LEONARDO CASTELLANI - LOS BAÚLES

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Antología del Padre Leonardo Castellani

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los baúles

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QUÉ VA A CANTAR SI NO CANTA LO QUE SIENTE.

De la gloria de Dios y de su Verbotengo el impuro corazón henchido.

Pero el poeta no mientecuando canta francamentelo que vio y creyó mirardigamén qué va a cantarsi no canta lo que siente.

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A MIS SOLEDADES VOY.

En mi soledad estoyy en mi soledad me angustioy canto solo de miedoy el eco me sigue a dúo.

Porque existe un padre corto-y debe existir más de uno-¿deberé morirme yomorirme o volverme estúpido?

Ningún mortal ha creadolo que soy, poco o mucho:hay un sólo Padre Eternolos demás son... latifundios...

“Desensillar -como dicen- hasta que aclare Juan Rubio”.Mejor dormir o cantarque caminar en lo oscuro.

No se puede vivir hoysin deporte, y sin el gustodel riesgo y de la aventuray del humor y del humo.

Porque en el mundo que correhay un toro suelto y brutoque ha saltado la bareray hay que torear el absurdo.

Parezco una mujer, pero unamujer es peor que un muloacerca de ciertas cosasque ella solo ve -o ninguno.

La verdad es pegadora

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aunque su conchavo es durodefender las cosas que hizoDios, es su programa único.

Déme Dios la gracia desucumbir bien si sucumbo...si él quiere librarme, Él sabey me librara a lo brujo.

Cristo cayó bajo el leñono gallardo pero purono se revolcó, no diococes, no lanzó rebuznos.

El mundo es ancho. La vidaes tenaz. Dios es profundo.La maldad, la tonteria,son falsas reinas del mundo.

Al cabo de siete añoslo que el hombre ha dicho es nuloy a las siete veces sietetodos quedamos desnudos.

He escrito en mi testamentoque pongan en mi sepulcro:“Este ha amado la verdad como un niño como un burro. Naturalmente no fue César ni Creso ni Lúculo... y le dieron prestamente permiso de ser difunto”.

Pero la verdad un díapondra una flor en mi túmulo.Todo pasa. El alma queda.Este es el asunto.

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HIJA DEL MAR INMENSO.

La Gaviota de Puerto, que estaba comiendo carroña, miró casi despreciativa-mente a su limpísima visitante.-(¿Qué querrá aquí esta damisela?) Buenos días.-Buenos días, prima. ¿Qué tal?-¡Muy bien! -dijo la mugrienta, ponderando mucho-. Aquí en este matadero, ¡superior! ¡Comida a patadas! ¡Golosinas en abundancia! ¡Bofes por aquí, chin-chulines por allá, achuras por este lado, tripas, cabezas, sangre negra, garrones verdeando de moscas! ¡Lo grande! ¡Carne a pasto!-Carne podrida... -musitó la Gaviota Marina.-¿Y tú, qué comes?-Pescado fresquito, recién sacado -dijo ella-, un día tiburón y otro corvina... Vamos al mar donde nacimos, hermana, que la vida que llevas es la deshonra de la familia. El mar es grande y noble. Yo vuelo al ras de las olas sonorosas que traen espumas blancas y sobre las cuales el sol arroja su luz azul y las nubes las manchas verdosas de sus sombras. Yo vuelo también encima de las nubes y entonces el pueblo parece una manchita blanca y el peñón en que tengo mi nido un cascote; pero del mar no se ve el fin. Una vez volé desde la playa adentro tres jornadas, contra la Ley de nuestro Instinto, porque no se veía el sol que estaba nublado y la embriaguez del mar me poseía; y no vi el fin del mar. Y al querer volver me agarró una tormenta tan espantosa como nunca la vio ser nacido. Parecía que las nubes del cielo habían caído en el mar, y el mar había subido al cielo en medio de llamaradas fulgurantes, y que todos los elementos estaban mixturados como en el principio del mundo. Perdida en medio del ciclón yo vi llegar la muerte y la acepté con fuerza de corazón pero no me dejé caer, sino que penetrada de una viril y desesperada energía rompí con golpes contin-uos las aguas inflamadas, no sé si volando o nadando. El ruido y el rugido eran enloquecedores; las aguas golpeaban macizas como piedras y el viento abrasa-ba y arrastraba con brazos irresistibles. Yo había perdido la noción de todas las cosas y parecía que mi ser se había convertido todo en una terquísima y furiosa voluntad de no abandonarme, de no cejar por nada hasta que se me quebrasen las alas. ¿Crees que una se acuerda de sus hijos, de su casa, de sus padres, en esos momentos? De nada. Al fin salí. ¿Cómo? No sé. Abrí los ojos y me vi fuera del infernal torbellino, al cual oía bramar alejándose. Me vi flotando sobre las olas que hervían. Al llegar, mi casa me pareció un paraíso, mi vida una resurrec-ción; mis pollos, que piaban de hambre, más hermosos que nunca... Ahora ellos

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han volado ya sobre las aguas azules y las nubes blancas y se han bañado en la rompiente y son tan fuertes como yo. Hermana, el mar es grande y noble. Vivir allí es costoso y sobrio, el peligro acecha y el trabajo no deja. Pero mil veces pasar hambre en la belleza de sus llanuras difíciles antes que la abundancia sucia de este matadero, hermana.La Gaviota de Puerto que se había pervertido bajó por toda respuesta despre-ciativamente la cabeza y arrancó de un picotazo el ojo de una vaca maloliente. Y la Gaviota Marina comprendió tristemente que a aquel buche atiborrado de placeres fáciles se le ocultaban invenciblemente todas las bellezas del mundo moral, todos los deleites que se alzan dos palmos sobre el nivel de aquel suelo fangoso en que se revolcaba.

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CREDO DEL INCRÉDULO.

Creo en la Nada Todoproductora d’onde salió el Cielo y la Tierra.Y en el Homo Sápiens su único Hijo Rey y Señor,que fue concebido por Evolución de la Mónera y el Mono.Nació de Santa Materiabregó bajo el negror de la Edad Media.Fue inquisionado, muerto achicharrado,cayó en la Miseria,inventó la Cienciaha llegado a la era de la Democracia y la Inteligencia.Y desde allí va a instalar en el mundo el Paraíso Terrestre.Creo en el libre pensante,la Civilización de la Máquina,la Confraternidad Humana,la Inexistencia del pecado,el Progreso inevitable,la Rehabilitación de la Carne,y la Vida Confortable. Amén.

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GRANDES VERDADES.

El primer malentendido internacional que hubo en la historia ocurrió, según cuentan, en la torre de Babel, a causa del falseo de las palabras, porque empezaron los constructores del primer rascacielo a llamar ladrillo a la cal, cal a la cuchara, y así por el estilo a todo lo demás.Siendo la palabra instrumento de convivencia, hay que respetarla, y al que no lo hace se le llama (gradualmente) inculto, insincero, falso, mentiroso, embauca-dor, felón y perjuro, nada menos.Una nación enteramente soberana no debe admitir que le definan de afuera las palabras que usa. Porque independencia nacional supone alta cultura propia. Alta cultura propia supone propia filosofía y propia teología. Si a una nación empiezan por imponerle de afuera sus palabras, es decir, su filosofía y teología, acaban por imponerle el patrón oro, los dividendos y los precios del trigo y todo lo demás.¿Por qué creen ustedes que gastan los yanquis dos millones de dólares en hacer una facultad de Teología protestante en Flores, y otras millonadas por convertir en pastores evangélicos nativos a cuitados muchachos argentinos? Pues, simplemente, por imponer su teología o desteología o lo que sea, ellos saben que los millones de un modo u otro volverán pian pianín a su fuente.La cultura en la Argentina está en gran parte falsificada y masificada; y la otra parte es débil, indefensa, inerme. Los controles y los raceros de la cultura no funcionan. Poco importa. Seguiremos haciendo, aun después de muerto, lo mismo que hicimos en vida, escribir libros buenos, pedir plata a los amigos para editarlos y regalárselos a la Argentina para que se salve.Frente al fenómeno de la falsificación de la cultura, del chamelote de la inteli-gencia y el timo del saber, hay solamente dos vocaciones: La primera, es decir: El mundo está loco. “¿Qué me importa a mí? Yo no soy del mundo. Me retiro al desierto a salvar mi alma”. Es la vocación del cartujo.La segunda, es decir: “Todo lo que Dios ha creado es bueno. La cultura nuestra está inficionada por el maldito, pero es una cosa que Dios ha creado. Luchemos por ella, que aunque no la salvemos, en la lucha limpiaremos nuestra alma, y ¿quién sabe si un día no baja Dios y triunfa del maldito?” Es el llamado del jesuita. Cada uno tiene que tirar hacia donde Dios lo llama, que es casi siempre a donde más le cuesta ir.

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DICHOSO AQUEL...

Dichoso aquel que muere por su casa y su tierra,pero sin haber hecho dolo ni fuerza injusta;dichoso aquél que compra su tálamo de tierra,que compra con su sangre la cama eterna y justa.

Dichoso aquel que muere por la cosa solemne,aunque sea más chica que un granito de anís.Dichoso aquel que muere para que siga indemnela vida de un niñito, la gloria de un país.

Dichoso aquel que muere por la Cosa Perenne,por un Santo Sepulcro, Dulcinea, Beatriz,o por un sol en campo de color cielo y lis.

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FRAGMENTOS DE LA CARTA A LEÓNIDAS BARLETTA.

Su carta del 21 del corriente —noble y generosa— es difícil de responder, y pide respuesta... Le voy a escribir como sí hubiera de morir mañana domingo. Total...Ud me pregunta: — “¿Por qué no abandona usted a todos esos viejos carcama-les, que se han revelado incomprensivos e injustos, y a esa novia que amó en su juventud y se ha convertido en ramera —y por qué no sirve a su Dios y a sus ideales en el estado civil?”.Eso es difícil de responder. Porque soy así, sencillamente.Hay una respuesta breve pero que no sirve en este caso: mi fe. Tengo fe en Cristo y en la Iglesia por El fundada, que creo indestructible. Mas si yo le digo a usted que tengo fe, y por ella espero la vida eterna; y por eso aguanto la cruz (pesada o no) que Dios se ha servido poner sobre mis hombros, digo algo que para mí es verdad, mas para usted es otro idioma: es como si contestara a su carta EN LATIN: una simple impertinencia.(...)En vez de dar a su pregunta la respuesta sublime y prepotenta, podría dar tam-bién la respuesta vil; es decir, llana y humorística: lo que hacían los primitivos cristianos sometidos a la “ley del arcano”.— ¿Por qué no deja la sotana?— Porque, es vestido cómodo (menos cuando los comunistas nos degüellan por llevarla) y m’estoy acostumbrado.. .— ¿Por qué no se casa?— Porque soy pobre y de un carácter insoportable; y porque me repugna en-gendrar desdichados.— ¿Por qué, pues pidió la dispensa del celibato?— Un momento de ofuscación todos lo tenemos.— ¿Por qué no se hace rico?— Porque no puedo.— ¿Por qué obedece a viejos carcamales?— Según ellos, no los obedezco mucho que digarnos.— ¿Por qué no rompe con la “novia”?— Ella ha roto ya conmigo, antes de pensarlo yo; y por lo demás, esa a quien usted llama novia, yo siguiendo a Juan el Apocaleta llamo Ramera; mas con mi verdadera novia no puedo yo romper, puesto que ella está y me espera en la otra vida.

