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CARTAGENA DE INDIAS Colombia Epicentro de la América Bicentenaria III EL CARIBE: CUADERNO DE BITÁCORA

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CARTAGENADE INDIASColombia

Epicentro de la América Bicentenaria III

EL CARIBE: CUADERNO DE BITÁCORA

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El Diplomado de Cartagena de Indias: Conocimiento Vital del Caribe, que anualmente realiza la Universidad Tecnológica de Bolívar (UTB), con la colaboración de la Fundación Carolina Colombia, en el marco de la Escuela de Verano, desde el año 2009 abrió un clico que culminó en 2011, dedicado a las Independencias de los países iberoamericanos, titulado “El Caribe: Epicentro de la América Bicentenaria”. Este Diplomado recorre las estaciones fundamentales de la ruta independen-tista del Continente, privilegiando el Caribe colombiano y el Gran Caribe continental.

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Epicentrode la América

Bicentenaria III

EL CARIBE:CUADERNO DE BITÁCORA

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Primera Edición E-book, diciembre 2012

© Fundación Carolina Colombia y AutoresCalle 92 No.12 - 68 · Embajada EspañaTeléfonos: (571) 6183536

www.fundacioncarolina.essecretariacarolina@fundacioncarolina.org.co

Edición:

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Corrección de estilo:

Fotografía:

Diseño y Diagramación:

ISBN:

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio a emplear sin autorización previa del editor.

Fundación Carolina Colombia

Equipo de trabajo Fundación Carolina Colombia

Sonia Cárdenas

Autores

Monica Moore

978-958-99021-5-8

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CONTENIDO

CONTENIDO

PresentaciónAdela Morales

PrólogoJulián Ruiz Rivera

Alonso de Sandoval: Un tratadista en Cartagena de Indias.Andrea Guerrero Mosquera

De la sangre derramada y otros fuegos encendidos. Resistencias en la música del Caribe colombiano.Augusto Gutiérrez Pérez

Cartagena de Indias y Montevideo. Dos ciudades, sus regiones y algunos con�ictos durante las guerras de independencia.Carina Barusso

Rememoraciones femeninas del Bicentenario: Policarpa Salavarrieta una mujer única.Catalina Vallejo

La Masonería en Colombia.César Alarcón Díaz

Cartagena de Indias: Al calor de la cumbia.Cesar Santos Tejada

Cartagena de Indias y las redes de la cultura neogranadina(Siglos XVIII y XIX).Juan David Murillo Sandoval

A la historia nacional: Una necesidad revisionista.Juan Pablo Duque Cañas

Cartagena memoria y espacio en tiempos del Bicentenario.Julián Augusto Vivas García

El Caribe como región: Aproximaciones a un debate sobre la construcción de una identidad regional.Katia Padilla Díaz

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CONTENIDO

¿Construyendo, retomando o inventando identidades? Permanencias y cambios en el surgimiento de los Estados Iberoamericanos.María Graciela León Matamoros

Notas para el estudio de los Bicentenarios en América Latina. María Inés Valdivia Acuña

En poder del miedo. El temor como elemento de análisis en el contexto de los procesos de independencia.Maribel Avellaneda Nieves

El Bicentenario: Soy negra, soy casta, soy libertad, yo soy Caribe. Merly Esther Beltrán Vargas

Hace 200 años: ¿Fue realmente un grito de libertad o fue el inicio de una nueva esclavitud?Nancy Smith Pinilla M.

La Cartagena imaginada encuentra la Cartagena real.Nathália Henrich

Faltó educación.Una interpretación de la propuesta educativa de Simón Rodríguez a las nuevas repúblicas americanas.Patricio Édgar Vera Peñaranda

Cartagena de Indias y sus murallas sociales.Rafael Andrés Sánchez Aguirre

La ciudad decimonónica: algunas re�exiones.Ramón Moreno Carlos

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PRESENTACIÓN

Para quienes han participado de los diplomados de los años 2009, 2010 y 2011, es claro que el de este año es la culminación de un sueño que se empezó a planear desde el año 2008.

Todo el continente, España y Colombia entera hablaban de bicentenarios, fechas, memorias, gritos de independencia y pensamos que en nuestro Diplomado no podía-mos dejar de lado el tema, y que este debía en 2011 dedicarse a la Independencia de Cartagena, a veces tan olvidada en muchos de nuestros textos históricos.

Es así como este ciclo -que se programó a tres años- culmina con esta publicación, que como las anteriores de la serie Cuadernos de Bitácora de la Fundación Carolina recoge los textos de los becarios y un excelente prólogo de un gran amigo de esta Fundación, el profesor Julián Ruiz Rivera, quien durante los dos últimos años nos acompañó como conferencista en el Diplomado.

Sé que los lectores disfrutarán cada uno de los textos; aprenderán, como lo hemos hecho quienes ya los leímos, y sé también que quienes escribieron estos ensayos, cuando los vean publicados traerán gratos recuerdos a su memoria, oirán de nuevo las voces de los conferencistas, recordarán sus rostros, sus planteamientos, sus anécdotas y las vivencias del tiempo compartido en esa mágica Cartagena, de la cual recibieron tantas enseñanzas en el año de su bicentenario.

Hasta las fechas tienen mucho de magia: día 11, del mes 11, de 1811. Esta fecha inolvid-able por lo simbólico y lo sucedido, sabemos que representará una nueva visión sobre el tema de las independencias y sobre la importancia de estos procesos en el Caribe,

internas y externas.

Por todo lo anterior es muy grato para la Fundación Carolina Colombia hacer entrega de este nuevo Cuaderno a sus lectores. Esperamos que lo disfruten.

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Adela MoralesDirectora de la Fundación Carolina Colombia

Bogotá, enero de 2012.

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Supone un honor para mí realizar este prólogo, que es la primera palabra y el portal de entrada. Me conformaría con ser el heraldo de los meritorios pregoneros que componen este texto. Es una iniciativa loable para poner a prueba a los alumnos del Diplomado, que en el presente caso ha versado acerca de la Independencia de Cartagena que cumplió dos siglos: fue el día 11, del mes 11, del año 1811. Cartagena se ha adornado, se ha limpiado y se ha remozado profundamente desde mi primera estancia en ella hace cuarenta años, pero su estructura de calles dentro del recinto amurallado no ha variado, por lo que en estos mismos y precisos lugares tuvieron lugar aquellos sucesos atrevidos y arriesgados, represivos y punitivos de apuestas, riesgos, presiones y dubitaciones. Ahí mismo, con idénticos muros como testigos, que si pudieran hablar nos contarían cómo sucedieron los acontecimientos.

La sabia dirección académica del profesor Óscar Collazos para organizar conferencias y

en el programa de la Universidad Tecnológica de Bolívar y con el apoyo de la Fundación Carolina este fenómeno anual del Diplomado en el conocimiento vital del Caribe. Ningún alumno que se acerque a las aulas del Diplomado podrá permanecer indiferente, sea

empequeñecidos, como si el escenario robara protagonismo a los actores. Un Diplomado en Cartagena siempre será un éxito porque cuenta con uno de los mejores platós del mundo. Si a eso se añaden otros rasgos de la ciudad, los tintes de suspense de los piratas o los negocios del contrabando, es todo lo que se necesita para completar la imagen.

La historia no es más que la reconstrucción del pasado, al mismo tiempo sencillo y complejo. Sencillo, si se quiere, porque el ser humano tiene un número de registros limitado, que son semejantes en cualquier época. Salvo excepciones heroicas al hombre le mueven el poder, la riqueza y el prestigio. Cómo funcionen en cada momento o circunstan-cia es lo que añade la complejidad. El proceso fue el mismo en todo el territorio del virreinato ¿pero, por ejemplo, se desarrolló del mismo modo en Bogotá y en Cartagena? Evidentemente no.

En el proceso de independencia del Nuevo Reino de Granada, Cartagena tuvo un protago-nismo especial porque declaró antes que nadie su independencia absoluta y la mantuvo en solitario. El momento de adoptar un camino autónomo se presentó a raíz de los sucesos de 1808 en España, primero en Aranjuez y tras la invasión de los franceses y el apresamiento de Carlos IV y Fernando VII en Madrid, con el levantamiento del 2 de mayo, pues marca-ron la obligada toma de decisiones en todos los territorios americanos, también en Bogotá lo mismo que en Cartagena. Si no existía el monarca–salvo uno impostor- ¿quién tenía la soberanía? Como esta situación se prolongaba y ni siquiera había seguridad de que el rey español fuera a volver ¿no era ese el momento de recuperar el pueblo la soberanía cedida? Los municipios se

VII y, más tarde, en vista de que la exclusión de los Borbones se presentaba irreversible, al margen de la obediencia a la monarquía española.

Fue uno de los momentos más decisivos de la historia de Cartagena, porque se abrió un camino desconocido y no transitado hasta entonces. ¿Qué otros momentos pudo haber en el pasado de Cartagena comparables a ese, en que hubo que decidir entre el triunfo o el fracaso? ¿Quizás los asaltos a la ciudad en los siglos XVI, XVII o XVIII? En aquellas ocasiones no se habían presentado muchas dudas sobre la necesidad de resistir.

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PROLOGOPRÓLOGO

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En 1811, por su parte, había que adoptar una postura, había que posicionarse sobre si se rompía la �delidad a España o no, o si se buscaba una vía independiente con los consiguientes riesgos.

Cartagena es un marco ideal hasta para esceni�car los hechos del pasado, porque se conservan los mismos lugares, como en el caso del Santo Pedro Claver, cuya casa religiosa ahí está, el patio donde buscaría un poco de refresco en las rigurosas horas del calor también, su habitación y la iglesia donde celebró tantas Misas, impartió la doctrina y los sacramentos y donde permanece incorrupto. Ojalá pudiéramos decir lo mismo con respecto a otros personajes que representaron algo importante en la ciudad. Pero ahí está la catedral en el mismo lugar, el palacio de los gobernadores sin haber variado de emplazamiento o el Palacio de la Inquisición. Los grandes acontecimientos, los que podía conocer una ciudad de su tamaño y peso político sucedieron dentro de aquellos muros, los mismos muros actuales y en las mismas calles y plazas de hoy. Habrá que hacer un esfuerzo de imaginación para llenar esos espacios de las gentes de otras épocas, pero el escenario lo proporciona la ciudad como en pocos lugares del planeta.

Estoy seguro de que cada alumno del Diplomado ha sabido extraer sus conocimientos del tema tratado y, mucho más, una experiencia vital de la convivencia única y excepcional con compañeros, con profesores y con responsables de la dirección. No habrá dos que hayan tenido la misma vivencia, iguales sensaciones, las mismas sugerencias e inspiraciones al escuchar las conferencias y ponerlas en su máquina del tiempo comparándolas con sus previos conocimientos y experiencias. Por consiguiente, los trabajos son resultado de esa diversidad y de la re�exión muy personal que cada uno ha realizado. Cada uno tiene un aporte valioso, aun no pareciéndose entre sí. Dado que tampoco se trata de competir, demos la bienvenida a todos, porque lo más valioso es esa esencia destilada en el alambique de la re�exión. El proceso de independencia de Cartagena puede haber sido visto a la luz de una experiencia personal o comparado con el proceso vivido en su país de origen. Lo que nadie olvidará es la convivencia dentro del recinto de una ciudad única, que lo es por méritos propios, en un emplazamiento tropical verde-esmeralda, una ciudad amurallada de muros centenarios, con el “apóstol de los esclavos” de rango universal, las múltiples iglesias, las casas-palacio de frescos patios y �oridos balcones, las estrechas calles sombreadas, las solemnes puertas y portales, las plazas para las tertulias al caer la tarde y el mar tranquilo o rugiente, según los vientos y los muros y baluartes ceñidores para castigo y seguridad. Cuentan de un gobernador, Francisco de Murga, que en el primer tercio del siglo XVII exigía un permiso a los vecinos para abandonar la ciudad, aunque fuera para visitar sus campos, por la única salida hacia tierra adentro, que era la puerta de la Medialuna. Así como ese sistema defensivo se convertía en una servidumbre, también se volvía una garantía de poder parar los primeros asaltos, cuando se presentaba una amenaza exterior.

Que sirvan, pues, estos trabajos como ejercicio escolar, pero también como altavoz de unas instituciones que difunden los mejores valores del saber y de la convivencia, así como de una ciudad exclusiva y única, verdadero museo del mundo hispánico, que encierra en su interior un compendio de humanismo real y también heroico.

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Julián Ruiz

PROLOGOPRÓLOGO

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PROLOGOPRÓLOGO

· Profesor español Dr. Julian Ruiz Rivera· Director y Catedrático de Historia de América del Departamento de Historia de América de la Universidad de Sevilla. · Licenciado en Humanidades Clásicas por la Universidad Católica del Ecuador, · Licenciate in Philosophy by the University of Saint Louis. · Master of Arts in Modern History by the University of Saint Louis. · Autor de publicaciones como La Venta de Cargos y el Ejercicio del Poder en Indias 2007 y Cartagena de Indias y su Provincia: una Mirada a los Siglos XVII y XVIII 2005.

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Julián Ruiz Rivera

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· Fotografía: · Cesar Augusto Gutiérrez Pérez · Patricio Vera ·

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· Fotografía: · Cesar Augusto Gutiérrez Pérez · Nathália Henrich · Patricio Vera · Juan David Murillo ·

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Alonso de Sandoval:Un tratadista en Cartagena de IndiasAndrea Guerrero Mosquera

1Por citar algunos de los estudios: Navarrete, María Cristina, “Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII”, en Chaves Maldonado, María Eugenia, Ed., Genealogías de la diferencia. Tecnologías de la salvación y representación de los africanos

Ocampo López, Javier, “Ideario del Padre Alonso de Sandoval S.J. sobre la Esclavitud en el Nuevo Reino de Granada. Siglo XVII”, en Colombia en sus ideas, Tomo I, Bogotá, Ediciones Fundación Universidad Central, 1998, 133-149; Almeida de Souza, Juliana Beatriz, “Guerra justa y gobierno de los esclavos: la defensa de la esclavitud negra en Bartolomé de las Casas y Alonso de Sandoval”, en Chaves Maldonado, María Eugenia, Ed., Genealogías de la diferencia, 58-86; Gutiérrez Azopardo, Idelfonso, “La iglesia y los negros”, en Borges, Pedro, Ed., Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas: (siglos XV-XIX), Volumen I, Aspectos Generales, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1992, 321-337; Olsen, Margareth M. , Slavery and salvation in colonial Cartagena de Indias, Florida, University Press of Florida, 2004; Sanín Fonnegra S.J., Javier, Aproximación a la lectura de Alonso de Sandoval, Colombia, Tatiana Grosch Obregón , Ed., 2011; Picón Salas, Mariano, “Sandoval el olvidado”, en Américas, Washington. Vol. 3, No. 1, Ene. 1951, 13-15; Franklin, Vincent P., “Alonso

No. 3, Jul. 1973, Association for the Study of African American Life and History, 349-360,

Estudiante del Doctorado en Historia de América Latina. Universidad Pablo de Olavide, Sevilla-España.

Introducción

Este trabajo versará alrededor de dos conferencias del Diplomado “Cartagena de Indias: Conocimiento vital del Caribe”: la del doctor Enrique Muñoz, titulada “Cartagena de Indias en la formación de músicas y danzas del Caribe colombiano. Siglos XIX y XX”; y la del doctor Jorge Sandoval, titulada “Las

del padre Alonso de Sandoval, quien vivió en Cartagena de Indias en el siglo XVII; y la segunda conferencia enmarcó a Cartagena en la construcción de las

presente ensayo es evidenciar la obra de Alonso de Sandoval.

¿Quién fue Alonso de Sandoval?

De la obra y vida de Sandoval se han realizado numerosos estudios.1 Durante su estancia en Cartagena evangelizó a los esclavos que arribaban desde los puertos africanos.

Sus biógrafos señalan unas posibles fechas de nacimiento: según lo expresado por el jesuita al ingresar a la Compañía de Jesús en la ciudad de Lima el 30 de junio de 1593, su edad era de 17 años y entonces habría nacido en 1576. Del mismo modo, no es preciso el lugar donde ocurrió; sobre el particular hay datos contradictorios pues en el acta de su admisión en la Compañía dijo que era natural de Sevilla, pero en sus libros dice ser natural de Toledo.

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1http://www.jstororg/stable/27l6784 (Consultado el 17/04/2011); Aristizábal, Tulio, Los Jesuitas en Cartagena de Indias, Cartagena, Espitia Impresores, 2ª Edición, 2009; Marzal, Manuel M. “La evangelización de los Negros americanos según el De Instauranda Aethiopum salute”, en Negro Tui, Sandra y Marzal, Manuel María, Esclavitud, economía y evangelización: las haciendas jesuitas en la América, Fondo Editorial Lima, PUCP, 2005, 19-42;Restrepo, Eduardo, “De Instauranda Aethiopum Salute: Sobre las ediciones y características de la obra de Sandoval”, en Tabula Rasa, No. 3, Enero-diciembre. Bogotá, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, 2005, 13-27; Buitrago Escobar, Flor Ángela, “De Instauranda Aetiopum Salute de Alonso de Sandoval: Discurso que justi�ca el ministerio religioso”, en Ortiz, Lucía, Ed., “Chambacú, La historia la escribes tú”. Ensayos sobre cultura afrocolombiana, Madrid, Frankfurt, Iberoamericana, 2007, 319-348; Granada, Germán de, “Un temprano testimonio sobre las hablas criollas en África y América (P. Alonso de Sandoval, De Instauranda Aethiopum Salute, Sevilla, 1627), en �esavrvs Boletín del Instituto Caro y Cuervo, Tomo XXV, No. 1, Enero-Abril, 1970, 1-11; Fernández, José, Apostólica y penitente vida del V. P. Pedro Claver, de la Compañía de Iesus . Sacada principalmente de informaciones jurídicas hechas ante el Ordinario de la Ciudad de Cartagena de Indias, Zaragoça, Diego Dormer Imp. 1666; Eljach, Matilde. “Un territorio blanco para María Mandinga”, en Convergencia, Vol. 12, No. 37, México, Universidad Autónoma del Estado de México, 2005, 115-133; Rey Fajardo, José del, Los jesuitas en Cartagena de Indias 1604-1767, Bogotá, Ceja, 2004, 286-287; Tardieu, Jean-Pierre, L'église et les noirs au Pérou (XVI� et XVII� siècles), Bordeaux, 1987; Rivas Gamboa, Ángela, “Fantasías del cuerpo, apetitos del alma . Alonso de Sandoval: Una etnografía histórica de África en Cartagena de Indias Siglo XVII”, en Maya Restrepo, Luz Adriana, Ed., Geografía humana de Colombia. Los Afrocolombianos, Tomo VI, Bogotá, Editora Guadalupe, 1998, 55-76.

Posiblemente este último dato proviene del lugar de procedencia de su familia, lo cual no indica necesariamente que él haya nacido en dicha ciudad.

Alonso de Sandoval nace en el seno de una familia española, que se trasladó a la ciudad de Lima. Su padre Don Tristán Sánchez de Toledo, fue nombrado como Contador de las Cajas Reales de Lima, razón por la cual tuvo de viajar junto con su familia: Doña María de Figueroa y Aguilera y sus hijos. Sandoval eligió la vida religiosa, al igual que su cinco de sus once hermanos, que lo habían hecho también.

Llegó a Cartagena en 1605; en 1617 viaja a Lima para arreglar algunos asuntos. En 1619 regresó a Cartagena y es nombrado Procurador General de la Provincia del Nuevo Reino. En 1623 solicitó del General de la Compañía de Jesús su traslado al Perú, pero fue asignado como Rector del Colegio de Cartagena en 1624. En 1651 se desató en la ciudad de Cartagena una violenta epidemia y Sandoval fue uno de los afectados por la enfermedad; murió el día de Navidad de 1652.

La Cartagena de Indias en época de Sandoval

La Cartagena de Indias del siglo XVII era una pequeña ciudad que apenas estaba �oreciendo con su economía sustentada en el comercio de esclavos, metales y piedras preciosas.

No tenía grandes construcciones; éstas eran de tablas, algunas hechas en piedra coralina. Había más de 1500 españoles; unos 3000 o 4000 esclavos negros que trabajaban en la servidumbre, y pocos indígenas. Con el tiempo la situación cambió para la ciudad, se inició el auge de la trata negrera, lo cual empezó a re�ejarse en el aspecto de las construcciones, “civiles y religiosas se levantaron en piedra y cal y canto, con techos de teja y ladrillos.”2 Al mismo tiempo se iniciaron las forti�caciones que “se empezarían a levantar en 1614, siendo gobernador don Diego de Acuña.”3

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2Sanín Fonnegra S.J., Javier, Aproximación a la lectura de Alonso de Sandoval. Editado por Tatiana Grosch Obregón. Colombia. 2011, p.45.3Ibid, p. 42.4Aristizábal, Tulio, Los Jesuitas en Cartagena de Indias. Cartagena: Espitia Impresores. 2a Edición. 2009, p. 79.5Ibid, p. 41.

·Foto: Augusto Gutiérrez Pérez·

Como se mencionó, en 1624 Alonso de Sandoval es nombrado rector del Colegio de Cartagena, que contaba con unos 100 estudiantes para la época. Mientras ejerció este cargo tuvo problemas, ya que era muy exigente con la disciplina religiosa, y por ello recibe un llamado de atención del Superior, para que “no sea áspero, desabrido y riguroso con sus súbditos.”4 También recibió reprimenda por algunas acciones: 1° En un acto público del colegio se representó la vida de San Ignacio y permitió que dos muchachos utilizaran trajes de mujer; y 2° enviar al hermano Jerónimo Valerio a comerciar a Cabo Verde: vendía camisas y jabones, bálsamos, vino y otros objetos. Este último acto provocó que fuese retirado de su cargo de rector del Colegio de Cartagena en 1627.

El Colegio de la Compañía de Jesús y la muralla de la ciudad

Para �nales del siglo XVI no había un colegio jesuita en Cartagena, por lo que sus habitantes deciden solicitar que se les concedieran el privilegio de tener esta orden en la ciudad para la educación de sus hijos. Y el “25 de octubre de 1603 el rey Felipe III resuelve acoger las peticiones de los cartageneros.”5 Al llegar los jesuitas a tierras cartageneras fueron recibidos con los brazos abiertos, pero duró muy poco la amabilidad de las personas, porque se propagaron rumores de que San Ignacio de Loyola había muerto excomulgado; estos rumores causaron que los habitantes de Cartagena no colaboraran con los jesuitas; el único que los ayudó fue el portugués Manuel Artiño, quien había sido su alumno en el colegio de Évora.

Para Sandoval fue causa de asombro llegar a Cartagena y no encontrar precisamente un colegio; lo que encontró fue una casa en donde faltaba todo para que funcionase bien la institución. Dentro de las carencias se puede nombrar que no había dónde cocinar para el personal de la casa y además vivían de las limosnas.

Al �nal en la casa del portugués se fundó el primer colegio que abrió sus puertas con unos 60 estudiantes; la situación de los sacerdotes mejoró notablemente, ya que los habitantes de Cartagena se empezaron a interesar en dicho colegio; tanto mejoró la situación que con el tiempo le propusieron al portugués comprar la casa. Después el espacio les quedó pequeño y por ello buscaron un lugar más amplio cerca al mar; entonces los jesuitas “venden la casa de la plaza mayor y compran a doña Luisa de Saavedra otra por 8.000 pesos, cercana al nuevo terreno, y una más a doña María de Esquivel por 2.200 reales de a ocho castellanos”.6Ahí construyeron el nuevo colegio, la iglesia y el Claustro, edi�caciones que existen en la actualidad. En la construcción intervino el Hermano Andrés Alonso,7 arquitecto que llegó en 1607 a Cartagena, a quien Mucio Vitelleschi en 1616 felicita “por haber acabado la iglesia de ese Colegio y que haya salido tan bien.”8

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6Ibid, p. 61.7En SantaFé inició el templo, en Tunja modi�có la residencia, en Panamá colaboró en la construcción del colegio.8Aristizábal, Tulio. Op. cit, pp. 61-62.9Ibid, pp. 134-135.10Ibid, pp. 135-136.11Buitrago Escobar, Flor Ángela, op.cit., p. 322.

Para el siglo XVII, con el auge de los asientos, Cartagena tuvo un cambio social y económico, pasando de ser una región agrícola y ganadera a ser centro del comercio de la trata negrera; al mismo tiempo que creció se convirtió en un punto atractivo para piratas y corsarios, por lo cual la construcción de las murallas se hizo muy importante.

A pesar de haber diseñado bien el trazo de la construcción de la muralla, se levantó el baluarte de San Ignacio sobre los predios del terreno que los jesuitas habían destinado para el colegio, lo que dio origen al pleito entre la Corona y la orden religiosa. Esta invasión del terreno provocó que los padres de la Compañía acudieran en 1627 al Consejo de Indias, ya que la muralla no les permitía continuar con la construcción. El gobierno de la época no deseaba derribar la muralla por lo cual “Don Francisco de Murga, Caballero de la Orden de Santiago, Maestre de Campo, experto ingeniero, gran amigo de la Compañía, y entonces suprema autoridad de la Ciudad, permitió a éstos edi�car parte de su Colegio sobre la muralla.”9 Con este permiso se continuó con la construcción del colegio y se mudaron a este espacio con la edi�cación aun sin terminar.

Cuando ya había �nalizado la construcción del establecimiento comenzaron los problemas para la orden religiosa en Cartagena. Durante el gobierno de Don Melchor de Aguilera se vuelve a agitar el tema del colegio y la muralla, en 1638, porque a él no le parecía prudente que una construcción estuviera sobre las defensas de la ciudad, y lo que complicó más las cosas es que se habían hecho dos perforaciones para puertas de entrada y salida por el sector de la muralla que cruzaba por el colegio. Por parte de Don Melchor fue una lucha constante con la intención de tumbar el colegio y desalojar a los jesuitas; entonces “en 1656, otro ingeniero, Juan de Somovilla Tejada propone una solución que satisface a ambas partes y pone �n al con�icto: el Colegio permanecerá en su sitio, y la comunidad que lo dirige, a su costa, construirá, setenta pies más afuera, una segunda muralla o cortina que comunique los baluartes de San Ignacio y de San Francisco Javier.”10

Sandoval y la evangelización de esclavos en Cartagena de Indias

Sandoval inició sus labores con los negros en 1606 y se percata del problema de los bautizos que les daban a los negros en los puertos africanos, cuestión que trató de resolver ante el Tribunal de la Inquisición instaurado en Cartagena en 1610, por aquello de los dobles bautizos y no cometer pecado por ello, tanto que el “el 19 de julio de 1610 Sandoval presentó a tres testigos ante el alcalde de Cartagena, quienes hablaron de cómo hacían los bautizos en los puertos antes de embarcarse”,11 con los cuales quedaba claro que la obra del jesuita con los esclavos estaba bien fundada y las dudas con respecto a la misma fueron satisfechas.

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12Eljach, Matilde, op.cit., p. 123.13Se debe tener en cuenta que dicho libro se acogió como sugerencia que realizó el Arzobispo de Sevilla Don Pedro de Castro y Quiñones, en su catecismo que el mismo Sandoval recoge en su 14Tratado.“La fama deste ministerio, q� dava tanto aumentos, y prometia mayores a la Iglesia, hizo gran ruido en todas partes; y llenó al P. Sandoval de cartas; en q los hombres mas graves, y mas perfectos de la Religion le agradecían averlo empeçado, le animavan a proseguirlo, y rogaban les participàce el fruto del trabajo. Los Generales fueron los primeros en este reconcocimiento tan debido; y el P. Mucio Viteleschi, con zelo de que no faltàse el ministerio, saltando el P. Sandoval, ordenò, que se pudièsen otros de su escuela para que aprendiendo de èl a exercitarle, pudièsen sustituyrle”. Fernández, José, Apostolica y penitente vida de el V. P. Pedro Claver, de la compañía de Iesus. Sacada principalmente de informaciones juridicas hechas ante el Ordinario de la Ciudad de Cartagena de Indias, 125.15Aristizábal, Tulio, op.cit., p. 71.16Marzal, Manuel, op.cit., p. 22.17Aristizábal, Tulio, op.cit., p. 80.

Al llegar los navíos al puerto, Sandoval y sus ayudantes acudían a recibir a los esclavos; lo primero que hacían era “averiguar cuántos eran, de qué naciones y puertos de embarque procedían, qué enfermedades traían, cuál su gravedad y cuáles no estaban legítimamente bautizados. Remediaban primero sus males físicos sobre todo su sed y después se interesaban por el alivio espiritual.”12 Para no perderles el rastro, anotaban por escrito los lugares adonde los llevaban a curar, en qué sitios se encontraba el resto de la armazón y cuántos habían quedado en los navíos por enfermedad, todo esto quedaba consignado en un libro13 y a cada uno de los bautizados se les regalaba una medalla de estaño para, de esta forma, reconocer a los ya bautizados.

Su labor con los esclavos era exaltada por los demás sacerdotes y autoridades de la ciudad, sus superiores, lo cual se re�eja en las páginas iniciales del texto y en las diferentes aprobaciones, en donde le felicitan por su obra y la intención de ésta de dar a conocer un poco la nación de los etíopes y la salvación de sus almas. Al padre Sandoval le llegaban cartas de todas partes felicitándole por su labor;14 e incluso al viajar a Lima el Provincial se disgustó ya que dejó esta labor en manos del Padre Claver y del Padre Juan de Cabrera, quienes lo hacían de buena fe y con empeño, tal y como se señala en el siguiente fragmento de una carta del 17 de febrero de 1618 que el Padre General Vitellechi le escribe al Provincial Manuel de Arceo: “No quisiera que el P. Alonso Sandoval hubiese ido al Perú por ese negocio, dejando el misionero de los negros en que con tanto ejemplo y con tanto servicio de Dios y bien de las almas estaba tan bien empleado; y a la verdad, pudierase haber echado mano de otro que no hiciese tanta falta; y por más que haga el P. Juan de Cabrera, cierto es que no podrá llegar con mucho a lo que con esos pobres hacia el P. Sandoval.”15 Al mismo tiempo que su labor era del agrado y estima de sus superiores, se solicitó en dos ocasiones a la Provincia del Nuevo Reino de Granada realizarle una distinción en la ciudad de Cartagena: la primera dirigida a Vitellleschi y la segunda a Carafa,16 ocasiones en las que la respuesta fue negativa por que, según los superiores en Roma, esta práctica iba en contra de la costumbre de la Compañía de Jesús,17 a pesar de esto Sandoval continuó con su labor con los negros hasta el día de su muerte.

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18Término usado por Sandoval para designar a los intérpretes.19Llamado así por Agustino Ambrosio Calepino, escritor del siglo XVI que publicó Dictionarium en once lenguas. Entonces, como el esclavo manejaba once lenguas africanas, se le asignó este nombre característico. Probablemente ya había fallecido en el momento del proceso de beati�cación, ya que no aparece entre los declarantes.

·Foto: Augusto Gutiérrez Pérez·

Las di�cultades de la evangelización: los chalones

A pesar de la disposición de la Compañía de Jesús por evangelizar a los esclavos que arribaban en los navíos, había un problema que sufrían los sacerdotes que era innegable: el lenguaje, ya que estos procedían de lugares diferentes de África y hablaban diferentes lenguas y no conocían el español, razón por la cual se hicieron necesarios los chalones.18

En un inicio Sandoval se valía de los esclavos que vivían en Cartagena y que ya habían aprendido la lengua española; después los jesuitas debieron comprar esclavos que les sirvieran de intérpretes, se buscaron esclavos de las naciones que comúnmente llegaban a Cartagena, llegando a tener alrededor de 21 esclavos a su servicio, de los cuales algunos sabían varias lenguas al tiempo, entre los que se puede destacar al que llamaban “El Calepino.”19 Además del ‘Calepino’ hubo otros esclavos que se mencionan en el Proceso de beati�cación y canonización de san Pedro Claver.

Antes de que estos esclavos iniciaran sus labores de intérpretes, además de saber bien el español para que la información que se trasmitía de una persona a otra fuera precisa, debían ser bautizados y recordarles la importancia del secreto de confesión y lo que ello implicaba, para así no tener problemas posteriores con los esclavos y los bautizos como tal, ya que era muy importante que los bozales supieran lo que los jesuitas estaban haciendo.

“Naturaleza, policía sagrada i profana, costumbres i ritos, disciplina i catecismo evangélico de todos los etíopes”

Sandoval se preocupó, en su obra, por darle al lector una idea de cómo eran las culturas africanas, pero por otro lado también se dedica al planteamiento de un catecismo para la evangelización de los negros, agregando una panorámica de las acciones de la Compañía de Jesús en esta labor.

Con anterioridad a que el padre Sandoval publicase su texto ya había editado, en 1619, la traducción del portugués de la biografía de San Francisco Javier, escrita por el padre Juan de Lucena. Estando en Cartagena de Indias, como ya se ha mencionado antes, empieza a trabajar con los negros, se preocupa por sus bautismos y escribe algunas cartas y memoriales, textos con los cuales queda demostrada su preocupación por el ministerio de los negros que llevaba a cabo. Estos fueron un preámbulo de su Naturaleza, policía sagrada i profana, costumbres i ritos, disciplina i catecismo evangélico de todos los etíopes, que fue publicado en 1627 en la ciudad de Sevilla, por el impresor Francisco de Lira, cuando él ya había trabajado con los esclavos por más de veinte años y tenía aproximadamente 50 años de edad, es decir que ya tenía la madurez conceptual su�ciente como para escribir este tipo de texto; pero pudo mejorar su obra veinte años después con otra publicación, que como él mismo menciona en su texto, está más ampliada y mejorada que la anterior edición,

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20“Sale Segunda ves à luz el tomo De Instauranda Æthiopum salute, tanto le he acrecentado, que siendo el mismo, viene à ser distinto por su grandaza; y yà con alientos de grande, quiere reconocer por su Autor à V.P. muy Reuerenda, alegando ser tan vnos los que son hermanos, que no puede auer cosa entre ellos, que no sea indiuisa, y tan propia de ambos, como lo es, la sangre q� los enlaza”. Sandoval, Alonso de, TOMO PRIMERO de Instauranda Æthiopum Salute Historia de Æthiopia, Naturaleza, Policia Sagrada y profana, Costumbres, ritos y Cathecismo Evangelico, de todos los Æthiopes có que se restaura la salud de sus almas. Dividida en dos tomos illustrados de nuevo en esta segunda impresion con cosas curiosas y provechosas y indice muy copioso, Madrid: Alonso de Paredes (Impresor). 1647. (s.p.).21Rey Fajardo, José del, La Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Javeriana, 1706-1767, Inédito.22Splendiani, Ana María y Aristizábal, Tulio. Proceso de beati�cación y canonización de san Pedro Claver. Bogotá: Ponti�cia Universidad Javeriana. 2002, 84. Con “asuntos de la Religión” se re�ere a un asunto relacionado con el colegio de Cartagena.23Buitrago Escobar, Flor Ángela, op. cit., p. 324. Con “asuntos económicos” se re�ere con esto a unos donativos que recibió el colegio de Cartagena, por lo cual el Padre General se molestó y le escribe al Provincial de Nueva Granada, el 17 de febrero de 1618: “No quisiera que el P. Alonso Sandoval hubiese ido al Perú por ese negocio, dejando el misionero de los negros en que con tanto ejemplo y con tanto servicio de Dios y bien de las almas estaba tan bien empleado; y a la verdad, pudiérase haber echado mano de otro que no hiciese tanta falta; y por más que haga el P. Juan de Cabrera, cierto es que no podrá llegar con mucho a lo que con esos pobres hacia el P. Sandoval” ”. Aristizábal, Tulio, op.cit., p.71.

con el complemento de la información que había cosechado durante ese tiempo de investigación; la reedición se titula TOMO PRIMERO de Instauranda Æthiopum Salute Historia de Æthiopia, Naturaleza, Policia Sagrada y profana, Costumbres, ritos y Cathecismo Evangelico, de todos los Æthiopes cō que se restaura la salud de sus almas. Dividida en dos tomos illustrados de nuevo en esta segunda impresion con cosas curiosas y provechosas e índice muy copioso, impreso en 1647, en Madrid. Lastimosamente solo se cuenta con este primer tomo de la obra, lo cual la hace en cierto modo incompleta. Sobre las ediciones, los estudiosos de Sandoval hacen anotaciones al respecto de las dos, 1627 y 1647, siendo la segunda edición, tal y como lo señala el mismo autor, más rica que la anterior.20

Sandoval se esmeró en que el primer tomo de la segunda edición fuese más completo en su contenido; de hecho hace más notas al margen y dentro del texto que en el anterior, que le permite complementar la información.

El libro de Sandoval puede ser considerado como uno de los textos más completos sobre la etnografía de África del siglo XVII. En él Sandoval diseñó una difícil arquitectura de asistencia espiritual y material para el esclavo que llegaba a Cartagena y cuya experiencia logró traspasar a su libro.21 Con el pasar del tiempo y de hablar con los esclavos, tra�cantes y navegantes Sandoval era un gran conocedor de la cultura africana: sabía de las diferentes etnias, lenguas, antigüedad, dignidades y realezas de los africanos.

Muchos de los estudiosos de la obra de Sandoval a�rman que la primera edición del Tratado fue redactada durante un viaje que realizó a Lima entre 1617 y 1619, años en los que el jesuita se ausentó de Cartagena —dejando a Claver y Juan de Cabrera como encargados del ministerio de los negros—, para atender “asuntos de la religión”22 o “asuntos económicos”.23

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24Fernández, José, op.cit., p. 127.25Solano Alonso, Jairo, “Juan Méndez Nieto y Pedro López de León: el arte de curar en la Cartagena de Indias del siglo XVII”, en Meisel Roca, Adolfo y Calvo Stevenson, Haroldo, Eds. Cartagena de Indias en el siglo XVII, Cartagena, Banco de la República. 2007, pp. 385-436; Bataillon, Marcel, “Riesgo y ventura del ‘Licenciado’ Juan Méndez Nieto”, en Hispanic Review, Vol. 37, No. 1, Pennsylvania, University of Pennsylvania Press, 1969, 23-60, http://www.jstor.org/stable/471428 (Consultado el 17/04/2011).

Pero el mismo autor en su Tratado muestra cómo él estando en la ciudad de Cartagena en 1619 aún estaba escribiendo el texto haya sido redactado en su totalidad en la ciudad de Lima es improbable, si se tiene en cuenta que le llevó casi veinte años escribir el tomo primero de la segunda edición; pero sí se puede decir que gran parte del trabajo de investigación lo realizó en dicha ciudad. Muchos de los textos que en el tratado se mencionan, como por ejemplo el del padre Acosta, los pudo haber leído durante su estancia en Lima. Pero el mismo autor en su Tratado muestra como él estando en la ciudad de Cartagena en 1619 aún estaba escribiendo el texto: en la página 18 menciona un suceso de una Carta Anua de México con fecha de 1622 y más adelante en su relato nombra también un suceso en la ciudad de Quito en 1620 y otro en 1621, lo que permite ver que el escrito no estaba terminado antes de 1622. El argumento de los estudiosos de esta obra, que desde luego es válido, nace del supuesto de que para la época el colegio de los jesuitas de la ciudad de Cartagena, por estar en sus comienzos, no tenía una biblioteca su�ciente como para que el Padre pudiese consultar y escribir su texto, debido a las fuentes que él mismo cita, pero este argumento se puede repensar por dos situaciones:

1.El padre estuvo en Lima por asuntos del colegio, los cuales le tenían bastante ocupado y por otro lado, José Fernández proporciona un aspecto más: “En Lima no estuvo ocioso; porque hizo en sus contornos diez y seys Misiones, en que reparò nulidades sin numero de Consesiones, y Bautismos. Mientras èl hacìa la causa de Dios, dispuso su Magestad felìzmente la de sus negocios; y concluidos se restituyò a Cartagena, repitiendo en la buelta los exercicios que llevò en la ida”24. Obras de evangelización que evidentemente le quitaban el tiempo para dedicarse exclusivamente a la investigación y redacción de su texto.

2. El padre no solo podía hacer sus consultas en Lima, de hecho las pudo haber realizado en la misma ciudad de Cartagena a pesar de la carencia de libros en el colegio. Hay que recordar que el médico Juan Méndez Nieto25 vivió en Cartagena de Indias y arribó a la ciudad antes que llegara Sandoval, en 1569, y escribió el texto titulado: Discursos medicinales, texto para el cual empleó una amplia bibliografía: en un inicio �lósofos latinos, que Sandoval también cita en su texto, los cuales podían estar en la biblioteca personal de Méndez Nieto o de alguna otra en la ciudad -con las cuales Sandoval tenía contacto por aquello de la evangelización de los esclavos-, que pudiese usar para la edición de 1627 y que posteriormente complementaría en la edición de 1647.

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26Sandoval, Alonso de, op.cit.

Además de lo anterior, el mismo Sandoval dice que tenía contacto con los capitanes de los navíos, a quienes Sandoval podía haberles encargado algunos libros que necesitara sobre la historia de África. Del mismo modo que algún padre o hermano de la Compañía de Jesús que estuviese en las misiones africanas le pudo haber mandado información o textos que el padre solicitara. Lo que sí es curioso es que haya tenido acceso —estando en Cartagena— a diferentes Cartas Annuas: una de México de 1622 y dos del padre Hernando Guerrero, una de 1608 y otra de 1618, y que por el contrario el acceso de libros solo lo haya tenido en la ciudad de Lima. Sumándose a esto se debe retomar el hecho de que el primer tomo de la segunda edición le demandó 20 años escribirlo, y durante este tiempo no fue hasta la ciudad de Lima, Santafé o Quito para recolectar información, simplemente usó lo que tenía en Cartagena, que al parecer era su�cientemente abundante para acrecentar en gran medida los conocimientos que plasmó en este texto y que él mismo se sorprende exponiendo en el prólogo lo siguiente: “Sale Segunda ves à luz el tomo De Instauranda Æthiopum salute, tanto le he acrecentado, que siendo el mismo, viene à ser distinto por su grandeza.”26 Lo que deja ver que había hecho una labor de investigación, tal vez, más ardua que en la edición de 1627 y que se puede constatar al comparar las dos ediciones.

Por los argumentos anteriores es preciso decir que el texto no fue redactado en Lima y mucho menos que Sandoval “llevara un carpacho” del manuscrito debajo el brazo al llegar a Cartagena. Más bien es necesario anotar que gran parte del texto lo escribió en Cartagena. Se puede pensar es que esa información estaba en la ciudad en el momento que se escribió el libro; asimismo se puede colegir que los libros e informaciones que no estaban en Cartagena el padre los encargó a algunos de los tratantes de esclavos con los cuales evidentemente él tenía contacto muy a menudo por el trabajo de evangelización que se llevaba a cabo con los bozales y también por medio de cartas a sus colegas de la orden religiosa, como es el caso de las Cartas Annuas que él cita en varias ocasiones. Toda esta información debió ser complementada con lo consultado en Lima en su estancia de dos años, la cual posteriormente agrandaría para una segunda edición del Tratado.

Hasta aquí la obra de Sandoval y su vida en la Cartagena de Indias del siglo XVII, donde realizó un excepcional trabajo con los esclavos. Fue Cartagena el lugar adecuado para que Alonso de Sandoval escribiera su texto ya que a este puerto arribaban gran cantidad de negros traídos desde diferentes puertos de África.

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De la sangre derramada y otros fuegos encendidosResistencias en la música del Caribe colombiano.

Augusto Gutiérrez Pérez

penosa reencarnación. Vuelta al todo, anulación de la dolorosa individualidad, llegar a ser dios quiere decir: haber ensanchado tanto el alma, que pueda volver a comprender nuevamente el todo”. Hermann Hesse

Colombia, al igual que este trozo continental de tierra que llamamos América Latina, es parte de una innegable realidad violenta, cuyas raíces están esparcidas en el viento de la historia, desde aquel momento no remoto en que nos fue azotada y carcomida la piel por la espada y la cruz.

Empezamos a contar en el paginar de la historia universal como un pueblo sometido, expropiado, humillado y esclavizado. Un pueblo que al encuentro con la otredad le fue inyectada la furia reprimida de esa España saqueada e invadida durante siglos. Una España que –recordando a Carlos Fuentes en El espejo enterrado- guardaba en su seno el ansia de poder y represión, la tenacidad y la sed de invertir los papeles y ser el verdugo –conquistador- en vez del conquistado.

Sin embargo, la certeza o verdad última de este encuentro desgarrador aun está en entredicho. Si bien es innegable el rastro de la violencia en las cadenas y látigos, la sangre derramada y los huesos pulverizados en el aire putrefacto de la impunidad, también resultan innegables aquellos signos consumados, huellas indelebles, mensajes cifrados y actos de resistencia que hablan de una capacidad de simbolización y subversión del orden imperial en expansión, trasfondo histórico de la conquista y la colonización.

La resistencia de nuestros y nuestras ancestros indígenas, acompañada además de la fuerza vital de la cultura africana, fue un proceso inherente a la expansión del imperialismo monárquico español. Los espacios simbólicos de las nuevas

y enmascarar las cosmogonías, simbologías y creencias propias de los pueblos sometidos, abrazándolas con los nuevos símbolos “heredados” de la religión y la cultura hispánica.

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Bogotá, 1988. Estudiante de pregrado, último semestre de Sicología,Universidad Nacional de Colombia.

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1No es que el ejercicio de la violencia no estuviera presente en los pueblos originarios, de hecho Octavio Paz en Conquista y Colonia habla de una pirámide vertical, opresiva y rígida para hacer referencia la estructura y funcionamiento imperial mantenida por los aztecas antes de que Cortés pusiera sus pies en la tierra mexicana. Paz retrata cómo el Imperio absorbía pequeñas sociedades poniéndolas al servicio de sí; incluso esclavizaba y tra�caba esclavos, obtenidos como botín de guerra tras numerosas contiendas, sin embargo, nada de esto es comparable con la vastedad y la fuerza brutal del imperio español.2En el caso colombiano, Fernán González analiza en su texto Poblamiento y con�icto social en la historia colombiana (1994) la coincidencia existente entre determinadas partes del territorio nacional compuesto por “poblaciones sueltas”, y la constante violencia en los siguientes periodos: (a) el periodo colonial (siglo XVII - XVIII) cuyos “espacios vacíos” –localizados fuera de las márgenes de las ciudades coloniales y por ende, de la jurisprudencia del poder colonial y la autoridad eclesial-, eran fundados por migraciones espontáneas de blancos pobres, mulatos y mestizos expulsados por el modelo colonial, excluyente y jerárquico en cuanto a la organización del territorio y la producción. En éste periodo destaca la tensión entre las colonizaciones espontáneas de baldíos fuera de la ciudad colonial y el interés por someterla al poderío y soberanía de la misma, tensión que deviene en fuente inminente de con�icto; (b) El periodo de la colonización regional y la Guerra de los Mil Días (siglo XIX), caracterizado por las olas migratorias al interior de las regiones y zonas montañosas (en Antioquia, Cundinamarca, Magdalena y Santander, básicamente), es decir, por nuevas colonizaciones espontáneas del territorio, que arrastraban a su vez sus propias jerarquías sociales, estructuras familiares y formas de cohesión social. Estas olas migratorias, luego de asentarse en lugares relativamente aislados, dan lugar a nuevas tensiones por la expansión de latifundios y haciendas sobre los minifundios y baldíos, lo que origina guerras por la defensa del territorio conquistado o por la contención de dicha expansión latifundista característica de los primeros momentos de la república, y (c) el periodo de La Violencia, en los años 40 y 50, caracterizado por la con�guración de identidades políticas ligadas al par antinómico liberal-conservador, que a su vez, encubrían con�ictos socio raciales de antaño, pero que permitían además generar procesos de diferenciación local y/o regional ligados a: el tipo de estructura familiar o social, la identidad territorial (latifundista, minifundista), los procesos históricos de apropiación del territorio (marginación u olas migratorias) entre otros. En síntesis, los aportes de Fernán González nos permiten entrever cómo el con�icto colombiano es una trama histórica en la que intervienen relaciones de poder ligadas al dominio del territorio, con�ictos socioraciales, identidades políticas, odios heredados y, grosso modo, ausencia de un poder estatal uni�cador, dada la desvertebrada geografía del territorio.

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·Foto: Augusto Gutiérrez Pérez·

Sin duda alguna, esta innegable capacidad de simbolización (resigni�cación o creación de nuevas signi�caciones en medio del proceso de esclavización), es la que origina múltiples explosiones de resistencia condensadas en la música, el arte, las festividades y literatura de nuestros pueblos.

Y es justamente allí, en la resistencia y las luchas simbólicas, donde podemos también vernos al espejo como gestores de la historia, luchando aún contra la mordaza invisible del olvido que impide o acalla el apetito voraz de libertad… ¿una auténtica libertad?

Si bien de punta a punta del continente, y especialmente en Colombia, la violencia fue uno de los motores históricos (desde la Conquista y la Colonia,1 adentrándose en la independencia y la formación de los incipientes estados nacionales2), es imprescindible reconocer que las diversas resistencias fueron también motores históricos; es más, ambas polaridades han otorgado a nuestra realidad ese �ujo dialéctico, ese vaivén entre lo utópico y lo real, el querer ser y el ser. De ahí la importancia de la metáfora del espejo enterrado construida por Carlos Fuentes (2001), cuyo signi�cado remite a esa doble faz, esa dualidad –negada, reprimida o aceptada- que esculpe nuestro rostro latinoamericano: ser español e indígena o esclavo a la vez; blancos en pigmento, pero con sangre negra; hijos de una Europa moderna, supuestos sujetos modernos civilizados –forjados bajo el ideal de la abstracción-, y simultáneamente esos que en la vida cotidiana despliegan sus creencias originarias y hacen su lectura del mundo a partir de las mismas.

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3Los ritos, cultos y creencias del pueblo afrodescendiente presentes en la santería son uno de tantos ejemplos concretos de tal resistencia al cambio y perduración de las cosmogonías autóctonas de aquellos pobladores traídos como esclavos.4Canción ¿A dónde van?, compuesta por Leonardo Gómez y Diana Hernández, grupo María Mulata.

Curiosamente esta dualidad propia de América Latina es la que impide hablar a la ligera de una historia lineal que paulatinamente se va desarrollando, superando los estadios anteriores, al estar encaminada al progreso. Dicha versión, hegemónica occidental, expresión del mito de occidente (véase Mairet, 1980), estalla en la realidad vivida y cotidiana de América Latina, donde claramente las ideas y conceptos, por ejemplo, de la religión católica, impuesta como la verdad (dando continuidad al mito de occidente), se vitalizan, entrecruzan o reestructuran diariamente arrastrando rezagos de formas ancestrales de pensamiento3.

Los espejos aún apuntan al lejano mar que trajo los navíos de los conquistadores, y con ellos a sus modelos, costumbres, paradigmas, pero su luz también puede enceguecer nuestra mirada, dejándonos la curiosidad de vernos a nosotros mismos –curiosidad primera que debieron experimentar nuestros ancestros al hacer el canje oro-espejos-. Cómo verse en la dualidad, es la pregunta; cómo retomar actualmente las múltiples huellas y marcas de resistencia dejadas en las trayectorias de nuestros pueblos para restituir moralmente sus voces y participación en la colcha de retazos de la historia.

El presente escrito busca aproximarse a una de las formas culturales, de socialización y resistencia propias de la región del Caribe colombiano, la música. Entendiéndola como aquella forma de expresión que permite:

(i) Fecundar el espacio vacío del silencio con las penas y dolores, condensados en los desgarramientos de una voz que habla por un pueblo. Los instrumentos, la voz, las palmas y las plantas de los pies resonando solidariamente, han permitido objetivar el dolor, transformándolo en un producto cultural –un ritual, lugar de socialización-. Éste es entonces vivido de otra forma. Ahora envuelto narrativa y expresivamente con otros signi�cados, las heridas y desventuras de los pueblos esclavizados y sometidos, logran insertarse en una memoria colectiva que perdura gracias a la música. María Mulata canta, y arrastra en su dolor una historia que bien puede ser leída en clave del continuo desarraigo del pueblo africano (además del pueblo amerindio):

¿A dónde van las semillas que no has sembrado?¿los frutos que el sol no maduró?

