salía del bosque con pasos inseguros. Parecíaebrio. Dos guerreros que vigilaban la casa corrieron hacia él, preocupados por sile ocurría algo. Él los detuvo con un gesto y se sentó en el columpio que un par demeses antes había colgado de una de las ramas del viejo roble. Kate pensó enbajar y hablar con él, o simplemente darle un beso y acurrucarse entre susbrazos. A pesar de las diferencias que estaban teniendo, él era todo cuanto queríay necesitaba.

No tuvo tiempo de moverse, se quedó petrificada viendo cómo Mako cruzabael jardín a su encuentro. A ella sí la dejó acercarse. No estaba de guardia, así quehabía cambiado su uniforme por unos tejanos ajustados y una camiseta de licraque mostraba una figura perfecta. Se paró al lado de su novio y sujetó la cuerdapara detener el balanceo del columpio. Comenzaron a hablar y, al cabo de unossegundos, William se hizo a un lado para que Mako pudiera sentarse junto a él. Laconversación se transformó en risas a media voz, y las risas en leves empujonescon el codo. Después, Mako le tocó la cara como si le estuviera limpiando algo yacabó apartándole el pelo de la frente con un gesto cargado de ternura. Williamla dejó hacer. Después de eso, Kate no quiso mirar más.

—Perdona, es que… no sé… Es tan fría que parece no tener sentimientos —

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dijo Marie.—Pues es evidente que los tiene —intervino Jill. Sentada sobre la hierba,

pelaba una naranja—. Aunque más que sentimientos, esa lo que tiene es uncalentón.

—¡Jill! —la reprendió Marie—. No creo que a Kate le ayuden mucho esoscomentarios.

—Solo digo lo que veo. Intento que no se ponga paranoica y que sea objetivacon la situación. A ver, dime, ¿tú qué prefieres, a una chica enamorada de Shaneo a otra que solo quiere tirárselo? La primera es más peligrosa, te lo aseguro.

Marie frunció el ceño y buscó al licántropo con la mirada. Lo localizó cercade la ventana, hablando con Samuel.

—La descuartizaría en trozos muy pequeñitos si se pasara de simpática —indicó la vampira como si nada. Adoraba a su novio y en ese sentido era bastanteposesiva.

Jill puso los ojos en blanco y le dio un bocado a la naranja.—No estoy paranoica, ni celosa sin motivo. Ninguna mujer mira a un

hombre como lo hace ella solo en nombre de la amistad. Sigue enamorada de él,y parece que no le importe mucho que esté conmigo —comentó Kate bastantemolesta.

—No solo está contigo —le hizo notar Marie mientras le acariciaba el brazo—. Tenéis un compromiso, vais a casaros. ¡Mi hermano está enamorado de ticomo un idiota!

—Aun así, y o tendría cuidado. Esa vampira es demasiado lista, sabe lo quehace —sugirió Jill.

—¿Y eso qué quiere decir? —le espetó Marie.—Vamos, miradla. Esta situación le permite estar pegada a él como si fueran

siameses. No solo lo protege, también lo consuela. —Alzó las manos al ver lamirada furiosa de Kate—. ¡Eso es lo que nos has contado que ocurrió anoche! —se justificó Jill.

—No he dicho que lo consolara —replicó Kate.—Vale, pero está claro que es lo que intentaba. Es evidente que William y tú

no estáis pasando por vuestro mejor momento, y ella lo está aprovechando. Solodigo eso. Ten cuidado.

Marie se quitó las gafas y se inclinó sobre Kate, que había vuelto aconcentrarse en las páginas del libro como si fueran lo único interesante. Solo eltemblor de sus manos y la rigidez de su cuerpo mostraban lo mal que estaballevando aquella conversación. Marie colocó la mano sobre la página que ellatrataba de pasar. A Kate no le quedó más remedio que enfrentarse a su mirada.

—¿Tan mal estáis? —preguntó Marie.Kate se encogió de hombros.—No lo sé, pero no estamos bien. Está muy cambiado, a veces me cuesta

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reconocerle. Y lo peor es que siento que hemos dejado de comunicarnos. Nosestamos distanciando. —Frunció el ceño y empezó rascar con la uña una de lasesquinas del libro.

—Y Lara Croft se está aprovechando de la situación, con su estrategia de« solo soy una amiga que me preocupo por ti y que te entiende mejor quenadie» —comentó Jill con tono burlón—. ¿Quieres un consejo? Acaba con esahistoria antes de que empiece, porque esa arpía comienza a cogerte terreno.

—¡Estupendo, Jill, genial! Si algún día quiero suicidarme, ya sé a quién debollamar para no arrepentirme —soltó Marie alzando la voz más de la cuenta.

Kate tragó saliva, mientras observaba cómo William y Mako salían juntos dela casa, seguidos de Cy rus y Mihail. Ella le estaba mostrando una pistola a la queacaba de quitarle el cargador. Captó retazos de la conversación, algo sobre laaleación de las balas y la plata con belladona que contenían en su interior. Mihaille dio la razón con cierto orgullo paternal en la voz. William sonrió. Tomó lapistola de sus manos y encajó el cargador. Ella le corrigió la postura de los brazoscuando él apuntó. Tenían demasiadas cosas en común contra las que Kate sentíaque no podía competir.

William levantó la vista y miró a Kate directamente a los ojos. Su mirada laabrasó un instante, esperanzada y nerviosa. William aminoró el paso, parecíadudar; iba a acercarse. Ella se enderezó y le dedicó una tímida sonrisa. Uno delos dos debía dar el primer paso. La cara de William se iluminó y le devolvió lasonrisa.

—Tenemos prisa, William —le recordó Mako.William asintió sin apartar la vista de Kate. Le dedicó un guiño a modo de

despedida y trotó hasta el coche.Kate habría jurado que percibió en Mako cierto aire de triunfo y diversión. Jill

estaba en lo cierto. Su amiga tenía tendencia a decir las cosas tal y como laspensaba, sin paños calientes, pero eso no las hacía menos ciertas.

—William jamás te engañaría con otra —susurró Marie—. Lo sabes,¿verdad?

Kate asintió, pero ya no estaba segura de nada.

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17

Habían pasado otros tres días y el atardecer volvía a pintar el cielo de un rojointenso. Solo quedaban cuatro noches más; contando la que se abría paso en esemomento, arrastrando tras ella un manto cuajado de estrellas. Durante la quintamucha gente iba a morir. La tensión de su inminente llegada se palpaba en elambiente con tanta intensidad que podía saborearse. Todo el mundo estabanervioso y la sensación crecía minuto a minuto.

—Lo estás haciendo bien —dijo Robert.William se levantó del escritorio de su estudio y se paseó por la habitación.—¿Qué parte, la de mandar o la de atemorizar?En apenas una semana, había tenido que tomar más decisiones que en toda su

larga vida. Decisiones de las que dependía la supervivencia de los dos linajes y lade muchos humanos. Descubrió que tenía un don natural para dirigir; el deprovocar miedo ya venía de serie desde el mismo momento que se convirtió enla clase de persona que ahora era.

Su oscuridad nació aquella noche en la que tres renegados entraron en su casay le arrebataron la inocencia a su espíritu. Después, su mujer le marchitó elcorazón. El odio y la venganza lo convirtieron en un guerrero sin escrúpulos queno sentía nada. Sanguinario y cruel. Su nombre era leyenda entre los proscritospor ese motivo.

Después de ciento cincuenta años sin sentir nada, Kate le había devuelto lavida a su corazón; y ahora era incapaz de saber qué hacer con todos aquellossentimientos que lo abrumaban, que lo llenaban de paz y sufrimiento en igualmedida.

—Ambas —respondió Robert con una leve sonrisa. Se masajeó las mejillascon las palmas de las manos y se dejó caer en una silla—. ¿Vas a contarme quéte atormenta?

William lo miró de reojo.—Estoy bien.—Nunca has podido ocultarme tus emociones. Leo en tu rostro como lo haría

en un libro. Algo te atormenta.William suspiró y se encaminó a la puerta.—Mi vida en sí es un tormento, siempre lo ha sido —dijo mientras giraba el

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pomo.Abrió y se dio de bruces contra dos guerreros que hacían guardia en el

pasillo. Inclinaron sus cabezas como muestra de respeto y él les devolvió elsaludo. Si fuera humano, ya tendría calambres en el cuello por la cantidad deveces que repetía ese gesto a lo largo del día. Aquella casa era como unaestación de metro en hora punta.

Sus botas sonaron con fuerza sobre el suelo de baldosas de la cocina.Salió afuera. Al instante, sus ojos dieron con ella. Se encontraba en medio del

jardín. Había arrastrado hasta allí el sofá de la terraza y, enterrada en una pila decojines, contemplaba el cielo plagado de estrellas.

No habían cruzado más de tres palabras en los últimos días; y la última vezque habían logrado estar a solas, discutieron completamente alterados porque élse empeñó en convertir la casa en unos grilletes para ella.

Se dejó caer a su lado. Tenía la sensación de que el cuerpo le pesaba unatonelada y que, si cerraba los ojos, podría sumirse en un sueño profundo. Miró aKate, de repente sin palabras. Había tantas cosas que quería decirle, queconfesar, que no sabía por dónde empezar. Aunque se conformaba con olvidarsede todo durante un rato y abrazarla muy fuerte. Se moría por hacerlo, pero solose atrevió a colocarle un mechón de pelo tras la oreja. Ella ni siquiera lo miró.¿Cuándo se habían distanciado tanto?

Dando rienda suelta a su deseo de tocarla, le acarició la mejilla y la observódetenidamente. Su cuerpo parecía exhalar oleadas de cansancio; y se la veía tantriste que el alma le sangraba solo con pensar que él tenía la culpa. Con undiminuto pantaloncito y una camiseta sin mangas, su pálida delgadez eraevidente. Estaba muy delgada y no lo había notado hasta ahora. Se la veía tanpequeña, tan vulnerable… Le acarició el cuello, rezando para que no lorechazara. No lo hizo.

Kate se acurrucó entre sus brazos. Se apretó contra su pecho y le rodeó eltorso con los brazos. William la besó en el pelo e inspiró su olor hasta llenar lospulmones por completo.

—Hueles tan bien —susurró él—. A violetas y tarta de frambuesa.Se inclinó y la besó en la frente.—Y tu piel sabe igual de bien, a bizcocho recién hecho y a sirope de

caramelo. Tan dulce —continuó. Le tomó una mano y se la llevó a la boca. Oliósu muñeca y la acarició con la nariz—. A manzanas y a licor de menta. No,espera…

Con la punta de la lengua recorrió la piel donde debería latir su pulso. Ella dioun respingo y lo miró con los ojos muy abiertos; el reflejo de su respiración seaceleró. William sonrió.

—… sabe a melocotones —terminó de decir con tono divertido.Le besó la palma de la mano y después los dedos, uno a uno. Con los dientes

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apresó su dedo índice y lo mordisqueó.—Lo sé porque me gusta saborearte.Kate se estremeció e intentó soltarse. Una suave risa escapó de su garganta.—Déjame, me haces cosquillas.William la mantuvo abrazada.—Vamos, solo un bocadito. Eres como un trozo de delicioso pastel y y o tengo

hambre. Pensándolo mejor, creo que voy a comerte entera.Apresó otro dedo con los dientes y jugueteó con ellos.—Suéltame —insistió Kate riendo con más ganas. Logró que abriera la boca

y aprovechó el momento para echarse hacia atrás y mirarlo a los ojos—. Erestonto —le dijo con una enorme sonrisa.

William hinchó su pecho con orgullo.—Lo sé. Si dieran un premio al tipo más tonto del mundo, me lo darían a mí

sin lugar a dudas —susurró con un guiño. Se quedó mirándola como si fuera laprimera vez, o puede que la última. Ella le acarició la mejilla y le sostuvo lamirada con la misma intensidad—. Te echo de menos.

—Y yo a ti —musitó Kate.Con las puntas de los dedos le acarició la mandíbula y el cuello, maravillada

al comprobar que William volvía a comportarse como siempre. Eso lareconfortaba. Era cierto. Lo echaba tanto de menos que su ausencia le dolía deuna forma física. Echaba de menos sus largas conversaciones tumbados en lacama, en la oscuridad; sus escapadas a la cascada y los baños a la luz de la luna.

—Me alegra oírlo —suspiró él. La tomó por la cintura y la sentó en su regazo—. Kate, escucha, si lo conseguimos… Si logramos derrotarlos de algún modo…,te prometo que será distinto para nosotros. Mi padre volverá a ser rey, y tú y yonos alejaremos de todo esto. Empezaremos de nuevo. —La tomó de la barbilla yla acercó a su cara. Sus ojos no podían disimular el sentimiento de culpa que loconsumía al mirarla—. Te quiero. Te quiero muchísimo. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé —respondió ella con un hilito de voz.William la besó con ternura, mientras ella enlazaba los brazos alrededor de su

cuello. Podía sentirla en cada célula de su cuerpo. Deslizó la mano por suspiernas desnudas, ella se estremeció en respuesta a su caricia. Dentro de la casase oyó un teléfono; los faros de un coche destellaron en el camino de entrada,acercándose; y entre la espesura se oían las pisadas de los lobos que vigilaban loslímites de la propiedad. Echaba en falta tener intimidad.

Le costó ignorar la fiebre que empezaba a recorrerle el cuerpo, y separar suslabios de los de ella lo dejó moribundo. La realidad volvió a aplastarlo con todo supeso: puede que aquel fuera uno de sus últimos momentos con Kate. Forzó unasonrisa despreocupada y trató de no pensar en el futuro. Le echó un vistazo alviejo libro. Lo tomó y lo puso sobre las rodillas de ella, que aún continuaba sobresu regazo.

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—¿Es bueno? —preguntó mientras pasaba las páginas—. Lo llevas contigo atodas partes.

Kate se encogió de hombros.—No sé, es interesante.—Interesante… —repitió él. Continuó pasando páginas.—Sí, aunque no consigo leer la may or parte. Hay frases escritas en latín,

pero otras están en una lengua que desconozco.William se fijó en el texto. Kate tenía razón, no solo estaba escrito en latín,

había distintos pasajes en otras dos lenguas. ¡Qué extraño! Frunció el ceño y lomiró con más atención. Parecía una especie de diario que recopilabainformación sobre seres sobrenaturales, hechizos, símbolos malditos, pentáculosque podían convertirse en trampas para fantasmas…

—Tienes razón, pero no hay una sola lengua, sino dos: arameo medio ypolabo. Ambas dejaron de usarse hace mucho —empezó a explicar él.

Kate lo miró con los ojos como platos.—¿Las conoces? ¿Puedes… sabes leer esto? —preguntó. William asintió—.

¡Vay a, es increíble!—Bueno, mi infancia transcurrió entre libros y tutores. Cuando tus profesores

son vampiros con cientos de años, aprendes cosas que no suelen estar en losplanes de estudio de un colegio normal. No sé, quizá me hubiera resultado másútil Economía Doméstica.

Kate sonrió y le dio un beso en la mejilla.—¿De dónde has sacado esto? —preguntó William.Kate abrió la boca para contestar. Dudó un instante, no podía hablarle de

Marak. Preocuparlo por algo que no sabía si era importante, no le parecía unabuena idea dadas las circunstancias. Él ya tenía mucho por lo que inquietarse yella no estaba de ánimo para otra discusión sobre su seguridad; y menos cuandoparecía que volvían a estar tan bien como siempre.

—Amanda, me lo sugirió ella, el otro día en la biblioteca —mintió sin dudar.William la miró a los ojos. Cuando habló con Amanda le pareció entender

que no se habían visto, de hecho, en el parque… Se le encogió el estómago. En elparque había estado a punto de atacarla. Después intentó dejar seco a aquelhombre. Su mente se distrajo con el recuerdo de esa noche.

—¿Estás bien? —preguntó Kate.William parpadeó varias veces y esbozó una sonrisa despreocupada.—Sí —respondió. Miró de nuevo el libro, concentrándose en las palabras para

no pensar en lo que su cuerpo le exigía sin tregua para apaciguarse: sangredirecta de un cuerpo humano vivo y caliente. Pasó otro par de páginas—. Estos síque dan miedo.

Kate miró la ilustración que representaba a los perros del infierno.—Lo mismo pensé yo. ¿Qué dice sobre ellos? En Wikipedia solo he leído

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cosas sobre la diosa Hel, guardabosques esqueletos, j inetes muertos… Nadacreíble.

—¿De verdad te interesa todo esto? —preguntó William.Ella se encogió de hombros, quitándole importancia, pero lo cierto era que

tenía una curiosidad inexplicable por aquellos seres. William paseó la vista por eltexto. Había perdido práctica y le costó traducir algunas palabras.

—Bueno, según la fecha que figura en la ilustración y al comienzo, este librolo escribió un tal Baptistam Thier en el año 1644. Según este tipo, los perros delinfierno no son seres espectrales, en realidad son…

Un coche se detuvo en la entrada, se oy eron dos portazos y los pasosapresurados de alguien caminando sobre la hierba. William se puso tenso. El olora vida inundó el jardín y llegó hasta él como el canto de una sirena. La cabezaempezó a darle vueltas y sus colmillos se alargaron con vida propia.

—¡Kate! —exclamó Jill mientras iba al encuentro de su amiga—: ¿Desdecuándo no miras el teléfono? Jane acaba de llamarme, por segunda vez en unahora. Estaba histérica. Dice que lleva días intentando hablar contigo, que te hadejado un montón de mensajes… ¡Amenaza con coger un vuelo y venir hastaaquí si no la llamas inmediatamente!

Kate agachó la mirada y frunció el ceño.—Ni siquiera sé dónde he puesto mi teléfono —se excusó.William se movió inquieto, inclinó la cabeza y escondió el rostro en la larga

melena de Kate. Aspiró su olor, pero ni la dulzura de ella pudo enmascarar elaroma que desprendía el cuerpo de su amiga. Apretó la mandíbula con fuerza yclavó sus ojos en la oscuridad del bosque. No sirvió de nada, el pulso de lahumana era un eco que resonaba en sus oídos como una llamada insistente.

El teléfono de Jill vibró en el bolsillo trasero de sus pantalones. Lo cogió y leechó un vistazo.

—Es ella —se lamentó con una mueca de fastidio. Estiró el brazo y le plantóel teléfono a Kate a pocos centímetros de su nariz. Demasiado cerca de la carade William—. Habla con ella antes de que envíe al FBI o a la CIA a buscarte.

Kate sacudió la cabeza.—No, por favor, no puedo hablar con ella ahora.—Kate, no me pidas esto. Jane es tan…—Por favor —insistió la vampira.William empezó a jadear. Giró la cabeza para perder de vista la muñeca

palpitante; el impulso lo estaba desgarrando. Si continuaba allí, acabaríarajándole el cuello. Soltó un juramento en voz alta y se puso de pie. Kate casituvo que saltar de su regazo para no caer al suelo.

—Te ha dicho que no. No quiere hablar con ella. ¿Qué parte es la que noentiendes? —le espetó a Jill con malos modos.

La chica dio un paso atrás, demasiado impresionada.

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—Yo…—¡William, ¿qué demonios te pasa?, no le hables así! —exclamó Kate, tan

sobrecogida por su reacción que no era capaz de moverse.La voluntad de William estaba a punto de quebrarse. Clavó sus ojos en los de

Kate y le envió una fiera orden mental: « No me reprendas. No vuelvas ahacerlo» . Miró de nuevo a Jill, con su última defensa desmoronándose.

—Es mejor que te marches y no vuelvas por aquí. Tu presencia incomoda.Dio media vuelta y se encaminó a la casa. Se cruzó con Evan; el chico había

oído los gritos y acudía para ver qué estaba pasando.—¿Qué ocurre? —preguntó el lobo.—Que has olvidado que tu mujer es humana y que esta casa está llena de

vampiros. Vampiros más interesados en su sangre que en prepararse para evitarque los decapiten dentro de pocas horas. ¡Llévatela a casa, Evan!

Evan se quedó de piedra. El tono airado y desquiciado de William lo habíapillado por sorpresa. Su bestia reaccionó con un gruñido a la amenaza quesuponía el vampiro en ese momento. Su lado racional le dijo que tenía razón y seobligó a tranquilizarse.

—Solo pensé en la seguridad de este sitio, creí que aquí estaría a salvo —sejustificó.

—¿A salvo? —se burló William—. Tanto como un pequeño cervatillo entreuna manada de lobos con sed de caza —le espetó con cada músculo de su cuerpotemblando por la tensión—. ¿Por qué no piensas de vez en cuando? Si le ocurrieraalgo tendría que castigar al responsable, y perdería un buen soldado solo porquetú eres un inconsciente.

Evan apretó los dientes.—Lo he entendido.—Eso espero. No necesito cachorros a los que sermonear, sino cazadores que

no necesiten niñera. —Lo empujó con el hombro al pasar por su lado, y lo hizo apropósito, con todo el despotismo del que fue capaz. Estaba hirviendo de rabia ynecesitaba dejarla salir.

—¿Pero a ti qué demonios te pasa? —gruñó Evan.William se paró en seco. Se giró mientras sus manos se iluminaban y sus ojos

se convertían en dos estrellas blancas. La bestia de Evan reaccionó a la amenazay su cuerpo comenzó a convulsionar. Iba a transformarse.

—¡Eh, eh, eh, tranquilos! —Adrien apareció tras William y le rodeó el pechocon un brazo. Tiró de él hacia la casa; una tarea bastante difícil porque Williamno dejaba de retorcerse y maldecir—. Ya vale. Déjalo de una vez.

Daniel pasó por su lado e hizo lo mismo con Evan. Logró contenerlo yalejarlo hacia la espesura.

—Me parece que tú también necesitas una niñera —gruñó Adrien mientras losujetaba con más fuerza. William no dejaba de resistirse, fuera de sí—. No me

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obligues a dejarte frito.—Como si pudieras.—A este paso, vamos a necesitar un ring en el sótano —bromeó con la voz

entrecortada. Logró arrastrarlo por la cocina y conducirlo hasta su estudio. Loempujó dentro y entró tras él. Cerró la puerta y se apoyó contra la madera—.¿Qué te ha pasado ahí afuera? Creía que esos chicos, los Solomon, eran comohermanos para ti.

William se movía por la habitación como un león enjaulado.—Y lo son. Tuve a ese idiota en los brazos minutos después de que naciera —

replicó con la mirada encendida. Se llevó las manos a la cabeza. Había estado apunto de hundirle el puño en el estómago y arrancarle los intestinos—. Heperdido el control.

Los cuadros bailaban en las paredes y la pantalla del televisor se encendía yse apagaba.

—¿A él tampoco le gusta tu corte de pelo? —volvió a bromear Adrien.—Con Jill, he perdido el control con Jill. He estado a punto de… —Cerró los

ojos y lanzó un grito—. ¡Esto es un infierno!, ¿cómo lo soportas?Se oyeron varios chasquidos. Las bombillas de las lámparas estaban

explotando y los cristales vibraban como si los estuviera sacudiendo unterremoto.

Adrien miró a su alrededor, cada vez más preocupado por el poder queestaba manifestando William. A ese paso, iba a causar daños serios.

—Minuto a minuto —suspiró. Se acercó a él y le apretó el hombro—. Mira, eltruco está en pensar en aquello que no puedes soportar y hacer justo lo contrario.No soporto ser un adicto; que me dominen mis impulsos; la debilidad que causa eldolor. Tampoco soportaría la mirada de mi madre si lo supiera. Ni el regocijo demi padre si volviera a caer.

William lo miró a los ojos y empezó a tranquilizarse.—Puede que tu voluntad sea mayor que la mía. Todos creen que soy una

especie de héroe lleno de virtudes, y no hay nada más lejos de la realidad —dijocon tono amargo.

Adrien le dio un golpecito en el hombro y se apoyó contra la mesa.—Bienvenido al Club de los desastres. —Sacudió la cabeza, preguntándose en

qué momento aquel cretino había empezado a caerle bien—. No voy a dejar quehagas nada de lo que te puedas arrepentir. Aunque para eso tenga queconvertirme en tu sombra, ¿de acuerdo? —William asintió. Adrien sonrió—. Perono te hagas ilusiones, no voy a ducharme contigo.

Una leve sonrisa asomó a los ojos de William. No dijo nada, pero en su rostrose podía apreciar lo agradecido que se sentía. Adrien le sostuvo la mirada duranteunos largos segundos.

—Quédate aquí un rato y tranquilízate, ¿vale? Voy a ver qué tal están las

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cosas ahí fuera.Adrien salió del estudio y William se quedó inmóvil en el centro de la

habitación. Se frotó la cara con la palma de la mano. Le dolía el pecho y se pasólos dedos por el esternón con un fuerte masaje. Sentía como si hubieraenvejecido un siglo en las últimas dos semanas.

Se dio cuenta de que aún llevaba el libro en la mano. Lo apretó con fuerza ylo tiró sobre la mesa. Los papeles volaron y una caja con lapiceros sedesparramó sobre la superficie. Oy ó un sollozo que le costó identificar. Derepente se dio de que era él quien sollozaba. Tenía lágrimas en los ojos y estabagimoteando como un idiota. Se dejó caer en el suelo, con la espalda contra lamesa y los brazos cruzados sobre las rodillas. Frotó la cara contra las mangas dela camiseta y escondió el rostro.

La puerta se abrió y volvió a cerrarse con rapidez.—¿Mi señor? —preguntó Mako.—No tienes que llamarme así en privado —dijo él sin levantar la cabeza.—Pero eres el rey, así debo dirigirme…William resopló con frustración.—Primero soy tu amigo, o al menos espero seguir siéndolo.Mako se acercó a él y se arrodilló en el suelo, a su lado.—Por supuesto que lo eres —susurró.Su larga melena le caía sobre uno de los hombros y la apartó hacia atrás con

una sacudida. Indecisa, alzó una mano y enredó los dedos en el pelo oscuro deWilliam. Los deslizó hasta su nuca con una suave caricia. Al ver que él no larechazaba, continuó repitiendo el gesto en silencio.

William apretó los párpados con fuerza. Se estaba derrumbando casi sin darsecuenta. Su mente retrocedió en sus recuerdos, hasta cuando era un niño tanpequeño que necesitaba ponerse de puntillas para subirse a una silla. Tenía miedoa la oscuridad y las pesadillas lo despertaban aterrado. Su madre solía calmarlode aquel modo, lo acurrucaba en su regazo y le acariciaba la cabeza mientrastarareaba dulces melodías. Si solo pudiera volver atrás unos instantes.

Se inclinó sobre Mako hasta apoyar la cabeza en sus piernas. El calor de laslágrimas le abrasaba los ojos y la piel. Lloró en silencio. Por todo y por nada. Porel odio y el dolor que sentía. Porque era un corazón maldito incapaz de sentirseen paz.

Mako notó cómo se le humedecían los pantalones. Sorprendida, deslizó losdedos desde el cabello de William hasta su mejilla. Tragó saliva al notar ellíquido caliente. Le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a que la mirara.

—¡Dios mío, estás llorando! —exclamó atónita. Los vampiros no podíanllorar—. ¿Cómo es posible?

—Nunca he sido muy normal, ¿verdad? —respondió con tono cínico.Mako esbozó una leve sonrisa y sacudió la cabeza.

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—No, pero dudo que eso sea algo malo. —Hizo una pausa, atrapada en sumirada zafiro—. ¿Qué eres en realidad, Will?

—No puedo decírtelo.—¿Tampoco puedes decirme por qué estás aquí así, tan destrozado? —

preguntó con cautela.Le enjugó con los pulgares las lágrimas que le caían por las mejillas. Con una

punzada de dolor recordó la última vez que hizo algo así, fue consolando a suhermana después de haberse caído de un manzano. Había pasado tanto tiempoque ya no recordaba la sensación.

William suspiró y negó con la cabeza, como si estuviera asumiendo la mayorde las culpas. Se estaba volviendo loco, sobre todo por tener que contener suviolencia. Era increíble lo que podías aparentar cuando no tenías elección. No lequedaba más remedio que fingir normalidad y una mente fría, si queríamantener a todo el mundo tranquilo y que no se desmoronaran como un castillode naipes sacudido por el viento. Así que eso era lo que fingía, porque la realidadera bien distinta. Su sed no cesaba porque solo había una cosa que podíacalmarla; y no sabía cuánto tiempo pasaría hasta que volviera a caer, porquecaería. Y su mal humor no ay udaba en la ecuación, incrementaba su deseo pordestrozar todo cuanto sus ojos alcanzaban.

—Verte así me duele —susurró Mako.Deslizó los dedos por sus mejillas hasta el arco que dibujaba su mandíbula. Lo

miró a los ojos, esos preciosos ojos azules que muchas décadas atrás le habíansonreído solo a ella, y que ahora eran una dolorosa estaca clavada en su pecho.No lo había olvidado, a pesar de que sabía que nunca había sido correspondidadel modo que cada célula de su cuerpo anhelaba. Pero así eran las cosas, unosentía lo que sentía y no era culpa de nadie si la conexión solo funcionaba por unade las partes. El problema residía en su incapacidad para aceptar que esaconexión nunca fluiría en ambos sentidos. Mantenía la esperanza de que, quizáalgún día, ellos podrían…

Se inclinó y posó sus labios sobre los de él. Un tímido roce que a William lopilló desprevenido. Lo aprovechó y su boca presionó contra la de él con másurgencia, dulce y tierna.

William se apartó de golpe.—Mako… —Empezó a negar con la cabeza, mientras se ponía de pie—. Tú

eres importante para mí, siempre lo has sido, y hubo un tiempo en el que… Yo…—Suspiró, y continuó con voz firme—: Ese tiempo pasó.

—Pero podríamos hacer que regresara. Podría funcionar. Lo supe en Roma,cuando volví a verte. Lo sentí aquí. —Mako se llevó una mano al pecho e intentóacariciarle el rostro con la otra, pero él se alejó.

—Si estás aquí porque de verdad crees eso, lo siento mucho. No debiste dejara los Arcanos y arriesgar la vida por algo que nunca podré darte. Amo a Kate y

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mi compromiso con ella es de verdad.Mako se cruzó de brazos, con la amargura del rechazo aún en los labios.—¿Y por qué no está ella aquí? Mírate, tú no estás bien, y a ella parece que no

le importa. A mí sí me importa, Will.William se acercó a la ventana. Los ojos le brillaron a la luz de la luna.—Si no está aquí es por que últimamente no hago otra cosa que alejarla de

mí. —Sonó aturdido, perdido incluso. Se apartó el pelo de la frente con una manomientras apretaba la mandíbula con fuerza.

—Puede que tu subconsciente esté intentando decirte algo que tú te niegas aaceptar. No es buena para ti si te hace sentir así, si te abandona y se aleja de ticuando la necesitas; aunque tú la hay as empujado a hacerlo —susurró tras él.Posó una mano en su espalda—. Ella no es lo que necesitas, ¿acaso no lo ves?

William se giró y la miró a los ojos.—Arriesgaría cuanto poseo para mantenerla a mi lado: mi clan, mi familia,

hasta mi alma. Ya lo he hecho y volveré a hacerlo. Haré pedazos este malditomundo si la pierdo. No vuelvas a decir que no la necesito.

Mako dio un paso atrás, los ojos de William se habían iluminado desde dentrocon una extraña luz blanca y se inclinaba sobre ella de forma amenazante.Dentro de él había algo que la asustaba. Una presencia inquietante y peligrosaque activaba todos sus instintos de supervivencia.

La puerta se abrió de golpe y Robert apareció en el umbral. Sus ojosevaluaron la escena y no le gustó lo que vio. William resplandecía como elmaldito ángel que era, solo le faltaban las alas para completar la imagen. Parecíacualquier cosa menos un vampiro. Una multitud de emociones cruzó por el rostrode Mako al girarse hacia él.

—¿Todo bien por aquí? —le preguntó Robert. Ella asintió y recuperó deinmediato la compostura y su actitud marcial. Enderezó los hombros y relajó elrostro—. Si habéis terminado, necesito hablar con mi hermano.

Mako volvió a asentir y se dirigió a la puerta. Robert la sujetó por la muñecacuando pasó por su lado.

—¿Estás segura de que todo está bien? —susurró sin mirarla. El tono de su vozera tan frío y mortífero como la daga que llevaba oculta bajo la manga en elantebrazo.

—Por y para siempre mi rey. Así lo juré ante Lilith —respondió ellaconsciente de la amenaza.

Una vez que Mako hubo salido, Robert cerró la puerta y se quedó mirando aWilliam. Sin prisa se acercó a la mesa y se sentó en la esquina, con una piernaapoy ada en el suelo y la otra colgando con un ligero balanceo.

—¿Eres consciente de que debería cortarle la cabeza a esa chica por lo queacaba de ver? ¿Y que tal vez lo haga en cuanto salga de aquí? —dijo como sinada.

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William entornó los ojos y le dedicó una mirada furiosa a su hermano.—No vas a tocarla. Confío en ella.—No deberías confiar en nadie, ni siquiera en ti mismo hasta que todo esto

acabe. Y no es prudente hacerlo en una mujer que evidentemente ha salido deeste cuarto bastante despechada. —Robert suspiró con aire dramático—. Y yopensando que todos estos años habías sido tan casto como un monje eunuco, yresulta que has sido un chico muy malo.

—¡Que te den, Robert! —le espetó William. Se dejó caer en un sillón ymasculló una maldición—. ¿Qué quieres?

Robert fue directo al grano.—¿A qué ha venido lo de antes? Ningún vampiro bajo tu mando habría puesto

un solo dedo en Jill; y lo sabes. Esos guerreros llevan sobre sus espaldas siglos deentrenamiento. Se les ha puesto a prueba de todas las formas posibles y siemprehan mantenido el control.

—Yo no estoy tan seguro de eso. Conforme se acerca el momento están másnerviosos. Solo intento…

Robert se puso de pie de un salto. Esbozó una sonrisa impenitente y ladeó lacabeza, estudiando a su hermano con detenimiento.

—¿Estás seguro de que es por ellos y no por ti? En San Diego…—No tienes que preocuparte por eso, así que cambiemos de tema.Robert entornó los ojos con perspicacia. Tenía un mal presentimiento. La

esencia humana era la heroína de un vampiro, te volvía loco y te acababamatando. Él nunca lo había experimentado, pero lo había visto en otros, muchossiglos atrás. Antes del pacto, los vampiros eran auténticos monstruos.

—Si lo que pasó allí te hubiera trastornado de algún modo, sabes que podríasconfiar en mí y contármelo. Te ayudaría a…

William se movió incómodo. Cada vez que pensaba en esa chica, en susangre, en su esencia…, la cabeza le daba vueltas.

—No hay nada que contar. Todo está controlado —atajó.—Somos hermanos, nos parecemos demasiado como para no darme cuenta

de que lo que ocurrió allí te atormenta.William se puso de pie. La rabia hervía de nuevo en sus venas.—No creas que me conoces tan bien, no nos parecemos tanto. Compartimos

el ADN de mi padre, pero es la sangre de mi madre la que se impone desde hacetiempo. Es un ángel, tenlo presente. ¡Soy un maldito mestizo! —le dijo condureza.

La tensión de su cuerpo le estiraba la piel de tal modo que creía que iba adesgarrarse de un momento a otro. Todo se estaba volviendo rojo a su alrededor.Necesitaba deshacerse de la oscuridad que tan cerca estaba de gobernar sumente.

—¿Y quién estaba dispuesto a machacar a Evan, el vampiro o el ángel?

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Porque si es el mismo que quería merendarse a Jill, tiene un problema —replicóRobert, buscando las emociones que hicieran a William poner los pies en latierra.

Un largo y tenso silencio llenó la habitación. William bajó la mirada y ocultóel sentimiento de vergüenza que se abría paso bajo su coraza. No le gustaba elsabor amargo que tenía. Creía que jamás sería capaz de agredir a alguien que leimportara. Ya no estaba tan seguro.

—No hay tal problema. ¿Necesitas que te lo diga por escrito para que mecreas?

—Will… —insistió Robert sin ánimo de ceder.—¡Maldita sea, Robert! ¿Tengo que darte una puñetera orden para que me

dejes en paz?—¿Lo dices en serio? —preguntó el vampiro sin dar crédito a la amenaza de

su hermano.—Nunca lo he querido —masculló William, dándole vueltas al anillo de su

padre en el dedo—. Pero ahora es mío y es lo que soy. Cambia de tema o tepediré que te largues, y no será un comentario, ni una sugerencia… Será unaorden.

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18

Robert apretó los labios con fuerza y volvió a sentarse en la mesa. Solo acató eldeseo de William porque había pasado toda su vida inculcándole valores y elrespeto por las leyes. Debía dar ejemplo, pero, maldita sea, estaba a punto desaltar encima de él y darle de bofetadas. Si pensaba que se iba a olvidar de todosin más, estaba muy equivocado.

—Vale. Tú mandas —accedió. Cogió el viejo libro que William había lanzadosobre la mesa y empezó a hojearlo—. Espero que seas consciente de que eseanillo volverá a la mano de nuestro padre. Y que entonces voy a patearte el culohasta que me implores un poco de misericordia y me demuestres el respeto queme debes como tu hermano mayor.

William sintió una punzada de remordimientos. Quería a Robert y lamentabacomo acababa de comportarse con él.

—Será divertido verte intentarlo —replicó William.Robert levantó la vista hacia él y sonrió divertido. William le devolvió el

gesto, ansioso por dejar a un lado los últimos minutos.—Sí, y el final será el mismo de siempre: mi espada en tu estómago hasta la

empuñadura —dijo el vampiro. Soltó una risita perversa y bajó la vista hacia ellibro—. ¿Qué diablos es esto?

—Kate lo encontró en la biblioteca. No sé, parece el diario de un investigadorde temas ocultos.

Robert cerró el libro para poder ver la cubierta de piel cuarteada. Le echó unvistazo al autor en la primera página y pronunció su nombre en voz baja. Luegolo abrió y continuó hojeándolo. Se detuvo en la ilustración de los perros.

—Esto es polabo. ¿Qué demonios hace un libro como este en la biblioteca deHeaven Falls? Es una reliquia, un museo sería más apropiado.

William se encogió de hombros. Robert comenzó a leer en silencio.—Pues esta historia es buena, según el tal Baptistam, en el año 1642 un grupo

de…, y leo textualmente: salvajes bestias, seres sin conciencia y seguidores deSatán, fueron encerrados en una profunda sima a las puertas del infierno paraproteger al mundo de la destrucción que arrastraban a su paso. —Miró a William—. Habla de licántropos, pero los describe como fieros perros, tan altos como uncaballo y la envergadura y la fuerza de un Ursus arctos… ¡Un oso Kodiak!

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Nunca he visto un lobo tan grande. ¡Es lo que tienen las leyendas y los cuentos,que siempre exageran!

—Sí lo has visto —le hizo notar William. Robert puso cara de póquer—. Shanees casi tan grande como se describe a esos.

Robert se quedó pensando. Rememoró la noche del baile de solsticio, en laque Fabio intentó matar a Shane por celos. En aquel momento la adrenalina y larabia lo empujaron a actuar sin pensar, y apenas recordaba nada de lo que pasó.Solo tenía vagos recuerdos del lobo blanco desangrándose sobre la hierba; lahisteria de Marie y las heridas de William; las cadenas de plata hechas trizas enel suelo. Esas cadenas eran prácticamente irrompibles.

—¡Eso tengo que verlo! —exclamó con un brillo curioso en la mirada.William puso los ojos en blanco. Robert había encontrado un nuevo juguete,

solo que el juguete podía devorarlo de un bocado si se pasaba de listo.Sonaron unos golpes en la puerta y Cy rus entró sin esperar a que le dieran

permiso.—Samuel y Mihail acaban de llegar. No son buenas noticias —anunció el

guerrero.William y Robert cruzaron una mirada preocupada. Con paso rápido, los tres

juntos se dirigieron al salón. Samuel estaba conectando un ordenador portátil auna pantalla, bajo la mirada atenta de Daniel y sus tres hijos. Mako y Shaneobservaban las fotografías que uno de los hombres de Samuel colocaba sobre lamesa con expresión grave. El cazador hablaba muy rápido, y Shane asentía sinparar con los brazos cruzados sobre el pecho, tan envarado y tenso que parecíauna estatua de granito.

Mihail entró en la casa y se colocó frente a Samuel, con la mesaseparándolos.

—Aquí, tu Capitán Colmillos —empezó a decir Samuel en cuanto vioaparecer a William—, cree que el número de renegados que asistirán a tu« baile» es mucho mayor de lo que esperábamos. Parece que te has hechofamoso y la curiosidad que sienten por ti y tus planes se ha impuesto a su cautela.Serán muy pocos los que no acudan a tu llamada. Y eso es algo bueno, muybueno, porque cuantos más renegados caigan esa noche, menos habrá por lascalles que rastrear después. —Apoyó las manos en la mesa y sacudió la cabeza—. El problema es que nosotros no somos suficientes para enfrentarnos a ellos, niaunque fueran desarmados podríamos con todos ellos.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó William.—Sí, mi rey —respondió Mihail. Le lanzó una mirada enojada a Samuel—.

No vuelvas a llamarme Capitán Colmillos.Samuel se encogió de hombros.—Tú no tienes mucho sentido del humor, ¿verdad?Mihail frunció labios y le mostró los colmillos.

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—Los renegados serán muchos y nosotros muy pocos —dijo Mihail.Señaló las fotografías. Había decenas de ellas. Tomadas desde el mar, el aire

y todos los ángulos posibles. También del interior del edificio: un enormealmacén de contenedores a punto de ser embargado. William lo había compradoa través de una empresa fantasma.

El guerrero continuó:—Se han reforzado todas las paredes con planchas de acero, y estas se han

recubierto para que pasen desapercibidas —continuó explicando el guerrero—.Las ventanas tienen rejas y se han soldado y tapiado la mayor parte de lassalidas. Una vez dentro, nadie podrá salir salvo por los tres accesos: dos lateralesy el principal, que estarán bien controlados. Pero contenerlos no será suficiente,si no los reducimos rápido, acabarán con nosotros.

—¿Sospecharán? —preguntó Robert.—Por supuesto que sospecharán, por eso irán armados hasta los dientes —

respondió Samuel—. Seamos realistas. Nosotros pensamos masacrarlos, y esmuy probable que ellos se estén aliando para hacer lo mismo contra nosotros. Esposible que todo acabe en un baño de sangre al que nadie sobreviva…

—Solo contamos con que los jefes de cada nido prefieran someterse aWilliam, antes que iniciar entre ellos una guerra para decidir quién los liderará enel enfrentamiento; y por ende, se quedará con el premio después de que nosaniquilen —dijo Mihail.

La puerta volvió a abrirse y Kate entró en la casa seguida de Adrien. En losúltimos días él se había convertido en su sombra, en su guardaespaldas particular(así lo había decidido William) y ya nadie encontraba raro o preocupante que laprometida del rey pasara tanto tiempo con otro hombre. Nadie excepto William.

Los celos eran como ácido en su pecho; y, aun así, fingía que no pasaba nada.Algo que hasta cierto punto era verdad, entre Adrien y Kate no pasabaabsolutamente nada que pudiera darle motivos para estar celoso excepto por elhecho de que Adrien estaba enamorado de ella, hasta el punto de resignarse a notenerla y preocuparse de salvarle el culo a su prometido para verla feliz.

William intentó no fijarse en lo cerca que se habían sentado el uno del otro, nien que Kate hacía todo lo posible para no mirarlo. Debía estar muy disgustadapor lo que había ocurrido en el jardín con Jill y Evan. Apartó la vista, enfadadoconsigo mismo.

—… lo más importante es mantener a los lobos ocultos. Esperarán queWilliam acuda con un buen número de guerreros que garanticen su seguridad yla de la zona. Eso no los hará sospechar —continuaba explicando Mihail.

William se obligó a prestar atención.—No hay muchos sitios donde ocultar a mis hombres. Tendrán que

mantenerse alejados para que no capten su olor, y esos nos obliga a perder unossegundos vitales —indicó Samuel.

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Giró el portátil para tener acceso al teclado, insertó una tarjeta de memoriaen el puerto USB y en la pantalla se abrió una carpeta que mostró una lista deimágenes. Abrió una de ellas y apareció un plano del muelle con todos losedificios, calles y accesos. Señaló un cuadrante con el dedo.

—No podremos acercarnos a menos de dos kilómetros, y el único contactoque tendremos con vosotros, mientras los renegados van llegando, será a travésde vigías que también deberemos ocultar. Los puntos marcados con rojo son losmás seguros, pero están demasiados expuestos. —Suspiró y se pasó una manopor la cabeza—. No puede fallar nada o estaremos perdidos. El problema es queno hay un solo paso con posibilidades de funcionar.

—Nada de todo esto es relevante —intervino Shane—. Aunque nocometamos ningún error y consigamos encerrarlos dentro de ese edificio, lasposibilidades de vencer son escasas. Los números hablan por sí mismos: nossuperan, somos pocos. Podremos matar a muchos en los primeros segundos,aprovechando el desconcierto, pero ellos son demasiados y, en cuanto averigüenqué ocurre, estaremos muertos.

—Dentro del edificio apenas podremos meter a unos setenta hombres. Elresto estará en el perímetro, y el acceso a los lobos se limita al tejado y a lospuntos de desagüe en el suelo. Todo es demasiado lento —masculló Carter. Cruzóuna mirada con su primo. Shane frunció el ceño, bastante enfadado. Carterexplotó—: Voy a ir digas lo que digas. Necesitamos hasta el último hombre.

—De eso nada. Tú llevas la marca, tú te quedas por si el resto no podemosvolver. La manada no puede seguir sin alguien que la dirija.

—Puede hacerlo Jared —replicó Carter.—Es demasiado joven —le hizo notar Shane. Miró a su tío Daniel—. ¿De

verdad vas a dejar que vay a?—Es tan cabezota como tú. ¿Tú te quedarías? —masculló Daniel.Shane se cruzó de brazos y de su garganta brotó un gruñido.Robert soltó una risita divertida.—Nuestras posibilidades de sobrevivir son inexistentes. ¡Me encantan los retos

imposibles! Aunque, mentiría si dijera que no agradecería un poco de ayuda. —Ladeó la cabeza y le guiñó un ojo a William—. Ahora es cuando nos vendríanbien unos cuantos perros del infierno, ¿eh?

Daniel se giró hacia ellos, sorprendido.—¿Conocéis esa historia?—Algo —respondió Robert.Daniel apoy ó la cadera contra la mesa y se apartó con la mano unos cuantos

rizos de la frente. Sonrió con desgana y cierta resignación.—Yo también lo he pensado —dijo de repente. Sacudió la cabeza y miró a

Robert a los ojos—. Aunque dudo que encontráramos la forma de controlarlos.Se convirtieron en bestias con una sed de sangre descontrolada, no distinguían a

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amigos de enemigos. Su lucha se redujo a algo personal entre ellos y el resto delmundo. Victor casi perdió la vida al capturarlos, pero logró someterlos y aislarlosdonde no hicieran daño a nadie.

Robert cruzó la sala con dos zancadas y se paró delante de Daniel. Losinteligentes ojos del vampiro se clavaron en el lobo. Cuando habló no pudoocultar la emoción que le recorrían el cuerpo.

—¿Estás diciendo que esa historia es cierta? —Daniel asintió, desconcertadopor la actitud eufórica de Robert—. ¡¿Quieres decir que esa manada delicántropos existe de verdad?! —Daniel volvió a asentir y Robert lanzó unpuñetazo al aire, encantado—. ¡Bien! ¡Diablos, sí! Eso es… eso es… Ya tenemoscaballería.

—¿Estás insinuando lo que y o creo? —preguntó William.—Es una locura —terció Samuel.—No lo es —se justificó Robert—. Si esos chuchos son tal y como los

describen, con unos cuantos de ellos podríamos tener alguna oportunidad. ¡Vengay a, pensadlo!

Shane se plantó delante de Robert y lo golpeó en el pecho con un dedo.—Borra la palabra chucho de tu vocabulario o lo haré y o.—Vamos, cuñadito, no te des por aludido. Un pajarito me ha dicho que tú te

pareces mucho más a un osito polar.Shane mostró los dientes y su cuerpo empezó a temblar. Marie apareció

como un soplo de brisa tras él y le rodeó el pecho con los brazos, tirando de élpara alejarlo de su hermano.

—Robert, eres un cretino. No entiendo qué consigues metiéndote con él —leregañó Marie.

—Que el « osito» se lo meriende de un bocado —masculló Shane.Robert sonrió encantado. Provocar a Shane era tan divertido como picar a

William; hasta ahora, el único capaz de enfrentarse a él y suponer un reto.—No le hagas caso —suspiró William—. Hay quien se entretiene jugando a

las cartas y a Robert le gusta que le hagan escupir los dientes.—Cuando quieras —retó Shane a Robert.—No es que me moleste el nivel de testosterona en el ambiente —intervino

Mako—, pero deberíamos centrarnos en lo importante. ¿Cómo salimos de esta?No disponemos de más cazadores, ni guerreros, y no podemos sacrificar civilesque no han peleado nunca…

—Necesitamos a esos tipos —insistió Robert apuntando con un dedo a Daniel.—Es imposible, nadie sabe dónde se ocultan —trató de explicar Daniel.—Puede que y o sí —aseguró Robert.Salió de la sala como una exhalación y un segundo después regresó con el

libro. Lo abrió sobre la mesa y pasó las hojas hasta dar con la que buscaba.Daniel se acercó, con Samuel a su lado, y observaron las páginas. Se miraron

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entre sí.—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Daniel.—Yo lo encontré en la biblioteca —respondió Kate con voz temblorosa.Miró de reojo a Adrien. Él mantuvo su palabra y no dijo nada sobre Marak ni

ninguna otra cosa relacionada con el supuesto fantasma. Alzó la vista y seencontró con la mirada de William sobre ella. Aún podía oír su voz echando a Jillde la casa como si no fuera nadie. ¡Por Dios, era su mejor amiga, como unahermana para ella! Y él lo sabía mejor que nadie. Lo ignoró de formadeliberada, demasiado enfadada como para actuar de otro modo.

—¿En la biblioteca? ¿Y cómo ha llegado esto a la biblioteca? —preguntóSamuel a Kate, sorprendido por el hallazgo—. Este libro lo escribió un licántropo.Baptistam Thier era un escriba, un testamentario e investigador de nuestro linaje.Algo así como Silas para vuestro clan.

—¿Qué más da cómo ha llegado hasta nosotros? Lo importante es que lotenemos y que puede ay udarnos —terció Robert con la sensación de que nadiemás veía el filón que tenían entre manos.

—Robert tiene razón —dijo Cyrus. Esa afirmación silenció todas las otrasconversaciones que se habían desatado—. No estamos en posición de descartarninguna posibilidad.

—¡Vay a, gracias! —exclamó Robert con tono irónico. Se concentró en ellibro. Su polabo nunca había sido muy bueno y le costaba traducir el texto. Elúltimo párrafo daba a entender que el mapa mostraba el lugar donde habíanescondido a los perros del infierno—. ¿Qué demonios es esto?

William echó un vistazo al dibujo que su hermano señalaba en el reverso dela ilustración. Estaba pintado a mano con tinta, y esta se había diluido adquiriendoun tono beis que apenas se veía.

—Parece una carta astral —respondió William.Robert entornó los ojos y lo estudió con más atención. De repente dio una

palmada, como si celebrara algo.—En aquella época las cartas astrales servían como mapas. Señalan un lugar:

su latitud y longitud exacta; y una hora concreta —explicó Robert, cada vez másnervioso—. Tenemos un mapa y sé quién puede leerlo. —Sacó su teléfono móvily escaneó el dibujo—. Espero que ese viejo cascarrabias haya aprendido a usarel ordenador que se le instaló.

—Aunque encuentres la localización, no servirá de nada —intentó explicarDaniel. Suspiró y sacudió la cabeza—. Perdieron la razón, es imposiblepresentarse ante ellos e intentar que nos ayuden.

—Silas —ladró Robert al teléfono, haciendo caso omiso a Daniel.—¿Cuántos eran? ¿Qué les pasó? —preguntó Carter, interesado en la historia.—La manada la dirigía un hombre llamado Daleh y contaba con una

treintena de miembros, todos parientes entre sí —empezó a relatar Samuel—. Se

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decía que eran los lobos más antiguos que existían, los primeros, nacidos de unabruja a la que un dios nórdico castigó. Eran fieros y enormes. También fueron losprimeros licántropos capturados por los vampiros. Durante siglos soportaronmuchas torturas. Perdieron esposas, hijas y hermanas, como castigo a susintentos de sublevación. Bajo el látigo y la humillación alimentaron su rabia yacabaron perdiendo su humanidad; hasta tal punto que ya no lograron volver a suforma humana y adoptaron la de la bestia para siempre.

» Cuando tuvo lugar la rebelión, escaparon y emprendieron una venganzapersonal contra todos, incluso contra su propio clan cuando la may oría de sugente aceptó el pacto con los vampiros. A pesar de haber perdido el juicio, elhonor y el espíritu del cazador nunca los abandonó. De ese honor se sirvió Victor,y lo desafió a combatir cuando logró sitiarlo cerca de Varsovia, momentosdespués de que Daleh y su manada acabaran con todos los miembros de una devuestras castas.

Los ojos de Robert relampaguearon. Sabía perfectamente de qué familiaestaba hablando Samuel. A ella pertenecía su esposa, la primera mujer de la quese había enamorado y que murió asesinada con un hijo suyo en el vientre.Apretó los puños, controlando el sentimiento que durante siglos había tratado dereprimir y ahogar. Nunca estuvo seguro de quiénes la habían asesinado, ahora y alo sabía. Kara, su adorada y hermosa Kara. Desde entonces había buscado surostro en infinidad de amantes, pero nunca logró encontrarlo, por eso continuabasolo y se había resignado a estarlo para siempre.

—Nunca supimos quién lo hizo —susurró Robert.William se acercó a su hermano y puso una mano sobre su hombro.—¿Qué ocurrió? —preguntó Shane a su tío.Abrazaba a Marie contra su pecho, como si temiera que pudiera desaparecer

si no la sujetaba muy fuerte. Cada vez que oía historias sobre los años de guerray odio entre ambos clanes, su cuerpo se estremecía con una extraña mezcla deemociones.

Daniel sacudió la cabeza antes de responder.—Se enfrentaron y Victor ganó el desafío, también el respeto de Daleh.

Daleh aceptó su derrota y le entregó sus vidas. Victor no consintió el sacrificio. Acambio les ofreció el exilio y la promesa de servirle si algún día los necesitaba.Pero Victor ya no está y el lazo con ellos se ha roto.

—Según vuestro escriba, Victor los recluyó en un viejo castillo al norte deEisleben —explicó Robert—. Pero unas décadas después, tuvo que sacarlos deallí por culpa de la guerra que provocó la Reforma protestante. Consiguió unbarco que zarpó de Cádiz, España, hacia el nuevo mundo. Y aquí se acaba lainformación. Pero este viaje se realizó en 1642. Tenemos un espacio de tiempoaproximado y con la carta astral podremos averiguar el lugar al que los llevaron.

—De acuerdo, ¿y quién asegura que Baptistam supiera de verdad el lugar

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donde se ocultan? —preguntó Samuel.—Era un miembro más de la tripulación de ese barco. Los acompañó… —

declaró Robert. Una voz sonó al otro lado del teléfono y se concentró en laspalabras. Segundos después, su cara se iluminó con una sonrisa perversa—.Acabas de ganarte mi respeto, viejo gruñón. —Soltó una risotada cuando Silasempezó a maldecir y le colgó—. Están a unos doscientos kilómetros al norte deMontreal. ¿Y sabéis qué? Hay una leyenda que habla de un valle maldito dondehabitan unos demonios que caminan a cuatro patas. ¡Son ellos!

—¿Y qué? Ir allí puede suponer mucho más que perder el tiempo —dijoSamuel—. Podríamos perder la vida. ¿Has oído algo de lo que se ha dicho?Nunca ha existido nada parecido a esos hombres. Son sangre pura, y perdierontodo rastro de cordura y humanidad. El único que tenía algún poder sobre ellosera Victor, y ya no está.

William no apartaba los ojos de Robert, casi podía oír los engranajes de sucerebro funcionando a toda prisa. Conocía la expresión que esculpía susfacciones, esa mirada de genio lunático que era el preámbulo de sus planes másdescabellados. Y le daba miedo.

—Yo no estoy tan seguro de eso —lo contradijo Robert y su mirada se posóen Shane—. Transfórmate.

—¿Qué? —replicó Shane.—Cambia a lobo, quiero ver cómo eres de grande.—No, Robert —intervino William, de repente consciente de los pensamientos

de su hermano. ¡Venga ya, no lo podía estar pensando en serio!—Aquella noche, durante el baile, cuando te mostré el cuadro, te dije que no

existían las coincidencias. Tenía razón. Todo tiene un porqué y el suyo es este —le recordó Robert a su hermano mientras señalaba a Shane con un dedo.

—¿De qué demonios estáis hablando? —preguntó Shane.William se inclinó sobre Robert, tan cerca que sus mejillas se tocaban.—Lo que dices es una locura —masculló junto a su oído—. ¿Sabes cuántas

probabilidades hay de que exista una conexión en todo esto?, ninguna. La estásimaginando; peor aún, tú quieres creer que existe y eres el idiota más obsesivoque conozco.

—Vale, pero no me discutirás que es igualito y que el plan podría funcionar.—William, ¿de qué está hablando Robert y qué tiene que ver con él? —

preguntó Marie, mientras rodeaba con su brazo la cintura de Shane.—Explícate, pero sea lo que sea, no me gusta nada que tenga que ver con mi

sobrino —le exigió Samuel.Robert asintió, mientras se colocaba con pequeños tirones los puños de su

camisa.—Yo estuve presente durante la firma del pacto y conocí a Victor. Shane es

una réplica exacta de él, y no solo en su forma humana. Por lo que me han

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contado, su lobo es impresionante, y blanco como la nieve al igual que Victor.Hubo un silencio sepulcral en el que todos se quedaron mirando a Robert.—¡Tienes que estar de broma! —explotó Carter alzando los brazos.—¡Olvídalo, no le darán tiempo ni a hablar! —exclamó Samuel.—Tú… tú —comenzó a gritar Marie completamente histérica, apuntando a su

hermano con una mano temblorosa—. Tú has perdido el juicio. Lo que proponeses una locura. No, de eso nada, Shane no se moverá de aquí.

Kate se levantó y fue junto a ella.—Tranquila, nadie le pedirá a Shane que haga algo parecido —le dijo a la

vampira. Buscó con la mirada a William para que acabara con aquella locura,pero él parecía sumido en sus propios pensamientos.

Robert dio un golpe contra la mesa y de nuevo se hizo el silencio.—Estamos ante una guerra que no podemos ganar. Surge una posibilidad y la

rechazáis sin ni siquiera pararos a pensar en todo lo que está en juego. Shanepuede hacerlo, su aspecto le ayudará a acercarse, creerán que es Victor.

—¿Y qué ocurrirá cuando se den cuenta de que no es él? Descubrirán que notiene influjo sobre ellos y tratarán de matarlo —intervino Daniel—. Es misobrino, y no lo sacrificaré así como así por un plan sin pies ni cabeza.

—Por supuesto que no —aseveró Marie.—Lo haré, desafiaré a ese Daleh —dijo Shane. Su voz resonó firme y segura.

Miró a Robert—. ¿Estás seguro de que nos parecemos tanto?—¿Qué demonios te pasa, Shane? —lo increpó Marie, tirando de su brazo

para que se girara y la mirara. Él la ignoró.—Pregúntaselo a tus tíos. Samuel llegó a conocerlo —respondió Robert.—Solo era un niño —gruño Samuel evitando la cuestión.—¿Es cierto? —insistió Shane. Samuel asintió con los labios tan apretados que

se habían convertido en una fina línea recta—. Entonces dejarán que meacerque. La sangre de Victor corre por mis venas, si tienen honor me dejaranhablar; y entonces desafiaré a Daleh.

—¡¿Qué?! —gritó Marie—. ¿Pretendes retar a una bestia sin juicio?—Shane puede vencerlo y lograr su lealtad. Una treintena de licántropos con

sed de sangre vampira, y del tamaño de un oso pardo gigante, equilibrarían labalanza. Los necesitamos —dijo Cy rus.

—Tú también no —replicó Kate con los ojos como platos—. Creí que loapreciabas.

—El aprecio no tiene nada que ver con el deber —se justificó Cyrus—.Estamos hablando de supervivencia, no de elegir un compañero afín para jugar alos bolos.

Kate lo atravesó con la mirada y se acercó a William, que continuaba ensilencio.

—William, tienes que parar esto —le pidió cogiéndolo de la mano.

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Él la miró a los ojos y apretó su mano con suavidad, un gesto que escondíaalgo más, una súplica para que intentara comprenderle.

—¿De verdad te crees capaz? —preguntó William a Shane.El joven lobo asintió sin dudar.Kate quitó la mano de la de William con brusquedad. El abismo entre ellos no

dejaba de crecer y él sentía que no podía hacer nada para remediarlo. Debíaacabar con los renegados y recuperar el control y la seguridad del mundovampiro. Sin esa estabilidad no podrían sobrevivir, ninguno de ellos. Cruzar allado oscuro y adoptar la filosofía de los proscritos era un despropósito, tentador,sí, pero un disparate que se les podía volver en contra.

—Está bien. Hay que prepararlo todo, apenas queda tiempo —susurróWilliam sin apartar la vista de Shane. El chico se había convertido para él en lomás parecido a un hermano. Si le ocurría algo cargaría con una culpainsoportable el resto de su vida.

—¡No puedes hacerlo, William! —exclamó Kate. Su tono de voz no era, nipor asomo, amable. Él guardó silencio, y ella quiso abofetearlo. Dominó suenfado y se mostró firme—. No lo hagas, no lo dejes ir —insistió convehemencia. Él no respondió—. No voy a permitirte que lo hagas. Piensa enMarie, en los Solomon si lo pierden. Estoy segura de que él lo hace por ti. Solo lohace porque no es capaz de negarte nada —le gritó a la cara, frustrada hastarayar la desesperación.

Vampiros y hombres-lobo comenzaron a abandonar la sala. Marie saliócorriendo hasta el piso de arriba y Shane la siguió suplicándole que hablara conél. Cy rus y Daniel fingieron examinar de nuevo los mapas; y Samuel desparecióen la cocina.

—Está decidido —dijo William sin más.—Creía que te conocía, pero es evidente que nunca lo he hecho —le espetó

ella. Dio media vuelta, dispuesta a marcharse.—Kate, espera, iré con él. No lo dejaré solo. —William la sujetó por el brazo,

pero ella se zafó dándole un empujón.—Sí, desde luego eso mejora bastante la situación —le recriminó con

sarcasmo.Kate salió de la casa como alma que lleva el diablo. Se plantó en medio del

jardín sin saber qué hacer para dar rienda suelta a la frustración que la ahogaba.Se llevó un puño a la boca y lo mordió, amortiguando el grito que escapó de sugarganta. ¿Acaso todos se habían vuelto locos? ¿Dónde había dejado aquella vidadonde su mayor problema era decidir qué asignaturas iba a estudiar y haceroídos sordos a las burlas de Becca?

—No deberías hablarle de ese modo, y menos delante de sus hombres —lereprochó Mako desde su espalda.

Kate se dio la vuelta con los puños apretados.

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—¿Disculpa? —preguntó con voz envenenada.—Es el rey, nadie puede hablarle de ese modo, ni siquiera tú. No puedes

humillarlo delante de sus soldados. Lo hace parecer débil y puede perder surespeto. No vuelvas a hacerlo.

Kate no daba crédito a lo que estaba oyendo.—Tú no eres quién para meterte en nuestros asuntos.—Soy miembro de su guardia. Lo cuido, lo protejo y velo por él. He jurado

servirlo y eso hago. Tú le has faltado al respeto delante de todo el mundo y esono pienso permitirlo. Dentro de vuestra alcoba el cómo os habléis es asuntovuestro, fuera de ahí es mío —replicó Mako con tono vehemente.

Una sonrisa curvó los labios de Kate, pero no había ni un ápice de humor enel gesto.

—Tú no hablas como un soldado, sino como la mujer que aún estáenamorada de él. No tienes ningún derecho.

Mako sonrió de forma burlona y la miró de arriba abajo buscando aquelloque la hacía tan fascinante a los ojos de William. Solo encontró una vampiraneófita, débil y sabelotodo.

—Conozco a William desde hace mucho. Hemos compartido demasiadascosas, más de las que imaginas. Es cierto, aún lo amo, y también lo acepto comoes. No intento cambiarlo y convertirlo en la clase de hombre que nunca será. Sitú no eres capaz de hacer lo mismo, quizá deberías apartarte de su camino.

Kate notó que una emoción irracional iba subiéndole por la espalda al tiempoque Mako seguía allí sin intención de moverse y dejarla tranquila.

—¿Para que te deje ese camino libre a ti? —dijo como si nada; pero, ah, esole había dolido.

—Le convengo más que tú. Durante dos años lo compartimos todo: venganza,confidencias, risas y cama. Sé cómo es, cómo piensa; hasta lo que le gusta. Tú notienes ni idea —escupió Mako sin cortarse un pelo.

Kate sintió como si le hubieran atravesado el pecho de lado a lado, y el dolorcasi la partió en dos.

—William no es la misma persona de entonces.—Oh, sí que lo es. Eres tú la que ha vivido con el reflejo de algo que no es

real. Hace un rato era yo la que enjugaba sus lagrimas y lo consolaba. ¿Dóndeestabas tú? No puedes darle lo que necesita.

Kate precisaba alejarse de aquella arpía, o acabaría por darle un puñetazo asu pálida cara de rasgos orientales. Apeló al último resquicio de autocontrol quele quedaba.

—Si pensar eso te hace sentir mejor, adelante. Pero no vuelvas a acercarte aél o te las verás conmigo.

Mako soltó una risita cargada de desprecio.—¿Es una amenaza?

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—Yo no amenazo —le espetó Kate mientras regresaba a la casa.Mako se quedó donde estaba. Sentía el sabor de la victoria en el paladar. Kate

no era rival para ella en ningún sentido y solo era cuestión de tiempo que surelación con William terminara; y, por la tensión que percibía entre ellos, notardaría mucho en suceder.

Una sombra surgió de la nada y Adrien se detuvo a su lado. Mako lo miró dereojo, sorprendida de que no lo hubiera oído acercarse. Él permaneció quieto,con las manos embutidas en sus tejanos y la mirada perdida en las primerasluces del alba que iluminaban el bosque. Ya se había fijado en que era guapo,muy guapo; pero nunca lo había tenido tan cerca y se sorprendió de la fuerza queemanaba de su cuerpo. Tenía algo que le recordaba a William en más de unsentido.

—No vuelvas a hablarle de ese modo. Porque si lo haces, me obligarás aenseñarte modales sin importarme que seas una chica —dijo Adrien de repente.Su voz no fue más que un susurro, pero estaba cargada de agresividad.

Mako dio un respingo ante la declaración. Se irguió con la espalda tensa y loatravesó con la mirada.

—Soy un guerrero, podría romperte unos cuantos huesos sin ningún esfuerzo.Adrien se encogió de hombros. Se movió hasta plantarse delante de ella y la

miró por primera vez.—Muy bien, guerrero, no vuelvas a molestarla si no quieres vértelas

conmigo.Se produjo un silencio en el que ambos se evaluaron a conciencia.—Para ser solo su guardaespaldas, pareces demasiado preocupado por sus

sentimientos —dijo ella.Adrien comenzó a juguetear con el anillo que llevaba en su dedo meñique.—Mi relación con Kate es algo que tú nunca podrás comprender. Ella es

responsabilidad mía, y no permitiré que nadie le haga daño, ni siquiera unaexnovia celosa que quiere ocupar su lugar —masculló sin poder ocultar sussentimientos.

Mako dio un paso atrás. Sonrió con condescendencia y algo parecido a lalástima. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

—Tú… ¡Tú estás enamorado de ella! —Sacudió la cabeza—. Sabes mejorque nadie cómo me siento, no deberías cuestionarme.

—Es posible —respondió él.—¿Y no crees que llegados a este punto, lo mejor para ambos sería aliarnos y

que cada uno consiga lo que desea? —preguntó Mako un tanto exasperada.Adrien contuvo el aliento un segundo y lo soltó con fuerza.—Ella ama a William y es feliz con él. Nada cambiará eso, ni siquiera yo; así

que déjala en paz y no vuelvas a inmiscuirte entre ellos. De lo contrario, meencargaré personalmente de que te largues y no vuelvas —advirtió, haciendo

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hincapié en las últimas palabras.

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19

—¿Y por qué tengo la sensación de que es una despedida para siempre? —gimió Marie.

Su melena desparramada sobre la almohada, parecía una cascada de fuegoiluminada por los últimos rayos de sol que se colaban por la ventana. En menosde dos horas habría anochecido y su corazón se rompería en mil pedazos.

Shane se giró hacia ella, se apoyó en el codo y se quedó mirando su rostro.—No es una despedida —susurró él acariciando la esbelta pierna de ella, que

reposaba doblada y desnuda sobre la cama—. Todo va a salir bien.—No lo siento así. Tengo tanto miedo que puedo saborearlo.—¿Tan poco confías en mí que no crees que lo consiga?Ella ladeó la cabeza y lo miró a los ojos.—Confío en ti, ¡por supuesto que confío en ti! —respondió con vehemencia.

Alzó la mano y le acarició la mejilla. Lo amaba tanto que el sentimiento laahogaba con un peso aplastante—. Pero ellos son toda una manada y tú estarás…solo —la última palabra se quebró en sus labios.

Shane se inclinó y la besó con dulzura. El mundo entero desapareció duranteesos preciados momentos. El corazón del chico latía con fuerza contra su pecho yMarie apoy ó una mano sobre él para poder sentirlo. Shane se separó con unjadeo y apoyó su frente sobre la de ella.

—Te amo tanto —suspiró. Le acarició con la mano la piel suave del vientre.—Yo también te amo. Aunque eres tan cabezota que me sacas de quicio.Shane soltó una risita y la besó en la punta de la nariz. Deslizó la mano por la

curva de su cadera.—Por primera vez en mi vida tengo todo lo que quiero, y esa vida es tan

injusta que quiere quitármelo —dijo Marie con una mueca triste.—Nadie va a quitarte nada. Vamos a tener una vida larga y perfecta; y

podrás seguir mangoneándome tanto como quieras, por siempre jamás.Marie arrugó el ceño y le dio un puñetazo en el pecho.—¡Yo no te mangoneo! —exclamó indignada, y volvió a sacudirle.Shane se echó a reír con ganas. Intentó sujetarle las muñecas para que no

continuara pegándole, pero ella se movió tan rápido que en una décima desegundo lo tenía de espaldas sobre la cama, y le inmovilizaba las caderas sentada

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a horcajadas sobre él.—Me gusta verte así —susurró Shane.Levantó la mano y atrapó uno de sus mechones rojos, lo estiró y después lo

soltó para ver cómo recuperaba la forma. Contempló sus ojos dorados sobre él,grandes y preciosos, y los diminutos colmillos que mostraban sus labiosentreabiertos. Una sonrisa ladeada curvó su boca, nunca imaginó que unoscolmillos le pondrían tanto.

—No te vay as y podrás verme así todo el tiempo que quieras —dijo ella.Él le guiñó un ojo.—Has estado ahí arriba las últimas dos horas. Y pensándolo mejor, también

me gusta verte así. —Giró de golpe y se colocó sobre ella. Si Marie hubierapodido ruborizarse, estaría roja como un tomate por el recuerdo de lo que habíapasado en esa habitación durante las horas que llevaban encerrados en ella.Shane se alzó sobre los brazos y dejó que ella le rodeara las caderas con laspiernas.

—No te vayas y podrás verme así todo el tiempo que quieras —susurróMarie. Él la miró desde arriba. Había tanto amor en sus ojos que se le encogió elestómago, pero no dijo nada y continuó adorando su rostro. Ella soltó un suspiroahogado—. Vale, aunque espero por tu bien verte aquí dentro de tres días… —Sihubiera podido llorar, estaría hecha un mar de lágrimas e hipando como una niñapequeña—, porque no voy a permitir que dejes a medias el porche de atrás; ydesde luego que vas a terminar el vestidor y a poner una bañera enorme junto ala ventana tal y como me prometiste. Sin contar con que odio la pintura de lacocina y ese estúpido papel pintado…

La frase quedó ahogada en sus labios, apresados por la boca de Shane en unbeso codicioso y vehemente, mientras sus manos se enredaban en su pelo. Labesó… y la besó otra vez sin una sola pausa para recuperar el aliento. Cuando alfin levantó la cabeza, la miró con una sonrisa traviesa.

—¿Algo más?Ella iba a responder « vuelve a besarme» cuando sonaron unos golpes en la

puerta. Shane salió de encima de Marie y la cubrió con la sábana. Después sepuso los tejanos y abrió la puerta. William se encontraba en el pasillo y parecíala fatalidad en persona. Sus ojos iny ectados en sangre estaban enmarcados pordos círculos oscuros, y su cuerpo temblaba presa de la tensión.

—Pasa —dijo Shane haciéndose a un lado.William entró en la habitación completamente derrotado. En otro momento,

encontrar a su hermana desnuda bajo una sábana habría sido muy embarazoso, apesar de conocer el compromiso entre ella y Shane. Se sentó en la cama, deespaldas a ella, y Marie aprovechó para ponerse su ropa. Una vez vestida seacercó a él desde atrás. Le rodeó el cuello con los brazos y le plantó un beso en lamejilla.

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Shane contemplaba la escena desde la pared donde se había apoy ado con losbrazos cruzados sobre el pecho desnudo.

—Se le pasará —dijo Marie—. Es muy joven y visceral, pero se le pasará.Ya lo verás. Aunque habría ayudado que te disculparas con Jill, pero…

William también lo había pensado, pero no se sentía capaz de acercarse a lachica ni a ningún otro humano. Esa misma mañana, le faltó muy poco paraconvertir en su desayuno a un par de tipos que hacían senderismo. Sus impulsoscada vez eran más fuertes y le costaba mantener el control. Ahora, el miedo porlo que pudiera pasarle a Shane se sumaba a sus preocupaciones.

—Lleva todo el día evitándome, intentando que no nos quedemos a solas. Noquiero estropearlo aún más forzando la situación y obligándola a hablar conmigo.Pero en unas horas salimos y no puedo irme así —dijo William.

—Está enfadada. Yo también lo estoy —admitió Marie—, por eso sé que nodejará que te vayas sin despedirse de ti. Si y o he perdonado a ese idiota, ellatambién te perdonará a ti. —Le dedicó una sonrisa a Shane y él se la devolvió.Abrazó con más fuerza a su hermano—. Confía en mí.

—Son muchas las cosas que tiene que perdonarme, hermanita. —Sacudió lacabeza, frustrado—. No logro entender cómo hemos llegado a esta situación.

Marie le sonrió y le frotó la nariz con la suy a.—¿Quieres que hable con ella? Ya sabes que soy capaz de convencer a

cualquiera de cualquier cosa.Shane tosió y después carraspeó. Ella le sacó la lengua.William asintió sin estar muy convencido.—Creo que sigue en nuestro dormitorio.—Vale. Ya verás que todo se arregla —dijo ella antes de salir.William se quedó mirando a Shane y el licántropo le sostuvo la mirada todo el

tiempo.—Siento obligarte a hacer esto —dijo al cabo de unos segundos.Shane se pasó una mano por el pelo y suspiró.—Tú no me fuerzas a nada, soy demasiado orgulloso para permitir que

alguien me obligue a hacer algo que no quiero. Lo hago porque sé que es lo quedebo hacer, y porque yo también tengo una familia y una chica para los quedeseo una vida que merezca la pena. Si no de qué sirve tener esperanza.

Se acercó a la cama y se sentó a su lado.—No sé si te servirá de algo —continuó Shane—, pero si aquel día en el

templo yo hubiera estado en tu pellejo, tampoco habría sacrificado a Marie pornada del mundo. No te culpes por lo que está pasando, de un modo u otro, antes odespués, nos encontraríamos en esta situación. No te atormentes, necesitas estarcentrado y pensar con claridad.

» Y sobre Kate. No sé qué demonios os está pasando, ni si es culpa tuya,suya, o de los dos. Pero si quieres hablarme de ello y, de paso, contarme qué

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demonios te traes con Adrien como para servírsela en bandeja, soy todo oídos.Shane le dio una palmadita a William en la espalda y se puso de pie.—Aunque te cueste creerlo confío en él. Y en este momento es el único que

puede ay udarme —acabó por confesar William.—¿Qué puede hacer él por ti que no podamos hacer los demás?—Es como y o. Es el único en este maldito mundo que es como yo, y sabe

qué se siente al vivir siendo lo que soy.Shane le sostuvo la mirada un largo segundo.—No me importa lo que hayas hecho, Will. Eres mi mejor amigo y eso está

por encima de todo. Cuando estés preparado para contarme tu mierda, y a sabesdónde encontrarme. Entonces te darás cuenta de que no se trata de la sangre nidel ADN, sino de esto. —Se golpeó el pecho a la altura del corazón—. Voy adarme una ducha.

—Kate, soy yo, ¿puedo pasar? —preguntó Marie.Dentro de la habitación se oy ó un gemido y después un rápido jadeo. Abrió la

puerta y entró. Kate se encontraba sentada sobre la cama, con las piernascruzadas y la espalda apoy ada contra un montón de almohadones. El perritoestaba en su regazo, mirándola con adoración. Marie se sentó a su lado y leacarició las orejas al cachorro.

—No nos tiene ningún miedo. Nunca había visto nada igual —dijo con tonoalegre—. ¿Qué nombre le has puesto?

—No le he puesto nombre —respondió Kate.—¿No vas a quedártelo?Kate se encogió de hombros.—¿Por qué iba a querer quedármelo? ¿Sabes cuántas veces al día pienso a

qué sabrá su sangre? Es mono, pero no deja de ser un batido caliente de sangrefresca.

El perrito gimoteó y se bajó del regazo de Kate a toda velocidad.—Cualquiera diría que te ha entendido —dijo Marie. Contempló a su amiga y

le apartó de la cara un mechón de pelo—. ¿Alguien está de mal humor?Kate forzó una sonrisa sin pizca de gracia y se recostó sobre los coj ines. Tenía

esos pensamientos porque estaba famélica. Tomaba sangre, pero su cuerpo no sesaciaba; al contrario, protestaba con unos dolores de estómago espantosos. Eracomo si solo admitiera lo que únicamente William podía darle. Y llevaba días sintomar de él.

Marie suspiró con cierto dramatismo.—¿Sabes? No me deja en buen lugar que tú estés más enfadada que yo con

todo este asunto. Es mi novio el que va a retar a una especie de Yeti demoníaco.—A pesar de que pretendía ser una broma, su pecho se encogió con una punzada

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de desesperación.Kate permaneció en silencio.—Se están preparando para marcharse —prosiguió Marie—. ¿No quieres

despedirte? Si no lo haces, nunca te lo perdonarás.Kate se colocó de costado, dándole la espalda, y continuó sin decir nada.

Marie la imitó y se pegó a ella, con la barbilla en su hombro y un brazorodeándole la cintura. Se quedó inmóvil compartiendo su silencio, mientras lassombras del ocaso danzaban sobre las paredes creando extrañas figuras.

—Estoy tan enfadada que no sé qué hacer con todo esto que siento y que meahoga —dijo Kate al cabo de un rato—. Lo amo, lo amo muchísimo, pero y a noaguanto más esta situación. No es solo la presión a la que está sometido, haymucho más que no dice y que trata de ocultar. Son las decisiones que toma sinque le preocupen las consecuencias y a quienes afectan. Es el hecho desacrificar sin dudar a las personas que le importan, en nombre de un supuestobien mayor, como si el fin justificara cualquier medio, cualquier precio. Eso eslo que me da miedo y me aleja de él. Lo que me asusta de él.

—Ha ido a verme. Está destrozado, cree que te está perdiendo.Kate ladeó la cabeza y la miró por encima de su hombro.—¿Y cómo crees que me siento yo? Pero soy incapaz de fingir que no pasa

nada.Marie le frotó el brazo y le besó el pelo como si estuviera arrullando a una

niña pequeña.—Conozco a mi hermano, por eso soy la primera en admitir que no es

perfecto. —Puso los ojos en blanco—. ¡Pero qué estoy diciendo!, en realidad esun completo desastre y tan complicado que dan ganas de abrirle la cabezota conuna barra de acero. —Rió por la bajo—. Si fuera el protagonista de una de esasnovelas románticas que leen las jovencitas, se cargaría de un solo golpe todos losestereotipos. Bueno, menos uno: es guapísimo —susurró con voz sugerente. Notóque Kate sonreía, y eso la animó a seguir—: Ni siquiera creo que sea conscientede cómo está actuando en realidad.

Kate se dio la vuelta y apoy ó la mejilla contra sus manos unidas sobre laalmohada. Miró a Marie a los ojos.

—Puede que sea así, pero eso no alivia el dolor que siento cuando lo veocomportarse de ese modo. Y acabo por dudar de él.

—William te quiere muchísimo, nunca dudes de eso, jamás.Kate apartó la mirada intentando disimular un malestar creciente, y se colocó

de espaldas.—¿Qué es lo que no me estás contando? —preguntó Marie. Se alzó sobre el

codo para verle el rostro.—Mako me ha dicho que no soy buena para él. Insinuó que William acabará

por darse cuenta de que y o no soy lo que necesita y que ella estará allí para

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dárselo.Marie se estremeció.—¡Será… arpía! —exclamó con los puños apretados—. ¿Pero quién se cree

que es esa…? —Se levantó de la cama y empezó a andar de un lado para otro—.No la habrás creído, ¿verdad? —Kate negó con la cabeza—. Dime que la pusisteen su sitio.

—Lo intenté, pero no se deja intimidar fácilmente. Parece de hielo… menoscuando lo mira a él.

