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7.1 Prolegómeno Nacen las cosas cuando nacen las palabras; sin pa· labras no hay cosas, .o si las hay, es como si no las hubiese, porque la cosa no existe por ni para otras cosas. (PÉREZ DE AVALA, Belarmino y Apolonio. ) Durante la primera guerra mundial, Wittgenstein, que luc haba en las filas austriacas, continuó trabajando en el Tractatus. Para 1918, la obra estaba terminada, y Wittgenstein, que había sido hecho prisionero por l os itallanos, hizo llegar una copia a Russell. Aunque la crítica reacción de Russell decepcionó a Wittgenstein, que en principio se negó a que la introducción de aquél se imprimiera con el Tractatus, éste se publicó fina l- mente como libro, aco mpañado de di cha introducción, en 1922. Pero para entonces Wittgenstein había abandonado del todo la filosofía. En cohe- rencia con la tesis, allí mantenida, de que todos l os problemas fi losófiros son realmente pseudoproblemas, no dedicó a ellos más atención, al menos públicamente. Hasta 1926 trabajó de maestro de escuela en pequeñas aldeas de Austria y, posteriormente, de jardinero en un convento y como arqui- tecto en la construcción de una mansión pata una hermana suya. Vale la pena notar al paso que tan rigurosa actitud, cuya coherencia con su teoría acaba de indicarse y es comúnmente elogiada, no es taba exigida por el Tractatus. Sin traicionar sus convicciones, Wittgenstein po- dría haber dedicado sus esfuerzos a disipar y disolver problemas filosóficos concretos, aplicando así l as tesis del Tractatus, al tiempo que proseguía cultivando disciplinas formales para l as que ya había demostrado interés y genio, como la lógica y la matemática. En suma, la renuncia a la filosofía no tenía por qué impli car la renuncia .a la teoría. Debió, pues, de haber algo más , lo que no es de extrañar dada la compleja personalidad de W itt- genstein. Sea como fuere, es el caso que, tras coronar una obra ta n ardu a 268

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7.1 Prolegómeno

Nacen las cosas cuando nacen las palabras; sin pa· labras no hay cosas, .o si las hay, es como si no las hubiese, porque la cosa no existe por sí ni para otras cosas. (PÉREZ DE AVALA, Belarmino y Apolonio. )

Durante la primera guerra mundial , Wittgenstein, que luchaba en las filas austriacas, continuó trabajando en el Tractatus . Para 1918, la obra estaba terminada, y Wittgenstein, que había sido hecho prisionero por los itallanos , hizo llegar una copia a Russell. Aunque la crítica reacción de Russell decepcionó a Wittgenstein, que en principio se negó a que la introducción de aquél se imprimiera con el Tractatus, éste se publicó final­mente como libro, acompañado de dicha introducción, en 1922. Pero para entonces Wittgenstein había abandonado del todo la filosofía. En cohe­rencia con la tesis, allí mantenida, de que todos los problemas fi losófiros son realmente pseudoproblemas, no dedicó a ellos más atención, al menos públicamente. Hasta 1926 trabajó de maestro de escuela en pequeñas aldeas de Austria y, posteriormente, de jardinero en un convento y como arqui­tecto en la construcción de una mansión pata una hermana suya.

Vale la pena notar al paso que tan rigurosa actitud, cuya coherencia con su teoría acaba de indicarse y es comúnmente elogiada, no estaba exigida por el Tractatus. Sin traicionar sus convicciones, Wittgenstein po­dría haber dedicado sus esfuerzos a disipar y disolver problemas filosóficos concretos, aplicando así las tesis del Tractatus, al tiempo que proseguía cultivando disciplinas formales para las que ya había demostrado interés y genio, como la lógica y la matemática. En suma, la renuncia a la filosofía no tenía por qué implicar la renuncia .a la teoría. Debió, pues, de haber algo más, lo que no es de extrañar dada la compleja personalidad de Witt­genstein. Sea como fuere, es el caso que, tras coronar una obra tan ardua

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7. Los abusos del uso 269

como el Tractaws, Wittgenstein se retiró de la vida intelectual pública durante los diez años siguientes.

