Leyendas Del Ecuador

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INSTITUTO TECNOLOGICO INTERNACIONAL “ITHI” 2011 LEYENDAS DEL ECUADOR SIERRA, COSTA, AMAZONIA Y GALAPAGOS. IVAN PARRA TECNICAS DE GUIAR

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INSTITUTO

INSTITUTO TECNOLOGICO INTERNACIONAL “ITHI”  

2011 

LEYENDAS DEL 

ECUADOR

SIERRA, COSTA, AMAZONIA Y

GALAPAGOS.

IVAN PARRA

T E C N I C A S   D E   G U I A R  

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LEYENDAS DE LA REGIÓN SIERRA _________________________________________  4 

BRUJAS SOBRE IBARRA  ______________________________________________________ 4 

LAS VELAS DEL AMADOR _____________________________________________________ 6 

UN SANTO ARISTÓCRATA Y SIN ZAPATOS  _______________________________________ 9 

LAS TRES PIEDRAS __________________________________________________________ 11 

EL SACHA RUNA ___________________________________________________________ 12 

EL CURA SIN CABEZA  _______________________________________________________ 12 

TESORO DEL INCA: LA LEYENDA DE QUINARA ___________________________________ 13 

LEYENDA DE GUAMBONA: ___________________________________________________ 13 

EL TAITA IMBABURA Y LA MAMA COTACACHI:  __________________________________ 14 

EL TREN DE YAMBO: ________________________________________________________ 15 

LEYENDAS DE LA COSTA ECUATORIANA ___________________________________  15 

LOS GIGANTES _____________________________________________________________ 15 

El Fraile y la Monja _________________________________________________________ 15 

EL VARÓN SOBREHUMANO __________________________________________________ 16 

LA DIOSA UMIÑA __________________________________________________________ 16 

TINTÍN (LEYENDA MONTUBIA)________________________________________________ 17 

LA TUNDA SE CONVIERTE EN GALLINA: _________________________________________ 18 

LA TUNDA PARA DE MOLINILLO: ______________________________________________ 18 

“LA DAMA TAPADA”. _______________________________________________________ 19 

LOS AMANTES DE SUMPA: ___________________________________________________ 19 

LEYENDAS DE LA AMAZONIA ECUATORIANA _______________________________  20 

EL DELFÍN ROSADO: ________________________________________________________ 20 

EL MISTERIO DE LA BOCANA DEL RIO MISAHUALLI _______________________________ 20 

LA BOA Y EL TIGRE  _________________________________________________________ 22 

EL SAPO KUARTAM: ________________________________________________________ 23 

EL ESPIRITU DE LA SELVA Y EL TIGRE ASESINO ___________________________________ 23 

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LEYENDAS DE LAS ISLAS GALAPAGOS _____________________________________  25 

LOS EUROPEOS EN LA FLOREANA _____________________________________________ 25 

BAHÍA DE CORREOS: ________________________________________________________ 26 

LA BARONESA:  ____________________________________________________________ 26 

BIBLIOGRAFIA ________________________________________________________  27 

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LEYENDAS DE LA REGIÓN SIERRA

BRUJAS SOBRE IBARRA

Desde arriba del Torreón, la ciudad, en las noches de luna, parecía una maqueta parda llena de tejados, que guardaban jardines atiborrados de buganvillas, nogales e higos. Más arriba, en cambio, se distinguían las palmeras chilenas: enjutas y lustrosas, pese a la intensidad nocturna y las exiguas farolas, alumbradas con mecheros que –de cuando en cuando- eran revisados por el farolero, envuelto en un gabán descolorido que no impedía apreciar su silueta recorriendo esa luz mortecina que golpeaba las paredes de cal.

Más arriba, aún, el parque de Ibarra era un minúsculo tablero de ajedrez sin alfiles, donde destacaba el añoso Ceibo, plantado tras el terremoto del siglo XIX y que –según decían- sus ramas habían caminado una cuadra entera. La noche caía plácida sobre las enredaderas y la luna parecía indolente a las sombras que pasaban, pero que no podían ser reflejadas en las piedras. ¿Quiénes miraban a Ibarra dormida? ¿Quiénes tenían el privilegio de contemplar sus paredes blanquísimas engalanadas con los fulgores de la luna? ¿Quiénes pasaban en un vuelo rasante como si fueran aves nocturnas? ¿Quiénes se sentaban cerca de las campanas de la Catedral a mirar los tejuelos verdes y las copas de los árboles?

No es fácil decirlo: unas veces eran las brujas de Mira, otras las de Pimampiro y muchas ocasiones las de Urcuquí. Eran una suerte de correos de la época, acaso a inicios de siglo, que viajaban abiertas los brazos, por los cielos estrellados de Imbabura. Por eso no era casual que las noticias –que por lo general se tardaban en llegar cuatro días desde Quito- se conociera más aprisa en los corrillos de estas tres poblaciones unidas por un triángulo mágico: que ha iniciado la revolución de los montoneros alfaristas, que el Congreso ha sido disuelto, que llegaron las telas de los libaneses o que fulano ha muerto.

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Todas noticias importantísimas que –de no ser por las voladoras- hubieran llegado desgastadas. Pero, a diferencia de lo que se cree de las brujas, que van en escoba, llevaban un traje negro y tienen la nariz puntiaguda, las del sector norteño ecuatoriano poseían trajes blanquísimos y tan almidonados que eran tiesos. Por eso cuando las voladoras pasaban los pliegues de sus vestidos sonaban mientras cortaban el viento. Algunos las tenían localizadas. Por eso cuando pasaban por encima de las casas, existían los atrevidos que se acostaban en cruz y con esta fórmula las brujas caían al suelo.

Otros, en cambio, preferían decirles que al otro día vayan por sal y de esta manera conocían su identidad. Pero las voladoras de Mira también tenían sus hechizos. Quienes se burlaban de las brujas terminaban convertidos en mulas o gallos. Y eso, al parecer, le sucedió a Rafael Miranda, un conocido galeno de Ibarra, de inicios de siglo. Cuentan los abuelos que el doctor Miranda desapareció un día sin dejar rastro. Sus amigos lo buscaron por todos lados infructuosamente. Sus familiares estaban desesperados. El tiempo pasó. Una tarde, un conocido del doctor Miranda recorría unas huertas por Mira y miró a un hombre desaliñado con un azadón. Creyó reconocerlo.

