Laura Carballido - Benemérita Universidad Autónoma de Pueblaagarces/descargas/Nacionalismo.pdf ·...

21
Laboratorio de Análisis Socioterritorial Laura Carballido 008-09 Nacionalismo, identidad e historia UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA - CUAJIMALPA DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES LABORATORIO DE ANÁLISIS SOCIOTERRITORIAL

Transcript of Laura Carballido - Benemérita Universidad Autónoma de Pueblaagarces/descargas/Nacionalismo.pdf ·...

  • Laboratorio de Análisis Socioterritorial

    Laura Carballido

    008-09

    Nacionalismo, identidad e historia

    UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA - CUAJIMALPADIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

    LABORATORIO DE ANÁLISIS SOCIOTERRITORIAL

  • UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA - CUAJIMALPA

    DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

    Nacionalismo, identidad e historia

    Laura Carballido

    LABORATORIO DE ANÁLISIS SOCIOTERRITORIAL

  • UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA - CUAJIMALPA

    DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

    LABORATORIO DE ANÁLISIS SOCIOTERRITORIAL

  • Resumen

    Objetivos

    Conceptos

    Descripción

    Nacionalismo, identidad e historia

    Laura Carballido

    Hablar del nacionalismo como construcción cultural quiere decir que es producto de una red de interacciones sociales, donde los individuos tienen en común una serie de significados a los que les otorgan una importancia específica. Cada nación tiene una forma cultural particular. Una parte importante de esta forma es su cuerpo geográfico (identificación del territorio) y la representación del mismo: la representación cartográfica, la identificación del paisaje nacional y la elección de nombres para cada lugar al interior del territorio nacional. Esta construcción cultural está marcada por relaciones de poder y por un proceso constante de imposición, acomodamiento y resistencia.

    Se espera que, tras trabajar este capítulo, el alumno sea capaz de:

    a) entender el proceso de formación del sentimiento nacionalista; b) conocer algunos autores que han trabajado el tema del nacionalismo con una orienta-ción espacial; c) entender la dimensión espacial de la identidad nacional; y, d) conocer varios casos de movimientos nacionalistas.

    Nacionalismo, identidades nacionales, territorio nacional, cuerpo geográfico de la nación, nacionalización de la naturaleza, naturalización de la nación.

    Áreas de estudio relacionadas

    Historia, antropología, estudios cultu-rales.

    Conocimientos previos

    Es deseable que el alumno tenga buenos conocimientos de historia mundial y mexicana, siglos XVIII a XX, para poder entender mejor las discusiones del presente texto. Asimismo, para leer los textos sugeridos en la sección de métodos, debe tener buen nivel de comprensión de lectura en inglés.

    Recursos necesarios

    El tiempo estimado es de 3 horas de teoría y 3 horas de práctica. El presente texto hace referencia a varios autores que sería importante leer a profundidad. Tomando en cuenta que se espera que los alumnos pongan en práctica lo aprendido, sería ideal que pudieran consultar al menos alguno de los artículos o libro de la sección de Métodos. Para la consulta de artículos se precisa de la base de datos JSTOR.

    Dirigido a

    Estudiantes de nivel medio y avanzan-do de licenciatura.

  • 6 Nacionalismo, identidad e historia

    Desarrollo de conceptos

    La palabra “nacionalismo” es capaz de evocar diversas imágenes. La importancia de la defensa del territorio nacional en conflictos internos y externos, como ante movimientos secesionistas o durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). El sentimiento que unió a la población en contra de los gobiernos coloniales alrede-dor del mundo, como en África. La centralidad de los monumentos históricos para la nación, expresada en discursos oficiales y en el imaginario popular, como en el caso de México y sus monumentos nacionales.

    Procesos históricos tan divergentes poseen dos elementos en común. Cada miem-bro de cada nación es parte de una comunidad imaginada. Cada comunidad imaginada posee un cuerpo geográfico nacional: un territorio cargado de signi-ficados y susceptible de ser representado.

    En 1983, Benedict Anderson (1993) publicó su libro sobre el nacionalismo Comu-nidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, que constituyó un parteagüas en la forma de entender el nacionalismo: ya no como un fenómeno puramente político sino como uno de índole cultural. Esto formó parte de un movimiento más amplio dentro de la historia social hacia otros temas tales como los grupos subalternos entre muchos otros.

    Situar al nacionalismo o el sentimiento de nación como un artefacto o construc-ción cultural permite entender las pasiones que genera, sin que por ello se eli-mine al Estado o al poder, como veremos más adelante. Cuando hablamos del nacionalismo como construcción cultural queremos decir que es producto de una red de interacciones sociales, donde los individuos tienen en común una serie de significados a los que les otorgan una importancia específica. Cada nación tiene una forma cultural particular.

    La nación como comunidad imaginada implica que sus integrantes nunca podrán conocer al resto, de manera que deben imaginarlos, con una cultura nacional propia, gracias a una serie de instrumentos como la novela, el periódico o el censo. Esta nación tiene también como características la de ser limitada, pues no aspira a contener al resto de la población mundial, y la de ser soberana, puesto que ejerce su poder sobre un territorio dado (Anderson, 1993: 23).

