Leyendas Nicaragüenses part 1

15
Leyendas Nicaragüenses: LA LLORONA: La Llorona es una figura popular de esas tenebrosas historias que aterran el sueño de las comunidades campesinas. Sus lamentos aparecen en medio del coro nocturno de voces de animales y del ritmo monótono de aguas de quebradas y ríos. Ese concierto lúgubre es el mismo que ha interrumpido el sueño de generaciones enteras en los pueblos diseminados en los misteriosos espacios vírgenes de nuestra América. En Nicaragua se oyen los lamentos de la llorona transportados vertiginosamente por los caprichosos vientos que proviene de las cuatro esquinas del mundo, Hasta donde cuenta la gente, La Llorona se manifiesta a través de un quejido largo y lastimero, seguido del llanto desgarrador de una mujer cuyo rostro nadie ha visto. En el bario del Calvario de León, se sabía que cerca del río, allá detrás del Zanjón, pasaba el llorido de la Llorona. Las lavanderas del río contaban que apenas sentían caer el sereno de la noche, debían recoger la ropa aún húmeda y en un solo montón se la llevaban. De lo contrario, La Llorona se las echaba al río. Según el comentario de las lavanderas, La Llorona es el espíritu en pena de una mujer que había botado a su chavalito en el río. Sobre La Llorona se oyen muchas versiones, pero algunas explican que ese llanto misterioso es el profundo dolor de una madre que perdió a un hijo ahogado en el pozo mientras lavaba la ropa en el río. Pero ¿quién era esa mujer? ¿Quien podrá decirnos más sobre la vida de esa misteriosa alma en pena?

description

Recopilacion de Leyendas Nicaraguenses

Transcript of Leyendas Nicaragüenses part 1

Page 1: Leyendas Nicaragüenses part 1

Leyendas Nicaragüenses:

LA LLORONA:

La Llorona es una figura popular de esas tenebrosas historias que aterran el sueño de las comunidades campesinas. Sus lamentos aparecen en medio del coro nocturno de voces de animales y del ritmo monótono de aguas de quebradas y ríos. Ese concierto lúgubre es el mismo que ha interrumpido el sueño de generaciones enteras en los pueblos diseminados en los misteriosos espacios vírgenes de nuestra América.

En Nicaragua se oyen los lamentos de la llorona transportados vertiginosamente por los caprichosos vientos que proviene de las cuatro esquinas del mundo, Hasta donde cuenta la gente, La Llorona se manifiesta a través de un quejido largo y lastimero, seguido del llanto desgarrador de una mujer cuyo rostro nadie ha visto.

En el bario del Calvario de León, se sabía que cerca del río, allá detrás del Zanjón, pasaba el llorido de la Llorona. Las lavanderas del río contaban que apenas sentían caer el sereno de la noche, debían recoger la ropa aún húmeda y en un solo montón se la llevaban. De lo contrario, La Llorona se las echaba al río. Según el comentario de las lavanderas, La Llorona es el espíritu en pena de una mujer que había botado a su chavalito en el río.

Sobre La Llorona se oyen muchas versiones, pero algunas explican que ese llanto misterioso es el profundo dolor de una madre que perdió a un hijo ahogado en el pozo mientras lavaba la ropa en el río. Pero ¿quién era esa mujer? ¿Quien podrá decirnos más sobre la vida de esa misteriosa alma en pena?

Siempre en búsqueda de conocer más y más sobre este y otros personajes de la tradición oral de nuestro pueblo nos embarcamos rumbo a la isla de Ometepe. (....)

...Doña Jesusita, se llamaba la anciana solitaria que viendo nuestro interés por conocer las historias del pueblo empezó a contarnos sobre el origen del llanto de la madre en pena.

“...En aquellos tiempos de antigua, había una mujer que tenía una hijita de unos 13 años, ya sazoncita estaba la mujercita. Ella ayudaba a lavar la ropita de sus nueve hermanitos menores y acarreaba el agua para la casa.

