Libro II - Los Mitos de Átharos Hades -...
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Libro II - Los Mitos de Átharos Jenifer Baulo Feijoo
Hades
El rapto de Proserpina, de Pedro Pablo Rubens (1577-1640)
«La muerte no es el más grande de los males: es peor querer morir y no poder.»Sófocles (496-406), “Electra”
«Cerbero, monstruo zafio y cruel, ladra como un perro con sus tres gargantas a los seres que allí cumplen condena»
Dante Alighieri (1265-1321), La Divina Comedia, Infierno” Canto VI.”
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Preludio
Hola, vuelvo a ser yo, Texyn. ¿Os acordáis de mi? Vivo en Littêrmundus y
me alimento de vuestra imaginación, deseos y miedos, y a su vez soy el guardián de
vuestras memorias e historias. ¿Sabéis ya quién es Allen? Lo sé, lo sé, tengo ya
cierta edad y mi memoria ya no es lo que era, pero como os dije al principio Allen
es un héroe, y lo poco que conocéis de él ahora no es más que el principio de su
viaje. ¡Irónico! Él salvó a los mundos de ser completamente destruidos y ahora no
es más que pocas palabras y vagos recuerdos. Pero su vida fue bastante peculiar y
si, dentro de toda historia hay sitio para el amor. A medida que vayas leyendo estás
torpes lineas os daréis cuenta que Allen hace siempre las cosas al revés y puede
que, a pesar de ser un héroe, os decepcione en varias ocasiones, es inevitable
cometer errores. Yo los cometo constantemente, ahora mismo casi cometo el error
de adelantarme a los acontecimientos, una vez más. Por poco os revelo cómo se
destruyeron los mundos. ¡Que descuido! Me enfrasco escribiendo y pierdo la
razón, para mi el tiempo no es algo que me afecte realmente.
En fin... ¿Queréis que repasemos lo que hemos leído y escrito juntos?
Dejemos Littêrmundus y centrémonos en Átharos. Existen países gobernados por
reyes y reinas, príncipes y princesas, pero... ¿quienes son los que tienen el poder
sobre esa superficie azul a la que los mortales llaman mar? Exacto. Océano. Se
encargan del control de mercancías, de la delincuencia en alta mar y de atrapar a
piratas realmente peligrosos, además de fijar fronteras y límites de pesca entre
países e islas. Eran respetados, pero con el tiempo y las dificultades, ir por el
camino sencillo era lo fácil. Se corrompieron haciendo tratos con piratas, pasando
mercancía peligrosa, mintiendo y matando por conseguir sus propias tierras. ¿Os
acordáis de aquel mapa que os dibujé? Allen estuvo dos años en Ogigia, esa
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pequeña isla al norte de Parthos. Mucho más al norte encontraréis unas tierras e
islas gobernadas por la Unión Federal de Océano. Sí, al final consiguieron sus
tierras, y por no alargar más la historia, lo que pasa en esas tierras ya os digo que
no es nada agradable.
En cambio, los Místicos, realmente son un misterio, son sanguinarios y
crueles, harían cualquier cosa por poder utilizar sus extraordinarios poderes. Sus
ambiciones son muchas, sabéis que Wisam, el tío de Allen, es el líder de los
Místicos, pero que sigue ordenes de ella. ¿Quién es ella? ¡Ja! No os pienso dar las
respuestas tan fácilmente. Ah... Texyn, ¡qué malvado que eres! Leed, queridos, y
sabréis cuales son las ambiciones y objetivos así como la historia de cómo nacieron
los Místicos.
Conocéis a Allen, sus miedos y su pasado. Ahora os toca conocer a otra
persona. Podría deciros que es más importante que Allen, pero os mentiría. Ambos
se complementan y el uno sin el otro estarían perdidos. Ellos son la última
oportunidad de Átharos.
La segunda persona de la que hablo se llama Elisabeth. ¿Recordáis la
existencia de un segundo collar? Bueno, éste dato os lo puedo adelantar. Elisabeth
es princesa de Parthos, cuya capital también es llamada Parthos. Elisabeth está por
detrás de su hermano mayor, Iván, en la linea de sucesión al trono. Es sacerdotisa
del templo de Apolo y es guardiana del segundo collar. Esto es muy divertido para
mi, porque, aunque no lo sepáis, Elisabeth ya ha aparecido en la historia. Je, je, je,
os dejo con la intriga. Ahora seamos serios.
Ya sabéis que, cuando todo parece ir bien, un ser puede cambiarlo todo.
Ahora os contaré la historia de cómo la pureza e inocencia de Elisabeth murieron
junto a su país en una guerra rápida y sangrienta...
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Capítulo cinco: La tristeza de ella.
«Te contaré un secreto, algo que no se enseña en tu templo: los dioses nos
envidian. Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro
podría ser el último, todo es más hermoso porque hay un final. Nunca serás mas
hermosa de lo que eres ahora, nunca volveremos a estar aquí...»
David Benioff (Troya)
«El que no valora la vida no se la merece.»
Leonardo da Vinci (1452 – 1616), humanista italiano.
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El mar se extendía azul y tranquilo al rededor de Parthos. La gente del
pueblo festejaba las fiestas de verano con comidas familiares, paseos por la playa al
atardecer, fuegos artificiales por la noche y por supuesto música y bailes populares.
En la Casa Real, los niños y los no tan niños, reían y corrían de arriba a bajo
por el enorme prado lleno de flores que rodeaba el templo de Apolo. Los
sirvientes con una sonrisa dibujada de oreja a oreja preparaban la comida de ese
día.
– ¡Princesa! - llamó alguien a lo lejos -. ¡Princesa! ¡Su amigo ya está aquí!
La princesa se giró sobre sus botines color caramelo y corrió pradera abajo
saltando los rosales que había en la entrada al templo, hacia la entrada principal. La
sirvienta, al ver a la princesa con una blusa color beige cáñamo, unos pantalones
cortos azul claro y un cinturón color caramelo al rededor de la cintura, la paró en
seco con un gesto.
– Princesa, con el debido respeto – tosió -. ¿Dónde está su ropa de
sacerdotisa?
– Me la pondré después, Alice, te lo prometo – la besó en la mejilla y la
esquivó con mucha agilidad.
Corrió entre las columnas, bajó escaleras y atravesó el patio interior. En el
centro del patio y rodeada de flores, se erigía una magnífica fuente dedicada al dios
Poseidón donde aparecía con su carro tirado por animales marinos. No se podía
creer que él estuviera otra vez allí. ¿Habría olvidado el pasado? Ella quería creer
que si, aunque antes tenía que cerciorarse de una cosa. A lo lejos, mientras ella
corría a toda prisa, pudo ver a su mejor amigo saludando a sus padres, con besos y
abrazos.
– ¡John! - dijo la princesa lanzándose a su cuello.
– Princesa, yo también me alegro de verte - dijo vergonzoso, notando la
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mirada y las risas de todos los allí presentes.
– Vayamos detrás del templo de Apolo, todos están allí – dijo ella cogiéndole
de la mano y tirando de él.
– Un momento – John obligó a la princesa a detenerse delante de él.
Ella le sonreía, haciendo que esos ojos negros brillantes, se cerraran un poco,
resaltando sus mejillas y alargando aquellos labios rosados. Sonrió.
– Estás realmente hermosa – dijo suspirando.
Ella seguía sonriendo cuando le abrazó con mucha fuerza. Él se sorprendió
al principio, pero se dejó mecer por ella, acariciando aquel cabello liso, sedoso
largo y rojizo, tan largo que le sobrepasaba las caderas. Se quedó un instante
oliendo aquella fragancia dulce que desprendía el pelo de ella y luego, le besó un
mechón de pelo. Ella lo abrazaba con fuerza, pero, al sentir el contacto de John su
sonrisa se había esfumado. No sentía... nada. Tal vez tristeza.
– Hacia muchísimo tiempo que no nos veíamos... – dijo ella intentado fingir
alegría.
– Lo sé, me fui precipitadamente, pero, eramos unos críos y yo tenía que
obedecer a mi padre. Siento haberte dejado sola en tu peor momento.
Aunque tu cumpleaños en Ogigia fue divertido.
Aquel brillo en los ojos que la princesa había tenido fue apagándose poco a
poco, como si estuviera recordando algo triste. Algo que había sucedido hace años.
John la miró preocupado. La rodeó con el brazo y la atrajo hacia su pecho, le besó
la cabeza con cariño e intentó cambiar de tema.
– A ver listilla – le dijo John -. ¿Dónde está tu querido hermano?
Llegaron a los parados verdes y llenos de flores algo cansados. Desde allí, el
mar era claramente visible, azul transparente, tranquilo y relajante. Iván, el
hermano de la princesa, dos años mayor que ella, jugaba y cuidaba de los niños
más pequeños, junto con la mejor amiga de la princesa, Annabel.
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Al llegar allí, Iván y John comenzaron a exhibir sus habilidades, dándose
puñetazos y patadas el uno contra el otro. Mientras ellos se peleaban, los más
pequeños jugaban con las mayores.
– Ely – dijo una niña de siete años -. ¿Podemos peinarte y decorar tu pelo con
flores del jardín de Lucas?
– Claro que si, Haydee – dijo la princesa sentándose en el césped.
Entre Haydee, Roxana y Annabel, peinaron la larga cabellera de la princesa
en una larga trenza, decorada con gardenias de un blanco puro y acacias redondas
y amarillas. Mientras las pequeñas terminaban de anudar el largo pelo de Ely, de
entre los matorrales salió Lucas con un gran ramo de rosas, vestido con el atuendo
propio de los sacerdotes del templo de Apolo, camiseta, pantalones y capa azules,
ésta última bordada con los símbolos de los cuatro elementos, los símbolos de
Parthos, los símbolos del templo de Apolo.
– Hola princesa – dijo Lucas con su habitual sonrisa, colocándole una rosa
violeta entre el pelo a la altura de la oreja -. La rosa violeta significa larga
vida. A través de ella te deseo buena salud y buenos deseos.
Ely no podía apartar la vista de aquellos ojos verde transparente y de aquel pelo
rubio, era tan atractivo que ella no podía comprender como semejante persona
había puesto su vida al servicio de los dioses.
– ¿Cómo está Escalus? - le preguntó él.
– Bueno, genial, como siempre – sonrió –. Ayer por la noche le cantamos a los
guardianes una nana, parece que a Escalus le encanta la música.
– Eres única, princesa – dijo éste haciendo una reverencia -. Cuídese, las flores
están inquietas desde hace días.
– Sí, yo también lo he notado – dijo una voz saliendo de entre el césped.
– Hola, Terra – dijo la princesa -. ¿Dónde has estado?
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– Explorando – dijo éste poniéndose a la altura de Lucas.
Lucas se quedó mirando a aquel espíritu guardián de la tierra que flotaba a escasos
centímetros de su cara. Los ojos grandes y brillantes de Terra le transmitieron el
tan esperado mensaje.
– Los Místicos... - dijo en un susurro Lucas como pensando para sus adentros.
Lucas miró a las cuatro flores que crecían bellas y puras delante de él. Pensó que
no podía permitir que aquellos desalmados de los Místicos tocaran su jardín y
marchitaran sus flores. Sonrió.
– Mis queridas flores – les dijo a Haydee, Roxana, Annabel y Ely –. Hay unas
rosas azules que reclaman mi atención, que disfrutéis del día – dijo éste
alejándose.
Ely se levantó y le cogió del brazo.
– Pero vendrás a comer, ¿no?
– Por supuesto – dijo acariciando la mejilla de la princesa –. No me iré muy
lejos princesa – sonrió.
Ely vio como la capa azul del sacerdote ondeaba con el viento mientras se alejaba.
El viento jugaba con los mechones sueltos de su trenza, haciéndole cosquillas en la
cara. Se los apartó. Se sentía sin aire, ansiosa y nerviosa a la vez. Algo andaba mal,
lo presentía.
– Ely mira – la llamó Haydee a unos pocos pasos de ella –. ¡He encontrado
una margarita! ¡Y Roxana un trébol de cuatro hojas!
Ely sonrió como pudo. Su amiga Annabel la abrazó.
– ¿Como estás?
– Extraña...
– Es John, ¿verdad?
Ely se cruzó de brazos pensativa.
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– ¿Le odias? - preguntó Ann.
– No... pero... tampoco le quiero como antes.
– ¿Qué vas a hacer?
– Aprender del pasado. Seremos amigos y nada más.
Ann suspiró, aquella respuesta la había relajado un poco pero todavía estaba
nerviosa.
– ¿De que has hablado con Lucas? Pareces abatida...
– No es nada, acabo de recordar que tengo algo que hacer – dijo mientras
corría en dirección al bosque - ¡Vuelvo enseguida!
Corrió por el prado verde en dirección al bosque. La trenza que le llegaba más
abajo de las caderas, volaba con el viento. Atravesó la llanura, se adentró en el
bosque, bajó por unas escaleras improvisadas de madera y llegó a la playa. A pesar
de que estaban en verano, hacía un poco de frío.
– Terra – llamó Ely al espíritu guardián que la había seguido –, dime... ¿Por
qué lloran los árboles? ¿Por qué se lamentan las flores? ¿Por qué tiembla el
césped?
– No tienes de que preocuparte – dijo éste sentándose en su hombro –.
Tranquilízate y canta para mi.
Ely suspiró y se sentó en la arena de la playa, notando la brisa contra su cara,
escuchando las olas del mar romper contra las rocas delante de ella y las gaviotas
volando en dirección a un barco que se encontraba bastante lejos de aquella cala.
Ely se quedó mirando como el pequeño espíritu se acurrucaba entre sus manos
contra su pecho.
– ¿Estás cómodo? - le preguntó la princesa sonriendo.
– Lo estoy... lo estaría más si me cantaras.
La princesa sonrió y suspiró. Cogió aire y con una voz dulce y fuerte,
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comenzó a cantar la canción que su madre le cantaba en susurros cuando era
pequeña y lloraba por miedo a la oscuridad. Era tan relajante, que se dejó llevar por
el propio sonido de su voz y fue aumentando de tono. Se dejó mecer por la brisa,
por el sonido de las olas contra las rocas y por el sonido del aire en traspasar por
los árboles del bosque. La naturaleza era su acompañamiento. Terra flotó cerca de
Ely, observando la paz que se dibujaba en su cara cuando cantaba aquella canción.
No podía creer que ese sentimiento de paz pudiera ser perturbado de alguna
manera.
Pero la realidad era distinta, cuando se suponía que esa canción debía de ser feliz y
reconfortante, era triste y melancólica, pero de alguna manera llena de esperanza.
Una ráfaga de viento elevó la trenza de Ely formando eses en el aire. La flor que
Lucas le había regalado salió volando sin poder llegar a alcanzarla. Ella sabía que
Lucas no se enfadaría por perder la flor, la dejó volar libremente sin dejar de
cantar, mirando como la flor llegaba hasta el barco que tenia frente a ella, bastante
lejos. Pensó que la flor caería al mar, pero vio como una silueta se movía en la cofa,
arriba del todo del palo mayor. Pero aun así, no dejó de cantar, teniendo el
presentimiento de que esa sería su última vez.
Suspiró. Había ido a hablar con él pero éste se había negado a ayudarla en su
descabellado plan. Estaba muy enfadada, y lo que antes le había parecido una
minucia, ahora la enfurecía todavía más. ¿Dos semanas? Pensó. Wisam le había
pedido dos semanas más. Era patético, ella ya no estaba segura de si era un juguete
realmente entretenido o un estúpido mortal incapaz de terminar nada.
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Aburrida, se paseaba por el barco de un lado a otro. De repente escuchó una
voz y una melodía realmente embriagadora. Chascó los dedos y apareció en la cofa
mirando a lo lejos.
– Interesante – se dijo, notaba algo extraño allí, algo muy poderoso.
Siguió mirando, atenta a todo movimiento y se percató de una flor suspendida en
el aire. Con un gesto la acercó y la cogió.
– ¿Una rosa violeta? - se preguntó.
La fue girando entre sus manos enguantadas. La rosa comenzó a arder. Ella
sorprendida, la dejó caer en el suelo, donde se consumió. Se inclinó y pasó la mano
por encima de las últimas llamas que quedaban ardiendo. En la madera había
quedado un mensaje grabado.
«No te lo permitiré.»
Ely, ahora un poco más calmada, subió por el lado del bosque y volvió a
recorrer el camino andado. Se dirigió a su habitación con Haydee, Roxana y
Annabel, para ponerse su ropa de sacerdotisa. Era ropa sencilla, consistía en una
falda larga azul con dos de los cuatro símbolos de Parthos bordados y una blusa
azul oscuro con los otros dos símbolos. En los pies se anudó unas sandalias de
cuero color canela.
Cuando entraron al salón, la mesa ya estaba lista. La compartían los reyes, la
princesa, los sirvientes, sacerdotes y sacerdotisas y amigos por igual. Reían, bebían
y comían, se deleitaban con los mejores manjares que la cocinera Alice y Lucas,
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habían preparado con las hortalizas, plantas y verduras que crecían en el magnífico
jardín que rodeaba la Casa Real. No había criados que sirvieran la comida, toda
estaba puesta encima de la mesa y cada uno, cogía y comía lo que quería, incluidos
los sirvientes, considerados parte de la familia.
Fire, el espíritu guardián del fuego, se encontraba junto a Lucas, quejándose
de que la comida estaba cruda. Lucas, sabiendo que en realidad a aquél pequeñín,
la comida sino estaba quemada no estaba en su punto, lo ignoró con una sonrisa.
Regen, la espíritu guardiana del agua, ayudaba a Lucas con las infusiones de plantas
exóticas que crecían alrededor del templo de Apolo. Terra también ayudaba
seleccionando las plantas.
Aria, la espíritu guardiana del Aire, era la única que ni hablaba, ni se quejaba, ni
ayudaba, ni jugaba, únicamente se mantenía callada, sentada en el hombro de Ely.
– ¿Te pasa algo, Aria? - le preguntó la princesa -. ¿Por qué no ayudas o juegas
con los demás?
– No puedo – dijo secamente –, hoy no es un día feliz. Me lo están
advirtiendo los Anemoi.
La princesa, sin darle mayor importancia, le contestó bromeando un poco con ella,
aunque ya sabía que Aria era fría y distante.
– Bueno – dijo comiendo un poco de coliflor con bechamel y taquitos de pavo
al horno -. ¿Y qué te dicen?
Aria miró a Ely con esos ojos indiferentes que ella siempre ponía cuando estaba
mosqueada.
– No quiero que te lo tomes a broma.
Ely dejó de comer y cogió a Aria entre sus manos y la miró a los ojos.
– Vale, no me lo tomaré a broma, dime que es lo que te preocupa...
Aria voló hasta la oreja de Ely y le susurró:
– Esto es algo que deberíamos hablar con Escalus, es algo que le concierne a
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él también, y a los guardianes.
Ely se quedó pensativa, no sabía si tomárselo seriamente o seguir comiendo, pero
Aria no era del tiempo bromista, además, tenía razón. Ese día no era exactamente
un día feliz, primero Lucas y su aura de misterio e inquietud, luego los árboles y
plantas sollozando intranquilas, y por último, esa sensación de peligro que iba
creciendo dentro de ella. Se levantó e hizo un gesto afirmativo hacia Aria.
– Disculparme – dijo la princesa –, quiero ir un momento ha decirle algo a
Escalus – dijo mientras se dirigía hacia la puerta -. ¡Vengo enseguida!
– Vale – le dijo su madre -. ¡No tardes! - chilló cuando su hija ya había doblado
la esquina.
Dimítri rió.
– Después de tanto tiempo sin verte John, ¡y mi hija se va a hablar con un
árbol!
– Déjala – le recriminó Hanaka –, es la princesa, consiéntela un poco,
¿quieres? - sonrió.
– ¿Pero eso no lo he echo siempre? - dijo bromeando con su esposa.
Todos rieron. Aria se dedicó a avisar a los guardianes de lo que pasaba,
susurrándoles para que los que podían verles y oírles no se enteraran. Éstos no lo
dudaron ni un momento y fueron tras Ely.
Una vez en el templo, los cinco se dirigieron hacia Escalus.
– Veo que la has avisado, Aria – dijo el gran árbol –, no como otros...
– ¡Es que no he podido! - se quejó Terra –. Primero Lucas y después las
plantas, si se lo decía allí se hubiera enterado el sacerdote, y a estas alturas
todos lo sabrían y no dejarían que Ely hiciera el ritual...
– ¿Que ritual? - preguntó la aludida.
– Ely – le dijo Regen –, el mar, el lago, el río... no paran de decirme que corres
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peligro. Pero no entran en detalles.
– A mi - empezó Fire –, normalmente el sol no me dice nada, pero lo he
notado diferente, está inquieto, Apolo y Helio me avisan de algo, pero lo
mismo, no especifican.
– Princesa – dijo Terra –, las plantas, como podrás escuchar y entender porque
yo te enseñé el lenguaje de las plantas, están constantemente advirtiéndonos
de un inminente peligro al acecho.
– Mi padre me ha mandado un Céfiro a decírmelo – dijo Aria –. Los Místicos
se han revelado contra las leyes no escritas de los dioses, una vez más.
– ¿Eso qué quiere decir? ¿Una vez más? ¿Quiénes son los Místicos? - preguntó
Ely muy preocupada.
– ¿No te han explicado nada acerca de un antepasada tuya llamada Anna? -
peguntó Escalus.
– La verdad... uf... - dijo Ely mientras subía por las ramas de Escalus para
sentarse en la más alta - … la verdad es que no... uf... realicé mis votos hacia
los dioses, sabiendo sólo lo que mi madre y los sacerdotes me han enseñado.
– Entonces tendré que explicarte el origen de los Místicos y de un libro
especial.
– ¿Un libro?
Las ramas de Escalus se movieron, y de entre las hojas apareció un libro
encuadernado en piel, cerrado con llave.
– Es precioso... pero – dijo apoyando el libro en sus piernas –. Sí esta cerrado
con llave significa que esconde algo realmente importante y hasta puede que
peligroso.
– Puede ser y – dijo Escalus –. Y la llave que abre ese libro se encuentra
dentro de mi...
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RELATO DEL ÁRBOL SAGRADO DE APOLO, ESCALUS
El poder que albergo lo desconoce todo el mundo a excepción de la reina y
los sacerdotes. Y en este caso, a excepción de los Místicos también. La mayoría de
las personas que saben lo que protejo no tienen deseos impuros, tampoco conocen
el gran poder que este viejo tronco oculta, pero la ambición de las personas o
incluso la ambición de los dioses, puede ser muy grande y peligrosa.
Anna, fue reina de Parthos y sacerdotisa del templo de Apolo. Estamos
hablando de siglos atrás. Ella no pudo contener la curiosidad y la ambición de
semejante poder, el poder de los dioses ni más ni menos. Así que, pensado que
podría llegar a ser inmortal y más poderosa que los propios dioses, rompió el sello
de Apolo, así también como los votos que realizó. Anna era incapaz de ver a los
espíritus guardianes por culpa de su impuro corazón.
Anna, no solo fue capaz de dominar los cuatro elementos, sino que pudo
comprobar algo curioso de ellos. La mente humana está preparada para poder
controlar un solo poder, por lo que el collar sólo te ofrecía la posibilidad de abrir
tu mente y controlar los cuatro, pero si un humano intentaba aprender los secretos
de éste, podría llegar a controlar el poder que eligiera, pero no los cuatro, pues
carecía de la capacidad mental necesaria. Los humanos que abusaron de tanto
poder, murieron intentando aprender más de uno, pero era inútil si carecían del
collar.
Anna, al ver que los humanos podían aprender un elemento, se le ocurrió
crear una especie de grupo secreto a los que llamó, los Místicos. Formado por sus
hombres y mujeres de confianza, ya que el grupo era secreto, se limitaba a las
personas que lo formaban.
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Aprendieron a dominar los poderes y a descubrir no solo el dominio de
éstos, sino sus diferentes usos.
Con el fuego descubrió que no solo podía crear y dominar con destreza el
fuego, sino que también su forma líquida, la lava.
Con el agua descubrió que no solo podía dominarla en todas sus formas,
líquida, sólida y gaseosa, sino que ésta, usada con la energía vital de los humanos,
resultaba ser curativa. Curaba las heridas más grandes, cicatrizandolas en pocos
minutos.
Con la tierra, no solo podía dominar las rocas, la arena, la tierra que pisaba,
las plantas creándolas y dominándolas, sino también aquello que había sido
extraído de ésta, los metales y los minerales.
Con el aire, podía controlarlo como con los otros poderes, pero lo que
descubrió de éste, fue algo mágico... podía volar, pero no volar en ese sentido, más
bien era flotar entre éste, estar suspendido entre el aire. Porque Aria, más que el
aire, más que la fuerza de éste, es aquello que fluye al rededor de las personas.
Anna, enseñó y educó a los Místicos, no por el buen camino sino que los
entrenó como si fueran un ejército a sus ordenes, ella tenía el collar y su poder, ella
tenía el control sobre los humanos, se creía una diosa.
Eso duró bastantes años. En aquella época reinaba la primera prohibición
que impuso Zeus a los dioses después de la negativa respuesta y el rechazo de los
humanos a la ayuda que ellos ofrecían. Los dioses se enfadaron con Anna. No solo
había roto el sello de Apolo, sino que también había utilizado unos poderes que no
eran suyos y que además, estaba prohibido por aquellos votos que había realizado,
pero que al haber roto el sello, había renunciado a ellos. Los dioses, enfadados por
tales osadías y falta de respeto, enviaron a Apolo a que castigara a su sacerdotisa,
pero Apolo enamoradizo y romántico por excelencia, se enamoró de Anna.
Apolo defendía a Anna delante de los otros dioses y ellos comenzaron a
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perder la paciencia, y el echo de que Anna engendrara a una hija de Apolo y no de
su marido para poder seguir con el linaje de la familia, fue el motivo por el cual
Anna fue conducida como castigo al Tártaro, donde sufre su castigo eterno. A
Apolo se le ordenó sellar otra vez el collar dentro de Escalus y la hija de Anna y
Apolo fue criada por el marido de ésta como una sacerdotisa más, ignorando su
pasado y su linaje celestial. Los Místicos, para no ser castigados también por los
dioses, se escondieron en los Bosques de Emrrid, donde perfeccionan sus poderes
y sus habilidades en el combate. Más tarde se desplazaron a Lethern, pero eso ya es
otra historia.
Los Místicos no aceptaron que los dioses enviaran a su líder Anna al Tártaro
y pensaban, y creían firmemente, que el collar y ese poder les pertenecía a ellos ya
que no entendían porque los dioses habían creado ese collar y lo habían dejado en
manos de los humanos, pero prohibiéndoles usarlo, no entendían ni encontraban
la lógica para ese simple hecho.
– Y supongo que las respuestas a todas esas preguntas más a las mías que
ahora me rondan por la cabeza se encuentran dentro de este libro, ¿me
equivoco? - preguntó Ely.
– Así es, algunas de ellas. Pero antes de que hagas el ritual y seas capaz de abrir
el libro... – las ramas de Escalus dejaron de moverse para luego hacerlo otra
vez. Ely lo interpretó como un suspiro – ...responderé a tus preguntas, sólo a
aquellas en las que tenga el conocimiento necesario.
– Bien... ¿por qué el libro está cerrado con llave? - preguntó la princesa
pasando la mano por encima de aquellas letras doradas.
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Los Mitos de Átharos
– En ese libro se explica el origen del collar y muchos más secretos – empezó
a explicar Escalus –, en aquella época, cuando Anna aun no había roto el
sello, los únicos dioses que podían mezclarse con los humanos, y solo con
las sacerdotisas de sus respectivos templos, eran Ártemis y Apolo. Pero
cuando ocurrió todo lo de Anna, Zeus prohibió a éstos mezclarse con los
humanos, esa es la doble prohibición.
– Pero antes, los dioses se mezclaban con los humanos ¿no? Tenemos muchas
historias que lo confirman.
– Así es, eso fue hace muchos siglos, antes de que los humanos perdieran la fe
en los dioses, antes del Cinturón de Timmoë.
– ¿Perder la fe en los dioses? - Ely se rascó la cabeza –. Todo es muy
complicado...
– Verás... - prosiguió Escalus –, tu formas parte del linaje de la primera familia,
corre por tus venas la sangre de la primera familia, y tu familia siempre ha
sido creyente y devota, y así te han educado, pero ahí fuera, los demás
mortales lo ignoran todo, lo que hace que esas personas sigan con su vida es
eso, seguir vivos, la muerte es aterradora para cualquiera.
Ely se quedó pensativa.
– ¿Sabes que aun no has contestado a mi primera pregunta?
– Bueno, tendré que contarte lo que ese libro oculta entre sus páginas, una de
las historias, de las demás... ya ni me acuerdo.
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EL ORIGEN DE LOS COLLARES
Un día, el adivino Tiresias, tuvo una visión. Una visión inesperada, cuyos
protagonistas eran los dioses. Pero lo que realmente le preocupaba al tebano
Tiresias, no era a quien iba dirigido el mensaje, sino el mensaje en sí, ya que no fue
capaz de interpretarlo de ningún modo.
Aun así, se dirigió al templo más cercano del poderoso Zeus, y se lo explicó. El
dios, desconcertado, le preguntó a Tiresias directamente.
«¡Oh, Oráculo! Tu que vaticinas tales desgracias entre los dioses nuestros, ya que mencionas
semejante desgracia ante mi, te ruego que des consejo a este dios preocupado.»
Tiresias, que sin saber porque, contestó al dios sabiendo perfectamente la
respuesta.
«¡Oh, magnánimo Zeus! A tu hijo Hefesto, un collar del hierro más poderoso y fuerte del que
jamás haya sido creado, forjará para almacenar los cuatro poderes que los humanos, creados de
Prometeo, no han sido capaces de domar ni poseer. Llama a tu hermano Poseidón, a su esposa
Anfítrite, a Océano y a todas las divinidades marinas y los dioses que rigen el poder del Agua,
haz llamar también, a tu hijo Apolo, al propio Hefesto, a tu hermana Hestia y a Helios,
aquellos que mantienen contacto con el Fuego purificador. Más tarde, llamarás a tu hija
Ártemis, a tu hija Atenea, a tu abuela Gea, a tu hijo Dionisio, el dios nacido dos veces, y a tu
hermana Deméter, aquellos en contacto con la Tierra, incluso con la más profunda, tendrás que
llamar a tu hermano Hades. Y por último, haz llamar al señor de los vientos, aquel que ayudó
al magnífico Ulises, aquel que mueve los vientos y los retiene, Eolo, que rige a los Anemoi y a
todos aquellos con el poder del Aire.
Más tarde, enviaras a tu hijo Hermes con un mensaje para los Cíclopes, ellos fueron quienes
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crearon el maravilloso casco de la invisibilidad de Hades, el tridente de Poseidón y el rayo, trueno
y relámpago del glorioso Zeus, mas no les será difícil crear dos bolas de cristal del tamaño de un
grano de maíz, que partirán a la mitad, y de manera aleatoria, Hefesto soldará las cuatro partes
al magnifico collar que forjó. Mas las bolas de cristal tienen que ser especiales, no solo tienen que
tener la capacidad de albergar el poder de los cuatro elementos, sino que deben de tener la
capacidad de conectarse con la mente, ya sea la de un dios o la de un humano.
Una vez que hayas convocado la asamblea y el collar haya sido terminado, los dioses deberán
ceder parte de su poder y almacenarlo en el collar.»
El poderoso Zeus así lo hizo, pero los designios y el corazón de Tiresias aún no
estaban calmados, sus profecías seguían llegando cada vez con más fuerza. Por lo
que fue a visitar el templo de Zeus, una vez más.
«Mi querido Tiresias, tus sabias palabras y consejos han sido llevados a cabo por todos los dioses
que mencionaste, incluyéndome a mi, he aquí el collar con el poder de los dioses.»
Pese a que Zeus se lo enseñaba como si el oráculo pudiese verlo, ya que era ciego
por culpa de una diputa entre el propio Zeus, allí presente, y su esposa Hera,
Tiresias era capaz de verlo con mucha claridad y nitidez. Su corazón se había
calmado un poco, pero de alguna manera seguía inquieto.
«¡Oh, Zeus! Hay algo que me aflige y no deja de torturar mi viejo corazón. Estoy muy agradecido
de que mis consejos hayan sido llevados a cabo por los dioses, eso me enorgullece, pero siento que
no es suficiente, mis visiones me muestran que hay dos poderes mucho más poderosos que los
propios de la naturaleza, dos poderes que pasan desapercibidos incluso para los dioses.»
Zeus, sintiendo lo mismo que el oráculo, pero sin saber la respuesta, tuvo que dejar
que el tebano, siguiera con su explicación.
«Siendo sincero, lamento no haberlo visto antes, pero habrá que añadir dos poderes más al collar,
pero las visiones me muestran que eso es prácticamente imposible, por lo que habrá que crear otro.
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Esta vez, los Cíclopes tendrán que crear solo una bola, que se partirá a la mitad y que Hefesto,
en otro collar soldará. Vos, magnánimo Zeus, deberéis llamar a Selene, a Hipnos, a Geras, a
Ártemis, a las Moiras, a Nix, a Némesis, a Hades, a Ate, a Hécate, a Érebo, a las Erinias, a
las Keres, a Eros, a Tánato, al profundo Tártaro y a... Moros, y ellos depositarán, en él, el
poder de la luna y el de las sombras.»
Un silencio estremecedor reptó por las paredes de mármol del templo e hizo bailar
las llamas de las velas proyectando sombras contra la pared. Zeus, aún cogido por
sorpresa, se dejó llevar por las palabras de Tiresias... las había comprendido a la
perfección.
«Si tú, tebano, osas decir tales cosas, es que son ciertos tus designios y no palabras de un simple
loco, pues yo mismo te di el don de la profecía, y estoy seguro, que tus predicciones son y serán
siempre acertadas. Por lo tanto, y sin más remedio que el olvido para los dioses, haré lo que nos
aconsejas.»
No obstante, Tiresias aún no había finalizado sus consejos.
«Oh, hijo de Cronos y Rea, más mis consejos son varios, pero los más sensatos son llevados a
cabo. Una vez que los collares estén acabados, deberán ser custodiados sólo por humanos.
En la tierra, el árbol más noble y más fuerte de todos, Escalus recibirá poderes especiales de la
madre Gea, a la vez, Hades creará La Sala de las Sombras.
Un templo al rededor del árbol será levantado en honor a Apolo, pues será la divinidad
encargada del primer collar, los cuatro elementos.
Por otro lado, La Sala de las Sombras, en un sótano frío y sombrío, creado por el dios del
inframundo, ocultará un poder mayor incluso que los elementos que rigen el mundo de los
humanos. Encima del sótano, se creará un templo dedicado a la diosa Ártemis, será la divinidad
encargada del segundo collar, luna y sombras. Apolo y Ártemis, serán los únicos dioses que
mantendrán contacto directo con los humanos, sólo con las sacerdotisas humanas que protegerán
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los collares de la codicia de los humanos y de otros peligros al acecho.
Una gota de sangre de dos familias elegidas al azar, deberá ser derramada en el centro de los
collares y sus destinos estarán conectados de esa manera para siempre.»
Y así fue, como Zeus siguió al pie de la letra los consejos de Tiresias. Una vez todo
dispuesto, solo faltaban dos gotas de sangre de las familias elegidas. Para el templo
de Apolo, se eligió a la familia que poseía las tierras donde se encontraba Escalus.
Los mortales, devotos, aceptaron su destino.
La Sala de las Sombras fue creada en los terrenos de una familia modesta y el templo
fue construido con una entrada secreta que parecía descender a los mismos
infiernos. La familia, sin decir palabra, aceptó su destino.
Los collares fueron guardados. Apolo, encerró el collar dentro del corazón del
árbol, sellado con su propio poder.
Ártemis por otro lado, y dejándose envolver por las sombras de aquella sala,
escondió el collar entre éstas, y selló el lugar con su poder.
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Los dioses son, también, esclavos de su destino. Pues la profecía decía que los
dioses serían llevados al olvido por los humanos y pese a querer cambiar algo, era
inevitable que sucediera.
Primero, los humanos dejarían de creer tanto en ellos y de darles culto a diario. En
respuesta, los dioses dejarían de ayudar y de involucrarse con ellos, hasta tal punto,
que entre los humanos, los dioses serían llegados a denominarse como seres
inventados, seres de ficción o como a muchos les gusta denominarlos, pero que al
fin y al cabo viene siendo lo mismo... seres mitológicos.
Pero a pesar de ello, los mortales recurrirán a los dioses en el ultimo momento, con
suplicas y lamentos, deseando la ayuda de los dioses. Y como el tiempo desgasta la
fe de los dioses en los humanos, éste, fue menguando poco a poco con el paso de
los siglos, hasta que el poderoso Zeus, acabó prohibiendo todo el contacto con los
humanos, por un problema que ocurrió entre una mortal y un dios. Entre Apolo y
Anna.
Lo que Tiresias si sabía, y todo gracias a sus predicciones, no solo era que el
reinado de los dioses sobre los humanos llegaría a desaparecer, sino que en una
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nueva era, los dioses volverían a resurgir de sus cenizas. Tiresias creía que tanto los
humanos, como los dioses, eran unos cabezotas, se necesitaban mutuamente, pero
no querían reconocerlo.
Lo que Tiresias no pudo llegar a ver, era si el collar traería paz o guerra entre los
mortales. Puesto que, por primera vez no tenía una respuesta, dejó que el destino
siguiera su curso, sabiendo que, algún día, llegarían esas personas especiales que
encontrarían la solución a los problemas de mortales y dioses.
Por el momento, tanto mortales como dioses solo tenían que esperar a que las
predicciones de Tiresias se cumplieran.
Ely suspiró y pasó su mano por encima del sello. Sus ojos mostraban tristeza.
– Es una pena que los dioses hayan sido llevados al olvido por los humanos,
cuando nosotros los necesitamos tanto...
– De alguna manera, Ely, fuiste elegida por los dioses – dijo Fire.
– Pero tengo tantas preguntas... yo tampoco entiendo porque Tiresias mandó a
los dioses crear el collar, ni porque tenía que ser custodiado por los
humanos...
– La respuesta está siempre en los mortales – dijo Escalus.
– Eso lo dices siempre, pero la historia que me acabas de contar no me ha
desvelado nada, sino al contrario, ahora tengo muchas más preguntas que
antes – miró a los guardianes -. ¿Dos collares? ¿Hay otro?
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– Así es – dijo Regen –. Shadow y Luna son nuestros hermanos, pero todavía
están encerrados en la Sala de las Sombras, en Athos – dijo apenada.
– ¿Por qué? - preguntó Ely sin entender nada.
– El libro – dijo Escalus –, simplemente fue cerrado y prohibido por los
dioses por contener información innecesaria, ya que los únicos que deberían
saber los orígenes de los templos debían de ser únicamente las sacerdotisas.
– ¿Y no era más fácil destruir el libro?
– De ese libro solo existen dos ejemplares, uno aquí completo, y otro en Athos
al que le faltan muchísimas páginas – dijo Aria –. El de Athos se intentó
destruir quemando sus páginas, pero hubo muchos sacerdotes que creyeron
en la importancia de éste y lo transcribían...
– … haciendo difícil su completa destrucción – prosiguió Ely.
– Exacto. Además los dioses, después de meditarlo mucho, creyeron que era
innecesario destruir el libro, ya que contenía su historia. La manera más fácil
que encontraron de alejar el libro de humanos curiosos fue creando el cierre
que ves – dijo el árbol –, esa forma que tiene de rombo, es la forma que
tiene el collar sellado dentro de mi.
– ¿Qué dios escribió el libro?
Escalus rió.
– Ese libro no lo escribió un dios, sino un guardián de Littêrmundus.
– ¿Littêrmundus? - preguntó Ely confusa.
– Todo a su debido tiempo, querida. No es necesario que ahora mismo sepas
todas las respuestas. Paciencia princesa.
Ely suspiró. Intentó pensar y encajar partes de la historia en su mente.
– ¿Qué pasa con los Místicos? - preguntó Ely preocupada -. ¿Están en camino
para recuperar aquello que creen que les pertenece?
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– Así es, e intentarán por todos los medios rescatar a su líder de la cárcel del
Tártaro.
– Eso quiere decir... - pensó -. ¡Que todos estamos en peligro!
Ely se puso de pie en la rama sosteniendo aun el libro.
– Aquí es donde queríamos llegar – sonrió Fire –. En el libro dice que Tiresias
creía que los dioses resurgirían de sus cenizas y que los mortales volverían a
tener fe en ellos.
– Y que sigue esperando por esas personas especiales que ayudarán a los
dioses a resurgir... - prosiguió Terra.
– ¿No creeréis que yo...?
– Así es – dijo Regen sonriendo –. Eres muy, muy especial – dijo volando
frente a Ely –. No solo nos puedes ver, oír, escuchar, sentir... sino que te
hemos podido enseñar muchas cosas sobre los elementos, aprendes y los
sientes, te comunicas con ellos. ¡Y todo eso sin el collar!
– Además – empezó a decir el árbol –, eres la única sacerdotisa que se ha
comunicado conmigo, es cierto que todos me hablan, pero nadie me
entiende, ni me escucha, ni siente que yo también tengo alma – las hojas del
árbol empezaron a bailar con el aire –. No solo eres especial, sino que yo, te
he elegido a ti.
Ely se tuvo que sentar. Todo aquello era demasiado para asimilarlo, pero sus votos
eran más fuertes que cualquier otra cosa, o eso creía ella.
– Está bien – dijo otra vez en pie –, haré ese ritual, siempre y cuando no tenga
que romper mis votos.
– Al contrario – dijo Escalus –, los reforzará, el ritual será una manera de alejar
a los Místicos de aquí y de salvar a todo el mundo, el problema será...
– … que esteré en peligro – dijo Ely suspirando –. Lo sé, pero no me importa,
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de alguna manera, no se como pero... creo que me he estado preparando
para este momento... decidme que tengo que hacer.
El aire volvía a jugar con las hojas de Escalus. Los espíritus guardianes
dormitaban entre las ramas más bajas del árbol. Ely miraba a lo lejos, el mármol
del templo, su casa, el jardín, el pueblo, el mar... Suspiró. Quería proteger aquello
que era importante para ella. Aquello que iba a hacer no era huir, al contrario, era
ponerse en el punto de mira del enemigo para poder salvar a su familia y amigos.
– Está bien... ya he dicho antes que lo haré, aunque eso implique que muera en
el intento – sonrió con tristeza.
– Debes encontrar la entrada a los infiernos – dijo Escalus –, debes
preguntarle a Tiresias que es lo que espera de todo esto.
– Bien, según me has dicho – dijo girando el mapa –, tengo que ir a Sedah y
una vez allí, buscar la entrada a los infiernos, que según parece, permanece
abierta día y noche.
– Así es, pero recuerda las tres condiciones para bajar.
– Ser una heroína. Desciendo de Apolo así que creo que no habrá problema.
La segunda es no comer nada durante mi estada en los infiernos, se
controlar mi apetito – sonrió –, y la tercera para poder salir de allí es... bajar
viva... y eso es lo que tengo pensado hacer en principio.
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Ely soltó una carcajada extraña, entre la sorpresa y el miedo.
– Eso... - dijo cerrando el libro –, aun no me lo puedo creer... es demasiado...
yo soy descendiente ni más ni menos que de Apolo.
– Lo eres, así que, creelo de una vez – dijo Fire –, el sol te ha estado
iluminando todo éste tiempo.
– Cierto – dijo Ely sonriendo -. ¿Cuánto tiempo nos queda, antes de que
vengan los Místicos?
– ¿Tiempo? - preguntó Aria retóricamente –. Ellos ya están aquí.
El cielo estaba completamente ennegrecido por la noche y no había ninguna
estrella brillando en lo alto, estaban ocultas por nubes esponjosas y enormes que se
mecían lentamente al compás de la brisa. Un grito de dolor rompió la calma de la
noche. Risas. Contempló como la sangre brotaba de la herida sin desenfreno,
ensuciando las prendas de lino y manchando el suelo de rojo. Dolor. Se retorcía en
el suelo, le faltaba el aire, boqueaba en busca de algún resquicio de oxígeno para
llenarse los pulmones, pero lo único que alcanzó a saborear era el sabor de su
propia sangre. Óxido. Ese sabor le repugnaba. Volvió a notar otra punzada de
dolor en el pecho. Bajó lentamente la vista hacia la espada que lo atravesaba. Con
dificultad levantó la vista hacia aquel hombre de ojos azules. Sonreía. Sabía el
trágico destino que le esperaba. En apenas unos segundos, la espada salió de su
cuerpo y en un movimiento brusco de la muñeca de aquel hombre le cortó la
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cabeza que cayó rodando por el suelo.
El hombre de ojos azules la cogió por el cabello. De su mano surgieron
lenguas de fuego que comenzaron a consumir la cabeza. Todos los allí presentes
contemplaron como el fuego iba quemando la carne, que burbujeaba como si se
estuviera derritiendo. Dejó caer lo que quedaba de la cabeza del hombre encima
del cuerpo inerte de éste, comenzando a arder en llamas altas y rojizas. En
segundos, y con un fuego irreal, el cuerpo quedó reducido a cenizas.
– Esto es lo que pasa cuando te descuidas – dijo el asesino apoyado contra la
barandilla de mármol que rodeaba el templo.
Encendió un cigarrillo y miró con furia a sus soldados. Dio una calada y expulsó el
humo lentamente.
– La próxima vez tened cuidado – miró a la mujer medio desnuda arrodillada
frente a las cenizas del hombre, con los ojos desorbitados llena de miedo –.
Esperad dos semanas y luego podréis hacer lo que queráis.
Cogió a la mujer por un brazo y la alzó con rudeza. Ella intentó zafarse de él
gritando, con los ojos llenos de lágrimas, horrorizada por si volvían a surgir las
llamas. Él, desquiciado, la lanzó al suelo al pie de sus soldados.
– Cuando terminéis con ella matadla...
– ¡No! - chilló la mujer arrodillada, sucia y desnuda –, por favor – juntó las
manos delante de su cara mirando a aquel hombre, suplicando por su vida –.
Haré lo que sea, pero no me matéis...
Un soldado la cogió por los pelos e hizo que se levantara.
– Wisam – dijo el soldado con confianza –, tal vez pueda ser útil.
– ¿Tal vez? Espero que no te hayas vuelto un blando Hernán - Wisam sonrió y
lanzó el cigarro contra el templo –. Haced con ella lo que os proponíais y
matadla... no es tan difícil ¿no es lo que ibais a hacer antes de que un guardia
de la Casa Real os descubriera?
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– Oh, Zeus, ayúdame - rezó la mujer en voz baja –. ¡Oh dioses, no dejéis que
me maten!
– Joder – dijo Wisam enfadado -. ¿Una sacerdotisa? ¿Entre todas las mujeres
una sacerdotisa? - se atusó el pelo y se frotó los ojos del cansancio –. No la
matéis, ocultar su muerte sería demasiado trabajo...
– Lo que os decía señor – dijo Hernán que aun la tenía agarrada por el pelo –,
su vida a cambio de inmunidad. Es justo, pasearnos por aquí durante dos
semanas como si ya fuera nuestro, vistiendo sus ropas y bebiéndonos su
fortuna – se echo a reír y los otros soldados se palmeaban la espalda y
sonreían entre ellos.
– Eso estaría bien – dijo frotándose la barbilla –, unos cuantos soldados de los
míos infiltrados entre los guardias de la Casa Real... me gusta – dijo
sonriendo. Se giró bruscamente y miró a la mujer -. Consigue que mis
soldados entren en el ejército del rey y te dejaré vivir.
– ¡Júralo! - le pidió la mujer -. ¡Haz el juramento de los dioses! ¡Dilo y te
creeré!
Wisam sonrió ante la osadía de la mujer. Era estúpido, así que optó por hacerlo.
– ¿Como era? - fingió pensar. Su mano estalló en llamas a un ligero
movimiento, se llevó esa mano al pecho y después realizó una cruz en su
pecho que ardió en llamas –. No se de que servirá éste juramente ya que sólo
sirve para los dioses – miró a la mujer que todavía lo miraba desafiante –,
esta bien, lo haré – la cruz todavía ardía en su pecho –, lo juro por las aguas
del Éstige, no te mataré si nos ayudas... ¿contenta?
