lecturas 2º ciclo de primaria

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LOS DESEOS RIDÍCULOS (Amistad) Érase una vez un pobre leñador que estaba harto de la vida tan penosa que llevaba y solía decir que tenía ganas de ir a reposar a los bordes del Aqueronte; porque veía que, en su profundo dolor, jamás el Cielo cruel no había querido concederle ni uno de sus deseos. Un día que se quejaba en el bosque, Júpiter, con el rayo en la mano, se le apareció; difícilmente podría pintar el miedo que sobrecogió al buen hombre. No quiero nada - exclamó, arrojándose al suelo-; no deseo nada, ni truenos ni nada. Vamos a hablar, Señor, de igual a igual. Deja de temblar -le dijo Júpiter-; vengo compadecido de tus quejas, para demostrarte que eres injusto en tus quejas. Escucha. Yo te prometo, yo que soy el dueño soberano del mundo entero, atender plenamente tus tres primeros deseos, los primeros que quieras formular sobre cualquier cosa. Mira bien lo que pueda satisfacerte, y como tu felicidad depende de tus votos, piénsalo bien antes de formular tus deseos. En diciendo estas palabras, Júpiter ascendió a los Cielos, y el leñador, muy contento, echándose el haz de leña a la espalda, emprendió el camino de regreso. Nunca le pareció la carga menos pesada. No hay que obrar a la ligera -decía trotando-. El caso es importante; hay que pedir consejo a la parienta. Cuando entró bajo el techo de la cabaña la carga de helechos, le dijo: - Fanchón, hagamos un buen fuego y una buena comida; somos muy ricos. Y sólo necesitamos formular nuestros deseos. Y allí, punto por punto, le cuenta todo lo sucedido. Al oír su relato, la esposa, viva y presurosa, concibe mil proyectos en su mente; pero considerando la importancia de conducirse con prudencia, le dice a su esposo: Blas, amigo mío, para no cometer una tontería debido a nuestra impaciencia, examinemos juntos lo que nos conviene hacer en una situación así. Dejemos para mañana nuestro primer deseo y consultemos con la almohada. Estoy de acuerdo -dice el buen Blas-. Anda, vete y trae vino añejo. Cuando volvió con él, bebió y, saboreando cómodamente, cerca del fuego, aquel dulce reposo, dijo apoyándose en el respaldo de su silla: ¡Con estas brasas tan buenas, qué bien vendría una vara de morcilla! Apenas acabó de pronunciar estas palabras, que su mujer, muy asombrada, vio una larga morcilla que, saliendo de una esquina de la chimenea, se aproximaba a ella serpenteando. Al instante lanzó un grito; pero juzgando que esta aventura tenía por causa el deseo que, por pura torpeza, había formulado el imprudente de su marido, no hubo injuria, ni pulla, ni improperio que, hecha una furia, no dijera a su pobre marido. ¡Cuando se podría obtener un Imperio, oro, perlas, rubíes, diamantes, vestidos! ¿Y no se te ocurre desear más que una morcilla? Bueno, me he equivocado -dijo-. Mi elección ha sido desacertada. He cometido una gran falta; lo haré mejor la próxima vez. Bueno, bueno -repuso ella-. Espérame sentado. ¡Se necesita ser un animal para formular ese deseo! El esposo, más de una vez, llevado de la cólera, se sintió tentado de formular un deseo mudo. Y, dicho entre nosotros, habría sido lo mejor que hubiera podido hacer. Los hombres -se decía- hemos venido al mundo a padecer. ¡Maldita sea la morcilla, plegue a Dios, maldita pécora que se te quede colgada de la nariz! Esta súplica, al instante, fue escuchada por el Cielo y, apenas el marido profirió sus palabras, la vara de morcilla se quedó pegada a su nariz. Este prodigio imprevisto irritó muchísimo a Fanchón. Fanchón era bonita, muy graciosa, y a decir verdad este adorno en su nariz no hacía buen efecto, salvo que al colgarla sobre la boca la impedía hablar tranquilamente, lo cual era una ventaja para su esposo, tan grande que en aquel feliz momento pensó no desear

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16 cuentos para ser trabajados en el segundo ciclo de primaria

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LOS DESEOS RIDÍCULOS

(Amistad)

Érase una vez un pobre leñador que estaba harto de la vida tan penosa que llevaba y solía decir que tenía ganas de ir a reposar a los bordes del Aqueronte; porque veía que, en su profundo dolor, jamás el Cielo cruel no había querido concederle ni uno de sus deseos.

Un día que se quejaba en el bosque, Júpiter, con el rayo en la mano, se le apareció; difícilmente podría pintar el miedo que sobrecogió al buen hombre. No quiero nada -exclamó, arrojándose al suelo-; no deseo nada, ni truenos ni nada. Vamos a hablar, Señor, de igual a igual. Deja de temblar -le dijo Júpiter-; vengo compadecido de tus quejas, para demostrarte que eres injusto en tus quejas. Escucha. Yo te prometo, yo que soy el dueño soberano del mundo entero, atender plenamente tus tres primeros deseos, los primeros que quieras formular sobre cualquier cosa. Mira bien lo que pueda satisfacerte, y como tu felicidad depende de tus votos, piénsalo bien antes de formular tus deseos. En diciendo estas palabras, Júpiter ascendió a los Cielos, y el leñador, muy contento, echándose el haz de leña a la espalda, emprendió el camino de regreso. Nunca le pareció la carga menos pesada. No hay que obrar a la ligera -decía trotando-. El caso es importante; hay que pedir consejo a la parienta. Cuando entró bajo el techo de la cabaña la carga de helechos, le dijo: - Fanchón, hagamos un buen fuego y una buena comida; somos muy ricos. Y sólo necesitamos formular nuestros deseos. Y allí, punto por punto, le cuenta todo lo sucedido.

Al oír su relato, la esposa, viva y presurosa, concibe mil proyectos en su mente; pero considerando la importancia de conducirse con prudencia, le dice a su esposo: Blas, amigo mío, para no cometer una tontería debido a nuestra impaciencia, examinemos juntos lo que nos conviene hacer en una situación así. Dejemos para mañana nuestro primer deseo y consultemos con la almohada. Estoy de acuerdo -dice el buen Blas-. Anda, vete y trae vino añejo.

Cuando volvió con él, bebió y, saboreando cómodamente, cerca del fuego, aquel dulce reposo, dijo apoyándose en el respaldo de su silla: ¡Con estas brasas tan buenas, qué bien vendría una vara de morcilla! Apenas acabó de pronunciar estas palabras, que su mujer, muy asombrada, vio una larga morcilla que, saliendo de una esquina de la chimenea, se aproximaba a ella serpenteando. Al instante lanzó un grito; pero juzgando que esta aventura tenía por causa el deseo que, por pura torpeza, había formulado el imprudente de su marido, no hubo injuria, ni pulla, ni improperio que, hecha una furia, no dijera a su pobre marido. ¡Cuando se podría obtener un Imperio, oro, perlas, rubíes, diamantes, vestidos! ¿Y no se te ocurre desear más que una morcilla? Bueno, me he equivocado -dijo-. Mi elección ha sido desacertada. He cometido una gran falta; lo haré mejor la próxima vez. Bueno, bueno -repuso ella-. Espérame sentado. ¡Se necesita ser un animal para formular ese deseo!