La mamá no se cansaba de repetir a la hija cada vez que la veía silenciosa moler el maíz o palmar la masa cuando el chisporreteo de la leña tronaba debajo del comal de barro:

Page 2: Leyendas Nicaragüenses part 1

-Hija, nunca se mezcla la sangre de los esclavos con la sangre de los verdugos. Ella le decía verdugos a los blancos porque la mujer era india. La hija, en la tarde salía a lavar al río y un día de tantos arrimó un blanco que se detuvo a beber en un pocito y le dijo adiós al pasar. Los blancos nunca le hablaban a los indios, solo para mandarlos a trabajar. Pero la cosa es que ella se encantó del blanco y los blancos se aprovechaban siempre de las mujeres.

Entonces bajo un gran palencón de ceibo que sirve para lavar ropa, ahí por el río, se veían todos los días y ella se metió con él.

- Mañana, blanco, nos vemos a esta misma hora, -le decía siempre.

Claro, el blanco llegaba y la indita salió pipona, pero la familia no sabía que se había entregado al blanco. Dicen que ella se iba a ver bajo el guanacaste, para que las lavanderas no la vieran y no fueran a acusar con la mamá.

Allá al tiempo, ya ella estaba por dar a luz, entonces entró un barco a la isla, aquí en Moyogalpa. Ya se iba el blanco, se iba para su tierra y entonces como ella estaba por criar, ella le lloraba para que se la llevara. Pero ¡dónde se la iba a llevar! La indita lloraba y lloraba, inconsolable, a moco tendido. Él se embarcó y a ella le dio un ataque, cayó privada.

Cuando ella se despertó al día siguiente, estaba un niño a su lado y en lugar de querer aquel muchachito, lo agarró y con rabia y le dice:

-Mi madre me dijo que la sangre de los verdugos no debe mezclarse con la de los esclavos.

Entonces se fue al río y voló al muchachito y ¡pan! Se cayó cuando cayó al agua. Al instante se oyó una voz que decía:

¡Ay! madre... ¡ay madre!... ¡ay madre!...

La muchacha al oír esa voz se arrepintió de lo que había hecho y se metió al agua queriendo agarrar al muchachito pero entre más se metía siguiéndolo, más lo arrastraba la corriente y se lo llevaba lejos oyéndose siempre el mismo llanto: ¡Ay madre!... ¡ay madre!... ¡ay madre!

Cuando ya no pudo más se salió del río. El río se había llevado al chavalito pero el llanto del niño que a veces se oía lejos otras veces aparecía cerquita: ¡Ay madre!... ¡ay madre!... ¡ay madre!...La muchacha afligida y trastornada con la voz, enloqueció. Así anduvo dando gritos, por eso le encajaron La Llorona.

Ahora las madres para contentar a los muchachitos que lloran por pura malacrianza, les dicen:-Ahí viene la llorona...

La mujer enloquecida se murió y su espíritu quedó errante, por eso se le oyen los alaridos por las noches... “Por ahí se anda La Llorona, hasta la vez se le oye por todo el río.”

Page 3: Leyendas Nicaragüenses part 1

LA SEGUA:

La leyenda de la Cegua que a través del tiempo se ha venido tejiendo entre nuestra gente campesina, cobra forma al brotar de los labios de cualquier sencillo narrador de esta clase. Según la conseja, se trata de mujeres perversas y sin escrúpulos que por las noches se disfrazan de espantajos poniéndose en la cabeza a modo de trenzas, crines de caballo, y con el rostro pintado salen a altas horas de la noche por las calles y caminos solitarios en busca del amante descarriado o del hombre que se ha burlado de su cariño. 

Hace algunos años, cuando regresaba yo de la frontera hondureña de hacer una inspección por cuenta de la Compañía Hulera, tuve que pernoctar a causa de lo avanzado del día, en una de las haciendas aledañas a la guarda-raya. 

Ubencio Hernández se llamaba el administrador; era un viejo alto, fuerte y tostado por el sol. Don Ubencio, que se tenía un magnífico repertorio de leyendas y consejas, me contó esa noche ante un grupo de impávidos campistas y en torno al fuego crepitante de la cocina, una de sus tantas aventuras de brujas y aparecidos. 

Don Ubencio, como un preámbulo a su relato sacó un chilcagre de su bolsa, escupió chirre por la comisura de sus labios, se metió medio puro entre la boca y, apretando los dientes, lo partió por la mitad. Todo el engranaje molar de aquel viejo campesino se movía con deleite masticando el chicle de tabaco. -Como verá usté -comenzó don Ubencio-, en esta vida todos hemos tenido aventuras; las mías han sido muchas y divertidas. 