—Eso es porque aún no se las ha visto conmigo. ¡Maldita zorra! —gritómientras enterraba la cara entre las manos, y continuó atropelladamente—:Discúlpame, no suelo hablar así. ¡Si Aileen me oyera! Pero es que…

—No le des importancia. Yo intento no dársela —dijo Kate.Marie suspiró y volvió a sentarse sobre la cama.—Siento decir esto, pero… Jill tenía razón, está aprovechando vuestros

problemas para acercarse a él. Así que, voy a ir a buscar a William y le diré quevenga. Hablaréis y arreglaréis las cosas. Necesitáis un poco de tiempo a solas,solo eso, antes de que se marche. ¿De acuerdo? —preguntó esperanzada.

Kate no sabía qué contestar. Se mente era un hervidero de sentimientos ypensamientos contradictorios. Despedirse de él podría significar un adiós parasiempre. Había tantas posibilidades de que no regresara. No se encontrabapreparada para eso. Estaba aterrada.

De repente la casa se llenó de ruidos, gritos y órdenes. Se oyeron un par degolpes y un estruendo. Kate y Marie se miraron un instante e inmediatamentesalieron al pasillo. Se dieron de bruces con Shane.

—Volved a la habitación y no salgáis —dijo mientras las hacía entrar denuevo—. Si me oís gritar vuestro nombre, salís de la casa a toda prisa y osescondéis. Buscad un lugar donde hay a mucha gente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Marie.—Ángeles —respondió Shane, como si solo ese nombre pudiera explicarlo

todo. Cerró la puerta y regresó abajo.Los sonidos de cristales rotos y madera cruj iendo no dejaban de oírse. Un

ligero olor a quemado flotó en el aire. Más ruidos imposibles de identificar y unaullido de dolor que les taladró los tímpanos.

No podían quedarse en aquella habitación, de brazos cruzados. Salieron alpasillo y se lanzaron escaleras abajo. Entraron al salón y sus ojos se abrieroncomo platos. Había un hombre en medio de la sala, vestido con un pantalónholgado blanco y una camisa de lino del mismo color. Se elevaba en el aire unoscentímetros y no dejaba de forcejear como si intentara liberarse de unas cuerdasinvisibles.

—No os acerquéis. —Shane apareció frente a ellas y las hizo retroceder—.Os dije que os quedarais arriba, es peligroso.

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—¿Ese es el ángel? —preguntó Marie. Ella aún no había visto ninguno, salvo aAileen. Pero no podía compararse la dulzura de su madre con la presenciaamenazante de aquel ser.

—Adrien y William lo están controlando, pero es fuerte y no deja deresistirse.

—¿Y qué hace aquí un ángel? —preguntó Kate sin disimular su preocupación.El ángel abrió los ojos y clavó su mirada plateada en William y después en

Adrien. Esbozó una mueca de desprecio y forcejeó de nuevo, tratando deliberarse de la fuerza que lo mantenía prisionero.

Kate no podía apartar los ojos de la criatura: su piel oscura refulgía con unapálida luz; tenía un rostro hermoso de facciones infantiles, donde sus ojos sinpupilas parecían dos faros en medio de la oscuridad. El ángel la miró y suspárpados se entornaron. Kate apartó la vista y sintió una mano en la espaldatirando de ella. Cy rus la posicionó de modo que el cuerpo del vampiro se levantócomo un escudo entre ella y el serafín, pero sin impedirle ver lo que pasaba. Sedio cuenta de que en la sala había más gente. Mihail estaba al otro lado, junto a lapuerta principal, armado hasta los dientes. Daniel y Carter ocupaban la entrada ala cocina y … Mako observaba a William con los ojos muy abiertos y una mezclade fascinación y desconcierto. El secreto de William ya no era tan secreto.

—¿Quién te envía? —preguntó William.El ángel clavó sus hermosos ojos en él. Su piel oscura destelló un momento y

volvió a apagarse con la misma rapidez.—No voy a repetirte la pregunta —insistió.El ángel lo ignoró y se mantuvo impasible. William alzó el brazo y una lengua

de fuego surgió de su mano enroscándose en el cuello del serafín. El dolor sereflejó en sus ojos sin pupilas; ni siquiera entonces emitió un solo sonido.

—No dirá nada —masculló Adrien.—¿Qué estaba haciendo exactamente? —inquirió Shane.—Nada de nada. Nos observaba. Ni siquiera sé cómo he logrado percibirlo.

Era completamente invisible y estaba a un centenar de metros de aquí, flotandosobre los árboles —respondió Adrien. Se giró hacia el ángel—. Será mejor quehables —lo amenazó, y su mente se abrió paso como una hoja afilada a travésdel pecho angelical. El serafín aguanto de forma estoica la tortura y se mantuvofirme con los labios apretados. Sus ojos brillaron como si estuviera conteniendolas lágrimas.

Kate no pudo evitar conmoverse. Casi parecía un niño.—¿Qué hacemos, William? —preguntó Daniel—. Deberíamos salir en un par

de horas como muy tarde.William se pasó una mano por la cara, tratando de pensar y ordenar sus

pensamientos.—No podemos dejar que se vaya. No sabemos cuánto tiempo lleva

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espiándonos y lo que sabe —indicó Carter.—¿Y qué hacemos con él? ¿Encerrarlo? —sugirió Mihail.Adrien negó con la cabeza.—No se puede encerrar a un ángel entre cuatro paredes. Pueden

desmaterializarse.—¿Estás diciendo que no hay manera de contenerlo? —Mihail empezaba a

preocuparse de verdad.—¿Y qué crees que estoy haciendo ahora? —escupió Adrien. En las arrugas

de su rostro se podía apreciar el esfuerzo que estaba haciendo para mantenerinmóvil al ángel con sus poderes.

—¿Ha tratado de hacer daño a alguien? —preguntó Kate tras Cy rus.Su voz hizo que William se girara hacia ella. No le gustó verla allí, pero antes

de que él pudiera echarla, alegando que era peligroso que estuviera en la mismahabitación que un ángel, ella añadió:

—Quizá solo nos observe, ¿y qué puede haber visto? A un grupo de licántroposy vampiros conviviendo en la casa. Nada más.

El ángel la miro y ella le sostuvo la mirada. La compasión dulcificó sus ojosy el ser pareció sentirla, porque se relajó un poco.

—Me preocupa más lo que haya oído —masculló Cy rus.—Nada de lo que pueda haber oído incumbe a los ángeles, ¿por qué iban a

interesarles nuestros asuntos? Solo intentamos frenar la amenaza de losrenegados, no tomar el cielo —replicó Kate, consciente de que William laobservaba sin parpadear, controlándose para no sacarla de allí en volandas.

—Tengo un mal pálpito con esto —dijo Adrien.—¿Y qué hacemos? —gruñó Daniel—. No sabemos nada de él, ni qué le ha

traído hasta aquí. Si ha venido solo o vendrán más. Y tampoco podemoscontenerlo.

—Tú no vienes con nosotros —comentó Mihail, dirigiéndose a Adrien—.Contrólalo mientras vamos a Montreal, eres el único que puede hacerlo, ¿no?

—Dicho así parece fácil —refunfuñó Adrien—. Si no fuera porque Williamme está ayudando y en los pocos minutos que llevamos aquí nos está dejandosecos. No aguantaremos mucho más.

—Dejad que se vaya. No creo que quiera hacer daño a nadie —sugirió Kate.—Entonces, ¿por qué calla? Que responda a un par de preguntas y lo

dejaremos ir —intervino Carter.Kate se movió para sortear a Cy rus y acercarse al ángel, pero el vampiro la

frenó con el brazo.—¿Te ha enviado alguien? —preguntó ella desde su posición segura—. Solo

dinos por qué has venido y podrás irte.—Sirvo a Gabriel —respondió el ángel para sorpresa de todos.Una oleada de poder surgió de él y hasta los cimientos de la casa se

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sacudieron. Adrien y William tuvieron que concentrarse para no aflojar el lazocon el que lo sujetaban.

—Me ha enviado para vigilaros, le preocupa vuestro papel en losacontecimientos que están teniendo lugar. Decido si sois una amenaza —añadió.

—No lo somos —replicó Kate con tono vehemente.William sentía unos extraños retortijones en el estómago, como si estuviera

montado en una montaña rusa. El nombre de Gabriel le erizaba el vello ydespertaba cada terminación nerviosa de su cuerpo. Sus instintos aullabanadvertencias. El arcángel no se había olvidado de ellos, de hecho, estaba atentoen las sombras, esperando la excusa, el momento idóneo para aniquilarlos.

—¿Y qué piensas decirle si te dejamos marchar? —preguntó Shane con vozmortífera—. No estamos haciendo nada que pueda afectaros.

—Mi juicio no importa, sino vuestros actos —respondió el ángel.—¿Y qué dicen nuestros actos? —preguntó William.El ángel meditó su respuesta. Alzó la vista del suelo y ladeó la cabeza.—Aún no lo sé.—No podemos dejar que se vaya —masculló Cy rus.—¿Y cómo lo controlamos? —intervino Carter.—No hacemos nada malo —insistió Kate. Miró al ángel a los ojos con una

súplica—. Se lo dirás, ¿verdad? Le dirás que no debe preocuparse por nosotros.—Me habéis torturado sin motivo. La misericordia divina es solo para los

inocentes. El daño que ya habéis causado es irreparable —dijo sin emociónalguna.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Adrien.—Que os reduciré a cenizas —sentenció el ángel.Adrien y William se miraron, sus poderes estaban consumiendo todas sus

fuerzas y la debilidad se apoderaba de ellos.« ¿Qué hacemos?» , preguntó Adrien a William a través del vínculo que

compartían.William entornó los ojos y apretó los dientes. Tomó la decisión y la ejecutó

en lo que dura un parpadeo. Su cuerpo se movió con la gracia letal de un felino.Su puño atravesó el pecho del ángel y la sangre le salpicó la cara y todo le quehabía a su alrededor. Su brazo se transformó en una corriente de luz mientras lotraspasaba y el ángel estalló como si estuviera hecho de miles de cristales.

Kate se tapó la boca para contener el grito que le desgarraba la garganta. Elsilencio se impuso en la sala y todas las miradas se clavaron en William.

De él surgía un resplandor que palpitaba como un corazón que bombea allímite de su capacidad. Sus ojos brillaban desde dentro, fríos y letales. Se llevó lamano a la cara y se limpió las gotas de sangre que resbalaban por sus mejillas.Con la misma frialdad con la que había acabado con el ángel, se frotó la mano enlos pantalones. Salió de la sala sin decir nada, envuelto en una brisa de apatía fría

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y perturbadora que envolvió a Kate calándola hasta los huesos.Una luna pálida iluminaba la casa como si se tratara de una aparición

espectral. William se quedó mirándola desde el límite de la arboleda. Apretó elpuño, pegajoso por la sangre del ángel. Cualquiera que pasara y le viera allí depie, inmóvil, con las piernas separadas y los brazos a ambos lados del cuerpo, notendría dudas sobre lo que estaba viendo. William era la mismísima muerte conun hermoso envoltorio.

—¿Habrías dejado que se fuera? —preguntó cuando Adrien se paró a su lado.—No lo sé —respondió Adrien—. Quizá sí para no enfadar más a lo ángeles,

pero algo me dice que se cabrearán hagamos lo que hagamos, así que… ¡que sejodan! Un ángel muerto es un ángel menos del que preocuparse.

—Gabriel vendrá a buscarlo —le hizo notar William.—Entonces iré sacando las velas, la porcelana fina y la plata. No queremos

que se sienta despreciado, ¿verdad?Los labios de William se curvaron con una sonrisa, que acabó

transformándose en una suave carcajada. Adrien rió con él y la tensión que leagarrotaba el cuerpo se relajó un poco; pero el reloj corría y ya deberían habersalido hacia Montreal. La sonrisa desapareció de su cara al pensar en Kate.

No había podido hablar con ella; y algo le decía que acababa de bajar otropeldaño en el descenso imparable en el que estaba cay endo su relación. La luzque ella transmitía era el faro que William necesitaba para no hundirse en lastinieblas que siempre había sentido a su alrededor. Pero la empatía que Kateparecía sentir por todo el mundo no se aplicaba a él, al contrario, era un repelentecontra la clase de persona en la que él se estaba convirtiendo poco a poco. La luzde ese faro estaba dejando de brillar y William se hundía sin remedio.

—Voy a quitarme toda esta porquería —dijo Adrien. Se miró la ropa yarrugó los labios con una mueca de asco, estaba cubierta de sangre seca y otrosrestos más repulsivos. Miró a William de arriba abajo—. Y tú deberías hacer lomismo.

William entró en la casa y fue directamente a su habitación. En el baño se oíael agua de la ducha. Se le formó un nudo en la garganta y sintió una opresión enel pecho que lo dejó sin voz. Una expresión de alivio cruzó su rostro impasible.Kate estaba allí.

Solo que no era Kate.—¿Qué haces aquí? —preguntó.La mampara de la ducha se abrió y Mako apareció completamente desnuda.

Él apartó la mirada de golpe y se dio la vuelta.—Vamos, no te sientas cohibido, me has visto desnuda muchas veces —le

recordó ella; y añadió respondiendo a su pregunta—: Los otros dos baños estánocupados por los chicos. Pensé que no te importaría. Lo siento si me heequivocado.

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William suspiró y se dio la vuelta en cuanto oy ó que ceñía su cuerpo con unatoalla.

—No creo que sea lo apropiado dadas las circunstancia. No quiero que Katese enfade por cosas que no son.

—¿Acaso no confía en ti? —preguntó ella con tono coqueto dando un pasohacia él.

William la miró fijamente. Mako seguía siendo preciosa. Sus rasgos orientalesparecían esculpidos en fina porcelana y contrastaban con su melena de un negroazulado. Poseía un cuerpo fuerte y atlético de curvas generosas que volvería locode deseo a cualquier hombre. Menos a él. Ya no sentía nada de eso por ella.Alargó la mano y cogió el montón de ropa que había sobre el lavabo; se loofreció con el brazo estirado.

—Será mejor que te vistas fuera.Mako tomó la ropa y salió del baño.William se metió bajo el agua de la ducha. Frotó cada centímetro de su

cuerpo, poniendo especial atención a la cara y los brazos. La sangre se habíaadherido a la piel como pintura y le estaba costando sacarla. Se concentró enlimpiarla y no en pensar en lo que estaba por venir en las próximas horas, lospróximos días.

Al cabo de un rato salió del baño, afeitado, oliendo a jabón y con una toallaalrededor de las caderas. Se paró un segundo al descubrir que Mako continuabaen la habitación. Su cuerpo, cubierto tan solo por unos diminutos bóxer y unacamiseta de tirantes, brillaba bajo la luz de la lámpara y olía a loción corporal. Seestaba desenredando el cabello con las suaves pasadas de un peine. Ella le sonrió,como si que siguiera allí fuera lo más natural.

William tomó una bocanada de aire y se dirigió al vestidor. Se puso unospantalones negros de vago aire militar. Sus hombros se movieron cuando se subióla cremallera y notó un fuerte tirón en el cuello. Estaba tan rígido como unabarra de acero. Lo giró de un lado a otro; le dolía horrores.

Regresó a la habitación moviendo el hombro en círculos, para tratar deaflojar el nudo que notaba bajo la piel. Se acercó a la cómoda y sacó del primercajón una camiseta negra de manga corta. Del segundo cogió una funda decuero, de las que se cruzan sobre los hombros y se cierran bajo los pectorales.

—¿Estás bien? —preguntó Mako dejando el peine a un lado.—Sí, solo es un tirón.—Déjame ver —replicó ella mientras se levantaba de la cama.—No es necesario, estoy bien —insistió William, y añadió—: Deberías

vestirte y darte prisa, saldremos de inmediato.Mako soltó una maldición y lo cogió del brazo, tiró de él hacia la cama.—¿Podrías dejar de comportarte como un idiota y aceptar un poco de ayuda?

—Lo empujó hacia abajo por los hombros, obligándolo a que se sentara. Después

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se colocó tras él, de rodillas sobre las sábanas.—¿Es así cómo le hablas a tu rey? —William ladeó la cabeza para mirarla

con el ceño fruncido.—Dijiste que primero somos amigos; y más en la intimidad, ¿lo recuerdas?Comenzó a masajearle los hombros y el cuello, clavando los dedos en los

músculos con habilidad. Trazó pequeños círculos y palpó cada nudo; y notó cómoél se iba aflojando bajo su roce. La piel desnuda de su espalda, suave, dorada, ytan desnuda, se fue calentando.

—¿Mejor? —preguntó ella. A William no le quedó más remedio que admitirla evidencia. Gruñó un sí y cerró los ojos—. Siempre has tenido problemas con elcuello. Debo haber hecho esto como un millón de veces.

William no dijo nada, pero su mente viajó atrás en el tiempo. Recordabahasta el último detalle de aquellos dos años. Cómo la encontró en aquel sótano alborde de la muerte, hasta el vacío que le dejo cuando desapareció sin más.

Miró el reloj , inquieto. Si bien era cierto que su cuerpo se había relajadobastante, su conciencia era una brasa ardiente que le susurraba que aquello noestaba bien. Pensó en Kate y llegó al borde mismo del límite, allí donde elsiguiente paso daría salida a la oscuridad que lo acechaba.

La puerta se abrió y Kate apareció en el umbral como si la hubieraninvocado. Sus ojos tardaron un instante en asimilar la escena: William vistiendotan solo un pantalón y Mako de rodillas tras él en ropa interior, acariciándole laespalda.

William se puso de pie a la velocidad del rayo.Kate sintió que el pecho se le convertía en un pozo frío y húmedo. La idea de

un momento tan íntimo entre ellos le provocó náuseas. Notó un clic dentro de sucabeza. La rabia se derramó, empapándola, fluy endo sin control. No recordabaestar tan enfadada en toda su vida. Era como si un fuego violento la quemase pordentro, como si hiciese arder sus pensamientos. Entrelazó los brazos sobre elpecho.

—Tú, largo de aquí —le espetó a Mako. La vampira la miró, sorprendida porel tono soberbio de su voz—. ¿Acaso no me has oído? —gritó al comprobar queno se movía.

Mako se enderezó.—Yo solo acepto órdenes de mi rey o de Mihail.—Mako, por favor —pidió William; aunque sonó como una orden sin derecho

a réplica.La vampira recogió su ropa y salió de la habitación a toda prisa.—Sé que estás furiosa y ofendida… —empezó a decir él dando un paso hacia

ella.—No tienes ni idea de cómo me siento —dijo Kate al tiempo que retrocedía

—. Durante estas semanas has jugado conmigo y mis sentimientos. Me has

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mentido, me has tratado como un cero a la izquierda. Has sido mezquino, undéspota y solo has pensando en ti. Y para completar el cuadro, te encuentro asolas con ella.

—No estábamos a solas en ese sentido. Necesitaba la ducha, los otros bañosestaban ocupados por los chicos.

Kate alzó las cejas con un gesto de desdén.—¿Y qué eres tú? ¿Está mal que comparta el baño con ellos pero no contigo?

Ah, disculpa, qué tonta soy. Los dos años que fuisteis amantes le dan ese derecho.¿Recordabais viejos tiempos?

William apretó los dientes, empezaba a enfadarse. Kate estaba tocando lasteclas necesarias que podían hacerle perder los nervios.

—No ha pasado nada entre nosotros —aseguró él.—¿Y debo creerlo porque lo dices tú? Perdona, pero tu credibilidad quedó en

entredicho hace mucho.—Nunca te he mentido —aseveró rodeado por un halo de energía.—Es cierto, tú no mientes, solo no mencionas las cosas. ¡Qué estúpida soy,

¿verdad?! —se burló.—Hay cosas sobre mí que es mejor que no sepas. En este momento no las

entenderías —susurró William. Intentó acercarse, como si sintiera sus emocionesy estas lo empujaran hacia ella.

—Llevas repitiéndome eso desde que viajamos a Roma. Últimamente pareceque no soy capaz de entender nada, según tú. Esa no es excusa para que no seassincero conmigo. Si me conocieras sabrías que no puedo estar con alguien queme miente. No a estas alturas —y conforme lo dijo se arrepintió.

Ella también tenía secretos. Marak era su secreto, y más la sensación dedesconfianza que le provocaba; pero estaba tan enfadada y descontrolada, tancelosa, que la necesidad de explotar era insoportable. Quería abofetearlo, hacerletanto daño como él le estaba haciendo a ella, y el impulso era tan fuerte quepensó que sería mejor salir de allí. No solo de allí, necesitaba alejarse de élcuanto pudiera. El despecho la ahogaba y la imagen de Mako sobre él la corroíacomo el ácido. En ese momento, ni siquiera se sentía capaz de estar en la mismacasa que él.

William casi podía leer sus pensamientos: iba a dejarlo. Su primer impulsofue tomarla en sus brazos, contárselo todo. Estaba harto y soltar el lastre que loasfixiaba sería tan liberador. Pero se quedó donde estaba, herido y con un fuertesentimiento de traición. Ella debería confiar en él por encima de todo lo demás, yno lo estaba haciendo.

—Sé lo que estás pensando —procuró que su voz sonara tan dura como habíasonado la de ella.

Kate soltó una carcajada mordaz y sacudió la cabeza.—¿Qué pasa, ahora también eres vidente?

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William sonrió a medias, pero fue un gesto sin pizca de humor.—Estás intentando decidir si te alejas de mí.Kate apartó la mirada, sintiéndose expuesta. Su actitud altiva flaqueó.—Y si decido que sí, ¿me dejarás marchar?—Todo lo que tiene un principio tiene un final.—Vaya, veo que te importa tan poco como a mí —replicó ella con soberbia.

Dio media vuelta y se encaminó a la puerta.William la agarró por la muñeca para que no huyera. Ella forcejeó y él la

sujetó más fuerte.—Todo tiene un final menos nosotros. El nuestro aún no se ha escrito —

masculló William junto a su oído.—Lo has escrito tú durante estas semanas, palabra a palabra. —Intentó

soltarse y llegar hasta la puerta—. Déjame.—Tú no vas a ninguna parte.—Como si pudieras pedírmelo sin más.—No te lo estoy pidiendo. Te lo ordeno… soy tu rey.Los ojos de Kate se abrieron como platos.—¡Tú no eres mi rey ! Es más, ni siquiera pertenezco a este sistema que os

habéis montado. ¡Paso!William soltó una palabrota que ella nunca le había oído antes.—¡No puedes pasar! Eres un vampiro, perteneces al « sistema» . Lo contrario

podría considerarse traición.—¿Traición? No te atrevas a hablar de traición conmigo. ¿Quién está

engañando a quién? No te reconozco. Tú no eres… este. —Kate alzó las manospara señalarlo de arriba abajo. Dejó escapar una carcajada, incrédula—. Oquizá Mako tenga razón y ahora seas más tú que nunca.

—¿Qué tiene que ver Mako en esto?—No sé, dímelo tú. Tengo la impresión de que ella sabe mucho más de ti que

yo.William sentía cómo la sangre le palpitaba en las sienes. Se la quedó mirando;

después soltó una maldición. Le parecía que la cabeza le iba a estallar encualquier momento.

—¿Seguro que quieres conocer la verdad que con tanta dignidad exiges? —preguntó pegado a su cara—. ¿Te crees capaz de encajar una realidad que ni yoconsigo asumir y no salir corriendo? Porque si no te la he contado hasta ahora, esporque tengo bastantes dudas de que superes la prueba. —Se le crispó el rostro alconfesar lo que de verdad lo torturaba durante días.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Kate.William se inclinó sobre ella hasta casi rozarle la oreja con los labios. Quería

la verdad e iba a tenerla.—En San Diego un renegado me puso a prueba. El vampiro es uno de los

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cabecillas más importantes, su nido el más numeroso, y no podía correr el riesgode que sospechara de mí. Me entregó una humana para sellar el acuerdo. Fue unregalo de un depredador a otro, y no tuve más remedio que matar a la chica.

El tono frío de su voz resultaba espantoso. Kate se apartó un poco para verleel rostro, y peor fue el efecto de sus ojos insensibles y brillantes al mirarla.William continuó:

—Bebí de ella hasta dejarla seca y absorbí su esencia. No pude parar. Alprincipio me sentí mal, pero después solo podía pensar en hacerlo de nuevo. Ycasi lo hice, con una camarera que encontré en la calle. ¡Dios, la deseaba deverdad!, y ella estaba dispuesta a ir conmigo, creo que ni siquiera se habríaresistido. Pero pensé en ti y dejé que se fuera; aunque eso no evitó que después learrancara el corazón a un tipo que no fue muy amable conmigo. —No pudoreprimir cierto tono burlón y suficiente—. Ni que, por mi culpa, Adrien tuvieraque romperle el cuello a un vagabundo al que ataqué para evitar a mi verdaderoobjetivo aquella noche: Amanda, la bibliotecaria.

Hizo una pausa para inspirar con fuerza. El brazo de Kate se había quedadoflojo entre sus dedos, sin vida.

—Y lo mismo me ocurrió con Jill. La eché porque apenas puedo controlarmecuando está cerca. Rajarle el cuello se ha convertido en una tentación constante—confesó sin ninguna emoción.

—¿Y el ángel? —preguntó Kate con un hilo de voz.—¿El ángel? He disfrutado atravesándole el pecho. Odio a cada uno de ellos

con todas mis fuerzas. —Soltó una risita fría y traviesa—. Estoy a punto devolverme loco por los remordimientos y el hambre, por estos deseos enfermizosde abandonarlo todo y dejarme llevar. ¿Y sabes por qué? Porque no soy bueno,nunca lo he sido. Estoy luchando contra lo que soy por ti, solo por ti. Porque túeres lo único que me mantiene cuerdo y no quiero perderte; aunque eso supongamentirte y fingir lo que no soy. Ahí tienes tu verdad, querida.

Por fin la soltó. Kate dio un paso atrás, frotándose la muñeca allí donde losdedos de él se habían clavado. William la miraba fijamente, esperando algunareacción, una respuesta. No sabía qué decir, aún estaba asimilando todo lo que élacababa de soltarle.

—Yo tenía razón. No puedes con la verdad. Me tienes miedo —suspiróWilliam al ver su rostro desencajado.

Kate sacudió la cabeza.—No es miedo, es que no te conozco. Tú no eres la persona de la que me

enamoré.William realizó otra respiración temblorosa y su mirada vagó por la

habitación.—Esa persona nunca ha existido, Kate. Lo sabes muy bien. Y si existió, bajó

al infierno y sigue allí. Lo que ves es lo que hay y lo que he hecho, hecho está.

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Kate cerró los ojos con fuerza. Agarró el pomo de la puerta, dispuesta amarcharse. Necesitaba poner distancia entre ellos y pensar. Aunque primerotenía que sacarse de la cabeza la imagen de William con Mako; la idea de quehabía asesinado a una chica alimentándose de ella; y la certeza de que disfrutómatando al ángel.

William empujó la puerta y la cerró de nuevo.—No puedo dejar que te vayas. Puede que… cuando todo esto acabe…Kate se giró hacia él y el brillo airado de sus ojos lo perforó. Perdió los

nervios y dejó de pensar.—¡Inténtalo! —gritó con rabia—. Intenta retenerme y te juro que dedicaré

cada segundo de mi existencia a odiarte como nadie hasta ahora. Ni siquieraAmelia.

Fue un golpe bajo, rastrero, y salió con tanta facilidad que ella misma sesorprendió. No podía creer que esas palabras hubieran salido de su boca, perohabía sido incapaz de detenerlas. Y por si eso no había sido suficiente, se quitó elanillo y lo dejó caer al suelo.

Muy despacio, William quitó la mano de la puerta y se apartó un par depasos. Él mismo la abrió y la sostuvo para que Kate pudiera salir. En cuanto elladesapareció por el pasillo, la cerró de un portazo que aflojó los goznes y rajó lamadera.

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20

Kate echó a correr y alcanzó el bosque sin que nadie tuviera tiempo de detenerla.Continuó corriendo hacia el único lugar que consideraba suyo de verdad: su casa,su refugio desde el día que nació. Aunque esa casa estuviera ahora vacía derecuerdos.

Unos brazos le rodearon la cintura, deteniendo su frenética carrera. Laalzaron del suelo y le aplastaron la espalda contra el tronco de un viejo pino. Seencontró con la cara de Adrien a solo unos centímetros de la suya. Ni siquierapensó en lo que hacía, su mano salió disparada y lo abofeteó.

—Lo sabías y no me lo dij iste —le espetó, apartándolo de ella de un empujón—. ¿Cómo has podido?

—Intenté decírtelo, ¿recuerdas? Te hablé de la oscuridad, de la luz quenecesitamos para no hundirnos en ella. Te dije que él estaba pasando pordemasiadas cosas que apenas podía controlar… Que no se le debía presionarmucho…

—No me dij iste un cuerno, Adrien. Palabras sin más. No me dij iste queestaba enganchándose a la esencia de los humanos. No me hablaste de Amanda,ni del vagabundo, ni de lo que ocurría cada vez que Jill venía a casa. Y tampocome dij iste que se ha convertido en un recipiente vacío sin un ápice dearrepentimiento. En un psicópata en potencia.

—Por supuesto que no —replicó él alzando la voz. El brillo de sus ojosperforaba la oscuridad—. No puedo contarte sus secretos, cuando no soy capazde contarle los míos ni a mi propia madre. No es fácil decirle a alguien quequieres que ya no queda dentro de ti ni un atisbo de humanidad, que te estásconvirtiendo en un monstruo sin remordimientos y que, además, te gusta sentirteasí. ¡Nosotros somos diferentes, diferentes a todos vosotros! —gritó exasperado.Se le crispó el rostro—. Ya no somos vampiros, Kate.

» Si quedaba algo de la estirpe en nosotros, ya no está. Se ha diluido. Nosomos vampiros ni ángeles, ni una cosa ni la otra; y no hay nadie a quienpodamos recurrir que nos ayude. Estamos solos y aprendemos solos. Él es miidentidad, lo más parecido a unas raíces que tengo, y no voy a traicionarlo.

Kate se quedó sin palabras. No tenía ni idea de cuáles eran los sentimientosreales de Adrien hacia William. Puede que él tampoco, viendo la cara que se le

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había quedado tras el arrebato que acababa de sufrir.—Tenía derecho a saberlo —insistió ella en un susurro.—Es posible, pero ¿qué hay de sus derechos? William también merecía saber

que compartes confidencias con fantasmas que, casualmente, han puesto en tusmanos un diario bastante sospechoso, justo cuando nos hacía falta —le hizo notarcon una mirada elocuente.

Kate se quedó helada, ni siquiera se había dado cuenta de la conexión. Algoincómodo se agitó dentro de ella. Él continuó:

—Me pediste que guardara silencio, que no dijera nada para no preocuparlo;y cumplí mi promesa a sabiendas de que no debía. Tú estás haciendoexactamente lo mismo que él ha hecho. Y mi mala suerte me ha colocado entrevosotros dos.

Kate quiso replicar, decirle que las acciones de William no se podíancomparar a las suy as, que ella no era un peligro para nadie. Abrió la bocabuscando las palabras, pero no había nada que decir. Adrien tenía razón.

—¿Te lo ha contado todo? —preguntó él.Ella asintió.—Creo que sí.—Ya… Y por lo que veo, no te lo has tomado muy bien.—¿Y cómo quieres que me lo tome?Kate se dejó caer hasta sentarse en el suelo. Se abrazó las rodillas y apoy ó la

barbilla sobre el brazo.—Hay algo que no entiendo —dijo Adrien. Se agachó frente a ella y empezó

a juguetear con el cordón de su bota de forma distraída—. Mi historia es aúnpeor. Sabes que he matado a muchas personas para alimentarme de su esencia;algunas inocentes, con familias que han quedado destrozadas. Sabes que soy unadicto intentando rehabilitarme y que estar cerca de cualquier humano metortura, incluida tu amiga. Y puedo asegurarte que, si William no se hubieraadelantado, yo mismo habría matado hoy a ese ángel.

Ella levantó la vista y lo miró a los ojos. Vio que estaba diciendo la verdad.—También sabes que he hecho cosas horribles de las que jamás podré

redimirme —continuó Adrien—. Tú eres la prueba de ello. Te condené a vivir eneste sórdido mundo sin darte elección. Casi te sacrifico, y obligué a William acumplir la profecía. Pero nunca te has enfadado conmigo por esas cosas. Hastratado de ser comprensiva y perdonarme, incluso me has defendido a riesgo deperder a tus amigos. ¿Por qué no eres capaz de hacer lo mismo con él? —Sufrustración era casi palpable. No quería hacerse ilusiones, no era idiota y sabíaque ella no iba a darle la respuesta que cambiaría su vida, porque no lo quería deese modo—. En serio, no logro entenderlo. ¡Dios, si William comparado conmigoes tan inocente como un bebé!

Kate alzó la cabeza y miró el cielo. El firmamento nocturno era inalterable

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sin importar cuánto cambiaran las cosas bajo él. Cada estrella, cada planeta yconstelación, ocupaba su lugar; y ella se sentía tan fría como la luz queirradiaban. No tenía una respuesta clara a la pregunta de Adrien. Pero lavergüenza que comenzaba a sentir le daba una idea del porqué. Miedo, celos…Que era completamente idiota… Más celos, infantiles y enfermizos.

—¿Crees que va a recuperarse? —preguntó Kate mientras dibujaba una líneaen el suelo con el dedo.

Adrien asintió. Allí sentada, bañada por la luz de la luna, estaba tan hermosaque sintió que la herida que tenía dentro le volvía a doler.

—Estoy convencido. Es mucho más duro que y o y su voluntad es más fuerteque la mía. Lo está haciendo bien… la mayor parte del tiempo. De vez encuando pierde el control, después se autocastiga y sufre, pero hasta ahora hepodido controlarlo durante esos arrebatos. —Kate lo miró a los ojos y él pudo veren ellos un agradecimiento profundo al saber que había estado cuidando deWilliam. Le sonrió—. Yo he pasado dos años en ese infierno, solo, pero heregresado. Se puede salir de él y vivir. Nunca te libras del deseo a sucumbir, de laoscuridad, pero al final encuentras los motivos que te ay udan a soportar todo eso.

—No logro entender cómo ha acabado así. Bueno, intenta salvar al mundo,eso debe volver loco a cualquiera —admitió ella mientras su enfado remitía unpoco.

—¿El mundo? —Adrien soltó una risita burlona—. Le importan un cuerno loshumanos y cualquier otra especie. Nunca le han importado, y lo sabes tan biencomo yo.

Kate asintió con la cabeza, era cierto. Cuando conoció a William, lo primeroque percibió fue su desprecio por todo lo que lo rodeaba. Sus pequeñas muestrasde afecto se limitaban a quienes significaban algo para él. Los demás eran comocucarachas bajo sus zapatos. ¡De qué se sorprendía ahora!

—Todo lo que está haciendo lo hace por ti —añadió Adrien—. Quiere darteun futuro en el que estés a salvo, en el que no tengas que esconderte de nada ninadie. Y no le importa el precio que deba pagar.

Kate se frotó los ojos, le escocían. Las retinas le ardían por las lágrimas queno podía producir. Él le acarició la mejilla y añadió:

—Ve a verlo antes de que se vaya. Arregla las cosas —sugirió. Intentó nosentir aquella punzada que solía encogerle el corazón.

Kate se puso de pie de un salto.—No puedo hacerlo —dijo con un estremecimiento.—¿Qué te lo impide? —preguntó Adrien.—Le dije cosas horribles que deben haberle hecho mucho daño y… rompí

con él.—¿Qué? —Adrien miró su mano y comprobó que al anillo no estaba allí.El miedo y la ansiedad se mezclaron en la mente de Kate, al darse cuenta de

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que había sido una estúpida y que ahora no era capaz de retractarse por más quelo deseara.

—Entré en la habitación y vi a William con Mako en mi cama, casi sinropa…

Los ojos de Adrien se abrieron como platos.—¿Estaban…?—¡No, no hacían nada de eso! —se apresuró a aclarar ella—. Mako le estaba

dando un masaje en la espalda, pero no pude evitar que me pareciera igual deíntimo. Me enfadé muchísimo y perdí el control. No he podido evitarlo, ¿vale?Ella… desde que la encontramos en Roma no ha dejado de perseguir a William.Siempre está cerca de él con su uniforme de guerrera y su expresión desuficiencia —dijo con despecho—. Mientras y o me quedo en un segundo plano.

—A él no le interesa esa chica, te lo aseguro —replicó Adrien,completamente convencido. Ella lo miró a los ojos, como si necesitara creerlepara volver a respirar—. Oí lo que Mako te dijo en el jardín. No debes creerla.Cualquiera puede ver que está enamorada de William, y también que es capazde muchas cosas para intentar separaros. Pero sé que pierde el tiempo.

» Kate, ve a hablar con William, estoy seguro de que no tendrás queesforzarte mucho para arreglar las cosas.

—No puedo.Adrien la miró con los ojos como platos, sin entender nada de nada.—¿Por qué? Mírate, estás fatal —le hizo notar. Suspiró. Se estaba ganando a

conciencia el título de may or idiota de la historia, empujándola a los brazos deotro solo por verla feliz—. Si dejas que se vay a así, y en los próximos días élno…

« No lo consigue, no sobrevive» , acabó la frase en su mente.Kate empezó a moverse de un lado a otro. Negó con la cabeza, como si no lo

hubiera escuchado.—Le he hecho mucho daño, le he dicho cosas que en el fondo no sentía.

¡Dios, estaba tan celosa! He roto con él, le he devuelto su anillo y me he ido,porque en el fondo esperaba que me siguiera. Pero no lo ha hecho, se ha quedadoallí… Así que eso deja bastante clara su postura. Lo ha aceptado sin más.

Adrien se quedó con la boca abierta.—A ver si lo entiendo, ¿no quieres arreglar las cosas porque no estás dispuesta

a tragarte tu maldito orgullo? —Kate no contestó y le dio la espalda. Le temblabael cuerpo de arriba abajo y él tuvo que pegar los brazos a los costados para noabrazarla—. ¿Cómo puedes ser tan…?

—¿Mala, vengativa, vil? ¡Tú me has hecho como soy, no lo olvides! —leespetó. Cerró los ojos con una punzada de dolor en el pecho. Se dio cuenta de quese estaba comportando con Adrien del mismo modo mezquino que con Williamunos minutos antes. Se llevó la mano a los labios, pero ya no había modo de

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borrar sus palabras.—Iba a decir infantil e inmadura —susurró él. Las palabras de Kate lo habían

afectado más de lo que cabía pensar. Sus remordimientos afloraronenganchándose en su carne como espinas—. Aunque, tampoco podríareprochártelo. En realidad solo eres una niña de dieciocho años que empezabas aconocer el mundo cuando yo te lo arrebaté.

—Diecinueve —dijo Kate con la voz rota—. Hoy es mi cumpleaños.Adrien cerró los ojos con fuerza y maldijo para sí mismo una sarta de

disparates. Era el cumpleaños de Kate, nadie se había acordado y como regalo lehabían machacado el corazón entre todos. Se le acercó por la espalda y la rodeócon sus brazos. Apoy ó la barbilla sobre su cabeza y la estrechó con más fuerza.La sintió estremecerse, su interior lloraba en silencio. Tan solo era una niña queintentaba ser fuerte en un mundo que aún no conocía ni entendía, ¿qué más se lepodía exigir que no hubiera dado y a?

—Lo siento, preciosa. Lo siento tanto. Te mereces mucho más que todo esto.Kate posó sus manos sobre las de él.—No me ha seguido, Adrien. Me ha dejado ir. Ha dejado que me fuera. Me

ha visto marchar y se ha quedado allí sin que le importara.Él la besó en el pelo. Luego, la hizo girar y, cuando la tuvo de frente, le tomó

el rostro entre las manos.—En las películas queda bien, ¿verdad? Romántico e intenso. —Le acarició

las mejillas con los pulgares—. Esto no es una película, Kate. Cuando a un tipocomo William le dices « No» , respeta ese « No» aunque hacerlo lo mate. Ledejaste muy claro que habíais terminado y le devolviste tu anillo de compromiso.No había más que decir. Aunque estoy seguro de que tuvo que atarse a loscimientos de la casa para no salir a buscarte.

Los ojos de Kate se iluminaron.—¿Lo crees de verdad?Adrien dijo que sí con un gesto. Por supuesto que lo creía, William vivía por y

para Kate, para nadie más.—¿Podrías llevarme con él? —cedió al fin.—No debería desmaterializarme y correr el riesgo de llamar la atención de

los de arriba. Sobre todo después de lo que ha ocurrido esta tarde.Kate asintió, lo entendía. Y él añadió:—Pero ¿sabes qué? —Esbozó una sonrisa traviesa—. ¡Al infierno con ellos!La abrazó con fuerza y se fundió con ella.

Había llegado tarde. Cuando apareció en la casa y corrió a buscarlo, William yano estaba. Se lo tenía bien merecido, por desconfiada, estúpida e impulsiva.Decepcionada imploró a Adrien que la llevara hasta Montreal, aunque sabía que

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esa opción era imposible. Demasiado arriesgado y peligroso. Podría atraer a losángeles hasta él y echarlo todo a perder; sobre todo ahora que contaban con losrestos de uno muerto en el cubo de la basura.

—¿Estás bien? —preguntó Adrien.Kate dijo que sí con la cabeza, perdida en sus pensamientos mientras se

encaminaba a la escalera de la casa de huéspedes. Pasarían allí los próximos díaspara mantenerse juntos, por si ocurría algo.

—Sí, solo necesito ir un rato arriba. Estaré… estaré en mi antigua habitación.Tranquilo. —Trató de sonreír, pero solo logró dibujar una mueca tensa.

—Vale. Yo estaré por aquí, organizando un poco todo esto. Si me necesitassolo tienes…

—Estaré bien. No te preocupes por mí —susurró ella desde el primerpeldaño.

Adrien se encogió de hombros y dio media vuelta en dirección a la cocina.—Adrien.—¿Sí? —La miró por encima del hombro.—Contigo aquí, William está solo. ¿Qué pasa si… si pierde el control? ¿Qué

pasará si…? ¿Quién va a controlarlo?Adrien esbozó una sonrisa divertida, aunque había en ella un atisbo de

disculpa.—Le prometí que guardaría su secreto, pero no he podido cumplirlo. Estaba

hablando con Shane y con Carter cuando te vi salir corriendo de la casa. Les hecontado lo que está pasando y hasta qué punto William es un peligro para símismo. Ellos lo vigilarán y no dejarán que haga ninguna tontería.

Kate se recogió el pelo tras las orejas y después se pasó las manos por elestómago, sin saber muy bien qué hacer con el temblor que le sacudía el cuerpo.

—¿Estás seguro? Quizá ellos no sean capaces de entender lo que le ocurre.Tienen sus propias ideas sobre dañar a los humanos; y está el pacto, ellos sonSolomon…

Adrien se acercó y la tomó de las manos.—Eh, tranquila. —Le sonrió intentando calmarla—. Escucha, en el fondo

todos adaptamos e interpretamos las normas según las circunstancias. No tienesde qué preocuparte. Shane haría cualquier cosa por William, incluso ir contra lasnormas, y pienso lo mismo de Carter. Aunque a este… —Encogió un hombro—puede que le hay a prometido considerar su relación con mi hermana. Si es queregresa de una pieza, claro.

Kate sonrió, a pesar de que el comentario no tenía gracia. En menos de dosdías todos ellos podían morir.

Subió las escaleras arrastrando los pies. Se sentía cansada y deprimida. Alentrar en la habitación sacó su teléfono móvil del bolsillo y le echó un vistazo.Nada. Después de todo, tampoco esperaba encontrar un mensaje o una llamada.

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Se quedó mirando el aparato. Solo necesitaba pulsar unas cuantas teclas y podríahablar con él.

En un arrebato marcó su número y esperó, mientras una vocecita le decíaque quizá no fuera buena idea. Podría estar siendo de lo más inoportuna, inclusocomprometiendo su seguridad. Antes de que pudiera arrepentirse y colgar, unavoz contestó al otro lado; pero no era la de William, sino la de Mako.

—Diga… ¡Diga!Kate colgó, petrificada. El agujero en su pecho dolía y la asfixiaba. Se sentó

en la cama y dejó el teléfono a un lado. A su alrededor, la casa, silenciosa,parecía hueca. Inspiró, llenando de aire sus pulmones, y un aroma intenso lecolmó el olfato. Se giró de golpe y la vio: una rosa roja sobre la almohada, y, a sulado, también estaba el álbum de fotos que durante semanas había intentadoterminar, pero que no era capaz. Demasiados recuerdos dolorosos.

Tomó la rosa y la olió. Cuando cogió el álbum entre sus manos y vio la notasobre la cubierta, un sollozo ahogado se abrió paso en su garganta.

Feliz cumpleaños.

No lo había olvidado, a pesar de todo, no se había olvidado de lo especial queera ese día para ella. Lo abrió y comenzó a hojearlo. Se llevó una mano a laboca, emocionada. Lo había terminado por ella, había colocado todas lasfotografías: recuerdos de infancia, imágenes de sus padres, de Alice, de Jane; yotras mucho más recientes con Jill, los Solomon, incluso Marie y Robertaparecían en muchas de ellas. Frunció el ceño y volvió a mirarlas, pasó las hojascon rapidez. No había ninguna de William, ni una sola; y los espacios que habíanocupado estaban en blanco y solo quedaban los restos de pegamento. Miró a sualrededor y vio un sobre color hueso sobre las sábanas. Lo abrió con manostemblorosas, y allí estaban. Le había dejado a ella la decisión de si merecíaformar parte de sus recuerdos. ¡Dios, ahora sí que se sentía miserable!

Una a una las fue colocando en los huecos. Cuando pegó la última, se laquedó mirando un buen rato: William y ella en la feria ambulante, delante de unfondo idílico de las cataratas del Niágara. Esa misma noche, él le regaló lasllaves de la casa de sus sueños y le pidió matrimonio. Inconscientemente se tocóla mano; su anillo ya no estaba allí y se sintió desnuda sin él.

Guardó el álbum y regresó abajo. Los nuevos habitantes de la casa estabanen el salón, distraídos frente al televisor. Al menos era lo que parecía, porque, enrealidad, nadie estaba prestando atención a la milésima reposición de Orgullo yprejuicio que estaban dando en la tele por cable. La preocupación y la tensión sepalpaba en el aire. Marie tenía la vista perdida en la pared, arrebujada bajo elbrazo de Jared en una esquina del sofá; Cecil y Ariadna conversaban en voz baja

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en un diván junto a la ventana; Adrien hablaba por teléfono con uno de losguerreros que Cyrus había dejado con ellos como refuerzo. El tipo llevaba unbuen rato afuera, atento a cualquier peligro.

Adrien ladeó la cabeza al percatarse de su presencia y le sonrió. Dio unaspalmaditas al sofá y Kate corrió a sentarse a su lado. Lo miró de reojo y él le dioun golpecito con la rodilla. « Todo va a salir bien, ya lo verás» , el chico coló elpensamiento en su mente y ella no pudo evitar dar un respingo; aún le costaba noasustarse con ese tipo de invasión, pero se alegraba tanto de tenerlo a su lado.

—¿Son ellos los que asesinaron a T.J.?Al ver que la chica no respondía, la agarró por el antebrazo y le clavó los

dedos en la piel hasta que creyó que acabaría por perforarla. Ella se encogió ysoltó un gemido mientras asentía.

—Sarah, te he hecho una pregunta, ¿son ellos los que asesinaron a mihermano? —insistió el nefilim.

Medía casi dos metros y tenía una mirada brillante y feroz, en la que no sepodía ver nada salvo un odio profundo. Su cuerpo musculoso temblaba,contenido, porque lo único que deseaba era abalanzarse sobre los monstruos quehabitaban aquella casa. Vampiros y licántropos unidos, ¡quién lo diría!, y esacosa mestiza que despertaba sus instintos más crueles y despiadados.

Sarah asintió de nuevo, y su largo flequillo oscuro le ocultó parte de los ojoscomo si fuera una cortina.

—Sí, sí, es él —respondió entre sollozos—. Al otro no lo veo por ningunaparte. No está ahí. Te lo juro, Emerson, no está ahí.

El nefilim la miró a los ojos un largo segundo y después la soltó. Sarahcomenzó a frotarse el brazo para que la sangre volviera a circular por suextremidad. Si T.J. había sido un jefe intratable y despótico, su hermano pequeño,Emerson, lo era aún más. Ella nunca había odiado a nadie, pero a él lo aborrecíahasta cubrir sus pensamientos con un velo rojo de violencia contenida que encualquier momento iba a desbordarse; aunque el arranque le costara la vida.

—Bien, esperaremos una noche más. Si el otro bastardo no aparece, noscargaremos a este y a los que hay en la casa con él. Volvamos con los otros. —Emerson dio media vuelta, de regreso al campamento que habían montado cercade la falda de la montaña, ocultos en un profundo barranco.

Sarah se quedó mirando la casa. No podía apartar los ojos de Adrien. Susilueta se recortaba contra la ventana y la luz del televisor lo rodeaba como si setratara de un halo. Después de que lograra escapar del inútil ataque que T.J.dirigió contra los híbridos unas semanas antes, ella no había podido sacarse de lacabeza al semiángel. Sabía que era algo estúpido, cuando él se mostró más quedispuesto a matarla; pero ella era así de tonta.

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Aquel día, oculta entre los árboles, lo había visto luchar contra sus hermanosnefilim, moviéndose con tal gracia y eficacia que le resultó imposible no fijarseen él. Si su vida ya era un asco, que se sintiera atraída por alguien como él lahacía más patética.

—Sarah —gruñó Emerson en la oscuridad—. No me gusta repetir las cosas, yaún te queda espacio en ese cuerpo para unos cuantos moratones más.

Sarah se encogió sobre sí misma y se apresuró a seguirlo, mientras clavabauna mirada asesina en su espalda y se juraba a sí misma que encontraría lafuerza para huir de él.

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21

La primera nevada cayó antes de lo previsto. Aún faltaban dos meses para elinicio del invierno, pero un temporal surgido de la nada había cubierto con másde un metro de nieve todo el norte de la reserva.

William y Shane caminaban sobre el manto blanco, completamenteinmaculado bajo los abetos y píceas rojas. De la boca del licántropo surgía unacolumna de vaho, que se condensaba a su alrededor como una nube.

Las coordenadas que Silas había logrado descifrar en la carta astral del diario,correspondían a un punto concreto al noreste del parque; pero ese punto era tanamplio que alcanzaba una vasta extensión de bosques y lagos. La probabilidad deencontrar a la manada de licántropos era mínima. Solo disponían de unas pocashoras y necesitaban mucho más tiempo para patearse la zona de arriba abajo. Lasituación pintaba tan mal que rezar para que ocurriera un milagro, que los pusieratras la pista correcta, les parecía una buena opción.

El sonido de unas zarpas arañando madera llegó hasta ellos. Vieron un osonegro afilándose las garras en la corteza de un árbol, a unas decenas de metrosde donde se encontraban. El animal se quedó quieto durante un segundo, alzó lacabeza y olfateó el aire, miró hacia ellos y, de repente, dio media vuelta y sealejó perdiéndose entre los árboles.

—Llevamos dos horas andando y ni rastro de esa cueva, ni de perros delinfierno, ni nada —se quejó Shane.

—¿Tienes prisa por enfrentarte a ese tal Daleh? —preguntó William.—Sí, la verdad es que sí —susurró Shane para sí mismo.Continuaron caminando sin decir nada más. Atentos a cualquier rastro o ruido

extraño. Sentían que los estaban vigilando, pero solo por pequeños animalitosasustados por su presencia.

William se concentró en la nieve y en la forma en la que sus botas se hundíanen ella. Estaba preocupado por su amigo. Si encontraban a las bestias elenfrentamiento sería inevitable; y, aunque conocía la fuerza y el poder de Shaney de lo que era capaz, no tenía ni idea de cómo podía ser Daleh. Solo sabía que eltipo era uno de los lobos más viejos que existían, y eso no lo tranquilizaba enabsoluto. Cuanto más viejo más fuerte, al igual que ocurría con los vampiros.Deseó poder ocupar su lugar, pero hasta un semiángel tenía poco que hacer

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contra una manada como aquella. Sí, podría deshacerse de ellos uno a uno,aprovechando sus poderes, pero los necesitaban vivos y dispuestos a colaborar.

Llenó sus pulmones con una fría bocanada de aire y se paró en seco. Elambiente le estaba crispando los nervios y prefería mil veces discutir con él aaquel silencio.

—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó con tono seco.Shane se detuvo un poco más adelante. Se quedó quieto mientras su ancha

espalda subía y bajaba por la rapidez con la que respiraba.—Adrien me lo contó antes de salir hacia aquí —respondió el licántropo.

Ladeó la cabeza para mirarlo por encima del hombro—. Aunque hace días quelo sospecho.

—¡Ese estúpido bocazas! —gruñó William. Lanzó una patada a la nieve congesto infantil.

—Me duele admitirlo, pero ese estúpido bocazas ha hecho lo que debía. Poralguna extraña razón le importas, y sabía que no debía dejarte salir de HeavenFalls sin niñera —comentó el licántropo. Su instinto le decía que Adrien se habíaconvertido en el tipo de persona en el que podía confiar; pero que a él le llegase acaer bien ese tipo, era un asunto totalmente distinto.

—No necesito una niñera —masculló William.Shane sonrió con aire travieso.—No, en realidad necesitas dos. Por eso Carter también está al tanto, y has de

saber que su lealtad ha sufrido un leve conflicto de intereses. Tú eres su amigo,pero Adrien tiene a la chica, así que… pórtate bien o se chivará.

William se quedó mirando a Shane, con las manos en los bolsillos. Ladeclaración lo había pillado a contrapié. Una brisa helada jugueteó con uno de losmechones que le caían por la frente.

—No estoy tan mal —comentó sin mucha convicción.—Sí lo estás, pero eres tan arrogante y orgulloso que jamás dejarás que tus

instintos te conviertan en ese monstruo que crees que llevas dentro. Y si al finalsucumbes, siempre estaremos nosotros para traerte de vuelta.

Hubo un momento de silencio. Se quedaron mirándose fijamente. No habíareproches, ni acusaciones en los ojos de Shane, solo comprensión y la mismalealtad de siempre. William se dijo a sí mismo que era un maldito afortunado queno merecía a su amigo. Asintió despacio, sin dejar de mirarlo. No había nadamás que decir salvo…

—Gracias.—De nada —respondió Shane. Se percató del anillo que colgaba del cuello de

su amigo sujeto a una cadena. Se le encogió el estómago, no tenía ni idea de quelas cosas hubieran llegado tan lejos—. ¿Estás bien?

William se llevó la mano al cuello. Cogió el anillo y lo guardó debajo de suropa.

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—Sí, no te preocupes. Nada va a distraerme.Shane sonrió, pero el gesto desapareció de su cara con la misma rapidez que

había aparecido. Por el rabillo del ojo vio un lobo gris de ojos oscuros que loobservaba con cautela, apenas había alcanzado la madurez. Meneaba el rabo deforma vacilante y se movía de un lado a otro en una especie de extraño baile,extendiendo y retrayendo las zarpas con nerviosismo. Solo era un lobo normal ycorriente, pero su bestia se puso alerta.

—¿Quieres decirme algo? —preguntó Shane con una sonrisa.Se agachó y alargó la mano hacia el animal.El lobo dudó; poco a poco se acercó hasta olisquearle la mano. Se alejó de

Shane dando saltitos y se detuvo una decena de metros por delante de ellos. Diomedia vuelta para mirarlo, moviéndose en círculos. Gimoteó, como si leestuviera pidiendo que lo siguiera.

Shane se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa.—Están cerca de aquí —anunció.—¿Estás seguro? —preguntó William. Se estremeció con un escalofrío. Había

llegado el momento.Shane asintió.—Al otro lado de esa montaña. Tenemos el viento a favor, eso ha evitado que

nos descubran; de haberlo hecho, ya estaríamos muertos. A partir de aquí sigo y osolo. —Hizo una pausa, completamente desnudo. Su enorme cuerpo parecíaesculpido en granito, con los músculos tan tensos que una roca habría rebotado enellos. Agarró su ropa y le pasó el montón de prendas a William—. Si no… si noregreso…

—Regresarás, ¿vale? Sé que lo harás.—Pero si no lo lograra. No dejes que Marie… Dile…William le rodeó la nuca con una mano y clavó sus ojos en los de él.—Puedes hacerlo.Se quedaron mirándose unos largos segundos. Shane tomó aire, dio unos pasos

atrás y se transformó en lobo. Se perdió en la espesura, fundiéndose con la capade nieve que la cubría. Su olfato le mostró el camino con la precisión de un GPS.Recorrió unos diez kilómetros antes de salir a campo abierto. Se detuvo en laúltima línea de árboles y escudriñó el prado helado.

Shane era cauteloso y disciplinado; rápido y peligroso; y el lobo más fuertede su manada en los últimos siglos. Además, estaba tan furioso y decidido aregresar a casa, que esa emoción le daba unos cuantos caballos más al motor quelo hacía funcionar, convirtiéndolo en un tren sin control. Se tomó unos segundos,tiempo para reunir el control necesario sobre sí mismo, antes de enfrentarse a labestia que lo observaba oculta entre la maleza.

Con pasos firmes, largos y seguros, se adentró bajo cielo abierto. Se mantuvotranquilo mientras los licántropos más grandes que había visto nunca, salían de la

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espesura y formaban un círculo a su alrededor entre un coro de gruñidos y levesaullidos de advertencia. ¡Dios, eran enormes!, pero lo que más le sorprendió fuecomprobar que su propio tamaño era similar al de ellos. ¿Cuándo había dadosemejante estirón?

Abandonó sus pensamientos, y a punto estuvo de quedarse con la bocaabierta, cuando un último lobo de pelo gris tomó posición frente a él. Tenía unaexpresión fiera, acentuada por una cicatriz que le cruzaba la cara desde la ceja allabio superior.

« Nunca creí que volvería a verte, pero aquí estás. Y el único motivo que seme ocurre, es que vienes a reclamarme la deuda que tengo contigo» , dijo ellobo.

Shane supuso que era Daleh y guardó silencio. Sabía que, en cuanto abriera laboca, se darían cuenta de que él no era Victor. Asintió sin más.

« ¿Y qué es eso que necesitas de mí, Victor Solomon?» , preguntó Daleh através del vínculo mental que les permitía comunicarse cuando se transformabanen bestias.

Shane ignoró el penetrante olor que destilaba la ira de Daleh, y prestóatención al resto de la manada. Ninguno apartaba los ojos de él, alertas,preparados para atacar a la más mínima orden o señal de alarma. Uno de elloslanzó un rugido, un aullido ronco que contenía poco más que furia ciega.

Shane le sostuvo la mirada sin inmutarse. Sus brillantes ojos doradosdesprendían una seguridad perturbadora, la seguridad que distingue a todos losAlfas, y Shane lo era aunque no tuviera la marca. Por ese motivo abandonó todacautela y enfrentó lo que no le quedaba más remedio. Cuanto antes mejor.

« Soy un Solomon, pero no soy Victor…»No pudo terminar la frase. Un lobo, de pelo tan negro como una noche sin

luna, abandonó su posición y saltó sobre él desnudando los dientes. El instinto fuelo que hizo que Shane se moviera sin pensar. Se apartó en el último momento y,con un giro imposible, logró apresar la garganta del atacante. Usó la fuerza de sucuerpo en movimiento, para levantarlo en el aire y hacerlo caer de espaldas,inmovilizándolo. Un solo jadeo más fuerte que un susurro y le partiría el cuello.

Nadie se movió. Todos se quedaron mirando a Shane y a su presa sobre lanieve. Las caras de sorpresa casi parecían una cómica caricatura. Un segundolobo gruñó y se preparó para abalanzarse sobre él. Daleh lo detuvo con unaorden. Los ojos de Shane se movían de un rostro a otro, alerta. Los latidos de sucorazón le estaban machacando el pecho con un ritmo frenético. ¡Dios, seguíavivo! Y no solo eso, de momento parecía tener el control. Con más calma evaluóla situación. Los lobos no apartaban los ojos del compañero que y acía en el suelo,y podía sentir el desasosiego en sus pensamientos. Vale, se preocupaban los unospor los otros, eso era bueno.

« ¿Cómo nos has encontrado?» , preguntó Daleh.

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« Victor era mi bisabuelo…» , respondió Shane.« ¿Era? Eso quiere decir que Victor y a no mora en este mundo» . Los ojos de

Daleh se entornaron.« No. Murió hace mucho tiempo, pero nos habló de ti y tu deuda, y nos

explicó cómo encontrarte si te necesitábamos» , declaró de forma concisa,aunque solo era una verdad a medias.

« Mi deuda era con Victor, él ya no está. Tú no tienes poder sobre mí» ,respondió Daleh.

Su mirada bajaba constantemente al lobo que permanecía sometido sobre lanieve. Un presentimiento se apoderó de Shane: los lazos que unían a Daleh conaquel licántropo eran fuertes, de sangre. ¿Hijo, hermano… hija? ¡No se habíadado cuenta de que era una chica!

« Están sucediendo cosas que también os afectan, corréis el mismo peligroque nosotros. La maldición de los vampiros se ha roto y cientos de renegados vana tomar las ciudades si no lo impedimos» , dijo Shane. Fue directo al grano.Intentaba ganar tiempo, porque no tenía ni idea de cuándo dejarían de hablarpara pasar a la acción.

Daleh se enderezó y su enorme cuerpo se puso tenso.« Esa lucha terminó para nosotros, no nos incumbe. Tenéis lo que os habéis

buscado. Avisé a Victor, se lo dije» .Se movía de un lado a otro, con la cabeza rozando el suelo y los ojos

entornados. Lo estaba acechando. Daleh continuó:« Los vampiros jamás serán aliados, y se propagarán como la peste

matándolo todo a su paso. Mis hermanos y yo vinimos al mundo por la magia deuna bruja. Fuimos los primeros y creamos una estirpe fuerte y poderosa. Losvampiros nos lo arrebataron todo y nos encadenaron. Nunca debisteis confiar enellos» .

« El pacto se mantiene y es más fuerte que nunca. Pero guerreros ycazadores no son tan numerosos como en otros tiempos, y los renegados se estánconvirtiendo en un problema may or de lo que jamás imaginamos» , dijo Shane.

« ¿Crees que me importa?» , preguntó Daleh con desdén.« Voy a soltarla» , anunció Shane como muestra de buena fe.« Si la sueltas, nada impedirá que mis hermanos te descuarticen después» ,

comentó Daleh. Una ligera sonrisa se insinuó en su boca. Los lobos se movieronnerviosos, pateando el suelo, girando sobre sí mismos mientras gruñíanmostrando una hilera de dientes afilados.

« Tú no dejarás que lo hagan. Tienes honor, y un día respetaste tanto a mibisabuelo como para cumplir hasta hoy un trato con él. Consiguió ganarse turespeto» , replicó Shane.

Muy despacio abrió las fauces y la loba quedó libre. De un salto se puso depie y quiso arremeter contra Shane, pero Daleh ladró una orden que la dejó

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clavada en el suelo. Shane se enderezó y sus músculos se perfilaron bajo su peloblanco. Su aspecto era impresionante, se fundía con la nieve como si formaraparte de ella. Sus ojos resaltaban en el blanco como las llamas de una hoguera.Miró fijamente al Alfa de la manada.

« Yo no soy él, pero… Daleh, he venido a desafiarte y a cobrar la deuda queasumiste con Victor» .

Daleh estudió a Shane unos largos segundos.« Confías demasiado en unos principios en los que yo ya no sé si creo.

¡Matadle!» , gruñó mientras daba media vuelta.Dos lobos se lanzaron contra Shane. Logró evitar al primero, pero el segundo

le machacó las costillas dejándolo sin aire en los pulmones. Aun así, logró que sumente funcionara y le gritó a través del vínculo:

« No fue por Victor, ni porque ganara el desafío. Fuiste un cobarde, Daleh,porque no eras capaz de enfrentarte al mundo que te arrebató lo que amabas.Odiar es fácil, lo difícil es tomar ese odio y usarlo para hacer las cosas bien yaceptar que pueden cambiar, tal y como hizo Victor hasta sus últimos días. Túelegiste la muerte, y cuando esta no acudió, preferiste el exilio. Eso es decobardes» , gritó mientras se defendía de los ataques.

Daleh se detuvo y sus zarpas crispadas se hundieron en el manto blanco.De repente, un misil plateado se abalanzó contra Shane, llevándose por

delante a unos cuantos licántropos. Lo único que pudo hacer Shane, fue absorberel impacto y evitar perder el equilibrio mientras sus patas se deslizaban por lanieve.

« Acepto el desafío» , rugió Daleh.Los lobos se apartaron formando un amplio círculo en el claro. Nubes de

vaho se alzaban desde sus hocicos, y el ambiente se cargó del olor acre del sudorque emanaban sus cuerpos. La adrenalina fluía como electricidad entre ellos.Shane apenas tuvo tiempo de recomponerse antes de que Daleh lo atacara denuevo. Se vio obligado a aplicar todo el músculo, la velocidad y la inteligencia asu alcance para evitar que el licántropo lo abriera en canal cada vez que seacercaba demasiado. La batalla se transformó en un baile mortífero dedentelladas y garras rasgando carne hasta el hueso.

La prístina nieve se convirtió en un barrizal donde la sangre se mezclaba conel hielo derretido y las huellas de los cuerpos. Shane sentía su cuerpo aplastado ymachacado, no había un solo centímetro que no le doliera. Por eso no tenía niidea de dónde estaba sacando la voluntad para seguir moviéndose, atacando yencajando golpes sin desfallecer. Quizá fuera por la imagen de Daleh. No seencontraba mucho mejor que él. Así que se obligaba a aguantar un segundo más,y después otro, con la esperanza de que fuera el viejo licántropo el que se vinieraabajo.

Shane sacudió la cabeza para aclarar su mente y su vista; Daleh resbaló en el

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barro y perdió el equilibrio durante una décima de segundo. Shane la aprovechó.Se lanzó hacia delante, clavó las garras en el suelo para ganar tracción y embistióel cuerpo de Daleh, al tiempo que con la boca le apresaba la parte posterior delcuello y la oreja. No frenó, sino que lo arrastró con él y dieron vueltas con suscuerpos formando una maraña de miembros. Cuando por fin se detuvieron,Daleh estaba de espaldas en el suelo, entre las patas delanteras de Shane y consus colmillos desnudos a escasos centímetros de la parte vulnerable de su cuello.Un giro y le rompería el pescuezo y le destrozaría la arteria.

La tensión se alargó en el tiempo. Los lobos gruñían y arañaban el suelo,alentando a Daleh para que se moviera. No lo hizo, sino que relajó su cuerpo amodo de rendición. Lo había intentado, pero finalmente el auténtico Alfa se habíaimpuesto. Cerró los ojos y se quedó quieto. Poco a poco su cuerpo adoptó unaforma humana, y Shane se encontró con unos rasgos duros enmarcados en unapiel clara cubierta de pecas roj izas, al igual que la cabellera que le llegaba hastalos hombros. Unos ojos tan verdes como el tallo de una flor recién cortada seclavaron en los suy os.

—¿En qué podemos ay udarte? —preguntó Daleh, tragándose el orgullo queaún bullía en sus venas.

El lobo negro también se transformó, revelando el cuerpo de una mujeridéntica a él, que corrió a su lado después de que Shane se dejara caer al suelo.

—Estás hecho un asco —dijo Carter mientras cargaba con las bolsas de ropay botas que acababan de comprar en una tienda de artículos de caza en Laval.

Shane lo miró de reojo, ni siquiera podía respirar sin ver un millón deestrellas. Se apoyó en el mostrador y apretó los dientes hasta que el calambreque le oprimía el diafragma se aflojó un poco.

—¿No me digas? Porque yo me siento de maravilla —masculló con tonoirónico.

—¿Algo más? —preguntó el dependiente, mirándolos con desconfianza. Elaspecto de los tres chicos no le gustaba nada. Eran de esos tipos que llevabancolgado el cartel de peligro en cada parte visible del cuerpo.

—No, gracias —respondió William. Le entregó una tarjeta de crédito y, trasfirmar el recibo, volvió a guardarla en su cartera. Después sujetó a Shane por unbrazo y lo ay udó a caminar hasta la salida.

—Pues si tú has quedado así, el otro tiene que estar hecho trizas. ¿Cómodemonios vais a estar en forma para mañana por la noche? Ni siquiera puedescaminar —replicó Carter, sosteniendo la puerta abierta para que salieran.

—Como no cierres el pico, mis piernas no serán las únicas que dejen defuncionar.

—¡Vale, y a me callo! Por cierto, tengo hambre, ¿vosotros no?

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Shane puso los ojos en blanco.—Primero hay que encargarse de Daleh y su manada —dijo William—. Les

hemos conseguido ropa, ahora hay que procurarles comida.—Creía que no podían transformarse en humanos —comentó Carter. Miró

con aprensión hacia el parque sumido en sombras donde sabía que seencontraban los licántropos, ocultos bajo un puente. Aún no había podido verlos yla excitación por contemplar a unos seres como aquellos, sus antepasados, loponía nervioso.

—Puede que fuera así en aquel tiempo. Pero han pasado siglos en ese bosque,aislados de todo. Quizá la soledad les ha ay udado a ser un poco más humanos —comentó Shane—. Aunque eso es bueno, simplifica su transporte, ¿no?

Cruzaron la calle y se adentraron en el parque. Les pareció que el silencio losengullía y que el zumbido de la ciudad se apagaba a sus espaldas. Se perdieron enla oscuridad, cargados con un montón de bolsas de plástico que cruj ían por elpeso.

—Es ahí —dijo Shane, señalando el puente con la cabeza. Se detuvo y miró aWilliam—. Es mejor que tú no te acerques mucho. Están al tanto de todo y sabenquién eres y que en pocas horas estarán rodeados de vampiros. Pero es prudenteir poco a poco.

William dijo que sí con la cabeza y le pasó sus bolsas a Carter. Shane y suprimo continuaron andando hasta llegar al puente. Del hueco surgieron doslicántropos en su forma animal. Olisquearon el aire y se les erizó el pelo dellomo. Gruñeron por lo bajo al reconocer el olor a vampiro. Otro gruñido lostranquilizó desde la oscuridad.

—¡Madre de Dios! —susurró Carter—. Menudos músculos tienen estos tíos.Shane le dio un codazo para que mantuviera la boca cerrada, y se adentraron

bajo el puente. Los lobos se hicieron a un lado, permitiéndoles el paso. Al final,cerca del otro extremo, sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared,se encontraba Daleh en forma humana y completamente desnudo. Su aspectoera tan terrible como el de Shane, que lograba mantenerse de pie a duras penas.La chica estaba junto a él, igual de desnuda, y Shane apartó la vista, incómodo.Estaba convencido de que se trataba de su hija, puede que su hermana; elparecido era asombroso.

—Os hemos traído ropa —informó Shane.Carter se adelantó un par de pasos y dejó las bolsas en el suelo, haciendo todo

lo posible para no mirar a la loba. Daleh emitió un sonido áspero y los loboscomenzaron a transformarse. En cuestión de escasos minutos, todos estabanvestidos. Se movían molestos, tirando de las costuras de los pantalones y de la telade algodón de sus camisetas.

Daleh se puso de pie con esfuerzo. Apoy ándose en la pared, se acercó hastala boca del túnel donde se había detenido Shane. Se quedó mirando las montañas,

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que se recortaban con siluetas agudas sobre el cielo estrellado. Después delenfrentamiento, y a pesar de las heridas y el cansancio, Shane y él habíanconversado durante mucho tiempo. El chico Solomon le había relatado todos losacontecimientos importantes que debía saber. Desde entonces, no había dejadode pensar en la emboscada en la que tendrían que participar. Sus hermanos y éliban a estar rodeados de vampiros, de supuestos aliados y fieros enemigos. Nisiquiera sabía cómo iba a distinguir a unos de otros. Si por él fuera, los mataría atodos; pero tenía una deuda que pagar e iba a pagarla de una vez por todas.

Le preocupaban las consecuencias del ataque, no quería perder a ningúnmiembro de la manada; aunque algo le decía que no todos sobrevivirían. CuandoShane le explicó el plan desesperado que iban a llevar a cabo, pensó que todosellos estaban locos. También le inquietaba qué sucedería después si lo lograban.

—¿Qué pasará con nosotros si logramos ganar la batalla? —preguntó.Shane cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.—Si ganamos… —empezó a decir.—No te lo estoy preguntando a ti, sino a él —lo interrumpió Daleh, señalando

a Carter con el dedo—. Tiene la marca, puedo sentir su influencia. ¿Eres el Alfade la especie?

Carter sacudió la cabeza. El aire despreocupado y atolondrado que solía lucirdesapareció de su rostro. Sus rasgos se endurecieron y se transformaron en unamáscara fría y controlada. No era el heredero solo por la marca, lo era por otrasmuchas razones. Era fuerte, letal y extremadamente inteligente; además denoble y compasivo.

—No, yo no soy el Alfa, lo es mi padre. Daniel Solomon. Pero puedo hablaren su nombre y mi palabra es ley —respondió sin vacilar, con tanta seguridadque Daleh creyó lo que decía—. Si vencemos, los que sobreviváis seréis libres.La deuda se considerará pagada y podréis regresar aquí o ir a cualquier parteque queráis. Siempre y cuando cumpláis las leyes. —Hizo una pausa y suexpresión se tornó solemne—. Aunque, me gustaría que permanecierais connosotros. El clan necesita a miembros como vosotros.

Daleh levantó la vista del suelo, sorprendido. Shane percibió claramente loque Daleh sentía en ese momento por Carter: cautela. Ni desprecio ni rechazo,sino una respetuosa cautela, la actitud de un depredador hacia otro en territorioneutral.

—Piénsalo, ¿vale? Solo es una opción tan buena como cualquier otra —continuó Carter. Se dio la vuelta y echó a andar en busca de William. De repentese detuvo y añadió—: Una cosa más. Si tocáis un solo pelo del vampiroequivocado. Los golpes de Shane van a parecerte caricias al lado de lo que y opodría hacerte. Os avisaré en cuanto tengamos listo el transporte.

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22

—¿Lo habéis oído? —preguntó Marie tras colgar el teléfono. Todos asintieron—. Bien, porque no tengo fuerzas para hablar —y dicho esto, se giró hacia Cecily la abrazó con fuerza.

Kate y Adrien se miraron. La expresión de alivio iluminaba sus caras y unaleve sonrisa les curvaba los labios. Shane lo había logrado y en ese momentoviajaba con el resto de su extraño grupo a Nueva Orleans, para unirse al resto decazadores y guerreros.

Kate había podido oír la voz de William mientras cruzaba unas palabras consu hermana. Cerró los ojos para dominar el repentino dolor que la asfixiaba:como un puño estrujándole el corazón. El tiempo pasaba implacable y, en apenasunas veinte horas, aquella pesadilla llegaría a su fin. Para bien o para mal.

A pesar de la buena noticia, la embargó una conocida sensación de ansiedad.La potente emoción la aplastaba, como si las paredes encogieran, estrechándosesobre ella sin dejarle espacio para respirar. « No necesitas respirar» , se recordópara dominar su claustrofobia, que parecía empeorar cada vez más.

El pequeño labrador llegó corriendo hasta ella desde la cocina y comenzó agimotear y a arañar la puerta. No era la única que estaba nerviosa, o quizá soloquería hacer sus « cosas» .

Abrió la puerta y le dejó salir. El perrito echó a correr hacia el lago ydesapareció de su vista.

—Eh, no es seguro que te alejes —gritó Kate—. Por aquí hay animalesmucho más grandes que tú.

El perrito no hizo caso y sus ladridos se oían cada vez más lejos. Kate bajódel porche. La grava se clavó en sus pies descalzos, pero siguió adelante. Unabrisa húmeda le agitó la ropa y le apartó el pelo de la cara. El cielo nocturnoestaba abarrotado de estrellas, pronto desaparecerían en la luz del amanecer.Kate sentía la llegada del sol: un cosquilleo en su nuca que le erizaba el vello conuna sensación desagradable, como si su cuerpo aún lo reconociera como unenemigo. Era extraño, pero, a pesar de que los vampiros podían moverse a la luzdel día, continuaban sintiéndose más cómodos durante la noche; incluso ella, quesolo se había visto sometida a su maldición unas cuantas semanas.

No tardó en alcanzar el lago. Mientras recorría la orilla, sacó del bolsillo de

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sus pantalones el teléfono móvil. Le echó un vistazo y el desencanto se apoderóde ella. Nada. Ni un escueto mensaje. Pensó en llamarlo, pero ¿de qué iba aservir? La segunda vez que lo intentó, Mako respondió de nuevo. No sabía elmotivo, pero era ella quien llevaba su teléfono.

Al menos sabía que él se encontraba bien.Cerró los ojos un instante. ¿De verdad todo se había terminado entre ellos?

¿Así, sin más? En solo unas horas podría estar muerto y ni siquiera ese motivoparecía suficiente para dejar a un lado todo lo ocurrido y llamarla.

De verdad era idiota si pensaba que él la llamaría después de las cosas que sehabían dicho. Recordó su expresión segundos antes de dejarlo en la habitación, ysintió como si alguien la estuviese torturando por dentro. Adrien tenía razón, élhabía asumido lo que ella le había dejado bastante clarito con su ataque de celosy rabia. El mundo se desmoronaba a su alrededor y no sabía qué hacer. Apagó elteléfono. Se sintió fría, como fuera de sí misma. Deseó con todas sus fuerzaspoder retirar cada palabra.

El perrito soltó un ladrido lastimero. Kate se puso de puntillas para intentarverle entre la maleza.

—Eh, pequeño, ¿dónde estás, pequeño?Frenó en seco y se quedó inmóvil. Marak estaba a solo unos metros de donde

ella se encontraba, mirándola, mientras acariciaba al cachorro de formadistraída entre sus brazos. Kate tuvo la sensación de que su aspecto era mássólido, menos etéreo. Llevaba la misma ropa que le había visto las vecesanteriores.

—¿Cómo lo haces? —preguntó—. ¿Cómo logras sostenerlo si eres… así?No estaba segura de qué sustancia estaba formado el cuerpo de un fantasma.—Lo educado es saludar primero —dijo Marak con una sonrisa. Esperó, pero

Kate no abrió la boca, así que respondió—: No lo sostengo con mi cuerpo, eso esevidente. Lo hago con mi mente. Dominar la materia a través del pensamiento esdifícil, pero una vez que lo logra el mundo adquiere una nueva perspectiva paraun ser como yo. Por cierto, ¿te gustó el libro?

Kate le dedicó una mirada de desconfianza.—En realidad fue útil, demasiado útil.—¿Qué quieres decir? —inquirió Marak con un gesto inocente.—Dímelo tú, estoy segura de que nada contigo es casual. Viniste aquí con un

propósito. Darme ese libro y que yo se lo hiciera llegar a mis amigos para…¿para qué exactamente, Marak?

—En serio, querida, no tengo la más remota idea de qué estás hablando —replicó él con un suspiro que no pudo esconder el sarcasmo en su tono de voz.

—Lo sabes. Sabes mucho más de lo que sospecho, y lo que me preocupa esqué pretendes y qué sacas tú de todo esto.

Marak se agachó y dejó al cachorro en el suelo. El perro se quedó sentado a

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su lado, mirando fijamente a Kate.—Chica lista —susurró, más para sí mismo que para ella—. ¿Y si te dijera

que quiero ay udarte porque me caes bien?Kate se quedó mirándolo fijamente varios segundos.—Me costaría creerte —respondió.Marak sonrió. La luz de la luna jugueteaba sobre sus altos pómulos, mientras

alzaba la cabeza para contemplar las estrellas.—Pues es la verdad, me caes bien. Y tienes razón, puse ese libro en tus

manos con la esperanza de que pudiera ayudarte. No quiero que te pase nadamalo. Me gustas y no quiero que sufras daño alguno. Eres importante para mí yte necesito sana y salva, mi dulce mariposa.

Kate se estremeció; que la llamara así le ponía el vello de punta.—Explícame por qué soy importante para ti. ¿Acaso y a nos conocíamos?

¿Llegamos a conocernos cuando aún estabas vivo? ¿Perteneces a mi familia?¿Eres algún antepasado?

Kate estaba dando palos de ciego con aquellas preguntas. Confiando en quealguna de ellas fuese el motivo por el que Marak había aparecido en su vida. Algoasí sería comprensible hasta cierto punto. Solo obtuvo un largo silencio porrespuesta.

—¿Sabes qué? No sé qué pretendes ni qué buscas, pero no vuelvas a acercartea mí —replicó ella con malos modos.

—¿Sabes qué? —repitió él—. Es posible que dentro de unas horas meagradezcas que ignore esa petición. Te guste o no, mi único interés es que túsobrevivas el tiempo…

—¡Kate!El viento arrastró la voz preocupada de Adrien hasta ella. Kate se giró hacia

atrás por puro instinto, y cuando volvió a mirar a Marak, este había desaparecido.El perrito continuaba inmóvil, casi sin respirar, como si estuviera en algunaespecie de trance. Kate se agachó y alargó la mano.

—¿Estás bien, pequeñajo?El cachorro parpadeó. Ladró al aire y se precipitó en sus brazos, justo cuando

Adrien y el guerrero aparecían tras ella muy preocupados.—¿Qué parte de no te alejes de la casa es la que no entiendes? —le soltó

Adrien a dos centímetros de su cara.—Estaba aquí —dijo ella mirando a su alrededor.—Eso ya lo veo, pero es allí donde deberías estar —protestó él, señalando

entre los árboles el punto donde se alzaba la casa.—No hablo de mí, sino de él.—¿Quién? —preguntó con recelo Adrien. Deslizó una mano bajo su camiseta

y sacó la daga que ocultaba en la cinturilla del pantalón.—Marak. Estaba ahí hace un segundo.

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Adrien giró sobre sí mismo, escudriñando el bosque mientras desplegabatodos sus sentidos. Nada, no percibía absolutamente nada. Resopló molesto. Cadavez que perdía a Kate de vista se ponía histérico; y saber que un poltergeist,demasiado oportuno como para no tenerlo en cuenta, la perseguía por toda laciudad, no lo ay udaba mucho a calmarse.

—Me estoy planteando seriamente sacaros a todos de aquí y llevaros a unsitio muy, muy lejano y solitario. Como la Antártida, donde el mayor peligro losuponga un pingüino cabreado —masculló mientras la cogía de la mano y laguiaba de vuelta a la casa.