El esposo, más de una vez, llevado de la cólera, se sintió tentado de formular un deseo mudo. Y, dicho entre nosotros, habría sido lo mejor que hubiera podido hacer. Los hombres -se decía- hemos venido al mundo a padecer. ¡Maldita sea la morcilla, plegue a Dios, maldita pécora que se te quede colgada de la nariz! Esta súplica, al instante, fue escuchada por el Cielo y, apenas el marido profirió sus palabras, la vara de morcilla se quedó pegada a su nariz. Este prodigio imprevisto irritó muchísimo a Fanchón.

Fanchón era bonita, muy graciosa, y a decir verdad este adorno en su nariz no hacía buen efecto, salvo que al colgarla sobre la boca la impedía hablar tranquilamente, lo cual era una ventaja para su esposo, tan grande que en aquel feliz momento pensó no desear

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más. Ya podría, -pensaba para sus adentros-, después de una desgracia tan terrible, con el deseo que me queda, convertirme de una vez en Rey. Desde luego, nada iguala la grandeza soberana, pero hay que pensar qué tristeza tendría la Reina cuando, al sentarse en su trono, se viera con la nariz más larga que una vara. Voy a ver qué dice y que decida ella si prefiere convertirse en una gran Princesa y conservar esa horrible nariz o quedarse de simple leñadora con la nariz corriente, como las demás personas, tal como la tenía antes de la desgracia.

Al fin, la cosa bien examinada, aun sabiendo que el poder que proporciona el cetro y la corona y que cuando se está coronada siempre se tiene la nariz bien hecha, como no existe nada que posea la fuerza de agradar, ella prefirió conservar su cofia antes que hacerse Reina y ser fea. Así, pues, el leñador no cambió de estado, no se convirtió en un potentado, no llenó su bolsa de escudos, y fue feliz de emplear el deseo que le quedaba para volver a su mujer a su primitivo estado, débil felicidad, pobre recurso.

Qué cierto es que los hombres miserables, ciegos, imprudentes y variables no deben formular deseo alguno, y qué pocos hay entre ellos que sean capaces de hacer buen uso de los dones que Dios les ha concedido

FIN

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EL ARCO IRIS Y EL CAMALEÓN

(Esfuerzo, constancia)

Comienza así nuestra historia:

Un camaleón orgulloso, que se burlaba de los demás por no cambiar de color como

él. Pasaba el día diciendo: ¡Que bello soy! ¡No hay ningún animal que vista tan señorial!

Todos admiraban sus colores, pero no su mal humor y su vanidad.

Un día, paseaba por el campo, cuando de repente, comenzó a llover. La lluvia, dio

paso al sol y éste a su vez al arco iris. El camaleón alzó la vista y se quedó sorprendido al

verlo, pero envidioso dijo:

- ¡No es tan bello como yo!

- ¿No sabes admirar la belleza del arco iris?: Dijo un pequeño pajarillo que estaba en la

rama de un árbol cercano. Si no sabes valorarlo, continuó, es difícil que conozcas las

verdades que te enseña la naturaleza.

- ¡Si quieres, yo puedo ayudarte a conocer algunas!

- ¡Está bien!: dijo el camaleón.

Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.

El camaleón le contestó:

- ¡Mis colores sirven para camuflarme del peligro, no necesito sentimientos para

sobrevivir!.

El pajarillo le dijo:

- ¡Si no tratas de descubrirlos, nunca sabrás lo que puedes sentir a través de ellos!

Además puedes compartirlos con los demás como hace el arco iris con su belleza.

El pajarillo y el camaleón se tumbaron en el prado. Los colores del arco iris se posaron

sobre los dos, haciéndoles cosquillas en sus cuerpecitos.

El primero en acercarse fue el color rojo, subió por sus pies y de repente estaban

rodeados de manzanos, de rosas rojas y anocheceres.

El color rojo desapareció y en su lugar llegó el amarillo revoloteando por encima de sus

cabezas. Estaban sonrientes, alegres, bailaban y olían el aroma de los claveles y las

orquídeas. El amarillo dio paso al verde que se metió dentro de sus pensamientos.

El camaleón empezó a pensar en su futuro, sus ilusiones, sus sueños y recordaba los amigos

perdidos.

Al verde siguió el azul oscuro, el camaleón sintió dentro la profundidad del mar,

peces, delfines y corales le rodeaban. Daban vueltas y vueltas y los pececillos jugaban con

ellos. Salieron a la superficie y contemplaron las estrellas. Había un baile en el cielo y las

estrellas se habían puesto sus mejores galas. El camaleón estaba entusiasmado. La fiesta

terminó y apareció el color azul claro. Comenzaron a sentir una agradable sensación de paz y

bienestar. Flotaban entre nubes y miraban el cielo. Una nube dejó caer sus gotas de lluvia y

se mojaron, pero estaban contentos de sentir el frescor del agua. Se miraron a los ojos y

sonrieron. El color naranja se había colocado justo delante de ellos.

Por primera vez, el camaleón sentía que compartía algo y comprendió la amistad que

le ofrecía el pajarillo. Todo se iluminó de color naranja. Aparecieron árboles frutales y una

gran alfombra de flores.

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Cuando estaban más relajados, apareció el color añil, y de los ojos del camaleón

cayeron unas lagrimitas. Estaba arrepentido de haber sido tan orgulloso y de no valorar

aquello que era realmente hermoso.

Pidió perdón al pajarillo y a los demás animales y desde aquel día se volvió más

humilde.

FIN

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“UN ENCARGO INSIGNIFICANTE”

(Responsabilidad)

El día de los encargos era uno de los más esperados por todos los niños en clase. Se

celebraba durante la primera semana del curso, y ese día cada niño y cada niña recibía un

encargo del que debía hacerse responsable durante ese año. Como con todas las cosas, había

encargos más o menos interesantes, y los niños se hacían ilusiones con recibir uno de los

mejores. A la hora de repartirlos, la maestra tenía muy en cuenta quiénes habían sido los

alumnos más responsables del año anterior, y éstos eran los que con más ilusión esperaban

aquel día. Y entre ellos destacaba Rita, una niña amable y tranquila, que el año anterior había

cumplido a la perfección todo cuanto la maestra le había encomendado. Todos sabían que era

la favorita para recibir el gran encargo: cuidar del perro de la clase.

Pero aquel año, la sorpresa fue mayúscula. Cada uno recibió alguno de los encargos

habituales, como preparar los libros o la radio para las clases, avisar de la hora, limpiar la

pizarra o cuidar alguna de las mascotas. Pero el encargo de Rita fue muy diferente: una cajita

con arena y una hormiga. Y aunque la profesora insistió muchísimo en que era una hormiga

muy especial, Rita no dejó de sentirse desilusionada.