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— ¿Es usted un vil, para aguantar tantos manoseos?— Soy un “proletario”: el proletario es un ser “humillado y ofendido”— ¡Pero aquí se trata de su vida, de su vida!— El día de la muerte es mejor que el día del nacimiento.Creo que estas son todas las preguntas; y esta es la respuesta vil. Esta respuesta tiene su parte de verdad, porque en el hombre hay siempre algo vil. Compuesto de barro y espíritu, sus más nobles intenciones llevan siempre algo de barro, y el hombre se engaña muchas veces acerca de sus verdaderas intenciones, dorándolas todas de nobleza y sublimidad. Sutilmente, nos engaña lo que llamamos hoy la “Subconciencia”, en cuyo fondo hay vileza y mentira, es decir, pecado: un “foso”, decía Teresa de Cepeda.(...)Otra vez me he salido por peteneras y me he trepado al plano religioso, plano al cual no deseo arrastrarlo a Ud (si es posible) sino hablar con Ud. mano a mano en el plano en que coincidimos, es decir, en el plano ético y humano.¿En qué coincidimos los dos?En una sola cosa, pero que es muy importante: en el “pathos”, que es lo central de una psicología. Sentimos coincidentemente. Además somos cofrades en la Orden de Escritores Pobres, con voto de pobreza forzosa y honestidad intelec-tual libre.Ud siente tremendamente el peso de esta época dura, como si estuviese Ud., personalmente en Corea o bajo la amenaza de la atómica; yo también.Ud. conoce experimentalmente el gusto amargo de la injusticia social; ha sentido los retortijones de la inseguridad, ha saboreado la amargura seca de ser explotado y tenido por tonto encima; ha andado algún tiempo sin vivienda y algunos días ha pasado sin pan; ha querido editar libros y no ha podido; ha editado un libro, y el editor le ha robado; ha escrito un libro honesto y eximio poniendo en él toda su alma, y los capigorrones de la crítica y los dueños de revistas y diarios le han hecho el silencio en torno; y la sociedad a la que ha beneficiado con él le ha pagado con el desprecio... etc., etc. En una palabra: Ud. ha visto que lo que dijo Carlos Marx en su Manifiesto, es verdad.Yo también.El Papa León XIII también. Pero el Papa León XIII no lo vio experimentalmente (era un marqués, nunca le faltó nada) y a nosotros dos sí.En una palabra, los dos sentimos profundamente en las entrañas y en la médula de los huesos lo de la segunda estrofa del Himno del Proletario:

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“Vuestra sociedad es injusta Vuestra sociedad no nos gusta ¡No busquéis nuestra amistad! Vamos en busca del futuro Lo que sea, puro o impuro, Excepto vuestra sociedad.”

Ud. es poeta y por lo tanto su mente “está abierta a las imágenes del mundo” como me dijo una vez el grande y tormentoso Lugones. El poeta tiene sueños cosmirreveladores, ve fantasmas, hadas y elfos, un trueno lejano lo hace es-tremecer y la luz de una estrella se le hunde en los huesos. Eso es un privilegio por cierto; pero comporta riesgos graves.En eso coincidimos. Yo siento lo mismo que Ud. el horror de esta época y la necesidad de oponerse a ese horror, si quiero salvar mi alma. Ese horror carga sobre mí incluso físicamente, en forma que me volvería loco si no tuviera fe en Dios. Ya ahora no lo conozco solamente por las encíclicas, por los sermones, por los libros, o por la compasión lírica hacia los otros, como antes; sino por la efectividad del estado de alma del lumpenproletarier. Mi situación actual no es sólo un asunto personal mío, sino que se proyecta al infinito como representación viviente de infinitos hermanos míos que viven y sufren igual o peor que yo. La miseria de los que se pierden y el dolor de los “humillados y ofendidos”, me quema los huesos.(...)El cristianismo ha fracasado. No tiene hoy día poder alguno contra los males del mundo. Sus palabras suenan a hueco a los oídos de la muchedumbre y las muchedumbres se apartan de él en silencio o airadamente. Su historia reful-gente se ha vuelto sospechosa. ¿No habrá sido toda su historia lo mismo que lo de hoy? Ningún medio tenemos de juzgar la historia del pasado, a no ser el tiempo presente. Y la historia del cristianismo está además sembrada de torpezas, errores y horrores: la inquisición, las guerras religiosas, la violencia, el afán de dominar, la avaricia, la hipocresía, la sujeción a los poderosos... Sin duda ha habido en ella hombres excelentes, mas ¿contrabalancean ellos el peso de los perversos, hasta hacer de la Iglesia una institución propiamente divina? Y muchos de esos hombres eximios han sido oprimidos por la Iglesia o arrojados fuera: Savonarola, Juana de Arco, el Arzobispo Carranza, Jacinto Verdaguer...Yo dije que le iba a responder en el mismo plano de Ud.: en el plano ético.

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(...)La respuesta es: el ideal cristiano está hoy tan vigente como el ideal comunista: son los dos únicos ideales vitalmente vigentes.Yo elegí el ideal cristiano. Hoy día comporta riesgos de muerte. Siempre los comportó.“Y decidí ponerme de parte de los astros”, es decir, de los Santos. Pobres santos de hoy, que ya no son astros; son estrellas perdidas en medio de la tempestad de las tinieblas, que vertió la Quinta Fiala; que van como pueden, dando mugi-dos y topetazos de toros ciegos, aletazos al sesgo de águilas en la tormenta.Los santos antiguos, fueron lucientes y luminosos; algunas veces milagrosa-mente fuertes: Bernardo de Claraval, que escribe como un igual a todos los señores feudales de Europa, y los levanta en mesnadas que arroja contra el Turco; Ignacio de Loyola, que organiza batallones espirituales para luchar contra la Reforma; Teresa de Jesús, que recorre España fundando “palomarcitos de la Virgen” refugios de la penitencia y la contemplación, cenáculos de gozo doliente de la fe; Isidro Labrador, a quien un ángel le ara el campo cuando concurre a las manifestaciones peronistas; Vicente Ferrer, que hace temblar a los pecadores y corrije a media Europa con el anuncio del próximo Fin del Mundo, que después no se verificó; Francisco de Paula, que hace tiritar a Luis Onceno; Juana de Arco, que manda batallones, gana batallas y desafía llorando a la hoguera; Domingo de Guzmán, que inventó la que debajo de él solamente fue Santa Inquisición; el pobrecito de Asís, poeta llagado; Luis Gonzaga, tronchado lirio de caridad; Anto-nio de Padua, dotador de doncellas y milagrero jefe. . La lista sería interminable.Esos santos de antes ya no hacen fe en el mundo. Es que ya no hay más tampoco, visiblemente al menos. Son historias, son imágenes de yeso, y son biografías untuosas en latín. O son vistas en el cine, entre una “de cow-boys” y otra “de amores”.Delante de ellos, yo me quedo boquiabierto, pero no puedo hablar; no puedo hablar con ellos como con hermanos. Pasan sobre mí envueltos en sus arma-duras, hopalandas o aureolas.(...)Mas no son esos los santos de los que me acuerdo cuando tengo necesidad de acordarme de algo. Me acuerdo espontáneamente por ejemplo del jorobado Kirkegord, escritor y editor de libros invendibles y cifrados —¡ al fin y al cabo uno es libre en sus devociones!—. ¡Me acuerdo incluso del Mahatma Gandhi, el ayunante! —que fue moro y sarraceno—. Me acuerdo del dandy Baudelaire, condenado de la justicia burguesa por escribir versos “obscenos”; me consuelo,

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¡cómo seré de bestia! pensando en el poeta Baudelaire cercado en el estrépito de la rue D’Assas. Me acuerdo del botarate León Bloy, romanticón presuntoso, pedigüeño y exagerado. Me acuerdo del calumniado y despreciado Luis Veuil-lot. Me acuerdo del ruiseñor fusilado Jacinto Verdaguer. Me acuerdo de Balmes, liquidado a los 30 años. Me acuerdo de Rosmini, “incanonizábile”, como dijo el cardenal Antonelli. Me acuerdo de Gioberti, sacerdote sufrido hasta la muerte. Me acuerdo hasta de Arturo Rimbaud, que probablemente fue un loquito; y de Schopenhauer que fue un ateo; prusiano por añadidura.(...)Digo pues que yo me he puesto humildemente dentro de ese ideal de los santos antiguos, el ideal cristiano.El ideal cristiano tiene en su fondo el mismo “pathos” del ideal comunista, la existencia del dolor en el mundo. Ese ideal está vigente todavía. El se cifra en esta breve frase: “Ama a tu prójimo todo lo que puedas y aguanta tu cruz”.Hoy día nadie ama al prójimo: lo que se llama propiamente amar, “amar-en-Dios”; y en cuanto a la cruz, esa es una palabra que va contra la naturaleza. Y no pido a Dios placeres ni riquezas que los procuran, sino que no me haga sufrir. ¿Por qué Dios me ha de hacer sufrir? ¿Es eso propio de Dios? Los esfuer-zos conjugados de todos los hombres deben coaligarse para suprimir del mundo la cruz, así como han suprimido ya la esclavitud, la tortura judicial, y la peste bubónica. Eso es un ideal para la humanidad. El “llevar la cruz” no es ideal al-guno, y al revés paraliza el ideal. Como dijo Sarmiento, una nación que adoptase el Evangelio como código político, se iba al bombo su economía; en economía Jesucristo, sin quitarle nada en otras cosas, es inferior a Benjamín Franklin, según nuestro gran Domingo. De acuerdo: Jesucristo era tan mal ecónomo, que “se dejaba robar”. Yo hago todo lo posible para no dejarme robar, pero no se puede evitar a las veces. Jesús ni siquiera hizo todo lo posible para no dejarse robar. ¿Así que Jesucristo tenía dinero? Tenía: en poder del de Iscarioth, es decir, en el Banco. Jesucristo no fue “miserable” (sino en una sola ocasión), no hubiera podido enseñar de ser miserable; era un “rabí” errante, tenía oficio, tenía estado. No predicó la miseria — ni tampoco “buscar la cruz”, el dolor por el dolor. La pobreza es una cosa soportable — Ud. lo sabe — y aun ventajosa en cierto sentido. Jesucristo predicó la pobreza; no por la pobreza en sí misma, sino por esas “ventajas” que digo así como no predicó la perpetuidad del dolor, como el Buda, sino al contrario, el triunfo sobre el dolor. La verdadera miseria es un verdadero infierno, y con razón se levanta contra ella el comunista, pero Jesucristo también se levantó contra ella, sin ser comunista, anoser

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“espiritual” (nada de “materialismo dialéctico”). Se levantó contra los Ricos, ¡y de qué manera! justamente porque se levantó contra la miseria. ¡Se levantó contra los Malos Ricos! —dice Monseñor de Andrea. Es cierto, pero Él no dijo “malos ricos”. Él dijo “ricos”. (...) “Hay que amar las riquezas a pesar de los ricos” —dice la Economía Política. Mas Jesucristo dijo: “No hay que amar las riquezas”. (...)Jesucristo no eligió la miseria, como un fakir, sino solamente al fin de su vida, en la Cruz; cuando ya no tenía más que predicar, sino sellar con sangre su predicación. Entonces fue verdaderamente miserable, el más miserable de los hombres; porque era necesario que probara todo lo que es del hombre. Enton-ces no imprecó contra los “malos ricos” que lo crucificaron: pidió perdón por el-los. Pero no un perdón tolstoyano o budista, ¡ah, no!; porque los condenó en su misma misericordiosísima súplica: “no saben lo que hacen”. Tremenda palabra: ellos estaban seguros de saber lo que hacían como unos gerifaltes: no sabían lo que hacían.Luego, Jesucristo, si vuelve, es capaz de arreglar todo este desbarajuste de la miseria y el dolor — que no arreglarán los comunistas, perdone Ud.—. Pero ¿quién puede creer que vuelve? (...) Pero ¡si vuelve, si vuelve! ¡Ah, si vuelve! Ahí está todo. Es la clave. Si vuelve es que ha resucitado. Si ha resucitado, era Dios. Si era Dios...(...)Los comunistas quieren nada menos que la resurrección del mundo; yo tam-bién; y lo que es más, la espero. Pero nos diferenciamos en que ellos quieren la Resurrección sin muerte; y yo me he resignado a la muerte. Hace mucho tiempo, creo que cuando muy chico, la muerte se ha aposentado en mí. No sé, cuándo.La muerte: la fe.(...)Es que yo no puedo ser comunista, ni siquiera “comunista cristiano”; ni tan siquiera dejar esta incómoda sotana. Para dejar el ideal cristiano, yo tendría que hacerme comunista, no me bastaría hacerme protestante. El ateísmo está en el fondo del comunismo; y también por ende la idolatría. El comunismo adora la Técnica, adora la Ciencia, adora el Estado y la Torre de Babel. Quiere arreglar el mundo con sólo las fuerzas humanas. ¡Quiere resucitar el mundo por medio del Geniol! “Maldito sea el hombre que confía en el hombre”, dice la Escritura. El ideal comunista es la utopía de la confianza absoluta en el Hombre y en sus

