Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

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1 Penúltimas voluntades (Quasi una fantasia) L E C C I Ó N M A G I S T R A L pronunciada en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid en la conmemoración de la festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos, por el Excmº. Sr. D. Jacinto Torres Mulas, catedrático de Musicología y miembro de número de la Real Academia de Doctores de España Autoridades, colegas, alumnos, señoras, señores, Vuelvo, quiero creer que estoy volviendo con mi peor y mi mejor historia; conozco este camino de memoria, pero igual me sorprendo. Todos estamos rotos, pero enteros, diezmados por perdones y resabios, un poco más gastados y más sabios, más viejos y sinceros. Vuelvo de buen talante y buena gana, se fueron las arrugas de mi ceño, por fin puedo creer en lo que sueño: estoy en mi ventana. Veo, con satisfacción que no he de disimular, que algunos han reconocido estos versos, en efecto, de Mario Benedetti. Y he querido comenzar con ellos mi discurso porque es ésta mi primera intervención pública en este Conservatorio del que, a partir de este mismo curso, ya no formo parte de su claustro de profesores. Por eso la alegría del regreso. Ahora tomo el sol, pero hasta ahora trabajé sin descanso durante cuarenta y siete años, cuarenta de ellos como docente, hasta que las actuales circunstancias me han decidido a optar por la jubilación anticipada. En todos esos años —mis alumnos pueden dar fe de ello— nunca les he leído los temas en clase, salvo la cita o el comentario de textos ajenos. Cuanto de propio tenía que decirles, lo he hecho siempre a base de un guión bien preparado que, si llegaba el caso, modificaba sobre la marcha a tenor de cómo iba observando yo su percepción del asunto. Pero en esta ocasión me habrán de permitir que sí lea mi propio texto; y luego verán por qué. Durante el tiempo, ya lejano, en que tuve a mi cargo las clases de Historia de la Música, y más recientemente como titular de la Cátedra de Musicología en este Real

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Penúltimas voluntades (Quasi una fantasia)LECCIÓN MAGISTRALpronunciada en el Real Conservatorio Superior de Música de Madriden la conmemoración de la festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos,por el Excmº. Sr. D. Jacinto Torres Mulas, catedrático de Musicologíay miembro de número de la Real Academia de Doctores de España

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Penúltimas voluntades (Quasi una fantasia)

L E C C I Ó N M A G I S T R A L pronunciada en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid

en la conmemoración de la festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos, por el Excmº. Sr. D. Jacinto Torres Mulas, catedrático de Musicología y miembro de número de la Real Academia de Doctores de España

Autoridades, colegas, alumnos, señoras, señores,

Vuelvo, quiero creer que estoy volviendo con mi peor y mi mejor historia; conozco este camino de memoria, pero igual me sorprendo.

Todos estamos rotos, pero enteros, diezmados por perdones y resabios, un poco más gastados y más sabios, más viejos y sinceros.

Vuelvo de buen talante y buena gana, se fueron las arrugas de mi ceño, por fin puedo creer en lo que sueño: estoy en mi ventana.

Veo, con satisfacción que no he de disimular, que algunos han reconocido estos

versos, en efecto, de Mario Benedetti. Y he querido comenzar con ellos mi discurso

porque es ésta mi primera intervención pública en este Conservatorio del que, a partir de

este mismo curso, ya no formo parte de su claustro de profesores. Por eso la alegría del

regreso.

Ahora tomo el sol, pero hasta ahora trabajé sin descanso durante cuarenta y siete

años, cuarenta de ellos como docente, hasta que las actuales circunstancias me han

decidido a optar por la jubilación anticipada. En todos esos años —mis alumnos pueden

dar fe de ello— nunca les he leído los temas en clase, salvo la cita o el comentario de

textos ajenos. Cuanto de propio tenía que decirles, lo he hecho siempre a base de un guión

bien preparado que, si llegaba el caso, modificaba sobre la marcha a tenor de cómo iba

observando yo su percepción del asunto. Pero en esta ocasión me habrán de permitir que sí

lea mi propio texto; y luego verán por qué.

Durante el tiempo, ya lejano, en que tuve a mi cargo las clases de Historia de la

Música, y más recientemente como titular de la Cátedra de Musicología en este Real

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Conservatorio Superior de Música de Madrid, he tenido por norma invariable comenzar la

primera clase de cada curso con una advertencia general al nuevo alumnado. Después de

señalar los objetivos y límites de nuestro trabajo académico, tras aludir a las fuentes,

instrumentos y técnicas auxiliares del mismo, tras referirme por anticipado a las diversas

escuelas y teorías, sus respectivos criterios especulativos, los procesos metodológicos y los

fundamentos ideológicos que explican el hecho musical y su entorno, siempre insistí con

vehemencia en recomendar el mayor cuidado para no equivocarse en lo principal: la

MÚSICA es lo que suena; lo demás son sólo palabras sobre la música.

Viene esto a cuento —y pronto iremos viendo los motivos— de la tempestad

desatada en el pequeño vaso de agua de nuestra realidad musical académica con motivo de

los nuevos planes para la educación superior y el encaje que ella puedan tener nuestras

enseñanzas musicales.

Cabe, en principio, felicitarse por una iniciativa semejante, pues en todo el mundo

culto los estudios avanzados de la música tienen rango superior y suelen estar vinculados a

la Universidad. En nuestro país, sin embargo, sólo las enseñanzas de Musicología, y en

época muy reciente, tomaron cuerpo en el ámbito universitario, si bien fue pionero el

Conservatorio Superior de Madrid, seguido muy poco después de varios otros, de manera

que en un tiempo relativamente breve han ido extendiéndose y, al tiempo, tratando de

perfilar sobre la marcha su propia definición a través de un proceso rápido que, a causa

precisamente de su novedad y obligado además por la necesidad de adaptarse a sucesivos

cambios, dista mucho de haberse ultimado con la deseable propiedad y perfección.

Pero, por lo que se ve venir, no parece que a dicho proceso vaya a permitírsele

alcanzar la necesaria madurez para dar fruto bastante. Porque una cosa es plantearse el

reconocimiento de un rango superior de carácter universitario y otra, no del todo idéntica,

el proceso de implantación de los estudios musicales en el modelo de universidad que hoy

tenemos en España. Y sobre todo cuando, como en este caso, cuentan de manera decisiva

los cómos, los cuándos y los quiénes.

Me apresuro a declarar que la intención de estas palabras, que quisiera que fuesen

recibidas con el mejor humor y ánimo posible, no es en absoluto la de formular una crítica

minuciosa, detallada y circunstanciada de los citados planes. Para ello se habilitó un

generoso plazo, dentro del cual han podido manifestarse toda suerte de razones y

argumentos, y hacerlo además en el ámbito y forma adecuados. Estoy, por otra parte,

convencido al respecto de que el andar mirando con lupa la letra, censurar un participio

para proponer en su lugar un gerundio, cambiar una hora y media por el total de tres

medias horas o sustituir la paleografía por la escritura antigua, el folklore por el saber

popular o la interpretación por la performance, solo nos puede hacer perder el norte y el

meollo del asunto (y hasta confesaré que a veces me viene la ocurrencia de si, velis nolis,

no habrá quien se regocije, segura su arca, al ver cómo otros riñen por esa calderilla).