¿a dónde va la cosecha que se perdió?Gritos que en mi mente ya no quieren resonar,

y mis ojos ya no quieren ver la imagen callada de muerte y de soledad;la mirada perdida del ayer.

¿A dónde van los sueños...?4

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5Canción Un fuego de sangre pura, del compositor Rafael Castro Fernández. Agrupación Los Gaiteros de San Jacinto.6De acuerdo con Wade (2002) para hablar de afrocolombianidad es necesario partir del supuesto de que el pueblo afro en el territorio nacional se ha valido de diferentes recursos culturales, provenientes de las culturas europeas e indígenas, para elaborar nuevas formas de expresión e identidad. La gaita, instrumento característico de la cumbia, por ejemplo, estaba presente en las comunidades Zenúes (asentadas principalmente en los departamentos de Córdoba y Bolívar) que tocaban �autas con cabeza de cera, llamadas chanuas (Convers y Ochoa, 2007).

·Foto: Augusto Gutiérrez Pérez·

Acostumbrados a mirar las grandes resistencias –batallas y contiendas libertarias en su mayoría-, quienes estudiamos la historia de América Latina nos hemos olvidado de aquellas muestras cotidianas de sobrevivencia en medio de la esclavitud, la expropiación y el mestizaje. La música, por fortuna, está allí �otando en los oídos, irrigando la sangre e impulsando el cuerpo de aquellos despojados de protagonismo histórico que cotidianamente han invadido de sentidos ese amargo �agelo que es la opresión (física y simbólica de un pueblo acallado y desterrado por el uso de la fuerza) ¿Qué otra cosa puede entonces ser la resistencia, sino el proceso de creación y transformación de signi�cados en medio del desierto diario de la dominación?

Los mismos Gaiteros de San Jacinto alzan su voz, y en ella enredan la queja y el desprecio que produce el saqueo -robo desmedido de aquellos productos identitarios o recursos del territorio-con la alegría de la vida –aquello que no se hurta o despoja-. Sin embrago, se celebra una nueva vida, aquella que emerge como producto de la mezcla con el indígena:

“Se encienden noches oscuras (bis)Con un jolgorio que cantaLos repiques de tambores

La raza negra levantaY el indio pasivamenteCon su melódica gaita,Irrumpe en el silencio

Cuando una fogata bailaY yo siento por mis venasUn fuego que no se apaga

(…)Mi tierra guaca explorada (bis)

Sin tribus y sin caciqueLa raza negra ha quedadoQue con alegría nos vistePorque con fuerza y valor

Ganaron el paso libreHay mezclas de su culturaCon la del indio aborigenHacen vibrar el lamento

Que hoy nuestra tierra vive”5

De esta forma se celebra la mixtura de la gaita y el tambor (indígena y negro6), en tanto herramientas culturales al servicio de la expresión. Porque cuando alguien canta o toca un instrumento encuentra un lugar de expansión de su ser en el mundo.

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7Foucault (Ball, 1994) es quien nos recuerda claramente los efectos positivos del poder, con la idea de que los mecanismos de poder (supervisión, prescripción, el castigo, entre otros) crean un tipo de subjetividad políticamente dócil y económicamente útil, absorbiendo la escancia creadora del sujeto, su impulso creador o performativo para encauzarlo en la producción y a su vez garantizar la continuidad del orden. 8Edgar Benítez (2000) en su texto “Huellas de africanía en el bullerengue: La música como resistencia” resalta la importancia que tiene comprender los diversos géneros musicales del Caribe colombiano a la luz de una continuidad de la memoria sociocultural del pueblo afro, en contraposición de una ruptura de�nitiva de la misma entre América y África. La continuidad, presente en el uso de tamboras, coros y bailes, está además garantizada por la mujer cantadora, que despliega la genealogía de sus pueblos mientras realiza sus o�cios (lavando en el arroyo, pilando el arroz) o en funerales (donde se reencuentran con familiares y se recuerda al que muere ceremonialmente). Su papel central en el bullerengue (y otros ritmos) es asociado a su función en la socialización de las nuevas generaciones, dada la cantidad de conocimientos que ellas portan (son parteras, saben de plantas medicinales, rezos, secretos de la historia, entre otros).

De nuevo la resistencia emerge, pues abrirse un lugar de expansión de la subjetividad diferente al impuesto por el régimen colonial o el nuevo estado nación que de�nía el telos de la vida del negro o el indígena en la servidumbre y la mano de obra, sobrepasa el estatu quo, desa�ando la capacidad del poder efectivo en el sujeto7. Así, la música en tanto práctica cultural, les permitió seguramente a los afrodescendientes, indígenas, cimarrones o zambos, entre otros, restablecer un tejido social abruptamente alterado, retomar los pasos perdidos en las espirales turbulentas de la historia y verse de nuevo frente al espejo enterrado. La memoria fue entonces ese “fuego que no se apaga”, la llama vital que arde en la sangre y que debe ser narrada, transmitida, a otro evitando su extinción. De ahí la importancia histórica de la música en la mayoría de las comunidades actuales de la región Caribe colombiana,8 pues es una muestra de la capacidad de resistencia y solidaridad en medio de la sujeción.

(ii) La música permite también contagiar el silencio de esa auténtica felicidad que se experimenta cuando el espacio de socialización gira en torno a la gaita y la tambora, materia prima que permite transformar la tristeza y la añoranza en pura vida, en movimiento o cadencia, reviviendo el cuerpo –lugar de la dominación física ejercida por el látigo y la cadena- y resini�cándolo como lugar de libre �uir, de baile. De esta forma, el cuerpo no es más silenciado, pasa por encima de los mecanismos del poder que intentan contenerlo, oprimirlo, y se reencuentra con los rituales ancestrales.

En vez de as�xia, la voz; en vez de ataduras, tránsito; en vez de individuación, comunión. La música vuelve a ser el germen artístico de creación (poiesis), coexistiendo con la fuerza de la naturaleza que mueve al universo.

Pero además de la expansión del ser en el ritual de la música, encaminada al encuentro con el todo (llámese espíritu universal, fuerza cerradora, historia o memoria colectiva), hay otro elemento que permite que se haga música, que se celebre y se cante, a saber, la confrontación con ese otro que daña, saquea, explota, roba o humilla. Totó La Momposina, Calle 13, Susana Baca y María Rita, le responden a quienes nos saquearon (la Europa moderna que a sangre y fuego nos “civilizó”) y a quienes nos saquean actualmente (multinacionales norteamericanas y europeas, organismos de crédito internacionales, FMI, BM, entre otros):

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9Canción Latinoamérica, interpretada por Calle 13, Totó La Momposina, Susana Baca y Maria Rita.

“Tú no puedes comprar al viento,Tú no puedes comprar al sol

Tú no puedes comprar la lluvia,Tú no puedes comprar al calor.

Tú no puedes comprar las nubes,Tú no puedes comprar mi alegría,

Tú no puedes comprar mis dolores”9

Acaso ¿hablamos de dos mundos incompatibles, con dos universos simbólicos radicalmente diferentes entre el mundo occidental y el nuevo mundo? Esta pareciera ser la sensación que deja la anterior canción, y es que justamente las cosmogonías propias de los pueblos amerindios, junto con los sistemas cosmogónicos africanos se entrelazan, e incluso, mimetizan, en el nuevo mundo rescatando la espiritualidad del universo. El viento, el sol, la lluvia, vuelven a ser evocados como potencia de las diversas fuerzas creadoras que sostienen la vida. El español y su poderío imperial, el norteamericano y su imperialismo abrasivo, las transnacionales y los bloques económicos actuales, no pueden penetrar allí, justamente en el terreno de la espiritualidad del cosmos.

En contraste, para las comunidades latinoamericanas en las que aún perviven las viejas creencias ancestrales, el colonizador llega hasta donde su mirada occidental (en la que todo tiene un valor cuanti�cable y es susceptible de ser pago y comercializado) se lo permite, peroen la trastienda se resiste. Acorazado bajo el manto de lo “invisible” está el lugar de resistencia, el espíritu, ese que palpita o arde verdaderamente en las nubes, la memoria, el sol o las plantas de los pies.

La voz y la corporalidad son entonces expresiones materiales de la auténtica capacidad de simbolización, adaptación y resistencia de los pueblos afrodescendientes y amerindios en el contexto de la colonización y sus subsecuentes transmutaciones.

De la sangre derramada en la historia se encendieron los fuegos de la memoria. De la rigidez y el sometimiento de los cuerpos surgieron las cadencias y vaivenes en los nuevos rituales.

De la as�xia se tomó fuerza para fertilizar con la voz el aire que la arrebate, llevándola lejos, tan lejos como puedan viajar las memorias enredadas en el aire.

Tal como dice Eduardo Galeano (1989):

“Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea.Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada”.

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Bibliografía

Ball, S. (1994), Foucault y la educación. Disciplinas y saber. Segunda edición, Ediciones Morata, Madrid. Benítez, E. (2000), “Huellas de africanía en el bullerengue: La música como resistencia”. En http://www.uc.cl/historia/iaspm/pdf/Benitez.pdf. Consultado el día 15 de agosto de 2011. Convers, L. & Ochoa, J. (2007), Gaiteros y Tambores. Material para abordar el estudio de la música de gaitas de San Jacinto, Bolívar (Colombia). Primera parte. Editorial Ponti�cia Universidad Javeriana, Bogotá. Fuentes, Carlos (2001), El espejo enterrado, Fondo de Cultura Económica, México D. F. Galeano, E. (1989), El libro de los abrazos. Tercer Mundo Editores. Bogotá.González, Fernán E. (1994), “Poblamiento y con�icto social en la historia colombiana”, en Territorios, regiones, sociedades, Universidad del Valle y CEREC, Bogotá. Mairet, G. (1981), “Mito Orgánico”. En Chatelet, Francois, Historia de las Ideologías, Tomo 2, Premia Editora, México, 1980. pp. 11 a 23. Paz, Octavio (2009), Conquista y Colonia. Editorial Facultad Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. Wade, P. (2002), “Construcciones de lo negro y del África en Colombia: política y cultura de la música costeña y el rap”. En Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identidades. 150 años de la abolición de la esclavitud en Colombia, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.

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Cartagena de Indias y Montevideo.

durante las guerras de independencia.Carina BarussoProfesora de Historia, egresada del Instituto de Profesores “Artigas” de Montevideo;ex becaria Fundación Carolina del programa “Master en Historia del Mundo Hispánico. Las Independencias en el mundo iberoamericano”, de la Universidad Jaume I de Castellón, España, 2008.

Percepciones iniciales

Cartagena se presentó ante mis ojos como una ciudad de cara al mar al igual

carácter portuario y dinámica comercial.

La comparación con Montevideo era una idea recurrente, ¿así habrían sido nuestras murallas? El tipo de ciudad era similar, así como las puertas de ingreso al recinto amurallado; la dinámica colonial de las dos ciudades portuarias seguramente habría tenido semejanzas. Cartagena de Indias -con un número de habitantes muy superior al de la pequeña ciudad de Montevideo-, había sido asiento de esclavos, como lo sería con posterioridad la ciudad platense.

La veterana Cartagena de Indias, fundada tempranamente en el siglo XVI (1533)

casi dos siglos de existencia a la joven San Felipe y Santiago de Montevideo cuando se inicia su proceso fundacional (1724–1730).

Las dos ciudades, ubicadas en puntos estratégicos, debían defender en ese entonces al territorio español de los ataques enemigos, o de las incursiones de vecinos imperiales como los portugueses, en el caso de Montevideo.

Ambos territorios eran fronterizos y marginales, muy acostumbrados al contrabando como medio de vida de amplios sectores de la población, que el lejano monarca no podía reprimir con efectividad, y al que las autoridades locales muchas veces veían como un mal necesario, si no formaban parte de él.

colombiano seguía siendo, en su mayor parte territorio de frontera, negado a la explotación de las sociedades criollas y a los avances “civilizadores” de España.”1

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La frontera es un lugar de intercambio, pero fundamentalmente de roce y de con�icto, en el caso de estos dos territorios, el Caribe colombiano y la Banda Oriental, podemos señalar las disputas con otras naciones e imperios, las luchas en la frontera indígena, y los con�ictos étnico – sociales enraizados en la sociedad de castas.

En ambos territorios existirán proyectos radicales democráticos al inicio de las guerras de independencia, con bases sociales populares que intentaremos comparar brevemente en este trabajo.

Algunas anotaciones sobre San Felipe y Santiago de Montevideo

Su fundación fue encomendada en reiteradas ocasiones a Bruno Mauricio de Zabala, gobernador de Buenos Aires, por el rey. Éste �nalmente da un ultimátum al gobernador bonaerense para que cumpla sus órdenes. Como mencionamos antes, el contrabando era un negocio muy lucrativo como para querer detenerlo rápidamente.

El proceso fundacional abarca seis años (1724-1730), en el correr de los cuales llegan pobladores desde Buenos Aires y de las Islas Canarias. Un contingente importante de guaraníes misioneros había sido movilizado para los trabajos de forti�cación. De esos mil hombres seguramente algunos se hayan asentado en el lugar; con posterioridad llegaría el componente africano que fue numeroso en el período colonial.

Montevideo defendería a Buenos Aires, parte del territorio de la Banda Oriental del río Uruguay y la entrada al Río de la Plata, que posibilitaba el ingreso a las provincias del interior remontando los ríos Uruguay y Paraná.

“Forti�car Montevideo, contener a los portugueses en sus límites, impedir que las naciones europeas se apoderen de una parte tan útil y necesaria para el bien de estas provincias, poblar con familias y de este modo asegurar la campaña de la otra banda donde Buenos Aires se provee de ganado, tales son las repetidas expresiones de las Reales Órdenes de entonces.”2

La península donde se encontraba la ciudad sería amurallada desde la bahía hasta el Río de la Plata. La muralla de nueve metros de altura y seis de espesor brindaba protección a los habitantes de la ciudad. Una descripción del Diario de la expedición del Brigadier Crauford en 1807 apunta lo siguiente:

“La ciudad está defendida hacia el mar por fuertes baterías, provistas de hornos y las necesarias máquinas para lanzar bombas, y por el pequeño fuerte de San Felipe. La bahía está también protegida por el islote de Ratones, o isla de Ratas, la cual tiene montados pesados cañones. La ciudadela mira hacia el continente, está regularmente forti�cada, tiene bastiones en sus �ancos, apoyados por un rebellín, y separada por una zanja profunda. Está protegida del lado de la ciudad por un puente levadizo a prueba de bomba.”3

Posteriormente en el Cerro de Montevideo se erigiría una fortaleza para defender la bahía.

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EsclavosMulatos y libertosIndios Blancos

8991416033033

19,22%3 %12,89 %64,89%

(Datos extraídos de Pi Hugarte, Vidart, D., op. cit. p.22)

·Foto: Augusto Gutiérrez Pérez·

En un comienzo su puerto no sería utilizado para el comercio directo con España, sino que el mismo se realizaba exclusivamente desde Buenos Aires. Esta situación se verá modi�cada hacia �nes del siglo XVIII con la habilitación para el libre comercio.

El Apostadero de Marina de la �ota española, desde 1769 convertía a la ciudad en el centro de la autoridad naval en el Atlántico Sur.

“La ensenada de Montevideo era visitada por gran cantidad de naves que le daban una actividad inusitada; los bajeles españoles alternaban con los portugueses y otros extranjeros. Los cueros que en gran cantidad llegaban de la campaña eran depositados en los huecos y baldíos de la ciudad, donde se apilaban para su embarque; también se exportaban cueros de lobo y de “tigre” (puma o jaguar), lana de vicuña proveniente del norte, pieles de chinchilla, planchas de cobre, zurrones de cacao, lana ordinaria, marquetas de sebo, cera, doblones de plata y oro. (...) en 1781 salió un convoy con destino a Cádiz formado de 25 buques con 450 000 cueros (…).” 4

Según cálculos realizados por el enviado de la corona Félix de Azara a �nes del siglo XVIII, “(…) la población del territorio oriental ascendía a 30.665 habitantes. De esta cifra integrada por españoles, criollos y esclavos africanos, a los que se debe agregar una proporción muy pequeña de indígenas y otra bastante mayor de mestizos, la mitad estaba compuesta por pobladores de Montevideo y su ejido.”5

De los datos del padrón de población revelado por el Cabildo de Montevideo en 1803 para un total de 4676 habitantes se desprende la siguiente información:

Destacan los autores Pi Hugarte y Vidart el hecho de que un 35 % de la población montevideana fuera de esclavos, libertos, pardos o indios; la asemeja a la de los Pueblos Nuevos y no a la de los Trasplantados que posteriormente la caracterizaría.

Cuando se inicia el período revolucionario, el territorio de la Banda Oriental estaba dividido y administrado por tres autoridades, la Gobernación de Montevideo, Buenos Aires y Yapeyú. Montevideo, a diferencia de Cartagena se mantendrá �el a la Corona española hasta que �nalmente es derrotada y tomada por las fuerzas revolucionarias de Buenos Aires primeramente en 1814, y por las artiguistas en segunda instancia en 1815.

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Cartagena de Indias: algunos apuntes

Cartagena de Indias era uno de los puertos habilitados al comercio con España en el que se concentraban las riquezas de Nueva Granada, el Virreinato del Perú y otras colonias españolas.

El oro y la plata que llegaba a Cartagena, producto del comercio, atrajo los ataques de los piratas que la asediaron y tomaron en reiteradas ocasiones. La ciudad amurallada era un baluarte fundamental en el Caribe y su ubicación defendía la entrada al continente.

“A �nes del decenio de 1770, Cartagena era sin duda la ciudad más importante del Caribe colombiano. En 1777 (…) tenía 13.396 habitantes. Una década después habría aumentado a 15. 887 y llegó posiblemente a 17.600 habitantes en 1809. Los afrodescendientes constituían más de las dos terceras partes de la población: 49.3% de ellos eran libres de color, y 18.9 % esclavos. Los blancos representaban el 31.2 % de los habitantes (…) los indios no eran más que el 0.6% de la población cartagenera.”6

Disputas regionales

La disputa entre las elites cartagenera y santafereña hundía sus raíces en el período colonial y continúa en el republicano. Las disputas regionales son características de las guerras de independencia y de ellas surgen los distintos proyectos políticos que se ensayan. A estos con�ictos se les suman los étnico sociales que también a�oran en las luchas políticas.

En 1810 “como consecuencia de la oposición de Cartagena a la conformación de un gobierno interino en Santa Fe, y de la posterior negativa de esta última a considerar la posibilidad de instalarlo en una ciudad diferente, cada provincia empezó a manejar sus asuntos autónomamente.”7

Por otra parte la radicalización del con�icto étnico social culmina con la Declaración de Independencia de Cartagena el 11 de noviembre de 1811.

La participación del pueblo en los asuntos políticos había radicalizado las posiciones que defendía. La negativa por parte de las Cortes de Cádiz a reconocer el derecho a la ciudadanía a negros, mulatos y zambos llevaría a que la única opción posible para obtener la igualdad política entre hombres libres fuera la independencia absoluta de España.

“La declaración de independencia absoluta de Cartagena no fue, como se complace en describir la historiografía tradicional, el producto de las rencillas entre las élites toledistas y piñeristas. El grado de tensión social que produjo el 11 de noviembre tenía componentes más complejos y, sin lugar a dudas, el más importante de ellos era el enfrentamiento entre la elite criolla y los negros y mulatos artesanos que aspiraban a la igualdad.”8

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EsclavosMulatos y libertosIndios Blancos

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(Datos extraídos de Pi Hugarte, Vidart, D., op. cit. p.22)

·Foto: Augusto Gutiérrez Pérez·

En un comienzo su puerto no sería utilizado para el comercio directo con España, sino que el mismo se realizaba exclusivamente desde Buenos Aires. Esta situación se verá modi�cada hacia �nes del siglo XVIII con la habilitación para el libre comercio.

El Apostadero de Marina de la �ota española, desde 1769 convertía a la ciudad en el centro de la autoridad naval en el Atlántico Sur.

“La ensenada de Montevideo era visitada por gran cantidad de naves que le daban una actividad inusitada; los bajeles españoles alternaban con los portugueses y otros extranjeros. Los cueros que en gran cantidad llegaban de la campaña eran depositados en los huecos y baldíos de la ciudad, donde se apilaban para su embarque; también se exportaban cueros de lobo y de “tigre” (puma o jaguar), lana de vicuña proveniente del norte, pieles de chinchilla, planchas de cobre, zurrones de cacao, lana ordinaria, marquetas de sebo, cera, doblones de plata y oro. (...) en 1781 salió un convoy con destino a Cádiz formado de 25 buques con 450 000 cueros (…).” 4

Según cálculos realizados por el enviado de la corona Félix de Azara a �nes del siglo XVIII, “(…) la población del territorio oriental ascendía a 30.665 habitantes. De esta cifra integrada por españoles, criollos y esclavos africanos, a los que se debe agregar una proporción muy pequeña de indígenas y otra bastante mayor de mestizos, la mitad estaba compuesta por pobladores de Montevideo y su ejido.”5

De los datos del padrón de población revelado por el Cabildo de Montevideo en 1803 para un total de 4676 habitantes se desprende la siguiente información:

Destacan los autores Pi Hugarte y Vidart el hecho de que un 35 % de la población montevideana fuera de esclavos, libertos, pardos o indios; la asemeja a la de los Pueblos Nuevos y no a la de los Trasplantados que posteriormente la caracterizaría.

Cuando se inicia el período revolucionario, el territorio de la Banda Oriental estaba dividido y administrado por tres autoridades, la Gobernación de Montevideo, Buenos Aires y Yapeyú. Montevideo, a diferencia de Cartagena se mantendrá �el a la Corona española hasta que �nalmente es derrotada y tomada por las fuerzas revolucionarias de Buenos Aires primeramente en 1814, y por las artiguistas en segunda instancia en 1815.

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Algunos apuntes sobre la revolución en el Río de la Plata

En el Río de la Plata, los intereses que de�enden las distintas regiones que conformaban el Virreinato, ocasionan una gran fragmentación territorial.

La “retroversión de la soberanía” es interpretada por Buenos Aires, antigua capital virreinal, como al pueblo cabecera del Virreinato. Desde las provincias, se hablará de la “retroversión a los pueblos”, lo que las pondría en pie de igualdad con Buenos Aires. Esta atomización, a su vez se reproduce dentro de las propias provincias, con relación a los pueblos subordinados a la capital provincial.

Algunos territorios como el Paraguay, se separan tempranamente de Buenos Aires, creando en 1811 una Junta de Gobierno propia, y posteriormente se constituirán en República en 1813, a pesar de la oposición de la antigua capital virreinal.

Entre las disputas que se desarrollan en este con�icto se encuentran las luchas interprovinciales y con el centralismo bonaerense, que procura mantener los privilegios que le había otorgado su posición de capital virreinal, relacionados con los bene�cios que le brindaban las rentas de aduana. Para mantener este bene�cio era necesario que todas las provincias exportaran sus productos a través del puerto de Buenos Aires.

Por otra parte las provincias del interior y en particular las del litoral, promoverán el autonomismo, y en consecuencia se desarrollará la idea de llevar adelante la creación de un estado confederado, que revestiría a todas las provincias de iguales derechos, repartiendo equitativamente los recursos de la aduana (ya que los mayores recursos exportables provenían del interior).

Paralelamente se desarrollaba un con�icto entre las oligarquías locales y las aspiraciones de la gente común del pueblo de mejorar su situación. Este con�icto aparece claramente en las disputas por la posesión de la tierra, a la que aspiran los criollos pobres y monopolizan los grandes hacendados. Por otra parte, la sociedad de castas permanece vigente, lo que ocasionará que para ciertos grupos étnicos, la revolución represente la posibilidad de alcanzar una mejora en su situación social.

La Provincia Oriental y el proyecto artiguista

La Provincia Oriental, caracterizada por su “pradera, frontera y puerto”, tenía a la ganadería por actividad principal, y el comercio ilícito con Portugal como una constante en su historia. Los puertos, tanto el principal en Montevideo, como los de Maldonado y Colonia, le permitían desarrollar el comercio transatlántico. Fundada para detener el avance portugués, había sido durante la Colonia el apostadero naval de las fuerzas españolas en el Atlántico sur, y único puerto de entrada de esclavos africanos al Virreinato desde 1791.

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·Foto: Augusto Gutiérrez Pérez·

Montevideo, bastión españolista hasta 1814, capitulará primero ante las fuerzas porteñas, y luego ante las orientales (1815), para ser nuevamente ocupada en 1817 por los portugueses,Montevideo, bastión españolista hasta 1814, capitulará primero ante las fuerzas porteñas, y luego ante las orientales (1815), para ser nuevamente ocupada en 1817 por los portugueses, quienes ansiaban alcanzar el Río de la Plata, al que consideraban su “límite natural”. Los puertos que posee la provincia le permitirán disputar a Buenos Aires su preeminencia en el comercio transatlántico.“La Provincia Oriental era la única geográ�ca y económicamente independiente de Buenos Aires. Era la única con puerto de salida al Océano, a Europa, que no dependía, que ya no podía ser vigilada por la ex capital virreinal.”9 quienes ansiaban alcanzar el Río de la Plata, al que consideraban su “límite natural”. Los puertos que posee la provincia le permitirán disputar a Buenos Aires su preeminencia en el comercio transatlántico.“La Provincia Oriental era la única geográ�ca y económicamente independiente de Buenos Aires. Era la única con puerto de salida al Océano, a Europa, que no dependía, que ya no podía ser vigilada por la ex capital virreinal.”10

Los puertos de la Provincia Oriental son clave en el proyecto confederal artiguista, las provincias del interior podrían tener otra vía de salida para su producción, sin los impuestos que les cobraba la aduana bonaerense. Dentro del proyecto artiguista, las rentas de aduana se repartirían equitativamente entre las provincias confederadas. “Artigas les ofreció a las provincias tantas ventajas cuantos inconvenientes encontraban en Buenos Aires: salida al mar, libertad comercial, igualdad provincial, reparto de las rentas aduaneras.”11 El proyecto artiguista sostenía como principio fundamental la “soberanía particular de los pueblos”, en contraposición con la interpretación centralista bonaerense.

En las Instrucciones del año 1813, entregadas a los diputados orientales a la Asamblea Nacional Constituyente que se reuniría en Buenos Aires, se resumen los principios que sostiene la revolución artiguista. Primeramente establecen la “independencia absoluta” de la Provincias Unidas con respecto a la monarquía española: “No admitirá otro sistema que el de la confederación para el pacto recíproco con las provincias que formen nuestro estado” (art. 2º). Establecía la forma de gobierno republicana siendo “el objeto y �n del gobierno (...) conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y de los pueblos (...)” (art.4º). La independencia absoluta no era un tema laudado aún en las Provincias Unidas en 1813; menos todavía la forma de gobierno, existiendo posiciones encontradas al respecto (hombres como Alvear, Belgrano y Rivadavia sostendrían el régimen de monarquía parlamentaria).

A la confederación se oponía Buenos Aires, ex capital virreinal que pretendía seguir manteniendo sus antiguos privilegios, para lo cual intentaba someter a las demás provincias. Otras de las de�niciones del artiguismo las encontramos en los Reglamentos de Comercio y de Tierras de 1815.

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El Reglamento de Comercio (Reglamento Provisional para la recaudación de los derechos en los puertos de las Provincias Confederadas) establecía los aranceles que se le cobrarían a los productos a ser exportados o introducidos en la confederación. El régimen era proteccionista para la industria de las provincias. Por otra parte, exoneraba de impuestos a aquellos artículos importados de que carecían las mismas, como máquinas, instrumentos de ciencia y arte, imprentas, etc. Todas las provincias pagarían iguales derechos de exportación e importación.

El Reglamento de Tierras de 1815 (Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados) establecía entre otras medidas el reparto de las tierras de los “malos europeos y peores americanos (...) con prevención de que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad, y a la de la provincia.” Se establecía de esta manera un verdadero derecho revolucionario, convirtiendo a quienes defendieran los principios artiguistas en propietarios, situación a la que no hubieran podido acceder de otra forma. Por otra parte el principio radical de justicia queda de mani�esto en la voluntad de favorecer a “los más infelices”.

Re�exiones �nales

·Las líneas anteriores son apuntes sobre algunas de las características de los procesos revolucionarios en Cartagena de Indias y en la Provincia Oriental.

·La independencia de Cartagena se origina en un movimiento popular urbano con base en los mulatos artesanos de Getsemaní.

·La lucha del artiguismo en la Provincia Oriental se caracteriza por ser un con�icto que se desarrolla fundamentalmente en el medio rural.

·Algunas consideraciones los acercan como el deseo de la independencia absoluta de España y la proclama de igualdad entre los habitantes libres de las provincias.

·Por otra parte, la participación popular en las decisiones de las asambleas soberanas estaba contemplada por el derecho de los ciudadanos a elegir sus representantes en el caso artiguista.

·En el caso de Cartagena, una de las primeras resoluciones evidencia el carácter popular de su movimiento. En la Constitución de Cartagena de 1812, se reconocía el derecho a la ciudadanía de todos los hombres libres no importando su color o educación.

Ambos movimientos se enmarcan dentro de las guerras de independencia pero se concretan en momentos diferentes: el artiguismo comienza a poner en práctica su proyecto en 1815, cuando en Cartagena se cierra con la expedición de Morillo el primer intento independentista.

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La radicalización que va tomando el artiguismo, producto de la integración popular y multiétnica de su movimiento, lleva a que las elites criollas lo abandonen paulatinamente. Una de las medidas más radicales era la que modi�caba la tenencia de la tierra, riqueza fundamental y base de la economía de las provincias. El derecho revolucionario permitía el acceso a la tierra a quienes jamás hubieran podido comprarla, con la �nalidad de fomentar la producción. Esta decisión trastocaba la jerarquización social y privaba de las mejores tierras de los emigrados a la elite criolla.

Si bien estos son solamente algunos apuntes sobre los procesos revolucionarios mencionados, se destaca en ambos la participación popular empujando la revolución hacia una de�nición social de la misma, y no solamente política como convenía a la elite criolla. La revolución, en la que se abrieron gran cantidad de caminos y posibilidades, desdibujó las jerarquías sociales en procura de la igualdad y despertó ansias de justicia social.

Notas

1Múnera, A., El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1821), Ed. Planeta, Bogotá, 2008, p.74.2Capillas de Castellanos, A., Montevideo en el siglo XVIII, Ed. Nuestra Tierra, Montevideo, 1971, p.5.3Barrios Pintos, A., Montevideo visto por los viajeros, Ed. Nuestra Tierra, Montevideo, 1971, p.7.4Ibid., p.50.5Pi Hugarte, R., Vidart, D., El legado de los inmigrantes, vol.1, Ed. Nuestra Tierra, Montevideo, 1969, p.146Helg, A., “Sociedad y raza en Cartagena a �nes del siglo XVIII”, en Calvo Stevenson, H., Meisel Roca, A., Cartagena de Indias en el siglo XVIII, Ed. Banco de la República de Colombia, Cartagena, 2005, p. 319.7Múnera, A., op.cit. p. 178.8Múnera, A., op.cit., p. 2049Los portugueses la habían invadido en 1811 y devuelto a España poco después.10Barrán, J.P., Nahum, B., Bases económicas de la revolución artiguista, Ed. Banda Oriental, Montevideo, 1964, p.53.11Ibid., p.55.

Bibliografía

· Barrán, J.P., Nahum, B. (1964), Bases económicas de la revolución artiguista, Ed. Banda Oriental, Montevideo.· Barrios Pintos, A. (1971), Montevideo visto por los viajeros, Ed. Nuestra Tierra, Montevideo.· Capillas de Castellanos, A. (1971), Montevideo en el siglo XVIII, Ed. Nuestra Tierra, Montevideo.· Helg, A. (2005), “Sociedad y raza en Cartagena a �nes del siglo XVIII”, en Calvo · Stevenson, H., Meisel Roca, A., Cartagena de Indias en el siglo XVIII, Ed. Banco de la · República de Colombia, Cartagena.· Múnera, A. (2008), El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano. (1717-1821), Ed. Planeta, Bogotá.· Pi Hugarte, R., Vidart, D. (1969), El legado de los inmigrantes, vol.1, Ed. Nuestra Tierra, Montevideo.

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1De acuerdo al relato de José Hilario López, quien presenció la ejecución de Policarpa Salavarrieta, éstas fueron las palabras que pronunció antes de ser fusilada. Se encuentran en el libro de Rafael Álvarez Policarpa ¿una heroína genio...? publicado en 1996 en conmemoración del bicentenario del natalicio de Policarpa Salavarrieta.

Rememoraciones femeninas del Bicentenario:Policarpa Salavarrieta una mujer única.

Catalina VallejoSocióloga de la Universidad Nacional de Colombia.

Magister en Estudios Culturales de la Universidad de los Andes.Actualmente trabaja como profesora e investigadora de la

Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario.

“Todavía viven Bolívar, Santander, Nonato, Pérez, Gálea y otros fuertes caudillos de la libertad; a ellos está reservada la gloria de rescatar la patria y de despedazar a sus opresores. (José Hilario López)1

Durante las sesiones de preguntas que siguieron a cada una de las conferencias de la Escuela de Verano auspiciada por la Fundación Carolina y la Universidad Tecnológica de Bolívar, hubo un reclamo permanente de los y las estudiantes por la posibilidad de pensar la historia desde una perspectiva femenina. Esta demanda se fundaba en que la mayoría de conferencistas

que las fuentes de consulta de procesos históricos, sociales y culturales contenían la voz de los hombres, quienes eran los letrados y dueños de la vida pública. A pesar de que se señalaron unos pocos nombres de mujeres, el malestar sobre la posibilidad de incluir una perspectiva de género en la disciplina histórica permaneció. En ese sentido, como lo señala Aída Martínez (2005: 123), la historia de las mujeres se caracteriza porque: “raramente podemos conocer su testimonio directo, por muy dicharacheras, parlanchinas, gritonas, escandalosas, bochincheras, mal o bien habladas que hubieran podido ser, a ellas no las escucharemos en los documentos porque fueron iletradas”. Esta queja plantea un debate mucho más complejo que la inclusión o no de las mujeres en los relatos que del Bicentenario se construyen hoy. En el fondo hay dos problemas: el de la representación del pasado y el del método histórico. Este ensayo se concentra en el primer

precisamente por su relevancia y amplitud que me abstengo de desarrollarlo en estas líneas.

El asunto de la representación tiene que ver con cómo se simboliza la participación femenina en los espacios de rememoración del Bicentenario. Es decir, cómo se narra en la memoria colectiva el rol de las mujeres en el proceso de Independencia de Colombia.

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2La connotación que aquí se le da a ese concepto no quiere ser despectiva, sino que por el contrario busca visualizar la condición de la mujer en la época, pues no tendría sentido entrar a criticar los roles que le eran asignados a las mujeres del siglo XIX con las expectativas y posibilidades de las mujeres hoy en día.

Si tenemos en cuenta que hay un consenso entre los estudiosos de la memoria de que ésta es una lucha por el poder de representar el pasado entre distintos grupos sociales, lo cual la hace selectiva, parcial y olvidadiza (Eyerman, Alexander, 2004; Assman, 1988; Aguilar, 2004; Jelin, 2002), lo que se conmemora en los espacios de rememoración no son recuerdos perfectos y exactos de los hechos tal cual sucedieron, sino una interpretación que en su afán de darle sentido a una realidad del presente omite y resalta algunos eventos sobre otros. En este sentido hay una variedad de sitios de performance de la memoria colectiva que, para el caso de Colombia, van desde los museos hasta los conciertos llevados a cabo por el Ministerio de Cultura el 20 de julio de 2010 en distintas ciudades de la geografía nacional. En particular me voy a enfocar en la representación femenina en el Museo Nacional de Colombia; especí�camente en una mujer que sí tiene un espacio en la historia de la Independencia: Policarpa Salavarrieta. El ensayo lo voy a dividir en tres partes. Primero, presento la exposición enfocada en La Pola haciendo énfasis en su importancia dentro de la narración del Museo. Segundo, analizo el sentido de la representación y los valores que busca movilizar. Por último, desarrollo los problemas que subyacen a la representación de Policarpa en procesos de empoderamiento de las mujeres.

IPara el 2009, un año antes de que se celebrara o�cialmente el Bicentenario, eran pocas las mujeres que aparecían con nombre propio en las salas del Museo Nacional. Entre esas mujeres que asomaban en las salas estaban: Manuelita Sáenz, compañera de Simón Bolívar; Carmen Rodríguez de Gaitán, quien participó en la revolución del 20 de Julio de 1810; Belinda León, esposa de Quintín Lame, y Policarpa Salavarrieta. También estaban las variadas vírgenes que se pueden encontrar en las salas del segundo y tercer piso de la institución. En mi opinión, entre todas ellas se destaca la �gura de Policarpa porque su presencia no está determinada por algún hombre de su familia, sino que es representada como una mujer fuera de lo común, no sólo por su fusilamiento sino también porque no se habla de ella como esposa y madre, pues ni se casó ni tuvo hijos. Todas las demás mujeres eran hijas de, hermanas de, madres de y/o esposas de, en todos los casos hombres ilustres. Su importancia en el Museo está determinada por el rol de los hombres de su entorno que eran aquellos que hacían parte de la vida pública, a ellas se les había asignado el mundo privado del hogar, eran los ángeles de la casa.2 Además Policarpa, al igual que otros personajes que resaltan en las exposiciones del Museo sobre la Independencia como Santander, Bolívar y Nariño, hace parte del panteón de próceres de la patria, del recuerdo de un pasado glorioso y sacri�cado de la nación. Un pasado que el Museo hace visible a través del relato de unos pocos hombres y una sola mujer.

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Anónimo, Policarpa Salavarrietaóleo sobre tela. Museo Nacional

Anónimo, Policarpa Salavarrietamarcha al suplicio, 1825, óleo sobre tela

Museo Nacional

La �gura de La Pola permite hacer una aproximación al cómo se construye el pasado de las mujeres en el Museo. Entre las múltiples obras artísticas que se han hecho de su �gura (cuadros, esculturas, novelas), todas ellas especulativas pues nunca se le hizo un retrato en vida, me gustaría concentrarme en las obras Policarpa Salavarrieta marcha al suplicio y un cuadro anónimo que la presenta con la bandera de Colombia. Entre los dos es el primero el que hace alusión directa a las razones por las cuales ha sido considerada heroína nacional. En él se la ve acompañada de un sacerdote y un militar, en el momento en que era conducida al cadalso. En el lado derecho del cuadro se puede leer la siguiente inscripción: Policarpa Salavarrieta sacri�cada p´ los españoles en esta plaza el 14 de Nov de 1817 su memoria eternice entre nosotros y q´su fama resuene de polo á polo!!! Estos dos cuadros son signi�cativos porque el primero representa su sacri�cio, mientras que el segundo muestra una Policarpa Salavarrieta cuya �gura pareciera representar a la nación misma, pues aparece sobre una piedra a la manera de una estatua, sosteniendo la bandera de Colombia, dando la apariencia de una �gura heroica (Ficha guía del retrato reg. 3811, Sala II, Museo Nacional de Colombia). Puede decirse que el relato en el que están inscritas las representaciones de La Pola está determinado por una idea de que el pasado de Colombia como nación está en el proceso de Independencia y que sin la visión y la gesta de unos pocos hombres, erigidos como héroes y pertenecientes a las élites del momento, no habría sido posible.

IILa �gura de Policarpa sólo es representada por medio de pinturas. No se conservan objetos que le hayan pertenecido, sino que el rincón que se le ha dedicado está conformado por una serie de ilustraciones de ella, cada una diferente a la otra tanto en el modo de representarla como en las técnicas usadas.

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No hay un consenso en la forma de personi�carla, pues ninguno de los retratos se le hizo en vida, sino que todas son aproximaciones literarias y artísticas a lo que se cree fue su �sionomía y su vida. Es pertinente pensar de qué modo el relato de la sala enlaza ese grupo de representaciones disímiles bajo un único imaginario de lo que se supone fue Policarpa Salavarrieta.

No obstante, si se analiza más a fondo la vida de Policarpa Salavarrieta se podrá ver cómo ella no cumple con los requisitos de la clase ilustrada y criolla a la que pertenecieron los otros héroes de la Independencia, empezando, por supuesto, por su condición de mujer. Nacida en la Villa de Guaduas, no pertenecía a la elite de esa zona, sino que sus motivaciones “patrióticas”, venían de la rebelión de los Comuneros y de la muerte de José Antonio Galán, proceso que como señala Mario Aguilera no fue retomado por los criollos independentistas. Su familia no sólo no tenia in�uencia política, sino tampoco económica, por lo que fue modista por una época de su vida (Álvarez, 1996)3 . Incluso si se investiga a fondo cuál era el papel que cumplía entre las tropas independentistas (después de la reconquista), ella no era ni una ideóloga importante, como lo llegaron a ser Nariño o Santander; ni fue una líder militar, como Bolívar; sino que su aporte a tal proceso estaba íntimamente ligado con su condición de mujer y las implicaciones que eso tenía en la época. Las labores que cumplió fueron las de espía, principalmente del Batallón Real en Santa Fe, informándoles a los antirrealistas, entre los que �guraba su novio, cuántos soldados había y qué tipo de armas y dotación tenían. De hecho, un rol muy similar al que cumpliera Carmen Rodríguez de Gaitán, también resaltada por el Museo como heroína de la independencia por haber guardado unos documentos importantes durante la reconquista y por haber sido parte del plan para asesinar a Bolívar.

Las dos mujeres participaron del proceso de Independencia, desde los límites que les permitía la sociedad a la que pertenecieron. Policarpa hacía de espía en el batallón de Santa Fe y recibía gente en su casa, pero nunca fue una líder a la que se le siguiera, sino que lo que le ha reconocido la historia es su patriotismo y de algún modo su capacidad de asumir un papel esperado en los hombres. Hay una profunda diferencia entre el personaje histórico construido y lo que realmente fue Policarpa Salavarrieta. En la inscripción de la estatua en su honor ubicada en la Avenida Jiménez con carrera tercera en Bogotá, se resalta el hecho de ser mujer como una condición limitadora de la acción política, que La Pola logró “romper”: Aunque mujer y joven me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. Así como en unas de las �chas alusivas a su imagen en el Museo, se cita a José Hilario López que recoge en sus memorias las palabras que se supone pronunció antes de su ejecución, las cuales fueron:

Déjenme ustedes desahogar mi furia contra estos tigres, ya que estoy en la impotencia de hacerlo de otro modo… pero ya llegará el día de la venganza, día grande en el cual se levantará del polvo este pueblo esclavizado, y arrancara las entrañas de sus crueles señores.

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3Lo que aquí se presenta es una aproximación muy breve de los hechos más importantes de su vida; no se pretende que lo subrayado sea interpretado como una biografía, ni mucho menos.4Lo que aquí se presenta es una aproximación muy breve de los hechos más importantes de su vida; no se pretende que sea interpretado como una biografía.

Foto: César Santos Tejada

Los dos textos anteriores, junto con la inscripción de las obras que me ocupan, resaltan el valor principal de la �gura de Policarpa que la diferencian de la imagen de los otros próceres y heroínas de la Independencia; esta idea es la de La Pola como mártir de la patria, como aquella que por la libertad de una gran masa estaba dispuesta a morir. Su sacri�cio y su martirio la han identi�cado en la historia como una heroína, que ha llegado a representar a la nación como se hace visible en la segunda imagen. En la obra Policarpa Salavarrieta marcha al suplicio, lo que se está representando es su capacidad de morir por otros, por el ‘bien nacional’. Ella acepta martirizarse, como se muestra en la cita introductoria de este texto, porque está con�ada en que hay un grupo de hombres que acabarán con el sistema colonial. El cuadro Policarpa marcha al suplicio ha sido objetivado en la memoria histórica como muestra del sacri�cio de ésta. Es sobre todo su capacidad de aceptar la muerte lo que la ha convertido en heroína nacional. Entonces, las dos obras contribuyen a sostener una narración del pasado que se sostiene en una �gura históricamente fabricada como heroína y mártir, lo que explica que los objetos que hacen alusión a ella se ubiquen en una sala dedicada a conmemorar los procesos y los hombres que permitieron la emancipación y el nacimiento de la República.

Si bien ya se ha mencionado que ella hace parte de ese selecto grupo de mujeres que la institución resalta y que su papel en tanto mujer en la historia independentista es diferente al de los hombres también presentes en la sala, no se ha analizado cuál era ese rol diferente que se le asignó y hasta qué punto lo que se representa de ella se relaciona con las expectativas de las mujeres de su época. Es decir, hasta ahora se ha explicado cómo la �gura de Policarpa Salavarrieta, desde su condición de heroína nacional, moviliza sentimientos de unidad, pero se ha olvidado que no solo moviliza objetivos cívicos sino también de género, pues es la única mujer que hace parte de ese panteón de grandes hombres fundadores de la patria. Si se observan de nuevo las condiciones en las que participó del proceso independentista, es posible notar cómo su mito tiene dos caras: una masculina y otra femenina.

Masculina, en tanto La Pola hizo parte de la vida pública reservada en su época a los hombres, no sólo por su activismo político, pues fue un miembro activo de lo que se podría llamar el movimiento independentista de la reconquista, sino también porque trabajó como modista (cf. Álvarez, 1996)4. Su nombre, en principio, no está referido al de algún hombre ya que no fue madre ni esposa; puede decirse que, a diferencia de otras mujeres, ella no sólo es objeto de la representación sino también sujeto, es parte activa del mito nacionalista. La labor que Policarpa desempeñó implicaba una trasgresión de su rol, a pesar de que lo hacía desde actividades tradicionalmente femeninas de acompañamiento y sacri�cio.

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5http://www.lablaa.org/blaavirtual/biogra�as/salapoli.htm6En un texto de José Hilario López, quien se supone presenció la muerte de La Pola, se puede leer la siguiente frase que hace alusión al sacri�cio de ella por los hombres: Todavía viven Bolívar, Santander, Nonato, Pérez, Gálea y otros fuertes caudillos de la libertad; a ellos está reservada la gloria de rescatar la patria y de despedazar a sus opresores. (Álvarez, 1996), citado.

La inscripción de la estatua de la Avenida Jiménez es muy diciente en este sentido, Aunque mujer y joven me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más, porque muestra cómo aquellos llamados a la ¨labor independentista¨ eran los hombres, por lo que ella dice que a pesar de ser mujer puede asumir un comportamiento de caudillo. La �gura que Policarpa representa es la de una mujer única y sobre todo extraordinaria, a la que se le han imputado tanto roles masculinos como femeninos; sin embargo, no representa a la gran mayoría de mujeres que seguían siendo para la época “presencia muda pero numerosa” (Martínez, 2005: 123).

El lado femenino de la representación es una limitante de aquella libertad masculinizada que pareciera representar La Pola, esa idea de que es una mujer única se ve truncada cuando al revisar su rol en los frentes independentistas, se encuentra que su aporte estaba íntimamente ligado con su condición de mujer; las labores que cumplió fueron la de espía del Batallón Real en Santa Fe y la de correo humano.5 Lo que le ha reconocido la historia es su patriotismo (abnegación) y de algún modo su capacidad de asumir un rol esperado en los hombres. Su sacri�cio, que es la característica dominante de la representación que de ella se ha hecho, es algo único de la representación socialmente aceptada de la mujer como madre. Las madres deben entregarle su vida a su familia, si una mujer no se sacri�ca por sus hijos y se interesa más por sí misma, es una mala madre. Policarpa no tuvo hijos, pero con su sacri�cio dio a luz a la patria, el resto de mujeres de las generaciones que la sucedieron no se pueden inmolar por la nación, pero sí pueden seguir el ejemplo de La Pola siendo madres, madres patriotas; deben enseñarle a sus hijos los mitos fundacionales de la nación para garantizar la cohesión social (cf. Smith, 1999: 68). Ellas son las encargadas de reproducir la patria tanto en términos biológicos como históricos, “el cuerpo social [de la mujer] entra en escena a través de los usos alegóricos de la maternidad, como recurso político en la construcción de nación en Colombia […] la madre es la nación” (Sánchez, 2006: 3). Sin la madre patriota no sólo no hay más individuos, sino que los que hay dejan de ser parte del proyecto nacionalista.

El hecho de que la Sujeta que determina el modo en cómo las mujeres viven su condición de mujer sea aquella sacri�cada por los hombres,6 lleva implícita una forma de dominación, donde la maternidad y el sacri�cio femenino son naturalizados como dos características de lo que debe ser la mujer colombiana. Ahora bien, si se piensa en los héroes de la Independencia como Bolívar, Nariño o Santander, éstos también se sacri�caron por la patria; entonces ¿qué diferencia hay entre ser héroe o ser heroína nacional?

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7Ver la cita completa en nota de pie anterior.

El panteón de antepasados ilustres de la Independencia está formado por muchos hombres y una mujer, la inclusión de ésta pareciera estar en armonía con los otros personajes, ya que todos se sacri�caron por las generaciones futuras. Este grupo de representantes de la memoria nacional tiene la capacidad de inspirar a la población, trascender el mundo cotidiano y hacer sentir a las personas parte importante de la nación (cf. Smith, 1999: 75). Esto no implica que sea algo natural a los colombianos sentirse hijos y deudores de los próceres, o que todos se identi�quen del mismo modo con ellos, lo que indica es que existe una historia de orígenes de culto a los muertos de “ceremonias y liturgias […] concebidos todos ellos para fomentar la reverencia y la veneración, y dar a la comunidad un sentido de su antigüedad y dignidad en su propia tierra” (Smith, 1999: 67).

III La frase “aunque mujer y joven” (inscripción en el monumento a La Pola), le da una fuerza a las mujeres que antes no tenían, las inspira para actuar, para ser parte de la historia; pero, al acompañarla del enunciado a “ellos está reservada la gloria de rescatar la patria y de despedazar a sus opresores” (Álvarez, 1996),7 se le está asignando un papel especí�co a las mujeres, su participación está siendo limitada frente a las posibilidades que tienen los hombres. Ellas deben sacri�carse para que los verdaderamente capaces de actuar lo hagan.

A pesar de la visión armoniosa que proyecta la presencia de Policarpa Salavarrieta en medio de los llamados próceres en el Museo Nacional, no es lo mismo ser la heroína nacional que ser un héroe y esto tiene consecuencias reales en la manera como la sociedad construye un deber ser de la mujer y del hombre (subjetividades). Lo que construye Policarpa Salavarrieta en las mujeres, implica no sólo un deber ser de la sujeta, sino también cómo se va a relacionar con los hombres. La heroína Policarpa es la personi�cación de la nación, de la madre patria sacri�cada por sus hijos, nosotros colombianos del siglo XXI; entonces, la sujeta construida a partir de ella como la representación de La Mujer es “quien transmite la raza y educa a los hijos y por ende estaría encargada de transmitir la cultura” (Sánchez, 2006: 4). A través de ella se construye una subjetividad femenina del sacri�cio. La Pola, en tanto representación activa de la memoria histórica, es La Mujer colombiana por excelencia, el ejemplo a seguir.

El imaginario que se derivó de Policarpa Salavarrieta corresponde a una “tradición inventada, con funciones sociales y políticas signi�cativas” (Hobsbawm, 1999: 82), por lo tanto podría llegar a ser con�ictivo pensar que representa el pasado de las mujeres en Colombia, pues muchas de las características que se le imputan corresponden a una elaboración histórica posterior a su muerte. Lo que Policarpa Salavarrieta ha llegado a signi�car en el Museo no depende de sí misma, sino del rol que ha entrado a representar en la institución.

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La Pola no encarna un cambio estructural de la situación femenina en el siglo XIX (por ejemplo un movimiento de mujeres), pues ella es única. La historia de las mujeres que representa el Museo Nacional, está más allá del esfuerzo que hace por visualizar a La Pola, está en los márgenes en un apartado de lo ‘no o�cial’.

El único rol femenino destacado por la memoria histórica es el de la mujer como madre encargada de la reproducción biológica y moral de la nación. Las mujeres hacen parte de la historia no o�cial de la nación por lo que cualquier esfuerzo por cambiar las representaciones de la feminidad tienen que partir de una restructuración y de una propuesta innovadora de los métodos de investigación históricos.

