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PONTE AL CIEN Prólogo. ACCION, HUMILDAD Y HONESTIDAD 1 1

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PONTE AL CIEN

Prólogo.

ACCION, HUMILDAD Y HONESTIDAD 1

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PONTE BIEN

Este libro viene a llenar un espacio que requería un examen de la vida personal de cada quien. Respondiendo a este espacio, Erasmo Salinas autor del libro PONTE BIEN, PONTE AL CIEN, formula un análisis del hombre actual y lo abastece de reflexiones y guías.

El libro plantea que el propósito esencial del hombre, es ser una persona humana, por lo que presenta vivencias personales que ayudarán a los lectores a descubrir y dar sentido a su vida.

Como resultado de la sociedad actual en que vivimos, la cual está llena de demandas que originan un alto grado de estrés, el individuo pierde su sentido de la existencia.

Este libro no es una obra más de autoayuda, el lector podrá apreciar la diferencia de aquellos textos que suministran el modo fácil y rápido de obtener fortuna sin fuerzo alguno. El autor no se ha limitado a una recopilación pasiva de información, sino que es el resultado de su experiencia personal y de cómo se esfuerza para lograr en su vida privada el éxito.

Finalmente, confío en que esta obra, resulte de interés para directivos, profesionales, técnicos, trabajadores, estudiantes, padres de familia y en general para aquellas personas que se sientan motivadas por encontrar el desarrollo de su proyecto de vida.

C.P. Rodolfo E. Núñez Centeno.

Desde aquí comienza tu aliviane, métete eso en la cabeza y vamos directo al grano, como en una plática de amigos, sin rodeos, sin capítulos o formatos prediseñados. Como va…

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A manera de introducción déjame en primera instancia extenderte un caluroso saludo y darles la bienvenida tanto a tu persona como a tu parte espiritual, pues bien, puede ocurrir en este proceso que lleguen a discordar una con la otra, a medida que te adentres en esta breve obra, donde tal vez una parte (tu mente), tienda a estar en contraposición con mucho de lo que aquí se plantea; mientras que el otro polo (tu corazón) se ponga a favor de quitarse el antifaz, en un intento por descubrirte tal como eres y hacer al respecto entonces, lo que tu conciencia dicte.

Sería deshonesto de mi parte decir que no poseo aspiraciones con el trabajo aquí plasmado, aunque de cierto hay que el aspecto material o el asunto de la fama es poca cosa en comparación a lo que voy deseando en realidad y que es, como te lo dice el título: “Ponerme bien, Ponerme al cien”. Y esto es así porque reconozco que la primera persona con quien quiero estar bien es conmigo mismo (y no es egoísmo), conforme a mi propio código rector, que como ya verás se rige por tres pilares: la honestidad, la humildad y la acción.

Este pequeño tributo es una ofrenda hecha desde el alma al “Padre Bueno”, a Dios. Lo mismo que a ti, carnalito. Dondequiera que te encuentres hermano, te lanzo esta dedicatoria.

He de reconocer por supuesto, la importancia que representan las personas que más quiero en la vida y que son mi inspiración para el diario vivir: mi esposa Liliana, mis hijos Alberto, Alejandro, Amanda y mi madre.

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Te voy a decir que justamente lo que puedes esperar de este libro, es lo que dice su título. Y aquello que no va a ocurrir es que pase sin tu voluntad y participación.

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Después de todo, ¿quién no quiere estar bien?Eso es lo que todos queremos y de allí que te invite a quitarte la máscara y…

¡QUE SE ABRA EL TELÓN!

La idea fundamental a lo largo de este recorrido, será plasmar una serie de conceptos que en su conjunto tiendan a elevar nuestro estado anímico, en donde se aconseja hacer uso de la reflexión objetiva y privilegiar el hecho de ponerle acción a nuestras vidas sin dejarse vencer por esos enemigos conocidos como tentaciones negativas que siempre nos acechan y conducen a estados de infelicidad tales como la depresión.

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¡SÚBETE AL “CUETE”!

A manera de recomendación te propongo que vayas haciendo una lectura pausada y programada para obtener la mejor asimilación de los conceptos.

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Quienes que conocieron el lado oscuro (violencia, alcoholismo, etc.) de cierta etapa de mi vida y que sabían de mi modesto origen económico, además de la inconclusa preparación académica que obtuve por abandonar la carrera y por si fuera poco, aquellos complejos y traumas con los que hube de crecer al desarrollarme sin esa figura paterna que yo añoraba y el hecho de presenciar aquel trágico accidente que le costara la vida a mi único hermano. Pues bien, decía que aquellos que conocen mi historia, me han confesado que no se hubieran atrevido a apostar un sólo centavo por mi futuro.

Y no te digo esto porque ahora mi vida sea un ejemplo. Lo platico por la razón de que, sí superé las expectativas adversas que se me señalaban en función de aquellas circunstancias. Y ese testimonio de seguir adelante te lo comparto reconociendo que esto fue posible a partir de asumir el control de mi vida. Es decir, que fui tomando las riendas de las acciones y decisiones que me concernían y asumiendo las responsabilidades que se generaban.

Enfrentarse, tal vez no sea tarea fácil; pero hay que empezar ya.El principal reto en esta empresa será la constancia. ¡Ojo! En realidad, esa constancia es la lucha contra uno mismo, la batalla diaria contra la mediocridad y el conformismo. Porque si realmente quiero ser mejor persona, deberé tomar esa decisión en serio y sin flaquezas. No voy a cargarme las pilas hoy sí y mañana no. Para ello, lo conveniente es vivir un día a la vez, sin entender por esto, que vayamos a cancelar nuestras aspiraciones futuras, pues la idea en este tema se refiere a mi actitud permanente, a que día con día sea el mismo: íntegro, auténtico.

Y vaya que resulta sencillo decirlo, ¡pero hacerlo no! Sobre todo cuando se trata de alguno de los tres deseos más recurrentes, (salud, dinero y amor).

Ejemplificándolo, tendríamos que, si estoy gozando de buena salud, me resulta tan natural esta condición, que la mayoría de las veces no la valoro y al contrario, en un estado de enfermedad no es únicamente el vigor vital el que se ve mermado, pues también “en automático” se

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refleja un trastorno en el ánimo y así se manifiesta un déficit de integridad, evidenciado en mi renegar por la enfermedad, en el esperar que se me consienta, en los miedos o la conmiseración que de mí pueda sentir, etc.

El punto aquí, es que bajo esa situación resulta difícil, pero no imposible mantener el buen ánimo y eso es justamente lo que debo hacer.

Por eso decimos que no siempre el camino más corto o el menos difícil es el mejor.

Ahora bien, si falta el dinero, las reacciones más comunes suelen ser: angustia, estrés, pérdida de seguridad o sentimientos de fracaso. Y todo esto conlleva en algunos casos a graves consecuencias como el mismo suicidio y en otros, no tan severos, a que dicho estado se prolongue indefinidamente y alberguemos resentimientos de todo tipo, al creer que la pobreza es nuestro destino.

Por ello, al dinero hay que darle su justo valor; sin olvidar que es un buen siervo y un mal amo y que por lo tanto, con o sin dinero en el bolsillo, la dignidad humana deberá prevalecer.

Toca el turno al amor, sentimiento que pocos pueden describir con precisión, pero que al fin de cuentas todos podemos sentir:¿Qué pasa cuando me siento rechazado, humillado, traicionado, burlado o no correspondido? La reacción habitual se manifiesta en un decaimiento general en la gran mayoría de los casos y en otros, cuando afloran sentimientos de ira o de venganza, también llegan a presentarse pensamientos suicidas o actitudes completamente derrotistas. A todas luces, esto no es correcto, y mucho menos si analizamos que el origen de esta situación radica en algo tan sublime como el amor. Entonces, siendo objetivos deberemos admitir que nos gana el orgullo o bien, el egoísmo se apodera de nosotros y la lucha por recuperar el control y conservar la dignidad ya no la deberemos enfocar en el

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desamor. Y no estoy diciendo que se requiere tener un corazón de piedra. ¡Por supuesto que se vale llorar y sentir! Lo que no se vale es que uno mismo suelte el timón de ese barco llamado vida, dejándose llevar por la marea, cualquiera que sea la circunstancia.

Aprendamos pues, a accionar, en vez de reaccionar. Pues vale la pena recordar que llevamos instalado un cerebro y estamos también provistos de un espíritu.

¿Y para qué tengo un espíritu si no es para trascender? ¿Y para qué una mente si no para pensar y elegir?

Cuando hablamos de pensar, elegir y trascender, es recomendable definirse los derroteros. Claro está; como ya decía, que antes de buscar o esperar que se presenten las situaciones para entonces responder a ellas, hay que ser generadores de acciones y de oportunidades, desenvolviéndonos en una línea de humildad que permita aceptar las fallas de los procesos y tener esa disposición para repararlos.

En ocasiones que se definan como difíciles o dolorosas, el mejor aliado estará en el concepto que tengamos de la dignidad, que seguramente, si es bien entendida, sabrá llevarnos lejos del arrastre de la corriente.

De pronto pudiera pensarse que más valdría no tener corazón, pero puedes apostar a que no es la insensibilidad la que te fortalece el carácter.

Ahora que estamos en el sermón, tengamos presente cuán determinante llega a ser el escuchar y tratar de entender a quienes conforman nuestro entorno, para que antes de emitir un juicio o comentario, las ideas vayan bien procesadas y de allí consiga que mis expresiones físicas o verbales estén lo mejor impregnadas de prudencia y sensatez. Esto, en contraposición a las actitudes protagónicas y egoístas o atrabancadas (en el mejor de los casos) que

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resultan de la inconciencia, la neurosis, la vanidad y otra larga lista de defectos de carácter.

Queda de manifiesto que siempre tendré alternativas en cuanto a cuál será mi actuación ante determinados hechos, y éste es un punto importantísimo al verificar que la capacidad de elegir es una de las características que hace al hombre diferente del resto de las especies. Y si hago buen uso de ella, también me hará un mejor ser humano.

Porque un orangután no escoge entre si desea trabajar en un circo, servir en un laboratorio, irse al zoológico o permanecer en la selva. Y si come, se reproduce o pelea, lo hace por instinto y no en ejercicio de su capacidad de elegir, que es sumamente limitada.

En cambio, la persona a cada instante de su vida está tomando decisiones. Algunas tan básicas como la ropa que vestirá; otras de regular importancia como es el caso de tomar unas vacaciones; y las que llegan a ser trascendentales como el hecho de formar una familia o elegir una carrera.

Algunas veces se pregunta por qué tan pocos individuos llegan a considerarse como exitosos. Probablemente eso dependa en gran parte de lo que entendamos por tal calificativo; porque en la inmensa mayoría de los casos, tener éxito es sinónimo de gozar de una buena posición económica; y no se pude negar la importancia de ver satisfechas las necesidades materiales ni se va a tachar que alguien tenga aspiraciones de cualquier índole.

Por supuesto, que los deseos son legítimos y probablemente quien no los tenga; en lugar de leer este libro deba buscar sitio con los monjes tibetanos, apropiándose de la filosofía budista.

El tema es, que el éxito no está únicamente en las posesiones o en alcanzar una meta; en realidad debe verse como un estilo de vida. Y actualizando la frase de que “lo difícil no es llegar sino mantenerse”, le vamos a agregar que el verdadero reto está en seguir avanzando

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continuamente, una vez que se ha llegado y sostenido determinada posición.

Ciertamente, existen genialidades que destacan por encima del común denominador de las personas que poseen un carisma especial o alguna facultad física o de otro tipo que les permite destacarse por encima de los otros. Pero también está el otro grupo, que a pesar de de toda clase de adversidades han conseguido triunfar y convertirse de esa manera en ejemplos a seguir e inspiración para muchos.

¿Y cómo lo han conseguido? Empleando la fórmula mágica: “Más y Mejor”.

Así es compañeros, tan sencillo decirlo.

Y efectivamente, aquellas personas que vencieron la adversidad y destacaron entre los demás, lo hicieron partiendo de un compromiso con ellos mismos, aceptando sus limitaciones y luchando contra ellas, dando siempre más de lo ordinario, lo cual los convierte en seres extraordinarios y sin limitaciones.

Porque así debemos verlo; el principal compromiso es con nosotros mismos, de adentro hacia fuera y no a la inversa, dando primero y recibiendo después. Sin caer en aquello que lamo el masomenismo y que ya forma parte de una cultura, la de vivir con el más o menos, porque recordemos que muchas de las veces el temor al fracaso es en realidad miedo al éxito. Ese temor es lo opuesto a la fe, entendiendo por fe el desear y esperar siempre lo mejor.

En cuanto a la lucha diaria contra nuestras limitaciones, ése es un proceso en el que se trabaja continuamente, hasta formar hábitos positivos e interiorizar en nuestras mentes los conceptos que habrán de regir nuestras vidas, templando el carácter y desechando toda influencia negativa, convencidos de que no hay esfuerzo sin recompensa y concientes de que tampoco habrá recompensa sin esfuerzo. Esto señores, es una ley de la vida.

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Cuando aconsejo dar más de lo ordinario lo digo en general, entendiendo que ésa será la transformación de mi vida, no solamente en el trabajo o con la familia, también en el estudio, en lo espiritual, en la amistad, ¡EN TODO (lo bueno)!

Y no gracias a las circunstancias o a las demás personas, sino de ser necesario, a pesar de ellas, remando contra corriente de ser preciso y dejándome guiar en el camino por la conciencia y la intuición.

Aquí es donde muchos se doblan y otros se quiebran, cosa comprensible, pero no justificable; dado que la responsabilidad puede ser grande y pesada, pero sigue siendo la responsabilidad y debe cumplirse, aún cuando no tenga ganas de hacerlo o me resulte cansado, aburrido, etc. Aunque desde luego es deseable disfrutar con lo que hago y no renegar de ello, pero eso no significa que si atender una responsabilidad no me resulta grato, por esa sencilla razón la vaya a eludir. ¡ABSOLUTAMENTE NO! Y por eso lanzo la invitación a que cada quien defina cuáles considera sus responsabilidades (sabiendo que claramente existirán algunas que por su naturaleza de obligatoriedad no requieran ya de ser consideradas). Y al establecer lo anterior se generará un compromiso con su cumplimiento y por haber sido libremente determinadas tendremos un mayor grado de satisfacción al enfrentarlas.

Viene bien recordar aquélla sabia frase: “Cuando ya el dolor te agobie y no puedas más seguir, descansar acaso debas, pero nunca desistir. Desistir es de cobardes…”. Y qué me dices de aquélla que reza: “No claudiques. Si en la lid el destino te derriba, si todo en tu camino es cuesta arriba, si a tu caudal se contraponen diques, si tu sonrisa es ansia insatisfecha, si hay faena excesiva y vil cosecha. Date una tregua, pero no claudiques”. Interesante ¿no?

--------------------Tal vez yo no pase a la historia como un gran personaje de la humanidad, pero de cualquier modo no quiero reprocharme algún día, que si no cumplí mis propósitos fue por cobardía o pereza. De

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hecho, no pienso buscar culpables, menos aún cuando para mí, el fracaso definitivo no es una posibilidad. En todo caso, aquellos resbalones o derrotas habré de considerarlos como parte de mi aprendizaje y fortalecimiento personal. Sin embargo, no me cortaré las venas ni me esconderé en las cobijas de mi cama. Porque esas actitudes y otras parecidas me demeritan achican y derrumban. Baste recordar que siempre es más fácil destruir que construir.

A la inversa, si aplico el principio de que el camino más corto (abandonarme en este caso) no es siempre el mejor y levanto la frente caminando hacia delante, respirando profundamente, analizando mis alternativas y tomando decisiones, eso es lo que me hará crecer. Sin importar que otros lo noten o no, porque ése es mi propio regalo.

¿Qué es lo que ocurre con el común denominador de la gente en lo relativo a las aspiraciones? Sucede regularmente que el individuo promedio es programado con un esquema de limitaciones que literalmente le cortan las alas. Y aquí podríamos inventar una breve historia para ejemplificarlo, misma que seguramente se parecerá a la de muchos:

A Pedrito se le inculcó desde pequeño la idea de que debe terminar una carrera académica para que al finalizarla consiga un empleo que en el mejor de los casos sea bien pagado o en su defecto, que emprenda un “pequeño negocio” y posteriormente contraiga matrimonio, tenga hijos, sobreviva mientras pueda hacerlo y “entregue el equipo” (muera). Y aunque este modelo de vida no es el peor de todos (mucho menos el mejor), puede suceder que nuestro protagonista tal vez se case antes de lo debido y no termine sus estudios; o que habiéndolos concluido no consiga un empleo que resuelva sus necesidades o aspiraciones. Lo peor de todo es que tal vez llegue a proponerse alcanzar un sueño, viéndose ridiculizado y limitado por su mismo entorno que le dice: “No te la quiebres”, “llévatela leve”, “Para qué te esfuerzas tanto, si nadie lo va a notar”, etc., etc.

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Y Pedrito permite que esto ocurra por carecer de las armas para luchar contra corriente y finalmente “baja bandera” cancelando sus anhelos. ¿Y cómo no? Si desde chico se le metió en la cabeza que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, en lugar de hacerle ver que quien no vive para servir no sirve para vivir. Si se le dijo que la gente distinguida, poderosa o acaudalada se ha valido de prácticas indecentes o deshonestas para llegar a donde están o que simplemente consiguieron dar un golpe de suerte o gozar de la fortuna de nacer en cuna de oro.

Si sus padres, amigos compañeros y tal vez hasta su propia esposa jamás creyeron que él pudiera ser “alguien en la vida”. Pero lo verdaderamente triste es que Pedrito fue su propio verdugo, se asesinó a sí mismo. ¿Dónde te perdiste Pedrito, por qué dejaste de creer en ti y de quererte?

Ahora, si Pedro quiere resucitar deberá recobrar la potencialidad perdida y salir de ese laberinto sin salida. ¿Y por dónde si no tiene salida? Pues por donde entró, por allí mismo. Diciendo: ¡ya basta! me quiero alivianar. Porque las caídas se hicieron para levantarse y si bien no existe una varita mágica que te saque del hoyo, Dios te ha provisto de la inteligencia mínima necesaria para darte cuenta de qué es correcto y qué no lo es, sin mencionar las cualidades físicas que poseemos los seres humanos y rara vez explotamos como debiéramos. Allí es donde nos maravillamos e inspiramos en aquellos triunfadores que con alguna invalidez, retraso mental o enfermedad terminal, llegan a ponernos el ejemplo de que con mucho menos de lo que tenemos se puede lograr lo que a simple vista parece imposible. Porque en aquello que se puede creer, se puede materializar. Así que a Pedro le vamos a decir que puede salvarse, si quiere.

Ya previamente habrá creído y al llegar este momento solamente le hará falta querer. Si Él no quiere, aunque todos los demás quieran, no se podrá. Y aquí es donde sugiero cambiar el debo y el puedo, por el quiero; porque hay cosas que puedo hacer y debo hacerlas, pero si no quiero, lo más probable es que no las haga o bien; las efectúe de mala gana, y así no servirá.

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Porque lo que vale la pena hacer, merece la pena el hacerlo bien.

Voy a poner un ejemplo, ahora mismo, en este instante; a pesar de que disfruto inmensamente la escritura, debo confesar que siento el llamado de mi familia. Después de algunas 10 horas de trabajo, poco más, poco menos, es natural que estén esperándome mi esposa e hijos y que me vea tentado a suspender la escritura. Pero esa tentación es permanente, la tengo hoy y la tendré mañana, lo mismo con mi familia, pero ya tendremos tiempo de estar juntos. Y yo no me voy a descansar si aún no me he cansado. Es como siempre digo: si el precio del éxito es el cansancio, resulta barato.

Ahora que, si me llega la inspiración me conviene aprovecharla, como va, en el presente. Pues lo que me llegue el día de hoy a la mente tal vez no sean los mismos conceptos que fluirán mañana. En fin, la cosa es que este libro no se escribe solo. Yo no le digo a la pluma: anda pluma, piensa en algo interesante y escríbelo en aquella hoja. Tampoco es algo como ponerse a seleccionar palabras de un diccionario para luego copiarlas; y mucho menos buscaría tomar otro libro para fusilarlo. Resulta elemental que si quiero un buen resultado me voy a exigir un buen trabajo. Tan claro como el agua.

--------------------Te comparto que hace aproximadamente 7 años me encontraba atravesando una crisis económica verdaderamente lamentable; completamente tronado; con dos pesos en la bolsa que gasté en la compra de un cigarro y en hacer una llamada por teléfono público para conseguir algo de dinero prestado. Recuerdo que por la noche salí al patio a fumarme ese cigarro y estallé en ira conmigo mismo, mirando hacia las estrellas y pidiéndole a Dios una oportunidad, lo mismo que comprometiéndome con un: ¡YA BASTA! a salir de ese bache. Mientras mi mente se hallaba bloqueada, mi espíritu se negaba a rendirse

A la mañana siguiente, opté por levantarme más temprano de lo habitual, ayudar con algo en la casa, hacer ejercicio y dirigirme a la

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iglesia para encomendarme a ese Poder Superior, Dios; como yo lo concibo, y puse en práctica lo que ahora llamo el bloqueo positivo: Por el día de hoy ver únicamente lo bueno; sólo por hoy entregar mi 100%; por ningún motivo admitir ideas o pensamientos negativos; si me canso, ya descansaré luego; si diez me dicen que no, ya uno dirá que sí. Nada de lo malo que me haya pasado, esté ocurriendo o pueda suceder me interesa hoy; en el presente, que es lo único que tengo, le doy vuelta a las tentaciones peligrosas, mantengo a raya mis defectos de carácter, hago hoy todo lo bueno que puedo hacer y lo malo lo dejo para mañana, sin dejar que llegue dicho mañana.

Respecto a esto último, te puedo decir que el posponer las cosas nocivas suele traer como resultado el desvanecimiento de esa negatividad, que al paso de los días se va diluyendo en la desatención. De otro modo, al “clavarse” con malos pensamientos o sentimientos, solamente conseguimos “darle alas” a esa parte oscura de nuestro ser, que luego se llena de veneno y no perderá oportunidad para contaminar el ambiente, al margen del nivel de insatisfacción que representa toda esa generación de basura.

Quiero dejar claro que no estamos hablando de evadir responsabilidades, al contrario, el enfoque lo vamos a centrar en dos puntos: 1.- Hacer todo lo posible porque las vivencias no se vuelvan conflictos y 2.- Que si a pesar de hacer lo propio se generan dificultades, entonces habrá que encararlas con valor, aplicando la observación a su desarrollo para obtener un aprendizaje; y si finalmente es algo que no esté en mis manos resolver o pudiera generar un daño colateral con mi persistencia, decidiré darle vuelta a la página; no sin antes hacer un verdadero examen de conciencia que me dicte si procede efectuar alguna reparación de daños, extender alguna disculpa honesta o determinar si me corresponde aplicar una dosis de tolerancia y paciencia.