Wisam movió la mano con brusquedad y las llamas se apagaron. Ordenó a sus
soldados recoger todo. Se marchó de allí un poco enfadado por lo sucedido, era
innecesario.
– Señor – lo alcanzó un soldado -. ¿Qué hacemos después con la mujer?
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– Qué estúpidos sois, una vez que tengamos lo que queremos la matáis.
– Pero señor, el juramento...
– Sandeces, recuerda, he dicho no te mataré es decir, yo, por lo que la mataréis
vosotros, ¿entiendes?
– Sí, señor – contestó el soldado que se marcho raudo a seguir con sus
obligaciones.
Wisam encendió otro cigarro y miró al cielo.
– Patético – dijo.
No supo si lo decía por lo de esa noche, o si se lo decía a si mismo. Todo
eso, los últimos veinte años de su vida, todos los crímenes que había cometido,
habían sido por amor a ella, ni la fama, ni la fortuna le importaban, él sólo quería el
poder para poder estar con ella, conseguir la apoteosis y por fin, hacerla suya.
Sus manos y pies se pegaban como pegamento a aquél mármol blanco y liso
y su cabello rojizo caía suelto hacia abajo. Sus ojos verdes resplandecían. En cuanto
el templo se quedó en silencio y vacío, se soltó del mármol y cayó ágilmente en el
suelo de piedra fría, sus ojos volvieron a ser negros y el verde desapareció. Se atusó
el pelo y se inclinó ante aquél montón de cenizas negras. Con un gesto de su mano
elevó las cenizas y las introdujo en un recipiente sin tocarlas. Lo cerró y lo enterró
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fuera del templo. Rezó por el alma de aquél guardia, que pese a todos los funerales,
su alma estaba condenada a vagar por el Campo de las Lamentaciones y los Lloros
en los infiernos.
– Lo siento – susurró ella mientras se escabullía otra vez dentro del templo.
Dentro, Escalus se encontraba en un estado de duermevela y no se percató de la
presencia de las dos muchachas.
– Ely, son ellos, no hay duda.
– Lo sé Ann – dijo la princesa apretando los puños con rabia –. Son unos
asesinos. Acabemos con ellos, hay que investigar.
– ¿Por dónde empezamos? - dijo Ann enfundada en las ropas azules de las
sacerdotisas, las mismas que las de la princesa.
Las dos muchachas atravesaron el túnel de piedra que unía la Casa Real con el
templo de Apolo y se encaminaron a la puerta principal.
– Es tarde, pero debemos ir a hablar con ella – dijo Ely mientras se enfundaba
dentro de aquella capa negra que la cubría por entero.
Ann rió.
– Para nosotras es tarde, pero para ella es temprano – se puso la capa negra y
se ocultó detrás de la capucha –. Déjame a los guardias a mi.
Abrieron la pesada puerta de madera sin ninguna dificultad. Visualizaron a lo
lejos la reja y el camino que llevaba al pueblo. Contaron en total unos diez guardias,
los cuales hablaban animadamente entre ellos. Ely y Ann se escondieron detrás de
un árbol. Ann, respiró por la nariz y lo soltó por la boca lentamente, estiró el brazo
derecho y lo elevó con fuerza con el puño cerrado. Al lado de cada guardia
comenzó a brotar una rama espinosa con hojas violetas, que al llegar a la altura
adecuada, brotó de la punta una flor negra con pigmentos dorados. Los guardias,
intrigados, miraron las flores embobados. Ann rió silenciosamente y abrió la palma
de la mano con brusquedad y las flores dejaron salir un polvo brillante que los
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guardias respiraron sin poder evitarlo. Al cabo de unos segundos los cuerpos de los
guardias dormidos cayeron lentamente encima del césped, gracias al poder del aire
que estaba ejerciendo en ese momento Ely. Ann miró a los ojos violeta de ella.
– No se cuando me acostumbraré a estos cambios – susurró –, tus ojos...
– Sí, lo sé – la interrumpió Ely. Sus ojos volvieron a su color original, un
negro intenso –, cuando uso el poder de Aria, el poder del aire, se tornan
violeta claro, si uso el poder de Fire, se tornan rojos, si uso el de Regen se
vuelven azules y si uso el poder de Terra, adquieren un color verde muy
bonito.
– No es un juego – dijo Aria secamente –. Ahora formamos parte de tu alma,
y el sello y el collar que ahora posees, te ayudan a poder controlar los cuatro
elementos, sino, no podrías.
– Lo sé – dijo abriendo la verja de barrotes negros y largos –, me lo tomo
seriamente, ahora lo que me preocupa es toparme con los Místicos.
Corrieron por el camino de tierra todo lo rápido que pudieron, hasta que a
lo lejos dejó de verse la Casa Real. En cuanto llegaron a la entrada del pueblo se
dirigieron a la taberna. El ambiente todavía era tranquilo y no había mucha gente
por las calles. Se deslizaron por la pequeña puerta de madera oscura con rapidez.
Una vez dentro se quitaron la capucha. Ely estudió el interior, las pequeñas
velas ardían en las paredes y en las mesas, las paredes estaban recubiertas de
pequeñas piedras de colores que relucían con la luz de las velas, proyectando en el
techo miles de pequeños puntitos de colores brillantes que semejaban estrellas.
En la taberna no había nadie, la gente todavía aun estaba por llegar, a
excepción de un grupo de gente que comía y bebía animadamente en una esquina.
Ann se fijó en uno que tenía una cicatriz realmente rara y repugnante, le
gustó. Ely se fijó en uno de los jóvenes muchachos de pelo negro y ojos azules,
tubo la sensación de que lo conocía de algo, pero no lo recordaba con claridad.
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Tenía prisa y se dirigió a la barra.
– Quiero ver a Filis, Guneo – dijo la princesa.
El tabernero, alto, feo y de complexión ancha miró a la princesa de arriba a bajo
con cara de pocos amigos. La princesa se cruzó de brazos y sonrió.
– Es extraño verte a estas horas por aquí, el asunto que quieras tratar con Filis
debe de ser... muy importante – dijo Guneo mientras limpiaba un vaso –.
Voy a buscarla – dijo mientras se secaba las manos en el pantalón.
Guneo se deslizó al interior de la cocina y Ann cogió a Ely por la capa y le susurró
al oído: - El guapo de ojos azules no deja de mirarte, Ely. Ella se quedó pensativa y
le contestó: - Es que tengo la sensación de conocerle, pero no acordarme de él,
tengo miedo de que me salude y no me acuerde de su nombre.
Ann se echó a reír, no pudo evitarlo, dejó de hablar en voz baja.
– Eso... ha sido demasiado, no he podido evitarlo.
– ¡Por los dioses! Eres tan escandalosa – Ely se subió a la barra y saltó dentro
mientras se quitaba la capa -. ¿Qué te apetece beber? ¿Algo digno de
Dionisio o tal vez, algo más ligero?
– Un tej, por favor – dijo una mujer regordeta saliendo de la cocina – y que sea
doble.
– Está bien – dijo Ely preparándolo con esmero –, lo vas a necesitar y tal vez
yo también...
– Todavía eres joven – le recriminó la mujer dando un largo trago a su copa –.
Veamos, ¿qué vienes a pedir?
– Información – dijo ésta subiéndose a la barra –, quiero la posición de ciertos
barcos, de echo, quiero un mapa de la posición exacta.
– Uf... esto es algo delicado... ¿qué “ciertos barcos” son esos? Y por favor, no
me asustes.
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– Barcos de Océano camuflados entre los pescadores, piratas y marineros de
Parthos, especialmente aquellos que lleven éste símbolo.
La princesa saltó con agilidad al suelo, cogió lápiz y papel y comenzó a dibujar. En
cuanto lo terminó lo sostuvo en el aire para que Filis lo viera.
– No parece tener ningún sentido, parecen lineas sin ton ni son... - dijo Filis
pensativa.
Ann le arrebató el papel a Ely y comenzó a juntar las lineas.
– Joder, pero si era claramente visible, una manzana - dijo Filis palmeándose
la frente.
– Así es – comenzó Ely a explicar –, es el símbolo que llevan los tripulantes en
el pecho, además, de que a cada uno se le distingue por una franja de colores
en el cuello.
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– Los Místicos – dijo Ann –, tus chicos, Filis, deben tener cuidado con ellos,
pero necesitamos saber cuantos son.
– Está bien, es posible que mis chicos os puedan ayudar, esto lo tendréis... -
pensó –, dentro de una semana y media.
– Es mucho tiempo, no se si disponemos de tanto...
– Intentaré que mis chicos se den prisa.
– Gracias Filis.
Filis les dedicó una cálida sonrisa y se adentró otra vez en la cocina. Ely
suspiró y se dejó caer en una silla, notaba la mirada de aquel chico clavada en su
espalda. Le ponía nerviosa y la molestaba aquella incesante mirada.
Dos muchachos entraron en la taberna. Reían y parloteaban entre ellos
mientras buscaban el sitio adecuado para sentarse. Eligieron sentarse al lado de la
chimenea, al lado de aquel grupo de ocho personas, donde se encontraba el
muchacho de pelo negro y ojos azules.
– ¡Guneo! - chilló el chico joven de pelo color zanahoria -. ¡Tenemos hambre!
Ely se levantó y se acercó a él.
– Iván, John... - dijo mirándolos con los ojos entrecerrados -. ¿Qué se supone
que estáis haciendo aquí?
– ¡Hermanita, lo mismo podría preguntarte yo! - chilló Iván con los brazos
abiertos –, pero no lo voy a hacer - Ann apareció detrás de Ely –. Ann, que
hermosa te veo esta noche – dijo levantándose y le besó la mano con
delicadeza. Ella lo ignoró como siempre.
Ely se sentó al lado de John.
– Increíble que vosotros seáis amigos, no se como lo aguantas.
– Tu hermano es bastante divertido.
– No, no lo es, es un incordio.
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Guneo llegó con bebidas para los cuatro. Iván se mofó de su hermana diciendo
que una damisela como ella no debería beber algo tan fuerte.
– Apostemos – dijo John.
– Siempre que apuestas contra mi hermana pierdes.
– No siempre...
– Siempre – corroboró Ann.
Ely se echó a reír recordando todas la apuestas anteriores.
– La primera fue – dijo recordando en voz alta –, cuando eramos pequeños y
decías que no me atrevía a salir fuera de la Casa Real.
– Perdí – admitió John –, pero tu cara cuando se enteró tu madre, fue épica –
dijo sonriendo mientras cogía su copa.
– Vale, me acuerdo de aquella en que John decía que Ely sería incapaz de
trepar a Escalus...
– Tenía seis años, y un poco de miedo a caerme – reconoció ella.
– Pero... - continuó Iván –, lo hiciste.
– Sí, perdí – volvió a admitir John –, pero tu cara cuando te caíste, fue épica.
Ann miró a John y sonrió.
– Pierdes, pero te gusta el resultado – le dijo.
– El resultado es bastante satisfactorio.
Iván dejó su copa con rudeza en la mesa, había recordado la mejor apuesta de
todas.
– Ya se, mi favorita fue la de hace dos años.
– ¿Cual? - preguntó Ely.
– Hace dos años papa insistió en celebrar tu cumpleaños en Ogigia.
– Si, aunque fuera una estúpida escusa para poder ir a Baco y beber hasta
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hartarse.
– Eso lo sabíamos todos – rió –, pero aquella fue la mejor, ¿os acordáis?
– Sí – dijo Ann –, recuerdo las palabras exactas de Iván «Si pierdes John, harás
lo que yo te diga durante una semana, si mi hermana pierde, que lo dudo
mucho, realizará mis tareas por una semana.» - dijo Ann poniendo una voz
profunda y gutural imitando a Iván.
– ¿Se supone que estabas intentando imitar mi voz? - preguntó molesto.
– Exacto – se apartó el largo y rizado pelo negro de los hombros y bebió un
sorbo de su copa sin dejar de sonreír.
– No recuerdo muy bien en que consistía la apuesta – dijo John.
– Tenías que atraparme – dijo Ely –, literalmente no, corrimos por toda Ceres
durante dos horas, y ni siquiera lograste rozarme, fue magnifico y tu cara al
comprobar que yo era más rápida, fue épica.
Ann e Iván se carcajearon, mientras Guneo dejaba una bandeja con churros y
chocolate caliente y humeante.
– Sí, ahora recuerdo – hundió la cara en su manos –, recuerdo aquella horrible
semana... fuiste cruel Iván, muy cruel...
– No fui cruel, fue divertido.
Ann calvó sus ojos verde oscuro en los ojos negros de Iván.
– En vez de utilizarlo para cosas productivas, lo utilizaste para molestar y
reíros...
– Fueron bromas de muy mal gusto – dijo John –, pero una apuesta era una
apuesta, al fin y al cabo.
Todos miraron los churros dorados y llenos de azúcar blanco, se relamían dichosos
ante tal manjar. Todos atacaron. Agarraron la taza con ambas manos y se
embriagaron con el dulce olor del chocolate. Delicioso. Ely miró a un niño rubio
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de ojos verdes claros, que miraba babeando el chocolate que ella se bebía.
– ¿Quieres? - le preguntó.
– Sí – dijo él sonriendo –, por favor.
Ely se lo sentó en la falda y le dejó beber su chocolate y comer churros.
– ¿Cómo te llamas pequeño?
– Mario – dejó el churro dentro del vaso y se limpió con la manga de la camisa
el chocolate que tenía en las comisuras –, y de mayor, me uniré a ti.
Iván y John se echaron a reír ante aquel comentario.
– Pero... ¿cuántos años tienes, Mario?
– Siete, tengo siete años.
– Eres demasiado joven y yo demasiado mayor.
– Pero es que eres muy guapa.
– Qué inocente eres – le dijo Ely -. ¿Sólo por eso te casarías conmigo?
Mario pensó.
– Si – dijo al fin. La inocencia personificada.
– Pues entonces yo no quiero a un hombre tan superficial, hay algo más que lo
físico... ¿te has enamorado alguna vez, Mario? - le preguntó Ely sonriendo.
– Pues claro que no, soy demasiado pequeño para saber eso.
Ely y Ann se miraron la una a la otra y rieron.
– Eres demasiado listo y a la vez demasiado ignorante – Ely lo estrujó entre
sus brazos -. ¡Que monada!
– Ven con la tita Ann – dijo alargando los brazos y sentándolo en su regazo.
– Puede que también quiera unirme a ti – dijo levantando la cabeza para
mirarla.
Ann lo estrujó y le comió a besos.
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– El efecto monada – dijo Iván apoyado en la mesa –, que envidia.
– Lo echo de menos – coreó John a Iván.
Iván le revolvió el pelo al pequeño.
– Más te vale aprovecharte de tu apariencia, desaparecerá dentro de muy poco,
cuando menos te lo esperes.
– Ese consejo llega demasiado tarde, tampoco quiero escucharlo de un
perdedor – dijo Mario mirándolo muy serio.
– ¿Perdedor? - preguntó molesto.
– Sí, ¿o acaso no es así? - sonrió y se abrazó al cuello de Ann -. ¿No te gustaría
estar en mi lugar?
– Serás... - Iván se mordió el labio, respiró hondo y bajó los puños –, oye... -
miró a Mario entrecerrando los ojos -. ¿De verdad eres tan inocente como
aparentas?
Mario lo ignoró y ahora se encontraba en el regazo de Ely bebiendo chocolate
tranquilamente. Iván se sentó impotente, fingió llorar.
– Este crío me saca de quicio...
John le dio unas palmaditas de consuelo en la espalda.
– ¿Mario? - llamó una voz detrás de ellos.
El chico de pelo negro se acercó a la mesa, en dos pasos estaba ya detrás de Ely.
Ella echó su cabeza hacía atrás y lo miró de cerca, lo miró a sus ojos azules, él
sonreía.
– Siento si este rebelde de mirada tierna os está molestando – dijo guiñándole
el ojo a Mario y este movió la cabeza con firmeza, se decían entre si, misión
cumplida.
– Para nada – dijo Ely levantándose y dejando a Mario en el suelo –, me llamo
Elisabeth.
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– Yo Allen.
Los dos se estrecharon la mano un poco cohibidos y vergonzosos, sin dejar de
mirarse a los ojos. Ex abrupto, ella se acercó más a él y chillo.
– ¡El chico pesimista!
– ¿Me reconoces? - preguntó él –, por que yo te reconocí nada más verte
entrar por la puerta.
– Vale, he tardado, pero te recuerdo perfectamente, solo que has cambiado.
– ¿Para mejor o para peor? - preguntó Allen poniendo los brazos en jarras.
– Para mejor claro – ella sonrió –, y dime... ¿has encontrado aquello que
andabas buscando?
– Sí, lo encontré y gracias a ti.
– Me alegro.
Ann se levantó y se puso al lado de Ely.
– Como veo que no estás interesada en presentarnos lo haré yo misma – le
tendió la mano a Allen –. Encantada, soy Annabel, y ahora – dijo apartando
a Ely con la cadera –, si eres tan amable de presentarme a tu amigo, el del
pelo castaño...
– ¿Quién?
– El sexy de la cicatriz en el rostro – se mordió el labio –, seguro que hay una
gran historia detrás de ella...
– ¿Hipólito? ¿Sexy? - Allen se aguantó la risa –, si claro, te lo presento, os
presentaré a todos.
Allen comenzó a presentarlos, y Ely presentó a su hermano y a su mejor amigo de
la infancia. La taberna se había llenado de hombres y mujeres que reían, bebían,
cantaban y bailaban a la luz de las velas. Allen y Ely habían estado hablando
durante horas y habían reído y bebido.
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– ¿Qué fueron, dos minutos, cinco? - preguntó Allen bebiendo –. Dijiste
cuatro palabras bien dichas y me quitaste un peso de encima.
– ¿De verdad? Cuéntame.
– Tal vez la próxima vez.
– ¿Hay próxima? - preguntó ella esperanzada.
– Claro, nuestra estancia en Parthos es indefinida.
– Eso quiere decir que acabáis de llegar, ¿cierto? - Allen asintió –. Podríamos
quedar mañana y os enseñaría Parthos como Zeus manda.
– Estaría genial. ¿Sabes? - Allen se llevó la jarra a los labios y dio un largo
trago -. Eres una de esas personas que ves por primera vez y, aunque crees
que es imposible volver a verla, esperas con ansias encontrarte con ella en
cualquier otro lugar.
– Oh, vamos, lo que pasa es que te recordé algo bonito de tu pasado... no se –
dijo ella pensativa -, un comienzo nuevo, tal vez.
Allen sonrió, era exactamente lo que él pensaba. Todos salieron al frío veraniego
de la noche. Ely y Ann se enfundaron en sus capas, lo mismo hicieron John e Iván,
los cuatro iban de negro.
– Quien os viera pensaría que os habéis escapado de casa – dijo Atedus.
– Tal vez lo hayamos echo – dijo John, Ann le dio un codazo –, o tal vez no.
Todos se despidieron y cada grupo fue por su camino. Allen miró como ella se
alejaba y chilló: - ¡Recuerda lo de mañana! Ella se giró sonriendo, por un momento
él volvió a revivir aquella maravillosa sonrisa de hace dos años, se sintió mejor al
comprobar que todavía seguía ahí. Se estiró, estaba cansado.
– ¿Qué ha sido eso? - le preguntó Gil.
– Nada – dijo sonriendo Allen.
– ¿Nada?
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– Exacto, nada.
– ¿Me lo vas a contar?
– Tal vez.
Gil miró a Allen detenidamente mientras caminaban en dirección al barco.
Alegría. La podía distinguir y sus ojos no mentían. ¡Por primera vez, después de
aquella masacre en Athos, él estaba sonriendo de verdad! Una inmensa satisfacción
lo inundó, aunque no fuera él el causante de tal felicidad. Miró a aquella mujer de
pelo liso, largo y rojo como el fuego, se encontraba lejos, pero podía distinguir
perfectamente su despreocupación y alegría. Volvió a mirar a Allen pensativo... esa
chica... ¿no sería ella por casualidad? Gil recordó que cuando todavía se
encontraban en el corazón de Ogigia entrenando, hace apenas cuatro meses, las
mujeres de Virgilia no dejaban ni un momento en paz a Allen, él las tenía
hechizadas con su encanto, y ellas sabían que no tenían ninguna posibilidad con la
frialdad de él, pero ellas nunca se rindieron, es más, les gustaba aquella frialdad.
– Vamos Allen – le había dicho una muchacha rubia de ojos marrones -. ¿Por
qué no te decides ya y eliges a una de nosotras?
Allen se había limitado a mirarla con cierto desdén, y luego sonrió.
– Mi corazón ya ha sido robado – había dicho despreocupado.
Ellas se habían sentido confusas y luego ilusionadas por la posibilidad de ser una
de ellas.
– ¿Soy yo? - seguía insistiendo la rubia –, vamos, dinos quién es.
– Cuando Hermes deje de ser el dios de los ladrones, yo, os confesaré quién es
ella – se marchaba, pero se giró sonriente –, no es ninguna de vosotras.
Tanto la rubia como las demás habían quedado decepcionadas, pero, tenían
el segundo plato por si el primero fallaba. A partir de ese momento en el que
supieron que el recuerdo de aquella desconocida mujer en el corazón de Allen era
mucho más fuerte que la presencia de ellas, se abalanzaron sobre Gil. Eran como
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leones feroces, les encantaba sentarse en las gradas con sus voluptuosos y
sugerentes vestidos, a mirar como muchos muchachos jóvenes, guapos y
musculosos se entrenaban en la arena. Lo que ha Gil le molestaba era no saber
cuándo se habían conocido Ely y Allen, le tenía intrigado.
Pasaban los días a una velocidad apabullante y a Allen le desconcertaba.
Siempre iban todos juntos, la tripulación del Pigmalión y el grupo de Ely, John,
Iván y Annabel. Todos se lo pasaban genial, habían ido en calesa hasta los pueblos
de las afueras y a las ciudades cercanas a Parthos, habían nadado en cascadas, lagos
y ríos, habían comido manjares hasta ahora desconocidos para ellos, platos típicos
del país. Ely le había hablado con euforia y satisfacción del patrón de Parthos,
Apolo. Se le rendía culto en todo el país, no se le rezaba muy a menudo y tampoco
se le ofrecían sacrificios, aunque Ely le había confesado secretamente que ella y
Ann eran sacerdotisas de uno de los templos de Apolo, concretamente el que se
encontraba en la Casa Real, aunque, le aclaró Ely, no solo se le rezaba a Apolo en
aquél templo, sino que también se les rendía culto a los demás dioses. Le había
enseñado la cultura, la música y el arte de su pueblo, le había enseñado con gran
alegría y orgullo la obra que estaba financiando su padre.
– Todavía quedan algunas cosas que pulir – le había dicho Ely –, pero nuestro
querido amigo Pándoco es todo un experto en su trabajo.
Pándoco los había recibido con los brazos abiertos y se había inclinado
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delante de Ely e Iván, un gesto que sorprendió a todos, pero que pasaron por alto,
como un gesto de respeto. Pándoco había hablado emocionado de su obra
maestra, habló de todo el proyecto y los guió a través de cuadros y esculturas.
Cuando estaban apunto de despedirse, se llevó los dedos a los labios y se los besó
con emoción.
– ¡Brillante! - dijo –. Las nueve musas han sido mi guía y mi inspiración en
estos últimos meses, de echo, llamaré a esto, Museo, en honor a ellas. Este
gran palacio guarda el pensamiento en todas sus formas: elocuencia,
persuasión, sabiduría, historia, matemáticas, astronomía...
Todos le aplaudieron. Había sido una semana divertida y entretenida, de
echo, Allen no solo estaba feliz por lo grande y maravilloso que era la capital de
Parthos, sino porque podía explorarlo y sentirlo al lado de Ely. No sabía definir
con exactitud que era lo que sentía por ella, ¿la quería? Sí, pero... ¿qué tipo de
querer? En su interior intentaba buscar la respuesta, pero no la encontraba y a cada
día que pasaba, sentía la necesidad de pasar más tiempo con ella, antes de que
tuviera que marcharse y no poder volver a verla.
– ¿Beth? ¿Por qué me llamas Beth? - preguntó Ely extrañada.
– He decidido que Beth es más bonito – dijo Allen.
Beth pensó.
– Tal vez, bueno, dejaré que me llames así.
– Es tu nombre...
– Pero no estoy acostumbrada, todo el mundo me llama Ely.
– Pero yo no soy todo el mundo, soy Allen, y me gusta más Beth.
Ely lo miró exasperada. Se dio por vencida. Sólo dejaría que él la llamara
así... sólo porqué era él... ¿qué significaba eso? ¿Sentía algo diferente cuando estaba
con él? La princesa pensó. Allen de la noche a la mañana había entrado en su vida
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y se había convertido en una persona especial con la cual se sentía a gusto... ¿Eran
amigos? Sí, se había dicho la princesa a si misma. ¿Quería que fueran más que
amigos? Tal vez... Ely sacudió la cabeza intentando despejar su mente y evitar
pensar en aquello. Filis le había dicho que esa noche sus chicos tendrían el material
sobre el cual ella podría trabajar, la hora de ponerse seria había llegado, de echo,
Escalus le había confesado algo horripilante y a la vez demoledor.
– Tal vez yo muera pronto.
– ¡No!
Ely se había enfadado ante aquel comentario, de hecho, casi se echó a llorar.
Todo eso implicaba a su familia y al pueblo. Se acercaban las fiestas y ella no tenía
ánimos para nada, se sentía triste y agotada, pero era fuerte y valiente y había
ocultado su miedo y tristeza, detrás de su sonrisa falsa, pero... con Allen había sido
distinto, sino hubiera sido por el mensaje de Filis, ella habría seguido en las nubes
pensando en él y pasándolo bien, el mensaje la había devuelto a su verdadero
cometido, debía proteger aquello, debía desaparecer de allí, debía dejar todo
aquello atrás. Estrujó la bolsa de cuero que llevaba siempre atada a la cintura con
una correa marrón de cuero trenzado. El collar. Debía protegerlo, aunque ahora ya
no tuviera ningún valor para los Místicos, pero eso era algo que ellos no sabían.
Además, el collar era muy importante para los espíritus guardianes de la tierra, el
fuego, el aire y el agua, el collar los protegía a ellos.
Los guardianes habían sido su guía en el aprendizaje de los elementos y el
lenguaje corporal con el que controlarlos, la precisión y el cálculo necesario para
usarlos.
A la edad de siete años, ella, ya podía hablar con Escalus y escucharle; a los
ocho pudo distinguir a los guardianes jugueteando en las ramas del gran árbol; a
los nueve se volvieron grandes amigos; a los diez se volvió una gran nadadora y
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conocedora de todo tipo de aguas y su beneficio; a los once aprendió el lenguaje de
la naturaleza, el de las plantas y el de la tierra; a los doce su forma de respirar y de
comprender el aire cambió por completo al descubrir sus diferentes utilidades, el
silencio por aquella época fue una de sus mejores armas. A los trece podía
mezclarse con el fuego de una hoguera y salir ilesa, y todo aquello, sin el collar, era
impresionante. Pero no fue hasta los dieciséis, hasta el ritual de sangre, cuando su
cuerpo, alma, sejem o espíritu y sheut o sombra se fundieron con el de Escalus, no
fue hasta entonces, cuando se dio cuenta de que todo aquello era muy grande y tal
vez, la superase. Pero todo el mundo esperaba grandes cosas de ella y con el
tiempo, se hizo más fuerte. Nunca imaginó la llegada de los Místicos, es más,
ignoraba su existencia, nunca imaginó que llegaría a sentir tanto miedo y tristeza,
nunca se había sentido tan frágil y Allen había sido una distracción de sus
propósitos, tal vez no se volverían a ver nunca. Reconocía que le dolía pensar de
esa manera, pero Escalus le había dicho hace mucho tiempo, que sería interesante
averiguar las respuestas que desentrañaba el collar, pero nunca tuvieron ningún
motivo para ponerse en marcha, nunca tuvieron ningún motivo para cambiar el
curso de los siglos. Hasta ese momento, los Místicos y sus propósitos, fueron la
chispa que faltaba, la pieza que todavía no encajaba, fueron el motor que encendió
la vocecilla en el alma del gran árbol que le decía «Peligro», ellos fueron el motivo
por el cual Ely comenzó a sentir esa enorme inquietud, pero también fueron los
causante de que ella se pusiera en marcha y comprendiera que su destino era aquel,
debía encontrar respuestas. Supo entonces, que llevaba preparándose para aquello
toda su vida.
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El mapa era exacto y preciso. Estaba marcado con cuidado y esmero el
punto exacto de los barcos. Ely y Ann, sentadas bajo Escalus, miraron
horrorizadas que la mayoría de los barcos se encontraban debajo del acantilado
donde se encontraba el templo de Apolo, una cala tranquila donde no suele ir
nadie. En el centro del mapa había una marca más grande con signos de
exclamación.
– ¿Que significa? - preguntó Ely.
– Tal vez es por ahí por donde debemos empezar – dijo Ann –. Debe ser el
barco del líder.
Ely se levantó y salió del templo, Ann la siguió inspeccionando todavía el
mapa. Subieron hasta el acantilado lentamente. Esa mañana había una espesa
niebla que cubría el mar, una espesa niebla que se disipó en cuanto Ely utilizó el
poder de Aria y sus ojos se tornaron violetas, con su mano las apartó sin ninguna
dificultad, los barcos aparecieron tranquilos y apacibles sobre la calmada superficie
de aquella cerrada y pequeña cala. Eran demasiados, a simple vista no podía contar
cuantos eran, pero gracias al mapa, podían saberlo.
– Ciento sesenta y siete barcos, Ely – dijo Ann levantando la vista del mapa –,
son muchos.
– No para el poder de Fire – respondió ella.
– ¿Pretendes...?
– Sí – no dejó que terminara la pregunta –. Lo haré si es necesario, espera aquí,
me será más fácil pasar desapercibida si voy sola con Regen.
– Está bien, ten cuidado – le sonrió Ann con empatía.
Ely miró a lo lejos. Sabía exactamente donde se encontraba el barco del líder, lo
intuía. Regen voló hasta situarse delante de ella, bajo sus pies vio aguas turbulentas
y rocas afiladas.
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– ¿Estás preparada? - preguntó.
Ely hizo un gesto afirmativo con la cabeza y respiró hondo. La primera vez
que vinculó su alma con la de Regen había acabado agotada y en cama por varios
días, era difícil, pero no imposible. La piel lisa y blanca de Regen se resquebrajó y
su pelo plateado dejó de emitir ese brillo terrenal para caer al vacío y desaparecer
en el aire. Las manos y pies de Regen desaparecieron y como una corza, se
desprendió de esa diminuta forma y en un estallido de color azul, tomó su
verdadera y única forma. Ely miró a aquel ser de cabellos, ojos, piernas, brazos,
pechos y boca transparentes, hecha puramente de agua, con cuerpo de mujer. El
agua de su cuerpo se movía incesante y brillaba hasta la cabellera larga y ondulada,
un ser muy hermoso. Ely miró a los ojos húmedos de Regen que a pesar de ser
transparentes, ¡Se podía palpar la vitalidad en ellos! Ella estaba viva y el incesante
movimiento del agua que recorría su cuerpo como la sangre por un cuerpo
humano, era la prueba. Tan azulada y transparente a la vez.
– Ely – dijo con una voz realmente madura, diferente a su vocecilla habitual –.
Debes quitarte la ropa, no hago milagros.
Ely pudo apreciar que la acuosa comisura de sus labios transparentes y
uniformes esbozaban una tímida sonrisa ante tal petición. Ely se deshizo de su
ropa de sacerdotisa y de sus zapatos. Regen se acercó a Ely y la besó, posando
únicamente los labios con suavidad en su frente. Ella notó como la espíritu entraba
dentro, como el poder de ella la traspasaba y la hacía gemir, el poder la abrumaba.
Regen se apartó con brusquedad y se lanzó dentro. Su cuerpo se estiró y
envolvió a Ely dentro de una capa de agua que se filtró por los poros de su piel.
De los pechos de Ely brotó una fina capa blanca y azulada a la par que
transparente, un vestido echo completamente de agua. De la punta de sus pies y
por la pierna, la piel comenzó a ceder y a encogerse, dejando al descubierto unas
lineas azules que se extendieron por la pierna, el brazo, los hombros y la cara, hasta
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llegar a los ojos y estos adquirieron un tono azul marino profundo. «Mi poder es
tuyo, princesa, tienes la protección de los dioses» dijo Regen desde el interior de Ely.
Ely se lanzó al mar sin pensárselo desde aquella tremenda altura, para caer
suavemente sobre la superficie y caminar tranquilamente en dirección a los barcos.
Su cabello rojizo ondeaba lentamente sobre el aire como si éste fuera el mar
y el agua que estaba pisando la tierra firme que la sostenía. Se escabulló con
rapidez, agilidad y libertad de movimientos entre los bracos de los Místicos y los de
Océano, gracias a la facilidad de movimientos que ese vestido le proporcionaba.
Llegó sin ninguna dificultad al más grande de los buques que había por allí.
Miró hacía el mástil y escuchó atentamente las voces de miles de personas en
cubierta.
Cerró los ojos y su cuerpo desapareció convertido en agua para deslizarse
dentro del barco sin ser vista. En cuanto reconoció al asesino del guardia que
enterró secretamente fuera del templo, se escondió y volvió a adquirir su forma
humana y su condición sólida y su piel morena, sin dejar de estar vinculada con el
alma de Regen. Agudizó su oído para poder oír la conversación de aquel hombre.
– Wisam – le dijo un hombre canoso, de cierta edad, pero robusto –. Dentro
de tres días termina el plazo que te dio ella para poder llevar a cabo el plan,
¿estás preparado?
– Almirante Jin – dijo Wisam –, no seas un incordio, lo tengo todo controlado,
tengo a más de sesenta hombres infiltrados en la guardia del rey – sonrió
satisfecho –. ¿Y a que no adivinas que evento se celebrará dentro de tres días
por la noche en el pueblo?
– Lo sé, y eso es muy cruel de tu parte, hacerlo exactamente ese día –
carraspeó –, de echo creo que hasta es buena idea.
– Lo es sin duda – se cruzó de brazos –. El templo quedará vigilado
únicamente por diez guardias y... ¿adivina? Todos están bajo mis órdenes –
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se regocijaba con su momento de gloria.
Una mujer hermosa, de pelo negro y ojos rojos subía con elegancia y superioridad
las escaleras del castillo de popa para encontrarse con los dos hombres.
– Veo que estás de buen humor Wisam, espero que esta vez no me defraudes,
no quiero que pase lo mismo que con tu sobrino, Allen – ella se sentó
provocativa –, por cierto... ¿qué se sabe de él?
– Él no es un problema, su barco sigue destrozado e irreparable en la pequeña
cala al este, tenían suficiente dinero para comprar otro y los materiales, pero
un barco como el que ellos han pedido les tardará meses, de momento, sigue
estando en nuestro punto de mira y al alcance, una vez que tengamos el
collar de los cuatro elementos podremos atacarle a él. Sin barco no tiene
escapatoria.
La mujer sonreía satisfecha. Se levantó y se acercó a Wisam.
– Me encanta verte tan emocionado, mirarte es divertido – rió –, tres días, y
por favor – se alejó y estiró los brazos a los lados sin girarse -. ¡Qué empiece
el espectáculo!
Ely volvió a usar el poder de Regen y convirtió otra vez su cuerpo en en una
solución acuosa, deslizándose entre la madera y las grietas, para escabullirse hacia
el mar. Una vez lejos de los barcos volvió a su forma humana. Caminó lentamente
por el agua hasta llegar a la playa donde la esperaba Ann, que había bajado del
acantilado, había atravesado el bosque y había bajado las improvisadas escaleras de
madera hasta la playa. Ely cayó de rodillas en la arena. Regen salió con dificultad de
su cuerpo para adquirir otra vez su forma diminuta de pelo plateado, ojos grandes
y negros enfundada en un vestido azul. Ely cogió arena entre sus manos y respiró
hondo. Le dolía el pecho y se sentía realmente agotada, no le quedaban fuerzas y
estaba totalmente empapada y desnuda. Ann la cubrió con una manta gruesa y
suave. Ely temblaba de frío, le costó ponerse en pie. Estaba pálida y sus labios
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habían adquirido un color morado por culpa del frío.
Ann ayudó a Ely a llegar a sus aposentos y la ayudó a tomar un relajante y
cálido baño. La vistió y la dejó dormitar, sin dejar de estar consciente, acurrucada
en el lado derecho de su grande y mullida cama. Se sentó a su lado y la observó.
– Mirate – le recriminó -, deberías haber vuelto antes – le tocó la frente –,
tienes fiebre.
Ann salió de la habitación y se encaminó a la cocina a por agua fría y un paño.
Alice canturreaba mientras amasaba un gran bollo de masa. Las demás criadas
charlaban y pelaban la fruta para el desayuno de esa mañana. Alice miró como su
hija cogía un paño.
– ¿Y eso?
– La princesa tiene fiebre, será mejor que le preparéis un desayuno especial –
sonrió –, de mientras yo cuidaré de ella – abrió el grifo y dejó que el agua
cayera –. Mama, avisa a Hanaka, debe saberlo.
– Claro que si hija, ahora ve, y vosotras – chilló Alice a sus compañeras –, a
pelar patatas y verduras, voy a hacer un caldo que lo cura todo.
Ann sonrió y subió con cuidado las escaleras intentando no derramar el agua.
Cruzó pasillos y subió más escaleras llenas de alfombras. Allí se encontró con Iván
que le hizo derramar un poco de agua sobre su brazo.
– Genial – se quejó Ann –, ten más cuidado, príncipe, o este agua terminará en
tu cabeza.
Lo apartó con el codo y siguió subiendo escaleras. Iván miró la espalda de ella
mientas subía.
– ¿Pasa algo con mi hermana? - preguntó.
– Tiene fiebre – dijo Ann sin girarse y sin pararse –, puedes ir a verla, pero no
la agobies.
Iván sonrió y la siguió. Ann mojó el paño, que Regen enfrío, Iván no podía ver a
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los espíritus guardianes. Se lo colocó a Ely en la frente y la tapó mejor.
– Voy a ayudar a mi madre con el desayuno, cuida de ella, vuelvo enseguida –
dijo Ann y se escabulló a toda prisa cerrando la puerta tras de si.
Iván miró a su hermana y se sentó en la cama.
– Hermanita, creía que tu nunca te ponías mala, que eras fuerte – le susurró.
– Todos tenemos nuestras debilidades – dijo ella –, pero todavía sigo siendo
más fuerte que tu – tosió.
– Está bien, descansa, duerme – se levantó y se sentó en el sillón de terciopelo
rojo –. Me quedaré aquí leyendo, yo te cuidaré.
Ely sonrió, cerró los ojos y se durmió.
Era medio día y su fiebre ya había bajado. Su pecho le había dejado de doler,
aunque su respiración todavía era un poco forzada. Había salido al balcón y se
había sentado en el sillón contemplando el pueblo a lo lejos y respirando aquél aire
con olor a mar.
Había hablado con Lucas de lo que oyó en el barco, del ritual con Escalus y
de los Místicos, y Lucas la había escuchado con paciencia y empatía.
Las sacerdotisas y sacerdotes del templo de Apolo no son elegidos y elegidas
al azar. La princesa de sangre real es la más importante y la que debe hacer el pacto
de sangre, las demás, son simples devotas que han aceptado servir a los dioses.
Ann, podía controlar y hablar con las plantas, era innato en ella y no solo
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porque fuera la mejor amiga de la princesa, sino porque ese poder latía dentro de
ella, lo había aprendido igual que lo habían echo los Místicos.
Haydee era capaz de comprender y entender el aire y sus corrientes, era una
niña con mucho talento, la habían encontrado abandonada en Ogigia, por unos
padres que temían el poder que latía dentro de ella, creyendo que estaba maldita o
poseída.
Roxana no le temía al fuego y podía comunicarse con el sol. Vivía con sus
padres en una pequeña granja al norte del país, hasta que sin querer sus poderes se
descontrolaron y quemó su granja y a todos los animales. Sus padres la trajeron al
templo preocupados por su enigmático don con el fuego, no estaban enfadados,
sino preocupados por si su hija salía lastimada. La habían aceptado en el templo
como a una más de las sacerdotisas y sus padres venían a verla en las fiestas.
Políxena, había sido una mujer pura que quiso servir a los dioses de forma
incondicional. Por encima de todo. Dejó su hogar, Ethol, y todo lo que allí tenía,
dejando atrás a su familia. Su destino había sido cruel, morir violada en manos de
los Místicos. Ely juró que se vengaría por ello.
Lucas era mucho más especial y misterioso. Nadie sabía nada de su pasado y
nadie sabía de donde venía. Un día, el día después de que naciera la princesa, se
había presentado en la Casa Real, trayendo consigo un don increíble e insistiendo
en que quería convertirse en sacerdote. Y, así lo hizo, se convirtió en el mejor
sacerdote de todos e incluso tenía buena mano con las plantas, se le daba tan bien,
que Hanaka, la reina de Parthos y madre de Ely, le cedió su jardín salvaje, un jardín
en el que ella había puesto mucho empeño pero que nunca llegó a crecer nada y sí
crecía, moría al cabo de pocos días. En unos meses Lucas había domado aquel
jardín y lo había convertido en una utopía digna de los dioses. Rosas, jacintos,
laureles, magnolias, margaritas, narcisos, cerezos, ninfeáceas, cactáceas... y muchas
flores más, todas distribuidas ordenadamente alternando setos, formando un
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pequeño laberinto en miniatura, con sus respectivas estatuas de diferentes dioses y
su fuente enorme y grande donde las nueve musas; Calíope, Clío, Polimnia,
Euterpe, Terpsícore, Erato, Melpómene, Talía y Urania, parecían deleitarse con el
agua, jugueteando con ella. Las flores crecían por doquier subiendo por el mármol
azul de las columnas de estilo jónico del templo hasta llegar a la parte más alta
donde las ramas de Escalus sobresalían hacia el cielo.
Lucas era todo un misterio, pero para la princesa era como un hermano más,
e incluso podía considerarlo como un padre, siempre estuvo en los buenos y malos
momentos, ayudándola y aconsejándola. Ely no sabía porque, pero sentía que
podía confiar en él, es más, debía hacerlo, puesto que necesitaba sus sabios
consejos y, efectivamente, su don profético. Él era capaz de ver el pasado y el
futuro.
– Tienes muchas preguntas a las que yo no encuentro respuesta – dijo Lucas
mientras cortaba rosas azules para adornar la mesa.
Ely, sentada en la fuente, observaba a aquel hombre alto, atractivo, de pelo dorado
recogido en una sencilla trenza y ojos verdes. Suspiró apoyada en sus puños.
– No se que hacer...
– Debes hacer lo que muy acertadamente Escalus te ha aconsejado que hagas.
– ¿Tu también crees que deba bajar a los infiernos? - lo miró a los ojos -.
¿Podré entrar? ¿Qué voy a encontrar allí abajo? ¿Qué debo preguntarle a
Tiresias?
– Creo que – le sonrió –, lo sabes, ¿verdad?
Ely pensó.
– Creo que... si – se encogió de hombros –. Son demasiadas preguntas, no se si
habrá tiempo.
– En el Averno no existe el tiempo mortal.
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– ¿Qué quieres decir? - preguntó confusa.
– Lo sabrás en cuanto bajes – acarició la mejilla de la princesa –. Se que estás
preocupada por los Místicos, quieres protegerle a él, ¿verdad?
– Sí, quiero hacerlo – se levantó –, pero antes quiero estar segura de que es él...
pero... ¿y si lo es? ¿qué hace con el collar? ¿ha roto el sello?
– No lo juzgues todavía, le has conocido y sabes que no es mala persona... –
su voz tembló y sus ojos verdes se cerraron apesadumbrado, acababa de ver
algo. Lucas cerró los ojos atormentado por aquellas imágenes, ¡qué crueles
podrían llegar a ser las personas!
Lucas dejó las rosas al lado de la fuente y se alisó la capa. Era cierto que él
estaba mucho más implicado en ello que su hermana, pero ese no era suficiente
motivo para justificar lo que había visto, la sangre que había sido derramada en
vano, ni las prohibiciones de Zeus le hubieran detenido a él... suspiró. Su hermana
acababa de fallarle, tendría que hablar con ella más tarde.
– ¿Estás bien, Lucas? - preguntó la princesa preocupada.
Lucas le sonrío y le regaló aquel ramo de rosas azules. Le acarició la melena rojiza y
la besó en la cabeza.
– Tienes el mismo color de pelo que ella – farfulló.
– ¿Qué? - la princesa agarró las rosas y las olió.
– Decía que debes asegurarte de que Allen es la persona de la que estaban
hablando los Místicos.
– De verdad, Lucas, de verdad que yo oí como decían su nombre – dijo
afligida.
– Eres muy valiente y fuerte, de hecho, has echo algo que ninguna sacerdotisa
ha echo jamás, y es cuestionarse sus votos.
– ¿Eso es malo?
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– No – rió –, al contrario, es algo bueno, se que elegirás el camino correcto.
Recuerda que no es lo mismo preguntar que actuar, en ningún momento has
ido en contra de tus creencias – no dejó de sonreír –, y ahora... - la cogió por
los hombros y la miró a los ojos –, sabes que tienes tres escasos días antes de
que ellos se pongan serios y vengan a buscar algo que no les pertenece, y
créeme, lo sé, harán cualquier cosa.
Ely sabía lo que implicaban esas palabras, sabía que los Míticos serían
capaces de matar a todo aquel que osase entrometerse en su camino, incluso a ella,
y si ella moría, las esperanzas de Escalus y la de los guardianes se esfumarían, el
collar quedaría a merced de ellos, los poderes que ahora albergaba en su alama, con
su muerte volverían al collar y volvería a ser un peligro para todos, podría suceder
lo peor. De momento sabía lo que tenía que hacer, averiguar todo lo que pudiera
de Allen y su pasado.
Ann bajó de la calesa y corrió hasta el barco, corrió hasta el Pigmalion donde
hacía más de tres horas que la tripulación la esperaban a ella, a Iván, a John y a Ely.
Encontró el barco destrozado, sin mástil, inservible. Lo miró detenidamente.
– ¡Ann! - la llamó una voz de mujer.
– ¡Fly! - chilló la sacerdotisa bajando los peñascos rocosos con rapidez.
Atedus, Dírian, Hipólito, Gil, Allen, Adán, Mario y Fly se encontraban en la playa
jugueteando con el agua y la arena.
– ¿Donde están los demás? - preguntó Atedus.
– Ha habido un pequeño problema – dijo Ann –. Ely tiene fiebre y debe
reposar, pero...
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– ¿Pero? - preguntó Allen.
– Pero cuando la madre de Ely se enteró de que había quedado en comer con
vosotros, nos dio permiso para que vengáis a nuestra casa. Así que ya estáis
subiendo todos a la calesa.
Todos se miraron, era una invitación tentadora, a todos les mordía la curiosidad
por saber como era la casa donde vivían. Sin hacer preguntas se subieron
emocionados. El látigo rasgó el aire y los caballos comenzaron a trotar por el
camino de piedras.
– ¿Está bien, Beth? - preguntó Allen preocupado.
– Si, no te preocupes – dijo Ann sonriendo –, ella es fuerte – suspiró y se
recostó –. Sólo que debería haber vuelto antes, se forzó demasiado –
masculló por la bajo.
Llegaron al muro de piedra. Ann asomó la cabeza y le hizo un gesto al
guardia para que abrieran la pesada puerta de hierro. Una vez dentro todos se
bajaron y siguieron a Ann. Miraron embobados aquella magnífica casa blanca y
azulada, con cortinas blancas, rodeada de maravillosas flores exóticas, bancos
blancos y enormes fuentes con estatuas.
Ann les hizo entrar sin miedo y los condujo al patio interior. Columnas
decoradas en extremo con imágenes de dioses y sus historias, plantas altas y verdes,
y una exquisita y magnifica fuente dedicada al dios Poseidón en su carro tirado por
animales marinos, nereidas, sirenas y tritones.
Una mujer alta, hermosa, de pelo rojizo rizado y ojos marrones se acercó a
ellos enfundada en su ropa de sacerdotisa de pantalones y camisa unida en una sola
pieza, resaltando su delgada silueta, cubierta con un manto con los símbolos del
templo de Apolo.