Bibliografía

Aguilar, Paloma. (2008), Políticas de la memoria y memorias de la política: el caso español en perspectiva comparada. Madrid, Alianza Editorial.Alexander, Je�rey & Eyerman Ron. (Ed.) (2004), Cultural trauma and collective identity. Berkeley, University of California Press.Álvarez, Rafael (1996), Policarpa: una heroína genio...? Guaduas, Centro de historia de la Villa de Guaduas.Assman, Jan (1988), Collective Memory and Cultural Identity. Recuperado de: http://www.history.ucsb.edu/faculty/marcuse/classes/201/articles/95AssmannCollMemNGC.pf.Hobsbawn, Eric (1999), “Mass-producing traditions: Europe 1870-1914”. En Boswell David, Evans Jessica (Eds.) Representing the Nation: a reader. Londres, Open University. Jelin, Elizabeth (2002), Los trabajos de la memoria. Madrid, Siglo XXI Editores.Martínez, Aída (2005), “Sin letra y sin voz: mujeres de los sectores marginales”. En Mujer, nación, identidad y ciudadanía: siglos XIX y XX. Bogotá, Secretaría General, Unidad Imprenta Distrital. Sánchez, Derly (2006), Llegar a ser madre: Cuerpo, nación y modernidad en Colombia 1930-1950. Recuperado el 27 de enero de 2009 de http://www.gesstcm.unal.edu.co/CMS/Docentes/adjuntos/105360449Smith, Anthony (1998), Conmemorando a los muertos, inspirando a los vivos. Mapas, recuerdos y moralejas en la recreación de las identidades nacionales. Revista Mexicana de Sociología, Vol. 60, No. 1 (En.-Mar., 1998), pp. 61-80. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/3541256. Recuperado: 28/04/2009.

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¿Qué es la masonería?

La masonería es un movimiento del espíritu en el cual tienen cabida todas las tendencias y convicciones favorables al mejoramiento moral y material del

progresiva, que procura inculcar en sus miembros el amor a la verdad, el ejercicio respetable de la libertad, la práctica constante de la virtud, el sano ejercicio de la tolerancia, el estudio de las ciencias y las artes y la pasión por el trabajo, haciendo de los hombres unos seres verdaderamente unidos por los lazos indisolubles de la fraternidad y la solidaridad.

sinónimo de francmasón, palabra equivalente a obrero libre. Los símbolos de la masonería se inspiran en cosas e instrumentos relacionados con la arquitectura, como el compás y la escuadra, y sus ritos son heredados de tradiciones místicas de la Antigüedad y del Medioevo.

De sus principios y creencias

La masonería no quiere fanáticos, ni sectarios de ninguna clase, sino espíritus libres y comprensivos que no olviden nunca la tolerancia y el amor fraternal que se deben todos los hombres; además admite en su seno, sin distinción de nacionalidad, raza, creencia religiosa, etc., a todos los hombres libres y de buenas costumbres que se sientan atraídos por este ideal y estén dispuestos a servirle con rectitud de propósitos, claridad, serenidad de juicio y pureza de ideales.

propósito de estudiar, al margen y por encima de aquellos, los problemas referentes a la vida humana, para asegurar la paz, la justicia y la fraternidad entre los hombres y los pueblos.

Proclama la existencia de un principio creador al cual llama ‘Gran Arquitecto del Universo’, pero deja a sus miembros en absoluta libertad para dar a esta primera causa el nombre y para asignarle los atributos que correspondan a la creencia religiosa que cada uno de ellos profese. Su doctrina entera, en todo caso, se encierra en esta inscripción: "Ama a tu prójimo". Por lo tanto, no prohíbe a sus miembros ningún dogma religioso y rechaza todo fanatismo.

Peruano. Abogado, licenciado en Educación. Magister en docencia universitaria; máster en Estudios Socialesde la ciencia y tecnología. Doctor en Estudios Sociales de la Ciencia y Tecnología (Universidad de Salamanca, España).

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La Masonería en Colombia.César Alarcón Díaz

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Establece que el trabajo es uno de los deberes y de los derechos del hombre y lo exige a sus adeptos como contribución indispensable al mejoramiento de la colectividad. Propugna y de�ende los postulados de libertad, igualdad y fraternidad y, por consecuencia, combate la explotación del hombre por el hombre, los privilegios y la intolerancia.

No cree posible el progreso si no es a base del respeto a la personalidad, la justicia social y la más estrecha solidaridad entre los hombres. Consecuentemente, sin inscribirse en ningún sector político, ostenta el lema de ‘Libertad, Igualdad y Fraternidad’.

Orígenes de la masonería

De acuerdo con la tradición masónica, el origen de la masonería antigua se remonta a la edi�cación del templo de Jerusalén (Templo de Salomón), aproximadamente 1012 años antes de Cristo. Al parecer, en esta época los arquitectos judíos y de Asia Menor ya tenían una forma muy particular de organizarse y conformaban la Fraternidad de Hermanos Dionisianos, asociación que tenía el privilegio exclusivo de erigir edi�cios públicos y que se basaba en el honor, el mutuo apoyo, los ritos simbólicos y la iniciación en los secretos de las ciencias y del arte de la construcción. La edi�cación del templo fue realizada por judíos y tirios, y encargada por Salomón a Hiram, arquitecto fenicio a quien –según la creencia– Dios le reveló los grandes secretos para construirlo de acuerdo con las leyes armónicas del universo.

De su organización La organización moderna de la masonería en Grandes Logias data de 1717, cuando en Inglaterra se estableció un nuevo concepto sobre la conformación de las logias admitiendo que éstas fueran integradas por obreros simbólicos, no necesariamente constructores, y su principal objetivo se transformó en la construcción de templos espirituales. Esta decisión fomentó el ingreso de los nobles a la masonería, con lo cual se fortaleció el poder de dicha asociación, a tal punto que la expulsión de los jesuitas de las colonias americanas en 1767 fue en gran medida instigada por varios aristócratas adeptos a la masonería.

En cada país su organización depende de una confederación denominada Gran Logia, la cual dirige las logias existentes en su territorio, cuyos miembros generalmente sólo admiten hombres –aunque en Europa existen algunas logias de mujeres– que se estrati�can en un orden jerárquico: Aprendiz, Compañero y Maestro, según grados de práctica y conocimiento que van generalmente del grado 1 al 33; por ejemplo, en los tres primeros grados se aprende el simbolismo esencial de la masonería.

La masonería en Colombia · Antecedentes

La masonería nunca ha sido partidaria de la monarquía; por el contrario ha emprendido campañas de desacreditación hacia la segunda, criticando sus métodos y avaricia por el poder. Este hecho ha generado la condena absoluta de la monarquía sobre la masonería, esta última perseguida y satanizada por los

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poderosos, pues es fuente de ideas de libertad, igualdad y fraternidad contrarias a los pilares que sostienen la �losofía monárquica.

En este sentido, y teniendo como precedentes el contexto perverso y monárquico en el cual se desenvolvían los pueblos americanos en tiempos de la Colonia y la importancia que tomó la masonería como un signi�cativo mecanismo de poder político, re�ejado en su in�uencia en el triunfo de la Revolución Francesa, la imposición de un sistema de gobierno republicano y democrático, y la abolición de la esclavitud, llevó a que la masonería se convirtiera en la fuente de inspiración para las colonias hispanoamericanas oprimidas por el yugo europeo y sedientas de libertad.

Las ideas masónicas sedujeron básicamente a los americanos de dos formas: la primera fueron los viajes realizados por éstos a Europa, donde fueron testigos del inmenso desarrollo del conocimiento humano y el apogeo del enciclopedismo que de alguna manera es fruto del trabajo de las Logias y de los Masones. La segunda fue la llegada de muchos masones procedentes de Europa que llegaron a América trayendo consigo ideas progresista y liberales que entrarían a engrosar la idea de independencia en el nuevo mundo. Testimonio de esto es el hecho de que grandes �guras de la independencia de América fueran masones. Mario Arango Jaramillo en su libro Masonería y Partido Liberal, menciona los nombres de Simón Bolívar, Benjamín Franklin, Francisco de Miranda, José de San Martín, Bernardo O`Higgins, Jorge Washington, entre otros, como grandes masones.

Desarrollo a través de la historia

Según el mismo autor, la masonería es promovida en el Virreinato de la Nueva Granada por el francés Luis de Rieux, iniciado en la Logia francesa, el cual entabló amistad con Antonio Nariño y otros distinguidos criollos neogranadinos, a los cuales enseñó el mundo de la masonería y el papel jugado por las Logias en la Revolución Francesa. Para el historiador Américo Carnicelli fueron estos personajes quienes en 1793 fundaron en Santafé la primera sociedad secreta “El Arcano sublime de la �lantropía” con el �n de difundir en el Nuevo Reino de Granada las ideas de libertad y justicia social que proclamaba la confraternidad masónica universal. Las reuniones se realizaban en casa de Nariño, encubiertas como tertulias literarias. Entre sus grandes logros se encuentra la traducción de la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamados por la Asamblea Nacional de Francia en agosto de 1789.

De igual forma en 1808 se establece en Cartagena de Indias la Logia de “Las tres virtudes teologales”, la cual contaba con la Carta Patente expedida por la Gran Logia Provincial de Jamaica con sede en Kingston, y además fue el seno de la conspiración revolucionaria de los comerciantes cartageneros para independizarse de la monarquía española; también fue el lugar donde se expusieron las ideas que llevaron al grito de independencia de Cartagena, el 11 de noviembre de 1811.

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Foto: César Alarcón Díaz

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Como se dijo, la participación de la masonería en la independencia de la Nueva Granada es innegable. Figuras tales como Simón Bolívar, Antonio Nariño, Francisco de Miranda, entre otros impulsadores de la independencia, fueron destacados masones que alcanzaron altos grados dentro de sus logias.

Según Mario Arango Jaramillo en su libro citado, “Bajo el periodo de la Primera República (1810-1816) los personajes centrales en el campo de las armas y en la política serían dos masones: Bolívar y Antonio Nariño. Bolívar, a partir de su desembarco en Cartagena en noviembre de 1812, proveniente de Venezuela, adelantaría exitosas campañas militares en la Nueva Granada y en Venezuela, hasta su partida para Jamaica en 1815. Antonio Nariño sería la �gura política más destacada, con epicentro en Bogotá.”

El periodo de la reconquista y la fase de las segundas guerras de independencia estuvo marcado por el apoyo masónico extranjero a la causa de la República de Nueva Granada; Mario Arango Jaramillo destaca el apoyo de las legiones Británica e Irlandesa que hicieron presencia en la Nueva Granada y Venezuela entre 1817 y 1820, cuyos integrantes en su mayoría eran masones que luego, en 1818, crearon en Achaguas (Venezuela) una Logia llamada Colombiana. Otro hecho memorable fue la rebelión del coronel español y destacado masón Rafael del Riego, quien desobedeció la orden del Rey Fernando VII de recuperar las colonias en el nuevo mundo; el crecimiento de la masonería en el ejército español favoreció esta desobediencia y además sirvió de plataforma para el reconocimiento de las nacientes repúblicas.

Después de 1820 la actividad masónica se intensi�có notablemente; se establecieron numerosas logias en todo el territorio de la República de Nueva Granada.

El General Francisco de Paula Santander es considerado sin duda la �gura más sobresaliente de la masonería colombiana en la primera mitad del siglo XIX; fue honrado por diferentes Consejos con el Grado 33 y nombrado Gran Protector de la Masonería Colombiana. Santander era consciente de la importancia que tenía la masonería para el a�anzamiento de la naciente república; por ello impulsó la creación de gran cantidad de logias en todo el país, entre ellas la primera de la era republicana llamada “Libertad de Colombia”, que luego se llamaría “Fraternidad Bogotana”, así como de la primera Logia antioqueña llamada “La Concordia” en 1821.

Sin embargo la fraternidad masónica no duró mucho en la Nueva Granada. En los primeros años después de la Independencia se presentaron choques entre miembros de la hermandad: Bolívar y Santander; las diferencias políticas de estos padres de la patria llevaron al fraccionamiento del país. La contienda se desató porque Bolívar, tentado por las ideas monárquicas y los deseos de poder absoluto, quería un gobierno centralista y fuerte, mientras Santander abogaba por una República federal.

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De esta forma, en agosto de 1828 -fecha posterior a la Convención de Ocaña- el presidente Simón Bolívar declara inexistente la Constitución de 1821 y asume poderes dictatoriales; automáticamente los opositores al régimen autocrático de Bolívar tomaron el camino de la conspiración. Según Arango, la respuesta de Bolívar no se hizo esperar: las logias y masones fueron sentenciados y perseguidos; mediante un decreto del 8 de noviembre de 1828 se prohibió en la Gran Colombia el funcionamiento de las asociaciones o confraternidades secretas, quedando así proscrita la masonería. Tras el obligado receso que ocasionó el mencionado decreto, y gracias al concurso de algunos masones ingleses y jamaiquinos, se constituyó en Cartagena de Indias el Supremo Consejo Neogranadino, el cual propició el levantamiento de columnas en diferentes rincones de Colombia. La masonería bogotana habría de reiniciar sus actividades solo en el año de 1849, al fundarse en Bogotá la Respetable Logia Estrella del Tequendama, a instancias de algunos visionarios masones españoles que habían llegado a Colombia, como miembros de la Compañía de Teatro de Belaval, González y Fournier.

Muy pronto los ibéricos despertaron el entusiasmo de muchos masones criollos, que a pesar de las di�cultades pululaban en el medio desde los albores mismos de la Independencia. Importante papel habrían de jugar esos obreros del pensamiento durante la segunda mitad del siglo XIX, a quienes correspondió eliminar los reductos del régimen colonial y la esclavitud, crear las bases del desarrollo económico y librar una muy dura batalla para ampliar el abanico de libertades y garantías ciudadanas.

No obstante lo anterior, la masonería en Colombia cayó nuevamente en el letargo en 1886, perseguida y combatida con �ereza por el movimiento acaudillado por el presidente Rafael Núñez y diversos miembros de los grupos de intolerantes derechistas que accedieron desde entonces al poder.

Para el año de 1912 la masonería reinició sus labores con renovados bríos y en el año de 1922 se fundó la Gran Logia de Colombia con sede en Bogotá, por donde han des�lado muchos y muy prestantes miembros de la sociedad colombiana, algunos de los cuales han llegado a desempeñarse en las más altas magistraturas del Estado, en el foro, en la industria, el comercio, en la cátedra, irradiando con su conducta los principios de la augusta y benemérita institución.

El 23 de febrero de 1935 se crea la Gran Logia Occidental de Colombia, desprendiéndose de la Serenísima Gran Logia Nacional de Colombia.

Grandes logros

Uno de los grandes logros de la masonería en Colombia ocurrió en el periodo 1819 -1854, época durante la cual los presidentes fueron masones:

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Simón Bolívar, Antonio Nariño. José María del Castillo y Rada, Francisco de Paula Santander, Domingo Caicedo, Joaquín Mosquera, José Ignacio de Márquez, Rafael Urdaneta, Juan de Dios Aranzazu, Pedro Alcántara Herrán, Tomás Cipriano de Mosquera, Ru�no Cuervo, José Hilario López, José María Obando y José María Melo; todos ellos en su momento contribuyeron a la causa masónica. La segunda mitad del siglo está marcada por las alianzas con �nes comerciales entre masones antioqueños y santafereños, que trajeron grandes bene�cios para ellos y que en cierto modo favorecieron al país. Entre los hechos más relevantes encontramos:

- En 1819, gracias a los actos diplomáticos emprendidos por reconocidos miembros de la Logia Fraternidad Bogotana, la naciente República obtuvo prestamos del extranjero para suplir los dé�cit �scales que dejo el segundo grito de independencia. Por otra parte comerciantes antioqueños masones también sirvieron de prestamistas al gobierno, para subsanar sus penurias �nancieras en los años venideros.

- En 1835, gracias al masón antioqueño Miguel Uribe Restrepo, se libera la tasa de interés que permanecía congelada en 5% desde la época de la Colonia.

- En 1847 los comerciantes antioqueños Francisco Montoya Zapata y Raimundo Santamaría �nanciaron junto con el gobierno la construcción de una empresa naviera que aprovecho la navegación a vapor por el río Magdalena.

- En 1848, con la liberación del cultivo de tabaco, el gobierno entregó su comercialización a varias �rmas privadas, entre ellas la de Francisco Montoya Zapata, quien aprovechando su conocimiento y contactos en el medio consolidó rápidamente un imperio tabaquero en el país.

- Las alianzas entre comerciantes antioqueños y la elite bogotana promovida por la masonería, favoreció la inversión antioqueña en la capital y por ende el desarrollo de la misma.

La masonería en la creación del Partido Liberal Según Mario Arango Jaramillo en su libro , las raíces de la colectividad liberal se remontan a 1820 con Santander y sus partidarios más cercanos. Sin embargo, es en la década de 1840 cuando las ideas liberales de política y economía toman gran fuerza en Colombia, lo cual desembocaría en la creación del Partido Liberal en cabeza de Tomás Cipriano de Mosquera, Ezequiel Rojas y Florentino González. Gracias a ellos fue posible la primera República Liberal, entre 1849 y 1854. El primer gobierno de Mosquera se caracterizó por la inversión en educación y cultura, lo que le dio un tinte progresista y de libertad. Foto: César Alarcón Díaz

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El presente de la masonería en Colombia

Actualmente en Colombia existen ocho Grandes Logias; en ellas operan un total de 103 Logias:

·La Gran Logia Nacional de Colombia con sede en Barranquilla ·La Serenísima Gran Logia Nacional de Colombia, con sede en Cartagena ·La Gran Logia de Colombia, con sede en Bogotá ·La Gran Logia Occidental de Colombia, con sede en Cali ·La Gran Logia de los Andes, con sede en Bucaramanga·La Gran Logia Oriental de Colombia, con sede en Cúcuta ·La Gran Logia del Oriente de Córdoba, con sede en Montería ·La Gran Logia Benjamín Herrera con sede en Santa Marta

En la actualidad los masones en Colombia son unos 1800 aproximadamente, distribuidos en las Grandes Logias antes mencionadas. Hablamos de los masones activos, porque son muchos más los que se encuentran en receso y numerosos los que se han retirado por su edad, por desilusión o porque creen que se han cambiado los objetivos y propósitos que se persiguen dentro de la �losofía que a ellos los inspiró en el momento de su ingreso. Sin contar aquellos que han sido sancionados de alguna manera y que no se logra de�nir si están adentro o afuera. En un esfuerzo de imaginación que no corresponde a registro estadístico cierto de ninguna naturaleza, bien se puede decir que la población masónica colombiana, entre activos y aquellos que no lo son pero que de alguna u otra manera han estado vinculados en cualquier momento de su vida a la Orden, no supera la cifra de 50000 hombres. Frente a una población de más o menos 40 millones de habitantes, de los cuales bien pueden ser la mitad hombres, no es un número muy alentador ni signi�cativo, en lo meramente cuantitativo.

Bibliografía · http://www.geocities.com/Athens/�ebes/9255/01.htm ·http://www.astroescuela.com/logiarmonia39/contenido/documentos/politano/pasado_presente.htm · http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/histcolom/masones.htm · http://granlogiadecolombia.org/modules/news/article.php?storyid=2 · http://www.simon-bolivar.org/bolivar/bolivar_mason.html · Arango Jaramillo, Mario (junio 2006), Masonería y Partido Liberal, Otra cara en la historia de Colombia. Medellín. Editorial Corselva.· Primera edición.

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Cartagena de Indias: Al calor de la cumbiaCesar Santos Tejada

Revisando los hechos concernientes al proceso independentista americano con respecto al imperio español, ocurrido en las primeras décadas del siglo XIX, encontramos algunas situaciones cuyo conocimiento nos permite comprender de mejor manera nuestra sociedad contemporánea.

Una de esas constataciones es la casi absoluta exclusión que hace la historia escrita sobre la participación de los sectores populares en las luchas por la Independencia, las mismas que se presentan aparentemente como enfrentamientos entre las elites que tenían acceso al poder, conformadas por españoles y criollos, casi en forma exclusiva. Afortunadamente, nuevos enfoques en el tratamiento de la historia americana están considerando y buscando remediar estas inconsistencias, al mismo tiempo que proponen otras alternativas en la búsqueda de información, entre ellas una incorporación importante cual es el reconocimiento de la tradición oral como fuente que aporta datos válidos, complementando así al documento que había sido hasta hace poco, la única referencia autorizada.

La oralidad se constituyó, dentro de los últimos 200 años de vida republicana y con mayor fuerza aún en el período anterior, en la herramienta fundamental de comunicación de los sectores populares -incluimos en esta categoría a las comunidades indígenas y negras-, las cuales fueron hasta hace poco tiempo la población mayoritaria en el campo y también en la ciudad. A través de las

a Latinoamérica- han expresado su versión de los acontecimientos sobresalientes del devenir social, las relaciones de producción, religiosidad,

Los medios de comunicación, tan desarrollados en las últimas décadas del siglo XX, han permitido reproducir a gran escala y difundir prácticamente a todo el mundo las manifestaciones populares de esta gran región, que así han logrado visibilizar, luego de cinco siglos de encubrimiento, a esos amplios sectores poblacionales tradicionalmente ignorados, no solo por la historia, como ya dijimos, sino también por la administración pública, la política, la economía, la educación, la ciencia, etc., es decir, por toda la acción del estrato social dominante.

Riobamba, Ecuador. Beca Fundación Carolina en Musicología, 2004.Integrante de la Corporación Musicológica Ecuatoriana- Conmúsica; docente en la Universidad de las Américas, Quito.

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La música, y más especí�camente las canciones populares, ocupan un lugar preponderante en este proceso de comunicación que es la oralidad. Debido a las características propias de su lenguaje, la música logra transmitir y �jar en la memoria colectiva -no solo de la comunidad donde se la concibe sino también de otras que logran apreciarla-, con relativa facilidad, la percepción particular del autor/compositor/intérprete, habitante común a �n de cuentas de cada lugar, respecto de su vida y su entorno, empleando para ello las categorías, conceptos e imágenes propios de su tiempo y de su cultura, e incluso de su estrato socio económico o clase social. La música popular ha representado entonces al ciudadano común ante los otros sectores sociales y ante otras colectividades y por tanto, ha sido la punta de lanza en el reconocimiento y presencia que están logrando las clases marginadas dentro de la vida contemporánea de las sociedades latinoamericanas. Esto dentro de la vida pací�ca cotidiana, porque otras son las manifestaciones que se destacan cuando se trata de la lucha por la supervivencia y la liberación política y económica.

No obstante, la oralidad también ofrece sus limitaciones; una de ellas es la temporalidad en la vigencia de sus contenidos e incluso de su lenguaje. La dinámica social, cada vez más acelerada, impone día a día nuevos acontecimientos y relaciones que deben ser compartidos y no solamente eso, sino que vertiginosamente se modi�can y renuevan los lenguajes y códigos de comunicación, exigiendo una permanente producción de objetos comunicacionales (obras) actualizados, muchos de los cuales tendrán una vigencia demasiado fugaz. Entonces comprobamos que la comunicación oral funciona dentro de un período de tiempo cada vez más reducido, luego del cual los mensajes anteriores deben ser reemplazados por otros que recojan las nuevas situaciones, presentándose con frecuencia modi�cados hasta en la forma, además del contenido.

Pero esta característica no causa ningún tipo de con�icto cuando el contacto entre emisor y receptor es permanente y por lo tanto se comparte este proceso de construcción y modi�cación de lenguajes. En ese sentido, la interacción entre las diferentes regiones es una constante entre los pueblos latinoamericanos, quienes desde tiempos inmemoriales se procuraron productos de lugares muy distantes. Es así como se han encontrado conchas marinas en la Cordillera de los Andes, a casi tres mil metros sobre el nivel del mar, llevados quién sabe cómo a través de 500 km desde la costa, atravesando espesas selvas, quebradas profundas y páramos intensos, en un tiempo donde no existía la red vial que tenemos ahora. Así mismo, la arqueología también da cuenta del hallazgo de objetos fabricados con piedras y metales que no son oriundos de los lugares excavados, tal como sucede con la obsidiana, piedra de origen volcánico que fue utilizada en armas, objetos decorativos y utensilios por comunidades asentadas en terrenos planos, esto es, sin elevaciones montañosas.

En los tiempos de la irrupción española, el imperio incaico alcanzó su mayor expansión, y a través de la institución de los chasquis, cubrió la comunicación entre lugares tan distantes como el actual sur de Colombia hasta el contemporáneo norte de Chile. Eso mismo debe haber ocurrido con los otros grandes imperios precolombinos como los Aztecas, Mayas, Chibchas, etc.,

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quienes lograron un permanente contacto no solamente dentro de sus dominios, sino incluso con sus vecinos.

Cuando se consolida la dominación ibérica se incrementan las relaciones entre los territorios conquistados, ampliándose el ámbito a todo lo que comprendía Hispanoamérica, desde Argentina hasta California. El idioma, la religión, el sistema de ordenamiento administrativo, educativo, productivo, legal, etc., traídos de ultramar e impuestos como dominantes –si no únicos- en todo el subcontinente, produjeron irremediablemente un vínculo asiduo entre pueblos que antes no se habían encontrado.

Empero, el intercambio no fue solo de productos sino también de personas y con ellas la cultura de cada quien se relacionó con la de la población adonde se movilizaba. Recordemos que en tiempos coloniales fue práctica común el que los obispos, por ejemplo, cuando eran destinados a otra localidad a ejercer su misión con frecuencia llevaban consigo a sus principales colaboradores, quienes de esta manera abandonaban su lugar natal, a veces en forma de�nitiva. En muchas ocasiones también trasladaron obras y documentos que servían como parte de sus actividades, tales como el mobiliario y la música escrita.

Así mismo, los viajes de negocios obligaban a los comerciantes a permanecer buen tiempo en su lugar de destino, hasta concretar las operaciones mercantiles y recuperarse del largo trajín de sus travesías. Estas empresas, si bien estaban lideradas por personas pertenecientes a la elite económica-política-racial, necesariamente incorporaban un mayor contingente de subalternos, quienes provenían de las clases populares –incluyendo aquí siempre a los esclavos- y realizaban el trabajo físico.

Más adelante, las luchas por la independencia acentuaron notablemente las migraciones, pues los ejércitos libertadores se nutrieron repetidamente de tropas reclutadas en las distintas poblaciones por donde avanzaba la emancipación, produciéndose también en muchas ocasiones la fraternización entre esta milicia de tan diversa procedencia con las comunidades donde instalaban sus campamentos, creándose una cadena incontenible de relaciones culturales de mutua in�uencia.

Este fue, al parecer, el principal mecanismo de difusión del vals criollo, entre otros géneros musicales, que fue tomando una variante local en cada país acogido -gracias en gran parte a la tradición oral- una de ellas el pasillo, derivación también del vals europeo según algunos autores, que se extendió por una amplia zona desde Centroamérica hasta el Perú, llegando a convertirse, a mediados del siglo XX, en una de las expresiones nacionales de Colombia y Ecuador.

Siguiendo este antecedente, en las nuevas repúblicas la sucesión de géneros musicales latinoamericanos que se instalan en varios países, con sus propias versiones particulares, se hace cada vez más frecuente, llegándose en varias ocasiones a convertirse en sucesos de incidencia mundial.

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·Foto: Nathália Henrich·

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quienes lograron un permanente contacto no solamente dentro de sus dominios, sino incluso con sus vecinos.

Cuando se consolida la dominación ibérica se incrementan las relaciones entre los territorios conquistados, ampliándose el ámbito a todo lo que comprendía Hispanoamérica, desde Argentina hasta California. El idioma, la religión, el sistema de ordenamiento administrativo, educativo, productivo, legal, etc., traídos de ultramar e impuestos como dominantes –si no únicos- en todo el subcontinente, produjeron irremediablemente un vínculo asiduo entre pueblos que antes no se habían encontrado.

Empero, el intercambio no fue solo de productos sino también de personas y con ellas la cultura de cada quien se relacionó con la de la población adonde se movilizaba. Recordemos que en tiempos coloniales fue práctica común el que los obispos, por ejemplo, cuando eran destinados a otra localidad a ejercer su misión con frecuencia llevaban consigo a sus principales colaboradores, quienes de esta manera abandonaban su lugar natal, a veces en forma de�nitiva. En muchas ocasiones también trasladaron obras y documentos que servían como parte de sus actividades, tales como el mobiliario y la música escrita.

Así mismo, los viajes de negocios obligaban a los comerciantes a permanecer buen tiempo en su lugar de destino, hasta concretar las operaciones mercantiles y recuperarse del largo trajín de sus travesías. Estas empresas, si bien estaban lideradas por personas pertenecientes a la elite económica-política-racial, necesariamente incorporaban un mayor contingente de subalternos, quienes provenían de las clases populares –incluyendo aquí siempre a los esclavos- y realizaban el trabajo físico.

Más adelante, las luchas por la independencia acentuaron notablemente las migraciones, pues los ejércitos libertadores se nutrieron repetidamente de tropas reclutadas en las distintas poblaciones por donde avanzaba la emancipación, produciéndose también en muchas ocasiones la fraternización entre esta milicia de tan diversa procedencia con las comunidades donde instalaban sus campamentos, creándose una cadena incontenible de relaciones culturales de mutua in�uencia.

Este fue, al parecer, el principal mecanismo de difusión del vals criollo, entre otros géneros musicales, que fue tomando una variante local en cada país acogido -gracias en gran parte a la tradición oral- una de ellas el pasillo, derivación también del vals europeo según algunos autores, que se extendió por una amplia zona desde Centroamérica hasta el Perú, llegando a convertirse, a mediados del siglo XX, en una de las expresiones nacionales de Colombia y Ecuador.

Siguiendo este antecedente, en las nuevas repúblicas la sucesión de géneros musicales latinoamericanos que se instalan en varios países, con sus propias versiones particulares, se hace cada vez más frecuente, llegándose en varias ocasiones a convertirse en sucesos de incidencia mundial.

Son ampliamente reconocidos los alcances que tuvo la habanera (nombre que de�ne su procedencia, de La Habana, Cuba) un género que incidió con fuerza también en la música académica europea de �nales del siglo XIX, como ya lo hicieron anteriormente otros productos musicales americanos como la zarabanda, la chacona, etc., llegando hasta la paradoja de que actualmente la obra más interpretada de este género en el mundo es la compuesta por el francés Georges Bizet para su ópera Carmen. También es curioso que se mantenga hasta ahora un concurso internacional de habaneras, de gran renombre, en la ciudad española de Torrevieja, cuando no se conoce uno similar en su lugar de origen.

Algo parecido pasaría luego con el tango, un género urbano tan difundido en nuestro continente que encontramos composiciones de este ritmo en casi todos los países de Latinoamérica, realizadas por músicos locales y manteniendo todas la estructura característica, pero aportando cada quien sus propios elementos musicales identitarios de la región donde se lo concibe.

Ya para entonces, el empleo de la partitura como transcripción de la música será un recurso cada vez más frecuente, sobre todo entre los músicos con formación académica y los residentes en Europa y Estados Unidos, donde la tradición escrita es abrumadoramente preponderante. Sin embargo, nunca se abandona la tradición oral que sigue siendo el mecanismo preferido por las clases populares, desde siempre con menor acceso a la tecni�cación.

Ya adentrado el siglo XX, y contando con los avances tecnológicos de la radio, el disco, el cine y posteriormente la televisión, la expansión de la música latinoamericana será un suceso que periódicamente llamará la atención del público mundial conectado a través de las empresas del disco y del espectáculo.

Ritmos como el bolero, mambo, son, cha cha chá, samba, bossa nova, ranchera, etc., se suceden a través del tiempo, imponiendo su estética a todos los lugares a donde llega su producción.

Esta oleada continuará sin interrupciones, compartiendo espacios con el jazz y el rock, que también serán in�uenciados en alguna medida, hasta las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, cuando seguimos asistiendo a la difusión a gran escala de la salsa, merengue, candombe, bachata, hasta los actuales reggaeton y perreo. A estas alturas, la tecnología ha creado otras fuentes de generación y transmisión musical, recayendo la mayoría de la producción en los medios informáticos.

Y a propósito del disco, es muy interesante la forma como se hicieron las primeras grabaciones de música latinoamericana: las empresas productoras estuvieron radicadas en los países europeos y en Estados Unidos, donde tenían sus fábricas y estudios de grabación; a inicios del siglo XX, las distancias eran muy considerables en relación con los medios de transporte de la época, como para que los intérpretes latinos pudieran trasladarse permanentemente de un sitio a otro a realizar grabaciones.

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Entonces estas compañías se procuraron partituras de música regional -sin que faltasen los himnos nacionales de cada país- y las grabaron, interpretadas por agrupaciones instrumentales del lugar, típicamente bandas militares e institucionales. Posteriormente, desplazaron equipos y personal a un país más cercano desde el cual se hacían las producciones de toda una región, utilizando así mismo intérpretes locales, lo cual explica que la música popular del Ecuador, por ejemplo, fuera grabada inicialmente por artistas argentinos, mexicanos o colombianos. Esto también contribuyó al intercambio y vinculación entre las músicas de los diferentes países de América Latina.

Pero el acontecimiento más interesante es el relacionado con la cumbia, género musical originado en el norte colombiano, en la región del Caribe, precisamente por donde ingresaron los contingentes de esclavos negros que se repartirían a Sudamérica para reemplazar la mano de obra indígena que había sido diezmada en la explotación minera que enriquecía a la Corona española. Esta particularidad es importante anotarla pues la cultura afrodescendiente tendrá una participación decisiva en la conformación de este ritmo tropical, así como la tuvo anteriormente en la aparición de todos los demás géneros musicales que se asocian con lo latino y que hemos mencionado en los párrafos previos.

Desconocemos el tiempo en que surgió este ritmo, pero la expansión desaforada se dio desde mediados del siglo XX aproximadamente, para llegar a �nales de esta misma centuria a tener una importancia continental.

Continuando el sendero trazado por la habanera, el tango y el bolero, pero ahora contando con una más e�ciente maquinaria de difusión, y por tanto inmersa también en la avalancha comercial de las empresas transnacionales, la cumbia se instaló en prácticamente todos los países hispanoamericanos, combinándose con los géneros locales y modi�cando la organología original (conformación instrumental), para producir las variantes nacionales que han ganado gran popularidad en las últimas décadas. Así tenemos por ejemplo en Argentina la cumbia santafesina y la cumbia villera, fusión que involucra a varios ritmos tradicionales de la zona como el chamamé. En el Perú se creó un nuevo género conocido como chicha, mezcla de cumbia con géneros musicales mestizos e indígenas. En el Ecuador también sucedió algo parecido cuando se acompañó con la base rítmica de la cumbia a los géneros tradicionales mestizos como el sanjuanito y el albazo, llamándose al producto cumbia andina que derivó en la actual tecnocumbia, teniendo ésta una característica un tanto diferente de la surgida con el mismo nombre en otros países de la región. En Venezuela, Panamá, Chile, Costa Rica, etc. se suscitaron fenómenos similares hasta llegar a México, donde la cumbia adopta nuevas sonoridades, basada en la incorporación de los instrumentos de metal: trompetas y trombones, más la percusión afrocubana, principalmente las timbaletas, dando lugar al aparecimiento de la cumbia mexicana y a otras derivaciones importantes como la música grupera, que han incidido notoriamente en la cultura popular de muchas poblaciones de habla hispana, expandiéndose inclusive al interior de los Estados Unidos.

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Estas modi�caciones en el género original son para algunos estudiosos, consecuencia de la necesidad de las empresas comercializadoras por captar el público de países donde se acostumbran otras sonoridades y, por lo tanto, los géneros externos que se promueven deben ser creados con base en un estándar que siga estos patrones de mercado, de suerte que garanticen una aceptación masiva sin resistencias. Sin desconocer la potencialidad de este planteamiento, creo que no debemos subvalorar la fuerza de identi�cación natural que esta música ejerce con respecto al goce estético de los sectores populares de una región (América Latina) que comparte muchos elementos culturales, como ya lo anotamos, y que incluso sin la intervención del mercado ha propiciado este tipo de in�uencias musicales.

Los textos de la cumbia son precisamente los que nos permiten corroborar inequívocamente su esencia popular, pues cuentan en un lenguaje sencillo aspectos de la vida cotidiana del pueblo llano. Así por ejemplo, las canciones que llegaron desde el Caribe hasta los Andes en la época de mi remembranza, nos enseñan los sueños y preocupaciones del pescador de Barú, el cual se refugió en Cartagena para evitar los embates del mar picado (El pescador de Barú); nos describen también que “de mañanita la Zenaida sale temprano del tugurio, arremolina su tabaco y se va a vender fruto maduro” (La Zenaida); cuentan sobre la conciencia de libertad del pescador que consigue su pescado y sabe que “con él se acaba la empresa, con él se acaba el patrón, yo mando con mi atarraya, yo mando con mi cocón”, y nos ilustran sobre algunos acontecimientos de la comunidad como la celebración a la Virgen de la Candelaria el 2 de febrero (La subienda). Otros ritmos nos recuerdan también que el 20 de enero es la �esta de Sincelejo y que se celebra con un festín taurino (Fiesta en corraleja); nos previenen que “Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía” (Santa Marta); nos dicen sobre los activos del trabajador: “el pescador habla con la luna, el pescador habla con la playa, el pescador no tiene fortuna, solo su atarraya” (El alegre pescador); etc.

Como es de esperarse, son protagonistas de estas historias y alusiones, los hombres y mujeres anónimos de la comunidad, en quienes se re�eja toda la población, generalizándolos al nombrarse al pescador (por lo general honrado, trabajador y pobre) y a su negra como compañera y/o su amor sublimado. El escenario es con frecuencia la geografía local y las circunstancias son las que ocurren normalmente dentro de la comunidad, obteniéndose con ello una especie de relato descriptivo de los sucesos populares.

No podemos predecir el tiempo de vigencia que tendrá todavía la cumbia como exponente cultural de la América indo-negro-hispana antes de transformarse en nuevos géneros que recojan los lenguajes actualizados y asimilen los adelantos de la tecnología, o dar paso a otros que inicien desde cualquier lugar del continente, otra manifestación musical que mantenga presente ante el mundo la pujanza y creatividad del pueblo latinoamericano.

Quito, agosto 2011

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· Foto: Cesar Santos Tejada ·

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Bibliografía

· Acosta, Leonardo (2006), Música y descolonización. Colección Armando Reverón, Serie Laberinto. Fundación Editorial el perro y la rana. Gobierno Bolivariano de Venezuela. Ministerio de la Cultura. Caracas.· D’Amico, Leonardo (2002), La cumbia colombiana: análisis de un fenómeno musical y socio-cultural. En: Actas del IV Congreso Latinoamericano de la Asociación Internacional para el Estudio de la Música Popular. México. http://www.hist.puc.cl/iaspm/mexico/articulos/Damico.pdf· García Canclini, Néstor. “Las políticas culturales en América Latina”. En: A contratiempo Nº 2, octubre 1988. Bogotá, Colombia.· Guerrero, Pablo (2006), Enciclopedia de la música ecuatoriana. · Corporación Musicológica Ecuatoriana Conmúsica. Primera edición. Quito.· Lambuley Alférez, Néstor. “La cumbia. Un gran sistema caribe-colombiano”. En: A contratiempo, Nº 3 y Nº 4, mayo y septiembre 1988. Bogotá, Colombia.· Santos, César. “Apuntes sobre la música en Santa Elena”. En: Revista digital El Diablo Ocioso, Nº 9. Agosto 2011. Corporación Musicológica Ecuatoriana Conmúsica, Quito. http://ecuadorconmusica.com/muscontenido.php?menu=2&cod=598· Wong, Ketty. “La ‘translocalidad’ de la música popular ecuatoriana: construyendo una identidad nacional alternativa?” En: Anais do V Congresso Latinoamericano da Associação Internacional para o Estudo da Música Popular. Río de Janeiro, Brasil. Junio 2004. http://www.hist.puc.cl/iaspm/rio/Anais2004%20(PDF)/KettyWongCruz.pdf

Otros sitios en Internet:

- http://cancionesdeoro.mforos.com/1650900/7827928-cumbia-colombiana/- http://es.wikipedia.org/- http://pachuco.jimdo.com/que-es-la-cumbia-colombiana-http://solar.physics.montana.edu/munoz/AboutMe/ColombianMusic/NaturalRegions/Caribe/Espanol_Cumbia.html- http://www.caribenet.info/vivere_moncada_cumbia.asp?l=- www.ecuadorconmusica.com- www.latinoamerica-musica.net

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Cartagena de Indias y las redesde la cultura neogranadina.

(Siglos XVIII y XIX)Juan David Murillo Sandoval

Historiador de la Universidad del Valle. Ex becario de la Fundación Carolina en el Másteren Historia del Mundo Hispánico: las independencias en el mundo iberoamericano,

Universidad Jaume I, Castellón-España. Investigador del Centro de Estudios

Centros y pasarelas del comercio transatlántico durante el dominio hispánico, los puertos principales de cada reino, capitanía o territorio insular, se articularon y consolidaron como sedes privilegiadas del intercambio cultural entre América y Europa. Bien fuera por el comercio lícito o por el contrabando, o bien por el embarco o desembarco de viajeros, los puertos se

cartillas, estampas, ornamentos, manufacturas, objetos religiosos, cuadros, impresos varios, e incluso armas, plantas o semillas, los cuales fueron acompañantes de los metales preciosos extraídos por los esclavos o arrebatados a los indígenas.

con las provincias y ciudades internas, lugares de poder político y económico, sedes en varios casos de audiencias o virreinatos, como lo fue Santa Fe para el Nuevo Reino, hizo de los puertos el corazón del tránsito de noticias, ideas, conocimientos y órdenes provenientes de la península; y a la inversa también, el foco desde el cual se remitieron las solicitudes, necesidades o quejas de una sociedad colonial muy móvil, hacia una metrópoli preocupada por controlar, restringir y equilibrar potestades e intereses.

No obstante, el contacto de los puertos americanos nunca fue exclusivo con la metrópoli española –como sí lo fue el comercio lícito-; hubo contactos con otros imperios atlánticos, rivales o amigos de la monarquía española según el caso, como Inglaterra y Francia, por ejemplo. Hubo también conexiones con una naciente y vigorosa nación comerciante, Estados Unidos; y también, entre los mismos territorios, reinos y capitanías que integraron la extensa América hispánica y que pudieron, por diversas vías, articularse entre sí. Como corazones del comercio y el intercambio cultural dentro del continente, los puertos irrigaban a través de múltiples arterias, terrestres y marítimas, un largo repertorio de bienes materiales y simbólicos necesarios para el correcto funcionamiento tanto del buen gobierno como del modus vivendi americano.

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Conectados directamente a través del Atlántico con Sevilla y Cádiz, y después de 1765, gracias a los nuevos decretos de comercio libre, con otros puertos como Málaga, Barcelona, La Coruña o Santander, ciudades como Cartagena o La Habana pudieron interactuar más �uidamente con la metrópoli, sin cerrarse al potente despliegue comercial inglés, legal o ilícito, ni a las siempre presentes �otillas de barcos y agentes comerciales holandeses, portugueses, estadounidenses -después de 1776- y demás actores del enorme espacio comercial indiano. Ahora bien, la conexión nunca fue solamente ibérica, ni siquiera exclusiva con los imperios del Atlánticos; las redes del intercambio material se cruzaban con los intereses de la emergente burguesía alemana, con la nunca ausente producción cultural de Roma, que se esparcía por doquier; conectaba igualmente con la costa occidental africana, territorio de la economía esclava, pudiendo llegar, incluso, hasta la más lejana posesión de la monarquía: Manila en el Asia meridional, que se unía al tránsito atlántico a través del Pací�co novohispano.

Las conexiones portuarias constituyeron, como vemos, una interacción de alcance global, de idas y vueltas de repertorios culturales que se transformaban durante su tránsito y que eran desigualmente recibidos (y/o aprehendidos) por los múltiples actores y contextos a los que llegaban. Cartagena de Indias, como principal puerto del Nuevo Reino de Granada, no fue ajena al impacto de los intercambios. Su condición de puerta de entrada y salida de bienes no la redujo a un centro urbano de paso, de ejercicios transitorios o poco móviles. Muy al contrario, y ante todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, Cartagena de Indias se convirtió en un eje dinamizante del comercio y la interacción con múltiples puntos del mundo atlántico, transformándose en un notable irrigador de in�ujos materiales e ideológicos, que pesarían sobremanera durante el complejo proceso que derivó, tanto en su propia independencia como provincia, como en la del Nuevo Reino.

En el presente ensayo analizaremos, de forma muy aproximada, algunos puntos que evidencian el potencial cultural de Cartagena en el periodo previo a la Independencia, como ciudad que al estar enlazada comercial y culturalmente con el amplio espacio transatlántico, pudo superar los límites de la jurisdicción neogranadina e incluso imperial, edi�cando a través de sus élites, un imaginario social permeado por el pensamiento ilustrado, muy propicio para propender por una separación con la Corona española. Aspectos como las ventajas económicas del Consulado, los intercambios culturales, el cosmopolitismo, o las redes familiares, serán algunos de los elementos que trataremos de entrelazar en las siguientes líneas.

Una ciudad conectada y cosmopolita

El carácter portuario de Cartagena, así como su proyección comercial durante el siglo XVII, alentada por su lugar en las ferias, el camino del oro y la trata de esclavos, hizo de la ciudad el lugar de paso y residencia de variedad de comerciantes españoles interesados en aprovechar el lugar estratégico del puerto.

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1Véase por ejemplo: McFarlane, Anthony, “Comerciantes y monopolio en la Nueva Granada. El Consulado de Cartagena de Indias”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Vol. 11, Universidad Nacional de Colombia, 1983. pp. 43-69.

Entrado el siglo XVIII, era evidente que Cartagena brindaba la oportunidad de un enriquecimiento rápido y sostenido, ante todo para aquellos comerciantes concentrados en los negocios al por mayor, representantes de casas o agencias familiares ibéricas que se articularon con otros espacios portuarios del Caribe.1 En un segundo plano estaban los comerciantes neogranadinos, cuyas actividades se restringieron en principio al comercio menudo e interino, que si bien garantizaba una cierta prosperidad, debido al alza en los precios una vez las mercancías salían de la provincia, ciertamente era un trabajo mucho más di�cultoso y apremiante que el de los prósperos comerciantes no neogranadinos asentados cómodamente en la ciudad.

La entrada en vigor de los acuerdos de libre comercio, promulgados en la década de 1870, abrió el panorama económico de las ciudades portuarias del Caribe y la Península, permitiendo la participación de nuevos y más actores en el comercio trasatlántico. Además de permitir la entrada de catalanes, malagueños y vizcaínos a la dinámica comercial del puerto de Cartagena, los acuerdos también le permitieron a la élite comercial criolla proyectarse más allá de su habitual espacio, replicando las tácticas de las casas mercantiles españolas, las cuales, con el �n de garantizar el éxito de sus transacciones y envíos, situaban familiares en distintos puertos o puntos estratégicos de los intercambios, aspectos que evidentemente les permitieron ser más organizados y, en consecuencia, mucho más e�caces en sus negocios. Los comerciantes cartageneros, como veremos, pudieron replicar este tipo de estrategias.

La creación del ‘Consulado’ en 1795, a solicitud de las élites comerciantes y teniendo por marco las reformas económicas implementadas bajo la lógica del reglamento de libre comercio, fortaleció aún más la economía del puerto, como había sucedido ya en La Habana y Buenos Aires, pero ante todo, entregó al circuito de criollos cartageneros un mayor poder sobre el sistema comercial, el cual se tradujo no pocas veces en poder político. En este contexto, hombres como Esteban Baltasar de Amador –más concretamente, su descendencia criolla- y José Ignacio de Pombo, empezarían a tomar un papel cada vez más destacado en la evolución comercial de la ciudad.

Ahora bien, es cierto que tanto los decretos de libre comercio, como el establecimiento posterior del Consulado impulsaron nuevas dinámicas económicas en la ciudad; sin embargo, no implicaron per se la aparición de nuevas estrategias o rasgos en la composición o el comportamiento comercial de sus elites. Antes que nada, los nuevos decretos legitimaron prácticas ya establecidas, conexiones ya hechas y tácticas comerciales habituales en el ámbito Caribe. El arribo de nuevos agentes catalanes o vizcaínos, por ejemplo, no era una novedad en los ambientes portuarios españoles; ya la Compañía Guipuzcoana de Caracas, por ejemplo, con fuerte presencia en Suramérica desde principios del siglo XVIII, era un contacto frecuente entre los mercaderes de La Guaira y las ferias de Portobello y Cartagena, su participación

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·Foto:Juan David Murillo Sandoval·

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2Amézaga Aresti, Vicente de, Los hombres de la Compañía Guipuzcoana, Vol. II. Bilbao, Editorial La Gran Biblioteca Vasca, 1979. 3Véase el capítulo destinado a Cartagena en la obra de Ricardo Escobar Quevedo, Inquisición y judaizantes en América española (siglos XVI-XVII). Bogotá, Universidad del Rosario, 2008.

en la defensa de la ciudad durante el sitio de Vernon en 1740 le había otorgado incluso gran popularidad.2 Por otro lado, uno de los rasgos más notables de Cartagena, y que se consolidó desde temprano, en el siglo XVII, fue su condición cosmopolita, dada por la instalación de agentes extranjeros: portugueses, holandeses, italianos, etc., debido tanto al crecimiento de la economía esclava como a la posición de la ciudad en tal empeño.

El arribo de nuevos agentes catalanes o vizcaínos, por ejemplo, no era una novedad en los ambientes portuarios españoles; ya la Compañía Guipuzcoana de Caracas, por ejemplo, con fuerte presencia en Suramérica desde principios del siglo XVIII, era un contacto frecuente entre los mercaderes de La Guaira y las ferias de Portobello y Cartagena, su participación en la defensa de la ciudad durante el sitio de Vernon en 1740 le había otorgado incluso gran popularidad. Por otro lado, uno de los rasgos más notables de Cartagena, y que se consolidó desde temprano, en el siglo XVII, fue su condición cosmopolita, dada por la instalación de agentes extranjeros: portugueses, holandeses, italianos, etc., debido tanto al crecimiento de la economía esclava como a la posición de la ciudad en tal empeño.3

De igual manera, la masiva presencia de pequeñas colonias extranjeras a sus alrededores, y el siempre con�ictivo contexto dieciochesco, que impidió muchas veces y por prolongados periodos el correcto abastecimiento de la ciudad y el territorio neogranadino por la vía de Cádiz, hizo que desde mucho antes de la puesta en vigencia de los nuevos reglamentos borbónicos, Cartagena tuviera que recurrir al comercio –y al contrabando- de productos con Jamaica, las Antillas holandesas e incluso con algunas ciudades norteamericanas, como Filadel�a. Esta conectividad, lograda por la necesidad económica, le permitió también a la ciudad integrarse al �ujo informativo que recorría el Atlántico, y que no en pocas ocasiones favoreció el conocimiento en las élites cartageneras de los debates en torno a la economía política y las ventajas del libre cambio.

Sin duda ese carácter cosmopolita de la ciudad le facilitó no depender exclusivamente del dinamismo de la metrópoli, aunque gran parte de su talante económico estuviera en manos de los marcos legislativos y el emprendimiento de iniciativas provenientes del consulado gaditano. Las formas con las cuales las élites comerciales de Cartagena se acomodan a las nuevas perspectivas y logran aprovechar las lógicas ya existentes, nos la ilustra el caso del comerciante gaditano Esteban Baltasar de Amador, quien instalado de manera de�nitiva en la ciudad en la década de 1760, logró articularse con la “aristocracia” criolla, extendiendo una red de contactos que lo capacitaban para el éxito económico. Casado con la joven Josefa Rodríguez, Amador tuvo diez hijos, siete de ellos varones, que alcanzaron notoriedad como comerciantes o hacendados, algunos participando incluso en la contienda independentista, mientras que por medio de sus hijas, Amador pudo establecer uniones con personalidades destacadas de la urbe, como José Arrázola Ugarte y el ilustrado comerciante de origen payanés José Ignacio de Pombo.

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4Según señala Adolfo Meisel, Martín José Amador sería procesado por el levantamiento de Gual y España en La Guaira de 1797. En: Meisel Roca, Adolfo, “Entre Cádiz y Cartagena de Indias: La red familiar de los Amador, del comercio a la lucha por la independencia americana”, Cuadernos de Historia Económica y Empresarial, No. 12, julio de 2004, p. 15.5Ibíd. pp. 11-25.6Sobre la dimensión intelectual y política adquirida por los Consulados Ultramarinos véase: Paquette, Gabriel, “State-Civil society cooperation and con�ict in the Spanish Empire: �e intelectual and political activities of the Ultramarine Consulados an Económic Societies, c. 1780-1810”, en Journal of Latin American Studies, No. 39, 2007, pp. 263-298.