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fuerzas y recursos para redimir al Hombre. El comunismo espera el nuevo Me-sías ¡y quizás le nazca el nuevo Mesías! Sin quizás.¡No puede ser, no puede ser, no puede ser y no puede ser que yo sea comunista, por más “pathos” comunista que tenga o finja tener! (Es decir, TODO PUEDE SER, en el pobre mortal. Digo “no puede ser” estando la gracia de Dios conmigo.)(...)Los argentinos, cuando uno hace cualquier observación o teoría, preguntan ¿qué hay que hacer? Acostumbrados a las recetas, esperan enseguida la re-cetita. (...)Así pues que yo voy a acabar diciendo lo que hay que hacer... Voy a decir lo que creo que se debería hacer, aunque sin comprometerme a hacerlo yo, si ningún otro me ayuda.Yo creo que honestamente todo “capitalista” cristiano debe entregar todos sus bienes a los pobres y ponerse a trabajar; si los pobres le dicen: “ponéte a la ca-beza y dirigí”, bien; si no, se va al campo. Y si no hace eso, no lo reconoce como cristiano el Sátwico que gobierna la iglesia.Creo que la Iglesia la deben gobernar los sátwicos y no los tomásicos; y la nación los rajásticos (Utopía).Creo que todo obispo simoníaco, politiquero o simplemente iletrado e idiota (así los hay), debe ser depuesto (Sacrilegio).Creo que el pueblo fiel debe intervenir en la elección de los sacerdotes; y junto con el clero, en la preconízación de los Obispos. (Imposibilidad).Creo que los vestidos de colorado deben entregar la administración de los bienes eclesiásticos a un consejo de competentes, seglares o clérigos; y recibir de ellos solamente lo necesario para su honesto sustento y gastos de oficio (Imprudencia).Creo que no se debe ordenar un número fijo de sacerdotes, sino sólo a los que por experimento se encuentre probablemente dignos o menos indignos, aunque sea uno solo por año en todo el mundo (Jansenismo).Creo que los sacerdotes no deben vivir de la religión o de la renta de ceremo-nias mágicas, sino de un oficio honesto o rentas de familia; y dar la fe gratis (Blasfemia).Creo que los bienes de las órdenes religiosas deben ser controlados por el Ordi-nario de cada lugar (Atropello).Creo que los sacerdotes no han de hacer sus estudios eclesiásticos sino después de hacer un grado en las escuelas nacionales y saber un oficio hones-

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to, y que los estudios eclesiásticos comunes deben ser abreviados y acendra-dos. No hablo de los “doctorados”: esos deben ser alargados (Temeridad).Creo que ningún “proletario” cristiano debe meter pleito a otro cristiano ante los tribunales civiles, sino arreglarse entre ellos en la asamblea cristiana, o ante el obispo (Candidez).Creo que el que no se muestra cristiano sincero, ha de ser excomulgado (Dureza de corazón).Creo que las asambleas cristianas deben ser lo que fueron antes, asambleas eucarísticas — “ágapes” —.Creo que ningún sacerdote debe dar la eucaristía a nadie que él no conozca y sepa que no está excomulgado.Creo que los cristianos deben retirarse lo más que puedan de los espectácu-los públicos, los comités y las redacciones de diarios; y no usar de esas cosas malas sin permiso competente.Creo que los matrimonios deben hacer de consilio Episcopi”, como en la primi-tiva Iglesia.Creo que todos los que puedan dejar de casarse, deben dejar de casarse —a lo cual ayudará la escasez de departamentos —.Creo, empero, que hoy día hay demasiadas monjas; es decir, que algunas monjas de hoy debieran casarse, o ir a sus casas a cuidar a sus padres viejos (Indiscreción).Creo que los ricos no deben tener iglesias propias, y en las iglesias comunes sentarse en los últimos bancos (Resentimiento social).Creo que debe suprimirse toda la “prensa católica”. (Inoportunidad).Creo que deben suprimirse todos los partidos católicos o democristianos (Falta de visión política).Creo que la República Argentina debe pedirle perdón a España de todas las brutalidades que hemos dicho en cien años contra “los godos”. (Frivolidad).Creo que la autoridad viene de Dios solamente cuando está munida de su recto título de legitimidad: que los dos únicos títulos de legitimidad que existen son la herencia en las monarquías y la recta elección en las democracias; si son refrendadas por el consentimiento del verdadero pueblo (Entrometismo).Creo que el “sufragio universal” que se preconiza hoy día es un absurdo, hablando en general (Error).Creo que sólo deben votar los que pagan impuestos al Estado, y no han sido descalificados por idiotez o delito; y el padre debe votar por toda la familia: mujeres, hijos menores y sirvientes (Reaccionarismo).

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Creo que los gobernadores deben elegir al Presidente, los legisladores al gober-nador, y el pueblo a los legisladores (Contra la Constitución).Creo que debe haber algunos legisladores natos y vitalicios; que ellos han de refrendar las ordenaciones de jueces; y que estos han de ser inamovibles y vitalicios (Absolutismo).Creo que se ha de respetar si no religiosamente al menos honradamente la propiedad privada; y las confiscaciones y expropiaciones deben ser una excep-ción rodeada de las más delicadas y severas condiciones (Capitalismo).Creo que hay que confiscar derecho viejo los bienes de los “capitalistas abu-sivos” los usureros y los parásitos, sean judíos o mahometanos, o camareros secretos de Su Santidad (Blasfemia).Creo que el deber principal de todo gobierno es luchar contra el poder del dinero (Socialismo).Creo que los funcionarios que abusan de sus cargos para tesorizar, son reos de muerte (Atrocidad).Creo firmemente que ni la Iglesia ni el Estado van a hacer el menor uso de todas estas recetas, pero que Dios puede hacer a los hombres que hagan por fuerza lo que no quieren hacer de grado (Al fin dijiste algo).Y que algo de eso va a hacer, si es que este mundo corporal debe seguir vivien-do.¡Qué bárbaro!Esto parece comunismo puro.(...)Como quiera que sea: creo que algo o mucho de este “comunismo cristiano”, se ha de hacer en el mundo (los que han de hacerlo, verán), si no se quiere que “el otro” comunismo barra brutalmente con toda esta organización temporal cansada y gastada de la burocracia eclesiástica actual, más agujereada que tucurú podrido. Yo preferiría que la barriera Cristo; mas si no pueden barrerla los cristianos, la barrerá el Anticristo. Digo “barrer” es decir, limpiar.Bien pudiera empezar yo por limpiarme a mí mismo. De acuerdo. Escribiendo de noche esta carta, empiezo a hacerlo.

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QUIJOTISMO.

Pues todo aquel que vive sin locuraes menos cuerdo que lo que él se piensa,y pues princesa prometida inmensa--mente es mejor que esclava bien segura.

Pues la llaga de amor nunca se curasino más honda haciendola y extensacon la renuncia de la recompensay el tomar por presencia la figura.

A fuer de don Ignacio y san Quijotedejando el viejo pájaro-en-manoescogí los cien pájaros en vuelo

y se me puede ver al estricotepisoteando de la tierra el guanoque es mi manera de mirar al cielo.

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LA GOLONDRINA.

-Tú eres feliz -dijo el Ruiseñor a la Golondrina-. Se conoce en tu parloteo vivaz, en tus movimientos sueltos, en tu habilísimo patinaje aéreo que raya ahora las nubes más altas para descender luego fugazmente con una maravillosa rúbrica a rasar las aguas del lago en curvas armoniosas. ¡Qué vivaracha eres y qué graciosa, muchacha!-¿Es lo mismo estar alegre que ser feliz? -dijo ella.-No sé -dijo él-. Pero tú eres feliz.-¿Y cómo no he de serlo si soy sencilla, soy artista y soy amada? A mí me basta para casa un rancho mitad paja y mitad barro; no le pido mucho a la vida. Yo soy artista y alabo a Dios por la belleza de las cosas. Y procuro ser buena; soy inofensiva y no hago mal a nadie.-Yo también soy artista -dijo el Ruiseñor-; y sin embargo mi garganta rompe muchas veces en sollozos agudísimos.-Es que tú produces para el público, cantas para ser oído por los hombres y los pájaros y tu mujer y tus hijos. Yo canto para mí, y cuando siento la belleza del cielo vespertino o el encanto del amanecer desahogo mi admiración por las cosas de Dios en gorjeos, sin preocuparme de poner mis internas armónicas en solfas inteligibles. Y así nunca he progresado en la técnica y mis chirridos alegres son tan iguales y tan monótonos como el canto de mi vecino el Grillo violinista o la Chicharra guitarrera.-Yo -dijo el Ruiseñor- intento comunicar a todos mis hermanos de la creación el sentimiento del fulgor del rostro divino que percibo en las cosas. Eso me causa a veces dolores como de parto, pero también gozos muy subidos. Tus alegrías son egoístas. No hay felicidad fuera del amor, y el amor es comunicación. Se me figura que yo ocupo un lugar más alto que tú en la escala de los seres, alegre muchacha volandera.-Me tiene muy sin cuidado -contestó la Golondrina a quien ya quemaba las pa-tas el alero en que se había asentado por cinco minutos-. ¡A volar! Adiós, genio.¿Y qué moraleja sacaremos de todo esto?, pregunto yo. Dios mío, no lo sé. Pero esto fue lo que se dijeron el Ruiseñor y la Golondrina.

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DIOS.

Más arriba de las nubesmás arriba de los vientosy de los querubesy los firmamentosmás allá de la centellamás allá del éter mismoy del sol, la gran estrellay la noche, el hondo abismofui a buscar al Dios que amabay la voz del que buscabamás allá del hondo abismodijo: “Yo también estabadentro de ti mismo”.

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BELLEZA, FEALDAD Y POESÍA.

El ver lo que está feo lo padezcode nacimiento, y eso no se quita.Y así como lo hermoso me enajenaconfieso que lo necio me asesina.

Es el don doloroso del poetasu doble percepción y doble vista.El que ve la belleza ve lo feoy es triste. Mas, cantado, es poesía.

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DON COBAYA.

Esta historia se la contó un Cobaya viejo a la bisabuela del indio Cleto, una bruja que entendía la lengua de los animales; y el indio Cleto me la contó a mí con la prohibición de referirla mientras él viviera. El indio Cleto ha muerto hace ya años, sargento de línea del destacamento de Fortín Tostado, Santa Fe.El Cobaya es el bicho más ladino, vividor, endiablado y matrero que pisa monte. Se parece mucho a un ratón grande y sin cola, con su color gris tierra, hocico puntiagudo y cuatro dientes roedores; se ofende mucho que le digan ratón, porque dice que su familia es del conejo, y cuando lo llaman conejito o chanchi-to de la India, se pone muy orondo. Sus íntimos le dicen cuí, sus amigos apereá y los demás cobaya.Pues aconteció que un año don Cobaya no sembró maíz; siempre con “mañana lo haré” —y mañana llovía o estaba enfermo o tenía visita—, pasó el tiempo y cuando los maizales de sus vecinos, el Chajá, la Comadreja, el Tigre, el Perro y el Hombre estaban boyantes, lozaneando los choclos, entre la chala reventona y el barbijo bermejo, don Cobaya se halló sin una brizna en el campo y con mucha hambre en el cuerpo. Se vio entonces mal, aguzó el ingenio y salió a pedir prestado.Al primero que llegó fue al Chajá. No estaba en casa más que la señora. “Me-jor”, se dijo don Cobaya:-Buenos días, mi patrona, y toda la compañía. No se me levante, hágame el favor, usté está en su casa y yo vengo a molestar. ¿Y de quién son estas criatu-ritas? ¡Qué lindura de nenes! ¿Pero para qué estoy preguntando de quién son, si son el vivo retrato de su madre?Todos saben que la Chajá es tierna esposa y madre cariñosísima. Por lo demás, don Cobaya es siempre bien recibido por las cocinas, porque es charlatán y zalamero. Lo más curioso es que ninguno de los bichos del monte cree las lisonjas y lambeterías de don Cobaya, y sin embargo a todos les gusta oírselas decir y dicen “¡Qué don Cobaya éste! ¡Qué cosas tiene! ¡Mire que decirme a mí el otro día, cuando vino a pedirme maíz, que yo era la pava más inteligente que él había visto en su vida!”. Ese era el punto crítico.-Precisamente patrona, yo venía a pedirle... ¿Usté ha visto mi maizal?-No.-¡Un maizal de mi flor! Pero... como sucede que sembré tarde, resulta que todavía no ha granado y yo necesito... No que me falte qué comer, que lo que es en eso, gracias a Dios, el pucherito de cada día hasta ahora en mi casa, treinta

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años que tengo, nunca me ha faltado... Pero como usté sabe, ahora se casa una entenada mía y hay que sacar la olla grande; así que... ¿una arrobita de choclo fresco a usté le sería de mucho perjuicio?-No, pero...-¡Devolveré, patrona, devolveré arroba y media pesada y contada a toda su satisfacción!Don Cobaya llevó al fin la arroba a su casa y salió corriendo para lo de la Comadreja. A la Comadreja le habló mal del Perro, con quien ella siempre anda mal; y le dijo que era el bicho más hediondo que se había visto, lo cual para una Comadreja es el insulto peor. Pero la Comadreja es larga y no soltó los diez kilos de maíz pisingallo que le pedían hasta que el apereá le dijo dónde había pichones de Chajá y a qué hora los padres estaban fuera de casa.Después fue a lo del Perro. El Perro estaba durmiendo, abrió un ojo, y después el otro, y lo mandó a paseo. Pero don Cobaya sabía que el Perro tiene un punto flaco, la afición a la siesta; y se le puso al lado charlando como un loro barran-quero, hasta que don Barcino, aburrido, le prestó una bolsa de maíz para que se mandara mudar.-¡Pero me la devolverás a su punto y hora! -dijo.El Tigre le pidió noticias del hombre. Don Cobaya no sabía nada, pero al momen-to inventó con todo descaro que el Hombre se había ido a labrar quebracho más lejos y que la tacuara-que-escupe-fuego se le había quebrado. El manchado era avariento, pero, bien impresionado por las noticias, le prestó rezongando nueve kilos de maíz, al veinte por ciento y ponderándolo mucho.Y el Hombre le prestó otra arroba, con la condición de que nunca hiciese cuevas al lado de los alambrados aflojando los postes; y que le enseñáse dónde había tunas maduras y camachuís llenos.Con cincuenta kilos de maíz, don Cobaya pasó el invierno como liebre en alfal-far. Pero amigos, el tiempo pasó y el plazo llegó y la cosa se puso fea, porque a don Cobaya no le quedó ni el afrecho; y los vecinos cada vez que lo encontra-ban en la pulpería le tenían que recordar sus deudas, para quemarle la sangre, porque ya se sabe que lechón fiado gruñe todo el año. ¿Qué hizo? Fue y citó para el día siguiente en su casa todos sus acreedores.A la Chajá para las ocho de la mañana, a la Comadreja para las ocho y media, al Perro para las nueve, para las nueve y media el Tigre y al Hombre para las diez. Así que a las ocho en punto entró la Chajá muy campera, con su poncho gris plateado, sus botas amarillas, sus espuelas rojas en las alas, el collar al cuello y un penacho oscuro en el sombrero.