—¿Un pingüino cabreado? —repitió Kate con los ojos como platos. Unasonrisa divertida se extendió por su cara.

—Por tu bien, borra esa sonrisa. Te supliqué que no salieras sola.El perrito empezó a ladrar, como si estuviera reprendiendo a Adrien por

hablarle de ese modo a Kate.—Y tú cierra el pico si no quieres que te deje seco —le espetó al cachorro.Esta vez, Kate tuvo que morderse los labios para no echarse a reír con ganas.

Durante un instante volvió a sentirse bien, un solo instante.

Salma se sentó contra la pared con su cerebro amenazando con estallar. Lasvisiones estaban a punto de volverla loca. Al principio no lograba entenderlas, nisabía qué relación tenían entre sí; solo veía ese libro una y otra vez, sus páginasescritas en un idioma que no reconocía, pero que, de algún modo, sabía quédecían. Contenían la fórmula para el desastre, la puerta hacia el caos absoluto yla aniquilación de los humanos.

Necesitaba el libro, sin él no la creerían. No podía presentarse ante ellos ydecirles sin más que iban a acabar con el mundo. Aún recordaba al vampiro quehabía ido a buscarla, tan siniestro y peligroso. Se le ponía el vello de punta solocon pensar en él. Imaginar verlo de nuevo le disparaba el pulso. Pero no lequedaba más remedio, tenía que hacerlo. Nunca había sabido a ciencia cierta aqué se debía su don, por qué había nacido con él; por qué ella y no su hermana, ola vecina, o su compañera de instituto.

Quizá las respuestas a todas esas preguntas estaban por fin allí. Quizá supropósito era mucho más importante que adivinarle el futuro a unas cuantasadolescentes durante las ferias. Se había pasado toda su vida siendo la rarita, laloca, la marginada; sin entender por qué veía las cosas que veía.

—Salma, ¿estás bien?Salma parpadeó y enfocó su mirada en el rostro que tenía pegado a la cara:

Lena, la jovencita que tomaba fotografías junto a su tienda. La chica parecíaconfusa y asustada, no tenía color en la cara.

—Sí, solo ha sido otra visión. Esta noche va a pasar algo horrible. He visto un

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río de sangre —respondió mientras se masajeaba las sienes.Lena se dejó caer al lado de Salma y le dio un pañuelo de papel para su nariz,

le sangraba un poco. A través de los arbustos en los que se habían escondido,espió la casa que se encontraba al otro lado de la calle. No entendía cómo sehabía dejado convencer para aquello. Siempre había creído que Salma estabaloca de remate y que su don para la adivinación no era más que un fraude; quesu suerte a la hora de vaticinar se debía a que era buena observadora; y quehaciendo las preguntas adecuadas, podía dar con las respuestas correctas. Pero,en los últimos días, había comprobado de primera mano que no era así. Salmaveía cosas. Y si había interpretado bien sus últimas visiones, estaban en un lío delos grandes.

—Siguen ahí —dijo Lena—. ¿Cómo vamos a entrar sin que nos vean?—Esperando. Dentro de un rato recibirán una llamada y se moverán.

Entonces solo tendremos unos minutos —respondió Salma.—¿Y estás completamente segura de que el libro está en esa casa? —

preguntó la chica.—Sí —respondió Salma.—¿Y por qué tienen algo tan importante guardado ahí?—No tengo la respuesta a todas las preguntas, Lena. Solo sé lo que veo. Ese

libro está ahí y lo necesito; no solo para que me crean y confíen en mí, sino paraque lo descifren y se pueda evitar el desastre.

—Sigo sin saber cómo vamos a cogerlo. Si esos dos son… —Tragó salivaantes de pronunciar la palabra que, en las últimas horas, había adquirido un nuevosignificado para ella— demonios, ¿no crees que se darán cuenta de lo queintentamos? ¿Qué crees que nos harán si nos descubren?

—Tranquila, lo he visto, saldremos de la casa sin que nos descubran. Confíaen mí —dijo Salma.

Sonó un teléfono móvil y uno de los dos hombres a los que vigilabanrespondió a la llamada, tal y como Salma había visto en su visión. Laconversación llegó hasta ellas con claridad. Habían pedido comida a domicilio yel coche del repartidor se había averiado unas calles más abajo. El tipo quecontestó al teléfono ladró un par de maldiciones y unas cuantas palabrotas, y sesubió a un destartalado coche. Lo puso en marcha y desapareció al doblar laesquina.

—¿Los demonios conducen? Creía que volarían, o que se transportarían. Algoasí, no sé… —susurró Lena.

—Han pedido comida. Quizá sean más normales de lo que imaginamos —respondió Salma.

Se movió hasta pegar la cara al arbusto. Ahora veía el porche de la casa contotal claridad. En unos segundos aparecería la segunda distracción: cinco, cuatro,tres, dos… Allí estaba la rubia despampanante, embutida en un ceñido vestido

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que mostraba mucho más que si no lo llevara puesto. El tipo que se habíaquedado en la casa, junto a la acera, cedió a su sonrisa coqueta con una miradacargada de lujuria, y no dudó en seguirla hasta el otro lado de la calle donde lachica acababa de detenerse para encender un cigarrillo.

—¡Ahora! —susurró Salma, tomando a Lena de la mano—. Tenemos un parde minutos.

Cruzaron la calle justo cuando un camión de reparto pasaba, ocultándolasmientras se deslizaban por un lateral de la casa y la rodeaban. Acabaron en unjardín abandonado, donde la hierba había crecido hasta cubrir los primerospeldaños que conducían a la puerta trasera. Abrieron la mosquitera y empujaronla puerta. Cruzaron la cocina y salieron a un pasillo enmoquetado que olía a pisde gato y a azufre.

—Abajo —susurró Salma.Giró el pomo de una puerta que Lena ni siquiera había visto, y se precipitaron

escaleras abajo hasta el sótano. Lena no daba crédito a cómo se desenvolvía lavidente dentro de la casa. Sabía dónde estaba cada cosa con una precisiónincreíble. Si le quedaba alguna duda sobre su don, esta acababa de disiparse. Enmedio del sótano encontraron un arca de madera, idéntica a la que Salma ledescribió unos días antes; y si había tenido razón en todo aquello, también la teníasobre las otras cosas que había visto: el fin del mundo, el caos, la desaparición dela raza humana. Empezó a temblar.

—Lena, tienes que ayudarme a mover la tapa, y o sola no puedo —susurróSalma.

Lena parpadeó, volviendo en sí. Asintió una vez y se acercó a la tapa delarca. Para eso estaba allí. Salma había sabido desde un principio que sola nopodría levantarla y que iba a necesitar ay uda, por eso se había visto obligada acontárselo todo a Lena.

Juntas colaron los dedos en la única rendija en la que podían hacer palanca, ytiraron hacia arriba. La tapa cedió muy despacio, con un chirrido de bisagrasoxidadas que recorrió el sótano. El viejo libro quedó a la vista, situado en elcentro del cofre.

—¿Puedes sostener la tapa? —preguntó Salma.Lena utilizó toda la fuerza de su cuerpo para sujetarla, mientras Salma se

inclinaba y cogía el texto, que no era más que unas cuantas hojas de papelamarillento perforadas con un punzón y unidas por un cordón que atravesaba losagujeros. Salma lo sostuvo en sus manos con sumo cuidado, como si acunara aun recién nacido. Alzó la vista y miró a Lena, que estaba roja y comenzaba asudar por el esfuerzo. Dio un respingo y dejó el libro a un lado. Ayudó a la chicaa bajar la tapa y salieron corriendo de regreso arriba.

Salma llevaba el libro abrazado contra su pecho y misteriosamente sintió unextraño vínculo con él. De repente, en su cabeza apareció la imagen de un

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hombre vestido con una túnica blanca, inclinado sobre una mesa de madera a laluz de un par de velas, escribiendo en él como si estuviera poseído por unaespecie de trance.

Oy eron pasos en el porche principal, justo cuando cruzaban el umbral de lacocina. Se precipitaron afuera y sus pies se hundieron en la hierba atestada deortigas secas. Corrieron con todas sus fuerzas y enfilaron la acera en dirección ala calle donde habían aparcado la pequeña furgoneta de Lena.

Salma llevaba las llaves, gracias a sus visiones conocía la zona mejor que lachica. Abrió la puerta de un tirón y subió de un salto, se inclinó sobre el asiento yabrió la otra puerta para que la joven pudiera subir. Una vez dentro le pasó ellibro y arrancó el vehículo. No perdieron tiempo ni en ponerse el cinturón. Salmapisó el acelerador a fondo y salieron disparadas hacia la salida del pequeñopueblo.

Se miraron un instante, y una sonrisa se dibujó en sus labios. Lo habíanconseguido, tenían el libro. Ahora solo debían viajar hasta New Hampshire ydárselo a quienes de verdad podían hacer algo con él.

La mirada de Salma voló hasta la sombra al otro lado de la ventanilla trasLena. Se encontró con unos ojos completamente negros e inhumanos. Un brazoatravesó la ventanilla y cogió a Lena por el cuello. Tiró de ella y la sacó por elhueco dejando tras de sí una lluvia de cristales. Salma no pudo reaccionar, solotuvo tiempo de ver la expresión horrorizada de la chica; y cómo, en una fracciónde segundo, su rostro se transformaba con un gesto audaz mientras empujaba ellibro, que aún sostenía en su regazo, hacia el interior de la furgoneta. « Nopares» , pudo leer en sus ojos.

Salma pisó el acelerador hasta el fondo. El motor rugió, vibrando como si encualquier momento fuese a desmontarse. Miró por el retrovisor y pudo ver aLena en el suelo, inmóvil después de que le rompieran el cuello; y cómo eldemonio iniciaba de nuevo su persecución. Las lágrimas resbalaban sin controlpor sus mejillas. Había muerto, Lena había muerto por su culpa. Por eso no podíapermitir que la cogieran y que todo hubiera sido en vano.

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23

Carter puso el intermitente, y el furgón de reparto alquilado abandonó laInterestatal 10 y tomó la 641 en dirección a la 61. Doce horas antes habíancogido un vuelo desde Montreal hasta Houston, desde allí emprendieron porcarretera el resto del viaje hacia Nueva Orleans. Carter conducía y William loacompañaba en la cabina; en la zona de carga iban veintisiete licántropos deltamaño de un oso XXL, incluido Shane.

No había sido nada fácil calmarlos y hacerlos subir a un avión. Nunca habíanvisto uno de cerca. Conocían su existencia, máquinas voladoras que habían idoevolucionando en forma y velocidad; pero para los hombres de Daleh eran comoengendros del demonio. Las aves volaban, no los hombres.

No dejaba de ser curiosa la percepción que tenían del mundo. Nunca habíanabandonado las montañas en las que Victor los exilió, unos bosques donde solomoraban algunos pueblos nativos: nómadas que viajaban junto a los grandesrebaños de renos, alces y caribús para poder alimentarse. Cientos de añosviviendo en un lugar salvaje que se había convertido en su hogar. Desde allíhabían visto cómo el mundo avanzaba y evolucionaba, cómo aparecían nuevasmáquinas, vehículos y objetos electrónicos; sabían en teoría qué eran todasaquellas cosas, pero nunca les interesaron ni trataron de comprenderlas. Eligieronvivir una vida solitaria y aislada de todo; hasta que los Solomon habían aparecidode nuevo para cambiarla.

El viaje había estado salpicado de momentos raros, tensos, incluso divertidos.Vestirlos fue el primer problema. No se acostumbraban a las camisetas dealgodón ceñidas, ceñidas porque en la tienda no encontraron tallas losuficientemente grandes para ellos. Se sentían torpes con las botas, parecían niñosaprendiendo a andar.

En el aeródromo tuvieron serios problemas para no llamar la atención. Lostipos estaban nerviosos e irascibles; la idea de despegar los pies del suelo, unoscuantos cientos de metros, parecía suficiente para volverlos locos. William logróalquilar un avión de carga con suficientes arneses y cables como paramantenerlos quitecitos. Con dinero podías conseguir prácticamente todo lo que tepropusieras, incluso cruzar una frontera y medio país en un vuelo sin declarar.

William miraba por la ventanilla del furgón. Todo lo acontecido en los últimos

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días le parecía algo muy fácil que había sucedido hacía mucho; pero solo loparecía porque lo que estaba por venir era muchísimo peor.

Un destello llamó su atención. Se enderezó en el asiento y vio los cochesaparcados en la cuneta. Todo estaba saliendo según lo planeado. Los señaló con lamano y Carter asintió mientras empezaba a reducir la velocidad. Se detuvierontras un Hummer H2 negro y un GMC Yukon.

William saltó del vehículo, mientras del Hummer descendían Robert y Cy rus,y del GMC bajaban Daniel y su hermano Samuel.

—Me alegro de verte —dijo Robert yendo al encuentro de su hermano. Ledio un fuerte abrazo—. Sin problemas por lo que veo.

—Shane lo hizo bien—comentó William con una sonrisa.Carter fue hasta la parte trasera del furgón y levantó la puerta. El primero en

descender fue Shane. Aún cojeaba un poco y lucía varios moratones en la cara yen los brazos desnudos. Los ojos de Robert se abrieron como platos.

—¡Ni que te hubiera pasado un tren por encima! —exclamó el vampiro.Shane le dedicó un gruñido y una mueca de dolor se dibujó en su cara alenderezarse—. Venga, no seas quej ica. Seguro que no era para tanto. ¿Alcachorrito le han hecho daño? —se burló como si lo estuviera arrullando.

—Un día de estos voy a cerrarte esa bocaza, Robert. Aunque después tengaque aguantar la bronca que me echará tu hermana.

Robert iba a replicar, cuando los lobos comenzaron a descender del camión.Se quedó mudo al ver a Daleh. El tipo era enorme (superaba con facilidad los dosmetros de altura), sus hombros, bajo la chaqueta de aire militar, eran anchoscomo los de un defensa. De él emanaba un aire de amenaza que despertabatodos los instintos de los vampiros presentes. Cy rus se llevó la mano al costadodonde una daga reposaba en su funda de cuero. La apretó con fuerza cuandotodos los hombres quedaron a la vista.

William se acercó a él y le apretó el hombro.—Están de nuestro lado, no lo olvides —le susurró al oído.Cyrus aflojó su mano y se obligó a relajar el brazo.—Si tú lo dices.—Lo digo —afirmó.Daniel, con Samuel tan cerca que parecía su sombra, se acercó a Daleh.El viejo lobo se lo quedó mirando. De repente cayó hacia abajó y clavó una

rodilla en el suelo, inclinando la cabeza en señal de respeto. No necesitó ver lamarca para saber a quién tenía delante. La influencia de Daniel se le metía en lapiel a través de los poros, penetrando en cada terminación nerviosa hasta calarleen el cerebro como un sello impreso. Sus hombres lo imitaron. Un gruñido dereconocimiento se elevó en el aire mientras se golpeaban el lado derecho delpecho con un puño.

—No es necesario que hagáis eso. Levantaos —pidió Daniel. Hacía décadas

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que un hombre-lobo no lo saludaba a la vieja usanza.Daleh alzó la vista hacia él.—Eres el padre de la raza. Debemos mostrarte nuestro respeto como es

debido.Daniel cruzó una mirada con Samuel. Su hermano le guiñó un ojo, divertido

por el mal rato que estaba pasando. A Daniel nunca le habían gustado ese tipo deformalismos.

—Os lo agradezco, pero no es necesario… Y tampoco prudente —terminó dedecir mientras un turismo pasaba por la carretera.

Sus ocupantes se quedaron embobados mirando la escena, incluso redujeronla velocidad. Samuel se movió incómodo. Empezaban a llamar la atención, asíque tomó el control. Ese era su trabajo.

—Soy Samuel Solomon —informó a Daleh. Dio un paso hacia él y le tendióla mano.

Daleh se puso de pie y se la estrechó con fuerza. Sus ojos pasaron de unrostro a otro: Shane, Carter, Daniel y Samuel. La estirpe de Victor había seguidosu camino sin perder un ápice de pureza, y mantenía su fuerza intacta. Eranhombres de valía y esa era una virtud que siempre había respetado. Tambiénpercibió otra cosa: la relación que mantenían con aquellos vampiros iba más alláde una simple alianza. Entre ellos las emociones y los sentimientos mostrabanalgo más profundo. El abrazo entre Shane y un guerrero con el pelo muy rubio,le confirmó lo que su instinto ya sabía. « Muerde a uno y tendrás que enfrentartea todos» , pensó.

—Dirijo a los cazadores, y soy yo quien os dará las órdenes. A partir de estemomento haréis lo que yo diga cuando yo diga. Sin preguntar, sin dudar —continuó Samuel. Su expresión era seria y parecía que tenía prisa—. Supongo quey a os habrán puesto al tanto de cómo están las cosas y de lo que nos jugamos.

Shane asintió en respuesta al comentario. Él había tratado de explicarle ydetallarle a Daleh todo lo que necesitaba saber.

—El plan es sencillo. Una vez dentro, no dejéis que ningún renegado salga deallí con vida —terminó de decir.

Daleh asintió con la cabeza.—Gracias por ay udarnos. Sin vosotros estaríamos en un aprieto mayor —dijo

Daniel con expresión fiera.—Siempre pagamos nuestras deudas. El desafío fue justo y tu sobrino ganó.

Victor estaría orgulloso de él —respondió Daleh.Shane se dio la vuelta para ocultar que se había sonrojado.—Debemos ponernos en marcha, William —dijo Cyrus mientras guardaba

su teléfono en un bolsillo de su guerrera—. En el barrio francés hay movimiento.Varios nidos han llegado y a.

—Prometieron no llamar la atención, espero que sean capaces de cumplirlo

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—replicó William; su tono de voz era de extrema gravedad—. En pocas horashabrán tomado la ciudad.

Se encaminó al Hummer, pero se detuvo al ver que Robert no se movía. Suhermano parecía una estatua, sin apartar la mirada de la manada de licántropos.Lo conocía demasiado bien como para saber lo que le pasaba por la cabeza. Elaire que lo rodeaba parecía latir de pura furia. La tensión de su cuerpo hablabapor sí sola. Los hombres que tenía delante lo habían mutilado sin necesidad detocarlo, la noche que asesinaron a Kara sin ninguna compasión.

—Robert —dijo William—. Tenemos que marcharnos.Robert tardó un instante en darse la vuelta y subir al coche.—¿Cuál de ellos crees que fue? —preguntó una vez dentro. No había emoción

en su voz, solo frialdad.—¿Acaso importa ahora? —preguntó William desde el asiento del copiloto.—Importa —respondió Robert para sí mismo. Clavó la vista en la ventanilla

tintada—. Duele demasiado para que no importe.William se lo quedó mirando un largo segundo, nunca había visto así a su

hermano. De repente parecía hueco, mayor y cansado, demasiado cansado. Eracomo si todos los muros que había ido levantando durante años y años a sualrededor, para poder protegerse y dejar de sufrir, hubieran caído de golpe y sintiempo a reconstruirlos, mostrando al hombre que era en realidad. William pudover su dolor, tan real y sólido que pensó que podría palparlo si extendía la mano.Clavó la vista en el parabrisas. Nunca había conocido a la esposa de su hermano,apenas había oído hablar de ella. Pero si Robert la amaba tanto como él amaba aKate, le parecía un milagro que su hermano hubiera sido capaz de controlarse; ybien sabía que no era por miedo. Él se habría vuelto loco y los habría matado atodos.

William salió del hotel a medianoche enfundado en acero. Desde que habíallegado a Nueva Orleans, se había dejado ver por sus calles, apenas custodiadopor un par de guerreros y su hermano, demostrando así que no sentía ningunainquietud por su seguridad en una ciudad repleta de renegados.

Estaban por todas partes, en cada esquina, en cada calle. Habían acudido enmasa tal y como esperaba. William los miraba a los ojos como si él fuera un diosinvencible y ellos sus esclavos, a los que podía reducir a cenizas por simplecapricho sin mancharse las manos. Debían temerle, tenían que saber que losmataría si se enfrentaban a él; y ese mensaje, de momento, les estaba llegandoalto y claro.

Subió al Hummer junto a Cy rus, Robert y Mako. Mihail conducía. Nadie dijouna sola palabra mientras circulaban hacia el puerto. Esa noche se celebraba unagran fiesta de disfraces para los turistas, con un desfile, música en vivo

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recorriendo las calles y fuegos artificiales. Ruido y celebración, la mejordistracción para que nadie se fijara en lo que iba a ocurrir a poca distancia deallí. Para que los gritos y el fragor de la lucha pasaran desapercibidos.

William se acomodó en el asiento. La funda que le cruzaba la espalda estaballena de armas que apenas podía disimular bajo su ropa, y se le estaban clavandoen la piel. Se ajustó la pistola en un costado. Los hombres de Samuel habíanlogrado convertir en un líquido la extraña aleación de plata que usaban en susdagas, y habían rellenado con él balas huecas con punta perforante. Un disparo alcorazón y la plata se extendería por el torrente sanguíneo. Imposible recuperarsede esas heridas.

Mako se movió a su lado.—Había olvidado que lo tenía —susurró mientras le entregaba su teléfono

móvil.—¿Has podido instalar las aplicaciones que te pedí? —preguntó él.—Sin problema. Ahora podrás conectarte y manejar todos los archivos,

listados, informes…, incluso el sistema de seguridad de tu casa: cámaras,contraseñas… Todo.

William le dedicó una sonrisa.—Gracias.Ella se encogió de hombros y le devolvió la sonrisa.William aprovechó para hacer una última llamada. Duncan, el abogado de la

familia, descolgó el auricular en su despacho del bufete.—¿Lo has solucionado? —preguntó directamente, sin ningún tipo de saludo.—Sí. No tienes de qué preocuparte. Si… si no regresaras. —El abogado hizo

una pausa y tomó aire. Le resultaba difícil hablar, dada la situación y el carácterde la conversación—. Ella será la dueña absoluta de cuanto posees. También lohe dispuesto todo para ocultarla de una forma segura, junto a tu familia. Puedesestar tranquilo.

—Gracias, Duncan.—No tienes que darlas, y a lo sabes. Suerte, mi rey —dijo a modo de

despedida.William colgó el teléfono y trató de distraerse comprobando las llamadas y

los mensajes. Cualquier cosa que lo ay udara a no pensar. De repente, se quedóhelado. El número destellaba en la pantalla como si lo iluminara una baliza. Ellalo había llamado. Se estremeció y las dudas se apoderaron de él. ¿Habría pasadoalgo? No, de ser así, Adrien hubiera contactado con Robert o Cy rus. Así lo habíandecidido. ¿Entonces? Se estrujó el cerebro buscando una razón lógica a sullamada, porque no quería hacerse ilusiones. ¿Pero qué otro motivo podía tenerella para querer hablar con él?

—Ese número llamó un par de veces, pero nadie respondió —dijo Mako sindarle mucha importancia.

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—¿Lo cogiste? —preguntó con un tono demasiado duro. Ella se quedó inmóvilun segundo, impresionada por su reacción—. ¿Contestaste? Te dije que no lohicieras —le espetó enfadado sin esperar una respuesta.

—Lo… lo siento —se disculpó la vampira—. No pensé que estuviera mal.—No debiste hacerlo.Mako leyó en su cara la verdadera razón del problema. Se trataba de ella, por

eso estaba tan disgustado. Ladeó la cabeza y contempló las calles a través de laventanilla. Lejos de enfadarse por su reacción, una sonrisa se extendió por sucara. Sin proponérselo había logrado que la situación entre William y Kate secomplicara un poco más; o eso esperaba. ¡A ver si de una vez por todas elladesaparecía de su vida!

William se tragó un par de maldiciones. ¡Genial, Kate lo había llamado yMako había atendido el teléfono! Se sentía tan frustrado y preocupado por lasconclusiones que Kate podría haber sacado. No necesitaba ser muy listo parasaber qué impresión se habría llevado. Apretó el teléfono y le devolvió lallamada, a esas alturas le importaba una mierda arrastrarse y suplicar. Ella teníael teléfono apagado. Colgó, pero negándose a rendirse. Necesitaba saber, así quebuscó el número de Adrien en su agenda.

Mihail detuvo el vehículo frente a la puerta principal del enorme edificio.—Hemos llegado —anunció Cyrus.—Un segundo —pidió William. No encontraba el maldito número.Robert le puso una mano en el brazo y detuvo sus movimientos compulsivos.—No tenemos un segundo —le susurró con tono severo.—Es importante —insistió William.—¿Más importante que esto? —lo cuestionó su hermano.William se detuvo. Apretó los dientes y guardó el teléfono en su bolsillo.

Cuando se bajó del coche, un pasillo formado por sus guerreros se extendía hastala entrada del edificio. Tomó aire y dejó que una máscara fría y letal cubrierasus emociones. Dio el primer paso con la seguridad de que y a no había vueltaatrás. Iba a interpretar su papel tan bien que deberían darle un jodido Oscar.Lograría entretenerlos el tiempo necesario para que los lobos pudieran rodear eledificio y sitiarlos sin que se percataran de la tela de araña que ya se estabatej iendo.

Iba a vencerlos, acabaría con todos y saldría de allí intacto; solo por un únicomotivo: averiguar la razón por la que Kate lo había llamado, dos veces.

Caminó con paso seguro, escoltado por un gran número de sus hombres.Cuando atravesó la puerta, alzó una ceja y su pecho se infló con deleite. Larealidad estaba superando con creces sus expectativas. No cabía un alma en elinterior. A pesar del gran número de renegados, apenas se oían voces, solosusurros.

Los miembros de cada nido se mantenían juntos y observaban con cautela a

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los otros. La desconfianza se podía oler en el ambiente. Sus líderes ocupabanposiciones más seguras parapetados entre sus hombres. En cuanto se percataronde la llegada de William, se movieron abriéndose paso para ser los primeros ensaludarlo, reclamando posiciones de poder al lado del rey ; las que él les habíaprometido.

William esbozó una sonrisa. Eran tan predecibles que se sorprendió por haberpensado que podrían ser capaces de aliarse entre ellos y preparar unaemboscada. Se les veía tan ciegos de poder que pactar entre ellos era lo últimoque habrían hecho.

Caminó sin prisa por el pasillo que los guerreros iban abriendo casi a lafuerza. Se dio cuenta de que su presencia ejercía un peso palpable y lo alimentódejando que su oscuridad, que tanto se esforzaba por controlar, brotara de él sincontrol, sin ningún límite. Corría el riesgo de que más tarde no pudieraencadenarla de nuevo en lo más profundo de su ser, pero y a se preocuparía deeso más adelante. Su agresividad y su impulso asesino eran las únicas armas deque disponía para controlarlos; así que las dejó fluir, junto a una mezcla volátil deadrenalina y furia.

Roland salió a su encuentro con una gran sonrisa. Inclinó la cabeza a modo desaludo y se llevó un puño al pecho, después le ofreció su mano. William aceptó elfuerte apretón; luego hizo algo que sabía que seduciría a Roland y lograría querelajara su actitud: le dio un abrazo y, a continuación, le rodeó el hombro con unbrazo invitándolo a acompañarlo.

« Primero córtale la cabeza a la serpiente, y el resto del cuerpo solo podrádar sacudidas sin control hasta desangrarse» , pensó; pero para eso necesitabatenerlo cerca.

—Me alegra volver a verte, Roland —dijo William—. ¿Todo bien?—Por supuesto, señor —contestó el renegado—. Es más, mis dagas están a

vuestro servicio si las necesitáis esta noche. —Con disimulo levantó la solapa desu americana de firma y dejó a la vista el destello de una daga de plata—.Parece que los ánimos no están muy calmados.

William volvió a sonreír.—Gracias, mi querido amigo, pero para eso estoy aquí, para calmarlos. —Se

inclinó sobre su oído y le susurró—: No te alejes mucho. Tengo una sorpresa.Le palmeó la espalda y fue en busca del siguiente líder que buscaba su

atención. Ya tenía a Roland de su lado, con su gesto le había dado una posición deventaja y el viejo vampiro parecía encantado. El resto de cabecillas se obligarona relajar su postura. William no solo contaba con sus guerreros, sino con el apoy odel nido de San Diego, el más grande; así que, someterse era la única opción.Ahora solo se trataba de conseguir un buen trozo del pastel.

—¡Lukan! —William abrió los brazos al cabecilla de Seattle—. Tu presenciame llena de alegría.

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—Señor, a mí me llena de alegría tu gratitud.—Me gusta cuidar de mis hermanos; siempre y cuando ellos sean buenos

conmigo, por supuesto —replicó William con tono malicioso.Los ojos de Lukan se abrieron como platos. El rey lo había llamado hermano

y el halago tuvo un efecto inmediato, pasando por alto la amenaza implícita. Sushombros se relajaron y una sonrisa sincera se extendió por su cara.

—Mi privilegio es protegerte, mi rey.—Y mi obligación es garantizar tu protección y la de los tuy os. No dudes que

lo haré siempre que lo necesites.—Gracias, señor. Sois muy generoso.—¡Aún no te he dado nada, Lukan! Espera a ver lo que tengo para vosotros,

entonces podrás empezar a frotarte las manos.El renegado sonrió encantado y dejó que William continuara con su paseo.Cyrus y Robert cruzaron una mirada temerosa, asombrados por el

comportamiento de William. Se había transformado por completo, metiéndoseen su papel tan bien que se veían obligados a recordarse que solo se trataba deuna representación y no de algo real.

William saludó uno a uno a todos los dirigentes de los nidos. Su diplomaciaresultaba sorprendente. Se movía entre ellos como pez en el agua. Cuando llegóal otro extremo del edificio, se subió a una escalera de metal que daba acceso auna oficina de paredes de vidrio. Desde allí podía controlar hasta la esquina másalejada y a todos los renegados que se agolpaban frente a él.

Con las manos en la barandilla, sonrió a los presentes y dejó que el silencio seprolongara a propósito. Todos lo observaban ansiosos. Por debajo de la violencialatente y el juego de las apariencias, podía percibir una corriente de miedofluyendo hasta él. Aquellos vampiros lo temían, temían su calma y suindiferencia; pero, sobre todo, temían su deseo de agradarles.

Los sentidos de William captaron los movimientos que nadie más pudo ver,los renegados estaban demasiado impresionados y expectantes como para darsecuenta. El número de guerreros estaba aumentando sin que se percataran de ello.Se colaban por los accesos como un ligero goteo apenas perceptible, creando uncerco de cuerpos y acero, como un redil conteniendo ovejas.

En pocos segundos llegarían los licántropos, tomarían el tejado y los accesosbajo el suelo. Necesitaba distraer a los renegados un poco más y enmascarar elolor de los lobos. Ellos eran su arma secreta, y debía ser secreta hasta que susmandíbulas empezaran a moverse desmembrando cuerpos. Solo había un modode lograrlo y, aunque les costó mucho aceptarlo, por el riesgo que implicaba y loque suponía, habían llegado a la conclusión de que los sacrificios eran necesariospara alcanzar un bien mayor.

—Bienvenidos… —dijo William.No se oía nada salvo el sonido de los cuerpos al moverse nerviosos; y

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comenzó un discurso preparado al milímetro. Les habló del pasado, de lasupremacía de la raza, de lo que esperaba del futuro y del mundo que iba aservirles en bandeja de plata. Un mundo solo para ellos, convertido enrestaurante de lujo y sin límite en la carta. En este punto, hizo una pausa.

Desplegó sus sentidos de ángel y los sintió en el tejado. Suaves y silenciososen su forma humana. Letales y crueles cuando la bestia tomaba el control. Hizoun gesto con la mano y la puerta de la oficina se abrió. Cy rus salió arrastrandopor el cuello a un tipo con aspecto de motero, y Stephen hacía lo mismo con otroque parecía a punto de hacerse pis en los pantalones. Habían tenido muchocuidado a la hora de elegirlos. No podía ser cualquiera, estos debían merecer loque les iba a pasar, de modo que su pérdida supusiera un bien. Y, desde luego, aesos dos no los iba a llorar nadie salvo sus clientes.

Hora de crear la distracción.William sujetó por el brazo a uno de los hombres y tiró de él. Por dentro

temblaba como un flan, rezando para no sucumbir y mandarlo todo al infiernopor un trago de la esencia del humano. Por fuera continuaba siendo el rey : frío,indiferente y con una mirada psicópata que lograba que pensaras dos veces elsimple hecho de dirigirle la palabra.

En su mano apareció un cuchillo y sin ningún tipo de preámbulo le abrió lamuñeca al humano. Un suspiro ahogado recorrió el edificio, los vampiros semovieron dentro de sus propias ropas, provocando una fría corriente de aire.William colocó una copa bajo la sangre que brotaba profusa. El olor lo mareaba.Sus colmillos pulsaban en sus encías deseando liberarse. Hizo cruj ir su cuello yalzó la copa rebosante.

—Esto es lo que os prometo y lo que tendréis si me aceptáis. Nadie os tocaráun pelo por tomar lo que os pertenece.

Los murmullos se extendieron. Las cabezas se movían de arriba abajo,asintiendo sin parar. El olor dulzón de la sangre lo inundó todo y distrajo a losrenegados. William se llevó la copa a los labios y dio un trago mientras sus ojosvolaban arriba. Había llegado el momento, y no le quedó más remedio queconfiar en cada uno de sus hombres, en su voluntad de hierro y en suentrenamiento para no distraerse con nada que no fuese rebanar cuellos yarrancar corazones.

—Y bien, ¿qué respondéis? —preguntó con una sonrisa maliciosa.Un segundo después, los renegados comenzaron a arrodillarse, inclinando sus

cabezas en señal de respeto. Una sonrisa se extendió por la cara de William.Abrió los brazos como si quisiera abrazarlos a todos. Su presencia se adueñó deledificio. Una señal y el baile comenzaría. Se llevó la copa a los labios y bebió denuevo.

—Entonces… Sed bienvenidos a mi reino —dijo con un tono de voz quehabría parado el corazón de cualquier ser vivo.

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Alzó una ceja y un brillo de diversión iluminó sus fascinantes ojos azules.Soltó la copa, impactó contra el suelo y se hizo añicos. La sangre se extendió porel piso de cemento. La siguieron los cuerpos de los humanos…

Y el caos se desató. Los sonidos del acero y los disparos se mezclaron con losgritos y los gruñidos. Los licántropos irrumpieron y, en pocos segundos, aqueledificio fue el escenario de la mayor carnicería que una ciudad como NuevaOrleans jamás había acogido; y puede que ninguna otra.

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24

El pánico, crudo y descarnado, se apoderó de los renegados.Pandemónium.William vació su último cargador. Tiró la pistola al suelo, se llevó las manos al

pecho y desenvainó las dagas que llevaba cruzadas sobre él. El estrés eraliteralmente veneno en su torrente sanguíneo. Apenas era capaz de procesartodos los ataques que recibía. Giraba en un remolino de puñetazos y patadas, queél desviaba con los antebrazos y esquivaba agachando el torso y la cabeza.

Roland apareció frente a él, armado hasta los dientes y con una miradadesquiciada. El renegado parecía de verdad cabreado. William entornó los ojos yse permitió el lujo de sonreírle. Roland le lanzó un tajo con su daga, Williaminterceptó el golpe, lo hizo girar y, utilizando su impulso, lo lanzó contra un grupoque intentaba acorralar a su hermano. Roland se recuperó rápidamente delinesperado impacto y arremetió contra él.

William se apartó en el último momento girando sobre sí mismo; sus brazoseran como aspas y se movieron con precisión. Su mano atravesó tej idos yhuesos. Se quedó inmóvil con una rodilla en el suelo y los brazos extendidos, aligual que Roland. La expresión de este era de sorpresa y horror. Muy despaciomiró hacia abajo y contempló el agujero en su pecho. Se desplomó hacia delantede golpe.

William dejó caer el corazón del renegado al suelo. Le dio una patada condesprecio y apuntó a su siguiente objetivo. Ser un semiángel tenía sus ventajas,cada vez que lanzaba una de aquellas lenguas de fuego, unos cuantos renegadosse convertían en cenizas; pero no podía usarlas sin correr el riesgo de herir a unode los suy os. Estaban demasiado mezclados, así que tenía que calcular muy bienel momento para no lamentar un daño irreparable.

Intentaba por todos los medios no perder de vista a Robert y a los Solomon,pero entre aquel mar de cuerpos era imposible ver nada ni a nadie.

Los hombres de Daleh eran cuanto habían esperado de ellos y mucho más.Eran auténticas máquinas de combate con los pistones bien engrasados, yparecían funcionar con una perfecta mezcla de alto octanaje, porque noaflojaban el ritmo, ni mostraban cansancio. La mirada de William se cruzó conla del lobo, una milésima de segundo que aprovechó un vampiro gigantesco del

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nido de Seattle para abalanzarse sobre Daleh; nada que una daga en el pecho nopudiera arreglar.

Mientras desnudaba los colmillos y un gruñido se elevaba en su garganta,William dio un salto y voló sobre sus cabezas. Giró en el aire como lo haría unproyectil. Un movimiento de muñeca y la cabeza del renegado se descolgó de sucuello a cámara lenta. Al aterrizar sobre el suelo, los pies de William resbalaronen la sangre que lo cubría. Parecía una pista de patinaje en la que sus botas sehundían unos buenos cinco centímetros. Miró a su alrededor. Había sangre portodas partes: las paredes, las puertas, las ventanas; incluso ellos estaban cubiertospor una capa pegajosa que escondía sus facciones, convirtiéndolos en unaespecie de figuritas de acción, todas iguales. Casi no podía distinguir a amigos deenemigos.

El descuido tuvo sus consecuencias.Notó un golpe seco en el hombro y la punta de una hoja apareció bajo su

clavícula. Sintió el mango del arma golpeándole la espalda. ¡Lo había atravesadode lado a lado! El dolor lo sacudió como un latigazo. Un grito ronco salió de sugarganta mientras se giraba y hundía una daga en el cuello del renegado queacababa de apuñalarlo. A unos cuantos metros de donde se encontraba, Makotenía verdaderos problemas para mantenerse a salvo de las estocadas de dosproscritos. William se lanzó hacia delante como un tren de mercancías,embistiendo todo lo que encontraba a su paso. Era un guerrero increíble, lasdagas giraban en sus manos emitiendo destellos bajo las luces. Sus brazos ypiernas se movían cambiando de posición más rápido que un parpadeo, con unaejecución y un equilibrio perfectos que tuvieron como resultado otras cuatrobajas en el bando enemigo.

—¿Estás bien? —le preguntó a la chica mientras la sostenía por un brazo.Ella se llevó una mano al costado y asintió. William no pudo distinguir si se

encontraba herida o si solo había recibido un golpe, estaba cubierta de sangre yno sabía si en parte era de ella.

—Voy a sacarte de aquí —le gritó por encima del ruido.—¡No! —exclamó Mako.Tarde, William ya se había desmaterializado con ella en brazos, sacándola del

infierno que ellos mismos habían desatado. La dejó en un tejado cercano.—No soy de las que huye —le gritó en cuanto tuvo los pies en el suelo. De

repente fue consciente de cómo había llegado hasta allí—. ¿Cómo demonios hashecho eso?

William no respondió. Se quitó el anillo del rey y se lo puso en la mano.—Si no salgo de ahí, devuélveselo a mi padre.Desapareció en un latido y Mako se quedó en el tejado completamente sola.

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Sarah echó a correr como alma que lleva el diablo. Aún no podía creer quehubiera logrado escabullirse sin que se dieran cuenta. Los nefilim estaban tanconcentrados en repasar el ataque que, cuando Emerson le pidió que prepararacafé, y ella le hizo notar que se habían quedado sin agua, la enviaron al río sinnadie que la vigilara.

Ni siquiera se paró a pensar. Cogió una de las botellas y sin mirar atrás seencaminó al arroyo, pero no se detuvo allí, sino que continuó corriendo. Podríahaber tomado cualquier dirección. Había conseguido algún dinero, suficientepara un billete de autobús que podría llevarla a cualquier parte lejos de allí, lejosde Emerson y de su grupo de psicópatas. Pero no lo hizo.

Alcanzó la orilla del lago y continuó corriendo sin detenerse. Tenía lasensación de que escapaba de un agujero peligroso para lanzarse sin cuerda aotro mucho peor. Algo inexplicable en su interior la empujaba a hacerestupideces, como ir al encuentro del híbrido por el que perdía la capacidad dehablar y que no dudaría en matarla a la menor ocasión, para intentar salvarle lavida.

A través de los árboles distinguió la casa. Había luces encendidas en elinterior. Apretó el paso. Su respiración se asemejaba más a los estertores de unmoribundo que a la de una joven sana. Sentía el sabor de la sangre en la boca, tanseca que los labios se le habían agrietado y la garganta la tenía en carne viva. Unlíquido caliente escapó de su nariz. Lo notó resbalando por la comisura de su bocahasta la mandíbula. Había forzado demasiado su cuerpo para llegar hasta allí.Casi se derrumbó al pisar el primer peldaño del porche.

La puerta se abrió de golpe y Adrien apareció en el umbral. Sarah no lo creíaposible, pero al verlo delante su corazón empezó a latir con más fuerza. Tras él,Kate se asomó por encima de su hombro.

—¡¿Tú?! —exclamó Adrien. Su mano voló hasta la daga que escondía bajo sucamiseta.

Kate reaccionó a tiempo y se la arrebató de las manos.—¿Qué haces? —lo reprendió.—Van… a… ata… caros… Van… a… Están… a… punto… de lle… gar.Sarah cay ó de rodillas.Kate empujó a Adrien a un lado y se arrodilló junto a la chica. Un grito

ahogado escapó de su boca cuando vio el estado de sus zapatillas, estabandeshechas y a través de los agujeros se le veía la piel ensangrentada.

—¿Cuánto llevas corriendo?—Muchos… kilómetros a tra… vés del… bosque —resolló.—¿Qué quieres decir con que van a atacarnos? —gruñó Adrien. La agarró sin

miramientos de un brazo y la puso de pie a la fuerza—. ¿O es otra de tus tretas?

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Nos la jugaste una vez; esa fue la primera y la última.—No es… una treta.—¡Y un cuerno! —le espetó él, sacudiéndola sin compasión.Kate apartó a Adrien y lo obligó a que la soltara.—Tranquilízate —le ordenó. Se acercó a Sarah y con una mano en su cintura

la ay udó a sostenerse—. Vamos adentro. Te daré un poco de agua y me contaráspor qué estás aquí, ¿vale?

—De eso nada. O se larga o le rebano el cuello —dijo él; y no lo decía paraimpresionar a nadie.

Kate solo tenía deseos de agarrar el macetero que había sobre la repisa de laventana y estampárselo en la cabeza. Cuando se cerraba de aquel modo, razonarcon él era imposible.

—Es mi casa, la acogeré si me da la gana —replicó con tono severo.—No puedes estar hablando en serio —masculló él, pegándose a su oído—.

Nos tendió una trampa y aquellos nefilim, sus amiguitos, casi nos matan aWilliam y a mí. No podemos confiar en ella.

—Mírala, si no es capaz de tenerse de pie.—No lo necesita. Ella es el caballo de Troya, como la otra vez. No me gusta.

Seguro que es una trampa. Seríamos idiotas si picáramos de nuevo.—Tengo un presentimiento. Algo me dice que debemos escucharla.Adrien se pasó una mano por el pelo, intentando tomar una decisión.—Definitivamente soy idiota —dijo mientras empujaba a la nefilim dentro

de la casa—. Empieza a hablar.—Me… llamo Sarah.—¿Acaso crees que me importa tu nombre? —explotó él.Sarah se encogió y apretó los párpados muy fuerte. Estaba aterrorizada,

aunque esa sensación ya formaba parte de ella. Se obligó a mirarlo y cerró lospuños para sacar fuerzas. Nada podía ser peor que todo lo que y a habíasoportado.

—El grupo de nefilim que os atacó este verano lo dirigía un hombre llamadoT.J., estaba loco y era peligroso. Emerson es su hermano pequeño, es mil vecespeor que T.J., y está ahí fuera, en alguna parte de ese bosque, viniendo hacia aquípara vengar la muerte de su hermano —fue su breve explicación.

Adrien y Kate se miraron un instante. Tras ellos, Cecil y Ariadna aparecieronjunto al guerrero. Marie bajó del piso de arriba.

—¿Quién es? —preguntó la vampira.—Alguien con los minutos contados —respondió Adrien.Sarah los observaba muerta de miedo, intentando mantener la compostura y

no derrumbarse.—No miento —insistió al ver que todos guardaban silencio, sometiéndola a un

incómodo escrutinio.

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—¿Esperas que crea que has venido hasta aquí para avisarnos de que tushermanitos Quiero Unas Alas Doradas pretenden cortarnos el cuello esta noche?—preguntó Adrien. Sarah asintió sin dudar—. ¿Y por qué ibas a traicionar a tugente para ay udarnos? ¿De verdad esperas que me lo trague?

Sarah alzó la barbilla y le sostuvo la mirada con aplomo. Durante un instantese perdió en sus ojos negros y su corazón volvió a revolotear en su pecho; y estavez no fue por miedo.

—No son mi gente aunque pertenezcamos a la misma especie. Yo no soycomo ellos, nunca he hecho daño a nadie. Y os lo debía por lo que pasó. —Bajóla vista y se abrazó el estómago mientras lanzaba miradas preocupadas a lasventanas—. Ya deben saber que me he escapado. Debo irme o volverán aatraparme; y vosotros deberíais hacer lo mismo.

Adrien se quedó callado sin dejar de mirar a Sarah. Su instinto le decía que noestaba mintiendo. Sacó su teléfono del bolsillo y buscó en la marcación rápida elteléfono de Jared.

—Problemas, y de los grandes —dijo cuando este descolgó.Sarah dio media vuelta dispuesta a marcharse por donde había venido, con la

esperanza de contar todavía con algún minuto que le permitiera huir de Emerson.—No podemos dejar que se vay a, está sola. Y ha elegido venir hasta aquí

para avisarnos, cuando podría haberse largado sin más —susurró Kate a Adrien,cogiéndolo del brazo.

Adrien sacudió la cabeza.—No somos una ONG —replicó él.Kate frunció el ceño y lo reprendió con la mirada. Adrien lanzó una

maldición y salió tras la chica.—Eh. —La detuvo con una mano en el hombro y se esforzó por parecer un

poco más amable. Aunque el cambio no se notó mucho, el tono de su voz solohabía pasado de ser ácido a áspero como un trozo de lija—. Puedes quedarte aquísi no tienes a dónde ir. Total, para morir, cualquier sitio sirve. Y si has dicho laverdad, quizá no pasemos de esta noche.

Sarah se dio la vuelta. Aquello era lo último que esperaba oír. Se quedópetrificada, con la garganta seca, mirándolo incapaz de decir nada. Cuando élapartó la mano, ella sintió un escalofrío. Contempló la firme línea del cuello deAdrien que desaparecía bajo la camiseta…, y notó un calor sofocanteascendiendo por sus mejillas. De repente fue consciente de que llevaba días sinpisar algo más que el baño de una gasolinera y el agua helada del arroyo. Teníael pelo sucio y enmarañado, la cara cubierta de arañazos; y estaba segura de queno olía muy bien. Sí, desde luego, aquel era el momento perfecto parapreocuparse por eso.

Asintió sin estar muy segura de si era la mejor decisión, pero, de momento,no quería ir a ninguna otra parte. No tuvo tiempo de pensar mucho más en el

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asunto. Sus ojos volaron al camino, donde una furgoneta avanzaba hacia la casa atoda velocidad. Notó cómo el brazo del chico cruzaba por su estómago y laempujaba hacia atrás, hacia el interior de la casa.

El guerrero apareció al lado de Adrien empuñando dos espadas gemelas,dispuesto a abalanzarse sobre cualquier peligro que pudiera surgir del vehículo.La furgoneta se detuvo con un fuerte frenazo y una mujer salió del interior de unsalto. Los ojos de Adrien se abrieron como platos; aquella se estaba convirtiendoen la noche de los fantasmas. Contempló a la vidente, mientras ella lo miraba a élsin parpadear, abrazada a un viejo libro. Su pecho se agitó con un malpresentimiento. Cada vez que una de esas antiguallas aparecía, no era por meracasualidad. A este paso iban a reunir una colección digna de una biblioteca.

—¿Te acuerdas de mí? —preguntó Salma.—Eres la vidente —respondió él con voz grave, sintiendo como el aire de la

noche se volvía espeso a su alrededor. Su mente se iluminó con una idea que lodejó frío—. ¿Qué has visto?

—Muchos cadáveres. Un mar de sangre. Y esto… —Agitó el diario—. Loque sea que vais a llevar a cabo, tenéis que dejarlo antes de que sea tarde.

—¿Tarde para qué? —preguntó Adrien.—Para el fin del mundo.—Explícate —la urgió, moviendo una mano para que se acercara. Ella vaciló

—. Mira, has venido hasta aquí, así que dudo mucho que tu seguridad sea lo quemás te preocupa. Pero, si te sirve de algo, nadie va a hacerte ningún daño.

Salma inspiró hondo, como si tratara de olvidar un mal momento.—Hace unas horas he visto morir a una amiga en manos de un demonio,

mientras intentábamos conseguir este libro. No creo que pueda ocurrirme nadapeor que eso.

—¿Demonios? —repitió Adrien.Ella asintió, aún conmocionada. Se acercó a Adrien y lo siguió a la casa.Desde el porche, Kate miraba atónita a la vidente. Se frotó el brazo en el

mismo punto donde aquella noche la mujer le clavó las uñas, mientras le pedíaque tuviera cuidado con el demonio de ojos rojos que intentaría arrebatarle sudon más preciado. Su aviso fue innegable hasta cierto punto; poco días después,un semiángel, y no un demonio, le arrebató su humanidad.

Se miraron a los ojos y Kate creyó que la mujer podía desnudarle el alma sise lo proponía.

—Me hubiera gustado equivocarme —dijo Salma en un susurro—. Lo siento.Kate no respondió y se limitó a seguirlos hasta la sala.Salma dejó el libro sobre la mesa. No tenía más de cuarenta páginas, y la

encuadernación se limitaba a unos cuantos agujeros por los que pasaba un finocordón manteniendo las hojas unidas. Se recogió el pelo tras las orejas y miró alos presentes sin poder evitar que el estómago se le encogiera.

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La puerta se abrió de golpe y Jared entró a la carrera, seguido de un jovenlicántropo: un nuevo recluta de Samuel.

—Empecé a tener visiones después de que fueras a buscarme por el cáliz. —Salma abordó el tema sin más dilación.

—¿Ya la conocías? —preguntó Kate a Adrien.—Es una larga historia —respondió Adrien sin intención de profundizar en los

detalles—. Continúa, por favor —le pidió a Salma.La vidente se había ganado su respeto cuando le mostró el camino hacia el

cáliz. No era ninguna farsante, de eso no tenía la más mínima duda. Así que, sihabía ido hasta allí, y viendo lo alterada que se encontraba, iba a tomarse muy enserio cualquier cosa que dijera.

—He tenido visiones muy extrañas. Al principio no lograba interpretarlas.Eran fragmentos inconexos, sin mucho sentido, pero hace dos semanas setornaron más nítidos y empecé a ver vuestros rostros.

—¿Qué más? —presionó Adrien al ver que se detenía. Sarah no dejaba demoverse y de asomarse a las ventanas, preocupada, y lo estaba poniendo de losnervios.

—He visto a un hombre escribiendo este libro. Vivió hace mucho tiempo,puede que cientos y cientos de años atrás. También tenía visiones, como y o. Misvisiones están directamente relacionadas con él, es como si y o reviviera lo que élveía en aquel tiempo. No encuentro las palabras para explicar…

—Te agradezco toda esta charla, Salma, pero… ¡no me estás explicando uncuerno! No tienes que convencerme, ¿vale? Digas lo que digas, creo que voy acreerte. —Se dio la vuelta—. ¿Podrías quedarte quieta un segundito? —le ladró aSarah.

—Tenemos que irnos, ya —susurró la nefilim.Salma continuó sin perder tiempo.—Vale. Todas estas visiones que he tenido, creo que son cosas que van a

pasar, pero que no deben pasar. Cada una es la imagen de un hecho concreto, unacadena de sucesos que conducen a un fin escrito hace mucho, y que anuncianalgo malo. Como si fueran las vueltas de una llave en una cerradura, y cuando lallave gire por última vez, una puerta que no debería abrirse jamás, liberará laoscuridad que ha estado conteniendo.

Adrien se pasó una mano por la cara. Que le arrancaran un brazo si habíaentendido algo.

—Vale. Empieza por describirme esas visiones.Salma asintió, y señaló a Kate.—La vi a ella a punto de ser sacrificada. Y a ti y al otro vampiro, tu amante

—aclaró dirigiéndose a Kate—, vertiendo vuestra sangre en un cáliz. El mismocáliz por el que me preguntaste aquella noche. Después he visto cientos devampiros saliendo bajo la luz del sol sin que este les cause daño. He visto a

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hombres de otros tiempos convertirse en lobos y desprenderse de unas cadenasinvisibles que doblegaban su voluntad. ¡No se les debe liberar, nunca! —enfatizóla última palabra.

Kate y Adrien cruzaron una mirada, no había que pensar mucho para darsecuenta de que la vidente hablaba de Daleh y su manada. ¿Quién si no? Pues elaviso llegaba tarde. Salma continuó:

—Vi un mar de sangre, cientos de cuerpos despedazados y una sombra quecobraba fuerza con cada visión. Estoy segura de que todo eso está escrito en estaspáginas. —Posó la mano sobre la cubierta del libro—. Supe de inmediato quetodas las respuestas estaban aquí, y que sean lo que sean esas visiones, no debencumplirse o estaremos iniciando el Apocalipsis. Y no hablo metafóricamente.También he visto ángeles, y no querubines como los que aparecen en los retablos.Estos eran peligrosos y luchaban entre sí reduciendo este mundo a escombros.Todo perecía bajo el fuego. —Tragó saliva—. No importa qué ocurra, ni lasconsecuencias, pero esas cosas que he visto no deben ocurrir. ¡No pueden pasar!

Adrien cogió el libro y comenzó a hojearlo.—Está escrito en una lengua que desconozco —comentó Salma—. Si

consiguiéramos descifrarlo, quizá podríamos averiguar más cosas y saber quéhacer.

—Es enoquiano —susurró Adrien.—¿La lengua de los ángeles? —preguntó la vidente.El vampiro asintió y ella se abstuvo de preguntar cómo conocía esa lengua.Adrien comenzó a leer, mientras lo hacía le preguntó:—¿Cómo lograste el libro?Salma palideció y pensó en Lena, muerta sobre el asfalto.—Lo vi en uno de mis trances. El lugar, la hora… Vi a esos demonios saliendo

de la casa, distraídos durante unos minutos, y algo me dijo que debía ir abuscarlo. Que debía traerlo hasta aquí. No sabía el precio que tendría pagar: lachica que me ayudaba murió asesinada por uno de esos seres.

Kate se acercó a ella y puso una mano en su hombro.—Siento lo que le ha pasado a tu amiga.Salma le dedicó una sonrisa de agradecimiento y le dio una palmadita en la

mano.Adrien se concentró en el texto. Dejó escapar un siseo que logró captar la

atención de todos los presentes. Se estremeció para liberarse de toda aquelladesagradable energía que se estaba apoderando de él. Llegó a un pasaje que y aconocía y una sensación incómoda se instaló en su pecho mientras leía. ¡Teníaentre sus manos la maldita profecía que durante meses había buscado paraintentar saber qué tramaba en realidad Mefisto!

—De la semilla del primer maldito nacerán dos espíritus sedientos de sangre.Uno heredero de la luz y el otro de la oscuridad. El equilibrio perfecto. Tan

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poderosos que con una palabra darán vida a la muerte y muerte a la vida. Cuandola noche venza al día en su plenitud, la oscuridad dominará con sus sombras a laluz. Sobre el cáliz que alimentó a la primera plaga, los espíritus derramarán susangre mancillando la tierra sagrada, y aquellos que se ocultan en las tinieblascaminarán bajo la estrella de fuego a salvo de las llamas. Se abrirán las puertasdel averno y el mal que guardan abandonará su destierro.

Vale, aquello empezaba a pintar bastante mal. Adrien continuó:—El pecado de la carne expiará con magia y el castigo forjará la nueva raza.

Cuerpo de hombre, alma de bestia. El espíritu noble de corazón atormentado, elprimero de todos, el Guerrero, será coronado rey y gobernará la tierra desde untrono impuesto. Bajo su espada los enemigos tornarán aliados. La réplicadevolverá la nobleza a los padres de la raza. Prisioneros de la marca, doblegadospor el honor, sometidos por las cadenas invisibles del perdón.

» Y el hijo destronado, el hermano derrocado, el dragón derrotado iniciará suascensión.

Adrien resopló y se pasó una mano por la cara.—El dragón derrotado iniciará su ascensión —repitió—. No soy muy bueno

interpretando acertijos, pero no me gusta cómo suena todo esto.—Continúa —rogó Kate.—El castigo será cumplido, la falta enmendada y los pecados perdonados. La

muerte cobrará su precio, los errantes regresarán al abismo, y en un mar desangre renacerá el caído. El tirano se alzará. Y el alma más pura, dos vecesnacida, dos veces marchita, completará el ciclo restituyendo con un sacrificio loque una vez le fue concedido.

» Donde el cielo cae, dando nombre a la tierra. Ante los que un día estuvierony ya no se encuentran. Ante los que fueron carne y en polvo se desvanecen. Unapromesa cumplida traerá consigo el fin de los días. El velo caerá, la oscuridadretornará, y la tierra llorará sangre cuando los primeros hijos se desafíen.

Adrien dejó de leer y clavó sus ojos en Kate. Ella le devolvía la miradacompletamente desesperada, también había llegado a la misma conclusión queél.

—¡Es vuestra profecía! No acabó con la maldición, hay mucho más y laestamos cumpliendo sin darnos cuenta —dijo ella con la voz apagada, comocontenida.

Adrien se quedó callado, pero sus ojos hablaban por él. Los peones de unjuego, eso eran, simples piezas en un tablero que manejaban otros. Un juego queno iba a detenerse hasta el final y que ganaría el más taimado y mezquino. Algole decía que ese era Mefisto, su « queridísimo» padre. Él lo había iniciado y,hasta ahora, lo había dominado; pero Adrien pensaba cambiar ese final, costaralo que costara.

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—Tengo que hablar con William. Hay que parar la masacre —dijo mientrassacaba su teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones.

—¿Qué? No podemos hacer eso, no a estas alturas —dijo Jared.—Escucha, ese mar de sangre hace referencia a la matanza de esta noche.

Estoy seguro. Cientos de renegados muertos bajo la espada del Guerrero, ese esWilliam. ¿Y quiénes crees que son los aliados bajo su mando? —Jared palideció,y Adrien añadió—: Exacto, los clanes de vampiros y licántropos. Mira, lo siento,pero todos los que estamos aquí hemos comprobado que estas cosas se cumplen;y que cuando lo hacen, la situación empeora. No me voy a arriesgar aprovocar… a provocar… —No encontraba las palabras.

—El fin del mundo —terminó de decir Salma—. Con azufre, fuego y toda laparafernalia que podáis imaginar. Lo he visto.

Kate se quedó mirando a la vidente, pálida como un cirio. Sus piernas apenasla sostenían.

—Llama a mi hermano —rogó Marie, que miraba pasmada a la adivina.Kate sacudió la cabeza, de acuerdo con la idea.Adrien empezó a marcar el número en su teléfono; los cientos de kilómetros

que los separaban impedían la conexión mental. Desmaterializarse hasta NuevaOrleans no era una opción, no con la amenaza de un posible ataque nefilim. Laaparición de Salma no había hecho que se olvidara de ese pequeño detalle. Soltóuna maldición. ¿Qué más podía salir mal?

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25

—¡Están aquí! —exclamó Sarah. Se apartó de un salto de la ventana y sepegó a la pared.

Adrien, con el teléfono pegado a la oreja, la miró un segundo; el tiempo quenecesitó para darse cuenta de a qué se refería. Abrió la boca para gritarles que sepusieran a cubierto, pero no tuvo tiempo. Los cristales de las ventanas estallarony una lluvia de flechas de ballesta llovió sobre ellos. Apenas tuvo tiempo derodear a Salma con un brazo y arrastrarla con él al suelo. Ella era humana, por lotanto la más débil, y una pieza clave en todo el asunto de la profecía que no podíaperder.

—Ve arriba, sube hasta la buhardilla. En el pasillo, en el techo, hay unatrampilla que lleva a un pequeño desván. Escóndete allí —la urgió.

Salma no dudó, salió a gatas del salón y se precipitó escaleras arriba.Una segunda lluvia de flechas penetró en la casa. El guerrero, que William

había dejado bajo las órdenes de Adrien, cruzó la habitación de un salto y rodeóa Kate con sus brazos al tiempo que la empujaba contra la pared para protegerla.Tres flechas impactaron en la espalda del soldado, de las que no dio muestra depercatarse. Se apartó de Kate para examinarla de arriba abajo. Sus ojos brillaronpor el alivio al comprobar que ella se encontraba bien.

—Gracias —logró decir Kate.—Mi reina —dijo el vampiro con una inclinación de cabeza. Le colocó una

daga en cada mano—. No os separéis de mí.Kate no pensaba discutir esa petición. Se pegó al vampiro mientras otra de las

ventanas reventaba y acababa convertida en una miríada de fragmentosbrillantes esparcidos por el suelo. El olor a quemado se extendió por el aire. Laalfombra estaba ardiendo.

Adrien miró a su alrededor, desesperado. Un rápido vistazo al exterior lemostró lo que ya sabía. Una veintena de tipos tatuados corrían hacia la casa. Y élsolo contaba con un guerrero, dos licántropos que aún no habían alcanzado lamadurez, su madre, su hermana, Marie y Kate; y una nefilim que yacíaacurrucada en una esquina completamente aterrada e incapaz de moverse. Rodópor el suelo hasta ella.

—¿Sabes usarla? —le preguntó mientras le ponía una pistola en la mano. Solo

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estaba cargada con balas de plata, pero balas al fin y al cabo, y, aunque senecesitaban varios disparos en zonas vitales para cargarte a un nefilim, era mejorque nada. La chica meneó la cabeza con ojos llorosos—. Bueno, tú apunta alcuerpo y dispara. Con una bala en el estómago serán más lentos.

Adrien pensó qué hacer. Necesitaban un milagro. Iban a masacrarlos. Nisiquiera desmaterializándose conseguiría sacarlos a todos de allí. Pateó aquellospensamientos al fondo de su cerebro, mientras corría a la cocina a por el arsenalque guardaba en su bolsa. Ponerse histérico no iba a cambiar el resultado.Regresó en la sala y empezó a repartir armas.

—Si llevan cadenas, no se os ocurra transformaros si os atrapan —le dijo aJared y al otro chico.

Jared asintió y tomó las armas que le ofrecía.—¿Listo? —preguntó Adrien al guerrero. El tipo hizo cruj ir los huesos de su

cuello y adoptó una posición de ataque.Los nefilim entraron en la casa a través de puertas y ventanas. Adrien se

abalanzó sobre los dos que tenía más cerca, y una sonrisa peligrosa desnudó suscolmillos. Sus muñecas se movieron con dos giros certeros y el olor a sangre semezcló con el del humo. Un par menos, aun así eran demasiados.

Kate alzó la cabeza hacia un nefilim que debía medir al menos dos metros.Durante un instante se quedó paralizada.

El hombre levantó el brazo, dispuesto a hundir una estaca en su pecho. Sonóun disparo que le acertó en el hombro. El nefilim soltó un grito y se le escapó laestaca de entre los dedos, ladeó la cabeza para ver quién le había disparado.Sarah le apuntaba desde el otro extremo de la habitación, temblando de arribaabajo; parecía que el arma se le iba a escurrir de las manos en cualquiermomento.

Kate aprovechó la distracción y recordó sobre la marcha todas las leccionesque William le había dado. Le propinó un empujón en el pecho. El tipo cayóhacia atrás y rodó por el suelo para alejarse de ella. Kate no perdió el tiempo. Selanzó hacia delante y corrió a por él. Pisó una silla y saltó en el aire, su pieizquierdo encontró la pared y la utilizó para impulsarse más arriba. Mientrasvolaba levantó la daga que tenía en la mano y cayó sobre el nefilim antes de quelograra ponerse derecho, enterrando la hoja en su pecho hasta la empuñadura.La giró con un rápido tirón hacia la derecha y después hacia abajo. Notó loshuesos partirse y un charco de sangre se formó a sus pies. El nefilim se desplomóen el suelo completamente muerto.

Sus ojos recorrieron la escena. Los nefilim los triplicaban en número; no loiban a conseguir. Una sensación de urgencia se apoderó de ella. Tenía queponerlos a salvo, no podía perder a nadie más. Algo empezó a despertar en suinterior, un instinto desconocido que no sabía que poseía y que la dominó porcompleto.

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Repitió la misma táctica. Se lanzó hacia delante, saltó sobre la mesa y seimpulsó con el pie, alcanzando la altura suficiente para volar por encima de unpar de nefilim que iban a por Sarah. Aterrizó en el suelo, giró sobre sí misma yabrió los brazos en cruz. Golpeó hacia atrás y hundió las puntas de las dagas en elespacio entre sus vértebras, seccionándoles la espina dorsal. Se desplomaron sinmás.

Una chica la golpeó en el costado con un trozo de madera que habíaarrancado de algún mueble. ¡El aparador de su abuela! Ignoró el dolor y elcruj ido de los huesos. Se giró hacia ella, le arrebató la improvisada estaca y lasacudió como si fuera un bate de béisbol. No dudó, ni siquiera ante la expresiónde súplica de la muchacha. De repente, esas emociones que la hacían humanahabían desaparecido. No sentía compasión, ni lástima, nada; solo el deseo dehacerle pagar que quisiera herir a las personas que le importaban. La golpeó enel estómago, y el impacto lanzó a la nefilim contra una vitrina. Antes de quepudiera levantarse, Kate le atravesó el pecho.

Su auténtica naturaleza, la que había mantenido oculta en un estado latente,tomó el control. Ni siquiera sabía que era capaz de comportarse como unaasesina en serie sangrienta. Pues bien, lo era, y se sentía fantásticamente biencon esa nueva faceta.

En el vestíbulo, junto a la escalera, Ariadna tenía problemas para contener elataque de un tipo de piel oscura y ojos muy claros. Costaba creer que alguien tanhermoso pudiera poseer una mirada tan sucia y desprovista de sentimientos.Corrió hasta ellos evitando los golpes que Adrien y un nefilim, que atendía alnombre de Emerson, se estaban propinando en medio de la sala. Por suerte, ellatampoco se sentía muy compasiva en ese momento. Vislumbró una espada en elsuelo, la cogió al paso y la esgrimió con toda la fuerza que pudo invocar a susbrazos. Con un rugido de furia le cercenó la cabeza al hombre.

Ariadna lanzó un grito de socorro. Arriba, junto a la escalera, Cecil estaba enel suelo con uno de aquellos semiángeles sentado a horcajadas sobre sus caderasmientras la atacaba con una daga. Los brazos de la vampira presentaban cortesque sangraban de forma abundante, los estaba usando a modo de escudo paraprotegerse de las cuchilladas.

Kate y Ariadna corrieron en su auxilio escaleras arriba, pero no pudieronllegar hasta ella. Un hombre con el tamaño de un luchador de sumo, las agarrópor la espalda y las hizo volar por encima de su cabeza. Ariadna impactó contrala pared y Kate cayó sobre el perchero que colgaba junto a la puerta. Notó cómouno de los ganchos de metal se clavaba en su espalda y le rasgaba la pielmientras caía al suelo.

El nefilim saltó sobre ella empuñando un cuchillo de cocina. Pero, en lugar deasestarle una estocada, en el último momento, su mano cambió de dirección y seapuñaló a sí mismo a la altura del corazón. Cay ó sobre Kate sin vida.

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Kate salió de debajo del cuerpo sin dar crédito a lo que acababa de ver.Arriba, Cecil contemplaba en estado de shock cómo una sombra con aparienciade hombre le partía el cuello al tipo que intentaba matarla. La sombra se volviósólida al saltar desde arriba al vestíbulo, y Kate vio a un hombre de piel cetrinacon los ojos completamente negros. Arrancó a su paso un barrote de la barandillay ensartó a un nefilim que corría hacia él.

—¿Quién eres tú? —logró preguntarle Kate.—La caballería —respondió el ser con una sonrisa maliciosa.Con los ojos como platos, Kate comprobó que en la casa había otros dos… (lo

que fueran aquellos seres), luchando contra los semiángeles. Uno de ellos recibióun buen tajo dirigido a Marie; ni siquiera tembló. Apartó a la vampira a unaposición segura y encajó otro corte que llegó hasta el hueso de su antebrazo. Conese mismo brazo, atravesó el pecho de su atacante y un corazón palpitante acabóen su mano. Kate lo observaba atónita, por eso no vio venir a otro nefilimempuñando contra ella un arma que se asemejaba a una lanza.

Se giró en la última décima de segundo; demasiado tarde para reaccionar.Kate extendió las manos, como si así pudiera detener el golpe que iba dirigido asu pecho. La punta de la jabalina chocó contra un muro invisible de energía, quese desplazó a través del arma y lanzó hacia atrás al hombre. Acabó clavado a lapared por el cuello, colgando de forma grotesca, mientras la vida se le escapabasin ninguna clemencia.

Una mano agarró a Kate por el cuello y la puso de pie como si pesara menosque nada.

—¿A que te alegras de que no sea un chico obediente? —susurró una voz juntoa su oído.

Kate vio a Marak por el rabillo del ojo. Sonreía con prepotencia, y eraevidente que estaba disfrutando con la situación. A ella no le quedó más remedioque responder que sí.

Marak soltó una risita y la tomó en brazos. Salió con ella al porche y la alejóde la casa unos metros antes de dejarla en el suelo.

—No sé cómo lo has hecho, pero… gracias —dijo ella.—No permitiré que nadie le haga daño a mi pequeña. Aunque, algo me dice

que no necesitas que te proteja, ¡y a no! —exclamó con un brillo fiero en los ojos—. Mi niña, puedes hacerlo tú sola, y muy bien. ¡Eres una caja de sorpresas! ¡Yme encantan las sorpresas!

Kate se estremeció con el sentimiento de posesión que tenía su voz, y dio unpaso atrás sin entender de qué estaba hablando. Marak acortó ese paso y la sujetópor el cuello con ternura, con una mano mucho más sólida que la última vez quepudo tocarlo. Todo él parecía más consistente. Le acarició la piel con el pulgar yKate notó un revoloteo en su pecho, como si su corazón hubiera comenzado alatir de nuevo y quisiera abandonarla.

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—Ahora me debes un favor —dijo él, acercando su cara a la de ella. Suslabios casi se rozaban—. Uno muy grande.

—Yo no te he pedido nada —replicó Kate, un tanto confundida y recelosa.—Es cierto, no lo has hecho. Pero ellos, tus amigos, están vivos gracias a mí

—le hizo notar, señalando con uno de sus dedos la casa—. Me debes un favor.—Eso depende de lo que pretendas pedir a cambio —replicó ella sin estar

muy segura de si Marak hablaba en serio o solo le estaba tomando el pelo.Marak frunció los labios con un mohín. Le chispeaban los ojos con un brillo

inusitado que escondía su color castaño.—Nada que no puedas darme —susurró él con complicidad. Una enorme

sonrisa se extendió por su cara, y Kate se dio cuenta de que hablabacompletamente en serio. Estaba en deuda con él.

Dentro de la casa los sonidos cesaron.Adrien miró a su alrededor. Aquellos tipos que habían aparecido de la nada

eran el milagro que había suplicado. Se habían desecho de los nefilim quequedaban con vida en un visto y no visto. Una treintena de cuerpos despedazadossalpicaban toda la planta baja y la escalera. Algo así era difícil de esconder.Bueno, ya tendría tiempo de pensar en eso. Buscó a quiénes de verdad leimportaban. Jared atendía en el suelo al otro licántropo.

—¿Está bien? —preguntó.—Sí, solo tiene una herida en el costado, pero está sanando —respondió el

chico.Adrien vio a su madre y a su hermana ayudando a Marie a sentarse. La

vampira tenía una flecha atravesándole el muslo de lado a lado. Ella misma lasacó con un fuerte tirón mientras apretaba los dientes. El guerrero recuperaba lasfuerzas; bajo su brazo se encontraba Sarah. La chica respiraba con dificultad ytenía un golpe bastante feo en la frente. Oyó un pitido y una ligera vibración. Viosu móvil junto al sofá, se estaba quedando sin batería.

¡William! Debía avisar a William para que no continuara adelante. ¡Malditaprofecía! Esperaba que Salma se encontrara bien, necesitaban a la vidente paraintentar salir de toda aquella locura. Las teclas del móvil estaban cubiertas desangre y le costó pulsar los números. Los tonos se sucedieron. William nocontestaba al teléfono. Adrien empezó a ponerse cada vez más nervioso,pensando en los motivos por los que no respondía. ¿Y si ya había empezado lamasacre?, ¿podría aún detenerla? ¿Y si estaba muerto? ¡Dios, puede que y aestuviera muerto, que todos estuvieran muertos! Apretó el teléfono contra suoreja mientras recorría la casa con un nudo en el estómago.

—¡Kate! —gritó. No la veía por ninguna parte y todo su cuerpo se puso entensión con un brote de pánico—. Kate —gritó con más fuerza.

—Estoy aquí.Adrien corrió hasta el porche y se quedó de piedra. Kate estaba junto a un

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hombre que logró que todos sus instintos y sentidos se volvieran locos. Algunaspartes de su cuerpo se transparentaban, aunque empezaban a cobrar solidez pormomentos. Tras él, se materializaron los tres hombres que les habían salvado lavida.

—Marak me sacó de la casa, vino a ay udarnos —dijo ella con una sonrisa dealivio.

Adrien no parpadeaba. Por supuesto que habían venido a ayudarles; aquellaaparición empezaba a cobrar sentido.

—Ese no es Marak —indicó con un tono de voz tan frío como el hielo.—Claro que sí. —Kate parpadeó—. Un momento, ¿puedes verle?Adrien asintió sin apartar los ojos del tipo y alargó la mano hacia Kate.—Aléjate de él, rápido.Ella sacudió la cabeza, sin entender qué pasaba.—No va a hacerme daño. Marak acaba de…—Te digo que ese no se llama Marak —insistió él—. Y mucho menos es un

fantasma. Es el Caído. ¡Aléjate de él!—¿Qué quieres decir? No es un caído, es un fantasma, mira su cuerpo…Los ojos de Kate se abrieron como platos, el cuerpo de Marak se estaba

volviendo completamente sólido ante su mirada.« … y en un mar de sangre renacerá el caído» , pensó Adrien. Empezó a

comprender: con cada paso de la profecía cumplido él se fortalecía en la tierra,y ahora tenía un aspecto más que saludable.

—No es un caído cualquiera. Es el Caído, ese es Lucifer.Kate retrocedió deprisa hasta chocarse con el pecho de Adrien. Él la rodeó

con un brazo y la atrajo hacia sí.—Hola, sobrino —dijo Lucifer. La sonrisa que iluminó su cara era maldad en

estado puro—. Tu padre me ha contado cosas sobre ti que me han impresionado.Es raro que mi hermano muestre afecto por alguien, pero a ti te ama… A sumanera, claro está, pero te ama. ¡No sé si sentirme celoso!

—Puedes decirle a mi padre —escupió la palabra—, que él y yo tenemos unasunto pendiente. Un día de estos, me quedaré con su cabeza como trofeo.

Marak se echó a reír con ganas. Unas carcajadas fuertes y claras inundaronel tenso silencio. Los Oscuros que lo acompañaban rieron con él.

—Desde luego, es digno de ser tu heredero —dijo Lucifer.El aroma a tabaco turco llenó el aire y unos pasos sonaron sobre la hojarasca.

Mefisto apareció con paso lento y seguro, mientras daba largas caladas a uncigarrillo.

—Es blando como su madre —susurró con voz envenenada. Alzó los ojoshacia el porche y le dedicó una sonrisa a Ariadna, que estaba tras su hijo con lospuños apretados—. Querida —saludó. Se giró hacia su hermano—. Si hasterminado de jugar…

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—Por supuesto —suspiró Lucifer. Sus ojos oscuros se clavaron en Kate—.Adiós, mi dulce niña, y no olvides nuestra conversación.

Kate le sostuvo la mirada. Una mirada plateada que él ya no escondía. Estabaenfadada. Se sentía como una marioneta a la que obligaban a moverse a un sonque no le gustaba. Era la mayor idiota del mundo por pensar que todo tenía unlado bueno. Crey ó en Marak e ignoró sus instintos, los avisos que le gritaban quese equivocaba y que debería desconfiar. Se paseó con ese libro durante días hastaque cumplió con la labor que esperaba de ella; y no lo había visto venir. ¿Y ahoraqué?

—¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué quieres de mí? —gritó Kate exasperada,pero no halló respuesta. Se desvanecieron sin más.

William no dejó de caminar hasta alcanzar el borde del muelle. Los gritos y elfragor de la batalla aún resonaban en sus oídos, pero ese estruendo y a formabaparte del pasado. El puerto estaba sumido en un silencio sepulcral, roto tan solopor el arrastre de cuerpos hasta el centro del edificio. Los guerrerosamontonaban los cadáveres en una improvisada pira funeraria; el fuego limpiaríacualquier rastro y purificaría el lugar. La tonelada de productos inflamables quehabía metido allí, subiría la temperatura del incendio hasta convertirlo en unacaldera donde ni el acero resistiría las llamas.

Un goteo continuo le hizo mirar a sus pies, pequeños riachuelos corrían entresus botas para caer al mar formando diminutas cascadas. El olor metálico ydulzón le colmaba el olfato, hasta el punto de enmascarar el penetrante olor acombustible. A pesar de la oscuridad, su sentido de la vista vampírico,desarrollado hasta límites insospechados por su naturaleza angelical, captó elcolor que el agua salada estaba adquiriendo. Ante él se extendía un auténtico marde sangre, cientos de litros derramándose en la superficie; la recreación vivientede la plaga más grotesca que narraba la Biblia.

Captó un ligero zumbido. Le costó unos segundos darse cuenta de que suteléfono móvil estaba vibrando. Parpadeó y se obligó a salir del trance en el quese hallaba inmerso. De repente fue consciente de la realidad que lo rodeaba. Conlas manos aún manchadas de sangre, sacó el teléfono de uno de los bolsillos de supantalón, comprobó que se trataba de Adrien y no perdió el tiempo en saludar.

—¿Kate está bien?—Eh… —vaciló Adrien. Estuvo a punto de hacer un chiste sobre su corazón

roto por no decirle ni siquiera un « hola» —. Sí, ella se encuentra bien. Está aquímismo.

William se relajó con un suspiro.—Gracias —susurró, sin saber muy bien a quién le estaba agradecido; y

añadió antes de que Adrien pudiera decir nada—: Ha acabado. Lo hemos

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logrado. Están todos muertos, Adrien. Han caído muchos de los nuestros, pero noha sobrevivido ningún renegado.

—Lo sé —dijo Adrien con un tono de voz ronco.No dejaba de pensar, de repasar paso a paso la profecía, y había llegado a la

conclusión de que Lucifer siempre estuvo entre ellos, haciéndose más fuerte concada sello que se iba rompiendo. Kate empezó a verlo nada más convertirseWilliam en rey. En ese momento solo era un ente etéreo, pero que, paso a paso,fue adquiriendo fuerza. Según la profecía, aún quedaba otro sello que romper,puede que más, antes de que se alzara por completo. Tenían una posibilidad deevitar lo que quiera que estuviera planeado.

William percibió algo extraño Adrien.—No parece que te alegres.—Créeme, por dentro soy una fiesta; pero no tendría gracia si todo fuera tan

fácil.William no entendía qué quería decir, pero sí que podía percibir las

emociones de Adrien. Algo no iba bien, nada bien.—¿Qué ocurre? ¿Por qué me has llamado?—No te preocupes por eso ahora, ya no. Hablaremos con más calma cuando

regreses —comentó. No servía de nada revelarle en ese momento otro montónde problemas.

—¿Seguro que están todos bien?—Te lo juro por mi familia. Todos están bien.—Voy para allá —dijo William antes de colgar.Adrien se quedó mirando el teléfono y no se movió de donde estaba,

esperando. El vampiro no tardaría en aparecer.William colgó el teléfono, completamente seguro de que algo había pasado

en Heaven Falls. Tenía que regresar de inmediato y ver con sus propios ojos queestaban bien. Se giró hacia el fuego, que comenzaba a calentarle la espalda. Eledificio ardía envuelto en una cortina de llamas que se alzaban varios metroshacia el cielo. Toda la estructura del tejado se desplomó con un estruendo y elhumo cubrió el muelle con una densa nube. El espectáculo no tardaría en llamarla atención. Alguien daría la voz de alarma y, en pocos minutos, el puerto sellenaría de humanos curiosos y servicios de emergencia.

Cy rus y Mihail repartían ordenes y comenzaban a organizar a todos lossupervivientes vampiros. Daniel, junto a su familia, hacía otro tanto con losmiembros de su clan. Mientras iba en su busca, William comprobó con alivio quetodos se encontraban bien; solo estaban cansados y con algunas heridas leves,nada que el descanso y el alimento no pudieran solucionar. Robert salió a suencuentro, cojeaba y el brazo izquierdo le colgaba de forma extraña.

—¿Estás bien? —preguntó William a su hermano.Robert lo miró con ojos brillantes. Se apoyó en el Hummer y, sin pararse a

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pensar en lo que iba a hacer, golpeó su hombro contra el coche. Se oy ó el cruj idode los huesos al recolocarse y el gemido de dolor que escapó de su garganta.

—Mucho mejor. Aunque una bañera con agua caliente y una preciosa mujeren su interior, sería mi definición perfecta de estar bien —suspiró el vampiro.Empezó a mover el hombro en círculos, mientras abría y cerraba el puño.

William sonrió y deslizó un brazo por el cuello de su hermano, lo atrajo haciasu pecho y lo besó en la sien sin importarle todas las miradas que se habíanposado sobre ellos. Verlo vivo y con su habitual sentido del humor, era un regalodel destino que no esperaba. En su interior siempre pensó que no lo conseguirían.