Amador llegó a tener participación directa en el Consulado cartagenero, siendo alcalde de la ciudad en 1789, y una vez que sus hijos tuvieron la su�ciente formación, viajaron para establecerse o formar lazos en distintas plazas, todas importantes y necesarias para el correcto funcionamiento de una red comercial. De esta manera, algunos de sus hijos lograron expandir la impronta del apellido y extender la conectividad comercial de Cartagena. Juan de Dios Amador, por ejemplo, logró articularse con comerciantes de Barcelona, Baltimore y la misma Cádiz; su hermano Martín José, vivió en Cádiz para luego asentarse en La Guaira,4 donde se vio involucrado en los levantamientos de Gual y España de 1797. Otro de los hermanos, Antonio Carlos, estableció estrechas relaciones con comerciantes de Santa Fe, Mompox y Panamá; mientras que Esteban Amador, uno de los hermanos menores, lograría asentarse como comerciante en Guayaquil.5

Como vemos, Esteban Baltasar Amador, sin importar su origen gaditano, logró incorporarse a una dinámica comercial cuyo eje, más que Cádiz, fue siempre Cartagena. Su matrimonio con una criolla, e inclusive la unión de sus hijas con otros miembros de la elite propia al reino, le convirtieron en una personalidad reconocida y con incidencia en la ciudad. La expansión de sus lazos familiares da cuenta también de la importancia que para el comercio cartagenero tuvo la presencia de delegados y agentes en otros centros comerciales, que siguiendo la misma lógica de las casas de comercio ibérica, hizo más e�caz y organizado el trá�co comercial neogranadino.6

Los intercambios culturales con el interior

El cosmopolitismo y la conectividad fueron sin duda rasgos que alentaron la prosperidad económica de los comerciantes de Cartagena, pero, al tiempo que las conexiones caribeñas y atlánticas posibilitaron el intercambio de bienes, también propiciaron los intercambios culturales e ideológicos. La llegada de libros y gacetas, como de noticias o cédulas al interior del Nuevo Reino, también tuvo por asiento a Cartagena, ciudad a través de la cual los textos ilustrados ingresaron y se esparcieron entre la minúscula comunidad letrada neogranadina.

El conocimiento de los avances cientí�cos europeos y americanos, más propiamente de los adelantos en la historia natural, botánica y astronomía, fue llevado de un sitio a otro en las mismas naves, bergantines, paquebotes y fragatas que cruzaban el Atlántico desde Cádiz y desembarcaban en Veracruz, La Habana, Buenos Aires, o Cartagena.

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·Foto:Juan David Murillo Sandoval·

7AGI, Fondo Indiferente, Salidas y presupuestos de las embarcaciones para América, año 1790. Legajo No. 229.8Para un análisis más puntual sobre el comercio de libros en el Caribe durante el siglo XVIII, véase: Márquez Macías, Rosario, “La actividad cultural en los puertos del Caribe en el siglo XVIII. El caso del comercio de libros”, en Elías Caro, Jorge y Vidal Ortega, Antonino (Eds.), Ciudades portuarias en 9La Gran cuencaa del Caribe: visión histórica, Barranquilla, Ediciones Uninorte, 2010. pp. 37-73.Véase: Lopez, François, "La Legislación: control y fomento". En J. F. Botrel, V. Infantes, & F. López (Comp.), Historia de la edición y de la lectura en España 1472-1914.Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003.10Gahn se re�ere especí�camente a Mutis como “[…] el primer �lósofo que hay tal vez en las Indias españolas […]”. En Silva, Renán, Los ilustrados de la Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Bogotá, Banco de la República, EAFIT, 2002, p. 256.11Ibíd.

Un bergantín llamado San Francisco Javier, por ejemplo, despachado a Cartagena en 1790, llevó gran cantidad de géneros y frutos españoles originarios de ciudades como Madrid, Vizcaya, Galicia, Murcia, Catalunya, Valencia y Córdoba, entre los que �guraban 10 cajones con libros.7 Envíos como este fueron regulares a toda la América Hispánica, aunque podían reducirse durante las guerras, o circunstancias como el sitio francés a Cádiz entre 1810 y 1812.8

No obstante, valga a�rmar que los in�ujos modernos no provinieron generalmente de los agentes comerciales españoles, afectados por la dinámica censora del Santo O�cio, sobre todo a partir de la Revolución Francesa, o limitados por el proteccionismo de la industria editorial española.9 El contrabando y los contactos extranjeros también ayudaron al abastecimiento de textos ilustrados por parte de la intelectualidad localizada en Santa Fe, especialmente de José Celestino Mutis. Las investigaciones de Renán Silva han mostrado cómo el inicio de una relación epistolar entre Mutis y el cónsul sueco en el Nuevo Reino, Gustav Gahn,10 hermano de naturalistas, conocedor de libros y enlazado con la Real Academia de las Ciencias de Suecia, reforzó la capacidad de adquisición de textos y lecturas periódicas por parte de Mutis, ayudando, por consiguiente, a la formación cientí�ca de los ilustrados criollos que seguían las enseñanzas del botánico gaditano y que eran usuarios frecuentes de su biblioteca. Gahn recomendó incluso a Mutis la adquisición y lectura de journals literarios, como el Journal Encyclopédie, el Mercure de France, o algún otro producido en Inglaterra, impresos que lo mantendrían actualizado de los nuevos descubrimientos o adelantos, así como de los nuevos títulos publicados11.

Otro importante conector del Nuevo Reino con las producciones cientí�cas transatlánticas fue el mismo ilustrado José Ignacio de Pombo (1761-1815), nacido en Popayán y radicado en Cartagena durante la década de 1780. Pombo pudo establecer conexiones que le posibilitaron intermediar en la compra y embalaje de libros, tanto para su uso privado como para la reventa al interior del Nuevo Reino, donde, además de Santa Fe, otras ciudades con pequeños circuitos ilustrados, como Mompox o Popayán, se convirtieron en focos de recepción y lectura de impresos ilustrados.

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12Sobre los aportes de Pombo a Caldas, véase: Chenu, Jeanne, Francisco José de Caldas, un peregrino de las ciencias. Madrid, Historia 16, 1992. 13Resulta apropiado aquí remitir a la obra de François-Xavier Guerra, especialmente a su artículo sobre las redes de comunicación en la América Hispánica, véase: “Voces del pueblo». Redes de comunicación y orígenes de la opinión en el Mundo Hispánico (1808-1804)”, en Revista de Indias, Vol. LXII, No. 225, 2002, pp. 357-384.14Medina, José Toribio, Historia del Tribunal del Santo O�cio de la Inquisición de Cartagena de Indias. Santiago de Chile, Imprenta Elzeveriana, 1899, p. 380.

Pombo fue quizá el primer lector de la obra de Adam Smith en el Nuevo Reino, y su su�ciencia ilustrada sería incluso admirada por Humboldt. Pombo también sería un favorecedor de las investigaciones de Caldas, su coterráneo ilustrado payanés, a quien provee, además de dinero, varios libros e instrumentos cientí�cos, objetos que gracias a su posición como comerciante y contactos externos no le debieron ser difíciles de adquirir12.

El rápido ascenso social de Pombo en Cartagena le convirtió a inicios del siglo XIX en el comerciante más importante de la ciudad. Miembro activo y muy incidente del Consulado, Pombo tuvo en su haber una gran in�uencia política y económica, que le permitió desenvolverse bastante bien en las cambiantes circunstancias del comercio español en el Caribe. Si bien Pombo provenía de una notable estirpe payanesa de comerciantes, su consolidación en esta ciudad fue propiciada por su matrimonio en 1784 con María Josefa Amador, hija del ya nombrado Esteban B. de Amador, lazo que le permitió agregar a sus ya establecidas conexiones otra extensa red de agentes o corresponsales en múltiples destinos manejados por los Amador, como Baltimore, Cádiz, Barcelona, Guayaquil o La Guaira.

Ciertamente, las posibilidades que brindaba el conocimiento de los circuitos comerciales caribeños para el abastecimiento de productos eran una fortaleza de la élite comercial cartagenera. Por otro lado, la conectividad caribe les permitió, más que en cualquier otra ciudad -y esta es otra característica del potencial cultural portuario- estar al tanto de las novedades bibliográ�cas o noticiosas de diversos orígenes, que recorrían las ciudades de todo el Caribe, intercambiando novedades, rumores y conocimientos. Por todo lo anterior, durante el periodo de crisis monárquica y posterior despegue del ánimo independentista criollo, Cartagena sería uno de los epicentros de libros y lecturas favorables a la autonomía, el autogobierno y, seguidamente, de la independencia.13

El lugar de Cartagena en la Ilustración neogranadina

En su clásico trabajo sobre la Inquisición en Cartagena, José Toribio Medina sugiere que aparte de la capital virreinal, en ninguna otra ciudad del Nuevo Reino se pudieron cultivar las luces; según él, en Cartagena no hubo gentes ilustradas.14 Tal a�rmación, basada en una lectura frágil y errónea de la localización de los espacios educativos, que evidentemente se limitaron a Santa Fe, ciudad del Observatorio, los periódicos ilustrados, la Expedición, los colegios mayores y las universidades, puede dar lugar a claros contrastes. Sin embargo, trayectorias como la de José I. Pombo, o la dinámica misma que adquirió Cartagena luego de la crisis monárquica (la vacatio regis), la eclosión

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15La expresión Eclosión es retomada de los trabajos de Manuel Chust, y remite a la aparición y reproducción sucesiva de Juntas de gobierno en las distintas ciudades y provincias de América durante el bienio de 1809 a 1809, tras la abdicación real frente a Napoleón. Véase: Chust, Manuel, 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano. México, Fondo de Cultura Económica & Colegio de México, 2007.16Sobre la incidencia de clases populares en el proceso de independencia cartagenero véase: Lasso, Marix, "El día de la independencia: una revisión necesaria", en Nuevo Mundo, Mundos Nuevos. Debates, 2008. Puesto en línea el 9 de junio de 2008. Recuperado el 10 de junio de 2011. Enlace: http://nuevomundo.revues.org/32872.17Sergio Elías Ortiz, Escritos de dos economistas coloniales: don Antonio de Narváez y La Torre y don José Ignacio de Pombo. Bogotá, Banco de la República, Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, 1965. 18Esto no quiere decir que las élites ilustradas de ambas ciudades sólo se acercaran a los conocimientos que les convenían. Tanto en Cartagena como en Santa Fe, y también en Popayán, Tunja, Girón o Mompox, se leían los clásicos griegos y romanos, se seguían muchas tesis de Bu�on y se pudo leer, al menos de manera fragmentada, a Rousseau y Voltaire, y otros escritores perseguidos.

juntera15 y la posterior insurgencia, dan cuenta de lo capacitada que estaba la élite de la ciudad, e incluso sus capas no privilegiadas,16 para absorber las noticias, controversias e in�ujos que atravesaron los ámbitos públicos y privados durante aquel álgido periodo. Permeado de forma evidente por el pensamiento utilitario, Pombo señala con su�ciencia en un informe durante 1807:

[…] tenemos mejores noti¬cias y descripciones de la China que del país que habitamos, pues ignoramos la dirección y altura de sus montañas, la exten¬sión

de sus valles, el curso de sus ríos, los que son o pueden hacerse navegables, la situación de los pueblos, y últimamente carecemos de una carta general del

Reino y de las particula¬res de las Provincias.17

Rasgos comunes a este extracto encontramos en los trabajos de cientí�cos criollos impresos en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, periódico del que Pombo sería colaborador. No obstante, ciertas particularidades distancian la obra del comerciante de la del resto de ilustrados neogranadinos. Como se ha tratado de mostrar, la ciudad de Cartagena ofrecía ventajas que otras urbes como Santa Fe, Popayán o Tunja desconocieron. La conectividad, el cosmopolitismo y la pertenencia a un espacio geopolítico que traspasaba el territorio virreinal, permitió a los interesados abastecerse con mayor rapidez de diversos bienes culturales, como libros, gacetas o magazines, que sin duda afectaron su comprensión del mundo, y les ayudaron a construir nuevos imaginarios y referentes, ante todo en el ámbito económico, principal área de interés de una élite casi puramente comercial. Si en Santa Fe se leyó más a los naturalistas, a los polemistas del clima como Bu�on, o a botánicos como Jacquier o Linneo, en Cartagena se leyó más a Smith, Je�erson, Ward, Campillo o Jovellanos. En otras palabras, los in�ujos ilustrados económicos fueron privilegiados en Cartagena, por encima de un interés naturalista o botánico, más común a las élites ilustradas asentadas en la capital.18

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Los intereses económicos de Pombo y sus colaboradores en el Consulado no se limitaron sin embargo al ámbito de la economía, hoy sabemos de sus proyectos por crear un observatorio y una escuela de ciencias agrícolas, como también de su enorme empeño por hacer uso de la imprenta, máquina que por decisión virreinal tardó años en ser instalada, y sólo al calor de los eventos de 1810, que dieron paso al establecimiento de la Junta de gobierno criolla, pudo emitir sus primeros impresos, entre ellos el llamado Argos Americano, papel periódico económico y literario de Cartagena de Indias.

A modo de conclusión

Ya para concluir, y como han mostrado entre otros Alfonso Múnera y Renán Silva, Cartagena de Indias tuvo un papel vital en el fortalecimiento del bagaje cultural de las élites ilustradas neogranadinas, papel que no puede reducirse a un simple lugar de paso en el tránsito de libros, lecturas o instrumentos hacia el interior. Pombo fue un asiduo lector de la producción intelectual inglesa, así como un hombre preocupado por las innovaciones y la expansión del conocimiento, sus contribuciones a Caldas así lo demuestran. Por otro lado, Pombo pudo compartir sus opiniones en espacios diseñados para la disertación y la sociabilidad, como el Consulado mismo o las tertulias, donde temáticas como el utilitarismo, el aprovechamiento de los recursos naturales, el comercio libre o las vicisitudes políticas pudieron discutirse. Ahora bien, el lugar de la cultura ilustrada en Cartagena no puede reducirse tampoco a la �gura de Pombo; ya durante los años cruciales de la independencia, sobre todo a partir de 1812, una vez promulgada la Constitución, impresos revolucionarios como el Patriotismo de Nirgua y abuso de los Reyes del venezolano Juan Germán Roscio, o el Catecismo o Instrucción Popular del párroco Juan Fernández de Sotomayor, se imprimen y hacen circular por la ciudad y provincia de Cartagena, mostrando la adopción y uso de vocabularios nuevos, basados en in�ujos y referentes culturales de todo tipo, que además de dinamizar la opinión, en torno a palabras como libertad o independencia, dieron buena cuenta de una situación de acumulación cultural y, por consiguiente, de la con�guración de una comunidad hábil de lectores y agitadores de la opinión, que se nutrieron por la efervescencia informativa e ideológica que atravesó el espacio caribeño tras el inicio de la crisis monárquica española.

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Introducción

Las discusiones sobre la historia colombiana se caracterizan por no ser muy profusas. Parece ser que su estudio no resulta interesante o que se da por hecho que solo una decena de acontecimientos son merecedores de acercamiento. Además, sobre estos pocos acontecimientos la sociedad optó por memorizar algunas fechas y personajes sin detenerse a cuestionar si hay algo más. La Universidad Tecnológica de Bolívar y la Fundación Carolina han venido haciendo un denodado esfuerzo por ofrecer un espacio de encuentro y discusión sobre la historia nacional. He sido yo uno de los afortunados participantes de este ámbito en el marco del Diplomado “Cartagena de Indias, conocimiento vital del Caribe. El Caribe Epicentro de la América Bicentenaria III”, y no encuentro mejor manifestación de agradecimiento por esta experiencia que presentar a ustedes el siguiente ensayo. A los organizadores del evento, mi eterna gratitud y mi amistad.

La historia colombiana es, por un lado, demasiado corta, y por otro, poco y acríticamente escudriñada. El que sea breve es lo de menos, porque una historia, por breve que sea, no deja de tener elementos trascendentes. No obstante, también es discutible que esta historia sea tan corta como aparece en los libros a través de los cuales nos la han enseñado. Si consideramos que, a diferencia de lo que aparece en forma redundante en la historiografía nacional, nuestra historia va (o viene) más allá de las fechas que señalan los procesos

entonces un campo mucho más amplio e interesante de estudio. Es más, ni siquiera cuando se considera abarcar la época colonial, ampliando esta historia unos pocos siglos más, se alcanza a establecer la totalidad del espectro histórico del que somos consecuencia, pues lo que pasó acá antes de la llegada de los españoles también hace parte de nuestra historia.

Lamentable es que ni siquiera aquellos acontecimientos que han ido constituyéndose como hitos esenciales de esta historia hacen parte de nuestra cotidianidad cívica.

A la historia nacional:Una necesidad revisionistaJuan Pablo Duque CañasArquitecto, Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Filosofía, Universidad de Caldas.Doctor en Historia,Universidad Nacional de Colombia.Coordinador del Grupo de Trabajo Académico de Patrimonio Urbanístico y Arquitectónico de la Universidad Nacional de Colombia.

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Introducción

Las discusiones sobre la historia colombiana se caracterizan por no ser muy profusas. Parece ser que su estudio no resulta interesante o que se da por hecho que solo una decena de acontecimientos son merecedores de acercamiento. Además, sobre estos pocos acontecimientos la sociedad optó por memorizar algunas fechas y personajes sin detenerse a cuestionar si hay algo más. La Universidad Tecnológica de Bolívar y la Fundación Carolina han venido haciendo un denodado esfuerzo por ofrecer un espacio de encuentro y discusión sobre la historia nacional. He sido yo uno de los afortunados participantes de este ámbito en el marco del Diplomado “Cartagena de Indias, conocimiento vital del Caribe. El Caribe Epicentro de la América Bicentenaria III”, y no encuentro mejor manifestación de agradecimiento por esta experiencia que presentar a ustedes el siguiente ensayo. A los organizadores del evento, mi eterna gratitud y mi amistad.

La historia colombiana es, por un lado, demasiado corta, y por otro, poco y acríticamente escudriñada. El que sea breve es lo de menos, porque una historia, por breve que sea, no deja de tener elementos trascendentes. No obstante, también es discutible que esta historia sea tan corta como aparece en los libros a través de los cuales nos la han enseñado. Si consideramos que, a diferencia de lo que aparece en forma redundante en la historiografía nacional, nuestra historia va (o viene) más allá de las fechas que señalan los procesos independentistas de �nales del siglo XVIII e inicios del XIX, tendremos entonces un campo mucho más amplio e interesante de estudio. Es más, ni siquiera cuando se considera abarcar la época colonial, ampliando esta historia unos pocos siglos más, se alcanza a establecer la totalidad del espectro histórico del que somos consecuencia, pues lo que pasó acá antes de la llegada de los españoles también hace parte de nuestra historia.

Lamentable es que ni siquiera aquellos acontecimientos que han ido constituyéndose como hitos esenciales de esta historia hacen parte de nuestra cotidianidad cívica.

Acabamos de pasar por fechas cargadas de un fuerte simbolismo conmemorativo que fueron casi desapercibidas, pero no solo por el desinterés de la sociedad al respecto, sino también por la desidia de su tratamiento por parte de las autoridades estatales. Muy poco y además cuestionable alcance tuvieron las actividades realizadas en el año 2010 para recordar el bicentenario de los gritos de independencia, aunque vale la pena ponderar los pocos esfuerzos académicos para enfatizar su importancia.

Conmemoración y mito

Las conmemoraciones son fuente esencial de los aspectos cohesionadores de una sociedad. ¿Pero por qué son éstas importantes? Conviene nutrirnos de otras fuentes disciplinares para acercarnos a una respuesta. Mircea Eliade, reconocido �lósofo e historiador de las religiones, sostiene que los mitos son historias que han sucedido en el comienzo de los tiempos y se van con�gurando como modelos de comportamientos humanos. Así, un acto heroico ocurrido en el pasado a medida que es conmemorado, recordado, recreado, va convirtiéndose en un mito. Sin embargo, si nos atenemos a la esencia de lo histórico que es la búsqueda de la verdad de los hechos, existe un peligro cuando estos mitos históricos son recordados sin ningún tipo de cuestionamiento crítico, pues la verdad o no de lo que en ellos descansa queda, digamos, guarecida de cualquier intento inquisitorio. Si se convierte el mito en una verdad incuestionable, la historia queda a la deriva y la verdad comprometida. Nuestra historia, infortunadamente, está repleta de relatos miti�cados que no han hecho más que ocultar esa verdad. Eric Hobsbawm, el gran historiador del siglo veinte, advierte con angustia acerca de los peligros a los que se enfrenta la sociedad cuando los hechos históricos son manipulables y manipulados para construir historias acomodadas, construidas según las necesidades del mejor postor. El historiador tiene aquí la obligación no solo de evitar la manipulación de los hechos, sino que también está obligado a erigirse como el crítico de todo abuso que se haga de ellos. La historia debe ser desmiti�cada para poderla cuestionar. El historiador, para hacerlo, debe mantenerse alejado del mito, pues solo esta distancia, como advierte Carlo Ginzburg, nos es útil para su análisis. Ya Platón nos previene al respecto cuando a�rma que en los mitos se mezclan muchas mentiras con alguna verdad, exponiendo a la sociedad al peligro de aceptar, por tradición, imposiciones erróneas y abusivas que con frecuencia son la base de las legitimaciones del poder político dominante.

Las narraciones históricas están sometidas al tamiz de quienes analizan cada historia, y quienes dominan el poder político se valen de la posibilidad de ver los hechos de acuerdo con la conveniencia o no de los mismos. Es allí donde quien domina incide en la versión de la historia que más le resulta conveniente para su propia perpetuación, con�gurando historias o�ciales que dejan de lado todo lo que la afecte o contradiga. Para el �lósofo Karl Popper la manipulación de esta verdad ha sido la clave para que aparezcan los regímenes totalitarios que lo primero que hacen es controlar, restringir y manipular la verdad, tal como tan angustiosamente se presenta en el 1984 de Orwell.

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Pero entonces tendríamos que preguntarnos si es posible alcanzar la verdad de los hechos históricos. El interrogante no es nuevo y, por el contrario, es el fundamento de las más fuertes discusiones sobre la historia hoy en día.

¿Es posible hablar de un hecho histórico que ya pasó y del que no fuimos ni partícipes ni espectadores? ¿Si no fuimos testigos del hecho, podríamos recrearlo para ver qué tanta verdad hay en lo que se dice de éste? No podemos ni viajar en el tiempo para presenciar la verdad del hecho, ni tampoco podemos recrearlo como si se tratase de un experimento con variables que se pueden repetir para que el resultado sea el mismo del primer acontecimiento. ¿Qué nos queda? Solo la posibilidad de buscar puentes que nos permitan estructurar, para su comprensión, lo ya pasado. Estos puentes son las fuentes orales y escritas, pero también la arquitectura, la numismática, la fotografía, etc. Con estos podemos construir una “versión” de lo que pasó, y ahí es donde recae exactamente el debate: solo “versiones” del pasado. Como no podemos repetir el hecho, debemos aceptar que lo que escribimos como historia no puede ser más que la interpretación planteada, según fuentes veraces, de un o una serie de acontecimientos. Cada historiador lanza su interpretación y debe hacerse responsable de la misma, criticándola él mismo de manera permanente, hasta cuando aparezcan interpretaciones más cercanas a la verdad. En este sentido, la historia jamás debe quedar cerrada, debe permanecer abierta para su revisión si lo que queremos es evitar que las primeras versiones, por repetición memorística o tradicional, se conviertan en mitos, como nuestra historia. Conviene enfatizar en este aspecto. Si bien vale la pena insistir en que re-memorar actos pasados que se erigen como los basamentos de una historia constituye un factor primario del hombre histórico, es urgente poner en cuestión la veracidad de lo que se ha dicho. La repetición sin juicio de una narración histórica es el primer paso para que esta historia se convierta en mito, y el mito tiene la particularidad sugestiva, pero peligrosa, de convertirse en una a�rmación incuestionable que puede terminar alejándonos de la verdad inicial, la del acontecimiento mismo.

La narración histórica

¿Qué se puede hacer para escudriñar las verdades ocultas? Toda acción revisionista de los hechos es válida y necesaria. En Francia, pasados dos siglos de su revolución, los historiadores no dudaron en cuestionar todo lo escrito sobre la misma, para ver qué tan verdadero era lo que se presentaba como verdad. De allí salieron nuevos planteamientos, como los analizados por Peter Burke a través de su libro “La revolución historiográ�ca francesa”, que debieron llegar hasta nosotros para enfrentar responsablemente la conmemoración de los bicentenarios que se inician.

Preguntemos ahora: ¿a quién le cabe la responsabilidad de escribir la historia y cómo debe ser ésta escrita para entregarnos aproximaciones de verdad coherentes y justas con los acontecimientos que analiza? Estas polémicas preguntas, centro de gran parte del debate de buena parte de la historiografía reciente, han sido puntos centrales de los planteamientos expuestos por Veyne, cuando intenta dilucidar, en parte al menos, la incógnita acerca de sobre quién recae la responsabilidad de construir las explicaciones de la historia, sobre todo

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si consideramos que siempre existe el dilema de identi�car un suceso como histórico, o no. Cuando ya se acepta que la historia concierne no sólo a los hechos políticos sino a todo suceso verdadero, o verosímil, entonces cada acción humana se presenta como fuente importante y pertinente de la historia. No resulta su�ciente, sin embargo, pensar que una simple escogencia aleatoria de hechos pueda con�gurar, porque sí, una estructura sólida que permita comprender la historia. Como se trata de una cuestión bastante compleja, el propio Veyne advierte sobre la necesidad de encontrar una lógica que estructure la escogencia seriada que realiza el historiador.

En este sentido, el diario personal de José María Caballero, el sastre patriota, se exhibe sin otra pretensión inmediata que la de relatar, para sí, acontecimientos que considera dignos de mención. Del autor sólo sabemos lo que él mismo nos dice. No obstante, puede entreverse una cierta esperanza en que lo escrito llegue alguna vez a otros ojos como prueba de que él mismo estuvo como testigo de muchos de los sucesos que describe. La escogencia de los hechos está con�gurada de tal forma que, en la parte inicial del diario, se lanza a enumerar una serie de acontecimientos relacionados entre sí por una línea temática explícita: la sucesión de arzobispos, virreyes y alcaldes a�ncados en la Santa Fe colonial. Pero resulta llamativo que el autor del diario, antes de todo esto, dedique las primeras páginas a enumerar eventos sísmicos y sus consecuencias, sin prever que, tiempo después, el valor de los datos que recoge contribuirán, inclusive, a establecer una historia de las ciencias en Colombia. Expuestos en forma no estrictamente cronológica, su descripción pasa por granizadas, temblores, terremotos y “ruidos” inexplicables, desde 1785 hasta 1814. Teniendo en cuenta que los hechos relatados posteriormente con más detenimiento van desde el año de 1810 hasta el año de 1819, podríamos concluir que la lista fue complementada con posterioridad. Es posible intuir, también, que las fuentes utilizadas por Caballero sean, además de algunos posibles documentos a los cuales haya podido tener acceso para a�rmar con alguna seguridad las fechas correspondientes, la propia memoria colectiva que marca, a la manera de un hito cultural, una temporalidad implícita y reconocida por una sociedad. Esto le sirve para referirse a un tiempo precedente que lleve, a un posible lector, a acercarse a los sucesos que se propone describir, para concentrarse luego en los años de la revolución. El autor es consciente de la trascendencia de estos hechos, y mezcla aspectos políticos con datos personales. Pero es esta profusión indiscriminada de sucesos la que le otorga al diario la importancia que, historiográ�camente, ha adquirido. Podríamos a�rmar que, tras esta especie de introducción, con datos y noticias precedentes al año de 1810, Caballero se concentra, en una segunda parte, en la escritura contemporánea de todo lo que va sucediéndose. Es un año clave porque en él se desencadenan más profundamente los complejos sucesos protoindependentistas que se habían iniciado años atrás, y cuyas particularidades principales son citadas por quien escribe el diario. Cita, por ejemplo, el prendimiento del comunero Galán en 1781 y su posterior ejecución en el año siguiente, explicando sumariamente los hechos que rodearon este suceso.

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También describe la entrada del último virrey, Antonio Amar y Borbón, narración en la cual encontramos una primera pero trascendental alusión a la participación de Caballero en el evento: él mismo atestiguó, como ayudante de mesa, lo que allí sucedió. Y lo enfatiza de tal forma que ya parece intuir que lo que escribe en su diario lo hace partícipe de la historia que pretende relatar. Muchos hechos aparecen allí. La coronación y aprisionamiento de Fernando VII se suceden sin pudor con la mención de la primera noche pasada por Caballero en casa de su esposa, o la siembra de dos naranjos en sus predios, o el relato de un pequeño suceso cuyo protagonista es una carne curada en miel. Se mezclan muertes y asesinatos de todo tipo de personajes, tanto de alta alcurnia como de dudosa reputación, famosos honorables o anónimos integrantes del populacho santafereño y regional.

Caballero nos lleva y nos trae, de un renglón a otro, desde las tierras españolas o francesas hasta los vericuetos cotidianos de la vida pueblerina de estos territorios neogranadinos. También, aquí y allá, perfectamente situados en la lista de acontecimientos, aparecen los lamentos más íntimos de quien, más que un escritor espontáneo, es el padre, hermano o hijo que se lamenta de la ausencia de los seres cercanos que van muriendo al compás de lo descrito. Uno de los aspectos más interesantes del diario es la transformación de las ideas experimentadas por la sociedad del momento, encerrada o favorecida para desatar el hito histórico que ha representado el rompimiento con España. Los comentarios que entre líneas ofrece Caballero, en un tono muy personal, nos permiten acercarnos al pensamiento del pueblo mismo, al cambio ideológico que se fue con�gurando en la masa con las posibilidades de independencia. El lenguaje que utiliza evidencia, de alguna forma, esta transformación. De tratar, en sus listas iniciales, a los arzobispos españoles de “ilustrísimos”, y a los virreyes de “excelentísimos”, en el relato de los hechos correspondientes a 1810 empieza a establecer una diferencia entre “criollos” y “chapetones”, incluyendo así un juicio de valor sesgado por sus propias convicciones. Ya no es más un simple servidor de las élites aristocráticas o comerciantes que se precia del contacto del que goza con ellos. Ahora actúa como protagonista integrante de las fuerzas rebeldes y se autoerige relator de lo que allí se desenvuelve. Sabe que lo que está dándose marcará el paso a una nueva época y se entrega a consignarlo en las páginas que escribe de acuerdo con el desarrollo de los acontecimientos. Describe con especial admiración a Antonio Nariño y no tiene tapujos en hablar de un Bolívar en términos más o menos indiferentes, o hasta indolentes.

No deja pasar la oportunidad de a�rmar su desacuerdo con el pacto entre Santa Fe y Cartagena, por considerarlo injusto con su ciudad. Habla de la composición del Colegio Electoral y de las luchas intestinas desencadenadas por las élites para hacerse con el poder en el nuevo sistema.

¿Cómo es posible que ésta, la oportunidad esperada, haya sido atropellada por los intereses personales de los dirigentes que, aprovechando la situación, aparecieron inicialmente como adalides de la revolución, mientras que los verdaderos próceres eran abandonados o entregados a las tropas españolas de reconquista?

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El mocho Vargas, protagonista de algunos de los lances de Caballero, le juega a todo, aprovechándose del vaivén de las situaciones. No poco le complace al autor su destino �nal, pero sí se lamenta de los compañeros de suerte de éste -Antonio Villavicencio, José María Carbonell, Baraya, García Rovira, Caldas, La Pola-, ellos sí, en sus respectivas medidas, verdaderos patriotas. El diario se transforma lentamente en el depósito de las desesperanzas de la pretendida independencia. Han llegado Morillo y Sámano, y de su paso sólo queda el temor a lo inevitable. Los falsos indultos y las continuas delaciones llevan a Caballero a dejar de escribir temporalmente, consciente de que el diario es ahora, más que su propia conciencia, la del pueblo. Sólo lo retoma cuando ya no está en Santa Fe, pero no están en él los sucesos concluyentes de la independencia.

La veracidad de los acontecimientos narrados por Caballero toma fuerza con el paso del tiempo. Cuando llega a aludir sucesos tan íntimos, se termina con�ando en la veracidad de lo que en el diario consigna. Muchas cosas han desaparecido. Si con su primera publicación alguien decidió escoger qué retomar y qué desechar, lo que nos queda es un ejemplo del dilema de la historia misma. Volvamos al principio. ¿A quién le cabe la responsabilidad de escribir la historia? ¿Es la historia lo que escriben los historiadores? Atendiendo a ellas, cabe aquí la pregunta: ¿Es José María Caballero un historiador de la independencia por haber recopilado, de acuerdo con su personal elección, los hechos que llenan su diario? Sin precipitarnos en una respuesta, también cabe otro delicado problema. Sin importar quién haya sido el responsable de lo sucedido tras el descubrimiento de los papeles perdidos y su primera publicación, ¿son las amputaciones hechas al diario también una escogencia histórica? Quién lo hizo ¿ha actuado de acuerdo con las responsabilidades que debe cargar el historiador? ¿Cuál de los dos ha desempeñado la función del historiador, considerando que ambos han establecido criterios personales para estructurar lo que han decidido entregar? El Diario de la Patria Boba, título impuesto, se muestra como un buen ejemplo de lo que expone Veyne como los peligros de la construcción de las narraciones históricas y la posibilidad de que con ellas podamos acercarnos, o no, a la verdad de la historia. Pero así está escrita la nuestra.

La revisión de la historia

¿Hemos nosotros seguido el ejemplo de quienes insisten en la necesidad de revisar nuestras historias para poner en práctica nuestra responsabilidad revisionista? Me temo que poco. Quiero referirme a uno de estos pocos intentos. Las investigaciones históricas de Alfonso Múnera presentan una evidente relación con la historiografía de la subalternidad.

No por otra razón él mismo lo advierte, cuando especi�ca que al referirse al término subordinado lo hace indicando una connotación social que se expresa en términos de clase, casta, edad o género ligada a quienes no pertenecen a las élites. Su directa disposición a plantear serias críticas a todo tipo de paradigmas históricos se hace pública desde el comienzo de su libro El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), cuando expresa su desacuerdo con lo que considera mitos de la historiografía colombiana, repetidos y aceptados sin pudor por muchos historiadores para explicar los orígenes de nuestra supuesta nacionalidad.

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Enrostra el inicio de algunas de estas verdades a medias a un personaje, José Manuel Restrepo, quien, de acuerdo con Múnera, abusa de su papel directamente protagónico en los acontecimientos independentistas para reforzar su óptica como la única, condenando al olvido buena parte de la visión de los otros.

Son tres los mitos que el autor señala y que está dispuesto a controvertir: Que existía una unidad política en el virreinato de la Nueva Granada en el momento de las revueltas independentistas de inicios del siglo XIX, efectivamente centralizada desde Santa Fe como su capital. Que fueron los ideales nacionalistas de la élite criolla santafereña los verdaderos impulsadores de la independencia, pero que infortunadamente fue saboteada en sus inicios por las intenciones federalistas de ciudades como Cartagena y sus egoístas intereses. Que sólo una etnia, la conformada por blancos descendientes de españoles pero nacidos en América, asumió la responsabilidad de independizarse de España, en contra de los indios, los negros y las castas que, o se aliaron con el imperio o simplemente jamás desempeñaron un papel importante en el proceso.

Considerando erróneos estos planteamientos, Múnera a�rma que el peligro de ellos es la repetición permanente y acrítica de estos en la historiografía o�cial colombiana. Es aquí, precisamente, donde puede parecernos más importante la cercanía del autor con los enfoques de la subalternidad. Ranahit Guha, el historiador bengalí representante de los estudios subalternos, plantea un enfrentamiento con la historia o�cial, contra esa autoridad que decide la pertinencia de un hecho como histórico, según sus conveniencias, para construir la ideología estatal. A pesar de que Guha se re�ere a las falencias de una historia poscolonial india que ignora el protagonismo del pueblo y lo concentra en las élites, los estudios críticos de Múnera coinciden en la necesidad de revisar esas historias, incluida la colombiana, para rescatar del olvido la importancia de las masas insurgentes. Por eso es que, entre los objetivos que se propone está -además de argumentar que la construcción de la Nación fracasó porque la unidad referida no existió nunca-, demostrar que al momento del estallido de�nitivo de la independencia no hubo una elite que tuviera un proyecto nacional concebido de antemano y que las clases subordinadas sí fueron protagonistas decisivas, con intereses de�nidos y propios, como fue el caso de los mulatos inmersos en el desarrollo de la eventual República Independiente de Cartagena.

Luego de reconocer la existencia de investigaciones recientes que van en este mismo sentido, Múnera se lanza en su propósito revisionista para “desenmascarar” las ideas de Restrepo y demostrar que éstas no son más que mitos incuestionados. Para hacerlo se concentra en el análisis del con�icto que enfrentó a las dos ciudades más importantes de la Nueva Granada en el momento de la independencia, Santa Fe y Cartagena, las cuales a su vez representaban dos planteamientos políticos y económicos distantes entre sí, pero incorporando la dinámica racial como aspecto fundamental ignorado, sin el cual no es posible comprender la complejidad del proceso de independencia.

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Claramente de�nida la estructura del libro desde el comienzo, éste se desarrolla en seis partes fundamentales que vale la pena escudriñar. En la primera, analiza la imposibilidad de que Santa Fe, como ciudad capital del virreinato, ejerciera un verdadero y efectivo control sobre todo el territorio debido a las difíciles características geográ�cas y a las grandes distancias que se debían recorrer sin un e�ciente sistema de caminos, acentuando las diferencias de intereses primordiales expresados por las dos ciudades y el con�icto de autoridad consecuente. En la segunda parte reconstruye las características del Caribe colombiano y las di�cultades que ciudades como Cartagena enfrentaron al momento de ejercer un control regional siendo, como eran, ciudades de�nidas como de frontera, con especi�cidades tan distintas a las de las ciudades andinas. La tercera parte se concentra en el análisis del renacimiento comercial y social que la en ese momento decadente Cartagena experimentó en el período �nal del siglo XVIII y el comienzo del XIX, enfatizando la trascendencia cada vez mayor de una nueva clase social, conformada por negros libres y mulatos artesanos, en las ya cercanas acciones independentistas. Personajes como Antonio de Narváez y José Ignacio de Pombo se funden en este relato con los líderes mulatos y negros para reincorporarlos a la historia que, según Múnera, debe ser revisada. Las causas fundamentales y verdaderas del con�icto entre Cartagena y Santa Fe en este mismo período son el centro del análisis en la cuarta parte del libro. El instrumento político que constituyó la creación del Consulado de Comercio de Cartagena en 1795 fue instituido como la punta de lanza del desacato cartagenero a la autoridad santafereña y al fracaso de la estructura colonial prevaleciente.

Cita Múnera, además, la harina de Vélez, más cara y de menor calidad, y las propuestas de nuevos caminos que hicieran menos tortuoso y más breve el recorrido hasta las ciudades del interior, como los elementos que acentuaron las discordias irreconciliables entre las dos regiones. La quinta parte es planteada para comprobar que la insistencia de Cartagena por independizarse políticamente de Santa Fe fue producto de sus diferencias con las élites criollas de la capital. Como consecuencia, las tesis centrales no eran acogidas por muchas de las otras regiones, resultando imposible, por tanto, que se creara un estado-nación uni�cado. Con esta concepción, el autor busca desvirtuar la interpretación o�cial de una “patria boba” en la cual prevalecieron los intereses mezquinos de Cartagena, cuando causas mucho más serias y profundas fueron las que agudizaron un con�icto ya antiguo. La insubordinación cartagenera al virrey y sus preferencias hacia el dominio santafereño buscaban no una independencia del reino sino la consecución de una autonomía política y económica. Por tanto, la decisión de la ciudad-puerto de no acogerse a la voluntad central no tuvo que ver con la construcción de un Estado-nación. La última parte es una detallada relación política de los acontecimientos sucedidos para la creación de la República Independiente de Cartagena, entre 1810 y 1815, donde Múnera demuestra que sí existió una fuerza social distinta a las élites historiográ�camente citadas como único motor del proceso.

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Conclusión

Para concluir, además de lo ya expuesto, Múnera plantea que, en medio de esta división, la relativa con�guración de un estado-nación colombiano fue posible en 1831 por una simple razón: apenas en este momento pudo Santa Fe dominar, por la fuerza de los ejércitos, las otras regiones. El tan mencionado mito nacionalista de la conformación uni�cada de ideales personi�cados por las élites ilustradas de los criollos santafereños es apenas un mito que debe ser cuestionado, no sólo porque ese ideal único y compartido nunca existió, sino porque los subordinados ejercieron un protagonismo que no ha sido reconocido hasta ahora. Con el propósito de reivindicar el aporte de los subordinados, este fundamental trabajo se une a los de otros nuevos historiadores que, con aclaraciones como las que intenta Múnera en este libro, demuestran la necesidad de contribuir a las revisiones de la historia estatal para romper con la peligrosa univocidad prevaleciente.

Es hora de iniciar el debate. La discusión queda abierta.Manizales, 2011.

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CartagenaMemoria y espacio en tiempos del Bicentenario.

Julián Augusto Vivas García

Resulta sorprendente que una pesquisa rápida de las palabras Cartagena de Indias en el buscador de Google dé como resultado cerca de 48 millones de salidas, de las cuales cerca de un 60% corresponde a la oferta de algún paquete turístico que busca atraer a nacionales y extranjeros a esta ciudad del Caribe colombiano. Es evidente que desde 1991, cuando Cartagena fue declarada como distrito turístico y cultural, las actividades económicas de esta índole se han consolidado para darle a la ciudad la impronta del destino turístico por excelencia, la imagen de un paraíso tropical.

De otro lado, al tiempo que se promueve a través del turismo una imagen limitada, y en buena medida estereotipada sobre Cartagena, este tipo de

de una memoria social que tiende a marginar a grandes sectores de la población. En este breve texto quisiera plantear como, en la medida en que la memoria tiene también un sentido espacial y político, la actual conmemoración del bicentenario puede ser un momento clave para replantear el papel fundamental que han desempeñado todas las regiones en la construcción de la nación colombiana, cuyo sentido ha sido invisibilizado

una coyuntura que permite recrear las memorias sociales colectivas, y por tanto es una oportunidad para generar nuevos proyectos sobre el presente y el futuro de una sociedad profundamente inequitativa. Los elementos de esta

Indias: Conocimiento Vital de Caribe 2011. El Caribe Epicentro de la América Bicentenaria III" de la Fundación Carolina Colombia y la Universidad Tecnológica de Bolívar, que se desarrolló entre el 28 de junio y el 8 de julio de 2011.

El estereotipo y las memorias

La imagen de una playa desierta o semi desierta en la que abunda la vegetación y especialmente las palmeras cargadas de cocos, es el estandarte escogido por la mayor parte de las páginas web encontradas para promocionar a Cartagena como destino turístico nacional e internacional.

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Economista y magister en historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.Docente de las Universidades Nacional, Javeriana y Antonio Nariño en las áreas de

historia económica e historia agraria.

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1Plan de Desarrollo 2008-2011 Por una sola Cartagena. [Documento en línea]. Disponible desde Internet en: www.elsonrezende.hpg.ig.com.br/artigos/educaomc.htm [con acceso el 29-8-2011].2Cámara de Comercio de Cartagena. Inversión empresarial en Cartagena y los municipios del norte de Bolívar, 2009 [Publicación en línea]. Disponible desde Internet en: http://es.scribd.com/doc/39421843/Indicadores-Cartagena-2009 [con acceso el 29-8-2011].

Esta imagen es también sustituida o acompañada la mayor parte de las veces por las murallas que bordean una parte de la ciudad a la que se le reconoce como histórica, o por un paisaje conformado por techos de teja española y cúpulas de iglesias iluminadas por un sol radiante. Imágenes muy parecidas se repiten en la iconografía con la que se distingue el sentido de lo caribeño. Como en muchos otros lugares, esta iconografía caribeña esconde las complejidades de los espacios y sus territorios, de sus gentes y de las relaciones que se tejen entre ambos.

Tras la imagen de postal hay por lo menos dos Cartagenas. Una Cartagena conectada con los circuitos económicos globales, próspera económicamente, que recibe año tras año a miles de viajeros de todas las nacionalidades. Los que desembarcan en cruceros hallan en la ciudad amurallada las mismas marcas que pueden verse en las vitrinas de otras ciudades-puerto; se encuentran también con una gran cantidad de políticas, desde las que buscan una garantía sobre la calidad de los servicios turísticos, hasta el establecimiento de fuertes medidas de seguridad sobre los lugares donde concurren los visitantes, políticas que hacen de Cartagena un destino turístico de clase mundial.1 En esta Cartagena globalizada los �ujos internacionales de capital han aumentado signi�cativamente en los últimos años: entre 2007 y 2009 la inversión neta de capital pasó de 100 mil millones de pesos a 164 mil con destino principal hacia el sector inmobiliario, el turismo, la construcción y la industria manufacturera.2

La otra Cartagena, menos visible, se conecta directamente con la primera. Los trabajadores formales e informales que mueven el turismo en Cartagena reciben en promedio un ingreso de 20 a 25% más bajo que el de otras ciudades principales del país; y al mismo tiempo, el alto costo de vida y el creciente valor de la tierra producido por la primera Cartagena generan una marginalización espacial de los más pobres en las partes periféricas de la ciudad, excluyéndolos de la posibilidad de hacer parte de la vida urbana formal. La focalización espacial de la pobreza en sectores especí�cos como las laderas del Cerro de la Popa y los barrios aledaños a la Ciénaga de la Virgen, concentra una Cartagena sin pleno desarrollo de los derechos sociales y económicos, sin acceso a servicios públicos o educación, lo que la rezaga aún más de los logros económicos de la Cartagena próspera, y la colocan dentro de las ciudades con mayores niveles de pobreza del país.3

Esta imagen es también sustituida o acompañada la mayor parte de La pregunta es entonces ¿cómo construir imágenes más complejas y diversas (y por tanto más democráticas) de una sociedad heterogénea y con�ictiva? La respuesta pasa por el reconocimiento de la centralidad de un elemento cardinal de la disciplina histórica y de la estructuración de todas las sociedades: la memoria.

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3Según el Banco de la República, seccional Cartagena, el porcentaje de población considerada pobre es del 32,8%, la media nacional es de 26.48%, lo que coloca a Cartagena como la cuarta ciudad con mayor número de pobres del país después de Cúcuta, Montería y Barranquilla. Pérez, Gerson Javier. “La pobreza en Cartagena: Un análisis por barrios”. En: Documentos de trabajo sobre economía regional No. 94. Cartagena, agosto de 2007.4Joël Candau. Antropología de la memoria. Editorial Nueva Visión. pp. 40-45.

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Esto es así porque las memorias, y por consiguiente los olvidos, en tanto producto de la interacción social y de las relaciones de poder de los diferentes grupos sociales, expresan un conjunto diverso de representaciones sobre el pasado que forman parte integrante de la construcción del presente y de los proyectos sobre el futuro. Además de este carácter político, la memoria se produce también espacialmente, se inscribe en las especi�cidades de un lugar en el que se desarrollan las relaciones sociales y la vida cotidiana, un lugar construido culturalmente que desencadena los recuerdos colectivos.4

La primera de estas características de la memoria se activa o acentúa cuando por razones del presente se hace necesario recordar. Esto resulta aún más evidente con la actual conmemoración del Bicentenario de la Independencia. Entre el año 2005 y el 2020 la mayor parte de los países latinoamericanos y del Caribe participan en la efemérides de haber disuelto los yugos coloniales y haberse enrutado en la senda de la construcción de las modernas repúblicas. Frente a esta interpretación tradicional de lo que muchos consideran el mito fundacional de las naciones latinoamericanas, basta apenas una mirada de conjunto sobre nuestro con�ictivo entorno para cuestionar: ¿Qué conmemoraremos realmente cuando en la mayor parte de países latinoamericanos y del Caribe se cumplan doscientos años del conjunto de hechos que son tomados como base para lo que convenimos en llamar la independencia nacional? Las respuestas son variadas y pueden ir desde una celebración patriótica por el inicio de las instituciones republicanas, hasta un escepticismo total frente al avance de los ideales de igualdad, autonomía o soberanía que en su momento se ligaron al de la Independencia.

Es precisamente la búsqueda de signi�cados lo que puede hacer del Bicentenario un momento fundamental para nuestras sociedades latinoamericanas y caribeñas. Las conmemoraciones nos sirven para guardar colectiva y públicamente el recuerdo de ciertos sucesos, ayudan a hacernos conscientes de un pasado histórico, es decir que son, en general, fuentes para la producción y reproducción de las que son al mismo tiempo las raíces de nuestra identidad: las memorias.

La conmemoración del Bicentenario es entonces una coyuntura que posibilita recrear lo que somos, para pensar estos cortos doscientos años de inserción en el desarrollo capitalista, de democracia, de Estado moderno y liberal, de instituciones republicanas, de arquitectura y de educación, etc. en general para los exámenes y los cuestionamientos complejos de tipo político, económico y social sobre esta sociedad que tenemos hoy, 200 años después.

En este sentido, una gran diversidad de preguntas que se proyectan sobre el presente y el futuro de la mayor parte de los países latinoamericanos surgirán cuando Cartagena conmemore este año el Bicentenario de su independencia: ¿Cómo se articula hoy, doscientos años después, esta nación de regiones?

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5Mary W. Helms. “Los indios del Caribe y Circuncaribe a �nales del siglo XV”. En: Leslie Bethell (ed.). Historia de América Latina. Tomo 1. Ed. Crítica, Barcelona, 1990. p. 35.

¿La independencia proyectó la cultura de Cartagena hacia el centro andino de poder o hacia la región Caribe colombiana? ¿Cuál es la permanencia de enclaves coloniales en el Caribe? ¿Cuál es el papel de los africanos esclavizados en las luchas por la Independencia y por tanto en la con�guración de identidades? ¿Cuál es la respuesta en práctica de modelos económicos que llevaron a crecimientos desiguales en países latinoamericanos y del Caribe después de la independencia? ¿Cuál es el papel de los pueblos precolombinos en los procesos de independencia y en el futuro de las nuevas repúblicas?

Una deuda de la conmemoración del Bicentenario

La respuesta a estos y a muchos otros interrogantes nos darán pistas de esa sociedad compleja y democrática que buscamos. Sin embargo, considero particularmente que la ausencia de un reconocimiento más profundo sobre el rostro indígena del Caribe es una de las raíces históricas de esa Cartagena inequitativa y al mismo tiempo es una de las deudas de esta conmemoración de la independencia de Cartagena.

En un ya clásico libro, Mary Helms demuestra la gran complejidad económica y política de las culturas precolombinas del Caribe y Circuncaribe a �nales del siglo XV. Organizaciones sociales que construyeron extensas redes de mercado a lo largo de las costas y las vertientes del Caribe, las cuales se relacionaban no solamente con el intercambio de valores económicos, sino sobre todo con los alcances de una autoridad que se tejía al mismo tiempo con contextos sagrados y sobrenaturales. Una gran diversidad de núcleos poblacionales que guardaban el conocimiento de la agricultura, articulados no solo por estas redes comerciales sino por formas de parentesco que aun constituyen un reto para la antropología.5

Esta complejidad, sin embargo, se ve parcialmente desestructurada con la llegada de España a América. Parte de esa segregación espacial (y también de la memoria social) que mencionábamos antes quizá pueda apreciarse incipientemente con la denominación de ladinos que le daban los españoles a aquellos indígenas que al ser sometidos al trabajo dentro de Cartagena eran también obligados a asimilar algunas de sus costumbres, pero sin ser incluidos en las dinámicas sociales de la urbe colonial. Menos de un siglo después del periodo estudiado por Helms, hacia la década de los años sesenta del siglo XVI, los indios ladinos eran considerados miserables, incapaces y débiles. Se ordena por esta razón su empadronamiento y la obligación de que cada indio tuviese un amo con el �n de instruirlos en la fe católica y evitar el vagabundeo.