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-Siéntese y deje el rebenque, y sírvase un matecito -dijo don Cobaya-. ¿Por quién lleva luto, mi patrona?Por sus hijos que se los había comido la Comadreja, dijo doña Chajá; y que ella algún día iba a matar a la Comadreja, que se acordara don Cobaya de eso; y se puso fiera, se encolerizó, se encocoró y alzó la cresta, ahuecó las alas y apuntó los espolones, erizó el collarete del cuello y empezó a torear por el cuarto y a tirar cada picotazo, que el apereá andaba a los brincos, mezquinando el cuero. En eso da las ocho y media y -¡Trán, trán!-¿Quién es?-La Comadreja. Abrame, don.-Ahí la tiene a tiro -dijo despacito don Cobaya.-¡Escóndame por Dios! -dijo más despacio la Chajá- ¡No, don Cobaya! ¡Estoy en casa ajena y a mí no me gusta comprometer a un amigo, ni mover ruido por las casas de nadie! ¿Atrás de la puerta? Otro día será, usté acuérdese, mi amigo... ¿Le parece que no me verá?¡No la iba a ver! Apenas entró la Comadreja, el apereá traicionero le hizo seña para que viese al Chajá. En dos minutos la mató y la vació por dentro y le sorbió la sangre, como acostumbran ellas. Y después se sentó muy satisfecha y razonable, porque ya se sabe que barriga llena alaba a Dios y el acreedor bien comido espera otro mesecito. El apereá necesitaba solamente que esperase media hora. Media hora y se vio la polvareda en el camino.-¿Aquello no es el Perro que viene para acá?-¿El Perro? ¡No diga!-A mí me parece.-¡Velay! ¡No hay tiempo para irse! ¿Dónde me podría esconder?-¿Usté le tiene miedo al Perro, comadre? Pero si usté misma me dijo...-¡Vea compadre! ¡A dos perros más grandes que ése hizo disparar mi madre, cuando yo era chica! ¡Pero usté quiere que yo mate ahora a ese bandido con lo mal que ando ahora con el comisario, desde las votaciones, y la policía usté sabe cómo es! Usté muy bien sabe; embrollos con la Justicia, el que gana sale sin camisa; ¿qué será el que pierde? Así que yo le voy a perdonar a ese perro y me voy a esconder... ¿Atrás de la puerta le parece? ¿No me verá?Dice el sargento Cleto que más de un cuarto de hora le costó al Perro estrangu-lar a la Comadreja y sacarla afuera, después que don Cobaya le dijo: “Mire atrás de la puerta, don”, por lo cual la Comadreja salió y le tiró un mordisco al trai-cionero, que si lo agarra... Pero el Perro no la dejó. Le costó sin embargo. Volvió todo sudado y resollando y pidió los diez kilos de maíz para irse.

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-¡Usté es un valiente que nos ha librado a todos de ese mal bicho! ¿No se en-juaga la boca, patrón? ¡Manuela, traé esa arroba de maíz que está en la cocina! ¿No se sirve un traguito de ginebra?-No.-¿Un pedazo de churrasco?-No tengo hambre.-Tengo charqui lindo.-No me gusta.-¿Mazamorra, no quiere?-¡No!-¿Un poco de dulce de zapallo?-¡Los diez kilos de maíz!-¡Manuela, a ver si te apurás!El Perro venteó al Tigre. Se paró de un salto. “Me voy -dijo-, porque por aquí hay tigre y ése siempre busca camorra...”.-¿Adónde va a ir, patrón, si el Tigre ya está al cair? ¿No lo está viendo atrás de aquel espinillo? Mejor que se esconda rápido abajo de la cama.El pobre Perro se escondió, pero don Cobaya lo traicionó y el Tigre lo descogotó y bebió la sangre caliente y aterciopelada. Y enseguida se puso a pedir a gritos, ronco y con la boca sucia, que se le pagase al punto todo lo que se le debía.Decía el indio Cleto que el Tigre se emborracha con la sangre, y que no hay animal más caprichoso e irrazonable que un borracho cuando le da por la mala. Así que un tigre cebado en la sangre de un hombre es capaz de echarse al Paraná y asaltar a nado un buquecito de vapor, como pasó hace tiempo en el puerto de Candelaria. De modo que don Cobaya no sabía dónde estaba y trataba de arrastrar temblando una bolsa de virutas de la cocina, diciendo que era maíz, porque el manchado estaba fiero.-¡Apuráte o te mato!-¡Mire afuera, don Manchado, que me parece que viene gente!El Tigre miró... y agachó las orejas, se golpeó las ancas con la cola y se le fue como un soplo la mamúa. Por la picada polvorienta y llena de sol, a la vera del algarrobo, venía el Hombre chiflando, con su escopeta al hombro. El Tigre pidió muy mansito que lo escondiera -no es por él, sino por la tacuara-que-escupe-fuego- y el apereá lo metió en el cuarto de al lado y le echó la llave. De modo que cuando lo denunció, el Hombre no tuvo más que abrir un postigo y dejarlo seco de dos balazos. Y después lo desolló en cuatro tajos, porque era baquiano en eso, sobre que animal caliente se cuerea fácilmente; se echó al hombro el

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cuero, se acomodó la escopeta y dijo al Cobaya:-Me voy a estaquiarlo pronto, para que no se me abiche. Cuarenta pesos me dan a la fila por este cuero. Los diez kilos de maíz que me debe, qué diablos, yo se los regalo, porque ya aquí llevo la ganancia del día.-¡Que San Antonio se la guarde y se la aumente! --dijo el apereá muy devoto.Y al acabar aquí su cuento, decía el sargento Cleto que, a pesar de todo, no había que tomar ejemplo del apereá; porque al fin y al cabo estuvo mal hecho; y si esta vez le salió bien, otra vez podía torcerse la boleadora, y salirle gallareta en vez de pato, porque el mejor jinete encuentra también su vizcachera. Y la prueba está, decía Cleto, que al año siguiente a don Cobaya lo comió la Culebra, y no le valieron mañas. Quien mal anda, mal acaba. Pero en esto último no todos estaban conformes, y había también sus dudas. Sin embargo, ésta era la opinión del sargento Cleto.

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EL CICUTAL.

Don Agapito Puentes vio una plantita de Cicuta al lado de su maizal, y díjole: -No te doy un azadonazo porque tenés florecitas blancas... y por no ir a traer la azada.Otro día vio un Cardo y no lo cortó, porque tenía una flor azul, y para que comiesen las semillas las Cabecitas Negras. Medio poeta el viejo, cariñoso con las flores y los pájaros. Por un cardo y una cicuta no se va a hundir la tierra.Pasaron los dos meses en que el pobre estuvo en cama con reuma, y cuando se levantó se arrancaba los pelos; había un cicutal tupido hasta la puerta de su rancho todo salpicado de cardos, de no arrancarse ni con arado; y su maíz, tan lindo y pujante, había desaparecido casi. Entonces sí que había florecitas blancas.-¡Hay que desarraigar el mal aunque sea lindo, y cuanto más lindo sea, más pronto hay que dar la azadonada! -dijo el viejo-. Velay, a mi edad, ya debía haberlo sabido.

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DIOS LOS CRÍA...

Tres que siempre andan juntos, la Víbora, el Zorrino y el Perezoso, se juntaron un día para murmurar del mundo.-Aquí ni hay iniciativa ni hay progreso -dijo el Perezoso-, ni nada. Ustedes cono-cen muy bien mis aspiraciones y mis sublimes y patrióticos ideales -el Perezoso es bicho de grandes proyectos-; y sin embargo a mí se me tiene por un fracas-ado. Y así, ¿quién va a emprender ninguna cosa? Busque usted peones: ¿dónde los encuentra? Y si los encuentra, ¿cómo los hace trabajar? Busque usted so-cios: todos son una punta de ladrones. Por eso no los busco... Ponga usted una industria, ¿y qué? A mí, que me gusta hacer las cosas en grande y no andar con miserias, me vienen ofreciendo capitalitos de mala muerte... La culpa la tiene el Gobierno, no más... En fin, que a usted si es un ruin y un mediocre, todo el mundo le irá detrás; pero si es hombre de grandes aspiraciones, lo arrinconan, lo persiguen, lo postergan, y lo obligan a pasarse la vida tumbado sobre una rama, comiendo lo que esté a mano y durmiendo como se pueda... todo el día.-Y lo peor de todo -dijo la Víbora-, es que le huyen a uno y le cobran horror. Los que hemos nacido con un corazón hecho para ser amados sufrimos mucho con eso. Yo no tengo ningún amigo y todos me aborrecen. Y así, perseguida de todos y sin el calorcito de la amistad, aunque sea más buena que el mío-mío y más tierna que una avispa, concluye por agriarse y hacerse fría y maligna y solapada y cobarde y hasta negra y fea, con la bilis, el veneno y la mala sangre que le hacen a una criar por dentro con tanta ingratitud. Mis antepasados se cuenta que eran brillantes y coloridos como la culebra, y no barrosos y repulsivos como yo. Hasta con mi marido andamos distanciados; y de todos mis hijos, ni uno solo ha sido capaz nunca de venir a cobijarse con su madre y agradecerle el ser que le dio. Cierto que yo no sé si habrán nacido. Yo dejé los huevos confiados al sol que los empollara, y me marché, porque ¡vaya también usted a criar víboras en el seno, como dice el refrán, para recoger veneno! -A mí -terció el Zorrino-, lo que me repudre es el desprecio de los otros. Siete años llevo en este pajonal, y nadie me trata, nadie me visita, nadie me convida... Vengo yo por una picada y todos se apartan sin hablarme; y no hay bicho de pelo o pluma que venga a anidar en la vecindad del lugar donde yo vivo. A mí la soledad me mata; pero la prefiero a la compañía de esos sucios que parece que de puro asquerosos andan huyendo de la gente para no mostrar el tufo...Y así por el estilo, quejándose de todos, se pasaban las horas muertas. Pero la murmuración no alimenta y los chismosos siempre acaban aborreciéndose. Un

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buen día se pelearon los tres y se separaron, no sin haberse antes cantado las verdades bien clarito a grito limpio e insulto seco, como comadres de conven-tillo. Al Perezoso le dijeron que él era el haragán; a la Víbora, que la mala y per-versa era ella; y al Zorrino, que si se oliese a sí mismo no sentiría la hedentina de los otros. Y a cada uno, que cada cual es hijo de sus obras.Pero ninguno de los tres se dio por entendido y han seguido hasta el día de hoy quejándose del mundo entero.

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EL MISÁNTROPO.