—¿Crees que podrías encargarte de todo esto? Necesito regresar a HeavenFalls de inmediato.

Robert lo estudió con ojos perspicaces.—¿Algún problema? ¿Marie está bien?—Sí, acabo de hablar con Adrien, todos están bien; pero necesito volver.—Supongo que, si a mí me esperara alguien como Kate, también estaría

desesperado por volver.William desvió la mirada. Aún no le había dicho nada a su hermano sobre la

ruptura, ni tampoco lo haría en ese momento. Se limitó a sonreír y a palmearle laespalda con afecto.

—¿Podrás?—Claro que sí. Yo me encargo de todo —respondió Robert.William se acercó a Cy rus y le dio unas cuantas indicaciones. Todos los

guerreros debían regresar a sus lugares de origen. Volverían a organizarse y secrearían pequeñas facciones para dar caza a los renegados que, con todaseguridad, correrían a esconderse en cuanto se extendiera la noticia de lo quehabía pasado en Nueva Orleans. Solo sería cuestión de tiempo dar con ellos yeliminarlos. Habían logrado aniquilar a la mayor parte de proscritos con un únicoy certero golpe; lo más difícil y a lo habían conseguido. Le puso en la mano elanillo de su padre, que Mako le devolvió nada más reencontrarse tras la masacre.

—Dáselo en cuanto regreses. Debe recuperar el trono lo antes posible paramantener el orden —pidió William.

—Querría que te lo quedaras. Lleva algún tiempo pensando en dejar el trono.Está cansado —le hizo notar Cy rus—, seguro que agradecería el relevo.

—Si mi padre quiere dejarlo tendremos que arriesgarnos con Robert, y rezarpara que no quiera uniformarnos a todos con trajes de Tom Ford y diseñosminimalistas en Blackhill House. —Cyrus se echó a reír, y William añadió—: Yono sirvo para esto. Soy un guerrero, no un político.

Cyrus asintió con la cabeza y se guardó el anillo.—Parece que tendremos algo de paz durante un tiempo. Tenía mis dudas

sobre este asunto, nunca creí que lo conseguiríamos. Si no hubiera sido por loslobos… —dejó las palabras en el aire.

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—Tendremos paz durante un tiempo; espero que sea mucho —deseó William.Vio a Daniel conversando con Daleh. Ambos licántropos parecían mantener

una conversación importante, probablemente relacionada con el futuro de lamanada. William se percató de que su familia había sufrido cuatro bajas, quesumadas a las de los cazadores de Samuel y sus propios guerreros, completabanuna cifra importante que empañaba la alegría de haber ganado aquella batalla.No había nada que celebrar salvo muerte y más muerte.

—Debo regresar —informó William a los licántropos—. ¿Podréisarreglároslas sin mí?

—Por supuesto —dijo Daniel. Miró por encima de su hombro el edificio enllamas—. Aquí ya hemos terminado. Organizaré a mis hombres e iré a buscar aRachel. Ahora que todo este infierno parece haber llegado a su fin, necesito quevuelva a casa e intentemos vivir como si no hubiera pasado nada. ¡Dios sabe quelo necesito!

—Lo haremos, hermano —le aseguró William.—Lo haremos —repitió Daniel mientras le daba un fuerte abrazo—. Siempre

lo hemos hecho.William se enfrentó a Daleh. Lo miró a los ojos y le ofreció la mano.—Gracias por ay udarnos, y lamento sinceramente que hayas perdido a tus

hermanos.Daleh se quedó mirando su mano un largo segundo, al final la estrechó con

fuerza.—Han muerto con honor —se limitó a decir el lobo.—¿Regresaréis a vuestras montañas?—Espero que decidan quedarse. Nuestra raza estaría más segura con ellos

cerca —intervino Daniel. Samuel, tras él, movió la cabeza dándole la razón a suhermano. Se dirigió a William—. Ve, no te preocupes. Nos vemos en casa, y estavez será con una cerveza bien fría y una barbacoa en mi jardín. Cocino yo.

William sonrió y le dio un abrazo.—Ahora puedo decirlo con conocimiento de causa: ¡cocinas de pena! —le

susurró al oído, y se desmaterializó sin que Daniel tuviera tiempo de abrir la bocasalvo para gruñir.

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26

William tomó forma frente a la casa de huéspedes. Adrien estaba en medio deljardín, como si le esperara. Kate se encontraba con él y hablaban en susurros.Guardaron silencio en cuanto se percataron de su presencia. Sintió una punzadaen el pecho, allí estaban de nuevo los malditos celos: profundos y dolorosos; ytambién ese deseo desmesurado que sentía con solo tenerla cerca. Recompuso suactitud fría e indiferente de la mejor forma que pudo. Después de todo, habíanterminado. Pero lo había llamado y ese pequeño detalle lo estaba volviendo loco.

—¡Estás horrible! —le hizo notar Adrien.Menuda novedad, William sentía la piel tirante por toda la sangre seca que la

cubría, sin contar con el olor nauseabundo que lo rodeaba.—¡No me digas, porque yo me siento de maravilla! —le espetó en tono

mordaz.Su mirada se cruzó con la de Kate, que lo miraba con los ojos muy abiertos y

una expresión de horror deformando su precioso rostro. Se obligó a continuarimpasible. La máscara se le cayó en cuanto se percató de que ambos tenían lasropas manchadas de sangre; y del aspecto de la casa, parecía que la habíaazotado un tornado o una explosión.

—¿Qué demonios ha pasado? Me dij iste que estabais todos bien.—Y lo estamos —ratificó Adrien. William lo fulminó con la mirada mientras

se acercaba con paso rápido—. Menos por los desperfectos de la casa y losnefilim que hay muertos en el interior.

—¡¿Qué?! —exclamó.—Tranquilízate, ¿vale? En las últimas dos horas han pasado muchas cosas que

aún trato de asimilar. ¿Qué te parece si te pongo al día mientras nos deshacemosde todos esos cuerpos? Pronto amanecerá —sugirió Adrien.

—Pues empieza —dijo William mientras se dirigía a la casa para ver con suspropios ojos qué había sucedido.

Una hora más tarde. Todos los cadáveres habían desaparecido y la casaestaba limpia de restos.

—… y eso es todo lo que ha pasado —terminó de contar Adrien a Williammientras apoyaba contra la pared lo que quedaba de la puerta principal.

William estaba paralizado, con la vista clavada en el suelo y la mandíbula tan

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apretada que era un milagro que no estuviera escupiendo trozos de dientes. Sufrustración y su rabia se podían palpar en el aire. Un ligero temblor empezó asacudir las paredes. Sarah y Salma se miraron la una a la otra, nadie más parecíapreocupado por el terremoto; solo que no era un terremoto. El temblor aumentóy un extraño zumbido surgió del suelo. Una luz blanquecina iluminó la piel deWilliam. La luz se encogía y se expandía como si palpitara; y con cada latido, eltemblor cobraba intensidad.

Kate se dio cuenta de inmediato de qué ocurría. Quiso acercarse a William eintentar calmarlo, pero se quedó clavada junto a la chimenea cuando él levantóla vista del suelo y la taladró con una frialdad capaz de helar un desierto amediodía. Estaba muy enfadado, aun así, en lo más profundo de sus ojos, pudocaptar un destello de algo más.

William se enderezó y se pasó una mano por el pelo revuelto y salpicado desangre.

—Según la profecía, solo queda un sello que romper: el alma dos vecesnacida y no sé qué más…

Mientras hablaba, el temblor disminuy ó hasta desaparecer.—Sí —dijo Adrien.—Y nada apunta a que pueda haber más sellos.—El libro termina ahí, después no se volvió a escribir en él.William ladeó la cabeza y miró a Salma.—¿No has visto nada más? —La vidente sacudió la cabeza y musitó una

negativa—. Debo pedirte que te quedes, y es algo que no voy a discutir. Pero teprometo que estarás bajo mi protección y que nadie te pondrá una mano encima.

Salma le sostuvo la mirada un largo segundo.—Ayudaré en todo lo que pueda.—Gracias —respondió él. Se quedó cabizbajo, pensativo. De repente se giró,

agarró la mesa en la que estaba apoyado, la alzó, y la arrojó contra la pared—.¡Voy a matarlos a todos!

—Eh. —Adrien se apresuró a contenerlo. Le puso las manos en los hombrosy buscó su mirada—. Estoy contigo en esto y no vamos a quedarnos de brazoscruzados; pero esta vez iremos con mucha más calma. Haremos como que nopasa nada, no moveremos un solo dedo para no correr riesgos, y mientrasaveriguaremos todo lo que podamos sobre esa profecía. No podemos romperningún otro maldito sello, ni siquiera por accidente.

—¿Y crees que van a dejarnos tranquilos mientras jugamos a los detectives?Hace una hora tu padre y el mismísimo Lucifer estaban en el porche —dijoWilliam con tono escéptico.

—Hasta ahora lo han hecho —replicó Adrien. William le dedicó una miradacáustica—. Vale, potencialmente lo han hecho. En realidad se han dedicado ajugar con nosotros y a empujarnos como reses al matadero; pero eso se acabó.

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¿Quieren jugar? Jugaremos.Marie se acercó a su hermano y lo abrazó por la cintura. Él la estrechó con

fuerza, sintiéndose de pronto reconfortado entre sus brazos.—No estoy segura de que quieran hacernos daño. Esta noche nos han

protegido de los nefilim —dijo ella.—Porque aún nos necesitan para lo que sea que tengan pensado —intervino

Jared.—El alma pura de la que habla la profecía está entre vosotros; y si no lo está,

sois el medio para conducirlos hasta ella. Mientras no la obtengan, este juego sequeda en tablas —dijo Salma.

—Si nosotros somos el medio, presionarán hasta que la consigan —susurróAriadna—. Conozco a Mefisto y no se rendirá. Lleva años planeando esto y halogrado traernos hasta aquí sin que nos demos cuenta. Tenéis que ser muy cautos.

—Necesito acabar con esta pesadilla y olvidarme de todo —mascullóWilliam.

Kate levantó la vista del suelo al percibir la pena que impregnaba la voz deWilliam. Las facciones de su rostro eran tan hermosas, tan familiares. Deseó queél se diera la vuelta, la tomara entre sus brazos y la estrechara contra su pecho;pero, desde que había regresado, se estaba tomando muy en serio ignorarla. Saliódel salón sin decir nada, necesitaba unos momentos a solas y una ducha quelimpiara la sangre de su cuerpo.

—Lo que precisas es alimentarte y quitarte toda esa porquería de encima.Seguro que Adrien puede prestarte algo de ropa —oyó que decía Marie, mientrassubía la escalera.

Kate se encerró en el baño durante un buen rato. Abrazada a sus rodillas,permaneció bajo el agua caliente hasta que su piel comenzó a arrugarse. Algo ensu interior se moría. ¿De verdad había terminado todo entre ellos? No podíacreerlo. No entendía cómo dos personas que se amaban tan profundamentecomo ellos, habían llegado a no entenderse hasta el punto de no dirigirse lapalabra, ni siquiera una mirada.

Cuando encontró el álbum de fotos sobre la cama, creyó que era su forma depedir perdón, el principio de un acercamiento que deseaba más que nada. Ya nolo tenía tan claro. Tras el frío reencuentro, su deseo de que las cosas pudieranarreglarse entre ellos se desvanecía como el humo. Y ahora que sabía lo deMarak… o Lucifer, todo se complicaba aún más. Nunca lo había visto tanenfadado como cuando Adrien le relataba esa historia.

No podía culparlo por sentirse decepcionado. Se estaban pagando con lamisma moneda una y otra vez; y esa certeza le corroía las entrañas. Intentóenumerar las cosas que le habían molestado de él, y se dio cuenta de que ellahabía actuado de la misma forma. Y no porque no lo quisiera, o porque no leimportaran sus sentimientos; todo lo que había hecho a sus espaldas estaba más

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relacionado con el hecho de protegerlo, o de que él pudiera quererla menos si seenteraba de ciertas cosas. No podía echarle en cara nada que ella no hubierahecho antes.

William era como era, con sus defectos y sus virtudes. Era un ser especial ydiferente: un depredador que no se parecía a ningún otro, y se comportaba comotal. No podía reprochárselo, porque sería como culparla a ella del color de supelo o de tener pecas. Además, él nunca intentó aparentar ser otra cosa. Pero eldaño ya estaba hecho, se habían dicho un montón de cosas difíciles de olvidar.

Regresó a su habitación y abrió el armario. Estaba vacío, toda su ropa seencontraba en su casa. « Su» casa, la de verdad, la que compartía con él. Tomóunos shorts olvidados en un cajón y se puso una camiseta de tirantes que colgabadel perchero.

El aire se estremeció con una leve perturbación. La ansiedad y el miedo seagitaron dentro de ella como las burbujas de un refresco. Se dio la vuelta,consciente de que su pecho se movía con una respiración acelerada que nonecesitaba. William estaba en medio de la habitación, recién duchado, descalzo yvestido tan solo con un tejano negro. Su rostro había recuperado el color y lasprofundas ojeras que solían enmarcar sus ojos los últimos días habíandesaparecido. Efectos inmediatos de haber tomado una considerable cantidad desangre. A pesar de su buen aspecto, la expresión de su cara la hacía sentir comosi alguien la estuviera torturando por dentro.

—Debiste hablarme de Marak —dijo William muy serio.Kate se envaró y la rabia circuló por sus venas como un reguero de dinamita.—Sí, debí hacerlo, pero escogí imitarte y guardarme mis secretos para mí.

Tal y como estabas haciendo tú —replicó.Kate no podía creer que hubiera dicho eso. No, otra vez no, no podía volver a

las acusaciones y a los reproches. Él se quedó paralizado, y ella necesitó cadamolécula de su fuerza para enfrentarse a sus ojos. Se miraron fijamente; hastaque Kate no pudo soportarlo más y agarró una toalla con la que empezó asecarse el pelo.

William la observó en silencio. La tristeza se arremolinó entre ambos comouna nube de tormenta. Por el rabillo del ojo vio el álbum, abierto sobre la cama,y sus fotografías estaban pegadas en él. Todo su enfado y tensión comenzó adiluirse bajo la pequeña esperanza que aquel detalle inspiraba. Quiso rodearlacon sus brazos y estrecharla contra su pecho para siempre, olvidar todo lo pasadocomo si nunca hubiera existido; pero había tanto que olvidar. Se frotó los ojos alsentir que todos aquellos malos recuerdos lo aplastaban.

—Me llamaste. Dime por qué —le exigió.Kate se quedó quieta. Así que William sabía que ella había intentado hablar

con él.—Por nada. Si hubiera sido importante le habría dejado el mensaje a Mako.

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¡Estoy segurísima de que te lo habría dado!Era una mentirosa pésima. Además de orgullosa y una suicida por provocar

su propia muerte alejándolo de ella cada vez que abría la boca. ¿Qué diantres lepasaba? ¿Desde cuándo era tan mezquina? Los celos eran una enfermedadhorrible. Le dio la espalda y empezó a peinarse el pelo con los dedos.

—Dime por qué —insistió él, tan cerca que Kate sentía su aliento en la nuca.Ella intentó zafarse, pero él la sujetó por la muñeca y le dio un tirón hasta que

estuvieron cara a cara contra la pared. La miró a los ojos con la sensación deestar a punto de saltar desde el borde de un precipicio sin saber lo profunda quesería la caída. Kate tenía ese efecto sobre él.

—He pasado las últimas horas en un infierno —susurró pegado a su cara—,en una maldita guerra que podía habernos costado la vida a todos los queestábamos allí; y y o solo podía pensar en tu llamada. ¿Te das cuenta? Era lo únicoa lo que le daba vueltas. —William soltó una palabrota—. ¡Necesito saberlo!¿Qué demonios querías decirme?

Kate se desmoronó, no podía más con aquella situación.—Fui a buscarte la otra noche, cuando te dije las cosas que te dije —empezó

a explicar—. Aún no había llegado al bosque cuando y a estaba arrepentida.Regresé, pero tú ya no estabas. Te llamé… te llamé porque necesitaba decirteque lo sentía. Que nada de lo que había dicho lo pensaba en serio. Solo estabaenfadada y celosa, porque los últimos días parecías estar más cerca de Mako quede mí; aún a sabiendas de lo que ella siente por ti.

» Me mantenías alejada, con tus secretos y tus cambios de humor… Tuactitud me estaba matando… —Se le escapó un sollozo. Las palabras salían deella como un torrente, una tras otra—. Y en lugar de intentar hablarlo comoadultos, me comporté como una chiquilla celosa e inmadura… Pero nada de esoimporta porque sé que ahora tú me odias, y lo he estropeado todo. Y comprendoque me odies, porque ni siquiera te conozco de verdad. Creía que sí, pero no. Hecriticado y despreciado lo que eres sin intentar entenderlo, y yo… —Levantó lasmanos con un gesto de frustración—. Entiendo lo que te está pasando, y no meimporta nada de lo que hay as hecho o puedas hacer. ¡No me importa!, porque yote quiero tal y como eres. Y sé que lo que siento por ti no va a cambiar nunca,pase lo que pase. ¡Ojalá pudiera volver atrás y retirar las cosas que dije! Yo no…

William detuvo sus palabras con los labios, acunando su cabeza con las manosy besándola ferozmente, con una urgencia desesperada que le hizo anhelarmucho más. La presión de su boca era perfecta y su lengua terciopelo, sus besoslo abrasaban. Ella gimió cuando coló una mano por debajo de su camiseta, y esesonido le calentó cada célula del cuerpo y llenó cada rincón oscuro de su ser.

—Lo siento… Lo siento mucho… Todo… He sido… He sido una idiota —murmuró Kate contra sus labios entre beso y beso.

William se separó de ella, solo un poco para poder mirarla a los ojos;

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mientras le recorría con los dedos la suave piel de la espalda. La miraba como siestuviera muerto de sed y ella fuera el único oasis en miles de kilómetros.

—Yo también lo siento —musitó él.Volvió a besarla, sin estar muy seguro de si era su cuerpo el que temblaba o

era el de ella. De repente, Kate lo empujó con fuerza y le dio una sonorabofetada. Se quedó alucinado, sin saber qué había hecho ahora.

—¡Me dejaste ir! —gritó Kate—. Dejaste que me fuera sin más, como si note importara. Te quedaste mirando cómo me marchaba sin hacer nada. Sentí quetodo te daba igual.

William tomó aire y se pasó la lengua por el labio inferior, probando el saborde su propia sangre. Ladeó la cabeza y la miró. Estuvo a punto de echarse a reír.¿De verdad todo podría haberse solucionado antes si la hubiera seguido?Sintiéndolo mucho, lo dudaba bastante. Probablemente lo habría llamadopsicópata acosador. Aquella cabecita era demasiado complicada, y ambos losabían. Los separaban más de un siglo y medio de vida, y la psicología femeninanunca había sido su fuerte.

Le destellaron los ojos y le dedicó una mirada cargada de deseo. Acortó deun paso el espacio que los separaba y la alzó por las caderas. La estampó contrala pared.

—Déjame compensártelo —exigió con voz ronca, antes de besarla comonunca antes lo había hecho.

Kate dejó de pensar, perdida por completo en el roce de su piel contra la deél. Apenas fue consciente de cómo llegaron hasta la cama, pero allí estaban. Laropa fue desapareciendo y las velas prendieron con un solo pensamiento. Searqueó con un suspiro cuando los dedos de William se deslizaron a lo largo de suvientre, mientras se susurraban un millón de palabras y promesas que cerrarontodas las heridas. Cobró vida bajo él, solo para él, perdida en la forma en la quesu cuerpo se movía contra el suy o; y, mientras lo abrazaba, se prometió a símisma que jamás permitiría que nada ni nadie la apartara de él. La agonía dehaberlo perdido casi la mata.

William se alzó sobre los brazos y clavó sus ojos azules en ella. Un débilresplandor le iluminaba la piel; hermoso no bastaba para describirlo. Se llevó lamano al cuello y arrancó de un tirón la cadena de la que colgaba el anillo. Se lopuso a Kate en el dedo.

—No vuelvas a quitártelo —le pidió en un susurro.Kate negó con la cabeza. Él sonrió, y su mundo se redujo al espacio entre

aquellas cuatro paredes, no existía nada más.

Adrien abandonó el baño con las caderas envueltas en una toalla. Buscó algo deropa en el armario y se vistió a toda prisa. Necesitaba salir un rato de la casa y

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pensó que sería buena idea ir hasta el pueblo. Precisaban ventanas nuevas y unapuerta, y eso solo para empezar; la casa tenía un montón de desperfectos. Sepeinó con los dedos y le echó un último vistazo al espejo para comprobar suaspecto.

Frunció el ceño y acercó la cara a milímetros de su reflejo. Sus ojos cada vezeran más inhumanos, demasiado angelicales para su gusto. Le molestaban esosparecidos con una raza que no la sentía suya, pero la única forma de disimularlossería extirpándolos; y, bien pensado, la posibilidad de unas lentillas que losdisimularan le parecía mucho más cómoda. Se miró las manos y estasprendieron con unas llamas sobrenaturales. Presa de la frustración, pasó un dedopor la superficie de cristal y observó cómo se derretía.

Abandonó la habitación y enfiló el pasillo camino de la escalera. Al pasarjunto al cuarto que su madre y su hermana compartían, vio la puerta entreabiertay escuchó un quej ido que provenía del interior. Entró sin dudar. Se quedó paradoy las palabras se atascaron en su boca. Sarah estaba de pie, frente al armario, enropa interior y de espaldas a él. Quién iba a decir que bajo las toneladas de ropasucia que le había visto usar, se escondía un cuerpo tan esbelto, bien formado ycon las curvas justas en los lugares apropiados. Un cuerpo cubierto de cardenalesde pies a cabeza. No era ningún experto, pero sabía que esas marcas eranproducto de un maltrato continuado. Apretó los dientes.

—¿Quién te ha hecho eso? —preguntó con voz asesina.Sarah se dio la vuelta con un susto de muerte. Se inclinó sobre la cama y

agarró una toalla con la que intentó cubrir su desnudez. Se puso pálida al ver quese trataba de Adrien, y esa palidez se desvaneció tras un rubor que le encendiólas mejillas.

—Ya no importa, está muerto. No volverá a tocarme —susurró sin ningunaemoción.

Adrien se acercó a ella. Sus ojos recorrieron cada centímetro de piel visible.Alzó una mano con intención de rozar un hematoma con mal aspecto que teníasobre el hombro. Ella se estremeció y se apartó antes de que él la tocara. Podíaoír su corazón latiendo como loco, y el olor de su sangre cargada de adrenalinallegó hasta su olfato. Le tenía miedo, y algo más que no supo distinguir. La mirócon los ojos entornados y, muy despacio, bajó la mano. La chica tenía miedohasta del aire, y sintió lástima por ella.

La contempló con nuevos ojos. Acababa de ducharse y aún tenía el pelomojado, peinado hacia atrás, de modo que podía verle el rostro sin ese flequillodemasiado largo que le llegaba hasta las pestañas. Su piel, tersa y sonrosada,desprendía calor y olía al jabón de lilas que su hermana solía usar; solo que enSarah el aroma tenía ligeras variaciones. Sus ojos eran de un color indefinidoentre el azul oscuro y el negro, con pequeñas motitas grises que se asemejaban aestrellas en el fondo de sus iris. Era muy bonita. El estómago de ella gruñó sin

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ningún disimulo, lo que logró que se ruborizara aún más. Una sonrisa ladeada sedibujó en la cara de Adrien.

—Vístete, conozco un sitio donde preparan unas tortitas que levantarían a unmuerto con solo olerlas —dijo con una sonrisa.

Se había puesto de buen humor casi sin darse cuenta. Sarah asintió contimidez y se acercó a una silla donde Cecil había dejado algo de ropa para ella.Se dirigió al baño y él se sentó en la cama con intención de esperarla. El silenciose vio interrumpido por un golpe seco y un gemido que revelaba mucho más queuna imagen. Imagen que se coló en la cabeza de Adrien como si fuera una gotade ácido. Se puso de pie con el estómago en un puño.

—Te esperaré abajo, ¿vale? —le dijo a Sarah.—Vale —respondió ella desde la puerta del baño. Los sonidos se hicieron más

nítidos. Sarah miró al techo, y después hacia la puerta por la que Adrien habíadesaparecido. Se mordió el labio y trató de no pensar en cómo la hacía sentirtodo aquello.

Adrien llevó el coche de Carter a la entrada. Un préstamo hasta que ellicántropo regresara. Sentado sobre el capó contemplaba el lago, que parecía unlienzo inanimado, quieto y en silencio. Ni siquiera los árboles se agitaban con lamás mínima brisa. La puerta se abrió y Sarah apareció en el porche. Vestía unostejanos grises muy ajustados y una camiseta rosa que dejaba a la vista suestómago plano cada vez que se movía. Se había recogido el pelo en una coleta ysu flequillo medía unos cuantos centímetros menos.

—¿Te has cortado el pelo? —preguntó.Ella se sonrojó de nuevo y se frotó las manos contra los pantalones, después

se las pasó por el cuello sin saber muy bien qué hacer con ellas.—Sí. Encontré unas tijeras en el baño. Lo necesitaba, apenas podía ver nada

—se justificó.Adrien sonrió.—Te queda muy bien —admitió con cierta timidez.—Gracias.—De nada —dijo mientras le abría la puerta del coche.Se pusieron en marcha y viajaron en silencio hasta el pueblo. Adrien la miró

de reojo. Sarah se giró hacia él y lo pilló observándola.—¿Crees que después de esas tortitas podrías acompañarme hasta la estación

de autobuses? No tengo ni idea de dónde está —pidió Sarah.—No hay estación, solo una parada con una taquilla cerca de la gasolinera —

le explicó—. ¿Piensas irte? —Ella asintió—. ¿Adónde? ¿Tienes familia?Sarah apartó la vista y se concentró en el paisaje al otro lado de la ventanilla.

Los comercios comenzaban a abrir sus puertas y los camiones de reparto y aocupaban las calles para abastecerlos.

—No tengo a nadie —confesó—. Así que, cualquier parte lejos de los de mi

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especie me sirve. No sé, había pensado en irme a Los Ángeles.—¿De verdad no tienes a nadie?—No. Mi madre me abandonó en el hospital donde me tuvo. De ahí me

llevaron a un orfanato. Después pasé por varios hogares de acogida, pero ningunodefinitivo; hasta que T.J. y Emerson me encontraron hace unos cuatro años —explicó sin ninguna emoción en la voz, aunque su cuerpo temblaba de arribaabajo.

Se detuvieron junto a un semáforo en rojo.—¿Cómo los conociste? —se interesó él. Sentía una creciente curiosidad por

la nefilim. No era nada de lo que había supuesto que sería, incluso le inspirabacierta ternura.

—Un día me abordaron a la salida de mi instituto, mientras regresaba a lacasa de la última familia que me había acogido. Me obligaron a subir a unafurgoneta y me explicaron que yo era diferente a los humanos; que era comoellos, y que por eso debía seguirles y olvidar mi vida anterior. No me dieron másopción que obedecerles, pero nunca encajé entre ellos —respondió como si nada,mientras se miraba las uñas.

Adrien se dio cuenta de que esa insensibilidad que mostraba la chica, era enrealidad un mecanismo de defensa. Fingía no sentir, esperando de verdad nohacerlo. Se sintió irritado. Recordaba perfectamente el aspecto de los doshermanos, la casualidad había hecho que fuera él quien se deshiciera de los dos.Al primero lo había degollado junto al río un par de meses atrás, al segundo nohacía ni cuatro horas; y eran dos tipos muy, muy grandes, que no necesitaban dela violencia para imponerse a una chiquilla. Y aun así…

—¿Por eso te pegaban? —preguntó.Ella asintió con la cabeza antes de responder. El semáforo se puso en verde y

Adrien continuó circulando.—Era Emerson quien me pegaba. T.J. solo me llamaba estúpida bastarda y

me obligaba a comer y a dormir en el suelo cuando no hacía las cosas bien, queera casi siempre. Nunca he sido muy buena en nada.

Adrien apretó el volante con tanta fuerza que cruj ió entre sus dedos.—Lo has sido en sobrevivir. Créeme, eso cuenta —replicó él. Ella le dedicó

una mirada sorprendida con aquellos ojos enormes y tristes. Adrien continuó—:¿Por qué no intentaste marcharte?

Ella dio un respingo.—¿Acaso crees que no lo intenté? Lo intenté. Logré escaparme en dos

ocasiones, pero me encontraron y acabé con un grillete en el tobillo durantecuatro meses. Al final me resigné. Tampoco tenía a dónde ir. La gente no tardabaen darse cuenta de que era un poco diferente y se alejaban de mí como si tuvierala rabia. Con los nefilim no tenía que fingir que era normal. —Aunque era lo queparecía, no había hostilidad en sus palabras, solo una profunda resignación.

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Se quedaron en silencio. Adrien la miró de reojo, Sarah parecía cualquiercosa menos alguien capaz de arreglárselas sola; al menos de momento. Olía amiedo, a desesperanza y no tenía ninguna seguridad en sí misma. Que acabaraen manos de otro Emerson solo era cuestión de tiempo. Y sin saber muy bien porqué, eso lo preocupaba.

—No tienes por qué irte, podrías quedarte un tiempo. Esa casa en la queestamos, aunque no lo creas, es un refugio para seres como nosotros que lonecesitan; o eso es lo que Kate intenta lograr.

Sarah alzó la mirada de su regazo, atónita, y Adrien se sintió un pocoincómodo por la atención tan descarada que estaba recibiendo.

—No tengo dinero para pagarlo —dijo ella—. Ni siquiera tengo dinero paraunos zapatos nuevos —susurró avergonzada.

Adrien le miró los pies y vio unas zapatillas desgastadas que se caían a trozos.—No te preocupes por eso. Lo que puedas necesitar…, y o podría…—¡No necesito la caridad de nadie! —lo atajó ella con un repentino cambio

de humor.Él disminuy ó la velocidad y le tomó la barbilla con la mano derecha para

girarle la cara y que lo mirara.—No es caridad, Sarah. Tómalo como un préstamo. Además, en esa casa

harán falta unas cuantas manos que la hagan funcionar, tendrás que trabajar. Asíque, te ganarás hasta el último centavo.

Sarah se quedó callada un largo segundo. Se frotó las mejillas connerviosismo, notaba las lágrimas abriéndose paso bajo sus pestañas y se negaba allorar. Una risita histérica escapó de su garganta.

—No lo entiendo, deberías estar echándome a patadas, y me estás ofreciendotu ay uda y un lugar donde vivir.

—No pierdas el tiempo intentando entenderme, ni siquiera yo lo he logrado.Solo acepta lo que te ofrezco. Estoy seguro de que es la mejor oferta que vas arecibir —dijo con una sonrisa traviesa, que relajó el ambiente entre ellos.

Sarah también sonrió. Un calor reconfortante le calentó el pecho. ¡Dios,empezaba a gustarle de verdad! Se acomodó en el asiento casi sin aliento.

—¿Y no tendrás problemas con tus amigos? Quizá ellos no estén de acuerdo.—No te preocupes por eso. Kate estará encantada de que te quedes, tiene la

costumbre de adoptar a todos los huerfanitos que se cruzan en su camino. Esdemasiado buena —susurró para sí mismo.

Sarah percibió en su voz lo que ya había intuido antes.—Ella te gusta mucho, ¿verdad?—Sí, me gusta —respondió Adrien sin pararse a pensar que lo hacía.—Pero ella está con el otro chico, William. Son… son pareja.—En realidad están prometidos. William es un buen tipo y sé que la quiere

muchísimo. ¿Sabes? Son como una de esas parejas de los libros, destinados a

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estar juntos incluso antes de nacer.Adrien frenó y maniobró despacio para aparcar en un hueco libre entre dos

coches.—Pero a ti eso debe de dolerte. No tiene que ser fácil estar cerca de ellos y…

—Sarah no supo cómo terminar la frase.—Al principio sí dolía, pero ya no —admitió Adrien con sinceridad—. Me

hace feliz que Kate sea feliz y, aunque sé que siempre me preocuparé por ella,verla con William ya no me resulta difícil. No obstante, hay cosas de las queprefiero no ser testigo —dijo con una risita nerviosa.

Sarah lo miró y apartó la mirada rápidamente.—Cuando menos te lo esperes, ella llegará —susurró.Adrien detuvo el coche y sacó la llave del contacto mientras miraba a Sarah

con curiosidad.—¿Ella?—Sí, la chica de la que puedas enamorarte de verdad y que te corresponda

en igual medida o más —declaró Sarah. Notó cómo el rubor le cubría lasmejillas de nuevo. No podía creer que estuviera allí, con él, como si no hubierapasado nada. Como si fueran amigos desde siempre contándose sus secretos.

Una diversión genuina se asomó a los ojos oscuros de Adrien.—¿Tú crees?—Seguro que está ahí, en alguna parte, esperando que puedas verla —susurró

ella incapaz de mirarlo a los ojos.—Entonces, puede que deba empezar a mirar con más atención —replicó él

con un tonito de suficiencia adorable; o eso le pareció a Sarah, que estaba a puntode hiperventilar.

Se bajaron del Hummer y Sarah siguió a Adrien por la acera. Ahora quepodía observarlo sin esconderse, se dio cuenta de que era mucho más atractivode lo que pensaba, con un cuerpo grande y atlético que no aparentaba toda lafuerza sobrenatural que contenía; pero que ella había podido comprobar durantela batalla contra sus hermanos nefilim. Se movía con la gracia y la seguridad deser el depredador que se encuentra arriba de la cadena alimenticia. Atraía lamirada de cuantos se cruzaban con él. Aunque él parecía ajeno a las reaccionesque despertaba.

—Entonces, ¿vas a quedarte? —preguntó Adrien.Sarah tuvo que levantar la cabeza para verle el rostro. Le sacaba unos buenos

veinte centímetros.—El mismísimo Lucifer os visita en vuestro porche y, por lo que he oído, es

posible que desatéis el Apocalipsis —dijo como si nada—. ¿Quién querríaperdérselo?

—Me lo tomaré como un sí —replicó con una sonora carcajada.De repente, Sarah se detuvo. Él también se paró y la miró sorprendido.

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—Gracias —susurró la chica. Unas lágrimas se arremolinaban bajo suspestañas.

Adrien sacudió la cabeza.—No, gracias a ti. Pudiste largarte sin más y no lo hiciste. Viniste a avisarnos

del ataque; aun cuando la primera y única vez que te vi quise matarte. Eso haceque tu gesto tenga más valor.

La tomó de la mano y tiró de ella, obligándola a caminar a su lado mientrascruzaban la calle. El olor de las tortitas que preparaba Lou flotaba en el ambiente.Abrió la puerta de la cafetería y la sostuvo para ella.

—Me alegro de no haberlo hecho —dijo Adrien, inclinándose sobre su oídocuando pasó bajo su brazo.

—¿El qué? —preguntó Sarah con una inocencia adorable.—Matarte.

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27

—¡No puedes matarme, no dentro de este cuerpo! —barbotó el demonio.—Si crees que mi buen corazón impedirá que destroce tu recipiente, es que

no has oído suficientes cosas sobre mí —dijo Gabriel.Apretó su mano sobre el cuello de aquella abominación y lo hundió en el

agua de la fuente. El demonio comenzó a patalear y a boquear, el aguabendecida se colaba por todas partes causándole un dolor insoportable. Gabrieltiró de él y le sacó medio cuerpo fuera del agua. Tenía la piel cubierta de llagas yenvuelta en humo. Sobre ellos, el cielo hindú brillaba cuajado de estrellas.

—Y bien, ¿dónde se esconden mis hermanos? —insistió el arcángel.—No sé de qué me hablas.—Mefisto, Uriel…, todos ellos.El demonio se quedó mirándolo, aterrado. Poco a poco su rostro se relajó con

una sonrisa, que fue extendiéndose por su cara hasta formar un arco de oreja aoreja. Se echó a reír y las carcajadas fueron subiendo de volumen hastaconvertirse en graznidos bastante molestos. Adoptó una expresión desdeñosa ymiró al arcángel directamente a los ojos. Deseos de venganza ardían en ellos.

—Ha sido tan fácil engañaros, manteneros distraídos —dijo satisfecho.Gabriel lo miró perplejo y acercó su rostro al de él.—¿Qué significa eso? —gruñó.—Vais a perder vuestras alas, él mismo os las arrancará con sus propias

manos.—¿Él? —inquirió el arcángel.El demonio sonrió.—¿Quieres que te cuente un secreto? Podéis devolvernos al infierno mil

veces, podéis cerrar todos los portales, colocar nuevas Potestades para quevigilen los límites. Seguiréis perdiendo el tiempo. Ha estado aquí desde elprincipio, viendo cómo os movíais en círculos corriendo detrás de cualquierhueso que él dejaba caer. Esta vez, él será quien gane. No hay nada que podáishacer para evitar lo que está escrito.

—Explícate —gritó Gabriel.El demonio negó con la cabeza y volvió a reír. Gabriel se enderezó a la

velocidad del rayo. En su mano apareció una espada y, con un giro de muñeca,

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la hundió en el cuerpo del demonio, que quedó reducido a cenizas. Se quedómirando el montoncito de polvo, mientras la brisa lo arrastraba y el agua diluía lamayor parte.

« Lucas» , gritó en su mente. El ángel no respondió, no solo eso, ni siquieranotaba su presencia en este plano. El aire se agitó a su espalda, arrastrando coposde nieve.

—Es imposible —dijo Miguel.—Está en la tierra —afirmó Gabriel.—No puede ser. Tendría que dejar su alma atrás. No se arriesgará a

abandonarla desprotegida; y sin ella, aquí no tiene nada que hacer —insistió suhermano.

—Y si ha encontrado la forma, Miguel, y si es más fuerte que toda tu magiay tus hechizos.

—No lo es. Si estuviera completo y a nos habría desafiado. Tiene quevencernos en combate para reclamar este mundo como suyo. Algo que, sin lugara dudas, lograría en este momento. Así que, no, si está aquí, solo lo está sucuerpo.

—Entonces, ¿qué se trae entre manos? ¿Por qué se está arriesgando de estemodo? —insistió Gabriel. Miguel abrió la boca para contestar, pero no supo quédecir, se sentía tan contrariado como su hermano. Gabriel apretó los dientes y suespada desapareció en un ligero resplandor—. Lucas no responde a misllamadas.

—Es un Vigilante, solo vendrá a ti si descubre algo que deba preocuparnos. Yasabes cómo son —le recordó Miguel.

—Mi instinto me dice que no estamos donde debemos. La clave está en loshíbridos. Mefisto se tomó muchas molestias para cumplir la profecía de losmalditos. Que nosotros no hayamos podido descifrarla, no significa que él no lohaya hecho.

—¡Hermano! —dijo Miguel con aire frustrado—. No te inquietes por ellos,aunque se cumpla la profecía, no ocurrirá nada que deba preocuparnos anosotros. Que los malditos se maten entre ellos solo nos simplifica las cosas.¡Ojalá acaben exterminándose los unos a los otros y una aberración menosmancillará este mundo! Confía en mí. El alma de Lucifer está anclada tras elvelo, no hay forma divina de que cruce.

Gabriel dejó de respirar. Un mal presentimiento se apoderó de él. Entornó losojos y frunció la boca, pensando.

—Has dicho divina y no es la primera vez que lo mencionas —musitó. Miguelasintió—. ¿Y si hemos pasado por alto lo más sencillo?

—¿Qué quieres decir?—Hablo de un recipiente.Miguel sacudió la cabeza, exasperado.

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—Su alma sería detectada por la magia, su poder no puede esconderse asícomo así. Un recipiente como el que insinúas, sería casi un milagro de Dios. Noexiste esa pureza en estos tiempos.

—Pero… y si existiera un recipiente capaz de esconderla, dentro del cualpasara desapercibida. Podría cruzar, ¿estoy en lo cierto?

La expresión de Miguel empezó a cambiar. Su piel se tornó roja, como larabia que comenzaba a bullir dentro de él. No podía haber sido tan estúpido, senegaba a pensar en ello. Asintió una sola vez.

—Pero el recipiente tendría que aceptar ser el portador, y después devolverlacon la misma disposición. Un alma pura no se prestaría a algo así. Eso nos llevade nuevo al principio: no existe tal recipiente —explicó Miguel con tonovehemente. Ya no estaba tan seguro, por eso tenía la imperiosa necesidad deconvencerse a sí mismo.

—Y si la engañó. Nuestro hermano es el padre del engaño —insistió Gabriel.—Entonces, su alma se encuentra a este lado del velo. Y si su cuerpo también

ha cruzado, lo único que necesita… es recuperarla —concluyó Miguel temblandode pies a cabeza—. ¡Debemos reunirnos, ya! Encuentra a Lucas, averigua si havisto algo raro sobre esos híbridos.

Habían pasado cinco días desde la masacre en Nueva Orleans. En las noticiassolo se hablaba de un incendio provocado, que había reducido a escombros unaparte del puerto. No tenían ninguna pista sobre lo ocurrido, y las investigacionesde la policía forense y de los cuerpos especializados no aportaban ningún datorelevante con el que aclarar lo sucedido. La alta temperatura que el fuegoalcanzó, había fundido hasta el metal de la estructura donde se originó el incendioy no había nada que analizar.

Con la mirada clavada en las imágenes de la pantalla del televisor, Kate noera capaz de imaginar el infierno que allí se había desatado. Entre aquellosescombros, reducidos a polvo, estaban los restos de cientos de renegados y,también, los de los vampiros y licántropos que habían acabado con ellos. Sintióuna pena profunda por todos ellos. Buenas personas que habían dado su vida paraque la raza perdurara.

Ahora intentaban recuperar la normalidad a marchas forzadas. Desde elprimer momento, se habían creado nuevos grupos de cazadores y guerreros paralocalizar a los renegados dispersos e ir acabando con ellos.

El resto había regresado a sus hogares. William envió a Mihail a Europa contodos sus hombres y con la mayor parte de los de Cy rus. Este últimopermanecería unos días más en el país, para organizar un pequeño ejército deguerreros, similar al que lideraba Samuel, que asegurara la paz entre la razavampira y su protección. Stephen los encabezaría, pero sería William quien

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controlaría hasta el último movimiento. Personalmente iba a encargarse de losasuntos del clan en el país, había llegado el momento de convertirse en quiéndebía ser.

Robert pensaba quedarse un tiempo y se instaló en casa de Marie; algo que aShane no le hizo ninguna gracia. Rachel regresó con los niños. La librería volvía afuncionar como si nada, aún mejor con la ayuda de Ariadna: las dos mujereshabían congeniado a las mil maravillas. Key la iba a regresar a su trabajo en elhospital, tras la pequeña excedencia que había solicitado; y ahora Stephen y ellapensaban vivir juntos.

Las reparaciones de la casa de huéspedes habían comenzado un par de díasantes. La ay uda de Salma y Sarah era más que bienvenida, ambas se estabaninvolucrando en el trabajo y y a no parecían tan incómodas entre tanto vampiro ylicántropo. En especial Sarah. La joven nefilim no apartaba la vista de Adrien yKate conocía el porqué, sus ojos hablaban por ella cuando estaba con él.

Ahora que Jill era consciente del problema de William, se había mostrado delo más comprensiva. Aunque no era capaz de estar cerca de él sin la presenciade los chicos. Confiar en él le iba a costar un largo tiempo.

William y Kate habían regresado a su casa junto a la cascada. La tenían todapara ellos solos. Él se negó rotundamente a conservar guardaespaldas, nunca loshabía necesitado, se bastaba para cuidar de sí mismo y de Kate. Necesitabanestar solos, recuperar el tiempo perdido y llevar una vida lo más normal posible.

Las únicas sombras en sus existencias continuaban siendo los ángeles. Notenían ni idea de qué pretendían, ni del papel que jugaban en sus planes. Y luegoestaba Mako, la vampira había rechazado regresar a Europa con Mihail y sehabía ofrecido para formar parte del ejercito que permanecería en el país. Kateintuía sus motivos: continuar cerca de William. Se había prometido a sí mismaolvidarse de la guerrera. Él no tenía ningún interés en ella y eso era lo único queimportaba.

Kate se levantó del sillón y apagó el televisor. Fue hasta la cocina y se quedóen la puerta, contemplando el exterior a través del cristal. William, Adrien yShane se encontraban en la terraza, sentados sobre una mesa bajo las primerasluces del amanecer. Se habían pasado toda la noche ley endo, una vez tras otra, eldiario que Salma había traído consigo. Buscaban interpretaciones y pistas quepudieran aclarar un poco el misterio que encerraban aquellas páginas. Siaveriguaban dónde se encontraba el riesgo, sería más fácil protegerse de él. Porese motivo no se rendían y continuaban indagando, recurriendo a los sabios deambos clanes, incluso a internet y a miles de páginas que alguien en sus cabalesjamás miraría: visionarios, gente que aseguraba haber presenciado apariciones,videntes…, todo podía contener algo de verdad. De momento, no habían tenidosuerte.

Una de las dagas de William voló desde el tronco del árbol donde estaba

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clavada hasta la mano de Adrien. Durante un par de segundos quedó suspendidaen el aire a escasos centímetros de sus dedos. La hoja giró sobre sí misma y saliódisparada a la velocidad del ray o hasta hundirse en la misma hendidura.

Se repitió la escena. Esta vez, la daga se detuvo frente a William. Señaló unpunto a lo lejos. Adrien le dedicó una mirada de « Venga y a, eso es imposible» .William encogió un hombro y el arma voló como un proyectil; y debió acertardonde pretendía, porque Shane rompió a reír y Adrien sacó un billete de veintedólares que puso en la mano de William.

Viéndolos allí, riendo a carcajadas como cualquier grupo de chicos normal,costaba creer por todo lo que habían pasado en los últimos días. Kate deseabamás que nada que las cosas continuaran así, que nada perturbara la calma que sehabían ganado con dolor y sangre. Daría cualquier cosa para conseguirlo.

« ¿Cualquier cosa?» , susurró una voz en su cabeza.Dio un respingo y se llevó las manos al pecho, a la altura del corazón. Sabía

que era imposible, pero lo sentía latir contra las costillas con un dolorinsoportable. Parecía vivo y que intentaba salir a la fuerza de su pecho. ¿Sería esolo que los médicos llamaban un dolor fantasma? ¿Percibir las sensaciones de unaparte de ti que y a no está? Si era así, estaba sufriendo un infarto psicológico. Oyópasos y se obligó a tranquilizarse.

—¡Buu!Kate miró por encima de su hombro y le dedicó una sonrisa a Marie.—¡Menudo susto! —exclamó. Se llevó una mano al pecho con un gesto

dramático y se masajeó el esternón, tratando de deshacerse de la sensación deahogo.

Marie puso los ojos en blanco y se apoy ó contra el dintel.—Soy feliz —dijo de repente la vampira pelirroja—. Después de

convertirme en vampiro, nunca creí que lo sería del todo. Siempre tenía lasensación de que me faltaba algo, pero no sabía qué era ese algo. —Sonrió y susojos volaron hasta Shane—. Ahora lo sé: me faltaba él, este lugar, esta vida… —Suspiró con inquietud—. Tenemos el mismo derecho que cualquiera a vivir unavida tranquila y en paz, ¿verdad? No hacemos daño a nadie, nos preocupamos delos nuestros e intentamos cuidarlos lo mejor que podemos. Hacemos lo que haríacualquiera que quiere vivir y tener una familia, ¿no es así? Deberíamos podertener una existencia apacible y segura.

Kate le acarició el brazo con ternura.—Deberíamos.—Yo solo quiero eso, Kate. Una vida tranquila junto a mi familia y al hombre

que amo.—Y la vas a tener. ¡La vamos a tener, y a lo verás!« ¿Estás segura de eso?» , la voz irrumpió de nuevo en su mente.Kate se dobló hacia delante y se abrazó el estómago. Sintió nauseas y su

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garganta se contrajo con unas arcadas que amenazaban con hacerla vomitar. ¡Elcorazón le iba a explotar! Su cabeza era incapaz de mantenerse erguida y laspiernas dejaron de sostenerla.

—¡Will! —oyó que alguien gritaba.Entre la bruma en la que se sumergió su mente, Kate notó cómo unos brazos

fuertes y sólidos la recogían del suelo y la alzaban. Oía el eco de unas voces,aunque no lograba identificar qué decían. Notó un fuerte tirón y el modo en quecada célula de su cuerpo trataba de separarse, pero estas reaccionaron como siestuvieran unidas por unos hilos elásticos que impedían que se distanciaran lasunas de las otras.

Todo era confuso e inconexo. Seguía oyendo voces, entre ellas la de Marie,más aguda que el resto:

—¿Qué le pasa? No tiene buen aspecto.Una voz profunda contestó y Kate la siguió, sumergiéndose en aquel sonido

hermoso y reconfortante.—¿Y cómo se sabe si un vampiro desmayado sigue vivo?Esa era la voz de Shane.—Está viva. Kate está bien, ¿de acuerdo?… Tiene que estarlo…De nuevo el arrullo de aquella voz preocupada. Quiso decirle que no le

pasaba nada, que solo estaba cansada y que quería dormir. Abrió la boca, pero noestaba segura de si había dicho algo. Le llegaron más voces apagadas, que sefueron alejando, hasta que y a no oyó nada más.

No podía dejar de sonreír, a pesar de que se moría de sueño. La lluvia caía fría ytorrencial, tamborileando sobre el cristal mientras los limpiaparabrisas se movíansin descanso. Abrazó a su conejito de peluche y empezó a tararear, tratando deseguir el ritmo. Imposible cuando su padre desafinaba maullando como un gatomojado.

Su madre se echó a reír, se giró en el asiento y le colocó su pañuelo como sifuera una manta sobre las piernas.

—Duérmete, cielo. Aún falta un buen rato para llegar.Se acomodó en la sillita y bostezó, pero sus párpados se negaban a cerrarse.

La lluvia arreció y resultaba difícil ver con claridad el asfalto. Doblaron la curva ydos haces de luz incidieron sobre ellos, deslumbrándolos. El coche dio un bandazoy se salió de la carretera. Su padre pisó el freno a fondo y las ruedas sebloquearon, aunque eso no detuvo el avance del coche, que se deslizaba a todavelocidad sobre el barro del arcén.

Se precipitaron por la pendiente y cayeron al río. Muy despacio sesumergieron en la corriente helada y el interior comenzó a inundarse con rapidez.El parabrisas resquebrajado cedió, y la corriente del río la arrastró fuera del

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coche. El agua congelada le quemaba los pulmones. Gritó, pero solo consiguiótragar más líquido. Pataleó con todas sus fuerzas, intentando aferrarse a cualquiercosa en la oscuridad.

No había nada, solo agua negra y fría. Intentó quitarse el abrigo, pesabademasiado. Apenas sentía los dedos y los botones se le resbalaban. Dejó deresistirse en cuanto comprendió que todo era inútil. A pesar de su corta edad,entendía perfectamente qué le estaba ocurriendo. Se moría. Poco a poco sehundió, hasta posarse en el fondo con el último latido de su corazón.

La luz la cegó y desapareció con la misma rapidez que había aparecido. Se vioa sí misma en la cama de un hospital, cubierta de cables conectados a unosmonitores. Sonó un pitido agudo y constante. Después se oyeron unos lamentos yvio unos rostros bañados por las lágrimas. Un médico se acercó a los monitores ylos apagó, después abandonó la habitación con la vista clavada en el suelo y loshombros hundidos.

De repente, notó cómo una fuerza invisible tiraba de ella hacia el cuerpo queyacía inerte. Se dejó arrastrar y penetró en su interior. Sintió la familiar sensaciónde sus miembros y su mente funcionando. El aire entró en sus pulmones y sus ojosse abrieron. ¡Estaba viva!

William, sentado en la butaca que había junto a la puerta del vestidor, noapartaba los ojos de la cama.

—En apariencia está bien, no creo que le ocurra nada malo —dijo Silas,cubriendo el cuerpo de Kate con la sábana. Continuaba inconsciente.

—¿No crees? Los vampiros no se desmayan, y ella lleva así todo el día —indicó William al borde de un ataque de nervios.

Silas resopló mientras se ponía derecho y sacudía las arrugas de su túnica.—Los vampiros no se desmay an, y tampoco enferman, jovencito. A veces,

algunas hierbas suelen ayudar en ciertos casos, pero muy pocos conocen esashierbas porque esos « ciertos casos» se han dado en muy raras ocasiones,¿entiendes lo que digo? Por eso no existen médicos en nuestra raza, no sonnecesarios. Solo padecemos y nos recuperamos por la sangre; ese es nuestroúnico mal. Pero ella está completamente sana en ese sentido, demasiado sana tediría. ¿Solo toma sangre humana?

William no contestó.—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó sin mucha paciencia.—No lo sé. Quizá deberíamos trasladarla a mi casa, allí tengo más medios —

sugirió Silas.—Imposible. No puedo moverla así como está, y un viaje en avión supone

demasiadas horas. No voy a arriesgarme a hacer algo que pueda perjudicarla —replicó William.

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—¿No podrías llevarla del mismo modo que Adrien me ha traído hasta aquí?William lo miró a los ojos y frunció el ceño con frustración.—Fue lo primero que intenté, pero no puedo desmaterializarme con ella. Algo

lo impide —admitió. Se puso de pie y se acercó a la cama. Le dolía verla tanquieta, como si estuviera muerta.

—No puedo hacer mucho más —dijo Silas.Se giró hacia el anciano y sacudió la cabeza.—No te preocupes. Adrien te llevará de regreso inmediatamente.Tras despedirse de Silas, William se quedó a solas con Kate. Se sentó sobre la

cama y la cogió de la mano, preguntándose qué demonios le ocurría. Nosoportaba verla en ese estado y un brote de pánico se fue apoderando de él. ¿Y sino reaccionaba?

De repente, Kate dio un bote y se quedó sentada, tomando una bocanada deaire tras otra. Necesitaba respirar para dejar de sentir aquel dolor en el pecho.Notaba los ojos secos y le escocían como si alguien le estuviera echando alcoholen ellos.

—Tranquila, tranquila…Kate parpadeó, tratando de enfocar la vista, y se encontró con el rostro de

William a solo unos centímetros del suyo. Estaba de rodillas frente a ella y lesostenía la cabeza entre las manos, ayudándola a mantenerla erguida. Él leapartó unos mechones de la cara que se le habían quedado pegados a la piel porculpa del sudor. ¿Sudor?, los vampiros no sudaban.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó él.Kate se obligó a prestarle atención, se sentía desorientada y mareada.—Creo que bien. ¿Qué… qué me ha pasado?William suspiró. La tomó en brazos y la sentó en su regazo mientras la

abrazaba con fuerza contra su pecho.—No vuelvas a hacerme algo así, ¿me oyes? No vuelvas a darme un susto

como este.—Vale —logró responder Kate, sin saber muy bien a qué se refería. Le rodeó

el torso con los brazos. El olor de su piel y la familiaridad de las líneas de sucuerpo la reconfortaban. Miró a su alrededor, sin tener muy claro aún dónde seencontraba. Poco a poco reconoció su habitación.

—¿Qué ha pasado?—Te desmay aste, parecías muerta. ¡Dios, durante un instante llegué a creer

que lo estabas de verdad!, pero me di cuenta de que seguías aquí porque tus ojosno dejaban de moverse bajo tus párpados, como si estuvieras soñando.

« ¿Soñando?» , pensó Kate. Los vampiros no sueñan, porque, para empezar, nisiquiera pueden dormir. De repente todas las imágenes volvieron a su mente,como si alguien estuviera volcando una tina de ellas en el interior de su cabeza.Se llevó las manos a las sienes. Un gemido ahogado escapó de su garganta.

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—Lo he visto…—¿El qué? —preguntó William, cada vez más preocupado.—El accidente en el que murieron mis padres. Nunca supe qué pasó aquella

noche, no lo recordaba, como si mi mente infantil hubiera bloqueado esosrecuerdos. —Miró a William con los ojos como platos—. ¿Por qué lo recuerdoahora?

William inclinó la cabeza cerca de la de ella. Acabó enterrándola en su cuelloy respiró hondo.

—No lo sé. Todo esto es muy raro —admitió él con un suspiró. Tenía la vozronca y cansada. La abrazó de nuevo y la besó en el pelo—. ¿Recuerdas algo?Me refiero a antes de desmayarte.

Kate sacudió la cabeza.—No. Sentí un dolor muy agudo en el pecho y…Se quedó callada. Se estremeció con un escalofrío recorriéndole la espalda.—¿Qué ibas a decir? —inquirió William.Ella le sostuvo la mirada, vacilante. Los secretos entre ellos se habían

terminado.—A veces siento la voz de Marak en mi cabeza —empezó a decir. No lograba

llamarle de otro modo—. Y cuando eso ocurre, mi cuerpo reacciona.—¿Y cómo reacciona?—Como si mi corazón estuviera vivo y latiera al doble de su capacidad. Late

tan fuerte y deprisa que me duele, me duele mucho. Eso es lo que me haocurrido abajo.

William la miró angustiado.—No sabía que un vampiro pudiera desmayarse —añadió ella.—Yo tampoco —confesó él—. He llegado a pensar que era culpa mía. Has

estado bebiendo de mí y he creído que quizá estabas enfermando por eso.Kate le acarició la mejilla con las puntas de los dedos. Una sonrisa cansada se

le dibujó en los labios.—No creo que eso tenga nada que ver. Llevo tiempo haciéndolo y tu sangre

no es la de un vampiro, es como la humana. Quizá él, Marak, me haya hechoalgo. No sé, puede que hay a establecido algún tipo de conexión entre nosotros.Puede que… para espiaros a través de mí. Parece una locura, pero qué no lo esúltimamente.

William se encogió de hombros.—Es posible. Pero ya pensaremos en eso más adelante. Ahora necesitas

descansar.—¿Descansar? Llevo… —Se fijó en que no entraba luz por la ventana. Había

anochecido—. ¿Cuántas horas he pasado inconsciente?—Toda una vida —suspiró William. Al menos eso le había parecido a él.Volvió a abrazarla y la sostuvo contra su pecho durante un rato. Notó algo

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líquido empapándole la camiseta. Primero percibió el olor, y una rápida miradale bastó para comprobar que no se trataba de su imaginación. La apartó y le alzóla cara con un dedo bajo la barbilla; la vida abandonó su rostro.

Kate se llevó una mano temblorosa a la nariz, después se miró los dedos y unjadeo escapó de su garganta. Estaban manchados de sangre y goteaban sobre suspiernas.

—¿Por qué estoy sangrando? —preguntó con los ojos muy abiertos ybrillantes.

—No lo sé, pero vamos a averiguarlo, te lo prometo. No dejaré que te pasenada. —Se puso de pie con ella en brazos, muerto de miedo—. Vamos al baño alimpiarte.

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—No sé qué le ocurre —dijo Key la. Su larga melena negra ondeaba por labrisa que enfriaba el jardín.

William se quitó la gorra que llevaba puesta, se pasó los dedos por el pelo ydespués volvió a colocársela con un gesto violento. Apartó la mirada de ella paraposarla en la casa, mientras tragaba saliva con la boca demasiado seca.

—Sea lo que sea, está empeorando —le hizo notar William—. Es un vampiroy está sudando y tiene fiebre como si fuera humana. Eso es imposible, pero estápasando.

Key la lo miró. En su perfil pudo ver una expresión dura y atormentada. Eldolor que había en sus ojos era inmensamente profundo.

—Me gustaría ayudarla, créeme. Kate es mi amiga y haría cualquier cosapor ella; pero no sé qué le ocurre, solo soy una enfermera. Conozco el cuerpo delos licántropos y también el de los humanos, y en ambos es normal tener fiebrede vez en cuando, las infecciones o que la nariz sangre. Pero en vosotros no tengoni idea de qué es normal y qué no. Lo siento, Will —dijo en voz baja; y lo sentíade verdad.

Le tomó la mano para reconfortarlo, y acabó dándole un abrazo al ver loafligido que se encontraba. De repente, una idea se coló en su mente.

—Quizá… —empezó a decir.—¿Qué? —se interesó el vampiro de inmediato.—Cuando un humano se transforma en vampiro, ¿su cuerpo sufre algún

cambio interno? Me refiero a la anatomía. ¿Cambia algo o todo se mantieneigual?

Un brillo de interés iluminó los ojos de William.—Cuando un humano se convierte, es como si su cuerpo se congelara durante

la transformación. Todo permanece igual salvo que algunos órganos y tej idos nofuncionan, dejan de producir fluidos. Los cambios son a otro nivel: la piel seendurece, los sentidos se agudizan y la fuerza y la velocidad se multiplica —explicó él.

—Entonces, podríamos llevarla al hospital durante mi turno y hacerle un parde pruebas. No perdemos nada intentándolo, al fin y al cabo, vuestra anatomíasigue siendo idéntica a la de un humano. Si hay algo extraño, lo veremos.

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William la tomó por los hombros y le dio un fuerte abrazo.—Gracias —susurró.—No me las des, aún no he hecho nada. Llévala esta tarde, sobre las siete. Lo

tendré todo preparado.Key la tocó el claxon a modo de despedida y agitó su mano tras la ventanilla.

William le respondió con el mismo gesto y se quedó mirando cómo el coche sealejaba por el camino. Adrien se levantó de la silla donde estuvo sentado todo eltiempo que Key la pasó explorando a Kate. Se acercó a William sin decir nada yse quedó inmóvil a su lado.

—Dime qué estás pensando —pidió William. Empezaba a conocer al chico.—No te va a gustar. Y seguro que estoy equivocado.—Sea lo que sea, quiero saber qué piensas.Adrien embutió las manos en los bolsillos de sus tejanos y se le iluminaron las

pupilas mientras pensaba cómo transformar en palabras sus pensamientos.—¿Y si Lucifer le ha hecho algo? Ha estado en contacto con él varias veces.William ladeó la cabeza y lo miró a los ojos sin ocultar su enfado.—No debiste guardarle el secretito. Deberías habérmelo contado en cuanto

supiste que un tipo que solo ella podía ver se estaba paseando por el pueblo.—Ya, igual que debí contarle a ella el nuevo menú de tu dieta; pero no lo hice.

—Adrien se encogió de hombros—. Además, no sirve de nada pensar en esoahora. ¿Quieres que te lo cuente o no? —William asintió—. Todo apunta a quenosotros tenemos algo que Lucifer quiere, y si no lo tenemos, somos el mediopara que lo consiga. Es evidente que ninguno moveremos un solo dedo paraay udarlo, a no ser que…

—Necesitemos algo a cambio —terminó de decir William.Adrien sacudió la cabeza con un gesto afirmativo.—Como que le salvara la vida, de un mal que él mismo ha provocado, a una

persona que nos importa a ambos.—Sabe que haría cualquier cosa por ella.—Ya lo hiciste en aquella iglesia —le recordó Adrien. William lo había

arriesgado todo al romper la maldición sobre los vampiros para salvar a Kate deacabar convertida en un montón de cenizas bajo el sol—. Mi padre no habráescatimado en detalles a la hora de hablarle de nosotros.

—¿Y si estás en lo cierto? ¿Y si le ha hecho algo y la única forma de que Katese ponga bien es haciendo lo que ellos digan? —preguntó William.

Se miraron fijamente durante un largo instante.—Yo nunca permitiría que le pasara nada malo a Kate, lo sabes. Pero ya no

se trata de renegados a la luz del sol, sino de arcángeles reduciendo este mundo acenizas. —William se giró hacia él con los puños apretados y una expresiónasesina. Adrien alzó las manos en un gesto de paz—. ¡Eh, no estoy diciendo quevaya sacrificarla ni nada de eso! Solo digo, que tenemos que buscar la forma de

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que no le ocurra nada sin que eso suponga morir. Porque de nada servirá salvarlasi después todos nos convertimos en combustible para las llamas del infierno. Yeso es lo que ocurrirá si se cumple la profecía.

William le dio un golpecito en el pecho con el dedo. La irritación loaguijoneaba, eclipsando cualquier otra sensación.

—Eso está por verse —concluy ó.

Las puertas del ascensor se abrieron y William las cruzó con Kate en brazos,seguido de Shane y Adrien. Robert, Carter y Evan controlaban los accesos a laplanta para asegurarse de que nadie los vigilaba y que no habría visitasinoportunas.

—Tengo dos piernas que funcionan perfectamente —dijo Kate con los brazosrodeando el cuello del chico.

—Es cierto, tienes dos piernas preciosas y perfectas —replicó él sin darse poraludido. Una sonrisa traviesa iluminó su rostro y soltó una risita grave—, ademásde otras muchas cosas preciosas y perfectas que también me gusta contemplar.

Kate notó que se le calentaba la sangre. Se acercó a su oído y le susurró:—¿Está coqueteando conmigo, señor Crain?—No, señorita Lowell —bajó la voz hasta convertirla en su susurro profundo

y sexy—, solo la estoy poniendo al corriente de cuáles son mis intenciones paracuando esta visita termine. —Inclinó la cabeza y la besó en la comisura de loslabios—. Espero que mis planes sean de su agrado —musitó sin despegar la bocade su piel.

Kate dijo que sí con un movimiento de su cabeza, incapaz de pronunciarpalabra. Él se rió y el eco de aquel sonido la estremeció entera. Unaembriagadora mezcla de emociones batallaba en su interior y, de repente, tuvomiedo de estar enferma de verdad. ¿Por qué parecían condenados a distanciarsecada vez que lograban estar juntos? Lo abrazó con fuerza y no aflojó cuandosintió las vértebras de su cuello cruj ir.

Key la estaba rellenando un formulario en el puesto de enfermeras. Lo dejó aun lado en cuanto los vio aparecer y fue a su encuentro con una sonrisa en loslabios.

—Todo esta listo —indicó la chica. Empujó una puerta batiente y la sostuvocon su cuerpo mientras William la cruzaba—. Le he pedido a la doctoraWeatherly que venga para hacer las pruebas. Pertenece al clan y es deconfianza. Ha venido desde Massachusetts solo para esto. Yo no podría interpretarcorrectamente los resultados —se justificó el ver cómo William fruncía el ceño.

—Está bien, Key la. Confiamos en ti completamente —dijo Kate.Key la se detuvo frente a una doble puerta.—Aquí solo puede entrar ella. Tiene que cambiarse y … —informó al

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vampiro.William soltó un gruñido.—No hay nada de ella que y o no haya visto, así que no pienso dejarla sola —

le espetó.La loba suspiró con los ojos en blanco.—Es el protocolo del hospital —terció Key la—. Kate entrará sola y tú te

quedarás en el pasillo para que la doctora pueda hacer su trabajo. Y esto no esnegociable, William. Pero si te empeñas en continuar con el papel de troglodita,también puedo pedirle a mi hermano que te acompañe a la salida.

William miró de reojo a Shane. El chico se encogió de hombros y sonrió amodo de disculpa. Lo sacaría de patitas a la calle sin dudar, y Adrien parecíadispuesto a colaborar.

—Will —susurró Kate—. No va a pasarme nada. Estaré ahí mismo, ¿vale?Él pareció meditar las opciones. Finalmente la dejó en el suelo y, antes de que

pudiera moverse, la cogió por el rostro y la besó con fuerza.—Todo va a ir bien —dijo con la frente apoy ada en la de ella.—Eso y a lo sé.Kate siguió a Key la. Entraron en una habitación blanca donde había una

mesa con monitores junto a una pared con un cristal, a través del que se veía otrasala con una máquina enorme que parecía salida de un proy ecto de la NASA.Llamaron a la puerta y entró una enfermera, seguida de la doctora Weatherly.Kate supo que se trataba de ella sin necesidad de ver la placa identificativa. Olíaa licántropo.

—Kate, esta es la doctora Weatherly —se apresuró a presentar Key la.—Es un placer, doctora —dijo Kate tendiéndole la mano.—Llámame Andrea, por favor. Y el placer es mío. ¿Preparada? —preguntó

con una enorme sonrisa.Kate asintió y llenó sus pulmones con una bocanada de aire que le colmó el

olfato con un fuerte olor a desinfectante y … a algo más que no supo identificar,pero que le hizo sentirse mal, mareada.

—Estupendo —rió la doctora. Se giró hacia la enfermera—. Por favor,acompáñela para que pueda cambiarse; y después puede dejarnos. Yo meocuparé del resto.

La enfermera sonrió y empujó la puerta que conducía a la sala que se veía através del cristal.

—Sígueme, por favor.Kate hizo lo que le pedía. Penetró en aquella sala fría y miró con atención, y

un poco de cautela, aquel tubo futurista. La enfermera desapareció tras unacortina. Un segundo después le entregaba una bata de color blanco con toposazules.

—Puedes cambiarte tras la cortina —le dijo a Kate; y añadió al ver que

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parecía preocupada—: Eso es un tomógrafo. Te tumbarás en la camilla mientrasse introduce en el hueco. Hará unos ruidos un poco raros, pero no debespreocuparte. Tú no te muevas, relájate y cierra los ojos, verás cómo la doctoratermina en un suspiro.

—Gracias —susurró Kate. Le dedicó a la enfermera una tímida sonrisa—.Los espacios cerrados me producen claustrofobia. No puedo evitar ponermenerviosa.

La enfermera ladeó la cabeza y la miró con atención. Tenía el pelo corto yrubio, y unos ojos azules que desprendían una inusitada calidez. Alargó la mano yacarició la mejilla de Kate. Para sorpresa de la vampira, aquellos dedos estabanincreíblemente calientes.

—Oh, cielo. No tienes que ponerte nerviosa —dijo con exagerada emoción.La expresión de su cara cambió mientras bajaba el tono de voz—, jamáspermitiríamos que te pasara nada malo.

Kate dio un paso atrás. Durante una décima de segundo le pareció ver queaquellos ojos azules perdían su color tras un velo negro que los cubrió porcompleto. La enfermera se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Kate reaccionó.

—Disculpe —dijo. La enfermera se giró con una sonrisa tirando de sus labios,y Kate no vio nada raro en sus ojos. Quizá solo lo había imaginado, se le dabamuy bien ponerse paranoica con cualquier cosa—. No es nada. Perdone.

Kate se desvistió y se puso la bata. Un minuto después, Key la la ayudaba atumbarse en la camilla. Se quedó completamente quieta, tal y como le habíaexplicado su amiga. Cerró los ojos y trató de relajarse. Los zumbidos que lamáquina emitía eran fuertes y molestos. Intentó pensar en algo agradable, perolograrlo se convirtió en una misión imposible. Su mente se empeñaba en vagarpor aguas oscuras que la engullían asfixiándola.

De repente, el sonido se detuvo y una mano en su brazo le indicó que y ahabían terminado. Se puso de pie y se dirigió a la cortina para volver a vestirse.

—Kate —dijo la doctora desde la otra sala a través de un intercomunicador—. No te quites la bata, me gustaría hacerte otra prueba. Key la, quiero hacerleuna ecografía, ¿podrías prepararlo todo?

—¿Una ecografía? —repitió Kate—. ¿Ha visto algo?—No estoy muy segura, por eso quiero cerciorarme. —Miró a Kate—. No te

preocupes, no será nada.Kate sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. No le gustaba la

expresión de la doctora, parecía preocupada, incluso confusa. Y la cara deKey la, al oír las palabras de Andrea, terminó de convencerla de que algoocurría. Se le hizo un nudo en la garganta y le temblaron los labios.

—Ahí, ¿lo ves? —preguntó la doctora.Key la miró con atención la pantalla del monitor. Ladeó la cabeza, primero

hacia la izquierda, después repitió el gesto hacia la derecha. Entornó los ojos y se

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acercó un poco a la imagen.—Se mueve —susurró.—Yo diría que es como un latido. Se expande y se retrae de forma rítmica —

comentó Andrea Weatherly.—¿Qué ocurre? —preguntó Kate cada vez más preocupada.—No lo sé —respondió Key la—. Puede que sea normal en vosotros. Iré a

buscar a William, quizá él sepa algo.Kate pudo oír el sonido de las botas de William pisando con fuerza el pasillo.

Segundos después, él entraba en la habitación casi a la carrera. Miró a Katedirectamente a los ojos y después a la doctora.

—¿Qué ocurre? —preguntó.—No estoy segura —contestó Andrea. Señaló un punto en la pantalla—. ¿Ves

esa mancha blanca, tras el corazón, cerca del esternón?William estudió la imagen y asintió con la cabeza. Frunció el ceño hasta que

sus cejas formaron una sola línea.—¿Es posible que tú tengas algo parecido? No sé, quizá sea algo natural en los

vampiros —continuó Andrea.William casi no escuchaba a la doctora. No podía apartar la vista de la

extraña mancha. Tras el corazón de Kate había una masa luminosa quepalpitaba, creando el efecto de que era su corazón el que latía. El órgano seexpandía a su ritmo y con la misma intensidad. De repente, el tamaño comenzó aaumentar con cada palpitación y Kate volvió a notar aquella presión angustiosaen el pecho.

—¿Qué es eso? —preguntó William, respondiendo así a la doctora.—No lo sé. Es imposible ver algo más con los medios que tenemos —empezó

a explicar Andrea—. Se le podría hacer una pequeña intervención y observarloin situ. Es algo complicado, porque con la capacidad de regeneración empezaríaa sanar antes de que pudiéramos completar la incisión. Por lo que tendríamos quedebilitarla lo suficiente como para ralentizar el proceso de curación y…

William empezó a negar con la cabeza antes de que ella terminara la frase.—No voy a dejar que la toques, y mucho menos que la drenes. De eso nada,

olvídalo, es peligroso para ella. Tiene que haber otra forma de saber qué es eso.—Quiero verlo —pidió Kate con voz temblorosa.No quería asustarse. Quizá estaban exagerando y no era nada. O quizá sí lo

fuese, porque aquella cosa se movía dentro de ella como si quisiera salir. Una delas imágenes de la película Alien, el octavo pasajero, acudió a su mente como unmal augurio. El miedo empezó a dominarla.

—Claro —dijo Key la al darse cuenta de que la estaban ignorando. Giró elmonitor para que pudiera verlo—. Es esto de aquí. ¿Lo ves? ¿Ves cómo late?

Kate asintió. Dentro de su pecho había una tenue luz que se movía, y parecíauna…

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—Es una mariposa —se le quebró la voz; y el fogonazo de un recuerdo ocultoque no supo identificar se coló en su mente.

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—Voy a hacerlo, Will. Dejaré que Andrea me haga esa intervención —dijoKate en voz alta. Sentada en el sofá del salón se abrazaba las rodillas—. Sea loque sea esto que llevo dentro, quiero que me lo saquen.

William regresó de la cocina con un vaso de sangre templada y se lo entregó.Se sentó a su lado y suspiró.

—No creo que sea buena idea. No sabemos qué es, ni cuánto lleva ahí. Puedaque sea una anomalía genética y que nacieras con ella. O que la haya provocadotu transformación… —La miró a los ojos sin disimular lo mucho que lopreocupaba aquel tema—. Ten en cuenta que si Adrien y y o somos únicos ennuestra especie, tú también lo eres.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella mientras bebía pequeños sorbos.—Que no te mordió un vampiro normal, sino un híbrido que es mitad ángel; y

te alimentas de mí, otro híbrido. Puede que esa mancha sea una consecuencia,una marca de lo que eres. ¿Quién nos asegura que al tocarla no podamosmatarte? Quizá sea tu centro vital, no sé. Los humanos tienen aura, puede que esosea una especie de halo también. —Se pasó los dedos por el pelo y lo alborotócon un suspiro—. No estoy dispuesto a correr el riesgo, Kate. Es tu vida la queestá en juego y me importa demasiado.

—Tú lo has dicho, es mi vida. Tengo derecho a decidir.—Lo sé… —Hizo una pausa. Le costaba decir aquello—. Temo que Lucifer,

Marak o como demonios se llame, te haya hecho algo, algo malo, para poderchantajearme a cambio de algún… favor. Esa táctica y a le funcionó a Mefistohace unos meses. No haré nada sin estar seguro.

Kate se quedó en silencio, contemplando un anuncio en la tele sin sonido.Dejó el vaso sobre la mesa y con manos temblorosas se recogió la melena enuna coleta. Estaba muy preocupada. No tener la menor idea de lo que le pasabaera una tortura, y las suposiciones de William lo eran todo menos alentadoras. Sile habían hecho algo para conseguir que él accediera a cualquier cosa que lepidieran, ella estaba segura de que lo haría sin dudar. No podía permitirlo, por esodebían adelantarse y saber qué terreno estaban pisando.

—Vale, puede que tengas razón —admitió Kate sin mucha convicción—.Pero necesito que me ayudes a averiguar qué es esta cosa que llevo dentro.

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Porque… porque… —no sabía qué decir. Estaba asustada—. No me gusta cómome siento, es como si me estuviera absorbiendo la energía.

William le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia su pecho. Laapretó con fuerza y la besó en el pelo. Su piel volvía a estar caliente y una finapelícula de sudor se le extendía por el cuello hacia la espalda. Era como si suvampirismo se estuviera revirtiendo y comenzara a ser humana de nuevo. ¡Unalocura!, pero rezaba para que se tratara de eso, ojalá lo fuera.

—Lo haremos, te lo prometo. Ahora pensemos en otra cosa, ¿vale?Distraigámonos un poco, ambos lo necesitamos —sugirió él, dedicándole unasonrisa divertida. Le dio un golpecito en la nariz.

Ella sonrió. Le era imposible no hacerlo cuando se convertía en el hombremás encantador del mundo. Se acurrucó contra su pecho, mientras él apuntabacon el mando al televisor y seleccionaba una película. Se estaba convirtiendo enun adicto a las cintas de superhéroes y a los cacahuetes bañados en chocolate; ya ella le encantaba hacer cosas tan normales como esa.

—Así que Adrien y tú habláis sobre mí —dijo Kate.William se puso un poco tenso.—¿Te ha dicho que hablamos sobre ti?Ella deslizó la palma de su mano por el estómago de él y sacudió la cabeza

contra su camiseta.—No. Pero estoy segura de que lo hacéis; y no solo habláis de mí, también de

otras muchas cosas —aseguró convencida—. Parece que os habéis hechoamigos.

—Yo diría que « amigos» es exagerar un poco —respondió él.—Es posible que hace unas semanas sí. Ahora lo sois. ¡Venga, admítelo, te

cae bien! —William no contestó, pero un brillo de diversión destelló en sus ojos—. Pues tú a él sí, me lo dijo.

—Así que Adrien y tú habláis sobre mí —replicó William con tono pícaro.Kate sonrió y se apoyó en su pecho con las manos para incorporarse un poco.—Me dijo que tú eres la única identidad que tiene, lo más parecido a unas

raíces, y que no pensaba traicionarte ni siquiera conmigo. Creo que para él eresmucho más que un amigo. Contigo ha dejado de sentirse solo y diferente.

William se quedó mirándola. Le recogió un mechón de pelo tras la oreja,mientras pensaba en el híbrido. En cierto modo él se sentía igual respecto aAdrien. Saber que eran iguales en sus orígenes, que no era el único de unaespecie que no debería existir, suponía cierto alivio. Encogió un hombro condesgana y se acomodó con pereza contra el respaldo del sofá, contemplando denuevo la pantalla iluminada por los créditos iniciales.

—Puede que empiece a caerme bien —dijo como si nada.Kate apretó los labios para no soltar una risita.—Solo bien —terció ella—. Ya, por eso lo llevas contigo a todas partes,

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incluso hoy al hospital. Confías en él. Yo diría que eso es algo más que caertebien.

Volvió a acomodarse sobre el pecho de William y se abrazó a su estómagocomo si fuera una almohada, dura pero confortable, y que olía de maravilla.

—Creo que le gusta Sarah —dijo ella al cabo de unos segundos.William le pasó los dedos por el pelo.—¿En serio? —preguntó sorprendido. Kate dijo que sí con la cabeza. William

soltó una carcajada—. ¡Vaya, quién lo iba a imaginar! El destino juega a vecesestas pasadas.

—¿Por qué dices eso?—Hace dos meses se enfadó conmigo porque no lo dejé que le rebanara el

cuello a la chica, y ahora… Creo que me debe una disculpa.Kate le dio una palmada en el estómago.—¡Oh, por Dios, no se te ocurra mortificarlo con eso! Prométeme que lo

dejarás en paz.Una enorme sonrisa se extendió por la cara de William. Cruzo los dedos sin

ningún disimulo.—Lo prometo —dijo en tono solemne.Empezaron a ver la película en un cómodo silencio. Al cabo de un rato, Kate

dejó de prestar atención y se dedicó a contemplar a William. Parecía un niñopequeño, con los ojos muy abiertos para no perderse ni un detalle de cómoLobezno volvía a enfrentarse por tercera vez a Magneto. No había rastro delhombre despótico, frío y malhumorado de las últimas semanas. Parecía el desiempre, dulce y atento, cariñoso y preocupado hasta sacarla de quicio con suactitud sobreprotectora; pero no cambiaría absolutamente nada. Ya no. Él seestaba esforzando, respetaba su espacio y sus decisiones y ella se lo agradecíacon toda su alma. Su relación volvía a ser como al principio, mejor incluso. Laúltima semana había borrado todos los sinsabores y los malos momentos, como siestos nunca hubieran existido.

Aunque Kate era muy consciente de que había cosas en William que aún lohacían sufrir. Su naturaleza oscura pulsaba en su interior sin descanso. Luchaba atodas horas contra el deseo de dejarse llevar por sus instintos. No era capaz deestar cerca de un humano, no confiaba en sí mismo en ese sentido. Sus deseosirracionales continuaban tentando a su férrea voluntad; y cuando no le quedabamás remedio que mezclarse con ellos, siempre lo hacía con Shane y Adriencomo muro de contención. Los únicos capaces de reducirle si llegaba elmomento. Por eso los llevaba a todas partes con él.

Ahora estaba relajado, demasiado relajado para los peligros que aún losacechaban y la incertidumbre sobre lo que podría ocurrir con los ángeles. Kateno podía dejar de pensar en ellos, ni tampoco en Marak; así que, la calma deWilliam era un bálsamo de tranquilidad para ella.