¡Ojo! No estoy hablando de cobardía o valemadrismo, ¡no! Hablo de no ser necio; porque la necedad estanca, tanto como la ignorancia y el ocio.

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Es como el famoso concepto ensayo – error, en el cual tras la experimentación, después de una serie de fallas se llega al resultado óptimo. ¿Pero qué caso tendría empecinarse en volver óptima una de las fallas y seguir por el camino equivocado?

--------------------Me ha llegado el recuerdo de una conversación que sostuve hace algún tiempo con un amigo, que se mostraba agobiado al no sentir que en su casa reconocieran sus esfuerzos. Decía que su esposa renegaba continuamente por las carencias y no reparaba en todo lo que sí poseían y que era, en realidad, más que suficiente para vivir con decoro y honestidad.

Al verlo que esperaba un comentario de mi parte, opté por dirigirle aquella trillada frase “No te preocupes, échale ganas”.

Naturalmente, ésa no era la respuesta que él esperaba y antes de que me dirigiera cualquier extrañamiento por ese pobre comentario, traté de hacerle ver que en el sentido más objetivo posible, no podía hablarse de que tuviera un problema real y en todo caso la percepción de que su núcleo familiar no le rendía los honores esperados lo estaba llevando a exacerbar un estado depresivo, que no tendría problema para justificarse, porque todo el tiempo encontramos elementos que promueven la inseguridad y la insatisfacción personal, que dicho sea de paso, la mayor parte de las veces resultan exagerados o subjetivos.

Si deseas escuchar que tu esposa debiera de ser más comprensiva contigo o pasársela aplaudiendo tus logros (pensando en que ella posiblemente evalúe lo que tú estás dándole, como el mínimo a lo que tiene derecho), pues por supuesto que eso sería maravilloso, pero en lo concerniente a la felicidad, cada quien es responsable de la suya, como lo es de su propia vida. Y sería bueno que dejaras de sentirte responsable por el grado de satisfacción de quienes conforman tu entorno, tal como si ésa fuera tu consigna en la vida; particularmente cuando constantemente encontramos seres incapaces de descubrir la alegría o la realización aún cuando se les plante de frente. No permitas que te enfermen y contagien esa negatividad.

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Inclusive cuestiónate si no estás exagerando o malinterpretando las cosas, pero aún si no es así, recuerda que todos tenemos derecho a elegir cuál será nuestra actitud. Es decir, que ante los mismos hechos y circunstancias se pueden observar distintos comportamientos. Ella puede enfocarse en lo negativo e inconformase con lo que tiene, sufriendo por lo que desea y no posee; si quiere, puede llorar o maldecir; si se lo permites, puede descargarse contigo y contaminarte; en el terreno de la negatividad tal vez tome una actitud pasiva y sufra en silencio; es más, en un caso extremo, hasta podría cambiarte por otro. Puede, y tal vez haga lo que quiera; porque también es dueña de sí, tiene libre albedrío.

Lo ideal, si quieres discutir el tema –continué-, es que lo hagas con ella, en términos conciliadores, exhortándola abiertamente a que reflexione sobre lo que está haciendo para merecer lo que anhela, pregunta que por cierto, tal vez no te hayas planteado a ti mismo y que previamente implica establecer las pretensiones y definir lo que para cada uno significa estar bien. Es decir, que si perciben satisfechas las necesidades primordiales y esto no es suficiente (cosa que no es mala, dado que es importantísimo y muy válido tener aspiraciones), entonces no basta con renegar, pues los berrinches por sí solos no son generadores de riqueza ni de felicidad. Hay que ver qué es lo que se está haciendo realmente por tener lo que uno quiere y poner bien firmes los pies en el suelo sin olvidar que la cuesta del éxito puede resultar larga y pesada, pero se debe aprender a disfrutar el camino, sustituyendo la amargura por la emoción, la frustración por el agradecimiento y los lamentos por acciones bien encaminadas que nos permita respaldar los sueños.

Así que una vez más te digo: No te preocupes, échale ganas, aunque después de todo este rollo, seguramente la frase cobrará un nuevo significado.

--------------------Reflexionemos un poco, antes de pasar a otras ideas, acerca de si tener por tener, es una mala idea. Hay que ver por qué y para qué

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queremos las cosas y cómo pensamos obtenerlas. Hay quienes pierden el sentido de lo que es una legítima ambición y la desbordan en avaricia convirtiéndose de este modo en personas enfermas de poder, esclavos del dinero, sin identidad; que llegan a volverse capaces de cualquier fechoría para lograr sus propósitos: fraudes, robos, asesinatos, mentiras, narcotráfico, secuestro, extorsión, chantaje, etc., etc.

Otros, hacen fortuna limpiamente, pero en el camino van perdiendo sensibilidad y con ello, sus valores y principios, olvidándose de que no es el oro, sino las obras, lo que conduce a la trascendencia. Enfatizando, que nos referimos a las buenas obras.

Es conocido, que han existido a través de la historia grandes personalidades que quedaron inmortalizadas por sus acciones sin haber acumulado grandes riquezas materiales. Lo mismo podemos saber de grandes magnates que la historia registra más que por la cuantía de sus valores económicos, en razón de sus importantes legados ideológicos y de sus obras mismas.

Ahora que, hay que decirlo, nadie está peleado con la riqueza. Hay que trabajar y ganar bastante dinero, es una idea que a todos nos agrada siempre y cuando sea limpiamente. Yo no podría ser hipócrita y expresar que la “plata” me resulta indiferente, precisamente porque gracias a ello puedo proveer a mi familia de lo necesario, salir de vacaciones, escribir este libro y muchas cosas más. Pero con la misma honradez te digo que el dinero no es, ni cercanamente, lo más importante para mí; claro que reviste importancia, pero no es lo más ni lo único que importa. El dinero es tan necesario que todos trabajamos por él, por lo tanto, al ser necesario, es también importante, innegablemente.

Un asunto nos lleva al otro. Y dicho esto, pasemos a cuestionarnos de cuán fácil resulta “enfermarse” con cualquiera de esos defectos conocidos como los pecados capitales, y con los cuales en realidad vivimos lidiando permanentemente por nuestra misma condición humana, que si bien no nos disculpa de la caída en las tentaciones, sí

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nos hace recordar lo lejos que estamos de la virtuosidad, al saber que la verdadera virtud no radica en la abstinencia pues en realidad, está en el no desear.

Por supuesto, que estamos haciendo referencia a esos deseos enfermizos, que en su modalidad de instintos le son inherentes al ser humano, sin embargo, el permitir que la lujuria, la ira, la pereza etc., nos rebasen y se nos descoyunten, es en realidad contra lo que debemos vacunarnos, ya que según decíamos, como instintos son válidos y hasta necesarios; y es el permitirles que se desborden, lo que resultaría además de perjudicial, peligroso.

Puedo vivir con mis instintos, manejándolos concientemente y no dando cabida a que en su modalidad de excesos me arruinen la vida y se la arruinen a otros. Aquí es donde corroboramos que la batalla más grande se libra contra uno mismo.

Ejemplificado lo anterior, tendríamos que si deseo tener una casa, un carro, realizar un viaje de placer o darme cualquier otra satisfacción parecida, en sí no resulta pecaminoso; es más, me parece perfectamente legítimo, pero si me limito a renegar por no estar cuajando tales proyectos y vivo midiéndome o comparándome con los demás; o llego a sufrir y me descargo criticando a los que ante mis ojos aparentemente llevan una “mejor vida”, entonces la pata de la que cojeo se llama envidia; y agregaría que no se podrá calificar como un simple conflicto de autoestima o de inseguridad porque de manifiesto queda un marcado nivel de odio que en todo caso resulta el rival a vencer (nuevamente luchar contra uno mismo).

Tratándose de una situación de peligro o de un atentado contra mi familia por ejemplo, entonces mi instinto de conservación genera una lógica defensa de cualquier índole. Pero si la ira me domina y me conduce a resolver las cosas a puntapiés y con gritos, aún si no se trata de situaciones que así lo ameriten, probablemente en el fondo lo que estoy reflejando, además de un clarísimo grado de intolerancia, es una marcada incapacidad para la resolución de conflictos, que me

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sitúa en una escala del proceso evolutivo que no corresponde a estos tiempos y sí a la era de las cavernas.

Por eso escuchamos decir a los políticos todo el tiempo en la TV. que se deben privilegiar el diálogo, la concertación, la negociación, el acuerdo.

Lo mismo se puede decir de la pereza, sabiendo que no voy a quedarme todo el día bajo las cobijas o con el trasero aplastado; ni voy a dejar que la avaricia me consuma el cerebro al creer que el dinero vale por sí mismo o a llenarme de soberbia pisoteando, humillando o mirando por encima del hombro a mis semejantes, bajo el argumento de que no están a mi altura. Y si voy a cuidar todo lo antes expuesto, por supuesto que haré lo propio con mi manera de beber y de comer, evitando que sea la gula lo que me destruya, pues viene al caso recordar que “El pez por su propia boca muere”, frase que como vemos no sólo hace referencia exclusiva a la serie de “tarugadas” que decimos sin pensar, sino también a toda la sarta de porquerías que nos metemos al organismo, so pretexto de darle gusto al paladar y fugarse así nuevamente de las voces de la conciencia.

En el muy frecuente caso de que el deseo sexual se lleve a los hechos (a la cama), no hace falta santiguarse por alcanzar el máximo grado de disfrute que dicho acto pueda representar, pero sí debe marcarse un límite en cuanto a qué clase de relaciones son permisibles y cuáles no, llámese infidelidad, aberración o cualquier otro medio perverso que termine por convertir ese instinto de reproducción en mera lujuria, que aclaro, no es lo mismo que excitación.

Y aunque no haga falta que lo diga, por supuesto que se vale descansar, gozar de la vida, disfrutar de los bienes materiales, querer y valorarse a sí mismo, darse el lujo de una buena comida, etc. Lo insano sería exacerbar esos defectos de carácter, cayendo en los extremos y trepándose a la cuerda floja.

Así que, hay que curarse, ponerse la vacuna de la conciencia diariamente y no seguir cayendo todo el tiempo. Ser congruentes con

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lo que expresamos, de lo contrario, qué caso tendría ir a confesarse, leer sobre autoestima o pasar consejos a los hijos, si en realidad uno mismo no se aplica ese código.

--------------------Sería útil plantearnos, a qué estamos dispuestos en realidad, para la consecución de nuestros objetivos. Yo estimo que la respuesta recurrentemente consistirá en el pago de un costo. Dicho precio en realidad no hace referencia al dinero, pues representa la cadena de acciones y elecciones que se desarrollan en el inicio y a lo largo de cualquier proyecto, dado que las ideas por sí mismas no bastan, se habrán de poner en práctica y sostenerse continuamente… Entonces, nos preguntamos de nuevo: ¿A qué estoy dispuesto? Y si no decido actuar en consecuencia, mejor no lo hago, pero tampoco habré de lamentarme. Voy a asumir las consecuencias de aquellas acciones, decisiones y omisiones, siendo al menos honesto con mi persona.

En la disposición radica la clave y es algo que todo mundo nota y que a veces, aunque cuesta mucho trabajo imprimir ese sello de hacer bien las cosas a la primera, de buena gana y con entusiasmo, es una actitud que luego de ser repetida constantemente llega a convertirse en un estilo de vida que, creémelo, no pasará desapercibida y te llevará a grandes satisfacciones, aún cuando en ocasiones esa disposición la tengas que sacar de no sepas dónde, con el famoso refrán:“Al mal tiempo buena cara”.

Hay una frase que escuché hace algún tiempo y que permanentemente me taladra el cerebro y la considero muy atinada a pesar de su crudeza: “Dios perdona a los pendejos pero no a los que se hacen pendejos”. Este dicho es una invitación a la congruencia, a vivir concientemente y de una forma recta. Es un llamado de atención para no salirse de ruta. Y que si te sales, inmediatamente, al darte cuenta endereces el rumbo, pues de lo contrario no hay lugar a lamentaciones, que vendrían a ser auténtica hipocresía, en virtud de que si se sabe que algo está mal, se hace y se sigue haciendo, ¿qué cara se tiene ya para mortificarse de un natural resultado adverso? Claro está que uno tiene derecho a equivocarse y hasta a ciertos

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“pecadillos”, pero siempre con la idea de reconocer los errores y el ánimo de enmendarlos y sobre todo evitando dañar nuestro entorno.

¡Ah! Antes de que se me olvide y te sientas condenado al averno te voy a reconfortar con un mensaje de esperanza certero: Dios perdona a todos, incluidos los que “nomás se hacen pendejos”. Pero no abuses de su paciencia, por si las dudas…

--------------------Hay algo que quiero que sepas amigo lector: todo lo que se viene planteando no es mera casualidad que yo lo escriba, ni suerte que tú lo leas, pues te voy a confesar que soy un creyente en esas energías cósmicas que permiten la ocurrencia de los sucesos en el momento preciso. Estoy convencido de que todo lo que sucede tiene sentido, aunque a veces no se le puede descifrar hasta que transcurre el tiempo y se mira en retrospectiva.

Ya sea que yo te haya buscado, ó tú a mí; o ni una ni otra cosa, el punto es que nos hemos encontrado. Y si yo he avanzado hasta aquí con la pluma y tú con la lectura, seguramente es gracias a ese “algo” que nos mueve a tener un espíritu guerrero.

Es muy común oír la frase “hay que dejarse guiar” y si bien es cierto que uno debe tener su propio plan de vida o resignarse a formar parte del plan de alguien más, también es verdad que la frase tiene lo suyo pues en muchos momentos de la vida nos tenemos que fiar de los otros y ante la imposibilidad de liderar todos y cada uno los asuntos que nos conciernen o de imponer nuestra voluntad permanentemente, aún en contra de la razón, es ahí donde vamos a tomar un respiro y a darnos el permiso mental de cuando menos conceder el beneficio de la duda a lo que se nos vaya planteando en el diario vivir, con apertura y no con aquella actitud de cerrazón, muy común en las personas cargadas de frustración y negatividad que viven poniendo objeciones y realizando críticas destructivas.

Y no hablamos de someterse, humillarse, carecer de criterio propio ni de sentirse derrotado ante los demás. Mucho menos de hacer a un

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lado el siempre sano deseo de la investigación o la experimentación propia, pero sí se debe admitir que invariablemente necesitamos los unos de los otros y reconocer que el trabajo en equipo, cuando es bien llevado, reporta dividendos mayores al individual. Destacando en este mismo orden de ideas, que hace falta reflejar humildad en el reconocimiento de las fallas personales, en el acatamiento de normas, principios y hasta consejos que reconozcamos como verdaderos; pero ¡Ojo! Cuando no los reconozcamos como tales, antes de desecharlos o contravenirlos siempre convendrá cuestionarse del por qué se evaden; y si esto es por un afán de supremacía, egolatría, simple comodidad, ignorancia o visceralidad -si es así-, esa reacción a no dejarse guiar carece de sustento. Es como decir: - no me dejo guiar porque no quiero y punto.

Lo puedes decir; y lo puedes hacer. Pero esa actitud de ti no la puedo esperar, de lo contrario no estarías en esta lectura, pues ahora mismo, este libro es una invitación a fiarse, a dejarse llevar y a seguir lo bueno.

Todos comprendemos lo que está bien y lo que no, en consecuencia, quienes consiguen un mayor grado de madurez, prudencia, sabiduría y felicidad, son los mismos que no se limitaron a distinguir lo bueno de lo malo, apartando los obstáculos de su camino, absteniéndose de las tentaciones nocivas y poniendo manos a la obra en lo que saben les hace bien y distinguen como un objetivo.

--------------------Recientemente, alguien me preguntaba con cierto morbo si me encontraba apto para dar consejos como una autoridad moral, o si me sentía alguna eminencia digna de imitarse; y a pesar de tratarse de un cuestionamiento intrigante, fuera de lo que pudo haber sido mi respuesta (claro que no me siento por encima de alguien más!), y al margen de las intenciones de tal pregunta, la verdad es, aunque no haga falta decirlo, que este sujeto que les habla, no solamente es de carne y hueso y tiene sus momentos de debilidad y ceguera mental. En su mente lleva también una revolución de disturbios emocionales, un mar de confusiones, conflictos existenciales y cualquier otra

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inmundicia propia de la condición humana, que verdaderamente no es algo sencillo de aceptar. Y si lo hago es porque he aprendido a conocer a esa persona que no quiero ser. Por eso levanté la mano (y la sigo levantando) en señal de ya no ser más, un productor de daño hacia mí y hacia el exterior. Y claro está que a pesar de esa determinación de ya no “regar la sopa” y de ya no “meter la pata”, se siguen presentando tropezones; pero esos arranques de cólera, desplantes de envidia, manifestaciones de soberbia y todo el cúmulo de instintos que intentan desbordarse, más que mantenerlos a raya, hay que ubicar su detonante y trabajar en ello, evitando las reacciones mal encaminadas. Mostrar nuevamente humildad en el reconocimiento de las debilidades, canalizando las energías de ser uno mismo, de manera conciente, quien decida la forma de comportarse ante las circunstancias, evitando que sean éstas las que marquen el camino.

Cuántas veces oímos “cuenta hasta diez”, “tómate un respiro”, etc. Pues ésa es precisamente la clave para no echarlo todo a perder en un instante. De modo que, si no estoy convencido de la respuesta correcta a una incógnita o si no sé cómo conducirme en un momento crítico y la presión me lleva a la prepotencia, o a la intolerancia para esconder o maquillar mi ignorancia y mis desaciertos, a menudo esto tendrá que ver con haber olvidado esa premisa de tomar una pausa reflexiva; o como dicen por ahí: “Por no echarse un cocido, pero un cosido de hocico”, pues si abro la boca exclusivamente por no quedarme callado, muy probablemente de ella vayan a salir cualquier cantidad de estupideces.

Eso en lo que se refiere a las palabras. En los hechos es aún más delicado y eso es muy claro, puesto que cualquiera puede perdonar o entender una ofensa verbal y hasta una mentira surgida al calor de las discusiones o derivada de situaciones comprometedoras y más aún si existe un posterior aceptamiento del error, expresado en pedir disculpas. Pero repito que con los actos es muy distinto, porque las palabras (como reza el refrán), se las lleva el viento; y los hechos dejan huella. Decir una estupidez es cosa habitual, pero hacer una estupidez es otra cosa.

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El tipo que se ha convertido en un violador, traficante o sicario, lo hizo de manera conciente; se metió al lodazal por pie propio y ya no vale que diga: -es que no sabía lo que estaba haciendo. Eso es una total mentira, él cruzó la frontera entre el decir y el hacer estupideces. Y lo hizo con toda claridad e intención de ir hasta el fondo.

Todos podemos convertirnos en escoria, en limosneros, o en lo peor que se pueda concebir. Y si no lo hacemos es sencillamente porque no lo queremos así, punto. Algo parecido ocurre en el caso de los suicidios, al saber que resulta sencillo acabar con tu propia vida y que para ello existen muchos recursos al alcance, además de que a simple vista ésta parece ser una solución extrema a cualquier problema, sin embargo, no es algo que en realidad optemos por efectuar todos a los que se nos presentan dificultades, porque como te imaginarás, de ser así el mundo estaría vacío.

Esto se aplica hasta en las más pequeñas decisiones de la vida. El cuidar la boca y pensar dos veces lo que se dice, a la par que razonar las acciones y evaluar sus consecuencias en función de las expectativas, en realidad no son consejos que pueda darte, sino recordatorios.

Es algo parecido a no ponerse en el tocadero, expresión muy común entre nosotros y que me lleva a recordar las palabras de un ex-bebedor (que al cierre de esta edición ha recaído), al expresar con cierto orgullo que había pasado toda la tarde en compañía de dos compañeros suyos que traían tremenda parranda, mientras él sentía una satisfacción por lograr permanecer sobrio ante la tentación; y lejos de enfocarme en hacer un juicio de su comportamiento, mucho menos cuando no se me ha pedido así de su parte, si retomo la idea de no acercarse al precipicio, pues pienso que ante situaciones riesgosas debiera evaluarse en primera instancia la relación costo – beneficio; y si se toma como ejemplo este caso, se traducirá en establecer qué nivel de tentación me representa estar allí y cuán comprometido me siento con esa decisión de no beber, para derivar de esas respuestas las eventuales consecuencias por afrontar. Enseguida, pongamos en la

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balanza qué dividendos me reportarían esas andanzas (si acaso existiera alguno real) y de esa breve reflexión se podría desprender si lo que me lleva a caminar por la cuerda floja es morbo, valor, o un inconsciente deseo de ser convencido a “torcer el rabo”, que dicho va de paso, para dejarlo claro, el que alguien beba, se emborrache, drogue, fornique, etc., etc., no es algo que me escandalice; porque en verdad te digo que no soy un tipo persignado que vaya por la vida dándose golpes de pecho o asustándose por todo. Lo que sí pretendo es capitalizar un aprendizaje; y enfocarme en lo que es la misión de este libro; y en este caso, deseando que sea un apoyo para el amigo recaído, más bien, lo podríamos plantear en términos de, para qué quebrarse la cabeza si ya se ha llegado a la conclusión de que los tragos no lo ponen bien.

Definitivamente el pensar de esa forma, en mi caso personal es el resultado de una serie de experiencias, desafortunadas unas y enriquecedoras otras. Y ya sé que no hace falta confesar que no tengo la respuesta a los problemas ajenos, cuando sigo batallando para encontrarla a los propios. Es más, si tengo que definirme de algún modo, me presento como una persona a la que se le acabaron los pretextos para seguir generando daño y para continuar perdiendo el tiempo. Alguien que tras múltiples caídas y hasta humillaciones va aprendiendo de su historia y poniendo atención en sus debilidades, con ésa que le llamo mi bandera trigarante: Honestidad, Acción y Humildad. Y debo confesar que el trabajo es árduo, pero también muy grato, pues he constatado en múltiples ocasiones que del tamaño de mi empeño es la dimensión de sus frutos, anteponiendo por supuesto a los resultados materiales, mi auténtica satisfacción personal.

Alguien puede creer (y con todo derecho) que este libro y mis exposiciones son pura basura. Y es posible que para él en realidad no sea más que eso, sin embargo ésa no es suficiente razón para dejar de lado estas ideas que manifiesto y que el día de hoy reconozco son las que de muchas maneras me han salvado la vida. Porque vivir en la oscuridad no es vivir. Yo estaba desperdiciando mi existencia y literalmente arrojándola por el caño hasta que me encontré a mí

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mismo y dentro de mí, la presencia de un poder superior (Dios, como yo lo concibo), lo cual es un compromiso del tamaño del mundo a cada paso que doy.

Hay un aforismo que reza: “La dignidad suele pagarse muy cara, pero el digno no acepta rebaja”. Creo que lo mismo puede decirse de esos tres valores que te menciono, ya que ser honesto, en algunas circunstancias equivaldría a meterse en dificultades, al igual que el actuar con humildad no siempre resulta grato y ni hablar de cuando se trata de ponerle acción a las cosas, pues preferimos aplazarlas u omitirlas.