A partir de la década siguiente la población africana empieza a superar a la indígena y la referencia a estos dentro de los informes de los gobernantes queda reducida a su trabajo en la encomienda y a algunos sectores del mundo rural cartagenero. Ocurre entonces un proceso de invisibilización: a los ojos de los funcionarios reales y de sus informes los indígenas desaparecen de la historia urbana cartagenera bajo la denominación genérica de mestizos.6

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6Antonino Vidal Ortega. Cartagena de Indias y la región histórica del Caribe. 1580-1640. Universidad de Sevilla 2002. pp.. 260-262.7J.M. Henao, G. Arrubla. Historia de Colombia. Voluntad, Bogotá. 1952.

Al igual que en estos informes de los funcionarios reales, otras fuentes de la historia escrita ligadas a la educación se han encargado de reforzar ese proceso de negación que tiene como re�ejo la marginación espacial. Puede citarse un pequeño ejemplo. Hace exactamente un siglo, con motivo de la conmemoración de los primeros cien años de la Independencia, el entonces gobierno conservador de Rafael Reyes contrató a los historiadores Jesús María Henao y Gerardo Arrubla para escribir una síntesis de la historia de Colombia. En esta obra, que sirvió para la enseñanza de más de seis generaciones de estudiantes de colegios públicos del país, la población indígena era descrita como una horda de salvajes, carentes de gusto y temor de Dios, mientras que los héroes eran los personajes iluminados encargados de guiar a las masas anónimas; la Conquista y la Colonia, con todas sus barbaries y sumisiones, eran vistas como una experiencia civilizadora con la que se forjarían los elementos fundamentales de una república en teoría “democrática e incluyente”.7

Entonces, con esta obra, junto con otros mecanismos de reproducción de la memoria, no solo se pretendía enseñar historia a los incautos estudiantes de secundaria, sino sobre todo (de)formar “buenos ciudadanos” que aceptaran pasivamente una nacionalidad, someter a los educandos a la autoridad gubernamental y presentar de forma mítica la integración nacional de Colombia.

Entra en escena la segunda característica de la memoria que anotamos. En cuanto la memoria se halla anclada en el espacio, se plantea la problemática de las centralidades creadas por las relaciones de poder: la nación, los héroes y el Estado central como referentes espaciales de un proyecto de creación de la memoria.

En efecto, a pesar que desde el periodo de dominación española la ciudad de Cartagena adquirió una clara centralidad como plaza fuerte de la Región Caribe, y al mismo tiempo se convirtió en intermediaria de las zonas más pobladas del interior del país y el mundo exterior, la memoria “nacional” no solo reconoce las efemérides del 20 de julio o el 7 de agosto, sino que reproduce un imagen muy limitada del papel de Cartagena en el proceso de construcción de la nación.

Este propósito de crear una memoria nacional basada en un pasado unívoco que impone silencios, que induce amnesias colectivas y que excluye de la historia a los marginados, convirtiendo así a los verdaderos protagonistas en espectadores pasivos y a los villanos en héroes, ha sido una constante en la lucha desigual que se libra en este territorio para otorgar sentido a lo que somos y a lo que debemos ser.

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Apuntes �nales a modo de conclusión

Cartagena representa un territorio tangencial tanto a los procesos de internacionalización económica y cultural, como a las dinámicas sociales y políticas nacionales, que en tiempos del Bicentenario de la Independencia se per�lan hacia la evaluación y renovación de nuestros proyectos nacionales. Cartagena es a la vez la articulación de una serie de lugares para la reconstrucción de una memoria que se replica en otros países latinoamericanos y del Caribe, y un re�ejo de las problemáticas económicas y sociales que actualmente enfrentan la mayor parte de países latinoamericanos

En tiempos de globalización y bicentenario, la relación siempre insoslayable entre actualidad y pasado histórico remite a las herencias comunes recibidas por las naciones latinoamericanas y del Caribe de ese pasado colonial que parece ya remoto. Pero también a las potencialidades de los proyecto sobre el futuro que se construyen siempre sobre las memorias colectivas.

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El Caribe como región:Aproximaciones a un debate sobre la

construcción de una identidad regional.Katia Padilla Díaz

1Padilla, K. (2010). Entre lo local y lo global: el caso del movimiento de veeduría cívica de Providencia y Santa Catalina islas. Tesis con mención de honor Meritoria para optar al título de Magister en Estudios del Caribe. Universidad Nacional de Colombia, sede Caribe.2Ver Vidal, A. (2003). “La región geohistórica del Caribe”. En Revista Mexicana del Caribe, Vol\año VIII, No 15, México. pp. 7-37; Ratter, B. (2001). Redes Caribe, San Andrés y Providencia y las islas Cayman. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia sede San Andrés; Glissant, E. (1996). Introducción a una poética de lo diverso. Barcelona, Editorial del Bronce 2002.

Antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia, Magister en Estudios del Caribe de la Universidad Nacional, sede Caribe, grupo de investigación Estado y Sociedad de la Universidad Nacional.

Con experiencia en estudios afrocolombianos, trabaja como docente universitaria en Cartagena.

“Mucha gente dice que ama el Caribe, con lo cual quieren decir que tiene la intención de volver a visitarlo, pero que jamás podrían volver a vivir en él”.Derek Walcott,1992.

autora,1 y que han sido reorganizadas a lo largo del Diplomado “Cartagena de Indias: conocimiento vital del Caribe 2011”, gracias a la beca otorgada por la Fundación Carolina Colombia, entidad que propició el encuentro de un grupo de personas interesadas en los asuntos del Caribe. Se analiza el Caribe como región, siendo la ciudad de Cartagena parte de ella; se espera que el texto aporte elementos al debate sobre la construcción de una identidad regional.

El Caribe como región geohistórica fue conformada a partir de diásporas africanas, sefardíes, europeas y asiáticas, y sirvió como el laboratorio de la colonización europea durante los siglos XVI y XVII. En esta área se entretejen redes comerciales, culturales y políticas. En un primer momento su integración estuvo marcada por una economía extractiva orientada a proveer a las metrópolis europeas de materias primas, sobre todo de azúcar. La región ha conformado su identidad y su integración a partir del colonialismo y de las diásporas. En la actualidad, a pesar de las independencias de la mayoría de sus territorios, si es que se puede considerar como en verdad independientes, y del cambio en el modelo económico, aún continúan siendo lugares de explotación a través del turismo y otras nuevas formas de comercio. En esas nuevas actividades económicas se expresan, aunque de otra manera, continuidades de ese modelo colonial en las que la región sigue siendo una periferia con graves problemas de desigualdad social. Los habitantes deben lidiar con esos modelos económicos globales que no dan razón de las problemáticas locales del medio ambiente, las relaciones de género o sociales.

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“La nostalgia de un faro en el Caribe”. Fotografía: Katia Padilla, julio de 2011. Santa Marta.

3Pantojas, E. (2006). “De la plantación al resort: El Caribe en la era de la Globalización”. En Revista de Ciencias Sociales No. 15, 2006.4Gaztambide, A. (2005). La invención del Caribe a partir de 1898. Tan lejos de Dios, Ed. Callejón. San Juan. pp 29-58.5Sandner, Gerhard. 2003 [1984]. Centroamérica y el Caribe Occidental. San Andrés, Universidad Nacional de Colombia.6

Pantojas, E. (2001). La integración económica e identidades caribeñas: convergencias y divergencias. Ponencia presentada ante el V Seminario Internacional de Estudios del Caribe. Universidad de Cartagena.

Sin embargo, existen diferentes Caribes con�gurados por sus especi�cidades como lo es el sistema de plantación para el Caribe insular, tal como lo ha planteado Antonio Gaztambide en diferentes ensayos,4 concluyendo con la existencia de cuatro tendencias sobre lo que es la Región Caribe:

1. Un Caribe insular o etnohistórico, con un énfasis en la experiencia común azucarera esclavista.

2. Un Caribe geopolítico, que agrupa a las regiones donde se produjo la mayor parte de las intervenciones estadounidenses.

3. El Gran Caribe o Cuenca Caribe, que tiende a incluir una América Central entre las del Norte y las del Sur.

4. El Caribe Cultural o Afroamérica central, que no es geográ�ca y que se puede considerar como parte de la Afroamérica que queda al sur de los Estados Unidos y al norte del Brasil, así como las comunidades migrantes caribeñas de Estados Unidos y Europa.

Por otra parte, para Sandner5 la región Caribe es un espacio geopolítico que ha sido lugar de disputa por parte de las potencias económicas mundiales con una serie de coyunturas y con�ictos comunes a toda la región. Sin embargo, Emilio Pantojas propone un debate sobre la construcción del “proyecto de caribeñidad como integración Caribe”, en su artículo “De la plantación al resort”, cuestiona los términos en los cuales se ha venido planteando esta construcción de lo que es el Caribe dentro de la globalización, así como las organizaciones regionales que se han venido conformando con el afán de lograr una integración caribeña (ICC, AEC, CARICOM, CARIFORUM, entre otras). Para el autor dicha integración pasa por el ámbito económico y político desde el siglo XIX.6

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“Turismo y medio ambiente”.Fotografías: Katia Padilla, julio de 2011, Santa Marta

7Pantojas, E. (2006). “De la plantación al resort: El Caribe en la era de la Globalización”. En Revista de 8Pantojas, E. (2006). “De la plantación al resort: El Caribe en la era de la Globalización”. En Revista de 9Pantojas, E. (2006). “De la plantación al resort: El Caribe en la era de la Globalización”. En Revista de Ciencias Sociales No. 15, 2006.

El Caribe como región ha sido escenario de múltiples intentos de integración, dicha unidad cultural incluye un pasado común en el cual se destacan características descritas por Sidney Mintz,

7 tales como las condiciones ambientales y geográ�cas que permitieron la implementación de ingenios y un sistema de plantación a gran escala realizada por mano de obra esclavizada encargada de proveer de recursos a Europa, entre otras características. Respecto a lo planteado por el autor, es de destacar que el sistema social era bipolar, no permitiendo mecanismos de movilidad social mediante la consolidación de un sector medio entre esclavizados y hacendados. Las diferencias tan marcadas se podrían interpretar como el origen de la naturalización y del racismo hacia la población descendiente de africanos (as), en donde los rasgos físicos eran marcas de clase.

Al respecto, Pantojas se plantea un nuevo matiz de lo considerado “común” del Caribe: “Mientras hasta mediados del siglo veinte los trabajadores caribeños producían azúcar y frutas para endulzar las comidas y bebidas del mundo desarrollado, hoy trabajan para endulzarles la vida alimentando fantasías recreativas en paraísos tropicales que no existieron, ni existen. En tanto que el rol del Caribe en la economía global ha pasado de la plantación al resort existe una apariencia de progreso y prosperidad”.8

Sobre identidad

La identidad cultural caribeña se construye a partir de una negociación entre lo pasado y lo presente, pero pensando el futuro. No es una y puede pasar por diferentes categorías, entendiendo las identidades como una constante construcción y deconstrucción. Para Norman Girvan9 existe una ambigüedad en el concepto de identidad Caribe dado que las identidades nacionales caribeñas son una construcción intelectual o política, desde este ámbito se podría realizar el interrogante sobre la participación de los habitantes de las regiones en dicha construcción. Este interrogante seria resuelto por Stuart Hall quien asume que la identidad no es una, y dentro de esta polifonía tendrían cabida diferentes manifestaciones siendo todas válidas.

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10Glissant, E. (1996). Introducción a una poética de lo diverso. Barcelona: Editorial del Bronce, 2002.11Ver Mintz, Sidney.(1966). Op.cit.12Abello, A., López, C. (2008). El Caribe colombiano: realidad regional al �nal del siglo XX. Informe de Investigación Versión PDF. Observatorio del Caribe. [Recuperado en http://www.ocaribe.org/publicacionesinfo.php?la=es&id_publicacion=41 Marzo 2011]. p 36.

Las múltiples identidades de la región Caribe están asociadas a las diásporas africanas, asiáticas y europeas, tal como ha sido descrito, sumada a la población nativa americana con el indiscutible elemento de la esclavización para la población descendiente de África; sobre el asunto, Glissant10 realiza un importante aporte, al poner en consideración que la diáspora africana, a diferencia de las otras, tuvo como característica la llegada de migrantes desnudos producto de la esclavización en la que solo podían preservar rasgos de su memoria presentes en el cuerpo, tatuajes y peinados, y desprovistos de objetos materiales después de la travesía trasatlántica. Volviendo a Sidney Mintz,11 considera que el Caribe entre otras características, pasa por unas condiciones ambientales y geográ�cas que permitieron la implementación de ingenios, con un sistema de plantación a gran escala realizada por mano de obra esclavizada, encargada de proveer a Europa. Respecto a lo planteado por el autor, es de destacar que el sistema social era de una forma bipolar entre esclavizados y hacendados, no permitiendo mecanismos de movilidad social mediante la consolidación de un sector medio. Las diferencias tan marcadas se podrían interpretar como el origen del racismo hacia la población descendiente de africanos, en donde los rasgos físicos eran marcas de clase.

No corrió la misma suerte la situación de los nativos americanos, hoy en día identi�cados como grupos indígenas, quienes fueron organizados en instituciones coloniales como la Encomienda; aún así, fueron víctimas de la explotación y malos tratos por parte de los colonizadores. Es de aclarar que el Caribe planteado por Mintz era el insular- antillano, dejando por fuera los otros Caribes en donde las dinámicas socio-económicas fueron diferentes a las del sistema de plantación. Por otra parte, el autor no tiene en cuenta procesos como el de Haití, país que tuvo una revolución de independencia temprana y que ha sido invisibilizada.

Con relación a los autores clásicos, el investigador caribeño Alberto Abello tiene una postura más contemporánea desde lo propuesto por Mintz y Wolf; analiza cómo ha sido la con�guración económica e histórica en el Caribe insular y el Caribe continental colombiano, este último sin sistema de plantación azucarera pero sí con actividades extractivas como la minería y la agricultura, siendo determinante para la no existencia de haciendas azucareras la política imperial española. El autor considera que “la ausencia de plantación en el Caribe colombiano no debe, sin embargo, invitar a pensar que esta región no debe ser considerada parte del Caribe.”12

Es un argumento muy importante, que sumado a las de�niciones teorizadas por Gaztambide, invitan a pensar a la región Caribe colombiana como parte de, incluso, un proyecto regional promovido por intelectuales y nuevos investigadores que se abren paso desde los estudios sobre problemáticas con relación al asunto del desarrollo, con una base social importante que ha construido un proceso de regionalización.

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13Ibid, p. 8.14Ibid, p.9.

Por otra parte, Pantojas (2007), considera que la posibilidad de una identidad Caribe asociada con la parte insular a la inclusión de varios países en la búsqueda de una integración caribeña desde lo económico, no es real. El autor desarrolla la idea sobre la cual la única verdadera integración caribeña que existe es la del turismo de resort con su trá�co sexual, llamado por él “las industrias del pecado”, cargado de una imagen llena de prejuicios. En dicha realidad el nativo queda desprovisto de herramientas para defenderse en un sistema económico depredador de sus recursos naturales (entre otros) tal como advertía en su discurso en la ceremonia de entrega del premio Nobel el escritor Derek Walcott en 1992, en donde hace un análisis sobre la representación que se tiene del Caribe, a partir de su imagen turística y la manera como estos extranjeros deterioran el medio, proceso en el cual los nativos pierden su territorio sin una clara postura de los gobernantes para evitarlo.

Este análisis en torno al turismo en la región Caribe es importante en tanto que es una de las actividades económicas más importantes de la región. Los turismos ecológico y étnico han sido promovidos por las entidades centrales del país, pero la realidad y los verdaderos esfuerzos nacionales lo demuestran. El asunto real es que “el turismo, a pesar de su exuberante belleza natural y de la riqueza de la cultura de nuestra parte del Caribe y del inmenso potencial para hacer de él, por su diversidad, una de las zonas más visitadas del mundo, no ha vuelto a ocupar renglones de importancia desde la década de los años 70s.”13 Cabe anotar que los autores perciben el turismo como un motor de desarrollo, pero sostenible; por lo cual no tendría distancia de lo propuesto por Pantojas.

Buscar alternativas de desarrollo, pero que den razón de las particularidades culturales y un enfoque diferencial es necesario en la región, en vista de que “el índice de desarrollo humano (IDH), de la región está por debajo del de países como Túnez y República Dominicana. Cinco millones y medio de costeños no tienen seguridad social; cinco de cada 10 niños mueren antes de cumplir el primer año y el 15% de ellos presenta desnutrición crónica”.14

Retomando lo planteado por Gaztambide, en la categoría de Caribe Cultural en la que tiene cabida el “Caribe sin plantación” colombiano, aparecen los trabajos realizados por Benítez Rojo y Ángel Quintero, este último a partir del desarrollo de la salsa analiza las identidades Caribe como diaspóricas.

En el Seminario Internacional de Estudios del Caribe del año 2007, realizó una ponencia que recoge trabajos anteriores,15 en la cual caracteriza el ritmo que es popularizado por “el sonero mayor” Ismael Romero, quien luego se convertirá en el emblema de la música tropical, ‘la salsa’, donde se tiene un swing que identi�ca el “sentir Caribe”. El autor a lo largo del texto muestra el origen del ritmo y desarrolla la importante idea del carácter transatlántico y diaspórico Caribe. De igual manera, Antonio Benítez Rojo en su libro titulado La isla que se repite,16 muestra lo que él llama “del ritmo al poliritmo”; el autor comenta que “el ritmo caribeño no es solo en la percusión, puede usar cualquier sistema de signos como la música, arte, texto, danza…digamos que uno empieza a caminar bien, es decir, no solo con los pies.”

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15Quintero, A. (2007). “El Swing del soneo del sonero mayor. La improvisación salsera y la memoria del ritmo en el Caribe y su diáspora”. En Revista Memorias, noviembre, Vol 4, No 8. Uninorte, Barranquilla. pp 1-35.16Benítez Rojo, Antonio. (1998). La isla que se repite. Premio Casa de las Américas. La Habana, Editorial Casiopea.17Hall, S. (2003). “Introducción: Quién necesita identidad”. En Hall S., E. Gay (Comps). Cuestiones de identidad cultural (pp. 13-39). Buenos Aires, Amorrortu.18Director de la película Memorias del Subdesarrollo; ganador del premio Goya en 1993 por su película Fresa y Chocolate.

Para estos autores el asunto de la identidad cultural caribeña, que daría una identi�cación a todos los habitantes de una región de acuerdo a las tendencias antes expuestas, estaría directamente asociada al ritmo, la corporalidad entre otros aspectos, que a decir de Benítez Rojo se repiten en diferentes espacios de la región, al igual que las problemáticas sociales. De ser así, entonces ¿cómo estaría construido lo que llamaríamos Caribe?; para Gaztambide y Norman Girvan, es necesaria una de�nición sobre qué es el Caribe pero estas se encuentran constantemente en reinterpretación.17

Para Stuart Hall las identidades no son una línea recta y deben ser marcadas en dos ejes que operan al mismo tiempo: el de similitud y continuidad, y el de diferencia y ruptura.

La identidad Caribe está dada por similitudes y diferencias, en las cuales las características se repiten; dichas diferencias llevarían a hablar de múltiples identidades de lo que es el Caribe que no se excluyen entre sí y que no son máscaras que se pueden quitar o poner. La construcción del Caribe como región está dada por la búsqueda, esceni�cación y construcción de una identidad propia, que va desde lo ritual, cultural, artístico, histórico, económico, académico y político, constituyendo una polifonía. Cada uno de los espacios es apropiado y tiene de manera inherente una historia diaspórica pero que no puede entenderse como una fotografía del pasado, sino como un conglomerado de relaciones que se han construido dentro de un espacio geográ�co de experimento de la Conquista y de encuentro de cinco continentes, en una región de fronteras, tal como lo muestra en sus textos Gaztambide como parte de la descripción de lo que es Caribe.

Desde estas múltiples identidades asociadas con lo que es el Caribe, la cultura es uno de los elementos más visibles; por ejemplo, el cine cubano con representantes como Tomás Gutierrez18 Alea; la literatura, con sus premios Nobel, Gabriel García Márquez, Naipaul, Derek Walcott. Se podría hablar de una identidad Caribe desde las artes: en el caso de la literatura predomina una evocación a la libertad; en el caso del cine cubano y venezolano las esceni�caciones están cargadas de costumbrismos.

El Caribe es un espacio geográ�co alrededor del mar Caribe que se ha con�gurado de diferentes maneras, desde distintos momentos históricos; puede tener in�uencia en otras regiones construyendo una macro región desde lo cultural; sin embargo, aún está por de�nir.

Lo cierto es que dentro de lo que ahora es considerado Caribe se ha conformado una identidad polifónica múltiple, que pasa por diferentes espacios, variadas regiones y relaciones identitarias, así como una problemática general asociada al turismo.

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La identidad del Caribe como cualquier otra identidad está en construcción, es múltiple y en ella aparecen características que se repiten de un lugar a otro y que llevan a intuir que existe un “algo” que genera unas diferencias de “los otros”. Ese algo es el que lleva a la autoidenti�cación como caribeños, o reconocer en el otro la cercanía; aún siendo habitante de una pequeña isla francófona o anglófona existe una hermandad y una diferenciación con otras regiones del mundo, haciendo parte de este “sentir regional” el Caribe continental e insular colombiano. Ese “algo” es el que lleva a los caribeños colombianos a asumir una identi�cación, una hermandad con los habitantes de otros espacios de la región Caribe.

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“El país se ha vuelto conservador, los historiadores también se han vuelto conservadores”, estas fueron las palabras que Alfonso Múnera pronunció durante su intervención en la conferencia Bicentenario, independencia, república y sectores populares enmarcada en el Diplomado “Cartagena de Indias: conocimiento vital del Caribe 2011”. Su crítica hacía alusión al tímido

presente ensayo. El agudo comentario de Múnera no es exclusivo de Colombia; lamentablemente es una tendencia hispanoamericana que, con algunas excepciones, ha conservado muchos de los vicios que surgieron desde la

movimientos de emancipación, y por otro se soslaya el hecho de que las independencias no se tradujeron en grandes cambios para las mayorías sociales de las distintas regiones iberoamericanas.

independencia en Iberoamérica o sobre la crisis de la monarquía española o portuguesa, tratando de imaginar lo que hubiera sido el despertar una mañana de principios del siglo XIX en algún sitio de lo que actualmente llamamos América Latina, he conjeturado una y otra vez sobre las distintas posiciones que habría adoptado un párroco en una iglesia de Guadalajara, o una mujer inca en el virreinato del Perú, un miembro de la milicia civil del Río de la Plata, un dueño de una imprenta en Pernambuco o un artesano mulato de Cartagena. Y es pensando justamente en la época -con estas construcciones mentales un tanto ociosas- cuando los cambios se hacen presentes, porque evidentemente no es lo mismo tratar de recrear las realidades de estos personajes en 1808 que en 1812 o 1820. Y, sin embargo, el peso de los cambios estructurales en aquella época convulsa, no impidió que muchos esquemas permanecieran o se transformaran de forma lenta y gradual.

Actualmente, al mencionar el año de 1808 y la historia de España e Hispanoamérica se piensa en la particularidad de la ausencia del rey y el dilema que eso representó para una sociedad que, pretendidamente, no estaba preparada para afrontar un suceso de tales dimensiones.

María Graciela León Matamoros

¿Construyendo, retomando o inventando identidades?Permanencias y cambios en el surgimiento de los Estados Iberoamericanos

Estudiante del Doctorado en Historia en El Colegio de México. Maestra en Historia por el Instituto de CienciasSociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla. Magister del Mundo Hispánico,Las independencias iberoamericanas por la Universidad Jaume I, España.

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Ante eso, una pléyade de instituciones se aprestó a reclamar para sí la legitimidad perdida sobre un territorio que entendían merecer por derecho. Lo mismo Ayuntamientos que alcaldes, Juntas centrales, Regencia y Cortes asumen como suya la legitimidad que les asiste sobre un territorio al que consideran propio. Los argumentos esgrimidos por cada cual descansan lo mismo en la coincidencia que en la discrepancia e incluso en el antagonismo.

El año de 1812 marcó la creación de un reglamento de corte hispano que trajo a la palestra la “posibilidad de crear un Estado-nación que reuniera a todos los territorios de la Monarquía Española.” Sin embargo, en los hechos, las cosas fueron muy distintas, la igualdad que tanto prometía la Constitución fue una “igualdad sesgada” que ni siquiera alcanzaba a las elites y que, consecuentemente, relegaba aún más a los sectores medios y bajos de la población. En 1820 el panorama se advierte distinto otra vez, pues las puertas a la independencia se han traspasado ya en algunas regiones y en otras están a punto de romperse. Así, las fechas parecen remitir a grandes cambios.

Pero además de estas coyunturas que se generaron de forma vertiginosa y que sólo pueden explicarse y analizarse cruzando los oleajes atlánticos una y otra vez, pienso también en las permanencias, o más bien, en la di�cultad de las transiciones que se manejaron como “radicales” en los discursos post independentistas, pero que en los hechos desembocan en complejidades profundas para la cimentación de los nuevos estados. La historiografía en general ha privilegiado la búsqueda de las grandes transformaciones que originaron estas revoluciones; desde las miradas “nacionales” se han erigido, además de héroes, binomios: colonizadores vs conquistados; peninsulares vs americanos; realistas vs insurgentes; liberales vs conservadores, delimitando el fenómeno de las independencias, sus protagonistas y la construcción de los nuevos estados a un espectro acotado y sencillo de leer. No obstante, si prestamos atención a estas dicotomías lo que menos podemos encontrar es simplicidad.

José Carlos Chiaramonte lanzó un interrogante más que pertinente en relación a las naciones latinoamericanas que se fabricarían a lo largo del siglo XIX; este autor se cuestiona qué de esas naciones ya se hallaba presente hacia �nales de la época colonial, duda que permite deslizarse a otros ámbitos y que complejiza la forma de ver los procesos revolucionarios en Iberoamérica, puesto que las continuidades y rupturas se entremezclaron haciéndolas -dependiendo de las circunstancias y de los intereses de los actores- más o menos evidentes. Es decir, habría que preguntarse ¿de qué naciones estamos hablando?, ¿cómo crear un referente mental que identi�cara y legitimara las nuevas formas de gobierno que heredaron las independencias iberoamericanas?, ¿se retomaron desde la época colonial, de la independencia, o fueron novedosas? Para Mónica Quijada, la con�guración de una nación se desarrolla “al ritmo de dinámicas desiguales, puesto que la idea, o más bien las ideas, sobre la nación no son unívocas e inmutables”, lo que resume la complejidad del tema. Hablar de nación durante la primera mitad del siglo XIX constituye un error en tanto no se reconozca que la construcción de ésta es un proceso largo que involucra

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diversas vertientes. Es importante destacar que, de acuerdo con Annick Lempérière, tras la ruptura con el imperio español a raíz de las guerras de independencia, las “naciones” hispanoamericanas se insertan intempestivamente en la era liberal sin habérselo propuesto y permanecían en estos países los rasgos estructurales sociales heredados de la Colonia y sobre todo una cultura político-religiosa mucho más profunda que la de los países occidentales de �nales del siglo XVIII. Por su parte, Francisco Colom resalta que existían numerosas a�nidades culturales entre la España peninsular y sus ex colonias en América, además de cierta correspondencia histórica y política.

Así, podemos encontrar formas identitarias que no implican necesariamente la existencia de una nación en el imaginario colectivo anterior a la Independencia; empero, se erigieron en signi�cantes de identi�cación parcialmente colectiva que de alguna manera repercutieron entre las élites en los procesos de con�guración del imaginarionacional a partir de la Independencia. Pero, ¿qué tanto estas formas previas de identi�cación facilitaron la creación de colectividades particulares si eran comunes a toda la América hispánica? Francois-Xavier Guerra lo plantea como un “enigma histórico” debido a que la complejidad radica precisamente en la construcción de identidades diversas partiendo de una misma raíz ibérica; nuevamente debemos pensar en el conjunto de la Monarquía y la “homogeneidad” que había sembrado en distintos ámbitos a lo largo de trescientos años. Ejemplo de esto fue la reivindicación de los diputados americanos en las cortes de Cádiz por una nación española: “nacían las cortes…nacía el estado liberal, nacía monárquico, pero también nacía hispano”, sólo hispano.

El ideal liberal había llegado a la península y cobraría cuerpo con la Constitución de Cádiz de 1812. Si analizamos los sucesos de entonces, podríamos inferir que el liberalismo se asentaba sobre una sociedad todavía monárquica, o más bien, que entre la gente de a pie un cambio tan drástico no signi�có una modi�cación contundente en cuestión de usos y costumbres. Las celebraciones por las juras y publicaciones de la Constitución no se alejaron demasiado de aquellas de la Colonia en las que prevalecían los simbolismos ceremoniales; poco habían variado. El único hecho concreto era que el liberalismo carecía de la legitimidad que sí poseía la monarquía; por consiguiente, la simbología del absolutismo, lealtad al Rey y religión, tratarían de ser adaptados y reinterpretados por el liberalismo para consolidarse.

Empero, eso no quiere decir que todo transcurre inmutable. Si bien el grupo liberal en las cortes fue moderado al momento de manifestar que su intención era reformar y no cambiar totalmente las antiguas leyes, la Constitución de 1812 derribó algunos postulados del orden jurídico anterior. No obstante, los fundamentos de identidad del antiguo régimen permanecían intactos: lealtad al Rey, religión católica y sociedad de castas. Rasgos fundacionales de un nacionalismo revolucionario frustrado, en la España, y en sus colonias americanas, de principios del XIX, de ahí que intentar la revolución sobre bases republicanas y laicas parecía un terreno vedado. El problema que enfrenta el liberalismo es el de legitimar un estado laico ¿Es eso posible? ¿Es deseable tomando en consideración que los reformistas eran eclesiásticos en buen número? ¿Es asequible cuando la sede de las cortes es una iglesia? Pero

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más importante aún ¿eran incompatibles? Para los liberales era preciso consumar la revolución, y podía sentarse sobre las bases del catolicismo porque era una realidad de la época, no tenían por qué ser incompatibles.

La invasión napoleónica a España en 1808 condensa la paradoja: el pueblo se levanta exigiendo la vuelta del Rey y el restablecimiento de la religión católica, la lucha deviene en guerra santa contra los in�eles. Los pueblos amotinados y la guerra de guerrillas en nombre de la patria, del Rey y la religión. La fusión entre religión y monarquía adquiere sentido en las Juntas, la “expresión de las <<Españas>> unidas por un vínculo que trasgredía lo meramente político y transitaba a una amalgama difícilmente superable como era la legitimidad divina.” La invasión francesa a la metrópoli y la consecuente abdicación del Rey trajeron consigo el establecimiento de Juntas de gobierno en todo el territorio español. Más temprano que tarde el ejemplo cundió por la América española en donde, con la �nalidad de enfrentar la crisis política y preservar las posesiones del Rey, se propuso integrar Juntas en su nombre. De acuerdo con Virginia Guedea, la particularidad de las juntas americanas es que éstas fueron postuladas mayoritariamente por aquellos sectores que desde años atrás albergaban sentimientos autonomistas.

Con base en lo anterior podemos señalar que no había elementos que nos indiquen la existencia de un “nacionalismo” o un “patriotismo criollo” propio causante de las independencias. Sin embargo podemos decir que a principios del siglo XIX hay sustratos identitarios importantes en esos procesos, pero que no son nacionales. Un ejemplo claro de ello es la Nueva Granada que no existió nunca como un conjunto político uni�cado, sino más bien como la suma de regiones autónomas en permanente con�icto. Además de la religión, está la separación de los peninsulares de ambos hemisferios que comienzan a diversi�car las identidades y aun la división entre criollos como en Nueva Granada, en donde no existía una sino varias élites criollas con proyectos e identidades regionales. Francois-Xavier Guerra sostiene que la distinción entre españoles americanos y españoles europeos se gesta a partir de 1810 e implica la sustitución de aquéllos -que de alguna manera estaban identi�cados con la Monarquía- por quienes se asumían a sí mismos como representantes de un modelo alterno, y que esgrimían como único estandarte el hecho de haber nacido en América. Esta disputa fue hábilmente presentada como una confrontación entre dos naciones distintas.

En las Cortes de Cádiz podemos advertir cómo algunos diputados americanos elaboran un discurso diferenciador; para esto podemos recordar el caso de José Miguel Guridi y Alcocer -cuando se discutían los primeros artículos en 1811- quien dijo que le incomodaba la palabra española para de�nir la nación y que estaba presente en el artículo primero: “la nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”, manifestando críticas a un “nacionalismo excluyente español”. Empero, lo verdaderamente excluyente no se limitaba al hecho de nacer en un continente o en otro, sino que el concepto de nación dejaba fuera a amplios sectores sociales. Según Justo Cuño “si la soberanía residía en la nación, no podía residir en el pueblo” debido a que éste

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carecía de visibilidad en el espacio político de decisión. Tomando como referencia el caso de Cartagena, resultaba que ni los esclavos, ni analfabetos, ni los sirvientes o las mujeres, es decir los pobres en general, podían participar en las decisiones políticas; la “nación” representaba a sólo el 5% de la población.

Para Alfonso Múnera el punto de la negación de la ciudadanía a negros, zambos y mulatos de América por las Cortes de Cádiz es fundamental, porque de alguna manera resultó un impulso a las ideas de independencia. Para los mulatos letrados quedaba claro que incluso el liberalismo español les regateaba el derecho de ciudadanía al ser aprobado el artículo 22 de la Constitución española el 10 de septiembre de 1811; irónicamente el mencionado artículo fue promovido por los delegados americanos a las Cortes, la justi�cación a esto recaía en el hecho de que en las sociedades esclavistas y las abundantemente pobladas por negros y mulatos libres se temía a las consecuencias sociales y políticas que traería consigo el reconocerles la ciudadanía. Una de las regiones más afectadas por esta disposición fue Cartagena de Indias, sociedad ante todo, esclavista.

Una vez alcanzada la independencia, la relación de oposición entre americanos y europeos cobrará importancia en el proceso de construcción de la nación. Según Tomás Pérez Vejo “todo proceso de construcción de identidad colectiva lleva implícito un proceso de invención del otro”. Esta invención puede emanar de distintas vertientes: étnicas, de clase e ideológicas, entre las más evidentes; en los países colonizados el conquistador reúne los elementos idóneos para erigirse en el otro por antonomasia, elemento que será sustancial para forjar un sentimiento nacionalista. En el intento de codi�car una identidad común es imprescindible elaborar un relato basado en imágenes adecuadas que permitan de�nirse siempre de manera ventajosa con relación al otro. Sin embargo, y hay que insistir en que no puede decirse que los grupos en cuestión estuvieran abiertamente delimitados, puesto que entre los españoles americanos había una fuerte presencia de sectores a�nes a los españoles europeos.

Sin embargo estas formas identitarias siguen siendo dicotomías que poco expresan las complejidades del proceso. Sin la �gura uni�cadora del monarca, la tarea de imaginar un nuevo sistema político y nacional estaba en una encrucijada que tuvo que ir generando a la vez una fragmentación de identidades colectivas.

El in�ujo de los referentes mentales previos y las distintas proyecciones de la idea de patria no bastaban para la consolidación de un imaginario nacional desvinculado de un proceso de “invención de la nación”, construido a partir de la Independencia. La patria empezaba a con�gurarse en el imaginario de las élites, quienes proyectaban su idea de nación más allá de los límites territoriales. El principal problema era insertar en ese imaginario a una población por demás heterogénea, ya fuera por su raza, o por la posición ocupada en el entramado social, en la que persistían mutuas descon�anzas que parecían obstáculos infranqueables para la construcción nacional. La principal era el dominio de una etnia (tal vez podría decirse clase), sobre las otras.

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Es importante entonces tener en cuenta que el asentamiento de identidades, la conformación del Estado y la edi�cación de las naciones se traslapan y se mueven al mismo tiempo en Iberoamérica. Es eso lo que hace que se desdibujen aparentes binomios, que las tradiciones que se tienen que “inventar” retomen viejos postulados y se resigni�quen. La construcción de los nuevos estados necesitaba romper con aquello que identi�caba con las viejas monarquías, tanto española como portuguesa; sin embargo, ni el discurso anticolonial, ni la destrucción de símbolos imperiales sobreponiendo los republicanos (representados en monedas, escudos, banderas, etc.), pudieron romper de tajo con una estructura tan fuerte. No obstante, eso no signi�ca que no hubiera cambios, puesto que hubo muchos y se sucedieron de forma acelerada, y que los personajes a los que suelo imaginar tuvieran que vivir un gran desconcierto, y precisamente por eso sus tomas de postura también se traslapan y se mueven de forma velada. Habrá entonces que tratar de dimensionar con todas sus complejidades las oscilaciones de los procesos que heredaron las crisis monárquicas y las posteriores revoluciones de independencia en la difícil construcción de los nuevos estados. Los trastornos sociales y políticos acaecidos en España a �nales del siglo XVIII tuvieron grandes repercusiones en América. De alguna manera, fue durante esa coyuntura cuando se gestaron los movimientos emancipatorios que cundirían en el subcontinente una vez traspasada la primera década del XIX. Lo cierto es que una vez independizados, los nuevos países enfrentaron un nuevo dilema, el de la construcción de un estado-nación, mismo que se erigiría sobre las bases culturales del antiguo régimen, aunque tendría que presentarse como lo su�cientemente distante para legitimarse. En este ensayo la intención ha sido dar cuenta de los cambios que se sucedieron en una etapa profundamente compleja, pero en el afán de búsqueda de los cambios, suelen aparecer una y otra vez las permanencias. Fijando la atención en la nada sencilla materia de las identidades encontramos un instrumento e�caz para intentar alcanzar la legitimación de nuevas formas de gobiernos -proyectadas o establecidas- y cómo estas son reutilizadas a conveniencia de acuerdo a los intereses y momentos históricos. Buscar elementos identitarios comunes y también contrastantes en otras regiones de Iberoamérica, analizando sus transformaciones y sus permanencias antes y después de la revoluciones de independencia, podrían ayudarnos a comprender mejor las reacciones de sus protagonistas, así como los mismos procesos emancipatorios y el camino que tomaron para construir los nuevos estados.

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Notas para el estudio de los Bicentenariosen América Latina

María Inés Valdivia AcuñaPeruana. Historiadora con Máster en Historia.

Ex becaria de la Funcación Carolina Colombia.Docente en el área de investigación de la Universidad de San Martín de Porres, y en el área de Administración

Pública de la Escuela Nacional de Archiveros. Se desempeña como Directora académica de la Asociación

El primer centenario de las independencias

El nacimiento de los Estados-nación latinoamericanos ha sido desde sus inicios una de las grandes preocupaciones de los historiadores del siglo XIX y de los contemporáneos. Por ello, en este artículo deseo señalar las distintas posiciones que se han ido articulando en torno a la temática del bicentenario y cómo este momento es una oportunidad para evaluar los esfuerzos

república. En esta ocasión debo agradecer a la Fundación Carolina y la Universidad Simón Bolívar de Cartagena, Colombia, quienes organizaron el Diplomado “Cartagena de Indias: Conocimiento vital del Caribe – 2011”, el cual tuvo como eje temático el estudio de Cartagena de Indias y sus relaciones con la región Caribe colombiana y con el Gran Caribe. A lo largo del desarrollo

colombiano, y especialmente cartagenero, ofreciéndonos la oportunidad de obtener una mirada diferente –menos andina y más atlántica- de este proceso histórico, permitiéndonos orientar nuestros conocimientos hacia espacios

independencia desde “arriba” y desde las capitales.

Hace un siglo la totalidad de naciones hispanoamericanas celebraban con júbilo el centenario de sus independencias,1 como ocurrió en los casos de Perú, México, Colombia y Argentina. En aquellos momentos el proceso histórico fue visto y sentido como una oportunidad de ruptura con todo lo que implicara el sistema colonial, asumiendo que las naciones que llegaron al siglo XX, habían emprendido exitosamente la senda del progreso y la vida republicana. Sin embargo, estaban ausentes de la participación política activa los jóvenes menores de 21 años, las mujeres, los analfabetos (sensiblemente indígenas y descendientes de africanos) quienes seguían sin poder elegir y ser elegidos, imperando así las repúblicas excluyentes con base en el patrimonio, el acceso a la cultura letrada y el género.

El primer centenario continuó la tradición decimonónica positivista

criollos, los cuales al tomar revancha de la explotación colonial deciden

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1En el Perú, el Centenario coincidió con el Oncenio de Augusto B. Leguía, en el momento en que este ya había establecido la naturaleza de un gobierno dictatorial, al cual denominó la Patria Nueva. De este modo, la Independencia tuvo un marcado sesgo de manipulación política, siendo el objeto de la celebración asociar la república de 1821 con su gobierno, estableciéndose que la Patria Nueva propuesta por Leguía era la continuidad de la Patria Republicana de los primeros caudillos; en el caso mexicano, el Centenario tuvo características de paradoja como bien señala Lempérière, coincidiendo con el régimendictatorial de Por�rio Díaz; en el caso argentino, la fecha tuvo un marcado carácter de �esta, en donde la ciudad y puerto de Buenos Aires tuvo un rol protagónico.2Plan de Desarrollo 2008-2011 Por una sola Cartagena. [Documento en línea]. Disponible desde Tarecena, Arturo. El debate historiográ�co en torno a la Revolución Francesa.http://re�exiones.fcs.ucr.ac.cr/documentos/24/el_debate.pdf

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El discurso legitimador de las naciones en el siglo XX tuvo claras connotaciones políticas, especialmente porque la mayoría de los países hispanoamericanos se hallaba bajo regímenes dictatoriales, crisis económicas y enormes disensos sociales que por esos años dieron lugar a la Revolución Mexicana (1910) y al movimiento estudiantil de Córdoba (1918), que tuvieron un impacto continental, advirtiendo que las naciones “civilizadas y modernas” tenían serias fracturas en su interior.

Casi medio siglo después, en 1989, la Revolución Francesa se constituyó en una extraordinaria oportunidad para la revisión teórica e historiográ�ca;2 este importante acontecimiento nos permitió comprender que aún los momentos más sacros en nuestras historias nacionales deben ser revisados, cuestionados y replanteados con preguntas e hipótesis que nos permitan dar cuenta del pasado y de los discursos narrativos utilizados y explicar las razones por las cuales sólo aparecen algunos actores y se soslayan otros. Otro aspecto relevante -asociado a la corriente revisionista de la Revolución Francesa-, fue el que se dio en torno a dos categorías que planteaban en conjunto las rupturas y continuidades políticas y culturales del Antiguo Régimen y la Modernidad, especialmente porque se llegó a demostrar que la sociedad estamental, la organización de cuerpos y gremios, y especialmente la relación entre el monarca y los súbditos, estaba a�anzada en la cultura popular europea. De igual manera, las reformas borbónicas que plantearon todo el proceso de modernización administrativa y cultural en la metrópoli y las colonias, tuvieron efectos que no fueron los esperados por sus propios creadores y difusores. Asimismo las formas de sociabilidad que el Antiguo Régimen propició de manera aún poco conocida, permitieron la construcción y/o uso de antiguos espacios de diálogo y discusión, como se in�ere del uso de un vocabulario político en constante cambio de signi�cados expresado en las sociedades de conocimiento, como la de los Amantes del País, las tertulias y las sociedades de tipo masónico o logias masónicas, convertidas desde ese momento en espacios de sociabilidad privilegiados para la argumentación, el debate, la crítica y la publicación de ideas.

Esta es una invitación a revisar lo que antes situábamos como procesos revolucionarios concluyentes que servían para explicar el surgimiento de las naciones modernas, con identidades únicas, rupturistas, cuyo uso historicistadio sustento al argumento político marxista referente al comportamiento de la burguesía y su respectiva traición a los ideales revolucionarios de 1789, o la a�rmación conservadora que sustentó el punto de vista según el cual las revoluciones no tuvieron más consecuencias que la exaltación del populacho, nefasta para el Estado, y que incluso para el caso latinoamericano, pone de ícono como revolución blanca al tránsito político del Brasil colonial al Brasil imperial.

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Esfuerzos semejantes se han realizado desde la Sociología; cabe mencionar el debate planteado por �eda Skocpol en torno a la necesidad de realizar estudios sobre las revoluciones comparativamente, y su análisis sobre las razones que explicarían las revoluciones, en tanto una clase monopolice el poder y margine a otra al punto de afectarla bajo formas coercitivas y violentas.

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·Foto:María Graciela León Matamoros·

Todo lo anterior ha dado paso a una necesaria revisión bibliográ�ca de las viejas hipótesis, las cuales deben buscar nuevos elementos teóricos que nos otorguen una mayor y profunda explicación sobre el proceso americano, en el marco de procesos más amplios. Breve análisis de la historiografía en torno a las independencias cuando revisamos las historiografías sobre las independencias americanas, resultan indispensables los trabajos de John Lynch, Jaime Rodríguez y François-Xavier Guerra; estas investigaciones constituyeron un esfuerzo extraordinario por plantear las independencias desde una perspectiva más amplia que los procesos nacionales aislados. En el caso de Lynch sus investigaciones en torno a las �guras íconos de la Independencia, como fueron José de San Martín y Simón Bolívar, han hecho uso del género biográ�co de manera convincente y acertada, en la medida que permite narrar los procesos que explican el comportamiento de sujeto, el caso de Bolívar por ejemplo. De este modo desmiti�ca al personaje, y le da el peso que le corresponde, explica las circunstancias que le tocó vivir al prócer; muy ajeno al proyecto bolivariano contemporáneo que resalta la �gura de un Bolívar cuasi demagogo, Lynch propone comprender las in�uencias, las dudas que enfrentó Bolívar sobre su propio rol como el líder de la revolución, y los cambios que fue dando su pensamiento y el de otros líderes independentistas como San Martín y O’Higgins, que de republicanos, pasaron a posturas más conservadoras, especialmente por el temor al desorden social de las castas, al conocimiento que tuvieron del fraccionamiento de las elites locales y la comprensión política de las relaciones internacionales que amenazaron continuamente la independencia del continente, en el marco de un proceso neo colonial o imperialista.

En el caso de François-Xavier Guerra, historiador que venía de interesarse por las revoluciones del siglo XX, especialmente la Revolución Rusa, sobre la cual manifestó no poder hacer mayores investigaciones por no tener disponible la documentación, y la Revolución Mexicana, tema que le permitió plantear la categoría revolución desde un marco de mayor amplitud teórica.3

En Guerra se in�eren las in�uencias recibidas de Benedict Anderson y Jürgen Habermas. En el primer caso, se destaca el peso de las élites en la conformación de los estados nación; sus primeras experiencias militares, políticas y administrativas fueron dando lugar a la identi�cación de las limitaciones del espacio político colonial.

Por otro lado la conformación de un espacio público permitió la difusión de nuevas ideas, la pertenencia a una misma comunidad cultural ilustrada y letrada, y la difusión de nuevos espacios de sociabilidad, los mismos que fueron enunciados por Guerra, que difundieron la modernidad y la posibilidad de la conformación de nuevas comunidades políticas. Guerra fue de los primeros que apreció la estrecha relación entre la metrópoli e Hispanoamérica, otorgando una visión de conjunto a los hechos políticos, desplazando la visión tradicional del acontecimiento separado por naciones.

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Los trabajos de Guerra han tenido notable in�uencia en los historiadores, en la medida que han dado pié a investigaciones que nos remiten a los estudios de la tradición liberal y especialmente de las Cortes de Cádiz, aunque la in�uencia de otro historiador de carácter más conservador como Jaime Rodríguez se encuentre estrechamente relacionada con el desarrollo del proceso gaditano, especialmente por el ascendiente que tuvo en el estudio de una versión más reforzada conceptualmente en torno al tema, aspecto que se puede apreciar en las investigaciones sobre las Cortes y sus ecos en Hispanoamérica, en los procesos electorales y la participación de comunidades políticas y sociales reales, y no como antaño en donde la doctrina política liberal o conservadora negó cualquier in�uencia española. Así, el corte historiográ�co tradicional obvió el proceso gaditano, colaborando con estas apreciaciones el tipo de historiografía económica y social que incidía en los procesos colectivos, de ruptura, y con un marcado tinte ideológico-partidario de izquierda.

Como se a�rma en el párrafo anterior, Jaime Rodríguez ha tenido una notable in�uencia, especialmente en los trabajos de Manuel Chust Calero, Ivana Frasquet, Martha Irurozqui y Víctor Peralta, quienes representan los más notables esfuerzos historiográ�cos para comprender mejor las reformas gaditanas y sus efectos especí�cos en el espacio español y americano.

Desde otra perspectiva, es preciso señalar la in�uencia de Ranajit Guha y Partha Chaterjee, quienes han dado en llamar a su propuesta de corte gramsciano como Estudios Subalternos. Dicha corriente se halla (re) elaborando continuamente sus argumentos con base en la discusión teórica seguida por dos tendencias muy marcadas en su interior: de un lado la in�uencia de Gramsci en el terreno del análisis y la propuesta política y la discusión en torno a las categorías de cultura hegemónica, y el aporte de los subalternos (campesinos, obreros, mujeres, esclavos) en la transformación del poder.

A partir de la década siguiente la población africana empieza a superar Guha trató de explicar por qué no se desarrolló en la India una revolución burguesa; entonces resulta difícil deslindar la propuesta política de la investigación realizada por los autores. En los estudios sobre los subalternos se ha destacado el análisis sobre la construcción y el ejercicio del poder, desarrollado por Michel Foucault.

Otra tendencia estará referida a la utilización para el análisis discursivo de los argumentos de Jacques Derrida, que ha permitido dar un vuelco al análisis textual de las fuentes y su (de) construcción. En ese sentido Florencia Mallon considera que ante la ausencia de nuevas utopías o metadiscursos políticos que expliquen en su totalidad los cambios políticos y sociales y las posibilidades que brinda la historia política para sustentar discursos de cambio político en elfuturo, no es negativo que existan inquietudes de este tipo que discutan en torno a la naturaleza del discurso subalterno, la forma en que se construyen las hegemonías y las críticas, enfoque al cual se le han señalado serias limitaciones conceptuales, por ejemplo desde la historia de género, fundamentándose la crítica en la forma en que se ha planteado el patriarcado en la historia de la India, pues este estuvo implícito tanto en el sistema colonial como en la sociedad de castas hindú, limitando el accionar de las mujeres (subalternas) en ambos casos.

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Re�exiones �nales

A lo largo de mi exposición he citado algunas de las principales in�uencias que nos dan cuenta del amplio desarrollo historiográ�co que ha tomado el tema de los bicentenarios. En ellas es conveniente resaltar lo siguiente:

• La discusión en torno a qué tanto fueron revolucionarias las independencias no ha perdido vigencia, pero exige una mayor amplitud teórica en las apreciaciones de los investigadores, dejando de lado el hecho aislado, planteando la necesidad de estudios comparativos con cortes temporales más amplios y en varios niveles. Estos estudios reclaman que el sujeto no debe desaparecer y debe retornar con un rostro menos marcado por el culto al ídolo político. También existen reclamos por ver a los sujetos de a pie en su exacta dimensión y marcados por el vaivén del proceso. • La crisis de las ideologías, especialmente del marxismo, ha dado lugar a posturas menos encorsetadas en la necesidad de encajar la teoría con la realidad. Si bien los estudios subalternos tienen una in�uencia marcadamente marxista, el giro gramsciano y el énfasis en la cultura dan interés al debate político e intelectual.

• Las políticas estatales no han estado ausentes del tema; como en todo acto que se precie de tal, el Estado ofreció visiones generales en donde la mayoría de los ciudadanos deberían haberse sentido incluidos. Sin embargo, el marco en el que se dieron estas celebraciones durante el primer centenario fue de naturaleza excluyente.

No obstante, a diferencia de las celebraciones del primer centenario, el Bicentenario constituye una extraordinaria oportunidad para evaluar de manera cuantitativa y cualitativa qué tan cerca estamos de los ideales republicanos, como ha sucedido en el Perú con el CEPLAN, el Plan Nacional de Desarrollo para el Buen Vivir en Ecuador, la creación de la Alta Consejería Presidencial para el Bicentenario de Colombia, entre otros.