    La necesidad de fijar el territorio y de representarlo gráficamente con un mapa es lo que crea el cuerpo geográfico de la nación. Este concepto de “cuerpo geográ-fico” es propuesto por Thongchai Winichakul en su libro Siam Mapped. A History of the Geobody of a Nation (1994). Winichakul afirma que el cuerpo geográfico se crea por la necesidad del Estado moderno de definir el territorio sobre el cual ha de ejercerse la soberanía -sobre unidades que pueden o no estar ya bajo la autoridad de la nación. No obstante, el cuerpo geográfico no es simplemente la representación en un mapa de un territorio nacional, éste constituye el punto de partida para la imaginación, discusión y proyección de la nación misma (Wini-chakul, 1994: 129).

    De la confluencia de estos dos trabajos, es que partiremos para analizar la na-ción, un concepto que implica imaginar población y espacio. Es preciso aclarar que estos dos trabajos no son los únicos contemplados en nuestra discusión, sino

  • 7Desarrollo de conceptos

    008-09

    simplemente una forma de iniciar un diálogo con otros autores. Dado que hablar de la nación en singular es muy abstracto, construiremos una tipología de algu-nos nacionalismos existentes en los siglos XIX y XX. Esto nos permitirá ahondar en los mecanismos concretos de construcción de la idea de nación, al mismo tiempo que hacemos un ejercicio comparativo de historia mundial.

    La nación

    Anderson ha definido la nación o el sentimiento de ser parte de una como una comunidad política imaginada, inherentemente limitada y soberana, como ya mencionamos antes. Dicha comunidad está caracterizada por una idea de cama-radería horizontal, que hace posible dejar de lado momentáneamente diferencias de clase y de género. Así, los mexicanos se imaginan a sí mismos como iguales dentro de la nación, aunque su sociedad esté marcada fuertemente por la in-equidad económica, de género y étnica. Basta ver la brecha entre clases altas y bajas, entre mujeres y hombres en algunos ámbitos y entre la población mestiza y la indígena.

    Los elementos que permiten tal tipo de comunidad son una nueva concepción del tiempo: homogéneo y vacío, donde la frase “mientras tanto” se torna clave. De manera sencilla, esto quiere decir que “mientras tanto” nos permite pensar que, de manera paralela a nuestra lectura de este texto, el resto de los mexicanos está ocupado en otras tareas. Esta concepción del tiempo se hace evidente en la novela y el periódico, cuya lectura refrenda en el lector la pertenencia a una comunidad. Tal como dice Anderson, el filipino que hubiera leído Noli Me Tangere, novela escrita por José Rizal, o el mexicano que hubiera leído El periquillo sarniento de José Fernández de Lizardi habrían sido capaces de “reconocer” ese entorno y esa gente en el siglo XIX. Lo mismo los lectores de los periódicos que entienden que las noticias allí contenidas pertenecen al ámbito nacional y que, de hecho, las comprenden porque forman parte de él. Si abrimos un periódico mexicano somos capaces de seguir, por ejemplo, las confrontaciones políticas entre partidos, pero qué ocurre cuando abrimos un periódico colombiano. ¿Entendemos el sistema político? ¿Sabemos cuáles son los principales partidos políticos?

    En ambos casos, novela y periódico, asistimos a un proceso de imaginación de una comunidad, que, por ser tan grande, precisa de estos ejercicios para confor-marse y confirmarse día a día (Anderson, 1993: 43-48).1

    Anderson ha propuesto la existencia de una serie de formas modulares o modelos de la nación desde el siglo XIX y hasta el periodo contemporáneo. En este recorri-do histórico, él empieza a principios del siglo XIX con Latinoamérica y llega hasta la primera mitad del siglo XX en Asia y África. La primera forma habría surgido durante los procesos de independencia de Latinoamérica, cuando se pensó por primera vez que los integrantes de las unidades administrativas iberoamericanas eran ciudadanos: estas unidades se habían convertido en patrias. Los movimien-tos de independencia dirigidos por líderes criollos como Miguel Hidalgo o Simón Bolívar son nacionales: ellos imaginan a indígenas, negros y mestizos como con-nacionales.

    1 Tanto el capitalismo como la imprenta hicieron posible el surgimiento de una nueva forma de comunidad imaginada.

  • 8 Nacionalismo, identidad e historia

    ¿Por qué surgió la idea del nacionalismo en estos movimientos antes que en el resto del mundo? De entrada, dice Anderson, podríamos aducir que el senti-miento de unidad se vio favorecido por la presión de la centralización efectuada por las Reformas borbónicas y, que hubo la influencia de la Ilustración y de la Independencia de EUA y de la Revolución Francesa. No obstante, esto no explica que los proyectos fueran viables, ni que surgieran ya apelativos como “peruanos” para designar a poblaciones diversas, ni las dificultades experimentadas por los grupos criollos. Aunque eventualmente como clase quedaran en el poder, muchos individuos perdieron su posición de clase (Anderson, 1993: 81-83). La respuesta debe buscarse, de acuerdo con Anderson, en el hecho de que las colonias eran unidades administrativas con una existencia de tres siglos, que sus funcionarios recorrían el territorio a lo largo de sus carreras lo cual generaba una idea de per-tenencia común, que su recorrido era acompañado por el de la documentación oficial en una lengua específica, el castellano. Todo esto, en su conjunto, había posibilitado la aparición de patrias (Anderson, 1993: 84-89).