La mayoría de sus compañeros lo sintieron mucho por ella, y le compadecían y comentaban

con ella la injusticia de aquella asignación. Incluso su propio padre se enfadó muchísimo con

la profesora, y animó a Rita a no hacer caso de la insignificante mascotilla en señal de

protesta. Pero Rita, que quería mucho a su profesora, prefería mostrarle su error haciendo

algo especial con aquel encargo tan poco interesante:

- Convertiré este pequeño encargo en algo grande -decía Rita.

Así que Rita investigó sobre su hormiga: aprendió sobre las distintas especies y estudió todo

lo referente a su hábitat y costumbres, y adaptó su pequeña cajita para que fuera perfecta.

Cuidaba con mimo toda la comida que le daba, y realmente la hormiga llegó a crecer bastante

más de lo que ninguno hubiera esperado...

Un día de primavera, mientras estaban en el aula, se abrió la puerta y apareció un señor con

aspecto de ser alguien importante. La profesora interrumpió la clase con gran alegría y dijo:

- Este es el doctor Martínez. Ha venido a contarnos una noticia estupenda ¿verdad?

- Efectivamente. Hoy se han publicado los resultados del concurso, y esta clase ha sido

seleccionada para acompañarme este verano a un viaje por la selva tropical, donde

investigaremos todo tipo de insectos. De entre todas las escuelas de la región, sin duda es

aquí donde mejor habéis sabido cuidar la delicada hormiga gigante que se os encomendó.

¡Felicidades! ¡Seréis unos ayudantes estupendos!

Ese día todo fue fiesta y alegría en el colegio: todos felicitaban a la maestra por su idea de

apuntarles al concurso, y a Rita por haber sido tan paciente y responsable. Muchos

aprendieron que para recibir las tareas más importantes, hay que saber ser responsable con

las más pequeñas, pero sin duda la que más disfrutó fue Rita, quien repetía para sus adentros

"convertiré ese pequeño encargo en algo grande”.

FIN

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“LA EXTRAÑA PAJARERÍA”

(Libertad y justicia)

El señor Pajarian era un hombrecillo de cara simpática y sonriente que tenía una

tienda de pajaritos. Era una pajarería muy especial, en la que todas las aves caminaban

sueltas por cualquier lado sin escaparse, y los niños disfrutaban sus colores y sus cantos.

Tratando de saber cómo lo conseguía, el pequeño Nico se ocultó un día en una esquina de la

tienda. Estuvo escondido hasta la hora del cierre, y luego siguió al pajarero hasta la

trastienda.

Allí pudo ver cientos de huevos agrupados en pequeñas jaulas, cuidadosamente

conservados. El señor Pajarian llegó hasta un grupito en el que los huevecillos comenzaban a

moverse; no tardaron en abrirse, y de cada uno de ellos surgió un precioso ruiseñor.

Fue algo emocionante, Nico estaba como hechizado, pero entonces oyó la voz del

señor Pajarian. Hablaba con cierto enfado y desprecio, y lo hacía dirigiéndose a los recién

nacidos: "¡Ay, miserables pollos cantores... ni siquiera volar sabéis, menos mal que algo

cantaréis aquí en la tienda!"- Repitió lo mismo muchas veces. Y al terminar, tomó los

ruiseñores y los introdujo en una jaula estrecha y alargada, en la que sólo podían moverse

hacia adelante.

A continuación, sacó un grupito de petirrojos de una de sus jaulas alargadas. Los

petirrojos, más creciditos, estaban en edad de echar a volar, y en cuanto se vieron libres, se

pusieron a intentarlo. Sin embargo, el señor Pajarian había colocado un cristal suspendido a

pocos centímetros de sus cabecitas, y todos los que pretendían volar se golpeaban en la

cabeza y caían sobre la mesa. "¿Veis los que os dije?" -repetía- " sólo sois unos pobres pollos

que no pueden volar. Mejor será que os dediquéis a cantar"...

El mismo trato se repitió de jaula en jaula, de pajarito en pajarito, hasta llegar a los

mayores. El pajarero ni siquiera tuvo que hablarles: en su mirada triste y su andar torpe se

notaba que estaban convencidos de no ser más que pollos cantores. Nico dejó escapar una

lagrimita pensando en todas las veces que había disfrutado visitando la pajarería. Y se quedó

allí escondido, esperando que el señor Pajarian se marchara.

Esa noche, Nico no dejó de animar a los pajaritos. "¡Claro que podéis volar! ¡Sois

pájaros! ¡ Y sois estupendos! ", decía una y otra vez. Pero sólo recibió miradas tristes y

resignadas, y algún que otro bello canto.

Nico no se dio por vencido, y la noche siguiente, y muchas otras más, volvió a

esconderse para animar el espíritu de aquellos pobre pajarillos. Les hablaba, les cantaba, les

silbaba, y les enseñaba innumerables libros y dibujos de pájaros voladores "¡Ánimo,

pequeños, seguro que podéis! ¡Nunca habéis sido pollos torpes!", seguía diciendo.

Finalmente, mirando una de aquellas láminas, un pequeño canario se convenció de

que él no podía ser un pollo. Y tras unos pocos intentos, consiguió levantar el vuelo...

¡Aquella misma noche, cientos de pájaros se animaron a volar por vez primera! Y a la

mañana siguiente, la tienda se convirtió en un caos de plumas y cantos alegres que duró tan

sólo unos minutos: los que tardaron los pajarillos en escapar de allí.

Page 7: lecturas 2º ciclo de primaria

Cuentan que después de aquello, a menudo podía verse a Nico rodeado de pájaros, y

que sus agradecidos amiguitos nunca dejaron de acudir a animarle con sus alegres cantos

cada vez que el niño se sintió triste o desgraciado.

FIN

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LA FIESTA DE LOS DEBERES

(Consumismo y creatividad)

"¡Carloooos, ponte de una vez a hacer los deberes!" ¡Hala!, ya estaba su madre dando

gritos. Carlos pensaba, "cómo se nota que no los tiene que hacer ella, con lo aburridos que

son", y se sentaba durante horas delante del libro, esperando que pasara el tiempo y llegara la

hora de la cena. Un día cualquiera, estaba sumido en su habitual búsqueda de musarañas por

el techo de su habitación, cuando unos pequeños elfos, de no más de un centímetro de altura,

aparecieron por la ventana.

- Buenas tardes, chico grandullón ¿nos dejas tus deberes para jugar? -preguntó uno de ellos

cortésmente.

Carlos se echó a reir.

- ¡cómo vais a jugar con unos deberes, pero si son lo más aburrido que hay!. Ja, ja, ja...

Tomad, podéis jugar con ellos todo el rato que queráis.

El niño se quedó observando a sus invitados, y no salía de su asombro cuando vio la

que montaron. En menos de un minuto habían hecho varios equipos y se dedicaban a jugar

con el lápiz y la goma, el libro y el cuaderno. La verdad es que hacían cosas muy raras, como

con los cálculos de matemáticas, donde para escribir los números dejaban fijo el lápiz y sólo

movían el cuaderno, o como cuando hacían competiciones para la suma más rápida: cada

grupo se disfrazaba de forma distinta, unos de Papá Noel, otros de calabaza de Halloween,

otros de bolas de queso, y en cuanto terminaban paraban el reloj; el que ganaba tenía derecho

a incluir su dibujito en el cuaderno, que acabó lleno de gorros de Papá Noel y calabazas.