– Bienvenidos – dijo sonriendo –. Lamento que mi hija os haya preocupado,
sentiros como en casa. Mi nombre es Hanaka.
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Iván se acercó a ellos seguido por un hombre alto y fuerte que a simple vista
destilaba simpatía y amabilidad.
– Chicos, os presento a mi padre, Dimítri.
– Encantado de conoceros – dijo Dimítri estrechando la mano de todos y
besando la de Fly –. Espero que disfrutéis.
Todos estaban mudos y abrumados por tanta amabilidad, halagos y objetos caros.
Miraran donde miraran, parecía que todo tenía un brillo especial. Escucharon risas
y dos niñas salieron entre las plantas corriendo y jugueteando entre ellas. Corrieron
a subirse a la espalda de Dimítri y a tirarle de la barba. John llegó respirando fuerte
y agotado, como si hubiera corrido durante horas.
– Ellas...uf... - señaló a las dos niñas –, son...uf... - respiró y se apoyó la mano
en el vientre -, ...traviesas... uf... son demasiado escurridizas...
– Muchacho, no me digas que estos pequeños brotes te han machacado – le
dijo Dimítri.
– ¡Aplastado! - chilló emocionada Roxana levantando el puño.
– ¡Vencido! - chilló Haydee mientras se aguantaba la risa.
Dimítri soltó una gran y larga carcajada.
– Debes entrenarte más – le dijo Iván.
– ¿Eso crees? - le preguntó John mientras se abalanzó sobre él.
Comenzaron a pelearse en el suelo.
– ¡Señorito! - dijo una mujer de pelo negro y regordeta que entraba con una
cesta de paja con ropas limpias –. Deje de revolcarse por los suelos, luego
soy yo la que debe limpiar sus ropas.
Los dos se levantaron y se sacudieron la tierra. John entrecerró los ojos y miró a
Iván.
– Tenemos una pelea pendiente.
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– Lo mismo digo – dijo Iván ajustándose el cuello de la camisa.
– Alice – la llamó Hanaka -. ¿Qué has echo de comer?
Alice se encaminó hacia la cocina.
– ¡Pan con lengua! – y se esfumó por una puerta.
Hanaka se encogió de hombros.
– Siempre me hace lo mismo – sonrió.
Hanaka y Dirían, llevando a caballito a Haydee y de la mano a Roxana, enseñaron
la casa a los invitados. Les enseñaron la biblioteca, el salón, la cocina, la sala de
música, las habitaciones, incluso el almacén y los baños, luego salieron fuera y les
enseñaron el campo de flores, el acantilado y las magnificas vistas. Estaban apunto
de llegar al templo de Apolo cuando un guardia se arrodilló en el suelo delante de
Dimítri.
– Señor, el rey de Ethol desea hablar con vos.
– ¿Es urgente? - se rascó la barba –. No he recibido notificación alguna de su
visita.
– Lo siento señor, no creo que sea urgente, pero...
– Lo sé – besó a Hanaka en la mejilla y se disculpó con los demás –, nos
vemos en la mesa para comer, será divertido.
Se alejó acompañado del guardia, de Haydee, todavía en su espalda, y de Roxana.
Gil se giró y miró a Hanaka.
– Dígame, ¿usted y su marido son los reyes de Parthos?
– Sí, lo somos – dijo encogiéndose de hombros.
Todos se sorprendieron y miraron a Gil y a Hanaka.
– ¿Y su hija es la princesa? - preguntó Allen sorprendido.
– Sí, por lógica y por derecho creo que si, que lo es, es la princesa de Parthos –
sonrió –. Siempre tan despistada, olvida siempre que lo es – se palmeó la
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frente y suspiró.
Todos se miraron entre ellos un poco avergonzados y cohibidos.
– Se lo que estáis pensado. ¿Cómo alguien puede olvidar ser la princesa de un
país tan grande? - preguntó Ann retóricamente -. ¡Ja! Esta es mi Ely.
– A veces es demasiado despistada y alocada, pero aun así todos los habitantes
se la quieren mucho y la respetan – dijo la reina –, aunque el trono le
corresponde a Iván, ella seguirá ligada a esta Casa Real hasta que mi hijo se
case y tenga hijas – miró a su hijo y suspiró –, pero... ¿quién querría casarse
con un hijo tan desastroso?
– Gracias, madre, por el alago – dijo cruzado de brazos.
Hanaka les enseñó el templo, construido en medio de aquél jardín de rosas.
Un thólos (de planta circular) de gran envergadura, de mármol blanco y columnas
azules, donde las plantas crecían por doquier grandes, verdes y fuertes. Les enseñó
la sala donde se les rezaba a los dioses y el altar de las ofrendas. En cada esquina
había una pequeña estatua de un dios. A la derecha, una estatua de mármol blanco
de la diosa Hera seguida por un pavo y adornada con una corona de oro; Poseidón,
también de mármol, adornado con un tridente de plata; Hades aguantando el
cuerno de la abundancia, lleno de pepitas de oro; Afrodita rodeada de palomas y
con un diminuto ceñidor de bronce en la cintura; Deméter sosteniendo un
pequeño ramillete de espigas doradas; Ártemis seguida de un ciervo y en posición
con su pequeño y diminuto arco de plata preparado para disparar; Atenea,
engalanada con su casco y su escudo de bronce donde se podía ver la cabeza de la
Gorgona, y en su hombro reposaba una diminuta lechuza de oro. A la izquierda, y
también en figuras diminutas alternando mármol, oro, plata y bronce, se podían
ver representados al dios Ares, sosteniendo una lanza larga de bronce; Hefesto
sosteniendo un pesado martillo también de bronce; Perséfone sosteniendo una
granada cuyos frutos eran de bronce; Hestia, representada con una bandeja de
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plata donde ardía un pequeño fuego; Hermes, representado con sus pequeñas alas
de plata en las sandalias y en el casco. Y por último, el dios Dionisio, sosteniendo
en sus manos un racimo de uvas de bronce.
La sala era grande, de ventanales altos por donde pasaba mucha luz, no había
rincón sin iluminar, todo brillaba y todo tenía su propio resplandor. Todos
contemplaron aquellas magnificas posesiones, aquellas pequeñas estatuas tan bien
trazadas, tan bien formadas, tan bien detalladas. Nunca habían visto tanta
perfección en un mismo cuarto. Y allí, detrás del altar, se podía contemplar al
omnipotente y magnifico Zeus, una estatua de más de tres metros sentado en un
trono de mármol, sujetando un rayo de oro. Y sobre su cabeza, parecía descender
lentamente un águila de pico de plata y garras afiladas de bronce, que a pesar de su
condición de piedra dura y fría, las plumas parecían suaves y delicadas.
Una sacerdotisa se encontraban admirando la obra.
– Alteza – dijo la sacerdotisa inclinándose en señal de respeto.
– Hele – dijo la reina -. ¿Cómo te encuentras?
– Mejor – se giró y dejó ver a los allí presentes su cara. Una piel grumosa y
rojiza, no tenía ceja derecha y su oreja estaba deforme y llena de costras –,
estaba esperando a Ely.
– ¿Esa hija mía está levantada en vez de estar descansando? - suspiró –. Es
puro nervio, no puede estar quieta ni un momento.
Hele sonrió.
– La he visto salir agobiada de su habitación, me dijo que iría a ver a Lucas y
que luego me vendría a ver a mi, que la esperara en la sala de oraciones.
– Entonces si está con Lucas, estarán en el jardín salvaje, ¿vienes con
nosotros?
– Sería un placer acompañaros – miró a los allí presentes que evitaron mirala a
la cara -. ¿Repugnante, verdad? No hace falta que hagáis el esfuerzo de
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mirarme.
– No es por faltarle al respeto – comenzó a explicar Adán –, es solo que...
– Lo sé, he pasado por esto incontables e innumerables veces – dijo señalando
su rostro –. No es nada agradable de ver, sino fuera por la princesa ya habría
muerto hace mucho.
– ¡Hele! - le reprochó la reina.
– Es cierto, majestad, sin Ely, yo no podría... - se miró las manos y cerró los
ojos con impotencia –. Os daré un consejo – les dijo mirándolos a todos
sonriendo –, no juguéis con fuego, os podríais quemar o peor aún, podríais
matar.
Hele se marchó por la puerta pisando fuerte el suelo con sus mocasines
azules. Hanaka la siguió y les hizo un gesto a los demás para que la siguieran.
Caminaron entre las columnas y a diferentes intervalos se podía ver como las
ramas del gran árbol se mecían lentamente con el aire. Columna, árbol, columna,
árbol... era la secuencia de imágenes que en ese momento Allen podía distinguir de
aquella apresurada caminata hacia el jardín salvaje. Columna, árbol, columna... miró
el árbol detenidamente. Supo que no era un árbol cualquiera, parecía un árbol
especial, estaba rodeado de una belleza inusual y de un brillo casi celestial. Escuchó
una risa gutural, pero amistosa. Se paró y dejó que los demás se perdieran entre las
columnas. Se quedó solo y se acercó al árbol. A la izquierda vio una pequeña sala y
pudo distinguir una figura alta, de más de cuatro metros de altura. En los cabellos
de la estatua se podía apreciar un resplandor plateado, de unas hojas de laurel. En
las manos de la estatua descansaba una gran lira de oro. Lo reconoció al instante,
ese era el dios Apolo. El ruido de las hojas del árbol lo devolvió a la realidad,
distraído como estaba, contemplando aquella magnífica estatua. Se acercó más al
árbol y lo rodeó. Los rayos del sol se filtraba entre las verdes hojas y las grandes
ramas jugando con la luz y alterándola en pequeños haces que iluminaban el suelo
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rocoso y la arena marrón oscuro donde las raíces del árbol descendían. «Hola,
príncipe» Escuchó. Vagamente y girando, miró entre las columnas. Allen estaba
solo. Volvió a girarse lentamente y contempló con sus ojos azules al gran árbol.
– Mi nombre es Escalus.
La voz resonó en su interior. La estaba escuchando en su mente, pero era como un
susurro, una voz lejana.
– ¿Escalus? - preguntó Allen mirando al árbol, en cierto modo se sentía
estúpido hablando con el árbol –, te llamas Escalus.
– Exactamente – le dijo el árbol.
A Allen le sorprendió que le respondiera con aquella voz tan potente, ya no era un
susurro. Se asustó ligeramente y se tropezó con una de las raíces. Se cayó. Sentado
miró como las ramas seguían moviéndose. Entonces se percató de que no hacía
viento.
– ¿Qué eres? - le preguntó Allen sin levantarse del suelo.
– Un árbol – Escalus rió –, no creo que ésta sea la respuesta que buscas.
– Vaya, un árbol con sentido del humor – dijo Allen –, me llamo Allen.
– Lo sé.
– ¿Lo sabes?
– Se algunas cosas, por ejemplo, se el poder que guardas dentro de ti.
Allen lo miró extrañado.
– Sube hasta la rama más alta de mi – dijo el viejo árbol –, debo enseñarte
algo.
– ¿A mi? - dijo Allen poniéndose en pie -. ¿Por qué a mi?
– Debes saber que este es el templo de Apolo y yo, soy un árbol sagrado, el
poder de Gea me protege y los dones de Apolo me sustentan. Tengo ciertos
dones proféticos y he visto vagamente quién eres y tu destino – las ramas se
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pararon un momento para luego volver a moverse lentamente, Allen lo
interpretó como un suspiro –, pero por desgracia yo no puedo contestar a
ninguna de tus preguntas.
Allen lo miró angustiado. Volvió a notar que el corazón se le encogía. ¿Cuánto
hacia que no sentía aquella opresión? ¿Dos años? Y sólo había una persona que
podía tranquilizarlo. Suspiró. Vislumbró la rama más alta. En segundos, sus ojos
cambiaron, su cuerpo se volvió ligero y las sombras lo engulleron. Apareció en la
rama más alta, se tambaleó, tubo que agarrarse a otra pequeña rama para no caerse.
– Bien – el negro de sus ojos desapareció –, ya estoy aquí arriba.
– Ese poder que posees – dijo el árbol mientras pensaba –, lo controlas mejor
de lo que me había esperado.
– ¿Gracias?
– Bien – rió el árbol –. Creo que a estas alturas sabrás que existe otro collar, a
parte del tuyo, pero desconoces donde y qué poderes tiene.
Movió sus ramas para dejar al descubierto su tronco y el sello. Allen lo miró
detenidamente y pasó la mano por encima de él.
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– Es extraño – dijo Allen sin dejar de tocarlo –, lo siento distinto... es como
si...
– Es como si no albergara ningún poder.
– ¿Es falso?
– Lo es.
Allen rascó el tronco. Su dedo quedó manchado por un polvo negruzco.
– Esto es una marca de fuego.
– Así es.
– ¿Donde está el collar?
El árbol parecía meditarlo.
– Ya sabrás que los Místicos están en el país.
– Sí, lo sé – dijo Allen –, me los he cruzado en el puerto y en el pueblo, pero,
parece que no me reconocen.
– Debes de tener cuidado, debes proteger a Ely, debes proteger los collares,
debes protegerte a ti.
Allen bufó.
– ¿No son demasiadas cosas las que debo hacer?
El árbol soltó una sonora carcajada que hizo estremecer sus hojas y algunas
cayeron al suelo.
– No te preocupes, Ely también deberá protegete, es más, ya lo está haciendo.
– ¿Ely no habrá echo...?
– Así es – le interrumpió –, ha echo lo mismo que tu. Creo que debes hablar
con ella para saber lo que planea. Ella sabe todo aquello que tu no sabes, y tu
le explicarás a ella todo lo que tu sabes.
Las ramas dejaron de moverse. Ese incesante palpito que había sentido en
sus manos, en la yema de sus dedos, en todo su cuerpo... desapareció. No había
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notado aquella extraña sensación, no supo que estaba ahí hasta que simplemente
desapareció y fue como si aquel árbol se hubiera dormido. ¿No estaría muerto,
verdad? Se preguntó Allen. Intentó hablar con el árbol pero éste no le respondió y
aquel incesante movimiento de sus ramas y hojas había cesado. Ahora colgaban
inmóviles. Él ya no podía hacer nada allí. Se deslizó entre las ramas y acabó
ágilmente de cuclillas en el suelo. Se levantó pensativo.
Ahora sabía donde estaba el collar. ¡Había estado a su lado desde que había
llegado a Parthos! Prácticamente. Debía hablar con Ely, tenia muchas preguntas y
tal vez ella tuviera las respuestas que el árbol no había sabido darle, o quizá, el
árbol no quería dárselas.
Los Místicos... ¿sabría ella el peligro que desentrañaba su sola presencia? El
árbol le había dicho que tuviera cuidado, que los Místicos están más furiosos que
nunca. ¿Por qué habían esperado dos años? Se preguntaba Allen. Desde que él
huyó con el collar de la Luna y las Sombras, los Místicos no habían echo acto de
presencia.
– Me temo lo peor – dijo Luna flotando pensativa a su lado –. Creo que han
estado esperando este momento, creo que ellos lo han echo posible.
– ¿A qué te refieres? - preguntó Allen.
– Los dos collares están juntos en el mismo sitio y los Místicos al acecho.
Demasiadas coincidencias. El barco de Adán quedó destrozado y lo hizo un
Místico, creo que siempre supieron donde estábamos, pero no en el lugar
adecuado. El echo de que quisimos ir a Sedah fue uno de los motivos por lo
que impulsó a los Místicos a destrozar el Pigmalion, porqué sabían que
daríamos la vuelta para poder regresar sanos y salvos a tierra firme, a
Parthos... y... - respiró hondo y cerró sus grandes ojos negros - ...sin barco,
no podemos huir de ellos.
Allen meditó las palabras de Luna por un segundo. Tenía razón.
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¡Destrucción! Los Místico estaban decididos a destruir todo Parthos si fuera
necesario. En Athos Wisam había cometido el error de subestimarlo, había
cometido el error de no aplicar toda la fuerza sobrenatural que poseía. Ahora
estaban preparados y listos para usar aquellos poderes extraños, los usarían para
hacer daño solamente. Estaban dispuestos a conseguir los dos collares ahora
reunidos. No tenían ni idea de que ya no les servirían, los collares en si, carecían
del poder que ellos ansiaban, del poder que ellos anhelaban. Pero aun así, todo el
mundo en aquel país corría peligro. Beth corría peligro.
Allen salió disparado del templo. Esquivó columnas y bajó escaleras. Miró a
todos lados y pudo distinguir las siluetas de sus amigos a lo lejos, subiendo una
pequeña empinada colina por un camino de tierra. Corrió hasta alcanzarlos. Se
quedó sin aliento al contemplar las maravillosas vistas, el verde intenso, el aroma a
todo tipo de flores exóticas, ese brillo casi... celestial. Contempló el jardín salvaje
en todo su esplendor. Meneó la cabeza. Por un momento se había olvidado de su
verdadero cometido. Dejó a sus amigos riendo y hablando con Hanaka,
contemplando las flores lentamente, sin prisa. Él corrió por aquel pequeño e
intrincado laberinto de setos y flores. Escuchó el suave rumor del agua. Una
fuente. Se dejó guiar por aquel sonido hasta que encontró la fuente de las musas.
Ella estaba allí acompañada por un hombre hermoso, de piel fina, ojos verdes y
pelo dorado que parecía brillar intensamente con los rallos del sol.
– ¿Allen? - preguntó Ely acercándose a él -. ¿Qué haces aquí?
– Tenemos que hablar, Beth – le dijo agarrándola por el brazo. Miró a Lucas.
– Lo entiendo – dijo sin perder su cálida y afectuosa sonrisa –, a solas.
Lucas recogió las rosas azules que había esparcidas por el suelo y silenciosamente,
se marchó.
– ¿Qué pasa? - preguntó Ely extrañada.
Allen la miró a los ojos intensamente. No sabía qué buscaba en ellos.
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Parpadeó. La cogió por el brazo y se la llevó hasta el templo, esquivando el camino
por donde la reina y los demás venían. Ely no dijo nada. Allen estaba muy extraño.
Parecía inquieto, alerta... precavido. Ely se dejó guiar por él, quería escuchar lo que
tenía que decirle. Allen miró a los lados y entre las columnas. Ningún guardia a la
vista. Empujó a Ely dentro de la sala de oraciones, donde la estatua del dios Apolo
de cuatro metros los observaba.
Ely se limitó a esperar a que Allen hablara. Él cerró los ojos y escrutó los
alrededores con el poder de las sombras. No podían permitirse el lujo de titubear y
cometer errores en aquellas circunstancias. Abrió los ojos y cogió a Ely por los
brazos.
– Ahora podemos hablar, no hay ningún Místico por los alrededores.
Ely se sorprendió, no le salían las palabras y su labio inferior temblaba.
– Lo sé – dijo Allen –, debes calmarte, ese árbol, Escalus, me lo ha dicho, me
ha dicho que has echo el ritual.
– Sí... - contestó Ely abrumada por los ojos de Allen. El azul parecía saltar y
gritar de rabia.
– ¿Sabes que no hay vuelta atrás? - la zarandeó -. ¿Qué lo que has echo durará
lo que dure tu cuerpo?
Ely movió la cabeza. Le daba vueltas, todavía se sentía un poco débil. Allen la soltó
y dio un paso hacia atrás.
– Perdona, estoy... - se apretó las sienes –, estoy demasiado nervioso.
Ella respiró y por fin las palabras empezaron a brotar.
– ¿Has podido escuchar la voz de Escalus?
– Si – respondió él.
Los hombros de Ely se relajaron y su corazón dejó de latir alocadamente para
tranquilizarse. Eso era buena señal.
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– ¿Qué te ha dicho?
– Que te proteja, a ti, a mi y a ambos collares – dijo mientras quitaba el suyo
de dentro de la bolsa de cuero.
Ely se acercó y lo miró maravillada. Lo tocó, le dio vueltas, lo sintió. Sintió el
palpito que nadie era capaz de notar excepto ella y Allen. Ely sacó su collar de una
bolsa atada a su cinturón y se lo enseñó. Él hizo lo mismo que ella había echo con
su collar. Se quedaron callados mientras uno sujetaba el collar del otro.
– Entonces... - empezó a hablar Ely -. ¿No rompiste el sello?
– No – dijo –, aunque lo hubiera echo sin remordimientos, ya que yo no era
sacerdote del templo de Ártemis.
– ¿No lo eras?
– No, yo era el príncipe de Athos, y mi misión en la vida era muy distinta a lo
que yo me pensé que sería, de echo, Athos, la Casa Real de Athos, es
diferente a la tuya.
– ¿En qué sentido? - quiso saber.
– Aquí se puede respirar la alegría, palparla y sentirla. Este país parece brillar
con una luz diferente a la de Athos. En Athos todo era más oscuro y triste,
tal vez porque la mayoría del año el cielo permanece encapotado y llueve
mucho, excepto en verano – suspiró –. No se cómo explicarlo en palabras,
se me hace difícil y no encuentro las palabras adecuadas. Pongamos como
ejemplo que Athos es oscuridad y Parthos la luz.
Ely se deslizó por la pared y se sentó junto a Allen donde éste se había sentado
abatido mientras describía como era su país.
– Pero antes de contarte quien soy y qué fui, quiero que antes me expliques
una cosa – se giró para poder mirarla mejor a los ojos –. Quiero que me
digas quienes son los Místicos y el poder que posee tu collar.
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Ely sonrió. El collar de los cuatro elementos comenzó a vibrar en las manos de
Allen, y Regen, Fire, Aria y Terra, salieron al encuentro de sus hermanos, Luna y
Shadow que también salieron disparados del collar que tenía Ely en las manos en
cuanto se sintieron unos a otros. Rieron, lloraron y se abrazaron.
– El poder que alberga mi collar, es el poder de los elementos que rigen la
vida; fuego, aire, agua y tierra – le devolvió a Allen su collar y ella cogió el
suyo por la cadena de plata para dejarlo frente a sus ojos mientras daba
vueltas sobre si mismo –, y los Místicos... - suspiró y apartó el collar para
poder mirar a Allen a los ojos –. Los Místicos fue uno de los mayores
errores que mi familia ha cometido en siglos.
Ely se lo explicó todo, absolutamente todo, desde principio a fin, contándole
lo que creía y lo que haría. También le dijo que le dejaría leer los Mitos de Átharos,
libro que por cierto, él también poseía, pero era el ejemplar que habían intentado
quemar siglos atrás. Allen por su parte, explicó todo lo que había echo en Athos, lo
que había sido, lo egoísta que había sido y lo cobarde que fue al huir. Le explicó lo
que hizo en los últimos dos años. Entrenando en Ogigia, no sólo físicamente sino
que también espiritualmente.
– ¿El linaje de tu familia desciende de Apolo?
– Así es – admitió Ely recostando la cabeza en la piedra de la sala de oraciones
de Apolo –. Escalus me dijo hace tiempo, cuando hice el ritual de vinculación,
que debía bajar a los infiernos para buscar a Tiresias.
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– Eso mismo he intentado yo – dijo Allen –. Sentía como que mi camino no
estaba definido, faltaban cosas por unir, no podía evitar sentir cierto miedo
hacia el poder que poseía, sentí la necesidad de devolverlo, pero ¿a quién?
¿Al templo? Sabía que mis preguntas no eran las acertadas y que para acabar
con aquella angustia y confusión que crecía día a día en mi, decidí que lo más
sensato era preguntárselo a alguien que supiera del tema, pero,
desgraciadamente, todos los que sabían algo estaban muertos. De ahí que
pensara en Sedah y en Tiresias. Ya que bajaba, mejor preguntar al causante
de la creación de los collares, ¿no te parece?
– Es muy lógico lo que has dicho, de echo, es exactamente lo que me dijo
Escalus que hiciera – cerró los ojos –. Me es difícil pensar en dejar Parthos,
presiento que si me marcho ya nunca volveré. No se lo que me depara
Sedah, no se que camino me dirá Tiresias que debo seguir, no se nada, todo
lo que se no me sirve. Pero lo que si se, es que si me marchó, no volveré. Es
un extraño presentimiento.
– Pero alguien tiene que hacerlo – dijo Allen mirando al techo también con la
cabeza recostada en la piedra fría –, nos a tocado, pero ahora podemos
hacerlo juntos.
– ¡Qué bien! - exclamó Luna.
– ¡Si! - dijo Regen –. Ya sabéis lo que dicen – dijo flotando con los brazos
cruzados delante de ellos –, la unión hace la fuerza. No tenéis prisa, el único
motivo por el que momentáneamente os debéis preocupar, es por los
Místicos.
– Cierto – dijo Allen –, tres días. ¿Por qué tres días?
– No lo sé – dijo Ely encogiéndose de hombros –, pero si lo que me has dicho
es cierto, eso de que han forzado a que los dos collares se encuentren en el
mismo sitio al mismo tiempo, creo que están preparando algo grande, algo
74
muy desastroso. De hecho, hay más de setenta Místicos infiltrados en las
filas de mi padre.
– Me lo temía – se rascó su barba de dos días –, pero tenemos el factor
sorpresa. Creen saberlo todo pero no saben nada. Saben que estoy en
Parthos pero no me reconocen. Saben que aquí están los dos collares pero
no saben que el poder que ocultaban ahora fluye por nuestras venas, por
nuestra alma y nuestro espíritu – sonrió enigmáticamente –, y es más, no
tienen ni idea de que nos conocemos, ¿verdad Beth?
Ely sonrió. Estaba un poco más feliz, ahora se sentía apoyada y protegida.
– Creo que no hace falta que te diga que quiero irme sin que mi familia sufra
ningún daño.
– Lo sé, y te ayudaré, de echo, toda la tripulación del Pigmalion te ayudará,
ellos saben toda mi historia.
– Allen – dijo Ely abrazándose las piernas y apoyando el mentón en sus
rodillas –. Dentro de tres días cumplo dieciocho años. Ellos quieren atacar el
templo cuando no haya nadie en él y todos estén festejando mi cumpleaños.
El templo quedará custodiado por diez guardias y... siento decir que están al
mando de Wisam, son todos Místicos.
Allen se quedó con la boca abierta. Sorprendido, meditó.
– Creo que es obvio porqué esperan tanto – bufó –, tal vez sea más fácil así,
tus padres estarán a salvo, todo tu pueblo lo estará, lejos de esos desalmados.
– Tienes razón – Ely se levantó con determinación –, tenemos que ponernos
en marcha, ahora ya no estoy tan sola como creía.
– No, no lo estás – dijo Allen sonriendo cariñosamente.
– Debo contárselo a mi hermano y a John.
– ¿Por qué ha ellos?
75
– Mi hermano no es sacerdote, no quiso serlo, mi madre le dio a elegir y él se
negó. Mi madre lo aceptó sin reproches, ya que ella siempre nos ha dado esa
opción a elegir, a decidir nuestro camino. Pero al nacer yo, todo cambió.
Empecé a desarrollar una complejidad diferente a las otras sacerdotisas.
Cuando era pequeña sólo estaban mi madre, Annabel y Lucas protegiendo el
sello. Crecí y pude comunicarme con Escalus y con los espíritus guardianes.
Desentrañé y descubrí cosas hasta antes desconocidas, incluso cosas
desconocidas que la misma sacerdotisa Anna ignoró. Enseñé a mi hermano
a usar el poder del fuego, ya que era innato en él. Se lo enseñé de una
manera distinta de cómo lo aprendieron los Místicos, ellos fueron educados
desde la perspectiva bélica, yo simplemente le enseñé a mi hermano a sentir,
a utilizarlo para el bien.
– No creo llegar a entenderte del todo – dijo Allen confuso.
– Creo que ya no es el hecho de si una mente humana es capaz de controlar
un sólo poder, es el echo de que una persona Ha nacido para ser uno con el
elemento, es decir, no es la incapacidad de la mente lo que limita el poseer
más de un poder, es la propia alma la que lo limita. Hay muchas personas en
el mundo que se sienten a gusto en diferentes momentos. Quizá parezca
absurdo, pero escucha, tiene su parte lógica. Yo, por ejemplo, puedo ser una
persona que ha pasado la mayor parte de su vida rodeada de bosque, de
plantas y otros animales, quizás haya llegado a sentirlo de otra manera. Esa
alma se identificará con el poder de Terra. Si, por otro lado, soy una persona
amante del mar que se pasa la vida dentro de él, seguramente esa alma se
identificará mejor con Regen. Y así con los otros dos poderes. El alma elige
qué poder, el espíritu lo siente y el cuerpo lo ejecuta, lo hace posible.
– Eso tiene mucho sentido – dijo Allen rascándose la cabeza yendo de un lado
a otro. No había visto los poderes desde esa perspectiva. Nunca se había
76
echo esas preguntas.
– Ven, vayamos a la biblioteca, allí te lo podré explicar mejor – dijo Ely debajo
del marco de la puerta.
– Pero tu madre te está buscando, princesa – dijo Allen –, una tal Hele, te
busca.
– No importa, eso puede esperar, esto no.
Allen ladeó la cabeza. Ella tenía razón. Dejaron el templo y recorrieron el
largo pasillo de piedra que conectaba el templo con la casa. Subieron escaleras y
giraron miles de veces a la derecha y otro tanto a la izquierda, subiendo más
escalaras, hasta llegar a una puerta de madera gruesa con tiradores dorados. Ely la
abrió y dejó que el aire, el olor a tinta, hojas, cuero y velas llenase sus pulmones. Le
encantaba ese olor. Estanterías llenas de libros, pasillos interminables, paredes
llenas de más libros, no había espacio sin ocupar. En el centro de la sala había una
enorme columna donde una escalera se enrollaba hasta lo alto. Subieron aquellas
escaleras enmoquetadas y rodearon la columna. Un pequeño pasillo conducía a
una puerta, Ely la abrió y dejó entre ver un estudio revuelto, desordenado con
papeles, libros y plumas por doquier. Allen entró y cerró la puerta.
– Mi madre dice que soy el orden dentro del caos – rió Ely apartando papeles
y cogiendo una silla para que se sentara Allen –. Se exactamente donde está
cada documento, a pesar del desorden, e ahí mi complejidad.
Allen se sentó. Ely iba de un lado a otro de la pequeña habitación, cerró la
puerta con llave, recogió papeles y ordenó el escritorio. Sus ojos adquirieron un
color verdoso, un verde claro y de la estantería más alta comenzó a descender un
enorme y voluminoso libro encuadernado en piel, que cayo suavemente en las
manos de Ely. Allen no se sorprendió, seguramente eso no era más que costumbre,
estaba seguro que los poderes de Ely eran mucho más poderosos, destructores y
complejos. Ella dejó el libro en el escritorio y se sentó. Allen pasó las manos por
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encima del libro y leyó el título.
– Los Mitos de Átharos – lo cogió y se sorprendió al notar lo mucho que
pesaba –, es totalmente diferente al que yo poseo – hizo un gesto de
negación con la cabeza y se cruzó de brazos – . El mio no es ni la mitad de
gordo que este. ¡Le faltan prácticamente todas las páginas!
– ¿Qué has podido leer de tu libro?
– La historia de los collares fue quemada, sólo nos quedó una fragmento de lo
que era en un manuscrito de un sacerdote de Apolo, mencionaba el segundo
collar, pero no mencionaba ni sus poderes, ni el lugar donde se encontraba,
apenas decía algo de Apolo, lo decía y se podía deducir que el templo del
segundo collar estaba dedicado a éste dios. En el libro que yo poseo se
pueden leer fragmentos diversos, de escritos posteriores, letras totalmente
distintas. He llegado a la conclusión que es una recopilación de echos que les
sucedió a los sacerdotes. Como por ejemplo – se masajeó las sienes cansado
de tanto pensar y recordar –, hay un capítulo que se titula Soberbia, Némesis y
un triste final.
– No recuerdo haberlo leído en mi libro...
– Lo que suponía, ese capitulo se refiere a la historia de mi familia, a su pasado
y al porqué de su presente.
– ¿Qué dice ese capítulo?
– Para resumirlo te diré que mi familia está maldecida por un dios, dejaré que
te la leas, no te preocupes.
Ely le sonrió con empatía y sacó el collar. Abrió el libro.
– ¿Por qué éste tiene una cerradura?
– Los dioses intentaron quemar los dos libros, pero, como ya sabrás, el hecho
de que muchos sacerdotes lo hubieran leído, memorizado y transcrito,
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imposibilitaba su completa desaparición. Se dieron por vencidos, el tuyo
resultó chamuscado, y el que tenemos aquí decidieron cerrarlo y que fuera
custodiado por Escalus, quien hace poco me lo dio.
Ely comenzó a pasar páginas buscando algo en concreto, fue enseñado los
capítulos importantes. Le señaló el capítulo donde se hablaba de los Místicos, el
capítulo de la historia de los collares y muchas otras anotaciones más que
posteriores sacerdotes (e incluso tal vez los dioses) habían anotado, creyendo que
sería importante recordarlo. Y hasta ahora, tenían razón, esas anotaciones y todas
las descripciones eran igual de importantes que el primer contenido. Todo eran
piezas que debían unirse cuidadosamente. El rompecabezas todavía no estaba
completo, faltaban muchas cosas, demasiadas. Pero en aquel pequeño cuarto, Allen
y Ely comprendieron que debían unirse, seguir juntos, luchar si hiciera falta. No
sabían los motivos exactos sobre cómo usarían los Míticos el poder de los collares,
pero tenían la ambición de poseerlo y de utilizarlo en contra de los designios de los
dioses. Por una parte ellos entendían esta incógnita de saber el porque de la
existencia y la custodia de los collares, pero había una manera más fácil de lograrlo,
de saberlo y entenderlo sin llegar a matar, sin llegar a mancharse las manos de
sangre. De momento tenían la vista fija en Sedah y en buscar la entrada al Averno.
– John – explicó la princesa –, todavía no sabe que posee ese don, pero
entiende mejor que nadie el poder del aire, incluso Aria se ha sentido muy
segura al lado de él – pensó –. Creo que sería de gran ayuda, yo puedo
enseñarle a usar su don, a moldearlo y hacerlo útil.
– ¿Qué hay de Ann?
– ¿Ella? – sonrió con dulzura –, es cómo una esponja. Todo lo que le explico y
enseño lo absorbe al instante, tiene una capacidad de concentración
increíble, su poder con las plantas es muy grande - paró y se mordió el labio
-. Yo las entiendo y de hecho, puedo preguntarles cosas a las plantas, a los
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árboles, pero todavía no domino el lenguaje de la tierra. Ella sabe interpretar
las rocas, la tierra y la arena. A veces se pasa los días en la playa jugando con
la arena entre sus manos.
Allen estaba fascinado, encantado con todo lo que Ely le explicaba, quería saber
más.
– Hele – dijo Ely palmeándose la pierna –, ella es especial. Guneo es su
hermano, el tabernero. Ella era famosa en la isla por crear los mejores
manjares que jamás hayas podido degustar, su mano con los fogones, su
control con el fuego es mágico. Pero intenta lograr cosas más allá del alcance
de su se sejem, de su espíritu. En cuanto a los mortales tenemos el límite en
nuestro cuerpo y en lo que abarca. Por eso he llegado a pensar... - se detuvo
y volvió a morderse el labio.
– ¿Qué has llegado a pensar? - quiso saber Allen.
– No quiero que te rías, es simplemente un pensamiento que me ronda por la
cabeza.
– No me voy a reír, cualquier razonamiento puede llevar a un debate – sonrió
–, explícate, yo también daré mi opinión.
– Bueno – suspiró –, creo que ya sabrás lo que son los espíritus guardianes.
– Sí, son alma y espíritu – contestó.
– Te falta algo, son algo más – se aclaró la garganta –, es algo que está ahí, que
no se puede tocar, ni saborear, ni oler, ni escuchar, algo que tu controlas a la
perfección, pero que tu poder te permite oírlas y tocarlas, tal vez olerlas –
dijo Ely pensativa.
– Sheut – dijo Allen comprendiendo –, la sombra de la persona.
– Tan insignificante, pasa tan desapercibida y es bastante importante. Los
guardianes son alma y espíritu. El espíritu moldea el alma y la sombra hace
posible que tengan forma humana, por eso ellos no tienen sombra cuando
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les da la luz, carecen de ella porque la usan para ser visibles, humanamente
hablando.
Allen cogió a Luna entre sus manos. La miró fijamente.
– Eres tan idiota – dijo Luna –, tanto tiempo juntos y no te diste cuenta de
que carecemos de ella, visiblemente hablando.
– No me lo tengas en cuenta, todavía me es difícil fijarme en las pequeñas
cosas.
– He llegado a pensar que las sombras son algo más que simples manchas
negruzcas en cualquier superficie – prosiguió -, más allá de los objetos o de
la luz del sol o cualquier otra fuente de luz. En los mortales, son algo más,
todavía no lo se, pero hablando ahora de los guardianes, creo que su sheut les
da esa apariencia humana y esa consistencia carnosa, pero claro está, no
sangran, sería como pinchar la masa del pan.
– Vaya comparación – se quejó Fire –, si nos pinchas, nos duele, no como en
un cuerpo humano, pero nos duele, es un dolor espiritual.
– Su verdadera forma es todo – dijo Ely ignorando a Fire amablemente -, en
su verdadera forma se desprenden de la coraza que es el sheut, dejando al
descubierto todo su potencial espiritual, alma y espíritu, pero – dijo mirando
a los ojos de Aria –, tenéis algo más, algo que los humanos carecen, ¿verdad?
Aria flotó hasta el escritorio y se posó. Miró a los dos humanos a los ojos y meditó
el asunto. ¿Estaría bien si se lo contaba? Aria estaba segura que si pedía permiso a
su padre no le contestaría. Suspiró.
– Está bien – puso los ojos en blanco -, os lo explicaré. Remontémonos a la
creación de los humanos.
– Prometeo – dijo mecánicamente Allen.
– Exacto, vuestro padre, vuestro creador – se aclaró la garganta –,
seguramente hayáis escuchado o leído la frase “y fueron creados a su imagen
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y semejanza”.
– Sí, en algún lado la he leído – dijo Ely incorporándose en la silla.
– Pues, bien, así es, Prometeo quería intentar crear a dioses nuevos, a mejores
dioses. Pero se equivocó, no quiero decir que seáis un error, pero descubrió
que no era posible de la manera en que lo intentó. El alma y el espíritu, junto
con la sombra, sheut, era inestable – Ely se removió en la silla –, exacto – le
contestó Aria –, los dioses son simplemente, lo mismo que nosotros, pero
con matices diferentes, eso os lo explicaré luego.
» Prometeo descubrió que lo que había intentado crear moría con facilidad,
apenas duraba, a penas tenía la forma de un humano, apenas se parecía a él.
Entonces, y con ayuda de Atenea, decidió crear el cuerpo carnal que poseéis,
a partir de agua de lluvia y tierra, e incorporar alma, espíritu y sombra, pero
la sombra que os incorporó en aquel entonces no tenía la forma irreal e
intangible que tiene ahora, la sombra se fue amoldando al cuerpo, al alma, al
sejem. Esa es la parte importante de un humano, pues os mantiene en pie, a
nosotros por ejemplo nos deja tocar, ser tocados, comer, llorar, reír, sentir
las emociones humanas. Con el paso del tiempo esta sombra se va haciendo
cada vez más fuerte, cosa que trae consigo la longevidad. De ahí a que la
sombra innata con la que nacieron los dioses sea eterna y duradera, por eso
son inmortales. Los mortales en cambio, al ser una sombra distinta, artificial,
por decirlo de alguna manera, va cogiendo fuerza con el paso de los siglos, y
la longevidad humana cada vez es mayor.
– ¿Quieres decir que algún día la raza humana llegará a ser inmortal? -
preguntó Allen.
– No creo – contestó Aria –, ya he dicho que vuestra sombra es diferente en
muchos aspectos, tal vez llegará a un punto en el que os estancaréis. Ahora
lo que os quiero explicar es eso que diferencia a dioses y mortales. La calve
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es el alma. No tiene más complejidad que el hecho de que las alamas de los
dioses poseen una fuerza, una determinación, un poder que los caracteriza,
un poder que crece con el paso de los siglos.
» Nunca nos hemos parado a pensar de qué color es el alma. No tiene
porque tenerlo, puede incluso que sea transparente y no se pueda ver, pero
no es el caso. El alma de los humanos carece de ese poder, por lo que el
alma es opaca, blanca, y el espíritu es una secuencia, por decirlo y explicarlo
de alguna manera sencilla, como miles de hilos entrelazados, que crecen a
medida que el cuerpo envejece.
Allen movió la cabeza en gesto de aprobación.
– Yo siempre he pensado que el alma crece a medida que envejece el cuerpo –
explicó Allen –, el cuerpo se hace más débil y no resiste, el alma se
“desborda” y el cuerpo muere en cuanto Tánato pone sus manos encima,
logrando que cuerpo y alama se separen.
– ¿Qué más piensas que viene después? - preguntó Aria movida por la
curiosidad por las innegables verdades que decía Allen.
– Creo – dijo pensativo –, que depende. Cada dios tiene su función en la
muerte de un humano. Tánato separa cuerpo y alma. Ésta alma es conducida
por Hermes a los infiernos y allí, después de que Caronte las cruce al otro
lado, son conducidas, o, a los Campos Elíseos o al Tártaro.
– ¿Qué pasa si esa alma es destinada a ir al Tártaro?
– Hablando siempre hipotéticamente – prosiguió –, creo que si esa alma es
destinada a ir al Tártaro es que no se merece volver a la vida, y sufre su
castigo eterno, y su alama es engullida por las sombras devora-almas del
infierno, las Keres, desapareciendo así para siempre.
– Bien – intervino Shadow –. ¿Y si esa alma es conducida a los Campos Elíseos?
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– Creo que esto va a sonar un poco absurdo, pero – sonrió –, creo que esas
almas en concreto, “viven” felices en una utopía, agotando todo aquello que
conocieron en vida, tal vez sin dejar de olvidar ciertos sentimientos. Creo
que es un proceso lento, pero que permite a esas almas renacer nuevamente
y reencarnarse sucesivamente.
– Sin la vida no hay muerte y sin la muerte no hay vida – miró a Allen a
los ojos y luego a los de Ely -. ¿Creéis que es un círculo vicioso? ¿Qué existen un ilimitado número de almas que viven, mueren y vuelven a vivir y morir?
Ely y Allen asintieron mientras se miraban un poco abrumados por tanta
información.
– Deciros que el espíritu posee los recuerdos, la forma de ser, de comportarse
y de vivir que tuvo en vida el alma-cuerpo, es lo que caracteriza a la persona,
es lo que los mortales llamáis, personalidad – dijo Regen.
– Imaginaos – dijo Terra –, que el alma es el papel, el espíritu la tinta. Dejemos
de momento de lado la parte carnal, el cuerpo y la parte oscura, la sombra.
Digamos que en vida, el cuerpo escribe con el sejem el alma. Cuando éste
proceso es interrumpido por la muerte, después de que el papel escrito
llegue a los Campos Elíseos, poco a poco se va borrando la tinta, se elimina
el espíritu del alma. Por poner el ejemplo de Aria, los hilos que forman el
espíritu han adquirido los rasgos humanos de la persona en concreto, ésta
forma en la muerte desaparece, para dejar al descubierto su núcleo, el núcleo
de energía que es el alma, para dejarla limpia.
– Los humanos poseéis otro tipo de inmortalidad distinta a la de los dioses. Sabéis que moriréis, que dejaréis de sentir, de pensar, de recordar. Vivís sabiendo que ese día podría ser el último e intentáis vivir al máximo, algunas personas dentro de la monotonía y la rutina,
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pero lo sabéis y lo intentáis. Es por esto que los dioses os envidian, conocéis y comprendéis lo importante que es estar aquí, lo importante que es ser consciente, lo importante que es atesorarlo. Ellos lo ignoran, hasta el punto de no importarles el existir o el no existir, porque no mueren, son eternos.
– ¿Qué tipo de inmortalidad dices que poseen los humanos? - preguntó Ely.
– El alma es inmortal, por supuesto, pero ¿qué tipo de inmortalidad buscan los humanos? Una muy distinta a la que la naturaleza del mundo les ofrece. Antiguamente se glorificaba a los dioses por ello, porque los humanos codician la inmortalidad de los dioses y los dioses codician la mortalidad de los humanos. Pero un humano inmortal es una abominación. Carece de las cualidades necesarias para vivir eternamente, enloquecería. En cambio un dios mortal, un dios que ha visto, vivido y conoce, también enloquecería. El mundo está bien repartido equitativamente, y Zeus se encarga de que siga así.
Los espíritus guardianes de los collares se habían sentado en el escritorio encima
de libros, papeles y tinteros. Mirando, escuchando, razonando y pensando todos
juntos acerca de la complejidad de la vida mortal y la vida divina.
– Saber esto sigue sin sacar ese miedo que tiene los mortales al morir – dijo
Ely –, a pesar de conocer lo que nos depara, seguimos teniendo miedo a
dejar de ser nosotros, a desaparecer sin más.
Allen le dio la razón en silencio moviendo la cabeza arriaba y abajo.
– Dejando de lado todo esto, y retomando el principio de la conversación –
dijo Aria –, decir que las almas de los dioses tienen color. Mi alma es violeta
igual que la de Luna. La de Shadow es negra, la de Regen azul, la de Terra
verde y la de Fire roja. Nuestra verdadera forma no es más que alma y
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espíritu expuesto a los ojos humanos, yo soy aire, mi espíritu lo es, Regen es
agua, Terra es tierra, Fire es fuego, Shadow es sombra y Luna es luz selenita
– respiró -. ¿Qué quiero decir con que tienen color? La sombra, el sheut, es
negra, carece de ciertos aspectos humanos, nuestra alma los complementa y
los hace posibles.
– En resumen – dijo Ely –, los humanos somos cuerpo, alma, espíritu y
sombra, sin ello no podríamos vivir, es un conjunto que se complementa. Y
los dioses y vosotros, no es que carezcáis de cuerpo, es que el sheut es
vuestro cuerpo, es lo que siempre habéis tenido y somos nosotros, los raros,
los que sin un cuerpo echo de agua de lluvia y tierra no existiríamos, somos
los seres frágiles que deben ser protegidos.
– Exacto. Lo único que muere en este complejo tapiz es el cuerpo, lo único
que desaparece es el espíritu, el sejem.
Allen se mesó el pelo.
– Vale, hay algo que todavía no me cuadra. ¿Qué pasa con la sombra? ¿Muere,
desaparece o tal vez perdura como el alma?
Todos los guardianes se miraron entre ellos y sonrieron.
– Si.
– Lo son.
– Claro que lo son.
– ¿Es que alguien lo dudaba? - preguntó Aria.
– ¡Eh! Qué yo lo supe desde que entró en aquella dichosa sala – corroboró
Luna.
– Nosotros lo intuimos, pero todavía no habían indicios – le recordó
Shadow.
Allen y Ely se miraron mientras fruncían el ceño.
– ¿Qué pasa? - preguntó Ely.
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– Una de las profecías más antiguas que éstas tierras jamás ha conocido se está cumpliendo al fin.
– La profecía de Tiresias decía “que algún día, llegarían esas personas especiales que
encontrarían la solución a los problemas de mortales y dioses."
– No es posible, ¿nosotros? - preguntó Allen –, es decir ¿yo? - rió –. Es
imposible.
Ely lo miró y movió la cabeza. Le agarró por el hombro y se acercó a él.
– Debes creértelo – dijo convencida –, del mismo modo que yo tuve que
aferrarme a la creencia de que descendía ni más ni menos que de Apolo, y si
ellos lo dicen – dijo mirando a los guardianes –, debe de ser la pura verdad –
retiró su mano del hombro de él y se recostó en la silla, cruzando las piernas.
Allen posaba de un lugar a otro sus ojos azules. Primero a los guardianes y después
a Ely, y así sucesivamente hasta que suspiró y se frotó la cara.
– Vale – dijo al fin –, estáis poniendo una carga muy grande encima de mis
hombros, sólo os digo que tal vez no sea el mejor lugar para dejarla, tal vez
se desmorone y se pierda – levantó los brazos –, lucharé y seguiré lo
marcado, pero no os prometo que salga bien, de momento, esto tiene pinta
de ir a peor.