Al acercarse comprobó con estupor que se trataba del famoso doctor Miranda. Lo sacó del lugar y tras curaciones prodigiosas el galeno volvió a su estado normal y nunca más se sintió gallo. Otra historia, en cambio, sirvió para que Juan José Mejía, el popular y primer sacamuelas de Carchi e Imbabura, justificara una parranda de tres días. Cuando le preguntaron porque no había llegado a la casa contestó sin inmutarse: “Estuve en Mira amarrado a la pata de una cama, convertido en gallo y recién me escapo de las brujas”. Claro que estuvo en Mira y, acaso, le brindaron –como a muchos- el famoso tardón, que es una bebida que basta un solo trago para que el confiado visitante termine por los suelos, en un remolino de carcajadas.

Por eso los políticos de turno o las autoridades, que siempre ofrecen solucionar todos los problemas, se dan cuenta de los fatídicos brebajes demasiado tarde: quedan arrumados en las sillas de madera, con un olor imperceptible a aguardiente, que es uno de los ingredientes del tardón, elaborado de papa y de secretísimos compuestos que ha sido imposible develar. Cuando alguna autoridad trataba de levantarse caía en cuenta que sus honorables posaderas estaban como pegadas a la silla. ¿Cuáles eran las palabras mágicas para volar? De boca en boca ha llegado hasta estos días lo que decían las brujas ecuatorianas: “De villa en villa y de viga en viga, sin Dios ni Santa María” y tras pronunciar este conjuro levantaban vuelo.

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Y hasta había quienes intentaron realizar una aventura aérea. Cuentan que un mireño insistió a una maga para que le iniciara en su arte. Tras las súplicas decidió confiarle el secreto. Lo primero que le indicó es que tenía que utilizar uno de sus trajes níveos. Aguardaron la noche y subieron a la chimenea de un horno... -Tienes que repetir esta fórmula, le dijo la encantadora. Tras decir “de villa en villa, de viga en viga, sin Dios ni Santa María”, extendió sus brazos y salió disparada por el cielo. Nuestro personaje se emocionó, pero al repetir el conjuro lo hizo de esta manera: “de villa en villa, de viga en viga, con Dios y Santa María”.

Dicho esto, desplomóse cuan largo era en el patio de la casa, en medio de los ladridos de los perros y de los vecinos que lo encontraron magullado y vestido de traje blanco, con cintas y encajes. Aunque pidió discreción, al otro día toda Mira conoció esta historia y su único argumento fue se enredó en la vestimenta. Obviamente, no pudo aclarar qué hacía subido en la chimenea y con un vestido de dama. Hay quienes dicen que las brujas aún pasan por los tejados de Ibarra. Es posible. Mas, nunca se han caracterizado –como lo eran acusadas en la Inquisición Española- de artilugios malévolos.

Su único delito, podría decirse, es volar para conocer tierras lejanas o para visitar a algún amante venturoso que abre su puerta antes que la maga tope el suelo. Hay quienes dicen haberlas visto reunidas practicando iniciaciones antiquísimas, en medio de un prado. Con suerte, si levantamos a mirar el cielo en una noche de luna es posible que localicemos a una bruja que regresa del sur y pasa por encima del pequeño Ceibo, del parque Pedro Moncayo, que ha empezado a brotar sus hojas.

 

LAS VELAS DEL AMADOR

Don Juan Tenorio había llorado sobre la tumba de Doña Inés. Al final, acaso, había entendido que el Amor era una expiación. Por eso, en la escena del teatro se develaba una estatua. En medio de las sombras Doña Inés sale de su tumba y exclama: “Don Juan mi mano asegura/esta mano que a la altura/tendió tu contrito afán/y Dios perdona a Don Juan/al pie de la sepultura”.

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Cuando el relato de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, cruzó el mar desde España, el actor llegó tan maltrecho que se lo confundió con cualquier personaje entregado a los lances amorosos. Y había una diferencia: los donjuanes de América no sufrían por amor. Sin embargo el personaje se había convertido en sinónimo de buscador de aventuras amatorias y por eso no fue casual que en San Miguelito, en Tungurahua, el cazador de fragancias del pueblo sea conocido como Don Tenorio, olvidándose el de Juan, porque hasta el nombre no había podido desembarcar de España.

Este mozuelo llevaba una máxima: la empresa amatoria más ardua lo catapultaría a ser la admiración de todas las muchachas del pueblo. Por este motivo eligió a una hija de María, como se conocía a las doncellas que estaban con la profesión de beatas en el cuello. La joven llegaba temprano a la iglesia envuelta en una chalina negra y su cara cubierta de un velo casi imperceptible, aunque se podía intuir su cabellera larga. Don Tenorio la esperó con paciencia. Sabía que no hay diligencia mejor que la realizada con cautela.

La damisela declinó, al inició, la invitación pero ante los ruegos aceptó encontrarse en las primeras sombras de la tarde. Los jóvenes parecieron entenderse con las miradas. La mujer lo condujo hasta una casa apartada. Al cerrar la puerta una habitación mínima se develó ante la insistencia de un escaso fuego producido por siete velas. Las siluetas se proyectaron en las paredes ásperas con olor a tierra. Las sombras parecían disiparse y cuando Don Tenorio se acercó el leve resplandor se consumió. Las palabras se quedaron flotando en el aire. El joven llamó tiernamente a su futura amada pero no obtuvo respuesta. Después a tientas intentó localizar una cerilla pero fue inútil. Palpó la pared y tampoco encontró la salida.