También eran muy graciosos estudiando la lección: utilizaban canciones famosas y les

ponían la letra de lo que tenían que aprenderse, y luego ¡organizaban un gran concierto con

todas las canciones!

Carlos disfrutó de lo lindo viendo a aquellos diminutos estudiantes, y hasta terminó

cantando sus canciones. Pero el tiempo pasó tan rápido que enseguida su mamá le llamó para

cenar.

- Vaya, ¡qué rollo!. Con lo divertido que es esto...- gruñó mientras se despedía.

- ¡Claro que es divertido!, ya te lo dije; ¿por qué no pruebas unos días a hacerlo tú? nosotros

vendremos a verte de vez en cuando.

- ¡Hecho!

Así Carlos empezó a jugar con sus deberes cada tarde, cada vez con formas más locas

y divertidas de hacer los deberes, siempre disfrazándose, cantando y mil cosas más; y de vez

en cuando coincidía y jugaba con sus amigos los elfos, aunque realmente no sabía si habían

salido de la ventana o de su propia imaginación...

Y ni su mamá, ni su papá, ni sus profesores, ni nadie en todo el colegio podían creerse el

gran cambio. Desde aquel día, no sólo pasaba muchísimo más tiempo haciendo los deberes,

sino que los traía perfectos y llenos de dibujos, estaba muy alegre y no paraba de cantar. Su

mamá le decía lo orgullosa que estaba de que se esforzase tanto en hacer unos deberes que

sabía que era tan aburridos, pero Carlos decía para sus adentros "cómo se nota que no los

hace ella, con lo divertidos que son".

FIN

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“LA MEJOR ELECCIÓN” (Generosidad)

Rod y Tod. Así se llamaban los 2 afortunados niños que fueron elegidos para ir a ver

al mismísimo Santa Claus en el Polo Norte. Un mágico trineo fue a recogerlos a las puertas

de sus casas, y volaron por las nubes entre música y piruetas. Todo lo que encontraron era

magnífico, ni en sus mejores sueños lo habrían imaginado, y esperaban con ilusión ver al

adorable señor de rojo que llevaba años repartiéndoles regalos cada Navidad.

Cuando llegó el momento, les hicieron pasar a una grandísima sala, donde quedaron

solos. El salón se encontraba oscuro y vacío: sólo una gran mesa a su espalda, y un gran

sillón al frente. Los duendes les avisaron:

- Santa Claus está muy ocupado. Sólo podréis verlo unos segunditos, así que aprovechadlo

bien.

Esperaron largo rato, en silencio, pensando qué decir. Pero todo se les olvidó cuando

la sala se llenó de luces y colores. Santa Claus apareció sobre el gran sillón, y al tiempo que

aparecía, la gran mesa se llenaba con todos los juguetes que siempre habían deseado. ¡Qué

emocionante! Mientras Tod corría a abrazar a Santa Claus, Rod se giró hacia aquella

bicicleta con la que tanto había soñado. Sólo fueron unos segundos, los justos para que Tod

dijera "gracias", y llegara a sentirse el niño más feliz del mundo, y para que Santa Claus

desapareciera antes de que Rod llegara siquiera a mirarle. Entonces sintió que había

desperdiciado su gran suerte, y lo había hecho mirando los juguetes que había visto en la

tienda una y otra vez. Lloró y protestó pidiendo que volviera, pero al igual que Tod, en unas

pocas horas ya estaba de regreso en casa.

Desde aquel día, cada vez que veía un juguete, sentía primero la ilusión del regalo,

pero al momento se daba la vuelta para ver que otra cosa importante estaba dejando de ver. Y

así, descubrió los ojos tristes de quienes estaban solos, la pobreza de niños cuyo mejor regalo

sería un trozo de pan, o las prisas de muchos otros que llevaban años sin recibir un abrazo u

oír un "te quiero". Y al contrario que aquel día en el Polo Norte, en que no había sabido

elegir, aprendió a caminar en la dirección correcta, ayudando a los que no tenían nada, dando

amor a los que casi nunca lo tuvieron, y poniendo sonrisas en las vidas más desdichadas.

Él solo llegó a cambiar el ambiente de su ciudad, y no había nadie que no lo conociera ni le

estuviera agradecido. Y una Navidad, mientras dormía, sintió que alguien le rozaba la pierna

y abrió los ojos. Al momento reconoció las barbas blancas y el traje rojo, y lo rodeó con un

gran abrazo. Así estuvieron un ratito, hasta que Tod dijo con un hilillo de voz acompañado

por lágrimas.

- Perdóname. No supe escoger lo más importante.

Pero Santa Claus, con una sonrisa, respondió:

- Olvida eso. Hoy era yo quien tenía que elegir, y he preferido pasar un rato con el niño más

bueno del mundo, antes que dejarte en la chimenea la montaña de regalos que te habías

ganado. ¡Gracias!

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A la mañana siguiente, no hubo ningún regalo en la chimenea de Rod. Aquella

Navidad, el regalo había sido tan grande, que sólo cabía en su gran corazón.

FIN

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“EDUARDO Y EL DRAGÓN”

(Paz)

Eduardo era el caballero más joven del reino. Aún era un niño, pero era tan valiente e

inteligente, que sin haber llegado a luchar con ninguno, había derrotado a todos sus

enemigos. Un día, mientras caminaba por las montañas, encontró en una pequeña cueva, y al

adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior había un impresionante

castillo, tan grande, que pensó que la montaña era de mentira, y sólo se trataba de un

escondite para el castillo.

Al acercarse, Eduardo oyó algunas voces. Sin dudarlo, saltó los muros del castillo y

se acercó al lugar del que procedían las voces.

-¿hay alguien ahí?- preguntó.

- ¡Socorro! ¡Ayúdanos! -respondieron desde dentro-llevamos años encerrados aquí sirviendo

al dragón del castillo.

¿Dragón?, pensó Eduardo, justo antes de que una enorme llamarada estuviera a punto de

quemarle vivo. Entonces, Eduardo dio media vuelta muy tranquilamente, y dirigiéndose al

terrible dragón que tenía enfrente, dijo:

- Está bien, dragón. Te perdono por lo que acabas de hacer. Seguro que no sabías que era

yo.

El dragón se quedó muy sorprendido con aquellas palabras. No esperaba que nadie se

le opusiera, y menos con tanto descaro.

- ¡Prepárate para luchar, enano!, ¡me da igual quien seas! -- rugió el dragón.

- Espera un momento. Está claro que no sabes quién soy yo. ¡Soy el guardián de la Gran

Espada de Cristal!.-siguió Eduardo, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier cosa-

Ya sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones, y que si la

desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte.

Al dragón no le sonaba tal espada, pero se asustó. No le gustaba nada aquello de que

le pudieran cortar el cuello. Eduardo siguió hablando.