Es feo pasar por tonto dos veces, y la segunda vez ante mujeres, quiero decir, ante la opinión pública, que es tornadiza y burlona. Pero hay algo en mi que me fuerza a hacer pública mi extraña experiencia de hace un año en la isleta Cedrón. Las homéricas carcajadas de mis compañeros al día siguiente, cuando cometí la imprudencia -inevitable, dada mi emoción- de relatarles los hechos, no me pueden mortificar mucho. Yo veo claramente que, a la luz del sol y en la ciudad, el suceso es perfectamente risible, y yo mismo, ahora, en este mo-mento, no lo creo; pero con otro fondo, en aquel islote pantanoso en medio el inmenso río desolado, es otra historia. “En este mundo, todo es cuestión de fondos -decía D. Pedrito Cormick-, la misma cosa es blanca o es negra según el fondo”. En cuanto a creer que mi camarada misterioso de aquella noche fuese un fantasma, un criminal o un loco, primero creería, palabra de honor, que soy loco yo mismo. Lo cual se me hace dificil.El hecho de que Lázaro no se halle más en el Cedrón, ni en parte alguna, no prueba absolutamente nada contra mía; ni mucho menos prueba “que se lo haya llevado el diablo”, como dicen los supersticiosos boteros de San Fernando. Creo que han transformado en una capillita o ermita su sólido rancho de pi-notea en medio del islote. Tampoco creo yo que lo haya barrido una riada o se haya suicidado; no me pareció hombre de eso. ¿Qué fue de él? Me abstengo de conjeturarlo, y me limito a aferrarme a los hechos. No impongo interpretación alguna, pero respondo de los hechos. Yo pasé una noche cerca de aquel hombre y oí, quizás el único en el mundo, su extraña confesión. No tengo documentos, sus partidas de nacimiento y defunción no las hallará la historia nunca; pero Lázaro es para mí un hecho por lo menos teológico, vale decir, más real que esta realidad material que me circunda.Estaba pasando por prescripción médica dos semanas de descanso absoluto en el Tigre, cuando oí los rumores acerca del huraño solitario del gran río, y luego pude ver desde mi casa la luz persistente hasta altas horas de la noche, como una estrella caída, de su alto nido emperchado sobre las aguas; y me tentó la curiosidad. Achaque de ocioso, ¡vive el cielo! ¡Cansancio mental! ¿Me pueden decir ustedes qué cansancio mental puede tener un hombre que no ha hecho en su vida absolutamente nada capaz de cansar la mente, si es que puede can-sarse la mente? Pero los médicos tienen de esas cosas, y hay que obedecerlos, aunque uno se aburra mortalmente y el remedio sea absurdo. El caso es que, sin soplar verbo al doctor Cormick ni a mis compañeros de hotel, el aburrimiento me

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movió a sobornar al botero que cada quince días hacia dos viajes hasta la choza del solitario desconocido para llevarle los víveres y el correo, el cual consintió en llevarme consigo con el mayor sigilo, a precio de salada propina; y en el día señalado, al alba, me hallé surcando hacia el islote Cedrón las aguas grises y rosas del inmenso Paraná melancólico. Una neblina perla borraba las estrellas. El río estaba alto.Cuando apareció a mis ojos el chato montón de tierra en forma de yacaré, increíble refugio de un ser humano, que llamaban islote Cedrón, y es en realidad una especie de banco de lodo, yo estaba del todo consciente de la temeridad de mi acto. ¡Qué curiosidad científica ni echo cuartos! Me devanaba la cabeza pensando cómo podía decentemente presentarme; o como amigo del botero, 0 como repórter de un diario de la Capital, o como miembro de la policía; y las tres cosas eran igualmente peligrosas. Descartada la hipótesis de la locura, que el botero isleño pronunciaba absolutamente imposible, no quedaba para expli-car aquella elegante casilla color verdoso que se agrandaba ante nosotros, con su inconcebible propietario sentado en la escalerita frontera, sino las hipótesis del crimen o de un desengaño de amor, anoser que aquella figura desarrapada, cuya vista empecé a sentir clavada en mí a medida que llegábamos, fuese algún místico o anacoreta de esos que existieron en otro tiempo. Basta. En el mo-mento que la canoa rumbeó a la pequeña caleta espadañosa al pie del rancho siniestro, tomé mi decisión de golpe; volver por donde había venido. Eso era lo razonable. No bajaría, ni le hablaría, ni lo miraría siquiera. Así lo hice, permane-ciendo de espaldas al hombre sospechoso, mientras el botero bajaba los bultos y sonaba allá arriba una voz espaciada en frases secas, extrañamente bien timbrada, una voz de tenor que parecía en las orejas tan rnaciza como agua. Yo no quería ni mirarlo.Pero, de repente, oigo la voz que deja al otro y se vuelve a mí tranquilamente, después de un breve silencio conminatorio, imperiosa y tranquila.-¿Qué tiempo más espantoso, no? -dijo.-Peor estuvo la semana pasada. Ahora todavía se está componiendo algo -contesté yo, volviéndome; y antes casi de darme cuenta del derrumbe de mi propósito, me encuentro enfrascado en una conversación a gritos acerca del tiempo y sus viarazas con aquel desconocido alto y cenceño, de rostro pálido, de corta barba negra, de grandes ojos grises inconfundibles. No se movió un punto de donde estaba indolentemente estirado. Sus ojos me cubrían tranqui-lamente desde arriba, y su voz me manejaba como un adulto manipula un niño. Tenía una mirada de una movilidad suma, un poco azorada, y al mismo tiempo

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de un gran señorío. Desde mi primera palabra, la pauta la llevó él. Como un juez me interrogaba:-¿Paseante o vecino, si no soy indiscreto?-Estoy de paso en San Fernando. Descansando.-¿De la Capital?-Sí. De Avellaneda, más bien.-¿Por mucho tiempo?-Dos semanas.-¿Le gusta la pesca?-Soy loco por la pesca.El botero bajaba del chalecito minúsculo, concluida su tarea. Entonces, el hom-bre mal afeitado me dijo lacónicamente.-Al otro lado de l’isla hay un pozo con surubí hasta decir basta. Yo tengo aparejo para dos. Tengo una cama de sobra y todo lo necesario.Era una invitación en toda regla. Yo trastabillé como a un garrotazo.-Mañana... -empecé a decir tartamudeando.-¡Cualquier día! -interrumpió el botero bruscamente-. ¿Y quién lo vuelve después?-¿Usted no podría buscarme pasado mañana?-¡Tomá! -dijo el isleño haciendo un gesto grosero-. ¡Demasiado vengo dos veces! ¡Pasao mañana, con el río creciendo, y cómo se está poniendo el sur! ¡Gracias que venga mañana! ¡Si quiere quedarse, se queda hoy! Digo, si quiere quedarse.. . -añadió con retintín de desafío.Y me quedé, temerariamente.Y luego dicen que las mujeres son curiosas.Yo no me arrepentí aquel día, por cierto. Pasé de asombro en asombro. La vista del Paraná, desde aquel islote céntrico es fantástica; más asombrosa quizá que en alta mar, a causa de los lejanos puntos de referencia y del fino matizado de la llanura líquida en cambiante iris.Pescamos muchísimo, y conversé con aquel nuevo y súbito amigo, que me dijo llamarse Lázaro, como pocas veces con nadie en el mundo. Era interesantísimo. Era un hombre de mundo. Sabía de todo. Estaba evidentemente regocijado de hallar un ser humano, después de quién sabe cuánto tiempo. Era argentino, seguramente. Hablaba con perfecta discreción; era del todo absurdo pensar en un demente, conforme opinara el canoero. Solamente dos cosas raras en su porte pudo pescar mi receloso escrutinio. Una, era aquella mirada fija, hip-nótica, vasta, que lo cubría a uno del todo, como la-luna llena cubría entonces

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las aguas del rió empapándolas. Otra -la que me dio peor espina-, fue aquella inflexible y vigilante resolución, que noté bien pronto, de no dejarme jamás a su espalda, de hacerme marchar siempre delante de él por los sinuosos send-eritos de la desolada isla. Al principio, creí que era exagerada cortesía, puesto caso que su finísima educación era patente;. pero muy pronto vi que no era eso. Simplemente, una vez que hubo que entrar al agua para desenredar de un junco la liñada, él estaba descalzo y yo calzado: pues esperó y exigió que me des-calzase, y no quiso moverse de su lugar detrás mío por nada. Ni un solo instante me dejó verle las espaldas. ¡Malo!Era noche entrada cuando regresábamos cargados de pesca, y yo empecé a temer horriblemente. El hombre era sereno y distinguido como un dios griego, pero por fuerza tenía que ser un outlaw, un criminal que huía la Justicia, o quizás alguna misteriosa vendetta. El instinto social del ser humano, la inmensa sed de compañía de su desierta soledad le habría movido a acogerme; pero recelando en mí, sin duda, un posible emisario de sus enemigos, tomaba sus precauciones. Yo tenía ganas de volverme y confiarme con él fraternalmente, tan vivamente simpático me resultaba; pero su indolente superioridad me cohibía No, el hombre no parecía tener miedo. ¿Simplemente, habría un voto de que nadie le viese las espaldas? Cuando llegamos a la casilla y hubo que prepa-rar la cena, mi certidumbre se volvió absoluta. El hombre me mandó delante, descargó su pesca sin inclinarse, se apoyó un momento en la pared, y después me rogó cortésmente, como una mujer que tiene que vestirse, que, saliese un rato fuera, evidentemente comprendiendo que no podría tender la mesa sin darse vuelta algún momento. Obedecí sin réplica, sonriendo. ¿Qué tendría este fantasmón de hombre en sus anchos hombros hidalgos; que marca infamante, que úlcera, qué horrible revelación que lo habla arrancado asi de toda vista y sociedad humana? El paisaje era soberbio; la luna había literalmente pasado de óleo fosforescente agua y cielo. Recuerdo ahora, que justamente en aquella hora que pasé en el balconcito se me ocurrieron unos versos bastante malos, pero que pue. den documentar la impresión de aquel fantasmal plenilunio. Dicen así, más o menos:

“La luna en el mar,se ha tallado un campito irregularLa luna, rizada escarola,la luna desnuda ha bajado a bañarse solay toda se ha disuelto en la ola.

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Dios, te doy gracias de este abismo negroceñido en plata por un cinturón culebro:Grande lo hiciste y yo te lo celebro.De tener que morir querría una noche asícon luna lunera y exactamente aquíel mar crecería y yo haría así:brazos en cruz, no intentaría nadar,me dejaría comulgar por el mary por el agua enlunada tragar...

y otras macanas por el estilo que no copio, pues bastan las dichas para ver cómo andaba yo esa noche al lado del “hombre que rehúsa ser visto de atrás”. Al lado quizá de un peligroso criminal, como toda lógica apuntaba, empezaba a sentir ahora una tranquilidad perfectamente desproporcionada a mi valentía personal; que no es mucha, que yo sepa. Cenamos.Me hizo los honores de la casa y la mesa con perfecto decoro, con aquella su manera señorial entre indolente y humorosa. Cené muy bien. El interior, alum-brado al acetileno, era casi aristocrático, si se puede decir. Había dos o tres acuarelas de fino gusto por las paredes, vi en un rincón un caballete y una paleta, había sobre un escabel un libro abierto que me pareció de Matemáti-cas. Mi huésped descorchó dos botellas cuya etiqueta me hizo abrir tamaños ojos: “Cháteau-Mignard 1807”. Yo creía estar soñando. Pero el momento de los sueños no comenzó en realidad sino cuando, a los postres, mi huésped se volvió todo en la silla y me espetó lentamente las palabras que abrieron la pesadilla de la confidencia:-Después de todo -dijo sin mirarme-, ¿qué importa que se lo diga a éste tam-bién, y acabe de una vez?Una sola palabra mía hubiese podido parar todo; pero yo imprudentemente asentí con la cabeza, maldita sea la curiosidad. Pude parar la confidencia y no lo hice.-Yo, señor -dijo el hombre Lázaro-, padezco de tina terrible enfermedad de la vista. Astigmatismo. Llamémoslo, si usté quiere, astigmatismo moral. Esta en-fermedad me obliga a huir para siempre de la sociedad de los hombres.Atajó con la larga mano fina lo que yo estaba por replicar.-La primera experiencia de mi terrible destino se remonta a mi niñez, a los seis o siete años -prosiguió lentamente-. Un día me encontraron bañado en lágrimas acusando a irá hermano Roberto. “Le había visto cara fea”, eso es lo que yo dije.