En este tiempo, su obra fue adquiriendo progresiva influencia, y to­davía más que en Inglaterra, en Alemania y Austria , hasta el punto de convertirse en uno de los pilares de lo que luego se iba a llamar «Círculo de Viena). El impacto de! Tractatus en Camap, en Schlick, en Feigl o en Waismann, fue muy fuerte; el pr imero de ellos narra que, en el Círculo, el Tractatus era leído en voz alta y discutido sentencia por sentencia (<< In­te llectual Autobiography», p. 24). Esto no quiere decir que todas las tesis de Wittgenstein fueran incorporadas al ideario del Círcu lo de Viena; con­secuentes con un positivismo más general y sistemático, sus miembros prescindieron de todo aquello que la sensibilidad metafísico-religiosa de Wittgens tein había introducido en, el ámbito de lo que se muestra, y potenciaron, en cambio, el principio de verificabi lidad que acompaña a la concepción isomórfica del lenguaje y el cientifismo que ya se apuntaba en el Tractatus. Partiendo de estos presupuestos se desarrolló toda una línea en la filosofía analí tica del lenguaje que llega hasta hoy y ha sido extremadamente fecunda. Noso tros la examinaremos en el próximo capítulo.

Aquí vamos a trata~ de otra línea, cuya vigencia alcanza igualmente hasta la actualidad, y que también procede del Tractatus, pero por modo contrario. Esta línea tiene su origen en una reacción contra el atomismo lógico, y es el propio Wittgenstein quien la lleva a cabo. Lo primero que hay que estudiar es, por tanto, la doctrina expuesta por éste en su segunda etapa fi losófica. Llamaremos así a la etapa que se abre cuando Wittgens­tein regresa a Cambridge en 1929 para reanudar su dedicación académica a la filosofía, y que se dilata ya hasta su muerte en 1951. Durante los años de su reclusión, Wittgenstein no dejó de recibir diversas invitaciones para su vuelta a la un iversidad, bien de amigos ingleses, como Ramsey, bien de miembros del Círculo de Viena, como los mencionados, con los cuales mantenía discusiones privadas. Según uno de sus biógrafos, Wittgenstein volvió a la filosofía porque tenía el sentimiento de que otra vez podía hacer una obra original (Van Wright , «Biographical Sketch», pp. 12-13). Es indudable que este sentimiento iba unido a una actitud crecientemente crítica del propio Tractatus y, en general, de todo el atomi'Smo lógico.

Como vamos a ver, una de las tesis centrales que Wittgenstein había tomado de Russell , a saber: que la lógica suministra la est ructura del len­guaje y de la realidad, fue susti tuida por otra sumamente opuesta: que el lenguaje ordinario es mucho más rico que la lógica y que ésta no puede, por ello, darnos ninguna pista para entender aquél y menos aún para averi­guar en qué consiste la realidad. Entre e! lenguaje ordinario y la lógica es ahora el primero el que obtiene la primacía. Es por esta ratón por la que algunos discípulos del segundo Wittgenstein han creído encontrar en Moore, filósofo de Cambridge contemporáneo de Russell y Wittgenstein, un parentesco, e incluso un precedente, respecto de la posición mantenida por este último en su segunda etapa filosófica.

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270 Principios de Fifosofía del Lenguaje

Uno de los principales propagadores de es ta imagen ha sido Malcolm, quien afirma, por ejemplo, que «la esencia de la técnica de Moore para re­futar afirmaciones filosóficas consiste en señalar que tales afi rmaciones van contra el lenguaje ordinario» «<Moore and Ordinary Language». p. 349, subrayado en el original). Parecería que los filósofos tradicionales gustan de repudiar el lenguaje ordinario con sus afirmaciones, tan opuestas al sentido común. Frente a ellos, Moore habría reaccionado vindicando el lenguaje ordinario (op. cit., p. 365). De aquí que el papel histórico de Moore en la filosofía haya consistido, al decir de Malcolm, en «haber sido tal vez el primer filósofo en darse cuenta de que cualquier enunciado filo­sófico que viole el lenguaje ordinario es falso, y el primero en defender de modo consistente el lenguaje ordinario de sus violadores filosóficos» (op. cit., p. 368). De modo semejante, Lazerowitz ha descrito la defensa que hacía Moore del sentido común como una defensa del lenguaje del sentido común contra su modificación por los filósofos (<<Moore's Para­dox», p. 393).