Fue allí que comenzaron los fatigosos gritos envueltos en un eco bronco, en medio de una estancia oscura. Su cuerpo cayó al suelo sólo para comprobar que la tierra era más húmeda que antes. Para el tercer día Don Tenorio tenia la garganta lacerada y sus leves quejidos eran cada vez más distantes. Pero no dio tregua y siguió gritando mientras sus manos arañaban la pared, con rastros de sangre. Ese día el sepulturero del pueblo llegó más temprano y escucho unas voces que salían de una tumba.

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Antes de que el aliento se le termine llego hasta la casa del teniente político con la inesperada noticia y la cara desencajada como un mal agüero. Cuando los dos hombres se dirigieron al cementerio ya les acompañaba una muchedumbre ansiosa por escuchar las voces que salían del cementerio. El panteonero, junto con algunos vecinos, cavó rápidamente la fosa y en medio de terrones negruzcos apareció la cabeza de Don Tenorio, con los ojos lastimados por la luz.

Fue sacado al vilo y antes que pudiera decir nada se arrodilló delante de medio pueblo y pidió perdón por su único delito: burlador de mujeres. Los viejos de San Miguelito aun no se ponen de acuerdo en las versiones del hecho. Hay quienes aseguran que Don Tenorio entró en un convento; otros dicen que una alma del otro mundo se enamoró del mozuelo. Mas, en los textos de Zorrilla se puede encontrar una alegoría de lo sucedido en San Miguelito y es cuando la sombra de Doña Inés exclama:

Más tengo mi purgatorio

En este mármol mortuorio

Que labraron para mí.

Yo a Dios mi alma ofrecí

En precio de tu alma impura

y Dios, al ver la ternura

Conque te amaba mi afán

Espera a Don Juan

En tu misma sepultura.

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UN SANTO ARISTÓCRATA Y SIN ZAPATOS

En el Año 1910, los vecinos de San Roque se sorprendían de ver caminando por sus calles a un caballero alto, distinguido de ojos azules y barba rubia que solía vestir humildemente y caminar descalzo. Durante muchos años ocupó una tiendita oscura y húmeda que quedaba en la calle Rocafuerte, frente a la iglesia del barrio.

En aquel cuarto tan austero, este singular personaje montó una zapatería con una mesa y unas pocas hormas, planchas de machacar, suelas y otros artículos necesarios para ejercer el oficio de zapatero remendón. Dos muchachitos sanroqueños ayudaban al extraño zapatero y además de aprender el oficio, ganaban un peso diario más comida, una remuneración que era casi una fortuna para aquella época en que se compraba un huevo por un calé y una gallina ponedora por seis reales.

Toda bondad y gentileza era el "zapatero descalzo" como lo empezó a llamar la barriada. Cobraba muy barato y cuando el cliente era pobre, no le cobraba nada. Fue por eso que la gente le comenzó a conocer después como "El Santo Descalzo".

Los vecinos de Quito veían con ojos incrédulos como todos los domingos el zapatero dejaba su taller a las ocho de la mañana vestido con chaqueta, chaleco de fantasía, camisa con botones de perlas, gemelos de oro en los puños y un bastón con empuñadura de marfil y plata. Pero tanta elegancia contrastaba con sus pies siempre descalzos.

Parecía que llegaba al éxtasis. Oía la santa misa con gran devoción y en muchas ocasiones lo vieron llorar.

Llegado a su taller se encerraba y el lunes, como todos los días, abría su taller a las seis de la mañana, caminaba a la tienda realizaba las compras de la semana. Comía humildemente, pero a sus operarios siempre les brindó pastas, dulces y finas conservas.

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Con los pies desnudos bajaba por la Rocafuerte hasta llegar al Arco de la Reina, en el hospital San Juan de Dios, luego tomaba la García Moreno o calle de las Siete Cruces para llegar a la iglesia del Carmen Alto en donde entraba luego de rezar un Ave María y un Padre Nuestro. Después, se dirigía a la iglesia de la Compañía para asistir a la misa de nueve. Allí tomaba su reclinatorio forrado de terciopelo rojo y escuchaba todo el servicio religioso de rodillas.

Más allá de la Leyenda

Con el tiempo se desveló el misterio del "Santo Descalzo". Incluso se descubrió su verdadero nombre, se trataba nada menos que de Miguel Araque Dávalos, hijo de una de las familias aristocráticas y de dinero de la ciudad de Riobamba. Muchas suposiciones trataban de explicar porqué una persona de tan alta alcurnia se comportaba de forma tan humilde con toda la gente y aún más con los pobres

La razón hay que buscarla en los misterios del amor. Don Miguel se había enamorado de una mujer de mala reputación y poco decente y aunque trató de olvidarla, no pudo. Para tratar de apagar las brasas de la pasión, decidió abandonar su Riobamba natal para venir a Quito donde trató de enamorarse de otra mujeres aunque nunca lo logró. Un día leyó sobre el milagro de La Dolorosa del colegio San Gabriel sucedido un 20 de abril de 1906 y desde ahí se encomendó a la Madre Dios y a cambio de que le hiciera olvidar a la mujer que le robó el corazón, Miguel se comprometió a caminar descalzo durante un año y trabajar durante ese mismo tiempo como un humilde zapatero.

A la final, logró conseguir a la mujer pero porque esta se fue con un gringo que había venido a trabajar en el ferrocarril. Miguel ya no sufrió más y dicen que se curó por obra de la Dolorosa y así ha vivido en el recuerdo de los quiteños como el "Santo Descalzo".

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LAS TRES PIEDRAS

Desde arriba, se podía mirar al río Tahuando ir plácido en busca del mar, serpenteando rocas y musgos, acariciando giabos y totoras hasta llegar a los encañonados y a las sucesivas vertientes para que lo fortificaran.

Al frente, el Alto de Reyes mostraba sus arbustos y su mínima montaña frente a la laguna de Yahuarcocha. Abajo, los olivares aún conservaban sus raíces férreas y el recuerdo de la cosecha, durante la época Colonial, antes que el monopolio se fuera para el Sur.

Tres gráciles mujeres bajaron por la pendiente de piedras hacia el río. Llevaban los cabellos sueltos y sus pies parecían caminar por el viento. Iban a bañarse en el surtidor de aguas curativas.