– Tu siempre tan negativo – recordó Ely –, si comienzo éste viaje en busca de
respuestas, ten por seguro que no moriré en el camino, tal vez al final, pero
moriré con las respuestas.
Allen la miró detenidamente. Se cruzó de brazos y la miró entrecerrando los ojos y
frunciendo el ceño.
– Eres muy valiente, tal vez demasiado, e impetuosa – suspiró –, piensa antes
de actuar – sonrió –, aunque, podemos empezar este viaje juntos, ¿te parece
bien, Beth?
– Me parece genial.
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Hacía rato que habían dejado atrás el jardín salvaje y el templo de Apolo.
Estaban todos reunidos en el gran salón hablando animadamente mientras la
comida iba llegando a la mesa. El tiempo había pasado y Allen había desaparecido.
Tampoco encontraron a Ely en el jardín. Hanaka había sonreído y había añadido: -
Normal, mi hija no ha dejado de hablar de él en toda la semana. Gil había mirado a
la reina con cierto desdén. ¿Qué se pensaba? ¿Que los dos estaban juntos en ese
momento? Gil miraba con nerviosismo la puerta, deseando con todas sus fuerzas
que Allen entrara por ella, le sonriera y alejara de él aquellos malos pensamientos,
aquellos celos y rabia contenida que afloraban a él sin motivo alguno. Suspiró e
intentó concentrarse en la conversación que estaban teniendo. En esos momentos
el rey entró por la puerta fumando alegremente, mientras Roxana colgaba de su
brazo izquierdo y Haydee llevaba unas cestas.
– Cariño – dijo Hanaka -, ¿qué tal la inesperada reunión?
– Aburrida, pero sumamente gratificante – sonrió y se sentó en el sofá al lado
de su mujer. Dio una calada a su cigarro y mientras soltaba el humo dijo :- Se
ve que la hija del rey de Ethol, la que se marchó de su país para casarse, ha
venido a visitarnos seguida por su marido y sus hijos. Y han creído
conveniente el compartir un delicioso manjar con nosotros.
Hanaka se emocionó y se acercó a Haydee.
– El olor es exquisito – posó su dedo en los labios de su marido –, no me lo
digas, lo acertaré... mm... - olisqueó el aire –, chocolate... del bueno...
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¿naranja?
– Exacto – Dimítri retiró la tela blanca que cubría la cesta –. Éste chocolate ha
sido elaborado con zumo de naranja.
– Lo he probado – dijo Mario acercándose - pero mi preferido siempre será el
de leche.
Hanaka le revolvió el pelo.
– Tienes el mismo gusto que mi hija.
Una criada que pasaba por allí se detuvo frente a la reina e hizo una ligera
reverencia.
– Señora, unas criadas dicen que han viso a su hija hace dos horas entrando en
la biblioteca...
– Mi hija – interrumpió Dimítri –, siempre rodeada de libros, ¿a quién a
salido?
Hanaka le sonrió a la criada para que continuara.
– Sí, en la biblioteca, acompañada de un atractivo muchacho de pelo negro.
– ¿Sabéis cómo iba vestido? - preguntó Gil mientras se mordía las uñas.
– Dicen que el muchacho iba de verde.
La criada sonrió y se alejó rauda a cumplir sus quehaceres.
– Está con Allen, no hay de qué preocuparse – dijo Dírian.
– Pero tal vez tengan la amabilidad de comer con nosotros – soltó Fly.
– Claro, yo quiero comer con mi hermano – dijo Mario comiendo chocolate
con Haydee.
El rey ordenó a uno de sus guardias comunicar a su hija que estaban apunto de
empezar a comer, éste, servicial se inclinó y se alejó ondeando su capa escaleras
arriba.
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Shadow seguía hablando animadamente. Era un tema del cual era un experto y se
sentía identificado.
– Si el cuerpo muere antes de que el alma se “desborde”, es decir, si el cuerpo muere por algún elemento externo (guerras, epidemias, enfermedades...) Sin intervención directa con Tánato, el alma-espíritu se desprende todavía joven e inestable, por lo que pueden pasar tres cosas: primero, que el alma-espíritu se niegue a dejar el mundo de los vivos y vague incesante como mero espectador sin cuerpo y sin sheut; segundo, que Hermes encuentre éstas almas y las conduzca al Campo de las Lamentaciones y los Lloros; y por último, que en tal caso, el cuerpo del difunto haya sido debidamente enterrado con una moneda debajo de la lengua y pueda pagar al barquero Caronte para que éste lo lleve al otro lado de la laguna Estígia, hacía la Morada de los Jueces. Minos, Radamantis y Eáco, ellos decidirán si el alma-espíritu merece ir a los Campos Elíseos o al Tártaro, hay un tercer sendero, pero éste raramente se utiliza – se cruzó de brazos –, y todo esto hablando siempre hipotéticamente.
– Ya claro – dijo Allen estirado en la silla –, el alma es algo complejo.
– Difícil de entender – dijo Ely –, pero no imposible.
– El alma ha estado haciéndose más poderosa durante siglos – interrumpió
Regen -, pero los mortales os limitáis a vosotros mismo y no dejáis que se
libere, sacar toda esa fuerza, canalizarla en algo positivo, en algo útil. Todavía
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desconocéis lo abrumadora que es ese pequeño foco de energía concentrada,
al que llamamos alma. Todavía desentraña misterios. Podéis utilizar los
elementos que os rodean, solo debéis aprender a canalizarlo en el alma, y
hacer vuestro el poder. En eso consiste saber dominar cualquier elemento, ya
sea agua, fuego, tierra, aire, las sombras e incluso la luna.
Ely suspiró exageradamente.
– Entonces me queda un largo camino todavía y muchas cosas que aprender –
le rugieron las tripas -. ¡Oh, dioses! - se levantó de golpe de la silla -. ¿Cuánto
tiempo llevamos hablando? ¿Una hora? ¿Tal vez dos? Mi madre me mata.
– Tranquila – dijo Allen –, seguramente se estén pensando cosas que no son, y
todo seguramente porque Fly habrá dejado volar su imaginación al saber que
los dos estamos juntos, solos.
– ¿Qué quieres decir? - preguntó Ely sin entender nada.
Allen la miró y también suspiró exageradamente.
– Eres demasiado inocente – se levantó y sonrió –, es mejor que nos demos
prisa – giró sobre sus pasos y miró a los guardianes –. Eso también va por
vosotros.
Ely giró la llave de la puerta y salieron de la pequeña pero acogedora habitación.
Rodearon la columna bajando las escaleras enmoquetadas y salieron al pasillo. En
las escaleras se toparon con un guardia.
– Princesa – se inclinó ligeramente –, su padre la reclama para comer juntos.
– Gracias – dijo Ely automáticamente cogiendo a Allen por el brazo en un
acto reflejo y bajando las escaleras sin detenerse –, ya nos íbamos.
Se alejaron del guardia que se quedó en la escalera mirando como los dos
desaparecían descendiendo escalones hacía el comedor. Ely y Allen se miraron
inquietos. Ella apretó los dedos en el brazo de él.
– Dioses – dijo mientras caminaban –, ahora soy incapaz de distinguir entre
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Místicos y los guardias de mi padre.
Allen apoyó su mano en la de ella.
– Será difícil pasar por esto, pero – sonrió –, no pienso rendirme.
Entraron en el salón donde todos estaban sentados charlando. Callaron al verlos
entrar sonriendo y bien agarrados.
– Me alegro de que hayáis pensado en honrarnos con vuestra humilde
presencia – dijo Gil amargamente mirando con odio a Ely que se estremeció
y soltó a Allen sin pensarlo.
Allen se apoyó en el respaldo del sofá, sin percatarse de la mirada de Gil y de sus
amargas palabras. Sonrió tremendamente feliz.
– ¿Y mis padres? - dijo Ely recorriendo la estancia con la mirada.
– Han ido un momento a la cocina con las peques – dijo Ann.
– Bueno... ¿Dónde estabais? - preguntó Atedus.
– En la biblioteca – dijo Ely ignorando la mirada de Gil –, he querido enseñar
un libro muy importante a Allen.
Ann miró a Ely dubitativa.
– ¿Se puede saber el título? - preguntó Dirían.
Allen miró a Ely y los dos se encogieron de hombros.
– Los Mitos de Átharos – soltó Ely sabiendo que los allí presentes sabían de la
existencia de los collares, al menos, el de Allen –. El que posee Allen no es ni
la cuarta parte del que poseo yo, creí que sería interesante comentarle ciertas
cosas, como que – rodeó el sofá y se colocó delante de todos –, los Místicos
tienen más de cien barcos vigilando la Casa Real de Parthos y otros tantos
soldados infiltrados en las filas de la guardia real de mi padre.
Todos se quedaron boquiabiertos y Gil se había levantado con brusquedad
apretando los puños.
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– Hemos estado hablando – continuó Allen muy serio –, y hemos llegado a
ciertas conclusiones – se frotó los ojos –. Hablaremos más tarde – se estiró e
hizo crujir sus dedos –, ahora tengo mucha hambre.
Comieron y charlaron, riendo y disfrutando de todo aquello que los rodeaba.
Las risas, la diversión y la despreocupación se apoderó de las mentes de Ely y
Allen, dando prioridad a cosas sin importancia, dejando transcurrir el tiempo a
pasos agigantados.
Los guardianes miraban la estancia desde lo alto de una de las vigas de
madera oscura. Todos compartían maravillados el exquisito chocolate con naranja
que Ely les había regalado. Shadow era el único preocupado que se encontraba
sentado en el alfeizar de la ventana. Ely lo vio cabizbajo y supo que se había
encantado hablando y riendo. Suspiró. Era la tercera vez que le pasaba aquello. Su
corazón latía deprisa al recordar lo cerca que estaban los Místicos y el peligro que
corría a cada hora que pasaba. Pero había algo que le daba más miedo todavía y era
el de dejar Parthos, el huir... ¿Realmente lo haría? ¿Dejaría a su familia y hogar?
¿Para perseguir qué?
Se recostó en la silla, cerró los ojos y se frotó las sienes. Miró. Intentó mirar.
Nada. No veía absolutamente nada, el camino que debía seguir estaba oscuro y
difuso. Recordó que de pequeña soñaba y veía claramente que de mayor quería ser
sacerdotisa como su madre, lo soñaba, veía el camino y lo seguía. ¿En qué
momento dejó de ver por donde iba? ¿En qué momento dejó de ver lo que tenía
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delante? Ely estaba confusa, pero ahora sabía lo que debía hacer. Además de eso
tenía cierta curiosidad sobre Sedah y sobre las preguntas que debía hacerle a
Tiresias. Ahora no solo la impulsaban sus votos, sino la curiosidad por conocer y
saber más y más sobre aquella profecía que hacía siglos llevó a los mortales a
olvidar parcialmente a los dioses.
– Papa – dijo Ely pensativa con la mirada perdida -. ¿Recuerdas aquel buque
que terminaron de construir hace un mes?
– Sí – dijo Dimítri dejando su copa en la mesa –. Es un buen barco, de buena
madera y capaz de resistir cualquier tempestad – dijo sonriendo orgulloso de
sus astilleros.
– No lo usa nadie, todavía – aclaró la princesa. Levantó la vista y miró a su
padre seriamente –. Dáselo a Adán, regálaselo a la tripulación del Pigmalión.
El rey dejó de sonreír y miró a su hija a lo ojos. Padre e hija se aguantaron la
mirada y todo el mundo en la mesa los miraba. Adán intentó enfocar el asunto
desde otra perspectiva.
– No hace falta, princesa, gracias de todos modos – agradeció -, nosotros
hemos pagado a los astilleros del rey para que nos construyan uno, en dos
meses lo tendremos listo para partir.
– Demasiado tiempo – dijo la princesa –, y la tripulación del Pigmalión sabe
porque – miró a su padre otra vez –, regálales ese barco y dentro de dos
meses te quedas con el que ellos pagaron.
El rey sonrió.
– ¿Por qué tanta prisa, hija mía?
– No es prisa, es necesidad – dijo ella automáticamente.
Dimítri suspiró.
– Esta bien – miró a Adán –. Capitán, mi barco es suyo. A su total disposición.
Adán se quedó sin habla.
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– ¿De verdad?
– Sí, bueno, mi hija lo ha pedido con tanta seriedad que, seguramente tengáis
prisa por partir – sonrió –, que no os de vergüenza pedir las cosas, no me
cuesta nada cederos ese barco... bueno, rectifico, no me cuesta para nada
cederos al nuevo Pigmalión.
Adán estaba que no cabía en si de gozo, estaba deseando ver ese barco,
trasladar todas sus cosas de aquel destrozado barco que los había refugiado
durante aquellas semanas en Parthos, necesitaba, ansiaba verlo.
Dimítri, Hanaka, Adán y Fly terminaron de comer y se prepararon para bajar
al puerto a mirar su preciado y renovado Pigmalión. Los demás se quedaron
jugando y pasando la tarde en el prado verde, detrás del templo de Apolo, al lado
del jardín salvaje. Atedus y Dírian jugaban con los peques, Haydee, Roxana y
Mario, a los piratas. Ann había conseguido dar caza a Hipólito y charlaban
animadamente sentados en el césped. John e Iván, como siempre, se exhibían, esta
vez con sus espadas, dando estocadas, sin cortase un pelo en destrozarse la ropa y
arañarse la piel con la afilada punta. Hele, Gil, Allen y Ely estaban sentados en el
césped atentos a lo que iba a hacer Ely.
– Perdona por no haberlo echo antes, Hele – se disculpó la princesa.
– No importa – dijo ésta recostando la cabeza en las piernas de ella.
Ely miró a Gil. Parecía que éste la odiaba y ella creía saber porque.
– Gil – dijo Ely –, fijate en lo que voy a hacer, será interesante.
Gil asintió. Allen también miró fijamente el rostro quemado de Hele.
– ¿Veis estas quemaduras? No es nada para el poder de Regen.
– ¿Quién es Regen? - preguntó Gil.
– Soy yo – dijo la aludida flotando de espaldas a Gil –. Empecemos, he dejado
un cacho de chocolate a medio terminar.
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– ¿Una espíritu guardiana? - preguntó Gil confuso.
– Es largo de explicar – explicó Allen –, y no pienso explicarlo dos veces, así
que espera a mañana cuando estemos todos reunidos.
– ¿Todos te refieres, a toda la tripulación?
– Exacto, ahora, fijate en lo increíble del poder del segundo collar.
Los dos se fijaron como Ely toqueteaba la cara de Hele que se estremecía
con el contacto de las manos frías de ella sobre su piel sensible. Los ojos de la
princesa adquirieron un tono azulado que se movía incesante en su iris como las
olas del mar, hasta llegar a la pupila que adquiría un azul más suave y penetrante.
La yema de sus dedos se tornaron de un tono entre el azul y el morado. Fue
tocando la quemadura de Hele y allí donde tocaba, allí era donde sanaba. La piel de
Hele se estiraba y la quemadura desaparecía dejando entre ver una piel reluciente,
pálida y sin imperfecciones.
– Estoy utilizando el agua natural que constituye nuestro cuerpo, de esta
manera sano sus heridas – dijo Ely. La punta de sus dedos quedaron sin
color adquiriendo su tono rosado. Los ojos también volvieron a la
normalidad. Hele se levantó y se tocó la cara. Despejó uno de sus mechones
cobrizos y se lo pasó por detrás de la oreja –. Lo que pasa es que no hago
milagros y su ceja, tendrá que crecer natural.
– ¿Por qué necesitabas que Regen estuviera presente? - preguntó Allen.
– Podría haberlo echo sin ella, pero, estando ella, me da más confianza. En
cualquier caso, utilizar los poderes de una manera requiere cierta
concentración, si el poder que llevo dentro llegara a desbordarse, los
guardianes podrían frenarlo a tiempo antes de que destruya mi corazón y mi
cuerpo – miró a Allen a los ojos –, cuando has utilizado tus poderes... ¿no
han estado Shadow y Luna siempre a tu lado? ¿No has notado que alguna
vez no controlabas del todo los poderes? Seguramente ellos te hayan
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ayudado en muchas situaciones.
– En muchas – recordó Allen la primera vez que los utilizó y sus
consecuencias –, apenas llevo dos años utilizándolos y simplemente he
descubierto que puedo desplazarme con ellos y ver en la oscuridad – pensó
–, otras veces lo he utilizado para transportar objetos pesados de un lugar a
otro, es bastante útil.
Ely sonrió.
– Creo que el poder de las sombras y el de la luna es mucho más que eso,
debes aprender muchas cosas todavía, yo en cambio, llevo desde los ocho
años en contacto con ellos y todavía no llego a desentrañarlos del todo, lleva
su tiempo – suspiró –, un don así, no sólo hay que protegerlo, sino cuidarlo
y entenderlo. No es algo para tomar a broma o para que sea utilizada como
un arma. En mis votos no hay ninguna norma que prohíba usar los poderes,
tenía prohibido romper el sello, no utilizarlos, tampoco hay ninguna norma
que prohíba enseñarlos, por eso los Míticos no han recibido un castigo por
parte de los dioses, a pesar de codiciarlo y usarlos para fines bélicos, no han
roto ninguna ley no escrita de los dioses.
– ¿Qué quieres decir con eso? - preguntó Gil.
– No esperes a que los dioses vengan a rescatarnos o algo por el estilo – dijo
Ely muy seria –, los Místicos, dejando de lado sus poderes, sus ambiciones y
codicia, son problema de los mortales y no de los dioses.
– En resumen, si los Místicos no molestan a los dioses con sus actos o
incumplen alguna ley impuesta por ellos... los dioses no harán nada para
impedirlo – razonó Allen.
– Sí, en teoría – dijo una voz detrás de ellos.
– ¡Lucas! - se alegró la princesa.
– Los dioses a veces están más cerca de lo que creéis – Lucas miró a los ojos
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de Allen y Allen miró los verdosos ojos del sacerdote –. Tal vez cierta diosa
debería haberte ayudado tiempo atrás, ya que era la patrona de tu país.
Silencio. Sus miradas estaban cargadas de seriedad y a la vez de tristeza y de
recuerdos que era mejor no rememorar. Allen negó con la cabeza.
– Como bien dice Ely, ahora los collares y sus consecuencias, son nuestro
problema, si cada mortal comenzara a rezar pidiendo ayuda por cualquier
pequeño problema, los dioses no darían abasto. Nuestra decadencia en la fe
y las prohibiciones de Zeus son muy buen ejemplo de ello. Nosotros
envidiamos a los dioses por su inmortalidad y ellos nos envidian por poder
morir.
– ¿Es eso lo único que diferencia a mortales de dioses, la... inmortalidad? -
preguntó retóricamente Lucas, esta vez sonriendo –. Seguramente os habréis
dado cuenta de que no es solo eso.
– ¿Los poderes? - preguntó Hele –, los dioses poseen esa energía, “eso” no se
si me entiendes...
– Los dioses pueden metamorfosearse en ser humano, fenómeno natural o
animal – dijo Gil intentando definir lo que Hele intentaba decir –, los
mortales no.
– El sheut – dijo Allen pensativo recordando la conversación con Ely en la
biblioteca –, el sheut de los dioses es diferente al de los mortales... ¿en qué?
Lucas sonrió satisfecho sobre el camino que estaba tomando la conversación.
– Exacto – dijo acomodando unas flores de jacinto que llevaba en las manos –,
os contestaré a todos. “Eso” que Hele no ha podido definir con exactitud y
que Gil a corregido añadiendo lo de las metamorfosis, Allen lo ha asociado
perfectamente con el sheut, la sombra. ¿Cuántos tipos de sombra existen? -
fingió pensar –, bien, la respuesta es... incontables. Son demasiadas y
distintas, cada sombra, cada persona es distinta y única. En cuanto al echo de
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que Zeus sea el dios de los cielos y de la hospitalidad, Afrodita la diosa del
amor, Dionisio el dios del vino, Apolo el dios de la música, Ártemis diosa
del bosque, Hera diosa del matrimonio, et cetera y así con todos los dioses, no
es elegido al azar ni tampoco lo eligieron los mortales, los dioses nacieron
por algo, para un fin, para ser únicos. Como los mortales. Pero los dioses no
podrían ser dioses sin los mortales y los mortales no podrían ser mortales
sin los dioses. Uno está por encima del otro y el otro está por debajo de éste
– se aclaró la garganta –. Cada persona en esta tierra se considera única y
cada persona cree que hay algo que la define y cree que ha nacido para algo,
para seguir un camino. Su camino.
» Los poderes de los collares en efecto, son una parte de los dioses, pero
cambiaron de utilidad en cuanto crearon a los espíritus guardianes por error,
los dioses se dieron cuanta de que habían creado, que habían dado forma a
un alma-espíritu dotado de sheut, que personificaban las fuerzas elementales
que sostenían el mundo mortal y divino. No se asustaron, pero si se
preocuparon, aquellos no eran los poderes que ellos poseían, aquello era
mucho más grande y poderoso que palpitaba y crecía. Cuando Tiresias
escuchó aquello por boca de Zeus, se asustó, su antigua visión no había sido
clara del todo, y ahora, estaba más confundido todavía, aquel poder era
demasiado misterioso y no sabía en que iba a desencadenar aquello.
Únicamente los dioses que se reunieron para crear el collar de los elementos,
depositaron en él sus conocimientos y un toque de su sheut, y lo mismo
ocurrió cuando Tiresias dijo que había que crear otro, les dijo a los dioses
que debían utilizar los mismos métodos que con el primero, pero que el
poder debía de ser distinto. Y ahí fue cuando Tiresias vio la solución, no la
vio con claridad, pero era la única que tenían.
– Que los collares fueran custodiados por los mortales... - dijo Allen -. ¿Tiene
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eso algo que ver?
– Sí, y mucho – sonrió Lucas –, y también el echo de que los patrones de los
templos hayan sido Apolo y Ártemis – suspiró –. Tiresias les dijo a los
dioses textualmente “el poder que habéis creado accidentalmente no os
pertenece, aunque los guardianes sean como vuestros hijos, ellos pertenecen
a los mortales”.
Todos estaban atentos pensado e Hipólito y Ann se habían sentado en el césped a
escuchar la conversación.
– ¿Por qué sabes tanto? - preguntó Gil incómodo -. ¿Cómo puedes saberlo si
fue hace siglos? Incluso lo que dijo Tiresias palabra por palabra, siempre y
cuando quiera creerme que Tiresias en verdad dijo eso.
– No se si será por eso – dijo Ely mirando a Lucas –, tal vez te lo haya
revelado tu don profético.
– Claro – le revolvió el pelo color melocotón a causa de los rayos del sol al
anochecer que incidían directamente en ellos –, es imposible que lo supiera
de otra manera, he leído el libro de Los Mitos de Átharos y he sacado mis
propias conclusiones, pero el don que extrañamente poseo me revela cosas
y... ya sabéis que no es cuando yo quiero, viene sin preguntar y a veces veo a
personas que ni siquiera conozco y sus vidas – se encogió de hombros –,
esto que os he contado lo he intuido, tal vez sea por la influencia de la gente
del Pigmalion y su rumbo el que haya motivado a mis visiones a hacerme ver
cosas que sucedieron hace siglos – mintió.
– ¿Cuál es la conclusión a todo esto? - preguntó Ann.
– Eso... no lo sé – volvió a mentir Lucas –. Vuestro camino es difícil de ver,
pero creo que sabéis que debéis hacer, ¿verdad?
Todos se miraron entre ellos. La mirada de Ely y Allen se cruzaron y sonrieron.
Los dos dijeron a la vez: - Sedah.
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– Todo se resume a eso – sonrió Lucas –. Tal vez vuestro camino se vea
definido mejor en cuanto os encontréis con Tiresias, tal vez a él le suceda lo
mismo que a mi y vea con mejor claridad las cosas en cuanto vuestras almas
ansíen lo mismo – se apartó un mechón dorado hacia atrás y dio la espalda a
los allí reunidos. Giró la cabeza hacía atrás y miró a los allí presentes con
unos ojos que ocultaban más de lo que decía –. En fin... elegid el camino
difícil, es más emocionante que cualquier otro, es un consejo – levantó la
mano y los despidió alejándose hacia el jardín salvaje.
El cielo había amanecido cubierto de nubes blancas y esponjosas, haciendo
destacar el brillante azul del cielo. Ely, Ann, Iván y John descendían por el camino
de tierra hacia los astilleros del puerto, donde la tripulación del Pigmalion se
preparaba.
– Supongo que a estas alturas Allen debe habérselo contado todo a ellos – dijo
Ely –, como yo he echo con vosotros.
Iván cogió a su hermana por el brazo y la obligó a girarse para que le mirara a los
ojos.
– Dime, hermanita... ¿si no hubieras conocido a Allen... te hubieras marchado
sola?
Ella le sostuvo la mirada.
– En principio, si – se zafó de la mano de su hermano con un gesto brusco -.
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¿Es que no piensas que es cruel y egoísta por mi parte el pediros que os
enfrentéis a los Místicos? ¿No creéis que es peligroso?
Iván se llevó las manos a la cabeza y suspiró.
– Haces esto porque es tu deber, porque como princesa de Parthos te sientes
en la obligación de proteger a tu pueblo y a tu familia, también lo haces por
tus creencias y tus votos, pero... ¿que hay de la gente que tanto te quiere?
¿No has pensado en ello? ¿En todo lo que dejas atrás? ¿A papa y a mama?
– Vamos – replicó Ely –, no me dirás ahora que la mejor opción es
explicárselo a nuestros padres, porque, entonces si que te equivocas.
Iván pateó una piedra.
– Ayer por la noche no me podía creer lo que me decías, pero, si de verdad
nuestros padres están en peligro, ¿no es mejor que lo sepan y estén
preparados?
– Iván, intento hacelo de manera que pueda irme tranquila, sabiendo que
estáis bien.
Iván sonrió y caminó de un lado para otro, primero apoyándose en un árbol y
después sentándose en una roca, para acabar de pié frente a Ely.
– Elisabeth – dijo estaba vez muy seriamente -. ¿No estarás pensando en
marcharte sin nosotros verdad?
– No claro que no haría eso – dijo Ann –, está claro que yo iré con ella,
siempre, hasta el fin del mundo.
– Muy bonito Ann – dijo Ely sonriendo –, me conmovería si fueras un
hombre, pero se que te interesa venir por ese tal Hipólito.
Ann enrojeció.
– Tal vez, en parte sea por eso, pero sabes que desde el principio he estado a
tu lado, somo hermanas.
– Lo sé – le sacó la lengua –, era por meterme un poco contigo.
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Iván se cruzó de brazos y frunció el ceño.
– No me mires así – dijo Ely señalando con el dedo su frente –, sabes que no
puedes venir conmigo porque papa y mama se quedarían sin sucesor.
– Pero ahora no necesitan que engendre a una hija para seguir con el linaje de
la familia, ahora ese protocolo, esa especie de tradición familiar se ha roto, la
función del templo y Escalus ahora es otra. Ahora simplemente son cuatro
piedras y un estúpido árbol.
– Cuidado con lo que dices, príncipe – se enfadó Ely –, ese estúpido árbol
como has llamado a Escalus, ha sido mi punto de apoyo en todo momento,
sino hubiera sido por él yo ahora estaría perdida, confusa – suspiró y se
sentó en una roca -. ¿Qué puedo decir para que desistas en tu empeño de
acompañarme?
Iván sonrío feliz ante su victoria.
– Nada – rió –, ademas – se sentó a su lado –, hermanita, sólo vamos a Sedah
y volvemos.
– ¿Volver? - rió irónicamente –. Los Místicos están al acecho, detrás de mi y de
Allen... - se frotó las sienes -. ¿Todavía crees que después de todo y de tener
las respuestas, Tiresias me dirá que quedarme aquí sería lo lógico? Creo que
no, eso, hasta yo lo sé – se levantó de un salto –. En cuanto me aleje de éste
país, dejaré de ser la princesa de Parthos a convertirme únicamente en yo,
Elisabeth.
– ¿Qué? - preguntó Iván sin entender nada y miró a John y a Ann –, decidle
algo.
– Ely – dijo John poniendo una mano en su hombro cariñosamente –, creo
que estás loca...
Iván se cruzó de brazos satisfecho y sonrió.
– Pero lo tuyo no es quedarte quieta, lo tuyo son las aventuras – se rascó la
103
barbilla –, puedes contar conmigo, soy el hijo menor de mi padre, no creo
que le importe que me lance a la mar perseguido por unos locos de negro
con poderes raros.
En el rostro de Iván la sonrisa se esfumó y los brazos le cayeron a los costados.
– Ya lo ves – dijo Ely satisfecha –, Ann y John me apoyan... ¿harás tu lo
mismo y te quedarás con papa y mama a cuidar de ellos y a procurar que no
les pase nada?
– No – se miró las manos, apretó los puños y dejó que el fuego emergiera y las
rodeara. Acercó sus manos a los ojos de Ely -. ¿Para que me enseñaste a
controlar el fuego? ¿Eh? ¿Para que? ¡Dime! El fuego es destructor y
peligroso, no hace bien a nadie.
– Iván – dijo Ely cogiendo las manos en llamas de él. Sus ojos se tornaron
rojos y consumió el fuego entre sus manos –, olvidas algo muy importante –
le sonrió con cariño –, el fuego es calor, calidez para aquellos que tienen frío.
También es purificador y es uno de los elementos más misteriosos de todos.
– ¿Por qué? ¿Misterioso?
– Sí. Con el agua. La ves, la sientes, la oyes, la consumes. Con la tierra. La ves,
la sientes, la oyes, la cultivas. Con el aire. Lo ves, lo sientes, lo oyes, lo utilizas.
El fuego. No lo ves a no ser que tu mismo lo crees, no lo sientes sin sentir
cierto dolor, no lo oyes a no ser que algo se consuma... lo utilizas a pesar de
lo peligroso que es, por el único motivo de sentir su calidez y poder
contemplar su luz irreal – apretó las manos de su hermano entre las suyas –.
Tierra, la pisas, agua, la bebes, aire, lo respiras, fuego... es uno de los
elementos cuya existencia no es posible sin los otros. Intenta quitarle el aire a
la tierra y está morirá. Intenta quitarle el agua a la tierra y se secará. Intenta
quitarle la tierra al agua y está desaparecerá. Intenta quitarle la tierra al aire y
esté dejará de existir. El fuego necesita de los otros para ser, pero no
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precisamente por ello debes considerarlo peor o mejor, o incluso inferior,
todo lo contrario, sino, fíjate en el sol.
Todos escuchaban a Ely con respeto y sonreían.
– Iván, con ésto intento decirte que tu alma a escogido el fuego porque te
sientes más a gusto con él, intenta comprender por qué y canalizalo en algo
positivo.
– Lo... - se mordió el labio inferior -, lo siento. No quería decir eso,
simplemente sin ti no sabría todo lo que se. Si te marchas, te echaré de
menos.
– Yo también te echaré de menos.
– Pero, con ello no quiere decir que me de por vencido, iré contigo y antes de
irnos dejaré una carta a papa y a mama explicándolo todo, de ese modo,
sabrán lo que hacemos, donde estamos y el problema al que nos
enfrentemos, nos apoyarán en la distancia y estarán avisados, y yo... - levantó
la mirada y miró a Ann de reojo –, podré cuidar de ti personalmente.
Ely se percató hacia donde miraban los ojos de su hermano. Puso los ojos en
blanco y se mesó el pelo.
– Eres un cabezota, no te puedo hacer desistir – se enfurruñó –, está bien,
puedes venir.
Iván la cogió en brazos efusivo.
– Gracias hermanita, creí por un momento que me dejarías aquí solo,
aburriéndome, haciendo cosas aburridas, mientras vosotros os lleváis toda la
diversión – la dejó en el suelo.
– Lo que yo decía, ¡se lo toma a broma! - dijo indignada.
Ann la cogió del brazo y siguieron caminando rumbo al nuevo y renovado
Pigmalion atracado en el puerto.
– No le hagas caso, espero que lo entienda cuando se encuentre cara a cara
105
con los desalmados de los Místicos – alzó la voz para que Iván la oyera -, no
sabe cuan terrible puede ser el poder que poseen y cuan terrible son las
atrocidades que cometen – recordó el asesinato en el templo.
Iván y John las ignoraban.
– Por fin voy a salir de este aburrido y monótono país – dijo Iván estirándose.
– Y yo por fin me desharé de las ataduras de mi padre y de los estúpidos de
mis hermanos mayores, se creen mejores que yo.
Ely se acercó a John y le pasó un brazo por los hombros poniéndose de puntillas,
ya que él era mucho más alto que ella.
– Creo que dentro de ti – dijo Ely tocando el pecho de John cerca de su
corazón – late un poder todavía por descubrir, una tal Aria, creo que una
espíritu del aire, le gustaría conocerte más a fondo...
– ¿El aire? - preguntó John emocionado -. ¿Es ese el poder que se identifica
con mi alma?
Ely se apartó de él de un salto y asintió con la cabeza.
– Así es... ¿estás preparado para un entrenamiento especial?
– Sí, maestra – dijo inclinándose un poco.
– Eso, eso – miró a su hermano -, ahora debes llamarme maestra.
– Ni hablar, no tienes fe tu ni nada. ¡Ja!
Todos se marcharon sonriendo bajando por el terraplén. Ely se quedó
pensativa mirando los cientos de barcos parados encima de la tranquila superficie
del mar. No podía dejar de tener la sensación de que algo malo iba a pasar, la
sensación de que nada de lo que tenía planeado iba a salir bien. Dentro de ella
intentaba guardar una pizca de sensatez y otro tanto de firmeza, las necesitaba, no
podía parar ahora, de hecho, algo le decía que no podía hacerlo.
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Iván, Gil, John, Ann, Hipólito, Atedus, Fly, Dirían, Mario y Adán comían
pausadamente, masticando con paciencia el pescado, sin dejar de mirar
a Allen y a Ely.
– ¿De verdad podemos estar tranquilos comiendo? - preguntó Fly.
– Sí, claro que si – respondió Allen inmediatamente.
– De todas formas nada va a cambiar – dijo Ely fríamente –, ya podéis
preparaos para lo peor.
Todos dejaron caer el tenedor y ahora miraban aun más fijamente a Ely,
incluso Allen. Ella los miró con indiferencia, estaba harta de dar falsas esperanzas
de salir de allí impunes.
En ese instante en el que ella se llevaba el tenedor a la boca, un escalofrío le
recorrió la espalda, el tenedor cayó de sus manos y sus ojos adquirieron el color
verde de Terra. Con la mirada perdida cayó hacía atrás impulsada por una fuerza
invisible. Allen la agarró antes de que tocara el suelo, ella seguía con la mirada
perdida y los ojos desorbitados de color verde. Ann se levantó de su asiento para
correr al lado de Ely, todos observaban e hicieron corro al rededor. Allen seguía
sujetando a Ely y Ann le cogió la mano a ella y cerró los ojos. Una vibración
molesta le hizo retirar la mano de inmediato.
– No puedo – dijo impotente –, no puedo ver lo que está pasando.
– Mierda – dijo Allen apartando el pelo rojo de la cara de ella -. ¿Beth?
Vamos... ¿que te pasa?
El barco comenzó a zarandearse violentamente. Los platos cayeron al suelo y
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todos se agarraron como pudieron para no caer. Allen agarró a Ely contra su
pecho y la mantuvo segura. La mano derecha de Ely se levantó. El terremoto
apenas duró unos segundos, luego todo fue tranquilidad. La mano de ella cayó y
los ojos volvieron a su color natural. Allen la miró.
– ¿Beth?
Los párpados de ella se fueron bajando poco a poco, hasta cerrarse del todo. Allen
la levantó.
– Esto es malo – dijo confuso –, no se que ha pasado pero no puede ser nada
bueno – miró al rededor -. ¡Terra!
El espíritu guardián no contestaba, en su lugar apareció la dulce y apacible Regen,
seguida de Fire y Aria que trasportaban a Terra, para dejarlo encima de Ely, entre
sus manos. Todos miraron la escena, los dos estaban inconscientes.
– ¡Por Zeus y toda su estirpe! - se alarmó Fly –, todo esto me supera, algún día
conseguiréis que mi corazón se pare por completo.
– ¿Ely? - se acercó Mario -. ¿Está durmiendo? - preguntó.
– Si, lo está – dijo Adán empujando a su hijo hacia las escaleras –, dejemos que
descanse, está muy cansada.
Adán y Mario salieron a cubierta. Los demás recogieron y Allen seguido de Ann,
llevaron a Ely a sus aposentos. La dejó encima de la cama. Cogió a Terra entre sus
manos y lo dejó encima de la almohada.
– Todavía respiran – dijo Allen aliviado. En ese momento entró Gil
preocupado –. Ann, ¿qué ha podido pasar?
– No lo sé, esto nunca antes había pasado, y si algo extraño o diferente
sucedía, siempre teníamos a Ely que nos sacaba de dudas. Ahora tengo
miedo porque ella no está para apaciguarlo.
Ann se sentó en el borde de la cama y miró a Ely detenidamente. Allen rodeó su
cama y se apoyó en la pared mirando a Ann.
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– Dime... ¿qué has sentido tú? Cuando empezó el terremoto.
– No lo sé – dijo apenada –, es algo confuso, una sensación extraña y oscura,
es como si algo o alguien hubiera tomado por fin una decisión. La tierra se
lamenta por ello.
– Parecerá una idiotez – dijo Gil al lado de Ann mirando el plácido rostro de
Ely –, pero yo también he sentido algo. Y lo he oído.
– ¿De verdad? - pregunto Ann -. ¿Qué has podido oír que yo no? - estaba
ligeramente molesta.
– La tierra no ha temblado por el motivo que creemos todos, sino que, ha
hablado y la he oído – sus ojos violeta centellaban de veracidad -.
«Destrucción. Fuego. Muerte.» Eso es lo que he entendido.
Ann lo meditó intensamente. Odiaba reconocer que ella no lo había entendido
pero, ¿por qué iba a mentir Gil sobre aquello? Tal vez su alma se sentía mejor con
el poder de Terra, por lo que... ella y Gil compartían la misma esencia. Suspiró.
– Tal vez tengas razón – dijo sin admitirlo del todo –, pero si lo que dices es
cierto... ¿qué quiere decir?
– El árbol – empezó Allen a atar cabos –, ese... Escalus – recordó al fin –, me
advirtió que esta vez los Místicos iban a ser más peligrosos y destructivos de
lo que yo recuerdo.
– ¿Todavía más? - preguntó Gil recordando los cuerpos ensangrentados,
quemados y torturados de los invitados al cumpleaños de Xioe, hace dos
años.
– Se lo que estás pensando – dijo Allen mirando a Gil sonriendo tímidamente
–, pero, dejaron a mis padres con vida, a mucha gente con vida, creo que a
Wisam le frustró que me fuera con el collar, pero ¿matar a su hermano?
– No, lo hubiera echo de todos modos – dijo Gil pensativo –, pero no lo hizo
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por motivos que desconocemos, pero lo que has querido insinuar con eso...
es que en esta ocasión te preocupa que quieran arrasar con el pueblo e
incluso matar a los padres de Ely.
Ann se estremeció al escucharlo. Tomó la mano de Ely entre las suyas y negó con
la cabeza.
– No es posible, me niego a creer en eso – suspiró y se lamentó –. Si eso
llegara a pasar... nosotros... - su voz se quebró y las lágrimas cayeron por su
rostro –, si eso pasa – contuvo el llanto –, nosotros no podremos hacer
nada.
Iván entró en la habitación, había estado escuchando detrás de la puerta
entreabierta. Se acercó y abrazó a Ann que hundió su cara entre su pecho.
– Lo que hemos conocido, lo que hemos vivido – dijo Ann limpiándose la
nariz en el hombro de Iván –, desaparecerá, seguramente consumido entre
las llamas... - las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos por más que los
cerraba. Se mordió el labio inferior -. ¡No quiero que eso pase! - no pudo
aguantar más y comenzó a llorar desconsoladamente.
Iván la abrazó con fuerza.
– Lo que Ann quiere decir – dijo Iván –, es que nos superan en número, en
eficacia y en poderes.
– Lo sé – dijo Allen enfadado sentado en la esquina de la cama con la cabeza
hundida entre sus manos –, lo sé y me siento impotente, porque todo apunta
a eso, los tres días, el terremoto... se han estado preparando.
– Van a arrasar con Parthos. Van a destruir la capital de este país – dijo John
en la puerta.
– Ely no quería, pero, debemos avisar a mis padres, a mi padre para que
prepare un ejército.
Allen se levantó y miró a Iván todavía abrazando a Ann.
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– ¿¡Un ejército!? ¿¡Sin la preparación adecuada, sin los poderes necesarios!?
¿¡Con Místicos infiltrados entre las filas de tu padre!? ¡No! - dijo enfadado -.
¿Es que no ves por qué Ely no quería decirle nada a vuestros padres? Ella
pensaba que la mejor solución era marcharse de aquí y alejar a los Místicos,
confundiéndoles para que nos persigan y... más adelante, acabar con ellos,
pero, no ahora y todos sabéis porqué.
La tierra volvió a temblar y el barco se zarandeó de un lado a otro. Ely se levantó
de golpe. Un sudor frío perlaba su frente, sus ojos negros miraban a la nada
desorbitados, jadeaba con fuerza buscando aire, como si hubiera estado horas y
horas corriendo. Terra se levantó y flotó haciendo eses en el aire, parecía mareado.
– Escalus – logró decir al fin ella–, él... - respiró fuerte, parecía asustada.
Ely se sentó en la esquina de la cama con dificultad agarrándose el pecho. Allen se
arrodilló frente a ella y le cogió las manos.
– Respira hondo – le acarició la mejilla –. No estás sola, nosotros estamos
aquí.
Ella confundida y abrumada por los ojos azules de Allen, cerró los suyos e intentó
tranquilizarse.
– Escalus ha muerto – logró decir con los ojos anegados en lágrimas –, ha
muerto... - volvió a decir.
– ¿Ha dicho algo? ¿Te ha avisado de... ?
– Lo único que me ha dicho – interrumpió -, gastando sus últimas fuerzas, ha
sido... «He vivido demasiado tiempo, muchos siglos, ya es hora de dejar éste lugar. Ely, se
que harás lo correcto, no desfallezcas pase lo que pase, si lo haces solo beneficiarás a quién
consiguió hacerte daño, no te rindas nunca. ¡Busca las respuestas! ¡Salva a todo Átharos!»
Y después, en un leve murmullo, escuché «Destrucción. Fuego. Muerte.»
– Eso último fui capaz de escucharlo – dijo Gil –, sólo lo último.
Todos callaron. Lo único que se podía oír en aquella pequeña habitación era el
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crujido de la madera del barco y el llanto de Ely y Ann. Ely agarraba con fuerza la
mano que le había tendido Allen, dejando que sus lágrimas mojarán sus manos y
las de él.
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Capítulo seis: Tragedia.
«- Las civilizaciones tienen su auge y su decadencia, amigo mío - insistí -. Los antiguos dioses dan paso a otros nuevos.» Marius, en Lestat el Vampiro, Anne Rice.
«A veces el temor constituye una advertencia. Es como si alguien te pusiera la mano en el hombro y te dijera: “No pases de aquí”.»
Lestat, en Memnoch el diablo, Anne Rice.
«La muerte no llega nada más que una vez, pero se hace sentir en todos los momentos de la vida.»
Jean de la Bruyère (1645 – 1719) escritor francés.
113
Ella se paseaba de un lado a otro del castillo de popa aburrida y desquiciada,
estaba perdiendo la paciencia. Sus ojos rojos miraban con furia a Wisam.
– Tres días – dijo al fin ella –, te di tres días y... ¿para qué?
– Tenía algo en mente – contestó Wisam –. El plan era perfecto, atacar en el
decimoctavo cumpleaños de la princesa, pero... me he cansado de la
incompetencia de los de Océano.
– ¿Has hablado con el Almirante Jin?
– Si, lo he echo. Me recomienda... no... mejor dicho, me ordena no eliminar
por completo la capital de Parthos del mapa, dice que le supondría muchos
problemas.
– ¿Problemas? - ella rió –. Me parece que nuestro querido Almirante no sabe
en que situación se encuentra. Océano y los Místicos me pertenecen - se
acercó a Wisam y lo rodeó con un brazo apoyando la cabeza en su hombro
–, si quieres hacer las cosas bien, debes terminar con Parthos y traerme el
collar de los elementos, junto con el de tu querido sobrino.
– Lo sé – dijo excitado –, una partida de mis hombres quemará y saqueará el
pueblo buscando a Allen para matarlo y arrebatarle el collar, no podrá huir él
solo, dejando a sus amigos desprotegidos y sin barco con el que huir. Los
otros guardias restantes vendrán conmigo a la Casa Real de Parthos, lo
destruiremos todo, no quedará nada en pie, los collares serán nuestros y
nadie sabrá nunca que fue lo que le pasó a la capital de Parthos.
– Bien, eso me hará muy feliz – sonrió y se separó de él, se sentó en el asiento
tapizado y dejó que Kami le diera un masaje en los hombros.
– Me he cansado de esperar – dijo Wisam con una sonrisa pícara subiéndose el
cuello de la camisa con la franja roja mientras su pelo comenzaba a arder en
llamas sin llegar a quemarse –, atacaremos ahora mismo, será divertido.
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Bajó las escaleras y dio la orden de prepararse para atacar. Giró sobre sus pasos y
miró el pueblo tranquilo, sus casas blancas relucían con los últimos rayos de sol.
Éste se estaba ocultando y el cielo estaba adquiriendo un tono naranja-violáceo.
Esta vez dirigió la vista hacia el castillo de popa donde ella disfrutaría del
espectáculo.
– Pronto, serás mía – se dijo a si mismo –, en cuanto posea el poder suficiente.
Los barcos tomaron posición. Aquellos que controlaban las plantas hicieron
resonar la tierra, miles de zarzas se enrollaron a los barcos hasta la costa de
Parthos, todos ellos corrieron por ellas emocionados. Los que controlaban el aire
se habían suspendido en éste observando a sus compañeros, su momento todavía
no había llegado y esperaban pacientes, con un pañuelo violeta cubriendo sus
narices y bocas. Los Míticos que controlaban el agua caminaron por encima del
mar sonriendo hacía la masacre que se avecinaba.
Los que controlaban el fuego eran considerablemente el grupo más
numeroso de todos ellos. Puños ardiendo en llamas, ojos chispeantes, cabellos
consumidos en llamas que refulgían en la oscuridad de la noche. Querían sangre,
querían emoción... todos ellos querían llevar sus poderes al límite, sin restricciones,
descubrir la magnitud de lo que poseían. Estaban todos realmente emocionados y
excitados, no les importaba en lo más mínimo las vidas que iban a arrebatar y la
ciudad que iban a arrasar, simplemente les importaba su disfrute y su placer.
Una vez que Wisam pisó tierra junto con su grupo de hombres y mujeres,
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sombríos y misteriosos, los pescadores y mercaderes que se encontraban cerca
temieron lo peor y comenzaron a correr, pero ya era demasiado tarde. Los Místicos
se lanzaron a por todos aquellos que corrían. ¡Oh, si! Aquello parecía una auténtica
carnicería. En pocos minutos la gente yacía ensangrentada, descuartizada,
aplastada en el suelo. Las casas, unas ardían las otras se venían abajo. La gente
chillaba aterrorizada y corrían en busca de ayuda hacia la Casa Real.
Mania, una mujer vestida de negro con una franja verde en el cuello dejó
caer el cuerpo sin cabeza de una niña pequeña que llevaba en las manos dentro de
una de las plantas carnívoras que había creado. Miró hacía los lados en busca de
más víctimas. Pateó una puerta y la tiró abajo. Buscó por todos los rincones, y, por
fin, en un sótano frío y oscuro pensó que encontraría la diversión que esperaba.
Bajó las escaleras con las manos extendidas.
– ¿Hola? - aguantó la risa -. ¿Hay alguien ahí? No voy a haceros daño – intentó
poner la voz más inocente que pudo. Se retiró el gorro y dejó caer su melena
castaña hacia atrás –. He venido a ayudaros.
Escuchó el arrastre de unos zapatos hacia su derecha. Deslizó las manos e hizo
brotar una flor, cerrada. Cerró su mano en un puño y la fue abriendo lentamente, e
igual hizo la flor al mismo ritmo que Mania. Ella se puso frente a la flor. Del
centro de está brotó otro tallo con la punta redondeada que comenzó a emitir una
luz rojiza. Dos pares de ojos la miraban aterrorizados. Ella sonrío.