Por eso estoy compartiéndote pensamientos y regalándote mis experiencias, porque así como me han servido a mí, tal vez, sólo tal vez, si tú lo permites, puedan serte útiles, aunque sea en una modesta medida, en la medida que lo quieras y te haga falta.

Ya he dicho que ni soy ni me creo un juez y que el papel que pretendo jugar con este legado es en primera instancia un ejercicio personal, algo que me nutre y a la vez representa una ofrenda a mi Padre Dios en torno a ese cumplimiento que se nos ha planteado a los seres humanos como obras de trascendencia: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Hijos tengo tres y árboles he plantado cuando menos un ciento (¡Qué bueno que no fue al revés!). En lo tocante a escribir un libro, anteriormente a este trabajo redacté un cuento, que por cierto tengo extraviado y diseñé además un breve manual de ventas No obstante, es hasta ahora cuando empiezo a ver cristalizado ese proyecto de escribir un libro y me daré por bien servido con que uno de mis lectores, en medio de estas líneas logre descifrar un mensaje de aliento o acceder a cierta iluminación que contribuya a su bienestar.

¿Sabes una cosa? Estoy seguro de que así será. Tengo esa convicción porque va con todo el corazón y desinteresadamente.

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En el fondo el planteamiento que te hago, por si no habías caído, es que vivas feliz, te sientas bien y creas en ti. ¿Acaso no es eso lo mismo que tú quieres?

--------------------A veces para animarse a dar el paso que se convierta en un camino hacia una vida mejor son útiles algunas estrategias:

1.- Tomarse un descanso reflexivo. 2.- Trabaja en tu problema (inventarios). 3.- Seguirse de frente como un robot. 4.- Escoge tu animal. 5.- Fijarse una idea permanentemente. 6.- Repetir ciertas oraciones y 7.- Plantear gráficamente la problemática (¿Qué está mal y cómo puedo hacerlo mejor?).

Estas estrategias van propuestas como una palanca que nos pueda sacar del atolladero catapultando nuestro estado anímico del polo negativo al positivo en el menor tiempo posible. Sin embargo, no pases por alto que no existen fórmulas mágicas e infalibles ni panaceas que puedan funcionar sin una genuina disposición; lo que nos lleva reflexionar, antes de encasillarnos o de actuar mecánicamente, en el concepto de que a diferentes dificultades, distintas soluciones. Con ello, quiero decir que a pesar del eventual funcionamiento de estos ejercicios que a continuación detallaremos, una vida no puede ni debe depender de una simple dinámica, sino del conjunto de acciones positivas que se sostengan a lo largo del camino.

Ojalá te sirva apoyarte en estos u otros recursos, pero nunca olvides que la auténtica responsabilidad es tuya, pues solamente tú estás facultado para elegir lo que quieres en realidad.

1.- Tomarse un descanso reflexivo. Aquí la invitación es a pensar en grande y actuar en consecuencia. Para ello, si queremos “agarrar vapor” y romper ataduras, llega a ser muy útil tomarse un verdadero descanso tanto físico como mental. Date tu tiempo y mientras esto dure (tampoco te excedas) evita los malos pensamientos y aprovecha esos instantes para alimentar tu mente con buenos pensamientos, es

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decir, exprime el cerebro acumulando en él todos los anhelos que has tenido, aquellos hermosos momentos vividos y particularmente respondiéndote quién eres en realidad, contrastando esa respuesta de identidad con el tipo de persona que en realidad te gustaría ser y definiendo qué es lo que así te lo impide, para enseguida determinar cuál es tu misión por la Tierra, situación que comúnmente te llevará a dejar de examinar a los demás para enfocar ese examen en tu persona. Comienza y finaliza este ejercicio de honestidad con la misma doble pregunta: ¿Cómo estoy y cómo quiero estar?

2.- Trabaja en tu problema. Al igual que un ciego no puede guiar a otro ciego, sabemos que nadie pone mal al que ya anda mal, por eso te pregunto: ¿vas a seguir cayendo? Así es compañero, ha llegado el momento de hacer un inventario de tu propia vida, detectando los defectos más marcados y poniendo todo el empeño en romper esos moldes, que de seguir alimentándose solamente conducirán a hundir el barco en su totalidad.

Te sugiero que por salud mental y para evitar quebrantos, que des un paso a la vez, pero eso sí, con firmeza.

Ahora que, técnicamente hay varias cosas que se pueden hacer con un problema: evitarlo, derrotarse ante él, transferirlo, dejarlo por la paz, en fin... En lo que a nosotros se refiere, nos vamos a concentrar en tomar al toro por los cuernos y con el implícito reconocimiento de las debilidades (para lograr un transformación más profunda), también le vamos a embestir con una fortaleza que sólo resultará posible descubrir en tu interior en la medida en que tú mismo te lo exijas con carácter.

Hay que decir que en casos de depresión extrema no es suficiente tener acceso a lectura motivacional y siempre existe el recurso de asistir con un especialista médico en el área de la mente.

3.- Seguirse de frente como un robot. Ésta es una de mis favoritas, constantemente la aplico en momentos difíciles, aunque reconozco que ese grado de dificultad, normalmente es uno mismo quien se lo

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imprime. El tema es que para no “enfermarme”, he aprendido a bloquear mi mente de manera temporal en relación a determinada dificultad con eso que conocemos como “voltear la tortilla”, esto es, minimizar el problema a sabiendas que yo soy más grande que él y apostando a mi favor. De este modo me vendo el cuento de que soy un guerrero (y así me siento). Me vuelvo un robot sin permiso de hacer o dejar de hacer, excepto aquello para lo que fue instruído o programado; y como te decía, yo mismo me vendo y me compro ese cuento haciendo una pequeña lista de aquellas tareas o distracciones en las que me doy el permiso de desempeñarme.

Te voy a dar un ejemplo: como vendedor que soy, (además de hacerle al escritor y algunas otras cosas), si por alguna razón cierto día no amanezco con el entusiasmo de trabajar, pero sí con la obligación, entonces simplemente comienzo por hacerlo, ¡ésa es la clave, campeón! Elimino por un momento mi negatividad y hago lo contrario que me aconseja la pereza: le pongo acción. Y así me voy… como un robot. Cuando menos lo espero, ya estoy haciendo lo que me corresponde y entonces solamente resta hacerlo bien.

4.- Escoge tu animal. Al igual de conveniente que puede ser tomar un ejemplo de vida como referencia o inspiración, también da resultados impresionantes el creerse o sentirse como un verdadero animal, que de hecho lo somos. Saquémosle provecho a nuestros instintos, primordialmente al de supervivencia; y si no estás de acuerdo con la idea, recuerda que muchas veces esos seres inferiores vienen a ponernos la muestra de cómo debemos comportarnos.

En mi caso, yo soy un perro. En los momentos críticos me digo: no hay lío, soy un perro, puedo con ello.

Un animal no se deprime tan fácilmente ni se deja atrapar sin antes luchar. Muchos dan su vida en defensa de la integridad propia o ajena. Suelen vencer al cansancio y soportar las condiciones más adversas.

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Por favor, si vas a seguir esta terapia, escoge un animal que esté a tu altura. Adquiere tan sólo su espíritu de lucha y no sus malos hábitos u otras características inconvenientes. Recuerda que esto es algo completamente individual y temporal. No vayas ladrando por la vida...

5.- Fijar una idea permanentemente. Esa idea puede ser creer firmemente en que ha llegado tu momento, tu despertar. Ese dejar de buscarle defectos a todo, incluyéndote a ti, para ir en pos de lo que te pertenece, pues en realidad en este planeta hay mucho para todos y eso no debes perderlo de vista. ¿Por qué otros tienen y yo no? ¿Acaso yo no puedo o no lo merezco?

Todos nos hemos hecho esas preguntas más de una vez, y de alguna forma la respuesta está en aquella frase de “No hay crisis que resista 16 horas de trabajo diarias”. Aunque pueda escucharse inhumano y hasta salvaje, si es menester pagar un precio alto por lo que deseamos, basta saber que es posible en la medida en que tomemos la decisión y nos apliquemos a fondo. Sin mediocridad, sin miedo, con toda el alma. Porque estar conscientes de que hay una solución a los problemas y no tomar la alternativa, es engañarse con lamentaciones infundadas y esperar a que las cosas caigan del cielo.

6.- Repetir ciertas oraciones hasta interiorizarlas. Vamos a echar la vergüenza a la basura, a ponerle humildad en reconocer nuestras debilidades y admitir asimismo, que tanto nuestra mente como nuestros sentimientos se pueden encontrar dañados, mal programados o simplemente necesitados de ese alimento y respaldo que nos mantenga firmes. Y como obviamente no estará alguien permanentemente a nuestro lado con palabras de aliento o con palmaditas en la espalda, pues deberemos ser nosotros quienes llenemos ese vacío. Te recomiendo pegar en el espejo o frente a tu cama algunas oraciones o enunciados que te sirvan como arrancadores mentales diariamente. He aquí algunas de las frases que personalmente he memorizado y constantemente me repito y que por cierto no son de mi autoría:

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- Si Dios está conmigo, nada ni nadie puede estar en mi contra, que sea más grande o más fuerte que Él”.

- “Yo soy más grande que mis problemas”.

- “Señor: te pido que el día de hoy me lleves de tu mano a trabajar. Que por favor encuentre en mi camino a las personas correctas y que aquellos que desean hacerme daño no lleguen a mí. También te pido que por favor de mi boca salgan las palabras apropiadas para poder realizar mi trabajo con éxito”.

- “Todos los días, desde todos los puntos de vista, me siento mejor y mejor”.

- “Yo soy el responsable de mi vida”.

7.- Plantear gráficamente una problemática. Ya dijimos antes lo adecuado que resulta hacer un alto en el camino y frenar la inercia en la que vamos inmersos, formando muchas veces parte del plan de otros o definitivamente sin plan alguno. También hablamos de que el cambio es individual, en función de que el presente es lo único que tenemos y de que somos los arquitectos de nuestro propio destino.

Por supuesto, las influencias positivas son bienvenidas y el trabajo en equipo y una labor social, son conceptos importantísimos, áreas que deberemos privilegiar. Pero no perdamos de vista que lo principal es nuestro papel, nuestra actuación. Cada quien va a protagonizar su propia película llamada vida y eso sugiere que puede hacer falta un guión.

Precisamente de ese apoyarse en los demás, - recientemente recibí una explicación de un buen amigo-, de algo que llama la terapia del “yoyo”, consistente en el auto-examen y en concentrarse en componer la vida propia antes que juzgar o intervenir en la ajena, con la claridad de que esto no resulta un acto egoísta, al entender que no se puede dar lo que no se tiene.

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Bien, para no salirme del tema regresemos a lo que se menciona en este punto y que es analizar gráficamente (por escrito), qué estoy haciendo mal y cómo puedo hacerlo mejor. Tómate tu tiempo para responder a ese cuestionamiento y ve generando una lluvia de ideas en relación al campo de tu existencia en donde percibas flaquezas.

Trata de ayudarte en ese ejercicio, cuidando que las soluciones superen a los problemas, sin olvidar que el producto aquí esperado, es más que ver la forma de salvar obstáculos. Es determinar las metas a cumplir y el nivel de compromiso que ellas generan. Busca la mayor congruencia posible y encárgate de que tu trabajo en este ejercicio no sea tan sólo una fantasía.

--------------------Recuerdo haber sostenido una charla hace un par de años, con un empresario que se encontraba deprimido. Estaba triste y molesto por la sencilla razón de no tener al alcance los recursos financieros necesarios para la adquisición de un helicóptero que le hiciera la vida más fácil. Te juro que pienso en esto y se me pone la piel de gallina y no porque alguien deba prohibirse la suntuosidad (el lujo). Si te das cuenta no estamos haciendo una crítica del tema de la vanidad o de lo superfluo. Lo que alarma es ver esos sentimientos de angustia, pena y preocupación. Lo que cuestiona es ver cómo tanta gente se empeña en ir encontrando nuevas mortificaciones con la creencia de que los vacíos del alma los van a llenar con cosas materiales.

Algo semejante ocurre con aquellas personas que oímos quejarse por no tener el palacio de sus sueños, el convertible de moda o el súper viaje del siglo, indignados porque la vida no les sonríe.

Regresando a la anécdota del señor empresario, tenemos que puede querer su helicóptero y tal vez hasta lo necesite (aunque esa necesidad se la haya creado él mismo), hasta ahí no tengo empacho en entenderlo y tampoco espero que se conforme con lo que ya posee. La cosa es que todo lo que ha logrado de poco le sirve a esa combinación de enfermedades que son avaricia – envidia y sólo

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ayudan a incrementar el grado de felicidad o infelicidad en los individuos.

La moraleja no es volverse conformista, sino evitar centrar la felicidad únicamente en los satisfactores materiales, ser auténtico en todo momento, con identidad propia y no con una identidad provista por algo que pueda comprarse. Éstas son máscaras, antifaces que disfrazan complejos y frustraciones.

Voy a mencionar, sin dar nombres por supuesto, una experiencia que pude conocer hace tiempo. Se trata de un extranjero que por motivos de trabajo estaba desempeñando un alto cargo en una empresa transnacional y entre ambos existía una relación exclusivamente de negocios. Le perdí la pista por algunos meses y me enteré de que se había separado de su compañía. Por fin pude hacer contacto con él de forma personal tras varios intentos fallidos y fue en su propia residencia, donde se encontraba completamente solo. Cuando me abrió la puerta, pude verlo notablemente disminuido, derrotado y hasta con lágrimas en los ojos que no pudo ocultar.

-¿Qué pasó Erasmo?, me dijo.-Jefe, vine a visitarlo para no dar por terminada su póliza sin su consentimiento y por supuesto, para saludarlo.

Él me pidió que en efecto, cancelara su seguro y aprovechó para desahogarse conmigo, confesándome que había perdido su empleo, al tiempo que su familia se encontraba ya de regreso en la tierra natal, dejándolo afrontar ese amargo trago en solitario. Lo que más le dolía era haber venido desde tan lejos a fracasar, por lo menos así lo estaba planteando.

-Recientemente acabo de pagar el enganche de dos automóviles y de esta propiedad y de repente sin previo aviso, me quedo sin mi empleo y consiguientemente sin la fuente de ingresos para seguir solventando los gastos. Estoy acabado, sí, ¡acabado! Ésas fueron sus palabras.

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Ahondando un poco para conocer mejor el panorama, pude saber que no había conseguido colocarse en otro trabajo y que su anterior empleador habría de pagarle tanto la liquidación correspondiente como los gastos de traslado si era que decidía regresar a su patria.

El panorama era por demás desolador, pues ante sus ojos el horizonte resultaba más oscuro que la propia noche. Se encontraba completamente bloqueado y hasta llegué a pensar que podía estar frente a un candidato para cometer alguna locura.

Para un hombre como él, sumamente reservado, era muy difícil pedir un consejo y sin embargo lo hizo. -¿Qué puedo hacer ahora Erasmo?, pronunció.

-Mire jefe, le dije. Yo no soy una autoridad para decirle qué es lo que debe hacer, pero se lo voy a plantear en otros términos, pues lo veo bastante confundido y con un estrés muy marcado, que aparentemente le está impidiendo el ponerse a considerar opciones.

-Necesariamente debo ser frío y objetivo con usted, proseguí. Pero lo hago suponiendo que ya lo considera perdido todo y entonces el reto consiste en aceptarlo cabalmente y resurgir como el Ave Fénix. Si no ha llorado, gritado o renegado, le sugiero que lo haga. Tómese su tiempo para ello, pero en el entendimiento de que se trata de un desahogo para descargarse emocionalmente y no con aquel sentimiento de que ya todo acabó, pues efectivamente hay cosas que han llegado a su fin y eso es muy claro, lo entiendo; sin embargo, está en condiciones de reunirse con su familia, tiene usted salud y conserva su libertad. ¿Cuántos enfermos y cuántos presos darían y harían lo que fuese por recuperar la salud o su libertad? Estoy seguro de que si el precio a pagar por ello consistiera en verse en una situación semejante a la suya o a una mucho peor, lo aceptarían con auténtico agrado, sin titubeos. Barrer las calles, vender semillas en una esquina, pedir limosna, trabajos forzados en climas inclementes, lo que fuera sería poco con tal de recobrar la fortaleza física o de poder decirle adiós a una prisión.

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-Es más, insistí, en este mismo instante, que usted mantiene toda su energía centrada en sobrellevar el trance de su despido, si alguien le avisara que ha ocurrido algo malo con algún miembro de su familia, llamémosle su esposa o sus hijos, por supuesto que automáticamente cambiaría la dimensión de las cosas. Inmediatamente se olvidaría de su desempleo, para canalizar absolutamente toda su atención en ese evento de carácter primordial: su familia. Estaría pues canjeando una preocupación por otra, pero esta última de momento ya no sería motivo de tortura. De forma que si aún tiene su salud, su libertad y a su familia, con la cual puede reunirse, entonces no estamos hablando de una tragedia. Sí es un trago amargo, no lo voy a negar, pues verse en su situación no resulta agradable. Pero si los hechos no admiten marcha atrás sólo nos queda recomenzar. Con dolor si usted manda, pero hay que hacerlo a la mayor brevedad posible.

Algunos materialistas sostienen que el hombre puede resistirlo todo, excepto perder su trabajo porque con ello pierde también su dignidad. Para mi punto de vista ese es un paradigma que merece desvanecerse, pues lo anterior es cierto en la medida que uno mismo lo permita de esa manera.

--------------------En contraste con este relato está la experiencia de otro de mis asegurados, el cual ha tenido enfermo a uno de sus hijos durante varios años y a pesar de no ser un hombre acaudalado, pero eso sí muy dinámico, se las ha ingeniado para sortear toda serie de obstáculos en el tratamiento de su vástago, sin escatimar un solo esfuerzo y manteniendo un ánimo admirable que al tiempo le ha válido también para sacar adelante su negocio.

Nunca se le ve cruzado de brazos. Ni en etapas tan críticas como cuando los recursos económicos escasearon al grado de recurrir a pedir apoyo para los traslados de una ciudad a otra con los mismos operadores de los medios de transporte y granjearse la confianza de los representantes de los servicios médicos y hospitalarios para agenciarse toda clase de tolerancia y facilidades en los pagos pertinentes.

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Él me ha dicho que sólo Dios sabe de dónde saca fuerzas para mantenerse en la lucha, pero se muestra convencido de que no es el momento para flaquear. Lo mismo que un capitán sería el último en abandonar el barco o de hasta permanecer en él al hundimiento, nuestro amigo decidió morirse en la raya, pero siempre visualizándose del lado ganador y no en la mera rayita o poquito atrás.

Bien dicen los orientales que el origen de todo sufrimiento son los apegos; y si reflexionamos un poco sobre ello, te darás cuenta de cuánta razón guardan esas palabras. De allí que tengamos tantos nuevos pensadores que desarrollan teorías tales como el dejar que las cosas fluyan libremente rompiendo anclajes emocionales y patrones de comportamiento nocivos, para darle un lugar primordial a la aceptación de aquellos acontecimientos que no se encuentra en nuestras manos la facilidad para modificarlos, pero no en términos de la “conchudez” o de estar catalogando cada situación que se presenta como irremediable.

Lo que se plantea es mantener en alto la guardia, sin volverse títeres de la circunstancias, pues únicamente se admite que determinados hechos no pueden cambiarse dada su naturaleza, cuando a todas luces es así, de la forma más objetiva posible.El ejemplo más claro es la pérdida de un ser querido ¿Qué se puede hacer al respecto? Más aún, cuando esa pérdida fue de manera trágica.

Ahí solemos catalogar a la vida como injusta o hasta blasfemar contra un poder superior. Cuando murió mi hermano yo gritaba: ¿Por qué, Dios mío? ¡No te lo lleves, no me hagas eso! En esos momentos el dolor me cegaba y pretendía encontrar un culpable en quien descargar todo ese resentimiento. Mi ignorancia y falta de fe daban pie a que mi mente y corazón generaran sentimientos de rabia, de culpa, frustración y amargura.

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En lugar de orar, me puse a maldecir; reprochándole a Dios y a la vida que mi hermano se hubiera ido.

Lo mismo ocurrió cuando admití la falta que me hizo tener un padre que me guiara. Me desmoroné y quise ahogar en el alcohol ésas y otras penas, conmiserándome y deseando internamente que los demás vinieran a apapacharme.

Ahora que lo veo en retrospectiva, me avergüenzo de esas actuaciones, de esa manera de reaccionar tan irracional y lejana de toda espiritualidad.

No sé si esperaba que del cielo descendiera un ángel para devolverle la vida a mi hermano o acaso deseaba que el mundo mismo diera un salto en el tiempo hacia el pasado, para recomenzar con un cuento perfecto.

Lo que sí sé es que en mi interior la verdad era muy clara. Aunque me rehusara a admitirlo, las cosas eran como eran y no dependía de que yo lo admitiera como cierto.

Te podría decir que lo mismo me ha ocurrido ante otras situaciones en que la primera reacción ante las contrariedades, en lugar de buscarles una solución (o sencillamente aceptarlas), ha sido ponerme en el papel de víctima de las circunstancias o caer en el juego de negarme a admitir que hay ciertas cosas que rebasan mi entendimiento.

El día de hoy veo que aquellas cosas que no pueden cambiarse, no son necesariamente un castigo o una prueba que nos aplique la vida, es más, ni siquiera “una jugada del destino”. Es simplemente que vivimos en un mundo en el cual todo se traduce en posibilidades, pero así como las hay de malas, las buenas se presentan en un número mucho mayor, siempre y cuando las aprendamos a reconocer.

Hablando acerca de estos temas, recuerdo haber escuchado una conferencia en donde se exponía que invariablemente todo ser

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humano enfrenta a lo largo de su existencia determinada cantidad de dolor. Es a lo que algunos llaman” su “cruz”. Al respecto opino que definitivamente no hay vida perfecta; y lo que hace la diferencia es la dignidad y carácter con que afrontemos esas dificultades o momentos críticos.

Por supuesto, cada quien posee una capacidad diferente para encararlas, en virtud de que tampoco existen dos vidas iguales, por eso vemos que alguien puede ahogarse en un vaso de agua; porque su capacidad ante el problema es menor al tamaño del vaso, mientras que habrá otros que tengan una capacidad con las dimensiones de una cubeta y por qué no, hasta de la altura de una cisterna.

Muy probablemente lo que permite ensanchar ese nivel de capacidad o de resistencia, no tenga tanto que ver con el estilo o la personalidad. Más bien estará condicionado por el aprendizaje obtenido a través de las experiencias que van surgiendo en nuestro caminar.