Para que le voá dicir, yo he sido muy mujerero y casualmente por eso es que me han pasado tantas vainas, pero algo le queda a uno de experencia para cuando llega a viejo.

Cierta vez -continuó diciéndome don Ubencio - me había cogido la noche en el llano, pues venía de cierta parte onde tenía mi albur tapado, no sé qué me dió mirar para atrás y vi que una luz me venía siguiendo, seguí caminando sin darle importancia, pero de momento comencé a inquietarme y volví de nuevo a mirar atrás; la maldita luz venía detrás de mi pisándome los talones, le apreté las chocoyas al caballo para que cogiera el trote tendido y así poder alejarme de la luz que cada vez la vía más cerca, pero cuál sería mi susto cuando al coger una vuelta del camino ví que la luz se vía encajado en las ancas del caballo. 

Le confieso que jué la primera vez en mi vida que sentí miedo al ver aquella enorme pelota verde en las nalgas del caballo; todo mi cuerpo se tiñó de verde, lo mismo que el caballo y una parte del camino por donde yo iba. 

Page 4: Leyendas Nicaragüenses part 1

La cabeza -se me puso grande, se me aflojaron las piernas y las riendas se me cayeron de las manos. Eso es lo único que recuerdo hasta que mevi acostado en una hamaca. Unos peones de la hacienda que jueron los que me recogieron, dicen que estaba tendido en mitá'el camino sin conocimiento. 

Pero de lo que más recuerdo hace don Ubencio es de la Cegua que le salió hace años, allá al otro lado de la frontera y muy cerca del pueblecito de Namasigüe. Don Ubencio era hondureño y cuando le sucedió el encuentro con la Cegua era mandador de campo en la Hacienda San Bernardo, propiedad del nicaragüense don Perfecto Tijerino. Don Ubencio se había ido al pueblecito de Namasigüe, como siempre lo hacía en busca de amores libres. Cuando dispuso regresar a la hacienda era ya de tarde y las sombras de la noche se le habían encajado cuando todavía iba de camino.

Había llovido y la noche estaba helada, pero don Ubencio no la sentía porque llevaba sus buenas copas de aguardiente bien metidas entre el pecho. La media hoja de una luna tierna alumbraba débilmente en el respaldo oeste de un cielo que comenzaba a llenarse de titilantes puntos luminosos. Un viento que llegaba de los cerros vecinos mecía quejumbrosamente la tupida arboleda del camino solitario. Don Ubencio, inconsciente por el efecto de las copas iba embrocado sobre el almuerzo de la albarda en tanto que la bestia caminaba por su propio instinto. Cuando el caballo bajó al río, el mayoral fué despertado de su borrachera por una carcajada de mujer lanzada de la orilla opuesta al tiempo que un silbido agudo hería los tímpanos del hombre.

En medio de su borrachera pudo distinguir entre el claroscuro de la ribera dos bultos sentados sobre una peña que emergía de las aguas, pero en ese momento le era imposible definir sus sexos, ya fuera por los vapores del aguardiente o por la densa oscuridad donde los facultades ante el peligro, se incorporó, y parándose sobre los estribos puso la mano sobre la frente a modo de pantalla y escudriñó las sombras. A los pocos minutos de estar en esa posición sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y pudo distinguir en sus menores detalles a las figuras que antes le fueran imprecisas. Se trataba de unas mujeres, mejor dicho, de unas ceguas, porque don Ubencio vió que estaban disfrazadas.

