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    ANTONIO DIAZ VILLAMIL

      Y

     

    NDAS

    DE MI

     

    R

     

    LIBRERIA EDITORIAL

    "JUVENTUD"

    LA PAZ

    - BOLIVIA

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    eyapu'; La Muchacha que no conocía el sabor de

    la sal ,

    las leyendas

    de la papa, la coca y el ekeko culminan en las

    novelas

    : Plebe (1943) y `La Niña de sus Ojos (1948) en

    ¡s que explaya

    con fidelidad y vigor típicas costumbres mesti-

    zas paceñas.

    LEYENDAS DE MI TIERRA, es de los repertorios pri-

    migenios

    del promisor autor, que -felizmente- mereció mu-

    chos premios en su faena literaria, pareja a la de enseñante

    apostólico

    , tal lo deja ver la ejemplar profusión de sus textos

    escolares.

    Sin duda, Antonio Díaz Villamil como señala su último

    biógrafo

    boliviano

    que vive y dicta cátedra de literatura en los

    Estados Unidos de Norte América, Mario T. Soria, en toda su

    vida

    es ejemplo de una constante labor patriótica por medio de

    dos actividades: el profesorado y el teatro. Como profesor

    -enfatiza Soria-, ha dejado

    varias

    generaciones de alumnos

    agradecidos

    , inspirados y dedicados al progreso patrio. Como

    investigador

    ha hecho obra que ha afectado la educación nacio-

    nal: Como dramaturgo, ha creado un teatro costumbrista que

    profundiza más allá de lo típico o folklorista. Es un teatro que

    llega a la

    raíz del alma y angustia bolivianas.

    Aquí están

    las páginas

    actualizadas de LEYENDAS DE

    MI TIERRA, en reimpresión que hace la Librería y Editorial

      juventud en callado homenaje a Antonio Díaz Villamil,

    fallecido

    en 1948.

    LUIS RA UL DURAN

    La Paz, agosto 1980.

    « ú

     

    A PA PA

     

    QUIENES

    ERAN LOS SAPALLAS

    En tiempos muy remotos, nuestro país estaba habitado

    por los sapallas. Sapallas quería decir en el lenguaje antii uo

    "los únicos señores". Y esto era exacto, porque este pueblo

    hacía remontar la posesión de su territorio hasta los tiempos

    de la tradición. Se aseguraba que el dios Viracocha, es decir

    el Supremo Creador del mundo según los aymaras, al tiempo

    que distribuía a cada pueblo una región determinada para

    establecerse, destinó para los sapallas la región más prós-

    pera y rica.

    Los sapallas estaban orgullosos de su suelo. Parecía una

    región predestinada a una gran raza, así como la Tierra Prome-

     9

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    tida para el pueblo de Israel. Sus majestuosos montes nevados,

    su pampa inmensa y solemne, su cielo diáfano y purísimo,

    su lago legendario, sus aves, sus flores, todo, en fin hacía del

    suelo de los sapallas un país nada común en el mundo.

    Los sapallas vivieron en sus tierras felices y contentos.

    La tierra retribuía con prodigalidad el esfuerzo de los agri-

    cultores; el Sol les enviaba desde lo alto la dorada bendición

    de sus rayos para madurar los granos, y la Luna con su luz

    suave plateaba las noches serenas y presidía el cortejo de

    estrellas; el lago ofrecía a los pescadores abundantes y sabro-

    sos pececillos; hasta los ríos les traían desde su misterioso

    y lejano origen brillantes arenas de oro puro, que las deposi-

    taban como un regio presente sobre la linfa de sus orillas.

    En una palabra, la tierra de los sapallas era una tierra ben-

    dita, y, por lo mismo, los hombres que la habitaban fueron

    buenos,, honrados y trabajadores.

    Tan buenos eran los sapallas que consideraban a los demás

    pueblos igualmente bondadosos. Perdieron toda sospecha con-

    tra los extranjeros. Tan confiados estaban en las buenas

    intenciones de sus vecinos que, hasta se olvidaron de mane-

    jar armas. Suprimieron los ejércitos por considerarlos ya in-

    útiles en su tranquilo y apacible vivir. Habían olvidado lo que

    eran las guerras y sus temibles consecuencias.