Valdría la pena recordar un proverbio muy cierto que viene al caso y que nos dice que “Aún el más grande de los problemas se podría haber resuelto con facilidad cuando aún era pequeño”.Por eso en la medida que llego a avergonzarme y arrepentirme de todas aquellas equivocaciones graves que he cometido, en esa misma proporción también me siento orgulloso de no caer en los mismos errores en el presente. Ese reconocimiento de las fallas claro que me compromete, pero eso resulta muy sano. Te lo digo porque por todos lados veo personas evitando comprometerse y “sacándole la vuelta” a sus responsabilidades.

Es la mencionada crisis de compromiso, muy común en estos días, que lleva a muchos a la mediocridad o a tomar caminos fáciles y equivocados, encontrando todo tipo de justificaciones o pretextos para no involucrarse en causas y cosas de orden trascendental. Se limitan a vivir al día, conformándose con lo que tienen, aunque se la pasen abriendo la boca para proferir toda serie de maldiciones o reproches contra sus gobernantes y empleadores.

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Este fenómeno lo notamos en cualquier terreno y ejemplos hay muchos: la persona que evita hacer deporte, el creyente que no practica la oración, los que llegan tarde a su trabajo (y salen temprano), las amas de casa que no cuidan su presencia (fodongas), los patrones explotadores y un largo etcétera donde van incluidos los hombres del futuro (que dejan todo para mañana).

Si nos damos cuenta, éste no es un asunto propiamente de cultura, tampoco de formación académica o algo parecido. Sí pudiera estar vinculado, (pero no necesariamente condicionado) con la educación recibida en el hogar o con los principios y valores que se tengan arraigados; aunque en realidad, creo que va más allá de todo esto. Si atendemos el origen de esa incapacidad de comprometerse en forma cabal en lo concerniente a dedicarle tiempo, dinero o esfuerzo en una medida mayor a la ordinaria a cierta actividad, tal vez lleguemos a la conclusión de que ese nivel de compromiso mediocre o nulo provenga de un grado de inconciencia en el individuo o de una cadena de sentimientos como la comodidad, el temor, la inseguridad y el esperar que sean otros, ésos que den el primer paso antes que nosotros.

En el fondo, es una carencia de valor, en su más estricta concepción. Y lo aclaro para no confundirlo con el concepto de temeridad.

¿Ahora que, de dónde vamos a alimentar ese valor o coraje que nos permita entrar en el selecto grupo de personas satisfechas consigo mismas? Puede tratarse de la pregunta del millón o del famoso dilema “ser o no ser”, que aquí estaríamos traduciendo en un “hacer o no hacer”.

Dicho valor no implica necesariamente una inteligencia privilegiada, ya que todos llevamos dentro la dosis indicada de discernimiento, siempre y cuando estemos dispuestos a enfrentarnos con la toma de decisiones. Te estoy hablando de esa “vocecita” propia del espíritu humano, cuya labor consiste en permitirnos diferenciar lo bueno de lo malo y que al mismo tiempo da alas a los sueños y fantasías.

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Lo que sí es otro boleto es qué sentido le demos a ese “consejero invisible” o si lo convertiremos en un aliado o enemigo. Es decir, que para hacer bien o mal las cosas o volver realidad los sueños no basta estar concientes del camino a seguir para ello, ni hacerse propósitos de año nuevo que son tan comunes. Y te lo digo con conocimiento de causa. Quien escribe era de las personas que decían: reconozco que está mal, pero así soy yo. Y cuando mucho podía ofrecer una disculpa, pero en realidad estaba tratando de justificar lo injustificable. Me cayó el “veinte” de esto, en un congreso donde se hablaba de aquellos que no eran educados, amables o alegres, bajo el único argumento de sostener una frase muy boba: “Es que no se me da ser así”. Y bien decía el conferenciante, que no somos una maceta o un pedazo de tierra para que sobre ella germine o no la semilla. Eso de que “no se me da” es una salida barata, es dejar que nuestras tarjetas de presentación sean la amargura o la frustración.

Ahora resulta, que conducirse de manera efusiva y cortés es lo mismo que cursilería o exageración, o que quienes se comportan de esa manera lo hacen con hipocresía; y en verdad que no necesariamente es así, pues la cosa es crear nuevos hábitos, positivos por supuesto, a base de la repetición de un nuevo comportamiento, de una nueva actitud que aunque nos cueste trabajo al principio sostenerla, muy pronto vamos a conocer sus frutos llamados satisfacción y plenitud.

Claro está que no se trata de volverse afeminado o lambiscón, sino de mostrar nuestra cara amable a los demás y ser tanto portadores como transmisores del positivismo, de la alegría.

Donde quiera que vayas encontrarás esa clase de gente contagiada del “masomenismo”, ésos a los que a todo responden: más o menos. Les preguntas cómo les va y te contestan: “pues ahí más o menos” ó “regular”. Algunos demuestran un tono de miedo o inseguridad al decir: “pos, bien” (ni siquiera ellos se lo creen). Otros de plano son sinceros o tal vez quieran que sientas lástima por ellos (o que no les pidas un favor) y ante la misma pregunta, sus palabras suelen ser: “pues no también como quisiera”, cuando no, un: “mal” como su respuesta

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Es muy común cuando saludamos con un -¿Cómo amaneciste? Obtener de regreso un: -“amanecí, que ya es ganancia”.Quienes acostumbran responder así son los mismos que han vuelto una costumbre o estilo de vida el quejarse absolutamente por todo, es más, se han hecho especialistas en objetar (vulgarmente nombrados “objetes”, sin omitir la b, claro).

Habitualmente sus conversaciones van cargadas de resentimiento y mediocridad. Para ejemplificarlo, va una muestra de esas charlas vacías y deprimentes, en la espera de que no te identifiques con sus personajes:

-¡Qué onda Jorge! ¿Cómo estás?-pos ahí, regular. ¿Y tú mi José?-Iguanas, batallándole, camino a la chamba, no hay de otra. -Sí, pues sí, ¿Qué le vamos a hacer?, tiene que chillar la cazuela.-No sé si te comenté Jorge, que quería poner un negocito, una cosa pequeña, algo para ganar otros centavos y ver si así completamos en la casa.-Sí, algo me dijiste de eso Pepe, pero no te la quiebres, ¿no ves cómo están las cosas? Ya no hay forma de progresar, a menos que te vayas pa´l otro lado y eso si no te agarran. O que te metas de narco o de político, ya vez que ésos sí se las saben gastar en cómo robarse la feria.-Por eso ya mejor me estoy desanimando, “ay a ver” qué pasa después. Pero dime: ¿Cómo te fue con el ascenso que te iban a dar en el trabajo por la antigüedad?-De eso ni me recuerdes, porque me da coraje mano. Figúrate que mejor se lo dieron a otro que apenas tenía tres meses en la planta y “nomás” porque se quedaba a trabajar horas extras. Ni que las pagaran tan bien...

Sobre esto podría elaborar toda una novela y tal vez después lo haga, pero aquí tratemos de analizar el comportamiento, para lo cual te pregunto: ¿Qué te parece mal en esos diálogos? ¿Tus conversaciones son similares? ¿Has escuchado algo parecido?

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Si te identificas con Pepe o Jorge, a partir de hoy te invito a que vigiles tu boca, pensando muy bien las cosas antes de decirlas. Te lo aconsejo ampliamente porque he aprendido que los seres humanos somos lo que pensamos, así, literalmente. Y si eso que pensamos lo expresamos, entonces no se va a modificar la estructura, por lo tanto los pensamientos se van a acomodar en un nuevo contexto que refleje amor por la vida, seguridad en sí mismo, fe y esperanza en las creencias, en fin, positividad en sus más amplio significado.

Tengo un amigo, sin agravio, que dice (y se lo creo porque lo conozco bien): “yo soy tan positivo, que si me lanzo de un edificio de diez pisos, cuando falte un piso para llegar al suelo, todavía voy a pensar: <hasta aquí todo va bien>”.

Este amigo de quien les hablo es un verdadero ejemplo de esa positividad y de lo que puede construirse a base del empeño.

En la actualidad goza de una estabilidad económica privilegiada y para los que conocemos sus orígenes y trayectoria nos resulta inspirador saber que todo radica en llevar esa A.M.P. (Actitud Mental Positiva) al terreno de los hechos.

De hecho, él fue uno de mis maestros en el mundo de las ventas, de él aprendí los llamados “básicos” y que invariablemente al ir picando piedra, tras repetidos “noes”, siempre vendrá un sí y otro y otro...

Su secreto fue convertir un rudimentario sistema de ventas en una auténtica representación teatral que interpretaba magistralmente en cada una de sus entrevistas, proponiéndose diariamente a toda costa, el mayor número posible de ellas, sin darse el permiso mental de desmoronarse ante las constantes negativas y alimentando su deseo de triunfo con esos pequeños contratos que conseguía cerrar y que se volvieron una verdadera “bola de nieve”, al grado en que sus superiores lo pusieron “en la mira” dándole primero la oportunidad de dirigir un grupo de representantes, para en un corto plazo, en base a sus buenos resultados, concederle una gerencia, hasta llegar a

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poseer en la actualidad una distribuidora con oficinas propias y promotores en diversas ciudades del país.

Sin duda que un diálogo con personas así, es distinto, ¿Qué tal éste?:

-Hola jefe, que gusto verlo. ¿Cómo se encuentra?-Muy bien Gracias a Dios, estuve fuera algunos meses, haciendo preparativos para instalar una nueva oficina en la Ciudad de México, pero dígame usted, señor Lavalle, ¿Qué se ha hecho?-No me puedo quejar patrón, me ha ido bien, ¡Pero caray! Permítame felicitarlo por esa nueva oficina. Se necesita mucho valor para animarse a competir con los capitalinos.-Puede que tenga razón señor Lavalle, pero si enfoco mis energías en las dificultades, lo más seguro es que lo posponga o no lo lleve a cabo. O que si lo emprendo, con esa bandera de incertidumbre, los resultados no sean los mejores. ¡Pero usted ya me conoce y sabe que yo creo en lo que hago!-Total y completamente de acuerdo con usted, no cabe duda de que si consigue tener éxito con los “defeños”, como creo que lo tendrá, no habrá un solo sitio en el que pueda ser de otra manera...

¿Verdad que se escucha mejor que la plática pasada?

Qué “padre” protagonizar este tipo de charlas, ¿no lo crees así?

Y para expresártelo de manera parecida no tienes que verte respaldado por una posición económica acomodada. Es decir, que no es el dinero lo que vuelve positivo tu lenguaje y a la inversa si es posible que tus expresiones y manifestaciones de positividad contribuyan a llenar tus bolsillos.

Lamentablemente el común denominador de las personas están dispuestas, o mejor dicho, inclinadas a formar parte de las corrientes negativas. Es el caso de los compañeros que se organizan para ir a emborracharse; o de quienes se las ingenian maravillosamente para cometer infidelidades; y hasta de esos trabajadores inconformes que optan por las huelgas o realización de mítines caóticos.

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Aquí se pone en evidencia la tendencia de las masas a participar con gran entusiasmo en eventos desafortunados y muchas veces improductivos.

Por eso decimos que es más fácil destruir que construir y esto se aplica con absoluta certeza en lo tocante a la reputación. Es el famoso “mata a un perro y te dirán mata-perros”.

¿Cuántas personas están esperando encontrar debilidades, defectos o errores en los individuos exitosos, para de esa manera tener las armas con las cuales descalificarlos? Con el único afán de señalar que sus logros o méritos se han cimentado precisamente en aquellas fallas o para argumentar, en un intento de justificar su propia mediocridad, que quienes han gozado de buena fortuna o escalado posiciones importantes, ya no son merecedores de reconocimiento por habérseles descubierto su “talón de Aquiles”; o bien, poniéndose filantrópicos, expresan que el precio que ese selecto grupo de ganadores tuvo que pagar, ha sido excesivo en razón de que sus quebrantos les deben hacer imposible el disfrute de sus dividendos. Y vaya que se empecinan en recalcar los desaciertos y en minimizar los puntos buenos, tanto más, cuando la distancia entre estos críticos fracasados y aquellos que van arriba del caballo resulta abismal. No digo la distancia geográfica, es la diferencia de espíritus, de uno que se sabe nacido para triunfar y otro que se evidencia como resentido y reprimido, que interiormente sabedor de su condición, se ha vuelto un productor de daño y en la mayoría de los casos pasará a los anales de la mediocridad, que no a los de la historia.

--------------------Me gusta reflexionar en que la mayoría de nosotros (nos incluimos todos), dentro de un siglo ya no estaremos presentes en el planeta. Yendo más lejos, dentro de un milenio nadie nos recordará, salvo rarísimas excepciones en que alguien llegara a convertirse en un héroe que beneficie enormemente a la humanidad o bien volviéndose en ídolo de leyenda.

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Entendido esto, mis creencias espirituales me inclinan a procurarme mientras esté pisando este suelo, el mayor grado posible de satisfacción personal, ya no tanto por la “huella” que deseo dejar, que desde luego también es importante; sino por el “equipaje” que planeo llevarme, porque mi estancia terrenal como la de cualquier otro será demasiado breve en relación a la existencia del universo. Es inconmensurable el tiempo que voy a pasar “del otro lado”, en comparación con mi marcha por la tierra y me niego a creer, como lo hacen muchos por comodidad o ignorancia, que al morir me iré al “gran vacío” o al “hoyo negro”. En todo caso prefiero la frase “descanso eterno”.

Así que no pienso ir por la vida desfilando en las columnas de la ignominia, maldad, ociosidad o ignorancia, sin presentar resistencia.

Si en el peor de los casos existiera un destino predeterminado para cada ser humano y el mío estuviera marcado (que no lo está), como el de alguien que deba convertirse y permanecer como escoria o parásito y tal designio se me revelara de esa manera, te juro que me rebelaría con toda la furia posible en contra de ese trágico guión. Esto es así, porque yo he venido al mundo a construir los cimientos de lo que será mi integración infinita a un poder superior y deseo irme lo más limpio, fuerte y satisfecho posible.

Esa limpieza, fortaleza y satisfacción son absolutamente interiores, de la mente y del alma. La mente en mi concepción es el hogar del alma y el alma acaso, el cuerpo del espíritu. Y para los que no creen en Dios, o lo conciben al modo castigador, “cambalachero” o manejador de títeres, la invitación es la misma, debemos cuestionarnos sobre nuestra misión aunque carezcamos de la esperanza en un mundo futuro o vida eterna.

Para eso se han hecho los ordenamientos a través de la historia, llámense leyes o religiones. Existen principios y verdades inmutables en la propia naturaleza.

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Ya he mencionado que quienes no creen en Dios, en la mayoría de los casos es a consecuencia de una falsa comodidad que los aleja de compromisos y les permite transgredir los límites sin recargos de conciencia; o por falta de preparación teológica (ignorancia en el tema). Aquí me detengo para observar que la fe no es algo que deba aprenderse, sino sentirse; sin embargo, quienes buscan descalificar la existencia de ese poder superior lo suelen hacer de manera superficial, sin sustento alguno más que su falsa lógica o pobres reflexiones, como lo son expresar: -Es que si Dios existe, ¿Por qué no se deja ver? O: -Es que si existiera un Dios, entonces no habría pobreza ni tantas fatalidades en el mundo.

En fin, para no extenderme demasiado, debo decir que hay argumentos suficientes, inclusive al nivel más elevado de la ciencia para demostrar la existencia de ese poder supremo a quien llamamos Dios, pero hay que estudiar, si tu fe es débil, entonces en vez de optar por no creer, mejor tómate el tiempo para prepararte en el conocimiento de las cosas de Dios o limítate a reconocer tu ignorancia en la materia, pues recordemos que el no saber o no tener al alcance una respuesta, no significa que dicha respuesta no exista.

Y si definitivamente no te interesa, pues bien, entonces por lo menos cree en ti mismo, pero no pierdas de vista que cualesquiera que sea la misión que te propongas o tengas trazada, te dará mejores resultados y no sólo eso, sino que te permitirá disfrutar de ellos, en la medida que te entregues y mantengas la bondad en ese recorrido. Sé que suena muy simple, pero ser una buena persona PERMANENTEMENTE, en realidad es una labor titánica y tal vez hasta imposible, si consideramos que esa bondad se mide desde nuestros pensamientos, hasta nuestras acciones, pasando por nuestras palabras y omisiones.

--------------------Imagínate un barco, uno gigantesco, de muchas velas. Y piensa que cada vela es un valor, una es la vela del valor llamado honestidad, otra la disciplina, una más la paciencia y por algún lado se ven las de lealtad, respeto, en fin... todas aquellas que puedas imaginar. Ahora

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trata de visualizar que conforme se van desplegando dichas velas, aumenta la eficiencia del buque y aparece majestuoso, imponente. Intenta suponer que tú eres ese barco y dependes de esas velas para desempeñarte y conseguir los mejores resultados posibles que te brinden la tranquilidad merecida.

Te digo esto porque los valores deben estimularse para poder ejercerse con integridad y satisfacción. Me refiero a que en la hora de ser honesto, valiente, disciplinado, etc., tendrás que hacerlo genuinamente, del corazón, convencido plenamente de ello porque así lo has determinado y no exclusivamente porque así te lo dicte tal o cual concepto o para quedar bien ante los ojos de los demás; y mucho menos con el afán de aparecer como un mártir. Y cuando hablo de ejercerlos con integridad, es por la idea de tomar esas velas en forma total y permanente. Totalmente, porque a medias no vale. Y de forma permanente, porque la continuidad es el camino a seguir si se desea ver coronados los esfuerzos.

Voy a clarificar con ejemplos estos dos asuntos.

En un primer caso vamos a escoger el valor de la honestidad y a referirnos a él en lo tocante a su ejercicio total.

Pues bien, ya dijimos que si no se aplica el principio de la totalidad a un valor, entonces “no vale”. Esto lo podemos ver en el caso del empleado que no está contento con su trabajo y sin embargo sigue ahí. Manifestando que si “hacen como que le pagan, él hace como que trabaja”. Aquél que se la pasa descalificando todo y haciendo las cosas siempre a medias, llegando tarde, poniéndose a platicar en lugar de dedicarse a lo suyo, extendiendo la hora de su descanso, poniendo malas caras, evadiendo responsabilidades, descuidando su apariencia, vociferando contra sus jefes, quejándose del sueldo, procurando motivos para ausentarse, esperando a que llegue la hora de salida, el fin de semana o sus vacaciones, etc., etc.

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Pero eso sí, el día de pago le llega lo responsable y cuidado con que no esté completo su cheque, porque él se lo merece todo (hasta las horas extras que no trabajó).

Que rápido se ha olvidado de aquella oportunidad que se le dio para ganarse el sustento. De ese día en que tuvo la entrevista para conseguir el puesto que buscaba, donde se vistió con sus mejores ropas y demostró todo el interés y educación posibles, con ánimo de obtener el empleo.

¿Y para qué lo quería? Si se la pasa renegando y albergando resentimientos, alejándose de cualquier posibilidad de progresar y poniéndose en la mira él mismo, para convertirse en un candidato al despido.

Por eso este tipo es deshonesto, porque deseaba ese trabajo únicamente de dientes para afuera, para llenar un vacío. No estaba buscando una alternativa para progresar como él decía. Y ahora en lugar de entregarse en cuerpo y alma en el intento de superación, se hunde cada vez más, y en vez de renunciar, ya que no está contento con lo que hace, opta por el camino más corto: lamentarse.

Este sujeto llega a su casa, después de gastarse parte del sueldo en unas cervezas, a enfrentarse con una realidad desagradable, como lo es la pobreza, que trata de justificar argumentando que la crisis económica en el país está generalizada y enfatizando que sus percepciones no corresponden al esfuerzo que desarrolla. Por supuesto que se calla lo que no le conviene; no habla de su pereza, de su falta de disposición, de esa envidia que siente y de aquel sello de mediocridad que va imprimiendo a sus labores.

Puede decirse que aún está a tiempo de ser totalmente honesto. Y rápidamente veamos tres posibilidades:

1.- Que renuncie con dignidad y encuentre algo que lo complazca.

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2.- Que se convierta en un empleado común, sin un despliegue espectacular de talento o intelecto, pero eso sí, dejando de lado la negatividad y aprendiendo a comportarse cortésmente, mostrándose satisfecho con lo que tiene.

3.- Que se ponga las pilas en el diario acontecer, para ser congruente con sus sueños de grandeza, es decir, que si desea una vida mejor (como es natural), tendrá que dar de sí, en la medida de lo que desea recibir, tratando bien a los demás para ser bien tratado, esforzándose al máximo para merecer un ascenso y un mejor salario, demostrando alegría, educación e interés en lo que hace y sobre todo, llegar al nivel en que todas esas manifestaciones no sean fingidas, sino absolutamente auténticas.

En relación al carácter permanente que debe revestir a un valor, tenemos un mayor grado de dificultad justamente para este campo, pues es posible en una situación específica, hacer hasta derroche de honestidad, lealtad, valentía, o alguna otra cualidad, dadas las circunstancias o en función de intereses temporales. Pero esa parcialidad obviamente no se volverá un hábito si se deriva de una obligación previamente impuesta.

Dicho lo anterior se entiende que debo atender a la naturalidad y proceder por convicción absoluta. Un claro ejemplo de esto es el amor. Amas a alguien o no lo amas. No importa en qué medida, lo interesante es saber si lo sientes o no.

A un hijo se le quiere para toda la vida, sin importar lo que pase; y eso debe ser lo normal. No lo quieres hoy por sus buenas calificaciones y lo dejas de querer mañana porque te enteras de que consume drogas o algo por el estilo. Allí está la razón del porqué de un valor, para hacerlo nuestro, habremos de ejercitarlo permanentemente, practicándolo, viviéndolo, reflexionando sobre él y disfrutando el haber actuado a cabalidad.

Conozco algunas personas que justifican la infidelidad amorosa de muchas maneras. Les llaman “aventurillas”, pequeños pecados,

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“canas al aire”, o como sea. El hecho sigue siendo el mismo, de manera independiente al nombre que se le dé o a la motivación, pudiendo ser ésta originada por una debilidad de carácter, una mala educación sexual, una perversión mental, insatisfacción con su actual pareja o bien, provocada por algún deseo “aparentemente” inexplicable e incontrolable.

Estos individuos son totalmente fieles mientras están con sus parejas, pero no le imprimen el toque de permanencia, es decir, no son permanentemente fieles, cuando se conceden a sí mismos el permiso de fallar.

Otros más sí son permanentemente fieles en el campo de la práctica, aunque viven con deseos ocultos a los que dan rienda en sus fantasías mentales. Ellos se alejan de la totalidad, entendiendo que no son totalmente leales, pues se limitan a contenerse mientras que ese comportamiento no es del todo proveniente de una convicción. Bien dicen que la virtud no consiste en abstenerse, sino en no desear.

Claro que la perfección es prácticamente imposible y la propuesta es definirse y centrarse en cuáles son los valores que deben regir nuestra vida, al cuestionarnos sobre qué es lo que esperamos y qué es lo que estamos dispuestos a dar.