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O quizá no estaba tan relajado como parecía.Se oyó un ruido en el exterior, apenas perceptible y que podría haber pasado

por el susurro de las hojas mecidas por la brisa nocturna. Kate iba a mencionarlocuando se dio cuenta de que William tenía un par de dagas sobre el muslo y quede su costado sacaba muy despacio un arma cargada con balas con el interior deplata líquida. Levantó los ojos hacia su rostro, pero él continuó viendo la películacomo si no pasara nada. Su cuerpo era lo único que delataba su tensión, rígidocomo una barra de acero. De repente, suspiró y se relajó por completo.

La puerta corredera de la cocina sonó con un clic y a continuación se abrió.Se oy eron pasos y después cómo alguien abría un armario y el sonido de unabolsa de plástico.

—¿No te han enseñado a llamar? —preguntó William alzando la voz.—Sabías que me acercaba antes de poner un pie en tu jardín —respondió

Adrien con una risita. Apareció en el salón con una bolsa de palomitas—. ¿Paraqué iba a llamar?

Saludó a Kate con una sonrisa y se dejó caer en el sofá. Puso las piernassobre la mesa y empezó a comer.

—Podría estar desnudo. Es mi casa, no te he invitado, no has llamado antes devenir; y podría apetecerme estar en bolas —le hizo notar William con unamirada poco amistosa.

Adrien le dedicó una mueca burlona.—No debes preocuparte. —Alzó las cejas con un gesto elocuente—. No eres

mi tipo. Me gustan más listos.A Kate se le escapó una risotada, que disimuló sin mucho éxito con una mano

en la boca. William, lejos de enfadarse, también se echó a reír mientras sacudíala cabeza.

—¡Me encanta esta película! —exclamó Adrien. El mando a distancia escapóde entre los dedos de William y fue a parar a su mano. Subió el volumen hastaque casi resultó molesto—. Aunque la primera es mucho mejor.

—¿Esta visita es por algo, o simplemente te apetecía desvalijarme la cocina yfastidiarme la noche? —le espetó William.

Adrien entornó los ojos, ofendido. Iba a replicar cuando su oído captó elsonido de dos vehículos aproximándose a toda velocidad.

—¿Esperas visita? —preguntó.William se enderezó, cauteloso. De repente su cara se iluminó. ¡Dios, lo había

olvidado por completo!—Es Cy rus, esta noche regresa a Europa. Lo olvidé, no sé dónde tengo la

cabeza —respondió mientras se ponía de pie.Kate aprovechó que William iba a estar ocupado un buen rato, para subir y

darse un baño. Sentía la piel pegajosa y caliente, y aún tenía en el pecho restosdel gel que habían usado para hacerle la ecografía. Entró en su dormitorio y se

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asomó a la ventana. William y Adrien conversaban con Cy rus y Stephen junto aun par de vehículos aparcados en el lateral. Con ellos había otros dos vampirosque, por sus ropas y aspecto, supo que eran parte de los nuevos guerrerosreclutados por William. Mako también estaba allí.

Su primera reacción fue un terrible sentimiento de ira; la segunda, llenar lospulmones de aire y tranquilizarse. De momento, la vampira era alguien a quiendebería soportar, y tenía que hacerse a la idea. Además, no existían motivos porlos que tuviera que preocuparse, William era suyo y de nadie más.

Entró al baño, abrió el grifo del agua fría y, mientras la bañera se llenaba,reflexionó sobre qué podía estar pasándole a su cuerpo. Tenía miedo de queaquella mancha en su pecho fuese algo malo. Los vampiros no podían enfermarpor las mismas enfermedades que acosaban a los mortales, pero… ¿y si setrataba de otra cosa? ¿Y si… la suposición de William era cierta? Apartó la idea,empujándola al rincón más apartado de su mente. Estaba agotada y necesitabadescansar, desconectar de todo y no pensar en nada. Se metió con cuidado en labañera. Cerró los ojos y dejó que su cuerpo resbalara hasta sumergir la cabezapor completo en el agua fría; un alivio para la temperatura de su piel.

Pataleó con todas sus fuerzas. El agua la arrastraba, golpeándola contra las rocas.Algo afilado le arañó la pierna. Giraba y se hundía en un remolino de agua fría yoscura. No podía respirar, notaba fuego en los pulmones y su cabeza palpitaba apunto de estallar. Poco a poco dejó de sentir dolor, y solo quedó el frío seco ygélido que le entumecía la piel. El agua y la oscuridad habían desaparecido, ytodo a su alrededor era blanco. No había líneas ni formas que evidenciaran dóndese encontraba. No había un arriba o abajo; un suelo o un cielo; no había paredesni un horizonte. Solo blanco por todas partes.

Notaba la tez tirante. Tratando de controlar el tembleque que le recorría elcuerpo, alzó una mano de dedos temblorosos para palparse la mejilla. Descubrióque tenía el rostro cubierto de una fina lámina de hielo y que su pelo estabacongelado. Abrió la boca y su aliento se transformó en una nube. Entornó los ojosy miró con atención; una sombra estaba tomando forma, haciéndose más nítidaconforme se acercaba. Una mano le acarició el pelo, calentándola. Se deslizó porsu brazo hasta su mano y ella la agarró con sus dedos, que apenas teníansensibilidad…

Kate dio un respingo, agitando piernas y brazos como si estuviera descendiendoen caída libre, buscando dónde asirse para no estrellarse contra el suelo. Susmanos aferraron con fuerza el borde de la bañera y logró enderezarse. Jadeómientras escupía todo el agua que había tragado. Miró a su alrededor, tratando de

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recordar dónde se encontraba. Había vuelto a desvanecerse.Se llevó una mano a la garganta sin poder dejar de toser. Sintió que algo

explotaba tras sus retinas y un sabor conocido inundó su boca. Se palpó la cara ycomprobó, para su propio horror, que volvía a sangrar. Se lavó la cara y salió dela bañera. Se envolvió en una toalla y se acercó al espejo. Pasó otra toalla por lasuperficie y contempló su reflejo en el cristal. Parecía un fantasma con los ojoshundidos y la piel seca y blanca como el papel.

« Me estoy muriendo» , pensó.Se desenredó el pelo con fuertes tirones y se vistió a toda prisa. No tenía ni

idea de cuánto tiempo había pasado en la bañera, pero, para su sorpresa, cuandomiró el reloj que tenía sobre la mesita, comprobó que solo habían pasado quinceminutos. Quince minutos que se le habían antojado un mes.

Se asomó a la ventana. La reunión continuaba bajo un cielo cubierto deestrellas. William se giró y miró hacia arriba, como si supiera que Kate estabaallí. Una sonrisa le iluminó la cara al descubrirla y ella se encontró alzando elbrazo con un tímido saludo. Apoy ó la palma de la mano en el cristal que losseparaba, sintiéndolo como si en realidad fuera un muro de acero de un metro degrosor, y no una fina capa vidrio.

Bajó la escalera y se dirigió a la cocina. Nada más cruzar la puerta seencontró con Mako lavándose las manos en la pila. No pudo evitar encendersecomo leña empapada en gasolina. Aquella casa había dejado de ser uncampamento para guerreros vampiros y volvía a ser su hogar. Ella no teníaningún derecho a estar allí. No era bienvenida. Mako cerró el grifo y la mirómientras se secaba las manos con un paño. Junto a ella había un vaso con restosde sangre. ¡Vaya, si hasta se había servido un tentempié!

—No tienes buen aspecto —le dijo Mako con un tonito engreído, acompañadode una sonrisa despectiva y suficiente. Se estaba comportando como si la molestaintrusa fuera Kate.

—¡Fuera! —dijo Kate con los brazos colgando rígidos a ambos lados delcuerpo.

—¿Qué?Kate acortó la distancia que las separaba, mirándola fijamente a los ojos. Su

cara se transformó con una expresión maliciosa que hizo que Mako diera un pasoatrás. Allí estaba otra vez, ese lado oscuro que había aflorado la noche del ataquenefilim.

—He dicho… ¡fuera! Quiero que salgas inmediatamente de mi casa y que novuelvas a poner un pie dentro a no ser que yo te lo permita. Pero te aseguro queeso no sucederá jamás —le espetó.

De nuevo su pecho volvió a agitarse, la sensación de revoloteo regresó y notócómo se expandía hinchando su corazón como un globo. Esta vez no le resultódoloroso, sino extrañamente placentero.

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Mako levantó un dedo.—Tú no eres…—¡Cierra la boca, no te permito que me hables! —gruñó Kate. Sin saber

cómo, en su mano apareció un cuchillo de cocina que normalmente estaba en untaco de madera sobre la encimera—. Esta es mi casa y tú no eres bienvenida.

Los ojos de Mako volaron hasta el arma y se puso tensa. Por primera vez sesintió intimidada por ella. Desprendía un aura que le ponía los pelos de punta yque le susurraba que tuviera cuidado.

—William… —empezó a decir la guerrera.Kate soltó una risita fría y cínica.—William te enviaría a Groenlandia a vigilar tu propia sombra si yo se lo

pidiera —bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Dame un solo motivo y loharé. —Sonrió y dio media vuelta. Abrió la nevera y sacó una bolsa de sangre—.¿Es cosa mía o sigues aquí?

Mako giró sobre sus talones y salió de la casa dejando tras de sí una estela derabia contenida. Se sentía humillada y… vencida en su propio juego. La odiaba,odiaba a Kate con toda su alma inmortal. La odiaba porque poseía cuanto ellaquería; y porque sabía que cada palabra que había dicho era cierta. Williamharía cualquier cosa que ella le pidiera. La amaba de verdad y no la dejaría pornada ni por nadie.

Kate se apoy ó en la encimera. Dejó el cuchillo y lo empujó lejos de ella,hizo lo mismo con la sangre, y se sujetó con fuerza al borde. Temblaba de arribaabajo, aunque se sentía bien por lo que acababa de hacer. Mako había forzadoaquella situación, sacando de ella sus peores instintos. Había tenido que apelar asu conciencia para no destriparla allí mismo.

Necesitaba sentarse y descansar. Una risita divertida sonó en su mente,aturdiéndola. Se llevó las manos a las sienes y las presionó con fuerza.

« Sal de mi cabeza» , pensó con rabia.Prestó atención a los sonidos del jardín. William continuaba hablando con

Cy rus. Por lo visto, en un mes comenzarían las obras de un nuevo edificio enBoston, que acogería las primeras oficinas de la Fundación Crain. Una sedeidéntica a la que tenían en Inglaterra. Una sociedad fantasma que invertía dineroen la investigación hematológica y genética; en realidad se dedicaban a comprarsangre en el mercado negro para abastecer a los vampiros. William estabadispuesto a llevar las cosas del clan del mismo modo que su padre en Europa. Lafórmula funcionaba y él lograría lo mismo en su nuevo hogar.

Cy rus entró un segundo para despedirse. Kate le dio un fuerte abrazo y lesonrió como si ningún problema la atormentara. Se encaminó al salón conpiernas temblorosas, mientras oía el sonido de los coches alejándose por elcamino. Las primeras luces del amanecer coloreaban el cielo y la tenuepenumbra del interior.

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Notó un escalofrío, seguido de una vibración en el ambiente. Su cuerpo sepuso tenso de inmediato. Algo raro le pasaba al aire. De repente la casa cruj ió,los cristales temblaron, y un intenso olor a electricidad le colmó el olfato. Seiscuerpos tomaron forma frente a ella. Una pared de músculos, rostros hermosos ymiradas que la aplastaban; y … alas. Las paredes se inclinaron un poco a medidaque el pánico le taladraba el pecho.

—¡Will! —gritó con todas sus fuerzas a la vez que agarraba el atizador de lachimenea y lo esgrimía como un bate de béisbol.

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30

Adrien y William se giraron hacia la casa, un segundo antes de que el grito deKate restallara como un látigo en sus oídos. Lo habían sentido en la piel, en cadacélula del cuerpo. Una energía que los atraía como un imán a una pieza dehierro. Se lanzaron hacia la escalera y penetraron en la casa.

Durante un instante, se quedaron inmóviles contemplando a los seisarcángeles que había en el salón. La imagen parecía sacada de un…, ni idea,nunca habían visto nada igual. Kate les plantaba cara con un atizador y la miradaencendida. Aquello los impactó aún más. Sabían que era valiente, pero no taninconsciente como para enfrentarse a los seres más poderosos del mundo ellasola.

Miguel movió una mano y el atizador se deshizo en una cascada de polvo, queacabó en un montoncito en el suelo.

—Eso no es necesario —dijo con tranquilidad. Ladeó la cabeza y miró aWilliam y a Adrien—. ¿Son ellos?

—Ellos son —confirmó Gabriel. Vestía de negro al igual que sus hermanos.Miguel los contempló. Evaluándolos. Se detuvo en William.—Te pareces a ella. Aunque no has heredado sus ojos.—¿Quién eres? —preguntó William con un tono poco amistoso.Rafael dio un paso adelante y su larga melena castaña se agitó con vida

propia.—Habla con respeto, abominación —le espetó con un atisbo de cólera en la

mirada.—¿He dicho alguna vez que no me gusta que me insulten? —intervino Adrien.

Una sonrisita mordaz le curvaba los labios mientras le daba vueltas a una daga enla palma de la mano. Giraba como una peonza, destellando bajo la luz.

Rafael gruñó y alzó una mano en la que se formó una esfera de energía.Miguel lo detuvo con un gesto.—No hay duda de quién es tu padre —dijo el arcángel—. Compartes con él

algo más que el aspecto, tenéis el mismo carácter. Bastante molesto, por cierto.Adrien apretó los dientes. Ese tipo de comparaciones provocaba que hiciera

estupideces, como lanzarse contra aquel cretino y arrancarle la lengua. Williamdebió adivinar sus intenciones, porque le pidió a través del vínculo que

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compartían que no hiciera ninguna tontería. No tenían posibilidad de medirse conellos.

—Mi nombre es Miguel —informó, respondiendo así a la pregunta deWilliam—. Y ellos son mis hermanos: Gabriel, Rafael, Amatiel, Nathaniel yMeriel.

—¿Y qué queréis? —preguntó Adrien.—Buscamos a Lucifer —respondió Miguel.William se encogió de hombros, fingiendo una indiferencia que no sentía.

Que los arcángeles estuvieran allí no era bueno, nada bueno. Una prueba más deque algo muy grande estaba pasando; y su instinto le decía que todo tenía que vercon la profecía. Su mente trabajaba a toda prisa buscando salidas. Los arcángelesno debían averiguar nada sobre Salma; y, menos aún, sobre la posible conexiónque unía a Kate con Lucifer.

—Pues habéis venido al sitio equivocado. No está aquí. Hace días que novemos su estúpida sonrisa —respondió Adrien.

—¡Entonces, es cierto, está aquí entre los humanos! —fue Nathaniel el quehabló esta vez.

William asintió sin dejar de observar a Gabriel, el arcángel no apartaba susojos de Kate. La estudiaba como si fuera un espécimen al que estuvieradiseccionando. No le gustaba ese repentino interés; aunque recordaba que ella yahabía llamado su atención meses atrás, cuando la conoció junto al arroyo.

—Dices que lo habéis visto —terció Miguel.—Sí, lleva un tiempo por aquí. Se pasó a saludar, trajo tarta de manzana…,

ya sabes, esas cosas que suelen hacer los nuevos vecinos —bromeó Adrien—.Pero hace una semana que no lo vemos.

Miguel sacudió la cabeza, pensando.—¿Sabéis el motivo que lo trajo hasta aquí? ¿Os pidió algo, os dijo algo? —

Cada palabra que pronunciaba, por muy tranquila que fuese dicha, sonaba comouna amenaza.

—No —respondió Adrien—. Comentó algo sobre la genética familiar. Pareceque coincide contigo en lo mucho que comparto con mi padre. —Sonrió, dejandoa la vista sus colmillos—. Yo creo que no nos parecemos en nada.

Miguel le sostuvo la mirada durante unos eternos segundos.—¿Insinúas que vino hasta vuestra casa para darse la vuelta y marcharse sin

más? Mentir es pecado —dijo con un suspiro.—No está mintiendo —intervino Kate. Lo miraba como si estuviera dispuesta

a arrancarle los brazos si intentaba algo contra alguno de ellos—. No nos dijonada ni nos pidió nada. Vino a ayudarnos.

—¿A ayudaros? —preguntó Meriel con un tono a medio camino entre eldesdén y la sorpresa.

—Un grupo de nefilim nos atacó. Eran demasiados y nos habrían ejecutado si

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él no hubiera intervenido —explicó Adrien, atray endo de nuevo la atención sobreél. Se movió de forma que Kate quedó unos pasos por detrás, entre William y él.

Miguel y Gabriel cruzaron una mirada elocuente. Por el tiempo que pasaronen silencio, sin apartar la vista el uno del otro, William sospechó que se estabancomunicando del mismo modo que Adrien y él utilizaban. Su instinto le dijo queaquel medio era seguro y que solo involucraba al emisor y al receptor al que ibadirigido el mensaje.

« Si la situación se complica…» , dijo William.« Sacar a Kate de aquí es la prioridad, lo sé» , terminó de decir Adrien.—Así que vino a protegeros —musitó Miguel para sí mismo. Su mirada

plateada se clavó en William con una intensidad que resultaba incómoda—. ¿Y ati te dijo algo?

—No —respondió William sin perder de vista a Gabriel. El arcángel solotenía ojos para Kate—. Yo ni siquiera estaba aquí, me encontraba a miles dekilómetros.

—Miente —masculló Nathaniel con desprecio.—¿Y por qué iba a mentir? —preguntó William, levantando la barbilla con un

gesto desafiante.—Ayudáis al bando equivocado —lo reprendió Rafael.—Para mí no hay bandos salvo el mío; y ni Lucifer ni vosotros estáis en él —

escupió William.—Eso simplifica nuestra presencia aquí —replicó Rafael. Una espada

apareció en su mano mientras daba un paso hacia William.—Ni se te ocurra acercarte a él —gruñó Kate con los puños apretados.William giró la cabeza hacia ella sin poder creer que hubiera dicho aquello.

Una parte de él se sintió orgulloso de que se lanzara a defenderlo de ese modo;otra se estremecía de miedo porque hubiera tenido el valor de amenazar alarcángel. « No los provoques e intenta salir de aquí» , coló el pensamiento en sumente con demasiada desesperación, y ella no estaba preparada.

Kate dio un respingo y se llevó la mano a la cabeza. Su pecho comenzó apalpitar con fuerza y la temperatura de su cuerpo a subir.

—¿Lo notas? —preguntó Gabriel, que hasta entonces había permanecido ensilencio.

—Sí —respondió Miguel.—Proviene de ella.Gabriel hizo el intento de acercarse a Kate. William y Adrien se movieron

como perfectas máquinas sincronizadas, interponiéndose como un muro entreellos.

—Déjala en paz —gruñó William.Gabriel clavó sus ojos en él, fríos e inhumanos, desprovistos de cualquier

emoción salvo ira.

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—¿De verdad quieres un enfrentamiento entre nosotros? Seis hijos de Dioscontra dos abominaciones como vosotros. Podría reducirte a cenizas ahoramismo —soltó con desdén, esforzándose por mantener el control sobre sí mismoy no convertirlo en ascuas.

William acercó su rostro al de él.—No-te-acerques-a-ella —remarcó cada palabra sin parpadear.Su cuerpo se iluminó con un leve resplandor, y sus iris se transformaron

adoptando el mismo aspecto que el de los arcángeles. Sintió el poder de Gabrielgolpeándolo, rodeándolo. Bloqueó cada intento sin apenas esfuerzo.

El ángel dejó de intentarlo, sorprendido a la par que molesto. El híbrido sehabía hecho mucho más fuerte que la última vez que midieron sus fuerzas.

—No quiero hacerle daño.—No confío en ti —dijo William.—Desprende una energía extraña. Necesito saber qué es.—No —replicó William categórico.—Esa fuerza que desprende no es suy a y la está consumiendo. ¿Y si resulta

que puedo ayudarla?—Y a qué precio sería eso —gruñó William desde lo más profundo de su

garganta. No se fiaba de él ni de nadie; a veces, ni de sí mismo.—Depende de lo que encuentre —respondió Gabriel con su habitual tonito

engreído.Kate no aguantó callada por más tiempo. Al fin y al cabo, era de ella de

quien estaban hablando.—¿Qué tendrías que hacer para saber qué me ocurre? —preguntó.Gabriel la miró de arriba abajo.—Tocarte. Posaré mis manos en tu cabeza y escucharé, nada más.—Kate, no lo hagas —dijo William.—Tengo que saberlo —suplicó con un susurro.—Puedo averiguar qué es —indicó Gabriel.Kate le sostuvo la mirada, vacilante, con los puños apretados para disimular el

temblor de sus manos. En su mente, William no dejaba de gritarle que no lohiciera. Le pedía que saliera de allí a toda prisa y que no dejara de correr. PeroKate no podía hacerlo, sabía que algo no estaba bien dentro de ella y necesitabasaber qué era y si había alguna posibilidad de sacárselo.

—Está bien —aceptó al fin.—Si le haces daño, me haré una almohada de plumas con tus alas —le

susurró Adrien cuando pasó por su lado.Gabriel se paró delante de Kate. Alzó las manos y las posó a ambos lados de

su cabeza. Sus dedos lanzaban pequeñas descargas que le electrizaban la piel.Kate cerró los ojos y apretó los párpados con fuerza. Una vez que ella dejó deestar a la defensiva, derribar los muros de su mente fue sencillo. Su voluntad

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penetró en ella como la hoja caliente de un cuchillo lo haría en un trozo demantequilla. Notaba la extraña energía que encerraba su frágil cuerpo, pero nolograba encontrar el origen; de hecho, se había replegado hasta casi desaparecer.

Exploró su mente. Pasó entre sus recuerdos y sus pensamientos con rapidez,descartando lo irrelevante. Volvió a percibir lo que aquel día de verano: su almatenía una marca, la marca que recibían los que regresaban de la muerte, y soloregresaban aquellos que una voluntad divina decidía. No le habían permitidocruzar.

Empezó a ponerse nervioso. « Si quieres esconder algo, déjalo a la vista, asínadie lo verá» , pensó. Aceleró la exploración y retrocedió en la vida de la chica.Se detuvo en un punto oscuro, bloqueado. Intentó penetrar en el agujero, pero unabarrera invisible frenaba todas sus tentativas. Lo intentó con más fuerza. Lavampira gimió entre sus manos y su fuerza vital disminuy ó. Empujó de nuevo,tensando la barrera hasta que notó que esta cedía. Cay ó de golpe dentro delagujero.

Miró hacia arriba, intentando distinguir quién era aquella sombra que le sosteníala mano. Parpadeó varias veces, pero no logró verla con claridad. Una sensaciónde calidez se fue extendiendo por sus miembros y poco a poco dejó de sentir frío.Miró hacia atrás y vio luces de colores iluminando los árboles, y cómo unoshombres sacaban su cuerpo del agua y lo depositaban sobre la hierba. Sintiómiedo, pero la sombra le apretó la mano y su contacto la tranquilizó.

—Ven conmigo —dijo la sombra.Se dejó llevar por ella y se adentraron en la niebla. Caminaron cogidos de la

mano sobre un manto de hierba blanca que su fundía en el horizonte con la bruma.Comenzó a disiparse y entonces los vio: sus padres estaban al otro lado de un ríode aguas también blancas. Tras ellos, un túnel brillante se abrió y una necesidadextraña de cruzar al otro lado se apoderó de ella. Quiso ir con ellos, pero aquelser la sujetó con fuerza mientras negaba con la cabeza.

—Quiero ir allí —lloriqueó como la niña pequeña que era.La sombra se convirtió en un hombre. Se agachó frente a ella y pudo ver su

rostro traslúcido. Era hermoso, con unos ojos oscuros salpicados de plata. Su pelotenía un color indefinido, unos cabellos eran tan rubios que casi parecían blancosy otros tenían el tono de la noche oscura. Su sonrisa era perfecta y tranquilizadora.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó.—Me llamo Kate.—Hola, Kate. Tienes un nombre precioso. ¿Cuántos años tienes?—Casi cuatro —respondió entre hipidos, sin dejar de lanzar miradas al otro

lado del río donde se encontraban sus padres—. Quiero ir con ellos —suplicó,

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temblando de arriba abajo.El hombre sacudió la cabeza y le acarició la mejilla.—Kate, eso no es posible. Debes volver a casa —le dijo. Ella rechazó la idea,

moviendo la cabeza de forma compulsiva—. Confía en mí. Todos acabáis aquíantes o después. Unos cogen un camino y otros… —dejó la frase suspendida en elaire—. Volverás aquí, con ellos, pero otro día, dentro de mucho tiempo. Ahoradebes volver a casa.

—¿Tú vendrás conmigo? Mis papás dicen que no debo ir sola a ninguna parte.—Me encantaría, pero no puedo. —Le guiñó un ojo—. Estoy castigado, mis

hermanos mayores son un poco gruñones y no les gusta que me divierta. ¿Tútienes hermanos mayores?

Kate sacudió la cabeza.—Se llama Jane, y a ella tampoco le gusta que me divierta —confesó con una

leve sonrisa.El hombre se echó a reír y la rodeó con su brazo de forma cariñosa.—Mi dulce niña. Sabía que eras especial, pero no que lo fueras tanto. Eres un

rayo de luz en un mundo que se muere. Cuando supe de ti no quise creerlo, peroaquí estás, y la espera ha merecido la pena. —Le acarició el rostro—. Tienes quevolver.

—No puedo. Quiero quedarme aquí, con mis padres y contigo —insistió,testaruda—. Ahora soy como tú, ¿ves? —Miró su mano traslúcida entre los dedosde él.

—Mi hermosa niña, no puedes permanecer aquí, necesito que regreses.Kate se negó de nuevo con el rostro bañado por unas lágrimas tan etéreas

como su piel.—Regresa a casa, pequeña. Tienes mucho que vivir, amigos que conocer. La

vida es hermosa. Conocerás el amor y otras cosas igual de maravillosas. Además,necesito que me hagas un favor, necesito que cuides de alguien por mí —le dijomientras le mostraba la palma de la mano hacia arriba. De ella brotó unamariposa dorada que agitó sus alas lanzando destellos—. Mírala bien, ¿notas suenergía?

Kate asintió y sonrió al ver cómo el insecto levantaba el vuelo y revoloteaba asu alrededor. Era la cosa más bonita que había visto nunca. Se echó a reír cuandose acercó tanto que le acarició con sus alas de terciopelo la punta de la nariz,haciéndole cosquillas

—¿Lo harás? ¿Cuidarás de ella por mí? —volvió a preguntar él.—Lo haré.Él sonrió de oreja a oreja y la besó en la frente.—Bien, porque solo alguien especial puede cuidar de ella, alguien tan puro

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como para mantenerla a salvo de aquellos que quieren destruirla —le susurró conlos labios acariciando su piel—. Ahora, vuelve.

Con una mano en la espalda la empujó hacia la niebla.—No se ve nada —dijo Kate sin estar muy segura.—El camino está ahí, solo tienes que avanzar.—¿Volveré a verte?—Nos veremos dentro de un tiempo. Te lo prometo —dijo el hombre.

Gabriel rompió el contacto con Kate.Ella, aturdida, abrió los párpados. Su mente aletargada despertaba

lentamente; y de golpe lo recordó todo. Ahora entendía por qué tenía esasensación de familiaridad hacia Marak. Ya se habían visto antes. Una parte deella se agitó con un sentimiento extraño. La noche del accidente en el quemurieron sus padres, ella no solo resultó herida, sino que también perdió la vida;y él se la devolvió y la trajo de vuelta con un único motivo.

De repente, todo cobró sentido. « Y el alma más pura, aquella dos vecesnacida, dos veces marchita, completará el ciclo restituyendo con un sacrificio loque una vez le fue concedido» , pensó en el pasaje de la profecía. Ella habíanacido dos veces: una como humana y otra como vampira. También habíamuerto en dos ocasiones: la noche del accidente y cuando Adrien la convirtió;aquel día murió para renacer como lo que ahora era.

Sus ojos se encontraron con los de Gabriel. No tuvo tiempo de moverse. Unaespada apareció en la mano del arcángel y la descargó sobre ella con un rugidode furia en menos tiempo de lo que dura un latido. La hoja chocó contra uncampo de fuerza invisible y el impacto sonó como una explosión. Aquella corazaetérea que protegía a Kate absorbió el golpe y lo devolvió multiplicado, generóuna onda expansiva que los estrelló a todos contra las paredes y reventó loscristales.

William sintió cómo cruj ían todos sus huesos al impactar contra la pared.Rebotó y cayó al suelo. Sus retinas habían captado toda la secuencia y su cerebrolas procesó sin dar crédito a lo que acababa de ver. Buscó a Kate con el corazónen un puño. Estaba de pie, en medio de la sala, sin un solo rasguño. Al contrarioque la habitación, por la que parecía que acababa de pasearse un tornado.

Sus ojos volaron al otro lado de la sala, Gabriel se estaba poniendo de pie ymiraba a Kate con una mezcla de horror y sorpresa. Crack. El muro quecontenía su violencia se rompió y un poder como jamás había sentido lo llenó porcompleto. Una fría explosión de furia surgió de su interior. La temperatura bajóde golpe al menos veinte grados.

Se lanzó a por el arcángel, con el aire a su alrededor cargado de venganza y

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una promesa de muerte. Se movió tan rápido que ningún ojo pudo seguirlo.Embistió a Gabriel como lo haría un tren de mercancías sin control y atravesaronla pared. Rodaron por la hierba, atizándose. Se empujaron y golpearon, chocandocontra la casa, los árboles y los vehículos aparcados, destrozando todo lo queencontraban a su paso.

Gabriel giró sobre sus talones y golpeó a William en la espalda con el codo.Con un giro feroz, William evitó caer, logró agarrar al arcángel y lo arrojó porlos aires como si fuera un frisbee. Rafael se movió para ay udar a su hermano,pero Miguel lo contuvo con una mano.

—No nos habías dicho que fueran tan fuertes —le recriminó Rafael.—Desconocía su poder —aseguró Miguel, igual de sorprendido. Gabriel era

el más fuerte de todos ellos, junto con él, y el hijo de Aileen lo igualaba en poder.Asombroso al igual que peligroso.

—Se han descontrolado —les hizo notar Meriel—. Hay que pararlos antes deque se maten entre sí.

Miguel apretó los dientes y cerró los ojos un segundo. Una nube negra surgióde la nada y descargó un rayo que se dividió en dos, alcanzando a Gabriel y aWilliam al mismo tiempo. El cruj ido del impacto reverberó en cada rincón deHeaven Falls. Días después, la gente aún hablaría de la explosión que se habíasentido a varios kilómetros a la redonda. Ambos cayeron al suelo de rodillas,envueltos en una nube de vapor. William tuvo que apoyar un puño en la tierrapara sostenerse erguido. Gabriel se sentó sobre los talones sin dejar de mirar aWilliam, aún con ganas de saltarle encima y destrozarlo.

—Basta —dijo Miguel con un tono de voz tan firme y autoritario que nadie seatrevió a rechistar.

Incluso William se contuvo y permaneció donde estaba. Ni siquiera sabía sipodría moverse si lo intentaba. Estaba destrozado, y nunca le había dolido elcuerpo como le dolía en aquel momento.

La nube empezó a descargar una fina llovizna, que los empapó de inmediato,aunque ninguno pareció notarlo. Estaba agotados, llenos de heridas y destilandoun odio profundo por cada poro de su piel. De reojo, William vio a Kate en elhueco de la ventana, estaba perfectamente sana. Aún no podía creerlo, deberíaestar… partida en dos. Pero la espada había rebotado en ella como si su cuerpofuera duro como un diamante.

—Vuelve a intentar algo parecido y te arrancaré la piel de los huesos con mispropias manos —gruñó William mientras se levantaba con esfuerzo. Se irguió porcompleto, sin pasar por alto que se sentía distinto. Algo había cambiado en suinterior. Miró a Gabriel desde arriba—. Y sabes que puedo hacerlo.

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31

Kate volvió a humedecer el paño en agua fría y limpió el corte que William teníaen la mejilla. Continuaba sangrando, al igual que el resto de sus heridas. Sentadosobre la mesa, su aspecto era el de alguien a quien había arrollado un camión dedos ejes. Él no apartaba los ojos de ella, mientras una decena de preguntas sinrespuesta embotaban su cabeza. Sus vidas se estaban convirtiendo en un auténticodesvarío. Todo lo que estaba pasando era de locos. Una pesadilla que no parecíatener fin y que se complicaba más y más cada vez.

—Todo va a salir bien —dijo él en un susurro.—¿Cómo? Ya te he contado lo que he visto cuando Gabriel me ha tocado. Yo

soy el alma pura de la que habla la profecía —y repitió la frase que se habíagrabado a fuego en su cerebro—: Y el alma más pura, aquella dos veces nacida,dos veces marchita, completará el ciclo restituyendo con un sacrificio lo que unavez le fue concedido. Marak me entregó algo aquella noche y está aquí para quese lo devuelva. Cuando lo recupere, la profecía se cumplirá y empezarán a pasarcosas horribles.

—Entonces, ¿por qué no te pidió que le devolvieras esa… cosa, la primera vezque te vio? —preguntó William con tono escéptico—. Quizá te estás precipitandoal sacar conclusiones.

Kate tragó saliva para aflojar el nudo que tenía en la garganta.—No lo sé, pero estoy segura de que ellos lo saben —musitó para que los

arcángeles no la oyeran—. Siguen ahí, hablando, y la forma en la que memiran…

—No dejaré que vuelvan a acercarse a ti. Ahora estoy preparado. Teprometo que nadie va a hacerte daño.

Ella lo miró a los ojos, asustada, y asintió forzando una sonrisa que no sereflejó en sus ojos. William ladeó la cabeza y le devolvió la sonrisa. Kate losujetó por la barbilla y lo obligó a que levantara el rostro para poder limpiarle lasheridas.

—¿De verdad estás bien? —preguntó él. Aún le temblaba el cuerpo. Jamás sehabía sentido tan impotente y asustado como cuando había visto caer la espadasobre Kate. Alzó las manos y la abrazó por las caderas.

—Sí, tranquilo. Pero tú no lo estás —le hizo notar ella—. No dejas de sangrar

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y estos cortes no están sanando.Adrien, que se hallaba junto a la ventana en silencio, se acercó y le echó un

vistazo a su cara.—Tiene razón. Estás débil, necesitas alimentarte —comentó con el ceño

fruncido.Kate corrió a la nevera y sacó una bolsa de sangre.—No —repuso William. Alzó las manos, rechazando el alimento—. No voy a

tomar sangre humana. Saldré de caza.—¿De caza? ¡Si no te mantienes de pie! —exclamó ella—. Necesitas

recuperarte del todo, y eso no lo vas a conseguir con sangre animal.William sacudió la cabeza y el cansancio le encorvó los hombros.—Desde Nueva Orleans no he tomado ni una sola gota. No puedo beber

sangre humana, me incita a pensar en otras cosas. —Se pasó la mano por la caray después por el pelo. Su mirada era fiera cuando alzó la cabeza—. Necesitoconcentrarme todo el tiempo para no caer en la tentación, y esa sangre no meay uda.

Kate dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo.—Ser vampiro es una mierda —dijo desde lo más profundo de su alma—. En

serio, ¿qué ventajas tiene?—Ninguna, ser vampiro es un castigo y una maldición, no un regalo —dijo

Miguel desde la puerta—. Sufrir es vuestro sino.Kate lo fulminó con la mirada. Cogió la muñeca de William y le puso la bolsa

de sangre en la palma de la mano sin apartar la vista del arcángel.—Entonces deberíamos empezar a comportarnos como lo que somos y dejar

de torturarnos. Es evidente que la redención se creó para otros y no paranosotros. ¿No es así? ¿Para qué esforzarse? —preguntó a Miguel. Acunó el rostrode William con una mano y se inclinó para darle un beso en los labios—.Bébetela. Si necesitas más, este pueblo está lleno de gente a la que desangrar. Alfin y al cabo, no importa lo que hagamos. Nada cambiará lo que somos.

William la miró sorprendido por su repentino ataque de rabia. Se moría demiedo cada vez que Kate se comportaba de ese modo, retando y provocando aseres que eran mucho más fuertes que ella y que podrían destruirla con unchasquido de sus dedos. Y al mismo tiempo, se sentía orgulloso de su carácter ysu fortaleza, de que no se dejara dominar por nadie, ni siquiera por él mismo.

Miguel guardó silencio un largo segundo. Después entró en la cocina, llenandocon su presencia la amplia habitación. A simple vista parecía una persona más.Era alto y fornido, con el pelo del color de la miel formando leves ondas que lecubrían las orejas. Vestía un tejano negro y una camisa de lino del mismo colorcon el cuello mao. ¡Madre mía, si hasta iba a la moda! Su rostro y su cuerpo eranlos de una persona joven; eran sus ojos los que mostraban su edad real.

—Necesito hacer algo antes de seguir hablando. —Su mirada se posó en

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Kate. Extendió el brazo, ofreciéndole la mano—. ¿Puedo?William se puso de pie de un salto y la rodeó con su cuerpo.—Déjala en paz —gruñó.—No voy a hacerle daño. Nadie va a hacerle daño. Gabriel y a ha sido

amonestado por su comportamiento.—¡Amonestado! —exclamó Adrien; y añadió con la voz cargada de ironía—:

Eso suena mal de verdad. ¿Le has obligado a escribir cien veces No volveré ahacerlo? Seguro que así aprende la lección.

Miguel resopló, sin esconder su disgusto. Se acercó a la encimera y tomó uncuchillo. Después se giró hacia Kate y volvió a extender la mano hacia ella.

—Tengo la sospecha de que ni siquiera podré rozar tu piel, pero tengo queasegurarme —le dijo—. Lo intentaré en el brazo, nada más.

William soltó una carcajada sin pizca de gracia.—¿Qué parte de « si os acercáis a ella os despellejo» es la que no habéis

entendido tus hermanos y tú?—William —replicó Kate—. Por favor, yo también necesito saber qué pasa.William bajó la mirada hacia ella, aún le temblaban las piernas por el efecto

de la adrenalina. Asintió una sola vez y la soltó. Kate se acercó al arcángel yestiró el brazo hacia él. Miguel lo sostuvo por el codo con una mano y con la otrasujetó el cuchillo. Sin más dilación, dejó caer el filo de la hoja sobre su piel. Elarma chocó con algo a dos centímetros de su destino. Ejerció presión. Nada,imposible herirla.

—Voy a intentar otra cosa, pero necesito que confíes en mí —pidió. Kate dijoque sí con la cabeza—. Bien.

Miguel soltó el brazo de Kate y, con una velocidad increíble, trató de sujetarlapor el cuello con intención de estrangularla. No logró ni siquiera rozarla, susdedos chocaron contra esa pared invisible que la protegía. Abrió y cerró el puñovarias veces, recolocando los huesos en su sitio sin hacer una sola mueca dedolor. Su expresión impasible sacaba a William de quicio. Él, al contrario que elángel, era un caleidoscopio de emociones. No daba crédito a lo que estabaocurriendo. Kate era inmune a cualquier ataque. Eso era bueno, más que bueno;pero, por otro lado, le preocupaba mucho el precio de esa defensa.

—¿Has terminado? —preguntó William con malos modos. Atrajo a Kate denuevo a la protección de sus brazos. Volvía a temblar, asustada, y enterró elrostro en su pecho.

—Deberíamos sentarnos y hablar —sugirió Miguel.—Es lo primero con sentido que oigo en todo el día —soltó Adrien mientras

abandonaba la cocina.Cuando entraron en la sala, comprobaron con asombro que todos los destrozos

habían desaparecido. Nada indicaba que unos minutos antes una explosión de unafuerza desconocida había asolado el mobiliario, las ventanas y había abierto un

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par de agujeros en las paredes. Kate dejó escapar un suspiro entrecortado. Ver sucasa intacta le calentó el pecho y alivió un poco su tristeza. Sin soltar la mano deWilliam, ocupó con él el sofá. Adrien se sentó a su lado, cosa que agradeció.Entre ellos se sentía a salvo y protegida.

Miguel se situó junto a la chimenea, al lado de Rafael; Nathaniel y Merielestaban afuera, vigilando; y Gabriel contemplaba el jardín desde una de lasventanas, dándoles la espalda de forma intencionada. William lo taladraba con lamirada. Le costaba permanecer quieto cuando lo tenía tan cerca. La idea deatravesarle el pecho con una daga era demasiado tentadora.

—Bien… —empezó a decir Miguel—, solo hay una forma de intentararreglar este asunto: que seamos sinceros e intentemos ay udar. Así que, necesitoque todos colaboremos y que tratemos de entendernos lo mejor posible. No pidoque nadie se disculpe ni se arrepienta de nada. Gabriel es el primero que se niegaa hacerlo. Cree que ha hecho lo correcto y no se lamenta, pero ha prometido queno os hará daño a ninguno. ¿No es así, hermano?

Gabriel lo miró por encima de su hombro y asintió una sola vez con labarbilla. Su mirada se cruzó con la de Kate y acabó bajando hasta su pecho. Ellase encogió, abrazándose el estómago.

Miguel cruzó los brazos y entornó los ojos con gesto de concentración.—Creo que es inútil remontarnos al pasado y explicar acontecimientos que en

este momento serían irrelevantes, y que no aportarían nada salvo la pérdida detiempo. Así que voy a limitarme a resumir lo más importante que debéis saber ya mostraros la situación en la que nos encontramos.

Cuando estuvo seguro de que tenía la atención de todo el mundo, comenzó aexplicar:

—Existen catorce arcángeles. En este momento, ocho de nosotros se hanconvertido en Oscuros. Eso quiere decir que han desobedecido las ley esimpuestas por nuestro padre y que han abandonado el camino de la rectitud.Consideran que el mundo les pertenece y que el hombre nunca ha merecido unregalo como este, que no merecéis el libre albedrío. Los lidera Lucifer, el másfuerte de todos nosotros. Él siempre ha anhelado poseer cada creación de nuestropadre, superarla. Su mayor deseo es dominar la tierra y hacerse con todas lasalmas que la habitan. Si habéis leído sobre el Apocalipsis, entonces sabéis a quéme refiero.

» Tras la última batalla que nos enfrentó, y que nosotros ganamos, logréencerrar a Lucifer en lo que conocéis como infierno. Me aseguré de que nopudiera volver a salir de allí de ningún modo. Lo despojé de sus poderes y estudiécada profecía que anunciaba su advenimiento, para crear cadenas y sellos que lomantuvieran encerrado si estas se cumplían. Y no solo eso, para no correrriesgos, hice algo que iba en contra de mis propios principios, algo prohibido queni siquiera a mí me está permitido. Pero que aseguraría el encierro de Lucifer de

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forma permanente.Evitó mirar a Rafael. Su hermano aún estaba consternado y confuso,

enfadado con él por llevar algo así a cabo y haberlo ocultado durante tantotiempo a sus hermanos.

—Entonces se estableció un acuerdo de honor con el resto de nuestroshermanos —continuó—. Nosotros moraríamos en el cielo y ellos en el infierno.Y el poder del cielo y el infierno lo decidirían los hombres con su libre albedrío.La lucha se libraría en las mentes humanas a través de su voluntad para elegirentre el bien y el mal. El desequilibrio a favor de un bando u otro lo decidiría esavoluntad. El mundo pertenecía a los humanos y no podría ser tomado por ningunode los dos bandos. No influiríamos en el futuro de la especie y permaneceríamosrecluidos en nuestros planos correspondientes. Así que, se levantó un veloinsalvable que separara los distintos mundos.

» Pero hubo ciertas concesiones. A los arcángeles y a los caídos de may orrango se les permitía descender y disfrutar de los placeres y la belleza delmundo, pero únicamente si mantenían su promesa de no intervenir. Se crearonunos portales para permitirles el paso entre planos. Los portales los custodiabanunos guardianes llamados Potestades, y a que siempre había insurgentes, siervosdel lado oscuro que incumplían dicha norma y cruzaban para poseer cuerpos yobrar con una maldad absoluta. Ellos los capturaban y devolvían al otro lado;además, se aseguraban de que tanto nosotros como los Oscuros cumpliéramos elacuerdo.

—Ya, muy interesante toda la historia, pero… ¿podrías resumir un poco máse ir directamente a la parte que tiene que ver con Kate? —lo interrumpióWilliam. Se tomó un segundo para frotarse las mejillas. El cansancio estabahaciendo estragos en él.

—No eres nadie para exigirle nada. Cierra la boca —le espetó Gabriel conrabia.

—Gabriel, me has dado tu palabra —le recordó Miguel.Gabriel apretó los dientes y regresó junto a la ventana. Apoyó la espalda

contra la pared y se cruzó de brazos. Miguel fue junto a él y se quedócontemplando el jardín, buscando las palabras adecuadas para que pudieranentenderlo. No sabía cómo hablarles de las almas que había sacrificado paralograr la magia necesaria que encerrara a su hermano. Cómo se había fallado así mismo y a todo lo que protegía para lograrlo. Cómo había cometido el may orde los crímenes. No había modo de explicar algo así.

—Usé una magia antigua y prohibida para crear un hechizo —confesó degolpe—. Aunque todas las profecías se cumplieran, los portales se abrieran y lossellos que impedían su paso se rompieran, mi hermano Lucifer nunca cruzaríahasta aquí. El hechizo rompía el vínculo entre su cuerpo y su alma; por lo que siintentaba cruzar, solo podría hacerlo su cuerpo. El alma quedaría atrás, atrapada

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en el infierno sin protección. Y sin alma en la tierra, es tan frágil como un niñohumano e igual de mortal.

» Creí que había sido más listo que él y que todos los profetas, porque estabaseguro de que mi hermano no se arriesgaría a dejar su bien más preciado amerced de los caídos y sus siervos. Lucifer no confía en nadie y jamás sesepararía de su poder. Pero me equivoqué. No supe interpretar vuestra profecía yno vi lo evidente: que en el recipiente adecuado, hasta su alma hechizada podríacruzar a este lado sin ser detectada por ninguno de nosotros y completamente asalvo.

Kate levantó la vista y miró fijamente a Miguel. De repente necesitaba aire,o vomitaría allí mismo. Fue incapaz de moverse, su cuerpo estaba paralizado porun fuerte shock. Era evidente que Marak le había entregado algo, pero…, ¡nopodía ser eso! Miguel continuó, sin apartar su mirada de la de ella.

—Él sí lo averiguó, no sé cómo pero lo hizo. Y aguardó a que ese recipienteapareciera. Durante quince años ha esperado a que los portales se abrieran paraél, y ahora solo le resta recuperarla para volver a estar completo.

—¿Llevo dentro el alma de Lucifer? —preguntó Kate sin aliento.—Sí, Gabriel lo ha visto, la has llevado todo este tiempo contigo. Y ahora

Lucifer está listo para recuperarla. Pero eso no puede pasar de ningún modo —respondió Miguel sin suavizar la respuesta.

Kate se puso de pie con piernas temblorosas.—Tenéis que quitármela. No quiero tener esto dentro —pidió con voz

entrecortada. Acortó la distancia que la separaba de Miguel—. ¡Quítamela!—No podemos —dijo Gabriel, incapaz de guardar silencio por más tiempo—.

Tienes algún tipo de protección que impide tocarte.—Lo que impide es que le hagas daño —repuso William atando cabos—. Si

Kate muere, tanto su alma como la de él cruzarían al otro lado, ¿no es cierto? Esoes lo que pretendías.

—Sí —admitió sin ningún remordimiento—. Pero es evidente que Lucifer y alo tenía previsto.

—Tiene que haber alguna forma de sacarla —terció William.—Hay algo que no entiendo —dijo Adrien—. ¿Por qué nos ayudó Lucifer

cuando los nefilim nos atacaron? Si a ella no podían herirla, ¿por qué se arriesgó aque averiguáramos quién era?

La habitación quedó en silencio. Adrien estaba en lo cierto, no tenía sentido.—Porque no hay ninguna protección —indicó Miguel al cabo de un par de

segundos. Miró a Kate fijamente—. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? No eresun vampiro corriente. Hay algo de nosotros en ti. ¿Cuál de ellos dos tetransformó? —le preguntó con voz ronca y apremiante.

—Fui y o —respondió Adrien.—¿Por qué lo hiciste?

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Adrien dejó que su vista vagara por la habitación. Se pasó una mano por elpelo, nervioso y avergonzado. Había evitado hablar de todas las cosas que se vioobligado a hacer durante los dos años que su madre y su hermana estuvieronsecuestradas por Mefisto. Creía que si las ignoraba y fingía que no habíansucedido, acabaría por ser cierto.

—Formaba parte del plan de mi padre. Él sabía que William no me ay udaríaa romper la maldición de los vampiros, pero si ella se convertía en uno y corríael riesgo de morir bajo el sol…

—Acabaría por hacerlo —terminó de decir Miguel. Sonrió para sí mismo—.Siempre ha sido el más inteligente, además del mejor estratega. Convertirla nosolo sirvió para que se rompiera la maldición, su muerte cumplió otro punto de laprofecía. Dos veces marchita. Ese día murió por segunda vez. —De repente seechó a reír con fuertes carcajadas que resonaron por toda la sala. Se sentó en elsofá y se repantigó con los brazos estirados sobre el respaldo—. Y no solo eso. Tetransformó un híbrido, así que, no solo has adquirido los poderes de un vampiro;por lo que veo, también los de un ángel. Lucifer no tiene nada que ver en esto.

Kate no lograba entender a dónde quería ir a parar el arcángel. Buscó aWilliam con la mirada. Él la observaba como si fuera una extraña y la estuvieraviendo por primera vez. Entonces recordó algo que Marak le había dicho durantesu encuentro en la biblioteca; y a lo que William y Adrien también se habíanreferido en alguna ocasión: « Tú no eres un vampiro corriente. Te convirtió unsemiángel y la sangre de otro te alimenta. Querida, tú también eres única en tuespecie. Otro milagro de la evolución. ¡Quién sabe qué cosas podrás hacer!» .Kate emitió un sonido estrangulado de angustia, haciendo que William maldijeraentre dientes. Se acercó a ella, la atrajo contra sí y le rozó el cabello con la boca.

—Se protege a sí misma. No sé cómo lo está haciendo, pero ese campo defuerza lo está creando ella de forma inconsciente al sentirse amenazada —explicó Miguel sin dejar de reír.

Gabriel se lo quedó mirando con los dientes apretados. Era raro ver reír aMiguel, y mucho más por un tema que no tenía nada de divertido.

—Me alegro de que te resulte tan entretenido, ¡porque yo no le veo la gracia!—En su voz vibraba el eco de la cólera.

—¡Porque no la tiene! —gritó Miguel perdiendo la sonrisa. Una capa de hielose extendió por su pecho; fría, rígida y letal.

—Bien, ¿qué hacemos? —preguntó Adrien.—¿Hacemos? —replicó Gabriel con tono mordaz—. Vosotros no vais a hacer

nada, estáis fuera de esto, ya no sois relevantes. Ella vendrá con nosotros hastaque encontremos la solución.

William se movió en un visto y no visto. Empujó a Kate a los brazos deAdrien y, sin tiempo a que nadie pudiera detenerlo, se abalanzó sobre Gabriel ylo agarró por el cuello.

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—Kate no se moverá de aquí y tú no te acercarás a ella —farfulló entredientes mientras lo aplastaba contra la pared. Su imagen en absoluto erainofensiva, era la de un depredador, hábil, alerta y peligroso como ninguno.

Gabriel lo sujetó por la muñeca e intentó liberarse del agarre, pero Williamno estaba dispuesto a ceder. Rafael ni siquiera se movió, se había propuestoquedarse al margen de todo y pensaba cumplirlo aunque su hermano y el híbridovolvieran a las manos. Miguel, lejos de intervenir, soltó un suspiro y posó sus ojosen Kate. La voz de Amatiel se coló en su mente con un aviso.

« Deja que se acerque y que no os vea» , le ordenó Miguel.William soltó a Gabriel y se giró hacia la puerta, justo cuando esta se abría y

Shane entraba como alma que lleva el diablo.—Algo ocurre en el pueblo —dijo con la voz entrecortada por el esfuerzo.Sus ojos se abrieron como platos al ver a Gabriel, Rafael y Miguel. Todos sus

instintos reaccionaron y sus ojos destellaron adquiriendo el color de ámbar. Labestia se agitó en su interior, gruñendo como loca. Al primero ya lo conocía ysabía cómo las gastaba.

—¿Qué está pasando? —preguntó William.—Algunas personas se están comportando de un modo extraño. La policía ha

establecido controles en los accesos al pueblo y nadie puede entrar ni salir.Aseguran que se han detectados casos de gente enferma por una infeccióndesconocida. Key la dice que nada de eso es cierto, que en el hospital no handeclarado ninguna alerta —respondió.

Gabriel y Miguel cruzaron una mirada. William supo que volvían a hablar enprivado y, por sus expresiones, era importante y nada bueno.

—Demasiado tarde, saben que estamos aquí. Están preparados y han movidoprimero —dijo Rafael con voz ronca.

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32

Mefisto prendió otro cigarrillo. Suerte que no podía enfermar, porque en losúltimos días su consumo de tabaco se había disparado. Observó la casa dehuéspedes, apoy ado contra uno de los postes del viejo muelle, con un descuido yuna tranquilidad que casi podría ser ofensiva para los que la habitaban si supieranque él se encontraba allí.

No podía resistir la tentación de verla de nuevo. Sabía que era una debilidad,quizá culpa de los dos años que la mantuvo retenida contra su voluntad. No estabaseguro del motivo, pero se había acostumbrado a verla de vez en cuando, atenerla junto a él algún rato que otro; y, en cierto modo, sentía que la echaba demenos.

Ariadna.Su nombre despertaba en él un extraño cosquilleo. Cuando la localizó en

París, su interés en ella tenía un porqué: sembrar su semilla en su vientre y darvida al instrumento que necesitaba. La habría llevado a su lecho aunque lahubiera encontrado repulsiva. De hecho, y acer con una descendiente de Lilith nolo entusiasmaba. Pero aquella noche en el Louvre encontró algo que no esperaba:una mujer hermosa, inteligente, divertida, y que había despertado su lujuriacomo ninguna otra en toda su larga vida.

Aún la deseaba. No solo eso, sentía cierta admiración, sus genes le habíanproporcionado un hijo fuerte y merecedor de llevar su sangre. Jamás loadmitiría, pero se sentía orgulloso del descendiente que le había dado. Lástimaque Adrien hubiera heredado el corazón y los principios de su madre. Una partede él ansiaba tenerlo a su lado, que le llamara padre con afecto, y no con eldesprecio que lo hacía cuando él lo obligaba a pronunciar aquella palabra.

Sus dedos se crisparon en torno al cigarrillo. Lo tiró al suelo y lo pisó sobre lahierba húmeda, después lo hizo desaparecer sin más, borrando cualquierevidencia de su discreta visita.

Se desmaterializó y un segundo más tarde tomó forma en el pueblo. Seencaminó hacia la iglesia de Saint Mary, paseando sin prisa por la calle. La genteiba de un lado a otro sin fijarse en él; en realidad, ni siquiera lo veían. Solo unospocos reparaban en su presencia. Se encogían de miedo y respeto, bajaban lavista y lo saludaban con reverencias. Siempre despertaba esa reacción en sus

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siervos.Llegó hasta la vieja iglesia. Cruzó la oxidada cancela y se dirigió al

cementerio que se extendía bajo la arboleda. Caminó entre los mausoleosruinosos y las tumbas elevadas. Aquel cementerio abandonado le recordaba unpoco al Père-Lachaise de París. Aún recordaba los interminables paseosnocturnos que dio con Ariadna por sus calles, y sus conversaciones sobre artejunto a las tumbas de Chopin y Balzac.

Se detuvo frente a una cripta, con todos sus sentidos alerta, y fingiócontemplarla con el interés de un turista. Una pareja de visitantes dobló unaesquina y pasó por su lado sin prestarle atención. Simples humanos. Se relajó unpoco y echó a andar. Conforme se adentraba en el campo santo, la mezcolanzade estilos era casi ridícula a la par que hermosa. Detalles victorianos, delrenacimiento y del gótico se mezclaban en un caótico laberinto de tumbasinvadidas por la naturaleza. Arbustos, plantas trepadoras y maleza habíanconquistado hasta el último rincón.

Con la mano apartó la cortina de hiedra que cubría gran parte del frontal deuna antigua capilla privada. En su interior se encontraba la única criptasubterránea de todo el cementerio. Traspasó la protección que la manteníaoculta, penetró en su interior y bajó sin prisa la escalera de caracol.

Sin necesidad de verle la cara supo que estaba de mal humor. Su disgusto serespiraba en el ambiente rancio y mohoso que impregnaba hasta la últimapiedra. Lo encontró sentado en un enorme sillón de terciopelo rojo, descansandocomo si durmiera rodeado del resto de sus hermanos. Uriel puso los ojos enblanco y Azaril le hizo un pequeño gesto con la mano, pidiéndole paciencia.

Mefisto se detuvo frente al sillón y guardó silencio. De repente, Lucifer sepuso de pie con aire dramático.

—Lo han descubierto, lo saben, están aquí… Todos ellos —se quejó.—Era cuestión de tiempo —adujo Mefisto.—Sí, lo era, pero no tan pronto. No hasta que yo estuviera completo —

escupió la última palabra con rabia contenida y taladró con su mirada plateada aMefisto—. Es culpa tuya —lo reconvino—. Tus planes para distraerlos no hanservido…

—¿Que no han servido? —estalló Mefisto—. Llevo siglos preparando hasta elúltimo detalle, centrando todos mis esfuerzos en tu liberación. He dedicado cadasegundo de mi vida para llegar a este instante. ¡Lo he logrado, estás aquí, a unsolo paso de ser Dios! —gritó, alzando los brazos como si orara—. Te amo másque a mí mismo, hermano, pero no toleraré que menosprecies mis esfuerzos.Miguel ha pasado semanas persiguiendo distracciones para que tú pudierasprepararte, fortalecerte, ponerte a salvo de sus espadas hasta que estés completo.Y todo eso ha sido gracias a… ¡mí! —rugió como una fiera.

Lucifer le sostuvo la mirada. Poco a poco su enfado se fue atenuando. Con un

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suspiro regresó al sillón y se dejó caer con descuido. Con las piernas estiradas yel codo apoyado en el reposabrazos se acarició la barbilla.

—Necesito recuperarla. Con ellos tan cerca no logro sentirla, y mucho menosllegar a ella —dijo en voz baja—. Estoy enfadado porque estoy preocupado. Túte sentirías igual si estuvieras en mi lugar.

Mefisto soltó un largo suspiro, arrepentido por su ataque de ira. Se acercó aLucifer y se arrodilló a sus pies. Colocó su mano sobre la de él.

—Y lo estoy, Marak —susurró. Le gustaba llamarle por su nombre humano yno el divino—. También estoy enfadado y preocupado. Pero sé que todo va asalir bien; esta vez sí. La suerte está de nuestra parte. Nunca habíamos llegado tanlejos.

Lucifer levantó los ojos del suelo y miró a su hermano.—Nunca —musitó más animado.—Nunca —repitió Mefisto—. Todo es como deber ser. Estamos en el lugar

adecuado y en el momento adecuado. La chica es un recipiente hermético en elque estás a salvo. Pronto te devolverá tu poder y serás invencible. Una batalla, laúltima, y todo será tuy o. Porque esta vez los venceremos.

—Los venceremos. —La sonrisa se extendió por la cara de Lucifer. Se inclinóhacia delante y tomó el rostro de Mefisto entre sus manos—. No más cadenas.

—No más cadenas —repitió. Ladeó la cabeza y besó la mano que aún lesostenía. El amor que sentía por su hermano pequeño era infinito.

—Necesito llegar a ella antes de que encuentren la forma de quebrarla —dijoLucifer de forma vehemente—. Ha llegado el momento. Ha de ser ya.

—Todo está preparado. Aunque voy a precisar un poco de ay uda,necesitamos a alguien que pueda mantenernos informados de cada paso que deny que nos ayude a llegar a la chica. —La garganta de su hermano se movió y sele torció el gesto. Las velas de los anaqueles prendieron a su alrededor y las lucesque proy ectaban jugaron en las paredes—. No te preocupes, sé quién es esapersona.

William sabía que regresar a la casa de huéspedes e instalarse allí era lo mássensato hasta que tuvieran otro plan. No quería que Kate estuviera sola ni unminuto, y mucho menos con los arcángeles tan cerca. No se fiaba de ninguno,sobre todo de Gabriel.

Kate llevaba en su interior algo que ellos querían, y no solo ellos; allí afuera,en alguna parte, Lucifer esperaba con más necesidad que ningún otro. Lasituación era muy complicada y peligrosa, y no parecía haber opciones viables.

—¿Estás bien? —le preguntó Adrien mientras cargaban el coche con las cosasque podrían necesitar.

—Nada de esto pinta bien. Hay que sacarle esa cosa de dentro cuanto antes.

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—Lo sé, pero ¿cómo lo hacemos? El modo fácil es darle a Kate el descansoeterno —comentó con tono ácido—. Otra opción sería que Lucifer recuperara sualma; aunque desencadenar el Apocalipsis tampoco parece la mejor solución.

William se estremeció con una punzada en el estómago, como si un fuego loquemase por dentro. Quería sacarla de allí y desaparecer con ella, llevárselalejos. Y lo había intentado, pero desmaterializarse con Kate era algo que ya nopodía hacer; Adrien tampoco. Así que, el problema residía en ella y en lo quellevaba dentro, que empezaba a actuar con vida propia.

—Hay una tercera opción: matarlo —dijo William.—¿Te refieres a Lucifer?—Sí. Lo encontramos y lo matamos. Dicen que ahora es mortal, ¿no?Adrien le sostuvo la mirada durante un largo segundo. Desde luego, era la

mejor idea que tenían.—Vale, siempre he sabido que eras un idiota temerario con prisa por morir,

pero que y o acabara siguiéndote el juego sí que no lo esperaba —indicó Adrien.William se encogió de hombros mientras sonreía.—No hace mucho me dij iste que no te importaba palmar.—Y es cierto, lo que no entra dentro de mis planes es el suicidio, y tú pareces

empeñado en que nos lancemos desde un precipicio —le hizo notar Adrien—.Claro que… saltaría sin dudar, por lo que soy tan idiota como tú.

Sonrió y se frotó la mandíbula con un gesto perezoso, aunque por dentrohervía como la lava de un volcán. Los arcángeles lo ponían nervioso y tenían aseis en la entrada. Sin contar con que su padre no andaría muy lejos.

—Deberíamos irnos. Shane ya habrá organizado la reunión —añadió Adrien.William enfundó las manos en los bolsillos de sus tejanos y miró a su

alrededor.—No debería meterlos en esto. No hace ni una semana que casi mueren en

ese almacén en Nueva Orleáns. Ya les he pedido demasiado y esto es cosanuestra.

Adrien sacudió la cabeza. No estaba de acuerdo con William.—Nos afecta a todos, incluso a los humanos. Pero, como siempre, ellos

vivirán felices en su ignorancia hasta el último momento, y nosotros intentaremosdeshacernos de los monstruos en su armario. Lo de Nueva Orleans no será nadacomparado con lo que podría pasar si la profecía se cumple. No podemos conesto nosotros solos.

William era consciente de que Adrien tenía razón en todo, pero eso no lohacía más fácil ni lo hacía sentirse mejor.

—Sabes que no tendrían ninguna oportunidad enfrentándose a un ángel.—Lo sé —admitió Adrien. Suspiró—. Está bien, lo haremos nosotros. —

Frunció el ceño, pensativo—. Si las cuentas no me fallan, son catorce arcángeles:siete para ti y siete para mí. ¡Pan comido! Y si no te importa, Mefisto y el tal

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Rafael son míos. Me muero por sacudirle a ese estirado.William soltó una risita.—Sabes que podrían estar oy éndonos, ¿verdad?—Con eso cuento —replicó Adrien con ese tonito cargado de chulería que se

había convertido en su marca personal.William asintió y se lo quedó mirando.—Gracias —dijo de repente—. Por todo.Adrien clavó la vista en el suelo con timidez. Las palabras de William lo

habían pillado por sorpresa, sobre todo porque sonaban sinceras. Empujó unapiedra con la punta de su bota y se pasó la mano por el pelo sin saber qué hacercon las emociones que sentía.

—Bueno, sí, pero no hace falta que me compres flores. Ya sabes que no eresmi tipo.

—Lo sé, según me han dicho, te ponen las nefilim —comentó William comosi nada mientras se dirigía a la casa—. Sobre todo una: morena, menuda, cuerpobonito…

Los ojos de Adrien centellearon un instante. Sacudió la cabeza y una sonrisamaliciosa se extendió por su cara.

—Sigue así y seré y o quien clave la tapa de tu ataúd algún día.William fingió no oírlo y continuó:—Parece una chica lista, pero quién sabe, quizá tarde en darse cuenta de lo

idiota que eres y se acabe fijando… —Se agachó para evitar la daga que volabadirecta a su cabeza—. Alguien debería hablarle de tu mal genio —añadió.

Una segunda daga se clavó en el marco de la puerta, a milímetros de suoreja.

—¡Te gusta de verdad!Se oy ó un clic. Adrien acababa de quitarle el seguro a su arma. William entró

a toda prisa en la casa con una enorme sonrisa en la cara. Bromear con Adrienhabía aligerado un poco el malestar que sentía.

Se encaminó a la escalera y … lo olió.Corrió hasta la habitación, entró sin llamar y se dirigió al baño con un nudo en

la garganta. Encontró a Kate de frente al espejo, y ella bajó la cabeza en cuantolo vio aparecer. William la agarró por la nuca con una mano y la obligó a que lomirara, mientras con la otra mano le apartaba los dedos con los que intentabaocultar la hemorragia nasal.

—¡Mierda! —exclamó él. Se estiró para coger una toalla.—No es nada. Estoy bien —dijo Kate. Quiso girar la cabeza, pero él la obligó

a permanecer quieta mientras le limpiaba la sangre que le escurría por encimade los labios y la barbilla.

—No lo estás —replicó William, sacudiendo la cabeza sin parar. Dejó latoalla a un lado tras asegurarse de que había dejado de sangrar. La miró a los

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ojos—. ¿Cuántas veces?Kate sabía perfectamente a qué se refería. Se encogió de hombros,

quitándole importancia.—¿Cuántas? —la presionó.—Unas pocas, nada serio. Estoy bien, de verdad —insistió ella.William no la crey ó, pudo verlo en su mirada. Y la toalla empapada no

ay udaba a tranquilizarlo. No dijo nada. Se inclinó, la cogió por la nuca y la besócon una desesperación que no tenía nada de ternura. Estaba aterrado y eso setransmitió en la forma en la que sus dedos se le clavaban en la suave piel delcuello. La tomó en brazos, mientras una furiosa impotencia se adueñaba de sumente. En otro tiempo la habría podido controlar para evitar así hacer algunaestupidez. Pero en ese momento, y tratándose de Kate, le era imposible.

Minutos después entraban en la casa de huéspedes. Y ese día el nombre le ibaque ni pintado. Estaba llena de gente, casi parecía una celebración, sino fueraporque el ambiente se parecía más al de un funeral.

William dejó a Kate en el sofá de la sala. No la había soltado en ningúnmomento, permitiendo que Adrien condujera su coche. Mientras la llevabaacurrucada contra su pecho en el asiento trasero, su mente se había convertido enun hervidero de rabia y deseos de venganza. Repasó cada detalle, cadaconversación, toda la información de la que disponía. Necesitaba tener cadapieza en su sitio con absoluta precisión.

Se sentó junto a ella y esperó a que todos ocuparan un sitio. Su corazón estaballeno de una potente mezcla de ira y desesperación. Paseó su vista por lahabitación. Todos los Solomon habían acudido, incluidas Rachel y Key la. Roberty Marie permanecían juntos, él ocupando un sillón y ella sentada en elreposabrazos. Cecil y Ariadna se acercaron a Adrien, al igual que Salma ySarah, que parecían sentirse más cómodas cerca de él que de los demás. Elúltimo en llegar fue Stephen, acompañado de Mako y dos jóvenes guerreros.

Todos miraban a Kate, no podían evitarlo. Su aspecto empeoraba por horas.Se la veía tan delgada y frágil, y con una palidez preocupante incluso en unvampiro.

William miró a Daniel, directamente a los ojos.—Nunca te he mentido y tampoco voy a hacerlo ahora. Ha pasado algo que

lo cambia todo y que me afecta más que nunca…Daniel asintió, prestándole toda su atención.De repente, el aire se agitó y los seis arcángeles tomaron forma junto a una

de las paredes. Los ojos de Daniel centellearon con un susto de muerte.—¿Pero qué demonios…?—No exactamente —dijo William—. Daniel, estos son Miguel, Gabriel,

Rafael, Nathaniel, Meriel y Amatiel. Los arcángeles.—¿Y qué hacen aquí?

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—Vigilan a Kate —respondió Adrien. Escupió las palabras como si estuvieranimpregnadas en ácido.

—¿A Kate? ¿Por qué la vigilan? —preguntó Robert. Se había puesto de pie ycontemplaba a los arcángeles con desprecio.

—Porque ella tiene algo que ellos necesitan —respondió William. Miró aDaniel y a Samuel sucesivamente—. Ella es el alma pura de la que habla laprofecía.

Todos se giraron para contemplar a Kate, sorprendidos y con la esperanza deno haber escuchado bien. Un pesado silencio se impuso en la habitación. Williamladeó la cabeza y buscó a Salma.

—Este sería un buen momento para decirme que has tenido una visión con laque todo se arregla.

Salma le devolvió la mirada con una pena profunda. Negó con la cabeza.—No he vuelto a ver nada, lo siento —musitó.Miguel dio un paso adelante y clavó sus ojos plateados en Salma.—¿Tenéis a un profeta entre vosotros?—¿Pro… profeta? —preguntó Salma, incómoda con la repentina atención de

los ángeles en ella.

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William expuso lo mejor que pudo la situación a sus amigos, y después trató deexplicar a Miguel lo referente a Salma. Al narrar la historia en conjunto, y contodos los datos de los que ya disponían, la gravedad del problema tomó una nuevadimensión. La profecía estaba a punto de cumplirse. Un paso más y Luciferrecuperaría todo su poder; algo que no tardaría en intentar. El tiempo era un bienescaso, que comenzaba a agotarse en aquella cruzada en la que estaban inmersosdesde hacía mucho y sin saberlo.

—¿Así que Mefisto te indicó el camino hacia ella? —preguntó Miguel,señalando a Salma con la barbilla. Sus ojos centelleaban de rabia. Adrien dijoque sí con la cabeza—. ¡Bastardo manipulador! —exclamó para sí mismo. Yañadió—: ¿Puedo ver ese libro?

Adrien y William intercambiaron una mirada. Este último se llevó la mano ala espalda y sacó el ajado manuscrito de debajo de su ropa. Lo dejó en unextremo de la mesa y lo empujó con su mente hasta el arcángel.

Miguel tomó el diario y comenzó a leerlo. Conocía el contenido. Habíavigilado al profeta que lo escribió durante toda su larga vida, y guardaba en sumente todo lo que el hombre había presagiado. Aunque en aquel instante, y conlas pistas que ahora tenía, la dimensión de la profecía cobró forma ante él.

—Donde el cielo cae dando nombre a la tierra. Ante los que un día estuvierony ya no se encuentran. Ante los que fueron carne y en polvo se desvanecen. Unapromesa cumplida traerá consigo el fin de los días. El velo caerá, la oscuridadretornará, y la tierra llorará sangre cuando los primeros hijos se desafíen —leyópara sí mismo. Y añadió en voz alta—: Donde el cielo cae, dando nombre a latierra…

—Ninguno de nosotros hemos logrado averiguar a qué se refiere —dijoWilliam.

Un leve resplandor iluminó el cuerpo de Miguel, y una corriente de energíase extendió por la sala.

—¿Cómo se llama este pueblo? —preguntó.—Heaven Falls —respondió Daniel—. Así lo bautizó uno de los colonos

fundadores, un hombre de Dios.

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—Donde el cielo cae… —repitió William. De repente se puso de pie y soltóuna palabrota. Últimamente su lenguaje dejaba mucho que desear—. ¡Es aquí,este es el lugar del que habla la profecía! ¿Cómo no lo hemos visto?

Se agachó. Metió un brazo bajo las rodillas de Kate y el otro se lo pasó por laespalda. La levantó y se encaminó con ella a la puerta principal.

—Nos vamos —le dijo en un susurro.—William, no creo que… —empezó a decir ella.—Nos largamos de aquí —insistió sin ánimo de ceder. Su expresión hosca era

pura furia.Robert salió tras él.—¿A dónde la llevas? —preguntó.—Lo que quiera que deba pasar, será aquí, en Heaven Falls. Así que voy a

llevármela lo más lejos posible y donde nadie pueda encontrarla —respondióWilliam.

La mirada de Kate se encontró con la de Robert. El entendimiento fluyó enambos sentidos. William actuaba a la desesperada. Poner distancia, cuando seestaban enfrentando a unos seres tan poderosos como los arcángeles…, no podíaser tan fácil.

—Voy contigo —dijo sin más.Y no fue el único. Adrien y Shane se unieron a ellos.Estaba a punto de llegar al coche, cuando Miguel y sus hermanos aparecieron

de la nada interponiéndose en su camino. Sus ojos plateados se enfrentaron a losde William con un propósito inconfundible.

—Moverla es exponerla. No puedo permitir que lo hagas. El riesgo esdemasiado grande —dijo Miguel con voz suave, como si le estuviera hablando aun niño al que pretendía convencer con condescendencia.

Pero William no era ningún niño, y sí lo suficientemente obstinado ydespiadado como para no dejarse impresionar y mucho menos manipular.Prefería marcharse e intentarlo, que quedarse allí como prisioneros a la esperade un desenlace.

—Sacarla de aquí supone una oportunidad. No me quedaré de brazoscruzados esperando a que pase algo. La profecía habla de este pueblo, lo que estáescrito debe ocurrir aquí. Si me la llevo no pasará nada —replicó William.

—¿De verdad crees que Lucifer te dejará llevártela sin más? No va apermitirlo —le hizo notar Gabriel.

—Lo sabré cuando llegue el momento —respondió William. Sus ojosdestellaron con impaciencia—. Lo que no entiendo es qué hacéis vosotros aquí.¿No deberíais estar buscándolo ahora que aún es débil? Esta situación acabaría sivolvéis a someterlo.

—Lucifer es débil, pero no el resto de mis hermanos. La lógica apunta en unaúnica dirección. —Miguel señaló a Kate con un gesto de su barbilla—.

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Mantenerla alejada de los Oscuros y encontrar la forma de recuperar el alma demi hermano. Es lo más sensato.

Adrien se adelantó hasta colocarse al lado de William.—Os guste o no, nos la llevamos. Si queréis protegerla, tendréis que venir con

nosotros.Miguel dirigió una breve mirada a Adrien, antes de pasearla por el porche de

la casa. Todos los licántropos observaban la escena con cara de pocos amigos.También los vampiros. No le preocupaban en absoluto, reducirlos apenasrequería un poco de esfuerzo mental, puede que algún golpe. Pero ellos no eranel enemigo. El enemigo real estaba allí fuera, en alguna parte, y compartían lamisma sangre. Un adversario peligroso al que no debían enfrentarse, si lasolución al problema podían hallarla de otro modo; porque si había unenfrentamiento, las posibilidades de vencer en las condiciones actuales eraninexistentes.

—Está bien, intentadlo —dijo Miguel después de un largo silencio.—¿Y ya está? ¿Vais a dejar que nos marchemos? —inquirió Adrien.—Sí —respondió Rafael—. Así mediremos sus fuerzas.William no esperó ni un segundo más. Abrió la puerta del coche y depositó a

Kate en el asiento. Le lanzó las llaves a su hermano.—Tú conduces, eres mejor que ellos al volante, y Adrien y Shane son más

rápidos en caso de que tengamos que defendernos en marcha.No hubo despedidas. Los neumáticos del Porsche chirriaron cuando Robert

pisó a fondo el acelerador, lanzando una lluvia de gravilla al aire.Kate apenas tuvo tiempo de echar una mirada por la ventanilla y alzar una

mano. Dejó caer la cabeza contra el asiento. Se sentía tan cansada que ni siquieraintentó pensar en lo que estaba sucediendo. Cerró los ojos. Vivía una pesadilla dela que no lograba despertar, pero se aferraba a la creencia de que, si lo intentabacon más ganas, al final lo haría, despertaría.

Mentira, su pesadilla era muy real.Se rodeó la cintura con los brazos, sintiéndose expuesta. Las emociones

brotaron en una gran ola que trató de reprimir. Llenaban su ser con miedo,impotencia, dolor y una negativa rotunda a rendirse. Se inclinó sobre William,que le envolvía los hombros con un brazo protector, y lo estrechó ciñéndole eltorso con sus brazos temblorosos. Él le devolvió el abrazo con toda la ternura deque era capaz. Apoyó el mentón en su pelo y la mantuvo pegada a su pechomientras el coche volaba en dirección al pueblo.

Al contrario que ella, William solo sentía una agresividad descomunalinvadiendo su cuerpo. Era descarnadamente consciente de la energía apenascontenida en su cuerpo, repentina e incontrolable.

Las luces del atardecer eran engullidas por la oscuridad de una noche sinluna. Al penetrar en las calles de Heaven Falls, sus instintos se pusieron en

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marcha. Algo no iba bien, era temprano para que las calles estuvieran tan vacías.Ni un alma se paseaba por las aceras. Los comercios tenían las luces encendidas,las puertas abiertas, pero no se atisbaba a nadie en el interior. Y luego estaba eseolor que se colaba en su olfato, rancio y sulfuroso.

No había coches circulando. Nadie dijo nada, pero todos pensaban lo mismo.—Acelera —ordenó William a Robert, al ver que este dudaba al acercarse a

un semáforo en rojo.Su hermano obedeció de inmediato y cruzaron la intersección como un rayo.

Giró a la derecha y el coche derrapó. A punto estuvo de quedarse sobre las dosruedas del lado izquierdo y volcar. Pero Robert era un dios pilotando cualquiercosa con ruedas y un motor. Ante ellos apareció la larga recta que los sacaría delpueblo en dirección sur.

—¿Qué es eso? —preguntó Adrien, inclinándose hacia el parabrisas.Algo se movía en la carretera, pero no estaban lo suficientemente cerca para

ver de qué se trataba. Robert aceleró y cambió de marcha. Mientras no fuera unmuro de hormigón, aparecido de la nada, sin problema. Pero no estabanpreparados para lo que encontraron. Pisó el freno a fondo y el coche se deslizó,quemando goma sobre el asfalto hasta que se detuvo por completo.

Había un muro, pero no de hormigón, sino humano. Frente a ellos, ocupandola carretera de lado a lado, había un montón de personas.

—Es gente del pueblo —susurró Shane con la cabeza entre los dos asientosdelanteros—. ¿Qué demonios hacen ahí parados?

Adrien se pasó una mano por el pelo, frustrado. Su aguda visión había captadolo que los otros no; excepto William, que abrazaba a Kate con más fuerzamientras sus brazos se convertían en piedra.

—De eso se trata —respondió William. Adrien se giró en el asiento ycruzaron una mirada—. No son gente del pueblo, son otra cosa.

Robert se inclinó sobre el volante y forzó su vista. De repente dio un respingoque le hizo saltar en el asiento. Había hombres, mujeres y niños, y todos teníanlos ojos completamente negros. Reconoció a algunas de aquellas personas.Llevaba semanas viendo sus rostros casi a diario.

—¿Qué hacemos? —preguntó—Seguir adelante —respondió William con voz inexpresiva.Kate se enderezó y clavó su mirada violeta en él.—¡No puedes pasarles por encima! —exclamó.—Estamos perdiendo el tiempo. Si mi padre o cualquiera de los otros

aparecen, entonces sí que no podremos salir de aquí —indicó Adrien, que parecíacompartir los mismos escrúpulos que William: ninguno. Miró a su alrededor,inquieto, como si en cualquier momento esperara ver surgir de la oscuridad undragón de dos cabezas con mucha hambre.

« Están poseídos. Han anulado su voluntad y harán lo que les hay an ordenado.

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Mi hermano está desplegando a su ejército de demonios. Estará cerca» , la vozde Miguel se coló en la mente de William.

—Acelera —ordenó William a Robert.—William, hay niños —le hizo notar Kate con voz rota—. Conozco a esas

personas. No tienen la culpa de nada.—Pues más les vale apartarse. ¡Acelera! —gritó William.Robert obedeció al instante, sin dudas, sin vacilación. El motor del Porsche

negro rugió, cuando la aguja del cuentakilómetros llegó al límite, y saliódisparado hacia delante. Los faros iluminaron los rostros desprovistos de vida queformaban la barricada.

—No van a apartarse —gimió Kate. Escondió la cara en el pecho de William.No podía ver aquello.

—Lo siento, pero son ellos o tú —musitó William, sangrando por dentro. Noera el monstruo sin remordimientos que podía parecer.

Robert no vaciló y se mantuvo en línea recta como si fuera una bola dispuestaa hacer un strike con un montón de bolos. En el último momento, todos seapartaron y dejaron que el vehículo continuara su camino. Kate se enderezó alno oír nada, y pudo ver cómo sus vecinos volvían a ocupar la carretera sinapartar sus ojos del coche. Se llevó las manos a la cara, aliviada. Una sonrisa sedibujó en sus labios y se aferró a William. En el fondo quería alejarse de allícuanto le fuera posible.

En una oscuridad absoluta, rota tan solo por los dos haces de luz de los faros,Robert conducía sin aflojar el ritmo. El plan era llegar cuanto antes al aeropuertomás cercano y salir del país. El destino daba igual, lo más lejos posible deHeaven Falls.

De repente, Kate se dobló por la mitad, apretándose el pecho con el puño. Oh,Dios, aquello dolía, le dolía mucho.

—Kate, ¿qué te pasa? —preguntó William, asiéndola por los brazos. Con unamano temblorosa le alzó la barbilla.

—No lo sé —logró responder. Otra punzada la estremeció de arriba abajo ylas náuseas se agitaron en su estómago. Otro doloroso espasmo la partió por lamitad con un grito—. Duele —masculló—. Duele mucho.