Ello es posible porque el Estado del siglo XXI se encuentra más desarrollado e institucionalizado; por primera vez en nuestras historias existe la necesidad de alinear los objetivos nacionales con los indicadores de gestión en el marco de las políticas públicas de cada sector. Varios factores han incidido en esta situación: Latinoamérica ha pasado a tener en su mayoría naciones de renta media, cuyos ingresos per cápita se han incrementado, aunque manteniendo serias desigualdades en su distribución; un segundo elemento es que pese a las vertientes autoritarias de Ecuador y Bolivia, ninguno de los países del hemisferio Sur, salvo Venezuela y Cuba, han planteado romper con la economía de libre mercado y volver a los modelos estatistas de la década de los ochenta. En conjunto América Latina ha logrado la tan ansiada estabilidad política y en menor grado económica, pese a problemas globales como la migración transnacional y el narcotrá�co.

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·Foto:María Graciela León Matamoros·

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• Los problemas sociales que afronta Latinoamérica son cada vez más complejos. El Bicentenario puede propiciar re�exiones en torno a los elementos que darían sustento a una identidad latinoamericana, basada en principios reales de inclusión, poniendo un mayor énfasis en el desarrollo de políticas culturales que expliquen la participación de los sectores populares en la independencia, las transformaciones políticas dadas a lo largo del desarrollo de la república, los vínculos históricos que nos unen con España y que explican nuestras transformaciones en un marco más global, y la necesidad de seguir hurgando en nuestra historia nuevas respuestas a lo ocurrido desde el último tercio del siglo XVIII hasta el presente. Latinoamérica se ha convertido en un laboratorio político sumamente complejo, cuyas independencias se vienen labrando aún en el presente, como bien se señaló en una de las disertaciones, para el caso de las islas de Martinica y Guadalupe -consideradas como departamentos de ultramar por parte de Francia-, dando un vivo ejemplo de que el debate no ha perdido vigencia.

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“No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor”.

Alejandro Dumas

Normalmente a los historiadores nos gusta tratar con respuestas lógicas los asuntos económicos, políticos y aún sociales, sintiéndonos menos cómodos con lo que podríamos llamar irracionalidad, una característica a menudo atribuida a las emociones. Pasamos horas en un archivo manoseando toda clase de documentos entre periódicos, instrumentos públicos, testamentos, cartas y diarios escritos por hombres y mujeres, y aún así nos abstenemos muchas veces de irrumpir en el tema de las emociones, tan propias del ser humano.

arquitectura de la mente –toma de decisiones, memoria, atención, percepción,

cambios, y que sirven para establecer nuestra posición con respecto al entorno, impulsándonos hacia ciertas personas, objetos, acciones, ideas, y alejándonos de otras. Pero siempre de manera distinta, y muchas veces, impredecible, porque cada individuo experimenta una emoción de forma particular dependiendo entre otras cosas de experiencias anteriores, aprendizaje, carácter y de la situación en concreto a la que se enfrenta. Enfado, alegría, sorpresa, odio, tristeza, miedo. Miedo, esa sensación que la psicología moderna se empeña en enseñarnos a vencer, pero sin la cual la supervivencia como especie no hubiera sido posible, generando entre otras cosas muertes innecesarias bajo las patas de un mamut hace miles de años. El miedo, uno de los elementos que acompaña al ser humano en su recorrido histórico, y con el cual entabla un diálogo permanente. El miedo, esa emoción siempre presente que podría, es lo que intentaré mostrar en el desarrollo de este ensayo, enriquecer el análisis de los diferentes procesos humanos que historiamos. Sin llegar a considerarlo como el motor o único gobernante de la historia, me parece importante darle al miedo un lugar en el análisis histórico; como emoción humana movilizadora de acciones, creo que vale la pena considerarse desde sus múltiples causas, y con la amplia gama de grados de intensidad que puede llegar a tener en la conducta tanto individual como grupal o de los grandes complejos societales en el devenir de los acontecimientos del pasado.

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En poder del miedo.

Maribel Avellaneda Nieves

El temor como elemento de análisis en el contextode los procesos de independencia

Historiadora y Magister en Historia de la Universidad Industrial de Santander. Máster en Historia del Mundo Hispánico por la Universidad Jaume I de Castellón de la Plana, España.

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Ahora bien, cabe preguntarse qué tan con�ables pueden ser las interpretaciones cuando se está tratando con una emoción tan compleja, más aún una emoción que culturalmente tanta gente niega tener. Por otro lado, es difícil estar seguros de que la denominación de “miedo” de una persona en un período histórico es la misma que la de su predecesor. Y por supuesto es necesario considerar variables como la extensión del miedo (el contexto espacial en que se desarrolla, sea la ciudad o el campo, una región, el país, etc.), la duración (miedos heredados o expresiones momentáneas que desaparecen rápidamente y se ligan a la coyuntura), la penetración (hasta dónde compromete el miedo sectores de la sociedad, o la sociedad en su conjunto), y la confrontación (asimilación, rechazo, resistencia, enfrentamiento, indiferencia frente a los elementos generadores del miedo).

Pero aún así, reconociendo estas, y seguramente otras muchas salvedades en las que habrá que pensar con atención, me parece que antes que descartarlas, sería interesante darle espacio a este tipo de explicaciones, más aún cuando es inevitable encontrar en diferentes momentos y lugares en la historia, los que podrían ser seductores ejemplos de procesos históricos que involucran al miedo como elemento vertebrador; o que, siendo un factor aparentemente periférico, puede adquirir su real dimensión tras una revisión profunda y renovada.

En el análisis de los acontecimientos históricos que enmarcan el proceso que culminó con la independencia de los pueblos americanos, resulta interesante preguntarse hasta dónde las reacciones y decisiones tomadas por autoridades coloniales tanto peninsulares como americanas estuvieron más motivadas por una serie de temores producidos por las novedades que se estaban presentando en la Península (invasiones, cambios de dinastías) y/o por los acontecimientos que se generaban en distintos espacios americanos con dinámicas propias (revueltas sociales, reclamaciones autonomistas, pérdida de privilegios y bene�cios); que por claras pretensiones independentistas. Y por otro lado, entender los diferentes juegos de intereses que se fueron dando en función de una serie de acontecimientos de naturaleza siempre cambiante, en donde cada grupo, inclusive cada élite, se comportará de manera distinta. Para abordar el problema y orientar el diálogo con las fuentes, pueden resultar útiles entre otros cuestionamientos: ¿qué pensaban los habitantes de la Nueva Granada, o de Cartagena de Indias, o de Mompox, o de la provincia de Pasto frente a los sucesos que se estaban presentando?, ¿cómo reaccionaban a las noticias recibidas?, ¿se pronunciaron al respecto?, ¿cómo lo hicieron?, ¿actuaron como un grupo homogéneo?, ¿tomaron partido?, ¿pudo el miedo motivar acaso algún tipo de posición o decisión?, ¿permanecieron en ellas, o las fueron reestructurando en la medida en que los acontecimientos o la lectura que de ellos hacían, avanzaba?

Temas como la sugestión, la persuasión, el rumor, pueden ser entresacados de proclamas y correspondencia tanto de declarados patriotas y/o realistas para ofrecer explicaciones al ámbito de tensión que se vivió durante la coyuntura. Más aún, valdría la pena mantener los cuestionamientos incluso hasta el momento de toma del poder político por parte de las elites que se dispusieron

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a fundar un Estado nacional en el que residiera la soberanía, pero que una vez conquistado el poder, serían objeto de importantes tensiones y amenazas provenientes de sus propios miembros, evidenciando la inexistencia de algún tipo de solidaridad, por no decir proyecto común, entre los diversos grupos de poder a nivel regional. Y otra vez convendría preguntarse hasta dónde estas reacciones tuvieron su origen en miedos, odios, descon�anzas y rencores, más que en la necesidad o el deseo de construcción de proyectos políticos distintos. Y entonces emerge allí, otra vez, un temor reiterativo: si el nuevo gobierno tenía claro que la soberanía residía en la nación, pero resultaba que ni los analfabetos, ni los sirvientes, ni las mujeres, ni los pobres en general podían participar en las decisiones políticas, la nación quedaba constreñida a un 5% de la población. ¿Miedo al pueblo acaso?

Este tipo de propuesta analítica, intenta contribuir a la nueva interpretación histórica de la independencia americana que se enfrenta a la historiografía tradicional que la consideró por mucho tiempo, como resultado de la lucha entre criollos y españoles, ideada y agenciada heroicamente por dirigentes políticos y militares, únicos responsables de los logros y desaciertos del proceso. Desde este punto de vista las tradicionales causas y protagonistas del proceso de independencia no emergen tan claramente, lo que nos obliga a construir, si no nuevas, por lo menos no tan planas, interpretaciones. Interpretaciones que den lugar a multiplicidad de actores, acciones y reacciones relacionados en espacios si bien políticos y sociales, también y sobre todo, económicos. Así las cosas, ni los individuos ni los grupos aparecen tan perfecta ni permanentemente alineados por su �liación racial, familiar, nacional, política, o de cualquier otro orden que permita por ejemplo llegar a prever de manera alguna una posición. Tal vez sean motores más de tipo emocional los que expliquen los movimientos acaecidos. Quizás el deseo de las élites locales de apropiarse de aquellos medios de producción que controlaban de modo directo y que les daban el prestigio que ostentaban en su entorno social más inmediato, o el miedo a perderlos, puedan explicar las tonalidades que en diferentes escenarios toma el fenómeno. Y en este orden de ideas, las interpretaciones en “blanco y negro” de la independencia, con buenos y malos, es decir, patriotas y realistas, vencedores y vencidos terminan cediendo espacio a una amplísima escala de grises que rescata a unos y otros como objetos válidos de estudio, sin subvaloraciones preconcebidas de posturas y motivaciones descali�cantes, con actuaciones no solamente conscientes, sino también “justi�cables” a la luz de los acontecimientos.

En alguna medida esta es también una invitación a alimentar la historia regional evidentemente descuidada, minimizada, y aún satanizada (¿hasta cuándo llevará Pasto el lastre de provincia traidora, pér�da, in�el e insensata?), en una práctica historiográ�ca de larga data que ha privilegiado la historia capitalina divinizándola, homogeneizándola, centralizándola y nacionalizándola.

Estoy convencida de que para entender el proceso de independencia que se desarrolló en América es necesario considerar asimismo los procesos que se gestaron a la otra orilla del Atlántico, que van hasta 1776 inclusive, y que contienen sucesos de gran relevancia como las revoluciones liberales y burguesas

·Foto: Nathália Henrich·

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tanto europeas como americanas. Cómo desconocer por ejemplo los ecos de la Revolución Francesa en el mundo hispánico; el impacto que generó en el sistema de alianzas, alterado profundamente a raíz de los sucesos de 1789, el repudio que generaron sus efectos nocivos y radicales haciendo descali�car a cualquiera que resultara tildado de afrancesado. Porque si bien los reformistas ilustrados estaban al tanto del enciclopedismo francés, la radicalización de la Revolución Francesa no era compatible con el mantenimiento del Despotismo Ilustrado, en de�nitiva de la monarquía absoluta. Y entonces, el temor a que la llama revolucionaria prendiera en un país cargado de problemas e hiciera mella en la sociedad estamental a la que la monarquía absoluta servía de eje, movió a establecer medidas de contención a �n de aislar a España de la in�uencia revolucionaria. Acción nada fácil, si tenemos en cuenta la proximidad geográ�ca, los vínculos comerciales muy intensos que unían a los dos países, la existencia de una constante emigración francesa hacia España y la presencia de importantes colonias francesas en las principales ciudades españolas, lo que terminaba favoreciendo la rápida difusión de las noticias y de la propaganda.

En ese mismo orden de ideas, el ascenso al trono de Napoleón Bonaparte merece especial atención. En su estrategia político militar, el emperador de los franceses anhelaba conquistar la monarquía española, que cabe mencionar, no era un territorio exclusivamente europeo y contemplaba en cambio las onerosas rentas de sus territorios americanos. A partir de entonces la historia de España, léase también la de América, estaría ligada a los movimientos del estratega francés que generaron cualquier cantidad de reacciones motivadas en buena medida por el miedo.

El miedo a Gran Bretaña, tras la derrota naval de la armada española en Trafalgar (1805) con lo cual quedaban indefensas las rutas comerciales con las Indias y las propias colonias, así como la invasión a Buenos Aires (1806), que aunque no prosperó, sí dejó en evidencia -si es que hacía falta- el interés de los ingleses por las posesiones españolas en América,1 puede ayudar a entender la �rma del tratado de Fontainebleau. Otra alianza desesperada de la Corona española con Napoleón en su tan bien planeado sistema de alianzas (Prusia (1805), Rusia (1807) y Austria (1809). Alianza desesperada, pero también costosa, que supeditó en la práctica la política y recursos españoles a los intereses del emperador francés. Hay que recordar que España venía colaborando con Francia y en contra de Gran Bretaña desde el Tratado de San Ildefonso en 1796, alianza que fue con�rmada al suscribir el segundo Tratado de San Ildefonso en 1800, y que dicho sea de paso, no puso �n a los temores del gobierno español por una expansión de la Francia revolucionaria; sólo signi�có que España consideraba la amenaza de la Gran Bretaña como algo in�nitamente más grave.

El miedo a la “invasión” de las tropas francesas al territorio peninsular español, hizo que la familia real preparara todo para irse a América, tal y como lo había hecho la portuguesa un año antes. Lo que explica que se encontrara en Aranjuez el 15 de marzo de 1808 cuando ocurrió el famoso “motín”. La ruta estaba trazada: Aranjuez, Sevilla, Cádiz… Veracruz en Nueva España.

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Igualmente el miedo a Napoleón, el ateo corso, la encarnación del demonio, hizo que en ausencia del Rey -que para entonces había abdicado en Bayona a favor del tan mentado francés, abriendo de este modo la crisis de la Monarquía hispánica-, el pueblo tomara las armas. Una reacción que no tenía precedentes, porque si bien no era la primera vez que el cambio de dinastía en una monarquía del antiguo régimen provocaba una reacción, seguramente el mismo Napoleón no esperaba más que algunos disturbios sin importancia. Y además, estaba el origen popular del levantamiento, dado que buena parte de las elites gobernantes españolas, resignadas o cómplices, parecía aceptar ya al nuevo monarca.

Asimismo, el miedo a que el rey José I Bonaparte reclamara su patrimonio americano, una vez hecha la sustitución de la familia borbónica por la bonapartista, fue un elemento decisivo para constituir Juntas de Gobierno a lo largo y ancho de la América española, que se mostraron �eles defendiendo los derechos de Fernando VII, el rey “deseado”.2 Los movimientos junteros responderán así al temor a pertenecer al nuevo Estado afrancesado, hegemónico en ese momento en la Península. Un temor real, que no un pretexto como se ha dicho a veces, porque cómo podían saber los contemporáneos que Napoleón caería al �n en 1814, si en 1808 se hallaba en la cúspide de su poderío dominando a Europa como pocas veces lo hizo nadie antes o después de él. Incluso muy pocos eran los que pensaban entonces que España pudiera oponerse a sus planes.3

De igual manera, el miedo de españoles y criollos a que en este estado de cosas tan poco usual, la falta de legitimidad sostenida en el evidente vacío de poder terminara por dar a las capas populares con todas las particularidades étnicas y raciales para la América de entonces - indios, mestizos, pardos, negros, esclavos-, la oportunidad para rebelarse. Miedo alimentado por la tan cercana experiencia de Haití (1804), y las no tan temporalmente presentes, pero no por ello menos importantes revueltas indias de los años ochenta en el Perú. Miedo clasista, étnico y racial que hizo que las elites americanas recurrieran al poder metropolitano buscando protección, y se cuidaran de proponer reformas dentro del orden establecido4. Miedo por parte de determinadas autoridades a que se desestructuraran los espacios coloniales que la monarquía había garantizado y organizado durante siglos. Miedo a perder el poder, a perder privilegios y bene�cios, a modi�car un estatus político, económico, regional, social, religioso, jurídico y aún racial consolidado por años. Miedo experimentado por las autoridades, pero al mismo tiempo oportunidades para las pretensiones de algunos criollos y peninsulares de reclamar diversas peticiones autonomistas: paridad en los cargos entre americanos y españoles, desestancos, reducción de alcabalas, igualdad de derechos, acuñación de monedas, libertad de comercio, etc. ¿Podría acaso aquel miedo y las medidas tomadas por las autoridades y/o las elites contribuir a explicar de alguna manera la posición de regiones leales como Nueva España, América Central y Perú?

Pero entrados ya en gastos, una vez dedicados a la organización del Estado-nación durante los períodos parlamentarios, los diputados americanos y peninsulares se hallaron con nuevos retos que generaron encontrados sentimientos.

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Ante la pregunta de ¿cómo se iba a organizar administrativamente este Estado, desde parámetros centralistas o por el contrario, federales?, surgieron profundos debates. La respuesta, de hecho, no era tan fácil. Aunque las propuestas americanas contenían una gran carga de autonomismo y provincialismo, hablar de federalismo era especialmente delicado en el momento. El concepto “federalismo” o “federal” generaba temor en medio de la monarquía constitucional, forma de gobierno por la que entonces se apostaba, en tanto que remitía a los referentes tanto ideológicos y teóricos como de praxis política de los Estados Unidos de América. Así, el referente federal no era otro que una antigua colonia convertida ahora en un Estado independiente y republicano. Se produjo de esta forma una asimilación entre federalismo y república, con lo que los miedos no se hicieron esperar. Miedo al advenimiento de una revolución como la estadounidense; miedo a la República; miedo al autonomismo; miedo a la insurgencia; miedo a la independencia.

Y si era independencia, ¿de qué tipo de independencia estamos hablando? ¿O con respecto a qué referente? ¿Independencia de qué o de quién? ¿De la Junta Central? ¿Del Consejo de Regencia? ¿De España acaso? ¿Del Rey? ¿De la “Junta Suprema del Nuevo Reino” erigida el día de Santa Librada (20 de julio) en el año de 1810 en Santafé de Bogotá? ¿De Cartagena? ¿De Antioquia? ¿De las cabeceras de corregimiento o gobernación?

Y desde la comodidad que produce mirar los hechos con doscientos años de distancia y buscar interpretarlos con las posibilidades y restricciones que el compás temporal otorga, pudiéramos preguntarnos ahora entonces por el miedo a la reconquista: El retorno del rey. Aludiendo no necesariamente a la popular trilogía cinematográ�ca, sino y sobre todo, al libro del profesor Justo Cuño, obra que analiza uno de los procesos que se concitaron para la formación de Colombia a partir de la primera desintegración.5 Porque ya sabemos lo que ocurrió después de ese primer intento de estructuración, si no nacional, por lo menos estatal, que inició de manera tan agitada como terminó: Bogotá, 20 de julio de 1810 – Cartagena, 4 de diciembre de 1815. La provincia de Cartagena fue la primera que dio noticia sobre la restauración monárquica acaecida en la Península y sobre la invasión de tropas españolas que se avecinaba. Situación obvia y a la vez paradójica, si consideramos lo bien comunicada que podía estar Cartagena gracias a su posición portuaria, pero también que fue quizás la región que recibió con más fuerza la nada “pací�ca” visita de don Pablo Morillo (“el Paci�cador”). En agosto de 1815 inició el sitio de Cartagena de Indias. Sus habitantes resistieron durante 106 días, al cabo de los cuales se rindieron a causa de los estragos que causó el hambre y la miseria que provocó el sitio. Las cifras más dramáticas hablan de 6000 personas muertas en menos de cuatro meses. Según uno de los sobrevivientes, el general O'Leary, para aplacar el hambre, llegaron a comer ratas, gatos, y hasta cuero de vaca remojado en agua salada de mar. En el mes de febrero de 1816 Morillo hizo fusilar en Cartagena a los nueve primeros líderes patriotas, inaugurando así el llamado "Régimen del terror". Manera nada tácita de referirse a la estrategia de los españoles para contener el ya iniciado proceso de Independencia. El derrumbe del primer experimento republicano de la Nueva Granada y la desaparición de buena parte de los dirigentes que se habían

·Foto:María Graciela León Matamoros·

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consolidado entre 1810 y 1815, dejaron abierto el nada seguro, de hecho el muy incierto y miedoso, camino de las armas. El turno fue entonces para el Ejército Libertador, que en su accionar modi�có sustancialmente las condiciones de la futura acción política.

Fueron todos estos eventos los que de�nieron una época delimitada por circunstancias novedosas y variables que provocaron inseguridades, descon�anzas, temores, miedos, a hombres y mujeres que iban reaccionando en la medida en que sus sentimientos y los mismos acontecimientos iban también evolucionando. Fue una época neurálgica, en la que se hizo necesario tomar decisiones que solo el paso del tiempo terminó revelando lo acertadas o equivocadas que fueron. Así, podemos pensar que quienes habitaban territorios como Cartagena de Indias, no permanecieron, de ninguna manera, al margen de las circunstancias. Pese a la distancia geográ�ca con la metrópoli y la capital del virreinato, y la distancia político-administrativa con las provincias cercanas, los habitantes cartageneros tenían información de lo que estaba aconteciendo en el mundo hispánico. Tergiversada, cruda, equivocada, manipulada, contradictoria, pero al �n y al cabo información que los mantenía al día en un ágil -y por eso mismo sorprendente para la época-, ejercicio de transmisión de buenas y malas nuevas a distancia, y continuamente cambiantes.6 Así, ellos y ellas se dieron a la tarea de “traducir” los mensajes que iban recibiendo y establecer posiciones, y tomar decisiones de acuerdo a sus expectativas, necesidades, temores y condiciones. La vida de los habitantes de Cartagena de Indias, y de la misma provincia, experimentó una importante transformación con la entrada del siglo XIX y el acaecimiento de una serie de procesos enmarcados en crisis y coyunturas que terminaron por conectar de manera casi natural estos territorios con la otra orilla del océano.

Renuncio de esta manera, a concepciones que dejan al ser humano como sujeto pasivo de la historia. Que si bien participa de ella, no la construye, no la determina, antes bien, pareciera padecerla. Visiones que dan todos los créditos a esa Historia, con mayúsculas, que se desarrolla de acuerdo a sus propias reglas, y movida por razones completamente ajenas a la voluntad humana (los ciclos naturales, los propósitos divinos, el desenvolvimiento del Espíritu Absoluto, etc.). De igual manera a aquellas que idealizan a seres tan humanos como cualquiera de nosotros, líderes sobrenaturales difícilmente igualables, tan anhelados aún en la contemporaneidad, y que siempre supieron qué hacer y qué decir en el momento justo. Me uno en cambio, muy consciente del contexto de celebraciones del bicentenario en el que nos movemos, a la percepción de Santiago Ramón y Cajal7 cuando a�rmaba que “Mala manera de preparar a la juventud para el engrandecimiento de su patria es pintar ésta como una nación de héroes, de sabios y de artistas insuperables”. Porque sospecho que sólo hasta que entendamos que no hay buenos ni malos en la “película” de la historia; que el hecho de no declararse como amigo de alguien no lo hace automáticamente su enemigo; que se podía ser patriota o realista independientemente del lugar de nacimiento, la profesión o la ubicación geográ�ca; que existían vías alternas, es más, que era posible cambiar de posición dependiendo de las distintas lecturas que se hicieran de los también distintos acontecimientos; solo hasta entonces podremos tener una visión si no más aproximada, por lo menos más global.

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Y no digo sólo de la historia, también del ser humano entendido como una combinación de ideas, imágenes, pasiones y juicios de valor que enfrenta diariamente a la que cree es su realidad en tiempos y espacios determinados.

Bibliografía

· Acta de Independencia de la Provincia de Cartagena de la Nueva Granada. Papel Periódico Ilustrado Número 31; Año II; Imprenta de Silvestre y Compañía, 16 de diciembre de 1882.

· Chust, Manuel (coord.) (2008), 1808: La eclosión juntera en el Mundo Hispánico. Fondo de Cultura Económica, México.

· Cuño Bonito, Justo (2008), El retorno del Rey: El establecimiento del Régimen Colonial en Cartagena de Indias. Universitat Jaume I, Castellón, 2008. 481 pp. ISBN 978-84-8021-614-2

· Frasquet, Ivana (coord.) (2006), Bastillas, cetros y blasones: la independencia en Iberoamérica. Instituto de Cultura. Fundación Mapfre, Madrid, 390 pp.

· Martínez Garnica, Armando (1997), La defensa de los fueros provinciales durante el tiempo de la Patria Boba (1810-1815). Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga.116 pp.

· Mínguez, Víctor (coord.) (2004), El imperio sublevado: Monarquía y naciones en España e Hispanoamérica. Consejo Superior de Investigaciones Cientí�cas, CSIC. España, ISBN 84-00-08247-8

Footnotes1 La ocupación de La Habana en 1762 y la amenaza de toma de Montevideo pueden ser consideradas como otras muestras de la apetencia americana por parte de Gran Bretaña.

2 Juras de absoluta �delidad a Fernando VII y la más enérgica condena y reconocimiento de los actos de Napoleón, se sucedieron por toda la monarquía española.

3 Si bien la eclosión juntera fue solo el cumplimiento de una orden enviada por la Junta Central, y no necesariamente resultado de una expresión de autonomía, no deja de ser llamativa la habilidad con la que se hace el análisis en diferentes espacios americanos en torno al hecho de que habiendo dejado de existir la casa real española, y partiendo de la irreversibilidad de la acción napoleónica en Europa (vacío de poder), el movimiento inmediato era la asunción de la soberanía absoluta por cada una de las provincias.

4 Son de especial interés los debates que se desarrollan en torno a la declaración del sufragio universal, disposición que creará pánico en muchas regiones americanas; el caso de México su�cientemente documentado se me hace un atractivo ejemplo. Ver los trabajos de Jaime Rodríguez: “Una cultura política compartida: Los orígenes del constitucionalismo y liberalismo en México”. En: El imperio sublevado: Monarquías y Naciones en España e Hispanoamérica. Víctor Mínguez y Manuel Chust (eds.). pp. 195-224, e Ivana Frasquet (Coord.) “Táctica y estrategia del discurso político mexicano: La cuestión de la soberanía, 1821-1822”. En: Bastillas, cetros y blasones. La independencia en Iberoamérica. pp. 123-149.

5 Cuño Bonito, Justo. El retorno del Rey: El establecimiento del Régimen Colonial en Cartagena de Indias. Universitat Jaume I: Castellón, 2008. 481 pp. ISBN 978-84-8021-614-2.

6 El contenido del Acta de Independencia absoluta de Cartagena en su exposición de motivos, deja ver lo informado que estuvo el “buen pueblo de la provincia de Cartagena de Indias” y la postura tomada frente a los acontecimientos más signi�cativos acaecidos en la Península desde la irrupción de los franceses, pasando por la abdicación de Fernando VII, la conformación de la Junta de Sevilla, la Junta Central, la Regencia y la instalación de las Cortes Generales. Acta de Independencia de la Provincia de Cartagena de la Nueva Granada. Papel Periódico Ilustrado Número 31; Año II; Imprenta de Silvestre y Compañía, 16 de diciembre de 1882.

7 Médico español, premio Nobel de Medicina (1906), que advertía acerca de la necesidad de re-escribir la historia de su país para “limpiarla de todas estas exageraciones con que se agiganta a los ojos del niño el valor y la virtud de su raza”.

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El Bicentenario:Soy negra, soy casta, soy libertad, yo soy caribe

Merly Esther Beltrán Vargas

“Es posible concebir el desarrollo como un proceso destinado a adelantar la libertad de cada cual en el logro de sus aspiraciones esenciales.” Amartya Sen

El Diplomado “Cartagena de Indias: conocimiento vital del Caribe”, ha sido un viaje hacia mi pasado para interiorizar las razones esenciales de los procesos de independencia. En este sentido, busco homenajear la historia, atando cabos que se sustraen de los relatos, leyendas, mitos y cuentos que muchos expresan a su manera.

Yo le contaré el cuento a mi manera: soy cartagenera de pura cepa, desde niña siempre me interesé por conocer mis raíces; la materia que siempre me gustó fue historia, además de que mi padre es historiador; de allí mis venas por este gusto. Mientras más leo, busco, exploro, me voy uniendo a algo que me hace reconocer y tener una identidad cultural.

Desde que decidí estudiar Turismo y enfocar mi proyecto de vida a descubrir culturas pero sobre todo unir culturas, me he interesado por investigar y aprender todo sobre mis ancestros, mis tradiciones, mi verdadera esencia, mi raíz.

Es así como me interesé en participar en este Diplomado que la Universidad Tecnológica de Bolívar organiza por medio de la Escuela de Verano y que la

medio de este escrito hará su aportación sobre esta experiencia que ha sido trascendental en mi vida emocional, personal y espiritual, pero sobre todo profesional. Agradezco que me hayan permitido tener este inigualable momento.

Fueron once días compartiendo charlas, ponencias, conversatorios interesantes con un grupo diverso de varios países chile, Paraguay, Venezuela, Brasil, México, Panamá, y una gran cuota de colombianos, visitando las perlas del Caribe Santa Martha y Barranquilla para desde cerca escuchar a nuestros vecinos hablar del bicentenario.

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Administradora de Empresas Turísticas, Universidad Los Libertadores.Especialización en Desarrollo social, Universidad del Norte. Máster en Dirección y Organización de Empresas

Turísticas, actual, UTB. Docente, asesora de turismo cultural sostenible. Directora Fundación [email protected] direcció[email protected]

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Y, ajá, como decimos en Cartagena de Indias, es hora de que te sumerjas en mi historia pero será algo corto, claro, preciso y muy conciso:

Afrocaribe calada en la historia

Las culturas nacionales de América y el Caribe deben una parte signi�cativa de su formación histórica al poblamiento de africanos esclavizados durante los siglos XVI al XIX. La presencia africana ha sido múltiple y constante desde los albores de la época colonial hasta la acelerada intensi�cación del trá�co clandestino durante el ocaso de la dominación hispánica.

Sin embargo, aun no queda claro, en relación con las in�uencias culturales, la amplia diversidad de denominaciones con las que fueron conocidos (comprados, vendidos, alquilados, perseguidos) más de un millón de personas trasladadas a esta parte del Caribe, a las que se les impuso una identidad, u otra, disociada casi siempre de su sentido de pertenencia grupal y en muchos casos dependientes del lugar de captura, del depósito de esclavos, del sitio de embarque y hasta de las lenguas de los tra�cantes africanos y europeos.

El africano y sus descendientes negros y mulatos, echaron raíces profundas como para intervenir muy temprano y activamente en la integración de formas culturales cada vez más de�nidas como americanas y caribeñas. Música, rezos, fórmulas mágicas, mitos, leyendas, remedios, alimentación, fueron en muchos casos instrumentos de defensa que facilitaban el refugio del negro, desde la ciudad al campo, desde el cuartucho en las afueras de las ciudades hasta los palenques.

En las distintas etapas de la historia los movimientos de población (en el caso de la africana, forzada), han sido a la par del desarrollo de contactos y �ujos entre diferentes sociedades y culturas. Ese proceso de transculturación, representado por cientos de miles de personas con costumbres, idiomas y culturas diferentes, in�uyó en la conformación de las nacionalidades caribe.

En la actualidad el legado africano y su cultura de resistencia a�oran en ciudades y campos del Caribe, y aunque existen similitudes culturales entre regiones en cuanto a la formación de la cultura de origen africano, se van a diferenciar por su historia, presentes políticos y sociales en que se desarrollan. Y es desde estas raíces que emana la fuerza para gritar libertad en una sociedad que fue impuesta, manipulada, acusada, conducida, manejada, pero sobre todo controlada desde la más alta realeza.

Albores de los extramuros: siglo XVI

Imaginar a Calamari, como era llamado el asentamiento de aborígenes caribes en Cartagena de Indias antes de la colonización es todo un homenaje, ya que pienso y repienso cómo hubiese sido si éstos todavía existieran.

En este siglo se dio la más grande historia de nuestras naciones: un don Pedro Heredia llegó con voz de mando a organizarnos, diciendo que esta cultura aborigen estaba fuera de contexto y había que traer desarrollo. Un desarrollo que le costó la vida a muchos indígenas logrando extinguirlos por completo.

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2Enrique Marco Dorta, Cartagena de Indias puerto y plaza fuerte. Alonso Amado Editores, 1996. p.167. Eduardo Lemaitre, Breve Historia de Cartagena 1501-1901, p. 95.

Inclusión a la Cartagena colonial: siglo XVII

Y pasar de un siglo a otro con tan pocas palabras es excepcional, pero esta es tan solo una catarsis para lograr comprender mi historia.

Al gobernador de la época, García Girón (1619), el rey de España le encomienda hacer un inventario de las casas construidas en el sector para decidir si se desalojaba el lugar o por el contrario se acordonaba con murallas. Las casas construidas para entonces estaban elaboradas en bahareque y tabla.

“Al �n prevaleció la idea de forti�carlo y fue el maestre de campo Francisco de Murga (1629-1634) quien dio comienzo a las murallas que habían de encerrar a un recinto semejante al que rodeaba el núcleo urbano de la ciudad.”1

El siglo XVII fue el de las grandes expansiones urbanísticas y el de las más importantes edi�caciones civiles y religiosas, pero este siglo, en cambio se caracterizó por las majestuosas construcciones en el orden militar; “En esta centuria Cartagena queda perfectamente murada y defendida por imponentes fortalezas ello se debe en gran parte al permanente estado de guerra que en aquellos años vivió España con respecto a Inglaterra.”2

Historias de piratas, corsarios, y de batallas son las más escritas en esta época, defendiendo lo que para ellos era su más grande tesoro. Los ataques aumentaron y se encuentra que el almirante inglés Sir Edward Vernon llega a Cartagena el 13 de marzo de 1741 con muchas ínfulas, queriendo entrar por Getsemaní para conquistar la ciudad, pero quienes la defendían a fuerza y espada eran más de 3000 hombres entre tropa regular, milicianos, indios, �echeros, amerindios y tropas de desembarco. Además se encuentra un grupo de hombres valientes, capaces y decididos a defender la ciudad; a su cabeza se hallaba el recién nombrado Virrey de la Nueva Granada don Sebastián de Eslava, teniente general de los reales ejércitos con larga experiencia; también estaba el célebre don Blas de Lezo, general de la armada y viejo lobo marino; éstos y otros más daban su vida por Cartagena.

Fortalecimiento del progreso urbanístico: siglo XVIII

En el siglo XVIII Getsemaní, un barrio llamado El Arrabal, se formó paralelamente al del centro histórico con extranjeros, negros, españoles logrando sobrevivir y seguir creciendo, así mismo se localizaban en el barrio un grupo de decididos hombres que pretendían a toda costa que nadie los deshonrara y siempre estaban pendientes de todo lo que sucedía; es por esto que aparecen movimientos internos que van lentamente tomando cuerpo en la ciudad y dando a Getsemaní su per�l de barrio revoltoso.

Para 1746 un grupo de o�ciales y batallones que custodiaban la ciudad y vivían en Getsemaní se amotinaron pidiendo que se les pagara su salario completo sin descontarles el uniforme que usaban. Estos rebeldes se toman al barrio y se apostan en el Reducto, Chambacú y la Media Luna apuntando al cerro de San Lázaro o Castillo de San Felipe y a la ciudad simultáneamente, lo que obliga al gobernador Juan de Eslava a acceder a sus peticiones”.3

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3Rosa Díaz de Paniagua y Raúl Paniagua, Getsemaní, historia, patrimonio y bienestar social de Cartagena. Coreducar, 1993, Cartagena. p.46.

En construcciones religiosas se edi�ca la Iglesia de la Orden Tercera. En el orden civil se elimina la puerta del puente que unía a Getsemaní con el centro y se construye la gran puerta con tres puertas interiores que hoy conocemos como Torre del Reloj.

Para esta época Getsemaní se encontraba muy poblado, había diferentes clases de viviendas; nacen aquí las accesorias, tipos de residencias que tienen un patio central y que está rodeado por varias casas, y se per�la el barrio como punto comercial por su distribución minorista.

En este periodo se puede observar la forma en que se mantuvo el barrio a pesar de todos los inconvenientes que se presentaron, con una imagen de barrio luchador, dando lugar a futuros acontecimientos.

Sublevación, lucha, independencia: siglo XIX

Es el siglo de la participación viva del barrio Getsemaní y su gente en la vida de la ciudad, convirtiéndose en importante referente histórico para las generaciones futuras.

A principios del siglo de la Independencia, las nuevas ideas revolucionarias y vanguardistas de la época lograron penetrar en la ciudad, a pesar de los múltiples controles que la inquisición tenía para las colonias. Esas ideas venían de Francia con la Declaración de los Derechos del Hombre, y de los Estados Unidos con su reciente separación de Inglaterra. Esos pensamientos se fueron a�ncando en las mentes de los criollos, hijos de españoles nacidos en América, quienes se encontraban cansados del régimen español y deseaban controlar en sus manos su estado.

De esta manera los criollos, con el doctor José María García de Toledo a la cabeza, quien era “un criollo rico e ilustrado, nieto del primer Conde de Pestagua, don Andrés de Madariaga y Morales”4

y además cuñado de don Joaquín Mosquera y Figueroa, Regente de España, organizaban reuniones nocturnas a escondidas de las autoridades españolas para gestar el movimiento independentista.

Por estos tiempos la madre patria pasaba momentos muy graves en su organización política como país, pues el Rey Carlos IV y su hijo don Fernando se encontraban encarcelados en la prisión de Bayona, ya que la península estaba invadida por José Bonaparte, hermano de Napoleón, y el país esperaba la posterior invasión de los franceses, quienes no daban tregua.

No obstante esas di�cultades, las autoridades ibéricas -la Regencia-, preocupados por la lealtad criolla al rey español, envían a las diferentes ciudades del nuevo imperio a un Comisionado Regio; a Cartagena de Indias, llegó don Antonio Villavicencio, “Un criollo aristócrata nacido en Quito, y descendiente de cartageneros (porque su abuelo era el primer Marqués de Premio Real, Don Domingo Miranda y Llanos)”,5 quien al arribar forma una gran revolución entre los cartageneros.

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·Foto:Juan David Murillo Sandoval·

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En su cometido Villavicencio logra que el cabildo y los habitantes de la ciudad juren �delidad al rey y el día 22 de mayo de 1810, los ciudadanos deciden que el cabildo debe sesionar y es entonces cuando se constituye la Junta de Gobierno, conformada por el gobernador don Francisco de Montes y dos cabildantes, uno era el “criollo Don Antonio de Narváez y de la Torre antiguo mariscal de campo de los ejércitos reales y el otro era español o chapetón Don Tomás de Andrés Torres, comerciante local, antiguo Prior del Consulado de Comercio.”6 Este día y este hecho se convirtieron en puntos importantes y de referencia, ya que a partir de ese momento las ideas de liberarse de España se agudizaban.

Don Francisco de Montes, como es normal, no se encontraba contento al tener que compartir la regencia de la provincia de Cartagena con otras personas a quienes él consideraba intrusos, negándose a �rmar los documentos con los dos cabildantes, pues de acuerdo con el gobernador, sólo debían llevar su �rma. Esto no agradó a los crecientes revolucionarios cartageneros, por lo que el día 14 de junio de 1810 destituyen al gobernador Montes, lo arrestan, envían a Bocachica y luego lo deportan a La Habana, Cuba.

Después de este hecho, el Corralito de Piedra queda en manos del Teniente del Rey, don Blas de Soria. Pero más tarde, el 14 de agosto de 1810 se elige la Junta Suprema de la ciudad y provincia de Cartagena, quedando como Presidente el doctor José María García de Toledo, de quien se ha hablado anteriormente y será un personaje muy importante en la independencia total de la ciudad amurallada.

Pasan tres meses y llega un nuevo gobernador designado para la provincia, don José Dávila. Este no es aceptado ni por la población, ni por la Junta Suprema, regresando a España al ser detenido en Bocachica.

De esta forma, Cartagena de Indias queda gobernada por patriotas criollos y chapetones regentistas, agrupados en el partido seguidor de José María García de Toledo, es decir, “los toledistas”, quienes querían la independencia de España, pero manteniendo buenas relaciones políticas con ella.

Al poco tiempo surge otro partido político “los piñeristas” al mando de don Antonio de Narváez de la Torre, el cual era manejado en realidad por los belicosos y revolucionarios hermanos de Mompox, Germán y Gabriel Gutiérrez de Piñeres, que deseaban de igual forma la independencia absoluta del régimen español.

En un principio, los piñeristas estaban muy descontentos con el mando toledista e hicieron que su provincia, Mompox, se independizara de Cartagena y se uniera con Santa Fé. Esta situación causó un gran malestar a García de Toledo, acrecentando su repulsión al clan contrario.

Ya para el siguiente año, 1811, Cartagena corre el riesgo de ser retomada por el gobierno ibérico, cuando las tropas de Regimiento Fijo organizan el 4 de febrero un golpe contra la Junta de Gobierno, que a la fecha era presidida por don José María del Real Hidalgo, pero para fortuna de los criollos fueron avisados con tiempo de la situación que se avecinaba y lograron controlarla.

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Sin embargo, en este año se hicieron elecciones para la Junta de Gobierno, una lucha entre toledistas y piñeristas, quedando al mando los primeros. Ya para estos tiempos la idea de la independencia absoluta era un hecho para los cartageneros, pues no aguantaban más las postergaciones para llevar el proceso legalmente.

Tomando ventaja de la situación, los hermanos Piñeres incitan a la población para revolucionar los ánimos. Ellos eran apoyados por el doctor Ignacio “el tuerto” Muñoz, pariente suyo quien al mismo tiempo se encuentra en el movimiento emancipador con su suegro, el fundidor cubano Pedro Romero, importante personaje del barrio Getsemaní y quien al �nal de toda esta revuelta sería la persona que provocara de verdad al pueblo para luchar por la causa.

Pedro Romero y la gente de Getsemaní organizan un grupo de bravos luchadores, es decir, una milicia popular llamada “Lanceros de Getsemaní”, que estaban dispuestos a levantarse en armas en cuanto los proveyeran de ellas para enfrentarse contra el Regimiento Fijo o para lograr la proclamación de la libertad. En la propia casa de Romero, en la calle Larga, se organizaba todo el movimiento de la sublevación, esperando el momento justo para comenzar la revuelta.

En todo esto los getsemanicenses, que eran paradójicamente liderados por un “matancero”, muestran su cultura y su aire de grandes y poderosos cartageneros, dispuestos a enfrentarse para reclamar lo que por derecho propio les pertenece.

En esta situación, el día 11 de noviembre de 1811, la Junta de Gobierno debe sesionar para de�nir de una buena vez la cuestión de la independencia y otros asuntos pendientes, pero en el curso de la reunión, que fue bastante complicada, se pretende suspenderla; al llegar la noticia a los revolucionarios en potencia que estaban en Getsemaní, de inmediato toman la decisión de interponerse entre el Cuartel del Fijo y el Palacio de Gobierno, y de apoderarse de los baluartes, doblando los cañones hacia adentro de la ciudad.

Pedro Romero y los Lanceros de Getsemaní forman un gran estruendo en la Plaza de Trinidad vociferando gritos de libertad, de allí pasan a la calle Larga, luego a la iglesia de San Francisco, donde escuchan al Presbítero Nicolás Mauricio de Omaña y por último, entran al centro amurallado, donde consiguen armas para llegar al Cabildo y protestar en frente de donde estaba la Junta.

En dicha situación, los representantes que sesionaban se encontraban en un momento crítico y decisivo; la muchedumbre manda en su nombre a Ignacio Muñoz y al Presbítero Omaña para reclamar un pliego de peticiones, pero principalmente para acelerar las �rmas del Acta de Independencia, la cual ya estaba redactada.

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Eduardo Lemaitre, op.cit., p.6Ibid., p.7.Ibid., p.7.

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Poco tiempo después es el vulgo en pleno quien irrumpe en la sala y movidos por los efectos del alcohol, comienzan a insultar a los de la Junta, quienes querían hasta último momento una salida pací�ca, pero el mismo García de Toledo y los demás terminan cediendo a las exigencias y amenazas, proclamando entonces la independencia absoluta de España, la cual signi�caba mucho más en su intención que en su procedencia.

Para celebrar este acto de libertad y festejar que ya no son colonias se decreta un bando; todos los cartageneros salen a la calle y los propios hermanos Piñeres y Pedro Romero hacen grandes �estas, en donde la ley del desorden y la diversión es la que gobierna. En este tiempo unos se vuelven héroes y otros villanos, pero al �nal todos disfrutan la ocasión, posicionándose también el barrio Getsemaní como aguerrido e importante para la ciudad.

En el país hay escritores como María Guerrero de Burgos, una poetisa de Manatí, Atlántico, quien con mucho lirismo recuerda la ocasión de una forma muy hermosa y ha dedicado el siguiente poema a Cartagena de Indias en su día de independencia:

Es el undécimo mesAño undécimo del sigloY undécimo es el díaEn que se juega el destinoDe un imperio poderosoY de un pueblo sometido.

Este día de la independencia ha quedado marcado en la mente y en los recuerdos de los cartageneros, año tras año con gran �esta y entusiasmo se realiza un bando para conmemorar la ocasión, pero es principalmente en el barrio Getsemaní donde se vive esta festividad con mayor alegría para recordar a sus héroes de Gimaní.

Realmente nuestra independencia es un proceso que se inició en junio de 1810, días antes del insigne 20 de julio, pero por medio de este trabajo quiero hacer un homenaje al que realmente le puso un punto seguido a este proceso y es José Prudencio Padilla.

Homenaje a José Prudencio Padilla (1784 – 1828)

Este hombre, considerado como el libertador de�nitivo de Cartagena de Indias, es digno de homenajear en este Bicentenario. Yerno del cubano Pedro Romero, llevaba la energía para seguir el proceso; un negro guajiro de honor y lealtad, de personalidad descollante, generosa y sociable.

El 24 de julio de 1823 la escuadra colombiana al mando del general José Prudencio Padilla venció a los españoles en la batalla naval del Lago de Maracaibo (hoy Venezuela, en ese entonces Gran Colombia); ocurrió frente al puerto de ese nombre después de haberse forzado la barra a la entrada al Lago. Esta fue la gran batalla naval por la independencia de la Gran Colombia con repercusión en todo el continente español, pues destruyó la �ota real y selló el acceso a las costas septentrionales de América del Sur.

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·Foto:Katia Padilla Díaz·

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En manos de los patriotas el interior del país después de las batallas de Boyacá (7 de agosto de 1919) y Carabobo (24 de junio de 1821) y tomados los grandes puertos de Cartagena y Maracaibo, le quedaba prácticamente imposible a España una segunda reconquista.

Una segunda reconquista en el siglo XXI

Y quiero �nalizar este recorrido por la historia contándoles que gracias a la Organización de Estados Iberoamericanos –OEI, gané una beca de movilidad para viajar a cualquier país de Iberoamérica. Hubiese escogido España e ir donde está la historia contada por los españoles, pero preferí ir a Cuba y desde mi proceso de investigación armar mi historia. Los negros antes de llegar a Cartagena llegaban a La Habana y es allí donde me he encontrado con mi existencia; sueño con visitar África, que es donde están las verdaderas raíces, pero de igual forma siento en mi corazón la alegría de encontrarme y revivir mis ancestros.

Pensar en una reconquista y que nunca hemos estado en libertad es caer en verborrea. Somos lo que somos. Se hizo una historia que hubiese sido construida de otra forma, pero hoy celebramos un bicentenario con corazón valiente, orgullosos de ser negros, castos, mestizos. Yo soy Caribe.

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Nancy Smith Pinilla M.

Tratar de escribir un ensayo sobre un tema tan amplio y apasionante como es el Caribe Epicentro de la América Bicentaneria, es pedirle a la mente que se mueva en un vasto mundo de información, impartido por expertos, que no escatimaron en brindar sus conocimientos sobre el tema, a aquellos a quienes tuvimos la oportunidad y el honor de poder compartir, no sólo sus conferencias, sino dos semanas inolvidables, en donde la camaradería vivida entre los participantes de diferentes nacionalidades, se mezcló, con los grandes aportes hechos por cada uno de los asistentes.

Por esta razón y más aún cuando la pauta no aclara si debemos seguir la línea

dos tipos, para tratar de plasmar ese “mar” de conocimientos, adquiridos durante nuestra estadía en la Ciudad Heroica, en donde en medio de aquellos fuertes de guerra como El Pastelillo, San Fernando de Bocachica, Batería del Ángel y el Castillo de San Felipe de Barajas, tuvimos la ocasión de rememorar la historia de la independencia, que trajo la libertad a los países americanos.

grupo que participó en el Diplomado Cartagena de Indias Conocimiento Vital del Caribe 2010, en donde se formaron dos bandos: “Los Carolinos” y “Los Docentes”, que lucharon por una misma causa: “conocer más y enriquecerse con las raíces, causas y protagonistas, que permitieron dar el grito de independencia.

Nada mejor que empezar, nuestra estadía en el fuerte del Pastelillo, antiguo fuerte del Boquerón, primera fortaleza construida para proteger la ciudad, que en esta oportunidad, no nos hacia resistencia, pues nos abría las puertas del ‘Corralito de Piedra’, que nos esperaba, para darnos a conocer todo su pasado, escondido entre los muros de sus fuertes, casonas del tradicional barrio de Getsemaní, Calle Larga, Centro Amurallado y El Arsenal, lugares de

españoles, africanos, franceses y árabes, dejaron un legado para la humanidad.

Analizar en pleno siglo XXI hasta dónde alcanzaron la libertad los pueblos latinoamericanos, es detenernos en la situación actual de cada país que formó parte de esa independencia, que fue llegando poco a poco a los pueblos americanos, llamando la atención como algunos de ellos pasaron de ser emporios

Hace 200 años:¿Fue realmente un grito de libertad o fue el inicio deuna nueva esclavitud?

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económicos pujantes a naciones en donde la pobreza es su distinción, o en donde la esclavitud aparece ahora disfrazada de violencia originada en el narcotrá�co, paramilitarismo y la narcoguerrilla. ¿Hasta dónde podrían preguntarse lo insurrectos sirvió el grito de independencia?

¿Grito de libertad, libertinaje o pobreza?

Cuál es la razón para que un país, en donde sus primeros habitantes, los indios Taínos, fueron extinguidos por los españoles como consecuencia de los malos tratos y los trabajos en las minas, y que se ufana por haber sido el primero en dar el grito de independencia en América Latina, hoy se halle en el siglo XXI sumido en la pobreza absoluta; esta fue la primera pregunta que me hice, luego de la disertación de nuestro conferencista Frank Moya, quien con su presentación magistral sobre Haití, abrió la puerta a los innumerables interrogantes que aparecerían durante mi estadía en la hermosa Cartagena de Indias.

Haití, parece ser un territorio ‘castigado’ por haberse atrevido a romper las cadenas que lo oprimían, en donde su actual población de 10 millones de personas, no sólo ha caído por la falta de comida, sino por la inclemencia de la naturaleza, que parece haberse ensañado con este territorio, en donde hace 206 años, se tuvo el valor de gritar ‘libertad’ por un puñado de esclavos que se cansaron de la tiranía francesa que los oprimía.

En pleno siglo XXI y a pesar según los expertos de “recibir anualmente una ayuda externa de $8.400 millones, Haití es más pobre que hace 30 años. En este país el 80 por ciento de sus pobladores viven con tan sólo dos dólares diarios”1 Es así, como de aquellas riquezas que identi�caban a dicha región como una de las colonias francesas más pujantes económicamente, en el siglo VXIII, en donde en 1780 y gracias al trabajo de medio millón de esclavos, se exportaba el 60 por ciento del café y el 40 por ciento de azúcar que se consumía en Europa, hoy es un territorio en donde el 80 por ciento de sus pobladores vive bajo el umbral de la pobreza.

El desarrollo de la historia ha mostrado que ese grito de independencia dado por los haitianos, marcó más una fuerte repercusión social que política; tal como se pudo observar en la tenencia de tierras, al ser despojados los franceses blancos de sus plantaciones, las cuales pasaron hacer propiedad de los esclavos, quienes eran la base de la estructura económica, y que por primera vez vieron la oportunidad de hacer con ellas lo que quisieran, originándose un nuevo rol que los convirtió de oprimidos en patronos, que no contaban con una preparación cultural ni económica que les permitiera aprovechar lo mejor posible su libertad.