    Así pasaron varios siglos. Generaciones tras generaciones

    se sucedieron los sapallas gozando inalterablemente de la po-

    sesión de esa tierra generosa, en la cual, desde el mandato de

    Viracocha, eran los "únicos señores".

     lo

    II

    LA INVASION DE LOS TERRIBLES KARI5

    Pero, un día trágico, ocurrió lo inesperado, lo imposible,

    aquello que estaba fuera de las pasiones de los sapallas.

    Hacia el norte vivía un pueblo que, lo mismo que los sa-

    pallas, poseía sus tierras desde largos siglos. Pero esas tierras

    estaban dominadas por un inmenso monte, que como un cen-

    tinela dominaba los valles y las llanuras. Era un monte c_ue

    infundía terror, con sus faldas peladas y su liostíl cresta que

    parecía una constante amenaza. Además, según contaban los

    más ancianos, cuando en la tierra peleaban aun los dioses

    buenos y malos por el dominio de la tierra, el dios Viracocha

    había logrado vencer al genio del mal y para dejarlo aprisio-

    nado en lugar seguro lo echó en un profundo abismo sobre

    él colocó la inmensa mole de esa montaña. Todo esto, que

    era muy sabido por los habitantes del norte, les hacía consi-

    derar esa montaña como encantada y maldita.

    Cierto día, los habitantes del norte despertaron azorados

    por un extraño ruido que parecía salir del interior de la tierra.

    Fonnídables truenos vibraban aterradores en el seno del suela .

    Las gentes asustadas miraban al cielo y a la tierra, sin saber-

    qué hacer, presintiendo algún mal terrible, pero sin sabe- a

    quién acudir para conjurarlo.

    Cayó el día, y la noche cubrió la tierra, mientras los po-

    bladores seguían en su terrible angustia. De pronto, la noche

    lúgubre se alumbró fantásticamente con una luz roja y cega-

    dora. Los mortales vieron entonces que de la cima de aquel

    diabólico monte brotaba hacia el suelo un enorme chorro de

    fuego líquido, que, después de elevarse como una columna

    altísima, se desdoblaba sobre sí misma, ramificándose como

     

    B I B L I O T E C A

    E T N O L O G t C A l i i

    c p eH A B A M B A - B U M N

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    un fantástico árbol o abriéndose como un descomunal para-

    guas

    , caía' sobre la tierra produciendo humo espeso y asfi-

    xiante.

    Al principio no fue más que asombro el de las gentes

    que presenciaron tal espectáculo; pero cuando el fuego llegó

    hasta ellos como una infernal inundación y comenzó a destruir

    campos, viviendas, animales y hombres, entonces, los sobre-

    vivientes huyeron locos de terror, lanzando ayes y alaridos de

    angustia.

    Toda

    la comarca se

    convirtió

    en un momento

    en un for-

    midable mar

    de fuego y

    ceniza.

    Como te habrás dado cuenta, querido lectorcito, esta

    dolorosa tradición, según la geografía puede ser interpretada

    de la siguiente manera:

    Aquel terrible monte no era otro que el volcán Misti

    tan célebre por sus constantes erupciones y la catástrofe que

    he referido es una de las muchas actividades funestas del mis-

    mo. El fuego interno que según algunas teorías existe en el

    centro de la tierra, logra de cuando en cuando su salida a

    la superficie por esos conductos que son los volcanes. Este

    fuego interno sale al exterior produciendo un sonido formida-

    ble y después de elevarse por lo alto cae a la tierra destru-

    yendo cuanto está a su alcance. Muchas y ricas ciudades han

    desaparecido en tales catástrofes. Pregunta a tu profesor de

    Historia y te contará cómo en tiempos antiguos desapare-

    cieron las ciudades romanas Herculano y Pompeya. La mis-

    ma ciudad de Arequipa, que al presente se encuentra al pié

    del Misti, está constantemente amenazada por las furias del

    volcán.

    Ahora volvamos a nuestro relato.

    Viéndose sin hogar y sin patria

    , los sobrevivientes resol-

    vieron buscar

    otro hogar y otra patria aunque fuera en son

    de conquista

    y con perjuicio de otros pueblos.