– ¿No es fantástico? - se agachó y miró la flor –. Es el milagro de la naturaleza,
una luz tan intensa – sonrió y miró al niño de no más de seis años abrazando
a su madre -. ¿No quieres tocarla?
El niño, movido por la curiosidad, se zafó del abrazo de su madre y se acercó a la
flor. La madre intentó evitar que su hijo se acercara pero en vano, no se fiaba de
aquella mujer, y retrocedió hasta dar con la pared.
– Eres un buen niño – dijo Mania. Sus dedos se habían vuelto largos, verdes y
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llenos de espinas afiladas. El niño contempló la flor embobado. Mania le
acarició el pelo.
– Es solo un niño – logró decir la madre –, no... no le hagas daño.
Mania lanzó una sonrisa pícara a la madre que a causa de aquella extraña luz rojiza
junto con aquella oscuridad, le dio un toque siniestro que llenó el corazón de la
madre de auténtico terror. La madre corrió hacia las escaleras y se agarró con
fuerza a la barandilla. Sus ojos desorbitados no dejaban de mirar a su hijo.
– Mami, está flor es muy bonita – dijo el niño sonriendo –, puedes...
La voz del niño se ahogó por culpa de la sangre que comenzó a emanar de su
boca. Mania retiró sus retorcidos, verdes y espinosos dedos del corazón del
pequeño. Su cuerpo sin vida cayó al suelo formando un charco de sangre.
– Parece mentira, ¿verdad? - estrujó el corazón del pequeño entre sus manos y
luego lo dejó caer al lado del cuerpo inerte del crío -. Qué de un cuerpo tan
pequeño pueda salir tanta sangre.
Mania miraba a la madre. Sus manos volvieron a la normalidad pero todavía
manchados de sangre y goteando sobre el charco. Se lamió los dedos. La madre
temblaba de pies a cabeza. Cogió fuerzas y subió las escaleras a trompicones.
Mania la seguía de cerca jugando con su presa, podía matarla ya pero entonces no
habría diversión, además, ella quería probar algo. Necesitaba más luz que aquella y
algo más de espacio.
La madre consiguió llegar a la puerta, pasó por encima de ella y salió afuera.
El aire le azotó la cara y sus ojos se abrieron todavía más, las lágrimas no paraban
de caer y caer. ¿Qué era todo aquello? Se preguntaba. Miró las casas destruidas,
miles de fuegos ardían contra el cielo nocturno, el aire tenía un hedor nauseabundo
y repugnante, tubo que taparse la boca con la manga de su vestido. El ejército del
rey luchaba con todas sus fuerzas contra el enemigo, pero era inútil. Todo estaba
lleno de sangre y cuerpos tirados por doquier. Cuerpos medio calcinados y cabezas
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sin cuerpo en las aceras. Ella empezó a gritar, no sabía si de impotencia, de rabia o
simplemente creía haberse vuelto loca. Mania la observaba y se reía. La madre se
dio la vuelta y la miró con furia.
– ¡Monstruo! ¡Asesina! - lloraba -. ¿Por qué?
Mania no contestó. La piel de su brazo se estiró, adquirió un tono verdoso y
marrón. Sus dedos se juntaron para formar una punta afilada. En segundos y sin
moverse del sitio, alargó su brazo-zarza unos cuatro metros y atravesó el pecho de
aquella mujer que la miraba furiosa. La mujer ahogó un grito. Sus ojos miraban al
cielo y su boca estaba abierta en una mueca imposible. La sangre brotó y de un
tirón, Mania recogió su brazo-zarza para volver a la normalidad. El cuerpo
perforado de la mujer no llegó a tocar el suelo sino que comenzó a arder en llamas,
para cuando tocó el suelo ya no era más que un montón de cenizas.
– No está mal – aplaudió el hombre que había quemado el cuerpo –.
Mejoramos con el tiempo, Mania.
– Era algo que siempre había querido probar, me hubiera gustado hacerlo
contigo, pero, me he tenido que conformar con ella.
El hombre se sacó la capucha y dejó ver unas facciones bien marcadas y unos ojos
grandes y marrones.
– ¿El qué te hubiera gustado hacer conmigo? - preguntó tontamente jugando
con ella.
– Haz lo que quieras, Hernán, sigue matando y cállate – se atusó el pelo –,
haces que me pierda toda la diversión – y se marchó corriendo calle abajo.
Hernán sonrió desde el tejado donde había estado hablando con Mania y se dejó
caer hacia atrás, cayendo entre las llamas del templo que acababa de destruir.
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Wisam atravesó lo que quedaba de la verja derretida de las murallas. Miró la
extensa explanada de la entrada hacia la Casa Real llena de cuerpos inertes de los
soldados de la guardia del rey y otros cubiertos con las prendas negras de los
suyos. Los soldados del rey habían luchado ferozmente y habían defendido su
territorio a pesar de que sabían que iban a perder. Muy heroico. El grupo de los
Místicos infiltrados, había echo un buen trabajo y se había encargado de matar a
todo el mundo, exceptuando a las criadas y a los reyes.
Con paso firme pero decidido, Wisam subió la pequeña colina hacia el
templo de Apolo. Se paró justo al pisar el suelo de mármol y se volvió para mirar
hacia el pueblo. Parthos ardía, lloraba, gritaba, se consumía, moría. Wisam sonrió
de satisfacción y pensó que en aquel momento, tal vez Allen ya estría muerto y
enterrado, y el collar de Luna y Sombras era por fin suyo. Él conseguiría el poder y
ella una de las runas que tanto ansiaba.
Se ajustó el cuello de la camisa y se pasó su mano ardiente por el pelo. Las
llamas desaparecieron y en su lugar se pudo ver el pelo recortado, firme y castaño
oscuro que lo caracterizaba. Respiró y entró dentro del templo, donde los últimos
supervivientes de Parthos yacían debajo del gran árbol. Se colocó frente a ellos y
los miró sonriendo.
– Espero que mis hombres no os hayan tratado con mucha dureza – cogió a la
reina por el brazo obligandola a levantarse –. Mi reina, su belleza me
abruma, pero su hija es más hermosa. Y más joven.
Hanaka le escupió en la cara. Wisam la abofeteó y luego se limpió.
– Se lo que buscáis y se lo que sois – dijo Hanaka enfadada zafándose de la
mano de él –, no conseguiréis que rompa el sello para vuestro disfrute.
– No tenía pensado que lo hicieras tú, sino, tu hija – la empujó al suelo y cayó
junto a su marido.
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Un Místico se arrodilló ante él.
– Señor, tengo que informarle de algo importante.
– Procede – dijo automáticamente.
– Mi señor, estoy en la obligación de comunicarle que su sobrino Allen, no se
encontraba en Parthos.
– ¿¡Qué!? - se giró, con paso apresurado corrió hacia las columnas y se asomó
para ver el pueblo –. Eso es imposible, sino está en la capital ni en los
pueblos de al rededor... debe de estar aquí, en la Casa Real.
– No mi señor, hemos pensado lo mismo que usted pero...
– Pero... ¿qué? - volvió al centro del templo junto al árbol -. ¿Donde está la
princesa?
Otro de sus soldados se acercó.
– No lo sabemos.
Wisam se masajeó las sienes y miró a sus soldados.
– ¿Habéis mirado por todos lados? - preguntó desquiciado.
– Sí, señor.
– ¿De verdad?
– Si se fija bien, amo, en Parthos ya no queda nada en pie salvo éste templo.
Eso lo hizo momentáneamente feliz, pero no lo suficiente para olvidar que
su sobrino Allen y la princesa no aparecían por lugar alguno. Unas hojas cayeron
de lo alto del árbol en el hombro de Wisam. Éste la cogió y miró hacia arriba,
todos miraron hacia lo más alto del árbol y contemplaron la esbelta figura de la
princesa y su cabello largo y sedoso. Ella con agilidad fue saltando de rama en
rama hasta caer al suelo, delante de Wisam.
– Efectivamente, eres mucho más hermosa que tu madre y...
– No – interrumpió Ely –, no intentes adularme o lo que quiera que estés
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haciendo para que rompa el sello, porque, no lo haré.
– Hija... - intentó hablar con ella su madre.
– Cállate – ordenó Wisam –, está hablando conmigo – se giró y cogió un
mechón rojizo de Ely -. ¿De verdad no me harías ese pequeño favor?
– Ni en sueños – retiró con brusquedad la mano de Wisam.
– Yo no se qué tienen las mujeres de esté país que me rehuyen. Debe de ser el
clima.
Ann, a escondidas mientras Ely entretenía al manda más, rompió las cuerdas que
ataban a Hele y a las pequeñas Roxana y Haydee, los demás, incluyendo a Alice, su
madre, estaban demasiado lejos para ayudarlas y podrían verla. Abrió un agujero en
el suelo con los brazos extendidos y metió a las tres dentro.
– Seguid hacía delante, cerraré el agujero para que no os descubran, podréis
ver el túnel gracias a unas flores luminosas que he creado que parecen
dientes de león, son muy bonitas y brillantes, pero no las toquéis, se
apagarían todas al instante como una especie de camuflaje – dijo en un
susurro.
Wisam alzó la voz.
– Corred – insistió Ann y cerró el agujero.
Con agilidad se subió a las ramas de Escalus para ocultarse entre el follaje, mirando
la escena que tenía lugar y preparada para cualquier imprevisto, por si Ely
necesitaba de su ayuda.
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Allen miraba con furia e impotencia, mordiéndose el puño, cómo ardía
Parthos. Sus ojos claros captaban el brillante fragor de las llamas que destruían
todo a su paso y mostraban un brillo intenso. Tenía ganas de llorar, quería llorar...
necesitaba llorar, pero, no podía hacerlo ni debía. Gil miraba a Allen desde proa.
Sentía la ansiedad de Allen, sentía la impotencia de no poder hacer nada. Sus ojos
violetas se centraron en las llamas que estaban consumiendo miles de vidas. Sonrió
lleno de tristeza y pesar, era más doloroso mirar y no poder hacer nada, que luchar
y perder. Se sentó en la barandilla de madera del Pigmalion y hundió la cara entre
sus manos.
Fly salió a cubierta evitando mirar la ciudad, mirando al suelo y el reflejo de
las llamas y de las sombras contra éste. Llegó al lado de Allen y lo miró apenada. Él
no le devolvió la mirada, ni siquiera la apartó ni un segundo de la ciudad.
– Se lo que está pasando dentro de tu cabeza – dijo Fly sabiendo que él la
estaba escuchando a pesar de que parecía estar lejos de allí.
Allen dejó de morderse el puño y dejó caer sus brazos a los costados, pero no
apartó la vista ni un segundo, del templo donde ella estaba.
– Dije que éste plan era absurdo, no debería haberla dejado ir. Esto la va a
matar por dentro y corre peligro allí sola.
– Si tanto te preocupa, deberías haber ido con ella, ¿no crees?
– Eso es muy cruel – suspiró –, y no quiero verle la cara a ese malnacido de...
Wisam – pronunció el nombre con dificultad.
– ¿No es noble que ella intente salvar a sus padres a pesar del peligro?
– Lo es, y no lo discuto, pero sigo pensado que deberíamos habernos
marchado antes, sin mirar atrás – miró a Fly confuso por sus palabras –, eso
es lo que hice yo – dijo dándose cuenta –, huí, eso me carcomió por dentro
todavía más, estuve dos años sufriendo por los que murieron aquella noche
de fiesta en Athos, lo recuerdo, pero, sufrí todavía más cuando me asaltaba la
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incertidumbre de si mis padres seguirían con vida o no.... yo... - sus ojos
parecían estar apunto de llorar pero él reprimía las lágrimas.
Fly lo abrazó.
– Se que no quieres que ella pase por lo que tu pasaste, pero las dos únicas
opciones que tiene son moralmente destructivas para ella. Huir dejando todo
atrás sin saber si sus padres seguirían con vida culpándose durante lo que le
restara de vida, o quedarse y presenciar su muerte. Ella ha decidido lo
segundo y está preparada para ello, sabe que es imposible que ellos salgan
con vida de ésta, incluso creo que sabe que tal vez ella morirá – Allen le
devolvió el abrazo al escuchar lo que no quería escuchar. Él apoyó su
barbilla en la cabeza de Fly –, pero – dijo ella deshaciendo el abrazo y
cogiendo a Allen por los hombros. Lo miró a los ojos –, ella tiene algo que
tú no tuviste aquella trágica noche de hace dos años.
– ¿Qué es lo que ella tiene? - preguntó Allen confuso.
Ella suspiró y soltó a Allen alejándose un poco.
– Iré a ayudar a Atedus y Dirían con el túnel de rescate de Ann – sonrió
amargamente –, espero que podamos salvar a alguien.
Allen se revolvió el pelo mirando como Fly se alejaba por las maderas donde el
Pigmalion, el nuevo Pigmalion, permanecía amarrado.
– ¿¡Qué es lo que tiene!? - volvió a preguntar.
Fly miró la arena de la playa a sus pies y giró sobre sus botas de cuero marrón
oscuro.
– ¡Te tiene a ti, idiota! ¿O vas a quedarte ahí pasmado? ¡Ella te necesita a su
lado! ¡Los dos camináis por el mismo camino! ¡Toda la tripulación del
Pigmalion comparte destino y coincidencias! ¡Abre los ojos!
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El ambiente estaba tenso. Los Místicos con la franja roja en el cuello se
habían retirado y habían dejado paso a los que llevaban una franja violeta y azul.
Aire y agua. Pensó rápidamente Ely sabiendo exactamente lo que Wisam se
proponía hacer.
– Rompe el sello – ordenó Wisam perforando con sus ojos azules los negros
ojos de Ely.
– No.
Wisam suspiró y se apoyó en una columna. Hizo un gesto a sus soldados y
éstos cogieron a las criadas, entre ellas, Alice. Ann temblaba de puro nervio e
impotencia, todavía no había sucedido pero sus ojos se llenaron de lágrimas que
pugnaban por salir.
Los Místicos del aire sostuvieron los cuerpos en éste, ellas chillaban y
gemían de puro miedo, pataleando suspendidas sin poder coger o agarrarse a nada,
sin sentir el suelo firme bajo sus pies. Los Místicos del agua deslizaron las plantas
de los pies hacia los lados bajando los brazos, tocándose la punta de los dedos,
formando una pirámide con las manos. Las criadas recurrieron en ultimas
instancias a los dioses, suplicando por sus vidas. Menos Alice, que pedía salud y
protección para su hija y un buen lugar en el Averno, porque ni los dioses podían
ayudarlas ahora, ni ellas podían salvarse de ninguna manera. Los soldados en
formación, manteniendo la posición, hicieron un gesto brusco con las manos y
respiraron con fuerza. No pasó nada.
– ¿Estáis bien? - preguntó Wisam -. ¿O acaso no os atrevéis a terminar vuestro
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trabajo? ¡Matadlas!
– Amo – dijo uno –, hemos sentido algo extraño – dijo mirándose las manos
–, es como si nos controlaran.
– No digas bobadas, eso es imposible.
Mientras Wisam debatía el tema con suma delicadeza y sensatez, Ely pudo hablar
con sus padres durante unos breves instantes.
– Dudo que os pueda sacar de aquí... pero... no quiero que muráis – dijo de
espaldas sin mirarlos y sin hacer ningún gesto que delatara sus intenciones.
– Mi niña... - dijo su madre –, te queremos, pero tampoco queremos que
mueras...
– No puedo creer que con tan pocos hombres en sus filas, hayan acabado con
mi ejército – se lamentó el rey.
– Contaban con el factor sorpresa... ahora no se si ha sido buena idea no
deciros nada, pero, quería protegeros...
– Lo sabemos, no te preocupes pequeña, sus poderes han sido temibles y
hemos resistido como hemos podido – Dimítri se agarraba el vientre con
fuerza.
Ely se percató de toda la sangre que se estaba acumulando en el suelo a sus pies.
Su padre estaba gravemente herido.
– ¿Dónde está el collar? - le preguntó su madre.
– Vinculé mi alma a la de los espíritus guardianes y traspasé el sello de Apolo a
mi cuerpo – dijo bajándose la manga de su camiseta azul, dejando al
descubierto su hombro y el tatuaje.
– ¿Espíritus guardianes? - preguntó su padre.
– Sí – explicó Ely –, pocas personas podíamos verlos, pero digamos para
abreviar que me han ayudado desde que era pequeña, en lo bueno y en lo
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malo, y me protegen y me cuidan.
– Con eso me es suficiente – dijo su madre seria –, moriré, sabiendo que estás
a salvo, no te preocupes por nosotros, sigue el camino que dictan los dioses
y sobre todo, y sobre el dictamen celestial, pon ante ello tu propio juicio –
las lágrimas caían por su rostro. Se quitó un anillo de plata de su mano
derecha –. No dejes que las vidas hoy perdidas en ésta cruenta matanza se
pierdan. Lucha siempre y no dejes que los Místicos se salgan con la suya –
cogió la mano de su hija y depositó el anillo.
– Te queremos hija, a ti y a tu hermano – dijo su padre –, se que harás lo
correcto y ahora, deja de retener nuestra muerte – Ely no había podido
reprimir las lágrimas y se había arrodillado ante sus padres y los Místicos
observaban la escena, incluso Wisam dejó de perder el tiempo. Dimítri
limpió las lágrimas de los ojos azules que caían por el rostro de su hija -.
¡Vive y no te rindas! Ese es nuestro último deseo.
– Os quiero – cerró los ojos y dejó que el poder que había retenido de los
Místicos saliera.
El suelo tembló y miles de estalactitas de hielo se clavaron en la piel de las
criadas, perforándolas por completo. Los que ejercían el aire dejaron de hacerlo y
los cuerpos se deslizaron por las estalactitas y estalagmitas. La sangre roja, más roja
que nunca, se deslizó por éstas. Ely lloraba. La mano de su padre se había ido
resbalando poco a poco hasta caer inerte mientras goteaba sangre. No quería abrir
los ojos, pero, tuvo que hacerlo. Reprimió un grito al ver los cuerpos retorcidos de
sus padres, perforados y ensangrentados. Temblaba, pero, los rostros de sus padres
no mostraban miedo a la muerte, sus rostros sonreían y Hanaka y Dimítri se
habían cogido de la mano para morir juntos. Ely se levantó con los brazos a los
lados y miró a Wisam con furia, esta vez con los ojos rojos.
– Vaya, esto es muy interesante... ¿controlas el agua?
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– Sí.
– Vaya, magnífico, acabo de pensar que a ti, no te mataré, eres bastante valiosa
y demasiado hermosa como para matarte.
– Eres odioso – sus puños, sus ojos y su melena comenzaron a arder en llamas
de ira y furia.
Involuntariamente las llamas alcanzaron las ramas más bajas de Escalus y
éste comenzó a arder. Ann, todavía noqueada por lo que acababa de suceder y sin
pensar en Ely, oscurecido su mundo, se deslizó hacía el suelo, abrió el agujero del
túnel y se marchó sin poder reprimir el llanto, las lágrimas y su voz. Llegó
corriendo a la playa y allí dejó descargar su llanto a pleno pulmón, gritando y
aporreando el suelo arenoso, Iván y John intentaron consolarla.
Escalus ardía. Ely ardía de rabia y comenzó a luchar con Wisam. Él era el
líder de los Místicos y un luchador nato, ella una princesa que había recibido clases
de protección aderezadas con poderes celestiales. El combate estaba bastante
igualado.
Los dos, jadeando, ahora más tranquilos y sin llamas en su cuerpo, solo un
molesto humo que salía allí donde había ardido la piel. Ely se lanzó hacía Wisam
cambiando sus ojos rojos por el azul. Su rapidez no dio tiempo al líder a reaccionar
y ella fue capaz de agarrar el brazo de Wisam. Ella rió. El hielo comenzó a
apoderarse del cuerpo de él, incapacitándolo para realizar cualquier movimiento.
Los soldados dieron un paso para intentar ayudar a su amo, pero éste negó con la
cabeza y su pelo comenzó a arder en llamas, consumiendo el hielo con dificultad.
Ely no dejó que terminara y cambió sus ojos al verde. Ramas violáceas, rojizas y
espinosas cargadas de veneno comenzaron a trepar por las piernas de él. A pesar
de su situación, sonrió.
– Agua, fuego y tierra, si ahora me dices que controlas el aire, me
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sorprenderás.
– Así es.
– Has roto el sello y te has echo con el collar – declaró.
– Sí – ella saco el collar de la bolsa y metió el anillo de su madre. Se puso el
collar y anudó la bolsa a su cinturón –. Me pertenece y jamás será tuyo – sus
ojos se tornaron rojos, su pelo se alzó como una inmensa llama -. ¡Jamás! -
repitió.
Con estrépito, el gran árbol comenzó a caer derrumbando la parte oeste del
templo. La confusión del momento fue la calve perfecta. Los Místicos de las
plantas ayudaron a su amo a zafarse de las zarzas. Los del fuego terminaron de
derretir el hielo y Wisam asestó un golpe a Ely que la dejó semiinconsciente en el
suelo, cerca de los cuerpos de sus padres.
Aquél golpe había sido demasiado bruto y las articulaciones de Ely le fallaron y sus
fuerzas menguaron. Sus ojos se estaban cerrando a pesar de que ella no quería.
– Eres sorprendente y una rival bastante digna – dijo Wisam de pie frente a
ella –, pero a pesar de ello, sigues siendo una princesita mimada.
Borroso, negro, borroso, sombras, Allen. Fueron las últimas imágenes que Ely
pudo ver antes de cerrar por completo sus ojos, ahora, por fin, negros.
Allen miró a Ely inconsciente en el suelo. ¿Había llegado tarde? Corrió y se
arrodilló a su lado. La gente a su alrededor todavía estaba confusa y sorprendida
por su repentina aparición. Allen cogió a Ely entre sus brazos y luego se enfrentó
cara a cara con la mirada de su tío.
– Eres...
Allen escupió al suelo y dejó que el collar de Luna y Sombras centellara y tintineara
en su pecho, por fin había aceptado su destino.
– Vaya... has sabido como crecer, mi querido sobrino – sonrió falsamente con
los brazos abiertos como si esperar un abrazo -. ¿Te has echo también más
128
fuerte?
– Y más listo – dijo al fin –, y... si de algo estoy seguro es que los collares,
jamás serán tuyos.
– Parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para fastidiarme el día –
miró a Ely y luego a su sobrino –, un momento – se dio cuenta al fin -. ¿Os
conocéis?
Fue demasiado tarde. Las sombras emergieron, más horribles que nunca. El tronco
de Escalus se había consumido y ahora no eran más que simples cenizas. Allen dio
un paso atrás y dejó que las sombras los engulleran. Los Místicos abrumados por
aquel poder salieron del templo.
– Recuerda, querido tío, lucharemos y lo haremos hasta el final – sus ojos se
volvieron violetas –, atente a las consecuencias de tus propios actos, una vez
más, te quedas solo, manchado de sangre y sin nada. Me das pena – y se
esfumó dejando tras de si, el típico rastro negruzco y a un Wisam con los
ojos desorbitados por la furia y los puños apretados.
El templo de Apolo estalló en miles de pedazos de mármol que se dispersaron.
Trozos grandes de columna azulada en llamas cayeron en el jardín salvaje
aplastando flores y rompiendo la fuente de las ninfas, otros trozos blancos cayeron
al mar estrepitosamente. Wisam se encontraba jadeando y rodeado de fuego,
contemplando la mancha negruzca que habían formado las sombras de Allen.
Comenzó a caminar lentamente pisando las cenizas de lo que una vez fue el pasillo
que conectaba la Casa Real con el templo. Miró con furia a sus soldados.
– Sigue en Parthos – dijo más para él mismo que para sus seguidores -.
¡Buscadlo! ¡Matadlo y traédmelo! - nadie se movió recordando lo fuerte que
era ella y lo bien que controlaba los poderes, pues estuvo apunto de vencer a
su líder y el extraño poder que poseía él, terrorífico y devastador -. ¿Es que
tenéis miedo de dos simples mocosos?
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Ella apareció delante de Wisam rodeada de un humo rojizo y espeso que dispersó
con la mano.
– Otro fracaso inminente – rió –, tu cara es bastante divertida, sólo por eso
vale la pena dejar que se lleven los dos collares.
Wisam ardía de rabia e impotencia. Un grupo de hombres y mujeres uniformados
de negro, unos con la franja roja otros con la franja verde, se postraron ante ella y
ante Wisam.
– Mis señores – dijo Hernán inclinándose –, la capital ha sido completamente
destruida, ¿quiere que nos encarguemos de los pueblos de los alrededores?
– Eso ahora da igual – dijo mordiéndose el puño furioso –. Allen y Elisabeth
han escapado, pero presiento que siguen en Parthos.
– Nosotros iremos tras ellos, los buscaremos y luego los mataremos – dijo
Mania –, será un placer matarlos por vos.
Wisam sonrió.
– Entonces estáis perdiendo el tiempo aquí, id y matadlos – todos se
dispersaron chillando eufóricos –, esos collares deben ser míos.
– Y las runas serán mías – dijo ella todavía rodeada por aquel extraño humo –,
he de irme querido, tengo unos asuntos que atender – sonrío.
– Eris – pronunció Wisam lentamente –, eres una diosa que se aburre
fácilmente.
– Lo sé, desde aquella boda a la cual no fui invitada pero que al final acabó
gustándome – suspiró exageradamente -, no he vuelto hacer nada
interesante.
– ¿Interesante? - Wisam pasó su mano por encima del bordado dorado que
tenía en el pecho. Una manzana, el símbolo de la diosa Eris –. Troya tal vez
ardió por tu culpa.
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– ¿Mía? ¡Ja! - rió desplegando sus alas negras y largas, como las de un
murciélago, pero no eran feas y repugnantes sino elegantes y majestuosas –,
yo solo puse el granito de arena, Zeus se encargó de hacer la montaña, me
encantó como terminó eso, espero que esto acabé igual o peor, de
momento.... Troya uno Wisam cero, vas perdiendo querido.
El humo rojizo a su alrededor la engulló, sus alas encerraron su cuerpo y
desapareció engullida por aquel humo que todavía flotaba en el aire.
– ¿Perdiendo? - se cruzó de brazos – es obvio, soy un mortal que aspira a la
apoteosis, se empieza perdiendo, sino luego la victoria no resultaría tan
dulce.
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Capítulo siete: Sedah
«[...] el tema había sido la naturaleza de la Historia, la imposibilidad de dar ninguna explicación coherente de los acontecimientos que no fuera en sí misma una falsedad. La imposibilidad de conocer la verdad por medio de generalidades
y la imposibilidad de aprender sin estudiar por medio de ellas.» Daniel y Armand, en La reina de los condenados, Anne Rice.
«Pues los dioses, aunque tardan en ver, ven muy bien cuando el hombre que deja de venerarlos enloquece.»
Sófocles (c.496 b. c. - c.406 b.c) “Edipo en Colono”
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El barco navegaba veloz por la costa, rodeando lo que una vez fuera el
puerto más grande y transitado de todo Átharos. Aria ejercía su poder e impulsaba
el barco a mucha velocidad, huyendo de los Místicos que se habían percatado del
cambio de barco y que el viejo Pigmalion, que se encontraba en la cala oeste,
estaba abandonado, ahora ya, destruido y quemado por los Místicos.
Les perseguían y estaban bastante cerca. Los Místicos intentaban
atacar, pero los espíritus guardianes defendían el barco, desprendidos de su sheut,
dejando ver su fantástica, celestial y verdadera forma. Fire imponía respeto, su
cuerpo encendido en llamas rojizas se movían incesantes con un extraño latido,
como si un corazón palpitara y estuviera vivo. Sus facciones y constitución eran las
de un hombre fuerte, con dos puntos rojos llameantes como ojos, sus manos y sus
pies apenas tenían la forma de los dedos, en su lugar, llamas amarillas y anaranjadas
tocaban el suelo de madera del Pigmalion, sin llegar a quemarlo. Proporcionaba la
luz adecuada para poder ver en aquella noche oscura.
Terra era duro y corpulento, era como un hombre hecho completamente de
piedra, una piedra plana y rugosa. Tenía manos humanas, pero sus piernas
terminaban en una especie de garra curvada que daba el aspecto de estar afilada.
En su rostro solo se podían apreciar dos ojos tallados en la piedra que se movían y
parpadeaban. Una inminente hiedra mantenía las piezas de su cuerpo unidas.
Aria flotaba encima del barco, proporcionando aire a las velas. Su cuerpo era
intangible, era como humo blanco, con forma de mujer, cabello y pechos incluidos,
no tenía pies, el rastro de humo se difuminaba en las caderas, dejando una estela
blancuzca en el cielo que desaparecía al cabo de unos segundos. Su pelo formaba
ondas en el aire y se rizaba en la punta. Su cuerpo también producía un extraño
palpito de vitalidad.
Regen se había disuelto en el agua del mar e impulsaba el barco desde abajo,
controlando las corrientes marinas.
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Luna y Shadow seguían en su diminuta forma, no eran necesarios, de
momento. Los espíritus de los elementos eran visibles a los ojos de todos al
haberse desprendido de su sheut. Los Míticos se fascinaron al verlos e incluso
sintieron algo de pavor.
Allen apareció en cubierta con Ely en los brazos. El barco tembló a causa del
poder que ejercían los espíritus para repeler el ataque de los Místicos. Para no caer,
Allen apoyó el cuerpo de Ely en el suelo agarrándole la cabeza. Gil y Ann
corrieron agachados hacía Allen esquivando rocas, fuego y flechas de hielo.
– ¿Qué ha pasado? - preguntó Gil.
– Lo que tenía que pasar – dijo Allen apartando el pelo de la cara a Ely –.
Beth, abre los ojos, por favor.
Ann extendió la mano cerca de la nariz de Ely e hizo emerger de la palma de su
mano una extraña flor de pétalos azulados y pigmentos morados que desprendían
una fragancia fuerte y penetrante. Ely se removió inquieta en los brazos de Allen
arrugando la nariz. Dejó salir un gemido de dolor y se agarró el vientre con ambas
manos mientras abría los ojos lentamente.
– Bienvenida – dijo Ann cerrando la palma de la mano haciendo desaparecer
la flor en un estallido de polvo azul -. ¿Estás bien?
– No – dijo mirando al cielo negro plagado de estrellas reprimiendo las
lágrimas, la miró -. ¿Y tú? ¿Estás bien?
Ann se mordió el labio y las lágrimas cayeron silenciosas por sus mejillas.
– Si, estoy bien – suspiró, cerró los ojos y sonrió apesadumbrada –, no hay
otro remedio.
Ely se zafó de los brazos de Allen y ayudada por Ann se levantó para mirar
mejor lo que les rodeaba. Parthos seguía ardiendo y gritando. Ely se tapó la boca
con las manos llorando silenciosamente sin dejar de ver su hogar consumido en
llamas altas y devastadoras. ¿Se había equivocado? Todos habían luchado pero en
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vano, habían muerto de las maneras más crueles. Ahora entendía lo que era una
guerra, y no una cualquiera. Los Míticos cada vez estaban más cerca del barco.
Luna y Shadow se miraron entre ellos y asintieron. El sheut de Luna comenzó
a resquebrajarse y una luz blanca comenzó a emerger por las fisuras. Su pelo
dorado adquirió un tono violeta. El sheut, la sombra, por fin se desprendió del
todo, dejando ver una figura estilizada de mujer. Su pelo era ondulado, sus ojos
eran violetas, sus labios blancos como el mármol, su piel blanca y fría, un vestido
blanco la cubría hasta los pies y se difuminaba en éste. En sus manos se podía
apreciar la forma de dedos mortales. Una extraña luz violeta emergía de ella.
El sheut de Shadow comenzó a descomponerse, como si se derritiera y las
sombras comenzaron a crecer, expandiéndose a lo alto del barco. En pocos
segundos, una figura alta, de complexión fuerte y espalda ancha, miraba con sus
ojos rojos penetrantes desde una altura considerable a la tripulación del Pigmalion
que miraban embobados a los dos seres que acababan de aparecer ante sus ojos.
En el vientre del gigante Shadow se podían apreciar caras y manos que intentaban
salir produciendo un ruido estridente y lastimoso. Las manos de Shadow parecían
arder con un fuego negro infernal, igual que su cabellera. Sus piernas eran negras y
delgadas. Allen miró a ambos, el uno al lado del otro, Shadow gigante, Luna del
tamaño de una persona.
– ¿Qué hacéis?
– Tú solo no podrás transportar entre las sombras un barco tan pesado y cargado de gente – dijo Shadow con una voz potente y gutural. Señaló
con su gran dedo a Allen –, tu corazón no lo soportaría, tu espíritu tampoco.
– Cuando estuvimos en Sedah, te peleaste con Gil porqué no te dejaba ir solo
– dijo Luna con una voz melódica –, yo intenté explicarte que con nuestro
poder sería posible y que queríamos ayudarte, pero te negaste a escucharme.
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– Lo siento – dijo Allen –, pero en aquel momento no pensé demasiado,
perdona Luna.
Los Místicos al ver a Shadow se sintieron un poco cohibidos y por unos
momentos dejaron de lanzar flechas de hielo y rocas en llamas, preguntándose qué
sería aquella cosa enorme y terrorífica.
– Ahora déjanos a nosotros, os sacaremos de aquí.
– Gracias, Shadow – dijo Allen.
Allen se acercó a Ely, la abrazó por detrás y le tapó los ojos.
– No quiero que lo último que recuerdes de tu hogar sea el día de hoy.
– Déjalo Allen – dijo Ely intentando quitar la mano de Allen de sus ojos –, soy
capaz de verlo... se que...
– Lo sé – la interrumpió y le dio la vuelta para que le mirar a él y no a Parthos
–, no dudo de tu capacidad, solo digo que después recordarlo será
demasiado doloroso, deja que esté a tu lado, hazme caso.
Le miró y agachó la cabeza. Lentamente lo abrazó y dejó que él la acunara de
un lado a otro. Shadow y Luna se habían estado mirando a los ojos durante un
largo rato. Luna asintió y con una rapidez propia de algo inhumano, Shadow estiró
las manos y engulló entre éstas a Luna que se convirtió en polvo blanco y violeta
que cubrió todo el barco. El cuerpo gigante de Shadow comenzó a engullir el
barco entre sus fauces hasta acabar cubriéndolo por completo, cubriendo con un
halo de oscuridad a la gente que navegaba en él. Los pequeños puntos brillantes
que pertenecían a Luna comenzaron a brillar intensamente con aquella luz violeta
que la caracterizaba. Los Míticos retrocedieron en sus barcos cubriéndose el rostro
con el brazo, la luz era demasiado intensa y cegadora. En segundos el barco
desapareció dejando un rastro negruzco y violeta en el aire.
– Fantástico – dijo Hernán acuclillado en la barandilla del barco -. ¿Qué le
decimos ahora al manda más?
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– ¿Qué tal la verdad? - dijo Mania sentada en la barandilla haciendo girar una
rosa violeta entre sus manos.
– ¿Qué es esa rosa?
– Un mensaje – se acercó la rosa a los labios –, un mensaje de un sacerdote
muy pesado – suspiró –, sólo reaccionará ante Eris... pero... ¿es un mensaje
de advertencia o simplemente una amenaza? Apolo debería ser más sutil y
un poco más directo.
– No puede. O hubiera echo algo en cuanto a lo sucedido en Parthos, Zeus
debería ser un poco más benevolente, ni siquiera por ayudar a unos
inocentes ha movido un rayo por zanjar su prohibición. ¡Qué cruel! Me
encanta.
– Por cierto – dijo Mania sorprendida -. ¿Has visto quién iba en ese barco?
– Sí, uno de los nuestros.
– ¿Estará infiltrado?
– No lo sé – dijo Hernán –, él siempre ha sido uno de los mejores con el
dominio del fuego y en la lucha también. Wisam le tenía mucha estima.
Mania pensó todavía con la flor en la mano.
– Hablaremos con Wisam – sonrió –, esperemos que esté infiltrado, sino
Wisam le matará. Y esa lucha sería algo digno de presenciar.
Ella se aguantó la risa y se ajustó su vestido de gasa blanca, mirando como
los humanos sonreían y se reían de su propia estupidez.
– Se ríen de ti, tal vez no me desagradan tanto como yo creía – miró hacia el
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barco de los Místicos –, son crueles, pero igual que tu no has echo nada aquí,
yo tampoco lo hice en Athos, no me puedes reprochar nada.
Él la ignoró.
– Al menos yo he estado a su lado y la he ayudado y aconsejado – se mesó su
cabello dorado y miró a su acompañante con sus penetrantes ojos verdes.
– Pero tenías motivos ocultos, admítelo Apolo... digo, Lucas, has estado
dieciocho años arrodillado ante esa mocosa mortal, ¿te has vuelto a
enamorar?
– No, hermanita, claro que no – sonrió –. La quiero y no te lo voy a negar,
pero me atrajo desde un principio su gran parecido a ella – suspiró -.
Ártemis, tal vez ella pueda deshacer la maldición que pesa sobre Anna y yo.
– Es decir – dijo ella acariciando a su ciervo de pelaje color canela –, que lo
que le pase a los mortales te da igual, tú sólo quieres que Elisabeth rompa la
maldición que pesa sobre ti y Anna.
– Exacto – dejó que su cabello dorado cayera mechón a mechón y sus
facciones se alargaran, un incipiente pelo negro ondulado con reflejos
azulados emergió largo y sedoso, un halo celestial lo envolvió, sus ojos
azules resplandecían.
– Bravo – dijo Ártemis aplaudiendo –, pensé que te habíamos perdido, pero,
ahora dime hermanito, ¿ahora me hablas después de tantos siglos en
silencio?
– Vale, está bien – dijo Apolo sentándose en una roca acomodando su lira en
el regazo –, ya se que no nos llevamos bien, pero necesito un favor.
– Claro – dijo despreocupada -. ¿Cuál es ese favor que piensas pedirme?
– Deshaz el cinturón de nubes que separa Átharos en dos.
– ¿Qué? ¿Te has vuelto loco? - se recogió el pelo hacía atrás en un retocado
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moño dejando algunos mechones sueltos -. Ese cinturón lo creamos Hera,
Afrodita, Atenea, Hestia, Gea, Deméter y yo, aunque quisiera no podría
deshacer lo que ya está echo. La maldición de Timmoë.
Apolo sabía la respuesta desde un principio, pero escucharla era mucho peor.
Suspiró mirando como ardía Parthos, de verdad que allí había sido bastante feliz,
muy feliz junto a Anna y ahora aquellos recuerdos se sucedían en su cabeza.
Recordó la primera vez que la vio. Estaba resplandeciente mientras miraba
seriamente a Escalus. Él había viajado a Átharos con el único cometido de volver a
sellar el collar en el árbol, sin tener porqué revelar su verdadera identidad, pero
Anna había sido muy perspicaz y le había descubierto. Para su sorpresa, se
encontró siguiéndola, ya que su mera presencia le era indiferente y sin la
intervención de las flechas de Eros, que una mortal le ignorara era inusual, a pesar
incluso de que ella se había percatado de su atractivo.
– Eres enamoradizo de nacimiento y, si los libros no mienten, todos acaban
mal, el que peor lo pasas eres tu... ¿no te cansas de amar una y otra vez? - le
había preguntado Anna.
– No lo controlo yo, es inevitable – había sonreído él -, y, aunque duela, no
cambiaría ese sentimiento por nada.
– Vaya... – Anna parecía haber recordado algo -, me gustaría saber qué se
siente al estar enamorada tan profunda y amargamente.
– Hazlo, enamórate de mi, los mortales lo hacéis constantemente – él se había
divertido molestándola pero ella, ella no estaba interesada.
– Ni en sueños hijo de Zeus, ni en tus mejores sueños.
Todos aquellos recuerdos, lo distante que había sido Anna al principio y lo
cariñosa que fue al final lo tenían atrapado en el pasado irremediablemente. Volvió
a suspirar con la mirada fija en las llamas.
– No te pongas así, todavía no ha bajado a los infiernos y ya estás pensando en
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que crucen el cinturón – Ártemis se encogió de hombros y se subió al ciervo
–, de todos modos cuenta conmigo, tal vez deshacerlo no podría, pero algo
se podrá hacer.
Apolo sonrió y vio como su hermana se alejaba adentrándose en el bosque. Se
puso en pie de cara a las cenizas que una vez fueron la capital de Parthos. Acarició
su lira.
– Ayudar no hubiera podido aunque quisiera, estaba escrito que Parthos debía
morir y así ha sido, pero tocaré por las inocentes almas que vuelven al
Averno para ser una vez más purificadas.
Suspiró. A su lado había aparecido Hermes que contemplaba el estropicio. Todo
sembrado de almas desconcertadas y perdidas que se lamentaban junto a su cuerpo
mortal.
– ¿Mucho trabajo? - preguntó.
– Bastante, a éste paso no daré abasto – Hermes se encogió de hombros –, tal
vez deba colgar las alas – se estiró –. Odio las guerras.
Apolo le sonrió y Hermes salió corriendo a cumplir su trabajo guiando almas al
infierno. Apolo se encogió de hombros, cerró los ojos y empezó a tocar la melodía
más hermosa jamás oída por mortales.
Cogió su vestido de seda brillante por las puntas y subió las escaleras de
mármol, lo soltó y miró la cúpula de nubes doradas encima de su cabeza. Suspiró.
Se apresuró a cruzar la plaza para seguir subiendo escaleras ribeteadas en oro y
plata. Llegó a una gran puerta con tiradores, se ajustó su diadema plateada y sin
tocar la puerta, la abrió. Rodeó la fuente que se encontraba en el medio y se acercó
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al trono sentándose en uno de sus brazos.
– Querido, quedarte aquí mirando lo que pasa te destroza por dentro – suspiró
–, elimina las prohibiciones, total tus hijos ni las cumplen.
– Algunos si lo hacen – rió –, además si las cumplieran no serían mis hijos. Las
prohibiciones están para romperse, para darse cuenta de que hay algo en la
vida, tanto mortal e inmortal, por lo que vale la pena romperlas.
Zeus miró el cúmulo de nubes frente a él. Unas imágenes se sucedían
lentamente. Parthos ardiendo, los Místicos riendo y bebiendo eufóricos. Allen
abrazando a Ely. Zeus cerró los ojos apesadumbrado. Tenía un mal presentimiento
en cuanto al destino de Átharos. Hera se levantó y miró hacia el mundo mortal
apoyada en una columna de oro. Zeus se colocó a su lado.
– ¿Crees que algo de esto servirá? Todo el mundo sabe que ese tebano ciego
estaba loco, le hicimos caso y creamos algo que no alcanzamos a
comprender – rió –, y ni siquiera él tiene respuestas, vaya don más molesto
le otorgaste.
– Todo sucede por algún motivo – se mesó su larga barba –, de momento
dejemos que mi protegido siga su largo viaje.
– Tu protegido... - dijo Hera con cierto odio.
– Ni se te ocurra hacer nada o te mando directa al Tártaro, me contuve en
cuanto respecto a Heracles, pero no haré lo mismo si tocas a Allen – la miró
desafiante –, recuerda que él es la salvación para todos. ¿No tienes miedo,
querida?
– ¿Miedo? ¡Ja! - se cruzó de brazos y fulminó con la mirada a su infiel marido
–. Átharos es grande, sólo que ahora está dividida, siempre nos quedará la
otra mitad. ¿Cómo lo llaman los Athareños? ¿Tierras Inexploradas?
– No te quedes quieta creyendo que no sucederá. Todos los dioses que residen
en el Olimpo y los que no tienen miedo a que los mortales consigan vivir sin
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nuestra ayuda y protección... ¿sabes lo que significaría eso? Nuestra muerte y
desaparición.
– Hay excepciones, pero no podemos morir.
– ¿Eso crees? - preguntó Zeus volviendo a sentarse en su trono –, todo es
posible, ha sucedido pocas veces en circunstancias difíciles, pero, puede
suceder – sonrió mirando lo enfadada que estaba su esposa –. Se lo que
piensas y no. Ni nosotros somos superiores a ellos, ni ellos inferiores a
nosotros, tampoco quiero decir que seamos iguales, ellos son frágiles y
nosotros no. Nos sentimos atraídos hacia ellos por todo lo que les sucede,
por todo aquello que les ronda por la cabeza, sus actos, su vida, su a veces
inutilidad, su extraño don para aprender ciertos poderes... nos resulta
atrayente y no podemos evitarlo, nos entretenían, pero ahora les necesitamos
para subsistir, en cuanto a ellos, parece ser que en el pasado no fuimos lo
suficientemente útiles, todavía no tengo claro qué es lo que piensan los
mortales sobre nosotros, qué somos y hasta donde podemos llegar, pero,
deberían saber y tener en cuenta que también tenemos nuestras limitaciones.
– Interesante razonamiento hermano – dijo Hades apareciendo tres escalones
más abajo del trono.
– Vaya, Hades, es inusual verte por aquí.
– Lo sé, he echo un esfuerzo por venir, necesitaba un poco de... luz.
– Seguramente viene a pedir algo – dijo Hera descendiendo las escaleras, se
paró a su lado y lo miró a los ojos.
– Querida cuñada, querida hermana, ni que me hubieras leído la mente.
Ella lo ignoró y continuó bajando escaleras, rodeó la fuente y cerró la pesada
puerta con un fuerte golpe sin tocarla.
– ¿Está enfadada?
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– ¿Y cuándo no lo está? - preguntó Zeus sonriendo–, en fin – se levantó y
abrazó a su hermano -. ¿Qué necesitas?
– Inmunidad – dijo –, tengo entendido que tu protegido y una sacerdotisa,
descendiente de mi querido sobrino Apolo, tienen pensado cruzar la puerta
y hacerme una visita, me complace enormemente...
– ¿Pero? - preguntó Zeus –, siempre hay un pero.
– Está muy bien eso de las visiones de ese Oráculo, hasta dejé que viviera en el
Averno y seguir consciente, profetizando cosas y eso, pero... ¿sabes qué es lo
que me convencería de que ese Allen y Elisabeth son en verdad nuestra
esperanza de salvación? O cómo quieras llamarlo.
– Pide, y si mi convences, tal vez te pueda ayudar.
– Quiero ponerles a prueba, será divertido, eso si, quiero que me prometas y
me jures por las aguas de la laguna Estígia – en su mano apareció una copa
de oro con agua en su interior –, prometeme que pase lo que pase allí abajo,
no interferirá nadie.
– ¿Qué clase de prueba? - preguntó cogiendo la copa con recelo.
– A cambio, yo te juro – en su mano apareció una copa de plata, también con
agua del Estígia. La levantó en señal de juramento –, te juro que no morirán,
te juro que yo mismo les ayudaré a entrar y salir del infierno, es más, ocultaré
a sus ojos aquello que más temen. No verán la realidad, sino un simple
espejismo de lo que en realidad es mi reino.
Zeus pensaba y daba vueltas a su copa, Hades le sonreía. Era una oferta tentadora.
– Acepto – dijo al fin levantando su copa –, recuerda éste juramento, entran y
salen con vida.
– Lo recordaré, tranquilo, la prueba no será muy dolorosa – los dos bebieron
de sus respectivas copas –, mi hijo Shadow me ha ido informando de los
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progresos de Allen, me gustaría comprobarlos, es bastante interesante que
un cuerpo tan frágil pueda poseer tamaño poder. ¡Y sigue creciendo! En
cuanto a ella, tengo serias dudas, pero parece también poseer ciertos
conocimientos y una fe innegable en nosotros, también quiero ponerla a
prueba.
– Muy bien, pero ahora seré yo quien te pida algo.
– Adelante, hermano, pide lo que desees.
– Habla con Hécate, quiero que con su magia nos transmita lo que está
ocurriendo ahí abajo.
– Vaya, veo que no quieres perderlo de vista.
– Por supuesto que no, es mi hijo.
Hades bajó los escalones sonriendo, llamó a las sombras que formaron una puerta
negruzca por la que salía un extraño vaho.
– Es por eso que dejo que ellos dos entren y salgan con vida de mi territorio.
El cuerpo mortal se muere en mi mundo. No quiero que el equilibrio entre
muerte y cuerpo se desestabilice, a pesar de todo él es mortal, predomina en
él.