Adrien se giró en el asiento.—¿Qué ocurre? —preguntó. Entonces vio el hilo de sangre que le resbalaba

por la nariz—. ¡Madre santísima! —Sin pensar se puso de rodillas mientrassacaba del bolsillo de su pantalón un pañuelo. El hilo se convirtió en unahemorragia.

William logró moverla en el asiento y la colocó en su regazo, de modo quepodía verle la cara. Shane se acomodó para sujetarla por la espalda. Kateempezó a gemir. Notaba un dolor agudo en la cabeza que se extendía hacia susoídos. Se llevó las manos a las orejas y comprobó horrorizada que también le

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sangraban. Dentro de su pecho, aquella fuerza latente cobró vida, palpitaba comoloca haciendo cruj ir sus costillas. Se estaba muriendo, o algo peor, y tenía lasensación de que cuanto más se alejaban, más empeoraba.

—Para el coche, para, por favor —logró articular Kate.—Detente —ordenó William.Robert obedeció. El fuerte frenazo los lanzó hacia delante. Adrien chocó

contra el salpicadero y se golpeó la cabeza con fuerza. William logró poner unamano en el asiento, mientras con la otra sujetaba a Kate, y absorbió la fuerza delimpacto.

Kate volvió a gritar con fuerza. Unas garras invisibles se clavaban en sumente, despedazando su cerebro, y la hoja de un cuchillo se abría pasodesgarrándole las entrañas. Se miró el estómago, esperando ver cómo sangrabaabierto en canal. No había nada, pero el dolor era tal que ni siquiera podía oír suspropios gritos.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Shane.William no contestó. No tenía ni idea, y solo podía pensar en cómo acabar

con la agonía que ella estaba sufriendo.—No podemos quedarnos aquí —adujo Robert.—¡Joder! —bramó William, desesperado—. Continúa al aeropuerto.Se pusieron en marcha, pero apenas cien metros más adelante, la hemorragia

de Kate se convirtió en un torrente profuso sin control. Shane se quitó la camisetay se la pasó a William. El vampiro la usó para ejercer presión en el rostro deKate. Nunca había oído un sonido tan absoluto de agonía como el que ella lanzómientras convulsionaba. Su mente estableció una relación.

—Da la vuelta, da la vuelta —gritó. Robert lo miró por encima de su hombro,sin entender nada de nada—. Da la vuelta, maldita sea.

Robert hizo lo que le pedía. Se las arregló para frenar el coche y hacerlo giraren la misma maniobra. Dio media vuelta y, sin perder un segundo, emprendió elcamino de regreso a toda velocidad.

—¿Volver? ¿Te has vuelto loco? —inquirió Adrien.—Ella empeora conforme nos alejamos —intentó explicar. Kate se quedó

inmóvil contra él. Ahuecó la mano sobre su mejilla y la miró a los ojos; seguíacon él, pero tan débil que apenas estaba consciente.

Kate le devolvió la mirada. « Mátame» , articuló con los labios. A William sele rompió el corazón. « Antes los mato a todos ellos, a todos» , le dijo a través desu mente, pero no logró llegar hasta ella. Estaba cerrada para él. William rezópara tener razón con aquel presentimiento. El tiempo que tardaron en regresar alpueblo se le antojó una eternidad. Kate no daba muestras de recuperarse y temióque su tiempo se estuviera agotando inexorablemente. La rabia lo desgarró,dejando una estela de desolación a su paso. Al mirarla a los ojos, la expresión desu cara era de puro tormento.

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—Siguen allí —anunció Robert, deteniéndose a unos trescientos metros de laentrada al pueblo.

La gente seguía en el mismo lugar. Autómatas sin voluntad. Kate seestremeció en los brazos de William, recuperando poco a poco el dominio sobresí misma. Había dejado de sangrar. Él le apartó el pelo de la cara y contempló alas personas desplegadas frente a ellos. Poco a poco se fueron separando,dejando libre uno de los dos carriles, y formaron un pasillo de cuerpos rígidos.

—Sabían que volveríamos —dijo Adrien—. Por eso nos dejaron marchar.—Robert —lo urgió William para que continuara. Cada segundo que pasaba,

más convencido estaba de que Kate se recuperaría si volvían al pueblo.—No entiendo nada —dijo Robert mientras volvía a ponerse en marcha.Aceleró y pasó entre ellos sin el menor incidente. A través del espejo

retrovisor vio cómo empezaban a caminar tras el coche. Las farolas comenzarona parpadear y una a una se fueron apagando tras ellos, sumiendo las calles enuna oscuridad absoluta.

William saltó del coche antes de que se detuviera por completo. Tomó a Kateen brazos y corrió con ella hasta el baño en la buhardilla. No quería que nadiemás la viera en aquel estado. Una vez dentro, la sujetó con un brazo y con el otrola fue desvistiendo como si fuera una muñeca. Apenas se tenía de pie y tuvo quesostenerla con la habilidad de un malabarista. Intentó no fijarse en la cantidad desangre que humedecía sus ropas, además de la que le empapaba el pelo ymanchaba su cara. Como no tenía modo de desvestirse sin soltarla, de un tiróndesgarró su camiseta y la arrancó de su cuerpo. Después se sacó las zapatillascon un par de sacudidas y se quedó vistiendo tan solo sus tejanos.

Abrazó a Kate mientras abría el agua caliente de la ducha, y muy despacioentró con ella bajo la cascada de agua. En pocos minutos el baño se cubrió deuna espesa nube de vapor. La pegó contra la pared y le apartó de la cara losmechones de pelo que se le pegaban a las mejillas. A sus pies, el agua teñida derojo se fue aclarando poco a poco, llevándose consigo los restos de la peorpesadilla que William había tenido nunca.

Kate lo miró a los ojos y alzó una mano para tocarle la cara. Él le sonrió,aliviado de ver cómo empezaba a responder.

—¿Crees que puedes sostenerte un minuto? —preguntó. Kate asintió—. Bien,date la vuelta y apoya las manos en la pared. Voy a lavarte el pelo.

Kate obedeció. Se dio la vuelta muy despacio y apoy ó las palmas contra lapared de azulejos blancos. William alcanzó un bote de champú y se puso un pocoen las manos. Las frotó hasta lograr abundante espuma y después comenzó amasajear su cabello con suaves caricias. Kate cerró los ojos y dejó caer lacabeza hacia atrás, aún sumida en una extraña neblina de debilidad. Aquello eraagradable y soltó un suspiro mientras él le aclaraba el pelo. Después le dejó quele frotara el cuerpo con una suave esponja; y el aroma a violetas del jabón

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sustituyó al olor frío y metálico de la sangre.De repente, él la hizo girar y la abrazó con fuerza. La sostuvo así durante un

largo rato, sin decir nada de nada, al menos no con palabras. Su piel y el ímpetude su abrazo, sus labios apretados con fuerza contra su sien lo decían todo. Miedo,desesperación, preocupación…, y un amor como nunca había existido otro igual.Kate se apretujó dentro de aquel abrazo fuerte y seguro.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó él. Kate asintió con un gestoimperceptible—. Lo siento, ha sido culpa mía, no me detuve a pensar. ¡Jamáshabía pasado tanto miedo, yo…!

Kate se puso de puntillas con las manos en sus hombros y acalló sus palabrascon un beso.

—No quiero hablar sobre lo que ha pasado. No quiero hablar de nada, solodeseo fingir que todo es perfecto. Quiero olvidarme de esta pesadilla durante unrato —susurró contra sus labios.

Le puso las manos a ambos lados del cuello y volvió a besarlo, acercándolocada vez más a ella. Sintiéndose más y más ansiosa por momentos, a pesar de laextrema debilidad que notaba. Pero necesitaba sus caricias, necesitaba queborrara cualquier cosa de su mente que no fuera él y lo que le hacía sentir.

William pareció percibirlo, porque obedeció su petición y no dijo nada más.La acarició, adorándola con cada gesto. Sus movimientos eran lentos y delicados,y ella comenzó a derretirse. Volvió a besarlo, mientras con sus manos le recorríalos musculosos brazos, unos brazos que podían partir por la mitad a un hombre oreducir a escombros aquella casa. Unos brazos que con ella eran dulces ycariñosos, suaves; y que la alzaron como si no pesara nada de nada. Goteando yolvidándose por completo de cerrar el agua, la sacó de la ducha y la llevó hastasu habitación. La dejó sobre la pequeña cama.

Y él cumplió su palabra. No la dejó pensar en nada. En algún momento sepercató de que se estaba alimentando de su vena, que las fuerzas regresaban a sucuerpo y que las sensaciones se apoderaban de cada terminación nerviosa de suser. Y eran las más eróticas que había sentido nunca. No había nada como estarsegura de que la muerte te aguardaba en la siguiente esquina, para devorar cadaminuto como si fuera el último; y eso estaban haciendo, devorarse el uno al otro.

William le puso una mano detrás de la espalda y le dio la vuelta colocándolabajo él. Sintió su peso y a familiar sobre ella y dejó escapar un ruidito adorablecuando se relajó para acogerlo. Abrió los ojos, no quería perderse nada, ni ungesto, ni una mirada. Algo dentro de su pecho le decía que esa noche no iba arepetirse, que sería la última. La seguridad de esa realidad casi la rompe enpedazos, pero no lo permitió.

Le acunó el rostro entre las manos, deleitándose con el deseo que reflejabansus ojos, oscuros y perversos; y esa sonrisa tentadora en la que no había ningunaclemencia. ¡Dios, era tan sexy ! Cuando la miraba de ese modo, ella no podía

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hacer nada salvo sentir cómo se derretía y se moldeaba bajo su cuerpo. Reclamósus labios con un beso fiero y exigente que le hizo perder el control, sinimportarle que en ese momento la casa estuviera llena de gente. Al infierno contodos. Lo único real en su mente era la masa jadeante y desmadejada en la quese convertía entre sus brazos. Y, por los ruiditos que brotaban de su garganta, aWilliam tampoco parecía importarle. Cuando eres vampiro, todo, hasta lo másinsignificante, se siente con una intensidad desmedida. Y esa intensidad podríaaplicarse con mayor ardor a la lujuria.

Volvió a morderle, pero esta vez no era por el hambre de la sed, sino por otraigual de primaria. Él se alzó sobre los brazos para mirarla y ella esbozó unasonrisa culpable como respuesta, que lo único que logró fue que William seapretara aún más contra su cuerpo.

—Mía —le susurró él al oído—. Toda mía —repitió—, para siempre.—Para siempre —musitó Kate. « Sea cual sea ese tiempo» , pensó,

abrazándolo contra su pecho como si tuviera miedo a que fuera a desvanecerse.

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Debían haber pasado minutos, o tal vez horas, cuando William se dejó caer allado de Kate, completamente exhausto. Permaneció de espaldas, con la cabezaladeada, contemplando su sonrisa. Dejó escapar un suspiro tembloroso y, cuandologró volver a moverse, se puso de costado, observándola y jugueteando con unmechón de su pelo.

Ella lo miró de reojo.—¿Qué miras con tanta atención? —preguntó.—¿De verdad tengo que contestar a eso? —preguntó William a su vez. Alargó

la mano y le rozó el vientre plano, demasiado plano. Lo acarició de arriba abajocon las puntas de los dedos—. Eres preciosa.

Kate también se puso de costado.—Bueno, tú tampoco estás nada mal —replicó, deslizando un dedo por su

hombro hasta su pectoral.Él sonrió con un atisbo de arrogancia y se inclinó hacia ella. Kate pudo ver los

músculos de su cuerpo ondulándose; se entretuvo en ellos, en la forma en la quese estiraban y contraían. Su deseo por William era una fuente inagotable que nodejaba de fluir y, vista la forma en la que los ojos de él volvían a oscurecerse, elsentimiento era correspondido. Cada célula de su cuerpo le pertenecía sinreservas y sería suya durante toda la eternidad… Solo que… no tenía todo esetiempo.

Dentro de ella había algo horrible que no debería estar allí. Se estremeció.Solo había dos formas de sacar esa alma de su cuerpo: dejando que losarcángeles acabaran con su vida, o permitiendo que Lucifer la recuperara. Fueracomo fuese, ella no saldría bien parada en ninguno de los casos. El tiempo seacababa; e iba a morir. Lo sabía, lo sentía hasta en el rincón más recóndito de suser. Puede que todo su futuro se redujera a unos pocos días, horas…

Horas…Clavó sus ojos en los de William, consciente de la angustia que transmitían. Él

la miraba preocupado y le acarició una mejilla con su fuerte mano. Había tantascosas que quería decirle, que deseaba vivir con él. Irracionalmente se sintiócelosa. ¿Cuánto tiempo tardaría él en superar el dolor de su pérdida? ¿Cuántotiempo pasaría hasta que apareciera otra chica en su vida, que pudiera curar sus

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heridas del mismo modo que ella había sanado las que Amelia le dejó? Pensar enotra mujer junto a él la ponía enferma. Él era suy o, y no podía perderlo, nopodía.

Sus labios impactaron contra los de él, feroces, ansiosos, con una urgenciainfinita. William, sorprendido, trató de sujetarla por los hombros, pero ella loempujó de modo que quedó de espaldas. Se encaramó de un salto sobre él y sesentó a horcajadas en sus caderas; sin dejar de atraer sus labios sobre los de ella,apretándose con fuerza contra su cuerpo.

William le devolvió cada gesto y dejó escapar un siseo cuando ella le clavólos dientes en el labio inferior, afilados como las espinas de una rosa, y le pasó lalengua lamiendo la sangre. ¡Dios, aquello era maravilloso! Gruñó con anhelo,mientras ella lo acosaba presa de una necesidad dolorosa que le enturbiaba larazón, lo aturdía y lo embriagaba. No tenía ningún control sobre su pensamientoracional; y, aun así, en algún rincón de su cerebro, se dio cuenta de que algo nomarchaba bien.

—Hey, hey —susurró mientras intentaba detenerla. Ella le apartó los brazos yle sujetó las muñecas por encima de la cabeza—. Kate, ¿qué te pasa? —logrópreguntar entre beso y beso.

—Es evidente, ¿no? —respondió mientras dejaba un reguero de besos por sucuello.

William se liberó de su agarre y esta vez fue él quien la sujetó por lasmuñecas, reteniendo sus pequeñas manos contra su pecho.

—No para mí.—¿Qué pasa, no te gusta? —preguntó ella, ronroneando como un gatito.Los ojos de William cambiaron de color, pasando de un azul oscuro a un rojo

profundo moteado de estrellas plateadas.—Me vuelve loco —gruñó. Una palabrota ascendió a sus labios y se obligó a

calmarse—. ¿Qué te pasa, nena?—Me gusta que me llames así —susurró Kate mientras se inclinaba sobre él

y lo besaba—. Me gusta mucho.—Te cambiaré el nombre si así lo quieres, pero dime qué te pasa. —Esta vez

su voz sonó más dura.Kate no cedió en su empeño.—Solo quiero estar contigo de nuevo. Como si esta fuera la última noche, la

última vez… —susurró. El significado de esas palabras la golpeó como unaenorme ola, y de nuevo la asaltó el demencial pensamiento que la había estadoacosando—. La última vez que vamos a estar juntos.

Su voz se rompió con una emoción profunda y deslizó la mano por su pecho.Lo miró a los ojos y arrastró los dedos por su piel, provocándolo. William lesostuvo la mirada y entornó los ojos como si supiera lo que a ella le estabapasando por la cabeza.

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—Pero no es la última —dijo él soltándole las muñecas. Alzó una mano y leacunó la mejilla. Después enredó los dedos en su pelo enmarañado.

—Pero podría serlo —insistió Kate—. Imagina que lo es, que estos son losúltimos minutos que pasaremos juntos. ¿No querrías hacer el amor conmigohasta el último segundo? —preguntó con una mezcla de deseo y desesperación ensu voz.

—¡Claro que sí!, pero estos no son los últimos minutos de nada —dijo él. Segiró hasta acabar encima de ella—. No lo son —aseveró con tono vehemente.

Kate gimió con una desesperación que nada tenía que ver con que él noestuviera accediendo a sus peticiones, sino a algo mucho más profundo. Laconsumía la impotencia de no poder ser dueña de su propia vida; de que las cosasfueran así y ya está; y que la última palabra fuera de cualquiera menos suya. Lafrustración se volvió abrumadora.

—¿Y si lo fueran, Will? —estalló. Le golpeó el pecho con los puños apretados—. Sé que lo son. No habrá más noches juntos, no habrá más momentos comoeste. Se acabó, ¿es que no lo ves? No hay un futuro para nosotros, no hay futuropara mí. —Su rostro era el de una mujer que luchaba y perdía—. Sea como seano hay nada que pueda salvarme de esto. No se puede luchar contra el destino ymenos contra el tiempo. ¡Un tiempo que se me acaba! —gimió desesperada. Ensus ojos no había lágrimas, pero por dentro lloraba de un modo desgarrador—.Así que haz esto por mí, una vez más, la…

La frase acabó en silencio cuando él apretó su boca contra la suya. La besóhasta convertirla en una muñeca de trapo a su merced. Se apartó unoscentímetros y clavó su brillante mirada en la de ella. Plata fundida sin el másmínimo rastro de una pupila que le diera vida. Fríos e inhumanos, fieros yamenazantes. Kate tragó saliva. Nunca le había visto así, y sus propiospensamientos se convirtieron en algo lejano bajo la intensidad con que lacontemplaba.

—Escúchame atentamente —musitó William—. A ti no te va a pasar nada.No lo permitiré. Jamás. No dejaré que nadie te haga daño.

Su piel se iluminó con un suave halo de luz, y en alguna parte, muy pordebajo de ellos, la tierra comenzó a temblar. El sonido fue ascendiendo hasta lasuperficie y los cristales vibraron. Afuera el viento sopló con fuerza, meciendolos árboles centenarios como si estuvieran hechos de papel. Un ligero crepitarestremeció las sábanas y Kate notó cómo se cubrían de escarcha a su alrededory bajo su cuerpo. Lo mismo le ocurría a las paredes y a la ventana.

Las luces comenzaron a parpadear hasta apagarse por completo, sumiendotoda la casa en una oscuridad absoluta. Kate no podía distinguir nada a pesar desu aguda visión, solo dos esferas brillantes fijas en ella. Sintió su mano rodeándolela garganta, fuerte y tensa, contenida como si supiera que el más mínimomovimiento sin control podía partirle el cuello. Le acarició la piel con el pulgar.

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—Y pobre del que lo intente —añadió para sí mismo.Entornó los ojos y Kate cogió una bocanada de aire como si la necesitara

para respirar. La mano de William seguía en su cuello, posesiva. La otra… Seencogió bajo su tacto al tiempo que intentaba decirle con un suspiro que fueramás delicado. Pero algo le decía que William no era él mismo en ese momento.No había piedad en sus ojos. Su sonrisa sádica terminó de confirmárselo. Esanoche su control había sido puesto a prueba varias veces y al final lo habíaperdido; pero Kate sabía que era capaz de lidiar con él en esas circunstancias.

Todo su cuerpo descansaba sobre el de ella.—Y ahora que hemos aclarado esa parte…, nena —le susurró junto al oído

—. Yo también quiero estar contigo.

A Sarah le daba miedo la oscuridad sobrenatural en la que el bosque y el lago sehabían sumido. Sentada en el muelle, aún se preguntaba qué estaba haciendo allí.Unos pasos y el aroma que los envolvía le recordaron el motivo. Se le aceleró elcorazón con un violento golpeteo. Un tenue resplandor amarillento la iluminó.Adrien se sentó a su lado, tan cerca que sus hombros se tocaban, y dejó junto a éluna antigua lámpara de queroseno.

—¿Todo bien?—Sí —respondió Sarah.—Salma me ha dicho que no has comido nada en todo el día.Sarah ladeó la cabeza y lo miró. Notó cómo le enrojecían las mejillas al ver

que él la estudiaba sin ningún pudor. Pensó que debería sentir miedo, como lasotras veces que lo había tenido tan cerca, pero lo que sentía era otra cosa que laasustaba aún más por su intensidad.

—¿Me vigilas?Adrien sacudió la cabeza y sonrió.—No, me preocupo por ti —respondió. Le puso en la mano un sándwich que

ella no había visto. Luego sacó una chocolatina del bolsillo trasero de suspantalones—. Si te lo comes, puede que te dé una de estas. Tienen caramelo pordentro —comentó mientras le quitaba el envoltorio y le daba un mordisco.

Sarah se lo quedó mirando, embobada con el movimiento de sus labios almasticar. Alzó una ceja, divertida por el chantaje. Su corazón flaqueó unmomento al pensar que su bienestar le preocupaba de algún modo.

—Podríamos pasar directamente a la chocolatina. La verdad es que no tengohambre —sugirió ella con una sonrisa.

—Si no te comes ese sándwich, te tiraré de cabeza al lago —dijo él como sinada.

Los ojos de Sarah se abrieron como platos.—¿Hablas en serio?

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Adrien se rio un poco ante su tono indignado.—Muy en serio. Estás demasiado delgada.Le sostuvo la mirada durante un largo minuto. Sabía lo que ella estaba

pensando. Consideraba hasta qué punto hablaba en serio con lo de lanzarla allago. Debió pensar que lo haría, porque le quitó el plástico y empezó amordisquearlo con la vista clavada en su regazo. Al cabo de un rato, tragó elúltimo trozo y sacudió las migas que le habían caído en el pantalón como si fuerael trabajo más meticuloso del mundo.

—Así que te gustan las chicas con curvas —indicó Sarah, incapaz de mirarloa los ojos.

—¿Qué te hace pensar eso? —inquirió Adrien. Alargó la mano y le limpiócon un dedo una mancha de salsa en la comisura de los labios.

Sarah se quedó sin respiración al sentir su roce en la piel; tenía la sensación deque el pecho iba a estallarle.

—Lo que has dicho antes sobre que estoy delgada —se obligó a responder.—Ya —suspiró el vampiro—. ¿Y qué quieres saber exactamente, si me

gustarías con unos cuantos kilos más?Sarah dio un respingo. Un calor sofocante le calentaba las mejillas. ¿En qué

momento aquella situación se había vuelto tan incómoda?—No… no estoy hablando de mí en absoluto. Era una observación… Solo eso

—empezó a justificarse—. Además, sé que jamás te fijarías en mí en esesentido.

—¿Y eso quién lo dice? —preguntó Adrien, taladrándola con los ojos.Sarah se rió con nerviosismo.—Bueno, es evidente…—¿El qué? —insistió él con sus ojos cambiando de color rápidamente.La estaba provocando a propósito, porque había algo que necesitaba saber. El

tipo fuerte y confiado, capaz de arrancarle el corazón a un demonio sin nisiquiera inmutarse, no tenía valor para mover un dedo respecto a una chica sinestar seguro de que no iba a rechazarlo. Solo lo había hecho con Kate, con ella seabrió sin reservas, y acabó con el corazón roto.

—¿Qué es evidente? —la presionó al ver que guardaba silencio.—Que yo no te gusto como… —Sarah tragó saliva— como chica, como

mujer.—¿Y y o te gusto a ti? —Adrien dejó caer la pregunta con descuido, aunque a

ella debió parecerle un golpe en el estómago, porque se puso pálida y contuvo elaire.

Sarah abrió la boca un par de veces, incapaz de contestar. Estaba tan roja quesus mejillas destellaban a la luz de la lámpara. Su corazón latía por los dos, rápidoy nervioso. Si aquello no era un sí rotundo, entonces era una mentirosa de lo másconvincente.

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—Yo creo que sí te gusto —alegó Adrien con una sonrisa traviesa.Ella cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos, él estaba a solo unos

centímetros de su rostro. Sentía su aliento frío en la cara, dulce y seductor. Quisoapartarse, pero quedó atrapada en aquellos ojos oscuros que no dejaban decambiar de color. Sus labios se separaron para recuperar el aliento y, casi sindarse cuenta, asintió dándole la razón.

Las fosas nasales de Adrien se dilataron, leer en las reacciones de los nefilimera tan fácil como hacerlo en un humano. Su corazón, el sudor, incluso el olor losdelataba. Sarah sentía una atracción intensa hacia él.

—Tú también me gustas —confesó él, rozándole la mejilla con el dorso de lamano.

Sarah tardó un largo segundo en asimilar lo que Adrien acababa de admitir.Su corazón aleteaba como las alas de un pajarito. Una parte de ella se estremecióexcitada; la otra, estaba aterrada y le costaba aceptar que decía la verdad.

—Creía que me estabas ayudando por otros motivos —susurró mientras seabrazaba las rodillas.

—Al principio sí —contestó Adrien con tono travieso.Le tomó la barbilla para que lo mirara y, cuando se encontró con sus enormes

ojos asustados, el deseo de besarla se convirtió en un impulso incapaz decontrolar. Se inclinó sobre ella con la vista clavada en su boca.

—Nunca me han besado —dijo Sarah con voz temblorosa.Adrien se detuvo. Eso sí que era una sorpresa. También el hecho de que su

sangre cargada de adrenalina olía de maravilla, mejor que cualquier perfume.Su olor lo envolvió. La miró a los ojos y sonrió.

—Suerte que soy un buen maestro —susurró.Los labios de Sarah se apretaron contra los suyos antes de que tuviera tiempo

de moverse. Sintió un impacto que se extendió por todo su cuerpo. Un calor quele inundó las venas, tan real como la sangre. Sus labios eran suaves y sabían demaravilla. Se retiró un momento y la miró a los ojos para ver su reacción. Ellalos mantenía cerrados y ese gesto le hizo sonreír. La besó muy despacio, sinprisa, como una tentativa, con besos cortos y suaves, exploratorios.

Ella enlazó los brazos en torno a su cuello y se apretó contra él. Adrien aceptóla invitación y la abrazó envolviéndola con su cuerpo. La atrajo hasta colocarlaen su regazo, sin dejar de acariciarla; y el ritmo de los besos aumentó, cada vezmás rápidos, hambrientos, hasta que él no pudo más y rozó con la lengua la fresaque formaban sus labios. Sarah le dejó entrar con una timidez que a él le provocófiebre.

Al cabo de un rato, y en contra de su voluntad, Adrien se separó de ella.Excitado y abrumado, la tentación de ir más allá amenazaba con anular su ladoracional. Le acunó el rostro entre las manos y la miró. Tenía los labios rojos ehinchados y el contorno plateado de sus iris brillaba dándole el aspecto de un

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felino. Preciosa. Le acarició el labio inferior con el pulgar.—¿Qué quieres de mí? —preguntó Sarah.—¿Cómo?Adrien frunció el ceño, sin entender la pregunta.Sarah tragó saliva y apartó la mirada. A lo largo de toda su vida nadie se

había preocupado por ella. Nunca se había sentido querida y, mucho menos,deseada. Todas las personas que se habían acercado a ella, siempre lo hicieronpor un motivo interesado.

—Quiero decir que, si esto…, tú y yo… —Hizo una pausa para tomar aire eintentar no parecer tan patética—. Me refiero a… si vas en serio o si solo soy unpasatiempo.

Los ojos Adrien se abrieron como platos. Menuda pregunta. Ni siquiera sehabía parado a pensar en ello. Sarah le gustaba, y mucho, pero no se habíadetenido a analizar nada de aquella relación. ¡No hacía ni diez segundos queacababa de darle su primer beso! Se pasó una mano por el pelo mientras con laotra le acariciaba la espalda de forma distraída.

—No sé qué contestar a eso. Yo… —Silencio.Sarah sintió que el corazón le daba un vuelco. Se le pusieron los ojos vidriosos

y un escalofrío de vergüenza le recorrió el cuerpo. Ni siquiera sabía por qué lehabía preguntado algo así. No se conocían y … ¿y a esperaba que le prometieraamor eterno? Intentó levantarse de su regazo y marcharse.

—No, espera —pidió él, sujetándola con fuerza—. No me malinterpretes.Desde luego que no eres un pasatiempo. Dame un segundo, ¿vale? —rogósintiéndose un poco agobiado. Sus ojos ardían con mil emociones diferentes—.Verás. Lo que he dicho es cierto, me gustas; y después de ese beso… —Esbozóuna sonrisa traviesa. Ella se sonrojó y pudo notar cómo la temperatura de su pielsubía de golpe—. El caso es que… ¡Dios, parezco idiota! Lo que intento decir…—La miró a los ojos con decisión—. Me gustas, me gustas mucho, y meencantaría poder conocerte y ver a dónde nos lleva esto. Supongo que lo correctosería pedirte salir y esas cosas formales; pero, por otro lado, me parece absurdocuando puede que mañana esos arcángeles nos maten a todos. Y desde hace díases en lo único que pienso, en ellos.

Sarah se estremeció. Adrien la tomó por la barbilla y le alzó el rostro.—Aunque ¿sabes qué? Al cuerno con eso. Me gustaría salir contigo y hacer

todas esas cosas que hacen dos personas que se atraen —continuó. Las palabrasse atropellaban en su boca—. Quiero conocerte y ver qué pasa, ver si funciona.Y te juro que me esforzaré mucho para que funcione, porque me gusta cómo mesiento cuando estoy contigo. Así que, si esto te parece un ejemplo de « ir enserio» , pues sí, voy en serio. Sería un idiota si no lo hiciera. ¿Y tú qué… quieres iren serio conmigo?

Ella le sostuvo la mirada mientras una ráfaga de aire frío con olor a lluvia le

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acariciaba los costados y los hombros. Asintió, un poco cohibida, y acabódibujando una sonrisa que logró que una de las capas que aún escondían elcorazón de Adrien se derritiera. Rió con suavidad y la atrajo hacia él hastarozarle los labios con un beso. Ella le puso una mano en el pecho y profundizó esebeso.

Cuando se separaron, Sarah jadeaba sin aliento y su mano se había coladobajo la camiseta de él, ascendiendo por su estómago. Con una lentitud que resultógraciosa, Adrien bajó la mirada hacia su mano al tiempo que iba arqueando unaceja. Una sonrisa pecaminosa se dibujó en su cara.

—Me he propuesto ir despacio contigo, pero me lo estás poniendo muy difícil.Sarah enterró el rostro en su cuello y se quedó allí mientras él la abrazaba.—¿Cómo está Kate? —preguntó al cabo de un minuto.Adrien levantó la vista al cielo y lo estudió unos segundos antes de contestar.—Parece que ahora está bien. Sigue en su habitación, descansando.—¿Qué le ha pasado?Adrien se encogió de hombros.—Si tienes tanta curiosidad, ¿por qué no te has quedado en la casa mientras

hablábamos?—No me gusta estar cerca de ellos, de los arcángeles; me ponen nerviosa —

confesó Sarah, poniéndose tensa.Adrien le acarició la espalda y notó cómo ella se relajaba de inmediato.—Creo que nos pasa a todos. Mi madre los evita como si tuvieran la peste. —

Suspiró y se concentró en lo que Sarah le había preguntado—. Ellos creen que elvínculo entre el cuerpo de Lucifer y su alma se está restableciendo. La magia delhechizo se diluye en este plano. Así que, cuando Kate se aleja de él, el hilo de esevínculo se tensa y ella sufre todos esos daños.

—¿Podría matarla? Porque cuando vi entrar a William con ella en brazos,creí que estaba muerta —comentó Sarah. Se separó de él y lo miró a los ojos,preocupada.

Adrien sacudió la cabeza.—Nadie está seguro de qué puede ocurrirle. Pero te juro que esta noche he

creído que sí, que iba a morir. Jamás he visto a nadie sufrir tanto —susurró convoz temblorosa. Ver a Kate sangrando y gritando de ese modo era algo quejamás olvidaría. Se había sentido tan impotente.

—¿Y qué vais a hacer para ayudarla?—Querrás decir, vamos a hacer. Ahora tú formas parte de esta extraña

familia —le recordó. Sarah sonrió agradecida—. La única forma es sacarle esacosa de dentro y, de momento, solo conocemos un modo de conseguirlo: queLucifer la recupere. Pero eso no podemos hacerlo, Sarah. Las consecuencias…—se lamentó con la voz rota, como si pidiera perdón por pensar así.

—Lo sé —dijo ella. Alzó una mano y enterró los dedos en su cabello negro y

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espeso—. He estudiado la Biblia y todos los textos sagrados, incluidos los textosapócrifos. Sé lo que supone el Apocalipsis. —Se pasó el pelo por detrás de lasorejas—. ¿Sabes? En realidad, lo que le ocurre a Kate parece un caso deposesión. Solo que es un tanto atípico. Si ella fuese humana y él un demoniocorriente, un exorcismo podría ser la solución.

Adrien dio un respingo y la agarró por los brazos.—¿Qué has dicho?Sarah sintió el poder de aquellos músculos apretándole los brazos, y se

estremeció con un temor absoluto. Durante un segundo una oleada de vívidosrecuerdos la asaltó: golpes e insultos. Pero cuando logró mirarlo a los ojos no vionada que la hiciera temer, solo una intensa preocupación y un atisbo deesperanza. No cabía duda de que era menuda, casi parecía una muñeca sobre suenorme cuerpo, pero no era débil ni frágil; y se obligó a creérselo. Adrien jamásle haría daño y ella tenía que empezar a comportarse como una persona libre.

—Que parece una posesión y, en circunstancias normales, un exorcismopodría expulsar esa cosa de ella —respondió en voz baja.

Adrien no dijo nada, se limitó a quedarse mirándola fijamente. De repente,asaltó su boca con un beso que amenazaba con bebérsela como si estuvierahecha de agua. Se separó de ella, dejándola sin aliento, y se puso de piearrastrándola consigo. La cogió de la mano y tiró de ella hacia la casa.

—Puede que, sin saberlo, acabes de dar con la solución. ¡Ojalá! —exclamóAdrien. La miró con una sonrisa en los labios, mientras ella corría a su lado paramantener el ritmo de sus largos pasos—. ¿De verdad estudiaste la Biblia y todosesos textos?

—Emerson nos obligaba y después nos daba su propia interpretación de loque significaban. De su mensaje.

—Ya. Algo me dice que siempre de una forma beneficiosa para él.Sarah asintió.—Se consideraba una especie de salvador. En realidad estaba loco, y también

su hermano.Los ojos de Adrien destellaron un segundo con un resplandor púrpura.—Ya no tienes que preocuparte de ellos. Ni de nadie más. Jamás —aseveró

con voz ronca.

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35

William gruñó sin darse cuenta. Una afilada mezcla de ira y posesión dominabasu feroz instinto protector en lo tocante a Kate. Así que, cuando Gabriel se acercóa ella para « palpar» el alma de su hermano en su interior, William tuvo querecurrir a todo su autocontrol para no saltarle encima y apartarlo de un empujón.También ayudaba que Adrien tenía una mano en su brazo y Robert y Shaneestaban delante de él como un muro de contención.

Kate no apartaba los ojos de él. La hechizaba por completo con su caráctertaciturno, sus besos oscuros y su instinto protector. La aterraba que cada minutopudiera ser el último, y si podía elegir la imagen que captaran sus retinas antes deapagarse, esa era la de él.

—Se está haciendo más fuerte —dijo Gabriel tras apartar las manos de lacabeza de Kate. Miró a Miguel como si fuera el único presente en la habitación—. Pero no veo nada que la una a ella. No hay ataduras, solo la contiene.

—Entonces, ¿sería posible? —inquirió Miguel.Gabriel se quedó pensando. Al cabo de unos segundos se encogió de hombros.—Técnicamente sí —respondió—. Pero ya sabes que en este caso no se trata

solo de técnica. Se necesita a alguien con un gran poder que pueda llevar a caboel rito.

En cuanto Gabriel se alejó de Kate, William fue hasta ella y la atrajo hacia laprotección de sus brazos. La besó en el cuello en un acto de afectocompletamente espontáneo

—¿Puede hacerse? —preguntó William sin rodeos—. ¿Y cómo de peligrososería para ella?

—Podría hacerse, o eso parece. Pero no estamos seguros de si seríapeligroso. Nadie esperaba lo que pasó anoche, alejarse de él casi la destroza —respondió Miguel.

William se pasó una mano por la barba incipiente. No estaba dispuesto a usara Kate como si fuera un experimento, con la simple esperanza de que pudierafuncionar.

—¿Lo harías tú? —preguntó Kate, que hasta ese momento había permanecidocallada.

—Kate, no… —replicó William con un sonido ahogado que expulsó todo el

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aire de sus pulmones.Trató de que se girara para que lo mirara. Pero ella se deshizo de su contacto

y dio un par de pasos hacia Miguel.—Si existe una posibilidad, no voy a ignorarla porque sea peligrosa —repuso

ella. Se dirigió de nuevo al arcángel—. ¿Harías tú ese exorcismo?Miguel sacudió la cabeza. Una extraña aflicción formaba arrugas en su

rostro, se sentía desarmado con todo aquel asunto.—No, yo no podría. Debe hacerlo un humano, un hombre de fe.—¿Un sacerdote? —preguntó Kate, y añadió antes de que él respondiera—:

¿Por qué un humano, cuando es evidente que vosotros tenéis poderes que ellosno?

—¿Por qué el fuego quema y el agua se congela? ¿Por qué un pájaro vuela yun escorpión posee veneno? Porque así se crearon, del mismo modo que a ciertoshumanos se les dotó de dones que los hacen necesarios en un mundo donde lasdivinidades no pueden intervenir sin romper las reglas. Un profeta predice; unvidente muestra lo que está por venir; un hombre creyente puede expulsar a undemonio de un recipiente inocente… Tenéis vuestros propios protectores.

Kate asintió una sola vez y alzó la barbilla sin que su rostro mostrara dudas,solo una férrea seguridad.

—Bien —aceptó con voz firme. En realidad le importaba un cuerno el cómoo el por qué, solo quería que aquella pesadilla acabara—. ¿Sirve cualquiera odebemos buscar a alguien en particular?

William soltó una maldición. Se acercó a Kate y posó las manos sobre sushombros con una delicadeza que no encajaba con la rabia que destellaba en susojos.

—Es demasiado arriesgado. No sabemos qué puede pasar. ¿Acaso no tuvimossuficiente anoche?

Kate iba a contestar cuando sintió un fuerte pinchazo en el interior de sus ojos.Notó un líquido descendiendo por el interior de su nariz hasta que asomó encimade sus labios y goteó sobre la alfombra. Ella se llevó las manos a la cara,intentando detener el sangrado. Se mareó y fueron los brazos de Miguel los que lamantuvieron cuando sus rodillas dejaron de sostenerla. William se la arrebatócon un gruñido y la alzó del suelo. La llevó hasta la cocina y la sentó sobre laencimera junto al fregadero. Tomó un paño y lo humedeció bajo el agua delgrifo. Empezó a limpiarla, pálido como un cirio.

—Debemos hacerlo —dijo Kate. Él no contestó, negándose a escucharla. Ellale sujetó la muñeca y la alzó hasta que el paño ensangrentado quedó a la alturade sus ojos—. No puede haber nada peor que esto. No puedo más. Si ha deacabar quiero que lo haga ya, y si hay una posibilidad tengo que intentarlo.Cualquier cosa menos seguir así —sollozó.

William se quedó mirándola y la expresión de sus ojos cambió.

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—Me pides que me cruce de brazos y me limite a mirar.—Lo sé —dijo ella—. Y si sale mal, tienes que saber que no será culpa tuy a.—Si sale mal, no hará falta un Apocalipsis para que este mundo deje de ser

como es —cedió al fin. Se había prometido a sí mismo que la protegería acualquier precio, pero que nunca más se impondría por la fuerza. Ella era librede elegir, aunque eso lo matara.

Regresaron al salón, donde nadie se había movido. Adrien, Robert y Shane sehallaban juntos. Los arcángeles se mantenía alejados de ellos y las miradas deodio circulaban en ambas direcciones, letales como el veneno.

—Está bien, intentémoslo —dijo William.Kate le apretó la mano, a pesar de que él se la estrujaba con fuerza.—Es más fácil decirlo que hacerlo —intervino Rafael.—¿Qué quieres decir?—Que el último exorcista capaz de algo así, murió hará unos… Hace mucho

—respondió sin estar muy seguro del tiempo transcurrido en aquel plano.—Pero, entre los humanos hay casos de posesión, lo sé —dijo con tono

vacilante Sarah. Todos se giraron para mirarla. Nadie recordaba haberla oídodecir una sola palabra en los últimos días. Se puso colorada y deseó no haberhablado. La sonrisa que Adrien le dedicó la animó a seguir—. ¿Quién se encargade esos casos?

—Existen unos pocos exorcistas, pero no harán nada a no ser que haya unainvestigación previa por parte de un tribunal eclesiástico que demuestre que ellaestá poseída por un espíritu. En el caso de que se convenzan de ello, se necesitaríala autorización de un obispo de su diócesis que permitiera al sacerdote llevar acabo el rito de exorcismo. Esos trámites son demasiado lentos.

Robert soltó una carcajada sin pizca de gracia.—¿Aunque un arcángel grande y fuerte como tú… les pidiera que movieran

sus sacros culos hasta aquí ya? —acabó gritando.Rafael lo fulminó con la mirada.—Ten cuidado con cómo te diriges a mí —le espetó. Robert iba a replicarle,

pero el codazo que Shane le dio en las costillas lo obligó a callarse. Rafael añadió—: Si me hubieras dejado terminar, te habría dicho que ninguno de esossacerdotes puede llevar a cabo el exorcismo.

—¿Por qué? —preguntó William.—Explicar el porqué nos llevaría más tiempo que deciros lo que necesitamos.

Además, dudo que pudierais comprenderlo —intervino Gabriel.En circunstancias normales, William habría sido más paciente y cauteloso.

Sabía que tenía los medios y la fuerza para enfrentarse al arcángel, pero quepudiera vencerle entraba dentro de un número limitado de posibilidades,condiciones y supuestos que podían no estar de su parte en ese momento. Pero sucontrol, junto con su prudencia y aguante, caminaba sobre una cuerda sin red en

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la que no dejaba de tropezar.—¿Sabes? Empiezo a estar harto —soltó William—. Dinos de una vez qué

tenemos que hacer para sacarle esa cosa, o te juro que empezaré a plantearmela posibilidad de negociar con el otro bando. Seguro que se muestra máspredispuesto a caerme bien.

Gabriel rechinó los dientes y un tic contrajo su mandíbula. Tenía los puñosapretados, intentando controlar el acceso de ira y destrucción que pulsaba en suinterior desde hacía días. Sostuvo la mirada de William, y sin darse cuenta seencontró a sí mismo admirando la fuerza y la osadía del híbrido.

—Lo harías, ¿verdad? —le preguntó Gabriel.—Sí —admitió sin dudar—. Del mismo modo que tú harás cualquier cosa

para conseguir lo que quieres.Gabriel no contestó, no hacía falta. Parpadeó, sosteniendo su mirada, luego se

llevó un dedo a la frente y se la frotó como si le doliera. Empezó a hablar:—Hay hombres que nacen con ciertos dones. La mezcla de sangre entre

ángeles y humanos da lugar a híbridos. Híbridos que tienen descendencia:generaciones y generaciones que nacen y mueren sin nada en especial. Pero, aveces, entre ellos viene al mundo alguien único. Alguien con la capacidad de vermucho más allá del velo. Poseen restos de magia en su sangre y pueden hacercosas como sanar, invocar fuerzas, exorcizar pequeños demonios. Eso es lo quenecesitamos, alguien con la capacidad de hacer todas esas cosas y una habilidadconcreta.

—¿Cuál? —preguntó Kate.—Debe ser un guía. Una vez que el alma se libera, debe poder guiarla a un

nuevo recipiente. En este caso, el nuevo recipiente tiene que ser uno de nosotros.—Vale. ¿Dónde lo encontramos? —inquirió William.—No lo sé. El único que lleva un registro de humanos con habilidades es

Lucas, un ángel a mi servicio. Pero hace semanas que no sé nada de él.Desapareció justo después de que le enviara a observaros. ¿Sabéis algo de eseasunto? —preguntó con recelo.

Se había olvidado de Lucas por completo. Demasiados preocupacionesocupando su mente.

William y Adrien cruzaron una mirada.—Está muerto —mencionó William sin ninguna emoción—. Y no pienses ni

por un momento que me arrepiento. Era un intruso, una amenaza y y o protejo alos míos contra quien sea.

La casa se agitó con una vibración que ascendía desde los cimientos enoleadas.

—¿Lo mataste? —rugió Gabriel—. ¡Era un ser noble!—No me culpes cuando tú estás dispuesto a matarla a ella aun sabiendo que

es inocente —replicó William. Abrazó a Kate contra su pecho.

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—Toda guerra tiene sus bajas —masculló el arcángel.—Pues asume las tuy as. Estamos en paz.—Discutir no nos conduce a ninguna parte —intervino Miguel. Miró a su

hermano—. ¿Hay forma de encontrar un humano con esas habilidades en laspróximas horas? Conforme pasa el tiempo, Lucifer se hace más fuerte.

Gabriel sacudió la cabeza.—No lo sé. Es posible que…—Yo sí puedo —replicó Salma. Sentada en una silla junto a la ventana, con

una manta sobre los hombros, intentaba que aquella situación no la sobrepasara.De repente, toda la atención de los presentes estaba puesta en ella. Se reclinó

en el asiento y el cansancio le encorvó los hombros. Miguel dio un paso hacia ellay Salma subió los pies haciéndose un ovillo sin apartar sus ojos de él.

—¿Qué puedes? —le preguntó el arcángel.Salma vaciló. Buscó la mirada de William, pidiendo permiso con los ojos. Él

le dijo que sí con un gesto imperceptible.—Conozco a una santera. Estuvo unos años viajando con los mismos feriantes

que yo. Llegamos a convertirnos en amigas. Nos hacíamos compañía durante losviajes y compartimos la misma caravana durante unos meses. Por eso sé que noes ninguna farsante. La vi hacer cosas… —Guardó silencio mientras esbozabauna sonrisa perturbada, como si los recuerdos la pusieran nerviosa.

—¿Qué cosas? —preguntó Shane.Salma se encogió de hombros.—Iba a verla gente muy enferma, casi agonizante, y salían de allí por su

propio pie y completamente recuperados. Otros parecía estar poseídos, hablabanlenguas extrañas. Maritza, así se llama, los ahumaba con unas hierbas. Despuésella ingería una extraña infusión y entraba en trance. Sacaba cosas de esaspersonas y las guardaba en unos recipientes de barro decorados con pinturas ylazos de colores…

—¿Qué quieres decir con que sacaba cosas? —se interesó Robert,arrodillándose frente a ella.

—Nunca vi nada, nada tangible, no como te veo a ti ahora. Pero de esaspersonas escapaba algo que Maritza atrapaba en su boca y que luego vertía enaquellas vasijas.

Miguel asintió con la cabeza y la vista clavada al frente.—Es una médium, si es poderosa, podría servir —dijo más para sí mismo que

para los demás. En las profundidades de su mente empezó a ver una luz deesperanza que cobraba fuerza por momentos.

—¡Poderosa! —exclamó Salma como si la hubiera ofendido—. Lo es ymucho. Apostaría un brazo a que no existen muchas como ella.

—¿Puedes contactar con ella? —preguntó William.—No, hace tiempo que perdimos el contacto. Sé que se instaló en el Condado

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de Fairfax, en Virginia. Su madre era muy mayor y quería estar con ella.Aunque sé quién puede hacerlo.

—Bien. Hazlo, localízala, pero ella tendrá que venir hasta aquí. Después de loque ocurrió la otra noche, no voy a arriesgarme a mover a Kate —indicóWilliam.

—Verás. Es que… Maritza no trabaja de manera desinteresada —comentóSalma.

—Dile que le pagaré lo que pida. Seis ceros, siete, ocho… Que ponga unacifra —intervino William. Le daría su propia vida a cambio si se la pedía.

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36

La lluvia volvía a caer azotando las ventanas. William estaba en el porche, viendocómo el agua fría empapaba la tierra. La preocupación se reflejaba en susrasgos apuestos y orgullosos. Vestido tan solo con unos vaqueros y una camiseta,parecía que lucía un traje de diseño. Así era él, la viva imagen de una perfecciónde la que ella estaba perdidamente enamorada.

—¿Estás bien? —preguntó Mako tras él. Se apoy ó en la balaustrada demadera, de espaldas al bosque.

William asintió un sola vez y se quedó mirando los árboles. Permanecieronen silencio unos minutos, en los que él no dejaba de mirar su reloj .

—Vendrá. Cualquiera vendría con la cantidad de dinero que le has prometido—le hizo notar ella.

William levantó los ojos, traspasándola con la mirada. La observó unmomento, luego retrocedió y se sentó en el sofá donde Alice solía acomodarsepara coser.

—No te estoy criticando. No lo tomes en ese sentido —se apresuró a aclararMako. Se sentó a su lado, tan cerca que sus piernas se tocaban—. Esa mujervendrá esta noche y ayudará a Kate. Estoy segura. Así que no te preocupes,¿vale? —Le sonrió mientras le apretaba la mano intentando reconfortarlo.

—Gracias —dijo William.Apartó la mano. No se sentía cómodo cuando se acercaba a él, más por Kate

que por sí mismo. William tenía muy claro qué lugar ocupaba Mako en su vida.Era una amiga, nada más; pero una amiga importante a la que quería yprotegería. Durante una época de su vida ella fue compañera, la más leal. Larecorrió con los ojos, desde el pelo, recogido en una coleta, hasta las botas decombate que solía llevar. Era como si estuviera reencontrándose con ella, comosi llevara años sin verla. Esbozó una leve sonrisa.

—No he sido muy buen amigo últimamente, ¿verdad? —preguntó él.Mako levantó la vista de sus pies, sorprendida, y se encontró con aquellos ojos

azules que apenas recordaba. Allí estaba el chico con el que había convividodurante dos años. Su William, el de antes, no el que era ahora. Sonrió y casi se leescapó un sollozo.

—Bueno, estás pasando por muchas cosas. Es normal que no pienses en mí —

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musitó.—Pero eso no es cierto, sí pienso en ti.—¿De verdad? —preguntó ella con un nudo apretado en la garganta.—¡Claro! —exclamó William; y le dio un golpecito cariñoso con la rodilla—.

Siempre me preocuparé por ti, siempre. Y sé que Kate también acabaráhaciéndolo. Deberíais daros una oportunidad.

La luz desapareció de los ojos de Mako en cuanto William nombró a Kate.—Sé que es importante para ti, así que lo intentaré —dijo con una sonrisa

forzada. Lo miró de reojo—. ¿Puedo hacerte una pregunta?—Sabes que sí.—Hay algo que necesito saber, así que… tienes que ser sincero —pidió con

voz entrecortada. Él dijo que sí con la cabeza—. Si y o no hubiera desaparecidoentonces, tú y y o… ¿qué crees que habría pasado?

William meditó su respuesta durante unos segundos. Intentó dejar a un lado lavida que tenía ahora, a Kate…

La lluvia arreció, golpeteando con fuerza el tejado y los peldaños que subíanal porche. Las últimas luces del crepúsculo desaparecían tras las copas de losárboles y la oscuridad cubrió de un manto húmedo y frío la tierra.

—Creo que, de haber seguido juntos, habríamos encontrado a Amelia y aAndrew muchos años antes de lo que yo lo hice. —Encogió un hombro,quitándole importancia—. Quizá, compartir ese momento de venganza nos podríahaber unido más. Yo no habría acabado aquí y puede que mi vida hubiera sidomuy distinta —comentó William con la mirada perdida en la cortina de agua.

—¿Conmigo? ¿Crees que esa vida habría sido conmigo? —preguntó Mako conun destello de esperanza en los ojos.

—No lo sé. Es posible. Puede que no como tú necesitabas, pero a mi modo tequería. Las cosas ocurrieron así y y a no sirve de nada darle vueltas. —Sonrió yle tiró de la coleta—. Deja el pasado como está y mira el presente, mira alfuturo. Aquí estamos, como los mejores amigos, eso es lo que importa. Siempreestaré para ti.

La tomó de la mano y depositó un casto beso en sus nudillos. La soltó muydespacio y se puso de pie.

—Voy a ver cómo está Kate. Finge que se encuentra bien, pero yo sé que no.Está asustada.

—Claro, adelante. Yo tengo que ver a Stephen, quería que repasáramos elplan antes de salir.

William entró en la casa, dejando a Mako en el porche. La vampira se quedómirando la lluvia, mientras en su interior estallaba una tormenta aun may or quela que estaba teniendo lugar afuera. Dudas y miedos, resolución y más dudas.

« A mi modo te quería. Siempre estaré para ti» , pensó en las palabras deWilliam.

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Quizás, si fuera paciente, si supiera esperar y estuviera ahí para ser esehombro en el que llorar. Sí, él acabaría por verlo, tan claro como lo veía ella. Sedaría cuenta de que el tiempo había vuelto a unirlos por un motivo.

Temblando como un flan se puso de pie. Empujó la mosquitera y bajó lospeldaños. Caminó bajo el aguacero hasta perder la casa de vista. Comprobandoque no había nadie, sacó su teléfono móvil y marcó. Esperó hasta quecontestaron al otro lado.

—¿Lo has pensado mejor? —preguntó una voz.—Prométeme que a él no le haréis daño —exigió Mako con voz ronca.—Nadie le tocará un solo pelo.—Y cuando todo acabe, dejaréis que nos vayamos, libres y a salvo.—Lo prometo, por supuesto.—Bien. Entonces, ¿tenemos un trato? —preguntó Mako con voz vacilante. De

pronto todo su cuerpo le gritaba que diera marcha atrás.—Eso depende de ti, ¿lo tenemos?

En la casa se respiraba nerviosismo, y William se encontraba de un humor deperros. Le estaba costando un esfuerzo enorme no empezar a gritar como unposeso, invitando a todo el mundo a largarse a casa y que dejaran a un lado esacara de funeral que arrastraban y que no ay udaba a nadie.

Kate, sentada en el sofá del salón, no era capaz de levantar la vista del suelo.Rachel y Ariadna se encontraban sentadas a su lado. Marie estaba arrodillada enel suelo y no dejaba de acariciarle el brazo y de repetirle que todo iba a salirbien. Incluso Jill había acudido, a pesar de que había desarrollado alguna especiede fobia hacia William. No se fiaba de él, y mucho menos de sus colmillos y su« problemita» no resuelto. Key la, Cecil y Sarah completaban el círculo.

William se apartó de la jamba de la puerta, donde llevaba diez minutoscontemplando la reunión, y fue hasta la cocina. Se sentó a la mesa y echó unrápido vistazo a su alrededor. Volvió a mirar el teléfono y releyó el mensaje deSalma. Ya había llegado al aeropuerto, donde recogería a Maritza, que viajabadesde Virginia, acompañada de un par de guerreros encargados de protegerla.Había puesto objeciones a que la vidente abandonara la casa y su protección; susvisiones podían ser la ventaja que necesitaban desesperadamente. Pero ella erala única que conocía a Maritza y en la que la santera confiaba.

Escondió el rostro entre sus brazos e intentó tranquilizarse.Una mano empujó un vaso a lo largo de la madera y lo detuvo frente a él. El

olor a bourbon le colmó el olfato. Su estómago se agitó con náuseas, atiborradode sangre humana. No quería beberla, por miedo a que su adicción fueraincontrolable, pero esa noche necesitaba sentirse al cien por cien. Tenía unextraño presentimiento que le había obligado a armarse hasta los dientes, y

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Adrien parecía sentir lo mismo, porque, cuando William levantó la vista, loencontró cubierto de metal como si fuera una ferretería ambulante.

Shane entró en la cocina por la puerta trasera. Estaba empapado por la lluviay sus pies cubiertos de barro dejaron un rastro al acercarse a la mesa. Se dejócaer en una silla y se sirvió directamente de la botella. Robert aparecióarrastrando los pies, y se sentó en la encimera de un salto. Llevaba en la manouna bolsa de sangre y bebía distraído con sus pensamientos.

Por el rabillo del ojo, William vio a Daniel sacando un pack de seis cervezasde la nevera. Le pasó una a Samuel, que tenía los ojos hinchados y el pelorevuelto, como si hubiera estado durmiendo hasta hacía poco. Lanzó otra aCarter, que la atrapó al vuelo, y una más a Evan. Jared levantó la mano y recibióun gruñido a modo de respuesta. Daniel abrió de nuevo la nevera y le pasó unrefresco a su hijo.

William se dio cuenta de que era un idiota afortunado por tenerlos a todosellos allí. Incondicionales, dispuestos a dar su vida por él. Sabía que no merecíaesa lealtad, pero no iba a rechazarla ni loco. Exhaló largo y despacio, y miró otravez el reloj . Hora de marcharse. Tomó su vaso y bebió un buen trago. Se puso depie y revisó las dagas que llevaba cruzadas sobre el pecho; luego aseguró las queescondía en los brazos; por último la munición en su cintura bajo la ropa.

Mientras se ponía la cazadora, su mirada se cruzó con la de Samuel. Llevabatodo el día dándole vueltas a un recuerdo. En Boston, el mayor de los Solomon leconfesó algunas cosas difíciles de olvidar.

—Tú no deberías venir —le dijo al lobo.—¿Por qué? —preguntó Samuel.—Porque hay demasiadas coincidencias como para no pensar en ello. No te

equivocaste cuando me viste convertido en rey … ¿Y si tampoco te hasequivocado con esa parte?

Daniel miraba a uno y luego al otro sin entender de qué iba aquellaconversación.

—Si ha de pasar pasará, no sirve de nada esconderse. Yo voy —mantuvoSamuel sin opción a réplica.

William contempló al lobo mientras este salía de la cocina. « Demasiadascoincidencias» , pensó.

Minutos después, los coches estaban en marcha. Se había decidido que soloirían los imprescindibles: Daniel, Samuel, Carter, Shane y Evan; Robert, Marie yStephen; Adrien y William. En el pueblo y a se encontraban un pequeño grupo deguerreros, bajo las órdenes de Mako; y otro de cazadores, bajo el mando deDaleh. Se mantendrían cerca, vigilando el barrio por si algo salía mal.

William se llevó la mano de Kate a los labios mientras conducía. La besó,entreteniéndose en el gesto. Ella estaba ausente, con la vista perdida en laoscuridad al otro lado de la ventanilla. No había dicho nada de nada en las últimas

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horas, ni siquiera había preguntado por el plan ni los pasos a seguir esa noche.Ella misma tomó la decisión de mantenerse al margen de las reuniones. Temíaposeer algún vínculo con Lucifer que hiciera que él pudiera ver suspensamientos, saber las cosas que ella sabía. Si ese vínculo existía y el Oscuroaveriguaba lo que se proponían, intervendría para evitarlo.

El exorcismo, por llamarlo de algún modo, debía llevarse a cabo en un lugarsanto. Un lugar bendecido, impregnado con la influencia positiva de la fe. En lossitios santos las fuerzas oscuras perdían gran parte de su poder; y necesitabancualquier ventaja que pudieran lograr.

La lluvia continuaba cay endo, fría y espesa, sin tregua desde esa mañana. Lacarretera se había convertido en un río que brillaba como una estela plateadabajo la luz de los faros. Un poco más adelante, unos destellos rojos y azulesllamaron su atención. Conforme se acercaban, pudieron comprobar que setrataba de un accidente. Un par de coches de policía, una ambulancia y uncamión de bomberos cortaban la vía.

William detuvo el coche frente a un policía que no dejaba de hacer señalescon una baliza luminosa. Bajó la ventanilla cuando el agente, cubierto por unimpermeable transparente, se acercó a ellos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.—Un camión que transportaba reses ha volcado por culpa del barro —

respondió el policía, alzando la voz por encima de repiqueteo de la lluvia contra lacarrocería—. ¿Van al pueblo?

—Sí, y tenemos un poco de prisa.—Pues lo siento, pero la carretera está cortada hasta que los bomberos retiren

los animales que han muerto en el siniestro.William se tragó una maldición.—Mis amigos y y o podemos echarles una mano —sugirió, señalando los dos

coches que le seguían.El policía se enderezó y miró los vehículos. Sacudió la cabeza y se pasó la

mano por la cara para quitarse el agua que le entraba en los ojos.—Lo siento, pero eso va contra las normas. Además, lo que hay ahí no es

agradable, se lo aseguro, es una auténtica carnicería. Hay sangre y restos portodas partes. Es como si alguien se hubiera entretenido en hacerlos picadillo. —Dio un golpecito con la mano en la ventanilla—. Quédense dentro del vehículo,no tardarán mucho.

El agente se alejó de regreso al lugar del accidente. Se detuvo junto a uno delos bomberos y le dijo algo mientras señalaba a su espalda.

Robert salió del segundo coche y se acercó al de su hermano.—¿Qué ocurre? —preguntó.—Un accidente. No podemos pasar hasta que limpien la carretera.—¡Joder! ¡Qué oportunos! —maldijo Robert—. ¿Qué hacemos? Los hombres

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que enviamos al aeropuerto acaban de llamar. Están a punto llegar.William tamborileó sobre el volante, pensando. No podían llamar la atención

desobedeciendo las órdenes del policía. Debían ser prudentes y no dejarsedominar por los nervios; así que, no les quedaba más remedio que esperar.

—Dile a Stephen que ataje campo a través y que se asegure de estar allícuando lleguen —dijo, tomando una decisión.

Robert regresó a su coche. Segundos después, la puerta trasera del otrovehículo se abría y una sombra se perdía en la oscuridad a gran velocidad.

—Algo no me gusta —dijo Adrien desde el asiento de atrás.—A mí tampoco —confesó William. Tenía el vello de punta desde que habían

salido de la casa. Se acercó a Kate y le acarició la mejilla con el dorso de lamano—. ¿Estás bien?

Kate asintió sin apartar la vista de aquello que solo ella parecía ver. Williamcruzó una mirada preocupada con Adrien y volvió a sujetar el volante para teneralgo que hacer con las manos, que empezaban a iluminarse como neones.

Veinte minutos después, los bomberos habían logrado despejar la carretera.Sin prisa y con los nervios de punta, William le dio las gracias al policía en cuantoeste les permitió continuar.

Cuando entraron al pueblo eran más de las once; y, al contrario que la nocheque intentaron huir de allí, todo parecía de lo más normal. Había gente por lacalle, en los restaurantes, en los bares de copas… No percibieron nada raro ennadie que hiciera pensar que continuaban bajo el control de algún sersobrenatural.

Kate seguía igual de inmóvil, ajena a todo. William pensó que quizá fueramejor así.

Dejaron atrás el centro y se dirigieron al este, hacia uno de los barriosresidenciales. Dieron un par de vueltas a la manzana para asegurarse de que nohabía nada extraño por lo que preocuparse. A simple vista no se percibía nadararo, de hecho, todo estaba demasiado tranquilo. Detuvo el coche y apagó lasluces.

Kate reaccionó por primera vez en horas. Se encogió en el asiento,abrazándose el estómago como si le doliera. Saint Mary se alzaba frente a elloscomo una sombra siniestra entre los árboles, tras una verja oxidada de hierroforjado. Decrépita, envuelta en una fantasmal bruma azul, sobrecogedora bajo lalluvia. Sus recuerdos de ese lugar no eran buenos: dolor, miedo, rabia… Y ahoraestaba allí de nuevo.

—Voy a echar un vistazo. Esperad aquí —dijo Adrien.Se desmaterializó desde el asiento trasero y tomó forma sobre uno de los

tejados próximos. Fue de azotea en azotea, recorriendo el entorno como lo haríala brisa, rápido e invisible. En el suelo vio a los lobos recorriendo el perímetro.Regresó en cuanto estuvo seguro de que no había ningún peligro.

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—No hay nada, salvo el Jeep de tus hombres aparcado en la esquina —informó Adrien a William en cuanto este bajó del coche—. A través de lasvidrieras he visto a Salma y a la santera, están sentadas en el primer banco, a laderecha. A Stephen y sus hombres no los he visto, pero los he sentido. Estándentro y todo parece en orden.

Continuaba lloviendo, no de un modo torrencial, pero lo suficiente paraacabar empapados en poco tiempo.

—Bien, cuanto antes empecemos mejor —dijo William.—No creo que sea buena idea que entréis solos ahí —indicó Adrien.Robert bajó del segundo coche. Marie lo siguió. Mako apareció tras ellos,

recorriendo con su mirada felina hasta el último rincón. Acababa de dejar a sushombres apostados en lugares seguros.

—Él tiene razón —dijo Robert a su hermano.—Kate se sentirá mejor si hay cierta intimidad —susurró William. Miró de

reojo al interior del coche.—Eso es una tontería. Necesitará saber que estamos a su lado, que no está

sola —dijo Marie.—Ella misma me lo ha pedido. Le da miedo que sea como en las películas y

no quiere que nadie la vea así. Debéis entenderlo —insistió William—. Esto no esfácil y menos para ella.

—No tenemos por qué mirar, nos quedaremos junto a las puertas, deespaldas. No me gusta que estéis ahí dentro, solos con los arcángeles. Nos ayudanporque les interesa, pero ¿qué pasará en cuanto consigan lo que quieren? No mefío de ellos —masculló Adrien.

—¿Acaso nuestra palabra no es suficiente? Prometimos no haceros daño —dijo una voz tras ellos.

Los cinco se giraron con un susto de muerte en el cuerpo. Gabriel habíatomado forma junto a la verja y miraba la iglesia con ojos críticos y suspicaces.Sacudió la cabeza para apartarse unos mechones mojados de la frente.

—Tienes que dejar de hacer eso, aparecer sin avisar. Me pones de los nervios—le espetó Adrien.

Gabriel se giró y clavó una mirada asesina en él, con la que lo retaba a deciralguna tontería más.

—¿Has venido solo? —preguntó William. Miró a su alrededor, esperando veral resto. Si algo malo ocurría, no estaba demás tener a un grupo de arcángelescubriéndoles las espaldas.

—Sí. Yo seré el portador.—Creía que estábamos todos en esto —le hizo notar William.—Y lo estamos —afirmó Gabriel—. Pero en este momento mis hermanos y

yo somos vulnerables, más débiles en fuerza y número que Lucifer y Mefisto.Debemos evitar el enfrentamiento.

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Robert resopló con los ojos en blanco.—En mi mundo a eso se le llama esconderse —masculló.—¿Qué? —inquirió Gabriel con voz ronca.—Que os tenía por muchas cosas pero no por cobardes.—¿Cómo te atreves? —estalló el arcángel.William se interpuso entre Gabriel y Robert. Empujando a este último hacia

atrás con las manos en el pecho.—Este no es el momento —recriminó en voz baja a su hermano—. ¡Maldita

sea, no ay udas!Robert se relajó entre los brazos de su hermano y asintió una sola vez,

asegurándole que iba a portarse bien. Al otro lado de la calle, los loboscontemplaban la escena, alertas por si debían intervenir. Los ojos de William seencontraron con los de Daleh. Había acudido a la llamada de Daniel, su Alfa. Elviejo licántropo y su manada se habían instalado en las montañas, en un albergueabandonado, lejos del bullicio y la gente a la que aún no terminaban deacostumbrarse. Se saludaron con una inclinación de cabeza.

William se puso en marcha. Estaban perdiendo el tiempo, cuando cadaminuto contaba. Rodeó el coche en busca de Kate. Antes de abrir la puerta,volvió a explorar con sus sentidos los alrededores. Continuaba sin saber nada deLucifer, aunque estaba seguro de que se encontraba en alguna parte, no muylejos, escondido mientras fuera vulnerable y fácil de matar.

No obstante, eso no había impedido que extendiera sus garras sobre el pueblo,recordándoles a todos que estaba allí, que no iba a dejarlos tranquilos. Losposeídos habían sido el primer aviso. Se preguntó cuándo llegaría el segundo; opeor aún, el ataque definitivo. Necesitaba a Kate y no tardaría en reclamarla.

Abrió la puerta del Porsche y se agachó hasta quedar a su altura. Ladeó lacabeza, buscando su mirada, pero Kate tenía los ojos clavados en el edificio ytodo su cuerpo temblaba.

—¿Por qué aquí? —preguntó ella.—Te expliqué que debía ser un lugar sagrado. Ese tópico parece que es cierto,

los objetos y lugares religiosos afectan a los ángeles caídos. Los debilita y les saleurticaria —dijo a modo de broma, buscando su sonrisa.

Ella lo miró a los ojos. No había humor en ellos, sino miedo.—La última vez que estuve ahí, Mefisto entró y se paseó entre sus paredes sin

que nada pareciera molestarle.—Créeme, le afectaba —le aseguró William. La tomó de la mano y la besó

en la muñeca—. ¿Lista?, porque deberíamos hacer esto cuanto antes.Kate bajó la mirada un segundo y volvió a contemplar la iglesia con

aprensión.—¿Y por qué no Saint Martin? También es una iglesia.—Porque Saint Martin está en el centro. Necesitamos un lugar en el que no

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corramos el riesgo de ser descubiertos. Alejado y fácil de vigilar. Por aquí vivepoca gente y durante la noche ninguna patrulla circula por la zona. Kate… —Ledeslizó una mano por la nuca para que lo mirara a los ojos—, va a salir bien. Esamujer sabe lo que hace, puede ayudarte. Después nos iremos de aquí, lejos detodo. Tú y y o solos —susurró con la frente apoy ada en la de ella.

Kate sintió el suspiro de William contra su boca y después cómo sus labios securvaban con una sonrisa. Él le dio un beso suave y profundo que borró parte desu malestar. Entre sus brazos se sentía segura y él no permitiría que le hicierandaño. Dejó que entrelazara los dedos con los suyos y que tirara de ella fuera delcoche.

Marie se acercó y le dedicó una sonrisa. Kate se la devolvió sin muchaconvicción. Robert y Adrien se plantaron delante de ella. Con un nudo en elestómago contempló a su familia, una parte de ella. La otra se encontraba justodetrás, escondidos en las sombras. Miró por encima de su hombro y supo, sinnecesidad de verles, que estaban allí. Un destello dorado surgió de la nada paradesaparecer igual de rápido. Un leve aullido llegó hasta sus oídos. No estaba sola.

Cruzaron la verja y se dirigieron con paso rápido hasta la puerta principal dela iglesia. Gabriel los seguía a poca distancia. Estaba serio y fruncía el ceño,preocupado. Sus sentidos no habían percibido nada que indicara que los Oscurosse encontraban por allí.

¡Parecían niños escondiéndose los unos de los otros! Mefisto no se arriesgaríaa exponerse mientras Lucifer fuera débil; y ellos no podían permitirse unenfrentamiento que no estaban seguros de poder ganar. A pesar de esa seguridad,no podía quitarse de encima aquella sensación. A veces, la guerra se ganaba conlas pequeñas batallas.

Se detuvo un segundo y giró sobre sí mismo, escudriñando las sombras.—No puede ser tan fácil —susurró para sí mismo.

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37

Entraron en la iglesia. Unas velas votivas eran la única iluminación en el interior.Kate contempló las vidrieras, el altar y el óculo en la cúpula bajo el que habíaestado suspendida mientras un rayo de sol le achicharraba la piel. Al tiempo quecruzaba el pasillo, comprobó que las huellas de aquel día seguían presentes en lasparedes y en el suelo; al igual que los agujeros de donde habían colgado lascadenas.

Cerró los ojos un segundo y tomó aire. La mano de William se mantenía enla de ella, guiándola entre las losetas resquebrajadas.

« Puedo hacerlo, soy fuerte. Sé que puedo hacerlo» , pensó Kate, invocandoel coraje que necesitaba.

Vieron a Salma sentada en el primer banco, de espaldas, junto a una mujerde piel oscura y pelo corto y rizado que debía ser Maritza. Ambas se manteníanerguidas, con la espalda muy recta y mirando al altar. Estaban solas, no se veía aStephen y sus hombres por ninguna parte.

Adrien aflojó el paso y examinó despacio el lugar.—¿Salma? —la llamó mientras avanzaba con cautela, frenando a los demás

con sus brazos extendidos. La mujer no contestó. Alzó la voz—. Salma.La vidente giró la cabeza, sin prisa. Lo miró por encima de su hombro y una

sonrisa se dibujó en su cara. Se puso de pie y la otra mujer la siguió.—¡Hola! —exclamó Salma.El viento comenzó a aullar y la campana de la iglesia sonó cada vez más

deprisa.—¿Ella es Maritza? —preguntó William al ver que la vidente no decía nada

más.El grupo se había detenido a mitad del pasillo; menos Gabriel, que se movía

muy despacio entre los bancos sin apartar la vista de las dos mujeres.—¿Cómo? —Salma parpadeó un par de veces y ladeó la cabeza para mirar a

su amiga, como si acabara de percatarse de que se encontraba allí—. ¡Sí! Ella esMaritza.

La santera los miraba a todos con los ojos muy abiertos. Estaba pálida y en sumirada se reflejaban unas sombras de conmoción y de horror. En cierto modo,era normal, la reacción lógica de un humano rodeado de vampiros.

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—¿Todo está bien? —intervino Adrien mirando a su alrededor conincomodidad. El vello se le había puesto de punta y un hormigueo extraño lerecorrió la piel.

—Perfecto —respondió Salma. La sonrisa parecía dibujada en su cara, novariaba ni un ápice—. Estamos preparadas.

—¿Dónde está Stephen? —preguntó Robert.—Stephen —repitió ella—. Stephen, Stephen… —Movía el brazo como si le

picara bajo la manga. Sus ojos se desplazaron hasta Gabriel y lanzaron undestello de odio. Miró de nuevo al grupo, que permanecía inmóvil—. Stephen seencuentra bien. Sí, se encuentra bastante bien —comentó mientras alzaba la vistaal techo. Le entró una risita floja.

Con un mal pálpito, William siguió la dirección de aquella mirada. Sus ojos seabrieron como platos y se le doblaron las rodillas. Stephen y los dos guerrerosque habían acompañado a Salma al aeropuerto, colgaban de la pared por encimade la puerta, cabeza abajo y con los brazos en cruz. No se movían.

Estaban muertos.Kate se llevó las manos a la boca y ahogó un grito. Estaba tan horrorizada

como el resto. Cuando se giró hacia el altar, la imagen que sus retinas captaron ladejó sin habla: Salma sujetaba a Maritza por el pelo y sostenía un cuchillo en sugarganta.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Adrien con voz ronca.Salma gruñó y presionó con más fuerza el cuello de la santera. La mujer

intentaba mover la boca, pero era como si tuviera los labios pegados.—¡Sus ojos! —exclamó Marie.Los ojos de Salma se habían vuelto completamente negros y la sonrisa de su

cara era espeluznante.—Esa no es Salma —dijo Gabriel. Se había deslizado por un lateral hasta

colocarse a pocos metros de las dos mujeres.—No te muevas, campanilla, o te cortaré las alitas después de que le rebane

el cuello a esta zorra —masculló la vidente con tono burlón. Giró la cabeza muyrápido y miró fijamente a Kate—. Hola, preciosa. Estás siendo una niña muymala, ¿sabes? Esto… —Arrugó los labios con una mueca de disgusto mientrassacudía la cabeza—, todo esto no está bien. No está bien hacer trampas.

—No te atrevas a hablarle —le espetó William.Salma tiró del pelo de Maritza, obligándola a que echara la cabeza atrás.—Kate, Kate, Kate… —canturreó—. Las promesas deben cumplirse, y tú le

hiciste una promesa, ¿recuerdas? Le prometiste que se la devolverías, y a cambioél te llevaría con tus papás.

Kate dio un paso atrás. Lo recordaba, lo había visto en sus sueños.—Cállate, demonio, engendro del infierno —ladró Gabriel. Una espada

envuelta en fuego azul apareció en su mano. Extendió la otra hacia ella y trató de

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expulsar al demonio de su interior.El cuerpo de Salma se convulsionó a una velocidad sobrenatural. Su boca se

abría y cerraba. De repente se quedó quieta y, muy despacio, movió el cuello deun lado a otro, aflojando la tensión.

—No puedes echarme de este recipiente. No tienes ese poder —se burló. Susojos destellaron—. Al igual que esta zorra no podrá hacer lo que le habéis pedido.—Acercó la boca al oído de la santera—. No debiste ser tan avariciosa, es unpecado.

Sin tiempo a que nadie reaccionara, rebanó el cuello de la santera de unaoreja hasta la otra. La mujer cay ó al suelo y, bajo la mirada estupefacta detodos, Salma giró su brazo dirigiendo el cuchillo a su pecho.

—¡No! —gritó Adrien, lanzándose hacia delante.Gabriel fue más rápido. Agarró a Salma por la muñeca y de un golpe le hizo

soltar el cuchillo. Con la otra mano la sujetó por el cuello y la estrelló contra elsuelo. La mujer empezó a reír, cada vez con más fuerza.

—¿Matarás a un inocente? —le escupió.—Tú no eres un inocente —masculló Gabriel.—Ella sí, y está aquí, conmigo. ¿Quieres saludarla?Los ojos de la vidente recuperaron su color durante un segundo, el tiempo en

el que un « por favor» se deslizó por su garganta. Gabriel dudó. De repenteaquellos ojos volvieron a ser negros y a través de ellos escapó una sombra queacabó desvaneciéndose en el aire.

Salma regresó. Un grito agudo escapó de su boca mientras se abrazaba elestómago y se giraba hacia el cuerpo inerte de Maritza.

—¡Oh, Dios, oh Dios! ¿Qué he hecho? —Un llanto desgarrado la estremecióde arriba abajo. Se arrastró por el suelo con la vista clavada en aquellos ojos sinvida que le devolvían la mirada—. Perdóname, perdóname… —suplicaba entresollozos.

Adrien se acercó a ella y la levantó del suelo. La abrazó, sosteniéndola paraque no se desplomara.

—No ha sido culpa tuya —le susurró—. No es culpa tuy a, no lo es.—Lo es, tengo las manos llenas de su sangre. Han sido mis manos —gritó,

rompiéndose por dentro.—Lo sabían —dijo Robert—. ¿Cómo se han enterado?—Ya contábamos con que nos estuvieran vigilando —le hizo notar Marie.—No, hemos sido muy cuidadosos y rápidos —insistió Robert.—Da igual cómo, lo sabían y han dejado muy claro que están dispuestos a lo

que sea —masculló William. Tenía a Kate abrazada contra su pecho—. No esculpa tuya, ¿me oy es? —le dijo a ella mientras la besaba en el pelo—. Nada deesto es culpa tuya. Tenemos que salir de aquí y llevarnos los cuerpos. —Se volvióhacia Mako, que miraba sin parpadear el cuerpo de Stephen suspendido sobre su

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cabeza—. Hay que bajarlos de ahí —ordenó.William intentó ignorar sus emociones. Hizo todo lo posible para no pensar en

el hombre, su amigo, que colgaba de ese techo sin vida; en Key la y en cómoiban a decirle que él ya no estaba. Ahora debía preocuparse de salir de allí.

Nada iba bien, todo estaba mal.—Sácala de aquí —dijo a Adrien.Adrien asintió sin soltar a Salma. La vidente estaba en estado de shock.Gabriel se acercó al cadáver de la santera, extendió una mano y el cuerpo se

redujo a cenizas sin más. Ni una llama, ni una chispa. Hizo lo mismo con los delos vampiros muertos. Una ligera brisa arrastró las cenizas.

—Este es el mejor modo —dijo sin más.Afuera se oy ó un extraño rumor que iba cobrando fuerza. Un golpe y un

aullido, muchos aullidos y gruñidos. Corrieron hacia las puertas y al abrirlas ysalir afuera, se quedaron paralizados. Frente a la verja había más de un centenarde personas; tras ella, todos los Solomon formaban un solido muro de músculos ypeligrosas fauces.

Kate recorrió con la mirada los rostros de aquellas personas. Las conocía atodas, eran vecinos del pueblo, compañeros de instituto, amigos…

—¿Emma, Carol? —gimió.Sus amigas le devolvieron la mirada, solo que ya no eran sus amigas, sus ojos

negros anunciaban que ahora eran otra cosa. Justin y Becca surgieron entre eltumulto y se colocaron en primera fila. Iban armados con barras de hierro,cuchillos y todo tipo de objetos punzantes. La primera fila dio un paso adelante ylos lobos gruñeron dispuestos a atacar.

—No podemos hacerles daño. Conocemos a todas esas personas, William —susurró Kate—. No son ellas las que quieren matarnos.

—No te separes de mí —fue la única contestación que él le dio.La masa arremetió contra ellos. Cualquiera habría pensado que un centenar

de humanos no tenían nada que hacer contra un reducido grupo formado porlicántropos, vampiros y un par de híbridos. Y en circunstancias normales asíhabría sido, pero no lo eran. Poseídos eran prácticamente inmortales. Golpes yheridas que deberían dejarlos noqueados, no tenían ningún efecto sobre ellos.

El número no dejaba de aumentar.—¿Son demasiados? —gritó Adrien.—¿No puedes hacer algo? —gruñó William a Gabriel.El arcángel se limitaba a esquivar los golpes y no hacía nada para

devolverlos.—¿Algo como qué?—Algo como llamar a tus hermanos o traer a tu ejército de ángeles para que

nos ay uden.—No puedo hacer venir a mis ángeles.

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—¿Por qué? —inquirió William. Se agachó para esquivar un tajo y seinterpuso en el camino de otra estocada para proteger a Kate. Ella estaba enshock, mirando sin parpadear a todas aquellas personas que conocía desde queera una niña.

—Porque no se enfrentarán a ellos —respondió el arcángel—. Una de lasprimeras cosas que aprenden es a no dañar a los humanos. Aunque estos esténposeídos por demonios, su alma sigue dentro, al igual que su conciencia. Ven ysienten.

—¿Por eso no los atacas? —le reprochó William.—Solo cuando sea necesario.William iba a replicar. Las palabras se le atascaron en la garganta. Se giró

con un gruñido cuando una barra de acero le golpeó en el cúbito, a diezcentímetros de la muñeca. El cruj ido que notó le indicó que se había roto elhueso. Se le cay ó la daga, pero no tuvo tiempo de preocuparse por haberquedado desarmado. Otro golpe le dobló las rodillas. Se estaba conteniendo parano herir de gravedad a aquellas personas, a la vez que trataba de mantener aKate a su lado, a salvo de los golpes. Aunque ella no parecía ser el objetivo deninguno de los poseídos. La evitaban como si fuera contagiosa.

Otro golpe en la cabeza lo aturdió. Lanzó un grito de frustración y esta vez nopudo contenerse, la rabia se escapó por su venas. Le rompió el cuello al tipo quele había golpeado; recordaba haberlo visto atendiendo una pequeña tienda decomestibles cerca de la floristería. No sirvió de nada, el hombre volvió alevantarse y se abalanzó sobre él. Otros cuerpos le cay eron encima, no sabíaexactamente cuántos, pero cuando logró levantarse y sacudírselos de encima,Kate ya no estaba.