    La segunda forma habría surgido en la Europa del siglo XIX: un nacionalismo popular fincado en lenguas nacionales impresas y que contaba ya con un modelo –el criollo-, lo que hizo que la nación se convirtiera “en algo capaz de ser cons-cientemente deseado desde el principio del proceso” (Anderson, 1993: 102). Este deseo se verá expresado, entre otras formas, en mapas que, a diferencia de lo que uno piensa, no necesariamente reflejan la realidad, sino que también pueden ser proyecciones de dicho deseo.

    El tercer modelo lo aportarían las familias dinásticas europeas en la segunda mitad del siglo XIX, cuando afrontaron el proceso de nacionalizarse y de homo-geneizar a sus súbditos o lo que Anderson llama “rusificación,” por ser el ejem-plo más conocido (Anderson, 1993: 126-130). Las dinastías europeas fueron confrontadas por movimientos revolucionarios en las décadas de 1820, 1830 y 1840. Así, se dieron a la tarea de convertirse en nacionales (por ejemplo, había “germanos” gobernando Gran Bretaña y gobernantes rusos que no hablaban el idioma “nacional”) y, de paso, de definir lo que era la nación. Eligieron una lengua de Estado de entre las lenguas vernáculas, ya sea por conveniencia o por alguna elección consciente y diseminaron esa lengua a través de la educación. Asimismo, promovieron la identidad nacional a través del sistema escolar, el ejér-cito, los museos, y los festivales públicos, entre otros mecanismos más.

    La última oleada de nacionalismos sería la ocurrida en el mundo colonial, en Asia y África, adonde llegaron estos tres modelos. Tomando elementos de estos – par-ticularmente del modelo europeo del siglo XIX, la población colonizada construyó identidades nacionales. Por un lado, los gobiernos coloniales contribuyeron a ello. La unidad administrativa creada por ellos, que era la colonia, permitió a los habitantes adquirir un sentido de cohesión y pertenencia común. La difusión de la educación al estilo moderno para crear una burocracia indígena bilingüe que recorría el territorio colonial como parte de sus labores permitió contribuir al sen-timiento de unidad (Anderson, 1993: 162-165). Por ejemplo, los burócratas de India, colonia británica con increíble variedad lingüística, adquirieron un idioma común (el inglés) para comunicarse.

    Por otro lado, los líderes de los movimientos anticoloniales tuvieron como parte central la creación de una conciencia común y la “visualización” literal y metafó-

  • 9Desarrollo de conceptos

    008-09

    rica del futuro territorio nacional, para lo que los mapas creados por los gobier-nos coloniales fueron indispensables.

    Estos modelos, propuestos por Anderson, son una herramienta para entender las diferentes capas de formación presentes en cualquier nación actual. Así, aunque la nación mexicana entre dentro del primer modelo, el criollo; su desarrollo poste-rior toma elementos del segundo y tercer modelo. En el periodo posterior a 1821, para consolidarse el nuevo Estado debió echar mano del nacionalismo popular, al mismo tiempo que emprendía una labor de centralización y homogeneización similar al de las dinastías europeas.

    Espacio, territorio y paisaje nacionales

    Las proyecciones, discusiones e imágenes sobre el territorio nacional son parte del cuerpo geográfico de la nación. Este cuerpo geográfico es el resultado de las identificaciones positiva y negativa de “Nuestro” espacio, de acuerdo con Wini-chakul. La identificación positiva es la integración territorial de unidades –algunas veces previamente autónomas- ya sea por medios administrativos ya sea por la fuerza. La identificación negativa tiene lugar ante la presencia de un “Otro”, en algunas ocasiones como resultado de un acuerdo entre “Nosotros” y “Ellos” en otras ocasiones como resultado de una confrontación o amenaza como en los tratados para definir el territorio (Winichakul, 1994: 129-131).

    Winichakul estudia el caso tailandés bajo la dinastía Cakri en el siglo XIX. La identificación positiva de Tailandia implicó la incorporación de pequeños rei-nos autónomos. Su identificación negativa implicó la presencia amenazadora de Francia y Gran Bretaña, a quienes tuvo que ceder territorios, aunque mantuvo su independencia, a diferencia del resto de los países del sureste asiático. De mane-ra retrospectiva, la historia nacional tailandesa ha presentado el primer proceso como “integración” y el segundo como “pérdida,” ante el cruel Occidente (Wini-chakul, 1994: 130).

    Sin embargo, no basta con definir y tomar posesión del territorio nacional: es preciso saber quién lo habita. En esta tarea, censo y mapa van de la mano en la definición del cuerpo geográfico. El censo permite “…llenar en lo político la topografía normal del mapa” (Anderson, 1993: 243).

    Una vez que se ha definido el cuerpo geográfico es necesaria la representación del mismo. En primer lugar tenemos la representación cartográfica: el mapa de la nación no sólo muestra el territorio, sino que además se vuelve un logotipo o ícono, una imagen capaz de ser identificada por el miembro de esa nación aun en ausencia de un contexto geográfico más amplio.

    En segundo lugar, tenemos la definición del paisaje nacional, posible gracias a la representación en literatura y pintura. Este tipo de nacionalismo geográfico, de acuerdo con Eric Kaufmann (1998), presenta dos formas: la nacionalización de la naturaleza y la naturalización de la nación. La primera, originada en el Romanticismo, genera un sentimiento de apego al terruño entre poblaciones: es la asociación de un paisaje específico, sin importar si es rural o urbano, a una población. Por ende, esto significa dar énfasis a la actividad de esa población sobre la naturaleza, adquiriendo ésta una especie de pasividad. La segunda, proveniente del Romanticismo tardío, recupera la importancia de la naturaleza

  • 10 Nacionalismo, identidad e historia

    indomable, agreste y sus efectos sobre la población. Ejemplos del primer tipo de nacionalismo geográfico son Francia y Gran Bretaña cuya naturaleza ha sido modificada, nacionalizada. Ejemplos del segundo son países con un paisaje agreste, entre los que él menciona: Suiza, los países escandinavos (excepto Di-namarca) y, modelados en los anteriores, Estados Unidos y Canadá. (Kaufmann, 1998: 667-668).