De sus cabezas pendían unos guindajos como trenzas, estaban envueltas en trapos negros, y sus dientes, que tenían fulguraciones de fósforos, les castañeteaban como los de un perro rabioso. UHHHH LA CEGUAAAAAAAAAAA Don Ubencio oyó que las mujeres bailaban y cantaban sobre el peñazco, pero apenas alcanzó a oír las últimas palabras de la canción. fué oídos sordos ante la súplica de la hechicera, al pie de una mata'e rudaA lo que don Ubencio, siempre oportuno y gracioso en todo, aún ante el mismo peligro, les contestó: Ahora quiero que me digan propia puerta del Perdón, y en medio de todo el gentío cuál es la más tronconudaa que se había congregado para verle Las ceguas no daban muestras de huir; por el con- trario, inmóviles miraban fijamente al mayoral. Ante actitud retadora de aquellos espantajos, el hombre, en vez de atemorizarse entró en cólera, y picando es- puelas aventó su caballo a medio río al tiempo que les lanzaba una oración de esas que son como jaculatoriasy que don Ubencio se había aprendido de memoria ...Hasta que llegué onde el tata cura no la reconomo una defensa a los males que pudieran provocar sus , cí .....-, ...pues La Cegua era una mujer que continuas conquistas amorosas. había sido mi querida y que por infiel a su cariño que la había abandonado y la gran perra no bastándole loca.. Qué juerte venís! más juerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidá me libre de vos! ................La Ceguaaaaaaaa Qué

Page 5: Leyendas Nicaragüenses part 1

juerte venís! más juerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidá me libre de vos! ..........La ceguaaaaaaaaa Qué juerte venís! más juerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidá me libre de vos! Dos balazos disparó al aire; una cegua salió huyendo, mientras la otra, en actitud hostil, seguía parada en la piedra tirándose sonoras carcajadas que hacían estremecer hasta las mismas piedras del camino. Don Ubencio, tanteándose los bolsillos, sacó un vasito de mostaza y, haciendo la señal de la cruz, le espetó de nuevo: -Ahora sí no te capiás, hijeputa, al tiempo que le tiraba un puño del polvo amarillo. La cegua, comprendiendo que estaba perdida, se le fué a echar a las propias patas del caballo. Ya con ésta me despido que pedía clemencia prometiendo enmendarse. -Allá se lo vas a decir al tata cura -fue la respuesta del hombre enardecido, y amarrándola con elcabresto del caballo se la llevó al cura del pueblo, quien después de echarle agua bendita la puso en late Padrenuestros para quitarle el poder de hechizar,porque según me contó don Ubencio, las malditas lo rezan al revés para tener poder contra la persona aesa leucción que le dí tuvo lo suficiente para no volverme a salir, porque eso jué hace munchos años y no la he vido dende entonces -terminó diciéndome don Ubencio, mientras encendía un puro en la mecha agonizante de su candil.

LA MONA BRUJA:

Herculano Rojas vivía en la comarca de Mapachín. Allí tenía su pedazo de tierra a la que le sacaba el jugo año con año. Su mujer, que ya tenía una marimba de cipotes, le metía también el hombro en el trabajo.

Cuando llegaba la época de las siembras y se daba principio a las limpias de las huertas, ella, bajo el sol calcinante de Abril, se embrocaba a la par de su hombre a recoger la basura, y cuando se procedía a romper la tierra cogía también el arado o llevaba la yunta.

"Es mi brazo derecho", decía Herculano por cualquier cosa, poniendo siempre de ejemplo la abnegación y diligencia de su mujer en el trabajo. La Carmen, como casi todas las mujeres de la clase campesina, era muy fecunda. La pobre, en ese particular y como las huertas de Herculano, nunca tenía descanso; no había terminado de destetar un cipote, cuando ya le venía el otro, y eso por no cipiarlo, como decía doña Eligia, la vieja comadrona que la asistía en todas sus tenencias.

Por una vida vivía en cinta, y si no estaba en la huerta ayudándole al hombre, era en la piedra moliendo el maíz de las tortillas o el pinol para el tiste. De once hijos se componía la familia de Herculano Rojas y la Carmen Montoya. Catorce años de vida marital habían dejado en la pareja de campesinos un saldo de once vivos y dos muertos por delante: la primicia que se da a la madre tierra, como solía decir filosóficamente Herculano.

Empero la Carmen no presentaba aquel cuerpo ajado que se ve en la mayoría de las mujeres por la crianza continua. Por el contrario, era de una contextura vigorosa a la par que se gastaba unos

Page 6: Leyendas Nicaragüenses part 1

brazos de marcados bíceps. Era alta, morena, de cabellos negros y lacios que contrastaban con una dentadura tan blanca, capaz de provocar envidia a nuestras mujeres. Es decir, en la Carmen todavía se descubrían restos de sangre indígena bien marcados. Herculano adoraba a su mujer y a sus hijos, nítenía el vicio de los tragos, y cuando se ia pero pueblo para hacer las compras del yantar, regresaba muy entrada la noche, ebrio y embrocado en el caballo.