--------------------Evidentemente si no lo menciono, sería muy difícil darse cuenta, pero han transcurrido varios días en que interrumpí la escritura de este libro y confieso que en ese inter, aunque haya sido de manera muy tenue, me llegaron a asaltar las dudas sobre el sentido que pueda tener la culminación de este material.Preguntas como: ¿Qué caso tiene que continúe?, ¿A dónde voy a llegar con esto?, ¿Quién pudiera tener interés en mis reflexiones? Y otras inquietudes parecidas me han surgido a partir de ese lapso que tuvo lugar por unos días de intenso trabajo y otros en los que hice un viaje fuera del país, por cierto, largo y cansado.

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No obstante, he ejercido mi derecho de elegir, en el sentido de proseguir, ante todo porque he aprendido que ese ánimo de claudicar o esa “mosquita en la oreja” que invita a la limitación y al conformismo, no es otra cosa que temor o pereza. Y ante tales enemigos el remedio inmediato e infalible es la acción, el poner manos a la obra y enfrentarse a esos pequeños o grandes desafíos.

Voy a comentar algo que recientemente he meditado. Se trata del cambio de perspectiva o enfoque que surge a partir de una experiencia de vida crucial, específicamente el enfrentarse a la posibilidad de morir. Conozco a una persona que hace algún tiempo fue diagnosticada con leucemia, un padre de familia con esposa e hijos. Su vida antes del acontecimiento puede decirse que transcurría con toda normalidad, ni más ni menos, hablando de un trabajador y persona en términos semejantes al común denominador de cualquier individuo. Digo esto, particularmente porque no conozco detalles de su pasado y tengo muy poca información de su vida privada, pues la relación entre ambos era y sigue siendo básicamente de negocios.

El punto es, que inevitablemente he podido observar un sinnúmero de detalles que me parecen por demás notables y voy a mencionar algunos: Cuando recibe la noticia de su padecimiento, como es natural su estado anímico tiende a desmoronarse, contribuyendo a ello que el tratamiento indicado resultaba prácticamente inalcanzable a su bolsillo, por los elevados costos y el largo tiempo que tendría que sostenerse sin existir una garantía de curación o sanamiento.

Pues bien, hasta la fecha (después de por lo menos dos años), en una clara demostración del poderío del espíritu humano, no solamente se ha conseguido solventar el aspecto económico que ya mencionamos, sino que para alegría de todos, su enfermedad va cediendo terreno a la salud en cada una de las revisiones médicas que se le practican.

Cabe mencionar que durante ese periodo, en incontables ocasiones se le hizo el ofrecimiento en su trabajo de otorgarle para descanso los días que fuesen necesarios bajo el amparo de las respectivas incapacidades, situación que fue declinada por parte del aludido,

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quien encontró en ese amargo trance la oportunidad para engrandecerse como ser humano y “sacar la casta” en toda la extensión de la palabra.

Personalmente he podido constatar en las oportunidades que hemos tenido de conversar, su insuperable buena disposición e igual actitud, sin haberle escuchado jamás una expresión negativa, pesimista o de resignación y lo que tengo más grabado es el recuerdo de la ocasión en que me puso al tanto sobre su problema de salud, y vaya que lo hizo exclusivamente por la relación de negocios que nos vincula y no en la forma de querer desahogarse o de intentar despertar compasión. De hecho, en ningún momento se le quebró la voz o se le alteraron sus facciones, siendo como lo fue, que en esos días él tenía muy poco de saberse afectado por la leucemia y el verlo hablar con tanta naturalidad y desenfado al respecto, me resultó memorable.

Estoy hablando sobre este hombre de oficio profesor porque apenas recién que lo he ido a buscar para entregarle un documento, me he encontrado con la noticia de que se hallaba en la Ciudad de México con motivo de acompañar a uno de sus alumnos que estaría participando en una competencia nacional, representando a Durango en la materia que le impartía su mentor. Para no convertir esto en una novela, dejemos la narración a un lado y pasemos a la reflexión.

Al respecto, la primera reflexión sería precisamente el hecho de que existen múltiples maneras de afrontar un mismo problema y cómo a pesar de que mantener la integridad sea lo mejor o más aconsejable, no siempre es el camino que se vaya a seguir. ¿Por qué? Porque no es el camino más sencillo y menos aún en cuanto ello se confronta o contrapone a nuestros sentimientos. Ese derrotero seguido por el protagonista de esta pequeña narración, sí ha sido el de la entereza y no dudo que se pudiera haber justificado, o mejor dicho comprendido, que su actitud hubiera sido otra como la ira, angustia, depresión... en fin.

A mí, esta historia me enseña una lección llena de valores, fe y esperanza. De positivismo. Por dondequiera que se le vea. Ahora

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que también vale la pena pensar, sobre cuál será esa nueva forma de ver la vida luego de un trance similar.

Definitivamente se sale fortalecido de una situación así, pensando en que con seguridad se aprende de ese modo a darle su verdadero valor a las cosas que así lo merecen y restándoselo a las que no. Aquí por supuesto viene al caso preguntarse: qué es lo verdaderamente importante y de qué puedo prescindir. Es una reflexión muy profunda y cada quien tendrá sus propias respuestas, siempre y cuando posea la disposición y honestidad necesarias para plantearse este cuestionamiento.

Para mí, y creo que para la mayoría de las personas, estaríamos de acuerdo en que una pérdida de riqueza o el empobrecimiento material bien valdrían la pena a cambio de recuperar la salud o la libertad; lo mismo se aplicaría desde mi punto de vista, en la mayoría de los sacrificios que fuera necesario afrontar, con tal de que estos esfuerzos prometan un resultado favorable, y desde luego no atentaran contra intereses ajenos.

Un aprendizaje muy importante que llegan a obtener los individuos que atraviesan experiencias en las que su vida o su libertad se ven amenazadas de un modo manifiesto (o hasta trágico, pudiéramos agregar), radica en llegar a reconocer esa alegría de amanecer un día más y darse cuenta de lo bella que es la vida. Y resulta irónico que todo eso que puede proveernos de la auténtica felicidad que siempre ha estado ahí, esperando a que lo notemos. Qué lamentable es darse cuenta a raíz de una sacudida brusca que nos dé el destino. Pero hay algo más triste aún, ¿sabes qué es? Que inclusive muchas de las personas que hubieron de ir al límite para alcanzar a valorar esos tesoros a los que nos referimos, que son la vida y la libertad; y por supuesto todo lo que ello implica (como la salud, el trabajo, etc.), muchos de ellos, repito; tras el paso de los años dejan que esa enseñanza se llene de polvo y regresan a su antigua concepción, relegando las cosas más valiosas que en realidad se tienen, como el amor mismo o esa gratitud que debe sentirse por “estar aquí” el día de hoy. Y esto ocurre porque permitimos formar parte del plan de los

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demás nuevamente, dejando que ello nos apague, en lugar de ser nosotros los que arrojemos luz en la oscuridad.

Estas palabras tal vez suenen como una crítica, o es más, alguien que lea lo anterior pudiera imaginarse que me estoy dando “golpes de pecho” o que me encuentro a punto de ingresar a un monasterio. Y por supuesto que si lo estas considerado así, tienes todo el derecho de hacerlo, sin embargo yo mismo voy a ponerme como ejemplo de esas cosas que no deben hacerse, hablando de cuando se nos olvida que la vida nos ha ofrecido una nueva oportunidad.

Pues verás, hace algunos años tuve la desgracia de arrollar con un vehículo a una señora. Estos son los detalles:

Resultó ser que un día sábado, mientras terminaba de entregar la mercancía y de hacer cuentas con mi entonces patrón, del que solamente diré que es un empresario dedicado a la venta de relojería y joyas, ese día se nos ocurrió la habitual idea de dar comienzo a una ronda de cervezas para hacerle algo de mella a nuestras utilidades. En realidad bebí tan sólo una cerveza o tal vez dos, cuando éstas ya se habían agotado y era hora de ir por otra dotación. Un compañero dijo entonces: –Vente, Erasmo, vamos por ellas. -No se hable más, contesté.

A la salida del local me entregó las llaves de su vehículo para que fuera yo quien condujera, dado que él manifestó sentirse muy mal; seguramente producto de la cruda que le generara la borrachera de un día anterior. -Hay un pequeño problema Alfredo, le dije; se trata de que no tengo experiencia en manejar y preferiría que tú lo hicieras.-No te preocupes, respondió, el expendio está aquí a tres o cuatro cuadras y además el carro es automático, así que por favor hazme ese “paro”. Ahora que lo veo en retrospectiva, no sé por qué accedí, cuando en verdad no podía decirse que yo supiera manejar.

La cosa es que del negocio al expendio, conseguí llegar milagrosamente a salvo, no sin algunos avisos que acusaban mi inexperiencia y falta de pericia, como el pasar rozando dos o tres

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autos que estaban estacionados. Al regreso, las acciones parecieron mejorar, hasta que llegó el momento de hacer el último viraje a la derecha, luego del cual estaría a tan sólo media cuadra de concluir las peripecias. Pero en una fracción de segundo tenía frente a mí a una señora que iba tomada de la mano de su joven hija quien por fortuna alcanzó a dar un brinco para alejarse de mi paso, más no así su madre, a quien muy a mi pesar alcancé a embestir para proyectarla luego con el impacto a una distancia de aproximadamente dos metros, que pudo haber sido mayor de no haber estado allí aparcada una camioneta contra la cual la víctima se estrelló finalmente. Y digo que fue buena suerte que allí estuviera esa camioneta porque de otra manera la caída hubiera sido directamente contra el pavimento y con toda probabilidad el resultado consecuentemente también habría sido de mayor gravedad.

A los pocos metros del accidente detuve la marcha y aunque por unos instantes sentí la necesidad de huir, me deshice de esa idea dispuesto a afrontar la situación, mientras en un arrebato de histeria mi compañero salió corriendo del auto, estirándose el cabello y gritando cualquier cantidad de lamentaciones al tiempo que se alejaba del lugar de los hechos.

Voy a resumir lo que pasó inmediatamente después: Me avoqué con rapidez a prestarle auxilio a la pobre señora que se encontraba tendida ante los ojos de sus hijos, quienes con todo derecho me lanzaban miradas amenazantes y llenas de reproche, en tanto que yo procedí a conseguir asistencia médica, solicitándoles toda clase de disculpas, en lo que llegaban las autoridades.

Una vez que me encontré en los separos de la policía en medio de los delincuentes en turno, empecé a quebrarme la cabeza acerca de cómo iba a conseguir los recursos para hacer las reparaciones materiales pertinentes, cuando ingresaron en ese instante a un nuevo infractor que casualmente también había arrollado con su camión a una mujer. Su nombre era Felipe, lo recuerdo con claridad y como suele ser en estos casos, al que va llegando a la celda los demás le empiezan a interrogar sobre el motivo de su “visita”. En eso estábamos cuando

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llego un oficial a notificarle al susodicho que su situación se había agravado, puesto que la señora no había podido resistir y finalmente falleció.

Inmediatamente, al escuchar esa noticia me invadió una angustia tremenda, al pensar que lo mismo pudieran llegar a decirme en cualquier momento. Allí mismo me concentré profundamente, para rogarle a mi Padre Dios por el bienestar de esa señora a quien había yo atropellado, solicitándole que las cosas no pasaran a mayores.

De esta manera cobré conciencia del inmenso valor e importancia que encierra la libertad, más aún cuando algunos de los detenidos, delincuentes reincidentes y “clientes asiduos” de los centros penitenciarios, me trataban de dar consejos por aquello de que me tuvieran que trasladar al penal.

Aún recuerdo aquellas frases: -“Cuida mucho tu chamarra y tus zapatos, no dejes que te los quiten. Trata de imponer respeto, porque si no, hasta el trasero vas a perder”.

En fin, para fortuna mía luego de algunas negociaciones y compromisos que hube de establecer con los agraviados y observando ciertos protocolos legales, antes de la media noche ya me encontraba en libertad, y en lo sucesivo después de haber hecho las reparaciones e indemnizaciones acordadas no tuve que volver a preocuparme por aquel incidente.

Pero como venía diciendo, qué irresponsabilidad y cuánta insensibilidad se requieren, para que luego de haber vivido una experiencia tan desagradable, uno vuelva a ponerse en el “tocadero”; pues recordarás que la narración de esta vivencia surge a partir del comentario de que suele olvidársenos que en ciertos momentos la vida nos regala una nueva oportunidad y no sabemos valorarla.

Pues bien, tal fue mi caso. Aún recuerdo como volví a las “andadas” llegando a conducir hasta las “cachas de borracho” poniendo en peligro de ese modo no solamente mi integridad personal, sino

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también la de otros. ¿Qué hubiera podido alegar en mi defensa de presentarse un nuevo percance? ¿Acaso sería válido decir: Qué injusta es la vida? ¿O debería plantearse en términos de: “Qué estúpido fui”?

En todo caso, lo segundo resulta más apropiado y lamentablemente muchas personas no llegan a tener segundas oportunidades y otras aunque las tengan nunca logran darse cuenta de ellas. Es por eso que, cuando se carece de conciencia o se le tiene adormecida, es posible comprender, aunque no justificar, acciones de este tipo; más no así cuando se tiene pleno conocimiento de las causas y efectos de nuestros actos y se pretende evadir responsabilidades, pues es precisamente eso, la responsabilidad y la congruencia, las exigencias que nos demanda nuestra conciencia.

Quiero decir con ello que quienes hemos sido rehenes de alguna adicción, o defecto de carácter que parecía incontrolable, que finalmente detectamos, aceptamos y nos enfocamos en su recuperación, entonces ya no tendrá sentido atribuir a esas debilidades la culpa de nuestros errores. En realidad, como se dice por ahí: “son conceptos fáciles para mentes difíciles” pues si analizamos las cosas a través del raciocinio, la lógica, objetividad y el sentido común, todo nos dirá que no hay razón para tropezar dos veces con la misma piedra. Es más, casi todos nosotros somos capaces de criticar o de dar un consejo en ese sentido a quienes se ven en situaciones semejantes y la verdad, que la mayoría de las veces esa virtual autoridad de juzgar nos la provee, más que nuestra integridad o sensatez, la suerte misma, -por llamarle de algún modo- refiriéndome a esto en el sentido de que no se nos ha manifestado la ocurrencia de una desgracia determinada, no tanto por el buen comportamiento que tengamos, sino muchas veces por la providencia divina o por una simple ley de la probabilidad o la estadística. El famoso “no me tocaba”.

Si tuviera que regresarme al ejemplo que he narrado, diría que mientras yo permanecía en aquella inconciencia, de haberme enterado de alguien que dos veces consecutivas se hubiera visto implicado en

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un ilícito como lo es por conducir en estado de ebriedad y atropellar a una persona, sin lugar a dudas que tendría una dura crítica para él; sin detenerme a reflexionar en que si a mí no me sucedía nuevamente, no era tanto gracias a llevar una conducta impecable, sino que al contrario, vergonzosamente era a pesar de ello.

En ese sentido, creo que todos hemos escuchado más de una vez que “a toda acción corresponde una reacción”, y algunas otras frases parecidas que ilustran estas ideas, pero en el tema de nuestro comportamiento, fuera de lo que son los sentimientos de culpa, es conveniente decir que no vale la pena proseguir con una actitud negativa, una vez que hemos reconocido las implicaciones que ésta conlleva y que como se ha comentado pueden derivar en una tragedia o catástrofe y subrayo que esto es al margen de los sentimientos de culpa porque cuando se transgrede la línea en la que de un lado puede ser suficiente asumir una responsabilidad e intentar por cualquier medio reparar un daño y en la que del otro extremo se puede encontrar lo irremediable entonces ya no servirá de consuelo aceptarlo valientemente, pedir mil disculpas, darse de topes en la pared o intentar evadirse. Esto es así, porque la verdadera conciencia cuando se sabe auténticamente culpable de un daño grave e irreversible (como lo puede ser arrebatarle la vida a un semejante, que sería el ejemplo más claro), no distinguirá con claridad y mucho menos con facilidad, entre las atenuantes que puedan existir y las consecuencias que deba afrontar. Y aún en el mejor de los escenarios, es cierto y lastimoso que el daño colateral generado al haber roto el equilibrio natural de un núcleo o entorno, permanecerá ahí indefinidamente, independientemente de si nosotros logramos o no superarlo.

Este llamado a la prudencia, madurez, sensatez o como gustes llamarle tiene como finalidad vigilar en el día a día esos pequeños focos rojos o señales de alerta que pueden ser los causantes de “dar al traste” con todo un proyecto de vida. Esto por supuesto cada uno lo concebirá y aplicará de acuerdo a su entendimiento individual, rigiéndose por su intuición y por aquellos principios básicos que le son propios a todo ser humano.

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--------------------El día de ayer, estaba yo reflexionando acerca de dos conceptos que suelen obstaculizarnos mucho las cosas: el miedo y la vergüenza. Es un hecho, que ambos factores son algo así como “fantasmas” con los cuales hemos de lidiar constantemente y me refiero a ellos como espectros, porque no los podemos ver y algunas veces, aunque queramos olvidarlos o negar que estén allí, de cualquier manera, éstos se manifiestan y nos agobian o entorpecen. Aunque es innegable que dichos sentimientos se presentan como una reacción espontánea y muchas veces inexplicable, lo real es que de provecho tienen muy poco, o tal vez nada. De facto, me inclinaría por esto último en tanto no exista confusión entre la definición de miedo y prudencia, al igual que en el caso de vergüenza y arrojo.

Aquí hago una pausa para privilegiar el equilibrio (literalmente), evitando sugerir que baste con tornar un concepto por otro, cayendo así en el error de pensar que es suficiente con irse al extremo opuesto de esos sentimientos que me limitan a desplegar el talento e intelecto necesarios para mi desarrollo. Me quiero con ello referir a dos posibilidades básicas: 1.- Querer justificar a través del autoengaño que ese temor o vergüenza que sentimos, producto de la cual dejaremos de intentar tal o cual cosa, provienen de la prudencia o de la moderación. Y en este supuesto, que resulta ser la postura más mediocre ante los retos, se elige no “jugársela” en aras de preservar una tranquilidad y seguridad que para este tipo de individuos son de mayor valor e importancia que sus sueños y anhelos. Por cierto, es muy común escuchar en sus argumentos que si han dejado de arriesgarse en pos de sus metas ha sido porque no quieren comprometer el bienestar y estabilidad de sus seres queridos o simplemente lo atribuyen a que no encontraron las garantías suficientes. A este último pretexto pondría como objeción que tal vez ni siquiera las buscaron o que al haberlo hecho, pasaron por alto revisar en el lugar indicado, que es su propio interior. Allí en donde está su fe, donde está el valor, es el lugar que por llamarlo de algún modo le decimos “corazón”; no refiriéndonos por supuesto al principal músculo del cuerpo humano sino a aquel espacio mágico en

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el cual radica nuestro espíritu y que sí puede sentirse, pero no es factible señalarle un sitio de ubicación preciso.

2.- Una segunda postura suele ser conducirse con arrebato y agresividad, haciendo a un lado la reflexión para evitar (en vez de superar) sentir esa vergüenza y miedo a que nos venimos refiriendo. Y aquí el peligro es caer en lo grotesco y en lo patético, tomando decisiones o acciones atrabancadas que aunque dejen la aparente satisfacción de por lo menos haberlo intentado, también provocarán una frustración al reconocer que el fracaso llegó por la falta de planeación, trátese o no de un buen proyecto. En referencia a quienes reaccionan de este modo, habrás notado que anteriormente subrayé la palabra evitar, aludiendo a que este segundo grupo de personas no están centrándose en enfrentar el origen de sus miedos, limitándose a actuar como si no lo sintieran, adormeciendo así la capacidad de discernir apropiadamente.

¿Qué ilustrativa es la oración de A.A.? De hecho, personalmente creo que es una plegaria perfecta:“DIOS, CONCÉDEME SERENIDAD PARA ACEPTAR LAS COSAS QUE NO PUEDO CAMBIAR, VALOR PARA CAMBIAR LAS QUE SÍ PUEDO Y SABIDURÍA PARA ESTABLECER LA DIFERENCIA. HÁGASE TU VOLUNTAD Y NO LA MÍA”

¿Cuál será entonces el mejor camino o postura adecuada?Definitivamente, en cada caso es diferente, según sean los intereses en juego y en atención a las capacidades, circunstancias y otros factores que permitan calificar la conveniencia o no de emprender un nuevo reto.

Lo que sin lugar a dudas es el tema central de estos últimos párrafos es aprender a reconocer esa sensación de temor o de pena y adquirir la capacidad de discernir sobre si esto se ha vuelto un obstáculo o si por el contrario estamos ante un llamado de la cordura que se manifiesta en forma de paciencia o sano recato, según sea el caso; dejando claro que la búsqueda se va a dirigir con un enfoque en el justo medio hacia el equilibrio; y que si acaso se deban resolver

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situaciónes trascendentales con inmediatez, será preferible obedecer nuestra voz interior, recordando siempre que el mundo es de los audaces, pero no perdiendo de vista que es preferible un resultado en términos de: “lo pensé, lo intenté y lo conseguí”, a un simple: “al menos traté”.

Aquí se me viene a la mente un pensamiento que leí del señor Henry Ford, el cual tal vez no transcribo literalmente, -por no recordarlo de forma textual-, pero sí te comparto la idea: “Las excusas son esos horribles obstáculos que comienzan a aparecer cuando quitamos nuestros ojos de la meta”. El mensaje que me deja lo anterior, es que siempre existe al menos una posibilidad, cuando no varias; de poder ver cristalizada una meta, cualquiera que ésta sea. Que se consiga lograrla o no, dependerá primordialmente de las elecciones y acciones que emprenda y sostenga entusiastamente a lo largo del camino. Todo es posible, lo que puede ocurrir y ocurre a menudo, es que no encontramos o no distinguimos la posibilidad.

Y es muchas veces, a base de fracasos y derrotas (que podemos también llamar peldaños en la escalera del éxito u opciones de mejora), que se logra forjar un carácter a prueba de todo desde luego, estando abiertos al aprendizaje para no caer en los mismos errores y reconociendo con honestidad que no hay que buscar a qué o a quién echarle la culpa por no conseguir el fruto anhelado.

Aún en el peor de los casos, cuando se trate del mayor de los fracasos, del más garrafal; deberá prevalecer la idea de que nosotros no valemos tal o cual cosa o cantidad. Y si sirve de consuelo, para no desinflarse anímicamente, baste recordar cómo hemos llegado a este mundo: con las manos vacías y de igual modo nos vamos a ir. Esto por supuesto que no lo digo en son de conformismo, al contrario, es para recordar que al ser los apegos el origen de todo sufrimiento, convendrá tener bien claro que en lo referente a las derrotas y pérdidas de todo tipo, no solamente se rescata una enseñanza, sino que por sí solos esos fracasos, incluso en el caso más severo repito; en aquel en que no se distinga la posibilidad de obtener cierto aprendizaje de ellos o que no aparenten servir siquiera para templar

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un carácter, nunca podrá decirse uno mismo con toda objetividad que “todo está perdido. Claro que, la expresión es común escucharla puede haber razón en que exista alguna pérdida, pero en estricto apego a la objetividad, nunca dicha frase será cierta en toda su extensión.