    Cuando pensamos en el territorio nacional mexicano, por ejemplo, no sólo pen-samos en un mapa, sino también en un tipo de paisaje que se vuelve represen-tativo –a pesar de la diversidad existente. En ocasiones, ese paisaje suele evocar algunas características de la población, en otras parece explicarlas.

    En tercer lugar, está el proceso de asignar un nombre no sólo al país, sino a los distintos ámbitos espaciales al interior de éste. Dichos nombres deben reflejar la identidad nacional. Esta situación se observa de manera muy especial, por ejemplo, en ex colonias que, al adquirir la independencia, emprenden una cam-paña de reapropiación espacial al eliminar nombres y monumentos de la época colonial (Ogborn, 2008: 111-113, 117-120).

    Es preciso aclarar que ni el sentimiento de nación ni el cuerpo geográfico de ésta son inalterables. Ambos necesitan de la reafirmación constante y pasan por procesos de cambio constante, que en algunos casos pueden llevar a su transfor-mación total.

  • 11Métodos

    008-09

    Métodos

    ¿Cómo han sido aplicadas las ideas previamente expuestas al análisis de casos concretos de nacionalismo? ¿Cómo se crean identidades nacionales en contex-tos multiculturales? ¿Qué papel desempeña la definición de los paisajes en la creación de identidades nacionales específicas? ¿Cuándo y cómo ocurren estos procesos en países colonizados? Para responder a estas preguntas tomaremos cinco propuestas (Abu El- Haj, 1998; Goswami, 2004; Kaufmann, 1998; Malk-ki, 1992; Zimmer, 1998) de cómo analizar estos procesos en varios contextos: Palestina, India, Estados Unidos, Canadá, Tanzania y Suiza. Para ello, los dividi-remos en tres grupos, uno que inquiere en torno al paisaje y territorio nacional, otro que propone una concepción más amplia de espacio en un contexto colonial y, finalmente, uno que se pregunta qué pasa con las identidades nacionales de poblaciones en el exilio.

    Paisaje y territorio

    En esta sección, discutiremos tres trabajos que examinan la base territorial de la identidad nacional.

    En un artículo sobre el nacionalismo geográfico en Estados Unidos y Canadá, Eric Kaufmann propone una nueva forma de aproximarse a la relación entre paisaje y nación: la nacionalización de la naturaleza y la naturalización de la nación. Para el caso estadounidense, Kaufmann hace un recorrido histórico sobre las ac-titudes hacia la naturaleza desde la época de la colonización hasta la década de 1930. Entre los colonos y la mente puritana permea una visión un tanto negativa de la naturaleza indomable del Nuevo Mundo, llegando incluso a pensar que el diablo habita en ella. Pero también cultivan la imagen del campesino que se encarga de domarla. Esta perspectiva celebratoria del agricultor que modifica la naturaleza se prolongará hasta Benjamin Franklin y la generación de la Revolu-ción: entre ellos existe un orgullo por este nacionalismo naturalizado (Kaufmann, 1998: 669-670).

    No obstante, este nacionalismo geográfico cambiará ante la inseguridad frente a Europa: a pesar de que entre los intelectuales existe la clara percepción de que Estados Unidos es un país que mira hacia el futuro, necesitan compensar la falta de un “paisaje historizado” que sí posee Europa (Kaufmann, 1998: 671). Kaufmann hace un recorrido por los intelectuales y artistas estadounidenses del siglo XIX para encontrar la forma en la que resolvieron esta ausencia: la pintura se encargará de idealizar los paisajes estadounidenses, camino que también la literatura seguirá. De hecho, ante la necesidad de una literatura que sea espe-cíficamente estadounidense, los escritores voltean hacia el paisaje en busca de inspiración. (Kaufmann: 1998: 672).

    Paulatinamente el hombre de la frontera se convierte en el símbolo de la nación: Daniel Boone, un pionero y colonizador que se volvió figura mítica, Natty Bum-ppo o “Leatherstocking,” personaje de una serie de novelas inspirado en pione-ros; y Davy Crocket, pionero, colonizador, senador por Tennessee y participante en la guerra de Texas; son personajes favoritos de numerosos relatos sobre el oeste. La introducción de esta figura, aunque opuesta a la del campesino, ter-minará por fundirse con ésta (Kaufmann, 1998: 674). La consolidación de esta

  • 12 Nacionalismo, identidad e historia

    idea tiene lugar en la obra de varios historiadores: George Bancroft y Frederick Jackson Turner. El primero hace un trabajo sobre Daniel Boone donde lo presenta como un producto natural estadounidense. El segundo, el historiador quizá más connotado, le da concreción a una serie de ideas que circulaban: que la natura-leza ha producido al estadounidense: los rigores del paisaje lo han hecho fuerte, capaz de adaptarse a duras condiciones de vida. (Kaufmann, 1998: 676) Turner también hace una gran contribución al fundir las figuras del hombre de la fronte-ra y del campesino: “Así, el hombre de la frontera está imbuido del poder de la naturaleza, que a su vez define a la nación entera” (Kaufmann, 1998: 676).1