Sus risas se confundían con los cantares que traía la corriente desde las montañas. Eran muchachas y reían mientras se desvestían para su baño de aromas de azahares y geranios. Sus piernas eran dóciles a las hierbas mojadas y sus labios eran frescos como las gotas que salpicaban sus caderas. Estaban desnudas y sus espaldas tersas se arremolinaban bajo el chorro firme que caía golpeando leve sus cabelleras ensortijadas. Sus ojos tenían los paisajes de estas tierras prodigiosas.

Unos hombres los observaban ocultos en los matorrales. Tramaban el ultraje contra estas vírgenes de olores de durazno. Las doncellas, sin percatarse, jugueteaban con el agua y sus cuerpos eran como garzas que se posan sobre un estanque.

Los tunantes se acercaron para tomar por la fuerza lo que podrían haber logrado por la ternura. Las zagalas comprendieron sus intenciones perversas. Cuando sus manos se acercaron a sus figuras, los hombres sintieron una dureza de alabastro. Las muchachas se habían transformado en tres piedras. De lo que antes eran sus labios brotaban tres ojos de agua, pero era como si estuvieran hechos de lágrimas.

Al bajar al río Tahuando las tres piedras con los fulgores de estas mujeres aún están allí. Cuando se zambulle en su torrente es como si unas manos recorrieran una piel ajena a su tiempo, pero también con gemidos traídos de otras épocas

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EL SACHA RUNA

El Sacha Runa es un ser entre espectral y animal propio del centro-norte de la sierra del Ecuador. Unas veces es descrito como un aparecido y otras veces como si se tratase de un hombre real con hábitos animalescos o un ser mixto, mitad hombre y mitad árbol, puesto que se lo describe como un hombre alto que lleva su cuerpo cubierto de pelos, hojas, musgo e incluso flores. La palabra precede de dos voces kichuas Sacha=Monte y Runa=Hombre.

El Sacha Runa pudo ser una derivación de alguna antigua deidad pagana o prehispánica, que expresaba la mitologización de los árboles, la forma que asumiría el espíritu de aquellos, pero una vez que se puso en marcha la labor evangelizadora, vio transformada su naturaleza y su representación hasta convertirse en el medio maléfico de hoy día.

En Pomasqui el Sacha Runa aparecía en las noches de conjunción en un sector de Pusuqui y en las estribaciones del Casitagua

EL CURA SIN CABEZA

Cuentan los viejos vecinos de Pomasqui que en la Colonia, del Pacpo vertían aguas termales, por esa razón los frailes franciscanos construyeron un convento en sus faldas, así como una serie de acequias para acarrear aquellas aguas y una piscina llamada “de los obispos”. Hasta ese convento llegaban los padres enfermos, de ahí que se llamó Convento de la Convalecencia.

Hubo una vez un padre que iba a dicho convento a restablecer su salud, pero en el trayecto fue asaltado y le cortaron la cabeza. Sus compañeros lo sepultaron, pero desde entonces quienes pasan cerca del antiguo campanario o por la vieja puerta de entrada al convento, aseguran haber visto la figura de un padre decapitado.

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TESORO DEL INCA: LA LEYENDA DE QUINARA

El codiciado botín para el rescate de Atahualpa aún es buscado por entre las viejas haciendas de esta población. La leyenda del tesoro perdido de Atahualpa comienza en Quinara, un poblado ubicado a 50 km. de la ciudad de Loja.

Allí han llegado muchos historiadores que afirman que “el mascarón”, una roca de tres caras que orientaba el lugar del entierro del tesoro, está como base de una antigua casa de la hacienda cuyo propietario, Manuel Enrique Eguiguren, tuvo la fama de tener entre sus bienes una parte del codiciado tesoro, el que no ha sido encontrado en su totalidad.

La leyenda evoca también la historia de “los siete huangos” o cargas de oro enterradas en Quinara, por donde pasaba el Camino del Inca, que atravesaba por la Tuna, El Pico Azul y El Charalapo, todos estos sitios llamados así en honor a los incas y en donde se sigue creyendo que está el inmenso tesoro escondido.

 

LEYENDA DE GUAMBONA:

La leyenda de Guambona, relata la dura realidad de los Chitoques: indios curtidos al sol y al trabajo, resignados a la suerte que les deparó el conquistador, quien les había doblado la carga tributaria de diezmos y primicias a través del cura párroco. De no cumplirla, no habría bautizo para los hijos, ni matrimonios, ni confirmación, ni comunión, ni extrema unción, es decir, se les negaba el perdón de Dios. Pese a su resistencia, el cura impuso los tributos a punta de látigo y sermones apocalípticos. Un funesto viernes Santo los indios, estimulados por la chicha fermentada, agredieron salvajemente al cura, cuya cabeza rodó de un fuerte machetazo que descargó con furia Manuel Cuchicara.

Los demás indios de otro machetazo, sacaron el cráneo en el que continuaron bebiendo su chicha fermentada. Después del suceso, se presentaron truenos, relámpagos y un aguacero pertinaz que retumbaba el tambor de la Pampa.

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El sacristán, don Cristo Chamba, encontró el cadáver del cura bañado en un charco de sangre. Inmediatamente decidió poner este hecho en conocimiento del Obispo de Loja. En su camino descubrió que lo seguía un siniestro jinete en un caballo blanco y quien lo alcanzó y le dijo: “Yo también voy a dar cuenta del crimen al Obispo de Loja, pero mi caballo Mefistófeles es más veloz que el tuyo y más te vale regresar a Chitoque a consolar a la feligresía y sepultar a tu jefe, quien ha maltratado y explotado a su pueblo. El Sacristán, conmocionado de espanto, retornó a Chitoque, donde al llegar escuchó un quejido estremecedor que salía del vientre de la pampa: “Chitoque había sido encantado” y estaba bajo tierra, sepultado como castigo a lo ocurrido, como lo demuestran ciertas alegorías pictóricas y la tradición oral que viene de la época.