--------------------Ya te he comentado querido lector lo complicado que me ha resultado ir hacia delante con este libro. Principalmente por dos factores: inspiración y tiempo; al mencionar lo primero te estoy diciendo que lo aquí plasmado sale más del corazón que del cerebro y en relación al tiempo, no es que se trate de un sacrificio para mí el poder dedicárselo; en todo caso lamento no tener mayores espacios para efectuarlo, es más, déjame contarte que los mayores avances en la escritura los he conseguido en el estacionamiento subterráneo de mi oficina y en alguna que otra cafetería o a la sombra de algún árbol.

Si hago esto de tu conocimiento en este instante, es porque recientemente tuve una especie de contratiempo en un negocio propio que inicié y nada menos cuando estaba en la lucha por no caer en la “tentación” de deprimirme, encontré una vieja anotación que transcribí hace por lo menos diez años y que bien sirvió para darme un coscorrón. Dicha frase dice así: “Un verdadero guerrero siempre debe pensar en la victoria aunque se encuentre agonizante y en el límite de sus fuerzas, siempre debe pensar en ganar”. El dilema, ahora sería: si somos verdaderos guerreros o no, y pienso que lo seremos en la medida que así lo queramos ser.

Ahora mismo tenemos un conflicto bélico entre dos regiones: Israel y Líbano. Como en todas las guerras o catástrofes naturales llegan a surgir historias conmovedoras que son narradas por los sobrevivientes; personalmente me parecen un claro ejemplo de la supremacía que representa el salvar la vida en contra de cualquier otro tipo de interés. Allí están las narraciones de personas que han podido escapar milagrosamente de tales situaciones y a quienes lo que menos les importa es haber sido despojados de sus pertenencias materiales. Y esto es así no por conformismo ni por una carencia de

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ambiciones; es de esta manera porque a fuerza de enfrentarse con la desgracia han reconocido en primera persona la capacidad de todo ser humano conciente, de sobreponerse a las circunstancias mientras exista vida. Bien dicen que mientras hay vida, hay esperanza.

--------------------Queda bien en este momento reflexionar sobre un tema de mucho interés: La grandeza.

Comenzaré por preguntar si en verdad existe eso que llamamos grandeza e inmediatamente contestaré que sí, aunque son muy contados los casos de quienes la conquistan y lo más asombroso es que ése no ha sido su objetivo; por lo menos no en términos de ver lograda una satisfacción personal y subrayaría lo anterior porque todos aquellos que hemos soñado con “ser grandes” o “hacer algo grande”, comúnmente lo sustentamos como una pretensión individual que nos permita gozar de bienes materiales, poder, reconocimiento, aceptación, etc.

Alguien, tal vez reconocerá que hemos invertido los procedimientos al respecto, buscando a través de múltiples esquemas y estrategias llegar a la grandeza; sin detenernos a pensar, en qué clase de grandeza es exactamente la que buscamos y descuidamos el hecho de que uno mismo jamás podrá tener la autoridad para calificarse en cuanto a si se es “grande”, o no se es.

Hagamos un alto para reflexionar sobre lo anterior: Si yo pienso que quiero ser alguien grande en la vida, lo primero que requiero definir es mi modelo de grandeza, pues tendré que reconocer mis limitaciones. Si deseo ser tan grande como Jesucristo, allí estaré rotundamente perdido, ya que aunque siguiera sus pasos no tengo ni el derecho de pensarlo, ni la menor posibilidad de lograrlo. En ese sentido podríamos poner un sinnúmero de ejemplos parecidos y finalmente llegaríamos a la conclusión de que nuestra búsqueda está más relacionada con aspectos como la fama y la fortuna, que con la grandeza en sí misma; pues esta última se ve reservada para aquellos que no la pretenden para sí mismos y son capaces de vivir con un

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ideal y morir por él, no obstante que ello pueda parecernos a la mayoría algo carente de sentido práctico.

La perfección es otro boleto, es “harina de otro costal” y seguramente cada quien conseguirá la grandeza de una forma distinta por tratarse de algo subjetivo porque finalmente no existe una formación académica que la garantice y tampoco un indicador unánime para calificarla.

Afortunadamente, estarás de acuerdo conmigo, en que si bien es prácticamente imposible ser alguien grande ante los ojos de todos, sí existen a lo largo de la existencia algunas “probaditas” de este manjar; y a veces la misma idea, puesta en marcha por supuesto, nos permite perfeccionarnos y no ser tan ajenos a la posibilidad de reconocerla y por qué no, hasta de darle una “saboreada”.

Por lo mismo, no creo que sea buena idea el apagar uno mismo el “switch” de los sueños, acuérdate que: “el que se enchufa prende”. Bien dicen los orientales que: “si te caes siete veces, levántate ocho”, esto viene a colación, cuando después de repetidos fracasos te encuentras a punto de claudicar pensando en que no naciste para tener éxito y que lo mejor tal vez sea renunciar a tus aspiraciones y de este modo dejar de sufrir por no conseguir ver logrados tus propósitos. Al respecto, has de saber que en verdad ése es el camino más corto pero no el mejor, particularmente, no el mejor para ti, porque una decisión de ese tipo es más trascendental de lo que aparenta.

Dejar de luchar y ser arrastrado por la corriente puede convertirse en un hábito que a la larga resultará muy difícil revertir. Recuerdo cómo hace varios años atravesando por una “mala racha”, desesperado en el intento por romper el “tabú”, con la firme creencia de que no hay crisis que resista dieciséis horas de trabajo diarias, me apliqué a fondo en esa lucha; aunque sucede a veces algo muy curioso, tal como en el juego, donde dicen que: “el que apuesta por necesidad, pierde por obligación”. Lo mismo me estaba ocurriendo. Tal parecía que la gente olfateaba mi necesidad, mi desesperación; estaba transmitiéndoles mi angustia y no conseguía cerrar negocios. En esas

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andaba, profundamente sensible por cierto, cuando vino a rematarme una experiencia que en ese momento me produjo gran indignación.

Era un sábado alrededor de las tres de la tarde y precisamente por darle prioridad al trabajo había cancelado una salida con mi familia. Tenía una cita a esa hora -previamente confirmada- con un industrial que ya me había evadido en otras ocasiones y yo sentía que ese día las cosas serían diferentes; pues bien, como en aquellos tiempos solamente tenía un vehículo y se lo había dejado a mi esposa, hice uso del transporte colectivo y al bajar, aún tuve que caminar algo así como cien metros de terracería por tratarse de un lugar que se encontraba a las afueras de la ciudad. Una vez que estuve a las puertas de la nave industrial me pareció muy raro que no se viera actividad alguna y en efecto, después de casi tumbar la puerta salió el velador y me indicó que el personal ya se había retirado – ¡Qué extraño!- le comenté, hablé con el ingeniero hace media hora y me aseguró que aquí nos veríamos.

-Entonces tal vez lo esté esperando en el restaurante-, me contestó. Se refería a un sitio muy concurrido que estaba a unos doscientos metros de allí y decidí, no sin ciertas reservas, acercarme al lugar y ver si conseguía contactar a mi prospecto. El único problema era que no conocía físicamente al sujeto y una vez dentro del restaurante, me animé a acercarme a una mesa que reunía a lo que era evidentemente un grupo de trabajadores en compañía de su patrón.

-¡Buenas tardes!-, saludé. ¿Alguno de ustedes es el señor X? (Suprimo nombres para no herir susceptibilidades). Todos voltearon a ver suspicazmente a quien aparentemente era el jefe y tras un intercambio de miradas de complicidad, alguien respondió que no. Luego de una disculpa y por lo lleno que se encontraba el local, decidí retirarme y tratar de contactarlo luego, pero cuando llegué a la puerta de salida me topé con el velador que me había atendido hacía unos momentos y me preguntó: ¿Si encontró al señor, joven? –No, respondí; pero muchas gracias de cualquier modo, prefiero buscarlo otro día.

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-No, joven, me dijo, véngase y ahorita lo encontramos. Así que entramos nuevamente y sorpresivamente nos acercamos a la mesa a la que yo recién me había dirigido. De forma espontánea, buscando una expresión chusca le cuestioné al señor X: -¿Qué pasó jefe, estamos jugando a las escondidas? Soy Erasmo Salinas, hablamos hace rato y me dijo que pasara a visitarlo. En un tono muy molesto y hasta agresivo que no dejaba lugar a réplica me respondió lo siguiente: -“Mire joven, ahorita estoy conviviendo con mis empleados y no lo puedo atender, si quiere, búsqueme otro día”.

-Tiene razón señor X, usted disculpe y con su permiso. Esas fueron mis palabras antes de retirarme, sintiendo encima de mí todas las miradas y una pesada carga de humillación que probablemente yo mismo me había ganado al tratar de ser audaz y no darme cuenta de que en realidad esa audacia era necedad al tomarme las cosas “tan a pecho”.

Todavía al pie de la carretera, revisando mis bolsillos para ver si tenía lo suficiente para pagar un taxi –ya que no pasaba el autobús- quería que me tragara la tierra y me visualizaba llegando a casa para tirarme al llanto y poder desahogarme.

Cuando llegué al hogar, estuve a punto de descargar esa ira en contra de mi familia, pero por fortuna ya iban de salida y logré contenerme; empero opté por recurrir a una reflexión inmediata acerca de qué era lo que me hacía sentir así y logré establecer que básicamente había sido una combinación de un estado anímico que me producía la urgencia de colocar nuevas ventas para recapitalizarme, con la interpretación que yo le daba al hecho de sentirme humillado, exhibido, vamos.

Y a sabiendas por experiencia propia de que ese trance podría prolongarse mientras yo así lo quisiera (“...según el cristal con que se mira”), elegí dejar de lado el incidente, evocando aquella sabiduría popular de que ciertos males se curan con una cucharada del mismo chocolate; o como diría Alex Dey, “¿Cuánto dolor eres capaz de

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tolerar?” aludiendo a que: en la medida que te enfrentes a tus miedos e inseguridades, saldrás más fortalecido.

Con esa decisión y repitiéndome una y otra vez todas aquellas frases de positividad que hasta ese día había acuñado (arrancadores mentales) y también, por qué no decirlo, elevando mis oraciones al Creador; pronto me sorprendí deseando que ya fuera lunes para salir a trabajar.

--------------------En muchos sentidos, la vida es como las ventas; es trueque, negociación, intercambio, es un dar y recibir.

Por supuesto que si tienes un sistema o estrategia que consigas desarrollar con naturalidad, los dividendos se irán inclinando a tu favor; y no estoy planteándolo en términos exclusivamente financieros, porque no todas nuestras actividades cotidianas se enfocan precisamente a eso. Digo que si consigues desarrollarlo con naturalidad, resaltando esta frase, en virtud de que no todas las personas poseen las condiciones natas que demanda la negociación, como podrían serlo: el aplomo, el carisma, la empatía y la facilidad de palabra, entre otras. No obstante, siempre queda el valioso e infalible recurso del aprendizaje, que en estos casos deberá ser más práctico que teórico, sin que estorbe en ningún momento lo último, por supuesto.

¡Qué interesante resulta saber que puedes aprender de ti mismo y por ti mismo; de hecho a mí me parece maravilloso! Por sí solo ése es un factor que nos otorga independencia y libertad.

Lee con atención lo anterior y reflexiona un poco sobre ello y tal vez llegues a la conclusión de que en muchas formas aprender es descubrir, y eso siempre equivale a una pequeña hazaña; sin importar que ya antes otros obtuvieran un mismo resultado. Pero esto es particularmente importante cuando se trata de ti. Hasta parece mentira que uno mismo no se conozca a fondo ni sepa que esperar de sí. Tal vez sea tan complejo, que por eso en ocasiones hemos

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escuchado de algún estudioso de la mente humana que ha terminado perdiendo la cordura.

Nuevamente puede ser momento de preguntarnos: ¿Quiénes somos en realidad? Y a menudo ocurre que tenemos más claro (o así lo creemos), lo que no somos ó lo que no podemos o queremos ser. Y tal vez el ejercicio pueda dar un buen resultado desarrollándose así, en un proceso de eliminación, donde alcancemos a descubrir nuestra esencia, a través de ir descartando esa personalidad que no reconocemos como propia, lo mismo que aquellas que nos sentimos incapaces de representar. Y en ese sentido pudiera ser más fácil llegar a un buen conocimiento de uno mismo preguntándose: ¿Quién no soy? Y: ¿Quién no quiero ser? Dichas preguntas conviene que vayan seguidas de un: ¿por qué? Y que sean entendidas no en comparación con tal o cual sujeto y sí en relación a determinado calificativo que englobe una personalidad (perezoso, mediocre, triunfador, honesto, etc.)

Esa búsqueda de sí mismo tiene mucho que ver con lo que platicábamos anteriormente cuando se sugería hacer un alto en el camino para salir de esa inercia que nos hace suyos.

He llegado a pensar que bien valdría la pena, en tanto no se vean afectados los intereses de segundos o terceros el dedicarle un periodo de la existencia a un retiro de esa categoría, que fuera exclusivamente para meditar y alcanzar una mayor iluminación. Sin embargo, por razones prácticas y emocionales, sucede que puede resultar teóricamente imposible emprender una aventura de ese tipo, por lo menos sin menoscabo de otros intereses importantes. Aquí te comparto, que a mí me ha dado muy buen resultado y he conseguido algunas dosis de esa referida iluminación, a través de mis reflexiones filosóficas llevadas a la escritura, en combinación con la búsqueda de contactar espiritualmente, mediante la oración, con ese poder superior (Dios, como yo lo concibo), y con llevar al terreno de los hechos una modesta contribución de prestarle servicio desinteresado a mis semejantes.

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--------------------A menudo, ocurre que con motivo de alguna decepción , limitación o frustración, llegas a sentirte deprimido y te cuestionas acerca de muchas cosas relativas a tu entorno; por supuesto que esto es perfectamente normal, en tanto dicho estado no se exacerbe al grado de prolongar indefinidamente esa actitud depresiva y ello se manifieste en un perjuicio que pueda ser de índole material, cuando se frena la productividad de la persona, o de carácter físico, cuando quien padece esta crisis atenta en diversas formas contra su organismo, lo mismo que del orden social o familiar, en donde llegan a desintegrarse los núcleos y a lesionarse los lazos y relaciones.

Fuera de situaciones enfermizas y dentro de lo que pudiera catalogarse como una reacción normal, decía que en determinados momentos de la vida y por causas diversas, que regularmente suelen ser adversas, se llega a experimentar un grado de insatisfacción personal. Y soy de la idea de que lo peor que puede hacerse, es evadir ese llamado de la conciencia que nos está invitando a una saludable e imparcial reflexión, de lo que nos motiva a sentirnos de ese modo.

Una de las mejores dinámicas es plantearlo por escrito, para dejar sueltos la menor cantidad posible de cabos. Si se sugiere que esto sea algo saludable, es porque la mayoría de las veces se va a llegar a la conclusión de que el trance depresivo que se cursa, es atribuible a una causa específica que nos hace exagerar un poco las cosas; tal vez, como una demanda de nuestro cuerpo que requiere descanso o acaso como un brote de los sentimientos en busca de cariño o comprensión; y también por algún vacío espiritual que requiera ser compensado.

Resulta obvio que, una vez identificadas las causas y teniendo un enfoque objetivo, los efectos tenderán a suavizarse y finalmente a través de acciones resolutivas se impondrá la armonía.

Al decir que esta reflexión a la que nos referimos sea imparcial, es con el ánimo de desechar la idea de culpar a otros por la forma en que

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nos sentimos y también con la intención de centrarnos en el justo medio, para saber qué es lo que nos tiene así. De forma que ni nos flagelemos nosotros mismos, ni tampoco seamos demasiado indulgentes. Por supuesto que siempre tendremos un grado de responsabilidad en torno a lo que hemos cosechado de nuestra siembra. Pero recuerda: Que lo más importante en tu vida es el día de hoy, este momento, este instante. ¡Nunca lo pierdas de vista! Te invito a pensar en ello constantemente, hasta que te convenzas de esa verdad y logres disfrutarla.

Probablemente ahora te preguntes qué tiene que ver una cosa con la otra y voy a decirte que mucho. Estarás de acuerdo conmigo en que una de las cosas más comunes que hacemos ante los problemas es evadirnos y desear que pase el tiempo para que todo haya acabado. Incluso hay quienes generan en su mente toda clase de fantasías acerca de lo que harán cuando ya no tengan tal o cual presión o dificultad, en lugar de evitar pensar demasiado en el futuro y emplear esa creatividad en la toma de conciencia y en el ejercicio de acciones presentes. Allí es donde voy a recalcarte lo valioso que es el aquí y el ahora, y a qué estoy aludiendo, al invitarte a reconocer y disfrutar de la posesión más valiosa que es el presente, lo cual es irrefutable, en consideración a que dicho estado (tiempo) es del único que podemos disponer a ciencia cierta, a sabiendas de que éste no puede detenerse por ningún medio, ni siquiera por una fracción de segundo el planeta deja de girar y aunque es innegable la gran valía que tiene el pasado en razón a la experiencia e información que provee, en estricto apego a la objetividad no es algo imprescindible; y un claro ejemplo de ello sería el caso de un individuo que de pronto se viera privado de su memoria; de sus recuerdos vamos, al estar padeciendo un cuadro de amnesia. Es fácil imaginar que este amnésico consiga resignarse a su realidad y recomience una nueva vida partiendo de cero. Inclusive existen novelas y películas que abordan el supuesto y agreguemos que en este caso, el desconocer el pasado no obstaculiza vivir el presente.

Dicho lo anterior, hemos de dirigirle algún comentario a la importancia que encierra el futuro y de inmediato se vienen a la

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mente conceptos como planificación, metas, proyectos y otros aspectos relacionados, que sin lugar a dudas merecen un lugar privilegiado en los intereses de casi cualquier ser humano. Pero de nuevo, así como hicimos aquella reflexión básica en términos de que el pasado ya pasó; cuando hablamos del futuro es natural sentir incertidumbre, más aún concibiéndolo al largo plazo que definitivamente si llegará, aunque no necesariamente para cumplir nuestras expectativas, y esto es así, no por carencia de fe u optimismo, sino porque vivimos en el mundo de las posibilidades; y yendo un poco más allá diré que la llegada de tal o cual fecha o momento, por sí sola no modificará situaciones o circunstancias, si no es, que tras de esa llegada, las partes interesadas van empujando fuertemente para propiciarlo.

Creo que quedan claros estos dos asuntos, ahora bien, que técnicamente el presente en estricto sentido es nada más que un suspiro. ¿Cuánto dura el presente? Pregunta difícil, ciertamente. ¿Un segundo, un minuto, una hora, un día o cuánto? Pregunto de nuevo. Si lo analizamos a fondo, posiblemente lleguemos a la terrible conclusión de que el presente en realidad no existe o de que si en verdad existe, no dure más que eso que ya dijimos: un suspiro. ¿Por qué digo esto? Porque a medida que avance el segundero del reloj vamos saliendo del pasado y cursando insensiblemente eso que entendemos por presente, para ir incorporándonos al futuro, que termina siendo nuevamente por un instante parte de nuestro presente, para inmediatamente convertirse en tiempo pasado y así nos vamos...

Por eso mismo, el punto central de la teoría de la relatividad es que nada es absoluto, pero por supuesto que no pretendo confundirte al enloquecerme yo mismo (más de lo que estoy) y para efectos prácticos te planteo que nuestro presente conviene determinarlo, en el día que se vive, una vez más te digo: “un día a la vez”.

Al respecto, se me ocurre preguntar: ¿Cómo actuaría el día de hoy si de ello dependiera mi supervivencia?

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Si lees con atención la pregunta anterior, notarás que no es lo mismo si te pregunto cuál sería tu vida actual en este día, si supieras que es el último, tal como lo aconsejan, a modo de ejercicio algunos estudiosos de las emociones y a lo que comúnmente obtienen respuestas que tienen que ver con despedirse de sus seres queridos, redactar testamentos o disposiciones post-mortem, expresarles amor a los allegados, cuando no con emborracharse o realizar alguna locura reprimida, etc.

Y saliéndome poquito del asunto, aunque ahorita regresamos, te diré que ciertos motivadores te invitan a vivir este día, no como si fuera el último, que bien es cierto que siempre resulta posible así, sino que a la inversa te proponen vivirlo como si fuera (que también de muchas maneras lo es) el primer día del resto de tu vida, con lo que cada día te vas reinventando, recomenzando y dejando así atrás todas esas anclas o lastres que de nada te sirven, al tiempo que se deja abierta una ventana por la cual visualizar el futuro que se construirá paso a paso.Pues bien, te diré que soy partidario de ambas dinámicas y que con mayor regularidad me inclino por la segunda, aunque la primera suele servir bastante para sensibilizarse y procurar tener un mejor contacto con aquellos sentimientos de culpa, frustración y resentimiento, que a veces llevamos ocultos y que a través de esta terapia consigues, no solamente reconocer, sino también combatir el orgullo y soberbia, en base a aquellos tres factores a los que hemos hecho alusión desde el comienzo de este libro: humildad, honestidad y acción.

Ahora si, regresando a qué es, lo que en realidad quiero preguntar cuando te digo: ¿cómo actuarías el día de hoy si de ello dependiera tu supervivencia? Al respecto te diré que es algo así como si alguien más te fuera a calificar, en todos y cada uno de tus actos a lo largo del día, teniendo como premio vivir el día siguiente y empleando una calificación aprobatoria de al menos ocho puntos en la escala del uno al diez.

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Está de más decir que se trata de una mera suposición y por lo tanto, de apreciación subjetiva, no obstante, si deseas hacerlo, aunque sea sólo por un día, debes hacerte una exigencia: tu mejor esfuerzo.

Te propongo que de manera individual decidas cuáles serán los renglones que vas a privilegiar y los plasmes por escrito para que al final del día emitas tu veredicto, con la aclaración, de que si determinas que has fallado, eso no significa que no debas vivir un día más, ¡para nada!, en todo caso estarás dando un paso adelante en el reconocimiento de tus errores, para enseguida y en lo sucesivo poner manos a la obra en mejorar esas áreas de tu vida en la medida de tus posibilidades e intereses.

Por eso mismo anteriormente subrayé y resalté en “negritas” la frase: “tu mejor esfuerzo”, y la vuelvo a mencionar porque ése sólo hecho por sí mismo te engrandece, ya que estás dando y haciendo lo mejor que tienes y puedes.

He aquí una lista de posibles áreas que tal vez te convenga incorporar al examen, sin que esta sugerencia sea limitante:

FAMILIA, TRABAJO, DEPORTE, ESPIRITUALIDAD, ESTUDIO, AMISTAD, RECREACIÓN, SALUD, EMOCIONES (aquí puedes desglosar varias), PROYECTOS PERSONALES, ETC.