Hades miró a su hermano y se encogió de hombros.
– En fin, el que él no sepa que es tu hijo... ¿facilita o empeora las cosas?
– Ni lo uno ni lo otro, nadie lo sabe, excepto su madre, tal vez intuyó algo – se
giró y dio la espalda a su hermano -, de hecho, me uní a su madre con la
forma de su marido.
Hades rió y entró en las sombras, antes de que éstas se cerraran, Zeus, escuchó la
voz del dios del inframundo mofándose de él.
– Normal que Hera estuviera enfadad.
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Lanzó otro tronco al fuego que habían echo en la arena para calentarse, su
luz era acogedora y todos se habían sentado a su alrededor. John se sentó al lado
de Ely que estaba envuelta en una manta gruesa, con los ojos fijos en la madera
que se consumía delante de ella. Su cara no tenía expresión alguna pero sus ojos
estaban rojos por haber llorado todo el día. Ann e Iván también miraban hacia la
nada, totalmente callados. Allen miraba la montaña de tierra negruzca. La tenía al
lado, podía alcanzar la cima en segundos y descubrir que eran esas nubes grisáceas
que cubrían la cima, pero él no necesitaba subir, sino, bajar. Ely se levantó y fue a
situarse junto a Allen. Los dos, en silencio, contemplaron la montaña.
– ¿Es ahí donde está la entrada? - preguntó Ely.
– No lo sé... con seguridad – suspiró –, pero si quieres puedes llamarlo
corazonada, es ahí.
Ely llamó a Terra que se situó delante de ella, de una pequeña alforja que tenía el
espíritu sacó un libro enorme que dejó poco a poco en las manos de ella.
– ¿Los Mitos de Átharos? – preguntó Allen.
– Recuerdo haber visto un mapa de los infiernos en él.
– ¿Un mapa del Averno donde ningún hombre mortal puede salir con vida? -
se rascó la barbilla –, está claro que éste libro fue escrito por dioses.
– Escalus me dijo que lo había escrito un guardián de Littêrmundus.
– ¿Littêrmundus? ¿Qué es?
– No lo sé. Me dijo que llegado el momento sabría las respuestas.
Ely acercó el collar a la cerradura del libro y éste se abrió. Pasó las páginas con
rapidez sabiendo exactamente lo que buscaba.
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– Aquí está.
Allen cogió el libro y miró detenidamente aquellos trazos y nombres, la letra era
irregular pero los dibujos eran bastante explícitos.
– Cabe la posibilidad de que sea inventado – dijo él.
– También cabe la posibilidad de que sea sólo un pequeño esquema de lo qué
en realidad es el Averno.
– O que sea el verdadero – dijo pensativo –, espera – le acercó el mapa –, hay
dos puertas.
– ¿En serio?
– Mira, aquí hay unas escaleras y aquí hay una puerta, la Puerta de Marfil.
– Lo dices como si fuera un problema – él la miró –, mejor, tenemos más
posibilidades de encontrar la salida.
Allen cerró el libro y siguió mirándola.
– ¿Estás bien, Beth?
– Por supuesto – le arrebató el libro de las manos y volvió a poner el mapa –,
me centro en el camino que debo seguir, nada más.
Él suspiró sin dejar de estar preocupado. Algo en el mapa llamó su atención.
– ¿Érebo? - preguntó.
– Éste mapa es bastante raro, pero esa parte está más abajo, aquí hay unas
escaleras que lo indican – miró con curiosidad el río y su nombre –,
Phlegethon, el río del fuego, nunca he visto un río de fuego, sería bastante
emocionante verlo.
– Tengo entendido – explicó Allen –, que el Érebo es el lugar más sombrío e
inaccesible de los infiernos, esa escalera me desconcierta, es como si te
dijera, baja y ven, no lo entiendo.
– Eh... ¿qué son éstas sombras con rostro cadavérico?
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– Son las Keres, las sombras devora-almas, con mi poder soy capaz de
invocarlas, pero tenía entendido que las Keres solo se encontraban en el
Tártaro, alimentándose y torturando a las almas corruptas.
– Vaya, éste mapa es bastante raro.
– Al menos tenemos una noción de lo que nos podríamos encontrar, pero no
me fiaría mucho de ese mapa.
– Tienes razón – dijo Ely.
Ella cerró el libro y se lo devolvió a Terra. Allen no paraba de mirarla, ella le
sostuvo la mirada con los brazos cruzados.
– No quiero que me mires con lástima.
– No lo hago, créeme – sonrió –, piensa que vamos a bajar nosotros dos solos,
no voy a dejar que nadie más baje, dejo que bajes conmigo porque
compartimos mismo camino, nada más.
– ¿Nada más? - preguntó ella un poco desilusionada.
– Exacto, nada más – se estiró –, estoy cansado, tu también debes estarlo,
deberías dormir.
– No tengo ganas de dormir, cerrar los ojos sería...
Ely se desplomó en los brazos de Allen y él la llevó hasta donde todos
descansaban, la dejó al lado del fuego y la tapó con una manta.
– ¿Cuando te diste cuenta? - preguntó.
Allen sonrió y con un gesto mandó callar a Shadow para no despertar a nadie.
– Es una minucia, el poder de hacer caer a las personas en un estado de
duermevela lo aprendí hace un año, pero, es mi secreto, nadie se lo espera.
– No está mal – reconoció Luna – espero que seas igual de listo para llegar a
tu destino.
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El sol empezó a iluminar la oscura arena de la playa de Sedah, iluminando
con sus rayos la hoguera ya consumida. Allen pateó la arena con el pie y suspiró
mirando como amanecía. No había encontrado la entrada, pero se había pasado
toda la noche leyendo los Mitos de Átharos, ese tocho de libro que no era ni la
mitad del suyo. Era mucho mejor de lo que él había pensado. «El descenso al
Averno es fácil: la puerta del negro Plutón permanece abierta día y noche; volver
atrás es lo difícil.» Era una frase intrigante. ¿Qué se había tomado Virgilio cuando
escribió eso? ¿De verdad sabía de lo que hablaba? Allen cada vez estaba más
desconcertado. Cerró el libro y se lo devolvió a Terra.
– Por más que busco, no la encuentro.
– Tal vez deberías pararte a pensar – dijo Terra -. ¿Buscas una puerta? ¿una
grieta en la montaña? ¿Un agujero en el suelo? ¿Un túnel?
Se frotó las sienes y en un momento de máxima inspiración miro la cumbre de la
montaña.
– Eres brillante Terra – miró al espíritu –, no busco una puerta, ni una grieta,
ni un agujero... ni siquiera un dichoso túnel, busco aquellas extrañas nubes.
Esa es la puerta.
– Vayamos – dijo una voz detrás suyo. Le miró a los ojos enfadada –, y ésta no
te la perdono, me debes una.
Allen levantó las manos y negó con la cabeza.
– No se de qué me hablas, Beth.
– Ese poder tuyo no sé si es interesante o molesto, no vuelvas a dormirme de
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aquella manera, yo también puedo hacerlo.
– ¿Cómo has sabido...?
– De alguna manera... tus ojos cristalinos se volvieron de un penetrante negro,
pero me di cuenta demasiado tarde.
– Está bien, necesitabas dormir – sonrió -. ¿Cómo te encuentras ahora?
– Mejor, gracias... ¿vamos? - dijo Ely dirigiéndose hacia la maleza del bosque.
– Pero... ¿y ellos? - señaló a la tripulación del Pigmalion -. ¿No avisamos? No
van a bajar con nosotros, pero al menos avisar...
– ¿Para qué? - se sentó en una roca y suspiró. Lo miró en silencio durante
unos minutos, él esperó a que ella hablara-. ¿Sabes qué rige el dios Aión?
– No – dijo Allen pensativo -. ¿A qué viene esa pregunta?
– Creo que es algo que debes saber. Aión es dios de la eternidad, del tiempo
que no cesa, a diferencia de Crono, el tiempo que se acaba. Antes de nada,
decirte que no confundas al padre de Zeus, Crono, con el dios del tiempo,
Chronos – le hizo un gesto a Allen para que se sentara a su lado. Él
obedeció -. Crono es el dios del tiempo humano, Chronos en cambio, es el
dios del tiempo en general, es decir, del tiempo que rodea al universo,
conduciendo la rotación de los cielos y el eterno paso del tiempo. Es pura
energía, es como una fuerza más allá del alcance y el poder de los dioses más
jóvenes.
– Creo haber leído algo sobre eso – se masajeó la sien -, Chronos se aparece
ocasionalmente a Zeus con forma de un anciano de largos cabellos y barba
blancos, pero si, mayormente aparece alejado de todo. Y si mal no recuerdo,
algo que los diferencia a uno del otro es que el símbolo de Crono es la hoz
con la que destronó a su padre, y a Chronos se le suele ver con un reloj en
las manos.
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– Exacto, aprendes rápido – dijo sonriendo -. A nosotros – prosiguió -, a los
mortales, sólo nos rige Crono en nuestra muerte, cuando solemos decir que
el tiempo se nos ha acabado. En vida nos rige Aión y Chronos, porque
nuestro tiempo no cesa jamás, sigue caminando aunque yo muera, aunque tu
mueras, ese tiempo que no implica directamente a una persona. Es como si...
- buscó las palabras adecuadas –, como si Crono tuviera un reloj por cada
mortal en la tierra, Aión les da cuerda, Crono los detiene cuando ya no son
necesarios.
» En el Averno, las cosas se rigen de manera distinta. Según el mapa y otros
escritos, en el infierno crecen las plantas, pero ¿de verdad crecen? ¿o
simplemente siempre son las mismas?
– Vale – meditó Allen –. ¿Quieres decir que si nos marchamos ahora, bajamos
y luego, si Zeus quiere logramos salir de allí, que el único tiempo
transcurrido en nuestra marcha será el tiempo que tardemos en llegar a la
cima y volver?
– Exactamente, eso creo, tal vez... – Ely miró a Ann tapada con una manta
durmiendo plácidamente –. Querrán acompañarnos, se negarán a dejarnos ir
solos y creo que tu y yo sabemos porque no pueden venir con nosotros.
– Tienes razón – se revolvió el pelo y suspiró. Ely se levantó y se puso frente a
él. Los collares brillaban encima de sus pechos. Allen le tendió la mano -,
¿nos vamos, princesa?
– Con mucho gusto – posó su mano en la de él – pero antes necesitamos algo
para pagar al barquero.
– ¿Monedas?
– No, eso es para los muertos, nosotros necesitamos una rama de oro.
Allen sonrió y se frotó la cara.
– ¿Creías que iba a ser fácil? - le preguntó Ely sonriendo.
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– Lo esperaba... - suspiró -, en fin, dime cómo podemos conseguirla.
– Sencillo – se encogió de hombros -, necesitamos encontrar a la sibila de
Cumas, ha de estar en el pueblo – dijo Ely señalando los tejados que
asomaban entre los árboles.
Los dos se cogieron de la mano y desaparecieron de la playa. Una vez en el pueblo
fueron preguntando a la monótona gente de los alrededores, pero todos los
ignoraban.
– ¿Qué les pasa? - preguntó Allen.
– Todo parece apagado y sin vida...
Una anciana vestida de gris y negro cogió a Allen del brazo.
– Después de una guerra a nadie le queda espíritu para nada más, menos a la
gente de las afueras. Si queréis respuestas, buscad el templo.
La anciana soltó el brazo de Allen y le tocó el culo sin pudor.
– ¡Señora! - se quejó Allen.
La señora sonrió y se alejó de ellos.
– Acabas de alegrar el viejo corazón de ésta anciana, joven. Te estaré
esperando.
La anciana desapareció entre las calles. Ely se echó a reír.
– Parece simpática – se cruzó de brazos y entrecerró los ojos mirando a Allen
-, y es lista, sabe donde tocar...
– No... ¿tu también?
Ely seguía riendo.
– Anda, hagamos caso a esa anciana y vayamos a buscar el templo.
– Nadie nos responde... ¿cómo sabremos dónde está el templo?
– Hoy estás espeso, ¿eh? - lo cogió del brazo y caminaron calle abajo -, el
templo está a las afueras de la ciudad, la anciana lo ha dicho.
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Allen se frotó los ojos.
– La falta de sueño pasa factura, pero tu también lees entre líneas...
– Venga, busquemos el templo antes de que todos se despierten.
Consiguieron dejar aquellas calles tristes y carentes de color. A las afueras de
Cumas todo parecía brillar. Los campos estaban bien trabajados y los agricultores
saludaban al pasar sonriendo. Las colinas eran verdes y el bosque frondoso.
– Es realmente bonito pasear por aquí...
Ely se distraía con cualquier cosa. No quería perderse nada. Llegaron a la entrada
del bosque. Un pequeño camino embarrado y lleno de hojas se adentraba entre los
frondosos árboles cuyas ramas y hojas resplandecían con los primeros rayos de sol.
Los dos se giraron. No veían ningún templo por los alrededores.
– Conclusión – dijo Allen encogiéndose de hombros -, está en el bosque.
Caminaron durante un rato, apartando ramas y saltando árboles caídos, hasta llegar
a la cascada. El agua caía cristalina y potente por la roca grisácea y oscurecida por
el verde musgo que crecía en ella. Las ramas de los árboles y otras plantas que
crecían por doquier ocultaban parte de la cascada y del río. Ely bajó hasta el río
sorteando pinchos y raíces, y caminó por encima de unas rocas planas y
resbaladizas, apartando las ramas de los árboles que no les dejaban ver más allá.
– Oh...
Ely se llevó la mano a la boca. Aquel templo era magnifico. Allen se adelantó a Ely
y miró por encima de su hombro.
– ¿Cómo... - Allen también se había quedado sin palabras -... cómo algo tan
hermoso puede estar tan...?
– ¿Alejado? ¿Olvidado? - Ely suspiró -. A pesar de lo hermoso que es, el
deterioro es evidente.
El templo se alzaba en medio del río sustentado por una pequeña isla
formada por rocas y tierra. Tenía un único árbol a su lado. Un cerezo en flor. El
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templo era un thólos, de planta circular, pequeño, apenas tenía cinco columnas,
todas ellas decoradas; pero las plantas y la humedad de la zona habían ido
deteriorando el mármol y los dibujos. Se podía ver el interior completamente, el
altar y a una mujer de blanco rezando. Ely señaló el puente que conectaba la orilla
del río con el templo. Era de madera clara decorado con inscripciones. También
estaba en mal estado y crujía ruidosamente bajo sus pies. Subieron las cuatro
escaleras que los separaban de aquel modesto, pero hermoso templo. La mujer se
giró.
– ¡Usted! - exclamó Allen.
– Ya te dije, joven, que te estaría esperando – dijo la anciana con una sonrisa.
– No se acerque – dijo Allen bromeando poniéndose detrás de Ely.
– ¡Oh, no seas crío! - le reprochó Ely -, tenemos prisa. ¿Recuerdas?
– ¿Qué queréis? - preguntó la mujer.
Allen la miró más detenidamente.
– La buscamos a usted – sonrió.
– ¿Cómo sabes que ella es la sibila?
– Porque nos estaba esperando.
– Muy perspicaz, muchacho, pero yo no soy la sibila – dijo la anciana
girándose -, os estaba esperando porque vuestras preguntas y desesperación
por encontrar el templo, ¡se oían hasta en las islas Mombrobya!
– Vale, no hace falta que se vaya tan lejos – Ely se puso seria -, si usted no es la
sibila... ¿quién lo es?
– Yo soy una antigua sacerdotisa, lo era antes de la guerra, después, me
quitaron mis credenciales. Soy la única que queda e intento por todos los
medios que éste templo no se pierda, pero a la gente le da igual, han perdido
la fe. Lo único que les importa es la estabilidad que jamás tendrán si siguen
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equivocándose como mortales que somos – hizo una breve pausa en la cual
sus pequeños y arrugados ojos se humedecieron -. La sibila murió hace
muchos siglos...
– ¡Genial! - dijo Allen con ironía. Miró a Ely -. ¿A ese dichoso barquero no le
es suficiente unas monedas?
Ely iba a contestar pero la sacerdotisa no la dejó.
– Tu conoces poco el poder que posees – dijo la anciana acercándose a Allen
-, parece saber más ella – señaló a Ely.
Allen levantó las manos en señal de rendición.
– Vale, esta bien, no puedo con esta anciana, ¿cómo sabe ahora el poder que
poseemos?
– Hijo, colgado en el pecho que lo tenéis, llevándolo con orgullo.
Ely se acordó del collar y lo tocó.
– Conozco bien la historia, me la contó mi padre, una historia que heredó de
su familia cuando acogió en su casa a un sacerdote del templo de Apolo,
Brais, aunque lleva muerto muchos siglos – sonrió y miró a Allen -. Si no te
empiezas a conocer a ti mismo, vas a empezar a odiarte, si bajáis vivos no os
aceptará monedas.
– Dejemos de hablar de mi, ¿vale? - dijo Allen mosqueado -, los problemas
que tenga que solucionar ya lo haré; ahora tenemos otra problema diferente.
– Queréis bajar a los infiernos, ¿me equivoco?
– Así es – Allen señaló la cima de la montaña cubierta de nubes -, y esa es la
entrada.
– Yo os creo y siento que la entrada a los infiernos está en ésta isla, pero la
gente del pueblo se reiría de vosotros.
– Más bien nos ignoran – dijo Allen mosqueado de brazos cruzados.
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La mujer cogió a Ely del brazo y comenzaron a caminar hacia el árbol. Bajaron dos
escalones. Era pequeño el jardín, parecía compenetrarse con el templo. El cerezo
en flor estaba en una esquina y bajo éste había un improvisado banco de piedra
grisácea rodeado por hojas y pétalos rosas. Allen las seguía.
– La sibila está muerta, pero no espiritualmente hablando... mm... - la anciana
pensaba -, visto así tampoco está muerta materialmente.
Mientras hablaban llegaron bajo el árbol. Las ramas sobre sus cabezas se agitaban
con la suave brisa, resplandecían con el sol y cantaban con el sonido de la cascada,
suave y penetrante.
– Su regalo, fue volver a la vida más hermosa que nunca.
– Éste árbol...
– Lo es, os presento a la sibila de Cumas.
Ely se acercó hasta el tronco. Terra había salido del collar, todavía medio dormido.
Había notado el poder de aquél árbol. El pequeño espíritu se abrazó a la corteza.
Ely hizo lo mismo escuchando con los ojos cerrados.
– Lo sabía... - dijo el pequeño espíritu.
– Pero es feliz – le dijo Ely -, y nos da permiso para hacerlo.
Terra le sonrió. El pequeño volvió a mirar al árbol y comenzó a jugar con sus
ramas y sus flores.
– ¿Para qué nos da permiso? - preguntó Allen.
Ely se limitó a sonreírle. Alzó la mano hacía una de las ramas y ésta bajó
lentamente hasta situarse en la palma de su mano. Ely acarició dos de sus pequeñas
ramas y las arrancó con suavidad. Al verla, Allen sonrió y entendió por fin aquella
sonrisa de sabelotodo. Es cierto que no había dormido en toda la noche y se sentía
nervioso por bajar a los infiernos, pero no entendía las palabras de la anciana.
¿Odiarse a si mismo? Imposible.
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Ely le enseñó triunfante las ramas con alguna que otra flor y se fue alejando, pero,
el árbol no la dejó. Una de sus ramas se había interpuesto entre ella y Allen.
– Pero... - Ely estaba indecisa y Allen la miraba confundido. Ella se encogió de
hombros -, intuyo que quiere que coja dos más, por si acaso.
– Hazle caso, mejor prevenir que curar.
Ely arrancó dos ramas más y le dio las gracias al árbol. Luego miró a la anciana y la
abrazó mientras Allen toqueteaba las cuatro ramas.
– Muchas gracias por la ayuda.
– De nada pequeña, tal vez yo deba darte las gracias a ti.
– ¿A mi? ¿Por qué?
– Si, puede que hace menos de dos años hayamos tenido una guerra civil, pero
gracias a ti, princesa de Parthos, nos ahorraste una cruel y sangrienta guerra
con Ethol. En la mina trabajaban nuestros maridos con un certificado de
Parthos; podían salir de Sedah para ir a trabajar. A Océano le fastidiaba que
se saltaran su control, pero tenían que ceder, eran las leyes. La inminente
guerra de Parthos y Ethol parecía estar a la vuelta de la esquina y con ella,
nos implicaría también a nosotros, con un rey tan débil que ha caído
fácilmente ante simples amenazas.
Ely calló.
– Siento que hayas sufrido tanto, pero esta anciana tenía que agradecértelo – se
sentó en la roca bajo el árbol -. Cada vez me cuesta más llegar hasta éste
hermoso pero abandonado templo y cuando yo falte, nadie lo recordará.
– Sólo puedo decirle dos cosas, la primera, no hace falta que se disculpe, ¡es el
pasado! Lo había olvidado, además, la capital de Parthos, mi hogar, ha sido
borrada del mapa por la guerra, no se preocupe, tengo la corazonada de que
volverá a resurgir de sus cenizas, se lo prometo; y segundo, lo único que yo
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puedo hacer es despejar el camino hasta aquí, apartando troncos y maleza, le
costará menos llegar – sonrió -, y... tranquila, yo recordaré éste templo.
La anciana por fin dejó que las lágrimas salieran.
– Por cierto – Ely le tendió un pañuelo -, ¿a qué dios está dedicado el templo?
– A Igea, hija de Asclepio, cuyas virtudes heredó de su padre, diosa de la salud.
Siempre la rezo para que me ayude a no morir sin encontrar a alguien que no
olvidé jamás éste hermoso templo que fue y ha sido solo para ella.
Ely le sonrió. Allen, ajeno a la conversación, se acercó a ellas confuso y
mosqueado, con las ramas en la mano.
– ¿No eran de oro?
– Es cierto – dijo Ely mirándolas -, ¿las aceptará ese barquero tan maniático?
– Lo hará, os las ha dado la sibila, ergo, son especiales.
Allen se las guardó en el cinturón y le tendió una mano a Ely.
– Ahora si, ¿estás lista, princesa?
Ella se levantó y cogió su mano por segunda vez.
– Por supuesto, ¡vayamos de una vez!
Sin soltar la mano de Allen Ely besó la arrugada mejilla de la anciana.
– Muchas gracias.
Las sombras los envolvieron y desaparecieron.
– Suerte... y que Zeus os proteja.
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Aparecieron en lo alto de la montaña. Diez luces azuladas se veían entre las
nubes grisáceas de la cima y desde allí arriba, se podía apreciar una especie de
agujero negro que se adentraba en el espesor negruzco de aquel manto de raras
nubes. Se veía perfectamente la entrada desde arriba, pero desde abajo, pasaba
totalmente desapercibida.
– ¿Entramos? - peguntó Allen mirando aquellas pequeñas luces azuladas bien
alineadas, formando un decágono estrellado.
Ely se agarraba con fuerza a él, pues estaban suspendidos únicamente por el poder
de las sombras, tan inestable como terrorífico.
– Me vas a romper alguna costilla como sigas apretando más.
– Me he mareado – dijo retirando su abrazo y cogiéndose únicamente del
brazo de Allen –, no es que me impresione para nada la altura, que lo sepas.
Allen sonrió. Estiró el brazo con normalidad y formó unas irregulares escaleras
con sombras que se adentraban en la negra puerta del averno.
– Vale, puedes soltarme y bajar con normalidad, no te vas a caer, te lo
prometo.
Ely miró las escaleras y luego a Allen.
– Están torcidas – rió.
– Ja, ja, muy graciosa – se inclinó –, las damas primero.
– Está bien – bajó unos cuantos peldaños hasta la apertura, se giró y miró a
Allen desde abajo, sonrió y se lanzó dentro.
No tubo sensación de caer al vacío. Ni la sensación de estar flotando. Era una
mezcla entre ambas. Cuando se dio cuenta ya estaba tocando gentilmente un suelo
empedrado. A su lado se levantó polvo grisáceo y luego escuchó una tos. Ely rió.
– Deberías bajar con un poco más de gracia, como yo – le tendió una mano y
lo ayudó a levantarse.
159
– He echo exactamente lo mismo que tu has echo – se sacudió el polvo del
pelo y de la ropa.
Los dos se acercaron al saliente y comprobaron que eran más escaleras que
bajaban, no eran capaces de ver el fondo, ni siquiera Allen usando el poder de las
sombras.
– ¿Qué pasa si salto? - preguntó Ely.
– No lo sé – la cogió del brazo para detenerla –, pero no lo intentes, hay
escaleras, ergo, bajemos por ellas.
– Muy bien, bajemos.
Las ramas que llevaba Allen en el cinturón comenzaron a brillar con una luz tenue.
Ely las cogió y las flores cayeron. La luz que desprendían fue aumentando
iluminando todo a su alrededor, cegándolos por unos instantes. La luz explotó,
literalmente, y unas pequeñas chispas se apagaron lentamente cayendo al suelo. Ely
le pasó unas ramas a Allen.
– Oro... ¡son de oro!
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Capítulo ocho: Desafío
«La Historia no importa - dijo -. El Arte no importa; son cosas que implican
continuidades que en realidad no existen. Sacian nuestra necesidad de modelos,
nuestra hambre de significados. Pero al final nos estafan. El significado lo hemos
de crear nosotros.»
Lestat, en La reina de los condenados, Anne Rice.
«- Un cantante puede hacer añicos un vaso si logra dar el agudo preciso - añadió
-, pero la manera más fácil de romper ese vaso es, simplemente, dejarlo caer al
suelo.»
Marius, en Lestat el Vampiro, Anne Rice.
« - [...] Permíteme que te haga una última pregunta. Eres el diablo. Está claro.
Pero dices que no eres malvado. ¿Cómo se entiende eso?
- Otra pregunta irrelevante. Te responderé de forma algo misteriosa. Resulta
completamente innecesario que yo sea malvado. [...]»
Lestat y Memnoch, en Memnoch el diablo, Anne Rice.
161
Todo estaba oscuro y una densa capa grisácea los envolvía, pero a pesar de
todo, los escalones eran visibles a cada paso que daban. Llevaban caminando
mucho tiempo y todavía no llegaban al final. Ely se sentó en uno de los escalones y
dejó escapar un largo suspiro. Se acercó para mirar al vacío, pero seguía sin verse
nada. Allen despejó el aire grisáceo delante de sus ojos y buscó a Ely.
– Estoy cansada – dijo ella –, no se cuanto llevamos así, pero horas, seguro.
– Menos quejarse y más caminar, oigo agua – se concertó –, es un río.
– Según el mapa es el Acheron, el río de la Tristeza – se levantó y se apoyó en el
hombro de Allen –, si de verdad estamos cerca, deberíamos escuchar llantos.
– Tienes razón, bajemos un poco más.
Ciento dieciséis escalones más contó Ely antes de pasar por el puente
agrietado que conectaba las escaleras con el Campo de las Lamentaciones y los Lloros.
Una sensación preocupante recorrió su espalda. Se agarró al brazo de Allen sin
prestar atención a los llantos y a los gritos de lástima. El suelo arenoso tenía una
consistencia blanda y pegajosa. Los árboles putrefactos se retorcían en sus raíces,
algunos caídos, otros partidos, sus ramas apuntaban al cielo en un intento
desesperado para alcanzar algo de luz, una luz que no tendrían jamás. Caminaron
hasta encontrar otro río. Ely consultó el mapa, era el río Styx, el río del odio. Los
dos concluyeron que era mejor pasar ese tramo cuanto antes y llegar hasta Caronte.
Las almas no eran tan visibles como habían pensado. Algunas se dejaban ver,
pero sus espíritus perdían fuerza y su forma mortal perdía consistencia,
provocando así una muca horrible en sus rostros. Unas eran juguetonas, almas de
niños que a pesar de estar condenados a permanecer en aquellos repugnantes
campos, jugaban y reían, una risa que en aquel lugar sonaba fría y lúgubre. Otras
eran fastidiosas y molestaban a las demás almas. Otras se cruzaban en el camino de
Allen y Ely atravesándolos, haciéndolos sentir inseguros y temerosos.
162
Por fin, exhaustos, llegaron al mulle de madera podrida y carcomida. Desde
allí se podía ver toda la Laguna Estígia e incluso un poco el otro lado. El genio
barquero no se encontraba allí, ni se le veía por ningún lado. Ely se asomó para
verse reflejada en el agua. Algo brillaba en el fondo.
– Son monedas – declaró.
– ¿Monedas? - preguntó Allen agazapado a su lado.
– En fin – Ely se puso en pie y se sacudió aquel polvo grisáceo que se le metía
por la nariz -. ¿Dónde está ese gran barquero que nos cruzará al otro lado?
Un fuerte viento seco y hediondo hizo que los dos retrocedieran unos pasos
asqueados. Delante, a escasos centímetros, Caronte los observaba, o eso parecía, ya
que sus ojos quedaban tapados detrás de una harapienta túnica marrón. El
barquero estiró los brazos y en ella apareció un remo. Ely se fijó en su piel violeta y
en que estaba suspendido en el aire.
– Mortales – un vaho salía de debajo de la capucha mientras hablaba –,
mortales que osan entrar en los dominios de los muertos y pretenden salir
de aquí con vida.
– ¿Eres Caronte, verdad? - preguntó Allen –, sabemos el riesgo que corremos
al haber entrado aquí, ahora solo necesitamos que nos cruces al otro lado.
– Y encima dando órdenes – les dio la espalda y se encaminó hacia el agua -.
¡Ven! - chilló a la tranquila y calmada superficie de la laguna. Unas burbujas
aparecieron y entre éstas, una barca de madera donde ardía, en proa, un
fuego rojizo. Caronte subió flotando, pues pies no tenía aparentemente, y se
volvió a girar para mirar a los mortales –, subid.
Ely no se lo pensó dos veces y saltó a la barca. Allen se lo pensó dos veces, pero al
final accedió.
– Serán cuatro ramas de oro – dijo Caronte extendiendo su gran mano. Sus
dedos eran largos y deformes, y sus uñas también tenían un color negruzco,
163
su piel violeta dejaba al descubierto pequeñas venas azuladas.
– ¿Cuatro? - se quejó Ely -. ¿No eran dos? ¿Una por cada uno?
– Pesáis dos veces más, estáis cargando en mi barca eso que llamáis cuerpo, es
molesto y bastante limitado. Son cuatro ramas – insistió –, además, todavía
poseéis vuestro sheut – dijo señalando las sombras reflejadas en la madera –,
si lo preferís, mejor seis.
– No – dijo Ely –, está bien, cuatro ramas de oro.
Se las colocó en la mano. En comparación las ramas parecían pequeños palillos.
Caronte cerró con fuerza la mano, pero las ramas traspasaron sus tejidos y la
madera del barco, para acabar cayendo en el fondo de la laguna, donde miles de
monedas brillaban.
– ¿Qué ha sido eso? - preguntó Ely con curiosidad.
– Mi maldición – dijo el barquero que comenzó a remar tranquilamente, sin
prisas.
– ¿Una maldición?
Caronte giró la cabeza encapuchada y desde la oscuridad la miró y se echó a reír.
– Eres bastante curiosa, hacia tiempo que no mantenía una charla tan animada
– volvió a posar la vista en el horizonte –, si me vuelven a coger
trasportando a mortales al otro lado, me volverán a encerrar otro año más,
pero en fin, espero que valga la pena – se quitó la capucha y dejó al
descubierto un rostro cadavérico, apenas con carne y piel, con una larga
barba blanca. No tenía párpados y daba la sensación de que tenía los ojos
muy abiertos. Miró a Ely con sus ojos violetas –. Fui un genio infernal muy
codicioso, el puesto de barquero estaba vacante, aprovecharon y me
castigaron con ello. En teoría, debería pasar a todas las almas al otro lado
para ser juzgadas, todas deberían tener ese derecho, pero, las riquezas son mi
debilidad, y si nadie puede pagarme, yo no les dejo pasar, los condeno a
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pasar cien años en el Campo de las Lamentaciones y los Lloros. Mi castigo
es saborear que tengo las monedas, que tengo el oro, para luego perderlas en
lo profundo de éstas aguas y no poder recuperarlas, pasando por encima de
ellas constantemente. En el fondo de ésta laguna se haya la riqueza más
grandiosa de todo el Averno.
– No es uno de los castigos más crueles que haya escuchado – dijo Allen.
Caronte miró enfadado al mortal que osaba burlarse de él.
– Lo es, no menosprecies cualquier castigo por no infligir dolor y sangrar.
Todavía te queda mucho que aprender, pues existe otro tipo de dolor.
Lentamente, muy lentamente, me voy pudriendo en éste agujero, siempre
haciendo lo mismo, me conozco los infiernos como la palma de mi mano.
– Eso es bastante interesante – dijo Ely sentada al otro lado de la barca –, y
dime, ¿qué nos puedes decir del Érebo?
– Que no es tan fácil entrar – se mesó su larga barba enredada –, os estoy
llevando al otro lado y sólo hay dos caminos, o los Campos Elíseos o el Tártaro.
– Tengo un mapa que indica un tercer camino – abrió el libro y le enseñó al
barquero el mapa –, además, alguien me dijo, no hace mucho, que había tres
caminos en los infiernos, pero, que el tercero, raramente se usaba.
El barquero dejó de mirar el mapa y no osó mirar a los ojos de Ely directamente.
– Vuestro mapa – empezó a explicar sin mirar a los mortales –, os indica que
en el Érebo está el Palacio de Hades... ¿necesitáis ir allí o sólo estáis
preguntando por curiosidad, algo que los mortales no deberían saber?
– Curiosidad – dijo Ely cerrando el libro y devolviéndoselo a Terra –. No hace
falta que contestes.
Silencio. El último tramo hasta llegar al otro lado fue silencioso y molesto. Allen
no dejaba de mirar, con el poder de la luna, en todas direcciones. Sentía un extraño
hormigueo en la piel y una excitación extraña. Se sentía genial en aquel lugar y
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quería saber más y más. Por el contrario, Ely parecía agobiada, pero aun así la
curiosidad la impulsaba a seguir adelante. La barca paró y Caronte se esfumó, tal y
como había venido.
– Me hubiera gustado darle las gracias al menos – dijo Ely.
Allen se encogió de hombros y saltó a la madera sobresaliente, podrida y medio
hundida en la laguna. La barca comenzó a sumergirse y Ely saltó corriendo a los
brazos de Allen. Éste la ayudó a no caerse.
– Eso ha sido peligroso – dijo él.
– Sí, a saber qué tipo de agua es esa y qué habita en sus profundidades.
– No estoy seguro de si solamente hay oro ahí abajo, tiene que haber algo que
le impida a Caronte recuperar parte del dinero – suspiró –, prefiero no saber
qué es.
Los dos miraron como la barca se sumergía y desaparecía en aquella agua turbia y
negruzca. Ely había memorizado el mapa, y a pesar de la espesa vegetación que los
envolvía, era capaz de saber hacia donde debían dirigirse. Los árboles, sauces
llorones, movían sus ramas lentamente, un extraño viento las mecía suavemente.
Ely las iba apartando con cuidado y Allen la seguía.
– ¿Qué buscamos exactamente?
– Según el mapa, estamos pisando la Morada de los Jueces, Radamantis, Minos
y Éaco.
– ¿Les necesitamos para algo?
– No tengo ni idea – se paró y miró a Allen a los ojos –, pensemos. ¿Quieres ir
directamente a los Campos Elíseos? Puede que no podamos entrar tan
fácilmente, digo yo...
– Tienes razón, vayamos a pedirles consejo – se rascó la cabeza –, no había
pensado en eso.
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– Tal vez no deberíamos haber venido así, de la nada, deberíamos haber
pensado un poco las cosas antes, o al menos hablarlo, yo se a donde voy y a
que, tú pareces más interesado en otras cosas – dijo Ely sin malicia alguna.
– Lo estoy, no te lo voy a negar. Estoy interesado en lo que me rodea, quizá no
lo sepas bien, princesa, pero toda mi vida ha sido un infierno, poseo el poder
oscuro, ¿comprendes? Mi corazón está lleno de oscuridad y eso no lo podrá
cambiar nadie.
– Tal vez sí...
– No – la interrumpió de manera ruda –, he dicho que nada podrá cambiarlo,
tanto mi alma como mi corazón, están condenados. No se quien te has
creído que eres para pensar que puedes solucionarlo, doña “he vivido bien
toda mi vida”.
– Vaya, perdona don “pesimista”, la próxima vez que hablemos de sufrimiento
me iré a echar una siesta, así no tendré que escuchar sandeces – dijo
malhumorada.
Le dio la espalda y se encaminó apresurada escondiéndose detrás de los árboles y
pidiéndoles, con el poder de Terra, que la ocultasen durante unos instantes, pues
sin querer no era capaz de controlar sus lágrimas y salían sin previo aviso.
Allen pateó el suelo y se sentó en una roca, soplando y despeinándose.
– Soy un idiota – se dijo a sí mismo en voz alta.
– Claro que lo eres – le contestó una voz entre la oscuridad.
Allen se puso en pie y miró hacia todos lados. Detrás suyo unas sombras se
arremolinaron y de ellas emergió un hombre que atrapó entre sus brazos a Allen,
que se asustó y se apartó. El hombre emergido de las sombras se sentó a sus
anchas en éstas y levantó las manos.
– Tranquilo, no he podido resistirme a tus encantos, me encanta que seas tan
tenaz con respecto a los poderes que utilizas, que por cierto – sonrió –, y sin
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ánimo de ofender, me pertenecen.
– ¿Quién eres?
– ¿Creíais que estabais solos? En mi mundo nunca lo podrías estar –
despareció y volvió a aparecer emergiendo entre las sombras al lado de
Allen. Le tendió la mano –. Hades, encantado – le estrechó la mano –, señor
de todo lo que ves y dueño de... tu alma.
– ¿Hades? - preguntó confuso –. ¿El mismísimo Hades? - todavía no se lo
creía.
Hades le sonrió.
– En fin, ¿qué te cuentas, mortal?
– Vaya, no te había imaginado de ésta forma – dijo mirándolo de arriba abajo.
– ¿Por qué? ¿No soy tu tipo? - dijo con una sonrisa pícara.
– No, me refiero a que, ¡aparentas ser sólo un poco más mayor que yo! - dijo
desilusionado -, ¿y la prominente barba?
– Es anti-estética, ese es más el estilo de mi hermano.
– Tu pelo negro, tus ojos de color... ¿amarillo brillante?
– Je, je – dijo Hades curioso –, no te ofendas, es color ocre.
– ¿Todo vestido de negro y con una capa? - Allen se palmeó la frente –, eres
atractivo y misterioso a la vez que desprendes un toque malévolo, rodeado
por tantas Keres.
– Son mis sirvientes y... gracias por los cumplidos, cualquiera diría que te
gustan los hombres...
– Pues no – dijo Allen sonriendo –, me encantan las mujeres, de eso no hay
duda, no confundas mis cumplidos, pensé que serías más...
– ¿Viejo? ¿Diferente a ti?
– Exacto.
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– Creo que ya sabes la respuesta, ¿¡Qué inmortal querría ser feo y viejo!? – se
frotó las manos –, ahora vayamos a asuntos más importantes – desapareció y
volvió a aparecer sentado más arriba entre sus sombras –. Veo que has echo
llorar a tu acompañante.
– ¿Llorar?
Hades bajó lentamente hasta apoyarse en el hombro de Allen.
– Creo que es bastante peligroso que os separéis – rió –, aunque ya ha sido
imprudente que bajéis a mis dominios siendo... ¡mortales! - chilló de repente
enfadado. Respiró hondo –. Bien, bien, no estoy enfadado, al contrario, me
alegro que visitéis mis dominios, pero... ¿no habíais pensado en darme una
visita? ¿Ni un regalo? ¿Ni un pequeño detalle? ¡Qué desconsiderados!
– Vives en el Érebo... - razonó Allen.
– Así es.
– Me intriga mucho y me rondaba por la cabeza, ir.
Hades se carcajeó.
– Me caes bien, no tienes miedo.
– ¿Por qué habría de tenerlo?
– Pareces muy seguro de ti mismo y de tus poderes, cuando, en realidad, no
has aprendido nada y eres débil.
– No me he estado entrenando en Ogigia durante casi dos años, para que
ahora un dios, me diga que no es suficiente – lo miró enfadado y luego relajó
la expresión hasta casi conseguir una tímida sonrisa –. Ya lo sé. Por eso
mismo quiero bajar, quería probarme a mi mismo, y comprobar que es tan
inaccesible y sombrío como dicen los escritos.
– Me impresionas, pero... - Hades lo fulminó con una mirada terrorífica y
Allen fue retrocediendo poco a poco -. ¿Crees que serías capaz de dominar a
169
alguna Ker en su lugar de nacimiento? ¿Que serías capaz de controlar las
sombras que residen aquí abajo? ¿Que serías capaz de aguantar la imponente
fuerza del Phlegethon? ¿Crees que serías capaz de adentrarte en mis dominios
y mencionar mi nombre sin ninguna represalia? - en algún momento Hades
había alzado la voz.
– Yo no... - Allen estaba confuso y aturdido, no dejaba de retroceder mirando
al dios, subido en las sombras que lo sostenían. Era realmente imponente y
aterrador –, yo...
Se resbaló. Cayó al vacío por un agujero. Cayó y cayó hasta que se golpeó
fuertemente contra el frío, oscuro y duro suelo del Érebo. En segundos el cuerpo
de Allen fue rodeado por oscuras sombras que se reían. Hades aplaudía arriba.
Acarició a una de sus repugnantes y monstruosas sirvientas.
– No le hagáis nada al chico, esperad a que encuentre a la chica – se bajó de
sus sombras y empezó a caminar tranquilamente –. ¡Esto va a ser divertido!
En el centro de la Morada de los Jueces, una especie de templo se alzaba
majestuoso y bien cuidado, cosa sorprendente allí abajo, ya que todo, o estaba
podrido o consumido en la oscuridad. Ely lo rodeó fijándose en lo bello que era.
De marfil y mármol blanco, se erigía sobre un podio que sólo permitía la entrada
desde dos lugares a través de una amplia escalera. Las columnas estaban echas al
170
detalle. El capitel estaba coronado con dos volutas en espiral realmente pequeñas y
detalladas. En el friso, Ely pudo reconocer imágenes de héroes que habían bajado a
los infiernos por uno u otros motivos y habían podido volver a salir. Estaban
representados Heracles, con el perro Cerbero; Orfeo junto a su esposa Eurídice;
Eneas, junto a su padre Anquises y Ulises junto a... Ely se quedó mirando aquella
representación de un anciano vestido con una túnica... Tiresias.
Se frotó los ojos rojos de haber llorado, por una estupidez ahora que lo
pensaba detenidamente, y siguió mirando la cornisa y el frontón triangular
decorado en relieve.
– ¡Oh, ma chérie! - escuchó una voz detrás suya, ella se giró y vio a un hombre
de pelo corto y barba rizada que se acercó a ella horrorizado -. ¡Tienes un
aspecto horrible!
– Yo...
– ¡Oh, no digas nada! - la cogió del brazo y subieron las escaleras.
En el centro de la estancia, una larga mesa llena de manjares esquistos y bebida
deliciosa, eran consumidos por dos hombres que charlaban y reían entre ellos.
– Chicos, tenemos un caso desesperado – dijo el hombre que tenía agarrada a
Ely del brazo.
– ¡Huy! Éaco ha estado otra vez dándole al... - hizo un gesto con la copa y se
desplomó en la silla.
Radamantis rió.
– Es una mortal – mencionó Éaco lentamente.
Los dos hombres pararon de reír, se levantaron repentinamente y toquetearon el
pelo de Ely.
– Hacia tiempo que no bajaba nadie – dijo Minos –, es bastante interesante y
fuera de la rutina.
Los tres hombres se apartaron y miraron a Ely detenidamente, la sentaron a la
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mesa y le pusieron un plato de comida.
– Come algo, estás demasiado cansada – dijo Éaco.
– Es cierto, tienes pinta de ir a desfallecer en cualquier momento – dijo
Radamantis.
– ¿Quieres carne?
– ¿Pescado?
– ¿Tal vez verduras?
Miles de platos comenzaron a amontonarse frente a Ely, y ella, desconcertada, no
sabía que hacer.
– ¿O... quizás fruta? - Minos le ofreció la bandeja. Ely la examinó.
Plátanos, mango, papaya, caquis, fresas, cerezas, frambuesa...
– ¿Cuál es tu fruta favorita, ma chérie?
– El melocotón – contestó Ely.
Uno de los jueces le ofreció un delicioso, anaranjado, jugoso y suave melocotón.
Ella lo cogió, pues no lo había pensado pero algo de hambre tenía. Lo olió, su
fragancia le hizo rugir las tripas. Antes de poder darle un bocado, el maravilloso
fruto que tenía entre las manos se pudrió en segundos, y una sustancia negra y
repulsiva se deslizó entre sus dedos. Ely se levantó asustada, la silla cayó y alguien
la sostuvo de los hombros.
– Es realmente malo jugar con este tipo de cosas – un hombre se acercó a la
mesa y miró a los jueces con fiereza, después cogió una granada entre sus
manos y la partió dejando sus frutos rojizos al descubierto. Se los enseñó a
Ely -. ¿Te recuerda algo?
Ely miró al hombre misterioso y atractivo que había surgido entre las sombras
como si nada. Estudió sus ojos ocre y recorrió la indumentaria negra y la capa que
lo envolvía. Un aura de sombras lo rodeaba y los jueces se habían puesto tensos al
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verle.
– Hades... - se dio cuenta al fin y se llevó una de las manos a la boca y la otra
agarrándose al pecho –, por poco lo incumplo, lo que tantas veces me repitió
Escalus, una y otra vez.
– No debes comer nada en los infiernos, sí de verdad quieres salir de aquí con
vida – lanzó la granada a la mesa y fulminó a Éaco con la mirada.
Se retiró el pelo hacia atrás y pasó su brazo por los hombros de Ely.
– Querida, un error puede cometerlo cualquiera – le dijo Hades mientras los
dos bajaban las escaleras.
– Sí, como por ejemplo Perséfone, Lucas siempre la llamaba la tonta, siempre
decía que ella era una diosa, que debería haber sabido que no debía comer
nada aquí abajo, pero aun así lo hizo.
Hades se carcajeó.
– Eso es bastante divertido – se frotó los ojos –, teniendo en cuenta que yo la
rapté, me pertenecía, debía hacerlo, ese era su destino.
– Tal vez... - Ely se apartó con brusquedad de Hades -. ¿Qué hago hablando
contigo tan naturalmente?
– ¿Por qué no deberías hacerlo? Mientras me respetes, lo demás estará bien,
hoy no me enfadaré.
– ¿Es un día especial?
– Lo es o más bien... lo será – se rascó la barbilla -. ¿Sabes? Voy a invitarte a
mi humilde morada... ¿qué me dices? ¿Aceptas?
Hades le tendía la mano y Ely recelosa miraba hacia los lados pensando.
– No te preocupes – dijo Hades –, tu acompañante está bien, de echo, yo me
encargaré de que lo esté, he enviado a mis criadas. Ellas le llevarán a donde
tu estés, te lo prometo.
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Ely miró al rey de los muertos. Realmente tenía un aura distinta a cualquier otra,
hasta su piel parecía distinta y brillar de una manera diferente. Era glorioso y
hermoso, a la par que temible y oscuro. Miró la mano tendida de Hades y luego le
miró a los ojos. Ella era débil cuando se trataba de curiosear y sobretodo de
aprender. Tenía la oportunidad de pisar el palacio de Hades, ¿iba a rechazarlo?
– Acepto la invitación – dijo estrechando la mano del dios.
– Es un placer, Elisabeth.
Hades la atrajo hacia él y la oscuridad los engulló rápidamente, levantando algo de
viento putrefacto que hizo balancearse las ramas más cercanas de los sauces,
asustando a alguna que otra sombra que dormitaba en ellas.
El Palacio de Hades estaba echo todo de piedra grisácea, suave a la vez que
rugosa. No había velas, ni lámparas de aceite, ni nada que produjera o
proporcionara algo de luz, pero aun así, todo era claramente visible, pues el palacio
de Hades tenía unas magnificas vistas al río Phlegethon, tan ardiente, imponente y
destructivo como cálido y luminoso.