    Ya en el siglo XX, a pesar de que Estados Unidos era un país eminentemente urbano, la idea del oeste siguió presente. Los indígenas y sus objetos se volvieron productos de mercado: Gerónimo, indígena que luchó contra la expansión tanto de Estados Unidos como de México en sus tierras, pasó de ser un personaje te-rrible a una figura famosa que asistía a ferias estatales. (Kaufmann, 1998: 677). No obstante, la imagen del oeste que circulaba para ese momento era un poco más cercana a la idea de la nacionalización de la naturaleza –el dominio sobre ésta-, que, sin desplazar a la naturalización coexistió con ella en una forma más compleja de identidad nacional, de acuerdo con Kaufmann. (1998: 677).

    Oliver Zimmer utiliza los dos conceptos propuestos por Kaufmann, nacionaliza-ción de la naturaleza y naturalización de la nación, para estudiar el caso de Sui-za. Zimmer ubica la construcción de un nacionalismo geográfico en dos etapas: desde el siglo XVIII hasta 1870 y de 1870 hasta 1945. En la primera etapa, se desarrolló un nacionalismo inspirado en los Alpes, como símbolo principal: poe-mas, estudios topográficos, literatura de viajes contribuyeron a que se volvieran un emblema del nacionalismo suizo. Además, la publicación de Guillermo Tell, escrito por Schiller, en 1804 fortaleció la idea del vínculo entre las característi-cas de los habitantes y el paisaje (Zimmer, 1998: 646-647). Mientras que en la segunda etapa, Suiza, atemorizada por el ascenso del nacionalismo lingüístico europeo que la ponía en desventaja, eligió hacer de los Alpes los artífices de la singularidad de los suizos: la libertad e independencia como características na-cionales (Zimmer, 1998: 648-652).

    Si la definición del paisaje forma parte importante para una identidad nacional, también lo es la construcción de un pasado glorioso cuya impronta se encuentra en vestigios arqueológicos y, por tanto, en el territorio nacional. Nadia Abu El-Haj se aboca a estudiar los proyectos arqueológicos en Jerusalén, a raíz de la guerra de 1967, cuando Israel se apoderó de esta ciudad. La autora insiste en que debe estudiarse la forma en que la arqueología trabaja: no sólo en el tipo de narrativas que produce, sino también en la nueva cultura material que crea (Abu El-Haj, 1998: 168).

    Esta arqueología, fomentada por el Estado israelí, es nacionalista por dos razo-nes. Parafraseando a Abu El-Haj, la primera porque pone énfasis en épocas de “ascenso nacional” y “gloria” en la historia antigua y medieval a partir de la cual se imagina el presente de la nación. La segunda es porque el trabajo arqueoló-gico arroja información sobre el pasado de los “otros”, pero siempre desde la perspectiva de un “nosotros” (Abu El-Haj, 1998: 167).

    1 Traducción mía.

  • 13Métodos

    008-09

    Abu El-Haj se dedica a analizar los trabajos arqueológicos en Jerusalén, cuyos principales objetivos eran los periodos de la Era del hierro, Persa, Helenístico y Romano temprano, que marcan el nacimiento de la “nación” judía y su destruc-ción posterior a manos de los romanos, a la cual contraponen el surgimiento del Estado israelí. (Abu El-Haj, 1998: 169).2

    La principal preocupación con la grandeza arquitectónica y con historias de guerra, heroísmo y destrucción dejó de lado temas como estudios sobre la vida cotidiana de los habitantes, grupos en la otredad como cristianos y romanos y las divisiones sociales (Abu El-Haj, 1998: 170). Un ejemplo claro de este tipo de práctica arqueológica es el sitio conocido como la Casa quemada: una casa del periodo Herodiano que fue quemada. Un grupo de arqueólogos encabezados por Nahman Avigad, llegó a la conclusión de que había sido destruida en el año 70 E.C. (el mismo año en que fue destruido el Templo), a manos de los romanos. Avigad propuso incluso una fecha exacta en que la destrucción habría tenido lugar, a pesar de que hasta el día de hoy no es posible fechar con tanta exactitud la ceniza (Abu El-Haj, 1998: 169-170).

    Abu El-Haj analiza también lo que ella llama los “objetos apropiados” para la arqueología. Durante la búsqueda de restos arqueológicos, se han usado bull-dozers (algo criticado fuertemente) para llegar con mayor rapidez a los estratos de interés: los ya antes mencionados y que prueban la grandeza de la sociedad judía. Una vez que se llega a esas capas se procede a buscar restos de mayor dimensión, dejando de lado y destruyendo muchas veces restos de menor tama-ño. Cualquier objeto encontrado que no corresponda a los periodos de interés no suelen ser fechados, sino que se refiere a ellos como mameluco, de la época de los Cruzados, árabe o reciente, que denotan una falta de especificidad (Abu El-Haj, 1998: 171-173).

    No obstante, esto no quiere decir que no se conserven sitios arqueológicos sig-nificativos para otras comunidades. Como parte del proceso de reconstrucción de la parte vieja de la ciudad, donde se reviviría el Barrio Judío, se conservaron el Cardo (una calle muy elaborada bordeada por columnas), la iglesia Nea y el Palacio Omeya, lo cual ha permitido a Israel atraerse turismo, pero también proyectar una imagen de Estado liberal e incluyente.