- De todos modos, quiero darte una oportunidad de luchar contra mí. Viajaremos al otro

lado del mundo. Allí hay una montaña nevada, y sobre su cima, una gran torre. En lo alto de

la torre, hay una jaula de oro donde un mago hizo esta espada, y allí la espada pierde todo

su poder. Estaré allí, pero sólo esperaré durante 5 días.

Y al decir eso, Eduardo levantó una nube de polvo y desapareció. El dragón pensó

que había hecho magia, pero sólo se había escondido entre unos matorrales. Y el dragón,

deseando luchar con aquel temible caballero, salió volando rápidamente hacia el otro lado del

mundo, en un viaje que duraba más de un mes.

Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Eduardo salió de su escondite,

entró al castillo y liberó a todos los allí encerrados. Algunos llevaban desaparecidos

muchísimos años, y al regresar todos celebraron el gran ingenio de Eduardo.

¿Y el dragón? ¿Pues os podéis creer que en el otro lado del mundo era verdad que había una

montaña nevada, con una gran torre en la cima, y en lo alto una jaula de oro? Pues sí, y el

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dragón se metió en la jaula y no pudo salir, y allí sigue, esperando que alguien ingenioso

vaya a rescatarle...

FIN

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“LOS DOS CONJUROS”

(Diálogo)

Había una vez un rey que daba risa. Parecía casi de mentira, porque por mucho que

dijera "haced esto" o "haced lo otro", nadie le obedecía. Y como además era un rey pacífico y

justo que no quería ni castigar ni encerrar a nadie en la cárcel, resultó que no tenía nada de

autoridad, y por eso dio a un gran mago el extraño encargo de conseguir una poción para que

le obedecieran.

El anciano, el más sabio de los hombres del reino, inventó mil hechizos y otras tantas

pociones; y aunque obtuvo resultados tan interesantes como un caracol luchador o una

hormiga bailarina, no consiguió encontrar la forma de que nadie obedeciera al rey. Se enteró

del problema un joven, que se presentó rápido en palacio, enviando a decir al rey que él tenía

la solución.

El rey apareció al momento, ilusionado, y el recién llegado le entregó dos pequeños

trozos de pergamino, escritos con una increíble tinta de muchos colores.

- Estos son los conjuros que he preparado para usted, alteza. Utilizad el primero antes de

decir aquello que queráis que vuestros súbditos hagan, y el segundo cuando lo hayan

terminado, de forma que una sonrisa os indique que siguen bajo vuestro poder. Hacedlo así, y

el conjuro durará para siempre.

Todos estaban intrigados esperando oír los conjuros, el rey el que más. Antes de

utilizarlos, los leyó varias veces para sí mismo, tratando de memorizarlos. Y entonces dijo,

dirigiéndose a un sirviente que pasaba llevando un gran pavo entre sus brazos:

- Por favor, Apolonio, ven aquí y déjame ver ese estupendo pavo.

El bueno de Apolonio, sorprendido por la amabilidad del rey, a quien jamás había

oído decir "por favor", se acercó, dejando al rey y a cuantos allí estaban sorprendidos de la

eficacia del primer conjuro. El rey, tras mirar el pavo con poco interés, dijo:

- Gracias, Apolonio, puedes retirarte.

Y el sirviente se alejó sonriendo. ¡Había funcionado! y además, ¡Apolonio seguía

bajo su poder, tal y como había dicho el extraño! El rey, agradecido, colmó al joven de

riquezas, y éste decidió seguir su viaje.

Antes de marcharse, el anciano mago del reino se le acercó, preguntándole dónde

había obtenido tan extraordinarios poderes mágicos, rogándole que los compartiera con él. Y

el joven, que no era más que un inteligente profesor, le contó la verdad:

- Mi magia no reside en esos pergaminos sin valor que escribí al llegar aquí. La saqué de la

escuela cuando era niño, cuando mi maestro repetía constantemente que educadamente y de

buenas maneras, se podía conseguir todo. Y tenía razón. Tu buen rey sólo necesitaba buenos

modales y algo de educación para conseguir todas las cosas justas que quería.

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Y comprendiendo que tenía razón, aquella misma noche el mago se deshizo de todos

sus aparatos y cachivaches mágicos, y los cambió por un buen libro de buenos modales,

dispuesto a seguir educando a su brusco rey.

FIN

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“EL NIÑO DE LAS MIL COSQUILLAS”

(Autoestima)

Pepito Chispiñas era un niño tan sensible, tan sensible, que tenía cosquillas en el pelo.

Bastaba con tocarle un poco la cabeza, y se rompía de la risa. Y cuando le daba esa risa de

cosquillas, no había quien le hiciera parar. Así que Pepito creció acostumbrado a situaciones

raras: cuando venían a casa las amigas de su abuela, siempre terminaba desternillado de risa,

porque no faltaba una viejecita que le tocase el pelo diciendo "qué majo". Y los días de

viento eran la monda, Pepito por el suelo de la risa en cuanto el viento movía su melena, que

era bastante larga porque en la peluquería no costaba nada que se riera sin parar, pero lo de

cortarle el pelo, no había quien pudiera.

Verle reír era, además de divertidísimo, tremendamente contagioso, y en cuanto

Pepito empezaba con sus cosquillas, todos acababan riendo sin parar, y había que interrumpir

cualquier cosa que estuvieran haciendo. Así que, según se iba haciendo más mayor,

empezaron a no dejarle entrar en muchos sitios, porque había muchas cosas serias que no se

podían estropear con un montón de risas. Pepito hizo de todo para controlar sus cosquillas:

llevó mil sombreros distintos, utilizó lacas y gominas ultra fuertes, se rapó la cabeza e

incluso hizo un curso de yoga para ver si podía aguantar las cosquillas relajándose al

máximo, pero nada, era imposible. Y deseaba con todas sus fuerzas ser un chico normal, así

que empezó a sentirse triste y desgraciado por ser diferente.

Hasta que un día en la calle conoció un payaso especial. Era muy viejecito, y ya casi

no podía ni andar, pero cuando le vio triste y llorando, se acercó a Pepito para hacerle reír.

No le tardó mucho en hacer que Pepito se riera, y empezaron a hablar. Pepito le contó su

problema con las cosquillas, y le preguntó cómo era posible que un hombre tan anciano

siguiera haciendo de payaso.

- No tengo quien me sustituya- dijo él, - y tengo un trabajo muy serio que hacer.

Pepito le miró extrañado; "¿serio?, ¿un payaso?", pensaba tratando de entender. Y el payaso

le dijo:

- Ven, voy a enseñártelo.

Entonces el payaso le llevó a recorrer la ciudad, parando en muchos hospitales, casas

de acogida, albergues, colegios... Todos estaban llenos de niños enfermos o sin padres, con

problemas muy serios, pero en cuanto veían aparecer al payaso, sus caras cambiaban por

completo y se iluminaban con una sonrisa. Su ratito de risas junto al payaso lo cambiaba

todo, pero aquel día fue aún más especial, porque en cada parada las cosquillas de Pepito

terminaron apareciendo, y su risa contagiosa acabó con todos los niños por los suelos,

muertos de risa.

Cuando acabaron su visita, el anciano payaso le dijo, guiñándole un ojo:

- ¿Ves ahora qué trabajo tan serio? Por eso no puedo retirarme, aunque sea tan viejito.