    Como

    tales intenciones

    no tardaron en fijar sus miradas en

    las fértiles y apacibles tierras de los sapallas que se extendian

    hacia el sur como una presa fácil.

    Conociendo el carácter

    tranquilo y pacífico de los sapa-

    llas, los sobrevivientes se lanzaron

    sobre el pueblo vecino

    como un impetuoso

    torrente

    . A la señal de sus pututos de

    guerra cayeron

    sobre las indefensas campiñas y aldeas y en

    poco tiempo consiguieron cantar sobre

    los desventurados

    sapallas

    su fiero himno de conquista y de victoria.

    Por su parte

     

    los sapallas, sin armas, sin jefes, sin espí-

    ritu guerrero

     

    se quedaron anonadados por la terrible sorpresa,

    no supieron ni pudieron defenderse

    y desde el primer mo-

    mento no tuvieron más remedio

    que aceptar la dominación

    de los invasores. Estos tomaron

    el nombre de karis que

    quería decir

     

    Varones fuertes

      ya que efectivamente ha-

    bían demostrado ser más fuertes

    y valerosos que los sapallas.

    La situación de los sapallas se hizo verdaderamente mi-

    serable. Como sucede siempre, el pueblo conquistador pro-

    clamó el derecho de su fuerza y con

    este

    derecho impuso

    a sus desgraciados conquistados la más cruel esclavitud.

    Los karis arrebataron a los sapallas

    todo cuanto en su vida

    pacífica y laboriosa

    se habían proporcionado: sus lindas y

    cómodas casitas

     

    sus numerosos rebaños de llamas, sus fér-

    tiles campos, sus templos y sus jardines.

      2

    3

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    Además, los vencedores resolvieron no trabajar en los cam-

    pos y obligaron a sus esclavos sapallas a qué los mantuvieran

    con el producto de sus cosechas, mientras ellos se dedica-

    ban-a sus diversiones y al descanso.

    Año tras año, los desgraciados sapallas después de arar,

    sembrar y regar constantemente sus inmensos campos, cuando

    llegaba el día de la cosecha, miraban con estupor y llenos de

    indignación como llegaban los karis y recogían con sus pro-

    pias manos los abundantes frutos que tanto trabajo y fati-

    ga les

    había costado.

    Los karis, después de colmar sus depósitos y graneros, re-

    cién

    permitían a sus esclavos entrar a los campos a recoger los

    desperdicios de la cosecha.

     

    CHOQUE EL PEQUEÑO HEROE

    Muchos años hacía que los sapallas soportaban esta in-

    fame dominación.

    Parecía

    que su servidumbre ya no

    tenía re-

    medio

    . Todos

    estaban resignados a seguir soportando su mi-

    serable destino

    , por lo

    menos hasta que su dios los salvara

    milagrosamente.

    Por ese tiempo vivía entre la raza de los sapallas un ni-

    ño llamado Choque. Tenía apenas quince años y era el úl-

    timo descendiente de los jefes sapallas.

    Cuando los karis quisieron obligarle a servirles lo mismo

    que los demás sapallas, Choque apesar de su corta edad se re-

    sistió con admirable entereza desempeñar para sus dominado-

    res aun los menores mandatos. Hacía su vida por su cuenta y

      4

    como

    le parecía

    . En fin, era el único ser relativamente altivo

    y libre

    entre todos los sapallas.

    Los orgullosos

    karis, sabiendo que Choque era de noble.

    origen, querían humillarlo más que a los demás y le orden..-

    ban cumplir los más bajos oficios. Pero, el valeroso ni^i de

    mostrando la entereza de carácter, como corresponr'.:' ; e s;u

    noble

    sangre, jamás

    quiso cumplir las órdenes de los

    Esta conducta

    enfurecía a los crueles invasores que varice

    veces lo sometieron

    a los más duros castigos. Su débil cuerpe-

    cito soportó estoicamente centenares

    de azotes sin que sus

    verdugos lograran

    doblegar su

    entereza.