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Decía, pues, que no he de entrar ahora en juego tan sutil; muy por el contrario, ceñiré este

discurso a un juicio estrictamente personal, un comentario sobre algo que entiendo como

un aspecto básico y fundamental de toda esta cuestión, una opinión sin aires pontificales

pero no por desprovista de aparato menos seria y sentida. Para ello me amparo en mi doble

condición de titulado por conservatorio y por universidad, en la trayectoria del ejercicio

docente, científico y artístico para el que esos títulos me dan licencia, en mi doble

experiencia de profesor universitario y de profesor de conservatorio y la experiencia de

largas décadas de dedicación.

De manera que “yo tengo entre dos amores mi corazón repartido, y si encuentro a

uno llorando es que el otro le ha ofendido”, como decía una de nuestras más entrañables

canciones (igualmente desconocida u olvidada tanto por el común de los músicos prácticos

como por los universitarios especulativos, de donde podría inferirse —quién sabe si de

modo sólo en apariencia caricaturesco— que en cuestión de ignorancia es mucho más lo

que les une que lo que les separa), así es que, atentos al llanto y las ofensas y procurando

distinguir las voces de los ecos, el histrionismo victimista del coro de grillos que cantan a

la luna y la estólida arrogancia de los tenores huecos, pasemos revista a algunas

cuestiones.

En cuanto a los cómos a que antes me refería, le cabe uno la inquietante sospecha

de si, por emplear una muy gráfica expresión coloquial, no se habrá querido empezar la

casa por el tejado. Me explico: visto el precedente de los actuales estudios universitarios

de “Historia y Ciencias de la Música”, sería sencillamente estúpido no plantearse la

exigencia de que quienes vayan a adentrarse en los dominios de la musicología necesitan,

previa e inexcusablemente, sólidos conocimientos de la música a secas. Y no vale aquí el

falso argumento de que un estudiante de la literatura no precisa de la habilidad de

componer una novela o una colección de sonetos, porque ésa no es la equivalencia

correcta; claro que no necesita tener esas facultades, pero sí que es una exigencia, previa e

inexcusable como acabo de decir, que esté alfabetizado, simplemente que conozca el

lenguaje.

Cuando alguien llega a la universidad y decide cursar estudios de Literatura (por

mantener el ejemplo) puede, desde luego, no ser capaz de emular las greguerías de Ramón

o las comedias del Fénix, pero al menos contará ya a su llegada con la capacidad funcional

de leerlas. Y si decide estudiar las Matemáticas, podrá tener problemas más o menos

graves, pero no irremediables, si no domina el cálculo infinitesimal o las series de Fourier

porque, como poco, sabrá contar y hasta desarrollar algunas operaciones básicas. En

resumen: a la universidad se llega sabiendo, cuando menos, hablar, contar, leer y escribir

(aunque también es verdad que cada vez peor, y a la vista están las consecuencias) y tanto

da si es en cifra, en prosa, en verso o en Braille... pero no en música.

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Por eso el caso es radicalmente distinto si alguien decide cursar en la universidad

los nuevos grados de música que ahora se anuncian, porque si ha de enfrentarse a la

música en sí —es decir, al objeto último de su estudio, lo que le da sentido y de cuya mera

existencia y características se deriva todo lo demás— sencillamente no podrá hacerlo si le

falta un dominio previo e imprescindible del lenguaje musical como algo específico,

global y complejo, más allá del limitado campo de la semiología. Salvo, claro está, si antes

lo ha adquirido en un conservatorio o se ha procurado una instrucción particular

equivalente. Porque al llegar a la universidad esos conocimientos indispensables nadie se

los va a pedir. Y así podríamos encontrarnos con una divertida situación: una oferta

universitaria consistente en algo así como “obtenga en tres añitos su grado universitario en

Economía y no se preocupe si, de entrada, ni siquiera sabe contar con los dedos; ya le

iremos dando algunas nociones sobre la marcha”.

Y es que, a la vista de lo que conocemos, parece que se trata sólo de eso, de dar

unas nociones —y bien sumarias, por cierto— de técnica musical; dígase si no qué otra

cosa más allá puede esperarse de esos “Elementos de lenguaje musical” y de esa

“Introducción a la Historia de la Música” con que se pretende barnizar a quienes carezcan

de una verdadera formación musical previa. Anuncié al principio que prescindiría de hacer

comparaciones, siempre maleables, pero de lo poco verosímil y lo chapucero de tal

subterfugio puede dar idea el hecho de que en un Conservatorio o una escuela de música el

aprendizaje del lenguaje musical y sus técnicas requiere un mínimo de cinco cursos, que

pueden convertirse en ocho o hasta diez si incluimos, además del solfeo, la teoría de la

música, la práctica coral, el piano elemental, el acompañamiento, la transposición y la

repentización, la armonía, las formas musicales, la historia, la estética, la acústica...

materias sin cuyo mínimo conocimiento y comprensión previos no parece honesto —ni

aun posible— ningún género de pretensión posterior.

Claro que también se anuncian por parte de los promotores de tales planes ciertos

apriorismos encaminados a prevenir el progreso de los ignorantes y hasta se insinúa una

especie de selección natural que iría dejando en la cuneta a los más ineptos, pero en ningún

caso se fija una exigencia bien definida, ni se establece una garantía creíble que confiera

los inexcusables requisitos de seriedad que un proyecto así debería reunir. Sobre todo

cuando desde los sectores más lúcidamente críticos de la propia universidad se está

denunciando el riesgo de que el paso por sus aulas sea sólo una carrera de obstáculos, una

prueba de resistencia, y que, caso de haber algún tipo real y efectivo de selección, no sea

precisamente la de los más capaces para el conocimiento y la reflexión creativa, sino los

más dotados para el aguante de las innumerables sevicias y triquiñuelas que le aguardan,

los mejor dispuestos para el coleccionismo de créditos como si de bonos de una tómbola se

tratase, para la picardía y la adaptación a un entorno cada vez más alarmantemente

amenazado por el gregarismo acrítico, la endogamia y la mediocridad. [Y eso por no

hablar de la amenaza, bien real, de que a la hora de la verdad sea el dinero el que decida

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esa selección, comprando mal disimuladamente los títulos en instituciones universitarias

ajenas al ámbito y control de lo público.]

Si los valedores de las propuestas que comentamos se revelan finalmente capaces

de triunfar sobre esos condicionamientos, darán testimonio de una talla titánica y se harán

acreedores de imperecedera gloria, pero permítasenos a los demás mortales no tocados de

tan providencial designio mantener una actitud, si positiva, no menos cautelosa. Sobre

todo cuando conocemos el percal.

