Las Zapatillas Rojas

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Clarissa Pinkola Estés Mujeres que corren con los lobos 175 CAPITULO 8 El instinto de conservación: La identificación de las trampas, las jaulas y los cebos envenenados La mujer fiera Según el diccionario, la palabra "fiera" deriva del latín fera cuyo significado es "animal salvaje". En el lenguaje común se entiende por fiera un animal que antaño era salvaje, que posteriormente se domestic6 y que ha vuelto una vez más al estado natural o indómito. Yo afirmo que la mujer fiera es la que antes se encontraba en un estado psíquico natural es decir, en su sano juicio salvaje y que después fue atrapa- da por algún giro de los acontecimientos, convirtiéndose con ello en una criatura exageradamente domesticada y con los instintos naturales adormecidos. Cuando tiene ocasión de regresar a su naturaleza salvaje original, cae fácilmente en toda suerte de trampas y es víctima de todo tipo de venenos. Puesto que sus ciclos y sus sistemas de protección se han alterado, corre peligro al estar en el que antes era su estado salvaje natural. Ha perdido la cautela y la capacidad de permanecer en estado de alerta y por eso se convierte fácilmente en una presa. La pérdida del instinto sigue una pauta muy concreta. Es importante estu- diar esta pauta e incluso aprenderla de memoria para poder conserva, los tesoros de nuestra naturaleza básica y también de la de nuestras hijas. En los bosques psíquicos hay muchas trampas de hierro oxidado escondidas bajo las verdes hojas del suelo. Psicológicamente ocurre lo mismo en el mundo material. Pode- mos ser víctima de varios engaños: las relaciones, las personas y las empresas arriesgadas son tentadoras, pero en el interior de un cebo de aspecto agradable se esconde algo muy afilado, algo que mata nuestro espíritu en cuanto lo morde- mos. Las mujeres fieras de todas las edades y especialmente las jóvenes experi- mentan un enorme impulso de resarcirse de las largas hambrunas y los largos exilios. Corren peligro por culpa de su excesivo y temerario afán de acercarse a unas personas y alcanzar unos objetivos que no son alimenticios ni sólidos ni du- raderos. Cualquiera que sea el lugar donde viven o el momento en el que viven, siempre hay jaulas esperando; unas vidas demasiado pequeñas hacia las cuales las mujeres se pueden sentir atraídas o empujadas. Si has sido capturada alguna vez, si alguna vez has sufrido hambre del alma, si alguna vez has sido atrapada y, sobre todo, si experimentas el impulso de crear algo, es muy probable que hayas sido o seas una mujer fiera. La mujer fiera suele estar muy hambrienta de cosas espirituales y a menudo se traga cualquier vene- no ensartado en el extremo de un palo puntiagudo, pensando que es aquello que ansía su alma. Aunque algunas mujeres fieras se apartan de las trampas en el último mo- mento y sólo sufren algún que otro pequeño desperfecto en el pelaje, son muchas más las que caen en ellas inadvertidamente y pierden momentáneamente el co- nocimiento mientras que otras quedan destrozadas y otras consiguen liberarse y se arrastran hasta una cueva para poder lamerse a solas las heridas.

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Capítulo 8 de libro sobre la iniciación femenina y como lidiar con adicciones, por C. Pinkola Estés

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    CAPITULO 8

    El instinto de conservacin: La identificacin de las trampas, las jaulas y los cebos envenenados

    La mujer fiera

    Segn el diccionario, la palabra "fiera" deriva del latn fera cuyo significado

    es "animal salvaje". En el lenguaje comn se entiende por fiera un animal que antao era salvaje, que posteriormente se domestic6 y que ha vuelto una vez ms al estado natural o indmito.

    Yo afirmo que la mujer fiera es la que antes se encontraba en un estado psquico natural es decir, en su sano juicio salvaje y que despus fue atrapa-da por algn giro de los acontecimientos, convirtindose con ello en una criatura exageradamente domesticada y con los instintos naturales adormecidos. Cuando tiene ocasin de regresar a su naturaleza salvaje original, cae fcilmente en toda suerte de trampas y es vctima de todo tipo de venenos. Puesto que sus ciclos y sus sistemas de proteccin se han alterado, corre peligro al estar en el que antes era su estado salvaje natural. Ha perdido la cautela y la capacidad de permanecer en estado de alerta y por eso se convierte fcilmente en una presa.