    Los pacientes sapallas, los antiguos

    súbditos de su padre,

    que presenciaban aterrorizados los terribles

    tormentos que

    sobre el

    hijo de

    su Curaca hacian

    llover sus despóticos señores,

    lamentaban en silencio la heroica

    terquedad del niño, pero no

    sentían contra los

    verdugos el menor asomo de rebeldía.

    Un día que Choque había recibido como de costumbre una

    abundante tanda de palos y que por consiguiente estaba en-

    sangrentado y desfalleciente ein su miserable lecho, entró a

    verlo una comisión de sus antiguos súbditos.

    El más anciano de los sapallas delegados le habló así:

    -Pequeño, querido y desgraciado jefe nuestro, venimos a

    manifestarte en nombre de toda nuestra desdichada raza, que

    ya no tenemos valor para presenciar el diario espectáculo

    de tus crueles martirios.

    El niño que se retorcía de dolor, al oír esas palabras se

    incorporó haciendo un esfuerzo sobrehumano y les contestó

    de esta manera:

    B I B L I O T E C A E N O L O G I C A

    C O C H A B A M B A - B O L I V I A

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    -Os agradezco por la pena que demostráis por la suerte del

    hijo de vuestro infortunado jefe. Pero, decidme, ¿qué puedo

    yo hacer para evitar los suplicios a que me someten estos mal-

    ditos, opresores?

    -Es bien sencillo, respondió el anciano-. Debes cumplir

    las órdenes de nuestros amos, como lo hacemos nosotros.

    -Eso ¡jamás -respondió con indignación el niño-. Si

    vosotros estáis contentos con vuestro destino de esclavos, yo

    no debo, no puedo aceptar igual suerte.

    -Nuestros dioses nos han abandonado -replicó con amar-

    gura el anciano-- y no nos queda sino aceptar la fatalidad de

    nuestra suerte. Si nuestros dominadores nos han perdonado la

    vida, gocemos siquiera de ella. Que, de todas maneras es me-

    jor vivir de cualquier modo, antes que perecer.

    -Entonces Choque, exaltado por el bajo concepto que sus

    compañeros tenían del honor y de la vida, les habló así:

    -Eso que pensáis es infame e indigno, de los hombres de

    una raza ilustre como la nuestra. Los dioses solo abandonan a

    los que tienen alma de esclavos y nosotros no la tenemos. Y

    por último, si me dáis la triste nueva de que estáis contentos

    con vuestra indigna suerte, sabed que yo, yo solo, mantendré

    en mi corazón el fuego de nuestra antigua independencia. Por

    lo tanto, os anuncio solemnemente que seguiré como hasta

    ahora, desafiando impávido la ira de nuestros opresores, hasta

    morir en mi empeño o lograr que con el espectáculo diario de

    mis tormentos suba la sangre a vuestras caras y la indignación a

    vuestros

    espíritus. Si esto último ocurre por dicha nuestra,

    en lugar de encorvaros

    dócilmente sobre

    la tierra

    para servir

    al amo

      os lanzaréis

    sobre

    él aunque sea

    para dañarlo con las

    lierramientas cíe labranza

     

    Ese día los dioses

    volverán a cobi

    nos y nos haremos dignos de reconquistar la libertad.

    Desgraciadamente

     

    las sublimes palabras

    del abnegado

    Choque no llegaron al corazón de sus súbditos

    . La humillación:

    y el servilismo de tantos años les había

    hecho incapaces de

    apreciar su propia dignidad.

    Fracasados en su

    delegación, los ancianos sapallas s.:

    fueron, silenciosos

    y decepcionados, a sus trabajos a scgu^r :.

    papel de bestias

    domésticas

    de sus

    vencedores. "Todos e'

    creían que

    el pequeño Dijo de su jefe estaba loco.

     V

    LOS DIOSES SOLO ABANDONAN A LOS PUEB

    LO- C UE

    PIERDEN LA ESPERANZA EN SU PORVENIR

    Como muy bien había dicho el pequeño Choque a

    súbditos: los dioses y el destino sólo abandonan a los ho:-

    bres y a los pueblos incapaces de rebelarse contra los rev.v.,se-.

    de su suerte.