Ely se había apoyado en la barandilla del balcón mirando hacia el río. Su luz
la maravillaba. Podría pasarse horas y horas contemplándolo, igual que cuando
Parthos todavía existía, y ella y Ann se tumbaban en el césped y miraban como
anochecía, y después, se quedaban embobadas durante horas mirando el cielo
completamente estrellado.
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«El Phlegethon... ¿no debería ser más imponente? ¿debería poder estar, yo, una
mortal, admirándolo como si tal? ¿Y la fuerza de la que hablaban los escritos? ¿Y
aquel poder destructivo y el miedo de ser devorado entre sus llamas?» pensó Ely. A
ella la atraía inevitablemente, era algo inexplicable, estaba cerca de la mayor fuente
de calidez y fuego, después del sol. Pero ella sabía que el sol estaba fuera de su
alcance, en cambio, el Phlegethon estaba allí mismo, y ella podría aprender de él. Era
parecido al fuego que había en la barca de Caronte, ardía sin estar consumiendo
nada y parecía fluir por encima de la lava.
– ¿Quieres hacerlo?
– ¡Fire! Me has asustado.
Fire se sentó en la barandilla donde estaba Ely apoyada.
– Yo te ayudaré, se que te mueres por vincular tu alma conmigo, pero, nunca
has tenido un motivo para hacerlo – sonrió y miró al Phlegethon –, yo también
quiero intentarlo.
– Oh, Fire. ¿Te has sentido excluido porque eres con el único que todavía no
me he vinculado? - le miró con empatía –, sabes que con quién más a gusto
me siento es contigo.
– Sí, y por eso no te culpo.
Ely se mesó el cabello y se lo apartó hacia atrás. Miró a Fire totalmente
concentrado observando las llamas que surgían del Phlegethon. En sus ojos tenía un
brillo intenso. No lo quería, el guardián del fuego lo deseaba y lo anhelaba.
– Mi pequeña invitada – dijo una voz masculina detrás de ella. Hades. La cogió
por los hombros –. Dime... ¿Qué te parece mi palacio? ¡No! No me
contestes... magnifico, ¿verdad? ¿Y sus vistas? Espléndidas, por supuesto.
– Se me hace raro estar aquí, como si fuera irreal. Incluso el ambiente es
diferente. Me siento una extraña en éste lugar.
– Normal... eres una masa carnal latente y viva en un cementerio de almas
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vivientes. En principio no deberías estar aquí.
– ¿Y por qué lo permites? ¿Por qué no me expulsas o me castigas o lo que sea,
por haber entrado?
Hades se apartó uno de sus mechones sedosos de la frente.
– Verás – cogió a Ely del brazo todo lo cariñosamente que pudo y la condujo a
una sala de piedra con una enorme fuente en el centro, donde una mujer
muy hermosa añadía una jarra de agua. El agua de la fuente comenzó a
teñirse de negro y en los bordes se arremolinaba una espuma grisácea –. Te
presento a Hécate.
Ely miró a la diosa y la diosa le dedicó una mirada indiferente.
– Cuando quieras – dijo la diosa un poco molesta –, tengo otros asuntos que
atender.
– Bueno, ya que mi hermano ha sido tan amable de hacerte venir hasta aquí, lo
aprovecharé, no lo tomes como algo personal.
Hécate puso los ojos en blanco y masculló algo inteligible para los oídos de Ely.
Hades encaminó a su invitada hasta el borde de la fuente.
– No te castigo, porque, como ya te dije antes, hoy es un día especial – tocó la
superficie negruzca del agua. Unas imágenes aparecieron –, desciendes de
una sacerdotisa llamada Anna – hizo el mismo gesto que había echo Hécate
con los ojos –, Anna a su vez, engendró a una hija, Hana, con Apolo... - las
imágenes sobre el agua pasaban a gran velocidad –, durante siglos tu linaje
ha sido ocultado, pero desciendes de de Apolo, y éste, le otorgó algo a Anna
que estaba prohibido – Hades dio la vuelta a la fuente y susurró detrás de la
oreja de Ely –. Poder.
» Y él – en el agua la imagen de Allen apareció rodeado de horribles Keres,
sombras y oscuridad. Él yacía inconsciente –-. Él es mucho más que tú. Pese
a todas las prohibiciones y todas las restricciones que él mismo impuso por
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los actos egoístas de los mortales, yació en el lecho de su madre
metamorfoseado en el que él cree su padre.
– ¿Qué quieres decir? - preguntó Ely confusa.
– El padre de Allen es Zeus – dijo totalmente indiferente, como si hablara del
tiempo.
– ¿Me estás diciendo que Allen posee... ?
– Exacto – la interrumpió Hades –, eres lista y una de las mejores sacerdotisas
que jamás haya conocido.
– ¿Por qué me lo cuentas a mi? ¿La vida de Allen? ¿No deberías explicársela a
él?
– No, y tu tampoco lo harás. Su condición de héroe, su condición de ser semi-
divino le abrirá innumerables puertas y senderos y él se preguntará porqué.
Creo que ya conoces el pasado de Allen – movió otra vez las aguas y Ely
pudo observar a un Allen de poco más de ocho años, solo, sangrando y en el
barro llorando –. Nunca supo quién era en realidad, ni siquiera cuando se
llevó el collar del templo.
Unas imágenes de Allen, el Allen que Ely recordaba del pasado, hace dos años, el
Allen de dieciséis años que pedía algo de felicidad en aquella ventana en la isla de
Ogigia. ¡Cuanto había cambiado! Pero en la imagen estaba rodeado de sombras y
una luz violeta, un sello y dos guardianes sonriendo. Uno de ellos habló y su voz se
escuchó claramente.
« - Tendrás que sacrificar algo tuyo... algo valioso.
– ¿Sacrificar algo mio? ¿Valioso?... no tengo nada valioso. »
– Él creía – dijo Hades mientras la imagen de Allen desapareció y el agua
volvió a oscurecerse y a quedarse en calma –, que su alma no era nada
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valioso, ¿te lo puedes creer? ¡No sabe quién es! ¡No tiene ni idea!
– Pues díselo... - dijo Ely.
– ¡No! - dijo Hades enfadado –. No puedes pretender presentarte ante alguien
que lleva toda su vida buscándose a si mismo y decir “tu eres así y esto es lo
que eres”. Debe descubrirlo por si mismo, o de lo contrario nada de lo que
haga podrá salvarlo ya de la oscuridad que amenaza con consumirle.
El agua burbujeó y aquella imagen de Allen inconsciente apareció de nuevo, pero
esta vez estaba sentado masajeándose las sienes y mirando a su alrededor. Sus ojos
eran negros, su piel estaba adquiriendo un tono negruzco apagado y una mueca de
dolor asomaba a su rostro.
– La oscuridad lo va a matar – habló Hécate otra vez con indiferencia.
– ¿Donde está? - dijo Ely mirando la imagen y escuchó un grito de dolor que
salía de lo más profundo de Allen -. ¡Dime dónde está! ¡Me lo prometiste! -
miró a Hades.
– Aquí mismo, en el Érebo. Se muere y no hay nada que puedas hacer.
– Hay una delgada linea entre la oscuridad total y la luz, la iluminación. Algo
debe mantener a raya a las Keres, a las sombras y a la oscuridad. Hades, tu
poder emana de ambos collares, solo hay una explicación para ello – Ely
miró a los ojos ocre del dios, sonrió, corrió hacia la ventana y saltó -. ¡Fire!
Fire ya se había desprendido de su sheut y se encontraba a su lado. Era todo llamas,
fuego y calidez. Penetró en la piel, en el alma, en el ser de Ely. Quemó su ropa y en
su lugar, una falda negra de carbón ardiendo y llamas por su pecho. Descalza y con
su pelo ardiendo en una gran llama anaranjada y roja, se tiró al río Phlegethon sin
mirar atrás, sin mirar a Hades que sonreía satisfecho.
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El dolor era palpitante e insufrible. A cada minuto que pasaba su cuerpo se
estremecía y lo hacía gemir de dolor. Algo dentro de él lo estaba llenando, pronto
se desbordaría. Su piel tenía un color grisáceo tirando a negro, sus ropajes verdes
parecían ir perdiendo color y apagándose, a su alrededor un aura negruzca resurgía
de su alma y su cabello ondeaba en el aire como tentáculos. Sus ojos azules se
habían apagado y aquel blanco brillante se había oscurecido por completo. Yacía
en el suelo jadeando y pugnando por no dejar que las Keres que lo rodeaban
tuvieran intención de beber su sangre y devorar su alma.
– Tal vez yo pueda ayudarte – dijo una voz.
– ¿Quién eres? - pregunto Allen con dificultad mirando al rededor. No había
nadie, más bien su vista solo alcanzaba a ver a las Keres de pie o flotando
sobre su cabeza, lo demás era todo oscuridad.
– Soy tu condenación, muchacho, soy invisible y por mucho que busques no me
encontrarás – rió aquella voz aguda y masculina -. ¿Quieres mi ayuda?
Allen luchaba interiormente para que su alma se estableciera y dejara de provocarle
aquel dolor lacerante, mientras se pregunta qué diantres le estaba pasando.
– ¿Quién... eres? - volvió a preguntar Allen.
– Ya te lo he dicho – se mofó la voz –, estás rodeado de Dioses Oscuros...
¿qué creías? ¿qué el Érebo era un lugar tranquilo y apacible? ¡Qué ingenuo!
Tu alma ha reaccionado con la de tu amigo espíritu, os estáis vinculando,
pero según mi punto de vista... no estás lo suficientemente preparado para
ello. Morirás.
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– ¿Cómo lo sabes? Todavía tengo fuerzas y lucharé por mantener mi vida.
– Pero estas cometiendo un error. Y dudo mucho que ahora seas capaz de ver
la solución.
– ¿Eres un dios verdad?
– Así es – contestó la voz.
– Has dicho que eras mi condenación.
– Sí, eso ya es inminente.
– Eres el dios Moros ¿verdad?
– ¡Oh! Me abruma que un mortal sepa de mi existencia, apenas soy conocido y
apenas soy mencionado en los escritos.
– Tu poder supera con creces al de Hades, eres uno de los... - el dolor cada vez
era más insoportable -, ...uno de los Dioses Oscuros. Tienes sometidos a
todos los dioses, eres el único con poder suficiente para hacer temblar a
Zeus o no cumplir su mandato, tienes unas leyes que se deben cumplir –
respiró hondo encogido de dolor en el suelo –, el único con poder suficiente
para subyugarte o hacerte retroceder es Caos.
– Vaya – una figura oscura y alta, apenas visible, se inclinaba para ver mejor a
Allen. Era como humo negro que en cualquier momento pudiera
desaparecer –. Sabes mucho, es interesante.
– Puede que para la mayoría pases inadvertido, pero he leído un libro que los
demás no poseen...
– Sí, soy uno de los dioses más infravalorados del mundo, nadie quiere dedicar
un templo a un poder oscuro y destructivo, nadie le reza a las sombras, a no
ser que me quieran vender su alma a cambio de algo interesante... - la
sombra con forma apenas humana temblaba excitada –, y tú y tu alma, sois
lo más interesante que me ha pasado en siglos...
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Allen chillaba por el dolor y las sombras a su alrededor reían. Moros las mandó
callar y se acercó al mortal.
– Cualquier mortal humano ya habría muerto... tienes algo especial.
Allen no contestaba. Se retorcía y se mordía el brazo en un intento desesperado
por sofocar el dolor con más dolor, pero lo único que consiguió fue una herida y
sangre caliente y palpitante. Las Keres, las bebedoras de sangre y no las otras, las
devora-almas, aspiraron la dulce fragancia de la sangre que se mezcló con las
sombras, todas ellas se arrastraron por los suelos hasta Allen. Éste retrocedía
asustado, dolido, ya casi consumido en vida.
– ¡No! - chilló Moros y desintegró a las Keres convirtiéndolas en cenizas y
polvo. Las otras suspendidas en el aire dejaron de sonreír y se alejaron
asustadas –. Parece ser que nadie entiende una simple orden... él me
pertenece.
– Yo no le pertenezco a nadie...
– Vaya, tienes más agallas de las que pensaba – Moros pensó –, hagamos un
trato.
– No quiero tratos contigo.
Moros soltó una gran carcajada que resonó y la oscuridad le hizo eco.
– Eres valiente, tu mismo has dicho que nadie puede decirme que no y eso se
aplica a ti, asqueroso mortal – Moros suspiró –, además, el trato que quiero
hacer contigo, te... beneficia...
– Te escucho o al menos lo intentaré – dijo Allen forzándose en abrir aquellos
ojos totalmente negros y mirar a aquella masa de humo negruzco que le
hablaba.
– Cuando vayas al mundo de los vivos, si es que llegas a salir de aquí con vida,
claro está, quiero que me dediques un templo, construye uno realmente
magnifico, hazlo en el lugar más sombrío y terrorífico que encuentres y si
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cerca hay una ciudad, todos sus males serán absorbidos por el templo.
– ¿Quieres soliviantar las penas y los males de una ciudad? No eres tan malo
como parece... o como dicen...
– No, no. No me malinterpretes Allen, simplemente me alimento del mal, soy
el Mal, soy aquello que crees que puedes hacer, soy aquello incorrecto que
acabas haciendo, tu sueño, tu pesadilla, tu condenación... - rió –, cuanto más
grande la ciudad... mejor.
– Bueno, ¿y en qué exactamente, me beneficia a mi esto? ¿De qué me sirve
dedicarte un templo? – dijo Allen tumbado en el suelo, el dolor parecía estar
remitiendo.
– Te enseñaré todo lo que se, es una gran oferta viniendo de un dios y más
de... mí – rió –, te enseñaré todo lo que debes saber del poder de Shadow, mi
hijo, y cómo utilizarlo en ese cuerpo tuyo.
Allen miraba hacia arriba, miraba las sombras que se arremolinaban encima de su
cabeza, como nubes esponjosas, grises y negras.
– Me parece un trato bastante justo... creo que acepto – Allen se levantó para
mirar otra vez a Moros pero ya no estaba.
En su lugar simples sombras danzaban de un lado a otro, como las sombras que
viera una vez en el templo de Ártemis en Athos, en la Sala de las Sombras.
De repente y sin previo aviso, el corazón se le aceleró de golpe y la sangre fluyó
rápida por sus venas. El brazo derecho le palpitaba de dolor y todavía sangraba
donde se había mordido. Cayó de rodillas en el suelo negruzco agarrándose el
pecho. Cada vez su corazón latía más rápido, molesto y agudo, no llegaba a ser
dolor pero esa sensación lo hacía enloquecer. Cayó como un saco en el suelo,
sudando y lleno de tierra y polvo. Antes de cerrar los ojos y de que su corazón
callara de repente, vio una luz cálida y deslumbrante a lo lejos, y escuchó una lejana
y familiar voz.
182
– No te preocupes si parece que la oscuridad está a punto de consumirte,
porque no importa cuantas veces pase, yo, te sacaré de ella.
La luz del Phlegethon se filtraba por las enromes ventanas de la habitación,
iluminando la mullida cama con dosel que ocupaba la mayor parte de la estancia.
– Me has sorprendido...
– ¿De verdad? - preguntó ella mientras vendaba el brazo derecho de Allen.
– Bueno, teniendo en cuenta que nadie ha podido decírtelo, el que hayas
descubierto tu sola que la calidez y las llamas del Phlegethon son lo único con
poder suficiente como para destruir la oscuridad, me sorprende realmente.
– Bueno, si mi vida o mi cuerpo hubieran estado en serio peligro, tú me
habrías ayudado, ¿verdad Hades? - dijo Ely sentándose en el borde de la
cama.
– Te crees muy lista... ¿por qué crees que te hubiera ayudado? - se paseó por la
habitación hasta detenerse en la ventana y contemplar las llamas del río –, es
más... ¿por qué estás tan segura de que lo hubiera echo?
– Verás, estoy completamente segura de que mal alguno no quieres hacernos,
ni a mi ni Allen – miró el rostro de Allen, mojó el paño y le limpió la cara de
tierra y sangre. Volvió a posar su mirada en la imponente espalda de Hades
–. Lo supe desde que te vi. Si me hubieras querido algún mal me hubieras
dejado comer el melocotón, si hubieras deseado nuestra perdición no me
hubieras permitido pisar tu palacio ni saltar al Phlegethon, tampoco hubieras
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dejado que Allen hablara con Moros.
– Bueno, eso último no está tan claro. Moros hace lo que le place, yo ahí no
podía opinar... por lo demás... veo que eres muy observadora – Hades se
sentó en una butaca roja frente a Ely que permanecía sentada en la cama al
lado de un Allen exhausto –, puedes preguntar lo que quieras, pareces estar
rebosante de preguntas.
Ely miró fijamente al dios. Tan atractivo como atrayente, como oscuro y horrible.
Estaba ligeramente asustada, pero presentía que Hades en esa ocasión se
abstendría. Agarró con fuerza el collar entre sus manos y suspiró.
– ¿Qué tipo de intenciones tiene Moros?
Hades había apoyado su cabeza en la mano.
– ¿Te refieres a lo de bien y mal?
– Sí... en parte.
– Mal, ayudará a Allen a vincularse con sus espíritus guardianes. Bien, tal vez él
muera en el intento.
– Creo que no tenemos la misma visión del mal y del bien, hipotéticamente
hablando – farfulló Ely.
– ¿A no? Todo aquel que me ofrezca almas, que haga crecer mis posesiones...
mi suministro, le estaré muy agradecido. El Averno, mis dominios, no es en
si algo malo para castigar a los mortales, es simplemente la morada de las
almas. - Hades calló unos segundos y se revolvió el pelo -. ¿Qué te dicen a ti
las palabras “Dioses Oscuros”?
– ¿Qué me dicen?
– Sí, lo primero que se te venga a la cabeza.
Ely lo pensó dos segundos.
– Miedo, oscuridad, horror, poder, mal... - se paró y miró al dios –, pero
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también en un acto reflejo o algo, me vienen a la mente los opuestos
valentía, luz, belleza, vulnerabilidad, bien...
– Lo uno no puede existir sin lo otro, es una totalidad. En su momento te dije
que Allen es semi-divino, tiene un poder que sobrepasa incluso a su parte
mortal, pero en vano, él intenta canalizar el poder de las sombras a través de
su parte mortal, cosa que lo lleva al estado en el que está. Sin tu
intervención, sin la luz que arrojaste sobre él, dejando paso al poder de su
alma inmortal, habría muerto, de echo su corazón se paró y murió durante
unos segundos.
– Lo sé – dijo Ely abrazándose a si misma –, vi a Tánato, le vi emerger de la
nada, su forma era temible, de echo no pensé mucho en lo que hice,
simplemente no quise que tocara a Allen.
– ¿Te dijo algo Tánato?
– No lo sé...
– Recuerda los sonidos que captaste, estabas vinculada a un espíritu, tu poder
era mayor, debiste haber oído algo.
– Unas cadenas – dijo Ely recordando. Se alisó el vestido de lino blanco
anudado a la cintura que le había prestado Perséfone, tan hermosa y tan
delicada. Dejó de mirar el vestido y se concentró en la conversación –, era
un sonido como de unas cadenas siendo arrastradas. ¿Por qué no la salvas a
ella?. ¿Ella? ¿Pero quién es ella?
Hades se removió en la butaca. Miró esta vez con más intensidad a Ely. Sus ojos
ocre resplandecían. Ely se levantó y fue a sentarse en el alfeizar de la ventana para
estar cara a cara con el dios. Ella le miraba esperando una respuesta.
– Ah... si... ella... - contuvo la respiración –, te digo exactamente lo que te dije
de él – dijo señalando a Allen –, no puedes decirle a una persona como es y
menos, quien es. Eso lo descubre uno mismo a lo largo de su vida, y solo lo
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descubre en el caso de que realmente lo éste buscando. Una vez que eso
pasa, la persona cambia.
Ely suspiró. Miró por la ventana, miró a lo que sería el cielo del Érebo. Imposible,
definitivamente imposible. El Érebo era oscuro y eso mismo era en toda su
totalidad, oscuridad y más oscuridad. Jamás lograría ver los límites, puesto que la
oscuridad está en todas partes.
– Primero me dices que responderás a todas mis preguntas y luego me evitas,
no eres un dios serio – dijo sonriendo ligeramente. Su cabello rojizo
resaltaba en comparación con el blanco del vestido. Se lo retiró hacia un lado
y apoyó la frente en el frío cristal.
– Vienes en busca de respuestas fáciles – Hades rió –. ¡Ojalá todas las
preguntas tuvieran respuestas fáciles! Bien, ahora dejo que me hagas una
última pregunta, las demás hacérselas a ese tebano loco, que para eso habéis
bajado a mis dominios.
– ¿Por qué?
Hades meditó.
– ¿Esa es tu pregunta? ¿No quieres pensarlo detenidamente?
– No – Ely miró con sus ojos negros a los del dios. Eso que brillaba era
determinación -. ¿Por qué? - repitió Ely la pregunta más lentamente.
– Simple y difícil a la vez. Ni el peor ni el mejor de los dioses podría
contestarte. Un problema que afecta directamente a los dioses, por eso
tenéis en vuestro poder la protección de muchos de ellos, pero no todos
piensan igual. He aquí un ejemplo. ¡Moi! - acompañó la palabra con un gesto
afeminado. Forzado, por supuesto –. Zeus está completamente seguro que
su hijo será el fundador de la Nueva Era, como lo llamamos los dioses.
Nueva Era refiriéndonos a que se decidirá el destino de los humanos. La
inminente guerra que se acera.
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– ¿Una guerra?
– Así es y los humanos tenéis todas las de perder. Comprende que los dioses
estamos cansados de ser infravalorados a la vez que somos adorados, nos
abruma el poder del sentimiento humano, mucho mayor que el nuestro. Sois
egoístas y devotos por igual, os contradecís totalmente. Con vuestros actos
nos estáis llevando a la locura y a la inminente desaparición. A vosotros,
mientras sigáis vivos os da igual, pero mientras el mundo se desequilibra y se
desestabiliza sin nosotros, vosotros seguiréis aferrados a la ciencia y a la
tecnología para prosperar. No me entiendas mal, no estoy diciendo que os
equivocáis en creer en ello, pero cuando sea demasiado tarde os acordaréis
de nosotros, como sucede hoy en día. ¿Sabes las súplicas tan estúpidas que
llegan a mis oídos? No quieras saberlas.
– ¿Estás prediciendo una especie de Fin del Mundo?
– Algo así. Pueden pasar muchas cosas. O la Nueva Era, la Guerra entre
mortales y dioses o el Fin del Mundo.
– Eso de Nueva Era suena genial, creo que me quedaré con ese propósito,
quiero que resurjáis y volváis a caminar entre nosotros sin ningún problema.
– Eso ya lo hacemos.
– ¿Cómo?
– Bueno, se que Zeus a prohibido muchas cosas pero, Átharos está dividida.
El Cinturón de Timmoë, mantiene al mundo separado en dos. A un lado
Tierras Inexploradas, como lo llamáis vosotros, y al otro los Nubyles, como
os llaman ellos. Eso es lo que os han enseñado, lo que os han echo creer,
cuando en realidad, antes de las prohibiciones Átharos era un mundo
completo, ahora está dividido. Fieles e infieles – levantó las manos haciendo
un gesto de completa debilidad -. Llevando a debate en qué lado están los
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fieles y los infieles.
– Las llamamos Tierras Inexploradas por algo. Los que han cruzado para saber
lo que hay al otro lado nunca han vuelto y nadie sabe qué hay al otro lado,
algunos dicen que el paraíso, otros que es el horizonte, el final de todo, que
si sigues caerás y morirás.
– Ellos, los Theysts os llaman Nubyles de forma despectiva, como diciendo
que vuestros pensamientos y creencias están en las nubes, que habéis
perdido la fe. El cinturón fue creado mediante la furia y la ira, en un
momento de la historia donde la tensión estaba por todas partes y podía ser
peligrosa. Puedo decirte que al otro lado se encuentra la puerta que
comunica con el Olimpo y muchos otros lugares que seguramente has leído.
Seguramente si llegáis a cruzar al otro lado os sorprenderéis de lo diferente
que es todo. Incluso cuando vayáis caminando por una ciudad os topéis por
casualidad con un dios. ¿¡No es fantástico y emocionante!? Dioses y mortales
conviviendo como lo hacían hace siglos. Sin prejuicios, sin exclusión, todos
juntos siendo iguales. Esos valores se han ido perdiendo en éste lado y la
maldad crece y se expande, por eso no me importa que la entrada a mi
mundo éste en Sedah, me gusta. Puedo salir y mezclarme con los mortales,
pero, no debo ni quiero. Y eso es por las prohibiciones de Zeus. Tal vez
tengamos parte de culpa, pero no toda.
Ely volvió a apoyar la frente en el gélido cristal y suspiró.
– En cierta manera tienes parte de razón... - dijo Hades sosteniendo en su
mano derecha una copa. Le dio un sorbo –. Nadie está seguro de nada. Las
cosas van y vienen, permanecen o se pudren. Pero siempre ha de haber
alguien que tome una decisión.
– Allen dijo hace unos días, cuando Parthos todavía era... mi hogar – dijo con
cierta pesadez –, dijo que tanto los guardianes como yo le estábamos
188
poniendo una carga demasiado grande encima suyo y que podría llegar a
caerse...
– Tienes miedo de fracasar. Tienes miedo de que lo que elijas no sea lo
correcto. Estás aterrorizada, te asusta lo que pueda llegar a pasar. Te asusta
que lo que decidas implique la destrucción de Átharos.
– ¿No crees que es cruel de mi parte pensar de esa forma?
– En absoluto. Te estás cuestionando y estás buscando los pros y los contras.
Eso quiere decir que intentarás hacer lo posible para que la Nueva Era
resurja, ¿me equivoco?
– No. Estás en lo cierto, si nadie va hacer nada, si todo el mundo va a seguir
sentado y yo ya no se cual es mi camino... ¿por qué? - sonrió -. ¿No es
sencillo? Lo intentaré y lo haré con todas mis fuerzas...
– … para llegar al final y por lo menos poder decir que lo intentaste – terminó
él la frase por ella –. Me parece bien si ese es el camino que has elegido.
Ella le sonrió.
– Recuerda la primera norma de tus votos, es importante – se levantó de la
butaca y se fue a sentar junto a Ely.
– Se feliz por encima de todo y sobre todas las cosas – dijo Ely citando uno de
los pasajes de sus votos.
– Eso implica ser feliz por encima de los dioses.
– Pero entonces no hay ningún mal en las personas que no creen en vosotros,
no han echo nada, simplemente son felices.
– ¿Crees que todos aquellos que niegan nuestra existencia, de verdad lo creen
así? ¿Que son felices? Nosotros no queremos imponeros nada. El mundo,
Átharos, es de todos, pero a pesar de vuestra inferioridad os estáis
adueñando de él y le estáis llevando por el peor de los caminos, nosotros
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tenemos nuestro ego y nuestras creencias, el mundo es la unión de muchos
dioses, de nuestros antepasados, nosotros lo hemos moldeado a nuestras
necesidades, todos los dones que recibís son fruto del equilibro y sin
nosotros, el equilibrio se perdería. No sé como explicarte la situación para
que la entiendas. Los dioses no queremos que penséis en nosotros de la
misma manera que lo hicisteis hace siglos. No somos una amenaza.
– Nunca he pensado en vosotros como una amenaza sino como en un
consuelo. Siempre os tendría a vosotros, pasara lo que pasara.
– Eso es exactamente lo que quería oír. Me habéis colmado de dicha – sonrió
-, el rey de los muertos está de vuestra parte, mi ira nunca caerá sobre
vosotros, pero tampoco mi ayuda. Os he puesto a prueba y habéis pasado
con creces. Confío en vosotros y en vuestro criterio. No nos volveremos a
ver hasta el día de vuestra muerte... tal vez.
– ¿Tal vez? - Ely se sentó al lado de Hades con los pies tocando el suelo –,
espero que no te moleste – dijo ella mientras apoyaba la cabeza en el
hombro del dios y cerraba los ojos.
Hades se sorprendió pero la dejó dormitar tranquila.
– ¿Quién eres? - preguntó Hades en alto a pesar de que ella ya estaba dormida
- ¿Ella? - cogió a Ely en brazos y la recostó al lado de su sobrino –. Nunca
entenderé esa extraña manía de Tánato y de Moros de hacer las cosas a su
manera. Vaya par de hermanos más molestos.
– ¿Hablas solo? - Perséfone entró riendo en la estancia –. Hécate te busca, dice
que tu hermano quiere verte.
– Está bien – miró a su esposa y se encaminó hacia la puerta.
– Estás raro. Será la segunda vez que vayas al Olimpo, no es propio de ti.
– Los mortales cambian – sonrió y se paró de espaldas a ella -. ¿Eso implica
también a dioses?
190
– Será el cansancio, pero me gusta más el Hades de mal genio y enfadado que
el pacífico de ahora.
– Para ti seré todo lo malo que quieras – sonrió –, hoy ha sido un día bastante
divertido, me gustaría que todos fueran así.
– Puede que antes de lo que imaginas – dijo Perséfone mirando a Hades de
reojo –, serían emocionantes. ¿No crees?
191
Capítulo nueve: El profeta Tiresias
« [...]Está escrito que el mundo siga siendo un misterio. Y, si tiene alguna
explicación, no somos nosotros quienes vamos a dar con ella, de eso estoy
seguro.[...]» Lestat, en El ladrón de cuerpos, Anne Rice.
«- [...]Cuantas más vueltas le da uno al asunto, más tiende a igualar el ateísmo
con el fanatismo religioso. Pero me parece que esto es un engaño. El mundo es
un proceso, y nada más.»
Lestat, en El ladrón de cuerpos, Anne Rice.
«Puede que éste mundo sea el infierno de otro planeta»
Aldous Huxley (1894 - 1963)
192
Se despertó adolorido y mareado. Nada de lo que veía le era familiar pero le
resultaba reconfortante. Se sentó en la cama y se puso sus botas verde oscuro
lentamente, se frotó la cara y se estiró. Caminó por la estancia hasta detenerse en el
gran ventanal que daba al llameante y caudaloso río.
– Sigo vivo – dijo mirando su reflejo en el cristal –, vivo...
Su propia voz le sonaba extraña y sentía la boca pastosa.
– Por poco – dijo Shadow –, no sabes controlarte, todavía no sabes.
Allen meditó esas palabras y recordó lo mucho que se había estado esforzando
durante los últimos dos años. Todavía le quedaba mucho por aprender. Enfadado
miró a Shadow.
– No me mires así, sabes perfectamente que la culpa la tienes tú.
– Pero yo... - cerró los ojos y caminó hacia la puerta -. ¿Qué diantres me falta?
– Tiempo, es lo que necesitas. Moros te lo ha ofrecido en bandeja y ahora no puedes rechazarlo. No corras Allen, no corras – le aconsejó.
Allen suspiró con la mano apunto de girar el picaporte. Abrió la puerta.
– ¿Por qué no he muerto? - recordó la luz -. ¿Qué era...?
– Ella está a tu lado, Allen. Tal vez siempre lo ha estado.
– ¿Beth? - miró a los ojos de Luna -. ¿Donde está?
– Esperando. Te está esperando a ti.
Allen ignoró a Shadow y salió al largo pasillo. Caminó por encima de la alfombra
violeta que cubría todo el suelo con cierta prisa sin pararse a mirar los cuadros y
figuras que decoraban el palacio, tenia la certeza de saber donde se encontraba ella.
No lo sabía, no sabía el motivo, pero necesitaba verla. Se paró delante de una
enorme puerta de madera negruzca y escuchó unas risas tras ella. Receloso agarró
el picaporte y abrió la pesada puerta.
193
– Hola, bienvenido – dijo una mujer hermosa. Su larga cabellera negra caía
suavemente sobre sus hombros y su fina piel blanca parecía brillar.
– Perséfone...
– Así es.
Allen miró la estancia. Sólo había dos personas allí y ninguna de ellas era ella.
– Un momento... - una mujer apartó suavemente a Perséfone y miró a Allen
con sus ojos marrones muy abiertos.
Lo rodeó y lo miró con cierto interés.
– ¿Pasa algo?
– Posees un gran poder innato – se paró detrás de él –, y ese poder también es
parte de mi.
– ¿Quién eres?
– No lo sé... ¿lo sabes tu? ¿Sabes quién soy yo? ¿He de ser alguien para decirte
lo que veo?
– Sí. Debes ser alguien cuando puedes sentir y ver a través de mi, también
dices poseer un poder increíble y estabas hablando y riendo tranquilamente
sentada con la Reina de los Muertos en el palacio de Hades en el Érebo – sonrió –,
claro que debes de ser importante.
Ella se echó a reír.
– Vales la pena muchacho, te has ganado con creces lo que te voy a ofrecer –
la diosa rebuscó dentro de su túnica y sacó un libro –, te ayudará, créeme.
Allen receloso cogió el libro con ambas manos y leyó el título.
– No... no... no es posible – dijo tembloroso -. ¿Hécate?
– Muy bien, debo irme – dijo Hécate –, Allen – delante de ella apareció una
puerta negra que ella abrió –, recuerda mis palabras: el libro sólo lo puedes
leer tú.
194
– ¿Qué quieres decir...? - preguntó Allen, pero para cuando terminó, la puerta
y la diosa habían desaparecido.
Perséfone suspiró.
– Príncipe – dijo ella dirigiéndose a Allen. Lo cogió por los hombros y le miró
a los ojos –, la Nueva Era no es posible sin ti y sin Elisabeth, es la única
opción viable que tenemos, ni la destrucción de unos ni de otros será lo
correcto, ni la Guerra ni el Fin del Mundo. Yo no soy de gran ayuda, ahora
no lo soy, todavía me quedan unos cuantos meses aquí abajo, apenas acabo
de bajar, pero en cuanto salga, espero poder ser útil.
– Vale, me acabo de levantar y no entiendo nada. Primero Hécate y éste libro y
ahora no se que de una Guerra, el Fin del Mundo y la Nueva Era – suspiró -.
¿Qué me he perdido?
Perséfone se limitó a sonreír, con un gesto de su mano unas sombras se
concentraron en el centro y formaron una abertura.
– Entra, te llevarán justo donde está ella. Y ella podrá contarte todo lo que ha
pasado.
Allen le dio el libro a Shadow para que lo guardara y se adentró en las sombras.
Antes de que éstas se cerraran Perséfone pudo escuchar la voz de Allen a lo lejos.
– Gracias mi reina, gracias.
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Unas extrañas partículas luminosas impregnaban el lugar, flotando y
desplazándose lentamente, arrojando una extraña luz cálida contra el césped y los
árboles. El verde, el marrón, el blanco y otros miles de colores parecían tener un
brillo distinto.
Avanzó por el césped, pisando con cuidado, fijándose en todo lo que le
rodeaba. A su izquierda un campo enrome se extendía verde y luminoso, donde
miles de árboles crecían altos y fuertes. Almas de niños correteaban de arriba abajo
por los prados y jugaban entre las ramas de los árboles. Otras almas simplemente
cantaban, charlaban o dormitaban sobre el césped contemplando las motas
blanquecinas que flotaban por doquier. Todas aquellas almas tenían algo en
común. Todas parecían felices. No había dolor físico, tampoco placer físico pero
era un mal menor, no tenían ni frío ni calor, ni hambre ni sed, ni siquiera una
responsabilidad concreta, simplemente estaban muertas y parecían gozar de ello.
A su derecha, la famosa Llanura de los Asfódelos, tan puramente blanca y
violeta, como grande e intrigante. A lo lejos, en el horizonte se podía ver un raro
árbol de corteza violeta y ramas cuyos frutos eran las esporas blancas que flotaban
en el aire. También había almas a su alrededor, pero diferentes a las que se
encontraban en los prados. Éstas habían perdido el espíritu para dejar el alma
limpia o casi limpia, algunos hilos todavía surgían y bailoteaban. En la Llanura de los
Asfódelos las almas volvían a renacer. Aquellas flores no eran un mal presagio, sino
otra oportunidad. Pero si algo tenía en claro Allen mientras contemplaba aquello,
era que ya no eran mortales, podrían pensar y haber sido mortales en otra vida,
pero allí abajo eran otra cosa.
Caminó en busca de Ely, intentando retener en su memoria todo aquello tan
maravilloso e indescriptible que estaba viendo, tenia la rara sensación de que
cuando saliera de allí le costaría recordarlo.
196
Rojo, blanco y aquella sonrisa. Si, sin duda estaba contemplando a Ely.
Sonrió y se lanzó a abrazarla. Ella deshizo el abrazo y lo miró seriamente, y sin que
él pudiera anticiparlo, ella le dio un puñetazo en la cara.
– ¡Au! - se quejó Allen frotándose la cara -. ¿A qué ha venido eso?
– Eso por casi morirte, idiota, casi me matas a mi del susto, pensé que te
perdía.
Allen se ruborizó. Le costaba admitir ese momento de flaqueza y debilidad.
– Todavía me queda un largo camino.
– Lo sé, pero yo puedo ayudarte, se que puedo.
– Después de lo que pasó en la Morada de los Jueces sigues queriendo
ayudarme... creo que no te merezco – sonrió.
– Estamos juntos en esto y, bueno, aquello fue realmente estúpido, no pasa
nada, en parte también fue culpa mía porque fui muy injusta. Querías
aprender todo lo que pudieras aquí abajo y yo solo quería terminar lo más
rápido posible para marcharme, me comporté como una egoísta.
– Pero yo también dije cosas crueles ¿no crees?
Un hombre mayor vestido con una túnica los interrumpió.
– Está muy bien que os hayáis perdonado, pero está discusión puede esperar.
En realidad aquí la expresión “perdiendo el tiempo” no tiene mucho sentido,
pero un día aquí en el Averno, es un minuto allí, en Átharos.
– ¿Cuanto tiempo llevamos aquí? - preguntó Ely al hombre mayor.
– Cinco días.
– ¿¡Cinco días!? - preguntaron Allen y Ely al unisono –, y lo que es más
importante – continuó Allen -. ¿Quién eres tu? No te pareces en nada a las
almas que habitan por aquí, eres... carnal. Extrañamente carnal. Visiblemente
hablando, claro.
197
– Os presento – dijo Ely –, Allen, éste es Tiresias.
– Saludos, príncipe Allen.
– Encantado, pero, ya no soy príncipe desde hace dos años, no se porque
todos tienen la manía de seguir llamándome así.
– ¡Oh, ya lo creo que lo eres! Te sorprenderías de lo que te queda por vivir,
amigo mío – el anciano se sentó en una roca y Ely, sin perder su sonrisa, se
sentó en el césped frente a él. Allen hizo lo mismo –, tu vida es otra historia.
– ¿Ha visto mi... futuro?
– No lo sé – se atusó su gran barba canosa y con sus ojos completamente
blancos, suspiró –. No se si ver es el verbo adecuado para describir lo que se
y lo que siento, pero ¿eres tú ese muchacho que veo? - se quedó pensativo –,
no eres ni la mitad del hombre que veo yo... o... ¿si lo eres?
– Vaya, es cierto que está usted loco – dijo Allen –, venimos con otro tipo de
preguntas, lo que deba saber sobre mi ya lo descubriré. No tiene en claro
nada de lo que ha visto hasta ahora, ha cometido muchos errores, en vida y
ahora al juzgarme por lo que ha visto.
El oráculo se quedó inmóvil. Con la mirada perdida sin decir nada.
– Allen, creo que te has pasado. Llevo un rato hablando con él y es bastante
simpático e inteligente, en ningún momento he visto signos de demencia
senil, tal vez chochea un poco, pero diantres, está muerto ¡lleva siglos
muerto!
– No, el muchacho tiene razón – dijo al fin Tiresias –, te estaba poniendo a
prueba.
– ¿Otra? Parece que no somos de confianza...
– Lo sois, pero ya son muchos siglos esperando. Esperando por vosotros.
Quería comprobar... - parecía que le costaba hablar –, que sabías cual era el
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objetivo del viaje que os traéis entre manos, que lo importante aquí es el
futuro de Átharos y el surgimiento de la Nueva Era.
– ¿Nueva Era? - preguntó Allen.
– Así es – contestó Ely –, mientras tu dormías a pierna suelta, yo estuve
hablando con Hades sobre los collares y los espíritus guardianes. Ahora no
estoy completamente segura de si en verdad Hades quería tranquilizarme o
asustarme más, pero el caso es que nuestras acciones futuras determinarán el
futuro de todo Átharos – se aclaró la voz –, tres cosas podrían pasar; la
primera, la Guerra entre dioses y mortales...
– Perderíamos – dijo Allen.
– Lo sé, injusto, pero nosotros lo somos más y nos lo mereceríamos, nos
adueñamos de algo que en primer lugar no era nuestro sino que los dioses
decidieron compartirlo con nosotros, además de eso, lo estamos
destruyendo poco a poco. Aunque tenemos suerte, los dioses no desean esa
guerra, nos han cogido cariño a los mortales, ¿no es bonito? - dijo Ely
emocionada.
– Si tu lo dices... - dijo Allen –, sigue contándome, la segunda cosa que puede
pasar.
– Es muy cruel... - Ely miró a Allen preocupada, cerró los ojos, suspiró y lo
soltó –, el Fin del Mundo, tanto de dioses como de mortales.
– ¿Y como podría pasar eso?
– No lo sé – dijo Ely mirando al adivino -. ¿Tiresias?
– Prestad mucha atención... - los dos se acercaron más para escuchar lo que
tenía que decir –, ...no lo sé con claridad, pero... algo tiene que ver con la
primera, segunda y tercera Generación.
– ¿Hablas de los Titanes y los Cíclopes?
199
– Y de otros seres diferentes a los dioses y aquellos que no deben ser
nombrados – se alisó su gran barba –. Sí, es una imagen borrosa y oscura,
pero el Fin del Mundo no sería posible sin sus creadores, la tierra es una
extensión de Gea, al igual que lo es el cielo de Urano y el mar de Pontus.
– ¿Quieres decir que la tercera generación de dioses no sería capaz de destruir
el mundo, tal y como lo conocemos?
– Bueno, tal vez pudieran, pero siempre hay confusiones, ni Zeus es el dios del
cielo ni Poseidón el dios del mar. Son reyes, lo gobiernan y puede que el
estado de éstos determinen el ánimo de esos dioses, pero ellos no lo crearon.
– Es cierto – dijo Ely recordando –. Hades se ha denominado a él como rey
de los muertos y no como dios. Él es un dios, lo cual no implica que lo haya
creado, es decir, que para que el Fin del Mundo sea posible deberíamos
enfurecer, dioses y mortales, a los Titanes, Cíclopes y demás.
– Exactamente – Tiresias señaló a Allen -. ¿Lo has entendido muchacho?
– Si, más o menos... Zeus pertenecen a la cuarta generación, ¿me equivoco?
– No, no te equivocas – dijo Ely –, has leído y aprendido mucho en poco
tiempo, me sorprendes.
– Vamos a ver si te puede sorprender más querida – dijo Tiresias sonriendo -.
Allen, empecemos. En primer lugar existió, realmente, el Caos. Luego Gea,
de ancho pecho, sede siempre firme de todos los inmortales que ocupan la
cima del nevado Olimpo...
– No quiero decepcionaros – interrumpió Allen -, pero no me se toda la
dichosa Teogonía de Hesíodo de memoria, apenas he empezado a
interesarme por mis dioses hace apenas unos años.
– Empecemos por algo más fácil, tenemos tiempo – dijo el profeta sonriendo
–, dejemos las Generaciones, son algo difíciles para una mente como la tuya
200
muchacho. Por el principio, sabes que lo primero era el Caos... ¿qué sigue?
– Caos engendró a Gea, al Tártaro, a Eros, Érebo y Noche.
– ¿Qué puedes decirme de Gea?
– Volviendo atrás y citando lo que dijiste, la tierra es una extensión de ésta
diosa, ella misma es la tierra y ella sola, engendró a Urano el cielo, para que
la cubriese y la protegiera, a las Montañas y al Mar.
– Parece tan fácil explicado así – suspiró Ely –, hay tantas preguntas todavía...
– ¿Y qué es el mundo sin preguntas? ¡Nada! No habrían respuestas y sin
respuestas no habría resultado y sin preguntas – dijo Tiresias levantando los
brazos –, no habría nada.
– Discutible – dijo Allen.
– Prosigamos, ahora sigue tu, muchacha – le dijo a Ely, ignorando a Allen.
– Bien... - pensó ella –, Gea junto con su hijo Urano engendraron a los
innombrables, a los Cíclopes, a las Titánidas y a los Titanes.
Los ojos de Tiresias siempre fijos en un punto concreto, sin pestañear, señalaba
con el dedo y preguntaba.
– Allen, nombra un Titan y una Titánide, los más importantes que creas.
Allen pensó detenidamente.
– Cronos y Rea – dijo al fin.
– ¿Por qué?
– Cronos tiene un papel muy importante en la historia, protagoniza la primera
Revolución Divina. Destronó a Urano.
– Buena respuesta, si hubieras contestado mal te habría atizado – sonrió –.
Elisabeth, los hijos de Cronos y Rea.
– Hades, Poseidón, Hera, Deméter, Hestia y, como no Zeus.
– Perfecto... ¿algo importante que comentar?
201
– Zeus protagonizó la segunda Revolución Divina destronando a Cronos –
dijo Allen –, la Titanomaquia, que después provocaría la Gigantomaquia.
Tiresias rió.
– Aquí es donde quería llegar yo. Esas guerras entre dioses fueron
impactantes, pero Zeus nos otorgó a todos el ajustado equilibrio, aunque
esas guerras sucedieron antes de que el hombre existiera, muchos Titanes
fueron encerrados en el Tártaro, solo unos pocos se salvaron y entre ellos,
nuestro creador Prometeo – suspiró y se puso serio –, si por alguna
casualidad el Fin del Mundo llegara a producirse, tened claro que no sería
posible sin los Titanes. Esa es mi respuesta.
– Tiene sentido, y mucha razón... pero – dijo Ely –, sin la corrupción de éstos
el Fin del Mundo tampoco podría desencadenarse. Esa es mi respuesta.
Tiresias la miró con curiosidad. Ella estaba en lo cierto. ¿Quién podría corromper
el mundo sino los mortales? La respuesta era clara y sencilla. Elisabeth no era
cualquier persona y lo demostraría a lo largo de su existencia.
– Dejemos de lado el Fin del Mundo – dijo Allen que se había estirado en el
mullido césped a sus anchas –, esperemos que no ocurra. Nunca - sonrió –.
Necesitamos otro tipo de respuestas. ¿Hace falta que pregunte?
Tiresias rió con fuerza. Estaba claro que estaba ante dos personas completamente
especiales.
– Habéis conseguido que me sienta momentáneamente feliz después de tantos
siglos, os merecéis explicaciones y respuestas, claro – se aclaró la garganta -.
Ya sabéis que mis visiones vienen y van, gente que no conozco, dioses que
jamás conoceré, imágenes desconcertantes, futuros negros... pero algo si se –
Tiresias se puso serio, se alisó aquella túnica marrón que llevaba puesta y
sonrió –, id muchachos. Id y devolved los collares a su origen. Como dijo
antes Allen, he cometido muchos errores en mi vida, y uno de ellos fue no
202
saber interpretar una de mis visiones, fue extraña, era la primera y última
vez, que todos los dioses y mortales caminaban por el mismo sendero.
– Tuviste miedo – dijo Allen –, por eso recurriste a Zeus y ahora te preguntas
que hubiera pasado si no lo hubieras echo, ¿habría sido para mejor o para
peor?
– Exacto. Pero como os iba diciendo, debéis devolver los collares. Buscad la
morada de Zeus, la morada de los dioses. Id en busca del Monte Olimpo. Es
lo mejor, vuestras decisiones a lo largo de éste viaje, vuestras vivencias, serán
el motor de la Nueva Era – tosió –. No hace falta que lo entendáis, sino que
lo sintáis.
» Os queda un largo camino por recorrer y debéis hacerlo por vuestros
propios medios. Juntos. Y descubrir las respuestas que atañen a vuestros
corazones.