—¡Kate! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡No, no… Kate!

Sin saber cómo, Kate acabó separándose de William. Se encontró sola en mediode un grupo de aquellos seres. Empezaron a acorralarla, empujándola hacia elinterior del cementerio. Dio media vuelta y echó a correr, espoleada por lapersecución a la que Justin y Becca la estaban sometiendo. Podía detenerse yenfrentarse a ellos, pero no quería hacerles daño. Después de ver a Salma en laiglesia, sabia que ellos continuaban dentro de sus cuerpos, sintiéndolo todo y sinpoder hacer nada.

Se encaramó a un árbol y desde una de sus ramas saltó a otro, y a otro.Aterrizó en el tejado de un mausoleo y se dejó caer al suelo con la esperanza dehaberlos despistado. Se quedó quieta y exploró con sus sentidos los alrededores.Desde allí aún se oían los gritos y sonidos de la pelea; y la voz de Williamllamándola desesperado.

Lo sintió en su piel, en la forma en la que el vello se le ponía de punta y todos

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sus instintos le gritaban que saliera corriendo. Estaba allí. Muy despacio, girósobre sus talones y se encontró con él. Sintió que las rodillas se le aflojaban.

—Lucifer —susurró.Una figura oscura, distante, bella y majestuosa, dio un par de pasos

emergiendo de la oscuridad que lo mantenía oculto. Lucía un aspecto impecablea pesar de que llevaba la ropa mojada. De su pelo bicolor caían gotas de lluviaque parecían existir en un tiempo diferente. Caían a cámara lenta. Sin disimularsu asombro, Kate comprobó cómo el tiempo se detenía ante sus ojos. La lluviaquedó suspendida, los árboles dejaron de mecerse con el viento. Un grillo flotabaingrávido a medio camino de un salto.

—Oh, no me llames así —dijo él.—Ese es tu nombre.—También lo es Marak. No te mentí, es mi nombre humano entre los

humanos.Dio un paso hacia delante y Kate retrocedió, manteniendo la distancia. El

pánico se apoderó de ella, haciéndola jadear mientras miraba a su alrededor conansiedad. Se repitió una y otra vez que debía mantener la calma. Él no podíahacerle daño, solo lograría recuperar su alma si ella se la devolvía por propiavoluntad. Contaba con esa ventaja. Aun así, no pudo sustraerse a la sensación deque algo funesto, algo definitivo estaba organizándose.

—Esperaba que tuviéramos esta conversación de otro modo, porque ahoratengo la impresión de que ellos han pervertido tu preciosa cabecita con ideasequivocadas contra mí.

—¿Equivocadas? —lo cuestionó ella.—¡Por supuesto! Te habrán repetido mil veces lo malo que soy y las cosas

tan horribles que podría hacer si vuelvo a estar completo. ¿Sabes una cosa, Kate?Ni ellos son tan buenos ni y o tan malo. —Alzó las manos, frustrado e impaciente—. ¿Por qué creer esa versión de la historia? ¿Quién dice que vay a a hacer esascosas que relatan las escrituras? ¿Mis hermanos? No son tan dignos como fingenser. El bien y el mal no siempre está bien definido.

Kate se obligó a sostenerle la mirada a aquellos ojos que se introducían en suser.

—Quizá les crea porque ellos no quieren la destrucción del mundo ni de loshombres. Tus hermanos quieren que las cosas se queden como están.

—¿Y quién ha dicho que yo no quiero eso? —la cuestionó él.—Algo me dice que no.Lucifer dejó escapar una risita.—Puede que hiciera algunos cambios. Mira a tu alrededor. Por cada hombre

justo hay diez que no lo son. Impera la mezquindad, la avaricia, la violencia…Todo está corrompido…

—Gracias a ti. Tú eres el perverso, esa vocecita que les susurra que obren

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mal.—Podrían negarse, no escucharla, pero todos acaban prestando oídos con la

oferta adecuada. No merecen este mundo. Mi padre les entregó un preciosoregalo que están destruy endo. Un regalo que nunca debió ser para ellos.

—Yo no lo veo así.—Sé que no, porque las nubes te impiden ver el paisaje tal y como es en

realidad.—¿Y cuál es ese paisaje? ¿Desolación, destrucción, muertes? —preguntó ella,

perdiendo la paciencia que a duras penas lograba mantener.—Has leído muchos cuentos, Kate. De todas formas, mi intención no es

convencerte de nada. Tienes algo que me pertenece y quiero recuperarlo. Esmío —dijo él.

—No puedo devolvértela —replicó Kate.—Pero ¡me hiciste una promesa! —exclamó Lucifer con tono inocente.Kate sacudió la cabeza.—¡Tenía cuatro años y estaba asustada! Me engañaste —le espetó ella

recuperando su valor.Él la miró de arriba abajo.—Da igual, ahora necesito que me la devuelvas. Es parte de mí y tú cuerpo

no podrá contenerla durante mucho más. Puedo sentir tu debilidad, te mueres —le soltó sin miramientos.

—Por lo que sé, si muero la arrastraré conmigo al otro lado. Sea como sea nola tendrás.

El aire se estremeció con una secuencia de chasquidos.—Es mía. No tienes ningún derecho —rugió Lucifer.Un rayo cayó a poco metros, resquebrajando un árbol. No llegó a

desplomarse, estático como todo lo demás.Kate dio un paso atrás. Pensó en las posibilidades que tenía de salir de allí si

echaba a correr. Él movió la cabeza como si supiera lo que estaba pensando, ysus ojos plateados se convirtieron en dos pozos negros sin fondo.

—Tú tampoco tienes derecho —replicó Kate—. Sé lo que significa elApocalipsis, lo que supone. No puedes destruir este mundo ni a los hombres.

—No tienes elección.—Claro que la tengo.—¿Morir?—Si crees que me da miedo, estás equivocado. No me asusta morir —

aseguró Kate de forma desafiante, pero ni siquiera ella estaba segura de quefuese así.

—¿Y qué hay de las personas que quieres? William, tu hermana, tusamigos…

—Seguirán adelante sin mí. Se cuidarán entre ellos y lo superarán.

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—No me refiero a eso, mi preciosa niña.Kate notó que se ahogaba, como si una tonelada de roca acabara de caerle

sobre el pecho. Lucifer era hermoso e implacable. Le resultaba tan despiadadoque apenas podía aguantarle la mirada.

—¿Me estás amenazando? ¿Intentas chantajearme con la idea de hacerlesdaño a ellos? —Un azote de rabia la sacudió. Sintió unos deseos incontrolables dearrancarle la piel—. Por lo que sé, ahora eres mortal, podría partirte el cuello eneste momento y nadie lo lamentaría.

—Puede que yo sí. Un poco al menos —dijo una voz a su espalda.Kate se giró y se encontró cara a cara con Mefisto. Su presencia la asustaba

hasta la médula. Marak tenía ese aire infantil e inocente que podía distraerte de suauténtica naturaleza. Mefisto era más hermoso en todos los sentidos, pero suaspecto mostraba quién era y lo que podía hacer. Su mirada era una promesa dedolor y tortura. Su sonrisa el reflejo de miles de perversiones y maldades. Él erael infierno, el mal absoluto en persona. La mano derecha del diablo.

—Esta noche están muriendo personas, amigos tuyos—dijo Mefistocaminando hacia ella.

Kate retrocedía, manteniendo las distancias mientras la imagen de Stephen,asesinado, le revolvía el estómago. ¡Dios mío, pobre Key la!

—Y están muriendo por tu culpa. La única culpable eres tú. Y seguiránmuriendo hasta que cumplas tu promesa —continuó él, implacable—. Tododepende de ti, Kate. Es tu decisión.

Kate seguía retrocediendo, al tiempo que Mefisto la acosaba con su cuerpocerniéndose sobre ella. De repente chocó, y se dio cuenta de que había topadocon el pecho de Lucifer. Quedó entre ellos, completamente sometida. Su cuerpopalpitaba a un ritmo endemoniado, las costillas le cruj ían con la sensación de queen cualquier momento cederían y un hueco se abriría en su cuerpo dejandoescapar aquella fuerza.

—Debes tomar una decisión, se te acaba el tiempo —susurró Lucifer junto asu oído—. Devuélveme lo que es mío o los mataré a todos.

Lucifer le acarició la oreja con la nariz, después la mejilla. Depositó un besoen su piel y añadió:

—Pero antes haré que los que significan algo para ti sufran, que supliquen unamuerte rápida. Los obligaré a matarse entre ellos y a mirar; y alargaré ese dolorlo que dure la eternidad. Te lo prometo. Y yo sí cumplo mis promesas.

Se desvanecieron en el aire y Kate se quedó sola en la oscuridad. El tiempovolvió a ponerse en marcha. Corrió de vuelta a la vieja iglesia, con el pánicoatenazándole las costillas. De repente se sentía muy pequeña y asustada, comocuando tenía cuatro años y el coche cayó al rio. A pesar de su corta edad, sabíaque algo muy malo y sin remedio estaba pasando; y ahora tenía la mismasensación.

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Cuando llegó a las puertas de Saint Mary, los últimos poseídos se perdíancorriendo en la oscuridad. Kate contempló horrorizada los cuerpos caídos sobrela hierba mojada. Tenían la marca de una mano en la frente. Aquello debía serobra de Gabriel.

Un lamento ahogado surgió del interior de la iglesia. Kate nunca había oídonada igual y el dolor que impregnaba aquel sonido la deshizo. Muerta de miedopor lo que pudiera encontrar, penetró entre las paredes de piedra. Daniel estabade rodillas en medio del pasillo que formaban los bancos de madera, ahoradestrozados. Sujetaba a Samuel entre sus brazos y lo apretaba contra su pecho,mientras un lamento inhumano ascendía por su garganta. Alzó la cabeza y gritó,el rugido de su bestia resonó en la sala.

Shane trataba de consolarlo, al tiempo que su propio rostro se inundaba delágrimas. Las limpió con el dorso de la mano y corrió a ayudar a Carter: Evanacababa de desplomarse entre sus brazos. Daleh le exigía a Gabriel que hicieraalgo. Le gritaba como si fuera su hermano el que yacía en el suelo en un charcode sangre.

Kate comprobó horrorizada que casi todos estaban heridos. ¿Qué demonioshabía pasado allí? Sus ojos regresaron a Daniel y Samuel. El licántropo estabamuerto. ¡Dios mío, estaba muerto de verdad! Dio unos cuantos pasos inseguroshacia ellos. William, que estaba arrodillado junto a los hermanos sosteniendo lamano de Samuel, alzó la cabeza y la miró. A pesar de la situación, su rostroreflejó el alivio que sentía al verla. Se puso de pie y fue a su encuentro. Sinmediar palabra la abrazó con fuerza.

—No debí permitirle que viniera —dijo él al cabo de unos segundos—.Demasiadas coincidencias. Yo sabía lo que él había visto, aquella noche enBoston él me habló de su visión. Y ha pasado tal y como dijo. ¡Maldita sea, nodebí dejarle venir! —sollozó.

Kate no entendía nada de lo que William le estaba diciendo. No tenía ni ideade qué pasó en Boston, ni qué era esa visión de la que hablaba. Solo sabía que élse sentía culpable por la muerte de Samuel y sufría por ello. En realidad todossufrían en ese momento. Nunca pensó que un sentimiento tuviera olor, pero enaquel preciso instante descubrió que sí. Cuando tantas personas sufrían de unaforma tan intensa, la emoción se convertía en algo tangible. Aquella era áspera yolía a flores marchitas.

—No es culpa tuya —susurró.Apartó la cara de su pecho y contempló la imagen espantosa que ofrecía la

iglesia. Todos estaban heridos, tristes y cansados. En el suelo aún se apreciabanlos restos, el polvo al que habían quedado reducidos los cuerpos de Stephen, sushombres y Maritza. Ahora se mezclaban con la sangre que nunca debióderramarse.

« La culpa es solo mía. Empezó conmigo y solo terminará conmigo» , pensó

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Kate.

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38

Kate no podía apartar los ojos del cuerpo de Samuel. Lo habían lavado y vestido,y ahora reposaba dentro de un ataúd que no era más que parafernalia. Esa nochelo llevarían a un lugar apartado y quemarían su cuerpo. Todos los grandespueblos, de grandes guerreros, rendían homenaje a sus muertos purificándoloscon fuego. Los licántropos no eran diferentes en ese sentido. Su estirpe, una de lasmás antiguas en el mundo, había nacido de una bruja de los primeros Hombresdel Norte, y sus ritos perduraban.

Apenas lograba soportar el dolor que había en aquella casa. Shane sollozabacomo un niño pequeño, mientras Marie trataba de abarcar su enorme cuerpo conlos brazos. Daniel no había dicho ni una palabra desde que abandonaron la iglesiahoras antes. Su mente se encontraba en algún lugar muy lejos de allí. Jeromeestaba sentado a su lado y consolaba a Key la con lágrimas en los ojos. Ella,además de a su tío, había perdido a Stephen; en el vampiro había encontrado alamor de su vida.

Los sollozos de Rachel y Jill descendían desde la planta superior. Ambasllevaban horas junto a la cama de Evan. El chico había sido herido de gravedad ysu estado no pintaba bien. No se curaba, y nadie entendía por qué.

Kate apretó los puños, sin saber qué hacer con todo lo que sentía; pero másimportante que su pena, era el sentimiento de culpa que ensombrecía el corazónde William. A su lado, él soltó un sollozo inesperado, fue un sonido áspero yfurioso. Ella no pudo soportarlo y abandonó la casa en silencio. Se sentó en elporche y contempló el bosque. Por primera vez desde que se había convertido envampiro, su cuerpo percibió el frío de principios de noviembre. Ya no era solouna sospecha, se moría.

Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos. Llenó sus pulmones de aire y sedejó envolver por la pesadilla en la que se había convertido su vida. La gente a laque quería estaba muriendo. Primero sus padres; después su abuelo; Alicetambién la había dejado; y su nueva familia comenzaba a deshacerse. Apretó lospuños. Rabia, ira, violencia…, se expandían dentro de su cuerpo alimentando suscélulas. No podía permitirlo. Tenía que hacer algo y sabía qué debía hacer, soloque le daba tanto miedo.

—Si vienes a molestarme, pierdes el tiempo, no hay nada que digas que

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pueda hacerme más daño en este momento —le espetó a Mako antes de que lavampira pudiera abrir la boca.

Hubo un largo silencio, roto tan solo por el sonido de unos pasos recorriendo elporche.

—En realidad, me remordería la conciencia si te hiciera sentir peor de lo queya te sientes —contestó Mako. Se apoyó junto al balancín donde Kate estabasentada, y soltó sin miramientos lo que sentía—: Lo admito, todas las cosas que tehe dicho y te he hecho han sido horribles, no estuvieron bien. Pero no voy adisculparme por amarlo. Tú mejor que nadie sabes cómo me siento. Tenía queintentarlo.

Kate alzó la vista y la miró de soslay o.—¿Intentar qué? William no te quiere. Te lo dijo abiertamente y nunca te dio

esperanzas. ¿Qué esperabas que pasara?—¿Tú qué crees? —preguntó ella a su vez—. Lo que aún espero, que un día

abra los ojos y me vea de verdad. El amor nace y muere de muchas formasdistintas. Él podría enamorase de mí. Y tú vas a morir, ¿por qué debería perder laesperanza?

Kate se puso de pie de un bote. Sus ojos se transformaron en rubíesincandescentes y sus colmillos descendieron con un siseo. El deseo deabofetearla le provocaba picor en las manos, las cerró en un puño y se quedómirándola.

—No obstante, debería perder esa esperanza y no hacerme ilusiones. Soytonta por aferrarme a lo que nunca será mío —continuó Mako. Esta vez no habíadesafío en su voz, solo resignación—. Ni siquiera podría competir contra turecuerdo. Aunque tú ya no estés, él te querrá mientras viva, y yo no podría vivirsabiendo que soy un segundo plato.

Kate frunció el ceño, sorprendida por la declaración. No podía culparla porsentir lo que sentía, al igual que no podía culparla por mantener la esperanza. Ensu lugar, ella probablemente estaría haciendo lo mismo. Y lo que había dicho eracierto, iba a morir, iba a morir sin remedio por culpa de aquella cosa que llevabadentro. E iba a morir por nada.

La realidad se abrió paso como una luz en la noche. No importaba cuántohicieran, cuánto arriesgaran o sacrificaran, no se podía luchar contra el destino,contra lo que estaba escrito. Por más que intentaron impedirlo, cada paso de laprofecía se había cumplido. Nunca tuvieron la más mínima posibilidad de ganaraquellas batallas. Les había tocado la peor mano y no iba a mejorar. Al contrario,lo estaban perdiendo todo, y ella iba a perder hasta la vida.

Sí, su muerte solucionaría el problema inmediato, el alma de Lucifer iría alotro lado, arrastrada por la suya; pero, antes o después, encontraría la forma derecuperarla y regresaría a este lado para cumplir lo inevitable.

—¡No lo hagas, no te sacrifiques! —dijo Mako de repente.

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—¿Qué?—Dale su alma, y a cambio pídele que… que… nos salve. Pídele que nos

deje vivir, que deje vivir a William. Prefiero verlo contigo y a salvo (y sufrir porello), a que todos muramos. Negocia con él. Lucifer podría hacerlo si quisiera,seguro que puede. Devuélvele su alma a cambio de nuestras vidas.

A Kate le costó unos segundos asimilar lo que Mako le estaba pidiendo, y unpoco más darse cuenta de las consecuencias que tendría considerar algo así.

—¿Y qué pasa con el resto del mundo? ¿Qué pasa con los humanos? ¿Podríasvivir con todas esas muertes? —preguntó Kate.

Mako se encogió de hombros.—Quizá, esa parte sobre el fin del mundo no sea como la pintan. Cada uno

cuenta la historia desde su punto de vista, y hasta ahora solo conocemos el queMiguel nos ha contado. No sabemos qué pretende en realidad Lucifer. Puede quetodo se limite a un cambio de gobierno, nuevas normas… Dicen que Lucifer es elángel más poderoso que existe, dudo que hay a algo que no pueda hacer.

A Kate se le escapó un sollozo.—¿Por qué me haces esto? —preguntó con voz suplicante.—No te estoy haciendo nada.—Sí lo haces. Intentas que tenga esperanza cuando y a la he perdido. Llevo

horas mentalizándome de que voy a morir. Diciéndome a mí misma que es lomejor y que merece la pena. Porque, cuando pase, William, Marie…, todos ellosdejarán de estar en peligro. Y ahora tú me pides que vay a en contra de todo loque creo, de mis principios, ¿por puro egoísmo?

—Sí, eso es lo que te estoy pidiendo. Si fuera al contrario, William lo haríapor ti sin dudar.

La puerta se abrió y Jill apareció en el porche. Estaba pálida y ojerosa, ytenía los ojos tan rojos que parecía que lloraba sangre. Se quedó mirando elhorizonte, mientras temblaba de arriba abajo.

—Jill —susurró Kate. Se percató de que llevaba algo en su mano, una de las45 del arsenal de Evan—. Jill —insistió.

Jill se giró hacia ella, como si acabara de darse cuenta de que se encontrabaallí.

—No se regenera y no recupera la consciencia. No pasará de esta noche —dijo la chica en un susurro.

—Oh, Dios, Jill, lo siento mucho —se lamentó Kate. Se acercó para abrazar asu amiga, pero Jill dio un paso atrás, alejándose de ella.

—¡No me toques! —le espetó. Estiró el brazo con el arma en la mano,apuntándola. Kate dio un paso atrás con los ojos como platos—. Por culpa de esacosa que llevas dentro, Evan está sufriendo y voy a perderlo. Es culpa tuy a,siempre es culpa tuya. —Bajó el arma. Dos lágrimas se deslizaron por su rostro—. Si él se va, no pienso quedarme atrás. No me quedaré aquí viendo cómo todos

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mueren.Jill dio media vuelta y entró de nuevo en la casa. Kate se quedó inmóvil,

completamente rota por dentro. ¿Cuánto más iba a durar aquella locura? ¿Cuándomerecerían un poco de descanso? Volvió a sentarse y escondió el rostro entre lasmanos. Notó que Mako se sentaba a su lado.

—¿Crees que todo acabará cuando tú cruces al otro lado? No lo hará —dijo lavampira—. Querrán venganza. Vendrán a por nosotros y uno a uno te seguiremosal infierno. ¿No te das cuenta?, tu sacrificio no servirá de nada. En realidad vas asacrificar a los que amas por un mundo que no lo merece y al que no leimportas. La may oría de los humanos nos aniquilarían sin dudar, si supieran denuestra existencia. ¿Por qué te empeñas en ser buena, en ser una mártir? Escomo si tú misma levantaras la espada sobre nuestras cabezas.

Kate se sentía mareada. Sus palabras eran como un látigo en su espalda,descarnándola, desangrándola. Lo que Mako proponía era una idea espeluznantepara la humanidad que aún quedaba en su conciencia…, pero ella y a no erahumana. Era un vampiro, algo que una parte de ella se había negado a admitir.

—Lucifer podría salvar a Evan, estoy segura —añadió Mako.Kate se estremeció. No sabía qué decir. En realidad no había nada que decir.

Mako solo había puesto voz a sus propios pensamientos. Llevaba horas dándolevueltas a todo aquello y siempre acababa en el mismo punto. Lo que estabaescrito sucedería sin remedio, antes o después, era inevitable. Entonces, ¿por quéseguir dudando?

—Si decidiera intentarlo —susurró tan bajo que Mako apenas podía oírla. Seasustó de sí misma, estaba flaqueando—. ¿Cómo voy a salir de aquí sin que nadiese entere? Los arcángeles, William, Adrien…, todos me vigilan.

—Yo te ayudaré. Puedo sacarte sin que se den cuenta. Esta noche, mientrasestán distraídos con el funeral de Samuel. Déjamelo a mí —susurró.

—¿Y cómo encontraré a Lucifer? ¿Me pongo a dar gritos hasta que aparezca?—preguntó con sarcasmo.

—Tengo la impresión de que él siempre sabe dónde te encuentras. Aun así,creo que sé cómo encontrarle.

Kate se enderezó de golpe, se giró hacia Mako, buscando su mirada.—¿Sabes dónde se oculta y no has dicho nada? —le recriminó.—¿Y que William salga como un loco a por él y regrese en una caja de pino?

—preguntó a su vez con tono despectivo.Kate sacudió la cabeza.—No, pero Gabriel y sus hermanos…Mako chasqueó la lengua, frustrada.—Esos no han hecho otra cosa que esconderse, no se enfrentarán a Lucifer si

pueden evitarlo. ¿Acaso no te has dado cuenta? Nadie va a hacer nada pornosotros. Todo este asunto se ha convertido en una cuestión de supervivencia,

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incluso para ellos —dijo con tono vehemente.—¿Y cómo has averiguado tú dónde se esconde?Mako se puso de pie y se acercó a la balaustrada de madera. Apoy ó las

manos en ella y se quedó mirando el paisaje.—Vinieron a mí. Querían que les ay udara, que les pasara información útil

sobre vosotros. Acabé aceptando —admitió al cabo de unos largos segundos.—¿A cambio de qué?Mako miró a Kate por encima de su hombro y sonrió con aire triste.—De William. Me prometieron que él siempre estaría a salvo y que sería

para mí. —Hizo otra pausa, más larga que la anterior—. No pude, al final mearrepentí y no tuve valor para traicionarlo. Sabía que no podría mirarlo a la carasi lo hacía. Le tendría, sería mío, pero yo no lo quiero así, así no… ¿Puedesentenderlo?

—Creo que sí —admitió Kate. Lo entendía perfectamente, aun cuando loscelos le estaban taladrando el pecho. Era doloroso oír a otra mujer hablar de esemodo sobre William, por muy segura que estuviera de sus sentimientos por ella.

—Me alegro de no haberlo hecho. Ahora tendría que vivir con la muerte deStephen, de Samuel, y puede que con la Evan. No soy tan mala y fría comotodos piensan —se lamentó Mako.

Kate se levantó y se acercó a ella. Tras tomar aire, colocó su mano sobre laMako en la barandilla. Ella tampoco podría vivir consigo misma si hacía un tratocon Lucifer, los remordimientos se convertirían en un pozo oscuro y destructivoque acabaría con ella.

—Estás demostrando que no eres mala. Gracias por sincerarte conmigo.Los ojos de Mako se perdieron en la lejanía, fijos, absortos.—¿Se lo dirás a los demás?Kate sacudió la cabeza y dejó escapar el aliento de golpe.—No, no lo haré. Y tampoco intentaré negociar con Lucifer. No confío en él.Mako se giró hacia ella.—Pero ¡hace un instante estabas de acuerdo! —exclamó, intentando entender

en qué momento había cambiado de opinión.—Sé que tienes razón en todo lo que has dicho —la atajó Kate. No quería

correr el riesgo de que lograra convencerla de nuevo. Bastantes dudas y miedostenía ya—, pero no voy a hacerlo. Sé cual es el problema y cómo solucionarlo.

—El único modo es…Kate levantó una mano para que no lo dijera.—Sí, es el único. En realidad esta vida nunca me ha pertenecido, ha sido un

préstamo. Mi vida terminó cuando era una niña, en ese accidente.Dio media vuelta y se dirigió al interior de la casa. No tenía nada más que

decir.—William sufrirá. No podrá superarlo —dijo Mako.

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—Al final lo superará. —Sonrió—. Sé que lo hará.

Kate encontró a William en la parte de atrás de la casa, de pie, de espaldas a ella,mientras contemplaba el cielo. Sus pensamientos volaron a la primera noche queestuvo allí, en aquel mismo jardín. Parecía que hiciera una eternidad desdeaquella cena a la que acudió con Jill, aunque apenas habían pasado unos meses.Hubo una tormenta épica y su cámara fotográfica, uno de los pocos recuerdosque conservaba de su madre, acabó empapada. Estuvo a punto de perderla parasiempre, pero Jared logró arreglarla. ¡Dios, ni siquiera se había dado cuenta deque había dejado de hacer fotos!

Contempló a William, estaba ensimismado en sus propios pensamientos y nose había percatado de su presencia. Se acercó a él y lo abrazó por la cintura,apoy ando la mejilla en su espalda. Su mejor recuerdo de aquella primera nochese lo debía a él. Aún se le electrizaba la piel al recordarlo, empapado bajo lalluvia, sosteniéndola contra su pecho para que no resbalara sobre la hierbamojada. Cada detalle estaba vivo en su mente: su piel fría, sus ojos sobre ella, sucuerpo contra el suy o disparándole el pulso, la suavidad y la fuerza de sus brazosal levantarla. Cómo un instante parecía odiarla y al siguiente adorarla.

Kate quiso gritar. Gritar hasta que la sangre se le subiera a la cabeza. Hastaque los ojos se le salieran de las órbitas. Hasta que se le quebrara la voz,convertida en un estertor dramático. El dolor por lo que iba a hacer, por lo queiba a perder la atravesó, hiriéndola de tal modo que no le habría sorprendidoencontrar una herida sangrante por cualquier parte.

Habría sido tan fácil si Gabriel hubiera podido matarla el día que descubrió loque portaba en su interior. Pero no, ella no tenía derecho a que fuera fácil, comosi formara parte de un castigo aún may or del que y a sufría. Ni siquiera estabasegura de cómo iba a hacerlo, o si podría hacerlo. Si esa especie de escudo que laprotegía de un daño físico, también la protegía de sí misma, no podría lograrlo.

Un escalofrío de muerte la estremeció, y abrazó a William con más fuerza,sintiendo contra su pecho cada línea, cada músculo de su espalda. En lo másprofundo de su ser, sabía que estaba obrando bien. Su muerte no era la solución,cuando los hechos demostraban que la profecía acabaría por cumplirse en algúnmomento; pero les daría un tiempo precioso. William y todos aquellos a los quequería podrían disfrutar de una larga vida. Puede que siglos y siglos detranquilidad mientras Lucifer encontraba otro modo de regresar. Y esta vez,Miguel podría aprender de los errores cometidos y ponérselo mucho más difícil.

Solo sentía no haber tomado la decisión mucho antes, habría evitado lasmuertes de Samuel, Stephen, Maritza…

« ¡Oh, Dios!, no permitas que a Evan le ocurra nada malo» , pensó. No queríaimaginar por lo que Jill estaba pasando. Si fuese William el que estuviera

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agonizando en ese momento, ella se estaría volviendo loca.—Te quiero —musitó.William entrelazó sus dedos con los de ella y apretó las manos contra su

estómago. El sol se estaba poniendo y el paisaje se había convertido en unadorada postal.

—Yo a ti más —susurró él. Se dio la vuelta, la atrajo hacia sí y la acunó entresus brazos.

—Siento como si esto estuviera mal. Tú y yo aquí, aliviados por estar juntos,mientras ellos lloran sus muertes ahí dentro —dijo Kate.

—No está mal. Así es la vida. Siento un dolor profundo por ellos, pero, porotro lado, no dejo de pensar en lo afortunado que soy de que no hay as sido tú. —Le tomó el rostro entre las manos y depositó un dulce y tierno beso en sus labios—. Tú eres lo más importante de mi vida, lo único que no soportaría perder, sieso me convierte en un egoísta y en mala persona… Entonces lo soy.

Se inclinó y la besó de nuevo. El mundo desapareció durante esos preciadosmomentos. Se perdió en aquel beso desesperado con sabor a miedo y aremordimiento. Sentimientos que fueron desterrados por un intenso deseo alsentir las manos de ella bajo su camisa. A duras penas logró controlarse. No erael momento ni el lugar.

A Kate le flojearon las rodillas y los brazos de William impidieron que sedesplomara.

—¿Estás bien? —preguntó él.—Sí, solo estoy un poco cansada.William la tomó en brazos y se sentó con ella en la mesa de jardín. La

acomodó en su regazo.—Pronto estarás bien —dijo en voz baja con la vehemencia de una promesa

—. Encontraremos a alguien como Maritza, y esta vez seremos más cuidadosos.Sé que saldrá bien.

Le cubrió de besos la mejilla y la nariz. Kate sonrió y se quedó mirandoaquellos preciosos ojos azules.

—Lo sé. Saldrá bien y seguiremos adelante. Olvidaremos todo esto, como sino hubiera pasado, y tendremos una nueva vida —musitó ella sin dejar desonreírle.

Levantó la mano y le acarició la mandíbula con los dedos. Contempló susojos; las largas pestañas, más oscuras que sus cejas; el arco perfecto queformaba su nariz; sus pómulos y su bonita boca; el mentón cubierto por una levesombra oscura. La realidad de que era la última vez que iba a tenerlo así lasacudió. La certeza del fin la había alcanzado. Sin salidas, sin esperanzas. Seacababa y no era un concepto abstracto, sino un hecho real e inminente.

Kate posó sus labios sobre su boca mientras lloraba por dentro. « No quieroirme. No quiero dejarlo. Por favor, no me obligues a dejarlo. Por favor, por

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favor, que alguien detenga esto. Por favor, solo quiero quedarme aquí con él. Porfavor…» , rezó con todas sus fuerzas, suplicando sin saber muy bien a quién o aqué. Ni siquiera creía a pesar de todo lo que había visto.

Le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó. Después lo besó en el hombro ybajo la oreja. Apretó los labios contra su piel y aspiró su olor.

—Te quiero muchísimo, no lo olvides nunca, ¿vale?William la apartó un poco y buscó su mirada.—No podré hacerlo, porque tú me lo recordarás cada día.Kate sonrió.—Cada día —susurró ella contra sus labios. Le acarició las mejillas, el pelo,

la nuca. Sus manos lo tocaban como si quisiera aprenderse de memoria cadacentímetro de piel—. ¿Sabes? Si de verdad existen los milagros, este sería un buenmomento para uno —dijo con una sonrisa que no pudo esconder el profundodolor que sentía. No entendía cómo un corazón muerto podía doler tanto comodolía el suyo en ese momento.

—¿Qué te pasa, nena? —preguntó William, acunándole el rostro con la palmade la mano.

Kate sollozó.—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta que me llames así? —

preguntó.William le dedicó una sonrisa, esa que era capaz de derretir hasta un bloque

de hielo.—Nena… nena… nena —repitió él entre besos.Kate se aferró a su cuello, incapaz de soltarlo. Se quedó así un minuto, dos…

hasta que perdió la noción del tiempo.William se puso de pie, con ella entre sus brazos.—Me quedaría aquí toda la noche, pero ha llegado el momento… Ya sabes…

Samuel —explicó con tono vacilante. Kate asintió—. Voy a llevarte a mi antiguahabitación para que descanses, ¿vale?

Kate asintió de nuevo y se acurrucó contra su pecho mientras él subía laescalera, recorría el pasillo y abría con su mente la puerta. La dejó sobre lacama y se sentó junto a ella. Le acarició el pelo y le colocó un par de mechonestras la oreja. Kate pudo percibir su tristeza y lo mucho que le costaba levantarsee ir a donde debía estar. Junto a los Solomon. ¡Madre de Dios, y con su decisiónella iba a terminar de destrozarlo!

« Lo superará» , pensó, aferrándose a ese deseo.—Puedes hacerlo —dijo Kate—. Eres fuerte y puedes con esto.Él la miró a los ojos.—No lo sé. Sigo pensando que pude evitarlo. Si hubiera insistido un poco más,

si lo hubiera obligado a quedarse en la casa en lugar de dejar que nosacompañara.

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—No te atormentes. No puedes cargar con toda la culpa.—Me cuesta no hacerlo.Kate apoy ó la mano contra su corazón.—Entonces, este es un buen momento para dejar que esa parte oscura de ti

tome el control. Piensa con frialdad, Will. Samuel ha sido un daño colateral, algoque podía pasar. Una baja más en una guerra. Ha pasado y ya no se puede hacernada. No es tiempo de lamentaciones, sino de superarlo. —Apretó la manocontra su pecho—. Así que, deja que la oscuridad que encierras aquí salgaafuera; y en su lugar guarda tus emociones.

Los ojos de William se abrieron como platos al oírla hablar de ese modo. Noera propio de ella pensar así. Y no era un farol, lo decía en serio, le estabapidiendo que bloqueara sus sentimientos.

—No me mires así, lo digo de verdad—replicó Kate—. He asumido quiéneres en realidad y lo que puedes hacer y sentir en algunos momentos. Esfuérzate,mentalízate y no sientas nada. Ni por mí ni por nadie —le exigió con tonovehemente, sujetando su mano con fuerza.

William se sorprendió por su actitud dura y agresiva. Se inclinó sobre ella.—Contigo lo voy a tener un poco complicado. Me haces sentir demasiadas

cosas, algunas muy difíciles de ignorar —le dijo con un guiño.Le dio un beso en los labios, lento y perezoso, que poco a poco se volvió más

profundo y apasionado. Casi sin darse cuenta, se encontraron el uno en los brazosdel otro. Tocándose, explorándose, perdiéndose en la forma en la que sus cuerposse movían juntos, con la sensación de que no lograban acercarse lo suficiente. Laropa dejó de ser un obstáculo, y su control la siguió fuera de la cama. Quizáfuera el subconsciente, que les susurraba que aquella sería su última vez, o lafuerza de un deseo contenido durante mucho tiempo buscando la liberación. Perohabía algo hermoso en la violencia con la que se tomaban el uno al otro,desesperada y dolorosa.

—Te veo luego —le susurró él después de vestirse.—Aquí estaré —respondió Kate bajo sus labios.

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39

Kate inspiró hondo y apartó el papel. Había pensado dejarle una nota,explicándoselo todo, pero llevaba media hora frente a la hoja en blanco y nohabía logrado escribir una sola palabra. Quizá fuera lo mejor, no dejar ningúnrecuerdo al que él pudiera aferrarse.

« Espero que sepas lo que estás haciendo» , se dijo a sí misma.No sabía lo que estaba haciendo. De hecho, no tenía ni idea de si su plan

funcionaría. Solo estaba segura de que debía intentar cambiar las cosas.Cogió el pomo y lo apretó entre sus dedos, intentando reunir el valor

necesario para abandonar la habitación. Había llegado el momento, y si queríahacerlo, debía ser ya. No había nadie en la casa salvo Rachel y Jill, que seguíanjunto a la cama de Evan; y Ariadna, que les hacía compañía. Giró el pomo condecisión y abrió la puerta.

Mako se precipitó dentro de la habitación y a punto estuvo de caer sobre ella.—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Kate.—Tu amiga, Jill, acabo de verla adentrándose en el bosque. La he llamado,

pero no me ha hecho caso. Creo que va armada —le explicó a toda prisa.Kate tragó saliva.—¿Evan está…?—No, sigue vivo, aunque no creo que aguante hasta mañana —respondió la

vampira.—Entonces, ¿adónde demonios va?—No lo sé. ¿A vengarse? —aventuró Mako—. Puede que haya perdido la

cabeza, parecía fuera de sí.Kate apartó a Mako de su camino y salió de la casa a toda prisa. Con sus

sentidos exploró los alrededores, rezando para que los arcángeles no estuvieranpor allí e impidieran que se alejara. A veces desaparecían durante horas, ojaláfuera una de esas veces. Traería a Jill de vuelta y después continuaría con suplan. Iba a sacrificarse. No tenía ni idea de cómo acabar consigo misma, peroestaba dispuesta a intentarlo de todas las formas posibles y necesarias. Debíahacerlo, tenía que hacerlo para darles una oportunidad a las personas que quería.

Se adentró en la arboleda buscando el rastro de Jill. No percibía nada, ni olor,ni pisadas, ni sonidos. Nada de nada. Era imposible que una humana se moviera

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tan rápido y con tanto cuidado como para no sentirla. Lo único que oía eran laspisadas de Mako tras ella.

El golpe la pilló por sorpresa. Los huesos de su cráneo cruj ieron alfracturarse. Cay ó hacia delante, golpeándose el rostro contra las piedras delsuelo. La punzada de dolor que sintió la dejó aturdida un instante; el tiempo que suagresor utilizó para colocarle una mordaza impregnada en algo que le quemabala piel y la lengua.

Gritó y el sonido quedó atascado en su garganta. Ni siquiera se paró a pensaren qué estaba sucediendo. Reaccionó sin más. Dobló la pierna y golpeó con eltalón. Su atacante se desplomó sobre ella y aprovechó para echar la cabeza haciaatrás y golpearlo.

Forcejeó, tratando de liberarse. Logró darse la vuelta y se encontró frente afrente con el rostro de Mako. La furia y el desprecio transformaban sus hermososrasgos, convirtiéndola en un monstruo. Quiso gritarle, preguntarle qué estabahaciendo, pero tuvo que conformarse con asestarle un puñetazo. Mako cayóhacia atrás con un quej ido. Kate no perdió el tiempo. Se puso de pie y echó acorrer mientras trataba de aflojar la mordaza. La vampira le dio alcance, legolpeó las piernas y la hizo caer de costado. Forcejearon, rodando por el suelo,golpeándose contra las rocas y las raíces. Kate se dio cuenta de que Mako llevabapuestos unos guantes de cuero, y no tardó en averiguar el motivo. En una de susmanos apareció una cadena de plata, con la que intentó atarle las manos.

Kate se defendió con todas sus fuerzas. Golpeó, mordió y pateó. Logróquitársela de encima y, con un giro feroz, la lanzó por los aires. El cuerpo deMako voló hasta estrellarse contra un árbol. Se incorporó de un salto y arremetiócontra Kate. Esta logró hacerse con una rama caída, la blandió como un bate ylanzó un golpe directo a su pecho.

Mako la superaba en habilidades y rapidez. Dobló su cuerpo hacia atrás yevitó el impacto, a la vez que con el pie lograba desequilibrar a Kate y hacerlacaer de bruces. Saltó sobre ella, le sujetó las manos a la espalda e inmovilizó susmuñecas con la cadena. Una de las vueltas se la pasó por el cuello y otra por lacintura.

—Quédate quieta —gruñó Mako. El esfuerzo hacía que su voz sonara ronca.Agarró a Kate por el pelo y le golpeó la cabeza contra el suelo. Después le

clavó una rodilla en la espalda, tratando de inmovilizarla, mientras sacaba otracadena de uno de sus bolsillos y se apresuraba a atarle los tobillos.

Kate gritó por el dolor abrasador que le recorría el cuerpo. El metal se lepegaba a la piel y tiraba de ella, despegándola de su carne cada vez que semovía. Volvió a gritar entre sollozos, tan pronto como Mako sujetó la cadena quele rodeaba el cuello y tiró de ella, obligándola a que se pusiera de pie.

—Maldita zorra consentida —masculló Mako.Escupió al suelo la sangre que tenía en la boca y se limpió con la mano la que

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le manaba del labio. Le dio a Kate un puñetazo en el estómago que hizo que sedoblara hacia delante con un gemido. La agarró y se la echó sobre el hombro.Empezó a caminar.

—Podría haber sido más fácil, menos doloroso —empezó a decir Mako—. Lointenté por las buenas. En serio. Traté de convencerte de que te entregaras a élpor voluntad propia, te di la oportunidad de salvar a las personas que te importan.Pero no, tú tenías que adoptar el papel de mártir, tenías que hacerte la heroína yelegir el sacrificio. Así todos dirán: « Pobre Kate, era tan buena que murió pornosotros. Convirtámosla en santa» —dijo con tono burlón.

Alcanzó el camino donde había aparcado su coche. Abrió la puerta trasera ylanzó a Kate al asiento. Se sentó frente al volante y se puso en marcha.

A Kate le daba vueltas la cabeza. La plata la estaba mutilando y el dolor eratan insoportable que no lograba concentrarse en nada salvo en el ardor de susheridas. Al moverse para colocarse de espaldas, notó que la mordaza se habíaaflojado. Frotó la cara contra el asiento, hasta que logró deslizar la atadura haciaabajo.

—Mejor ser mártir que no una traidora —logró articular Kate en cuanto suboca quedó libre.

Mako miró hacia atrás por encima de su hombro. Hizo una mueca de fastidioal comprobar que se había desecho de la mordaza.

—O una mentirosa —continuó Kate—. Vas a llevarme con él, ¿verdad? Todolo que me has contado era mentira.

—Sí, voy a llevarte con Lucifer. Tenemos un trato. Y no te he mentido. —Seencogió de hombros—. Bueno, puede que un poco cuando te dije que no tuvevalor para traicionarlo, que sabía que no podría mirarlo a la cara si lo hacía y bla,bla, bla… —Suspiró—. La verdad es que haré cualquier cosa para tener aWilliam. Y Lucifer me prometió que, si le ayudaba a que le devolvieras su alma,podríamos marcharnos juntos y que nadie nos haría daño.

Kate comenzó a atar cabos. Sintió un desprecio y un odio profundo por Mako.—Fuiste tú quien les avisó anoche. Tú tienes la culpa de que Stephen y

Samuel hay an muerto y de que Evan esté agonizando —susurró Kate. Le costabahablar con la lengua quemada—. William acabará enterándose de lo que hashecho y te matará.

—William creerá lo que las evidencias muestren, y estas dirán que la culpa yla pena por tus amigos te han empujado a darle a Lucifer lo que quiere paraevitar más muertes. Míralo desde el lado positivo, seguirás pareciendo una santa.

—No voy a hacerlo, no se la daré.—Eso ya lo veremos. Te aseguro que todos ellos pueden ser muy persuasivos,

sobre todo Mefisto.Kate se estremeció. Se dirigía a las mismísimas puertas del infierno. Empezó

a forcejear, pero era imposible aflojar aquellas cadenas, y solo estaba logrando

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debilitarse.—No tienes por qué hacer esto, aún puedes dar la vuelta. No diré nada a

nadie. Te lo prometo —Kate intentó apelar a su conciencia.Mako negó con la cabeza.—Debo hacerlo. Es la única forma de tener todo lo que quiero.—Podrás tenerlo sin que me entregues. Voy a desaparecer, dejaré de ser un

estorbo para ti.—No es suficiente. Él tiene que quererme.Un sonido angustioso escapó de la garganta de Kate.—¿Cómo, lavándole el cerebro? ¿Obligado por un arcángel? ¿De verdad crees

que serás feliz teniendo a William así? No será amor de verdad.—Lo será —aseguró.De repente, Mako frenó en seco. Se giró en el asiento y volvió a colocarle la

mordaza. Condujo hasta el cementerio. Lo rodeó y detuvo el coche junto al murode piedra que lo circundaba por la parte de atrás. Se bajó y abrió la puerta. Laspiernas de Kate salieron disparadas y la golpearon en el estómago. Se doblóhacia delante y esquivó por unos milímetros un nuevo golpe, esta vez directo a sucara.

Lanzó un gruñido y un par de palabrotas. Agarró la cadena que sujetaba lostobillos de Kate y le dio un fuerte tirón, sacándola del coche por la fuerza. Laarrastró hasta la base del muro y lo recorrió buscando la puerta de hierro queantiguamente usaban los enterradores para los carros. La empujó con la mano ycontinuó arrastrando el cuerpo de Kate dentro del cementerio.

Una nube pasó por delante de la luna y todo quedó sumido en una oscuridadabsoluta. Hasta sus oídos llegó el rumor de una tormenta que avanzaba conrapidez. A lo lejos, el cielo comenzaba a iluminarse con relámpagos. Laatmósfera nocturna era pesada, como si el aire no contuviera suficiente oxigeno.

Kate se mordió los labios para no suplicar que se detuviera. Las cadenas eranuna tortura que le devoraban la carne, causándole un dolor que se filtraba en susangre y en sus huesos como si fuera ácido. Mako se paró frente a una cripta y lasoltó, pero solo el par de segundos que tardó en sujetarla por el pelo y obligarla aponerse de pie. Se la cargó sobre el hombro y penetró en la tumba. Olía a azufrey a humedad. Los olores se intensificaron hasta hacerla toser, mientrasdescendían la escalinata en forma de caracol. Acabaron en una sala de piedraabovedada, con las paredes agujereadas por una decena de nichos, sellados porantiguas lápidas decoradas con relieves y grabados.

Mako la dejó caer al suelo sin ningún cuidado.—Aquí la tienes. He cumplido con mi parte del trato —dijo la vampira.Kate ladeó la cabeza y la imagen que vio le heló la sangre. Lucifer estaba

recostado sobre un sillón rojo de terciopelo. Tras él había seis hombres, todosvestidos de negro. Supuso que serían los Oscuros, los arcángeles que le guardaban

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lealtad. A su lado se encontraba Mefisto, de pie, con aire apático y molesto.Lucifer se puso de pie y se acercó a ellas; y como si de su sombra se tratara,

Mefisto lo siguió.—¿Era necesario que la trataras así? —preguntó el señor del infierno,

mientras se agachaba junto a Kate. Le apartó un mechón de pelo de la cara y leacarició la mejilla.

—No me lo ha puesto fácil. No he tenido más remedio que encadenarla —sejustificó Mako—. He tratado de convencerla por las buenas, pero es demasiadoestúpida. Iba a sacrificarse y no me ha dado más opción que recurrir a la fuerza.

Lucifer le dedicó a Kate una mirada indulgente y le sonrió. Se puso de pie yle hizo un gesto a Mefisto. Este movió las manos y las cadenas desaparecieron desu cuerpo. Kate dejó escapar un suspiro de alivio y se sentó con mucho esfuerzoen la fría piedra. Lucifer le ofreció la mano. Ella la rechazó, fulminándolo con lamirada, y se levantó del suelo por sus propios medios. Se sentía como un niño queaprende a caminar. No lograba sostenerse y la pérdida de sangre la estabadebilitando rápidamente. Se quitó la mordaza y se limpió la boca con el dorso dela mano.

—Más que recurrir a la fuerza, parece que te has ensañado con ella —le hizonotar Lucifer. Se giró hacia Mako y la miró de arriba abajo—. Gracias. Has sidouna gran aliada, bastante eficiente, la verdad. No lo esperaba.

Mako aceptó su gratitud con una ligera reverencia.—He hecho lo que me pediste. Te he informado de todo. Ahora, cumple con

tu palabra —exigió con tono vehemente, sin poder disimular el nerviosismo quese apoderaba de ella.

Lucifer sonrió y se acercó a Mako.—Por supuesto, querida. Tenemos un trato. —Le ofreció su mano.Los ojos de Mako fueron desde la mano hasta su cara y volvieron a

descender. Despacio, alargó su brazo y estrechó la mano de Lucifer. Sintió sufuerte apretón y una ligera sacudida que indicaba su compromiso con el acuerdo.El gesto logró que se relajara un poco y que una leve sonrisa empezara adibujarse en su cara. Lucifer le dio un tirón y la atrajo hacia su cuerpo con laintención de abrazarla.

El golpe contra su pecho fue rápido y seco. Intentó apartarse cuando el brazoque le rodeaba la espalda se convirtió en un cable de acero que le aplastaba loshuesos. Forcejeó y gimió. De su boca salió el sonido de un burbujeo, y por lascomisuras de sus labios escaparan dos hilos de sangre roja. Se le doblaron lasrodillas y quedó colgando entre sus brazos.

—¿De verdad has creído en algún momento, que mantendría a mi lado aalguien que es capaz de traicionar a su propia especie por puro egoísmo e interés?—le susurró al oído—. ¿Quién me asegura que no intentarías lo mismo conmigoal primer cambio? Lo siento, querida, pero nuestro acuerdo acaba de expirar…

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Como tú.La soltó y el cuerpo de Mako se desplomó en el suelo, agonizante. De su

pecho sobresalía una daga envuelta en un fuego azul, que se fue apagando aligual que el brillo de sus ojos, clavados sin vida en la bóveda.

Kate no podía apartar la vista del cuerpo de Mako. Levantó la mirada y seencontró con el rostro de Lucifer. Una sonrisa espeluznante, por la maldad quereflejaba, y hermosa, por el rostro que la enmarcaba, le tiró de los labios.

—¡Vay a, se me ha manchado la camisa! —exclamó él. La prenda estabaempapada de sangre. La arrancó de su cuerpo y la arrojó al suelo, dejando a lavista un torso de piel dorada y líneas perfectas. Alzó una mano con un gestodespreocupado—. Uriel, ¿serías tan amable?

Uno de los seis arcángeles se movió, y en su mano apareció una camisanegra que le entregó con rapidez.

—Gracias, hermano —dijo Lucifer; y, mientras se ponía la prenda, se acercóa Kate.

Kate retrocedió arrastrando la pierna izquierda, en la que su tendón deAquiles estaba tardando en curarse. Chocó contra la pared de piedra y se pegó aella como si quisiera atravesarla.

Él se detuvo a pocos centímetros. La luz de las velas dibujaba sombras en sucara y lanzaba destellos sobre su pelo de dos colores.

—¿Damos un paseo? —sugirió, ofreciéndole su brazo.—No puedo caminar —le hizo notar Kate con voz ronca.—¡Oh, es cierto, que poco considerado por mi parte! —Buscó a Mefisto con

la mirada—. Hermano, deberíamos hacer que nuestra invitada se sintiera unpoco más cómoda.

—No soy tu invitada, soy tu prisionera —le espetó Kate.Mefisto se acercó a ellos. Sus ojos, completamente negros, recorrieron el

cuerpo de Kate de arriba abajo. Ella se encogió sobre sí misma para evitar que latocara, pero no sirvió de nada. Mefisto la cogió por el brazo y tiró de ella hastaplantarla frente a él. Cerró los ojos e inspiró, mientras la sujetaba por loshombros.

Kate notó un ligero picor por todo el cuerpo, que se convirtió en una sensacióninsoportable en las zonas donde las cadenas le habían lastimado la piel. Lasheridas sanaron en cuestión de segundos.

—Mucho mejor —suspiró Lucifer—. Ahora, pasea conmigo. Hace unanoche preciosa.

—No voy a dártela —indicó Kate sin acobardarse.—Y yo no puedo obligarte a que me la des. Aunque espero que cambies de

opinión. —La miró y un destello de impaciencia le iluminó los ojos—. Caminaconmigo.

Kate siguió a Lucifer fuera de la cripta. La tormenta se aproximaba con

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rapidez. Los relámpagos iluminaban el cielo, precedidos del rumor de unostruenos que sonaban como si la tierra fuese a resquebrajarse. Una ligera brisa semovía entre las ramas de los árboles, y arrastraba hojas sobre el mantillo frío ypodrido, aún mojado por la lluvia de la noche anterior. Pensó en echar a correr ytratar de escapar. Un rápido vistazo a su alrededor, le bastó para darse cuenta deque no llegaría muy lejos. Sus hermanos lo seguían a una distancia prudencial,controlando cada metro de terreno. Mefisto no apartaba sus ojos de ella.

—Me gustan los cementerios —dijo Lucifer con una sonrisa sincera en loslabios—. Me refiero a los antiguos como este, por supuesto, no a esasabominaciones de diseño que se construyen ahora.

Kate lo miró de reojo y guardó silencio. Él continuó:—Son espléndidos, verdaderas obras de arte. Fíjate —le pidió, abriendo los

brazos—. Las criptas, los nichos, la capilla que corona la colina…, todos estospequeños monumentos funerarios son magníficos. Ensalzan la muerte, laconvierten en algo hermoso; y no tétrico como os empeñáis hoy en día.

Pasaron junto a una cruz de piedra, frente a la que se levantaba la estatua deun ángel arrodillado con las manos unidas, orando. Lucifer se detuvo un segundo,la miró con un atisbo de desdén, y continuó caminando.

—Nunca he entendido esta idea que los hombres tienen sobre nosotros. Fíjateen ese. —Señaló con uno de sus dedos la efigie de un ángel que sostenía unacorona de flores entre sus manos—. Mira esos rizos, esa cara apenada, con losojos siempre puestos en el cielo, implorando. ¡Es patético y humillante!

Continuó hablando sobre las esculturas afligidas, la mezcla de estilos y lagrandiosidad de otras épocas; y sobre la creencia de los hombres de que algo tanefímero como la muerte, debía ser celebrado con ostentosas ceremonias,enormes mausoleos…, convirtiendo los cementerios en jardines de cuentos dehadas de insólita belleza.

Mientras paseaban por los senderos plagados de vegetación, Kate trataba deprestar atención a todo lo que él decía, pero no lograba entender a qué veníaaquel itinerario turístico sin sentido. A no ser, que su cometido fuera el dedistraerla, que se sintiera cómoda, o, peor aún, a salvo.

—Ángeles dolientes, esperanzados, querubines… No me gustan estasrepresentaciones… —continuaba Lucifer. De repente, se detuvo— excepto esta.Me atrae, tiene un… —Suspiró. Muy despacio, rodeó la tumba sobre la que sehallaba—. Me conmueve y no sé por qué. Puedo sentir su dolor y la tristeza querefleja. Tan abatido que parece que llora.

Kate contempló la escultura: un ángel arrodillado, con el torso inclinado sobreun bloque tallado en mármol. Tenía el rostro oculto tras un brazo y las alas caídas.

—Es una réplica de El ángel de la pena —dijo Kate quedamente—. Eloriginal se encuentra en Roma, en un cementerio protestante.

Lucifer la miró de reojo, y volvió a centrar su atención en la figura.

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—¿El ángel de la pena?—Sí. Lo esculpió un hombre llamado William Wetmore, y fue su última

creación. Lo creó en memoria de su esposa fallecida, Emelyn. Dicen que laamaba con locura y que el ángel representa todo el dolor, la tristeza y la desdichaque sentía por su pérdida. Yace ocultando su rostro, y sus alas cuelgan lánguidas,vencido por un llanto eterno y desconsolado por no volver a ver al ser amado.Contemplar algo así hace que te enamores de la muerte, solo por sentir un amortan grande.

Lucifer sacudió la cabeza y sonrió.—Muy poético —comentó con una chispa de diversión. Y añadió—: También

el hecho de que el escultor se llame William, ¿no te parece? La tal Emelyn teenvidiaría. Tú tienes a un ángel de verdad amándote de la misma forma.

Kate se sintió incómoda por la comparación y volvió a notar esa opresión enel pecho.

—¿Por qué y o? —preguntó de repente—. ¿Por qué entre tantas personas meelegiste a mí?

Lucifer alzó la mirada al cielo y lo observó como si fuera de día e intentaraaveriguar la hora por la posición del sol. Se quedó callado un largo rato y Katetemió que no fuera a contestar.

—¿Has oído hablar de las Parcas? —preguntó; y sonrió abiertamente.A Kate esa sonrisa le alimentaba su lado malo, ese que le hacía imaginar mil

formas de torturar a una persona y disfrutar con ello. Asintió sin gana. Porsupuesto que había oído hablar de las Parcas. Siempre le habían gustando lasclases de Historia, e Historia Clásica estaba entre sus preferidas.

—En la cultura griega existían las Moiras, para los pueblos nórdicos lasNornas. Lo cierto es que siempre han sido las mismas con distintos nombres, yexisten —indicó él como si nada.

Los ojos de Kate se abrieron como platos y su frente se llenó de arrugas. Susemociones eran tan confusas que apenas podía interpretarlas. ¿Las Parcasexistían? ¿Y qué tenían que ver con ella?

—En realidad, los que existen son los ángeles del Destino —continuó él—.Ellos conocen cada vida desde su comienzo hasta su final. No sirven a nadie, soloa las almas de los mortales, y se encargan de recolectarlas y guiarlas al cielo o alinfierno, según su vida y su destino. Dejaron el cielo para poder proteger mejor aesas almas, así que se mantienen lejos de las desavenencias entre mis hermanosy yo. Podría decirse que son neutrales.

Esbozó una sonrisa siniestra. Rodeó de nuevo la estatua y se detuvo tras susalas de piedra. Con el dedo fue repasando en contorno de las plumas.

—De vez en cuando van hasta el infierno, para asegurarse de que no hayningún alma que no deba estar allí —prosiguió—. Ellos me hablaron de ti.Estaban tristes. Siempre lo están cuando es la vida de un niño la que se termina.

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Pero en tu caso su pena era may or y sentí curiosidad. No me costó mucho que seles soltara la lengua, y así supe de ti. Tu luz brillaba tanto en sus pensamientos,que enseguida me di cuenta de que una sombra como la mía sería invisible bajoella.

» Te convertiste en mi oportunidad. Así que esperé y te encontré; y te di elmayor regalo que jamás le he concedido a nadie. Te confié mi vida y te devolvíla tuya. En aquel mismo momento, vi cómo los lazos del destino cambiaban antemis ojos y se entrelazaban, uniendo el hilo de tu vida a los hilos de los híbridos, deuna forma tan profunda y sólida que supe que eras tú, sin lugar a dudas, aquellade la que hablaban los profetas. Y también supe que ellos te mantendrían a salvopara mí. William, Adrien y tú. Tres.

Regresó junto a ella y se la quedó mirando fijamente.—El tres siempre ha sido un extraño número. Trinum —continuó Lucifer—.

La imagen del ser supremo; principio, medio, fin; es el símbolo de la tierra; lastres leyes de la armonía universal; las tres Furias; las tres Parcas; las Trinidades;los tres Reyes Magos; hasta Pedro negó tres veces a su señor. El tres tiene unpoder especial. El tres simboliza un triángulo. ¿Has oído hablar del Triángulo delarte, Kate?

Kate iba a responder que sí, cuando una ráfaga de viento arrastró el manto dehojas y tierra que cubría el suelo. Se oyó un chisporroteo y unas líneas brillantescomenzaron a trazarse sobre la superficie. Kate giró sobre sí misma,contemplando atónita las formas del dibujo. La última línea se cerró y el dibujose iluminó con una luz roj iza que confirió a sus rostros una apariencia fantasmal.Y entonces lo vio en conjunto y supo de qué se trataba. Lucifer y ella seencontraban dentro de un triángulo, en cada vértice se situaba un objeto: unavara, una espada y un cáliz. Junto a su base había un círculo y en el centro deeste, Mefisto.

Kate dio un paso atrás, y luego otro, hasta que chocó contra una barrerainvisible que la contenía dentro del triángulo. Eran símbolos de invocación ycontención.

—No voy a dártela, ya te lo he dicho —se reafirmó Kate con voz temblorosa—. Te aseguro que no me da ningún miedo morir. Pienso llevarme tu almaconmigo al otro lado. Y algo me dice que cuando ocurra, tu cuerpo la seguirá.Puedo sentir cómo el vínculo con ella se ha hecho más fuerte. Te arrastrará.

Los ojos de Lucifer perdieron su color y se convirtieron en un abismo, frío yoscuro, que amenazaba con absorberlo todo. Alzó una mano y Uriel cay ó desdeel cielo arrastrando un cuerpo consigo. Cuando se enderezó, Kate comprobóatónita que se trataba de su hermana.

—¡Jane! —exclamó.Quiso abandonar el triángulo e ir hasta ella. Corrió y chocó de bruces contra

la barrera mágica.

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Su hermana sonrió. Se sacudió los brazos después de que Uriel la liberara yacortó la distancia que la separaba de Kate. Se paró al otro lado de la barrera ylevantó la mano. Sus ojos verdes se oscurecieron hasta adquirir el color delpetróleo.

—Hola, Kate. Tu hermanita te saluda. —Agitó los dedos y le guiñó un ojo.—Sal de ella. ¡Maldita sea, sal de ella! —gritó al darse cuenta de que no era

Jane quien había hablado. Se giró hacia Lucifer, echando chispas por los ojos—.Ordénale que la deje en paz —le exigió.

—No lo haré si no me ofreces algo a cambio —dijo él con una tranquilidadque hizo que Kate quisiera borrar aquella expresión de su cara a golpes.

—Me pides que cargue con el peso de millones de muertes —replicóderrotada.

—¿Millones de muertes? ¡Yo no ansío esas muertes! Un dios necesita fielesque lo veneren. ¿Por qué nadie es capaz de leer entre líneas? —preguntóexasperado. Se acercó a Kate y clavó sus ojos en los suyos, de modo que ellasolo podía ver aquellos dos agujeros negros—. Sí, habrá un fin: el fin de lostiempos, el fin de los días conocidos. El mundo dejará de ser como hasta ahora.Pero yo no busco su desaparición, solo instaurar un nuevo orden. Si los hombresse someten a mis preceptos, nadie sufrirá. El único castigo que ansío va dirigido amis hermanos y a mi padre. Tengo un infierno hecho a medida para ellos —apostilló con un tono cargado de ira y venganza. Sus ojos se transformaron en dosllamas en las que sombras oscuras danzaban, se retorcían y gritaban.

Kate podía sentir el calor que emanaba de aquellos ojos. Notaba su ardorrecorriéndole las venas, susurrándole un montón de promesas. Ese fuego lallamaba, le daba la bienvenida y la tranquilizaba. Miró de reojo a su hermana yvio que en su mano había un cuchillo, con el que jugaba dándole vueltas entre losdedos. Recordó la facilidad con la que Salma rebanó el cuello de Maritza, y sintióun escalofrío.

En ese momento se dio cuenta de cuánto quería a su hermana y lo muchoque la había echado de menos. Intentó encontrar la razón por la que se habíanpasado toda la vida distanciadas, ignorándose o molestándose la una a la otra concomentarios malintencionados que no sentían; y no la encontró.

No podía sacrificarla. Que Dios la perdonara, pero no podía.—Pídeme lo que quieras y te lo concederé, sin mentiras ni falsas promesas.

Te lo prometo —dijo Lucifer, como si fuese consciente de sus pensamientos.Kate enfrentó su mirada, tomando la decisión más difícil de toda su vida.—Los mantendrás a salvo, a todos ellos. No necesito darte sus nombres

porque tú y a los conoces. No sufrirán ningún daño. No me importa lo quepretendas hacer con tus hermanos, eso es cosa tuya. Sé un dios si es lo quequieres, pero deja el mundo como está. Y… no sé si es posible, pero busca laforma de que todos los que murieron la otra noche regresen. Sana a los que están

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heridos y… —Se quedó pensando, completamente confundida y abrumada porla decisión egoísta que acababa de tomar. En un abrir y cerrar de ojos, laconfusión desapareció y la sustituyó la ira—. En cuanto a mí.

Lucifer negó con la cabeza y una expresión de pesar oscureció su rostro.—Intentaré recuperar a los que han muerto, aunque puede que no haya

tiempo. Sanaré a los heridos, te lo juro. Pero esa petición que estás a punto depronunciar no es posible; aunque quisiera que lo fuera. No puedo prometerte quevivirás y que volverás con él.

—¿Por qué? —sollozó Kate.—Porque cuando tenías cuatro años moriste en aquel río, mi niña. Y fue

definitivo, sin vuelta atrás. Es mi alma la que alimenta la tuya. Una vez que larecupere, tú desaparecerás. Lo siento.

Kate enfrentó sus ojos y creyó en lo que decía. De verdad lo lamentaba.—De acuerdo —aceptó finalmente. Miró a su hermana—. Quiero

despedirme de ella.—Por supuesto —dijo él.A un gesto de su mano, una columna de humo rojo escapó a través de los ojos

de Jane. La chica parpadeó como si acabara de despertar de una pesadilla yrecobrara la conciencia. Miró a su alrededor, muerta de miedo, hasta que susojos se detuvieron en Kate. Con un sollozo desgarrado se precipitó entre susbrazos. Kate la abrazó con fuerza.

—Lo siento, lo siento mucho, Jane —le susurró mientras la estrechaba.—Yo también lo siento. He sido una hermana horrible. —Las lágrimas

resbalaban por su mejillas—. ¿Quiénes son estas personas, Kate? ¿Qué es todoesto?

Kate miró a Lucifer por encima del hombro de su hermana.—No quiero que le pase nada.—Nadie le hará daño —dijo él con el tono de una firme promesa—. Date

prisa.—¿Qué está pasando? —inquirió Jane—. ¡Dios mío, dentro de mí había algo!—Todo está bien, Jane —musitó ella—. Nadie te hará daño. Esto solo es un

mal sueño del que vas a despertar, te lo prometo. —La besó en la mejilla—. Tequiero mucho, muchísimo. Eso no lo olvides, ¿vale? No lo olvides nunca. Y… ydile a Bob que te cuide mucho, y que… que a él también lo quiero. Y cuida deWilliam. Pídele perdón por mí. Dile que lo amo y que es por ese motivo queestoy haciendo esto; que no se preocupe, todos van a estar a salvo, me lo hanprometido. Díselo, por favor, dile que lo amo.

—Se lo diré.Abrazó con más fuerza a su hermana.—Adiós, Jane. Estoy muy orgullosa de ti.—¿Por qué… por qué te estás despidiendo? —preguntó Jane soltándose del

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abrazo para poder verle la cara.Uriel se acercó y la cogió de un hombro. Tiró de ella para sacarla del

triángulo.—Te quiero, Jane. Te quiero muchísimo, y lo siento, de verdad que lo siento

—repitió Kate alzando una mano a modo de despedida.—¿Qué sientes? —preguntó Jane con desesperación, segura de que algo muy

grave estaba a punto de pasar—. Kate, dime qué pasa. Dime ahora mismo quéocurre.

Kate le dio la espalda y se quedó cara a cara con Lucifer. Asintió una vez ycerró los ojos.

—Será rápido —susurró Lucifer.Mefisto inició una extraña letanía, una oración en una lengua que pocos

conocían, mientras el resto de arcángeles se unían a él. La voz grave y siniestrareverberaba en cada rincón del cementerio, entre las tumbas y los muros.

El cuerpo de Kate se iluminó con un leve resplandor y flotó unos centímetros,suspendida ante Lucifer como un sacrificio. La sensación de revoloteo dentro desu pecho se hizo mayor, le quemaba por dentro, empujaba y golpeabaascendiendo por su garganta. Quiso gritar. Abrió la boca, pero no brotó ningúnsonido. Dolor y fuego, no sentía otra cosa; y deseó que aquel sufrimiento acabarade una vez y para siempre.

Unas manos se posaron en sus mejillas, acunando su rostro con ternura, y unalivio inmediato hizo que soltara un gemido, mitad quej ido, que quedó ahogadoentre unos labios que se posaron sobre los suy os. Sintió el aleteo dentro de suboca. Alas de terciopelo rozando su lengua y escapando de entre sus labios conun hondo suspiro que detuvo su tiempo. Para siempre.

Lucifer sostuvo el cuerpo de Kate entre sus brazos. La miró un largo rato y,muy despacio, la depositó junto a la tumba del ángel. Le peinó con los dedos unosmechones de pelo y le limpió una mancha de la mejilla con una ternurainusitada. Se puso de pie y contempló la escena. ¡Por fin todo era como debía deser!

Se dio la vuelta y enfrentó a sus hermanos. Ellos le devolvían la mirada sinpoder disimular la excitación y la ansiedad que los dominaba, los corroía. Unasonrisa se extendió por cara, al ritmo que un poder desmedido se apoderaba deél. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó un grito al aire. Decenas de sombrascubrieron el cementerio. Salían de cada rincón, de cada agujero, de cada grieta;y danzaron a su alrededor. Lo cubrieron como un suave manto y lo alzaron en elaire, mientras el ambiente se cargaba de electricidad y chisporroteaba. Segundosdespués, las sombras se disiparon del golpe y Lucifer cayó al suelo con el torsodesnudo y los ojos cerrados.

Los abrió, y dos alas negras como la noche se extendieron a ambos lados desu espalda, brillantes y majestuosas. Por fin estaba completo, y era libre.

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—Preparémonos. Ha llegado la hora de tomar lo que siempre debió sernuestro —dijo a sus hermanos.

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40

Nada más terminar el funeral por Samuel, William regresó a casa de losSolomon. Estaba preocupado por el estado de Evan; y sobre todo por Kate. Ellase sentía culpable por todo lo ocurrido, por las muertes, y nadie mejor que élsabía lo que un sentimiento así podía destrozarte.

La vuelta desde las montañas se le había antojado eterna. Podría habersedesmaterializado sin más, pero no tuvo el valor de dejar a Daniel, ni a ningún otroSolomon, de ese modo.

Cuando se bajó del coche de Carter, estaba de los nervios. Había sentido unaextraña opresión en el pecho durante las dos últimas horas, una sensacióninstintiva que le avisaba de un peligro real. Entró en la casa, cada vez másalarmado, y subió la escalera sin hacer ruido. La puerta del cuarto de Evanestaba entreabierta. Jill se había quedado dormida junto a él, sentada en una silla.Rachel descansaba profundamente en un sillón al otro lado de la cama. Derepente, sus ojos se encontraron con los del chico. Había recuperado laconsciencia, su piel el color y, por el sonido de su estómago, también el apetito.

William entró en el cuarto sin hacer ruido.—Hola, campeón —susurró.Evan le sonrió y utilizó sus brazos para incorporarse un poco sobre las

almohadas.—¿Mi tío…? —empezó a preguntar. William sacudió la cabeza—. No puedo

creer que haya… —se le rompió la voz. Parpadeó un par de veces para alejarlas lágrimas que se arremolinaban bajo sus pestañas.

—Y y o no puede creer que te estés recuperando —musitó William,mirándolo de arriba abajo sorprendido—. Estabas muy mal.

—Ni y o, creía que me moría. Pero he empezado a regenerarme y ahora meencuentro bien. Sentí algo extraño, unas manos sobre mi cuerpo, y te juro quecreí ver a alguien en la habitación…

—Sea lo que sea, parece un milagro.—¿Evan? —la voz somnolienta de Jill los interrumpió. Pegó un bote de la silla

al verlo despierto—. ¡Oh, por Dios, estás aquí! ¿Te encuentras bien?Rachel también se despertó. William aprovechó el momento y salió,

dejándolos solos. Fue hasta su antigua habitación y entró. El estómago le dio un

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vuelco al comprobar que ella no estaba allí. Había dejado a Mako a cargo de suvigilancia. Sacó su teléfono móvil y la llamó por si habían vuelto a la casa dehuéspedes. Tenía el teléfono apagado. Encontró papel sobre el escritorio y unbolígrafo, que no recordaba que estuviera allí antes. En la papelera vio un par defolios arrugados. Cogió uno y lo estiró con cuidado.

« No sé cómo decirte esto…» , no había nada más. William se agachó ycogió otro. Deshizo la pelota y leyó. « Nunca creí que me resultaría tandifícil…» , lo había tachado, pero aún se podía leer. Empezó a ponerse nervioso,paranoico. Su teléfono móvil sonó. El número de la casa de huéspedes iluminabala pantalla.

—¿Kate?—Soy Sarah —dijo la voz de la nefilim al otro lado del teléfono. Estaba

alterada y junto a ella se oía un llanto desconsolado—. Acaba de llegar unamujer, buscándote. Está histérica. Dice que se llama Jane y que es hermana deKate. No para de decir incoherencias y no sé qué le pasa.

—¿Kate está ahí?—No, aquí no está.—Bien, no te preocupes. Gracias.William colgó el teléfono y se quedó petrificado. Aún seguía aquella opresión

en su pecho, como un mal augurio. Recorrió toda la casa y no encontró ningúnrastro de Kate. Con un mal presentimiento que le erizaba el vello, sedesmaterializó y tomó forma en el porche de la casa de huéspedes. Entró yencontró a Jane en el salón, sentada en el sofá con Sarah y Salma. En cuanto lovio, la chica se puso de pie y corrió a sus brazos. Temblaba como un flan y nodejaba de llorar, de una forma tan amarga y violenta que apenas podía respirar.

—Jane —se impacientó William, apartándola por los hombros de su pecho—.¿Qué ocurre?

—Estaba en casa y… No sé cómo… entró en mí… Yo no podía moverme…Y me llevó hasta allí. Ella… ella estaba con ellos… Me dijo cosas… cosas que noentendí… Ese… hombre, ese hombre… le… hizo algo —gimoteaba.

A William le flojearon las rodillas.—¿Qué hombre, Jane? —le preguntó en un tono más duro de lo que pretendía

—. ¿Dónde está Kate? ¿Qué le ha pasado a tu hermana?—Me pidió que te dijera… que lo sentía… y que… que te amaba —hipó.Cada palabra era como una puñalada en el corazón de William. No quería

perder el control, no quería, pero todo su cuerpo temblaba y su piel comenzó ailuminarse. Agarró a Jane con más fuerza y la sacudió.

—¿Qué le pasa a Kate? ¿Dónde está tu hermana, Jane? —preguntó casi sinpoder contenerse.

—¡Está muerta! ¡Está muerta! —gritó Jane con voz estrangulada—. En elviejo cementerio.

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William la soltó, como si de pronto su piel le quemara en las manos. Dio unpaso atrás y después otro, hasta chocarse con la pared. Jane cay ó al suelo, derodillas, y se cubrió el rostro con las manos sin dejar de llorar. Sarah se arrodillóa su lado y la abrazó en un intento por consolarla.

William sacudió la cabeza, negándose a creer lo que la chica acababa dedecir. Se quedó mirándola un largo segundo. De repente, se dio la vuelta y echó acorrer hacia la salida. Cruzó el porche de un salto y se desmaterializó en el aire.Sus pies aterrizaron en el viejo cementerio. Echó a correr sin saber muy bien adónde.

—Kate —gritó con un nudo en la garganta, tan apretado que le dolía como sialguien lo estuviera estrangulando.

No recibió más respuesta que el eco de su propia voz rebotando contra laspiedras hasta perderse en el silencio. Apretó el paso, mientras rezaba para quenada de lo que Jane había dicho fuera cierto. No podía ser cierto. Quizá se habíadado un golpe en la cabeza o había visto algo que no era. Sí, seguro que se tratabade eso. Quizá había averiguado que su hermana se había transformado envampiro y se refería a esa clase de muerte. ¿Y quiénes eran ellos? Mientras sumente divagaba, convenciéndose a sí mismo de que todo estaba bien, sus ojoslocalizaron un rastro de sangre sobre las marcas de un cuerpo que había sidoarrastrado.

Se agachó para verlo de cerca. Tocó con los dedos las manchas secas y se losllevó a la nariz. Un gemido desesperado brotó de su pecho al reconocer el olor.Era la sangre de Kate…

Dios mío.No, no, no…Siguió el rastro hasta la entrada a una cripta, semioculta tras una cortina de

hiedra y maleza. El vestigio de sangre era más profuso, y continuaba por unasescaleras con forma de caracol que desembocaban en una sala de piedra. Elmoho cubría las grietas y los rincones, y el agua goteaba desde el techoformando pequeños charcos. Olía a cera quemada y a humo. Las velas de losanaqueles habían sido usadas hacía muy poco.

Giró sobre sí mismo. Le temblaba el cuerpo y era incapaz de controlar loscambios que estaba sufriendo: su piel se iluminaba como un faro, parpadeaba alritmo de sus emociones. De sus dedos brotaban pequeños ray os, quechasqueaban al entrar en contacto. Notaba un picor insoportable en la espalda, ala altura de los omóplatos.

Un bulto en el suelo llamó su atención. Un cuerpo caído boca abajo, con lacabeza vuelta a un lado. Cruzó la sala como una exhalación y se precipitó derodillas sin importarle el desgarro en su ropa y en la piel. Frenético, cogió elcuerpo y le dio la vuelta, sujetándolo entre sus brazos. La cabeza cayó haciaatrás. No se movía y tenía los ojos abiertos y fijos en ninguna parte. William

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sintió que se paralizaba al contemplar aquellos rasgos tan conocidos: Mako.A Kate no la veía por ninguna parte. Pero había estado allí, esa sangre era

suy a.La situación pintaba cada vez peor y sus esperanzas se desvanecían en una

desesperación que rozaba la locura. Dejó el cadáver en el suelo con cuidado.Trató de comunicarse con Adrien a través del vínculo que poseían. No lo logró.Puede que estuviera demasiado lejos. Maldijo al comprobar que tenía el teléfonoapagado. Con dedos temblorosos tecleó un mensaje que ni él mismo entendía. Ledio a enviar y salió disparado de la cripta.

—¡Kate! —gritó una vez tras otra mientras recorría las calles bordeadas detumbas y mausoleos.

La terrible premonición, que había sentido durante toda la tarde y parte de lanoche, se estaba cumpliendo. Giró en una esquina y al fondo de la siguiente callevio una estatua. El tiempo se fue deteniendo a la vez que él reducía su carrerahasta pararse por completo. Conocía ese ángel. Su familia poseía una réplicaexacta en el cementerio familiar que tenían en Blackhill House.

William sintió que el pecho se le abría de dolor. Su corazón gritando deagonía. En el suelo, recostada bajo la estatua, se encontraba Kate. Parecía quedurmiera, con la mano del ángel sobre su cabeza como si estuviera vigilando susueño. Se llevó las manos a las sienes, mientras se iba acercando a ella,tambaleándose, negándose a creer lo que estaba viendo. No podía ser.

Se dejó caer junto a Kate, sintiendo cómo su vida se hacía añicos. Ella y a noestaba allí, se había ido, y la única energía que sentía era el terror que surgía desu propio cuerpo diciéndole que estaba muerta. Cerró los ojos. No era capaz demirarla y se limitó a seguir con los ojos cerrados, con la esperanza de que,cuando volviera a abrirlos, nada de aquello hubiera pasado. Que no fuera real,solo una pesadilla, otra más.

Tic… tac… tic… tac…No sabía cuánto tiempo permaneció así. El paso de ese tiempo ya no tenía

ninguna importancia. Tic… tac… Abrió los ojos y la esperanza se desvaneció.No se movía. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, dando paso a unllanto amargo y desgarrado mientras la tomaba entre sus brazos y la acunabacontra su pecho. Empezó a mecerse con ella, de delante hacia atrás con unrítmico balanceo. La miró a través de sus ojos vidriosos y, sin saber lo que hacía,posó una mano sobre el corazón del único amor verdadero que había conocido,como si con ese simple gesto fuese capaz de hacerlo latir de nuevo.

—¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? —no dejaba de repetir.El dolor que sentía lo hizo doblarse hacia delante hasta apoy ar su frente

contra la de ella. Empezó a temblar, sin soltarla. El olor de su piel, de su pelo…Dios, ¿cómo iba a vivir ahora? Besó sus labios, mientras en su pecho ibacreciendo una fuerza descontrolada. Echó la cabeza hacia atrás y gritó. Gritó con

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todas sus fuerzas, con un odio infinito y un deseo de venganza que le quemaba lasentrañas. Gritó hasta quedarse ronco, mientras una corriente de energía salíadisparada hacia el cielo.

Decenas de ray os empezaron a caer, partiendo árboles, impactando contralas tumbas, devastando mausoleos. Las nubes cruzaban el cielo a una velocidadque el ojo humano no hubiera podido captar. El suelo temblaba haciendo que laslápidas se tambalearan, colisionando contra las losas de piedra y mármol,creando un ruido que se asemejaba al del cristal chocando entre sí. Y empezó allover.

William abrazó el cuerpo de Kate contra su pecho y luego la levantó conmucho cuidado, como si todavía estuviera viva. Pesaba tan poco. Comenzó acaminar con ella en brazos, sin pensar en lo que hacía. Avanzaba a trompiconesmientras la lluvia caía sobre él sin compasión, llevándose consigo las lágrimasque se deslizaban por su rostro de manera incontrolable. Se sentía roto ydeshecho, y sabía que esta sería su existencia de ahora en adelante. Un cascarónvacío. El mundo ya no tenía nada que ofrecerle; por él podía acabarse. Kate lohabía abandonado y, en aquel momento, la odiaba por haberlo hecho.

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41

Adrien regresó a la casa de huéspedes en cuanto se aseguró de que los Solomonestaban bien. La rápida y sorprenderte recuperación de Evan había aliviado unpoco la sensación de pérdida que estaban sufriendo. Encontró a Sarah en elporche, esperándolo, y no pudo evitar sentirse muy bien por ello. Era agradabletenerla allí, ser el único dueño de su cariño. Todos sus pensamientos, junto con susonrisa, se desvanecieron en cuanto se percató de la expresión de su rostro.

Iba a preguntarle que si todo iba bien cuando su teléfono móvil vibró en subolsillo. Le echó un vistazo sin dejar de caminar. Se detuvo de golpe al leer elmensaje y levantó la vista hacia Sarah. Sus ojos le confirmaron que no se tratabade una broma. Se desmaterializó en el aire y tomó forma frente a la verja quedaba entrada al cementerio. La lluvia, concentrada en aquel lugar, lo empapó enun segundo. Miró al cielo y se quedó maravillado ante un firmamento que nodejaba de iluminarse y chasquear con una furia descontrolada. Uno de los rayosimpactó en el campanario de la iglesia. La maldita iglesia que parecía haberseconvertido en el epicentro del desastre. El campanario se vino abajo y Adrientuvo que apartarse para que las piedras no le cay eran encima.