Algo también hay que decir del envés de ese paño. Y lo primero a señalar es la

deficiente base humanística de quienes estudian en los conservatorios. La exigencia de

haber cursado la enseñanza secundaria para obtener la titulación superior no atenúa gran

cosa esa carencia, que por lo demás es compartida con quienes acceden a la universidad.

Pero no deja de ser llamativa la interesada cortedad con que se plantean esas ventajas y

exigencias de formación humanística distinta de la específica técnico-musical. Siguiendo

el ejemplo real antes comentado, pueden acceder directamente a los estudios de

musicología quienes hayan cursado el primer ciclo de otras ramas universitarias: Historia,

Geografía, Historia del Arte, Filología, Lingüística, Filosofía y Pedagogía. Bien, perfecto,

sólo que podría calificarse de visión decimonónica si no fuera porque corresponde a un

criterio todavía más arcaico. Metidos ya de lleno en pleno tercer milenio, hoy hemos de

preguntarnos qué razones puede haber para que el estudio y la investigación de los

“aspectos científicos de la música”, según se mencionan literalmente, se pretendan casar

solo con la historia, con la literatura y con el arte —materias de neta tradición

universitaria, desde luego, aunque no del todo ausentes en los conservatorios— y, sin

embargo, se escamotee su relación con la medicina, con la psicología, con la física, con las

matemáticas, con las ciencias de la comunicación o con la informática.

La experiencia nos muestra, por lo que hemos ido viendo en estos años, que los

musicólogos que se titulan en las universidades, sin formación alguna de conservatorio,

puede que no tengan gran cosa que ver con la música (eso que suena, ¿recuerdan?) lo cual,

aunque ya de por sí estupefaciente, no es nada si reparamos en que el logos restante, es

decir, aquello a lo único que podrán recurrir y ejercer para justificar su titulación, queda

reducido a esa parcela de las Humanidades (y sólo a ésa) que agrupamos bajo la

denominación genérica de Letras. No es fácil decidir si es un desdén deliberado o simple

ignorancia del Quadrivium pero en cualquier caso, mirando tanto hacia el pasado como

hacia el futuro, ¡qué lastimosa reducción del concepto de Humanidades!

Que la musicología sea materia universitaria es cosa que parece generalmente

aceptada por la gran mayoría de aquellos a quienes afecta este asunto, tanto en el área de la

universidad como de los conservatorios, así entre los docentes como entre los estudiantes.

Que la manera mejor para todos ellos de llevarlo a la práctica sea la que hoy conocemos,

habida cuenta de las circunstancias, es cosa que no parece ni tan clara ni tan segura.

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Antes al contrario, son muchas —y algunas muy cualificadas— las voces que se

han alzado abiertamente en contra de semejante situación. Unas con más tino, otras

errando el blanco, unas sopesando con ecuanimidad los pros y los contras, otras viscerales

y apasionadas, lo cierto es que el debate ha derivado en polémica. Sazonada además por

alguna que otra aparatosa intervención de acólitos aspirantes a sentarse a la derecha del

Padrino, mientras otros callan, acaso más por miedo a señalarse que por prudencia.

Con todo lo cual, además de los cómos, resulta de capital importancia tener en

cuenta los quiénes. Y es precisamente este aspecto, con toda seguridad, el más espinoso y

el que plantea mayores problemas a la hora de encontrar la solución correcta.

Está claro que en el deseable proceso de integración de la música en la enseñanza

universitaria, sea tal como se sugiere ahora o bien sea de manera distinta, y dejando al

margen los aspectos institucionales, hay una gran cantidad de individuos implicados con

sus respectivas peculiaridades, razones e intereses que abarcan una gama muy amplia y

diversa. Y está bastante claro también, a la vista de todo aquél que prefiera no cerrar los

ojos o mirar sólo el librillo de la doctrina que le conviene, que tales intereses han aflorado

y se han puesto en juego por unos y otros. Resulta evidente que todo ello ha constituido un

factor decisivo para dar al traste con las posibilidades de entenderse, fomentando

justificados recelos y convirtiendo en enfrentamiento lo que hubiera debido ser contraste,

debate y colaboración.

En un asunto como éste —o, para decirlo de una vez, precisamente en éste— es

difícil dejar de tener en cuenta determinadas ambiciones personales (que incluso han sido

impúdicamente proclamadas en alguna ocasión) por más que suelan presentarse revestidas

de mesianismo. El indiscutible arrojo del que en su día hicieron gala algunos de los más

conspicuos promotores de este apaño educativo se ha visto favorecido por la apatía y la

lentitud de reflejos de que han hecho gala los conservatorios. Estos, por su parte, nunca

han sido capaces de tomar la iniciativa y articular con agilidad una alternativa coherente,

empantanados entre ciertas actitudes corporativistas y una dramática dispersión de criterios

que oscilan entre la pasividad expectante y el numantismo más pertinaz.

Si algunas de las actuaciones promovidas desde los conservatorios han pecado de

desorientación en su planteamiento o de torpeza en su ejecución, si con mayor frecuencia

de la conveniente hemos presenciado actitudes más pasionales que cerebrales, no debe

olvidarse que en buena medida eso se ha producido como reacción provocada por ciertas

actitudes de tal soberbia y arrogancia que, sobre poner de manifiesto un talante bien poco

digno de aprecio, han abierto innecesariamente heridas que, a la corta o a la larga, pueden

gangrenar todo el proceso.

Como quien siembra vientos cosecha tempestades, no ha faltado tampoco malicia

para apuntar la posibilidad de que tras toda esa polvareda haya algo de demente o de

canalla. O de ambas cosas. El tiempo dirá qué había de razón o de sinrazón en todo ello,

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pero hay que advertir con toda nitidez que lo que está en juego es el futuro de la

musicología en España. Las ambiciones, el clientelismo, la megalomanía, el encono y los

recelos que han quedado de manifiesto sólo presagian una salida, si la hay, traumática. De

seguir por esta vía, es de temer que no será posible una normalización hasta dentro de

bastante tiempo, cuando hayan desaparecido de la escena quienes hasta hoy son sus

principales protagonistas.

Si llega a suceder así, si la contumacia en lo que ha empezado con tan mal cariz

obliga a pagar el precio de la discordia y el resentimiento, todos seremos un poco

culpables, aunque sólo sea por habernos dejado arrastrar por el pésimo estilo de unos

pocos. El resto de los docentes en la universidad y en los conservatorios no deberían

someterse a ser uncidos al carro de esos caudillos, ni ser tenidos por sus cómplices, ni

cargar con las consecuencias de sus actos.

La idea fundamental de incorporar la música al nivel universitario es esencialmente

buena. Diré incluso que digna, justa, saludable y necesaria. Sus promotores merecen el

reconocimiento debido a los pioneros con coraje. Algunos de los más capacitados técnica y

humanamente ya trabajan en ello en la universidad, otros lo hacen en los conservatorios y,

sin duda, hay otros más en condiciones de añadirse. La demanda puede ser prometedora,

cada vez con un mayor grado de madurez y de exigencia. Pero la formulación concreta del

proyecto y el modo en que se haya de ir gestando y desarrollando, aunque algunos arguyan

que la única forma técnicamente correcta es la que ellos apadrinan, está muy lejos de

haberse definido de manera tan encomiable.