La presencia de blancos, mulatos y esclavos y el deseo de poder por parte de españoles, franceses y británicos, se convirtió en el peor enemigo de la independencia del pueblo haitiano, que no tuvo más remedio que soportar la

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1 Ian Vásquez Diario El Univeral. 24 enero de 2010. Venezuela

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interminable lucha que en un momento parecía tomar un rumbo a favor, cuando el líder negro Toussaint Louverture, asumió las banderas de libertad, logrando la única rebelión exitosa de esclavos en la historia, convirtiendo a Haití en la primera república negra independiente y la segunda en el hemisferio occidental.

La decadencia del País, parecer haberse centrado en la falta de claridad de lo que signi�ca libertad. Si se tiene en cuenta lo que ésta signi�ca para muchos pensadores este estado del ser humano, el mismo puede llevarnos a convertirnos nuevamente en esclavos de nuestros propio actuar. Ser libres, es algo más que no tener que depender de algo de alguien, es un concepto que afecta muchos aspectos de la vida, en donde el mal uso de ésta puede llevar a seguir el camino incorrecto.

Si miramos el signi�cado de la palabra libertad desde el punto de vista del �losofo Immanuel Kant “la libertad es aquella facultad que aumenta la utilidad de las demás facultades”; mientras que para otros pensadores como René Descartes “la libertad consiste solamente en que, para a�rmar o negar, perseguir o evitar, las cosas que el entendimiento nos propone, obramos de manera tal que no sentimos que ninguna fuerza fuerce”. No podíamos dejar pasar por alto el concepto manejado sobre el tema por Aristóteles, quien a�rmó que “la libertad está ligada a la capacidad de decidir por sí mismo en el ser humano, y estaba ligada a la moral”

¿Hasta dónde estos conceptos se pueden aplicar a la revolución haitiana? ¿Dicha revolución va más allá del deseo de libertad o ni siquiera alcanzó a comprender el pueblo lo que había logrado?

¿Qué pasó realmente en ese País, cuna y modelo de una libertad diferente, en donde se buscaba humanizar al esclavo a consta de su propia vida con base en el respeto del otro, buscando ante todo acabar con el famoso Código Negro de 1685, promulgado por Louis XIV?

¿De dónde surge esa pobreza en aquel País cuya constitución de 1805, reconoce que cualquier persona perseguida que llegue allí, se convierte inmediatamente en ciudadano haitiano, tal como sucedió con los aproximadamente 10 mil negros americanos que llegaron a esta tierra en busca de humanidad y de aquella nación catalogada por Bolívar como el “asilo de los hombres libres”

Todo parece indicar que la pobreza se originó desde el mismo momento de la libertad, cuando los esclavos que se convirtieron en soldados vencedores y exigieron como pago una parte de aquella plantaciones en las que habían trabajado y sufrido, pero que sólo les fueron entregadas en forma de parcelas, haciendo de Haití una pequeña nación de propietarios, que al darse cuenta que no podían sustituir a los grandes feudales, se fueron tras el poder político, en donde los poderosos, a través del tributo, seguían explotando y oprimiendo a quienes sembraban las pequeñas propiedades.

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·Foto: Patricio Édgar Vera Peñaranda·

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El hecho de que los pequeños granjeros hayan decidido cultivar sus tierras para su propia subsistencia, y otros se dedicaran a comercializar café, pero no en su�ciente cantidad para exportar, dejando aún lado la producción de caña, producto en la cual se basaba la economía del País, obligó al cierre de muchos trapiches, lo que a su vez originó el no contar con ingresos para exportación, que a su vez permitieran importaciones. Este fenómeno es otro golpe dado a la otrora pujante economía haitiana.

Pero también esta caótica situación, se desprende del temor que tenían los opresores de que este ejemplo tan claro de libertad fuera seguido rápidamente por otros países, lo que llevó a los franceses a amenazar con una nueva invasión, si no se le pagaba un tributo económico por la pérdida de su territorio y propiedades (esclavos) por un monto de 150 millones de francos, lo que obligó al gobierno local a aumentar los impuestos y a marcar los primeros peldaños de la pobreza, que poco a poco iría creciendo.

La hostilidad de los países opresores hacia aquellos que habían gritado libertad, no se dejó esperar y muy pronto Haití recibió bloqueo económico, que unido al debilitado concepto hombre/tierra (pues los muertos en la guerra fueron casi 300 mil), las limitaciones tecnológicas, la falta de transporte, la desforestación originada por la quema de las plantaciones y la presencia del intermediario, contribuyeron aún más a sumir a la Nación en la pobreza.

La inestabilidad política que a través del tiempo se ha presentado en este territorio, se convirtió, además, en otro factor que acabó con el ingreso que por turismo tenía Haití, unido al temor en los visitantes, que asociaban la comunidad negra con el �agelo del SIDA.

Todas estas razones parecen haberse unidos para arrasar con la próspera economía de un País que hace 200 años era considerado como uno de los emporios productivos más importantes de América y que en la actualidad según su gobierno y luego del terremoto del presente años, la in�ación superará el 10 por ciento y la economía se puede contraer en un 8 por ciento. En el informe presentado durante la asamblea anual del BID, se señala que “la fuerte disminución de los ingresos �scales ocasionarán una disminución de la �nanciación estimada actualmente en alrededor de 350 millones de dólares y la balanza comercial deberá deteriorarse por la caída en la producción y las importaciones, necesarias para la subsistencia de la población y para la reconstrucción"2.

¿Una libertad que amenaza orígenes étnicos?Pero si el grito de independencia en Haití se convirtió en uno de los peores enemigos para su economía, la misma libertad se convirtió en la mayor amenaza para las costumbres y raíces de los esclavos traídos a América por los españoles, y en especial para aquellos cimarrones que se atrevieron a huir y a buscar refugio en los famosos sitios denominados palenques, particularmente en aquel ubicado en las faldas de los montes de María, que hoy es el único pueblo en Colombia en dónde aún quedan algunas raíces y riqueza de los ancestros africanos los “ma-kuagro” .

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2www.larepublica.pe/Economía de Haití caerá 8% en 2010 e in�ación superará 10%

·Foto: Patricio Édgar Vera Peñaranda·

San Basilio de Palenque, fue considerado desde el siglo VX, como el primer pueblo esclavo libre de América Latina del sur, que alcanzó la misma, gracias a su líder cimarrón Benkoz Bioho, traído a Cartagena de Indias en 1596 y quien se atrevió a rebelarse a sus amos y a invitar y liderar a otros para que lo hicieran.

Este primer intento de libertad (vivir en sus refugios-palenques) fue la primera señal de la pérdida de sus raíces ancestrales, pues era inminente que la comunicación, tal como ha ocurrido a través de la historia en cualquier tipo de sociedad, es una de las bases esenciales para sobrevivir, no quedándole más remedio a éstos hombres, perseguidos, que crear su propia lengua en donde se mezclaron el kikongo, con una gramática original.

Quizá este fue el primer golpe a la ruptura con sus raíces, que muy pronto se vieron mezcladas con el nuevo lenguaje: el bantú, en donde se emparentaron 400 lenguas para dar origen a la que hoy aún se conserva en San Basilio de Palenque. Los intentos de los palenqueros por entrar a la sociedad del ‘blanco’ empezaron cuando en 1906, se instaló un ingenio de azúcar en la región, lo que permitió a los adultos enrolarse en ellas, pero cuando los mismos fueron ampliado su campo laborar en las bananeras y en la ciudad, sintieron vergüenza de su lengua, al punto que los mayores dejaron de transmitirla a sus hijos, pues en ese mundo de libertad que tanto anhelaron, eran estigmatizados por considerárseles que no sabían hablar un buen español.

Pese a su libertad, durante mucho tiempo sus habitantes se mantuvieron ‘aislados’ social y culturalmente del resto del País, conservando sus tradiciones y costumbres y sólo en 1974, los ojos de los colombianos y el mundo se volvieron hacia el poblado, cuando subió a las tablas del cuadrilátero, uno de sus hijos: Kid Pambelé, primer Campeón Mundial de Boxeo de Colombia.

Fue quizá esta la oportunidad para ‘abrirse’ al mundo del hombre ‘blanco’, que aún lo miraba con recelo y descon�anza, pues consideraban a esos pobladores descendientes de los cimarrones, como hombres belicosos de los cuales se conocía muy poco, pese a que estaban ubicados a tan sólo 50 kilómetros de Cartagena de Indias.

Ser palenquero en esa época, era llevar un estigma de ‘esclavo’, de costumbres que eran rechazadas por los puritanos quienes consideraban sus bailes obscenos, repudiaban la brujería y se burlaban de su lengua, lo que llevó a que muchos de sus tradiciones se fueran dejando aún lado por los jóvenes que no querían ser reconocidos como tales, pues estaban ansiosos de asimilar y ser admitidos en el mundo de los ‘blancos’.

Pero la cultura musical también sufrió los embates de la ansiada libertad. Tal como lo a�rman expertos como Manuel Antonio Rodríguez, ya no es aquella en dónde se oían lamentos arrancados de sus tambores, en donde se plasmaba la situación de represión en que vivían y en donde el mestizaje musical (africano, español y americano) empezó a dejar escapar notas y versos sobre la rebelión y la libertad.

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3www.musicalafrolatino.Manuel Antonio Rodríguez

“Otras músicas que pueden dar testimonio de sus rebeliones, se pueden haber perdido, por el contrario lo que se escucha ahora de los negros, es música relacionada con la religión católica, con sus costumbres sociales, con el contacto con la naturaleza, canto a las aves, a los ríos, a los animales, pero nada que suene a himnos revolucionarios. Este es un fenómeno interesante que podría indicar que después de haber logrado la plena libertad, el negro se ha sentido feliz y ha olvidado tan tenebroso pasado, hasta el punto de haber borrado toda reminiscencia musical o poética en contra de sus terribles amos”3

Y por qué no decirlo… una de las causas que freno gran parte de la conservación de esa música ancestral, fue la cali�cación dada por las familias prestantes de la ciudad, quienes consideraban la misma como inculta, de muchos desorden y sólo adecuada para negros, al ir contra los parámetros establecidos dentro de la cultura moderna. Ritmos como la Champeta (contiene todos los elementos africanos) no estaban bien visto dentro de esa sociedad, obligándose al desplazamiento de ésta hacia los barrios populares, en donde fue masi�cada.

Si nos detenemos un poco en el ritmo tradicional de San Basilio de Palenque, el Mapalé, es muy fácil hallar características musicales típicamente africanas, que en sus orígenes fue una danza de labor que era ejecutada en las noches y estaba amenizada por tambores yamaro y quitambre, las palmas de la mano y el canto, y en la cual se dejaba salir el frenesí de la situación de opresión que vivían los esclavos a través de la fuerza del movimiento de su cuerpo. Hoy el Mapalé tiene otra temática que lo convirtió en una de las danzas más sensuales y alegres del folclor colombiano.

Cabe aclarar que esa composición intelectual que es la ciudad – y sus habitantes - en la historia, parte tanto de supuestos como de hechos cAunque, desde 1991 la lengua de Palenque, es materia obligatoria en le escuela primaria y el colegio, los niños y adolescentes, sólo tienen de ella un conocimiento pasivo y se limitan a emplear frases que les sirven de emblema identitario, más que de comunicación, pues la consideran que no sirve para nada, y tal como a�rman algunos de ellos en el ‘exterior’ no les entienden.

Si no hubiese sido por el reconocimiento hecho por la UNESCO, en el 2005, a San Basilio de Palenque, como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, la cultura palenquera, que representa el 01% de la población afrodescenciente en Colombia, y en dónde aún quedan vestigios africanos a través de la lengua, el ritual del Lumbalú, la medicina tradicional, el folclor, la gastronomía, los peinados, la tradición oral y su organización social en Kuagro, parecía tener como único futuro su desaparición.

Hoy se trabaja a través de organizaciones como el Centro de Memoria Colectiva Simankongo, por mantener y hacer perdurar entre las nuevas generaciones el fortalecimiento de las distintas manifestaciones culturales tradicional, que permitan mantener la identidad y autonomía. (técnicas y procedimientos médicos naturales, prácticas curativas, lengua ancestral y tradición oral)

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Muchos especialistas en el tema de las raíces ancestrales en América latina, como es el caso de Claudia Ranaboldo, consideran que es de gran importancia, hacerle entender al pueblo palenquero, que algunas de sus tradiciones como es el famoso Lumbalú, que representa el dolor al perder a un ser querido, no son transables ni comerciales. “No podemos pedirle a la comunidad que simule un canto funerario, si ese canto tiene que ver con el momento de la muerte. Hay que saber marcar esa línea entre lo que signi�ca y el resto de valores ante lo comercial. No todo puede transarse”, a�rmó esta experta durante su participación en el taller internacional sobre Territorios con Identidad Cultural, realizado Cartagena de Indias.

¿Qué más pudo haber desaparecido con la llegada de la libertad a estas comunidades oprimidas? Esta es una pregunta que podría llevar a pensar hasta dónde llegó la libertad de nuestros ancestros. ¿Fue acaso algo más que una liberación de la opresión física, o fue quizá el inicio de una nueva esclavitud originada por el orden social de las nuevas generaciones, los cambios económicos y los sistemas, valores y la in�uencia de las prácticas de la sociedad contemporánea?

¿En igualdad de condiciones con los pueblos libres?En pleno siglo XXI, San Basilio de Palenque se levanta en medio de una riqueza cultural y una pobreza material, habiéndose convertido la primera de ellas en un verdadero orgullo y la segunda en un freno, originado por el desconocimiento territorial, que no le permite ser algo más que un legado étnico- cultural de los ancestros africanos que parece estar siendo aprovechado por otros, con un sentido comercial fácil de explotar, sin importar el respecto por las costumbres y tradiciones étnicas que durante más de tres siglos protegió este pueblo afrodescenciente.

El nivel de calidad de vida de los palenqueros parece coincidir con el de otros pueblos afrodesencientes, en donde las condiciones básicas son insatisfechas y un importante porcentaje de la población vive en condiciones de extrema pobreza material.

San Basilio de Palenque no tiene ningún reconocimiento de entidad territorial dentro de la división política de Colombia, si se tiene en cuenta lo establecido en el artículo 286 de la Constitución Política de Colombia 1991.4

¿Está el Estado colombiano protegiendo la diversidad étnica y cultural del País? O sencillamente sólo esa defensa se halla plasmada en la Constitución Nacional de 1991, en dónde se reconoce la misma y la protección de ésta, o en la Ley 115 de 1994 y en los Decretos 804 de 1995 y el 272 de 1998, así como en el convenio 169 de la OIT?

200 años después de la independencia de los pueblos americanos, acaso se podría a�rmar que aquel poblado que por 1713, se convirtió en el primer pueblo de negros libre en América, realmente alcanzó la misma, pues además de haber sido azotado por la represión española, también ha sufrido el embate de la violencia desarrollada en los Montes de María, siendo afectado por el

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4 “son entidades territoriales los departamentos, los distritos, los municipios y los territorios indígenas., San Basilio de Palenque es un corregimiento, es decir, una división del área rural de un municipio, el cual incluye un núcleo de población y según el Artículo 117 de la Ley 136 de 1994 se crea con el objetivo de mejorar la prestación de los servicios y asegurar la participación de la ciudadanía en los asuntos públicos de carácter local”

desplazamiento de más de 200 personas del corregimiento La Bonga, situación que unida al abandono gubernamental, lo ha convertido en un poblado del cual se deben sentir avergonzados los líderes políticos, pues han hecho de nuevamente de él un ‘esclavo’ de la desidia e inoperancia de las clases dirigentes.

Para �nalizar no queda más que hacer una re�exión: ¿Se alcanzó hace 200 años una verdadera libertad, o fue el inicio de una nueva ‘esclavitud’, en donde los opresores cambiaron, para dar a los pueblos que tanto anhelaba su independencia una nuevas ‘cadenas’ que hoy los atan en medio de la pobreza, el abandono y la indiferencia?

¿Por qué Haití y Palenque, líderes de la independencia en América, hoy son oprimidos por la pobreza, el abandono y la indiferencia?

¿En dónde está el espíritu aguerrido que les permitió enarbolar las banderas de libertad?

¿A caso ser libres es no ser explotados físicamente?

Bibliografía

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La Cartagena imaginada encuentrala Cartagena realNathália Henrich

1Carolina en el Máster en Ciencia Política de la Universidad de Salamanca (2008-2009). Maestra en Sociología Política y candidata a doctora en Sociología Política en la Universidad Federal de Santa Catarina-UFSC, Brasil (becaria CNPq).Todas las citas presentes en el texto fueron tomadas de García Márquez, Gabriel. El amor en los tiempos del cólera. Bogotá, Grupo Editorial Norma S.A, 2011.

Licenciada en Relaciones Internacionales y en Ciencias Sociales.Ex becaria de la Fundación Calorina Colombia

Cartagena de Indias para mí siempre estuvo envuelta en una magia, un encanto casi sobrenatural. Siempre que escuchaba una referencia a la ciudad, la imaginaba amurallada, calurosa, con la luz amarilla del atardecer, con balcones coloniales amplios de una madera oscura, las calles a veces no tan bien cuidadas, pero que exhalaban un olor propio, que yo no sabía cuál era, pero sabía que existía. Probablemente sería una mezcla de olor de mar con sus olas

piedad y un indescifrable pero permanente olor de historia. Y, claro, el olor de las almendras amargas y de los amores contrariados. La gente sería sonriente y usaría ropas blancas. Serían de estas personas que caminan como bailando, y que cuando hablan es como si estuvieran cantando. Una gente feliz,

Caribe no es para aquellos no iniciados en su complejidad y ritmo particulares. Pero aunque no entendiera, quedaría igual de hipnotizada, si no por el

“culpable” de todo el encantamiento generado por esta ciudad se llama Gabriel García Márquez. Como muchas personas alrededor del mundo, tuve a Gabo – ya me permito la intimidad tras años de “convivencia”– como mi guía para conocer y entender este mundo tan lejano, tan diferente del mío y a la vez tan fascinante. Siempre tuve la impresión de que cuando en su novela El amor en los tiempos del cólera, describía el sentimiento del doctor Juvenal Urbino por Cartagena como un “amor casi maniático por la ciudad”, en verdad hablaba de él mismo; a lo que yo me sumaba. Así, mi imagen mental de Cartagena era

una Cartagena bella en cualquier tiempo, aunque sean los tiempos del cólera y capaz de inspirar amores que sobreviven al tiempo, a las molestias, a los desencuentros, a la propia muerte.

Era necesario que dijera todo eso para que sea posible comprender qué sentimiento me invadió cuando me enteré de la realización del Diplomado “Cartagena de Indias: Conocimiento vital del Caribe” y de las becas ofrecidas por la Fundación Carolina. Fui agraciada otra vez por una beca de esta institución y partí rumbo a la Cartagena de la vida real a ver qué tanto se parecía a “la mía”.

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Este relato es el producto de esta experiencia y está claro que es algo de carácter muy personal, muy subjetivo y sentimental –lo que bajo mi punto de vista lo hace más humano y no menos objetivo o importante-. Es muy personal porque expreso aquí mis opiniones e impresiones más particulares, frutos de mi formación personal y profesional y de las experiencias acumuladas a lo largo de la vida. Es por lo tanto, lo más subjetivo que se puede ser. Y sí, es sentimental, porque no hay otra forma de aprender sino buscar saber lo que te apasiona, te mueve, te inspira.

Estas palabras retumbaban en mi mente desde el instante en que se con�rmó el viaje a Cartagena. La mera perspectiva de conocer el espectáculo de la luz malva re�ectada en las murallas era su�ciente para convertirse en el reto de mi existencia terrenal. Con este espíritu, pasaron volando los días que me separaban de la experiencia única de poder contrastar la Cartagena imaginada con aquella existente en el mundo real. El primer paso afuera del avión ya demostró que las descripciones de Gabo eran muy �eles a la realidad. De hecho, hacía un “calor de caldera de barco” aun más patente para quien como yo venía de un invierno gélido y con un atuendo nada propicio para la ocasión. Más tarde, ya libre de cualquier resquicio o memoria del invierno que estaba viviendo hacía tan poco, una corta caminata me hizo entender por qué “las mujeres se guardaban del sol como de un contagio indigno.” El que no conoce la inclemencia del sol Caribe no puede decir que comprende en toda su extensión qué signi�ca el concepto de calor. La relación de uno con el sol hasta puede cambiar. Se convierte en una relación casi enfermiza de amor y odio.

Es lo primero que te despierta en la mañana y con él llega la perspectiva de un día fascinante más por vivir. Pero después del mediodía, ya se siente el cansancio de haber vivido tanto. Lo único que se espera es por una tregua. Sin embargo, el afán de conocer y sentir la ciudad casi siempre es más fuerte. Prácticamente sólo los turistas, en su deseo sin medidas por sorber cada minuto, se arriesgan a enfrentar la furia del sol cartagenero.

“Me bastó dar un paso dentro de la muralla, para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”.

·Foto: Nathália Henrich·

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Disfrutando de un raro silencio por las calles siempre alborotadas, llegaban precisas las palabras de Gabo: “la única señal viva a las dos de la tarde eran los lánguidos ejercicios de piano en la penumbra de la siesta”. Y un día, en uno de estos paseos, en estas escenas que apenas en las películas pasan, iba pensando en esta cita cuando lo único que se escuchó fue el ensayo de una orquesta de la ciudad que llegaba desde un balcón con la puerta abierta. Parece que también los músicos comparten “la superstición Caribe de abrir puertas y ventanas para convocar una fresca que no existía en realidad”. Fue la primera señal de que el realismo mágico en Cartagena era la regla y no la excepción.

Otra de estas coincidencias casi mágicas ocurrió cuando supe que las clases del Diplomado serian impartidas en la sede del barrio Manga de la Universidad Tecnológica de Bolívar. En ese instante pensé, ¿será el mismo barrio residencial de La Manga? Sabía que “la independencia del dominio español, y luego la abolición de la esclavitud, precipitaron el estado de decadencia honorable en que nació y creció el doctor Juvenal Urbino” y que a inicios del siglo XX había �orecido este barrio, fomentado por la gente de dinero nuevo y apellidos no tan largos. El vecindario se convirtió en un refugio de belleza y opulencia mientras “las grandes familias de antaño se hundían en silencio dentro de sus alcázares desguarnecidos”. ¿Sería entonces realmente aquel barrio de ricos recientes para donde se mudó Juvenal Urbino con su esposa Fermina Daza? Mientras el taxi se acercaba al edi�cio de la Universidad mi sospecha se con�rmaba. A través de la ventana pasaban las imágenes que esperaba: eran exactamente las casas grandes y frescas, de una sola planta, con sus salas amplias y “cielos muy altos”. La magní�ca casa amarilla de la Universidad era como una visión de ensueño y llegué a la conclusión de que no existiría mejor lugar para aprender sobre aquella ciudad que me cautivaba a cada instante de manera profunda y de�nitiva.

El clima cartagenero representa un capítulo especial. Es más que solamente una característica física o geográ�ca, es un rasgo de su personalidad y de su gente. Una gente que es capaz de bailar “sin clemencia” y que con su calidez típica hace que el visitante crea que está en su casa. “En verano, un polvo invisible, áspero como de tiza al rojo vivo, se metía por los resquicios más protegidos de la imaginación, alborotado por unos vientos locos que desentechaban casas y se llevaban a los niños por los aires.”

No es posible ser más preciso que eso. Si me encontrara al doctor Urbino por la calle, utilizaría sus mismas palabras y declararía que tantos años después la ciudad sigue “siendo igual al margen del tiempo: la misma ciudad ardiente y árida”. Eso no signi�ca que no llueva en Cartagena. Sí, llueve, pero como todo allá, la lluvia también parece mágica. Así de prisa y sin aviso, como viene, desaparece, y la ciudad retoma su ritmo como si nada hubiera pasado. Sus huellas son las calles mojadas y el vapor que emerge del suelo, marcando el encuentro del calor de la tierra con la frescura del agua. Es un espectáculo efímero y maravilloso que hace recordar la capacidad de recuperación de la ciudad, que pude comprobar con todo que aprendí en las clases.

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“Unos aguaceros instantáneos y arrasadores”

·Foto: Nathália Henrich·

Conferencia tras conferencia, fuimos invitados a meternos por las sendas del pasado de Cartagena. Pero la preocupación tampoco era con el conocimiento del pasado por sí mismo sino con la mirada hacia el presente y a las posibilidades del futuro. Me di cuenta de que �nalmente iba a entrar por la puerta de la historia, que apenas vislumbraba entreabierta a través de la literatura. Aprendí entonces que la misma ciudad que era la más importante del Caribe español -de ahí sus murallas y el tener la plaza forti�cada más grande del Caribe, que estaba entre las ciudades más importantes de la América Española, que había sido residencia de los Virreyes, poseía un comercio pujante y próspero, abrigaba uno de los puertos más importantes de las Américas y que tuvo el “privilegio ingrato” de ser el mercado de esclavos africanos más grande de la región-, en determinado momento asistió a un periodo largo de decadencia. La perla del Caribe colombiano pasó por tiempos de gloria y de tinieblas, de éxito y fracaso, de independencia y sometimiento.

Cartagena fue pionera en su declaración de independencia: el 11 de noviembre de 1811 se convierte en el segundo territorio a separarse de España. En este proceso estuvieron involucradas obviamente las elites tradicionales y las investigaciones más recientes vienen demostrando que también las capas populares tuvieron su papel. Esta audacia le costó un precio alto. Luego, en 1815, la ciudad enfrentó la campaña de reconquista liderada por Pablo Morillo, cuyos resultados fueron terribles en términos humanos, políticos y económicos. Como consecuencia de la resistencia a los ataques de Morillo y también del hambre y de las epidemias, Cartagena fue reconocida con el título de “Ciudad Heroica”. La toma de Cartagena dio paso a Morillo para atravesar el resto del Virreinato de la Nueva Granada y permitió la restauración del gobierno virreinal, que duró hasta 1821. No fue solamente el proyecto de la independencia que se malogró sino también el protagonismo de la ciudad en el escenario político, que enfrenta disputas sin �n por el poder con las vecinas Santa Marta y Barranquilla, y con Santa Fe de Bogotá.

El impacto de la decadencia se hizo sentir en la sociedad, en la economía, en la demografía, y marcó todo el siglo XIX. A partir de la segunda mitad del siglo XX, Cartagena empieza a despertar nuevamente y trata de rescatar su pasado y transformarlo en un agente de desarrollo. Tras haber sido declarada monumento nacional en 1959 y patrimonio histórico y cultural de la humanidad por la UNESCO en 1984, Cartagena adentra el siglo XXI con las esperanzas renovadas en la importancia que tiene su historia como motor que la empujará hacia un futuro en donde podrá volver a encontrar el esplendor que conoció un día.

Llegué a este Diplomado a aprender sobre Cartagena, sobre el Caribe, sobre Colombia, sobre América Latina. Salí de allá con mucho más que eso, porque conocí cartageneros, caribeños, colombianos, latinoamericanos. Así, a la historia le puse rostros y eso representó una diferencia fundamental en el aprendizaje. Uno de los puntos fuertes del Diplomado fue reunir personas de países, culturas, edades, profesiones, formaciones y opiniones diversas.

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Esta diversidad signi�có mucha más riqueza de lo que estaba siendo producido en el ámbito de los cursos impartidos. Lo mismo pasó con la selección de los profesores, cada cual experto en su área, pero muy distintos entre ellos y capaces de generar debates e indagaciones también muy variados. En resumen, por sus características, el Diplomado logró convertirse en una exitosa experiencia tanto académica como de crecimiento personal.

Después de la experiencia en Cartagena y en el Diplomado, me permito por lo menos una vez, quizás la única, estar en desacuerdo con Gabo. Él escribió que “la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada”, re�riéndose a aquel aprendizaje común a los matrimonios y a la convivencia diaria entre personas. Algunos lo pueden tomar como constatación que puede ser generalizada a todos los aspectos de la vida, pero no lo creo. Si hay algo que el Diplomado “Cartagena de Indias: Conocimiento Vital del Caribe” demostró, es que el conocimiento siempre llega a tiempo de llenar lo que antes eran espacios vacíos y transformarlos en espacios que sirven como herramienta para la comprensión y la transformación, tanto de las ideas como de la realidad.

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Faltó educaciónUna interpretación de la propuesta educativa de

Simón Rodríguez a las nuevas repúblicas americanas.Patricio Édgar Vera Peñaranda

“Podremos, tal vez, construir una utopía hacia el pasado que encuentre legitimidad en la experiencia de vivir entretiempos”.Adriana Puiggrós

El presente ensayo intenta hacer un análisis de la propuesta de Educación Social de Simón Rodríguez como principal estrategia para completar el proceso de emancipación de la América Hispana en el siglo XIX. Rodríguez estaba convencido de que el proceso emancipatorio estaba inconcluso y necesitaba de la educación para conquistar una verdadera libertad en todo el sentido de la palabra; escribió a Simón Bolívar a las pocas semanas de su llegada a Cartagena de Indias en 1823: “He oído decir que usted se retira una vez concluido, no sé qué proyecto, si es el de las independencias, me tranquilizo pues falta mucho por hacer todavía.”1 En una de sus cartas pondría claro el propósito de su retorno a América: “Mis últimos años que han de ser pocos los quiero servir a la causa de la libertad, para eso tengo escrito ya mucho”.2 Esos escritos –pocos son los que se conocen-, eran propuestas originales que intentaban demostrar la importancia de una Educación Social.

Rodríguez abogaba por la originalidad en América; constantemente repetía: o inventamos o erramos, y planteaba que las nuevas repúblicas no deberían tratar de europeizarse –que fue lo que sucedió-, sino construir las nuevas soberanías con base en las características propias de estas tierras:

“la INSTRUCCIÓN PUBLICA en el siglo 19 pide MUCHA FILOSOFÍA que el INTERES JENERAL está clamando por una REFORMA y que

la AMÉRICA está llamada por las circunstancias, á emprenderlaatrevida paradoja parecerá....

.... no importa ....los acontecimientos irán probando,

que es una verdad muy obvia la América no debe IMITAR servilmente

sinó ser ORIGINAL”3

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Profesor de pregrado y posgrado, Universidad Católica Boliviana San Pablo,Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. Master en Historia del Mundo Hispano 2006 (CSISC).

Postulante al doctorado en Historia Universidad San Pablo CEU (Madrid).

1Rodríguez, Simón, Obras Completas, Caracas, Universidad Simón Rodríguez, (tomo1).2Idem.3Rodríguez, Simón, Obras escogidas de Simón Rodríguez, Caracas, Ed. Bloque de Armas, 1985, p.115.

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4Idem.5Simón Rodríguez, op.cit., p.99.6Idem.

En su libro Luces y virtudes Sociales también advertía:

“CuidadoNo sea que... por la manía de IMITAR SERVILMENTE, a las Naciones cultas

venga la América hacer el PAPEL de VIEJA, en su infancia”4

Sin embargo las nuevas repúblicas, bajo el nombre de la modernidad pusieron todos sus esfuerzos en copiar modelos económicos, políticos, educativos, culturales, etc., de Europa inicialmente y luego de Estados Unidos, siendo un problema -hasta el día de hoy- la construcción de una identidad latinoamericana.

Cuando Rodríguez pedía MUCHA FILOSOFÍA para la instrucción pública del siglo XIX, se refería a la necesidad de entender de otra manera la educación:

“INSTRUIR no es EDUCARNi la Instrucción puede ser equivalente de la Educación

Aunque Instruyendo se Eduque”5

La Educación que pedía Rodríguez era principalmente una Educación Social y esta tenía como características: • Bien común • Educación para todos • Educación técnica productiva, que enseñe el amor al trabajo

Bien común Rodríguez estaba consciente de que el peor legado de la época colonial era el afán de riqueza individual y la explotación de indígenas, negros, mulatos, etc., por parte de la burguesía criolla y mestiza, y una marcada desigualdad social. Pero el Bien común debía enseñarse, no se podía implantar por decreto y este debía ser el primer contenido en las escuelas:

“Durante los conocimientos que el hombre puede adquirir, hay uno que le es de estricta obligación... el saber vivir con sus SEMEJANTES:

por consiguiente, que la SOCIEDAD debe ocupar el primer lugar, en orden de sus atenciones, y por cierto tiempo ser el

único sujeto de su estudio.”6

Primará el bienestar de unos pocos (burguesía criolla) en desmedro de las mayorías, visto principalmente en la clase política gobernante (liberales y conservadores), y la desigualdad se mantendrá como común denominador en esta región del mundo. Hoy en día América Latina es el continente de la desigualdad.

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7Ibíd, p.120.8Ibíd, p.201.Se sabe muy poco todavía de esta escuela; Rodríguez manifestaría:” …fue la gente de mostrador y ruana de Bogotá, las que impidieron que este proyecto siguiera adelante” Ibíd, p.45.10En enero de 1826 Bolívar nombra a Rodríguez Director de Instrucción Pública, cargo que ocuparía hasta el 15 de julio de ese mismo año. Vera, Patricio, Las ideas de Educación Popular de Simón 11Rodríguez en Bolivia, La Paz, IEB, 2009.Santa Anna y Por�rio Díaz en México, Belzu en Bolivia, Manuel de Rosas en la Argentina, y otros.

·Foto: Patricio Édgar Vera Peñaranda·

Educación para todos

La idea del bien común implicaba crear sociedades igualitarias (eterna utopía) y educación para todos los grupos sociales:

“Si la instrucción se proporcionará a TODOS ¿¡cuántos de los que despreciamos, por ignorantes, no serían nuestros consejeros, nuestros

bienhechores o nuestros AMIGOS!?”7

Rodríguez se refería principalmente a la educación de los que habían estado excluidos de recibirla en la época colonial, los indígenas, negros, mulatos, etc. Como era de esperar esta idea fue la que más rechazo recibió, ya que en otras palabras, Rodríguez estaba pidiendo el reconocimiento ciudadano de los que estaban destinados a servir por esos años.

“... i que sea un INDIO el maestro, instruyéndolo en la escuela principal, esto parecerá, IMPOSIBLE a los que creen que los INDIOS no son hombres”.8

Esta idea tan original para esa época le causó problemas en Bogotá cuando abrió su Casa de Industria Pública en 1824,9 y sobre todo fue uno de los principales factores para su fracaso como Director de Instrucción Pública en Bolivia en 182610. Rodríguez con sus escritos planteaba que no se podían formar nuevas repúblicas bajo el mismo orden social de la Colonia, ya que él entendía como República un sistema de gobierno representativo de la sociedad y la sociedad en ese tiempo estaba constituida en su mayoría por mestizos, indígenas, negros y mulatos; era contradictorio para Rodríguez pensar en hacer repúblicas excluyendo a las mayorías, pero el orden social colonial se mantendría por varias décadas más, lo que será causa de guerras civiles y el surgimiento de gobiernos populistas en la mayoría de los países latinoamericanos durante el siglo XIX y principios del XX.11

La educación del indígena que proponía Rodríguez era diferente a la propuesta de los primeros gobiernos liberales y conservadores que vieron en la educación pública la ayuda para construir estados nacionales a semejanza de Europa o Estados Unidos, desmereciendo lo originario, lo indígena, lo afro, lo diverso, como se había hecho en la Colonia. Rodríguez proponía valorar y entender lo originario, y un paso importante en este propósito era aprender lenguas nativas:

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Ibíd, p.134.Idem.Ibíd, p.137.Alrededor del 39% es el porcentaje de mujeres indígenas que terminan la primaria, en países con mayoría indígena como Bolivia y Guatemala. Rama,Claudio, La Tercera Reforma de la Educación Superior en América Latina, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 200.Ibíd, p.356.Rodríguez, Simón, op.cit., p.244.Ibíd, p.246Ibíd, p.259Ibíd, p.260

“¿¡Es posible!? Que vivamos con indios, sin entenderlos? !”ellos hablan bien su lengua, i nosotros, ni la de ellos ni la nuestra.12

“CASTELLANO I QUICHUAel primero es de OBLIGACIÓN, i el segundo... de CONVENIENCIA

el latín no se usa sino en la Iglesia -Apréndalo el que quiera ordenarse-”.13

También abogó por la educación de las mujeres, que estaba reducida a la preparación para ser buenas esposas:

“... que las más de las mujeres, que excluimos de nuestras reuniones, por su “mala conducta”, las honrarían con su asistencia; en �n, entre los que vemos con desdén, hai muchísimos que serían mejores que nosotros, si hubieran

tenido escuela”.14

La educación de la mujer será una conquista paulatina en nuestra región, siendo todavía una tarea pendiente para la mujer indígena que presenta una tasa de escolaridad muy baja15 pero en contraposición son las mujeres las que más se matriculan y egresan de las universidades en América Latina en el presente.16

Educación productiva, que enseñe el amor al trabajo

En repúblicas que mantenían las tradiciones coloniales, la idea de una educación técnica productiva que promueva el amor al trabajo resultó ser demasiado original y fue rechazada por las elites, Rodríguez experimentó su rechazo en Bogotá y Chuquisaca; lo que más incomodaba de esta idea era que los niños debían aprender o�cios técnicos y manuales como albañilería, carpintería y herrería, y las niñas o�cios propios de su sexo, o�cios destinados a las clases “subalternas”.

“por la ignorancia a la que se condena los artesanos se hacen despreciables y hacen despreciar las artes que profesan”17

“¿Con qué se hará la América, con doctores, con abogados?”18

La idea de educación técnica productiva tenía su justi�cativo pedagógico ya que Rodríguez sabía (por sus varios años como maestro en América y Europa), que el aprendizaje es signi�cativo en la práctica.

“... y el estudio sin práctica es vana erudición”19

“Industria, quiere decir DILIGENCIA - TRABAJO ASIDUO”20

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El Proyecto de Educación Popular de Rodríguez estaba basado en una Educación Técnica Productiva, Colonización y Educación Popular, entendida no como asistencialismo o educación de las masas, con el propósito de controlarlas, sino como una educación “liberadora”. Es por esto que a él se le reconoce como el primer referente del Movimiento de Educación Popular en Latinoamérica. Schroeder, Joachim, Modelos Pedagógicos Latinoamericanos, La Paz, CEBIAE, 1994.Rodríguez, Simón, op.cit., p. 217.

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La propuesta de educación social se plasmaría a través de la creación de Escuelas Sociales que tendrían como máximas los tres puntos ya analizados (bien común, educación para todos y educación técnico- productiva). Estas escuelas tendrían que haber sido parte del motor del desarrollo para las nuevas repúblicas, ya que si bien requerirían mucha inversión en un inicio, luego generarían recursos propios posibilitando su auto sostenibilidad, formarían técnicos cuali�cados e ingresos para el Estado a través de la comercialización de sus productos y servicios. Rodríguez intentó hacer realidad estas Escuelas Sociales cuando fue Director de Instrucción Pública en Bolivia (1826) con su proyecto de Educación Popular, pero chocó con la mentalidad colonial de las élites de Chuquisaca, la falta de apoyo del Mariscal Sucre (en ese entonces presidente de Bolivia) y la falta de recursos económicos, que intentó resolver con sus ahorros y la venta de sus libros.

Joachim Schroeder diría en su libro Modelos Pedagógicos Latinoamericanos, que el problema de la educación pública en Latinoamérica es su improductividad y sostenibilidad, y la falta de un verdadero compromiso y apuesta por la educación por parte de los gobiernos de turno.

Rodríguez creía que solo con la educación se lograría dejar de lado lo malo de la época colonial y formar verdaderas repúblicas.

“El hombre que gobierna pueblos... en el día,debe decirse con frecuencia

solo LA EDUCACIÓN impone OBLIGACIONESa la VOLUNTAD

estas OBLIGACIONES son las que llamamos HÁBITOS”23

También era consciente de que la educación por sí sola no cambia la sociedad, pero que no existe cambio social sin la educación. Muchas de las reformas de los nuevos gobiernos eran más de forma que de fondo; faltó apoyarse en la educación para crear una nueva cultura con nuevos ciudadanos; según Rodríguez la América emancipada estaba en condiciones para este objetivo.

La mayoría de los historiadores coinciden en señalar que el proceso de las independencias en la América Hispana no fue una pugna de ideologías (monárquica vs. republicana), sino una revolución política desarrollada principalmente en los centros urbanos de la Colonia por criollos y mestizos que aprovecharon el vacío de poder en la península por la invasión francesa en 1808, exigiendo mayor autonomía política y administrativa de las riquezas generadas en América; y si bien muchos de los nuevos estados redactaron constituciones que tenían un espíritu liberal republicano e invirtieron como nunca antes en la educación pública (Instrucción Pública), en la práctica la cultura, o mejor dicho el orden colonial, se mantuvo por muchos años más, sobre todo en las posiciones estamentales dentro de la sociedad.24

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Soux, María Luisa, El complejo proceso hacia la independencia de Charcas (1808-1826), La Paz, Plural, 2010.Rodríguez, Simón, op.cit., p. 300.En Valparaíso (1835) abre una escuela y una fábrica de velas de sebo.Idem.Idem.Rodríguez, Simón, op.cit.,p. 219.Estos dos cajones serían destruidos en 1896 en un incendio en Guayaquil, donde estuvieron guardados por más de 40 años, y en trámites de publicación.

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“...muchos, por no singularizarse tanto, son de parecer que las cosas deben dejarse como están, (no hay consejo con más docilidad y todos van a quien

menos hace)”25

Después del fracaso en su intento de construir Escuelas Sociales con un cargo público, Rodríguez deseaba regresar a Europa pero carecía de recursos; todo lo había invertido en sus ideas. Se dedicó entonces a ejercer el magisterio enseñando idiomas y a leer y escribir en Bolivia, Chile, Perú, Ecuador y Colombia, tratando siempre de innovar y de vincular la educación con el trabajo,26 no dejando de escribir sobre la necesidad de una verdadera reforma social, que tenga como estrategia a la educación.

“Hace 24 años que estoy hablando, y escribiendo pública y privadamente, sobre el sistema republicano, y, por todo fruto de mis buenos o�cios, e

conseguido que me traten de loco”.27

“Los niños y los locos dicen las verdades”28

En sus últimos años escribiría como reproche:

“Los americanos estarían, viendo el suelo que pisan no mirando las estrellas esperando lo que está en el orden, no que el olmo de peras, buscando su vida en el trabajo, no rezando el padre nuestro, para poder con que

almorzar, contentos con lo que tienen, no con lo que les promete, el que no tiene que dar”.29

Rodríguez moriría pobre en Amopate (Ecuador) el 28 de febrero de 1854, a la edad de 83 años, pero se lo enterraría en el puerto de Paita, dejando como única herencia material dos cajones de libros que llevaba a todas partes.30

El análisis

Se ha escrito mucho sobre la independencia inconclusa de América, debido a que el orden colonial se mantuvo por muchos años; esto porque el proceso independentista no tuvo objetivos uni�cados desde un principio.

Se trató más de una oportunidad para que criollos y mestizos ricos ejercieran o legitimaran su poder político. María Luisa Soux señala que es difícil encontrar objetivos de formación de nuevos estados desde el inicio de las revueltas e insurrecciones contra el Imperio Español, sino que estos objetivos se fueron construyendo con el desarrollo mismo de las luchas independentistas.

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Schroeder,op.cit. p.203Puiggrós, Adriana, De Simón Rodríguez a Paulo Freire ,Bogotá, CAB, 2005.La Comisión Económica para América Latina (CEPAL), ha manifestado en la década de los 90 que la estrategia para salir de la pobreza es invertir en educación.

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Por esta razón –quizás-, una vez conquistada la independencia los nuevos estados, las nuevas Repúblicas, cambiaban de nombre a sus antiguas instituciones coloniales pero mantenían su mismo funcionamiento.

Simón Rodríguez sabía que a este proceso de independencia le faltaba apostar por la educación como principal estrategia para lograr cambios signi�cativos. La independencia política debía estar acompañada de la educación para que esta enseñe a formar repúblicas y ciudadanos; ahora, lo interesante y controversial de la propuesta de Rodríguez fue plantear una educación social con principios de igualdad, bienestar y productividad que chocaron con los intereses de las élites oligarcas, pues se trataba de principios sociales de bienestar para todos. En los años posteriores las nuevas repúblicas implementarán varias reformas educativas tratando de copiar lo que se estaba haciendo en Europa. La consigna era “La educación como locomotora del desarrollo,”31 sobre todo a inicios del siglo XX; sin embargo, más allá de la excelente frase, estos modelos –importados- que intentaban homogeneizar, uniformizar y modernizar el Estado, demostraron ser descontextualizados para la América Latina debido principalmente a su diversidad de gentes y culturas, y a las necesidades básicas de sus educandos, sin olvidar el siempre latente problema de sostenibilidad económica. Educadores como Paulo Freire critican estas reformas que tratan de reducir el “problema” educativo en América Latina a lo pedagógico, ignorando –no sé si a propósito- la dimensión política de la educación. Para Freire al igual que para Rodríguez, la educación debe ser política, en el sentido de formar sujetos históricos, protagonistas de su tiempo.32

La con�anza que tenía Rodríguez en la educación estaba bien fundamentada y hoy se sabe que todo proceso de cambio político, social y cultural debe estar acompañado necesariamente de la educación, y que en el caso de América Latina, la educación se presenta como su principal camino para salir del subdesarrollo.33

Durante el siglo XX gran parte de la naciones latinoamericanas realizaron grandes reformas educativas con amplio presupuesto, �nanciadas a �nales de este siglo por organismos internacionales como Banco Mundial, FMI, BID, etc., y los resultados no han sido muy satisfactorios hasta el momento. ¿Dónde se encuentra entonces el problema? Schroeder señala que no hay que inventar un modelo de educación latinoamericano, sino redescubrirlo en prácticas y teorías como la de Rodríguez; se trata también de mirar hacia adentro y aprender de prácticas educativas exitosas,34 ‘originales’ que tienen en común la auto sostenibilidad, el respeto y rescate de lo diverso y originario, planteamientos siempre presentes en los escritos de Rodríguez.

Lo que le faltó a la propuesta del maestro del Libertador en este tema fue explorar la necesidad de una educación intercultural que es el reconocimiento, el diálogo y negociación de saberes; pero, para descargo de Rodríguez, se puede decir que el contexto en el que desarrolló su propuesta lo originario carecía de valor.

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·Foto: Patricio Édgar Vera Peñaranda·

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Como la Escuela en el Campo, en Cuba, que enseña a trabajar y a tecni�carse, y también genera sus propios recursos, o la de Warista en Bolivia que logró realizar una verdadera educación indigenista aprovechando contenidos de la cultura occidental. López, Luis Enrique, La cuestión de la interculturalidad y la Educación Latinoamericana, Promedlac, UNESCO, 2001, p.20.A lo largo de este 2011, surgieron grandes protestas en Chile pidiendo que se mejore la calidad de la educación y se garantice su carácter gratuito, en ese país que tiene una de las tasa más altas de inversión educativa de Latinoamérica. Adriana Puiggrós mani�esta que la educación en Latinoamérica carece de una re�exión �losó�ca; hemos olvidado preguntarnos, ¿Qué es educación? y ¿Hacia dónde vamos?

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El rechazo y posterior fracaso de su Proyecto de Educación Popular en Bolivia fue por intentar que niños “blancos” e indígenas estudiaran en la misma aula; tratar de encontrar la idea de la interculturalidad en sus escritos hubiera sido anacrónico. Pero Rodríguez se adelanta con la idea del bilingüismo (paso importante para una educación intercultural), condicionante de las últimas reformas educativas en nuestra región, para garantizar una buena comunicación entre los niños, sus maestros y la propia institución educativa. Para Luis Enrique López “…solo aprovechando nuestra especi�cidad y reinscribiendo nuestra heredad como válida estaremos los latinoamericanos también en condiciones de inscribirnos en el proceso de globalización con rostro propio”,35 esto a través de una educación intercultural.

La educación en Latinoamérica todavía tiene mucho por hacer. Si bien ya se la reconoce como palanca del desarrollo, le falta todavía la originalidad y funcionalidad que pedía Rodríguez. Está demostrado que la inversión económica no basta,36 se requiere un nuevo espíritu,37 nuevas estrategias como la Educación Técnica Productiva en todos los ciclos de escolaridad; “...enseñen el amor al trabajo” reclamaba siempre. Estas Escuelas Sociales, eran autosostenibles y también generaban riqueza a la nación; la principal de ellas: recursos humanos cali�cados, prestos a servir a la sociedad y no a servirse de ella.

Para Simón Rodríguez la riqueza de América no está en sus suelos, sino en sus habitantes; la mayor riqueza de estas tierras son sus recursos humanos; así lo entienden países del primer mundo que invierten y garantizan la educación de sus habitantes. Por eso la educación para América Latina es tan valiosa: solo con ella podemos formar y aprovechar nuestra verdadera riqueza y ser verdaderamente libres.

“el Siglo 19 pugnando contra el DESPOTISMOempeña a sus hijos en la lucha y el 18 les corta la retirada

ya no es permitido optar entre la ignorancia y las LUCES entre la SERVIDUMBRE y la LIBERTAD

ande [han de] entender BIEN lo que es civilizacióny hacer uso de su libertad para perfeccionar sus institucionesande [ han de ] conocer la sociedad para saber vivir en ella

en breves términos ande [han de] SABER y ande [han de] ser LIBRES”38

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Rodríguez, Simón, op.cit.,p.347.38

El Diplomado

El Diplomado “Cartagena de Indias, Conocimiento Vital del Caribe 2011: El Caribe como epicentro de la América Bicentenaria”, fue una experiencia enriquecedora, grati�cante y muy valiosa para mi vida profesional y personal. Me permitió nuevamente socializarme con excelentes profesionales latinoamericanos, aprender mucho de ellos en corto tiempo y de las excelentes exposiciones. También me permito re�exionar sobre el proceso de independencia en nuestra región; comparar lo sucedido en Cartagena de Indias en 1811 con lo que vivió Bolivia por esos años, que si bien fueron procesos diferentes, me sorprendió encontrar elementos comunes, como la pugna de poderes de las élites criollas, la segregación de las clases populares después de la Independencia, y la búsqueda permanente de autonomía; reconocer lastimosamente que nuestras independencias están todavía en un proceso inconcluso que hoy en día tiene otros matices (independencia económica, cultural, etc.). Saber de la existencia de un mundo Caribe, que enriquece a la idea de Latinoamérica; un mundo de contradicciones pero que evoca pasiones y sueños. Caminar por las calles de Cartagena fue un privilegio, sabiendo que es una ciudad que tiene tanto qué contar, de tantas historias y de gente muy amigable. Compartir con el grupo de maestros fue otro regalo, y recibir su amistad y con�anza. Por último, felicito y agradezco nuevamente a la Fundación Carolina Colombia y a la Universidad Tecnológica de Bolívar por la buena organización, la creatividad y por darnos la oportunidad de re�exionar y producir.

Bibliografía

· Halperín Donghi, Tulio (1979), Historia Contemporánea de América Latina, España, Alianza Editorial. · López, Luis Enrique (2001), La cuestión de la interculturalidad y la Educación Latinoamericana, Promedlac, UNESCO.· Morales Adela, Laura Valdivieso, Diana Guevara y otros (coords.) (2010), Cuaderno de Bitácora, Fundación Carolina Colombia.· Pavigliatini, Norma (1983), Política y Educación: notas sobre la construcción de su campo de estudio, OPFYL-UBA, Buenos Aires.· Puelles Benítez, M. de, “Estado y educación en las sociedades europeas”. En, Revista Iberoamericana de Educación, Nº 1, OEI, Madrid, enero-abril, 1993.· Puiggrós, Adriana (2005), De Simón Rodríguez a Paulo Freire, Bogotá, CAB.· Rama,Claudio (2006), La Tercera Reforma de la Educación Superior en América Latina, México D.F., Fondo de Cultura Económica.· Rodríguez, Simón (s.f.), Obras Completas, Caracas, Universidad Simón Rodríguez, tomos uno y dos.· (1985), Obras escogidas de Simón Rodríguez, Caracas, Ed. Bloque de Armas.Schroeder, Joachim (1994), Modelos Pedagógicos Latinoamericanos, La Paz, CEBIAE.Vera, Patricio (2009), Las Ideas de Educación Popular de Simón Rodríguez en Bolivia, La Paz, IEB.Weinberg, Gregorio (1985), Modelos educativos en la historia de América Latina, Buenos Aires, A-Z Editora.