- Es verdad -respondió Pepito con una sonrisa, devolviéndole el guiño- no podría hacerlo

cualquiera, habría que tener un don especial para la risa. Y eso es tan difícil de encontrar... -

dijo Pepito, justo antes de que el viento despertara sus cosquillas y sus risas.

Page 16: lecturas 2º ciclo de primaria

Y así, Pepito se convirtió en payaso, sustituyendo a aquel anciano tan excepcional, y

cada día se alegraba de ser diferente, gracias a su don especial.

FIN

Page 17: lecturas 2º ciclo de primaria

“LAGRIMITA JOE”

(Alegría)

Lagrimita Joe era un niño con una habilidad especial: podía ponerse a llorar en menos

de un segundo. Si algo no le gustaba, o le resultaba difícil, o si alguien le contrariaba,

Lagrimita Joe no tardaba en poner cara de pena y mostrar grandes lagrimones rodando por

sus mejillas. Así conseguía prácticamente todo lo que quería, porque no había quien resistiera

la pena que daba su carita llena de lágrimas.

Pero un día, Lagrimita Joe conoció a Pipo. Se lo encontró pidiendo unas monedas a

cambio de ayudar en lo que fuera a las personas que caminaban por la calle. Pipo era muy

pobre, y no tenía casa ni familia, así que se ganaba la vida como podía. Sin embargo, siempre

mostraba una gran sonrisa de oreja a oreja.

A Joe le cayó simpático aquel niño, así que decidió echarle una mano para conseguir

algo de dinero. Se acercó al lugar en que estaba Pipo, se quitó el sombrero, lo puso junto a

sus zapatos, y comenzó a llorar poniendo su penosísima cara de pena.

¡Menudo éxito! En unos pocos minutos, el sombrero de Lagrimita Joe estuvo lleno de

monedas y golosinas. Pero cuando se lo ofreció a Pipo, éste lo rechazó.

- Prefiero merecerme lo que tengo- respondió con su habitual sonrisa-. Es mucho más

divertido esforzarse por conseguir las cosas. ¿Sabes? Hoy he bañado a un perro, he recogido

cientos del clavos con un imán, he ordenado un armario de pinturas, he acompañado a una

señora ciega por el parque... puede que no haya conseguido todo lo que quería, pero he hecho

muchas cosas interesantes ¿Y tú? ¿te lo has pasado bien?

Lagrimita Joe no contestó, y se marchó triste. Había conseguido todo lo que quería,

pero no había hecho prácticamente nada interesante en todo el día. Ni siquiera se lo había

pasado bien: casi todo el tiempo había estado llorando.

Aquella tarde, ya en su casa, Joe pidió cenar un riquísimo pastel. Cuando su mamá le

dijo que no, trató de echarse a llorar, pero al recordar al alegre Pipo y ver su propia cara de

pena reflejada en el espejo, no pudo hacerlo. ¿Cómo desaprovechar aquella ocasión de hacer

algo interesante?

Así que trató de conseguir el pastel de otra forma. Y para sorpresa y alegría de sus

padres, dedicó toda la tarde a ayudar a su mamá a ordenar y etiquetar la despensa, a regar las

plantas y a colocar los libros de la biblioteca.

Sin embargo, al final no hubo pastel. Pero tampoco fue tan terrible, pues Joe

descubrió que había sido mucho más divertido hacer todas aquellas cosas que haber pasado

la tarde llorando sólo para conseguir cenar un pastel que ni siquiera se habría merecido.

FIN

Page 18: lecturas 2º ciclo de primaria

“EL ROBOT DESPROGRAMADO”

(Orden)

Ricky vivía en una preciosa casa del futuro con todo lo que quería. Aunque no

ayudaba mucho en casa, se puso contentísimo cuando sus papás compraron un robot

mayordomo último modelo. Desde ese momento, iba a encargarse de hacerlo todo: cocinar,

limpiar, planchar, y sobre todo, recoger la ropa y su cuarto, que era lo que menos le gustaba a

Ricky. Así que aquel primer día Ricky dejó su habitación hecha un desastre, sólo para

levantarse al día siguiente y comprobar que todo estaba perfectamente limpio.

De hecho, estaba "demasiado" limpio, porque no era capaz de encontrar su camiseta

favorita, ni su mejor juguete. Por mucho que los buscó, no volvieron a aparecer, y lo mismo

fue ocurriendo con muchas otras cosas que desaparecían. Así que empezó a sospechar de su

brillante robot mayordomo. Preparó todo un plan de espionaje, y siguió al robot por todas

partes, hasta que le pilló con las manos en la masa, cogiendo uno de sus juguetes del suelo y

guardándoselo.

El niño fue corriendo a contar a sus padres que el robot estaba roto y mal programado,

y les pidió que lo cambiaran. Pero sus padres dijeron que de ninguna manera, que eso era

imposible y que estaban encantados con el mayordomo, que además cocinaba divinamente.

Así que Ricky tuvo que empezar a conseguir pruebas y tomar fotos a escondidas.

Continuamente insistía a sus padres sobre el "chorizo" que se escondía bajo aquel amable y

simpático robot, por mucho que cocinara mejor que la abuela.

Un día, el robot oyó sus protestas, y se acercó a él para devolverle uno de sus juguetes

y algo de ropa.

- Toma, niño. No sabía que esto te molestaba- dijo con su metálica voz.

- ¡Cómo no va a molestarme, chorizo! ¡Llevas semanas robándome cosas! - respondió

furioso el niño.

- Sólo creía que no te gustaban, y que por eso las tratabas tan mal y las tenías por el suelo. Yo

estoy programado para recoger todo lo que pueda servir, y por las noches lo envío a lugares

donde a otra gente pueda darles buen uso. Soy un robot de eficiencia máxima, ¿no lo sabías?

- dijo con cierto aire orgulloso.

Entonces Ricky comenzó a sentirse avergonzado. Llevaba toda la vida tratando las

cosas como si no sirvieran para nada, sin cuidado ninguno, cuando era verdad que mucha

otra gente estaría encantada de tratarlas con todo el cuidado del mundo. Y comprendió que su

robot no estaba roto ni desprogramado, sino que estaba ¡verdaderamente bien programado!

Desde entonces, decidió convertirse él mismo en un "niño de eficiencia máxima" y puso

verdadero cuidado en tratar bien sus cosas, tenerlas ordenadas y no tener más de las

necesarias. Y a menudo compraba cosas nuevas para acompañar a su buen amigo el robot a

visitar y ayudar a aquellas otras personas.

FIN

Page 19: lecturas 2º ciclo de primaria

“EL SARTENAZO”

(Empatía)

La rana Renata era la mejor cocinera de los pantanos y a su selecto restaurante

acudían todas las ranas y sapos de los alrededores. Sus "moscas en salsa de bicho picante" o

sus "alitas de libélula caramelizadas con miel de abeja" eran delicias que ninguna rana debía

dejar de probar, y aquello hacía sentirse a Renata verdaderamente orgullosa.