Quisiera creer que todavía estamos a tiempo de rectificar actitudes, de revisar

criterios, de madurar los objetivos y definir sus vías, de aprovechar lo más positivo de cada

área de trabajo, de cada nivel y de cada experiencia. Y de hacerlo sin fatuidades,

exclusiones, arrogancias, miedos, clanes ni oráculos, congregando y no disgregando,

colaborando en una tarea grande para la que hacen falta todos los que son y más que han

de venir. Con honestidad y con cordura.

¡Ah!, y con música. Para que los universitarios músicos españoles del mañana,

formados por igual en la técnica musical y en las Humanidades, no se extravíen en

doctrinas, teorías, cogitaciones y aspavientos, [sin gilipolleces, como le gusta decir a

nuestra presidenta regional]. En suma, para que no ignoren lo más importante: que la

música es lo que suena, y lo demás son meras palabras, sólo eso: flatus vocis.

_ _ _ _ _

Hasta aquí la lectura del texto que mencioné al comienzo. Trata, como han podido

comprobar, de algo que nos concierne directísimamente, de algo muy actual. Sin embargo,

no lo escribí ayer, ni anteayer, ni la semana pasada. Con apenas el cambio de algunas

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palabras para adecuarlo a la presente ocasión, ese texto está pensado, escrito y publicado,

negro sobre blanco, hace exactamente veintidós años, y si alguno de ustedes tiene la

curiosidad de comprobarlo, lo podrá encontrar en la revista Scherzo, Madrid, año II, n. 28,

oct. 1988, p. 84-86, dosier “Educación musical”.

¿Que ha ocurrido, o qué ha dejado de ocurrir, a lo largo de estos veintidós años,

que parece que todo sigue igual? Y digo ‘parece’ porque la situación no es exactamente la

misma. Es probablemente peor. Se han perdido más de veinte años en falsas expectativas,

actitudes personalistas, fuegos artificiales, egoísmos y engaños variados que han

conducido a esta ceremonia de la confusión en la que hoy chapoteamos. Está por ver si el

más reciente capítulo de este caminar de la nada a ninguna parte sea el decreto de la

Comunidad de Madrid publicado el día tres de este mismo mes, que establece nuestra

dependencia burocrático-administrativa de una Subdirección específica en la Dirección

General de Universidades, sin que tengamos certeza de cuáles hayan sido los motivos

reales de su creación, cuáles sean sus propósitos concretos y cuál haya de ser el horizonte

al que apunta su gestión. Conviene no olvidar a este respecto que nuestro gobierno

regional en los tres últimos años ha venido recortando los presupuestos para la universidad

pública hasta en 82 millones de euros, a pesar de que sus costes pueden llegar a ser hasta

ocho veces menores que los de la privada, alentada y favorecida desde el gobierno de

nuestra comunidad. Y si parece prudente dar un margen de confianza a esta nueva

situación, no es cosa de dormirse en los laureles y seguir dejando pasar el tiempo.

Que veinte años no es nada, pero mientras tanto, este conservatorio ha estado

labrando su propia ruina, concienzudamente, durante lustros. Poco podía esperarse, en

efecto, de una dirección embarcada en un ensimismamiento suicida, con la actitud del que

desprecia cuanto ignora y su tosca hostilidad hacia la inteligencia, apostando por una

ficción de asociacionismo y arrogándose una representatividad que resultaba ser no ya

dudosa sino directamente falsaria, mientras todos los indicadores apuntaban a la urgente

necesidad de tomar iniciativas vigorosas ante las evidencias de postergamiento de nuestra

función pública en beneficio de los intereses de la iniciativa privada. De aquellos polvos

de miseria intelectual y moral vienen estos lodos, de manera que poco también cabe

esperar de su sucesora, la dirección actual, correa de transmisión de los dictados de la

burocracia y en permanente estado de subnormalidad. Porque de ningún modo puede

considerarse ‘normal’, entre otras cosas, la aberración jurídica, laboral y pedagógica de

que casi el ochenta por ciento del profesorado de este conservatorio ejerza en condiciones

de provisionalidad.

Un profesorado que, excepto casos tan meritorios como excepcionales, ha venido

actuando entre el pasotismo, el disimulo, el oportunismo y la complicidad, y que, en su

conjunto, se ha caracterizado por su pasividad y mansedumbre (por decirlo con un

eufemismo), algo que sólo podría disculparse en parte por su condición de rehenes de una

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situación profesional que muchos ven como dependiente del capricho o la arbitrariedad de

su patrono. Y un alumnado distraído que, salvo puntuales excepciones, calla y está como

ausente. Poco que esperar también, más allá de la teatralidad de sus inocuos amagos, de

esos sindicatos que comen el alpiste de la mano del amo.

Sé perfectamente que esta perorata resultará incómoda para muchos, pero la

realidad es terca, y esto es lo que hay. Mas, a pesar todo, no deberíamos ceder al

desaliento, no hemos de pensar que estamos en un callejón sin salida. Yo quisiera,

créanme, que este discurso se pareciese al Concierto para orquesta de Bela Bartok, con su

inicio sombrío y su final luminoso, aunque no me sea fácil escribir la coda. No suelo pecar

de optimista, pero tal vez tenemos una oportunidad en el diseño de la nueva ordenación de

las enseñanzas, de cara al denominado espacio europeo de educación superior, por más

que en el fondo eso no signifique más que la sumisión del conocimiento y el saber a los

intereses del mercado.

Creo, en cualquier caso, que vale la pena el esfuerzo de hacer saber a nuestros

gobernantes que la música debe seguir siendo algo más (y nada menos) que pasatiempo de

élites, refugio de burócratas, escala de oportunistas o zoco de mercaderes. Hay gentes

capaces y hay voluntad de superación para que las cosas cambien. No vale escudarse y

justificar la pasividad o la cobardía diciendo que las cosas son como son, que el mundo es

así. No, el mundo ni es así ni deja de serlo, es como nosotros lo hacemos, cada uno de

nosotros, con nuestras acciones, con nuestras omisiones. Y si actuamos bien, juntos mejor.

Hoy, en este tiempo de crisis fabricada por unos pocos para su beneficio, a costa del

sufrimiento de tantos, cuando negros presagios agitan los aires y nubes oscuras nos

impiden ver cuál es el camino mejor para defender nuestras razones, tomemos la iniciativa,

sumemos esfuerzos, agrupémonos todos en esta penúltima lucha.

Yo poco más tengo que decir, y sí mucho que hacer; obras son amores, que no hay

más ley, que son las obras. Con amor, con amor y pedagogía, como traté siempre de

conducir mi carrera docente, quiero modular la despedida. Más allá de alguna palabra

altisonante, de alguna súbita disonancia sin preparar, también yo cultivo una rosa blanca

para el amigo sincero que hoy atiende a mi discurso. A él y a todos, y en especial a

aquéllos con quienes en alguna ocasión haya compartido alguna alegría, os deseo lo mejor

que puedo desearos:

Salud y Libertad.