    Como dice Abu El-Haj: “Esta política de multiculturalismo tiene mucho de exclu-sión. En un discursos político en que el pasado y el presente están divididos en identidades y patrimonios discretas, el Estado judío puede muy bien alegar que protege los derechos culturales y religiosos (y monumentos) de las minorías que viven en su interior, pero eso es precisamente lo que son: minorías culturales y religiosas (y algunas veces nacionales) que viven dentro del Estado judío.” (Abu El-Haj, 1998: 179).

    El reconocimiento de las minorías no quita peso a la pretensión de construir la identidad nacional en torno a una ciudad. (Abu El-Haj, 1998: 179).

    2 Es importante aclarar que este trabajo fue hecho tanto por arqueólogos israelitas como por arqueólogos interesados en los estudios bíblicos.

  • 14 Nacionalismo, identidad e historia

    Del espacio colonial al nacional

    Manu Goswami (2004) realiza una importante contribución al explicar cómo se forma la idea del espacio nacional en un contexto colonial. Su libro, Producing India. From Colonial Economy to National Space, si bien se inscribe dentro la corriente que ha analizado los aspectos culturales del nacionalismo, se opone a pensar en el espacio nacional como una simple metáfora o sólo en sentido territo-rial. Goswami escribe “Yo concibo el espacio como un producto social dinámico y como una dimensión constitutiva de las relaciones sociales.” (Goswami, 2004: 18).3

    Es preciso, de acuerdo con ella, entender la convergencia de economía, territo-rio, población, gobierno: ¿cómo coinciden? ¿Qué ocurre en países colonizados? (Goswami, 2004: 15). Su análisis cubre un periodo que va de 1858 hasta la década de 1900. En 1858 el gobierno colonial cambia su orientación en India: ya no desarrolla un proyecto mercantilista, sino uno colonialismo territorial. El primero supone que el excedente de capital británico se trasladaría a India para que ésta a su vez comprara la sobreproducción británica. Pero el segundo supone considerar a las colonias como parte integral de las metrópolis, pues comple-mentan sus actividades económicas (Goswami, 2004: 44-45). Para la década de 1900 con el primer movimiento nacionalista con amplia base social, Swades-hi, ya existe entre buena parte de la población la idea del territorio nacional, expresado de hecho en el nombre del movimiento: swa (propio, auto) y deshi (nacional).

    A lo largo del libro, Goswami describe la creación de una unidad económica, la introducción de una serie de telecomunicaciones, de una educación que enfatiza el conocimiento territorial y de medidas -esto último necesario para la burocra-cia colonial. Cada uno de estos puntos le permite mostrar que la población india adquirió paulatinamente una idea del país como un todo, a la vez que la creación de espacios racializados alentó en ella la formación de una identidad nacional.

    Veamos un par de ejemplos: la recopilación de información económica y los tre-nes. Goswami traza la preparación de información económica detallada para la administración colonial (el presupuesto anual), que enfatizaba la unidad econó-mica de la colonia con respecto a otras unidades económicas. Esto era sobre todo patente en la descripción del comercio y en estadísticas de producción: cuánto y qué se producía en India, qué se exportaba, qué se importaba, entre otras pre-guntas que requerían información específica.

    Lo notable es que estas descripciones hechas para uso del gobierno colonial gene-raron en la población india ideas críticas: ¿cuántos de los productos consumidos y enlistados en esa información económica habían sido producidos por indios? ¿A dónde iban a parar las ganancias de lo producido? Conceptos tales como deuda, presupuesto y déficits, aunque incomprensibles para buena parte de la población, de acuerdo a un documento citado por Goswami, se fueron incorporando poco a poco en el vocabulario general (Goswami, 2004: 85).

    El ferrocarril contribuyó mucho a la economía colonial: permitió la unión del te-rritorio, de mercados, el traslado de tropas; lo mismo que el riego de importantes zonas agrícolas. Pero, al mismo tiempo, acentuó y creó diferencias espaciales. En 3 Traducción mía.

  • 15Métodos

    008-09

    términos económicos hubo zonas de provincias que prosperaron gracias al riego, mientras que otras zonas en la misma provincia quedaban rezagadas.

    En términos de las divisiones entre colonizadores y colonizados las diferencias fueron igualmente importante. Por un lado, si bien los indios trabajaban en los ferrocarriles, no eran aceptados en puestos tales como conductores o ingenieros, por la sociología colonial imperante: los indios no eran inteligentes, ni tenían mucho autocontrol, ni capacidad de reacción ante emergencias, además de poca fuerza física (Goswami, 2004: 113).

    En los casos en los que se empleó a indios siempre se les confinó a rutas de carga –no se les confiaba el traslado de pasajeros-, con trenes de baja velocidad y en rutas cortas. Aunque los reportes que se tenía de su desempeño eran buenos, fueron interpretados como ejemplos extraordinarios (Goswami, 2004: 113).

    La inclusión de indios en puestos de jefes de estación, conductores, ingenieros, etc., obedeció tanto al encarecimiento de la mano de obra inglesa como a las protestas organizadas por el Congreso Nacional a partir de la década de 1890. No obstante, puestos medios y altos de la burocracia ferrocarrilera permanecie-ron fuera de su alcance hasta la década de 1930 (Goswami, 2004: 115).