EL TAITA IMBABURA Y LA MAMA COTACACHI:

Los paisajes de la norteña provincia de Imbabura tienen como personajes dominantes a sus dos grandes volcanes, ubicados estratégicamente casi como mirándose, el uno enfrente del otro. Desde los pueblos ancestrales de la región, se cuenta que estos imponentes montes, a los que por su grandiosidad se les atribuía y aún atribuye la calidad de Dioses, toman también formas y actitudes humanas. Así, el Imbabura es el “Taita” (padre en lengua kichwa) Manuel Imbabura, hombre fuerte de edad madura que suele escaparse cubierto por un ancho sombrero y buscar en las noches a la “Mama” (madre) María Isabel Cotacachi, mujer igualmente madura que suele cubrirse de una corona blanca (las nieves de su cumbre) y forman una pareja como los seres humanos. De su relación tienen un hijo, el Yanaurcu, que está cerca de la Mama Cotacachi. En el imaginario tradicional de los pueblos de la zona se dice que cuando hay tormentas con rayos, truenos y fuertes lluvias, el Taita Imbabura y la Mama Cotacachi se están peleando. Por contraste, cuando el tiempo es plácido, hay sol y cielos limpios o noches maravillosamente estrelladas, significa desde su cosmovisión, que hay amor y armonía entre el gran monte Hombre y la gran montaña Mujer que dominan las tierras imbabureñas y sus alrededores.

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EL TREN DE YAMBO:

En el trayecto entre Latacunga y Ambato, a un costado de la vía Panamericana y al borde de un escarpado barranco rocoso corre la vía del ferrocarril, justo sobre la laguna de Yambo. Dice la tradición local que hace muchos años, un tren que circulaba por el lugar se descarriló y fue a dar al fondo de la profunda laguna con todos sus ocupantes. Desde entonces, los lugareños y algunos visitantes cuentan que en las noches se escuchan sobrecogedores gritos de auxilio… para ellos son las almas de los pasajeros y tripulantes del tren que terminó en el fondo de la laguna y cuyos restos nunca han sido encontrados.

LEYENDAS DE LA COSTA ECUATORIANA

LOS GIGANTES

Eran hombres de descomunal tamaño, que llegaron sin mujeres por el mar. Se asentaron desde Cabo Pasado, en Bahía de Caráquez, hasta Santa Elena. Se asentaron desde Cabo Pasado, en Bahía de Caráquez, hasta Santa Elena.

Destruyeron todo cuanto encontraron en esta región y debido a la degeneración a que llegaron, un ser con espada de fuego entre sus manos, los quemó a todos reduciéndolos a ceniza.

El Fraile y la Monja

Cuentan que por las noches ellos el fraile y la monja abandonan estas enormes piedras y salen a rezar; porque al retirarse las aguas del mar, quedan profundas cuevas semejantes a enormes iglesias, con arcos bizantinos, con muros empedrados, con sueños de alcatraces y voces que retumban para profanar el silencio de un lugar mágico, que aún hoy puede visitarse, y que fue bautizado como “DE LA MONJA”.

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EL VARÓN SOBREHUMANO

Se cuenta que el gran señor Viracocha, fue creador e instructor de la especie humana, que en Jocay fundó un Jacha-Huasy.

En Jocay preparó a los líderes de los pueblos que organizaba, adiestrándolos en el arte del gobierno, estrategias militares , organización civil. Cumplida su misión se marchó caminando sobre las olas del mar.

 

LA DIOSA UMIÑA

Los Mantas fueron politeístas. Cieza de León atestigua una gran religiosidad. Hacían sacrificios humanos y quemaban incienso en sus templos. Tenían una diosa con poderes curativos, era una esmeralda del tamaño de un huevo de avestruz a la que llamaban "Umiña".

La Diosa Umiña era ídolo era una piedra de fina esmeralda, cuyo valor podía exceder a todos los tesoros juntos de muchos templos. Su adoración se la realizaba en el templo construido en la isla de La Plata, hasta donde llegaban enfermos de todas partes. Luego que el gran sacerdote recibía la ofrenda (oro, plata y piedras preciosas) hacía sus deprecaciones postrado en tierra, y después de tomar con un paño blanco y limpio a la Umiña, frotaba con el mismo paño la cabeza del enfermo. Muchos enfermos sanaron. Tanta fama alcanzó en la época prehispánica que incluso desde Centroamérica llegaban enfermos en busaca de sanación.

Pero con la llegada de los españoles, que siempre buscaron la piedra para robarla, los indios la escondieron de manera que ese tesoro no se lo ha podido encontrar.

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TINTÍN (LEYENDA MONTUBIA)

Tintín, según la leyenda, persigue y acecha a las mujeres casadas o solteras, “melenudas y cejonas”.

“El diablo tiene varios nombres: Tintín, El Duende, El Malo, Diablo. Se aparece en toda la geografía de la Costa, en lugares apartados, peligrosos o en horas intempestivas. Enamora a las mujeres o las viola, las deja encinta y luego, a veces, engendran y dan a luz niños anormales, muchas veces mitas animales, mitad hombres. Asustaba los niños y también a los hombres. Es muy frecuente que a las noches, en la cama, les jalen de las piernas y quieran llevarse a las personas” escribe Peli Gotisolo en “El montubio. Hombre de pensamiento mítico” , Quito, 1998.

Es una leyenda típica de la Costa, propia de la zona montubia. El folclorista Guido Garay recuerda: “Era la época en que las mujeres no salían a la calle. Y como esto no ocurría, si en una casa una de ellas salía embarazada, la respuesta inmediata de la gente del vecindario era: “Es obra del Tintín”.

Aunque de alguna manera, refiere la historiadora Jenny Estrada, realmente este personaje encubría el incesto, muy común en la Costa ecuatoriana, pues como las jovencitas no salían del hogar, se quedaban al cuidado de los varones de la casa.

En los libros de duendes y leyendas urbanas se lo describe como “un enanito con un gran sombrero y una cabezota de unos 30 o 40 centímetros, los pies vueltos hacia atrás y el miembro viril sumamente desarrollado, al extremo de llevarlo arrastrando por el suelo.