Herculano no tenía enemigos, porque a nadie le había hecho ni males ni bienes, pero su mujer, siempre que él se iba para el pueblo, se quedaba con el credo en la boca temerosa de que le pudiera suceder algo. Hombre honrado y consciente de su deber, no Como participaba en las chusmas de serviles que adulaban al gobierno en las manifestaciones callejeras.

Si yo quiero echarme tragos, lo hago con mi propia plata y no con la que sirve votos -les decía Herculano a los amigos que sustenta an sus mismas opiniones, la patria libre de tiránica opresión-. que era la de un preocupaba, y con Pazón De ahí que la mujer se algunas copas ingeridas comenzaba a soltar laa lengua, exponiéndose a la vez a un ultraje de la soldadesca.

Un domingo por la mañana, Herculano o cen ellos, los con unos amigos que lo invitaron para ir a la cantina. Las conversaciones menudearon entre trago y trago y la cosa se hizo larga, al extremo que el sol ya se había inclinado anunciando la tarde. Dos litros de aguardiente se habían escanciado entre él y los amigos.

-Vos, Herculano -habló uno-, ¿nunca has óydo decir de la mona bruja que sale en la quebrada del Mapachín? Los ojos achinados del dueño de la taberna parpadearon sorprendidos ante la pregunta curiosa del parroquiano, en tanto que el interpelado, encogiéndose de hombros y con una indiferencia muy común en el incrédulo, contestó: -Pues como nó, ya había óydo decir, pero la verdad, yo nunca la he vido; será por las reliquias que mi mujer me ha puesto pa librarme de esas cosas o porque cuando he pasado por la quebrada ni siquiera me doy cuenta, porque, como dice el dicho, voy "hasta donde amarra la yegua Jacinto". Asegún me han contado -volvió' a hablar el parroquiano -, la tal mona se aparece en las ramas de un chilamate viejo, un poco antes de llegar a la quebrada; eso lo supe por la mujer de un compadre mío a quien le salió y se le encaramó en las ancas del caballo.

El pobre ya no sirve para nada, dende que lo jugó la mona ha quedado idiota. Dicen los que la han vido, que es grande y coluda. La mujer de mi compadre, asegún me contó, tuvo que regar agua bendita en contorno de su casa porque la maldita había cogido de llegar todas las noches con intención de entrar al cuarto donde duerme mi compadre. Desde las ramas de un mamón se déscolgaba al techo y allí se estaba hasta que los luceros comenzaban a huir del alba.

Todo el resto de la tarde que quedaba se concretaron los hombres a conversar del animal embrujado. Herculano se fué de regreso para el rancho cuando el lucero de la tarde con sus cuatro puntas de luz hincaba el infinito azul del cielo.

Los cascos de la yegua al pasitrote sonaban como claves en el silencio del camino. La noche ya había entrado, tornando las cosas diferentes. Los árboles entre las frondas dormidas tenían semejanza a fantasmas en acecho del viandante, y las alimañas, al paso de las bestia salían asustadas sonando bulliciosas la hojarasca, en tanto que los pocoyos con sus agudas notas de ¡caballerroo!, presentaban sus ojos que parecían un puñado de lentejuelas rojas en el clamasco Negro de la noche.

Page 7: Leyendas Nicaragüenses part 1

La yegua de Herculano se detuvo casi ya para llegar a la quebrada, y parando la cola soltó su necesidad. Herculano, ebrio como iba, sintió que una cola larga y peluda le golpeaba la riñonada; y atribuyendo que era el animal embrujado, sacó con la rapidez del rayo su cutacha, al tiempo que le espetaba colérico, ¡mona puta!, y zas... descargó con tanta fuerza el arma, que se oyó caer la cola cortada tajo a tajo.

El hombre siguió su camino pensando que había terminado con el hechizo que asolaba la comarca; en tanto que la asusi adiza yegua no cabía en el estrecho camino, sofr ada por la fuerte mano de Herculano. Al llegar al Rancho le quitó el freno a la yegua y, sin desensillarla, le pegó dos palmadas en las ancas para que se fuera a comer al corral.