    La prdida del instinto sigue una pauta muy concreta. Es importante estu-diar esta pauta e incluso aprenderla de memoria para poder conserva, los tesoros de nuestra naturaleza bsica y tambin de la de nuestras hijas. En los bosques psquicos hay muchas trampas de hierro oxidado escondidas bajo las verdes hojas del suelo. Psicolgicamente ocurre lo mismo en el mundo material. Pode-mos ser vctima de varios engaos: las relaciones, las personas y las empresas arriesgadas son tentadoras, pero en el interior de un cebo de aspecto agradable se esconde algo muy afilado, algo que mata nuestro espritu en cuanto lo morde-mos.

    Las mujeres fieras de todas las edades y especialmente las jvenes experi-mentan un enorme impulso de resarcirse de las largas hambrunas y los largos exilios. Corren peligro por culpa de su excesivo y temerario afn de acercarse a unas personas y alcanzar unos objetivos que no son alimenticios ni slidos ni du-raderos. Cualquiera que sea el lugar donde viven o el momento en el que viven, siempre hay jaulas esperando; unas vidas demasiado pequeas hacia las cuales las mujeres se pueden sentir atradas o empujadas. Si has sido capturada alguna vez, si alguna vez has sufrido hambre del alma, si alguna vez has sido atrapada y, sobre todo, si experimentas el impulso de crear algo, es muy probable que hayas sido o seas una mujer fiera. La mujer fiera suele estar muy hambrienta de cosas espirituales y a menudo se traga cualquier vene-no ensartado en el extremo de un palo puntiagudo, pensando que es aquello que ansa su alma.

    Aunque algunas mujeres fieras se apartan de las trampas en el ltimo mo-mento y slo sufren algn que otro pequeo desperfecto en el pelaje, son muchas ms las que caen en ellas inadvertidamente y pierden momentneamente el co-nocimiento mientras que otras quedan destrozadas y otras consiguen liberarse y se arrastran hasta una cueva para poder lamerse a solas las heridas.

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    Para evitar las celadas y tentaciones con que tropieza una mujer que se ha pasado mucho tiempo capturada y hambrienta, tenernos que ser capaces de ver-las por adelantado y esquivarlas. Tenemos que reconstruir nuestra perspicacia y nuestra cautela. Tenemos que aprender a virar. Tenemos que distinguir las vuel-tas acertadas y las equivocadas.

    Existe algo que en m opinin es un vestigio de un antiguo cuento de viejas de carcter didctico que expone la apurada situacin en que se encuentra la mujer fiera y muerta de hambre. Se lo conoce con distintos ttulos tales como "Las zapatillas de baile del demonio", "Las zapatillas candentes del demonio" y "Las zapatillas rojas". Hans Christian Andersen escribi su versin de este viejo cuento y le dio el ttulo citado en tercer lugar. Como un autntico narrador, en-volvi el ncleo del cuento con su propio ingenio tnico y su propia sensibilidad.

    La siguiente versin de "Las zapatillas rojas" es la germanomagiar que mi ta Tereza sola contarnos cuando ramos pequeos Y que yo utilizo aqu con su bendicin. Con su habilidad acostumbrada, mi ta siempre empezaba el cuento con la frase: "Fijaos bien en vuestros zapatos y dad gracias de que sean tan senci-llos... pues uno tiene que vivir con mucho cuidado cuando calza unos zapatos demasiado rojos."

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    Las zapatillas rojas

    Haba una vez una pobre huerfanita que no tena zapatos. Pero siempre, recoga los trapos vicios que encontraba y, con el tiempo, se cosi un par de zapa-tillas rojas. Aunque eran muy toscas, a ella le gustaban. La hacan sentir rica a pesar de que se pasaba los das recogiendo algo que comer en los bosques llenos de espinos hasta bien entrado el anochecer.

    Pero un da, mientras bajaba por el camino con sus andrajos y sus zapati-llas rojas, un carruaje dorado se detuvo a su lado. La anciana que viajaba en su interior le dijo que se la iba a llevar a su casa y la tratara como si fuera su hijita. As pues, la nia se fue a la casa de la acaudalada anciana y all le lavaron y pei-naron el cabello. Le proporcionaron una ropa interior de pursimo color blanco, un precioso vestido de lana, unas medias blancas y unos relucientes zapatos ne-gros. Cuando la nia pregunt por su ropa y, sobre todo, por sus zapatillas rojas, la anciana le contest que la ropa estaba tan sucia y las zapatillas eran tan rid-culas que las haba arrojado al fuego donde haban ardido hasta convertirse en ceniza.