Vale la pena sugerir que este ejercicio, así como puedes planteártelo por un día, también es válido llevarlo a un programa semanal, mensual, trimestral, semestral y hasta anual.Inclusive puedes fabricar tu propio diploma si consigues los propósitos planteados.

--------------------Esta mañana una vez más pude corroborar algo que constantemente afirmo y que es el hecho de que en muchas maneras la vida es como la profesión llamada ventas. Es negociar, es intercambio, y dicha situación deja una agradable satisfacción cuando logras manejar las cosas de modo que todos resulten beneficiados o por lo menos se

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consiga el mayor grado de equidad y aceptación por parte de los involucrados sin caer por supuesto en la manipulación. Y definitivamente la clave está en lograr por un lado la empatía, pisando en los zapatos ajenos por un momento y por el otro, en no olvidar cuál es la verdadera pretensión, misma que debe plantearse en los términos más claros posibles, cuidando en todo momento que al hacerlo se mantenga la ecuanimidad.

Debo destacar que son muchos los principios que nos ayudan a lograr resolver los más variados eventos con base en la negociación. Por tal razón se remarcaron en el párrafo anterior algunos de ellos, que considero de los más importantes. Y por separado haremos referencia a cada uno de ellos.

Negociar.- A juicio personal considero que de las diversas definiciones que ofrece el diccionario para esta palabra, la que mejor se adapta a nuestras intenciones es la siguiente: “Tratar un asunto para procurar su mejor resultado”. Al respecto viene al caso mencionar que en función de lo anterior, una persona negociosa (que sí existe la palabra) es una persona diligente y cuidadosa. Y lo que son las cosas, la palabra cuidado, es definida como esmero o negocio a cargo de uno, mientras que el término diligente viene a referirse a alguien ligero en actuar.

Antes de que sigas adelante, por razones pedagógicas te recomiendo y hasta te pido por favor, que releas un par de veces el párrafo anterior, ya que es más revelador de lo que aparenta y al seguir este consejo seguramente lo notarás.

Satisfacción.- Para efectos de lo que nos interesa, hablamos de esa sensación de bienestar que nos produce el simple hecho de hacerlo bien. Lo manifiesto así porque he podido apreciar que muchas personas consiguen un placer morboso cuando logran ver resueltos sus eventos a través del sometimiento, la imposición, el chantaje, etc.

Aquí podría decirte que a través de esas prácticas puedes tal vez conseguir algún tipo de placer, dinero, miedo de los demás (no

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respeto) y cualquier cantidad de falsas victorias, pero ten presente, que por la mala ni vas a ser feliz ni a darle dicha a tus semejantes. En ese tenor en próximas líneas extenderemos una reflexión.

Manejar.- Utilizo el vocablo como sinónimo de tratar, procurar. Estos tratos o procuraciones, deben acompañarse de un ingrediente llamado eficiencia, lo cual representa una verdadera virtud, entendiendo que vamos a esforzarnos por hacer las cosas lo mejor posible, en el menor tiempo y con los recursos disponibles.

Beneficiados.- No olvides mantener presente la idea de que en una negociación, el producto debe consistir en un beneficio “o varios” y que no eres tú la única persona que así lo espera.

Equidad y aceptación.- Te hablo de ellas en un mismo contexto, partiendo de la idea de que esa aceptación que vamos a buscar en aquellos con quienes negociamos, habrá de ser legítima, es decir obtenida sin chantajes o presiones mal encaminadas. Y por si te preguntas si acaso existen presiones bien encaminadas te voy a responder que sí, esto es cuando tienes la absoluta certeza de que el móvil de tu persuasión está total y completamente encaminado a generar un bienestar y las demás voluntades que intervienen en la negociación no alcanzan a comprenderlo de ese modo. Allí es donde se emplea firmeza de carácter para conseguir el sí o dejar claro que no eres tú quien va a perder la oportunidad sino ellos. A veces un poquito de presión o insistencia pone a trabajar la mente de los otros en la toma de decisiones, para evitar que éstas se aplacen de manera indefinida. Por supuesto que, en temas trascendentales, ese trabajo va a ser previamente estudiado con minuciosidad y manejado con mucha fineza y “mano izquierda”.

Por lo tanto, para lograr una genuina aceptación, vamos a ser justos, parejos pues.

Manipulación.- Éste es uno de los errores más comunes que solemos cometer al tratar de persuadir o convencer, cuando nos encontramos negociando. Te voy a poner un ejemplo muy claro, que es cuando le

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decimos a un hijo: “no hagas esto, porque te castigo” o “has esto otro, porque si no, vas a ver”.

Evidentemente allí no estamos negociando, manipulando sí.

Sería diferente plantearlo en términos de lograr un convencimiento, aunque tardemos un poco más en explicar con claridad qué inconvenientes representa el hacer tal o cual cosa a la que nos oponemos, esforzándonos por encontrar soluciones alternativas o mejor aún, detectando con base en un diálogo bilateral (no un monólogo), cuál es la raíz de la inquietud que se trate.

Por otro lado, en el segundo ejemplo resulta siempre de mayor productividad lograr un resultado con el empleo del estímulo, la motivación y la educación misma, refiriéndome a esto último en el tono de que, si nos sabemos responsables de nuestras obligaciones (es decir que pregonamos con el ejemplo), será congruente poder solicitar un comportamiento similar.

Empatía.- Cuánta falta hace situarnos en el lugar de nuestros interlocutores.- y no hablo de pensar por ellos, al contrario, hay que ejercer estímulos para que ellos expresen sus sentimientos y hacer un verdadero ejercicio intentando dilucidar su enfoque; fundamentados con toda la información que tengamos o podamos conseguir acerca de las áreas que probablemente dichos interlocutores deban considerar para tomar una decisión.

Necesariamente al hacer esto, obtendremos una óptica más amplia y hasta podremos anticiparnos con respuestas a sus inquietudes.

Te puedo decir que el resultado lo podrás observar en un incremento de confianza y respeto.

Pretensión.- ¿Qué es lo que pretendes con tu negociación?No basta con que tú lo sepas o con que creas que es lo suficientemente clara para que no haya necesidad de corroborarla.

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Por favor, exprésala clara y oportunamente, sin lugar a confusiones o mal entendidos. No des por hecho que los demás te entienden.

Recuerda que el primer paso para obtener algo lícitamente, es pedirlo; y al respecto no olvides ser razonable.

Ecuanimidad.- Equilibrio, algo poco común de encontrar y difícil de mantener. No sugiero que dejes los sentimientos bajo el colchón, solamente voy a invitarte a que aprendas a utilizarlos a tu favor y que no sean éstos, los que te controlen a ti.

Precisamente viene al caso referirnos al tema de las capacidades, pues como recordarás, estas definiciones que venimos proponiendo, nacieron al mencionar que recién pude corroborar cómo resulta positiva la capacidad de negociar y resolver de este modo mil y un asuntos distintos.

Pues bien, resulta que un mismo asunto, bajo circunstancias similares digamos, puede representar una problemática distinta según sea el enfoque y el tratamiento que se le dé. Aquí por ejemplo es sabido que lo más común, resulta precisamente no hacer algo para resolverlo y aunque no valga la pena decirlo, reconocemos que también es una opción, pero al igual que estar aplazando indefinidamente una decisión, esto no resultaría productivo. En fin, quienes nos damos cuenta de que la toma de decisiones es un asunto de capacidades, regularmente aceptamos que si determinado evento no podemos resolverlo, no es necesariamente porque de manera tajante la resolución sea inexistente, ni tampoco en razón de hallarse fuera de nuestro alcance. La verdad, es que resulta muy habitual que sea uno mismo el que se limite con esa clase de conclusiones que en el fondo van revelando una carencia de voluntad y compromiso, al decir que no podemos hacer tal o cual cosa o afirmamos que aún no es el momento, sin reconocer que lo que no deseamos, es pagar el precio que ello implica, llámese un esfuerzo físico, mental o espiritual.

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A lo anterior normalmente argumentamos que no disponemos de tiempo para iniciar algún proyecto, que carecemos del capital para realizar una inversión o que no tenemos a la mano la información adecuada para tomar una decisión.

Esa capacidad que se plantea, es definitivamente algo que puede desarrollarse y hasta conseguirse (en este punto entraría el trabajo de equipo), en la medida que uno mismo se responda cuán importante puede resultar esto en contraposición al sentimiento que nos aconseja lo contrario. Es decir, que ante la disyuntiva que representa la satisfacción que nos brinda nuestra situación actual, comparada con un determinado deseo que necesariamente conlleve un esfuerzo para su realización, necesariamente tendremos que hacer uso de nuestra capacidad de elegir, aunque sea en su mínima expresión, que sería dejar las cosas como están u optar por pasar al siguiente nivel, que evidentemente demandará un despliegue de energía mayor, obsequiándonos a cambio ese deseo que en sus orígenes fue tan solo una idea.

Un ejemplo muy simple (hasta simplón) lo tenemos en el tipo que se pasa las horas recostado viendo TV con el control en la mano y rascándose la panza, al que de pronto en un momento de conciencia o inspiración le surge la idea de trocar esas horas de esparcimiento por una nueva actividad (llámese estudio, deporte, trabajo, labor social, religión, etc.). Ese alto en el camino, aunque sea por unos instantes lo invita a decidir, a elegir entre su comodidad (que no estoy criticando) o en exigirse una modificación.

Si él opta por seguir recreándose a su manera, porque allí encuentra lo que busca, quiere o necesita, ¡excelente! Pero si vive inconformándose con el resultado de aquella inactividad, debe saber que eso es algo que está por completo en sus manos modificar, pues no se vale ir por la vida quejándose de todo y de todos cuando no se está dispuesto a poner lo mejor de su parte.

A veces, pequeñas actitudes hacen grandes diferencias. Es precisamente estar dispuestos a pagar el precio por lo que se quiere; y

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dicho pago tal vez consista en trabajar un poco más, descansar menos, tener una mayor tolerancia y aceptación hacia los demás, en administrarse de un modo eficiente, etc. Pero esa transformación, para que resulte grata tendrá que verse motivada por una predilección, que en el caso del ejemplo anterior, el sujeto debiera cuestionarse con honestidad acerca de si desea continuar obsesivamente mirando TV o enfocar ese tiempo en algo más productivo. Definitivamente, su decisión, cualquiera que ésta sea, podrá no ser aprobada o compartida por otros y sin embargo al ser su elección, se le deberá respetar, aunque siempre quede abierta la puerta a la posibilidad de un cambio futuro en su modo de pensar y actuar.

Cuando decimos que cada cabeza es un mundo, se reconocen las distintas formas de pensar, y aunque existan valores universalmente aceptados, cada quien establece sus prioridades y lo hace regularmente en función de sus capacidades físicas y/o mentales.

Seguramente habrás escuchado frases como: “Me llegó mi momento” o “Voy a dar ese paso”, en boca de alguien que ha decidido realizar (o dejar de hacer) determinado evento, y la verdad es que en la mayoría de estos ejemplos se ha tratado exclusivamente de una toma de decisiones, fuesen o no oportunas. Y con ello, quiero referirme a que quienes expresan tales palabras pudieran, con anticipación a dicha elección, haberse encontrado ya, en condiciones físicas o materiales para iniciar el asunto del que se tratara y solamente estaba deteniéndolos la incapacidad mental o emocional para decidirse.

--------------------Si bien, desde que iniciamos con la aventura de este libro, con cada letra nos acercamos al final, lo cierto es que ya nos encontramos en la recta conclusiva o como diría un viejo conocido: “Ya falta menos” (frase brillante por cierto), razón por la cual es hora de abrocharse los cinturones y prepararse para el aterrizaje, que en términos más inteligibles consistirá en crear un compromiso con nosotros mismos.

Así es, hay que terminar lo que se comienza.

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Uno de mis compromisos es actuar congruentemente con mis ideas, y ahora debo hacer que este libro llegue a tus manos y prepararme después para otra nueva aventura literaria.

Hay muchas cosas que nunca alcanzaría a decirte y seguramente habrá otras con las que no estés de acuerdo, lo cual me resultaría muy interesante, porque yo mismo no descarto que en algún tema específico de los que hemos tratado, pueda modificarse mi perspectiva en un futuro.

--------------------Hace varios años escuché de un conferencista la siguiente frase: “La voluntad está condicionada a la inteligencia” y debo confesarte que aunque me resulte difícil aceptarlo así, reconozco con honestidad que encierra mucho de cierto, aunque también la frase plantea muchas interrogantes.

Lo mucho de cierto, lo encuentro en que es inminente poseer el conocimiento y entendimiento para cristalizar una finalidad, es decir un objetivo. Y creo que a eso podríamos reducir el concepto de inteligencia en referencia a la frase, dado que no se habla de ningún grado de correspondencia entre voluntad e inteligencia; que allí es donde podrían plantearse interrogantes como: ¿Se requiere de una gran inteligencia para desarrollar una expresión de voluntad? (a lo que la respuesta sería: no necesariamente), o ¿corresponde a una mayor inteligencia una mayor voluntad? (donde tendríamos la misma respuesta), o hasta: ¿Con una inteligencia escasa no se posee voluntad? (y aquí la respuesta es, que sí resulta factible encontrarla, aunque su desarrollo tenga mayor grado de dificultad).Cabe decir que el hecho de que las cosas aparezcan más fáciles para algunos, no significa que “ya la tengan hecha” y viceversa.¿Qué nos dice el diccionario sobre estas dos palabras?

Inteligencia: Capacidad para aprender o comprender. Suele ser sinónimo de intelecto (entendimiento), pero se diferencia de éste por

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hacer hincapié en las habilidades y aptitudes para manejar situaciones concretas y por beneficiarse de la experiencia sensorial.

Voluntad: La definición filosófica y psicológica ofrecida para este término, lo refiere como la capacidad de elegir entre caminos distintos de acción y actuar según la elección tomada, en concreto cuando la acción está dirigida hacia un fin específico o se inspira por ideales determinados y principios de conducta. Y vale la pena acotar que los textos que aluden a la palabra voluntad en estos términos, aprovechan para contrastarla con la conducta derivada del instinto, impulso, reflejo o hábito, comentando que ninguna de las cuales implica una elección consciente entre distintas alternativas.

Bien, ahora reflexionemos un poco al respecto y alegrémonos de que la inteligencia no es un elemento reservado para unos cuantos, dado a que no se hace referencia a ella como el grado de coeficiente intelectual y se le reconoce exclusivamente como una capacidad de aprender y comprender, lo cual nos lleva a proponer, que aún en el caso de personas con lento aprendizaje, no se puede hablar de ellas como faltos de inteligencia, puesto que ese déficit o lentitud puede suplirse con algo de “horas extras” en esfuerzo y dedicación.

Por otra parte tenemos, que quienes aceptan el reto de estimular su inteligencia (que todos la tenemos es un hecho, e igualmente cierto resulta que no existen límites para su crecimiento), encontrarán con agrado un fortalecimiento en su voluntad, que como hemos repasado, es igualmente expresada como una capacidad. Capacidad de elegir (ya no de comprender) y con esto caemos en la cuenta de por qué la voluntad está condicionada a la inteligencia, al ser la comprensión un requisito previo a la elección (por supuesto cuando se busca un resultado óptimo).

--------------------Naturalmente, no espero que a raíz de esta lectura modifiques sustantivamente tu vida, excepto claro, en el caso de que tú así lo decidas concientemente y esto te resulte para bien.

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Viene al caso decir esto, porque finalmente confieso con honestidad, que no he dedicado todas estas horas de escritura (y las que siguen) con el afán de convertirme en un consejero o guía espiritual, nada más lejos de la realidad. Aunque por otra parte tengo la firme convicción de que esta serie de pensamientos no los he plasmado en vano y si para ti no llegan a ser útiles, entonces no comprendo cómo has llegado hasta aquí; mas déjame decirte que la simple alimentación intelectual no es suficiente para convertirse en mejor persona y lo que hace la diferencia de nuevo es la actitud.

Y para animarnos a hacer o dejar de hacer determinada cosa, a veces lo único que nos falta es un “empujoncito” y en ese sentido espero cumplir con tus expectativas y que éste sea el “arrancador” que estabas esperando para ponerte bien, lo cual depende a mi juicio en un 90% de tu decisión y en otro diez a factores externos o ajenos a uno mismo. Por eso, no veo difícil que “te pongas al 100” en cuanto aprendas a manejar tu 90 y a reconocer lo bueno del otro 10.

Si uno decide bloquear su voluntad al ejercer negativamente su inteligencia, entonces estará en serios aprietos, problemas en los que por cierto se ha metido deliberadamente.

¿Cómo es esto? Mucho se nos ha insistido en que la prioridad del ser humano es ser feliz. Bien, si aceptamos esto como cierto y reconocemos aquella aseveración de que el 90% de lo que ocurre en mi vida está determinado por mi actitud y el otro 10% por la dimensión que le otorgo a las circunstancias. Entonces me veo obligado a darle una prioridad casi total a esa actitud y ya tengo el noventa. El otro diez dependerá eventualmente de las circunstancias, que no necesariamente (ni permanentemente) estarán en mi contra.

Y por eso subrayé la palabra dimensión, porque esas circunstancias pueden ser buenas o malas o no ser ni una ni otra cosa y en este caso uno mismo les da el valor correspondiente.

Entonces hay que recordar: del cien, el noventa ya lo tenemos (está en nuestro interior); vamos por el otro diez.

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¿Se escucha bien, no? El asunto es, que quien no está dispuesto a luchar por ese diez, tampoco está en condiciones de desarrollar y manifestar el otro noventa; y a la inversa tenemos con mayor razón, que quien no logra reconocer su responsabilidad del noventa, mucho menos hará algo por el otro diez.

Y para quienes crean que ser responsable con los compromisos, equivale a perder libertad, les voy a recordar el viejo adagio de que “la libertad (y la felicidad) no es hacer lo que quieres, sino querer lo que haces”.

Así que, si ya empiezas a moverte y a sentir inquietudes por cambiar o comenzar algo, recuerda que lo más difícil es empezar. Y tú ya comenzaste. Sí, porque todo inicia con una idea, con un pensamiento, o como diría el maestro Chopra: “Con un impulso de energía e información”. Por eso mismo, si ya empezaste, acabas de dar el paso más difícil. Ya no te detengas. Y no espero que en este momento salgas corriendo como un loco, no, la idea es que no permitas que esa emoción que experimentas ahora se vaya esfumando con el paso de las horas o de los días. ¡Aprovéchala!

--------------------Ya que hablamos acerca de la felicidad, reflexionemos sobre ese tema tan místico y subjetivo. Y te propongo que lo hagamos en base a dos cuestionamientos.

1.- ¿Es más feliz quién tiene más?2.- ¿La felicidad radica en tener placer y diversión?

1.- En referencia a si es más feliz quien más tiene, te puedo decir esto: no es necesariamente cierto, aunque también es una fantasía creer que sea totalmente lo contrario, osea que resultaría falso pensar que se es más feliz teniendo menos. Vamos a analizarlo y terminaremos concluyendo que se trata de un asunto de enfoque y de equilibrio:

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Si bien es cierto, que gran parte de la satisfacción personal radica en los logros obtenidos, esto se ve condicionado a la paz espiritural y emocional que uno mismo pueda proveerse, dado a que no es lo mismo estar satisfecho que ser feliz. La otra cara de la moneda es que si no estamos alcanzando la satisfacción mínima requerida que esperamos de nuestro desempeño, entonces la clase de felicidad que podemos experimentar será de carácter muy frágil.

2.- Tratándose de que si la felicidad radica en el placer o la diversión, entraremos a un terreno aún más subjetivo, pero antes de tocar el punto debo preguntarme ¿Quién soy? Si en este momento me sacara el premio mayor de la lotería y eso me convirtiera en “el hombre más feliz del mundo”, entonces yo no soy ni fui yo; soy y habré sido ese premio, pero no tengo o no he podido reconocer mi verdadera esencia. Estaré siendo lo que los demás han querido que sea, me habré creído el cuento de que “para ser hay que tener”, y si esto fuera así, ¿entonces el que tiene mil millones, por ese sólo hecho es más feliz que el que tiene novecientos? ¡Absolutamente no! Y no sigamos por allí porque la idea ha quedado clara, y digo que ha quedado clara, porque esa misma pregunta puede plantearse en términos de si, es más feliz el que tiene mil amigos, quien ha hecho quinientos viajes, asistido a ochocientas fiestas, comprado trescientos carros, en fin... Y es que ése es uno de los errores más comunes de nuestra sociedad, el querer encontrar la felicidad exclusivamente en factores de orden externo.

Y cuando hablé de que terminaríamos concluyendo que el tema es un asunto de enfoque y equilibrio, lo hice para reconocer que, si bien es cierto que no podemos centrar el tema de la dicha en las satisfacciones que podamos encontrar, también es verdad que estas últimas sí juegan un papel importante siempre y cuando las entendamos como un medio y no como un fin.

Nada menos, recientemente charlaba con un conocido empresario que está atravesando por una debacle financiera y con toda entereza me decía: “me quitaron mi dinero, pero no mis ilusiones”; con las ilusiones puedes volver a hacer dinero o aprender a vivir con

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dignidad, pero sin ellas aunque tengas el dinero no vas a llenar los vacíos del alma.

En esa posición veo un ejemplo clarísimo de lo que es Pensar en Grande. Démonos cuenta que este hombre ha vivido con riqueza material toda su vida y ahora que en lugar de eso tiene encima una crisis financiera (muy severa por cierto), en lugar de proferir insultos o quejas, se está centrando en lo que sigue y no en lo que ya no tiene.

--------------------Vale la pena soñar y no conformarse con lo que se tiene, porque al saber que somos un “costal ambulante de emociones” no es conveniente reprimir esa parte nata del ser humano que lo mueve a emprender acciones y a soportar las caídas; porque, repetimos que si tras esas caídas aún se conservan las ilusiones, igualmente se mantendrá el espíritu guerrero y se pondrá mayor atención en lo que hay que construir, que en lo que se ha derrumbado. Y por eso a veces escuchamos la famosa frase “comenzar de cero”, Y estoy más de acuerdo con ella, en contraposición a tratar de levantar lo que ya se ha desmoronado. Es decir, que ejemplificándolo tendríamos que si un edificio cayó por completo a causa de un terremoto, definitivamente lo conducente será deshacerse de los escombros y reconstruir de nuevo, porque si se trata de rescatar ladrillos o varillas, definitivamente se va a perder el tiempo y se pondrá en peligro la seguridad de tal edificación.