Usa sombrero que le llega un poco más abajo de las orejas y produce un silbido lúgubre”.

Persigue y acecha a las mujeres casadas o solteras, “melenudas y cejonas” para poseerlas carnalmente, luego de sumirlas en un trance hipnótico.

Cuando se enamora de una mujer sale por las noches de los huecos donde vive, y lleva una piedra imán en un mate, la cual coloca debajo de las escaleras para que todos los habitantes de las casas se duerman.

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LA TUNDA SE CONVIERTE EN GALLINA:

En “Juyungo” se cuenta que un muchachito esmeraldeño fue enviado a eso de las cinco de la tarde, hora de oración, a recoger a unas cuantas gallinas que andaban desperdigadas por los contornos. De pronto una linda gallina blanca atrajo la atención del chicuelo. “Cho, cho, jurón, jurón” gritaba, corriendo detrás de ella pero esta era una experta y lo fue llevando hacia el monte. Cuando quiso regresar ya era tarde, estaba perdido. Era la temible “Tunda” que se había convertido en gallina.

Pero la Tunda teme a los perros y el solo ladrido de uno de ellos la hace desaparecer; por eso los parientes de la víctima corrieron por los montes con una verdadera jauría, hasta encontrarlo al tercer día, casi muerto del susto e indigesto de tanto camarón. ¡Qué mala es la Tunda!

 

LA TUNDA PARA DE MOLINILLO:

En Esmeraldas la antigua Diosa de la Fertilidad se representaba con otra forma y así nació "la Tunda", demonio femenino de origen mixto, indio y africano.

La Tunda es multifacética y adopta diversas formas según los casos, su especialidad consiste en raptar niños y con ese fin cambia continuamente su figura, de una tranquila señora, normal y corriente, excepto que tiene el pie derecho en forma de molinillo, quizá en recuerdo a la clásica figura del demonio cristiano con patas de macho cabrío.

Quién sabe?

Entre sus costumbres hay una muy curiosa. Es aficionada a los camarones que recoge de los esteros, los cocina en el interior de su cuerpo y los da a los niños que rapta. Para atontarlos, les quita la voluntad sofocándolos con gases de su organismo que huelen a cobre. La Tunda es una caldera con fuego interior. Cuánto nos recuerda a la madre tierra o Diosa de la Fertilidad con sus emanaciones volcánicas que huelen a cobre, mineral noble para los indios, que lo sabían utilizar en diversas aleaciones, en la confección de joyas y demás utensilios.

 

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“LA DAMA TAPADA”.

Cuenta la historia que en los alrededores de la colonial iglesia de Santo Domingo, cercana a los populares sitios de Las Peñas y Cerro Santa Ana, a los bohemios empedernidos se le aparecía una bella mujer, vestida de negro y cubierta su rostro con un velo, lo que le daba un toque adicional de misterio y atracción, que inevitablemente arrastraba a seguirla en pos de acercarse y entablar amistad con ella. En un cierto punto, cuando el intrépido “Don Juan“de turno estaba cerca, la mujer descubría su rostro, el cual mostraba una tétrica calavera… era el rostro de la muerte… una oscura premonición para los trasnochadores y borrachos. Esta historia, del imaginario popular, puede tener un origen más prosaico en las esposas deseosas de darles un susto y una lección a sus maridos, aficionados a las aventuras nocturnas…

LOS AMANTES DE SUMPA:

En el museo de “Los Amantes de Sumpa” en Santa Elena se siente la fuerza de un amor que reunió en un abrazo eterno a un joven hombre de 25 años y una mujer de 20 años. El museo está sobre un antiguo asentamiento de la cultura Las Vegas, la más antigua de la costa ecuatoriana, un caserío donde los habitantes enterraban a sus muertos en sus casas para mantener la comunicación con ellos.

En las excavaciones realizadas se encontró a esta pareja sobre la que se especula si se trató, hace cuatro mil años, de algún “amor prohibido” por lo que fueron lapidados y enterrados en ese abrazo perenne que impresiona a quienes observan los milenarios esqueletos abrazados por siglos y ahora expuestos a los visitantes ávidos por desentrañar los misterios de nuestras más antiguas culturas.

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LEYENDAS DE LA AMAZONIA

ECUATORIANA

EL DELFÍN ROSADO:

Esta tradición es más común entre los pueblos Kichwas, especialmente en el norte de la Amazonía ecuatoriana y en las áreas en las que se encuentran poblaciones de delfines rosados. Dice la leyenda que el origen de este singular animal fue un joven guerrero indígena, a quien uno de sus Dioses, envidioso de sus atributos masculinos, lo condenó a vivir en los ríos y lagos de la Amazonía en forma de delfín.

Desde entonces, este mamífero acuático ha sido fuente de especial fascinación para todos. Según las tradiciones locales, especialmente en tiempos de fiestas, cuando todos están entregados a la celebración, la bebida y el baile, los delfines salen del río en forma de hombre, atractivo y vestido de blanco, cubierto por un sombrero, y mientras los hombres se emborrachan, ellos seducen con sus encantos a las mujeres jóvenes de la comunidad y las embarazan. Una variante de esta misma leyenda habla de que toda mujer joven que en sus días de menstruación y en noches de luna llena entra en las aguas a bañarse o surca un río o lago en canoa en la noche, será inevitablemente embarazada por un delfín. Tan en serio se toma esta leyenda que en muchos casos, se acredita la paternidad de los niños sin padre en ésta región, a los delfines.

EL MISTERIO DE LA BOCANA DEL RIO MISAHUALLI

Cuando recién se iniciaba la colonización del Oriente ecuatoriano, aguas arriba de la bocana del río Misahuallí y en un fresco claro de la selva, asentó su campamento un hombre blanco, que se dedicaba a la explotación del árbol de caucho en la cuenca del río Aguarico. Así pasaron los meses y un nuevo colono llegó al lugar acompańado de su hermosísima hija, la que inmediatamente causó estragos en el corazón del cauchero. La playa, las aves y las flores, propiciaron el florecimiento del amor, y el romance sonreía en los recodos del río.