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Mi madre reprendió a Roberto, creyendo que me había hecho visajes para asus-tarme; mi padre, en cambio, me reprendió terriblemente a mí. El caso es que yo había girado la testa para mirar a Roberto por encima del hombro, y había visto repentinamente, en vez de la usual carita pimpante de mi hermano, una especie de bicho horrible con un pico y unos ojos diabólicos. Apenas lo miré de frente, la visión desapareció. Mi padre, o mejor dicho, el que me hacía de padre, me castigó. Ese castigo me reprimió hasta los 16 años. Nunca hablé más de mis visiones. Pero yo pasé la niñez transido de ellas, y sabiendo el medio infalible de provocarlas. Resulta que me basta a mí mirar por encima del hombro, es decir, torciendo al máximo el eje bi-óptico, me basta encarar de reojo un rostro cualquiera, para verlo horriblemente deformado. Usté ha notado cómo evité hoy día que Usté se situase a mi espalda o flanco. Lo peor de todo es que no sólo veo un rostro horrible, sino que veo ... Usté no me va a creer... ¿Es usté supersticioso?Se detuvo jadeante. Sudaba. Se pasó la mano por la amplia frente semicana. Una ansiedad inmensa descomponía las líneas nobles y alargadas de su rostro, que me parecían, no sé por qué, vagamente familiares.-Simplemente, veo -continuó con brusca decisión- veo visual y físicamente los vicios y deformidades humanos reflejados en los rostros como en una estampa iluminada de atrás, como en un espejo místico. Yo no puedo explicar esto, pero es así. Se me hacen las caras transparentes, se asoma el alma a los ojos, como dicen los poetas. Y eso me causa un tormento increíble. Veo a la gente como animales, como bichos, como demonios, como montones de carne fofa. Los hombres fuertes los veo como bestias de presa, los débiles me dan asco. Mi hermano Roberto, en sus 12 años, me apareció aquel día como un ser voraz, egoísta, replegado a sí mismo, estrecho, obtuso... El suceso confirmó mi vista. Diez años más tarde estafó al Banco donde estaba empleado y mató del dis-gusto a mi madre. Mi anticipación de su carácter resultó profética.Yo lo miré con incredulidad. La hipótesis de la lecura apuntó de nuevo en mi sindéresis.-¿Nunca se hizo ver? -le dije.Rió amargamente.-A los 16 años, cuando el escándalo de Roberto, me confié con un cura, el Pre-fecto del colegio donde yo estaba pupilo; un buen tipo, se portó bien conmigo, pobre hombre. El me decidió que fuéramos a un oculista. Yo estaba seguro que para mi caso no había anteojos. El oculista diagnosticó derecho: astigmatismo. Ya sabe usted lo que es astigmatismo, vea cualquier diccionario: “defecto de

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la vista por el cual el ojo percibe bien las líneas de un plano y mal las de otro” -pongamos, ve rectamente todas las líneas verticales y deforma todas las líneas oblicuas. Mi caso estaba complicado, según el doctor, de una superemotividad psíquica depresiva; era un caso único. Me propuso estudiarlo para una mono-grafía. Bien pronto, sin embargo, se le desvaneció al infeliz el entusiasmo.Rió acremente, con desprecio amargo.-¿Qué pasó? -pregunté.-Pues que lo vi como él era por dentro, apenas comenzaron los experimentos ... y ... se lo dije. Se puso lívido: había que verle esa cara. Vi en él un vulgar vivi-dor, sensual, amoral, degradado, libertino, vivillo ávido de goces animales con todas sus pretensiones de hombre de ciencia... arribista inmundo (esos dos ojos saltones de lechón sancochado). Me trato cortésmente de loco y me despidió. El sacerdote, mi acompañante, me quiso reprender. Lo miré por encima del hom-bro a él también, no pude evitarlo. Era un tipo joven, que me habla distinguido; muchos favores me hizo. Le tenía verdadero afecto. La decepción fue espanto-sa. Vi una cara vegetal, una especie de zanahoria con ojos, una facies inerte, sin vida, sin corazón, que había vivido siempre fuera de la realidad en océanos fofos de palabrería devota, renunciando a las grandes pasiones y enredado en deseos y zozobras pueriles ... jamás pude volverle a hacer la menor confianza.-Todo eso es absurdo -le dije yo-. Usté debería vencerse. Son simplemente ataques de pesimismo. Usté es un hombre de alta calidad y juzga demasiado severamente a los demás. Orgullo, en el fondo.-¡Orgullo! -dijo él, casi con un sollozo.Le miré el rostro, y no vi la faz de un orgulloso, sino la faz más profundamente humillada de la tierra. Ecce homo.-Eso me dijo también Teresa -continuó el desdichado, reponiéndose-. Por supuesto que el peor caso de todos fue la prueba con Teresa, mi novia. ¡Pobre Teresa! He venido a vivir aquí, justamente para escapar a sus búsquedas. Creyó poder curarme desdichada. Nos queríamos locamente. Era una maestrita, una profesora muy culta. Sumamente lista y valiente. Yo le conté mi enfermedad, por supuesto. Ella se interesó muchísimo. Empezó a soñar en algo como romper el encanto que dicen los cuentos de hadas: pensó que si yo pudiese ver una sola vez el alma facial de una persona sin verla horrible, quedarla curado: y que tal persona era ella, por gracia del amor. Yo, después de la visión del cura mi amigo, habla jurado no mirar jamás ninguno sino de frente. Ella me hizo quebrantar el voto, para su desdicha. Habla inventado una teoría no desprovista de ingenio: decía que yo era un gran intuitivo, con gran don de gente, con gran empatía

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(como decía ella) que penetraba el, ser moral de la gente y después formulaba mi apreciación en forma de estampas. “Usté es un gran moralista, soldado a un pintor genial un poquito loco, querido” decía, besándome la frente. De hecho, mi padre -mi verdadero padre, yo soy un bastardo- fue, hasta por razón de su oficio... era un hombre obligado a penetrar rápidamente y con certeza el ánimo de las gentes. No le puedo mentar a usted ni siquiera su oficio, porque inme-diatamente adivinaría usted su nombre -añadió sonriendo.Me recordé de golpe. ¡He aquí el misterio de lo familiar que me resultaban sus largos rasgos finos! ¡Un rostro conocidísimo! ¿Dónde había visto yo ese rostro, no una, ni dos, ni diez, sino docenas y centenares de veces, en ésta o en la otra vida? ¿O era todo un embeleco y estaba yo en poder de un hipnotizador podero-sísimo?-No trate de identificarme -dijo mi hombre pausadamente, adivinándome-. Mi padre fue un prócer argentino: murió hace muchos años... La hipótesis de mi novia no era tan idiota que digamos; pero ella, cuando la vi, pobrecita...-¿La miró usted... así?-La miré al, sesgo, por desgracia, a causa de sus intancias. ¡Condenación! Miré de reojo a Teresa, a mi Teresa, el tesoro dulce y gracioso de mis pupilas. Vi... No me pregunte usté lo que vi. Vi un trozo de carne rosa y blanco, una flor vistosa y ordinaria ya medio marchita, un animalito movedizo y vacuo, goloso de placeres tontos horriblemente pagado de si mismo. Cuando volví mi faz hacia ella, dio un grito y se tapó el rostro con las manos. Por supuesto que no volví más a verla. ¡Al diablo las mujeres! ¡Qué más quieren ellas sino que uno se ocupe de ellas! Para eso sirven. ¡para dar trabajo! ¡Dios mío!Le vi ocultar a su vez el rostro entre las manos y callar ominosamente. Me pare-ció que lloraba. Yo no sabía qué decir.-Usted ve en los hombres lo malo y no lo bueno que hay en ellos -le dije-. Así no es posible la vida. Si no fuese un absurdo, yo diría que usted ve en el hombre el pecado original, pero no ve la gracia de Dios. Pero eso es imposible: esas dos son cosas invisibles.Entonces vi que el hombre lloraba. Lloraba. Sacudones de arriba abajo en silencio, con lágrimas que escapaban entre los nudillos y los dedos que se hundían en las sienes, y estertores, estertores como de muerte. Es duro ver llorar a un varón. Tenía ganas de irme al lado y pasarle el brazo por el cuello, y no podía. El crucifijo que tenía en la mano me parecía un palo. Por una extraña aberración, en ese momento no se me ocurrían más

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que unos versos perfectamente tontos que me hicieron aprender en la escuela cuando chico, y que repito automáticamente al ponerme nervioso:

“... un hombre de alto ingenio allí perdido:ebrios los padres de su padre han sido,los hijos de sus hijos ebrios son,Los tristes frutos de su amor, los rasgosde esa fatal herencia llevan fijos¡y ebrios serán los hijos de sus hijos!¡ay, hasta la postrer generación!”

-¿Y usté nunca se miró de ese modo en un espejo? -se me ocurrió preguntar por distraerlo.Alzó los ojos ya secos, esta vez con una expresión casi de miedo, a no ser que fuera de reproche y de asco.-Sí -contestó secamente.-¿Y? ...Sacudió la cabeza.-Usted ve que no me afeito. No me he atrevido a traer conmigo un espejo. Es horrible.-¿Se vio feo?El hombre guardó silencio.-Debe hacer agachar bastante la cresta verse feo también uno mismo -dije, tratando de bromear.-No -contestó-. Uno se olvida de su estampa roñosa, apenas vista, Desprecia a los demás lo mismo. ¡Ah!, eso que dicen ustedes del libro de los pecados, ese mito del juicio Particular, ridículo como parece... el trono de Dios, el libro con los pecados de uno, el Diablo a un lado, la Virgen al otro... qué terrible realidad representa para mí psicológicamente. Nadie puede figurárselo. Realmente, si un ser a quien por un imposible yo amase y venerase (no puede existir tal ser), pero supongamos, mi madre; si hubiese de verme un día en la figura que yo vi en aquel espantoso espejo ...-¿Qué vio usted de sí mismo?-Eso que ustedes llaman infierno, es poco. Yo no puedo explicarlo. La única comparación que se me ocurre es ésta. Un día vi en un hospital a un chico idiota presa de un gran dolor corporal. La cara de bola, estúpida y horrible, se movía sola como si la recorriesen por debajo cosas vivas. El practicante que estaba

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a mi lado, con ese cinismo petulante del 4to. año de Medicina, dijo una cosa grosera y cruel que me quedó grabada: “Parece un matambre con ojos”, dijo mirando al idiotita. Y bien, así vi yo mi propio rostro -concluyó el desdichado con una carcajada falsa. Y levantándose de golpe, me mostró con toda cortesía una división de la casilla con un catre de hierro, deseándome buenas noches. Enton-ces cometí la cuarta estupidez del día. Me volví desde la puerta y dije:-Míreme a mí también así ... al sesgo.Casi me empujó adentro:-¡Buenas noches! -me dijo con ira.Poco dormí en toda ella, por supuesto: pero no de miedo. Aquel hombre no era criminal ni loco. Al contrario. Si alguna vez he visto yo un hombre superior, esta vez ha sido. Aquella mirada serena y vasta de sus ojos claros, que se posaba en uno con la majestad y el agarre de una gran ave de presa, así debieron ser los ojos de los grandes conductores, de los grandes directores de almas. Quién sabe si no era éste de la pasta de los grandes reformadores morales, un Ber-nardino de Siena, un cura de Ars, un Savonarola, de esos furiosos aborrecedores de la fealdad moral, de esos intuitivos a quienes el bien y el mal hacían la vio-lencia y choque que a nosotros hacen las realidades visibles, el rostro en flor de las muchachas, los ojuelos dulces de los niños, la herida del traumatizado, las bubas del luético. Pero entonces el don místico en él, por quién sabe qué razón, estaba misteriosamente roto, mochado, truncado, tronchado al vivo. Me dormí al amanecer pensando esto: es un hombre que tiene lo que se llamó antaño discreción de espiritus, junto con un pesimismo radical del corazón; y que, por extraño fenómeno, quizá por desequilibrio mental, en vez de conceptos, juicios y raciocinios, formula sus apreciaciones morales en fulgurante alucinación visual... La alucinosis o semialucinación pasajera de Baillanger... Así me dormí. Nosotros los psicólogos, cuando hemos puesto una etiqueta a una cosa ininteli-gible, podemos dormir tranquilos.Desperté muy alzada la mañana, perfectamente fresco y hasta casi del todo olvidado. El botero gritaba allá abajo, y oí a Lázaro que bajaba dando un portazo. Me despedí de él con pocas palabras, y él tampoco aludió para nada la escena nocturna. Yo estaba alegre y frívolo, lo mismo que el tiempo: seminublado, la luz del sol a intervalos y el viento que jugueteaba en ráfagas. No quería acordarme de nada. Quizá mi naturaleza misma defendía mi cerebro del choque del horror sacro.“Es un mistificador y nada más -decía entre mi al embarcarme-; me ha tomado el pelo. Es simplemente un misántropo, un pesimista, un atrabiliario, que siente