Bien dicen por allí que: “A grandes males, grandes remedios”. Pero es de suma importancia darle el justo valor a las cosas y no ir catalogando todo como “grandes males”, no hay que radicalizarse ni ir cortando de tajo con todo. Y aún sabiendo que esa dosis de ecuanimidad y objetividad que se requiere para llegar a un razonamiento atinado no es cosa fácil obtenerla, vamos a resaltar lo valioso que es ese esfuerzo, desarrollándolo en base a nuestra intuición y reflexión personal. Es precisamente el esmero que se hace por definir nuestras decisiones, en lugar de actuar simplemente de manera visceral o peor

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aún, ni siquiera moverse en absoluto; porque una vez más es importante resaltar que lo más grande que podemos dar es nuestro mejor esfuerzo. Pero al ser lo más grande también es lo más difícil, aunque eso sí, lo más gratificante, pues obtengas o no lo que se pretende, cuando se hizo con entrega, amor y convicción, y con la decisión de morirse “en la raya”, entonces ya con ese solo hecho se habrá ganado mayor satisfacción cuando tras ese esfuerzo se sigan conservando los bríos, la integridad y esas ilusiones que nos nutren.

Ahora mismo te pongo un ejemplo y es algo muy personal por cierto. Hay algunas personas de las que he sentido un menosprecio por este trabajo literario que vengo realizando, que precisamente viene al caso mencionar, lo hago con mi mejor esfuerzo porque de otro modo no tendría ningún caso efectuarlo.

Dichas personas se preguntan cuál va a ser el beneficio tangible que me resulte. Si acaso planeo obtener una remuneración económica, fama o prestigio, y la respuesta de entrada te lo digo, con toda sinceridad es que no. Mi pago ya lo he obtenido al poderme encontrar conmigo mismo a través de estas líneas y al tener la seguridad de que por lo menos a otro tipo igual de “tronado y fundido” como yo, le resultarán aunque sea mínimamente útiles. No mis consejos, no. Mis palabras, que vienen del corazón. Del pensamiento al sentimiento. Como van, sin tratar de ocultarme o aparentar ser otra persona que no soy, para con ello cumplir determinado esquema que le otorgara aceptación a mi libro.

Pero este libro no va dirigido a las editoriales ni a las empresas, está escrito para ti, para que te alivianes; y no porque yo te lo pida o te lo diga; es porque ambos sabemos que queremos ponernos bien, ¡Ponernos al 100! “Tirar a la jodida la basura”, deshacernos de resentimientos, frustraciones, complejos, defectos de carácter, limitaciones y todo aquello que no nos hace falta.

Pues sí amigo, “a tiznar su madre con toda esa mierda”, no tenemos por qué cargarla. “La basura a la basura”, ¡encabrónate contigo mismo¡ Y date cuenta de esto: Hay que ponerse a trabajar, ponerle

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acción, honestidad y humildad a la vida y dejar de estar lloriqueando porque alguien no nos quiere o porque somos de tal o cual forma y no encajamos en la sociedad.

Vamos a ser nosotros los que generemos los cambios que tanto deseamos. Te aseguro que el Poder Superior está de nuestro lado, solamente hace falta agregar de nuestra parte y embestir con garra, con coraje. Pero no con odio compañero, no se trata de una venganza, sino de vivir y aprovechar la vida siendo felices.

--------------------Recuerdo cómo en la adolescencia quería que pasara el tiempo para convertirme en alguien importante y restregarle a todo mundo mis triunfos en la cara. Quería que llegara ese día para voltear la tortilla y tener lo que nunca tuve; que todos vieran quien era yo. La verdad ahora me da risa (cuando no pena), el recordar aquella clase de pensamientos. Ahora sé que no vale la pena hacer o dejar de hacer por darle gusto o evitarle molestias a los demás, sino por uno mismo.

Si deseo una vivienda, ya no es para impresionar, es porque mi familia requiere de un hogar digno y estable; si anhelo un carro, lo busco por sus características de funcionalidad, en lugar de conseguirlo para llamar la atención. Simple y sencillamente, como diría el maestro Narosky: “Lo que vale la pena hacerse, vale la pena hacerlo bien”. ¡Es así y punto! ¡Hay que hacer las cosas!

Hay que producir, hay que generar, hay que trabajar. Hay, hay, hay... y no es queja, no es lloriqueo. Es lo que es. ¿Cómo queremos dar lo que no tenemos? Vamos a ocuparnos en construir para luego compartir. Si en este momento solamente tengo amargura en mi corazón, entonces ¿Qué clase de amor puedo brindar o compartir? Y en el caso de que esté muriéndome de hambre no bastarán mis buenas intenciones para dar una contribución a otros más necesitados.

Hay gente que da y no tiene. Otros tienen y no dan. Alguien se pregunta: ¿Qué es mejor, entre dar y enseñar como tener? La

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respuesta es: ambas cosas son buenas y hay que ocuparse de las dos. Pero antes, hay que tener para poder dar.

Te diría que con una fe tambaleante no podrás llevar esperanza, lo mismo que con la bolsa vacía nunca podrás surtir tu despensa.

Este proceso de armonizar, de sintonizar, de entrar en esa frecuencia; es parte de tener y ejecutar nuestro propio plan de acción o como señalaría el brillante Covey: “Nuestra constitución” y haciendo un poco de referencia a dicho autor de esos famosos hábitos, que él mismo plantea como imprescindibles para la efectividad, en ninguno estoy tan de acuerdo como en los que nos dice que el cambio comienza “de adentro hacia fuera” y donde nos expone que conviene “priorizar lo importante contra lo urgente”.

Claramente entendemos el concepto, de que no vamos a esperar que cambie el mundo para luego transformarnos nosotros, sino a la inversa. Pero en lo tocante a ejecutar con carácter de prioridad aquellas acciones del orden importante y poner en segundo término las que revisten urgencia, eso es algo que a muchos les cuesta trabajo asimilar. Y tal vez con un pequeño ejemplo logremos clarificarlo, al tiempo que te invito a vivir estos dos hábitos y leer el libro de los Siete Hábitos del señor Covey.

El caso sería que si me encuentro en un momento en el que no tengo un peso en la bolsa, la reacción inmediata (que por cierto es necesario aprender a no ser reactivos), sería enfocarme en conseguir dinero por cualquier medio al alcance y eso sería precisamente resolver la urgencia, teniendo que el consejo en este caso ser dirige en primer término a atender el tema de la importancia, sugiriendo aquí que previamente a resolver la urgencia, se plantee y trabaje en un proyecto que nos impida volver a caer en dicha situación de privaciones económicas. En el caso de una ama de casa a quien se le ha hecho tarde para llevar los niños al colegio, sería urgente salir de inmediato a llevarlos, pero es más importante que aprenda a planificar sus horarios y actividades para evitar que esto ocurra.

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Esa es precisamente la idea, no vivir permanentemente reaccionando ante las circunstancias y volverse esclavo de ellas, en lugar de ser previsores del entorno y creadores de oportunidades.

--------------------Se me viene a la mente en este momento, esas ocasiones en que te llegan de golpe los remordimientos y sentimientos de culpa por antiguos errores y fechorías y tan solo quisieras desaparecerte por un momento del mapa, envolverte en las cobijas, cobijarte en los brazos de tu madre o hasta tener una máquina del tiempo para regresar a corregir las cosas.

¿Te ha pasado alguna vez? ¿Has sentido esa clase de angustia y ansiedad? Por supuesto que sería mejor no tener esa clase de recuerdos. Y para no tenerlos habría sido necesario no equivocarse en el pasado, pero sabemos que el “hubiera” no existe y la cruda realidad, es que nada se arregla martirizándose por aquellos tiempos, por aquellos hechos. Y claro que no te invito a que seas “conchudo” o inconsciente. Repara lo que puedas reparar, intenta perdonar y perdonarte y llevar una mejor vida en el presente, hay mucho por hacer y ¡algo bueno tiene que ocurrir! PERO HAGAMOS QUE OCURRA...

Nada menos, hace algunos meses escuché quejarse a un compañero de oficina porque él consideraba que todo estaba mal. Sí, así como se oye. Estaba mal que no lo dejaran aparcar su auto en el estacionamiento, que no le permitieran llevar sus hijos a la oficina, que los trámites administrativos tardaran tanto, que las comisiones que percibía no fueran mayores, que todos los demás fuéramos unos borregos porque no accedíamos a revelarnos, etc., etc.

Sin querer entrar en discusiones, accedí a intercambiar algunas palabras con él, pidiéndole que ya que deseaba hablar al respecto, escuchara primero mi opinión sin interrupciones y después de reflexionar me dijera qué pensaba sobre ello. En realidad se lo plantée en términos muy prácticos y simples, le dije: -mira campeón, intenta regresarte un poco al pasado, al día en que decidiste

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incorporarte a la empresa; si en aquel momento te hubieran señalado cómo serían las cosas, cosas que por cierto ahora te enfurecen, te aseguro que aún así hubieras accedido al empleo y lo habrías hecho con humildad, porque no estabas en una posición para imponer condiciones. La compañía no fue por ti, tú viniste a la compañía; y sin ofenderte voy a preguntar: ¿Por qué sigues aquí? ¿Alguien te está obligando? ¿No puedes conseguir otro trabajo? La verdad, finalicé, considero que esperas a que todo cambie a tu favor, pero no veo como con tu actitud puedas lograrlo. Ahora bien, te mentiría diciendo que este amigo a partir de mi opinión ha modificado sustantivamente su actitud, pero lo cierto es, que por ese momento sí se quedó pensativo y al menos en mi forma de apreciar, he notado una leve disminución en su nivel de inconformidad.

Al respecto creo que a veces hace falta que pase el tiempo para que llegue el momento de que nos “caiga el veinte” y ahí es donde no resulta suficiente deshacernos en consejos y recomendaciones hacia personas que no tienen la menor disposición para recibirlos, por la simple y sencilla cerrazón ( que no razón) de que no les interesa armonizar, creyendo que con ello logran ser diferentes (no auténticos) en cuanto a revelarse contra todo, asumiendo una postura arrogante que no da lugar a llevarles la contraria. Y por supuesto que discutir con ellos equivaldrá a predicar en el desierto.

Es la clase de personas que únicamente se interesan en tu punto de vista para rebatirlo y terminar imponiendo sus ideas, si es que se le puede llamar así a sus puntos de vista.

¿Y qué pasa con nosotros? Quienes estamos en el camino de buscar un equilibrio en nuestras vidas, intentando vivir bajo los principios de la honestidad, humildad, acción y otros ejes rectores que nos demandan congruencia entre los pensamientos, las palabras, hechos y omisiones y a veces tras algún tropezón llegamos a dudar de ese código, ya que nos creemos incapaces de mantenerlo inmaculado, o bien porque nos vemos contaminados por el exterior o influenciados por conceptos que aún nos cuesta trabajo desterrar.

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Esos tropezones se manifiestan de diversas maneras. Algunas veces consistirán en explosiones de ira, otras más en el desborde de algún instinto irrefrenable o en reacciones negativas como respuesta hacia un estímulo mal procesado, etc.

El punto es, que ni somos ni vamos a ser perfectos; y ante esta inmutable sentencia podemos optar entre tres caminos básicos por seguir, a saber: el primero y el mejor siempre será seguir en la lucha, mantenerse firme a sus ideales y recuperarse de las caídas con inmediatez, basados en la fe; el segundo, lo planteamos como el más común en términos del conformismo del “ya ni modo, así estoy bien, del “más o menos”, lo cual es equivalente a no esforzarse y estancarse haciendo a un lado los afanes de mejora y superación; y un tercero, es aún más deplorable, siendo éste el extremo del “valemadrismo” maloso y expresado algunas veces en absoluta individualidad y otras más, en total desinterés o apatía.

Si se me pidiera representar numéricamente o graficar cómo es que concibo las filas de quienes optan por uno u otro de estos tres caminos, lo cual por supuesto haría sin método científico (que aquí resultaría muy incierto), estaría señalando libremente que percibo a un 5% de la población identificada con el primer concepto, a otro 80% lo veo desfilar en el segundo y un 5% más lo distingo sin definición, mientras el 10% restante, a mi juicio se colocaría en el tercer segmento.

Me atreveré a decir que el primer 5% no tiene garantizada su permanencia en ese grupo de excelencia, en tanto los lugares no estén propiamente “peleados”, -si se trata de una guerra por pertenecer y permanecer-; aunque esa batalla no se libra con los demás aspirantes o miembros, sino contra uno mismo cuando se ve expuesto a mil y una dudas y sentimientos.

En ese mismo tenor, considero materia volátil al 5% que no logra definirse y por esa misma dificultad sus dos posibilidades principales (no las únicas) se distinguen como permanecer en su estatus o dar el brinco a la mediocridad.

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En referencia a ese robusto grupo del 80%, en comparación con los “valemadristas malosos”, me resulta más fácil creer que uno de estos últimos dé el brinco al club de élite, a que uno de los tibios pudiera conseguir hazaña similar (que tampoco es imposible, solamente muy poco probable). Y esto es así, porque en ocasiones –aunque contadas- cuando se toca a fondo, se toma impulso- y te aferras a la salvación, lo cual me recuerda cuando tuve mi problema de alcoholismo y se me invitó a un grupo de ayuda diciéndome: Es tu último vagón, se te va el tren, ¿Te subes o te quedas?

Ahora que, dentro de cada división que hemos propuesto, también se aprecian subdivisiones en cada grupo; y al respecto creo que dentro de cada una de dichas categorías se podría emplear la misma fórmula de porcentajes para realizar las respectivas subdivisiones.

--------------------¿Qué pasa a veces en nuestras relaciones con los demás? Con nuestros padres, hijos, pareja, amigos, etc. Llegamos a creer que son seres a nuestra completa disposición y nos olvidamos de lo que ellos piensan o sienten.

En el caso de los padres, sentimos que por el hecho de ser nuestros progenitores, poseen toda clase de obligaciones permanentes e incondicionales hacia nosotros y caemos en la manipulación y el chantaje para sostener ese paso.

Y allí vamos... con esa sensación de ser merecedores de todas las atenciones y consideraciones hacia nuestra persona, demandando aquella disposición sin reproche e incondicional; o de lo contrario, nos encontramos listos para lanzar el chantaje emocional y convertirnos en víctimas de dichas desatenciones, por supuesto, convencidos todo el tiempo de poseer la capacidad de juzgar con rigor y emitir cualquier sentencia, en tanto no se favorezcan nuestros intereses, creyéndonos semidioses que deben tener a sus pies las voluntades de cualquier “allegado”, reflejando así que aquellos servicios o favores que entregamos eventualmente, no van sin interés,

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sino al contrario estamos guardando las facturas para exigir su cobro al mil por ciento.

Pues bien, ya va siendo hora de que nos pongamos a trabajar en esa clase de percepciones y lleguemos al entendimiento de que en las relaciones afectivas las exigencias no deben tener lugar. Y lo mismo hay que decir de nuestros descorazonamientos o desencantamientos, que nos llevamos al no obtener las respuestas deseadas de esas personas a quienes decimos querer, cuando en realidad lo que demostramos es estar esperando que ellos nos quieran antes (según nuestra concepción del querer), para poder así validar cualitativa y cuantitativamente su nivel de sometimiento, que ante nuestros ojos, en el mejor de los casos sería lo menos que pudiéramos obtener de ellos.

Hay que recordar que a nadie le gusta ser utilizado ni volverse un rehén de los caprichos de otro. Y aunque le guste o lo acepte, la verdad es que no resulta correcto y finalmente, la justicia es uno de los elementos que mayormente pueden proveer de tranquilidad al espíritu.

--------------------Una de las mejores formas de resolver problemas, dificultades, controversias, polémicas o como quieras llamarle a las situaciones adversas o confusas suele ser el empleo de la lógica, del razonamiento a través de la abstracción, introspección, deducción y de la meditación misma.

Y cuando hablamos de la lógica, necesaria y merecidamente hay que aludir al padre de dicha materia: Aristóteles, quien desarrolló fórmulas, que de ser observadas, al establecer un razonamiento conducen a conclusiones verdaderas, al partir de premisas ciertas. Por supuesto que me refiero a sus famosos silogismos.

--------------------Claro está que el tiempo que vivimos, con la modernidad, la globalización y tanta tecnología por todos lados, nos han llevado a

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una pérdida de valores y a un mar de confusión en cuanto a asuntos que realmente son trascendentales como lo es la espiritualidad.

Sin embargo, cuando se revisa un poco la historia, te das cuenta de que siempre se han “cocido habas”. Para muestra, bastaría estudiar las ideas de los pensadores que plasmaron las corrientes filosóficas del materialismo, existencialismo e individualismo, que persiguen a todas luces la idea de despojarnos de nuestras creencias espirituales, que se catalogan como sobrenaturales y desprovistas de toda verdad, al aseverar que la materia es la última realidad y cualesquier concepto en oposición es un mero idealismo o temor a lo desconocido, calificando de irracional la toma de decisiones morales y dando al traste con las influencias o modelos universales.

Viene al caso reflexionar (y te lo dejo de tarea), acerca de si acaso existen personas buenas o malas, o si todo se reduce a las posibles combinaciones que puedan surgir entre las circunstancias, los intereses en juego, las capacidades individuales y la actitud tomada.

--------------------Aprovecharé este momento para invitarte a que todos los días practiques un ejercicio al que yo le llamo “de descarga”. El cual puedes desarrollarlo como una oración ante el creador o utilizando algún recurso imaginario en donde se te ocurra depositar las cargas negativas que te acosan, despojándote simbólicamente, al tiempo que así lo vas expresando, de las frustraciones, odios, corajes, sentimientos de angustia, dolor, depresión, inseguridades, debilidades, etc.

Si haces esto por las mañanas, verás como te sientes “ligero” y aliviado el resto del día. De ser posible lleva contigo algún objeto que constantemente te recuerde haber hecho tal ejercicio y que al verlo también sirva como un refrendo en las intenciones y metas planteadas.

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De este modo ganarás tolerancia y notarás como gradualmente se disminuye el nivel de intolerancia que comúnmente se expresa con el sentimiento de: “que nadie me moleste”, que va relacionado con algo así como un “complejo de rey” en el que quisiéramos que las cosas siempre ocurrieran a nuestro antojo.

--------------------Te cuento, que hay un disco de tango, que a menudo escucho. Interpretado por el cantor argentino Fernando Soler, en el que dirige un breve mensaje que se me queda grabado, al decir: “...qué inmensa soledad para el alma, cuando uno ha dejado de creer en el amor...”

Relato esto, por el sentimiento que me invade de recién presenciar a una persona cercana, enfrentándose a la muerte de un ser querido y manifestar mil dudas acerca de a dónde se va después de la vida. ¿Y qué se puede decir al respecto? Lo único que me queda claro, es justamente esa idea de no perder por ningún concepto, la capacidad de amar. Cualquier comentario al respecto a una persona en esa posición, de haber dado “un último adiós”, definitivamente que suena hueco.

Ése, el tema de la muerte o de la vida en el mas allá, resulta un verdadero misterio que tal vez no convenga desentrañar; aunque de cierto pienso, que para morir nacimos y ante tal certeza no queda más, que prepararse para el viaje. Y a mi modo de verlo, una de las mejores formas de hacerlo es manteniendo el amor por la vida.

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CONCLUSIÓN

Definitivamente podríamos prolongar de manera indefinida con el llenado de hojas y hojas este episodio, mas por razones de estilo, resulta conveniente marcar el alto a este nuestro encuentro, con la promesa de mi parte, de hacerte llegar nuevas propuestas y cuestionamientos, si es que te encuentras de acuerdo en recibirlos.

Yo me quedo con la misión de continuar, poniendo en práctica los principios de la honestidad, acción y humildad; lo cual, como podrás constatarlo, será una labor titánica, sobre todo en lo que se refiere a mantener un equilibrio entre dichos conceptos.

También me dejo de tarea “parar las antenas” para conseguir alimentar mi mente y espíritu e ir reuniendo lo que será el próximo material.

Quisiera regalarte un pensamiento acerca de una frase que comúnmente escuchamos referente a la felicidad y que se describe, no como un tener lo que quieres, sino como un querer lo que tienes (algo parecido a aquello de que la libertad no es hacer lo que quieres sino querer lo que haces). Y aunque suene como un simple juego de palabras, para mí es una de las más grandes verdades que puedan existir y que le da valor a mi vida, paz a mi corazón y aliento a mis esperanzas, sustentado todo esto por la creencia en ese Poder Superior, “el Padre Bueno”, como yo le llamo y a final de cuentas es lo que más amo en la vida y no necesito de nada ni de nadie para tenerlo, pues Él ha estado, está y estará conmigo (y con todos) hasta el fin de los días. Todo lo demás, son tesoros que Él me brinda, o señales que me da, aunque por supuesto; como lo dice el Padre Loring: “Dios nos da su casi todo a cambio de darle nuestro casi nada”.

Esto resume algo bien sabido; y conocido como poner cada quien su granito de arena. Por lo tanto del tamaño de esa entrega dependerán

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los frutos; y en la conciencia individual estará el saber aquilatar, agradecer y multiplicar dichos resultados.

Finalmente, me regreso al punto en el cual te sugería superar la adversidad a base de un “bloqueo positivo”, estrategia que a veces llega a confundirse equivocadamente con una forma de “desvinculamiento negativo”. Para que esto se entienda, vamos a hablar de que en ciertas actividades, además de conveniente resulta hasta necesario desvincularse de las emociones, aunque sea de manera momentánea para lograr un correcto desarrollo de sus funciones. Claro está que esa desconexión no deberá prevalecer sobre dichas necesidades.

Tal sería el caso de un forense que no se va a deshumanizar por estar ocho horas diarias entre cadáveres, pero sí va a requerir de un esfuerzo mayor por disminuir al máximo su propia sensibilidad, pues de lo contrario, el llanto o la náusea no lo dejarán avanzar.

En cambio he notado personas que al tratar de emplear el bloqueo positivo para resolver una situación transitoria, han caído en una pérdida de sensibilidad hacia el exterior, quebrantando así el vínculo entre sus acciones y emociones; teniendo como resultado la comisión de atropellos o la obtención de una nueva personalidad meramente centrada en su propia individualidad.

Así que tengamos cuidado con la forma en que programamos nuestro cerebro, recordando literalmente que éste es un ordenador no preparado para recibir bromas y que procesa la información en forma positiva.

Uno de mis comentarios finales será recordarte que quienes centran su dicha exclusivamente en el hacer felices a los demás, o al revés, dejan que sean los demás los responsables de su felicidad individual, normalmente no consiguen equilibrar sus vidas. Por lo tanto no pierdas de vista lo anterior y hazte cargo de lo tuyo, evitando caer después en el desagradable terreno de las justificaciones, que solamente conducirán a una pérdida de credibilidad y respeto.

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Hasta siempre.

Agradezco mucho la lectura de este libro, al que seguramente seguirán otros. Y con mucho entusiasmo recibiré, listo para responder, todo aquel comentario que se me dirija.

Datos del autor:ERASMO ALBERTO SALINAS FLORES.Priv. Hacienda de la Ferrería 119, Fracc. Hdas. Del Pedregal.DURANGO, DGO. C.P. 34236.TEL. (618) 884-45-23.Mail: [email protected]

Derechos por reservar.

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