    Los dioses ¿le

    los sapallas llegaron a saber la aboeñada

    nobilísima actitud del pequeño curaca. Vieron

    por

    ello

    c _

    fuego de

    la

    l

    i bert

    ad

    aúnnose había apa actocomp1CC2:11t nts

     er

    .no

    en la raza sapalla

    s que

    en

    el delicado p

    echo

    d

    c

    un

    vía se conservaba

    como

    en un precioso

    santuario una chis-

    pa del venerado amor a la patria

    vencida; que en medio de ese

    pueblo al que la desventura

    habia tornado en mansos corde-

    ros, existia un espiritu altivo y capaz de salvar la

    dignidad de

    toda la raza degradada

     

    En consecuencia, resolvieron

    ayudar a

    los sapallas para que lograran su independencia.

     16 17

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    Pachacamaj  

    el Dios de los dioses, resolvió

    basar a l t e-

    rra en forma de un bellísimo

    cóndor blanco. Desde la altura

    de las nubes

     

    cirniéndose majestuosamente comenzó a a.i-

    sorar el sitio en que estaba

    Choque. Al fin lo divisó trepado en-

    tre las breñas de una cumbre

    donde el niño acostumbraba

    asilarse para no frecuentar el trato de sus opresores

    . El cón-

    dor, rápido como un rayo se dejó caer verticalmente  

    detenién-

    dose sobre una roca, junto a la cual estaba el pequeño tocan-

    do su flauta de carrizo.

    Choque, azorado por la presencia del raro animal, echó

    mano de la honda que siempre llevaba arrollada en la cintura,

    disponiéndose a lanzarle un proyectil. Pero el cóndor, a v'er

    la actitud hostil del hiño, le habló de esta manera:

    -Hijo mio, deja en paz tu honda y escúchame.

    Choque, entre asombrado y lleno de curiosidad, se acer-

    có al cóndor.

    -¿Quién eres que as¡ me hablas como un ser

    humano'

    -le dijo.

    -Hijo mio, los dioses han resuelto proteger

    a ti y a tu ra-

    za contra la crueldad de vuestros opresores . Por encargo del

    cielo vengo

    a decirte que no desfallezcas en tu santo adío .e

    levantar

    el espíritu de tu pueblo. Tus

    heroisr^os han ^no^.i

    do favorablemente los dioses. En cuanto ten;n un ;ruge

    de los tuyos que esté dispuesto a la lucha, la protección di

    vina se dejará sentir cn favor de vosotros.

    -Hermosísvno o buen cóndor, mensajero de los dioses.

    -contesto con profunda gratitud el niño- hace va tiempo

    que he ofrecido mi sangre

    y mi vida por la libertad de mi

    pueblo. Ordena lo que debo hacer. Que

    por mi parte estoy dis-

    puesto a todo. Lo único que me apena es que la gran raza sa-

    Pero el cóndor, al ver la actitud hostil del niño .. .

    B I B L I O T E C A E T N O L O O L C A j 1 ;

    C O C H A B A M B A

    - B O L I V I A

     

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    V

    D

    palla

    olvide su dignidad y se resigne a vivir en la ignominia.

    Ellos mismos han venido a pedir me que yo también me someta

    y esclavice a los infames opresores.

    -Es cierto cuanto dices -aradi6 el cóndor-. Pero no de-

    bes desalentar en tu noble empresa.

     Por lo que a mi toca estoy resuelto a

    todo: pero des-

    confio de todos mis compañeros.

     

    Sigue con entereza.

    -Seguiré pero mi obra te rminará estérilmente con mi

    último sacrificio, pues

    tantos tormentos

    como sufro creo que

    no tardarán en agotarme.

    -Esa ayuda

    que vienes a o firecerme

    yo quisiera más bien

    que se la emplee en mo ver el corazón

    de mis compañeros.

    Es en ellos que se

    debe dejar sentir la voluntad de los dioses.