» Elisabeth, tu vida no ha sido un camino de rosas precisamente. Tú misma
sabes lo duro que ha sido todo; princesa, guerrera, sacerdotisa y mujer al
mismo tiempo. Tus manos están manchadas de sangre, te culpas por lo que
pasó aunque sabes que no la tienes, ahora esos muchachos gozan de paz
porque tú se la diste, sus almas perecieron en el Tártaro, pero era lo que
merecían, así lo dictaminaron los jueces. Según mi opinión no se merecían
haber sido enterrados, has soliviantado su dolor al mínimo, no se lo
merecían... – sonrió tímidamente –, eres demasiado buena persona Ely,
seguramente te va a odiar mucha gente. Mi consejo, aprende a ser un poco
más egoísta, no te hará daño.
» Allen... - dirigió su mirada al muchacho aunque no le pudiera ver -. ¿De
qué huyes? - le preguntó indignado -. Deja de correr y párate, te estás
dejando una gran parte importante de tu yo atrás. Un pensamiento ha estado
rondando tu mente desde que te marchaste de allí. El ir a Athos a expiar tus
203
pecados es una muy buena decisión, te ayudará a elegir mejor tu camino, te
guiará, además, seguro que te sorprenderás de lo que verás y oirás.
» Éste viaje será muy importante, no solo para Átharos sino, también para
vosotros dos. Todos son tan serios respecto a éste tema y según mi punto de
vista no hace falta tomarlo como algo tan malo. La Guerra, el Fin del
Mundo o la Nueva Era... solo están acelerando el proceso de desaparición y
destrucción, nada más. Si los collares hubieran seguido sellados, la tensión y
el olvido entre mortales y dioses podría mantenerse otros tantos siglos más...
¡incluso milenios!
» Otro factor que aceleró todo de un modo alarmante, fueron los Místicos,
el gran error de tu familia, Elisabeth, aunque no debes sentirte afligida por
ellos, estás luchando, eso es suficiente. Pero está claro que los Místicos no
quieren los collares para hacer algo bueno. Mis visiones son poco claras
respecto a ellos, ya que parece haber algo que me lo impide y creo saber
porqué. A ese grupo de sanguinarios los guía un loco por su propio deseo de
alcanzar la apoteosis, y a éste loco, lo guía un dios. Más concretamente una
diosa, por los poderes que me impiden ver más allá. Es una de los Dioses
Oscuros, y a ésta le acompañan en su descabellado plan otros dioses. Ya se
que no veo con claridad quién es, pero puedo decir que es maléfica y
discordante a al vez que benéfica y sanadora.
» Supongo que estaréis pensado que mis visiones son contradictoras y que
estoy loco y chocheo, tal vez sea así – sonrió –, el vivir eternamente o
incluso el estar consciente eternamente, puede convertirse en una tortura –
suspiró –, supongo que no os he dado las respuestas que queríais oír, pero si
os he dado aquellas que necesitabais.
– Nos has dado un nuevo camino, un nuevo destino – dijo Ely –, eso es más
que suficiente – se levantó y se sacudió el vestido blanco –, muchas gracias –
204
le dijo al oráculo cogiéndole de las manos –. De verdad, gracias.
– Nos has dado una buena razón para continuar – Allen cerró los ojos
sonriendo –, un camino para encontrar también nuestra felicidad, o un
atisbo de ella. Debemos proteger aquello por lo que tantas personas
perdieron la vida.
– Pero – dijo Ely –, tus visiones...
– No – contestó el oráculo a la pregunta que no dejó que ella pronunciara –,
no lo veo. Intentaré explicarte que es lo que siento – se alisó su barba
canosa, cogió aire y cerró los ojos –. Todo oscuro, completamente oscuro.
Una gota rojiza cae y se expande, formando islas y continentes. Gritos y
lamentos surgen de la tierra, pero... dos figuras mortales lloran y se lamentan
por el sufrimiento. Sus lágrimas forman ríos, lagos y mares, y convierten los
gritos y los lamentos en risas y cantos. Esas dos figuras se cogen de la mano
y caminan por el mismo sendero. Una luz cálida y blanca llena la oscuridad y
se acerca a las dos figuras mortales. Esos dos mortales sonríen y desaparecen
junto con la luz.
Tiresias abrió los ojos y dejó salir un gran suspiro.
– Ahora, analicemos la visión desde un punto de vista más subjetivo.
Entendiendo la oscuridad como destrucción, podríamos decir que son los
Místicos y la gota rojiza, sangre inútilmente derramada, batallas y muertes
que sucederán en otras islas y continentes, no necesariamente han de ser los
Místicos quienes las provoquen, pero la mayoría de ellas si. Los gritos y los
lamentos son la gente que sufrirá por ello. Pero aun queda esperanza. Hay
dos figuras mortales cogidas de la mano que lloran. Sus lágrimas se
convierten en esperanza, ayuda y felicidad. Entendiendo a esas dos figuras
como mortales, como personas, mujer y hombre. Elisabeth y Allen. Una luz
cálida, obviamente proviene de los dioses, parece que éstos os tienden una
205
mano, os permiten buscar y entrar en el Olimpo.
Tiresias se detuvo unos segundos, pero parecía que no tenia ganas de continuar su
relato.
– Tiresias – Allen se levantó del césped –, usted ha dicho que su visión le
muestra que “Esos dos mortales sonríen y desaparecen junto con la luz. “ Implicando
que, y según usted somos nosotros, ¿qué significa desaparecer? Entendiendo
que la luz sea algo bueno.
– Sabía que me preguntarías eso – el oráculo también se levantó de la roca y
dejó pasar a dos niñas que corrían pradera abajo –, no quiero que al deciros
esto cambiéis de parecer. Hay muchos caminos que podéis escoger, pero
sólo hay uno que nos beneficie a todos, incluso a vosotros aunque vuestro
destino sea morir al llegar al final del viaje. Los sacrificios por el bien común
son recompensados.
– ¿Pretende decirnos que si realizamos todo eso que nos ha dicho, moriremos?
- preguntó Allen -. ¿Nos está pidiendo que sigamos un camino que nos
llevará a una muerte segura?
– Allen – Ely apoyó la mano en su hombro –, todos los caminos que
decidamos pisar nos llevarán a eso, a morir. Todo el mundo camina por
distintos senderos y vive experiencias diferentes, pero al final, todos nos
encontramos. Algún día moriremos, mejor hacerlo por una causa noble que
no por deseos egoístas.
– Beth... ¿estás segura de que quieres hacerlo? Puede que después lo
lamentes...
– No, no lo lamentaré. Y sí, quiero hacerlo – sus ojos negros no mentían,
estaba segura de lo que quería -. ¿No se merece el mundo vivir en paz? Ésta
es la vida que nos ha tocado vivir.
Allen le cogió la mano y la sostuvo un rato. Miró hacia arriba, hacia aquel extraño
206
cielo luminoso e intenso, donde miles de partículas redondas bailoteaban. Se decía
a si mismo que ojalá, en el pasado, hubiera tenido la fuerza y la firmeza con la que
Ely decidía escoger su camino.
– Realmente – miró el césped sin dejar de sostener la mano de Ely –, no hay
otro camino que quiera recorrer que no sea el mismo por el que caminas tu.
Ely soltó la mano de Allen y poco a poco lo abrazó con cariño.
– Pues caminemos juntos por el mismo camino, hagamos lo correcto.
Tiresias les había acompañado a la salida de los Campos Elíseos. Allen y Ely se
encontraban debajo de uno de los arcos de piedra grisácea por donde crecía una
hiedra frondosa de un verde intenso.
– Muchachos – dijo Tiresias llamando la atención –, antes de irme quiero dejar
claro algo – los colores que rodeaban al oráculo empezaron a apagarse y él a
desaparecer –, el hecho de que tengáis a los dioses de vuestra parte no
implica que os vayan a ayudar. Tal vez os faciliten y os abran ciertas puertas,
pero... esto es algo por lo que los mortales debéis luchar, es vuestra lucha
para con los dioses. Demostradles que la fuerza de antaño todavía no se ha
perdido, que la gloria pasada de Átharos sigue viva en vosotros,
demostradles que valéis la pena, que merecéis su bendición y protección
eterna, que no juzguen a la humanidad por los actos cometidos de un solo
207
hombre. Hacedles saber que los unos sin los otros no sería posible en éste
mundo, no sería lo que es ahora. Tenéis a dioses de vuestra parte pero
también tenéis dioses en contra vuestra, amigos y enemigos. Tened cuidado.
Sonrió y su imagen desapareció, dejando en su lugar aquellas motas luminosas que
estaban por doquier y que iluminaban con calidez los Campos Elíseos.
Ely miró las escaleras que conducían a la Morada de los Jueces y el extenso
manto de sauces llorones que lo cubrían todo. Allen miraba de un lado a otro. Los
Campos Elíseos, luminosos y cálidos, a lo lejos, más allá de la Morada de los Jueces
estaba el Tártaro.
– ¿Quieres ir? - dijo Ely bajando las escaleras.
– ¿A dónde?
– Al Tártaro.
– No... bueno... -Allen miró a lo lejos. Le tentaba. Suspiró –, no creo que fuera
capaz de soportarlo. Keres realmente abominables, puesto que es su lugar de
nacimiento, torturas y almas siendo consumidas. No, no lo soportaría.
– Según ciertos libros sobre mi antepasada Anna, ella esta allí – dijo Ely
mirando con tristeza el cielo del Averno. Tan luminoso y claro cerca de los
Campos Elíseos y tan oscuro y rojizo en el Tártaro –. Ojalá pudiera hacer algo
por ella.
– ¿De verdad? ¿No fue ella quien creó a los Místicos? ¿No fue ella quien pese
a sus votos rompió el sello...
– … y se enamoró de Apolo? – le interrumpió ella.
Allen la miró a los ojos, aquellos ojos negros que parecían ver a través de él.
– Quiero saber la verdadera historia, no la que les conviene a los dioses.
– ¿Quieres decir que ella no debería estar allí?
– No, no debería, es un presentimiento – sonrió –, y sabiendo la personalidad
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de nuestro dios, demasiado guapo Apolo, seguramente él todavía aun la ame
a pesar de los siglos que han pasado.
Allen bajó los escalones de dos en dos y se situó al lado de ella.
– Tiresias ha dicho que nuestro viaje resolvería nuestras dudas y problemas.
Sigue adelante, tal vez puedas salvarla.
– Tal vez...
Los dos se adentraron en el espeso manto de árboles. Tiresias les había indicado
por donde podrían salir, debían dirigirse a la Puerta de Marfil.
– Por cierto, Beth – apartó unas cuantas ramas y esquivó unas rocas -. ¿Y ese
vestido?
– Me lo ha dado Perséfone.
– ¿Qué ha pasado con tu otra ropa?
– Quemada.
Allen se giró para mirarla.
– ¿Quemada?
– Claro – lo adelantó y siguió caminando –, me tiré de cabeza en el Phlegethon
para salvar a cierta persona.
Allen la cogió del brazo. Ella se soltó.
– No te preocupes, no es la primera vez que me vinculo con los espíritus
guardianes.
– Podrías haber...
– ¿Muerto? - rió –, o podrías haber muerto tu. Tranquilo, sabía que no iba a
morir.
– ¿De verdad?
– No – volvió a reír y dejó escapar un largo suspiro –, que bien sienta reírse
después de todo lo que ha pasado.
209
Allen se quedó callado y pensativo.
– ¿Qué te pasa, Allen?
– No es tan fácil vincularse con los espíritus. Si no hubiera sido por ti, yo
habría muerto en el intento.
Ely recordó su charla con Hades. Hijo de Zeus. Una idea surgió en su mente.
– No estabas preparado. Fue el entorno lo que hizo reaccionar a tu alma con la
de Shadow. No querías hacerlo, de echo, no habías pensado en hacerlo, por
eso te ha salido mal, pero no te preocupes, la próxima vez te ayudo – apoyó
sus manos en sus hombros –, y ya sabes, no puedes comparar el poder
oscuro con el que yo poseo, eso mismo me dijiste tu.
– Cierto, pero... ¿cómo sabías que el echo de tirarte a ese río ardiente me
salvaría?
– Esas llamas es lo único que puede poner en orden a la oscuridad – le sonrió
–, es por eso que se que puedo ayudarte, aunque hayas rechazado la oferta
una y otra vez.
– Lo siento, me ofusco y no veo con claridad, pero esta vez acepto la oferta –
sonrió –, eso quiere decir que debemos permanecer juntos ¿no?
– Hasta que muramos – dijo sonriendo Ely caminando entre arbustos.
– ¡Que pesimista! - dijo Allen sabiendo que lo decía en broma.
– Ahora te toca ser a ti el optimista – dijo feliz.
– Oye... - dijo éste dándose cuenta –, estas realmente feliz... ¿te ha pasado algo
aquí abajo que te haya motivado?
Se paró y miró a Allen con sus ojos brillando de emoción.
– He visto a mis padres, Allen, les he visto – señaló hacia la luz –, los he visto
en los Campos Elíseos, juntos. He visto – sus lágrimas caían sin que ella se
diera cuenta – he visto a la gente de Parthos allí.
210
Allen sonrió.
– ¿No es eso un alivio?
– Sí.
– Entonces, ¿por qué lloras?
Ella se secó las lágrimas.
– No lo sé – ahora reía y lloraba al mismo tiempo –, estoy agradecida de que al
menos podrán volver a renacer.
– No nos rindamos, ahora más que nunca tengo en claro lo que debo hacer.
¿Puedes ver tu camino, Beth? ¿Puedes ver por donde vas?
Ely terminó de secarse las lágrimas y meditó durante unos segundos. Sus ojos se
abrieron como platos.
– Sí, si... lo veo. Puedo verlo.
– Eso es genial.
– ¿Qué es esto? - preguntó Ely –. Tiresias y el mapa dicen que es por aquí.
– Si te fijas no es muy profundo – dijo Regen.
– Pero es justo por donde el Aqueronte desemboca en la laguna Estígia, la
corriente podría arrastrarnos.
Regen pensó y fue flotando hasta el agua. Se sumergió justo donde el río y la
laguna se unían. Salió al cabo de unos segundos toda mojada. Su cabello plateado
brillaba todavía más a causa de las gotas de agua que resbalaban por sus mechones.
211
– Usa tu poder Ely – le dijo –, noto que es un agua distinta, de alguna manera,
pero no por ello diferente. Si has podido con el Phlegethon, podrás con
estas aguas – se encogió de hombros –, además, la otra orilla no está tan
lejos.
– Muy bien – cogió a Allen de la mano -. ¿Preparado?
– Siento estar tan débil física y mentalmente – se disculpó –, no tengo energías
para cruzarnos al otro lado.
– No te preocupes – le dijo Ely.
– Si las cuentas no me fallan – dijo sonriendo –, has estado más dos días infernales durmiendo.
– No es suficiente, necesito dormir más.
– Si, ya claro, claro – se quejó Ely –, callaos, necesito concentrarme.
Ella cerró los ojos, apretó la mano de Allen, cogió aire y lo soltó lentamente. Abrió
los ojos. Regen la observaba y Allen a sus ojos ahora azules.
– Bien, allá vamos – estiró las piernas –. Allen, debes hacerlo al mismo tiempo
que yo, así me será más fácil.
– Muy bien, estoy preparado.
Cuando los dos estaban apunto de pisar las aguas, un crujido detrás de ellos los
desconcertó. Ely se sobresaltó, soltó la mano de Allen y sus ojos volvieron a ser
los de siempre.
– ¿Quién anda ahí? - preguntó ella ligeramente mosqueada.
– ¿Ma chérie? - un hombre se asomó entre la maleza –, soy yo, Éaco.
Ella le miró y se cruzó de brazos.
– ¿Qué quieres? Todavía no he olvidado lo que pasó hace cuatro días.
– Ni nosotros tampoco, chérie – dijo arrodillado ante ella –, ha sido muy raro
que Hades os salvara. Nos ha dejado a los tres anonadados. Él no suele ser
212
tan...
– ¿Permisivo? ¿Bueno? - Ely levantó a Éaco del suelo –, lo sé. Ya me ha
advertido que una vez que termine con lo que veníamos a hacer nos
largáramos. No nos volveremos a ver hasta que muera, o no. Ni su ira ni su
ayuda caerá sobre nosotros – suspiró -. ¿Qué querías?
– Disculparme y... - Éaco saco de debajo de su túnica una extraña caja negra
con un dibujo en la tapa –, quería ofrecerte esto – le tendió la caja –. Debes
disculparnos, a Minos, a Radamantis y obviamente a mi, hacia mucho
tiempo, siglos, que no veíamos una mortal.
– Está bien, no hace falta que te disculpes – Ely cogió la caja recelosa y pasó la
mano por el dibujo -. ¿Una serpiente?
– Así es – ahora Éaco hablaba en voz muy baja –, ella ha estado aquí. Estuvo
en el Érebo hablando con él. Le pedía ayuda, pero éste se la negó – su
expresión era la de un niño asustado –, está tramando algo, algo muy malo
que solo la beneficia a ella y a los quince.
– ¿Ella? ¿Ella quién? - preguntó Ely confusa -, ¿los quince?
Unos árboles comenzaron a agitarse y Éaco se asustó.
– No tengo tiempo – cogió las manos de Ely con las que sostenía la caja –,
póntelo una vez que salgas de aquí, no te lo saques nunca, te protegerá de
ella.
Éaco se esfumó entre la maleza dejando a Ely y Allen totalmente confundidos. Ely
se giró y miró a Allen.
– ¿Quién diantres son los quince y... ella? - le preguntó a Allen.
– ¿Quince? No tengo ni idea a lo que se refiere y ella... - Allen pensó –, ella... -
realmente lo estaba pensado –, no hace mucho... - se cruzó de brazos -. ¡Si!
Fue él. ¡Un Místico! Él me advirtió.
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– ¿De qué te advirtió?
– Me dijo que tuviera cuidado con ella.
– ¿Pero quien es ella?
– ¿Será la diosa que lidera a los Místicos? ¿Esa diosa que impide a Tiresias
verla?
– Discordante y sanadora a la vez – se dijo Ely a si misma mientras miraba la
caja. Suspiró –. Terra – llamó a su espíritu –, guarda la caja, una vez que
salgamos ya te la pediré.
– Está bien – dijo Terra guardando la caja en su diminuta alforja junto con el
libro los Mitos de Átharos.
– Bien – los ojos de Ely adquirieron un color azul cielo.
Cogió a Allen del brazo y lo arrastró hasta la otra orilla caminando ágilmente sobre
la superficie del agua.
– Por fin – sus ojos negro miraron en dirección a la Puerta de Marfil –, por fin
hemos cruzado.
– Que rapidez – dijo Allen todavía fascinado por la sensación de caminar
sobre el agua –, no me has dado tiempo a disfrutarlo.
– Si eso otro día, quiero salir ya.
– Está bien, sigamos.
Continuaron caminando dejando atrás los Campos Elíseos y la Morada de los Jueces. A
su derecha pudieron ver las famosas Islas Elíseas, radiantes en un mar de oscuridad
cuya entrada era para los privilegiados. Allen se detuvo de repente.
– Espera, falta algo...
– ¿El que?
– Cerbero.
Los dos se miraron a los ojos agudizando el oído. No, no se escuchaban aullidos.
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Allen tampoco notaba la presencia del animal. Notaba algo, pero no desprendía
una maldad propia de algo salvaje y fiero como lo es Cerbero.
– Hay varios escritos que hablan del perro de Hades – explicó Allen mientras
caminaban en dirección a la puerta –, unos dicen que custodia la entrada,
otros que la salida.
– Y tu lógica te dice que si no estaba en la entrada lo estará en la salida,
¿Verdad?
– Exacto, así que es mejor tener cuidado, por si acaso.
Caminaron con paso firme sobre la tierra marrón oscuro, sin dejar de mirar aquella
gran construcción que se erigía poderosa entre aquella niebla oscura y densa. Ely
tosía a causa del polvo. Allen usó el poder de la oscuridad para abrir un camino a
través de aquella molesta niebla.
– No te canses – dijo Ely acabando de toser –, gracias.
– De nada.
Continuaron hasta que escucharon una especie de rugido. No era gutural y sonoro,
sino más bien como un ronquido. Luego escucharon unas notas musicales, tal vez
de un arpa, tal vez de una lira. Los dos corrieron curiosos guiados por el suave
sonido de las notas y por aquel extraño ronquido que contrarrestaba la suave y
melódica música. Se toparon de frente con un hermoso joven de ojos azules, pelo
largo negro, ondulado, con reflejos azulados. Vestía una sencilla túnica azul oscura
que destacaba con su pálida piel, y unas sandalias marrones de cuero trenzado. El
cabello lo llevaba extremadamente cuidado y decorado con unas hojas de laurel.
Estaba sentado en un trípode y portaba en sus brazos una lira. A su espalda, un
arco y flechas.
– Apolo... - dijo Ely anonadada.
– Princesa – se inclinó y miró al monstruoso animal de tres cabezas que
dormía plácidamente –, me he tomado la libertad de dormirle para que tu y
215
tu acompañante puedan salir sin problemas – tocó unas notas más y se
acercó a ellos dos.
– Supongo que gracias – dijo Allen cohibido, tanto por la belleza del dios
como por su mera presencia –, no esperábamos encontrarte precisamente
aquí abajo.
– Lo sé – sonrió –, ha sido algo fuera de la rutina. Pero vuestras caras al verme
han sido realmente dignas de ver – rió.
Ely miró fijamente al dios. Tenía la extraña certeza de conocerle, de saber quien es,
de sentir un cierto cariño hacia él, no como dios, sino que quizás como un
hermano, tal vez...
– Lucas – dijo Ely –. Lucas – repitió.
Apolo la miró con cariño y abrió los brazos dando a entender que le permitía un
abrazo. Ella lo abrazó con fuerza llorando estúpidamente.
– Siempre a su lado princesa, siempre – le dijo acariciando su pelo –, intentaré
protegerte, haré lo que pueda.
– Para eso está la familia, ¿no? - dijo Allen con empatía. Apolo lo miró sin
dejar de sonreír.
Apartó a Ely y le secó las lágrimas.
– Ya lo creo que eres especial – le dijo –, no me puedo creer que me hayas
reconocido.
– Ni yo, ha sido extraño, realmente extraño – sonrió – pero me hace feliz, me
hace feliz el saber que sigues a mi lado.
– Tal vez tenga ciertos motivos ocultos para seguir a tu lado – dijo seriamente.
– ¿Motivos ocultos?
– Sí – se arrodillo y cogió la mano de Ely –, te pido por favor que la salves.
Salva a mi querida Anna.
216
– ¿Yo? - se apartó bruscamente –, yo no puedo... no puedo hacerlo. No estoy
preparada.
– Si puedes – dijo Apolo – yo se que tú puedes hacerlo.
Ely le dio la espalda al dios y cerró los ojos. No se creía capaz de hacerlo. Tampoco
tenía muy claro que es lo que debía hacer.
– Yo te contaré toda la historia, la verdadera historia. Te lo prometo – dijo
Apolo inclinándose levemente.
– No puedo – repitió Ely –, lo siento.
Cogió del brazo a Allen y lo arrastró hasta la enorme Puerta de Marfil. Por el marco
de la puerta crecía una espesa hiedra verde donde destacaba una extraña flor azul.
Apolo se acercó y con un simple gesto abrió la pesada puerta. Ely volvió a mirarle
a los ojos y repitió: - Lo siento. Y cogida a Allen se encaminó hacia aquella luz tan
conocida, la luz del sol.
El sol era cegador, pero no hacía calor. Allen y Ely salieron al bosque de pinos por
una cueva en la montaña. Al principio era espaciosa pero se fue estrechando a
medida que salían. Allen pensó que una vez que la Puerta de Marfil se cerrara al otro
lado, la cueva volvería a ser una simple cueva y no la salida del Averno.
– Au... - dijo Ely quitándose un pincho del pie, comenzó a sangrar por la
herida –. Perséfone tenía que haberme prestado también... au... unos zapatos
– se apoyó en un árbol.
– Ven – dijo Allen –, apóyate en mi.
217
Ely se agarró a Allen.
– En el Averno esto no me pasaba y todo era maleza y árboles ¿por qué ahora?
– No tengo ni idea – dijo cansado –, ahora que estamos fuera me siento más
cansado que antes, lo que necesitamos es dormir, al menos yo. Ya tendremos
tiempo de pensar estas cosas más adelante – Allen cogió a Ely en brazos.
– ¡Oye! No estoy inválida, simplemente descalza – se agarró a su cuello para
no caerse.
– ¿Vas a caminar descalza por el bosque hasta el mar? Mira, levanta el pie –
Ely lo levantó y un hilo de sangre goteaba en el suelo –. Se que podrías
utilizar el poder de Terra para no hacerte daño – comenzó a caminar entre
árboles y rocas, la luz les rodeaba – pero los dos estamos cansados, así que
menos quejarse, encima que me preocupo por ti.
– Vale, ya no me quejaré, gracias, pero mejor me subo a tu espalda.
Cuando llegaron al Pigmalión todo el mundo seguía durmiendo plácidamente en la
arena de la playa, acurrucados en mantas alrededor de una hoguera ya consumida.
Allen estaba muerto de sueño y dejó caer a Ely en la arena y corrió a meterse
debajo de una manta.
– ¿Pero qué...? - Ely se levantó molesta pero no se quejó ya que sabía que él
estaba realmente cansado. Le pegó una patada para que le hiciera sitio y se
durmió junto a él.
218
– ¿ Por qué están durmiendo juntos? - preguntó Gil.
– No lo sé – dijo Ann.
– Se ven tan bien juntos, ahí, abrazados, que da pena despertarlos – dijo Fly.
Gil le dio una patada a Allen. Ann intentó despertar a Ely.
– ¿Qué pasa? - dijo Ely bostezando y frotándose los ojos.
– ¿Y ese vestido? - preguntó Ann. El blanco del vestido era tan claro que
cegaba.
– ¿Por qué estáis durmiendo juntos? - preguntó Gil mosqueado.
– No sé – dijo Allen levantándose y acercándose a la orilla para mojarse el
rostro –, me muevo mucho cuando duermo.
– Estábamos cansados, me daba igual donde dormir, solo quería dormir – dijo
Ely medio muerta. Se levantó con dificultad –. Me duele todo – se estiró –,
es la ultima vez que me tiras al suelo de esa manera – le recriminó a Allen.
– Perdona princesa, la próxima vez la llevo en volandas hasta una cama con
sábanas de lino rosa y dosel de seda – dijo irónicamente.
– ¡Me dejaste caer, así, sin más, como un saco de arena! - empezó a discutir
ella.
– Tenía sueño, lo único que quería era llegar y meterme debajo de la manta.
No te quejes que te he traído todo el camino. Podía haberte dejado en la
mitad, cansada como estabas no podrías haber usado tus poderes.
Los dos siguieron discutiendo incoherencias para los demás que observaban.
– Vale – dijo Allen –, déjalo, me duele la cabeza. Tenemos otro problema
importante.
– ¿Cuál?
– El Cinturón de Timmoë. Eres tu la que habló con Hades no yo.
– Muy bien, fuiste tu quien habló con Moros, no yo.
219
– ¿Cómo sabes lo de Moros?
– ¿Cómo no iba a saberlo? ¡Suicida!
– Nos hemos levantado de malhumor – dijo Dirían sonriendo.
– ¡Cállate! - dijeron los dos al unisono y comenzaron a hablar al mismo tiempo
–. Éste idiota casi se mata. Casi me muero del susto. ¿Qué habría pasado?
– Ella no solo habló con Hades, sino que Éaco le ha dado una caja rara y a
llamado a Apolo, Lucas. ¡Es de locos!
– ¡Callos los dos! - dijo Fly –, y sentaos a desayunar.
Los dos se sentaron sin quejarse, separados el uno del otro.
– ¿Qué nos hemos perdido?
– Han bajado a los infiernos – dijo Shadow.
– ¿Sin nosotros? - se quejó Gil.
– ¿Cuándo?
Fly les tendió un cuenco de un potaje de dudosa procedencia. Los dos comieron
con avidez.
– Primero Athos – dijo Ely mirando a Allen –, ya nos preocuparemos más
tarde del Cinturón de Timmoë.
– En la biblioteca de Athos los teólogos de mi padre han estado investigando
ese cinturón desde hace generaciones.
– ¿Quienes dices?
– Los eruditos de Athos, son un grupo que acogen a todo aquel que quiera
investigar al rededor de todo lo teológico, científico y tecnológico. Pero les
interesa mucho más la teología que otros ámbitos. Tienen cientos de libros.
Algo habrá que podamos usar para poder cruzarlo.
– Bien, entonces – la discusión y el enfado parecían haberse esfumado –,
siguiente parada, Athos. Será divertido e interesante ver donde naciste y
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creciste.
– Parce que te entusiasma la idea.
Ely lo miró con desdén.
– ¿No has oído lo que ha dicho Tiresias?
– Tiresias dijo muchas cosas
– Por eso mismo. Necesitas ir a buscar algo ¿no? Y arreglar lo que hiciste, haya
sido tu culpa o no.
– Tienes razón – dijo con cierta pesadez. Se levantó y se estiró –, tengo que
hacer algo con mi inseguridad.
Se pasó la mano por el pelo y por la ropa. Un polvo gris y negro se dispersó por el
aire.
– Necesito ropa nueva y una ducha.
– Y yo – dijo Ely –, no volveré a vestir de azul. Nunca – se levantó y se ajustó
la falda del vestido.
– ¿Por qué? - quiso saber Ann todavía vestida con las prendas azules de
sacerdotisa.
Ely no contestó, ni siquiera miraba a Ann. Allen miró a Ely y contestó por ella.
– No volverá a vestir de azul por el mismo motivo que yo no volveré a
vestirme de verde.
– Nuevas metas, nueva vida – se encogió de hombros –, empecemos de cero,
pero bien.
Fly los miró a los dos sonriendo. Meneó la cabeza y se cruzó de brazos.
– Venga, recojamos todo y acerquémonos a Cumas, al pueblo de Sedah.
Compremos ropa nueva y provisiones. Estamos en las últimas.
– Yo me quedo en el barco – dijo Hipólito.
– Yo también – dijo Atedus –, quiero revisar el barco de arriba abajo y mirar
221
las cuerdas.
– Entonces yo también me quedo – dijo Adán.
– Muy bien – dijo Dirían – a mi me apetece ir al pueblo, además – dijo
sonriendo –, Fly necesitará un par de brazos fuertes para traer las
provisiones.
– Pues venga – dijo Fly –, a despertar a los peques. Mario, Roxana y Haydee se
vendrán con nosotros al pueblo. Gil, Iván, John, Hele y Ann. ¿Que hacéis?
¿Os venís?
– Esperad un momento – dijo Gil confuso y un poco mosqueado -. ¿Soy el
único que quiere saber qué es lo que ha pasado?
– Claro que no eres el único – dijo Fly –, todos queremos saberlo, pero,
podemos esperar.
– ¿Esperar a qué? - preguntó ya enfadado.
– A que recuperen un poco de color, quizás – dijo Hele –, están terriblemente
pálidos. Parece que se vayan a desmayar.
Gil los miró otra vez. Los dos estaban doblando las mantas y recogiendo un poco.
Parecían realmente cansados y sí, estaban pálidos. Sus pieles bronceadas habían
perdido color, como si hubieran pasado meses encerrados en un lugar en la que la
luz del sol no podía llegar. ¿Cómo era el tiempo en los infiernos? Se preguntó Gil.
Sus celos se la habían vuelto a jugar. Tenía miedo de que Ely le arrebatara aquello
por lo que había estado luchando. No lo iba a negar. Quería Allen, le amaba
demasiado. Había reprimidos sus sentimientos desde siempre, pero, al salir de
Athos pensó que tal vez aquello significaba una oportunidad. Fue uno de los
motivos que le impulsó a seguir a Allen. Pero estaba claro que el príncipe solo le
veía como a un hermano. Era difícil dejarle marchar después de tantos años
amándolo en secreto.
– Esta bien – dijo al fin – podemos esperar.
222
Aquella casa no encajaba para nada en aquel pueblo. Cumas era bastante
grande para la poca actividad marítima que reinaba por los alrededores, por culpa
de los Maelstroms y los Saltstraumens que rodeaban la isla. Las casas eran todas de
un gris apagado y sin vida, ningún color definía las casas, ni nada colorido como
las flores para resaltar y crear un poco de belleza en aquel paraje tan triste. Incluso
la gente parecía estar bastante cansada y sin vida, pero la mayoría de la gente que
residía en ella eran personas que ya habían pasado los cincuenta. Los jóvenes que
podían se marchaban de aquella isla en cuanto podían permitirse el lujo de
abandonarla por el peaje que había puesto el gobierno de Océano, en contra de la
voluntad de los ciudadanos, pero ellos no tenían ni fuerzas ni ganas de quejarse.
Los tripulantes del Pigmalion se habían dividido en grupo para ir más rápido
y salir cuanto antes de aquella trampa mortal que era Sedah, habiendo soldados de
Océano sueltos por ahí y sabiendo que los Místicos y éstos tenían una especie de
pacto o tregua.
John, Gil, Iván y Dírian se ofrecieron voluntarios para ayudar a Fly con las
compras de las provisiones y su posterior traslado al barco. Allen y Mario se fueron
juntos. Allen quería cambiar sus ropajes verdes por algo más oscuro, algo que fuera
con su personalidad, con su pasado y con el poder que latía dentro de él, algo
más... negro. Y Mario simplemente quería ir con su querido hermano.
Ann, Roxana, Haydee, Ely y Hele se marcharon juntas para comparar otra
ropa y quitarse de encima aquellas prendas de sacerdotisa que ahora simplemente
223
eran un doloroso recuerdo de su trágico pasado. Todas habían decidido junto con
Ely el no volver a vestir nunca más de azul. Puede que para la gente que no supiera
sobre ellas y escucharan su absurdo motivo, podrían llegar a burlarse de ello. Pero
era importante para ellas. Pues sería como una especie de luto por un país arrasado
y familias destrozadas. Todas ellas se pusieron de acuerdo en elegir otro color que
las caracterizara, todas decidieron vestir de rojo.
Una anciana muy amable les había indicado donde podían encontrar a una
sastre muy famosa, se encontraba bastante lejos, a las afueras del pueblo, pero ellas,
decididas y tal vez un poco curiosas por saber donde vivía el sastre, decidieron ir
allí. La casa estaba rodeada por un jardín donde solo había césped y tierra revuelta,
era un poco triste comparada con la fachada de la casa de color celeste, penetrante
y alegre. La hiedra crecía entre las columnas y las puertas, las ventanas eran de una
madera clara y cálida.
– Normal que una casa como ésta este lejos – dijo Hele –, el estilo no pega
nada con el pueblo.
– Es muy bonita – dijo Haydee – como un castillo.
– De princesas – dijo Roxana.
– Y tengo vestidos de princesa también – dijo una voz de mujer.
Asomada a la ventana, una mujer de tez pálida, cabello rubio y ojos marrones les
sonreía.
– Supongo que habéis venido a comparar, ¿no?
– Por supuesto – dijo Ann.
– Con los tiempos que corren cualquier medida de seguridad es mínima –
cerró la ventana y dentro de la casa se escucharon pasos y el cerrojo de la
puerta al abrirse –, pasad queridas.
Todas entraron sonriendo. El pasillo de la entrada estaba todo decorado con
retales de telas de hermosos estampados y materiales, desde lunares y flores, hasta
224
cáñamo y seda. No había rincón alguno sin un trozo de tela. Las paredes de una de
las salas estaban llenas de preciosos y hermosos vestidos, algunos ribeteados de
oro, otros de plata y otros con encajes muy finos. Había algún que otro un poco
estrafalario, raro e incluso voluminoso y horrible. Pero todo estaba inundado de
colores.
– Es todo tan colorido.... ojalá el pueblo de Cumas fuera igual – dijo Ann.
– Lo intenté – dijo la mujer –, de veras que lo intenté. Llevé mis vestidos al
pueblo, pero, fue unos meses después de la guerra. Cuando el antiguo rey
fue derrocado las casas ya habían sido despojadas de su colorido y la gente
había perdido la fuerza y las ganas de volver a quejarse o de hacer algo por
mejorar – sonrió –, aunque ahora no es como en aquel entonces, ahora
incluso tenemos alguna que otra fiesta – se sentó en una butaca –, basta de
charla. ¿Que se os ofrece chicas?
Todas, incluidas las pequeñas miraban en todas direcciones fascinadas.
– Queríamos cambiar de estilo – dijo Ely.
– Vestir menos de azul – dijo Hele – algo más...
– ¡Rojo! – dijo Roxana –, como el fuego.
– Pues adelante chicas, podéis mirar, toquetear y probaros todo aquello que os
guste.
Todas se dispersaron emocionadas. Menos Ely que se mantenía pensativa e iba de
habitación en habitación buscando aquello más cómodo y característico. Encontró
una resistente camisa de lino blanca, muy sencilla. Rebuscando en un armario
donde había miles de pantalones de muchos colores y tamaño encontró unos rojos
de corte estilo pirata que le llegaba un poco más abajo de las rodillas. Se miró al
espejó. Su pelo rojo extremadamente largo le caía liso hasta las caderas. Encima de
una mesa de caoba oscura había unas relucientes tijeras. Las cogió con la mano
derecha y con la izquierda se agarró la melena. Su mano temblaba. No estaba muy
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segura de lo que estaba apunto de hacer. Ahora ya no era un princesa cuyo
objetivo era ser perfecta a los ojos de los demás. Ahora podía ser simplemente ella.
No tenía ningún peso encima de sus hombros que conllevara una
responsabilidad mayor que la de hacer surgir la Nueva Era. Si quedaba algo de
aquello, tenía que quitárselo de encima. Cerró los ojos y se lo cortó. Entre sus
dedos se deslizaron miles de mechones largos, brillantes y rojizos. Dejó las tijeras
en su lugar y volvió a mirarse al espejo. Se miraba y se veía extraña, irreconocible.
– Creo que esto también te quedaría bien – dijo la costurera cogiendo de un
cajón algo rojo oscuro.
Le levantó los brazos a Ely y se lo colocó.
– Todavía no nos ha dicho como se llama.
– Minerva, me llamo Minerva.
– Creo que ese nombre le paga mucho.
– Ya está – dijo apretando las hebillas.
– ¿Un corsé?
– Pero no uno cualquiera – dijo recogiendo el cabello del suelo –, está echo de
un material resistente al agua y al fuego. No lo lances a una hoguera, porque
obviamente acabará quemándose, pero es bastante resistente. Y es un corsé
bajo pecho, lo que te proporciona facilidad de movimientos y firmeza en los
pechos. Además – se sentó en una butaca y comenzó a coser un retal rojo –
es del color que me habéis pedido. Mientras termino esto para ti, ves al
cuarto de al lado, abre el armario del fondo y busca allí unas botas marrones
de tu talla. Son cuero del bueno y la suela es impermeable. Un lujoso
capricho.
Ely siguió las indicaciones de Minerva y encontró unas botas marrones altas con
cordones trenzados, le quedaban un poco grandes pero nada que no se pudiera
solucionar apretando los cordones. Minerva la ayudó con los pantalones
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ajustándolos en el bajo y con las mangas de la camisa. Ely se miró al espejo y se
pasó las manos por el apretado corsé. Le faltaba algo.
Minerva se acercó y le colocó la tela que había estado cosiendo en la cintura.
– Tienes músculos de luchadora – dijo aguantando con los labios una aguja –,
lo sé, he cosido miles y miles de uniformes militares y se cuando un cuerpo
está tonificado y cuando no. No sé quien eres y qué vas a hacer, pero se que
esto te será muy útil – le colocó una daga en la tela que acababa de ponerle.
Enganchó la funda de la daga a la tela –, de esta manera la daga queda oculta
entre el nudo y puedes desenfundarla sin que se note.
– Gracias, no sé qué decir....
– En cuanto veas la factura sabrás qué decir – dijo Minerva bromeando –, por
ser vosotras os haré un precio – sonrió y se marchó a la otra habitación
donde Haydee y Roxana reían.
Ely se miró otra vez en el espejo. Sonrió. Aquella media melena le sentaba bien. Se
le estaba empezando a rizar. No dejaba de sonreír y de mirar su nuevo atuendo.
Nunca llegó a imaginar que se vería así. Nunca llegó a imaginar que se cortaría el
pelo tan corto.
– ¿¡Que te has echo!? - preguntó Ann entre la sorpresa y el entusiasmo -. ¡Me
encantas!
– Tú también me encantas – dijo Ely mirándola.
– ¿Verdad que sí? Todo sea por la comodidad – la miró un poco cohibida –, se
que hemos dicho de vestirnos de rojo pero no he podido resistirlo.
Ann llevaba su melena negra y rizada recogida en una modesta coleta. Eso hacia
resaltar sus grandes y verdes ojos. Llevaba una camisa verde claro y un corsé bajo
pecho verde oscuro, era del mismo estilo que el que llevaba Ely. Y una falda larga
que le llegaba un poco más allá de las rodillas, verde con dibujos de flores rosas y
azules.
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– Tranquila – dijo Ely acercándola al espejo –, ese es tu estilo sin duda.
Ann deslizó sus pies enfundados en unas sencillas botas verde oscuro y abrió las
piernas.
– Tengo total libertad de movimientos y por debajo de la falda llevo las medias
negras. Así no se me ve la ropa interior – sonrió –, el corsé es parecido al
tuyo, pero es que son tan cómodos.
– Lo sé – las dos se miraban en el espejo haciendo posturas –, creo que hemos
echo un gran cambio.
– Y además está preciosa – dijo Terra.
– ¡Mirad! - entró Haydee chillando.
Haydee saltaba y se movía ágilmente con su vestido blanco, medias negras y botas
blancas.
– ¿No crees que vas muy blanca? - dijo Ely.
– Bueno, Haydee siempre ha sido de mancharse poco – dijo Ann –, es su
estilo.
– Fluyo como el aire – dijo cantando de un lado a otro –, soy el aire.
– Me hace gracia esa niña – dijo Aria persiguiéndola.
Hele y Roxana entraron vestidas igual. Con una sencilla camisa roja y unos
pantalones largos de un rojo más oscuro y unas botas negras.
– Sencillas pero únicas – dijo Fire –, me enamoráis chicas.
– Gracias Fire – dijo Roxana –. Hele y yo pensamos que sería divertido
vestirnos igual ya que las dos utilizamos el mismo elemento.
Ely miró a Regen que estaba de brazos cruzados a su lado.
– Dime, querida – empezó Ely a animarla -. ¿Qué te parece Fly?
– ¿A que viene esa pregunta? Supongo que muy soñadora y fantasiosa... - se
dio cuenta y pensó –, si bueno, tal vez sea mi elemento la que la caracterice.
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– Ahora estarás más pendiente de ella.
Todas se miraron entre ellas y se sorprendieron del corte de pelo de Ely.
Impactaba verla con él tan corto, sobretodo las pequeñas, que nuca la habían visto
de otro color que no fuera el azul y con el pelo extremadamente largo y cuidado.
– De está manera es más fácil, pensad que ahora la higiene se pone más difícil
en alta mar – dijo Ely.
– Es cierto – dijo Hele –, no lo había pensado.
– Os habéis puesto muy frescas – dijo Minerva con un gran saco a su espalda
y otro arrastrándolo por el suelo – pero estamos entrando en otoño y en
cuanto os deis cuenta estamos ya en invierno – sacó un montón de abrigos y
bufandas de pieles suaves y calentitas –, elegid la que más os guste. Esto
corre por cuenta de la casa.
Todas eligieron abrigos bastante largos con botones grandes y gorros suaves. Las
bufandas iban acorde con los colores que habían elegido. Estaban más que
preparadas. Pagaron todo y salieron al porche.
– Gracias por todo Minerva – dijo Hele.
– Gracias – dijeron las pequeñas.
Ely miraba al lastimoso jardín.
– ¿Qué le pasa al jardín? - preguntó Ely.
– Mi hija intentó plantar rosas, pero nunca consiguió que florecieran. Y creo
que ya es tarde para volver a intentarlo.
– ¿Su hija? - preguntó Ann.
– Murió. Hay enfermedades que no se pueden superar y aunque ella era una
mujer fuerte, Tánato me la arrebató de las manos – miró a lo lejos mientras
se encendía un cigarro, debajo de un árbol había una roca redondeada. Era
su tumba –. Se que le hubiera encantado ver éste jardín y todo el parado
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lleno de flores. Tal vez en estas tierras no podrá crecer nada colorido.
Estamos sentenciados a la oscuridad y la monotonía.
Ann y Ely se miraron.
– ¿Lo hacemos? - dijo Ann emocionada.
– Un regalo por ser tan buena persona – dijo Ely cediendo su abrigo y
bufanda a Hele para que la sujetara.
– ¿Que vais a hacer?
– Intentaremos realizar el sueño de su hija.
Las dos se cogieron de las manos y cerraron los ojos. Se concentraron. La tierra
tembló ligeramente. Unos pequeños brotes surgieron de la tierra, abriéndose paso.
Los tallos comenzaron a crecer lentamente. Se soltaron y con las manos
extendidas hacia los lados comenzaron a correr por el prado, saltando y sonriendo.
Empezaron a brotar pequeños arbustos de rosas de todos los colores,
incluso colores inimaginables. Minerva salió corriendo al jardín con la boca abierta
y los ojos llorosos. Cayó de rodillas junto a unas rosas increíbles y extrañas.
– ¿Azules? ¿Violetas? - cogió un pétalo, lo apretó en su puño y se lo acercó al
corazón –, mis colores, nuestros colores. - Miró a la tumba de su hija y luego
al cielo.
Ann y Ely acabaron extenuadas en el suelo. Había costado y habían agotado todas
sus fuerzas, pero estaban satisfechas de su trabajo. ¿Vida espontánea? No. Habían
utilizado todos los recursos posibles que la madre Gea les había ofrecido. Habían
utilizado su espíritu para poder crearlas. Ely se levantó feliz y corrió por el prado.
Llamó con un gesto a las otras que dejaron los abrigos en el porche y corrieron
junto a Minerva que todavía miraba en todas direcciones sin poder creérselo. Ely
comenzó a rodar entre las rosas ignorando las espinas, aunque costaba hacerlo.
– Malditas espinas – dijo quitándose unas cuantas del brazo.
– ¡No manches la ropa nueva! - la regañó Ann.
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– ¡Lo siento! - dijo levantándose y sacudiéndose el césped y algún que otro
pétalo.
Algo a lo lejos llamó su atención. Una muchacha de poco más de veinte años le
sonreía. - Gracias. Escuchó en un susurro. Ely le sonrió y le dijo adiós con la
mano. La muchacha desapareció caminando entre las rosas.
– ¿Beth? – dijo alguien detrás suyo.
– ¿Allen? - preguntó Ely mirando a Mario y al susodicho -, ¿y vosotros por
aquí?
– Veníamos a ver a una tal... Minerva – dijo Allen.
– Sí – dijo Mario –, quiero algo bonito y donde Allen se ha comprado su ropa
no me gusta, es fea.
– ¿Cómo que fea? - dijo Allen ajustándose la clámide, mirando sus botas y
pantalones negros, hasta la camisa era negra –. A mi me encanta.
– Eso es lo importante, que te guste a ti.
Mario soltó la mano de Allen y se marchó corriendo para encontrarse con Haydee
y Roxana.
– Por cierto, Beth – dijo Allen serio -. ¿Qué diantres le has echo a tu pelo?
– Ha sido un cambio radical – dijo dando una vuelta sobre si misma -, ¿tan
mal estoy?
– No – dijo sonriendo y le quitó un pétalo blanco que tenía enredado en su
pelo rojizo –, estas preciosa.
– Gracias, no sabía si éste cambio iba a ser buena idea, pero veo que si.
Los dos comenzaron a caminar entre las rosas.
– ¿Estás nervioso?
– No mucho – dijo entre dientes –, bueno... tal vez un poco. Es que... no sé...
volver a ver a mis padres va a ser muy raro, no sé como mirarles a los ojos.
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– Inténtalo, Tiresias dijo que te sorprenderías y que sería buena idea, además –
dijo mirando al grupo de niños y adultos que jugaban con las rosas –, nos
tienes a nosotros para todo y nosotros te tendremos a ti, ¿no? Ahora somos
como una especie de familia.
Allen sonrió. Aquellas palabras le animaban, le hacían sentir bien y más si las decía
Ely. Entonces recordó algo importante.
– Beth...
– ¿Si?
– Feliz cumpleaños.
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