Madrid, 26 de noviembre de 2010

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Edición diciembre 2010

opinión

REAL CONSERVATORIO SUPERIOR DE MÚSICA DE MADRID¿Lección magistral? ¿Libelo? (Sin fantasía)25/12/2010Última actualización 25/12/2010@13:44:51 GMT+1

Réplica a la Lección Magistral titulada Penúltimas voluntades (Quasi una fantasía)

pronunciada en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid el día 26 de

noviembre de 2010, en la conmemoración de la festividad de Santa Cecilia, patrona de los

músicos, por el Excmo. Sr. D. Jacinto Torres Mulas, catedrático jubilado de Musicología y

miembro de número de la Real Academia de Doctores de España.

“La mentira es la única verdad/que hay en la boca del necio”

A nadie que conozca y haya tratado al personaje le puede sorprender que su fantasiosa “lección

magistral” le haya servido de pretexto para lanzar, a tontas y a locas, coces de mulas viejas y

resabiadas a todos aquellos que, en aras de su inexcusable responsabilidad, intentaron, en su

día, poner coto a sus desmanes. El hecho es tanto más sorprendente cuanto que el individuo en

cuestión ha convertido un acto académico, público y solemne, en su particular vendetta y al

margen del más elemental sentido del decoro.

El día de Santa Cecilia, que debería servir para honrar a la patrona de los músicos y renovar y

reavivar entre ellos la fraternidad y la solidaridad, lo convirtió él, no podía ser de otra manera, en

un desvergonzado acto de crítica falaz y cáustica. Pero como el ansia de protagonismo del Sr.

Torres Mulas no tiene límites, para resaltar dicho acto era necesario poner en su actuación,

como en tantas otras ocasiones, la nota altisonante que centrara la solemnidad del

acontecimiento en su sola y deslumbrante presencia. Y ello es normal tratándose de un

personaje tan pagado de sí mismo que, ante él, faro luminoso de sabiduría, elevado por su

desmedida fantasía a las más altas cumbres del Olimpo, palidecen todos los mortales. Ni

siquiera hizo falta nombrar a la persona destinataria de su diatriba. Todos sabían quién había

sido el “patrón” del Conservatorio durante los últimos veintidós años.

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En los primeros párrafos de su fantasiosa “lección magistral” él mismo se presenta como el

profesor “cuasi” ideal: responsable, riguroso, brillante y émulo, por lo que parece, del método

socrático. A la vista de tantos y tan notables atributos docentes, de tanto trabajo y sacrificios

(cuarenta y siete años sin descanso), cabe preguntarse si, a raíz de su jubilación y como premio

a su insuperable labor, no debería proponerle el Conservatorio como ejemplo de las más altas y

brillantes virtudes académicas. Pero, lamentablemente, su paso o

paseo (no triunfal) por la Cátedra de Musicología del Conservatorio, dejó, en opinión de sus

propios compañeros de departamento y de muchos de sus alumnos, la impronta de su

despótica conducta y de su parca competencia para el ejercicio de una labor docente de altos

vuelos que requiere algo más que jactancia y vana palabrería. Su jubilación, recibida con

general indiferencia, lejos de constituir una pérdida irreparable para el Conservatorio, ha

supuesto una auténtica liberación para los que, durante muchos años, tuvieron que soportar sus

continuas veleidades.

Nada de lo que se dice en esta fantasiosa “lección magistral” nos puede sorprender, pues casi

todos los que le han tratado han podido descubrir sus altas e innegables cualidades para la

simulación y el embeleco que, unidos a la teatralidad y banalidad de su discurso, reflejan con

precisión el retrato de una rara y pintoresca personalidad. Pedirle al sujeto en cuestión la más

elemental urbanidad y, no digamos, la imprescindible elegancia o el refinamiento propios de una

persona culta y distinguida, es tanto como pedirle peras al olmo o manzanas al olivo. Es un

provocador nato que ni mide ni le importan las consecuencias de lo que dice, demostrando con

ello un superlativo grado de irresponsabilidad fruto de su ligereza y vacuidad. Lanza sus

envenenados dardos sin importarle la verdad o la falsedad de los hechos, con la única y

deliberada intención de obtener el aplauso fácil y satisfacer su ilimitada vanidad. Maneja con

innegable habilidad, a su capricho y para sus propios fines, el hilo de las escasas marionetas

que –deslumbradas por el aparente centelleo de su palabra, a la que acompaña con exagerados

gestos– todavía le siguen.

A la vista de lo que dice en su fantasiosa “lección magistral”, canto de alabanza a su inigualable

magisterio, cabe suponer que este personaje tenía en sus manos poderes taumatúrgicos, que

su compañeros ignorábamos y que nunca los pudo utilizar para remediar los muchos y “muy

graves males” del Conservatorio. Mientras tanto, los humildes y míseros vasallos de tan

arrogante y singular merino, lejos de solucionar con nuestro esfuerzo los problemas del Centro,

Page 12: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

habíamos ido labrando “nuestra propia ruina, concienzudamente, durante lustros”. Esas han

sido, para el Sr. Torres Mulas, las consecuencias de una “dirección embarcada en un

ensimismamiento suicida con la actitud del

que desprecia cuanto ignora y su tosca hostilidad hacia la inteligencia”.

Mientras los demás estábamos en “el limbo”, ¿estaba él instalado en la dura realidad del

momento y en la vanguardia de los aguerridos luchadores a la espera de poder indicarnos el

camino seguro de la gloria y de conducirnos al triunfo final al que sólo él con su superior criterio

hubiera podido llevarnos?

¡Qué gran timonel perdió el Conservatorio! Pero que nosotros sepamos, el Sr. Torres Mulas no

movió nunca un dedo en favor de la “noble causa”. Ni siquiera para adecentar nuestra “tosca

inteligencia” tan necesitada de una urgente y eficaz intervención profiláctica.

¿Colaboró el Sr. Torres Mulas en algunos de los muchos proyectos que el Conservatorio

elaboró tendentes a solucionar los “graves y urgentes problemas” que él, con tanta ligereza

como desconocimiento, denuncia? Algunos asuntos de poca monta que le fueron

encomendados, sufrieron, ya antes de comenzar, un súbito abandono debido a la inconstancia y

lasitud del Sr. Torres Mulas. En cambio, algunos profesores y profesoras del Conservatorio, que

en aquella época disentían de la línea programática de la Dirección del Centro y tuvieron la

nobleza de manifestarlo públicamente, sí colaboraron de manera generosa y eficaz. Fue

entonces cuando pudimos comprobar que el Sr. Torres Mulas era tan diligente a la hora de

predicar como remiso y cicatero a la hora de dar trigo.