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Cartagena de Indias y sus murallas socialesRafael Andrés Sánchez Aguirre

I

Las ciudades del Caribe colombiano fueron fundadas y pobladas en el marco de ejercicios de violencia en los que predominó la imposición física de un grupo sobre otro; de los colonizadores europeos sobre afros e indígenas; de los colonizadores sobre mestizos y todos aquellos que tuviesen alguna mezcla con la sangre de los marginados. Tal imposición consistió básicamente en el sometimiento del esclavo africano o indígena, del mulato, pardo, zambo o mestizo, en el control de sus cuerpos con miras a la consecución de riquezas o provisiones que eran requeridas para el mantenimiento del proyecto

existencia de un fuerte ejercicio de dominación ejercida por los españoles.

Se sabe que existieron prácticas de resistencia. Prueba de ello se encuentra en los palenques o quilombos mencionados en diferentes crónicas o archivos, en las alusiones que se hacían acerca del carácter ‘belicoso’ y ‘feroz’ de las

y encaminarla en el sentido de las iniciativas españolas. No quiere decir esto que los grupos humanos inmiscuidos estuviesen absolutamente segmentados (como si solamente se tratase de victimarios y victimas) y que no existiesen casos en los que personajes ‘marginales’ pudiesen acceder a espacios del establecimiento, o de otra parte, que absolutamente todos los indígenas y esclavos hayan sido incontrolables y rebeldes. Existieron muchos matices y

nuevas sociedades en medio del juego de fuerzas entre los establecidos y los marginados, promoviéndose continuamente cierto equilibrio de poder en el que predominaba la ventaja de los europeos.

Doctorando de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.Magister en Historia, Universidad Javeriana. Lic. en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.

Integrante del Grupo de Estudios sobre Cuerpos y Emociones, Instituto de Investigaciones Gino Germani,

y Técnicas (CONICET), Argentina.

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En el cruce cultural de las diferentes sociedades involucradas, en el cruce de sus perspectivas de vida se fueron jugando y forjando las imágenes que entre sí se creaban acerca de lo que ‘ellos eran’. Esto quiere decir, de los referentes desde los cuales se hacía percibir cada sector social, las apuestas que se hacían para ser re-conocidos por los demás, dejando para la posteridad indicios acerca de la manera en que se organizaba y se intentaba perpetuar un orden de relaciones. Si tenemos presentes estas ideas, no cabe duda de que la imposición física, por la fuerza, fue un factor primordial en la organización de la sociedad de la Conquista y de la Colonia, siendo este factor un rasgo clave de la identidad de los establecidos, medio a través del cual, desde su mejor disposición tecnológica y militar, pudieron ejercer la coacción de los demás grupos humanos con los que se vincularon.

Puede sostenerse entonces que la identidad colectiva tiene uno de sus pilares principales en la capacidad de coacción poseída y ejercida por un grupo sobre otro, en la potencia que tiene para dirigir el curso de los sucesos y promover cierto sentido de las relaciones interpersonales. En el caso de la relación que se dio entre colonizadores y colonizados puede decirse que hubo una in�uencia mutua, compleja, variada y a diferentes escalas que afectó la imágenes que tenían entre sí cada uno de los grupos que vivieron este proceso. Los “más fuertes” intentaron de�nir el lugar que le correspondía a los “dominados” -sus rasgos, condiciones y los límites de sus aspiraciones- como parte de la de�nición de una imagen propia, de superioridad y de especial valía personal.

A su vez, los sectores marginales fueron tejiendo un sentido del ‘nosotros’ que, a pesar de su difícil reconocimiento en las versiones usualmente promovidas de la historia, seguramente iba más allá del verse como simples actores pasivos, víctimas de un sistema de dominación inalterable. Si observamos el caso de la fundación de Cartagena, encontramos que se menciona tempranamente la di�cultad para relacionarse con los indígenas, no precisamente por el amable trato de los europeos, no necesariamente porque las comunidades nativas viviesen y promoviesen una vida armónica, pací�ca y paradisiaca. Es importante resaltar nuevamente lo mencionado líneas atrás como parte del predominio social, el choque cuerpo a cuerpo, la fuerza física y la capacidad militar; es así como podemos encontrar que:

El 23 de junio de 1523, �rmaba una capitulación Gonzalo Fernández de Oviedo, para levantar una Factoría Comercial en Cartagena, con intenciones de poblar en un futuro, la idea era poner una base para los rescates con un área de acción de quince leguas de radio, y a tal efecto se le autorizaba a disponer de dos barcos con igual �n, así como para el comercio y la comunicación con otros puertos. Justo cuando estaba dispuesto a iniciar el viaje, recibió noticia de la destructiva expedición que había permitido Rodrigo de Bastidas desde Santa Marta, por lo que Oviedo desistió de la empresa pensando en la bravura en que iba a encontrar a los castigados turbacos… La fundación de�nitiva de la factoría vino de la mano de un madrileño llamado Pedro de Heredia; sucedió en el mes de enero de 1533 tras su victoria sobre los indios turbacos y la sojuzgación de los pueblos de la bahía (Vidal, 2002: 48-50).

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Vemos entonces que buena parte del principio de relación de tales colectivos humanos fue la violencia física, que se acompasaba al ritmo de las dinámicas económicas del momento; recordemos que los primeros intentos de poblamiento estaban conectados con la idea de asentamientos-factorías. La posibilidad de llevar a cabo proyectos económicos a través del comercio esclavista, del comercio con nuevas mercancías y el uso de mano de obra esclava resultaba muy atractivo en medio de un territorio que se empezaba a descubrir, además del gran aliciente que signi�caba el hallazgo de oro en manos de los indígenas americanos. Este sentido del inicio de Cartagena como factoría y su posterior mantenimiento como puerto clave del gobierno español en la región, muestra que la organización social se dio como ejercicio militar que estaba ligado a la puesta a punto de prácticas económicas desde las cuales se intentaba establecer una regulación social a gran escala.

Si miramos ahora el momento en el que se declara la independencia de Cartagena, encontramos que la regulación ejercida por los españoles a partir de la fundación de poblaciones permitió dar pasos hacia la construcción de las murallas, la construcción de barrios y hacia el establecimiento de mecanismos de tributación, entre otras cosas. Lo que nos da una idea del sostenimiento de unas prácticas que se mantuvieron estructuralmente y que funcionaron como aspectos estructurantes de tal sociedad y de su futuro; encontramos entonces un continuo ejercicio militar evidenciado en unas forti�caciones que servían de control y una economía apoyada fuertemente en el comercio marítimo de mercancías, de esclavos y eventualmente en la producción de materias primas.

A su vez, desde la fundación de la ciudad en 1533 hasta el año de 1811, se fueron con�gurando nuevos equilibrios de poder y los sectores marginados se encontraban en otra situación frente a los establecidos, sus interrelaciones eran más complejas dejando abierta la posibilidad de una mayor presencia de ambos en la toma de decisiones. Se sabe por la revisión histórica que se ha llevado a cabo que, “el 11 de noviembre de 1811, una multitud de negros y mulatos patriotas, armados con lanzas, cuchillos y pistolas asaltaron el palacio de gobierno de Cartagena. Luego de insultar y golpear a los miembros criollos que conducían la junta revolucionaria, la multitud les forzó a �rmar una declaración de independencia contra su voluntad” (Lasso, 2008). Vale la pena resaltar que, a pesar de la participación popular vivida en el proceso de independencia, por lo general se ofrecieron imágenes acerca de una elite criolla organizada y reacia frente a la Corona, una elite que orientaba y lideraba al pueblo en aras de la soberanía local.

Tales imágenes estaban encaminadas a justi�car el lugar de cada sector social y su papel en la sociedad; tales imágenes también fueron constituyendo parte de los mitos de la fundación de una nación: igualitaria, ordenada, justa y anti-imperial.

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Es evidente entonces, que se dio una disputa por la de�nición de la verdad, por la aclaración acerca de aquello que debía recordarse y resaltarse, y se promovieron y potenciaron versiones del pasado que engrandecían y justi�caban las acciones del establecimiento, marcando un orden y una geometría del representar, del actuar y de las relaciones.

II

Las imágenes que se promovían como parte de ese ‘nosotros’ patriótico fueron huellas de los pasos que se dieron en la transformación de una regulación física-corporal, de la organización de las energías corporales y la interiorización de las coacciones que habían sido apropiadas por los sectores establecidos y que fueron promovidas entre los marginados (Scribano, 2009). Ello signi�caba que se empezaban a constituir “incidentalmente” los referentes desde los cuales se iba per�lando un sentido del “ser patriótico”, una caracterización de la comunidad imaginada en general y de sus diferentes sectores. La disputa que se daba cuerpo a cuerpo iba trasladándose lentamente hacia un escenario en el que se gestaba una “lucha simbólica” por las representaciones de los grupos humanos inmiscuidos, con�gurándose nuevos espacios de las interrelaciones personales, de la regulación de sus comportamientos y del ejercicio de la violencia.

Vemos entonces que, por ejemplo, las disputa de las elites andinas y las elites costeñas por dirigir las acciones independentistas y de administración del nuevo proyecto patriótico, siguen la idea del desacreditamiento mutuo con miras a postularse cada una como mejor alternativa para ocupar la posición de liderazgo. Los criollos asentados en estas dos regiones formaban una elite compuesta básicamente por comerciantes, representantes de la corona y militares, y venían de una tradición que exaltaba lo hispánico frente al mundo subordinado constituido por diferentes clases de gente, que eran resultado de las mezclas étnicas. A la par que se había desacreditado al marginado, se fue dando tal situación entre las propias elites de forma más fuerte, promoviéndose imágenes de valía social, de carisma y superioridad humana; por ejemplo, como lo sugiere Múnera: Los ensayos de Francisco José de Caldas y Pedro Fermín de Vargas, dos de los más importantes intelectuales de la elite andina de los años �nales de la Colonia, describen la costa Caribe como un lugar distante, no solo física sino culturalmente también. En los trabajos de Caldas… las provincias de la costa, con sus llanuras ardientes y sus “salvajes” e “indisciplinados” negros y mulatos, representan la imagen más exacta no sólo de la ausencia de progreso, sino de la imposibilidad de obtenerlo. Los Andes, por el contrario, han sido idealmente creados para producir un individuo moral e intelectualmente superior (1996).

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A estas ideas se sumaron, entre otras, generalizaciones acerca de la relación que se daba entre el clima, el territorio y el carácter de sus habitantes, asociando lo cálido con lo desordenado, perezoso y rústico, en oposición a lo frío, activo y regulado, sosteniendo así un peso de lo ‘natural’ como parte de�nitiva de la estructuración de lo social.

Así, llama la atención que en ese ejercicio de independencia de Cartagena, lleno de variados matices sociales, se repitan dos factores que parecen estructurales en las con�guraciones de las relaciones entre grupos humanos. Por un lado, el uso de la fuerza física como elemento clave de coacción y direccionamiento para el logro de �nes, a la par de un ejercicio en el que se iba urdiendo un tejido de identidades apoyado en la desacreditación y estigmatización del opositor.

Bien se sabe que García Toledo, máximo líder de la junta criolla, llamó al 11 de noviembre de 1811 como el “día más funesto que podrá ver la patria… día de llanto y escándalo no sólo para esta plaza y su provincia sino para todo el reino” (Múnera, 1996). Tal desagrado estaba en total sintonía con la inversión de papeles que se había suscitado y que ponía en entredicho la autoridad del grupo dirigente, al igual que su poder y su valía social. Como sea, poco se supo y se reconoció acerca del papel de los sectores marginales en los procesos de independencia, se mantuvo más bien el eco de esos modos de relación social desde los cuales se consolidó paulatinamente la nación hoy llamada Colombia.

III Murallas musicalizadas

Al recordar el himno de Cartagena encontramos un ejemplo más sutil de lo que se ha intentado sostener en este documento sobre las interrelaciones de los grupos humanos. Tal himno fue estrenado a mediados del siglo XX y escrito por Daniel Lemaitre Tono, cartagenero y descendiente de inmigrantes franceses, miembro de la elite empresarial de la ciudad en la primera mitad del siglo mencionado. La música fue compuesta por el sucreño Adolfo Mejía, quien vivió su niñez y adolescencia en el barrio San Diego de Cartagena; estos dos personajes, que fueron amigos, pueden ser ubicados dentro del grupo de establecidos de la sociedad costeña de ese momento.

Al compositor de la letra se lo reconoce en diferentes lugares como una persona pujante, con iniciativa, gran empresario, poeta, artista y de alta alcurnia; al compositor musical se lo menciona como creativo, talentoso, de mente organizada, ingenioso y aventurero. Resulta llamativo que en una de esas descripciones que se ofrecen de Mejía se diga que “tuvo que vivir en una Cartagena en la cual la in�uencia negra ya había sido admitida, hasta tal punto, que lo folclórico se había vuelto popular, bellamente popular, pero peligrosamente cercano a lo populachero. Es como ciertos zarcillos en ciertas mujeres que están en el límite entre lo atractivo bello o lo decadente vulgar” (Escobar, 1985). Tal descripción, ofrecida en un texto publicado hace casi tres décadas atrás, muestra esas fronteras, esas murallas que aún se sostienen entre los diferentes sectores sociales y que van marcando las pautas de lo “correcto”, de lo “bueno”, de lo “armónico” y de lo “bello”.

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Es evidente entonces, que se dio una disputa por la de�nición de la verdad, por la aclaración acerca de aquello que debía recordarse y resaltarse, y se promovieron y potenciaron versiones del pasado que engrandecían y justi�caban las acciones del establecimiento, marcando un orden y una geometría del representar, del actuar y de las relaciones.

II

Las imágenes que se promovían como parte de ese ‘nosotros’ patriótico fueron huellas de los pasos que se dieron en la transformación de una regulación física-corporal, de la organización de las energías corporales y la interiorización de las coacciones que habían sido apropiadas por los sectores establecidos y que fueron promovidas entre los marginados (Scribano, 2009). Ello signi�caba que se empezaban a constituir “incidentalmente” los referentes desde los cuales se iba per�lando un sentido del “ser patriótico”, una caracterización de la comunidad imaginada en general y de sus diferentes sectores. La disputa que se daba cuerpo a cuerpo iba trasladándose lentamente hacia un escenario en el que se gestaba una “lucha simbólica” por las representaciones de los grupos humanos inmiscuidos, con�gurándose nuevos espacios de las interrelaciones personales, de la regulación de sus comportamientos y del ejercicio de la violencia.

Vemos entonces que, por ejemplo, las disputa de las elites andinas y las elites costeñas por dirigir las acciones independentistas y de administración del nuevo proyecto patriótico, siguen la idea del desacreditamiento mutuo con miras a postularse cada una como mejor alternativa para ocupar la posición de liderazgo. Los criollos asentados en estas dos regiones formaban una elite compuesta básicamente por comerciantes, representantes de la corona y militares, y venían de una tradición que exaltaba lo hispánico frente al mundo subordinado constituido por diferentes clases de gente, que eran resultado de las mezclas étnicas. A la par que se había desacreditado al marginado, se fue dando tal situación entre las propias elites de forma más fuerte, promoviéndose imágenes de valía social, de carisma y superioridad humana; por ejemplo, como lo sugiere Múnera: Los ensayos de Francisco José de Caldas y Pedro Fermín de Vargas, dos de los más importantes intelectuales de la elite andina de los años �nales de la Colonia, describen la costa Caribe como un lugar distante, no solo física sino culturalmente también. En los trabajos de Caldas… las provincias de la costa, con sus llanuras ardientes y sus “salvajes” e “indisciplinados” negros y mulatos, representan la imagen más exacta no sólo de la ausencia de progreso, sino de la imposibilidad de obtenerlo. Los Andes, por el contrario, han sido idealmente creados para producir un individuo moral e intelectualmente superior (1996).

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Esta versión del Himno de Cartagena fue encontrada en: www.cartagenadeindias.com ; existen diferentes versiones de audio con variados arreglos y adaptaciones musicales que pueden escucharse a través de internet.

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Esas caracterizaciones de los personajes funcionan a su vez como ciertas cartografías de las relaciones humanas y de la forma en que se de�ne el lugar que cada uno tiene, resaltando unas cualidades de supremacía y distinción frente a lo que resulta ordinario, vulgar o desagradable. El himno entonces pudo haber sido creado y marcado desde cierta sintonización social, desde cierto orden de las posiciones que buscaba mantenerse y promoverse en aras del ideal-nosotros del grupo al que alude. No es casual que el símbolo sonoro-poético de la ciudad se origine en medio de un grupo de personas con formación académica y acceso a un variado mundo cultural y artístico, es el producto de destacados y virtuosos miembros de tal comunidad, mostrando en alguna medida, a través de la letra musicalizada, una idea de lo que esa sociedad ‘fue’, ‘es’ o intenta ‘ser’. Una mirada a lo que dice el himno permitirá una mejor idea del pasado que se intenta recrear y perpetuar; veamos lo que nos ofrece:

Suenen trompas en honorde la noble e ínclita ciudadque por patria se inmoló

en sus gestas gloriosasde libertad.

Libertad, libertad,la fe con ardor gritó

y en un once de noviembrefue la heroica Cartagena

quien del yugo las cadenascual leona �era destrozó.1

De entrada nos encontramos con una ciudad ilustrada a la que deben hacérsele honores, una ciudad que se encuentra integrada con las demás elites nacionales alrededor de una idea de libertad, reconociendo sus sacri�cios por ese proyecto que es la patria. Se desconocen las tensiones con el interior del país y se presenta como una ciudad despersonalizada, o más bien, como una comunidad homogénea que se yergue desde la libertad que resulta de su fuerza para romper las cadenas, ¿fuerza de quién?, ¿grito del 11 de noviembre de quiénes?, ¿cuáles cadenas fueron rotas?, ¿cómo se re-crearon las cadenas?

A su vez, vale la pena resaltar la idea de la ‘fe que grita’, una comunidad catolizada con la espada, una comunidad con fe clamando por la libertad, ideas que parecen caracterizar más claramente a un sector establecido que a unos sectores marginales que fueron silenciados en diferentes escalas.

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Si presionamos un poco sobre el ejercicio de interpretación encontramos que las cualidades que son exaltadas en el himno hacen referencia a una persona: honorable, noble, ilustre, patriótica, sacri�cada, heroica, gloriosa, libre, de ‘buena fe’, fervorosa, memorable y fuerte. Todas estas cualidades raramente fueron asignadas a los sectores marginados y se sintonizan mejor con las propias características que los sectores establecidos han sostenido y proclamado de sí mismos; se trata de descripciones que de�nen tácitamente el liderazgo, el carisma y supremacía de algunas personas y justi�can su ubicación en las interrelaciones sociales. Aunque no se hace referencia explícita a personas o grupos especí�cos, las letras musicalizadas con�guran núcleos de cualidades personales, que como una moneda, en su reverso, conllevan implícitamente aquellas cualidades no deseables.

A través del himno, en la revisión de la sociogénesis de su producción, se promueven modelos de personalidad que, a pesar de no resultar explícitos, dejan ver cómo se juegan en diferentes contextos las formas en que se organiza una sociedad. En este caso, por medio de un símbolo ciudadano que es entonado por “todos” sus habitantes y que se enorgullecen al hacerlo, se a�rman unas nociones que armonizan con cierto orden de relaciones y lo reproducen. Cada vez que suena esta canción se crea un ambiente de sonoridades-sensibilidades que permiten que la gente evoque sentimientos comunes y que les facilite reconocerse como grupo, a la par que en las múltiples repeticiones de lo mismo, aunque el mensaje de la letra parezca desvirtuado, se a�anza un modo de sentir en relación con las ubicaciones que cada uno debe tener en el grupo. No será lo mismo el himno cantado por una persona estigmatizada, que no sabe qué signi�can algunas palabras de su himno, que aquel que se siente reconocido con el ritmo de marcha marcial y lo que la letra enuncia.

No quiere esto decir que las personas no tengan o puedan tener diversas formas de entendimiento del himno, o que lo apropien o no de una única forma, sino que en los cambiantes ‘equilibrios de relación y de poder’ las lecturas que se hacen sobre esos referentes de identidad colectiva también son re-ubicadas las miradas y las percepciones. Habría que poner un acento especial sobre los ejes y mitos desde los cuales se constituyen ideas e imágenes de los diferentes grupos humanos, revisando esos factores estructurales y estructurantes de nuestras relaciones y que condicionan en diferentes grados las posibilidades de encuentros favorables para todos. Aunque la violencia física se administra actualmente de forma diferente a la manera en que sucedía en la Colonia, y que la construcción de una imagen de sí mismos ha ido en sintonía con la exaltación y estigmatización entre grupos humanos, como una especie de disputa que se desplaza hacia un contexto simbólico, sigue siendo la fuerza corporal concreta una garante del orden de las posiciones.

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Reconocer tales aspectos será clave para que, en medio de las celebraciones del aniversario por el Bicentenario de la Independencia, podamos inquietarnos acerca de la forma en que se construyen y son promovidas diferentes perspectivas de vida. El descubrir que en alguna medida estamos repitiendo formas coloniales de relación, formas que se recrearon en el mismo momento de la fundación de la ‘patria’, puede permitir problematizar esos modos de vinculación entre los diferentes colectivos y entre las personas. Este escrito intenta ofrecer algunas ideas entendidas como un ejercicio de descripción y de re�exión teórica acerca de la di�cultad que tenemos al re-elaborar nuestro pasado como parte del tejido de nuestra propia imagen colectiva, mirar el espejo que es nuestra historia es una oportunidad para descubrirnos en medio de las contradicciones y para intentar otras prácticas.

Aunque estigmatización y violencia se han presentando aquí como ejes clave de la conformación de la nación, han sido a su vez y a través de los tiempos dinámicas humanas de un proceso inacabado e inacabable que puede alterarse. Tal proceso, en el que se tejen interdependencias, se halla lleno de potencialidades para que los principios de relación entre los humanos puedan ser orientados en otro sentido, más allá de esa pretensión del establecimiento de unos sectores sobre otros. A pesar de que volver la vista sobre el pasado no signi�ca necesariamente evitar su repetición, la problematización del mismo, de las imágenes que construimos y sostenemos acerca de la historia -como re�ejo de las imágenes de nuestra actualidad-, posibilita en alguna medida nuevas líneas y caminos que cruzan esas murallas y fronteras que parecen anclarse como anteojeras de nuestras relaciones, de nuestras miradas y nuestras acciones.

Bibliografía

·Elias, Norbert (1998), “Ensayo teórico sobre la relación entre Establecidos y Marginados”, en: La civilización de los padres y otros ensayos. Vera Weiler (comp.) Editorial UNAL-Norma, Bogotá.·(1994), El Proceso de la Civilización. Fondo de Cultura Económica, México. ·Escobar, Luis Antonio (1985), La música en Cartagena de Indias. Publicación digital en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/musica/muscar/adolfo.htm. Consultado el 12 de agosto de 2011.·Lasso, Marixa (2008), “El día de la independencia: una revisión necesaria”, en: Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, [En línea]. http://nuevomundo.revues.org/32872. Consultado el 1 de agosto de 2011.·Múnera, Alfonso (1996), “El Caribe colombiano en la república andina: identidad y autonomía política en el siglo XIX”, en: Boletín Cultural y Bibliográ�co, Vol. 33, No. 41. Bogotá, pp. 29-49. Publicación digital en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/caribe/caribe.htm. Consultado el 21 de julio de 2011.·Scribano, Adrian (2009), “Capitalismo, cuerpo, sensaciones y conocimiento: Desafíos de una Latinoamérica interrogada”, en: Sociedad, Cultura y Cambio en América Latina. Universidad Ricardo Palma, Lima, pp. 89-110.·Vidal Ortega, Antonio (2002), Cartagena de Indias y la región histórica del Caribe. Universidad de Sevilla, Sevilla.

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Ramón Moreno Carlos

La ciudad decimonónica:

1Guadet, Julien. Eléments et theorie de architecture. Paris, S. I., 1901, pp. 90-107.Bachelard, Gastón. La poética del espacio. México, FCE, 1965.

Arquitecto con Master en Restauración y Rehabilitación del Patrimonio por la Universidad de Alcalá,España; maestro en Historia por El Colegio de San Luis A.C.; candidato a doctor en Historia de América por la

México de ‘Restauradores sin Fronteras’; ex becario de la Fundación Carolina (España y Colombia); ex becario de la Unesco-Cencrem (Cuba), ex becario del CONACYT, México; ex becario Mecesup (Chile), profesor universitario de la Universidad del Centro de México y de la Universidad del Valle de México.

La ciudad fue el elemento central, el elemento básico, la célula central de la sociedad moderna durante la primera época.

Alain Touraine

La ciudad ha sido ocupación y preocupación de los más importantes pensadores, lo mismo del pasado remoto que del pretérito cercano; igualmente, ha formado parte del campo de batalla de las ideas, los anhelos sociales y los proyectos políticos que han caracterizado a diversas épocas de nuestra historia latinoamericana. Pero, con humildad, debo reconocer que nuestro interés y enfoque no distan mucho de lo que se ha podido discutir en otros ámbitos y tiempos.

Sin embargo, el haber tenido la oportunidad de visitar y conocer uno de los

más complejos y transformadores del urbanismo en general y de las ciudades latinoamericanas en particular: el siglo XIX. Vaya, pues, este ejercicio de pensamiento en recuerdo de mi estancia en Cartagena de Indias, Colombia.

Para comenzar, cabe recordar que para Aristóteles política y arquitectura concretan una unidad y en ella toma forma la cotidianidad del ciudadano a través de una armónica convivencia y al mismo tiempo es una traducción de su paideia o cultura1. Esta visión sobre la estrecha relación entre política, cultura y ciudad, ha resultado quizá en un proceso de los denominados como de “larga

sentido paralelo, hay quienes como Gastón Bachelard, ven en la ciudad una extensión de la casa y, por ende, cuando se piensa que las ciudades son entes vivos, se parte de la idea de que las ciudades nacen y se transforman con

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Heidegger, Martín. Construir, habitar. Santiago de Chile, Ponti�cia Universidad de Chile - Facultad de Arquitectura y Urbanismo, 1988.Ibídem.Derrida, Jacques. “�e Ends of Man”, en Margins of Philosophy. Traducción de Alan Bass. USA, University of Chicago Press, 1982.Ibídem.

relación directa hacia el accionar de sus habitantes, de sus constructores e incluso de sus destructores, y desde luego, con la participación de quienes desde los textos las descubren y reescriben día con día2.

En principio, debemos reconocer que cada ciudad va construyendo su propia �sonomía a partir de sus características, sus cualidades y sus carencias, y que la misma tiene en la casa, la calle, la plaza o el paisaje, los escenarios que la representan y le generan una identidad propia; por ello, podemos decir que las ciudades guardan una relación directa con la memoria de cada uno de sus individuos y al mismo tiempo, con la memoria colectiva de la sociedad.

En ese sentido surge para algunos, como por ejemplo Martin Heidegger, un concepto que ha acompañado en su largo devenir a la ciudad: la tradición. Empero, cabe aclarar que este concepto que Heidegger vincula directamente con la ciudad, nada tiene que ver con el conservadurismo; tampoco se asocia al rechazo del cambio, ni mucho menos con la resistencia en contra de la transformación, sino que se explica a partir de la necesidad de vincularse con el conocimiento de las experiencias vividas por sus habitantes, como ciudadanos y ocupantes de una ciudad, de cualquier ciudad.3 Para él, el hecho de habitar, construir y pensar en la ciudad, conforman una relación activa y productiva, la cual ha conducido al desarrollo del espacio urbano desde el siglo XVIII y hasta nuestros días. Heidegger ha asegurado que habitar es igual a construir, y que producir es igual a conducir, descubriendo en ambos binomios la función utilitaria y simbólica de la arquitectura y el urbanismo.4

Ahora bien, en sentido totalmente opuesto a las expresiones de Heidegger, han aparecido planteamientos que desvirtúan a la ciudad como la entidad que de forma �dedigna materializa –o traduce-, la relación, la convivencia, la utilidad, la cultura y el quehacer político del hombre en sociedad. Entre ellos, Jacques Derrida ocupa un lugar destacado como un opositor de quienes consideran a la ciudad como el producto mejor logrado de la cultura; para ello, su argumento toma como base la crítica al propio concepto de cultura5.

Para Derrida, la cultura por sí misma no existe sino que es una postura, y el supuesto de su representatividad no es sino un ensayo de interpretación; y si bien en “esa cultura” puede haber un libre juego de signos y signi�cados –que sin duda también cambian con el tiempo -, lo cierto, es que resulta necesario que algunos elementos (como el lenguaje), permanezcan como entes de dominio para que sobreviva esa cultura. En ese sentido, el quehacer constructivo representa ante todo un ejercicio directivo de la actividad pública, reinterpretando quizá el postulado aristotélico de la indisoluble relación entre política y ciudad6.

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Sin participar de esta discusión �losó�ca, podemos decir que la ciudad como producto o no de la cultura, es el espacio en donde por más que arquitectos, urbanistas, políticos y ciudadanos se empeñen en proyectarla y ordenarla a su modo, la ciudad de forma diacrónica va creando sus propias aplicaciones, extensiones y rami�caciones. Es decir, la con�guración histórica de una ciudad depende de muchas variables, entre otras la geografía, la economía, la política, las personas y sus intereses; y cada uno de esos aspectos ha impuesto con el paso de los años, una perspectiva, un sentido, un ritmo y una realidad que puede ser semejante en diversos lugares pero difícilmente idéntica en todos los sitios.

Entre lo urbano y lo rural

En el siglo XIX, y quizá con mayor evidencia en su último cuarto, se presentó un período de interesantes con�uencias y divergencias. Cabe recordar que la centuria decimonónica representa una época a la que muchos han denominado como el siglo de la revoluciones… y de hecho lo fue. Por lo mismo, la atención y el estudio sobre ese tiempo abrió como quizá para ningún otro período anterior, la posibilidad de una diversidad de investigaciones y especialistas que buscaron abundar en el conocimiento y la interpretación del fenómeno urbano del siglo XIX. Así, el trabajo sobre temas como el espacio atrajo cada vez más a los historiadores, sumándose al abundante bagaje de los sociólogos; por ende, los caminos para estudiar la temática urbana se diferenciaron abiertamente, destacando en volumen los que asumían una militancia ideológica, bien al lado de la perspectiva marxista o en contra de ella.

Sin ocuparnos de esa confrontación, sí debemos reconocer que en ese momento toma forma, quizá, el primer análisis en profundidad de la complejidad urbana “moderna”, el cual manifestó quizá la crítica más feroz de su tiempo hacia la ciudad industrial y burguesa que se desarrolló sobre todo en Europa y en la segunda mitad del siglo XIX. Esta argumentación estuvo a cargo de Federico Engels, en su informe sobre La situación de la clase trabajadora en Inglaterra, y muy especialmente, en lo que al urbanismo se re�ere, a través de su ensayo: Contribución al problema de la vivienda. En esos textos la lucha de clases toma como escenario no sólo a los novedosos espacios industriales, sino también a las ciudades que como París, Barcelona y Viena –entre otras-, habían derrumbado sus murallas para abrir grandes avenidas y construir glorietas, además de rediseñar sus trazos con base en ejes y diagonales que transformaron los apretados y abigarrados espacios medievales.

La teoría sociológica se constituyó pues, durante gran parte del siglo XIX, como el principal instrumento de análisis sobre la ciudad. Para el caso, las dicotomías entre solidaridad mecánica y solidaridad orgánica de Durkheim, entre comunidad y sociedad de Tönnies, son algunas de las más claras expresiones analíticas del con�icto entre la sociedad tradicional y rural con la sociedad industrial y urbana7.

Incluso podemos decir que llegaron a superar no sólo a la mera oposición entre campo y ciudad que habían enunciado Marx y Engels -bajo un paradigma economicista-, sino las del antiurbanismo naturalista y del pensamiento social

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Tönnies, F. Comunidad y asociación, Barcelona, Ediciones Península, 1979.Simmel,G. Sociología. Madrid, Alianza Editorial, 1986.Weber, Max. �e City, translate and edit by Don Martindale and Gertrud Neuwirth. New York, Collier Books, 1962.Ganivet, Ángel. Granada la Bella. Madrid, Edición del Círculo de Amigos de la Historia,1978.Lynch, Kevin. �e image of the city. Cambridge, Harvard University Press, 1960.

dominante en los Estados Unidos durante el siglo XIX, enarbolado por �omas Je�erson. Lugar aparte ocupa, en este devenir de las ideas y el debate sobre la ciudad, la obra de Georg Simmel sobre Las grandes ciudades y la vida del espíritu, ya que tendrá una profunda in�uencia en las décadas siguientes, sobre todo porque de�nió a la ciudad como un “hecho social”; su planteamiento partía de asegurar la superposición de lo social sobre lo físico, a�rmaba que lo importante para la sociedad no es el espacio, sino el eslabonamiento y conexión de las partes del espacio, producidos por factores espirituales8.

Y si con Marx y Engels ya se había dado la crítica sobre la subordinación de lo rural bajo lo urbano, lo cierto es que solo hasta con Simmel, es cuando podemos hablar de la aparición del concepto de “lo rural y lo urbano”, como una expresión dicotómica fundamental que constituye la espina dorsal de los estudios sobre el urbanismo moderno. Una trascendente visión sociológica sobre la ciudad es la de Max Weber, quien aplica su metodología de los tipos ideales al estudio del hecho urbano. Para Weber la ciudad -como un “tipo ideal”-, debería implicar al mercado, la plaza fuerte, una jurisdicción propia, leyes al menos parcialmente autónomas, un asociacionismo especí�co y una administración relativamente independiente puesta en manos de unas autoridades elegidas por los habitantes. Por lo anterior, resulta Max Weber, y tal vez más que Marx, quien profundiza en ese aserto que se cuenta estaba inscrito en el frontispicio de la puerta principal de una ciudad alemana, ya en la Edad Media: “el aire de la ciudad nos hace libres9”.

Y si bien la sociología y la historia ocupan los papeles principales dentro del trabajo de investigación y re�exión urbanas en el siglo XIX, surgen trabajos que partiendo de otras disciplinas también conforman aportaciones importantes al estudio de las ciudades, pero éstas sí con un mayor énfasis en el desarrollo de la ciencia urbana, tal es el caso de la obra del español Ángel Ganivet10. En su Granada la Bella, escrita en 1896, Ganivet identi�có la temprana respuesta en castellano a la tecnocratización del urbanismo, en términos mucho más sutiles y profundos que la mera oposición romántica y reaccionaria a los ensanches, tan habituales en la época. En su perspectiva, la dicotomía urbano - rural radica en la diferencia entre pueblo y ciudad, ya que es precisamente la ciudad la que tiene espíritu, un espíritu que todo lo baña, lo modela y lo digni�ca. En el mismo sentido, Ganivet descubre a la evolución orgánica de las ciudades como “una acción oculta de la sociedad”; incluso se puede advertir - en sus re�exiones sobre los hitos artísticos -, el origen quizá de lo que seis décadas más tarde Kevin Lynch desarrollaría en su texto La imagen de la ciudad 11.

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Lynch, Kevin. �e image of the city. Cambridge, Harvard University Press, 1960.Flanagan,W.G. Contemporany Urban Sociology. Cambridge, Edition CUP, 1993.Ibídem.Lefebvre, Henri. De lo rural a lo urbano, México, FCE, 1987.

·Foto:Ramón Moreno Carlos·

Sin embargo, a pesar de la novedosa aportación de Ganivet y de otras similares, la casi omnipresencia del pensamiento estructuralista (especialmente con tendencia marxista), mantuvo por algún tiempo a los sociólogos abocados a los problemas sectoriales y las discusiones sin una perspectiva global. En consecuencia, podemos incluso suponer que se construyó una sociología urbana de pocos alcances, que cuando no fue puramente geografía, es decir, empirista y agotada en la propia descripción, pareció incapaz de incorporar seriamente “lo espacial” a los fenómenos sociales12.

El resultado de esta aparente derrota de la Sociología fue que se alzaron teóricos e investigadores sociales como Paul Goodman y Henri Lefebvre, con sus propuestas holistas, en el primer caso, o de cooperación interdisciplinaria en el segundo. Y lo más importante, con la aparición de esos nuevos enfoques se comienza a reconocer la idea del carácter político en la plani�cación del espacio13. No mucho tiempo después, los historiadores y los sociólogos encontrarían lo mismo senderos comunes que rutas distintas para explicar y explicarse el fenómeno urbano, y sin menosprecio de la aportación sociológica podemos a�rmar que fueron los historiadores quienes con mayor amplitud - y sin posiciones dicotómicas -, han aportado una mayor cantidad y calidad de análisis sobre el espacio, los ciudadanos, su relación y sobre todo, su papel en la transformación de pueblos y ciudades.

Uno de los ejemplos de esta ocupación histórica lo es el trabajo del francés Henri Lefebvre, quien a�rmó que el urbanismo representa como organización del espacio, un nivel de análisis complejo, en donde las relaciones sociales se dan de forma más amplia y general; y las cuales, se concretizan en un nivel micro-sociológico ya en los espacios arquitectónicos14.

En sentido paralelo, pero ocupándose de un análisis casi estratigrá�co de los procesos constructivos asociados al fenómeno social, particularmente en el ámbito del comportamiento de las masas y los individuos a partir de su relación con los órganos del poder, se encuentra Michel Foucault, quien a�rma que tanto el urbanismo como la arquitectura del siglo XIX, son manifestaciones del dominio que los grupos o individuos ejercen sobre el espacio urbano, por un lado, el lugar donde se reproducen las relaciones de poder y, por otro, el lugar donde se da la transformación cotidiana del hombre citadino, del hombre civilizado y bajo la concepción occidental del proceso15.

Por lo dicho hasta aquí, podemos asegurar que en el siglo XIX, como en otros momentos del devenir urbanístico moderno, la transformación de una ciudad ha obedecido ante todo - y salvo los desastres naturales -, a la variación o el cambio del pensamiento y las acciones de los hombres y mujeres que las habitan.

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Spengler, Oswald. La decadencia de Occidente: Bosquejo de una morfología de la historia universal, traducido por Manuel G. Morentes. Madrid, Espasa Calpe, 1982.Musil, Robert. El hombre sin atributos, traducción del alemán por José M. Sáenz, Feliu Formosa y Pedro Madrigal. Barcelona, Edición Seix Barral, 1985.Calvino, Italo. Las ciudades invisibles, traducción de Aurora Bernárdez. Madrid, Ediciones Siruela, 2001.

En ese sentido, la mentalidad de los ciudadanos y el ejercicio del poder tienen un peso especí�co mayor que otras variables; por ejemplo, en voz de Oswald Spengler, al sucederse un gran acontecimiento político, el rostro de la ciudad tomará nuevas arrugas16. Asimismo - y continuando con la metáfora-, Robert Musil escribió en su libro El hombre sin atributos, que “a las ciudades se las conoce, como a las personas, en el andar”.17

La ciudad también es un entramado, un tejido de in�nidad de cosas y, por lo mismo, un profuso código compuesto por varios sistemas. En la ciudad todo con�uye, nada está suelto. Ese tejido citadino está constituido por todos y cada uno de los elementos que le han dado sentido, la constituyen y le han otorgado identidad al cabo de su historia. Algo semejante a lo que escribe Italo Calvino en su poema El palomar, y que se lee así:

“La forma verdadera de la ciudad está en ese subir y bajar de los techos, tejas viejas y nuevas, acanaladas y chatas [...] nada de esto puede ser visto por quien

mueve sus pies o sus ruedas sobre el pavimento de la ciudad”.18

Sin embargo, a estas alturas no debemos dejar de comentar que la ciudad que estudiamos no es sólo aquella en la cual vivimos, y aún cuando así sea, siempre será un más o un menos, pero nunca la realidad absoluta. La ciudad narrada históricamente es una composición intelectual, y habrá tantas historias de una ciudad como individuos hayan investigado sobre ella, incluso para cuando el historiador haya de�nido el tema, los acontecimientos de la ciudad habrán pasado ya por una suerte de �ltro, el primero, el de la propia fantasía de sus habitantes. Por ende, esta relación discursiva del hombre con la ciudad llevada hasta el límite, ha culminado con el transcurso de los años en la creación de ciudades imaginarias: La República, La Ciudad de Dios, La Arcadia, La Ciudad del Sol, La Ciudad Ideal, La Nueva Atlántida, La Utopía, entre otras.

Cabe aclarar que esa composición intelectual que es la ciudad – y sus habitantes - en la historia, parte tanto de supuestos como de hechos concretos pero, sobre todo, de la indiscutible relación de los testimonios materiales del hombre en un espacio y un tiempo determinados. Al respecto, debemos recordar que en la actualidad todavía consideramos al “tiempo” como una sucesión de hechos y espacios que va de menos a más, y sobre todo de lo más simple a lo más complejo. Esta forma de pensar decimonónica europea in�uenció no sólo la vida cotidiana de prácticamente todas las sociedades del mundo, sino también las relaciones entre grupos humanos, incluyendo las relaciones entre pueblos y naciones. También fue a partir del siglo XIX que el cuerpo humano comenzó a servir de metáfora central para la conceptualización del tiempo histórico. De esta forma el desarrollo individual fue proyectado al cambio social y el tiempo pasó de�nitivamente a ser pensado en términos de “crecimiento”, “superación” y “desarrollo”. Con esta escala temporal, tanto las naciones como los distintos grupos dentro de ellas fueron clasi�cados como más o menos avanzados, o desarrollados.

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Rabinow, Paul. French Modern. Norms and Forms of the Social Environment. Cambrige, �e MIT Press, 1989.Ibídem.

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Para el caso del fenómeno urbano asociado a los procesos históricos que manifestaron ese cambio social, Paul Rabinow en su French Modern se ocupó de darnos un bosquejo histórico de lo que el movimiento arquitectónico moderno signi�có para Francia, de�niendo sus características centrales. Esta autor analizó la forma en la que las teorías y concepciones externas a la arquitectura misma, in�uyeron en las maneras de pensar la urbanización francesa entre los años de 1830 y 1930. De acuerdo con Rabinow, la arquitectura es una disciplina que siempre está marcada por las ideas prevalecientes en la sociedad en la que viven los urbanistas, los arquitectos y los constructores.19

El investigador francés advierte que la manera como el gobierno francés manejó los asuntos epidémicos marcó la primera ocasión en la que la ciudad misma fue el objeto de la acción centralizada de las autoridades, tomando en cuenta a la ciudad como unidad de estudio y experimentación; Rabinow descubre en esta intervención, la primera manifestación de la forma moderna de concebir a la ciudad como una entidad funcional que requiere planeación centralizada. Para el caso, también Rabinow nos asegura que tiempo después “Napoleón y su Prefecto Haussman entendieron a París como un objeto político, económico y técnico, pero todavía no como un objeto social.”20

Una referencia obligada para discutir sobre el urbanismo decimonónico, incluso por lo provocador de sus argumentos, es la de Lewis Mumford, quien a través de su trabajo planteó hacia 1961, preguntas que aún en los años recientes diversos estudiosos de los fenómenos urbanos han tratado de responder sin buen éxito. Este autor partió de una a�rmación relativa a los orígenes “oscuros” de la ciudad y en su obra monumental La ciudad en la historia, muestra y demuestra que el pasado de esa entidad está aparentemente sepultado o irremediablemente alterado y que sus perspectivas de renovación son difíciles de prever21.

En ese texto, Mumford consagra sus esfuerzos a recorrer cinco mil años de vida citadina. Habrá una ciudad - nos dice al término de su trabajo -, donde haya participación consciente de las personas en la vida común, en el proceso de organización de la convivencia, de modo que cada fase del drama puesto en escena contenga, tanto como sea posible, la luz de la inteligencia, la marca de la �nalidad y el color del amor. De lo contrario, los estériles dioses del poder, sin límites orgánicos ni metas humanas, reconstruirán al hombre a su imagen y semejanza y pondrán punto �nal a su historia.22

Ya bajo un punto de vista no provocador sino más concreto, Leonardo Benévolo nos asegura que las condiciones de la ciudad primitiva, sólo cambiaron radicalmente hasta la llegada de la llamada Revolución Industrial en el Siglo XIX. Su a�rmación tiene origen en la consideración de que el abrupto incremento demográ�co europeo, facilitado por los avances en la productividad agrícola y en la higiene, hizo crecer las ciudades, además de que las fábricas ofrecían los medios de subsistencia que ya no se encontraban en el campo.

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Mumford, Lewis. �e city in history : its origins, its transformations, and its prospects. New York, Brace & World Editors, 1961.Ibídem.Benévolo, Leonardo. Orígenes del urbanismo moderno. Madrid, Ediciones Celeste, 1994.

Asimismo, nos a�rma que simultáneamente con estos cambios de las características de la población se desarrollaron los medios técnicos para la transformación del medio ambiente, y al mismo tiempo, el Estado se retiró cada vez más del ejercicio del poder sobre estos acontecimientos; esto en razón de la propagación y vigencia del pensamiento liberal de Adam Smith, el cual proclama la tesis de la “mano invisible”, misma que privilegia “los egoísmos individuales” como agente de conducción social, para en su momento y con el ascenso del bienestar común, el Estado sólo asumiría la tarea de la defensa ante el peligro; aunque esto cambiará de enfoque hacia la segunda mitad del propio siglo XIX.23

Según Benévolo, con la Revolución Industrial cambia el rol de la ciudad junto con el del “lugar central” que era sustentado por un entorno agrícola; a partir de este hecho, emerge la ciudad como centro industrial y conjuntamente se transforman los tamaños de las ciudades y su población crece en forma mucho más acelerada que antes. Sin embargo, a la par de esta transformación drástica, la realidad de esta renovada ciudad - sobre todo hacia la primera la mitad del siglo XIX -, presentaba un dé�cit habitacional, lugares de miseria, alta densidad, falta de áreas libres, y sobre todo condiciones higiénicas primitivas. La caracterización de Charles Dickens sobre la Coketown y sobre todo los informes de Engels sobre las clases trabajadoras en Inglaterra, nos aclaran y muestran la situación.24

El desarrollo urbano entregado al libre mercado o a los mecanismos del libre mercado no siguió, en general, ningún principio de orden básico. Pero obviamente se dieron algunos casos ejemplares con proyectos de gran alcance e impacto, tales como la Ringstrasse de Viena o la Renovación Urbana de la Cité de París por Haussmann, incluso la reconstrucción de Hamburgo tras el incendio del año 1882. No obstante, para Benévolo esos ejemplos fueron sólo expresiones super�ciales que no tuvieron gran resonancia ni repercusión inmediatas.25

La ciudad civilizada y moderna

La ciudad decimonónica ha sido profusamente estudiada, pero quizá el campo más amplio de cultivo para el conocimiento de sus permanencias y transformaciones no ha sido la historia, sino las particularidades del desarrollo teórico y práctico del quehacer constructivo y a través de una diversidad de análisis estilísticos, artísticos o estéticos. Por lo mismo, los estudios se han concentrado en cantidad y profundidad, en la investigación sobre las principales capitales de los recién independizados países de América Latina, tomando como base, sobre todo, los indicadores demográ�cos y la antigüedad de los asentamientos.

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25Ibídem.Benévolo, L. op.cit.

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Para el caso, y si bien los asuntos más atendidos por la historiografía han sido el fenómeno artístico y los valores estético y cultural tanto de la arquitectura como del urbanismo, lo cierto es que en los años recientes se han llevado a cabo investigaciones que asocian la transformación del espacio no sólo al mero proceso constructivo, sino a su relación con los paradigmas y las acciones políticas y económicas de los diferentes grupos que componen a una sociedad, y poniendo el énfasis en el rol de quienes han detentado históricamente los poderes económico y político.

En general, los estudios que abordan el proceso de transformación urbana en las ciudades latinoamericanas de origen virreinal, la referencia del fenómeno urbano europeo –con sus protagonistas, modelos, obras y proyectos -, aparece como un elemento común para el análisis. Esto, a partir de que la in�uencia del desarrollo urbano y arquitectónico de Europa resulta por demás evidente en cualquier ciudad de mediano tamaño, lo mismo en la Ciudad de México que en Buenos Aires, Santiago o La Habana; y sobre todo, para aquellas que tuvieron un proceso intenso de renovación urbana y edilicia para la segunda mitad del siglo XIX.

Como ya lo hemos anticipado pero tomando como base esos estudios, podemos suponer que la transición del siglo XVIII al XIX encontró a Europa envuelta en diversos procesos económicos, y próxima a una revolución técnica e industrial. Y esta revolución se había echado a andar abarcando no sólo a la tecnología sino también a la economía, a la política, y en general, a casi todo fenómeno y actividad social; se dio, pues, el inicio de la transformación de las sociedades precapitalistas en razón de una progresiva e irreversible industrialización.26

Al retomar el análisis de Bookchin, el a�rma que en las sociedades precapitalistas se había diferenciado individualmente a los espacios del hombre, es decir, las actividades primarias como la agricultura, la ganadería y el comercio, que marcaron la estructura social y territorial de los asentamientos urbanos y rurales. Por ende, las ciudades estaban delimitadas por el campo y su crecimiento o estancamiento obedecía a la intensidad que hubiera entre las relaciones sociales y las de producción. 27

En el mismo sentido, para Erick Hobsbawm, la transformación de las relaciones de producción funcionó, quizá, como un proceso de gestación para las sociedades capitalistas, las cuales tuvieron entre sus propósitos la diferenciación colectiva del espacio humano; con ello, el crecimiento de la ciudad se dio mediante la incorporación a la vida social, de las relaciones secundarias o indirectas. Y este tipo de enlaces tuvo, en la especialización económica y el desarrollo tecnológico, dos de los factores que más contribuyeron a fundamentar la estrategia para satisfacer sus requerimientos materiales.28

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Los cambios en la de�nición urbana decimonónica manifestaron, en ese momento, la preponderancia de los conceptos de capitalismo y modernidad, sobre todo en el discurso y las acciones de los representantes del poder y del capital. A partir de entonces, en Europa la planeación urbana estuvo dominada por la técnica constructiva, la e�ciencia estructural y desde luego la función y la economía, asociadas a conceptos como los de la modernidad, el progreso y la civilización.29

En este momento resulta importante hacer una acotación, desde la cual podemos apuntar que los estudios históricos sobre el espacio urbano –a través de sus transformaciones y permanencias -, deben partir de una suma de conocimientos y experiencias, incluso desde diversas perspectivas metodológicas.

Como ya lo hemos anticipado pero tomando como base esos estudios, Por ello, y sumándonos al interés de historiadores como Carlos Aguirre Rojas, textos como los de Norbert Elias aportan luces al conocimiento de los procesos económicos, sociales, políticos e incluso, religioso–simbólicos, asociados a la transformación urbana, sobre todo en la transición del siglo XIX al XX. Para Elias, el concepto de civilización fue asumido en la planeación y el desarrollo del espacio urbano europeo como un elemento inherente del progreso social, el cual se aplicó una vez que habían sido fortalecidos los órganos del poder político; cabe mencionar que otros autores vislumbran en esa época a una individualización del territorio y desde la propiedad hasta su manifestación estética.30Además, podemos decir que en ese tiempo la expresión de los espacios urbanos y arquitectónicos asumió formalmente el signi�cado de los conceptos de modernidad y progreso, como parte de un todo completo y sensible del hombre civilizado.31

El ejemplo de la transformación urbana francesa fue, en general, ordenado, pací�co y determinado por la economía y los progresos de la civilización, y sin lugar a dudas in�uyó de modo evidente en los diversos procesos de ordenamiento y planeación de las principales ciudades latinoamericanas en el siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX.32 A ese tiempo ya podría caracterizársele “como urbano, tanto por la destrucción de sus murallas, como por la construcción de las nuevas estaciones del ferrocarril”, a�rman historiadores franceses como Maurice Agulhon33.

Para la segunda mitad del siglo XIX, los europeos vieron transformarse a sus entornos urbanos bajo el clamor de sus deseos, nos dice Alain Corbin.34 Incluso, los discursos colectivos tomaban forma, o mejor dicho se materializaban, en la reconstrucción de sus paisajes urbanos y rurales.

Para entonces, los poderes de la política y el capital rinden tributo a la puri�cación y la renovación de sus entornos, desde los más íntimos hasta los esencialmente públicos, y después de todos los deseos y los sueños, un renovado tejido urbano y arquitectónico identi�carían al ciudadano europeo y latinoamericano con los procesos industriales, económicos y sociales que predominaban ya, en las postrimerías del siglo XIX35.

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