    La nia se puso muy triste, pues, a pesar de la inmensa riqueza que la ro-deaba, las humildes zapatillas rojas cosidas con sus propias manos le haban hecho experimentar su mayor felicidad. Ahora se vea obligada a permanecer sen-tada todo el rato, a caminar sin patinar y a no hablar a menos que le dirigieran la palabra, pero un secreto fuego arda en su corazn y ella segua echando de me-nos sus viejas zapatillas rojas por encima de cualquier otra cosa.

    Cuando la nia alcanz la edad suficiente como para recibir la confirma-cin el da de los Santos Inocentes, la anciana la llev a un viejo zapatero cojo para que le hiciera unos zapatos especiales para la ocasin. En el escaparate del zapatero haba unos zapatos rojos hechos con cuero del mejor; eran tan bonitos que casi resplandecan. As pues, aunque los zapatos no fueran apropiados para

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    ir a la iglesia, la nia slo elega siguiendo los deseos de su hambriento corazn, escogi los zapatos rojos. La anciana tena tan mala vista que no vio de qu color eran los zapatos y, por consiguiente, pag el precio. El vicio zapatero le gui el ojo a la nia y envolvi los zapatos.

    Al da siguiente, los feligreses de la iglesia se quedaron asombrados al ver los pies de la nia. Los zapatos rojos brillaban como manzanas pulidas, como co-razones, como ciruelas rojas. Todo el mundo los miraba; hasta los conos de la pared, hasta las imgenes contemplaban los zapatos con expresin de reproche. Pero, cuanto ms los miraba la gente, tanto ms le gustaban a la nia. Por consi-guiente, cuando el sacerdote enton los cnticos y cuando el coro lo acompa y el rgano empez a sonar, la nia pens que no haba nada ms bonito que sus zapatos rojos.

    Para cuando termin aquel da, alguien haba informado a la anciana acer-ca de los zapatos rojos de su protegida.

    Jams de los jamases vuelvas a ponerte esos zapatos rojos! le dijo la anciana en tono amenazador.

    Pero al domingo siguiente la nia no pudo resistir la tentacin de ponerse los zapatos rojos en lugar de los negros y se fue a la iglesia con la anciana como de costumbre.

    A la entrada de la iglesia haba un viejo soldado con el brazo en cabestrillo. Llevaba una chaquetilla y tena la barba pelirroja. Hizo una reverencia y pidi permiso para quitar el polvo de los zapatos de la nia. La nia alarg el pie y el soldado dio unos golpecitos a las suelas de sus zapatos mientras entonaba una alegre cancioncilla que le hizo cosquillas en las plantas de los pies.

    No olvides quedarte para el baile le dijo el soldado, guindole el ojo con una sonrisa.

    Todo el mundo volvi a mirar de soslayo los zapatos rojos de la nia. Pero a ella le gustaban tanto aquellos zapatos tan brillantes como el carmes, tan bri-llantes como las frambuesas y las granadas, que apenas poda pensar en otra co-sa y casi no prest atencin a la ceremonia religiosa. Tan ocupada estaba mo-viendo los pies hacia aqu Y hacia all y admirando sus zapatos rojos que se olvi-d de cantar.

    Cuando abandon la iglesia en compaa de la anciana, el soldado herido le grit:

    "Qu bonitos zapatos de baile!" Sus palabras hicieron que la nia empezara inmediatamente a dar vueltas.

    En cuanto sus pies empezaron a moverse ya no pudieron detenerse y la nia bai-l entre los arriates de flores y dobl la esquina de la iglesia como si hubiera per-dido por completo el control de s misma. Danz una gavota y despus una czar-da y, finalmente, se alej bailando un vals a travs de los campos del otro lado. El cochero de la anciana salt del carruaje y ech a correr tras ella, le dio alcance Y llev de nuevo al coche, pero los pies de la nia calzados con los zapatos rojos seguan bailando en el aire como si estuvieran todava en el suelo. La anciana y el cochero tiraron y forcejearon, tratando de quitarle los zapatos rojos a la nia. Menudo espectculo, ellos con los sombreros torcidos y la nia agitando las pier-nas, pero, al final, los pies de la nia se calmaron.

    De regreso a casa, la anciana dej los zapatos rojos en un estante muy alto y le orden a la nia no tocarlos nunca ms. Pero la nia no poda evitar contem-plarlos con anhelo. Para ella seguan siendo lo ms bonito de la tierra.