Es cierto que Moore se sentía profundamente sorprendido por la me­tafísica tradicional, y en particular por el neohegelianismo inglés de prin­cipio de siglo. Afirmaciones tales como «El tiempo no es real» , «El mundo sólo existe mientras lo percibo», «No puedo tener certeza de que las de­más personas piensen y sientan», y otras de esta guisa, le parecían sor­prendentes, y contra ellas asumió, como tarea filosófica, la defensa de las creencias de sentido común. Sin duda que es posible interpretar esta tarea como una depuración del lenguaje filosófico , en el sentido de sustitu ir afirmaciones paradójicas, como las citadas , por las correspondientes afir­maciones de sentido común, pero esa no es fundamentalmente una tarea lingüística ni implica una teoría de1lenguaje. :l diferencia de le que, como veremos, ocurre en el caso de Wittgenstein. No puede extrañar, por cllo, que el propio Moore haya protestado contra esa interpre tación de su mé­todo filosófico, contestando a Lazerowitz que, si tOdo lo que él (Moore) hada era recomendar que no se usaran ciertas expresiones de manera dis­tinta a como ordinariamente se usan, entonces había cometido una gran equivocación, pues estaba convencido de que 10 que . hacía no se reducía a eso (<<A Reply to My Critics», p. 675).

La imagen de Moore como filósofo del lenguaje ordinario tiene, por supuesto, cierta base en las apelaciones que hace, en ocasiones, al sentido ordinario de las palabras . Así, en un escrito tan típico como «Defensa del sentido común», acusa a determinados filósofos de utilizar el lenguaje de una manera tan peculiar que estarían dispuestos a llamar «verdadenp> a una proposición que sea parcialmente falsa; y añade: «Deseo dejar claro que no estoy usando 'verdadero' en tal sentido; lo estoy usando de tal modo (y creo que éste es el uso ordinario) que si una proposición es parcialmente falsa, se sigue que no es verdadera , aunque pueda serlo parcialmente» (<<A Defence of Common Sense», p. 35). Es decir: frente a un uso filosó' fico peculiar de una palabra como «verdadero» habría un uso ordinario de cuyo lado se sitúa Moore. 10 propio ocurre cuando, a propósito de

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7. Los abusos del uso 271

otra argumentación, considera la expresión «hecho físico», y declara en su descargo: «se trata de una expresión de uso común, y creo que yo la estoy usando en su sentido ordinario» (op. cit'J p. 45). Por 10 que respecta al lenguaje, la defensa que hace Moore del sentido común tiene como com­ponente importante esta consideración: las expresiones poseen un signifi­cado «ordinario o popular», y esto es 10 que, desgraciadamente, algunos filósofos son capaces de poner en duda (op. cit., p. 36). De aquí que la defensa del sentido común , tal y como la lleva a cabo Moare, comporre el uso de las palabras en su sentido ordinario y la denuncia de aquellos usos extravagantes y peculiares que permiten a los filósofos formular sus para· dojas o hacer afirmaciones incomprensibles. Desde el punto de vista meto­dológico, esta actitud está muy próxima a la del segundo Wittgenstein, como veremos. Pero desde el punto de vista teórico, la diferencia es clara: de un lado, Wittgenstein no está ocupado en una defensa de las creencias de sent ido común; de otro, Moore carece de una teoría del lenguaje que justifique su proceder, teoría que, sin embargo, constituye el centro de la filosofía del segundo Wittgenstein. Por lo demás, las posibles influencias de uno de ellos sobre el otro no resultan claras, a pesar de que fueron colegas en Cambridge durante muchos años. «Defensa del sentido común» es de 1925, anterior, por consiguiente, al regreso de Wittgenstein. Moare asistió a las clases de Wittgenstein de 1930 a 1933, pero a la hora de decid.ir en qué medida este último le influyó, declara no saberlo, aunque reconoce que le hizo desconfiar de muchas cosas que, a no ser por él, se hubiera sentido inclinado a afirmar, y añade: «Me ha hecho pensar que 10 que se requiere para la solución de los problemas filosóficos que me tienen perplejo, es un método muy diferente de cualquiera de los que yo he usado siempre, método que él utiliza con éxito, pero que yo nunca he sido capaz de entender con claridad suficiente para poder utilizarlo» (<<An Autobiogra­phy», p. 33). Estas palabras insinúan una distancia entre ambos mucho mayor de 10 que da a entender la interpretación propuesta por algunos dis­cípulos del segundo Wittgenstein, como los ya mencionados. Sólo cabe pensar que la tarea de Moare, contemplada a la luz de la enseñanza del segundo Wittgenstein, y por consiguiente destacando en aquélla la apela­ción al lenguaje ordinario, produce una impresión que, como la que les produjo a Malcolm y a Lazerowitz, no coincide con la idea que el propio Moare tenía. En conclusión, si hemos de atender a lo que Moore conscien­temente intentaba hacer, no parece existir razón bastante para ver en él a un filósofo del lenguaje ordinario en el sentido del segundo Wittgens­tein. Y puesto que el problema del lenguaje no se plantea como tema en la filosofía de Moare, queda justificado que no le dediquemos más atención.