Sus piernas se convirtieron en gelatina. William caminaba hacia él por laavenida principal, con el cuerpo de Kate colgando entre sus brazos. Empezó anegar con la cabeza y notó cómo su propio cuerpo se rasgaba en dos mitades. Nopodía ser, de ninguna manera ella…

William pasó por su lado sin siquiera mirarlo. Acunaba el cuerpo de Katecomo si fuera el de un bebé. El perfume de la muerte flotaba en el aire. Miró a lavampira. Su piel había adquirido un tono azulado y sus labios habían perdido elcolor hasta fundirse en su rostro. Uno de sus brazos colgaba inerte y sebalanceaba al ritmo de la marcha fúnebre de los pasos de William. La realidad logolpeó como un martillo directo a la cabeza. Kate se había sacrificado por ellos.No debía haber hecho eso, ninguno lo merecía.

William se encerró en su casa con el cuerpo de Kate. La dejó sobre la cama deldormitorio que habían compartido tantas veces y se arrodilló junto a ella,sujetando su mano. Tres días después no se había movido de su lado y no había

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dejado que nadie la tocara. El tiempo pasaba y ella merecía su descanso. Todohabía sido dispuesto para enterrarla junto a su abuela y sus padres en el nuevocementerio que había al lado de Saint Martin. La tumba continuaba vacía.

—¡Fuera! ¡Mataré al que la toque! —gritó William—. ¿Está claro? ¿Está claropara todos? —gritó con más fuerza—. Nadie va a tocarla.

Robert y Marie abandonaron la habitación completamente deshechos. Fuera,en el pasillo, Adrien y Shane cruzaron una mirada de impotencia.

—No atiende a razones —susurró Robert, dejándose caer contra la pared—.Asegura que si no nos vamos y lo dejamos en paz, se largará con ella de aquí.

—Quizá madre pueda convencerlo, ella siempre ha tenido mucha influenciasobre él —comentó Marie. Se acurrucó bajo el brazo de Shane. La muerte deKate la había destrozado. Aún no podía creer que la chica ya no estuviera conellos.

—Ha prohibido su presencia, y la de padre. No quiere ver a nadie —respondió Robert con tono hastiado—. De momento es mejor no forzarlodemasiado, no sea que haga alguna tontería. Démosle algo más de tiempo.

—¿Más tiempo? Lleva tres días ahí dentro. Todos hemos tratado con la muertepara saber qué le ocurre a un cuerpo sin vida. No dispone de mucho más tiempo—les hizo notar Shane.

Adrien se pasó una mano por la cara y después por el pelo. Exhaló un suspirocargado de dolor.

—Necesita despedirse y aceptarlo. Acabará haciendo lo que debe. —Intentóparecer seguro, pero ni él confiaba en que William entrara en razón. Ya no era élmismo, se había convertido en un fantasma que yacía junto a otro fantasma, ytemía que pudiera acabar usando la 45 que llevaba encima para volarse la tapade los sesos. Con las balas que cargaba esa cosa podría—. Lo aceptará —aseguró, negándose a pensar en otra posibilidad.

La muerte de Kate había arrojado un velo funesto sobre todos ellos, y queafectaba por encima de todos a Adrien. Se sentía responsable de su fin. Nada deaquello estaba bien. Ella no merecía nada de lo que le había pasado. Quisoretrasar el tiempo, volver atrás, a aquel instante en el que chocó con ella en lacalle de forma premeditada. La habría dejado en paz. De no ser por él, Kateestaría ahora en la universidad, rodeada de amigos y sin problemas. Sana ysalva.

Las lágrimas regresaron a sus ojos. Dio media vuelta y salió de la casa.Caminó sin rumbo fijo, y acabó en la cascada. Le preocupaba William, no podíaevitarlo, se había convertido en alguien importante para él. En el hermano quenunca tuvo. Se preguntaba si sería capaz de seguir adelante sin ella. No podría.Había dejado de vivir desde el primer segundo sin ella. No había comido, nihablado salvo para gritarles que lo dejaran solo.

Adrien se agachó y contempló su reflejo en el agua, invadido por una

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sensación de fatalidad que lo aplastaba. De improviso, un escalofrío de peligro lerecorrió la espalda. Alzó la vista y se quedó mirando el rostro que despertaba enél un desprecio absoluto. Mefisto se encontraba al otro lado del remanso que lacascada formaba al caer. Se tomó un momento para serenarse y se puso de pie.Sintió un odio infinito hacia él y hacia toda la maldita historia que los unía, haciala sangre que compartían y que de buena gana drenaría de su cuerpo hastaquedar limpio.

—¿Qué quieres? —escupió.Mefisto bajó la mirada un segundo, antes de clavarla de nuevo en su hijo.—Te guste o no, somos lo que somos, Adrien. Siempre seré tu padre y tú

siempre serás mi hijo.—Si pudiera, me arrancaría ese ADN del cuerpo.Mefisto se estremeció como si le hubiera dolido y se tomó unos segundos

para calmarse. Adrien frunció el ceño. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Sinceroamor de padre en estado puro?

—Lo sé, pero no puedes. Yo te engendré, di luz a tu vida…Adrien soltó una carcajada sin pizca de gracia. El impulso de saltar sobre él y

golpearlo hasta dejarle la cara irreconocible, se convirtió en un dolor físico.—Mi vida pertenece a mi madre, solo a ella le debo algo. Ella es la única

familia que tengo. Tú no eres más que alguien a quien odio con todas mis fuerzasy a quien he prometido matar con mis propias manos.

Mefisto le sostuvo la mirada.—Nunca quise hacerte daño, jamás. A mi modo siempre te he querido. Te

pareces tanto a mí. Eres fuerte, peligroso y poderoso. Las cosas podrían habersido de otro modo entre nosotros, si tú…

—¿Si yo qué? —le espetó Adrien con el pecho convertido en cemento. Nopensaba entrar en aquel juego. ¿Qué intentaba hacer? ¿Acaso le estaba pidiendoperdón por haber sido el peor padre de toda la historia?—. ¿Qué haces aquí? ¿Aqué has venido? El papel de padre preocupado no te pega. No quiero que tecomportes así, me asquea.

Una oleada de calor brotó del cuerpo de Mefisto y su voz tronó.—Te guste o no, soy tu padre. Eres parte de mí y me debes un respeto. Eres

mi hijo.Adrien desnudó sus colmillos.—No me llames así. Nunca más. Tú y yo no somos eso. Me has herido,

aterrorizado, amenazado y obligado a hacer cosas horribles. Un padre no habríahecho algo así —siseó con voz envenenada.

—Créeme, para mí tampoco fue agradable. Aunque no lo creas, siempre heestado ahí, tras tu sombra.

Adrien se echó a reír, aunque su risa se asemejaba más a un llanto amargo.—Entonces, debería darte las gracias por haberte quedado mirando sin hacer

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nada mientras y o sufría; cuando por tu culpa perdí toda mi humanidad y miinocencia. ¡Me lo has arrebatado todo! Me has robado lo poco bueno que habíaen mí, padre —escupió con desprecio.

Mefisto cruzó los brazos sobre el pecho.—Fue necesario. Hay cosas que están por encima de ti y de mí —se justificó

el arcángel.—Si por un momento has creído que me importa, pierdes el tiempo. Ahora

contesta a mi pregunta. ¿A qué has venido? —inquirió Adrien.Mefisto se colocó los puños de su camisa y después se abrochó los botones de

la chaqueta. Lo hizo despacio, sin prisa, y se quedó mirando a Adrien. Frío einhumano, era imposible no apreciar hasta qué punto era hermoso; y peligroso.

—El tiempo se ha acabado. Los tres días de gracia tras el retorno de Luciferhan pasado, y esta noche lanzaremos el desafío —respondió.

—¿Y se supone que tengo que saber de qué hablas? —replicó Adrien.—Dentro de unas horas Lucifer retará a Miguel. No puede negarse, así que

habrá guerra. La última batalla, la que dará comienzo al Armagedón. Vengo apedirte que luches a mi lado, como mi descendiente, ocupando el lugar que tecorresponde. Eres lo que y o, hijo. Mi sangre predomina en ti, eres un ángel.

Adrien se quedó mudo. Jamás habría esperado semejante petición por partede su padre.

—Me estás pidiendo que olvide quién soy y todo en lo que creo. Que olvide atodas las personas que me importan y me una a ti para destruir el mundo en elque vivo. ¿Es eso lo que me estás pidiendo?

—No, te estoy dando la oportunidad de vivir y ocupar un lugar a mi lado. Laoportunidad de proteger a tu madre y mantenerla a salvo, incluso a esa nefilimpor la que sientes algo. Te estoy dando un futuro en el nuevo mundo que vamos acrear, hijo mío.

—Por mí puedes coger tu futuro y metértelo por donde te quepa. Espero queMiguel te saque el corazón del pecho y después te arranque el alma.

Mefisto entornó los ojos y ladeó la cabeza, esbozando una sonrisa maliciosa.—¿Te refieres al mismo Miguel que no ha hecho otra cosa que esconderse

mientras tus amigos mueren? ¿El mismo que ha permitido que Kate sesacrifique? ¿El mismo que no ha tenido las agallas de enfrentarse a nosotros sin lacerteza absoluta de que sus artimañas le asegurarían la victoria? ¿Hablas de eseMiguel? Tienes demasiadas esperanzas puestas en un cobarde. Eso es lo quesiempre ha sido, un cobarde; que esta noche caerá de su pedestal.

Adrien le dedicó una sonrisa cargada de desprecio. Apuntó a su padre con eldedo.

—En realidad me importa un cuerno quién gane. Por mí podéis mataros entrevosotros hasta que no quede ninguno. Pero te juro que no voy a quedarme debrazos cruzados si intentáis algo contra nosotros, y que haré lo que sea para

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proteger a los que quiero de toda vuestra mierda.Dio media vuelta, de regreso a la casa. Aunque se moría por matar a aquel

ser, ni siquiera merecía el esfuerzo. Ahora debía estar en otro lugar, al lado de laspersonas que de verdad lo necesitaban. Al lado de William.

La voz de Mefisto llegó hasta él, sinuosa como el contoneo de la serpiente queera.

—Tienes que elegir, Adrien. Hasta ella lo hizo; y optó por nosotros. Eligiósalvaros a costa de su sacrificio. Al menos deberías hacer honor a eso y honrarsu decisión. La apreciabas.

Adrien se detuvo con los puños apretados y los dientes rechinando. No se giró.Se quedó inmóvil con la vista clavada en el bosque, mientras un chisporroteo, queapenas podía contener, sacudía su cuerpo. Lenguas de fuego lamían sus dedos.Que osara hablar de Kate era más de lo que podía soportar.

—¿La apreciaba? —le gritó a Mefisto, destilando rabia—. Ella fue lo únicoque me sostuvo de pie cuando me quedé sin fuerzas. Me perdonó cuando ni y omismo podía. No me ofendas. Mis sentimientos por Kate van mucho más allá delaprecio —gruñó, cada vez más alterado—. Pero alguien como tú, que no sientenada, jamás podrá entenderlo. Tú no quieres a nadie. ¿O es que te importó mimadre mientras la seducías para tus propósitos? ¿O te importaba y o cuando latuviste secuestrada durante dos años para someterme?

Continuó caminando. Necesitaba alejarse de allí o acabaría perdiendo el pococontrol que le quedaba y se lanzaría sobre él con una daga en cada mano.

—Tienes que elegir, Adrien. Todos tendréis que decidir de qué lado estáis —insistió Mefisto, con una nota amenazadora en su voz.

Adrien giró sobre sus talones, como si un látigo lo estuviera azotando.—¿Acaso no lo ves? Ya he elegido. Reniego de hasta la última gota de tu

sangre que corre por mis venas. Yo nunca he tenido padre. Para mí tú eres elenemigo a derrotar.

Y sin más, se desmaterializó. Dejó a su padre con la palabra en la boca y unataque de ira con el que hizo hervir el agua de la cascada, matando a todos lospeces. Segundos después, Adrien tomaba forma en la cabaña que había alquiladomeses antes de ir a vivir a la casa de huéspedes. Muchas de sus cosas seguían allí,incluida su moto. Entró en el garaje y le echó un vistazo. Correr con ella siemprele había gustado. Le ay udaba a pensar, y ahora lo necesitaba más que nunca.

La puso en marcha y se lanzó a una frenética carrera sin rumbo fijo. Loúnico que quería era sentir el viento en la cara y la potencia de la máquina bajosu cuerpo. Centrar todos sus sentidos en la carretera y evadirse por un rato delinminente desastre.

En pocas horas, el destino del mundo iba a ser decidido por un grupo desemidioses, ególatras y vengativos, motivados por su propio deseo de revancha.Como si el mundo en realidad fuera un patio de juegos y ellos unos mocosos

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envidiosos, peleándose para ver quiénes se llevaban el juguete más grande. O,peor aún, para llamar la atención de un padre que los ignoraba por completo, conla indolencia del que está acostumbrado a sus rabietas y sabe que, antes odespués, acabarán por hacer las paces. No sabía que idea le daba más miedo.

No era capaz de resignarse a ser un mero espectador. Iba en contra de sunaturaleza; pero tampoco sabía qué podía hacer para evitarlo. Y la única personacon la que podía contar para intentar encontrar una solución, estaba viviendo elpeor momento de su vida, el mayor de los sufrimientos. Necesitaba que Williamdespertara y saliera de ese duelo doloroso que lo estaba consumiendo. No habíanada que pudieran hacer por Kate, pero sí por el resto; y Adrien sabía que, apesar de todo, a William le importaban sus hermanos, los Solomon…

Regresó a la casa del vampiro. Sabía perfectamente dónde encontrarlo.Se coló en la habitación sin más. Sabía que pedir permiso para entrar sería

inútil. La escena que encontró en aquella alcoba lo dejó sin habla. El cuerpo deKate continuaba en la cama, inmóvil. Su piel tenía un color ceniciento y estabatan rígida como una barra de acero. William se encontraba a su lado, de rodillas,con el rostro escondido entre sus manos. ¡Dios, aquello era demasiado macabro!

—Lárgate —dijo William con un gruñido.—¿Qué estás haciendo? —preguntó Adrien, ignorando su petición.William alzó la cabeza y lo miró. La vida había abandonado sus ojos. Apenas

era la sombra del hombre que había sido tres días antes.—¿Te das cuenta de que no va a levantarse de ahí? —continuó Adrien—. ¿A

qué esperas? Ella no querría esto. Ya no está. Ella ya no está —repitió como unasúplica—. Deja que su cuerpo descanse en paz, esto es… es… —No encontrabalas palabras con las que explicar el horror dentro de aquella habitación.

William no apartaba los ojos de él. Hubo un cambio en el aire, y la explosiónque siguió fue tan fuerte que destrozó las ventanas. Volaron cristales por todaspartes. En un visto y no visto, William aplastaba el cuerpo de Adrien contra lapared. Las luces del techo parpadeaban sin parar. La energía vibró por el suelo,resquebrajando la madera. Se formó una especie de remolino que daba vueltasalrededor de la cama como un muro protector.

—Nadie va a moverla de ahí. ¿Entiendes? —gritó William, golpeando aAdrien contra la pared—. No puedo hacer lo que me pides. No puedo enterrarla,porque si lo hago, entonces estaría aceptando que… —se le rompió la voz.

—Dilo —le exigió Adrien. La mano de William sobre su garganta apenas ledejaba mover las cuerdas vocales—. Dilo —repitió en tono vehemente.

—No puedo…—Sí puedes. Duele, pero tienes que decirlo. —Se miraron a los ojos—. Dilo,

William.—Que… que ella está… ¡Dios, está muerta! —sollozó con amargura—. Lo

está, ¿verdad? Lo está —gimió.

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Adrien asintió.—Lo siento mucho —le dijo—. Lo siento mucho, William.William aflojó los brazos y se dio cuenta de que se sostenía de pie porque

Adrien lo sujetaba. Dio un par de pasos hacia atrás, alejándose de él. Setambaleaba de un lado a otro, moviendo los brazos como si fuera a vomitar.Jadeaba sin parar. Sentía un dolor imposible. La pena que brotaba de él era comoun virus extendiéndose por su cuerpo, enfermándolo, y que le hacía temblar yque le doliera el pecho. Nunca pensó que la tristeza pudiera ser una enfermedadfísica, pero lo era. Corrió al baño y empezó a vomitar. Cuando por fin pudocalmar su estómago, Adrien estaba a su lado, ofreciéndole una toalla mojada.

William se limpió la boca y se quedó sentado en el suelo, junto al retrete.« Ella y a no está. Está muerta» , el pensamiento se repetía en su cabeza sin

parar.No podía hacer nada para remediarlo. Salvo comportarse como un hombre

que ya no tiene nada que perder. Quería tanto a Kate, que la vida sin ella no teníasentido, era insoportable. Así que, no quería esa vida. Abandonarla, dejarse ir,sería fácil sabiendo cómo hacerlo; y él sabía cómo. Pero antes debía hacer algo.

Con la toalla se secó las lágrimas que aún le mojaban las mejillas. Laslágrimas eran inútiles, una debilidad indigna del recuerdo de Kate; cuando ella sehabía sacrificado sin dudar. Le ofrecería un tributo: muertes, y la venganza seríala tierra con la que cubriría su tumba. Uno a uno iba a acabar con todos ellos. Sumirada apagada, sin vida, comenzó a brillar, recubriéndose de odio.

Adrien vio en sus ojos lo que su mente pensaba y una idea se abrió paso en sucerebro. En pocas horas el mundo iba a cambiar. Tendría lugar una batalla, queMefisto y Lucifer estaban seguros de ganar porque superaban en fuerza a sushermanos. Pero ¿y si la balanza se igualaba? Si derrotaban a Lucifer, regresaríaal infierno y, con un poco de suerte, no volvería a salir de allí. No todo estabaperdido. Aún tenían una oportunidad. Se agachó junto a William y lo mirófijamente a los ojos.

—Quieres venganza. Yo sé cómo puedes lograrla. Mi padre ha venido averme, quería que me uniera a él. Van a desafiar a Miguel, van a luchar para verqué bando se queda con el premio. Están convencidos de que ganarán porque sonsuperiores en número y fuerza —explicó en tono vehemente. Las palabras fluíande su boca con rapidez, presa del nerviosismo que comenzaba apoderarse de él—. Pero ¿y si nosotros hacemos que esa pelea sea mucho más justa? Somos tanfuertes como ellos.

William se enderezó. Toda su atención pertenecía en ese momento a Adrien.—Quiero matarlos a todos —dijo con una serenidad brutal.—Y yo quiero que lo hagas, pero no podemos solos. Necesitamos a Miguel y

a su corte de idiotas egocéntricos; aunque admitirlo me guste tanto como que memetan un hierro candente en un ojo.

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—Dudo que acepten nuestra ayuda —terció William.—Puede que seamos su única posibilidad. Tendremos que convencerlos de

que nos necesitan.—A mí ya me habéis convencido —dijo una voz desde la puerta.Adrien y William se giraron a la vez, y vieron a Gabriel apoyado contra la

madera. Su cuerpo reposaba con un descuido indolente. Se puso derecho y miróa William con una expresión más humana.

—Siento tu dolor —dijo el arcángel.

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42

El funeral de Kate se celebró en la más estricta intimidad. Todos pensaron queWilliam por fin había recapacitado y reunido el valor para despedirse de ellacomo era debido. De pie, frente a la tumba, él miraba impasible el féretromientras era cubierto por capas y capas de tierra.

Jane estaba a su lado, llorando en silencio, aferrada a la mano del vampiro. Elshock que había sufrido al presenciar la muerte de su hermana, fue comparableal que le sobrevino después al descubrir la verdad sobre las personas que larodeaban. La incredulidad había dado paso al miedo, después a la rabia,finalmente a la aceptación. Vampiros, licántropos y ángeles velaban el cuerpo desu hermana, lloraban su muerte, y ella solo podía pensar que se había vuelto locade remate.

William apretaba entre sus dedos una cadena de la que colgaba el anillo deKate. Notaba los eslabones clavándose en su piel. Si al menos hubiera podidoconvertirla en su esposa. No sabía por qué, pero tenía la necesidad imperiosa depoder tener ese recuerdo. Kate siendo su mujer. Ahora era demasiado tarde paraellos. Era demasiado tarde para volver a sentirla, para tocarla, para tenerla denuevo entre sus brazos. Tarde para compensarle la vida que no pudo ni supodarle.

—¿Estás bien? —preguntó Shane.—Sí —respondió William—. Solo quiero estar un rato a solas con ella.—Te esperaremos en casa, ¿vale? —dijo Marie.William asintió y se inclinó hacia su hermana cuando ella se puso de puntillas

para darle un beso en la mejilla. La vampira rodeó los hombros de Jane con elbrazo y se la llevó consigo. Poco a poco, todos regresaron a los coches yabandonaron el cementerio. William se quedó solo, con los ojos clavados en latierra húmeda. Aún con la esperanza de que todo fuera un mal sueño y que de unmomento a otro despertaría con ella a su lado. No iba a despertar. Kate solo seencontraba viva en su mente. Siempre con él, por siempre fuera de su alcance.

Iba a tener que cargar con su sufrimiento un poco más, pero esa clase desufrimiento era como un purgatorio para alguien que no había muerto.

Adrien se paró a su lado. Segundos después, Gabriel apareció frente a ellos.—Se ha lanzado el desafío —dijo el arcángel al cabo de unos segundos.

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William alzó los ojos hacia él.—Estamos listos.—Sí —confirmó Adrien.No se habían despedido de sus familias. Ninguno de los dos había dicho nada

a nadie; no tenía sentido preocuparlos. Si todo salía bien, ya tendrían tiempo deaclarar lo sucedido; si no acababa como esperaban, ya se verían al otro lado.

Gabriel esbozó una sonrisa y su voz adquirió un tono grave.—Un consejo: cogeos de las manitas —dijo entre dientes.Gabriel se esfumó arrastrándolos consigo. El aire cruj ió y una intensa luz

brilló en el cielo.Adrien y William se encontraron cayendo al vacío sin ningún control. Se

estamparon de bruces contra el suelo y sus cuerpos se hundieron varioscentímetros en la arena. Una arena fina y suave que debía rondar los cincuentagrados de temperatura, a pesar de que el sol ya se estaba poniendo. Ambos selevantaron, sacudiéndose el polvo de las ropas y escupiendo tierra.

—Os dije que os dierais la mano —se rio Gabriel.Adrien estaba a punto de mandarlo al infierno, cuando se percató del paisaje

que los rodeaba. Ante ellos se extendían kilómetros y kilómetros de páramospizarrosos y cañadas arrasadas por la erosión. A lo lejos se intuían unas ruinas,difuminadas como si fueran un espej ismo. Nunca habían visto un lugar taninhóspito como aquel. El sol se ocultó por completo a sus espaldas y en el cielocomenzaron a brillar las estrellas. Puntos borrosos entre dos luces. Latemperatura bajaba a toda prisa y el escenario se transformó con una rapidezincreíble. En la tierra debía haber pocos lugares tan hermosos como aquel.

—¿Dónde estamos? —preguntó William.—En el desierto del Néguev —respondió Gabriel.—¿Estamos en Israel? —inquirió Adrien con la boca abierta.—En este desierto tuvo lugar la primera batalla de la historia, y tendrá lugar

la última. Tiene sentido, ¿no? En el fondo siempre hemos sido unos sentimentales—contestó el arcángel. Dejó escapar un suspiro y echó a andar—. Vamos, mishermanos ya han llegado.

Caminaron en silencio durante unos minutos. Descendieron por unaescarpada cañada y recorrieron con paso rápido el pasillo que formaban susparedes.

—Se me olvidó comentaros una cosa —dijo como si nada Gabriel.William clavó sus ojos en la espalda del arcángel y frunció el ceño con

desconfianza.—¿Qué cosa?—Para que podáis luchar en esta batalla, primero tendréis que hacer un

pequeño sacrificio. Una parte de vosotros se perderá para siempre y la otra seafirmará definiendo lo que sois. —Ladeó la cabeza y los miró por encima de su

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hombro—. Y, por cierto, el proceso duele bastante.Adrien apretó el paso hasta colocarse al lado de Gabriel.—¿De qué sacrificio estamos hablando? —preguntó bastante mosqueado.Gabriel se limitó a reír.La cañada se fue ensanchando y desembocó en una vasta extensión de arena

y guijarros; y allí, frente a ellos, estaban los hermanos de Gabriel: Miguel,Rafael, Amatiel, Meriel y Nathaniel.

—¿Qué hacen ellos aquí? —gruñó Rafael, dirigiéndose hacia ellos con lospuños apretados.

Gabriel le cortó el paso con una mano en el pecho y lo empujó para queretrocediera.

—Los necesitamos. No podemos ganar nosotros solos —dijo en tonovehemente.

—¿A esos? —lo cuestionó Meriel.Gabriel apretó los dientes. Sabía que iba a ser difícil convencerlos, pero no

tenía paciencia para discutir.—He pensado que otro par de espadas nos vendrían bien, ¿no crees?Los dos hermanos se quedaron mirándose un largo segundo. Al final, Meriel

dio un paso atrás y se separó de Gabriel. William y Adrien cruzaron una mirada.No había que ser un genio para darse cuenta de que nadie estaba al tanto de losrefuerzos, y que tampoco estaban muy contentos de verlos allí.

—¿Qué estas haciendo, hermano? —preguntó Miguel, que hasta ese momentohabía guardado silencio.

Gabriel sacudió la cabeza y se acercó a él.—El mundo tal y como lo conocemos se encuentra al borde del precipicio.

Estamos ante el fin de los tiempos y solos no podemos detenerlo —dijo Gabrielen voz baja—. Con ellos seremos ocho contra ocho. La igualdad suponeesperanza. No cierres los ojos a eso.

Miguel miró por encima de su hermano a los híbridos.—No son como nosotros, es imposible —le hizo notar.—Tú tienes el poder de cambiar eso, y ellos están dispuestos al sacrificio.—Lo que pides no es posible —insistió Miguel.—¡Maldita sea, hermano! Sí lo es —gruñó Gabriel—. Sabes que no solo se

nace, también pueden crearse. Pueden surgir de la fuerza de su carácter, de suvirtud y del poder de su voluntad. Ellos tienen todo eso, y la sangre de sus padres.

—¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo? —intervino Rafael. Agarró a suhermano por el hombro y lo obligó a girarse para que lo mirara—. ¡Sonvampiros!

—¿Y qué? —explotó Gabriel—. Ellos se alimentan de sangre y nosotros dealmas. No hay tanta diferencia.

—Va en contra de nuestro código —susurró Amatiel.

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Gabriel lo fulminó con la mirada.—¿Qué código? —escupió con desprecio—. ¿El mismo que nos saltamos

cuando nos interesa? —Entornó los ojos y miró a Miguel, recordándole a travésde su vínculo cómo el arcángel se había saltado todas la normas habidas y porhaber para lograr encerrar a Lucifer con magia prohibida.

—Él no lo aprobará —terció Miguel.Gabriel lanzó una mirada al cielo antes de volver a posarla en su hermano. Se

encogió de hombros con indolencia.—¿Se lo has preguntado? —Hizo una pausa, antes de añadir—: Dáselas para

que puedan luchar. Son tan fuertes como nosotros.Miguel sostuvo la mirada de su hermano durante unos segundos que se le

antojaron eternos. Los engranajes de su cerebro estaban funcionando a su plenorendimiento. Pensando, evaluando, decidiendo. Masculló algo por lo bajo yapartó a Gabriel de un empujón. Tenía que hacer cuanto estuviera en su manopara que Lucifer no se alzara con el poder, esa era la máxima prioridad.

Adrien y William dieron un paso atrás cuando vieron al arcángelacercándose a ellos con cara de pocos amigos.

—Arrodillaos —les ordenó.—¿Por qué? —preguntó William. No confiaba en él; en realidad no confiaba

en nadie.—Os dije que tendríais que hacer un sacrificio. ¡Quién sabe!, quizá hasta lo

encontréis liberador —intervino Gabriel. Sonreía de oreja a oreja. Al ver queseguía dudando añadió—: ¿Quieres venganza, sí o no?

William se arrodilló a modo de respuesta. Adrien lo siguió.—Quitaos la camisa —les pidió Miguel.Los híbridos obedecieron.Gabriel y Rafael sujetaron a William por los brazos; Nathaniel y Meriel

hicieron lo mismo con Adrien.—¿Os dije que podía doler mucho? —les preguntó Gabriel en tono burlón—.

No os resistáis y será más fácil.Miguel posó su mano izquierda sobre la espalda de William y la derecha

sobre la de Adrien. Mientras invocaba su poder, su cuerpo se iluminó con untorrente de energía. Sus manos desaparecieron entre la claridad y penetraron enlos cuerpos arrodillados. Un arco de luz surgió del pecho de William y saliódisparado hacia el mismo centro de Adrien. La corriente de energía brotódespedida hacia el cielo, inmediatamente sucumbieron a un dolor insoportableque casi les hace perder el conocimiento. Sentían un ardor inmenso en lasterminaciones nerviosas, sus cuerpos rezumaban calor y dolor; y acabarondesplomándose sobre la arena en cuanto Miguel rompió el contacto y losarcángeles los soltaron.

Adrien se abrazó el estómago, reprimiendo las ganas de vomitar. Jadeaba

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como si le faltara el aire. William, con los puños clavados en la tierra, intentabamantenerse derecho sobre las rodillas.

—¿Qué… qué ha sido eso? —logró articular.Alzó la cabeza con esfuerzo y se encontró frente a frente con Gabriel.

Parecía tan satisfecho que su expresión se asemejaba a la de un niño abriendosus regalos el día de Navidad.

—¡Vuestro renacimiento! —exclamó, alzando las manos hacia el cielo.William se puso de pie al segundo intento y se enderezó despacio. Sentía la

espalda como si la tuviera cubierta de llagas, tan dolorosas como una quemadura;y algo más. Por la cara de Adrien supo que él también lo sentía. ¿Qué demoniosles habían hecho? Le faltaba algo, podía notar que y a no estaba allí, pero nolograba identificar qué era.

La realidad lo golpeó de lleno. El deseo, el ansia, su sed había desaparecido, yhabía otra cosa en su lugar. Apretó los puños al darse cuenta del precio queacababa de pagar. Había dejado de ser quien era, y ahora se había convertido enuno de ellos, en un ángel completo. Sus ojos sin pupilas se clavaron en Gabriel.No había gratitud en ellos, solo el deseo de aplastar su hermosa cara contra unaroca. Ya no le quedaba nada, ni siquiera su identidad.

—¿Por qué? —gritó William.—Porque en todos los contratos hay letra pequeña.La rabia y el instinto se apoderaron de William. Perdió el control. Una ira

profunda y desbocada se disparó a través de su piel. De repente, surgidas de lanada, dos alas negras aparecieron en su espalda. Grandes, oscuras ymajestuosas. No supo qué le causó más sorpresa, si el hecho de tener alas, o quecada célula de su cuerpo estuviera regresando a la vida. Podía sentir cómo seregeneraban. Se le doblaron las rodillas, ¿ese sonido era el de su corazón?

Giró sobre los talones, tratando de ver el aspecto de aquellas plumas, y sequedó de piedra al toparse con Adrien; el chico lucía otro par de alas, y la mismacara de idiota que él mismo estaba seguro de tener.

El cielo se iluminó. Ambos miraron hacia arriba, al tiempo que dos bolas deluz se precipitaban sobre ellos. Dos espadas envueltas en un fuego azul seclavaron en la arena.

—Tomadlas, son vuestras —les dijo Miguel—. Ahora somos iguales enforma, espero que también en corazón.

Como si hubiera nacido con ellas, William replegó sus alas hasta quedesaparecieron. Ni siquiera había tenido que pensar en ello; y no solo eso, todossus sentidos se habían agudizado aún más, como si le hubieran arrancado unacapa de piel muerta. Se acercó a la espada y la tomó. La examinó, controlandosu peso y la empuñadura. La esgrimió en el aire y giró la muñeca dibujandoarcos con la hoja. Era perfecta para su brazo. Notó algo extraño en ella y laestudió con más atención. La espada podía desdoblarse y convertirse en dos

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armas gemelas.—Ya están aquí —dijo Nathaniel con voz grave. Sus ojos plateados

destellaron bajo las últimas luces del crepúsculo.Ocho sombras surgieron a varios metros por encima de sus cabezas. Una a

una cay eron a tierra. Los Oscuros tomaron forma mientras descendían y sus piesdesnudos se hundieron en la arena del desierto. El último en posarse fue Lucifer.Su sonrisa era maldad en estado puro, siniestra y peligrosa.

—Hola, queridos. Tan puntuales como siempre —dijo con un suspiro.Sus ojos recorrieron los rostros de sus hermanos y acabaron deteniéndose en

William y Adrien.—Esto sí que es una sorpresa. ¿Tan desesperado estás? —preguntó Lucifer a

Miguel con tono divertido.En realidad, no le hacía ninguna gracia. No había contado con que reclutaran

nuevos guerreros para igualar el número. Siempre había envidiado ese poder desu hermano. Crear vida, transformarla; debía ser la sensación más intensa ymaravillosa que se podía experimentar. Clavó sus ojos en William con unaexpresión desdeñosa y despectiva.

—Le prometí a ella que no os haría daño a ninguno. Que estés aquí cambia unpoco las cosas, ¿no crees? ¡Qué lástima, tenía intención de cumplir mi palabra!—se burló.

William no pudo controlarse. Kate había sacrificado su vida por ellos, pero elintercambio nunca había sido justo. Aquel tipo había matado a Kate. Ella estabamuerta por su culpa. Sin pararse a pensar, arremetió contra él. En un visto y novisto todos habían desenvainado sus espadas, menos Gabriel, que sujetaba aWilliam a duras penas.

—Déjame, voy a matarlo y acabaré con esto de una vez.Empleando todas sus fuerzas, Gabriel lo hizo retroceder más atrás de la línea

que formaban sus hermanos.—Escúchame bien. Esto es un duelo, un desafío, y hay reglas que cumplir. Tú

estás sujeto a esas normas… —empezó a explicarle.—¿Tus abominaciones se rebelan? —se burló Uriel.Gabriel puso los ojos en blanco y cogió a William por el cogote para que le

prestara atención.—Tienes el poder de un ángel, pero el corazón de un hombre. Para sobrevivir

no puedes sentir nada por nadie. Olvídala, ella ya no está. Deja a un lado tusemociones o perderás la batalla. Eres un guerrero, lo llevas en la sangre —le hizonotar. William asintió, sosteniéndole la mirada—. Pues actúa como tal. Aguarda,calcula, y golpea solo en el momento preciso.

Hubo un largo silencio durante el cual, William tuvo la sensación de que sucuerpo y su mente se estaban reajustando. De que cada engranaje volvía aencajar en su lugar. Gabriel tenía razón. Clavó sus ojos en Lucifer y un gruñido

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brotó de su pecho.—Lo siento, pero él es para Miguel. Es demasiado personal —le reveló

Gabriel antes de soltarlo. Se inclinó sobre su oído y añadió—: Pero si tienes laoportunidad, no lo dudes.

—No dudaré —respondió William, de acuerdo con la sugerencia.—Ahora bien, hay normas, no puedes lanzarte contra ellos sin más. No hasta

que Miguel dé la orden. Él ostenta el mayor rango y, aunque no lo creas, tantoellos como nosotros respetamos esos detalles.

William asintió con la cabeza. Gabriel le deslizó la mano hasta la nuca con uninsólito afecto y lo guió a la línea que formaban sus hermanos. Miró a Adrien porel rabillo del ojo. Tenía la vista clavada en su padre, que se hallaba a tan solo unpar de metros con la espada empuñada, preparado para el enfrentamiento. Deforma imperceptible, arrimó su hombro al de él y le dio un golpecito.

—Si no salimos de esta… —susurró Adrien.—Entre hermanos no existen las disculpas —dijo William.Se miraron y el entendimiento fluy ó entre ellos. Eran hermanos, porque no se

trataba de una cuestión de sangre, sino de corazón.

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Miguel dio un paso adelante.—Lucifer, no me obligues a hacer esto.—Nadie obliga a nadie a hacer nada. Acepta tu derrota y pongámosle fin —

dijo Lucifer fingiendo un tono inocente.—No puedo hacer eso y lo sabes —indicó Miguel. Miró a Mefisto. Sus

emociones destellaban en su interior como dagas afilándose en las rocas—.¿Cómo puedes seguir de su lado? ¿Cómo puedes enfrentarte a tu propio hijo y nosentir nada?

—Mi hijo tuvo la oportunidad de elegir y ha elegido —replicó Mefisto con lavista clavada en el chico. Su expresión no dejaba entrever la más mínimaemoción.

Entonces Miguel se dirigió a Uriel.—¿Y tú? Siempre has estado con nosotros. Has luchado contra ellos desde su

caída y ahora…—Y ahora —lo atajó el arcángel—, por fin me he dado cuenta de lo

equivocados que estábamos. El hombre es una plaga que debe ser controlada. Ellibre albedrio no funciona y han de aprender que su vida es un regalo, no underecho; aunque para ello tengan que perderla. Despierta, Miguel, las quimeraspertenecen a la inocencia del pasado. Han tenido milenios para demostrar que sucreación fue un acierto. El tiempo se ha agotado.

Miguel sacudió la cabeza con el corazón roto. Nunca conseguiría lo quedeseaba con toda su alma. Su familia nunca volvería a estar unida. Suspiró comosi se arrepintiera de la decisión de Uriel.

—Te lo imploro una vez más —se dirigió a Lucifer—. Ven conmigo, y loolvidaré todo. Él lo olvidará todo. Te ama.

Lucifer fingió reflexionar sobre el ultimátum de su hermano. Suspiró y susojos se transformaron en fuego. Sombras oscuras atravesaban su cuerpo, comogatitos demandando caricias. Empezó a tronar y una tormenta eléctrica sinprecedentes creció sobre sus cabezas a una velocidad sobrenatural. Se fueextendiendo por el cielo y, a ese ritmo, tardaría pocos minutos en cubrir todo elplaneta. Soltó una carcajada cargada de ironía.

—¿De verdad solo quieres vivir para servir? —le espetó a Miguel—. ¿No

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crees que ha llegado el momento de que tengamos algo más que las migajas queesas aberraciones humanas nos dejan? No volveré a arrodillarme. Todo lo quetiene un principio tiene un final, hermano. Ese final ha llegado.

Los dos hermanos se miraron durante largo rato. Miguel fue el primero enapartar la mirada. No había esperanza.

—No puedo creer que el final del mundo lo decidan un puñado de arcángeles—masculló Adrien.

—¿Y qué esperabas, legiones de ángeles con armaduras doradas y trompetasanunciando la batalla? —replicó Rafael.

Adrien se encogió de hombros.—Pues y a que lo dices —respondió. Legiones de ángeles con armaduras no

sonaba nada mal.—Pues siento decirte que no existen tales ejércitos —comentó Gabriel

mientras le guiñaba un ojo. La expresión de su rostro cambió de inmediato y elfuego de su espada cobró intensidad—. Preparaos —ordenó con un susurro.

Ray os y truenos cobraron más fuerza. En la distancia, las luces de lasciudades se fueron apagando. Países enteros se sumieron en la oscuridad,desatándose el caos. Miguel lanzó una mirada al cielo. De pronto, sus ojoscambiaron, se tornaron más salvajes y desaparecieron de ellos cualquier rastrode aprecio y bondad.

—Pues que así sea —sentenció.Embistió contra Lucifer haciendo girar la espada sobre su cabeza.William se lanzó hacia delante. Uriel salió a su encuentro y sus espadas

chocaron provocando una lluvia de chispas. La tormenta se había convertido enuna espiral que no dejaba de dar vueltas sobre sus cabezas. La tierra comenzó aresquebrajarse y de las profundidades surgieron columnas de humo yllamaradas naranjas. El suelo temblaba como si un fuerte terremoto lo estuvierasacudiendo.

William cay ó al suelo y esquivó por unos milímetros una estocada dirigida asu pecho. Rodó sobre las cenizas que se posaban sobre la arena, y se puso de piejusto cuando una nueva grieta se abría bajo su cuerpo. Arremetió contra Uriel ybloqueó otro peligroso tajo.

Irónicamente, el campo parecía una pista de baile. Dieciséis cuerpos, ochoparejas, moviéndose con la precisión letal de la máquina más perfecta. El vórticede la tormenta giró cada vez más rápido y decenas de rayos cayeronincendiando el gas que emanaba de las profundidades.

William interpuso el brazo entre su cabeza y la empuñadura de la espada queiba directa a su frontal derecho. Trastabilló hacia atrás y su espalda chocó contraotra espalda; la de Adrien, que luchaba contra su padre. El chico tenía un golpemuy feo en la mejilla y le costaba sostener la espada que esgrimía con la manoizquierda. Una herida profunda mostraba los tendones de su muñeca. Otra

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estocada de Mefisto le rasgó el pecho de lado a lado. Adrien cayó de rodillas conla cabeza colgando hacia delante. Las espadas se escurrieron de sus manos y seapagaron al caer al suelo. William se sacudió como si un látigo lo hubieraazotado. No, no, no… Mefisto alzó de nuevo su espada.

William gritó y una furia descontrolada veló sus ojos cuando echó a correrhacia Adrien. Uriel le cortó el paso con una sonrisa perversa jugueteando en suslabios. William no frenó su carrera, sino que aceleró. Saltó por encima delarcángel, convertido en un borrón, con la cara contraída con una mueca dura ysalvaje. En el aire abrió los brazos, empuñando sus espadas gemelas. Su cuerpotrazó un arco y hundió las hojas en la espalda de Uriel. Este se desplomó en elsuelo con los ojos abiertos por la sorpresa. De su boca escapaban jadeosagónicos.

William no se paró a comprobar si lo había dejado fuera de combate, solopodía pensar en Adrien; por eso le costó entender lo que estaba viendo. Mefistoaún sostenía su arma por encima de la cabeza y miraba fijamente al chico, quecontinuaba de rodillas, sin fuerzas. De repente, Mefisto soltó la espada y cayó derodillas frente a su hijo.

—No puedo hacerlo —gimió mientras sacudía la cabeza—. No puedohacerlo, no puedo…

Alargó los brazos y tomó el rostro de Adrien entre sus manos. El chicoparecía a punto de desmayarse, temblaba y su sangre había formado un charcoalrededor de su cuerpo. Lo atrajo hacia su pecho y lo abrazó, meciéndolo comosi fuera un niño pequeño.

—Lo siento, lo siento… —le susurraba.—¡Miguel! —El grito de Gabriel restalló por encima del chasquido de los

relámpagos.William se giró, a tiempo de ver a Lucifer atravesando el estómago de

Miguel. Lucifer se entretuvo en sacar la espada de su cuerpo; lo hizo muydespacio para alargar la agonía que sentía su hermano. La blandió de nuevo,dispuesto a asestar otro golpe, el definitivo. Miguel ya no se defendía, estabaexhausto y su cuerpo mostraba muchas heridas.

William no supo qué lo impulsó, probablemente el odio, y a que no sentía otracosa. El rencor se había fundido con su sangre y sus huesos. Quería arrancarle elcorazón a aquel cabrón retorcido. Un poder escondido lo azotó y de un saltó logródetener el golpe de Lucifer. Empujó con todas sus fuerzas y consiguió lanzarlopor los aires.

La caótica batalla sobre el desierto se detuvo. Todos los que continuaban depie se quedaron mirando con cara de asombro lo que William acababa de lograr.Lucifer se levantó del suelo y se limpió con el dorso de la mano la sangre que lemanaba del labio. Empuñó su arma con una sonrisita que le oscureció el rostro.

—Comprendo que estés furioso. Cualquiera en tu lugar lo estaría —dijo el

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arcángel.—¿Quién te ha dicho que yo esté furioso? —replicó William.Giró las muñecas, blandiendo las espadas en círculos sobre su cabeza. El

resplandor de las hojas aumentó hasta casi cegarlos. Era como si el poder que searremolinaba en su interior se extendiera hasta el metal. Estaba frente al ser máspoderoso que existía y no sentía miedo, sino la seguridad de que su fuerza estabaa la altura de la de él. Y todos parecieron notarlo, porque nadie se movió,contemplando atónitos cómo dos titanes giraban en círculos, midiéndose.

—No estoy furioso. Solo voy a acabar contigo por el placer de hacerlo —añadió William.

—Soy el ángel más poderoso que jamás ha existido, ¿de verdad crees quepuedes derrotarme? —Soltó una carcajada llena de desprecio—. Voy aconseguirte un lugar privilegiado en mi infierno.

William se encogió de hombros. Si con eso pensaba atemorizarlo, perdía eltiempo. Él ya se sentía en el infierno sin Kate, tendría que sufrir la eternidad ensoledad. Morir no parecía tan malo en comparación.

El aire que los rodeaba oscilaba igual que el vapor que emite el asfaltocaliente. Pero el corazón de William se había cubierto de hielo. Adoptó unapostura que irradiaba poder y amenaza. Lucifer lo imitó, y acometieron el unocontra el otro.

William detuvo una estocada con un violento impulso homicida recorriéndoleel cuerpo. Sus brazos se movían deprisa, defendiéndose; y atacando en cuanto suoponente bajaba la guardia. La espada de Lucifer se precipitó sobre él,aumentando de tamaño y envuelta en llamas. Logró esquivarla por los pelos,pero no pudo evitar que le quemara el antebrazo y la parte superior de una de susalas. Aprendió del peor modo posible que, a pesar de estar ocultas, sus alas eranvulnerables.

William no tuvo tiempo de pensar en nada más, Lucifer le lanzó un nuevomandoble. Se agachó y la hoja le chamuscó la coronilla, pero no se detuvo.Arrojó su espada al suelo y cerró la mano libre alrededor de la garganta delseñor del infierno. Lo empujó, derribándolo, y dejó que le siguiera su propiopeso. Cuando golpearon el suelo, Lucifer le dio un cabezazo que lo dejó aturdido.Se apartó sin saber muy bien lo que hacía. Una estocada le alcanzó el muslo,enviando intensas punzadas de dolor por toda su pierna. Otro tajo le perforó elcostado.

William se tambaleó en medio de una explosión de tormento. Con una rodillaen el suelo levantó un brazo para detener un nuevo golpe, pero no pudo frenar elpuñetazo en la cara que le lanzó la cabeza hacia atrás. Rodó por el suelo, sintiendoen la piel las altas temperaturas que estaba alcanzando el aire; tan denso ycaliente como si fuera a arder de un momento a otro. Se puso de pie y recuperósu espada. El dolor aumentó su ira, enviando a sus venas una descarga de

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adrenalina. Se arrojó hacia delante. Su brazo se movió lanzando un tajo horizontaly una estocada al frente. Lucifer fue más rápido, se coló bajo su brazo y legolpeó la espalda, logrando que cayera de bruces.

Gabriel sostenía a Miguel, que apenas conseguía mantenerse consciente. Nopodía quedarse quieto viendo cómo la lucha final se iba a decidir entre William,un neófito con más voluntad que fuerza, y su hermano. Al ver al chico en elsuelo, soltó a Miguel y corrió para intervenir. Uriel y Azuriel también semovieron con las espadas desenvainadas.

—¡No! —gritó William, alzando una mano para detener a Gabriel—. No mevais a quitar también esto. —Lo miró a los ojos y añadió con una súplica—:Puedo hacerlo.

Lucifer detuvo a sus hermanos. Por la sonrisa de su cara era evidente queestaba disfrutando.

Gabriel accedió. Ni siquiera sabía qué disparate le había llevado a consentirque la mano de William peleara la última batalla; pero una voz en su interior lepedía que lo dejara hacer.

—Tú y y o, nadie más —masculló William.—Por supuesto. No seré y o quien le niegue a un moribundo su último deseo

—contestó Lucifer. Ordenó a sus hermanos que no intervinieran.William apoy ó el peso de su cuerpo sobre la pierna sana, y Lucifer se

despojó de su camisa rota. Se miraron a los ojos y embistieron el uno contra elotro. Sus espadas chocaron una vez tras otra. El sonido reverberaba entre elrumor de los truenos y el chasquido de los ray os que caían por todas partes.William apretó los dientes cuando la hoja le cruzó la espalda de arriba abajo. Nose detuvo a evaluar el daño. Se lanzó a por Lucifer con un grito salvaje. Con unágil movimiento se agachó, rodó y se incorporó evitando un nuevo ataque. Nopudo contener el segundo y una de las espadas le atravesó de lado a lado elcostado. Soltó un grito de angustia.

Se giró hacia el arcángel con una expresión de rabia deformando su hermosorostro. Sin perder un segundo, agarró la empuñadura y arrancó el arma de supropia carne. Ardiendo de dolor, sufriendo una intensa agonía. Notó que unreguero de sangre caliente le recorría el costado. Todo su ser se tensó con unapunzada de agotamiento y no había un centímetro de su cuerpo que no le doliera.Estaba pálido y muy débil después de haber perdido tanta sangre; tenía los labiosamoratados y las manos le temblaban demasiado.

William dejó caer la espada que sostenía con su brazo izquierdo. Se habíaquedado sin fuerza en esa mano; tenía los tendones prácticamente seccionados.La cabeza le daba vueltas y, por un momento, creyó verla, de pie frente a él.Parpadeó y la imagen de Kate se diluy ó como una columna de vapor. La deLucifer seguía tan nítida como la agonía que él sentía.

Apretó la empuñadura hasta que las estrías del metal se clavaron en su piel

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dejando marcas. La culpa y la rabia formaron una desagradable combinaciónque le animó a seguir adelante. Estaba en las últimas, podía sentirlo, pero no eramotivo suficiente para doblegarse. Saltó hacia delante, amagó a la derecha, giróa la izquierda y descargó su espada con todas sus fuerzas en la espalda deLucifer. Se mantuvo en movimiento por pura fuerza de voluntad; porque no iba aser débil, no iba a rendirse, debía acabar con él por Kate.

William volvió a atacar, con la desesperación del que ya no tiene nada queperder. Sentía sus antebrazos y bíceps entumecidos por el esfuerzo, pero no sedetuvo. Concentró hasta la última gota de su fuerza y su poder en las piernas y enel brazo que aún le funcionaba. Con cada golpe lograba hacerlo retroceder unpoco, y cada vez le costaba más detener sus acometidas. Un ataque tras otro, sindescanso; y, durante un instante, Lucifer tuvo un descuido. Alzó el brazo másarriba de lo que debía y su costado quedó vulnerable.

William no dudó. Amagó y pasó por debajo. Hizo girar la espada sobre sucabeza, dio media vuelta y le asestó un fuerte golpe. La hoja centelleó unsegundo antes de hundirse en el hueco entre sus alas. No entendía cómo, perosabía que el golpe de gracia debía ser allí. Empujó con las dos manos, lanzandoun grito al aire, y la hoja penetró hasta la empuñadura.

El aullido de Lucifer eclipsó el fragor de la tempestad. Su cuerpo comenzó aconvulsionarse y a desdibujarse, cambiando de tamaño y de forma. Y no dejabade gritar. La tierra se agitó con un nuevo terremoto. William cay ó al suelo,incapaz de sostenerse. Columnas de fuego surgieron de las grietas. Centenares desombras se movían de un lado a otro en un caótico baile.

De repente, una de aquellas grietas se fue haciendo más grande y de ellasurgieron más sombras. Planeaban y giraban sobre el cuerpo de Lucifer, que,con los brazos abiertos en cruz, rugía con tanta fuerza que sus tímpanos corrían elriesgo de estallar. Las sombras lo rodearon por completo y se precipitaron dentrode la grieta, arrastrando al arcángel con ellas.

Una calma absoluta se apoderó del desierto. Nadie se movía, contemplabanatónitos el lugar por el que las sombras habían desaparecido. Lo que acababa deocurrir iba contra todo pronóstico, podía catalogarse de un milagro imposible; y,aun así, había sucedido. Todos se giraron hacia William. Yacía de espaldas, inertesobre el suelo, con la vista clavada en el cielo.

Adrien no quería creer lo que estaba viendo. Muerto de miedo se puso de pie,y a trompicones logró llegar hasta él. La imagen lo deshizo. Cayó de rodillas a sulado, mientras con los ojos recorría su cuerpo. William tenía heridas por toda lapiel, profundas y letales. Era imposible que quedara sangre dentro de él que lomantuviera vivo, estaba tan pálido que parecía un espectro. Adrien trató deincorporarlo. No sabía qué temblaba más, si sus manos, o el cuerpo que intentabalevantar. Lo notaba débil y frágil entre sus brazos. Hilos de sangre le caían de laboca y la nariz.

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—Eh —le dijo.Los ojos de William parpadearon y se abrieron. Separó los labios y una

burbuja de sangre se formó en ellos.—¿Está…? —logró articular.—Sí, sí lo está. Lo has conseguido —musitó Adrien; y se obligó a esbozar una

sonrisa.El pecho de William se desinfló con un suspiro de alivio.—Lo siento mucho, William —dijo Adrien. Movió la mano para limpiarle la

sangre que le escurría por la barbilla, pero desistió en cuanto vio que la teníacubierta de hollín y de su propia sangre—. Lo siento muchísimo.

—Chist —lo interrumpió William. La voz no le salía del cuerpo—. No ha sidoculpa tuya.

—La brillante idea de meternos en esto fue mía. Lo siento mucho —repitióentre sollozos. Se puso tenso. Notó que William se iba entre sus brazos. Lozarandeó para mantenerlo despierto—. Vamos, aguanta un poco. Vas a ponertebien.

William parpadeó, intentando enfocar la vista, pero la imagen de Adrien sefue haciendo más brumosa.

—Cuida de todos —musitó, antes de sucumbir a un ataque de tos. La sangre leestaba inundando los pulmones y se escapaba por sus heridas con cada espasmo.Intentó seguir hablando. Movió una mano y logró agarrar la camiseta de Adrien.Tiró para asegurarse de que tenía toda su atención, y con la otra aferró el anilloque colgaba de su cuello—. Con ella… Quiero estar con ella.

Adrien apretó los párpados y los labios, que no dejaban de temblarle. Sabíaperfectamente lo que le estaba pidiendo.

—Claro. Yo me encargo. Te lo juro —prometió con voz ahogada. William seapagaba. Miró por encima de su hombro, primero a su padre, y después al restode arcángeles—. ¡Haced algo, maldita sea, haced algo! —gritó con la voz rota.

Miguel sacudió la cabeza.—Arréglalo —le exigió a su padre. Con la mirada le pidió lo mismo a

Gabriel, y añadió—: No se merece nada de esto. Él menos que nadie. ¡Por Dios,haced algo, os lo suplico!

La mano de William perdió la fuerza y soltó el anillo que apretaba. Cay óinerte sobre la arena. El dolor abandonó su cuerpo y el frío lo reemplazó. Frío,mucho frío, hasta que eso también desapareció y no quedó nada. Solo elmurmullo de las voces que se alejaban.

—Haz algo, Miguel —gritaba Gabriel.—Sabes que no puedo. Iría contra todo lo que creemos. Sacrilegio.—¿Y crees que a estas alturas importa? —intervino Rafael.—Hazlo, Miguel —replicó Mefisto.—No puedo, Él…

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—Pues pídeselo a Él. A ti te escuchará —insistía Gabriel.—No aceptará —susurró Miguel.—Puede que lo haga si se lo pedimos entre todos. Hemos dado demasiado. Va

siendo hora de conseguir algo a cambio —dijo Mefisto. Sus ojos se encontraroncon los de Adrien—. Y si hay un precio, y o lo pagaré.

—Lo pagaremos todos —dijeron los arcángeles con una sola voz.

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Epílogo

Era el fin. La certeza de la muerte me había alcanzado, real e inminente. No eralo que había imaginado. No vi una luz blanca al fondo de un túnel, ni una escaleraelevándose al cielo, tampoco se abrieron ante mí las puertas del infierno. Solohabía silencio y oscuridad. Y fue un alivio dejar de notar ese dolor, no el de lasheridas, a esa clase ya me había acostumbrado; sino el del corazón. Solo sentíaun pequeño resquicio de consciencia, pensamientos e imágenes pulsando en micerebro como una débil señal. Después ni eso, solo dejé de existir.

Al menos un tiempo.La lucidez se abrió paso a través de la nada. Primero como un concepto

abstracto, como leves destellos. Y cobró fuerza devolviéndome cadapensamiento, cada recuerdo, cada herida abierta: Kate muerta bajo la estatua delángel, la batalla en el desierto, yo venciendo a Lucifer y las sombras que se lollevaron de vuelta al infierno.

Estaba tumbado de espaldas, con el pulso acelerado y la respiración pesada.Respiré hondo y exhalé el aire con fuerza, mientras una sola lágrima rodaba pormi cara. No oía nada, solo el latido de mi propio corazón. El maldito latía comoloco. ¡Qué ironía sentirte vivo mientras estás muerto!

Abrí los ojos. Parpadeé y enfoqué la vista hacia el resplandor que nacía sobremí. No sentía paz. Ni aceptación por todo lo ocurrido. Solo una rabia espesa queme calentaba la piel, sumiéndome en las brumas de la desesperanza.

No había descanso en el descanso eterno.—Eh, ¿cómo estás?Ladeé la cabeza y me encontré con el rostro de Adrien a solo unos

centímetros del mío. Me senté de golpe, sin entender nada. Estábamos en unbrillante patio de mármol negro, bajo un cielo completamente blanco. Miré a mialrededor sin la menor idea de dónde me encontraba y qué hacía él allí.

—¿Dónde… dónde…?—¿Estamos? —terminó de decir Adrien.Asentí.—En casa. Pero no la que imaginas. Ven conmigo.Dudé, pero al ver que se alejaba me puse de pie y lo seguí. Miré mi cuerpo,

vestido tan solo con un pantalón.

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—No entiendo nada. Se supone que…—Tranquilo. Todo está bien. Enseguida lo vas a entender —dijo Adrien con

una enorme sonrisa.—¿Qué demonios ocurre? ¿Dónde estoy ? Lo último que recuerdo… —Las

dudas me asaltaron.—No sobreviviste —replicó Adrien como si me hubiera leído el pensamiento

—. Y sí, vuelves a estar vivo. Bueno, no exactamente.—¡¿Qué?!—Confías en mí, ¿verdad? Pues ten un poco de paciencia, solo un poco más

—pidió Adrien.Cruzamos el patio y penetramos en una sala de paredes y suelos desnudos. Al

fondo, frente a un balcón, se hallaban tres figuras de espaldas a nosotros. Mispasos se ralentizaron hasta detenerse. Miguel, Gabriel y Mefisto se dieron lavuelta y me miraron. Empecé a hacerme una idea de dónde me encontraba. ¡Nimuerto iba a poder librarme de ellos! Adrien también se paró al ver que no loseguía.

—No pasa nada. Escúchales. Quizá te interese lo que tienen que decir —Adrien me guiñó un ojo.

Respiré hondo y crucé la sala. Me paré frente a ellos sin decir una palabra.Gabriel me sonrió y me miró con un calor y afecto que nunca le había vistohacia nadie. Creo que me dio más miedo que otra cosa. Había aprendido que trasla sonrisa más hermosa, podía esconderse el peor de los monstruos. Me hizo ungesto con la cabeza y sus ojos volaron hacia un rincón, atrayendo mi atención.

Miré en la misma dirección y se me doblaron las rodillas. El cuerpo de Katereposaba sobre un banco hecho con el mismo mármol negro. Parecía dormida,incluso una sonrisa se insinuaba en sus labios. Cualquier pensamiento desaparecióde mi mente y corrí hasta ella con la esperanza ardiendo en mi pecho. Me dejécaer a su lado y la tomé por los hombros.

—Kate —la llamé. La sacudí al ver que no reaccionaba—. ¡Kate!Su cuerpo colgó inerte entre mis brazos, lánguido, sin vida.—¿Qué significa esto? —pregunté casi sin voz. Reviviendo el dolor que sentí

cuando la sostuve del mismo modo en el cementerio—. ¿Un castigo?Sacudí la cabeza. Después de todo, ¿tanto mal había hecho a lo largo de mi

vida como para merecer semejante tortura?Miguel se acercó a mí.—No es un castigo, sino una recompensa por tu sacrificio. Nos salvaste a

todos nosotros y evitaste el mayor desastre que podía haber caído sobre loshombres.

—¿Qué… qué quieres decir?—Que puedes recuperarla si así lo deseas —dijo mientras sus ojos se posaban

en Kate.

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Di un respingo, convencido de no haberlo escuchado bien.—¿Recuperarla?Miguel sacudió la cabeza.—Sí. Gabriel ha rescatado su alma y y o puedo devolverla a la vida. Tal y

como era antes de morir —me explicó.—Hazlo. Tráela de vuelta —supliqué con tono vehemente.—Hay un precio. Siempre lo hay. La cara y la cruz—No importa. Como si es mi vida lo que tomas a cambio. Devuélvemela.—Primero deberías saber de qué se trata. Puedo asegurarte que es un precio

alto y que te compromete de por vida. No admitimos devoluciones —comentóGabriel, agachándose a mi lado.

—Lo acepto —insistí desesperado. ¿Qué parte era la que no entendían? Haríacualquier cosa que me devolviera a Kate.

—Puede que el sacrificio sea mayor de lo que imaginas —dijo Mefisto. Miróa Adrien y pude percibir una fuerte emoción en sus ojos.

—¿Peor que este dolor que siento por dentro?, lo dudo. —Reí sin ganas—.Acepto, sea lo que sea.

—No sería justo. Así que escucha antes de decidir —me pidió Miguel—.Nada ha terminado, William. Después de todo lo que ha pasado, lo único quehemos conseguido es volver a empezar.

—No entiendo lo que quieres decir.—Lucifer no ha muerto, solo ha regresado a su prisión. Hay una nueva

profecía —anunció Miguel con voz ronca—. Lo que significa que volverá aintentarlo. Procurará escapar y entre todos tendremos que detenerlo. Y digoentre todos, porque ese es el precio. Te unirás a nosotros y asumirás tu papelcomo arcángel: portales que vigilar, demonios que perseguir y un mundo repletode humanos que proteger. Y mientras tanto, descifraremos esa profecía yharemos todo lo posible para que Lucifer no pueda regresar. —Se encogió dehombros—. Ese es el precio para recuperarla. Serás uno de nosotros parasiempre. Conservarás esas alas para siempre, William.

Yo ni siquiera sabía que aún las tenía. Miguel se me quedó mirandofijamente. Le sostuve la mirada mientras pensaba en todo lo que me había dicho.Sentí que las entrañas se me retorcían y que en mi garganta se formabandolorosos nudos de ansiedad. Lo que me estaba pidiendo no era fácil. Uncompromiso de por vida convertido en algo que detestaba, junto a unos seres alos que no quería parecerme. Pensar que podría acabar siendo el recipiente vacíoque ellos eran, resultaba devastador. Ser vampiro era mil veces más humano.

Miré a Kate.—Lo haré. Seré uno de vosotros para siempre —dije si dudar.Gabriel me pasó una mano por el pelo con una sonrisa, como si y a conociera

de antemano la respuesta.

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—Pues que así sea —dijo mientras se ponía de pie.En su mano apareció una luz blanca que creció hasta el tamaño de una

manzana. Miguel la tomó en su mano y susurró unas palabras. A continuación, laluz flotó hasta penetrar en el cuerpo de Kate, que se iluminó con un suaveresplandor y empezó a vibrar entre mis brazos.

De repente caí en la cuenta de algo. Si cada recompensa tenía un precio. Sicada vida devuelta exigía un pago…

—¿Quién ha pagado por mí? —pregunté con un nudo en el estómago.Cada rostro se giró en una única dirección. Adrien apartó su mirada, cohibido,

y dejó que vagara por la sala. Acabó mirándome fijamente con una tímidasonrisa. Se me cay ó el alma a los pies.

—¿Qué les has dado? —pregunté con voz ronca.Se encogió de hombros con un gesto cansado.—No más que tú —respondió al tiempo que unas alas enormes se

desplegaban a su espalda.Cerré los ojos un segundo. Adrien había pagado con su vida la mía. Sabía

cuánto odiaba él todo lo relacionado con los ángeles… a su padre; y, aun así, sehabía sacrificado por mí convirtiéndose en otro de ellos.

—Gracias —fue lo único que pude decir.El cuerpo de Kate se estremeció entre mis brazos y la luz que la envolvía

palideció lentamente. Se hizo el silencio mientras los ojos más bonitos queexistían se abrían muy despacio y se clavaban en mí. Vacilaron un segundo y seabrieron como platos en cuanto comenzaron a comprender.

—¿Will?Asentí. No era capaz de hablar. Su voz, su preciosa voz en mis oídos.—¿Cómo… cómo es posible? ¿Tú…?Le tomé el rostro entre las manos y la besé, acallando sus palabras con mis

labios. En ese momento, cualquier duda que aún pudiera albergar se disipó. Suolor, su sabor, la forma en la que su cuerpo encajaba en el mío. Era real, ellacompletamente real. La rodeé con los brazos, desesperado, y el beso fue másapasionado. La besé sin preocuparme por lo que pudiera significar el futuro. Desu garganta brotó un gemido adorable, que hizo que me derritiera. Ella era ladueña de mi corazón, de mi alma y de mi razón, y me olvidé por completo deque no estábamos solos.

Me aparté para mirarla. Su sonrisa me llegaba al alma y su cuerpo estabadespertando al mío. Ella se había convertido en mi destino, mucho antes de que elhilo de su vida fuera tej ido. Fue creada para mí, para convertirse en mi hogar, enmi guía, en mi vida. Lo supe en ese momento. No había nada ni nadie capaz desepararnos. No importaba qué pudiera ocurrir, Kate y yo estaríamos juntos parasiempre.

Me perdí en sus ojos, brillantes y preciosos. Sonreía de oreja a oreja como

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hacía tiempo que no la veía sonreír. Di gracias por haberme perdido aquel día enla montaña, mientras buscaba el maldito pueblo. Y di gracias a la lluvia que lahizo resbalar en el asfalto, poniéndola en mi camino.

Dos meses después sigo dando gracias. A todas horas. Porque soy el capullo másafortunado del universo por tenerla a mi lado.

Nada es como antes, nunca podrá serlo después de todas las cosas horriblesque han pasado, de las traiciones y los sacrificios, del vacío tan doloroso que handejado los que y a no están. Las heridas son profundas, y puede que nunca sanen,pero nos han hecho más fuertes. Key la comienza a sonreír, aunque a veces ladescubro observando a Kate con cierta melancolía; y, aunque la adora y sealegra de que haya regresado, sé que una parte de ella sigue herida y piensa quees injusto que Kate esté aquí y Stephen no. No puedo culparla por ello. En sulugar no sé cómo me habría tomado que las cosas hubieran sido a la inversa.

Pienso en Samuel todos los días, sigo repasando cada minuto de aquella nochey no dejo de preguntarme qué habría ocurrido si hubiera insistido un poco más enque no nos acompañara. Kate cree que ese era su destino, que no se podía hacernada. Quizá tenga razón. Shane ha ocupado su lugar y ahora dirige a loscazadores. Daleh se ha convertido en su hombre de confianza, en el mejorconsejero que podría tener. El viejo licántropo y su manada aún intentanadaptarse a su nueva vida. Daniel ha conseguido que abandonen las montañas yahora viven a las afueras, en el viejo aserradero; todos menos Nadia, la hija deDaleh. Marie prácticamente ha adoptado a la chica y la ha instalado en la casade huéspedes; donde el sueño de Kate se cumple poco a poco.

« El refugio de Alice» . Me gusta el nuevo nombre.Las cosas también han cambiado en el clan vampiro. Mi padre se ha negado

a asumir de nuevo la corona, está cansado. ¡Quién no lo estaría después de tantossiglos intentando gobernar un reino como el de los vampiros! Ahora trata deconvencer a mi madre para dar la vuelta al mundo en barco; dudo que loconsiga. Mientras tanto, han convertido mi casa en Laglio en su nuevo hogar.

Y sí, Robert es el nuevo rey ; y, contra todo pronóstico, lo está haciendo bien yno ha puesto patas arriba todo el sistema. Quizá sea porque pasa más tiempo enHeaven Falls que en Blackhill House. ¡Algo que a Shane le encanta!

—¡Hola, cumpleañero!La mano de Kate se desliza por mi pelo mientras se sienta a mi lado en la

escalera. Es 31 de diciembre, Nochevieja, y también mi cumpleaños. Nada másy nada menos que ciento setenta y un años; pero para mí es como si acabara denacer. Inclina su hombro sobre el mío y me da un empujón cariñoso.

—¿Todo bien? —pregunta.Le recorro el brazo con los dedos antes de cogerla de la mano. Ella me mira

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con sus resplandecientes ojos verdes. Asiento con una sonrisa y la abrazo hastaacurrucarla contra mi pecho. Huele a violetas y su pelo me acaricia el cuello conel tacto de una pluma. Su cuerpo se ajusta al mío como si yo hubiera sido sumolde. Estar con ella es mi adicción. Mi cuerpo se pone tenso y la abrazo conmás fuerza.

—¿Crees que tardarán mucho en largarse? —le pregunto con voz ronca.La casa está llena de gente. Marie ha organizado una fiesta sorpresa para mí,

por la cual llevo amenazado una semana para que no se me ocurra escabullirme.¡Sorpresa!

—Olvídalo, tu hermana es capaz matarte si desaparecemos ahora —mesusurra escondiendo el rostro en mi pecho.

—Pero moriré feliz —replico.Kate se echa a reír y me da un golpecito en el muslo. Jane acaba de salir de

la cocina con una tarrina enorme de helado. Nos saluda con la mano y se dejacaer en el sofá con un suspiro. Ha dejado su trabajo y piensa trasladarse aHeaven Falls con su prometido para estar cerca de Kate. La relación entre ellasha cambiado y sé lo feliz que Kate se siente por tener a su hermana cerca. Sinsecretos, sin mentiras.

—Jane está embarazada —dice Kate de repente.La miro sin poder disimular mi asombro.—¿En serio?—Sí. Ella aún no lo sabe.—¿Y tú sí?Kate sonríe sin apartar los ojos de su hermana.—Tú también lo sabrías si te hubieras fijado. —Cierra los ojos y me aprieta

el muslo con sus dedos—. Escucha.Hago lo que me dice y concentro todos mis sentidos en Jane. Al principio no

consigo oírlo, pero poco a poco voy limpiando el ruido hasta que todos los sonidosdesaparecen excepto uno. Un leve latido, rápido y constante. Sacudo la cabezasin dar crédito y un hormigueo que me encoge el estómago.

—¿Te parece bien? —No puedo evitar preguntárselo.Ella me mira a los ojos y asiente completamente convencida.—Claro que sí. Ese niño es mi oportunidad —responde. Sabe qué es lo que me

preocupa, porque me conoce mejor que yo mismo. Su voz brilla de emoción—:Yo nunca podré tener hijos, pero ese pequeño será un poco mío. Seré para élcomo una segunda madre, solo que yo podré consentirlo y mimarlo todo lo quequiera. ¡La tía Kate será la más enrollada!

No puedo evitar que el corazón se me encoja. Ni tampoco pensar en cómosería tener un hijo con Kate, a cuál de los dos se parecería y qué tipo de padresseríamos. Eso es algo que ninguno de los dos sabremos. Me acerco y rozo suslabios con los míos, mientras le cubro la mejilla con la mano.

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Adrien acaba de llegar. Lo sé antes de verlo cruzar la puerta. Al igual que élsabe dónde me encuentro sin necesidad de buscarme. Viene directo hacia mí conSarah de su mano. Una sonrisa se extiende por su cara y yo se la devuelvo sindarme cuenta. Ahora es mi hermano, y le debo tanto.

—¡Feliz cumpleaños, idiota! —dice mientras cierra su puño para chocarlocon el mío. Después besa a Kate en la mejilla.

Se sienta un peldaño más abajo y arrastra a Sarah con él hasta sentarla sobresus rodillas. Me gusta verlos juntos, y no porque eso signifique que se ha olvidadode Kate. Adrien necesitaba a alguien como Sarah en su vida. Y por cómo lamira, sé que es « ella» .

—¡Kate, ven, tienes que ver esto! —grita Jill desde un rincón. Agita la manoen el aire, apremiándola para que se dé prisa. Una sonrisa de oreja a oreja leilumina la cara—. ¡Sarah, tú también!

—Ahora vuelvo —dice Kate. Me da un beso en la mejilla y se marcha conSarah al encuentro de su mejor amiga.

—¿Cómo lo llevas? —me pregunta Adrien.Me encojo de hombros sin mucho entusiasmo. Él esboza una sonrisa que,

conociéndolo, debería darme miedo. Mete la mano bajo su cazadora y saca loque parece una botella envuelta en papel de regalo. Le quito el papel y no puedoevitar quedarme con la boca abierta. Tengo en las manos uno de los mejoreswhiskies escoceses del mundo, un Glenfiddich de 1937. Lo que se traduce enmuchos miles de dólares la botella. Creo que este chico empieza a ser una malainfluencia para mí.

—¿De dónde has sacado esto? —pregunto, de repente más animado.—¡Sé hacer regalos, eh! —Se pone de pie y me guiña un ojo—. Vamos a

tomar el aire.Lo sigo hasta la calle. Ha dejado de nevar y el suelo está cubierto por un

manto impoluto de nieve. Caminamos sin prisa hasta adentrarnos en la arboleda.El silencio es sobrecogedor. Adrien abre la botella y me cede el primer trago.¡Dios, está bueno! La conversación oscila entre bromas, deportes y futurosplanes de cosas que no sé si lograremos hacer algún día. Pero me gusta perder eltiempo de ese modo. Entre nosotros se ha establecido algún tipo de pacto nohablado, y evitamos mencionar cualquier cosa que tenga que ver con ellos.Arcángeles. La palabra nos viene demasiado grande. Ninguno de los doslogramos hacernos a la idea de que eso es lo que somos ahora, y no sé si algúndía lo asimilaremos. Adrien acaba de colocar una piedra sobre la nieve y conuna rama intenta jugar al golf lanzando una bola alta. Falla el primer intento y daun traspié. Rompo a reír y la botella se me escapa de las manos. Consigo cazarlaal vuelo y me caigo de culo. Esta vez es Adrien el que se parte de risa a mi costa.No debería beber con el estómago vacío.

—Dais pena.

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Kate acaba de aparecer tras nosotros. Nos mira con los brazos cruzados sobreel pecho y una enorme sonrisa.

—Sarah te está buscando —le dice a Adrien.—¡Hora de irse! —replica antes de arrebatarme la botella y desvanecerse en

el aire.Kate se me queda mirando durante unos segundos. Y yo no soy capaz de

apartar la vista de ella. Despacio, se acerca y me coge de la mano. Me lleva conella serpenteando entre los árboles. No dice nada. Solo se vuelve y me mira conlos ojos entornados y una sonrisa coqueta. Se me acelera el corazón y me golpealas costillas con fuerza. Sé que puede oírlo, pero no me importa que sepa el poderque tiene sobre mí.

Al llegar junto al arroyo se detiene. Apenas unos centímetros de aire separannuestros cuerpos. Levanta la barbilla y me mira a los ojos, mientras saca delbolsillo trasero de su pantalón un pequeño sobre de color blanco.

—Feliz cumpleaños —susurra.Cojo el sobre y sonrió. Con rotulador ha dibujado un corazón y ha escrito mi

nombre dentro de él. Lo abro y saco una tarjeta en la que solo hay escrita unafecha: 25 de abril. La miro a los ojos.

—¡Me encanta, en serio! Siempre he querido una de estas.Kate sacude la cabeza y suspira con ganas de estrangularme.—Ni siquiera sabes lo que es.—Sí que lo sé —replico, rodeándole la cintura con las brazos—. Es el día que

nos conocimos.Sonríe y se muerde el labio.—¡Bingo! Pero es la fecha de algo más.Frunzo el ceño y trato de pensar a qué se refiere.—Vale. Me has pillado —admito, dejando caer la cabeza hacia delante.Noto que se ha puesto nerviosa por la forma en la que traga saliva. Toma aire

antes de empezar a hablar.—Hay algo que he estado evitando durante un tiempo sin saber muy bien por

qué. Creo que… porque en el fondo sabía que nos precipitaríamos si dábamos elpaso, porque ese momento aún no había llegado para nosotros. Necesitábamosvivir algunas cosas para estar de verdad preparados. Ahora sé que estoypreparada y que lo deseo más que nada.

Vuelve a meter la mano en su bolsillo y saca una alianza de hombre. Yoacabo de quedarme sin aire. Me mira a los ojos y tengo que esforzarme para queno se me doblen las rodillas. Sé que he empezado a sonreír como un idiota.

—Bueno… —Se le escapa una risita mientras toma mi mano y me pone elanillo muy despacio—. ¿Crees que estarás libre para ese día? —Lanza unamirada elocuente hacia el cielo y la timidez hace que le brillen los ojos—.Porque si lo estás, creo que sería un día perfecto para casarnos.

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Dejo escapar un profundo y lento suspiro. Cuando creo que no puedo amarlamás, va y hace algo como eso.

—Creí que no me lo pedirías nunca —replico.Me agarra de la camisa y me da un golpe en el estómago, completamente

avergonzada. Quiero sentir sus labios contra los míos. La miro muy serio, porquees uno de lo momentos más importantes de mi vida y quiero que pueda sentirlo.

—Estoy completamente libre. Y y o también creo que es un día perfecto paracasarnos. ¡Me muero por convertirte en mi esposa, Kate!

Ladeo la cabeza y la miro, y su irresistible sonrisa ilumina mi mundo y mellega al corazón, con ese cosquilleo al que nunca lograré acostumbrarme. Meinclino y la beso, y como siempre ocurre, todo se desvanece a mi alrededor.

No importa cuánto tiempo pase. Kate me sigue doliendo como una heridaabierta. Abierta por el amor que siento, por el fuego que me abrasa las entrañasy por un deseo puro e insaciable. Ya no siento ese vacío en el estómago, porquehe encontrado justo lo que debía llenarlo.

A lo lejos un coro de gritos comienza una cuenta atrás. Diez, nueve, ocho… Elaño se está acabando.

Mi vida no es para nada tal como la había imaginado.Es mil veces mejor.Porque ya no hay sombras. Kate las borra con su sonrisa tranquila y llena de

complicidad.Porque ella es mi cielo.La luz que ilumina mi alma oscura.El firmamento se enciende con fuegos artificiales que no tengo ni idea de

dónde han salido. Kate mira al cielo y empieza a reír.—Feliz eternidad —dice mientras me abraza.—Feliz eternidad —susurro antes de besarla de nuevo.

Fin

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Agradecimientos

Escribir agradecimientos probablemente sea para mí la parte más difícil de todoel proceso de creación de una novela. Siempre tengo la sensación de que estoyolvidando a alguien, y probablemente lo haga, aunque esa no sea mi intención.

En muchos momentos he llegado a pensar que no escribiría Juego de ángeles.Han pasado años entre los dos primeros libros y este último volumen. En todo esetiempo ocurrieron muchas cosas, entre ellas que escribí tres novelas, y esetiempo me hizo madurar como escritora. Así que, cuando quise continuar AlmasOscuras y me reencontré con los personajes, me di cuenta de que mi percepciónsobre ellos y el mundo ficticio que había creado y a no era la misma. Vi quemuchas de las ideas que tenía ya no eran válidas y casi tuve que empezar decero. Me ha costado mucho encontrar el camino. Pero en este momento, cuandomiró hacia atrás y hago balance de todos estos meses en los que casi me vuelvoloca, veo que ha merecido la pena. Estoy orgullosa de Juego de ángeles.

Quiero dar las gracias a todos mis lectores por ser tan increíbles. Son miinspiración para escribir y significan más de lo que puedo expresar con palabras.Sin su apoy o y su paciencia, ahora no estaría escribiendo estas palabras. ¡Sois losmejores!

A mi brillante agente, Lola Gulias, por ser la vela que impulsa este barco. Tuapoyo, tu fe y tu amistad incondicional no dejan de sorprenderme. ¡Por nomencionar tu paciencia al oírme hablar sin parar de todos esos proy ectos ydesvaríos que ni yo misma entiendo! Te quiero; muchas gracias.

A Ilu y Verónica, mis editoras, que siempre se han asegurado de que mesienta cómoda y han sido las personas más comprensivas del planeta, esperandocon una infinita paciencia que yo pudiera acabar esta novela. Sois maravillosas;me encanta trabajar con vosotras.

Debo una gratitud absoluta a mis chicas: Cristina Más, Marta Fernández,Yuliss Hale y Raquel Cruz. Por ser las mejores amigas que podría desear, y porser las primeras personas en leer y comentar mis historias. Sin vosotras nomantendría la ilusión. Y tan importantes como ellas, también lo son VictoriaVílchez, Rocío Carralón, Pat Cásala y Antonia Romero. Sois mis almas afines.

A Bea Magaña. Eres un regalo.A Natalia Perez, Nazareth Vargas, Virginia Sobreira y Patricia Fernández.

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¡Quién me lo iba a decir! Os quiero mucho, chicas.A Eva Rubio y Daniel Ojeda, siempre en mi corazón.A todas esas personas que he ido encontrando por el camino y que han

acabado ocupando un lugar especial en mi corazón. Es imposible nombraros atodos, pero vosotros y a sabéis quienes sois. Gracias por estar ahí cada día, porcomentar todas mis tonterías, y por todos esos « Me gusta» . Soy afortunada portantos amigos virtuales.

Quiero darles las gracias a mi familia y amigos por no odiarme cuando losabandono durante días enteros para terminar un libro. Os quiero mucho más porello.

A Celia y Andrea, nunca podré agradeceros lo suficiente que me hayáisdejado escribir mis libros, y que no os haya importado comer tantos macarrones.¡Estoy tan orgullosa de vosotras!

Finalmente, quiero dar las gracias a William, Kate, Adrien…, a todos lospersonajes que han dado vida a Almas Oscuras. ¡Os voy a echar mucho demenos!