    La introducción de los ferrocarriles, pensaba la administración colonial, termi-naría por modernizar India. Uno de los objetivos del sistema ferroviario era que borrara las distinciones, específicamente de casta entre los nativos, de acuerdo con los británicos. Si bien la distancia entre los colonizados disminuyó, como el gobierno colonial había augurado, la distancia entre colonizado y colonizador se hizo más evidente y profunda.

    Para mantener orden y evitar los contactos entre británicos e indios se habilitaron espacios diferentes para los viajeros según su origen. Los nativos que viajaban en 3ª y 4ta clases no podían entrar a la estación sino hasta 45 minutos antes de la venta de boletos, por lo que esperaban en un espacio techado. Irónicamente estos espacios estaban cerca de los bloques donde vivían los trabajadores europeos y angloindios. Ante ellos se desplegaba uno más de los espacios racializados a los que no tenían acceso: el lugar poseía un parque, bien cuidado y limpio; además de campos de juego, biblioteca y cafetería (Goswami, 2004: 118).

    A pesar de que los ingresos por concepto de transporte de pasajeros se gene-raban por los boletos de 3ª clase, las condiciones de viaje eran malas: durante mucho tiempo no hubo sanitarios en el interior (hasta 1870 se empezaron a introducir, pero en algunas líneas se hizo hasta 1930), además de que no había asientos y el espacio cúbico era muy reducido. Los compartimentos se cerraban desde afuera, de modo que al llegar a cada estación los pasajeros que deseaban bajar tenían que llamar la atención del guardia para que les abriera (Goswami, 2004: 119).

    Goswami analiza una serie de peticiones de individuos de clase media que pe-dían modificaciones a las condiciones de viaje. Algunas abogan por la mejoría de las condiciones de los pasajeros de 3ª y 4ta clases, pero los más piden una

  • 16 Nacionalismo, identidad e historia

    mayor diferenciación interna entre pasajeros indios de clases bajas y medias, pues incluso los que viajaban en 2da clase tenían que esperar fuera de la plata-forma. Muchas otras cartas giran en torno a la preocupación por las condiciones de viaje de las mujeres. Se hacía todo tipo de solicitudes para las mujeres de clases medias: baños dentro de cada vagón, una ayah o dama de compañía que las atendiera y que llevara y trajera mensajes entre las mujeres y sus esposos, disponibilidad de palanquines y otros medios de transporte de este tipo cerca de los vagones, de manera que no tuvieran que infringir la purdah -práctica para evitar que las mujeres sean vistas por los hombres (Goswami, 2004: 123-127).

    Resumiendo, la creación de una unidad económica colonial dio paso a la visua-lización del territorio como nacional.

    Nación y exilio

    Para concluir la sección de métodos, quisiera examinar un artículo de Liisa Malkki (1992) que hace una lectura crítica sobre la territorialización de la nación y nos recuerda la fluidez de las identidades, en este caso, las nacionales. Su artículo tiene dos grandes objetivos. Por un lado, examinar las circunstancias de los refu-giados para ver cómo construyen sus memorias de hogares y nacionales. Por otro lado para ver cómo han sido estudiados los refugiados: pues la forma en que los estados, las organizaciones y los académicos los han visto es diferente a otros procesos de desterritorialización (Malkki, 1992: 25).

    En buena parte de la literatura sobre nacionalismo se asume que el mundo está dividido en naciones fijas y nítidas de manera natural. Los términos tales como tierra, suelo, país son vistos como sinónimos de nación, es decir, existe una te-rritorialización de la nación. Asimismo, Malkki destaca la existencia de varias prácticas que denotan el vínculo entre personas y territorio: el hábito de exiliados de llevarse un puñado de tierra, un brote o semillas de su país, la práctica del héroe o político de besar la tierra, la costumbre de enterrar a alguien en su tierra de origen –llámese país o lugar de nacimiento dentro de un país (Malkki, 1992: 26-27).

    La autora considera que estos ejemplos no son sólo territorializantes sino incluso metafísicos. La relación entre la gente y el territorio se expresa frecuentemente en metáforas arbóreas. Las más comunes son las que hablan de “raíces” y de “desarraigo”, pero existen otras como árboles emblemáticos de naciones (el roble como emblema británico) (Malkki, 1992: 27). El vocabulario de linaje usado tam-bién evidencia esto: patria, madre patria. Al pertenecer a una misma patria (a un mismo suelo) formamos parte de un solo árbol genealógico (Malkki, 1992: 28).

    Estos sentimientos que compartimos los que pertenecemos a una misma nación se ponen en entredicho cuando la abandonamos. ¿Qué pasa, se pregunta Malkki, con los exiliados? ¿Se sienten parte de la nación? Ella responde estas preguntas resumiendo el trabajo de campo hecho entre los refugiados hutus que viven en la parte oeste de Tanzania y quienes huyeron de Burundi en 1972.

    El trabajo de campo se condujo entre dos grupos de refugiados. Los que perma-necen en campos de refugiados y los que se asentaron en la Ciudad de Kigoma en Lago Tanganica. Los primeros están insertos en un proceso de construcción y reconstrucción de su identidad como pueblo. Ellos hablan de Burundi, de la

  • 17Métodos

    008-09

    llegada de los extranjeros tutsis, de la captura del poder a manos de estos. Ellos se consideran los nativos por derecho de Burundi. Continúan usando el título de refugiados porque eso les permite expresar una cierta pureza, ya no son ciuda-danos de Burundi, pero tampoco inmigrantes en Tanzania (Malkki, 1992: 35).