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Como vivían en plena selva y ante la ausencia de una autoridad que legalizara la relación de la pareja, ésta decidió unir sus cuerpos y sus destinos a la sombra de los frondosos y florecidos árboles de guaba. Pero como el amor no produce para vivir, el cauchero tuvo que viajar una vez más al Aguarico para recoger la balata recolectada por sus trabajadores y llevarla a los mercados de Iquitos.

La bella chica con el recuerdo de su amado en la hermosa sonrisa de sus labios, recorría la extensa playa solitaria cuando la bañaba el suave sol de la mańana, era ésta una costumbre que le había impuesto el amor. Mas el tiempo pasaba inmisericorde y al final de su paso el cauchero jamás volvió.

La bellísima mujer presa de una indescriptible pena, desapareció un aciago día como si se la hubiera tragado la tierra. Sus familiares y amigos la buscaron afanosamente por doquier, pero todo fue en vano; las lágrimas y el tiempo, fueron borrando el dolor de su ausencia.

Los años pasaron dándole espacio a la historia y una mañana brumosa y fría, unos indígenas que pescaban por el sector, vieron a una hermosísima mujer parada en la piedra grande de la margen izquierda del río; se acercaron a ella y cuando le preguntaron donde vivía solo señalo el agua, y lanzándose al torrente sin salpicar una gota ni producir una onda en la superficie se sumergió.

Los ancianos al escuchar lo ocurrido, aseguraron que la dama era el espíritu de aquella mujer que desapareció sin dejar rastros.

En esa enorme piedra rojiza de estructura volcánica asentada en el recodo del río Misahuallí, se escucha con frecuencia en las mañanas, una dulce voz de mujer que canta a su amor perdido. Algunas veces ella se aparece a los que pescan en el río, pero quien acude al lugar con intención expresa de encontrarse con ella, nunca logran su objetivo.

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LA BOA Y EL TIGRE

Por el camino que lleva a Misahuallí, a 6 Km. de Puerto Napo, en la comunidad de Latas vivía una familia indígena dedicada a lavar oro en las orillas del río Napo. Un día la madre lavaba ropa de la familia, mientras la hija más pequeña jugaba tranquilamente en la playa: tan concentrada estaba la señora en su duro trabajo, que no se percató que la niña se acercaba peligrosamente al agua, justo en el lugar donde el río era más profundo. Una súbita corazonada la obligó a levantar su cabeza, pero ya era demasiado tarde; la niña era arrastrada por la fuerte correntada y sólo su cabecita aparecía por momentos en las crestas de las agitadas aguas.

La mujer transida de dolor y desesperación, hincando sus rodillas en la arena implora a gritos... yaya Dios! .... yaya Dios! Te lo suplico salva a mi guagua, y Oh! sorpresa, la tierna niña retorna en la boca de una inmensa boa de casi 14 metros de largo, que la deposita sana y salva en la mismísima playa; la mujer abrazando a la niña llora y sonríe agradecida. Desde aquel día la enorme boa se convirtió en un miembro más de la familia, a tal punto que cuando el matrimonio salía al trabajo cotidiano, el gigantesco reptil se encargaba del cuidado de los niños.

Pero un tormentoso día, cuando los padres fueron a la selva en busca de guatusas para la cena, la boa no llegó a vigilar a los niños como solía hacerlo todos los días. Este descuido fue aprovechado por un inmenso y hambriento tigre, que se hizo presente con intenciones malignas.

Los muchachos desesperados gritaron a todo pulmón “!yacuman amarul! (boa del agua), el gigantesco reptil al oír las voces de los niños salió del río y deslizándose velozmente entró a la casa; se colocó junto a la puerta, para recibir al tigre que trataba de entrar sigilosamente en el hogar de sus amigos; la lucha que se desató fue a muerte; la boa se enroscó en el cuerpo de felino, pese a las dentelladas del sanguinario animal; los anillos constrictores del reptil se cerraron con fuerza, mientras el tigre la mordía justo en la parte de la cabeza, al final se escuchó un crujido de huesos rotos y ambos animales quedaron muertos en la entrada de la casa.

Cuando regresaron los padres de los chicos, recogieron con dolor los restos de su boa amiga y ceremoniosamente la velaron durante dos días, para luego enterrarla con todos los honores y ritos que se acostumbraban utilizar para con los seres queridos.

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EL SAPO KUARTAM:

Esta leyenda pertenece a la cultura Shuar y habla de una variedad grande de sapo o rana, que habita en los árboles del bosque tropical la que, si es objeto de provocación o burla, se transforma en tigre y se come al agresor. Cuenta la historia que un cazador shuar salió a una de sus faenas en el bosque y pese a las advertencias que le había hecho su mujer, al escuchar el peculiar sonido de éste sapo (algo así como “Kuaaarr taaaamm”), no vaciló en imitarlo de manera repetida y burlona. De pronto y sin darle tiempo a nada, el joven cazador se vio atacado desde el propio árbol de donde provenía el sonido de la rana, por un enrome jaguar (llamado en algunos casos “tigre”), el cual lo destrozó y se comió parte de él. Al percatarse la mujer del cazador de lo sucedido, acudió al árbol en el que habitaba este batracio y al encontrar los restos de su esposo, decidió vengarse del animal, para lo cual tumbó el árbol y al caer murió el sapo que para entonces tenía un enorme vientre. La mujer lo abrió y encontró en su interior los demás restos de su marido y, aunque no lo pudo devolver a la vida, creyó al menos vengarse del malévolo Sapo Kuartam que se transforma en tigre.

EL ESPIRITU DE LA SELVA Y EL TIGRE ASESINO

Sucedió hace mucho tiempo, en las cercanías de lo que ahora es la comunidad de Santa Rita; cierto día se celebraba una gran fiesta, se bebía chicha fermentada y vinillo, y se comía pescado y carne de monte, todo era alegría y camaradería, más al transcurrir las horas y cuando ya la mayoría de las personas estaban embriagadas, de pronto un hombre salta la pista de baile donde se encontraba su mujer bailando con otro, la toma del brazo y enardecido por los celos comienza a maltratarla; los invitados al darse cuenta de lo que sucedía sujetan al alevoso sujeto y lo amarran con bejucos de carahuasca. El borracho lucha tenazmente con sus ataduras logrando zafarse, arrepentido de lo que hizo huye a la selva para dejarse morir en ella.