He hablado en lo anterior del segundo Wittgenstein para referirme a la filosofía elaborada por él en su segunda etapa universitaria, esto es, a partir de su vuelta a Cambridge en 1929 y hasta su muerte. Muchos opon­drían, sin embargo, que eso constituye una intolerable simplificación, y que el pensamiento de Wittgenstein es mucho más rico que todo eso. Aun cuando la división de su filosofía en dos etapas claramente diferenciadas,

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272 Principios de Filosofía del Lenguaje

y en algunos aspectos contrapuestas, la etapa lógico-atomista representada por el T ractatus y la etapa de primacía del lenguaje ordinario que repre­sentan las Investigaciones filosóficas, es usual en los estudios sobre Witt­genstein, algunos han prestado atención a los estadios intermedios que forman el puente entre ambas obras, Así, por ejemplo, y en relación con el tema de la crítica al solipsismo, se ha señalado, en esta segunda etapa, un primer estadio próximo al neopositivismo del Círculo de Viena entre 1929 y 1933; un segundo estadio, de 1933 a 1936, representado por el Cuaderno Azul principalmente, y un estadio final , correspondiente a las In vestiga­ciones (Hacker, Insight and Illusion, cap. VII, secc. 1). Desde un punto de vista más general, Kenny, en su Wittgenstein, ha intentado hacer justicia al desarrollo de la segunda etapa de éste, dedicando capítulos distintos a las obras principales que representan esos estudios intermedios. Como ya indiqué en el apéndice de lecturas del capítulo anterior, semejante estudio tiende a desfigurar el hecho de que muchos de los temas centrales que Wittgenstein trata en esas obras están expuestos con mayor precisión en las Investigaciones filosóficas, Hay que tener en cuenta, además, que nin­guna de esas obras, ni siquiera esta última, llegó a recibir de su autor la forma definitiva de libro, y que más bien constituyen conjuntos de notas o apuntes, pertenecientes a períooos determinados, y en diferente grado de elaboración. Desde este último punto de vista, parece que el manuscrito más elaborado es, con mucho, el de las Investigaciones, y por esta razón, para cualquiera de los temas que allí se tratan, debe darse primacía a es ta obra sobre las demás. Todas ellas han sido publicadas póstumamente, pues Wittgenstein, después de publicado el Tractatu!, no volvió a publicar nada, excepto un artículo de revista del que en seguida se sintió muy insatisfecho.

No hace falta añadir , por todo ello, que estaría fuera de lugar atender aquí al desarrollo del pensamiento de Wittgenstein en esta segunda etapa . Lo más que podemos hacer, de modo semejante a lo que se hizo en el ca­pítulo anterior, es estudiar su filosofía del lenguaje en la obra más elabo­rada y representativa, en este caso las Investigaciones filosóficas, libro en el que trabajó aproximadamente desde 1935 a 1949. La exposición será completada ocasionalmente con referencias a otras obras, en especial a los llamados Cuadernos Azul y Marrón, que, si bien son meros apuntes de clase de los años 1933 a 1935, posteriormente revisados y corregidos, es el escrito que más se aproxima, por los temas y por su elaboración, a las Investigaciones.

7.2 Significado y uso en el segundo Wittgenstein

La mejor forma de entender las afirmaciones del segundo Wittgenstein acerca del lenguaje es compararlas con la doctrina del Tractatus, buscando siempre en aquéllas una crítica, aunque sea tácita, al atomismo lógico. De hecho, Wittgenstein lo reconoce así en el prólogo a las Investigaciones, donde afirma que sus 'nuevos pensamientos sólo quedarán correctamente