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la náusea de los hombres como todo enfermo del hígado, y ha inventado esa parábola simbólica en forma de cuento, con astigmatismo y todo, para expli-carme el estado de su pobre alma resentida y herida. Y me la hizo tragar. ¡Buen narrador el tipo! El alucinado fui yo. El tipo lloró, sin embargo, y su vida aquí es espantosa. O dioses o bestias, dice Aristóteles, son los que viven solos; y éste no es ni uno ni otro, aunque tiene algo de los dos en mezcla turbia. En fin, me han tomado por tonto; pero yo me lo he buscado.. .”Así discurría yo mientras me embarcaba. Lázaro no me habló sino lo estricta-mente preciso. Me parecía ahora un tipo cualquiera, flacón y alto; hasta su soñada distinción de maneras parecíame disipada. Imbécil de mi, que creí ad-ivinar en él las facciones de Roca, de Irigoyen o de don Juan Manuel. La canoa arrancó pesadamente, cimbrándose el, botero sobre un reino. Mi huésped me saludó levemente con la mano y se fue. Pero a los pocos pasos sucedió la ca-tástrofe: yo, que le clavaba los ojos en la espalda, lo veo volverse rápidamente... y vi claramente que me había mirado por encima del hombro. ¡Me estaba mirando al sesgo!No pude resistir la curiosidad.-¡Lázaro! -le grité.El hombre se detuvo en su camino, inmóvil como la mujer de Lot, estatuario, rígido.-¡Lázaro, oiga! -insistí sin comprender. Pero comprendí en seguida.Era presa de inmensa vacilación, luchaba como contra una gran repugnancia a volverme el rostro. Cometí la idiotez de violentarlo.- ¡Lázaro, oiga, venga un momento! -grité con fuerza.El hombre giró pausadamente y me miró. No reconocí más su rostro, que estaba descompuesto como el de un agonizante. Me miró, y me escupió... sí, me escu-pió, no hay otra palabra para expresar lo inexpresable, me escupió asquerosa-mente al rostro una mirada implacable de infinita repulsión y desprecio.No lo olvidaré jamás.Yo me pregunto si aquel rostro agónico y odioso fue el mismo que viera él antaño en el espejo.Y desde hace un año, no ceso de preguntarme cómo vio Lázaro mi propio rostro.Pero no me animé jamás a volver a averiguarlo.

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FLACO Y BARRIGÓN.

Le tuvieron lástima al Matungo, que ya no podía con los huesos, y en pago de sus doce años de tiro lo soltaron para siempre en un alfalfar florido. El alfalfar era un edén caballuno, extenso y jugoso, y Matungo no tenía más que hacer que comer a gusto y tumbarse en la sombra a descansar después, mirando estáticamente revolotear sobre el lago verde y morado las maripositas blancas y amarillas.Y sin embargo Matungo no engordó. Era muy viejo ya y tenía los músculos como tientos. Echó panza sí, una barriga estupenda, pero fuera de allí no aumentó ni un gramo, de suerte que daba al verlo, hundido en el pastizal húmedo hasta las rodillas, la impresión ridícula de un perfil de caballete sosteniendo una barriga como un odre.-¡Qué raro!-No crea. Lo mismo le pasa a mucha gente. Al que lee mucho y estudia poco, al que come en grande y no digiere, al que reza y no medita, al que medita y no obra.Flacos y barrigones.

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LOS BAÚLES.

¿Será, Señor, la última vez que hago mis baúles?Estoy cansado a muerte de mi único hogarque son tus nubes blancas y tus cielos azulesy mi tierra, que es siempre el mar.

Mis baúles caóticos, almacén de difunto,mis bienes: manuscritos, libros y vanidadla medallita de oro de mi madre, allí juntoa unas obras por la mitad.

Residuos desteñidos de vetustas laboresinútiles estudios, y más de una ilusiónflor seca entre dos páginas de olvidados amoresalfiler en el corazón.

Borradores de cartas, amarillentas foliasde mi juventud huera, que me avergüenza hoyy madurez tardía de podridas magnoliasporque fui lo mismo que soy.

¿Qué he hecho? Muchos viajes, errante peregrino,y mi sangre en mis obras, otro inútil corrertras lo imposible, férula y aguijón del Destino,para ser lo mismo que ayer.

¿Que he hecho? Crucé el mundo tras una ciencia vanaque en milquinientos kilos de libros por leerme hace seguir el último la humana caravanacargado de un inútil saber.

El espesor cruxando de las cosas me obstino,dejé mi vida en ellas mas no te hallé, Señor,no importa, soy el mismo, me obstino en el caminoinvisible del ruiseñor.

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Confiado en ciertas señas del Dios que reverenciola maldad de los hombres ya no me da pasión.Quiero cerrar las altas verjas de mi silenciomenos para pedir perdón.

¿Perdón de qué? De todos los destrozos que han hecholos hombres, y me han hecho. Hombre soy. Pecador.Los pecados de todos caben dentro mi pecho.Que sea ésta la única víctima, yo, Señor...

Baúles vagabundos de esperanza y dolor....

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EL CABALLO CON ALAS.

La primera guerra extranjera que tuvo la Argentina fue una derrota —aunque los vivachos argentinos la han convertido en una “victoria contra la tiranía”; to-dos los días lo dicen por radio, y yo vivo en la calle que conmemora esa derrota-victoria (¡como para olvidarla!)—; la segunda guerra extranjera que tuvo fue una iniquidad y una estupidez. Después no tuvo más guerras extranjeras, por suerte. No cuento la “victoria paralítica” de Ituzaingó, porque aquélla no fue guerra.Este país, que no ha dado nada hermoso al mundo, que está ahora ulcerado de ignominias, que traga ignominia y vergüenza como si fuera agua, que no reac-ciona por ganar dinerillos —que después se los quitan— al proceso de cre-tinización a que está sometida, me duele. Yo no tengo más remedio que haber nacido aquí y salir no puedo, sin contar que he hecho un voto a Dios de no salir; y la necesidad, la charlatanería y la sordidez son como un baño de ácido sulfúrico en mi piel.Así que no tengo más remedio que aislarme. Yo no sé cuánto voy a vivir to-davía, pero el médico dice “mucho”; según él, tengo malos nervios pero buenas arterias; de modo que mi vida va a ser mala pero larga. La peor enfermedad que existe es la vejez; pero es una enfermedad que todos desean.Lo único que me sostiene es un encuentro que tuve en el año..., bueno, hace muchos años; si fijo fecha van a pretender que miento.Estaba junto a una laguna en el sur de Buenos Aires. En las costas del Salado: una laguna cubierta de juncos y yuyales, que no sirve para pescar aunque hay muchos sábalos; que no sirve para cazar aunque hay patos; no sirve para nave-gar; y no sirve para plantar arroz.Ni para verla sirve.A mi lado estaba suelto mi caballo Monstruo. Relinchó.Había al lado otro caballo blanco que un hombre vestido de tela sucia, botas finas y sombrero negro traía de la rienda.Era un caballo como en mi vida he visto: parecía tener la fuerza de un frisón con la esbeltez de un árabe; tenía la crin casi hasta los cascos, los ojos enormes parecían un poco maliciosos; un gesto como de un hombre que ha visto cuanto hay que ver en el mundo y no se la pega nadie. Le hablé al animal, sin darme cuenta de lo que hacía.—¡Oh flete! —le dije— aquí no hay nada, ¿qué andás buscando?El flete hizo una sonrisa con el belfo. El hombre dijo:—Entiende pero no habla. Hablo yo por él.

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Era un petisón medio viejón, barba gris; me pareció haberlo visto en algún lado y más de una vez, pero más joven. Le dije:—Discúlpeme si le hablo sin que nos hayan presentado, pero estamos en el mediolcampo; ¿usté no es por casualidad el que arregla los teléfonos en Buenos Aires?Se rió y dijo:—Otras cosas hay que arreglar primero.—¿Y usté las va a arreglar?—Mi caballo —dijo él—. Mi caballo vuela. Si acaso, las va a arreglar él. No sé si podrá.Los criollos son medio bromistas y hay algunos locos.—Me voy a presentar: yo soy escritor o algo así, y me llamo Pablo Venancio Borges.- el viejo rió en su barba: —Yo acabo de decir una mentira, ahí en el boliche del Turco me preguntaron mi nombre y dije el primero que me vino. Pero esto que le dije de mi caballo no es mentira del todo, ¿eh, Rohanel?El caballo estaba plantado con las delanteras abiertas, oliendo el aire; el mío pastaba.—Aquí —continuó el viejo— al otro lao, sobre esa lomita del ombú, fue la batalla del Cainil contra los indios: Rosas los arrojó a la laguna, simplemente. Aquí me cortaron la quijada de un lanzazo, por eso llevo barba. También estuve con San Martín...—¿Y con Juan de Garay? —le pregunté.—Llegué tarde. Ya se habían repartido todos los terrenos —respondió muy serio.—¿No se llamará usted Rodrigo de Triana, por un acaso? ¿Con Colón no an-duvo?—Aquellos españoles —continuó él— eran bravos y bastante rudos; pero no era mala gente. Lástima los echaron demasiado pronto.—Y fue San Martín el que los echó —le retruqué.—No crea, amigo. Mucho antes comenzó la cosa. Cuándo, no se lo podré decir. Pero ahora ya eso es agua pasada, como la famosa “Reconquista” contra los moros, que fue cosa grande. Yo conocí al Cid Campeador. También a San Fer-nando Rey, que era así como yo más o menos de alzada y bastante feo el pobre.—¿Usted trabaja aquí, en el Reposo?—Trabajé —dijo—. Tuve que salir a causa de la malevosía de un comisario. Anduve con los indios un tiempo.—¿Y ahora?

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—No tengo ni una tapera —dijo—. No trabajo más. Enseño a la gente a vivir bien. Y gano carreras.—¿Enseña a la gente a vivir sin trabajar?—Vendo cantares —rezongó—. El oficio más excelente que hay en el mundo es hacer cantares; y el segundo, es cantarlos, con tal que sean buenos. Y además, doy buen ejemplo. Jesucristo no hizo otra cosa.Sin darme cuenta me había puesto a discutir con un loco, que era gracioso. Entonces sonó un tiro de escopeta y un verdadero nubarrón de patos se alzó sobre el lugar y la laguna se pobló de gritos. Solamente entonces me percaté del extremo silencio que nos había rodeado. Miré mi matungo, que ni siquiera había oído el tiro; el otro caballo había desaparecido.—Dígame un cantar —le dije al hombre.—Desde la madrugada ando haciendo uno; y todavía no tengo más que cinco versos...—¡Uno antiguo!—Aquí va:

“Almita, blanducha, loquinchatraslúcida, trépida, cálidasocia y sostén del cuerpo¿adónde irás hora luego?Desnudilla, tímida y pálidaterminóse ya tu juego”.

—Éste lo hizo Martín Fierro —concluyó.—No sea loco —le dije—. Eso lo hizo el emperador Adriano Elio cuando estaba por morir... Era español del Sur nacido en Itálica, o sea en Sevilla, el mayor emperador romano.—Y bueno —dijo él—. Será.—El mayor en cierto sentido. Tuvo los tres vicios paganos: fue orgulloso, cruel y libertino.—Y bueno —dijo él.—¿Me va’a decir que usted también anduvo con Elio Adriano?—Mi caballo —dijo él, indicando a la derecha con la barbilla.—¿Dónde anda, a esta hora?—Ya volverá —dijo—. Vuelve solo. Bueno: el verso que andaba hoy haciendo dice así:

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“Salve, país del Plata y de la plataVanilocuo bastardo y botarateDonde la carne y la gloria es barataMitre es un héroe, Mármol es un vate.Salve, país donde la gloria en lata...”