Un día, apareció en su restaurante Sopón dispuesto a cenar. Sopón era un sapo

grandón y un poco bruto, y en cuanto le presentaron los exquisitos platos de Renata,

comenzó a protestar diciendo que aquello no era comida, y que lo que él quería era una

buena hamburguesa de moscardón. Renata acudió a ver cuál era la queja de Sopón con sus

platos, y cuando este dijo que todas aquellas cosas eran "pichijiminadas", se sintió tan furiosa

y ofendida, que sin mediar palabra le arreó un buen sartenazo.

Menuda trifulca se armó. A pesar de que Renata enseguida se dio cuenta de que tenía

que haber controlado sus nervios, y no dejaba de pedir disculpas a Sopón, éste estaba tan

enfadado, que decía que sólo sería capaz de perdonarla si él mismo le devolvía el sartenazo.

Todos trataban de calmarle, a sabiendas de que con la fuerza del sapo y la pequeñez de la

rana, el sartenazo le partiría la cabeza. Y como Sopón no aceptaba las disculpas, y Renata se

sentía fatal por haberle dado el sartenazo, Renata comenzó a hacer de todo para que le

perdonara: le dio una pomada especial para golpes, le sirvió un exquisito licor de agua de

charca e incluso le preparó.. ¡una estupenda hamburguesa de moscardón!

Pero Sopón quería devolver el porrazo como fuera para quedar en paz. Y ya estaban a

punto de no poder controlarle, cuando apareció un anciano sapo caminando con ayuda de

unas muletas.

- Espera Sopón-dijo el anciano- podrás darle el sartenazo cuando yo te rompa la pata.

Recuerda que yo llevo muletas por tu culpa.

Sopón se quedó paralizado. Recordaba al viejo que acababa de entrar. Era Sapiencio,

su viejo profesor que un día le había salvado de unos niños gamberros cuando era pequeño, y

que al hacerlo se dejó una de sus patas. Recordaba que todo aquello ocurrió porque Sopón

había sido muy desobediente, pero Sapiencio nunca se lo había recordado hasta ahora...

Entonces Sopón se dio cuenta de que estaba siendo muy injusto con Renata. Todos,

incluso él mismo, cometemos errores alguna vez, y devolver golpe por golpe y daño por

daño, no hacía sino más daño. Así que, aunque aún le dolía la cabeza y pensaba que a Renata

se le había ido la mano con el sartenazo, al verla tan arrepentida y haciendo de todo para que

le perdonase, decidió perdonarle. Y entonces pudieron dedicar el resto del tiempo a reírse de

la historia y saborear la rica hamburguesa de moscardón, y todos estuvieron de acuerdo en

que aquello fue mucho mejor que liarse a sartenazos.

FIN

Page 20: lecturas 2º ciclo de primaria

“EL LABERINTO DE KRATÓN”

(Paciencia)

En lo más profundo de la gran montaña, en un gran laberinto de túneles creado por

los grandes magos, vivía encerrada la peor de las fieras, una bestia horrible a quien todos

conocían por el nombre de Kratón. Había sido encerrado allí tras aterrorizar a todos los

pueblos, en un laberinto mágico con una única entrada y salida que cambiaba de lugar cada

día.

Pero ocurrió que llegó a aquellas tierras un hombre de corazón malvado, perverso

hasta el extremo, cuyo único deseo era someter a todos los hombres del reino. Se llamaba

Jafa, y tanta prisa sentía por cumplir sus deseos, que al enterarse de la existencia de Kratón,

pensó en liberarlo para que le ayudara a completar sus planes, por muy peligroso que fuera el

monstruo.

Así, Jafa marchó hacia la gran montaña con todos sus sirvientes. Eran tantos y tan

temerosos de su amo, que no tardaron en encontrar la entrada del laberinto. Uno de sus

esclavos, gran sabio, ideó la forma de mostrarle la salida cada día, desde fuera, una vez que

el hombre estuviera en el interior de la montaña.

- Sólo una cosa más, mi señor- dijo el esclavo tras explicarle el sistema-. Cuando vayáis a

salir del laberinto, debéis esperar a que sea de noche. Por nada del mundo salgáis a plena luz

del día...

Y sin querer escuchar más, Jafa se introdujo en el laberinto. A gritos, en medio de una

gran oscuridad, comenzó a llamar al monstruo, explicándole sus intenciones. Él le sacaría del

laberinto si a cambio Kratón permanecía a su servicio, aterrorizando al pueblo, durante al

menos diez años.

El monstruo, también a gritos, estuvo de acuerdo con la oferta del malvado, pues sólo

quería salir de allí para vengarse. Cuando tras varios días se encontraron en medio de la más

negra oscuridad, celebraron su terrible pacto. Y siguiendo el sistema que Jafa había acordado

con su esclavo, no tardaron en encontrar la salida. Al acercarse, la brillante luz del sol

asomaba a la entrada del laberinto, y Jafa recordó las palabras del esclavo. Lleno de

impaciencia, el malvado se sentó a esperar, pero la bestia, viéndose libre, no quiso ni oír

hablar de más esperas, y olvidándose del pacto, salió corriendo del laberinto.

Desde dentro, Jafa oyó los terribles gemidos de dolor de Kratón. Sentía un gran

miedo, pero también la necesidad de salir a ver lo ocurrido con su bestia. Y aunque seguía

recordando las palabras de su esclavo, decidió salir.

Nada más asomar su rostro Jafa, la luz del sol y la de otros mil espejos dispuestos por

el sabio esclavo para iluminar aquel punto atravesaron sus ojos. Ojos que, indefensos por la

oscuridad en la que habían vivido durante días, se quemaron al instante, dejando ciego de por

vida al impaciente Jafa, como poco antes había ocurrido con Kratón. Y así, ambos malvados,

ciegos, torpes e impacientes, ni siquiera pudieron ver cómo fracasaban sus planes, quedando

para siempre castigados a una vida de oscuridad, junto a las demás criaturas de la noche.

FIN

Page 21: lecturas 2º ciclo de primaria

“LOS MALOS VECINOS”

(Urbanidad)

Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo al pasar

por delante de la puerta de la casa de su vecino, sin darse cuenta se le cayó un papel

importante. Su vecino, que miraba por la ventana en ese momento, vio caer el papel, y pensó:

- ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi puerta, disimulando

descaradamente!

Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su papelera

junto a la puerta del primer vecino. Este estaba mirando por la ventana en ese momento y

cuando recogió los papeles encontró aquel papel tan importante que había perdido y que le

había supuesto un problemón aquel día. Estaba roto en mil pedazos, y pensó que su vecino

no sólo se lo había robado, sino que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa.

Pero no quiso decirle nada, y se puso a preparar su venganza. Esa noche llamó a una granja

para hacer un pedido de diez cerdos y cien patos, y pidió que los llevaran a la dirección de su

vecino, que al día siguiente tuvo un buen problema para tratar de librarse de los animales y

sus malos olores. Pero éste, como estaba seguro de que aquello era idea de su vecino, en

cuanto se deshizo de los cerdos comenzó a planear su venganza.

Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más exageradamente,

y de aquel simple papelito en la puerta llegaron a llamar a una banda de música, o una sirena

de bomberos, a estrellar un camión contra la tapia, lanzar una lluvia de piedras contra los

cristales, disparar un cañón del ejército y finalmente, una bomba-terremoto que derrumbó las

casas de los dos vecinos...

Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena temporada compartiendo

habitación. Al principio no se dirigían la palabra, pero un día, cansados del silencio,

comenzaron a hablar; con el tiempo, se fueron haciendo amigos hasta que finalmente, un día

se atrevieron a hablar del incidente del papel. Entonces se dieron cuenta de que todo había

sido una coincidencia, y de que si la primera vez hubieran hablado claramente, en lugar de

juzgar las malas intenciones de su vecino, se habrían dado cuenta de que todo había ocurrido

por casualidad, y ahora los dos tendrían su casa en pie...

Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo amigos, lo que les

fue de gran ayuda para recuperarse de sus heridas y reconstruir sus maltrechas casas.

FIN

Page 22: lecturas 2º ciclo de primaria

“LA ESPADA PACIFISTA”

(Paz)

Había una vez una espada preciosa. Pertenecía a un gran rey, y desde siempre había

estado en palacio, participando en sus entrenamientos y exhibiciones, enormemente

orgullosa. Hasta que un día, una gran discusión entre su majestad y el rey del país vecino,

terminó con ambos reinos declarándose la guerra.

La espada estaba emocionada con su primera participación en una batalla de verdad.

Demostraría a todos lo valiente y especial que era, y ganaría una gran fama. Así estuvo

imaginándose vencedora de muchos combates mientras iban de camino al frente. Pero

cuando llegaron, ya había habido una primera batalla, y la espada pudo ver el resultado de la

guerra. Aquello no tenía nada que ver con lo que había imaginado: nada de caballeros

limpios, elegantes y triunfadores con sus armas relucientes; allí sólo había armas rotas y

melladas, y muchísima gente sufriendo hambre y sed; casi no había comida y todo estaba

lleno de suciedad envuelta en el olor más repugnante; muchos estaban medio muertos y

tirados por el suelo y todos sangraban por múltiples heridas...

Entonces la espada se dio cuenta de que no le gustaban las guerras ni las batallas. Ella

prefería estar en paz y dedicarse a participar en torneos y concursos. Así que durante aquella

noche previa a la gran batalla final, la espada buscaba la forma de impedirla. Finalmente,

empezó a vibrar. Al principio emitía un pequeño zumbido, pero el sonido fue creciendo,

hasta convertirse en un molesto sonido metálico. Las espadas y armaduras del resto de

soldados preguntaron a la espada del rey qué estaba haciendo, y ésta les dijo:

- "No quiero que haya batalla mañana, no me gusta la guerra".

- "A ninguno nos gusta, pero ¿qué podemos hacer?".

- "Vibrad como yo lo hago. Si hacemos suficiente ruido nadie podrá dormir".

Entonces las armas empezaron a vibrar, y el ruido fue creciendo hasta hacerse

ensordecedor, y se hizo tan grande que llegó hasta el campamento de los enemigos, cuyas

armas, hartas también de la guerra, se unieron a la gran protesta.

A la mañana siguiente, cuando debía comenzar la batalla, ningún soldado estaba

preparado. Nadie había conseguido dormir ni un poquito, ni siquiera los reyes y los

generales, así que todos pasaron el día entero durmiendo. Cuando comenzaron a despertar al

atardecer, decidieron dejar la batalla para el día siguiente.

Pero las armas, lideradas por la espada del rey, volvieron a pasar la noche entonando

su canto de paz, y nuevamente ningún soldado pudo descansar, teniendo que aplazar de

nuevo la batalla, y lo mismo se repitió durante los siguientes siete días. Al atardecer del

séptimo día, los reyes de los dos bandos se reunieron para ver qué podían hacer en aquella

situación. Ambos estaban muy enfadados por su anterior discusión, pero al poco de estar

juntos, comenzaron a comentar las noches sin sueño que habían tenido, la extrañeza de sus

soldados, el desconcierto del día y la noche y las divertidas situaciones que había creado, y

poco después ambos reían amistosamente con todas aquellas historietas.

Page 23: lecturas 2º ciclo de primaria

Afortunadamente, olvidaron sus antiguas disputas y pusieron fin a la guerra,

volviendo cada uno a su país con la alegría de no haber tenido que luchar y de haber

recuperado un amigo. Y de cuando en cuando los reyes se reunían para comentar sus

aventuras como reyes, comprendiendo que eran muchas más las cosas que los unían que las

que los separaban.

FIN

Page 24: lecturas 2º ciclo de primaria

“EL PATITO FEO”

En una hermosa mañana primaveral, una hermosa y fuerte pata empollaba sus

huevos y mientras lo hacía, pensaba en los hijitos fuertes y preciosos que pronto iba a tener.

De pronto, empezaron a abrirse los cascarones. A cada cabeza que asomaba, el corazón le

latía con fuerza. Los patitos empezaron a esponjarse mientras piaban a coro. La madre los

miraba eran todos tan hermosos, únicamente habrá uno, el último, que resultaba algo raro,

como más gordo y feo que los demás.

Poco a poco, los patos fueron creciendo y aprendiendo a buscar entre las hierbas los

más gordos gusanos, y a nadar y bucear en el agua. Cada día se les veía más bonitos.

Únicamente aquel que nació el último iba cada día más largo de cuello y más gordo de

cuerpo.... La madre pata estaba preocupada y triste ya que todo el mundo que pasaba por el

lado del pato lo miraba con rareza. Poco a poco el vecindario lo empezó a llamar el "patito

feo" y hasta sus mismos hermanos lo despreciaban porque lo veían diferente a ellos.

El patito se sentía muy desgraciado y muy sólo y decidió irse de allí. Cuando todos

fueron a dormir, él se escondió entre unos juncos, y así emprendió un largo camino hasta

que, de pronto, vio un molino y una hermosa joven echando trigo a las gallinas. Él se

acercó con recelo y al ver que todos callaban decidió quedarse allí a vivir. Pero al poco

tiempo todos empezaron a llamarle "patito feo", "pato gordo"..., e incluso el gallo lo

maltrataba. Una noche escuchó a los dueños del molino decir: "Ese pato está demasiado

gordo; lo vamos a tener que asar".

El pato enmudeció de miedo y decidió que esa noche huiría de allí. Durante todo el

invierno estuvo deambulando de un sitio para otro sin encontrar donde vivir, ni con quién.

Cuando llegó por fin la primavera, el pato salió de su cobijo para pasear.

De pronto, vio a unos hermosos cisnes blancos, de cuello largo, y el patito decidió

acercarse a ellos. Los cisnes al verlo se alegraron y el pato se quedó un poco asombrado, ya

que nadie nunca se había alegrado de verlo. Todos los cisnes lo rodearon y lo aceptaron

desde un primer momento. Él no sabía que le estaba pasando: de pronto, miró al agua del

lago y fue así como al ver su sombra descubrió que era un precioso cisne más.

Desde entonces vivió feliz y muy querido con su nueva familia.

FIN