Por la mañana el hombre le contó a su mujer la aventura que había corrido en el camino y creyendo ser el héroe de la zona, no cabía en sí de júbilo.

Pero la realidad fué otra, y toda la resaca de la borrachera anterior se le fue como por encanto cuando su mujer llegó del patio espantada de ver a la yegua con la de la mona bruja.

LA CARRETANAGUA:

La carreta nagua, sale en las noches oscuras de mi pueblo, sembrando terror entre los asustados vecinos que aunque no la ven, escuchan su infernal paso por las antiguas calles de la ciudad.

Dicen que al llegar a las esquinas se esfuma, que no dobla, más bien vuelve a aparecer despacio anunciando una muerte segura en la calle que sigue. Los valientes que se han atrevido a espiar su paso desde la oscuridad de las sombras afirman que va conducida por la Muerte Quirina. Otros insisten que nadie la guia, más que un par de bueyes flacos y huesudos. Va buscando víctimas y carga eternamente las almas en pena de las personas que gozan haciendo el mal de sus vecinos del barrio con sus chismes, maldades y venganzas.

“Por las noches en el silencio de los caminos solitarios se oye pasar la misteriosa carreta. Los perros y las personas que se atreven a ver aquella carreta nagua quedan con fiebre del tremendo susto de la aterradora visión. Algunos pierden el habla por varios días y hasta se han mencionado casos de muertos por oír el ruido del chirriante paso de la carreta. Doña Julia, habitante del Municipio de Jalapa, Nueva Segovia dice que un día vio una carreta inmensa y en ella dos pasajeros quirinas que llevaban una vela prendida en cada mano. Sus cabezas estaban cubiertas con capuchas blancas, según ella eran las animas del purgatorio. Los dos pasajeros solo decían ‘reza por mi alma’ una y otra vez. Doña Julia no aguantó, dice que la vista de le nubló y perdió el conocimiento. Recuerda

Page 8: Leyendas Nicaragüenses part 1

que los siguientes días fueron terribles para ella debido a la terrible fiebre y por varios días perdió la voz.”

EL CADEJO:

Las leyendas refieren la existencia de dos cadejos, uno blanco y otro negro. Ambos son animales misteriosos, grandes, muy fuertes y peludos que parecen perros, permanecen la mayor parte del tiempo con la lengua fuera y poseen grandes uñas en las patas traseras que producen un ruido característico al caminar.

El cadejo blanco es un guía y guardián protector del hombre; es bueno y camina a la par o detrás de la persona para guardarlo de los malso espíritos, defendiéndolo de cualquier peligro y acompañándolo en todos sus viajes nocturnos hasta el lugar donde el solitario caminante se dirige. No se cansa de caminar y al amanecer desaparece.

El cadejo negro es en cambio un espírito maligno, enemigo declarado del hombre que trata de dañarlo o matarlo en sus andanzas nocturnas; simboliza el mal, por eso es negro, es fiero y tiene ojos de fuego. Cuando el cadejo negro aparece o ataca al hombre, el cadejo blanco se interpone y lo distrae para que el hombre pueda huir. Hay ocasiones en que se establece una encarnizada pelea a muerte entre ambos animales; en este caso el caminante defendido por el cadejo blanco debe permanecer en el lugar de la contienda hasta el final de la pelea, de lo contrario su protector morirá al no contar con la ventaja de la presencia. En enfrentamientos en los que se cuenta con la permanencia del defendido, los cadejos nunca llegan a matarse; solo salen lastimados y el negro vencido.

Se dice que cuando el hombre rechaza la compañía del cadejo blanco y trata de hacerle daño, éste se lanza sobre su agresor, lo revuelca, lo muerde y lo deja mortalmente herido.

Estas leyendas pueden que estén relacionadas con una creencia antigua que dice que toda persona tiene un animal de compañía. Este animal es su doble. Toda enfermedad, daño o muerte de uno repercute en el otro. Se dice que al mismo tiempo que nace un niño, un animal nace en la montaña y que desde entonces sus destinos están compartidos.