—Ese verso es flojo —le dije.—Justamente —ripostó— por eso no pude seguir. ¿Qué consonante hay de plata?—¡Mata! —le dije.—Muy bien. ¿Mata verbo o mata sustancia?—Los dos si a mano viene.—Pero éste es mejor dejarlo para el final. Pienso decir al final que el ombú no es un árbol, es una mata; pero se cree árbol. Es el símbolo nacional de la Argen-tina. Es un yuyo megalómano —y miró al ombú de la lejanía—. Se cree árbol y es mata.—Sabe mucho usted para ser tropero. Se ve que ha hecho de todo, hasta de mestrescuela, como todos nosotros. Pero ese cantar que está haciendo es contra la patria.—¿Y de áhi? ¿Qué estaba haciendo usted, sentao en ese tronco cuando yo llegué? ¿No estaba maldiciendo la patria?Me espantó, porque realmente no sé cómo lo pudo saber. El caballo estaba otra vez a su lado, y me miraba; y realmente tenía los ojos con malicia, un poco tristones.—Yo maldigo lo que Ellos llaman “patria” —objeté— que está plagada de ignominia. Fíjese, me acaban de echar de mi cátedra y otro empleíto que tenía, y que cumplía. ¿No es una ignominia? Siete veces ya me han echado, que ellos llaman exonerado, y el primero que me echó fue el arzobispo de Buenos Aires; y eso, por un antojo.—Bah —dijo él—, ésa no es una ignominia mayor. Más me han echao a mí; y del mundo me echarían si pudieran. Me han corrido de todas partes, de la Escuela, del Trabajo y de la Iglesia, como dijo el emperador ese que su merced antes mentó. Pero yo corro más que ellos. Gano todas las carreras. Diga que no juego por plata.—¿Y usted cree que esto puede tener arreglo?—Há’i tener —dijo con los ojos bajos, rayando el suelo con una bota— há’i tener. Tiene que ver usté qué buena es la gente de aquí en el fondo, cuando

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a uno lo entienden un poco. Malos deveras no debe haber más que uno cada cinco o cada diez. Pero bueno del todo, la broma es que no hay ninguno.Yo recorro todo el país, al tranco nomás, sin apuro, con este caballo; que cuando él quiere y yo no quiero, vuela. En donde quiera encuentro alguno que quiera vivir bien, le enseño a bien vivir, a veces solamente haciéndole que sí con la cabeza.Ése há’i ser el remedio. Cuando haya muchos que quieran vivir bien; claro que algunos van a tener que morir ...—A mí me han muerto —musité—. Yo me doy por muerto.—Mejor —dijo él—. Así le voy a poder prestar el caballo; que lo que es el suyo, no sirve. De no estar usted desesperao, no se habría sentao aquí; y de no sen-tarse aquí, no se hubiera encontrao conmigo.El poderoso silencio nos había envuelto de nuevo: ni soplo de viento, ni una hoja. El tiempo estaba tapado de espesos nubarrones. El animal blanco olía soplando la tormenta. Yo no sabía qué decir. El viejo loco se me imponía.—Pero ¿por qué? —balbucí—. Pero ¿cómo? ¿Y entonces?Me había puesto en turbación como un fantasma, si era real o irreal el viejo, no lo sé, pero si no era real, yo estaba más loco que él; porque patentemente lo veía a la luz espesa de la tarde fulva leonada.—Estos tiempos son demasiado para mí —concluí—, ¿por qué tuve que nacer en este tiempo?Y lo miré; el viejo estaba montado en pelo y yo no lo había visto montar. Las riendas arrastraban por el suelo y él estaba agarrado a la larga cuna; la cual partida pareja en dos parecía en crenchas plumosas mismamente como dos alas. El viejo tardó en contestar:—Yo estuve —dijo— con Policarpo obispo de Esmirna, que fue un escritor mediocre como vos... bien sabés, que ahora le dicen San Policarpo cada 26 de enero, porque hizo un milagro o dos después de morir, que en realidad lo mataron, pero mucho pior que a vos.Cuando el obispo andaba por la calle, porque caballo no tenía y auto mucho menos, y veía venir un grupo de gente, y nianquesea un solo gente, salía dis-parando a los gritos diciendo: “¿Dios mío, en qué tiempo me has hecho nacer?”. Y era obispo.Yo no digo que no sean malos estos tiempos, pero todos los tiempos han sido malos; y si éstos son los piores, se aplica el refrán que dice: por lo más oscuro amanece; porque todos los tiempos están a igual distancia de Dios. Porque tenés que ganarte la vida haciendo copias a máquina con un solo dedo, ya te

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das por muerto y condenado, y porque no te dejan acabar un libro y otro libro que publicaste nadie le hizo caso, como si el mundo pudiera salvarse con libros, que ya hay demasiao dellos.¿Y Jesucristo qué hizo? Mesas y arados y después cantares a su manera, a la manera de aquel tiempo. En este tiempo hay máquinas de hacer versos, dicen, así que Jesucristo se ahorra el trabajo; yo los hago a mano. Pero quería decirte esto: a vos en la escuela te enseñaron una punta de macanas acerca deste país, las creíste —y a mí me pasó lo mesmo— y al llegar a la madurez se te vino abajo el techo y hasta las paredes; así que ahora te das el lujo de hacerte el desesperao y el crucificao. No es para tanto.—Me vas a decir seguro que el hombre puede vivir sin patria ...—Patria provisoria tenemos ya basta los hombres solos. Solos hay que andar en este tiempo si uno quiere andar mejor. Cuesta al principio, pero se puede. Las langostas andan en mangas; pero el pájaro cantor, solo.No has conocido tu vocación, querías sacar premios literarios y andar con el gaterío. Ahora ya sabés; y nunca es tarde. ¡Sé más feliz que yo! —y alzó la voz hasta un grito en el gran silencio.Sin talonear, el caballo dio un brinco hacia la laguna. Di un grito, pero el caballo no se hundía.Que me caiga muerto aquí mismo si miento, pero mismamente parecía que volaba. Se perdieron atrás del ombú, y yo mirando a ver si salían, en el cielo por un abra (o clarazón que le dicen) vi el lucero de la tarde.Cuando les conté todo esto con precaución a dos vecinos, no tuve mayor éxito. Tengo que andar solo, porque la mayoría no creen; y los que creen, a lo mejor creen demasiado.

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PRAGMÁTICA EN SONETO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA A SU LEAL ESCUDERO SANCHO EL ÚNICO AL MANDARLO A REGIR LA ÍNSULA AGATHÁRURICA.

Humilde soledad, verde y sonorade las extrañas ínsulas de allende,do un mar de grama en cielo añil se extiendeen profunda quietud aquietadora.Pampa vibrátil, hija de la aurora,desde el Río-Cual-Mar al Ande duendenacida a ser, si su blasón no vende,de la indígena América, señora.

Hija mayor de España que soñandoyo, la Reina Católica y Fernandode Aragón y Castilla al mundo dimos…¡Cuerpo de Dios y de Santa María!¡y en el nombre de aquesta espada míatómala, Sancho, y salva su natíapromesa de laurel y de racimos!

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DEL FATIGADO FIN Y TERMINAMIENTO QUE TUVO EL GLORIOSO SEGUNDO GOBIERNO DE SANCHO (FRAGMENTO).

— Fuera de bromas —dijo Sancho—, contéstemén a mi pregunta. ¿Existe la Insula Agatháurica? ¿Existe la afamada República del Plata? ¿No es un sueño de nuestras mentes idealistas? ¿Es una verdadera nación este montón abigarrado de gentes que no se entienden? ¿Es una verdadera capital este agloberrado horripilante de barracas con pretensión de rascacielos? ¿No hay cuatro ínsulas o catorce o tres o dos almenos en este inmenso territorio desar-ticulado? ¿Cómo puede ser una nación real este conbloberrado heterogénero de vasos no comunicantes? ¿Y quién es el que gobierna aquí de veras y al fondo? ¿Y cuál es nuestro ideal, qué es lo que tenemos que hacer en el mundo? ¿Y cuál es nuestro canto y cuál nuestra bandera y cuál nuestra lengua verdadera, sacando la lengua de comerciar y sacando el tango? ¿Y cuál es nuestra religión, somos moros o cristianos, si éstos son todos los católicos que hay y el jefe dellos es Picardía? — Señor, Agathaura existe —gritaron todos los fieles—, y nosotros queremos que exista.— Agathaura formal existe solamente en mi mente y en las entretelas de mi alma, y en las almas de ustedes primero: en ese querer entrañable que Agathaura exista. Afuera de nosotros —dijo Sancho tristemente— sólo existe el material de Agathaura, la estofa de Agathaura, las ruinas de Agathaura, las rui-nas de un sueño pasado y el material escombroso de un inmenso sueño futuro. Este país está por hacer, hay que construirlo todo desde abajo. Señores, no me lo nieguen, desde el primer día de mi desastroso gobierno me di cuenta…— ¿Y qué importa? —gritaron todos—. ¿No es ésa la mejor manera de existir una ínsula? ¿Como ruinas de un sueño pasado y material rebelde crudo de un ensueño presente?— Entonces ¿están conformes con eso sólo?— ¿Conformes? Alegres estamos y jubilosos y damos gracias al cielo por ello. Eso nos basta, ni merecíamos tanto.— Entonces —dijo Sancho—, no me toca a mí hacerme el melindroso. ¡A las armas y al foso! ¡A todo el que muera, yo no le prometo una estatua sino la gloria eterna! —gritó desenvainando la enorme espada que le arrastraba, habiendo sido del Señor Don Quijote, y haciendo resonar las nazarenas—. ¡Afuera las espadas, y vamos a regar con nuestra sangre —precedida de la de muchos enemigos— la semilla mental invisible de la Agathaura futura!

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PRELUDIO AL SILENCIO.

No gastes al tuntún más estampillas-aquí llamadas sellosni tinta papel pluma sobre y fósforooh amador del silencio.No gastes tu literaturacon quien no entras en entendimiento.A los que oír no quieren no les gritesni discutas con los que tienen miedode la verdad, que la verdad es cosatan escasa y valiosa en estosbienaventuradostiemposque no hay que desperdiciarlacon los a ella poco abiertoscon los que no la hambrean día y nochecon fauces de silenciocon los que no sabían -ni sabránque tenías corazón en el pecho.Déjalos,el mundo es grande y Dios es nuevo.

Algo tendrás que hacer ¡oh duro! antesde morir cuando no te has muerto ...Déjales la satisfacción cumplidade saber que esono ha sidoculpa de ellosdéjalos que se pierdan de tu vistay de tu recuerdopiérdete de una vez y, para siempreen el silenciohonra a tu Dios con la total ofrendadel tranquilo silencioencláustrate en el claustro que ya sabesinterno

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y haz en tiel silenciotambién - y ante todopara dentro.

No envidies más a los felicesa los que saben con sus anestésicospasar al lado del humano dolor,mecanizados y siniestrossuscitando despegos a su pasoo haciendo iniquidades sin saberloy se van de este mundo, como dicenlas mamás a los niños al mecerlos:si eres malo ninguno te querrásin que nadie quiera quererlos.Y tú te irás y falta poco y quieraDios que sin hacer daño ni siquieraa un perro.

Surgen tantos recuerdos de mi infanciaque temono ande la muerte cerca-digo temo por no decir espero-Cacé ayer una cigarraen un pinocomo en aquellos tiemposcuando niño solito y algo chúcaroandaba al sol y al céfirocomo en el montecitode mi puebloo cuando bandeabade oído y sin solfeola marcha número uno de Spreáfficoclarinete primeroen los días de campodel colegioy veo el rostro de mi madre

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y el día en que besé a mi padre muertoy me asaltan congojas infantilesdel niño que en lo oscuro tiene miedoy un ansia inexplicablede echarme en un regazo inmenso...Bien: éstos son romanticismosy no son ni siquiera versos

¿Existirá el regazo? Es muy probableyo así lo creo.Nunca lo he visto ytengo sueño.¿Sueño? Y aún a ratostengolo que es más rarosueños ...

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TRISTISSIMA NOCTIS IMAGO.

Para llegar de Dios a ver la caradebe romperse antes el espejo:la luz de la creación es su reflejopero es luz reflejada poco clara.

Antes debe caer la luna avaraengañador espejo circunflejodebe llegar la noche con su dejode silencio total y muerte rara.

El sol es soledad; su pura llamainsoportable a la rnortal miradapide ciegos; romper debe la trama.

Quien quiera ver detrás... detrás no hay nadavacío, horror, enigma y criptogramala tiniebla increada.. .

Asimilable sólo a la purgadaoscura luz de la razón que ama.

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ÓNDE ESTÁ DIOS?

¿Dónde está Dios? Por ái. Está en los justosy está en los pecadoresen los templos vetustosy en la efímera pompa de unas flores.

Para que no lo adoressemanalmente sólo, a plazos justosestá en la noche insomne de disgustosy en la aurora de férvidos colores.

Escondido en el fondo de tu fuertepaciencia o tozudez y en esa frágiltenue esperanza de vencer la muerte

y en esa atada inteligencia ágilreina cautiva que conoce ciertoque hay una puerta y -no sé dónde- un Puerto.

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Leonardo Castellani. Los Baúles. Argentina. 1931-1969.El amor no se cura, se extiende al infinito. Deso ya dieron fe el Cristo, el Quijote y tantos otros, como puede leerse en esta recopilación de poemas, escritos y

fábulas de un profeta en su tierra.

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El autor destos textos es la sociedad en la que fueron concebidos. Su comprensión se torna imposible sin un conocimiento cabal de las circustancias

políticas, culturales y económicas que los rodea(ba)n en el momento de su publicación.