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Cuando por fin se despierta se da cuenta de que se halla en medio de la selva, sintiendo un fuerte chuchaqui, pero viendo que la vida es bonita y merece ser vivida; bajo un gran árbol de cedro construye una enramada y prende una fogata para ahuyentar a las fieras. La noche tendió su manto y el canto de los sapos, grillos y chicharras, lo mantuvieron despierto por un largo rato; y fue en esos momentos cuando vio acercarse una sombra que se detuvo a sus pies, parecería que deseaba decirle algo, pero nuestro hombre no lograba descifrar el mensaje.

A lo lejos se escuchó un fortísimo rugido, era el huagra tigre y la selva se estremeció desde sus raíces, luego vino un silencio espeluznante y nuevos rugidos cada vez más cercanos. Cuando el tigre estuvo a pocos metros del indígena, la sombra que se había ubicado a los pies de éste se lanzó sobre el felino y se entabló entre ambos una mortal lucha; caían las palmas de chonta; los monos chillaban; temblaba la tierra; los contrincantes jadeaban de cansancio. La sombra durante la lucha logró tomar una filuda astilla de chonta y utilizándola a manera de puñal la enterró en el tigre varias veces. Por las heridas huía la vida del animal, la sangre manaba a borbotones.

El hombre aprovechando la confusión trata de escapar escondiéndose detrás de los árboles más gruesos; en cuestión de segundo la sombra tambaleante le da alcance y le dice: “vete a tu casa y no faltes más el respeto a las mujeres; no regreses a ver si el huagra tigre te persigue.” El indígena retornó a su hogar lloroso y arrepentido, pidió perdón a su mujer por los maltratos anteriores y fundidos en un amoroso abrazo hicieron el amor, mientras el sol jugaba con el follaje de los árboles cercanos, refugio de pájaros y monos chichicos.

Ese mismo día nuestro indígena regresó a la selva donde tuvo lugar la pelea; allí yacía el cuerpo del enorme huagra tigre, cubierto de impresionantes heridas y lleno de hormigas gigantes que le devoraban los ojos. Uno del grupo comentó que la sombra protectora debió ser la madre selva, que protege a los hombres cuando estos se internan en el bosque.

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LEYENDAS DE LAS ISLAS GALAPAGOS

LOS EUROPEOS EN LA FLOREANA

En la Isla Floreana, conocida también como Santa María, en la zona poblada del puerto Velasco Ibarra funciona el hotel Wittmer. Esta isla es famosa por sus leyendas. Durante los años 1930, con la llegada de varios emigrantes europeos sucedieron misteriosos acontecimientos.

En 1926 se instaló en la isla una fábrica pesquera noruega, al poco tiempo llegaron al mismo sitio el Dr. Friedrich Ritter y su compañera Dore Strauch. En 1932 procedentes de Alemania llegó la familia Wittmer, compuesta por Heinz, Margret y su hijo Harry, lo que rompió definitivamente la soledad. En 1934, arribó una baronesa austriaca llamada Eloise Wagner-Bosquet y sus dos amantes: Rudi Lorenz y Robert Philipson. Un día, Eloise comentó a los Wittmer que estaba pensando en abandonar la isla y viajar a Tahiti con su amante favorito, Philipson. Pero nunca nadie los vio abandonar Floreana. Hasta hoy, existen especulaciones acerca de su desaparición sin que la verdad haya sido descubierta. Rudi Lorenz vendió todas las posesiones de la baronesa a los Wittmer y se embarcó en un bote pero naufragó y murió de sed en la isla Marchena.

A los cuatro días, el Dr. Ritter enfermó al comer carne envenenada, algo inexplicable porque era vegetariano. Después de la muerte del Dr. Ritter, Dore dejó Santa María. La familia Wittmer permaneció en la isla.

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BAHÍA DE CORREOS:

Floreana es la isla que más historias y leyendas tiene como la de su primer habitante “estable” en el siglo 18, un díscolo marinero irlandés, constantemente borracho quien fue dejado en la isla, en la llamada “Bahía de Correos”, por su capitán, cansado de sus constantes peleas con los compañeros. Sobrevivió solo en la isla por algunos años, cultivando algunas legumbres y frutos que los canjeaba por otros víveres y sobre todo por abundante ron, cuando llegaban otras embarcaciones balleneras de las que frecuentaban las islas en esos tiempos. La historia cuenta que un día desapareció y todo parece indicar que emborrachó a varios marineros que llegaron de visita en una embarcación y luego robó uno de los botes de dicha embarcación, huyendo con los marineros cautivos con rumbo al continente. Se dice que llegó solo él (Patrick Watkins era su nombre) a una población del norte del Perú y se especula que pudo haber echado por la borda en el mar a sus compañeros de viaje.

LA BARONESA:

Quizás la más conocida historia de ésta isla se da en las primeras décadas del siglo XX, donde se desarrolla el famoso drama “La Baronesa”, cuando de manera extraña convergen en un lapso de pocos años tres pequeños grupos humanos que llegan por diversos motivos a la deshabitada isla: una pareja alemana formada por un extravagante odontólogo y su compañera quienes se instalan como “dueños” de la isla. Luego llega una sencilla familia, también alemana, compuesta por el padre, la madre y un pequeño hijo a quien, por razones de salud, se le había recomendado el clima de las islas y además huían de la convulsión que imperaba en Europa después de la primera guerra mundial y antes de la segunda. El último grupo en llegar es el de una extravagante “baronesa” de origen austriaco, acompañada de dos amantes. A partir de ahí se desarrolla una compleja historia de intrigas, rivalidades y misteriosas desapariciones que ha sido motivo de decenas de publicaciones, libros e historias, inclusive llevadas al cine.

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BIBLIOGRAFIA

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