    -En todo se ha

    pensado  

    c ontestó con voz alentadora el

    cóndor blanco-. Y ahora, sube a la cumbre

    más alta de aquel

    monte

    . Allí encontrarás un mo ntbn inmenso de una semilla

    hasta ahora desconocida para los hombres. Cuando llegue la

    noche, reúne secretamente a los tuyos y ordénales que, reco-

    giendo esa semilla, cuando, llegue el tiempo de la siembra, la

    echen en los surcos en lugar de la quinua, oca, kañahua y

    otros

    productos que hasta ahora- cultivan. Cuando venga la co-

    secha y vean sus resultados, entonces comprenderán los sapa-

    llas que cuentan

    con la ayuda de los dioses.

    Tales cosas

    le dijo el ave, y, después de hacer prometer al

    pequeño jefe

    que todo se haría como indicara, extendió sus

    enormes alas blancas

    y levantó s u

    majestuoso vuelo hasta per-

    derse entre las nubes.

     2

    LA PROMESA

    DEL CONDOR BLANCO

    Llegada la época

    de la siembra, los sapallas, aunque con

    mucha desconfianza a los deseos

    de su jefe, en lugar de sem-

    brar como hasta entonces

    las semillas conocidas, echaron en

    los surcos de la tierra

    labrada las misteriosas semillas que ha-

    bian encontrado

    en la cumbre de la montaña.

    Durante todo el tiempo del brote y desarrollo de la plan-

    ta nueva, los sapallas

    estaban inquietos. Algunas veces hasta

    casi se arrepentían

    de haber accedido a los deseos de Choque.

    Pero, éste

    , lleno de fe, no cesaba de contestar:

    -Esperad

     

    esperad. Cuando llegue la cosecha conoceréis

    que los dioses no nos

    han abandonado.

    Al fin, pasaron algunos meses

    , y las lindas plantas verdes,

    alineadas en el borde de los surcos

    como filas de soldaditos,

    comenzaron a adornarse con vistosas

    florecitas blancas y li-

    las. Casi al mismo tiempo

    , en la extremidad de apunas rami-

    tas brotaron

    frutos verdes en forma de bolitas.

    Un día, el gran cóndor blanco,

    aparecióse

    a Choque Y

    dijo:

     

    -Cuando llegue la cosecha, deja que los karis cosechen

    todo

    cuanto quieran

    . No te inquietes. Ordena a los tuyos

    que esperen tranquilamente a que las nuevas

    plantas se mar-

    chiten completamente.

    -Esta bien

    . Cumpliré tu orden, -manifestó el niño y se

    fue lleno de esperanza a comunicar

    la orden a los sapallas.

     2

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    o

    VI

    LA NOBLE ENTEREZA DE UN NIÑO Y

    EL PRODIGIO

    DE UNA PLANTA

    Llegado el mes de las cosechas

    , los karis comenzaron

    la recolección

    de los nuevos frutos. Y fue tal su ambición

    que no dejaron ni una sola para sus esclavos.

    Los sapallas resignados

    , aunque sin mucha corrí ia^^za

    en los resultados

    de la promesa de su pequeño jefe, des}:ués

    de presenciar

    desde

    cierta distancia

    la ávida cosecha; se re-

    tiraron a sus casas con las manos vaciar.

    Al fin cuando las últimas

    hojas de las plantas se hu-

    bieron agotado

    , el ave blanca ordenó a Choque:

    -Lleva

    a tus sapallas a los campos cultivados ^ , afro

    vechando de las noches de luna, diles que ocultamer,e. es-

    carben entre la tierra de los surcos.

     

    ..echaron en los surcos de lca tierra labrada las misteriosas

    semillas.. .

    La orden del cóndor fue fielmente cumplida.

    Los sapallas vieron con gran sorpresa que las raíces de

    las plantas

    que habían sembrado terminaban en unos raros

    tubérculos

    . Los partieron y vieron que bajo la capa oscu-

    ra y terrosa

    había una pulpa blanquísima. Cocieron algu-

    nas en el

    fuego y comprobaron que era un alimento ex-

    quisito cual

    nunca habían conocido.

    Era tan abundante la nueva cosecha que tuvieron que

    emplear treinta

    noches en transportarla, guardándola cui-

    dadosamente en ocultas cuevas

    de las montañas.

      3

  • 8/18/2019 Leyendas Bolivia

    10/11

     

    D

    Fue entonces que recién los sapallas comenzaron a

    pensar en su triste condición, en la ayuda de los dioses y en

    la posibilidad de reconquistar su perdida independencia.