Poner en tela de juicio la legitimidad de una dirección democráticamente elegida es el colmo del

caradurismo. ¿Por qué no denunció en su día tamaño desafuero? ¿Mostró una actitud

combativa ante tan manifiesta ilegalidad? ¿O le faltaron arrestos para ello y adoptó más bien

una actitud conformista propia de indecisos y timoratos? Que pretenda dar ejemplo de fortaleza

y vigor un personaje que nunca dio ejemplo de nada, es el colmo del cinismo. A la vista de sus

fantásticas opiniones, habrá que convenir que el Sr. Torres Mulas sí padece un permanente

estado de subnormalidad y no la Dirección actual (¿también embarcada?) que, con los limitados

poderes que le permite la normativa vigente, afronta los nuevos retos de unas enseñanzas

superiores muy complejas y de difícil encuadre en la Universidad.

Page 13: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

Un insignificante dato histórico: Allá por los años ochenta, la Ley 14/1970 de 4 de agosto,

General de Educación de Villar Palasí, estaba aún vigente. Su Disposición Transitoria segunda,

apartado 4, decía textualmente: “Las Escuelas Superiores de Bellas Artes, los Conservatorios

de Música y las Escuelas de Arte Dramático se incorporarán a la educación universitaria en sus

tres ciclos en la forma y con los requisitos que reglamentariamente se establezcan”. Pues bien,

la dirección del Conservatorio de Madrid (la misma dirección

“ensimismada y suicida, que desprecia cuanto ignora y de tosca hostilidad hacia la

inteligencia…”, según el Sr. Torres Mulas, que rigió los destinos del Centro entre los años 1988-

2007) lideró un “vigoroso” movimiento reivindicativo para que los centros de Artísticas que no lo

hubieran hecho se acogieran a la citada ley. Sólo el conservatorio de Sevilla secundó tan justa

petición. La misma dirección (“embarcada en un ensimismamiento suicida, etc., etc.…”) volvió a

plantear el tema en el año 1988, pero cometió un grave error: en lugar de plantearlo en la tierra

donde viven los sufridos mortales como D. Jacinto, lo hicimos en el “limbo” donde moran los

bobos y ensimismados. Y así nos salió.

Para el Sr. Torres Mulas, en su deliberada intención de no dejar títere con cabeza, el

“profesorado del conservatorio, excepto casos tan meritorios como excepcionales (¡Vaya!,

alguien se salva), “ha venido actuando entre el pasotismo, el disimulo, el oportunismo y la

complicidad”, y “en su conjunto, se ha caracterizado por su pasividad y mansedumbre, algo que

sólo podría disculparse en parte por su condición de rehenes de una situación profesional que

muchos ven como dependiente del capricho o la arbitrariedad de su patrono”. ¿Adoptó acaso D.

Jacinto una actitud más bizarra que el resto de los profesores o también se sometió

mansamente al capricho y a la arbitrariedad de su patrono? Y sigue diciendo: “un alumnado

distraído que, salvo puntuales excepciones, calla y está como ausente”. Ya se ve que el Sr.

Torres Mulas ha leído y asimilado el poema nº 15 de los “20 Poemas de amor y una canción

desesperada”, de Pablo Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”.

Pero de pasotismo, de simulación, de oportunismo, de complicidad y de notables ausencias que

no de puras esencias sabe el Sr. Torres Mulas mucho más que todos los profesores y alumnos

del Conservatorio juntos, pues con tal asiduidad ha practicado tan señalados vicios que, en su

ejecución, ha llegado a ser un maestro consumado. No estarían tan distraídos los alumnos

cuando en repetidas ocasiones denunciaron a la Dirección del Centro (“embarcada en un

ensimismamiento, etc., etc.) el trato desconsiderado del Sr. Torres Mulas, por el que éste fue

varias veces amonestado. Por temor a las consecuencias (el profesor tiene en sus manos la

Page 14: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

facultad de aprobar o suspender a sus alumnos cuyos recursos muy pocas veces prosperan…”),

los alumnos se negaron a firmar un escrito de denuncia que permitiera a la Dirección actuar en

consecuencia. En su fantasiosa “lección magistral”, el Sr. Torres Mulas muestra un miserable

desdén hacia el profesorado y el alumnado del Conservatorio que, en su mayoría, superan con

creces las cualidades humanas, artísticas y profesionales de las que él presume.

Afanado en sus “intrigas palaciegas” se ve que el Sr. Torres Mulas no ha tenido tiempo de

examinar los cientos (miles) de documentos archivados en la secretaría de dirección y en la

secretaría de alumnos. Allí encontrará los informes que día tras día se enviaban a los distintos

departamentos de las Administraciones Educativas exponiendo, con respeto, con firmeza, sin un

ápice de servilismo y razonadamente, las necesidades del Conservatorio. ¿Por qué en lugar de

tanta vana palabrería, sin más sustento documental que su

ardiente fantasía, su arbitrariedad o su capricho, no dedica su tiempo a investigar en los citados

archivos?

Vamos a las realizaciones. Sólo algunas para no abrumar al Sr. Torres Mulas. Hablemos, por

ejemplo, de la biblioteca ¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas cuántas decenas de libros se

adquirieron durante esa “oprobiosa” época? ¿Cuántas revistas especializadas se suscribieron y

cuántas personas cualificadas fueron contratadas desde el año 1988 hasta el año 2007? ¡Vaya

si lo sabe! ¿Y es todo esto prueba de la “tosca hostilidad hacia la inteligencia”, de la incultura de

la dirección del centro o del desprecio a “cuanto se ignora”?

Estoy seguro de que los miles de documentos que el Sr. Torres Mulas se vería obligado a leer

no le dejarían tiempo para sus continuos desvaríos. ¿Ha visitado el Sr. Torres Mulas, por

casualidad el museo por el que tantas generaciones de profesores y alumnos del Conservatorio

suspiraron, y que en esa época “de miseria intelectual y moral”, tan denostada por el Sr. Torres,

se hizo realidad?

Bien se ve que el Sr. Torres Mulas habla de memoria y con el único, malévolo y premeditado

propósito de desprestigiar a las personas que, en contra de su interesada opinión, han

mantenido vivo y han incrementado el valiosísimo patrimonio que le legaron sus mayores. La

verdad de los hechos es difícilmente manipulable, Sr. Torres, y el que lo intente, muchos como

Vd. lo han intentado, está irremediablemente condenado al fracaso. “Miseria intelectual y moral”

es, sin duda, la que Sr. Torres Mulas padece, pues instalado en la falsedad y en la insidia, y

haciendo gala de una calculada parcialidad, nos muestra, aunque no lo quiera, su verdadera y

Page 15: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

miserable faz.

¡Apañados estamos si de una persona tan abúlica como el Sr. Torres Mulas esperamos ese

esfuerzo, esa valentía, ese vigor y ese rasgo de solidaridad y de unión que con tanto énfasis

predica! A la primera de cambio, lo sabemos por experiencia, él sería el primero en desertar.

¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas a quién debe el Conservatorio su actual sede, en cuya

remodelación se invirtieron unos cuantos millones de pesetas y el precio que tuvo de pagar por

ello la dirección (“embarcada en un ensimismamiento…”)? ¿Sabe a quién deben nuestros

graduados superiores la equivalencia a todos los efectos de nuestros títulos a los de licenciado

universitario? ¿Sabe quién lideró la lucha para impedir que la Universidad nos arrebatara la

especialidad de Musicología, con lo cual una de las especialidades que mejor define el rango

superior de un centro hubiera desaparecido del cuadro general de las enseñanzas del

Conservatorio? Pregúnteselo al actual Vicepresidente del Gobierno y Ministro del interior Sr.

Rubalcaba, entonces Secretario de Estado de Educación.

Lamentablemente, tras la marcha del P. Samuel Rubio y de D. Antonio Gallego, la Cátedra de

Musicología perdió el prestigio de antaño, hasta el punto de que muchos de los alumnos del

Conservatorio, a la vista de lo que allí se cocía, optaron por continuar sus estudios en la

Universidad. Esperemos que con la marcha del Sr. Torres Mulas ese prestigio perdido pueda ser

recuperado.

Es inútil el empeño de D. Jacinto Torres Mulas por trivializar y descalificar, con tan mal estilo

como ignorancia, la acción directiva de los últimos veintidós años del Conservatorio. Todo está,

como digo, bien documentado y todavía quedan personas que fueron protagonista de los

hechos. Y que estarían dispuestas a testificar. En cualquier caso, alguien vendrá que, con la

objetividad y el rigor de los que, por lo que se ve, el Sr. Torres Mulas carece (grave deficiencia

en un investigador que de tal se precie), estudiará los hechos con la necesaria perspectiva y los

sacará a la luz. Habrá, sin duda, más de una sorpresa pues queda todavía mucha tinta en el

tintero y mucha tela por cortar.

Conclusión: Tengo la sana y deliberada intención de escribir algún día un artículo (alguien lo

publicará) cuyo título podría ser: “El Prof. Dr. D. Jacinto Torres Mulas, el Conservatorio de

Madrid y la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero (Sinfonía inacabada)”. Será, a modo de

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fantasía, un curioso, ameno y divertido artículo de enredos. Seguro que este título le traerá a D.

Jacinto gratos y muy lejanos recuerdos.

MIGUEL DEL BARCO GALLEGO, Ex Director del Real Conservatorio Superior de Música de

Madrid. Majadahonda, 2010

Ver también Penúltimas voluntades (Quasi una fantasía)

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¿Lección magistral? ¿Libelo? (Sin fantasía)

Últimos comentarios de los lectores (5)

415 | Caetratus - 30/12/2010 @ 10:04:05 (GMT+1)

Con respecto al comentario de Eulogio Pedroso y en definitiva, a todos los demás que no

parecen si no una descalificación por la descalificación y una crítica por la crítica, no creo que

las respuestas presentes y futuras a la "Clase Magistral" del Señor Torres Mulas a cargo del

señor del Barco, persigan el objetivo principal de entretener a los lectores. Ante todo,

cualquier persona que sea acusada o atacada sin más, tiene derecho a defenderse y a dar

su opinión, aunque creo que ante la calidad del ataque del señor Torres Mulas, no merecía la

pena emplear esfuerzo alguno. No entiendo cómo una clase magistral puede emplearse para

dar coces a diestro y siniestro (y no quiero hacer un chiste fácil) y arremeter contra la

directiva y los compañeros del propio centro de trabajo.

Me gustaría hablar sobre varios aspectos de los distintos comentarios confiando en que ello

no sirva para enaltecer y revestir de importancia a los comentarios que aquí se exponen. En

lo referente a la actitud de la dirección ante problemas que se plantean con la convivencia de

la comunidad educativa, póngase el citado caso del escrito de los alumnos, creo que

cualquiera con dos dedos de frente y que además haya pasado por un centro educativo, sabe

que una junta directiva no puede actuar ante estas situaciones con la rapidez y la rotundidad

Page 17: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

que a los afectados les gustaría si no que se debe seguir un procedimiento y deben

presentarse quejas o denuncias por escrito.

Me parece completamente absurdo el comentario sobre este asunto, ya que es como acusar

a la policía de no actuar sin una denuncia de por medio en los casos que así lo requieran. No

ocurriría así con los casos de sangre en las aulas, afortunadamente en los años que pasé en

el Conservatorio no tuvimos ningún caso similar ni creo que se hayan producido desde su

fundación, a pesar de haberse producido en los románticos tiempos de los duelos, a

excepción, claro está, de casos concretos de accidentes en especialidades como oboe al

emplear navajas para hacer las cañas. De haberse producido alguna situación de este tipo

cómo se plantea en uno de los comentarios no sería competencia de la directiva el resolverlo

si no de los Cuerpos de Seguridad del Estado.

Bromas aparte, sobre la participación de alumnos en los asuntos del centro y el peso de

éstos en el Conservatorio, baste recordar que antes de que Miguel del Barco asumiera la

dirección del conservatorio de Madrid en 1979, los alumnos sólo tenían por ley un

representante en el Claustro. Con la llegada de Miguel del Barco los representantes de los

alumnos pasaron a formar parte no sólo del Claustro sino de las nuevas comisiones creadas

por expreso deseo del director ya que figuraban en sus líneas programáticas: 35 alumnos en

el Claustro, uno por cada especialidad, con voz y voto; 4 en la Comisión Permanente (algo

parecido al Consejo Escolar de hoy), con voz y voto y 2 en la Comisión de Contratación, con

voz y voto. Todo está reflejado en las actas correspondientes. La representación de los

alumnos era por tanto muy superior a la de hoy ya que los alumnos sólo tienen

representación en Consejo Escolar. Los alumnos representantes del Claustro y de las

distintas comisiones eran elegidos por sus propios compañeros.

Creo que tampoco es prudente aludir a dos jubilados enzarzados o ¿es que los jubilados no

pueden expresarse? ¿acaso debe de ser tomado a risa todo lo que este colectivo diga o

exponga? ¿acaso tienen otra categoría social que les impiden decir lo que piensan o

responder a acusaciones? aunque sí que es cierto que alguno, a la vista por ejemplo del

empleo de “subnormalidad” como insulto, amén del propio contenido y momento de

expresarlo, demuestra que tras cuarenta años de servicio en educación, no ha conseguido

aprender el significado de esa palabra y eso sí resulta cómico.

Page 18: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

Es cierto que la especialidad de musicología pueda estar amenazada, todas lo están, la

educación lo está y la musical más que ninguna, porque es lo último que importa en España y

muy pocos se mueven para intentar cambiar o mejorar algo, mientras que el resto, con su

pasividad y su crítica fácil no hacen más que perjudicar. Hay actuaciones que competen

estrictamente a una junta directiva, pero otras por el contrario nos competen a todos, pero la

mayoría suele ocupar la posición cómoda y dedicarse a la crítica fácil. Si unimos todo esto a

nuestro mal endémico nacional, la envidia, tenemos un caldo de cultivo para perder el tiempo

en discusiones absurdas y entorpecer todo lo que se pueda. Aunque siempre hubo y hay

personas que lucharon y siguen luchando mientras otros critican desde su cómodo sillón sin

hacer absolutamente nada, por desgracia son éstos últimos los que suelen hacer más ruido,

pero ya se sabe, el sabio habla cuando tiene algo que decir, el necio, por el contrario, habla

porque tiene que decir algo.