    Para los que viven en el campo de refugiados, la verdadera nación es una comu-nidad moral, el territorio de Burundi no es un suelo nacional porque tiene que ser recuperado por sus nacionales y no gobernado por impostores: los tutsis (Malkki, 1992: 36).

    Esta percepción del espacio nacional contradice los supuestos de los académicos y construye una identidad diferente, en la que ni el Estado ni el territorio bastan para hacer una nación, la ciudadanía no es lo mismo que ser nativo (Malkki, 1992: 36).

    En contraste, los refugiados que se asentaron en la ciudad se definieron a sí mismos como personas, con una identidad cosmopolita. Aunque Burundi sigue siendo el suelo patrio y es un espacio concreto, no parecen anhelar el retorno. Malkki aclara que es difícil pensar en ellos como exiliados, pues ellos no están seguros de si regresarían a Burundi aunque la situación política cambiara: ¿se sigue siendo exiliado aunque el país de origen no figure de manera central en la conformación de la identidad? (Malkki, 1992: 36). De alguna manera, ambos grupos de refugiados desafían la idea de los esencialismos culturales y nacio-nales: la presencia de características únicas y la territorialización de las mismas (Malkki, 1992: 36).

  • 18 Nacionalismo, identidad e historia

    Ejercicios

    Ejercicios

    En esta sección se espera que el alumno aplique los conceptos aprendidos al contexto mexicano a través de varios ejercicios.

    Ejercicio no. 1

    El primero de ellos para que el alumno entienda el significado del mapa logotipo, y el tercero para que, a través de la lectura de dos pasajes de un libro sobre el movimiento antichino, perciba la utilidad del nacionalismo estatal y su expresión espacial.

    1. Observa las siguientes figuras. ¿Eres capaz de identificar el primer mapa? ¿Y el segundo? ¿Por qué?

    Ejercicio 2

    El segundo ejercicio tiene como objetivo que el estudiante analice la representa-ción pictórica del paisaje nacional como parte del proceso de identidad nacional. Para ello se propone que haga una consulta primero a la página web del Museo Nacional de Arte y, posteriormente, una visita al Museo.

    El Museo Nacional de Arte posee varias colecciones, además de ser la sede de exposiciones temporales y otras actividades artísticas y de difusión. Entre las colecciones se encuentra la llamada “1810-1910. Construcción de una nación.”

    Abre la página web de la colección, lee las descripciones de cada conjunto de obras y responde a las siguientes preguntas:

    ¿Qué secciones de la colección tratan de manera más directa la construcción de una identidad nacional?

  • 19Ejercicios

    008-09

    ¿Existe alguna sección que tenga que ver con el nacionalismo geográfico? ¿Qué contiene?

    (Página web: http://www.munal.com.mx/esp/colecciones/construccion.htm)

    Tras realizar una visita al Museo responde las siguientes preguntas:

    ¿Cuál te parece la(s) pintura(s) más emblemática del paisaje nacional? ¿Por qué?

    ¿Qué concepto crees que se adecua mejor a este grupo de pinturas: la naciona-lización de la naturaleza o la naturalización de la nación?

  • 20 Nacionalismo, identidad e historia

    Bibliografía

    Abu El-Haj, N. (1998). “Translating Truths: Nationalism, the Practice of Archeology, and the Remaking of Past and Present in Contemporary Jerusalem” en American Ethnologist, vol. 25, no. 2, 166-188 (JSTOR)

    Anderson, B. (1993). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.

    Chatterjee, P. (1994). The Nation and Its Fragments. Colonial and Postcolonial Histories. Nueva Delhi: Oxford Univer-sity Press, .

    Gómez I. y José J. (1991) El movimiento antichino en México (1871-1934). Problemas del racismo y del nacionalismo durante la Revolución Mexicana. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

    Goswami, M. (2004) Producing India. From Colonial Economy to National Space. Chicago: The University of Chicago Press.

    Kaufmann, E. (1998). “Naturalizing the Nation”: The Rise of Naturalistic Nationalism in the United States and Cana-da,” Comparative Studies in Society and History, vol. 40, no. 4, 666-695 (JSTOR)

    Malkki, L. (1992). “National Geographic: The Rooting of Peoples and the Territorialization of National Identity among Scholars and Refugees” Cultural Anthropology, vol. 7 no. 1 Space, Identity and the Politics of Difference, 24-44.

    McWilliams, W. C. y Harry, P. (1997). The World since 1945: A History of International Relations. Boulder, Col, Lynne Rienner.

    Museo Nacional de Arte (Munal): www.munal.com.mx

    Ogborn, M. (2008). “Topographies of Culture. Geography, Meaning and Power” en Brian Longhurst, et al. Introducing Cultural Studies. Harlow: Pearson, Longman, 107-139.

    Puig, J. (1992) Entre el río Perla y el Nazas. La China decimonónica y sus braceros emigrantes, la colonia china de Torreón y la matanza de 1911. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

    Winichakul, T. Siam, M. A History of the Geo-Body of a Nation. Honolulú: University of Hawaii Press.

    Zimmer, O. (1998). “In Search of Natural Identity. Alpine Landscape and the Reconstruction of the Swiss Nation” Comparative Studies in Society and History, vol. 40, no. 4, 637-665.

  • UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA - CUAJIMALPA

    DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

    LABORATORIO DE ANÁLISIS SOCIOTERRITORIAL