    El pequeño jefe, lleno de entusiasmo al notar el cambio

    que se operaba en el espíritu de sus compañeros, les habló

    cálidamente del ideal de libertad y aceptado por ellos éste,

    les ordenó que fueran preparando secretamente sus hondas

    y sus flechas para el día del levantamiento. Como los sa-

    pallas ya habían olvidado el uso de las armas guerreras, fue

    preciso hacer sigilosamente los manejos y los ejercicios de

    adiestramiento para el combate.

    VII

    LA FE PUEDE SER LA FORTALEZA

    DE LOS DEBILES

    Mientras tanto, los karis, que tan avaramente habían

    guardado los frutos verdes de la última cosecha, cuando co-

    menzaron también a sufrir terribles transtomos en su or-

    ganismo. Era que las verdes bolitas que ellos tomaron co-

    mo excelente alimento no sólo no eran alimenticias sinó has-

    ta en cierta manera venenosas.

    La situación de los dominadores se hizo cada vez más

    crítica. Cada día morían centenares de karis. Los restantes,

    o enfermaban gravemente o caían en una completa pos-

    tración y debilidad.

    Muy tarde ya se dieron cuenta de que los nuevos frutos

    eran la causa de su desastre. Entonces, encolerizados contra

     24

    Los sapallas fuertes y decididos,

    salieron a

    luchar contra

    sus opresores.

    También te habrás dado cuenta de que la misteriosa senci-

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    los esclavos  

    quisieron castigarlos cruelmente

    .

    Mas el mismo

    día Choque, desde lo alto de una cumbre, tocó su cuerno

    de guerra dando la señal del levantamiento.

    Los sapallas, fuertes y decididos,

    salieron

    a luchar contra

    sus opresores

    . Los karis, sorprendidos por el repentino denue-

    do de los sapallas, no atinaron a atacar, ni siquiera a defen-

    derse. Y cuando quisieron tornar las armas, estaban tan débi-

    les que no tenían fuerzas para el combate.

    Entretanto, Choque, a la cabeza de los suyos, cayó con

    ímpetu nunca visto sobre los karis y los derrotó comple-

    tamente.

    Los invasores

    sobrevivientes a la derrota, no tuvieron

    más remedio

    que abandonar

    esa tierra

    en la que tanto tiempo

    habían dominado y regresaron

    a sus antiguas tierras

    domina-

    das por el volcán.

    La raza sapalla, ya libre, organizó su pueblo. Aclamó como

    a su caudillo

     

    salvador a su pequeño príncipe

     

    le obsequió

    una corona de oro y esmeraldas como símbolo de su autori-

    dad. Y desde entonces la planta preferida fue la que habían

    sembrado por indicación de Choque. Se la cultivaba con cari-

    ño y se la consideraba como un don de los dioses tutelares.

    Los sapallas, bajo el gobierno de Choque vivieron felices

    y su pueblo fue uno de los más poderosos de su tiempo.

    Aquí termina la leyenda. Como habrás podido notar,

    inteligente amiguito, la abnegación de un ser pequeño y dé-

    bil pero valeroso pudo reavivar el muerto sentimiento de

    dignidad de todo un pueblo vencido y miserable.

     26

    lla de que se trata en esta leyenda no fue otra que la papa,

    que tiene su remoto origen en nuestro país. Este precioso

    alimento se difundió a los demás países del continente. A rafz

    de la conquista española fue introducido en Europa y ac-

    tualmente constituye uno de los alimentos más generaliza

    dos en casi todo el mundo, especialmente en Rusia, Alemania,

    España, Polonia, etc.

    El frutito verde que cosecharon los karis de la leyenda no

    es otro que la baya o "makkunkku" que hoy se emplea sola-

    mente en los juegos y diversiones de los pastores en riernpo ele

    las cosechas, no sirve para la alimentación, pues, por el cont

    no, encierra un terrible veneno que científicamente se llama

    "solamina".

    B I B L I O T E C A

    E T N O L O G I C A

    C O C H A B A M B A 6 0 1 1 V 1 A

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