Mi abuelita me contaba que el cadejo olia a cabra, un olor penetrante y caracteristico. Y si, el cadejo negro es malo, ve al hombre y trata de hacerle daño; pero el cadejo blanco aparece en la forma de un perrito blanco chiquito al trasnochador, en dependencia de como trate a este pequeño animal el "cadejito" lo protegera o se transformara en el gran animal que es para herirlo.

Page 9: Leyendas Nicaragüenses part 1

LA MOCUANA:

Ha muchos años, en los primeros días de la Colonia, la noticia de los yacimientos de oro que según fama había en los dominios del Cacique de la tercera Villa de Sébaco, llevó allí a muchos españoles, que fueron muy bien recibidos por el indio, quien les entregó tamarindos de oro para que los enviasen al rey de España.

Después del obsequio, el Cacique rogó a los extranjeros que se alejasen y no volviesen. Estos aparentaron hacerlo, pero al poco tiempo regresaron; y esta vez con deliberadas intenciones de sojuzgar al jefe indio. Habiéndolo sabido este, escondió sus tesoros. Únicamente su hija conocía el secreto del escondite. Los españoles fueron derrotados.

Pasó el tiempo y habiendo llegado uno de los hijos de los viejos españoles vencidos, se enamoró perdidamente de la hija del Cacique, que era muy bella. Esta correspondió el amor; y como bien sabía ella que su padre se opondría rotundamente al matrimonio, huyó con el español.

Generosa, le dio a su amante europeo las riquezas que poseía y este, satisfecho, y no esperando nada más de la pobre india, la encerró en la cueva de un cerro y le tapó su salida; pero ella, conocedora del lugar, logró escapar por otro lugar.

La actitud de su amante le causó la pérdida del juicio y se convirtió en la bruja La Mocuana... Desde entonces se aparece en los caminos e invita a los transeúntes a seguirla hasta la cueva. La gente dice que nunca le han podido ver el rostro; solamente su larga y cimbreante figura y su preciosa cabellera.

EL PADRE SIN CABEZA:

Cuenta la leyenda que en el año 1549 en la ciudad de hoy León Viejo, alentados por su madre doña María de Peñalosa, los hermanos Hernando y Pedro, hijos del segundo gobernador de Nicaragua don Rodrigo de Contreras, planearon la muerte del primer Obispo en tierra firme fray Antonio de Valdivieso, defensor de los Indios y mediador de las ambiciones de los funcionarios y el clero. Fue asesinado a puñaladas a mano del fiero capitán Juan Bermejo. Con la muerte de este religioso, el primero cometido en América, los asesinos se repartieron la provincia, su población, los objetos de valor y las joyas episcopales del Obispo.

Después de este crimen, que llenó de indignación y de malos presagios a todos los creyentes, aparece una leyenda que refiere, que durante los primeros años de la existencia de la ciudad de León

Page 10: Leyendas Nicaragüenses part 1

Viejo, el padre de su iglesia fue decapitado de un solo machetazo en el atrio de su mismo templo, por dos poderosos hermanos, y que su cabeza había rodado hasta la orilla del lago Xolotlán, donde se sumergió dando origen a una inmensa ola que se levantó sobre la superficie y avanzó hacia la ciudad, cada vez más grande y fuerte, llegando a reventar donde había sido asesinado el religioso y sepultando a la ciudad.

Pasado este hecho devastador, los indígenas empezaron a ver en los atrios de las iglesias y en las calles solitarias de los pueblos, un bulto negro que se protegía bajo el peso de la lúgubre oscuridad. Con el paso del tiempo algunos moradores se dieron cuenta que la aterradora y sombría aparición era nada menos que un padre sin cabeza.

Los que lo han logrado ver cuentan que el padre sin cabeza lleva sotana y zapatos negros, en la cintura prende un cordón del que cuelga una pequeña campana, la que hace sonar mientras avanza y lleva un rosario en lo que le queda de cuello.

Refiere la leyenda que el padre sin cabeza camina penando por el mundo, visitando los templos de las diferentes ciudades, rezando las letanías o el rosario, buscando su iglesia y su cabeza. Algunos refieren que el padre aparece solo el Jueves y el Viernes Santo, para visitar las iglesias y que cuando se encuentra frente a cualquiera de ellas hace reverencia en la puerta del perdón.