A favor (7) En contra (18)

414 | jaime cortes - 29/12/2010 @ 02:14:42 (GMT+1)

Las luchas entre jubilados son patéticas. Pero más patético es el silencio de la dirección

(todavía no jubilada desgraciadamente)y el resto de la comunidad educativa que calla, luego

otorga.

La actual dirección permitió la lección magistral y la dirección anterior no puede reprender a

quien ha ejercido la libertad de expresión. Mejor será que critique a quien puso la cerilla en el

pajar y que él bien conoce o de otra forma que diga gracias a quien disfrutamos del actual

director. Hay cosas mas urgentes y problematicas que este espectáculo entre otras por

ejemplo varias denuncias por las ausencias y baja calidad docente de un profesor

determinado por parte de alumnos y profesores, han quedado en ¡¡¡absolutamente nada!!!.

Tampoco conmovió a nadie un foro en la red que acumuló protestas infinitas, ni las denuncias

de una situación que todos conocen y callan han servido de nada. Misteriosamente la

docente en cuestión, profesor interino para más señas, sigue en su lugar y en su línea. Mal

ejemplo para los alumnos en un centro educativo Pero este despropósito se comprende si

observamos cómo se explica el regidor en la presentación de la página web del Real

Conservatorio Superior de Música de Madrid, en donde constatamos una verborrea

incomprensible en su expresión que se mantiene obtusa tanto en su conversación personal

como públicamente por ejemplo en los claustros, un lugar donde como es lógico no se

comprende que se pretende decir, y no se propicia el debate de asuntos de importancia

capital para todos. La democracia no opera probablemente por dos razones, la primera

Page 19: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

porque no se busca y la segunda porque una estructura viciada con demasiados miembros

del colectivo que dependen de la gracia personal de la dirección para mantenerse en su lugar

de trabajo, provoca temor para expresarse libremente.

Por todo esto es necesario volver a la cruda realidad dejando el pasado para la historia, o lo

que es lo mismo, más allá del espectáculo que nos deja este artículo totalmente impropio del

mundo docente en el que se desarrolla, preguntamos: ¿está técnicamente capacitada y

moralmente autorizada la actual dirección del conservatorio para llevar adelante la puesta en

marcha de las enseñanzas artísticas superiores según la LOE?. ¿Esa Dirección, está

haciendo partícipes a profesores y alumnos de los planes de estudios que ha previsto para

adaptarse a esa ley, o del modelo universitario que pretende, o de algo que signifique una

orientación hacia alguna parte?. ¿Por qué propicia y consiente en el Centro la organización

de asociaciones que nacen entre pocos, en secreto, y con fines que ocultan a la mayoría?.

Poco se contribuye así a que busquemos soluciones entre todos. Esto son malas noticias:

unos guerrean incluso después de despojados de sus cátedras mientras los que están dentro

dejan morir una criatura que debería brillar con luz propia y que en este momento agoniza.

Sólo hay que preguntar, off the record a profesores y alumnos: muchos protestan pero en

privado y es posible que sea igual porque nadie escucha.

La historia demandará a quien corresponda el empeño de permanecer donde no pudo o no

supo estar a la altura que demandan las circunstancias.

A favor (21) En contra (2)

413 | Jacinto Torres - 27/12/2010 @ 15:45:55 (GMT+1)

Caramba, Miguel, menudo berrinche, la de cosas que se te ocurren. De ser cierto algo de

todo eso, ya me lo podías haber dicho en las innumerables ocasiones en que, así en público

como en privado, traté de que atendieras a unas realidades que siempre quisiste reducir a tu

medida.

Aunque un tanto bilioso y de pésimo estilo, como veo que se trata de un desahogo, pase,

pero me pones en la necesidad de recordarle a tu atribulado ego que ni tú eres "El

Conservatorio" ni yo he personalizado absolutamente nada en mi discurso, planteado en

términos de gestión institucional y nunca descendiendo a esos pseudo argumentos "ad

hominem" que te gastas.

En fin, si además de acreditar la cita de Neruda (parece que se te escaparon las de Celso

Page 20: Leccion Magistral Jacinto Torres (Madrid, 26 de noviembre de 2010)

ejemplo: la dirección del centro necesita, por lo visto, una denuncia escrita y firmada por los

alumnos para tomar cartas en un asunto docente o disciplinario. ¿Significa eso que, si

aparece un charco de sangre en un aula, el director no se moverá a hacer nada hasta tanto

se lo comunique alguien por escrito y con firma? Más aún, en el mismo párrafo se dice, como

lo más normal, que los recursos de los alumnos contra las calificaciones de los profesores

muy pocas veces prosperan, por lo que los alumnos prefieren no recurrir. O sea, los unos no

escriben ni firman por no buscarse líos y porque no sirve de nada, y el otro no hace nada

porque no tiene denuncias firmadas, aunque le consten los problemas por otras vías. Y estos

modos se mencionan de pasada como los ‘normales’ en la casa. Un barco –y no pretendo

hacer ningún chiste fácil– con semejante funcionamiento en el capitán y en la marinería se va

necesariamente a pique con todos dentro más temprano que tarde.

No puede negarse que la escena de dos jubilados repartiéndose garrotazos o sablazos

dialécticos está más cercana a las pinturas negras goyescas que a los heroicos combates

homéricos. Resulta tragicómico que sean dos ex, que ya no tienen arte ni parte en el

conservatorio, quienes se enzarcen acaloradamente en denuncias de asuntos aparentemente

pasados, pero que por desgracia siguen conservando mucha actualidad. El toque tragicómico

se acentúa todavía más porque los auténticos protagonistas actuales del drama de la

educación que se desarrolla en el escenario (el ruedo, quizás) del conservatorio son los

profesores y los alumnos, que hasta el momento parecen considerarse a sí mismos simples

espectadores del combate. Esperemos que despierten de ese sueño y se den cuenta de que

lo que están viendo no es el exterior a través de una ventana, sino su propia realidad

reflejada en el espejo de sus mayores.

Finalmente me gustaría resolver una duda que no acabo de aclarar en la página web del

Conservatorio de Madrid: ¿Qué ha pasado con la cátedra de Musicología tras la jubilación del

Sr. Torres? ¿Está vacante? ¿Se han convocado o van a convocarse oposiciones? ¿Ha

desaparecido por falta de matrícula, como me ha comentado un amigo aparentemente

informado? Porque, si esto último es cierto, difícilmente se va a recuperar el pasado prestigio,

como ilusamente espera el Sr. Del Barco. Más bien da la impresión de que la especialidad de

musicología tiene los días contados en el Conservatorio de Madrid. “Entre todos la mataron /

y ella sola se murió”.

A favor (34) En contra (7)

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