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    Poco despus quiso el destino que la anciana tuviera que guardar cama y, en cuanto los mdicos se fueron, la nia entr sigilosamente en la habitacin donde se guardaban los zapatos rojos. Los contempl all arriba en lo alto del es-tante. Su mirada se hizo penetrante y se convirti en un ardiente deseo que la indujo a tomar los zapatos del estante y a ponrselos, pensando que no haba nada malo en ello. Sin embargo, en cuanto los zapatos tocaron sus talones y los dedos de sus pies, la nia se sinti invadida por el impulso de bailar.

    Cruz la puerta bailando y baj los peldaos, bailando primero una gavota, despus una czarda y, finalmente, un vals de atrevidas vueltas en rpida suce-sin. La nia estaba en la gloria y no comprendi en qu apurada situacin se encontraba hasta que quiso bailar hacia la izquierda y los zapatos insistieron en bailar hacia la derecha. Cuando quera dar vueltas, los zapatos se empeaban en bailar directamente hacia delante. Y, mientras los zapatos bailaban con la nia, en lugar de ser la nia quien bailara con los zapatos, los zapatos la llevaron calle abajo, cruzando los campos llenos de barro hasta llegar al bosque oscuro y som-bro.

    All, apoyado contra un rbol, se encontraba el viejo soldado de la barba pe-lirroja con su chaquetilla y su brazo en cabestrillo.

    Vaya, qu bonitos zapatos de baile exclam. Asustada, la nia intent quitarse los zapatos, pero el pie que mantena

    apoyado en el suelo segua bailando con entusiasmo y el que ella sostena en la mano tambin tomaba parte en el baile.

    As pues, la nia bail y bail sin cesar. Danzando subi las colinas ms al-tas, cruz los valles bajo la lluvia, la nieve y el sol. Bail en la noche oscura y al amanecer y an segua bailando cuando anocheci. Pero no era un baile bonito. Era un baile terrible, pues no haba descanso para ella.

    Lleg bailando a un cementerio y all un espantoso espritu no le Permiti entrar. El espritu pronunci las siguientes palabras:

    Bailars con tus zapatos rojos hasta que te conviertas en una aparicin, en un fantasma, hasta que la piel te cuelgue de los huesos y hasta que no quede nada de ti ms que unas entraas que bailan. Bailars de puerta en puerta por las aldeas y golpears cada puerta tres veces y, cuando la gente mire, te ver y temer sufrir tu mismo destino. Bailad, zapatos rojos, seguid bailando.

    La nia pidi compasin, pero, antes de que pudiera seguir implorando piedad, los zapatos rojos se la llevaron. Bail sobre los brezales y los ros, sigui bailando sobre los setos vivos y sigui bailando y bailando hasta llegar a su hogar y all vio que haba gente llorando. La anciana que la haba acogido en su casa haba muerto. Pero ella sigui bailando porque no tena ms remedio que hacerlo. Profundamente agotada y horrorizada, lleg bailando a un bosque en el que viva el verdugo de la ciudad. El hacha que haba en la pared empez a estremecerse en cuanto percibi la cercana de la nia.

    Por favor! le suplic la nia al verdugo al pasar bailando por delante de su puerta. Por favor, crteme los zapatos para librarme de este horrible destino.

    El verdugo cort las correas de los zapatos rojos con el hacha. Pero los za-patos seguan en los pies. Entonces la nia le dijo al verdugo que su vida no vala nada y que, por favor, le cortara los pies. Y el verdugo le cort los pies. Y los za-patos rojos con los pies dentro siguieron bailando a travs del bosque, subieron a la colina y se perdieron de vista. Y la nia, convertida en una pobre tullida, tuvo que ganarse la vida en el mundo como criada de otras personas y jams en su vida volvi a desear unos zapatos rojos.

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    La prdida brutal en los cuentos de hadas

    Es ms que razonable preguntarse el porqu de la presencia de episodios tan brutales en los cuentos de hadas. Se trata de un fenmeno que se registra en los mitos y el folclore de todo el mundo. La monstruosa conclusin de este cuento es tpica de los finales de los cuentos de hadas cuyo protagonista espiritual no puede completar la transformacin que pretenda.

    Psicolgicamente, el brutal episodio transmite una apremiante verdad ps-quica. Esta verdad es tan apremiante y, sin embargo, tan fcil de desdear con un simple "s, bueno, lo comprendo", por ms que con ello la persona vaya direc-tamente a su condena que no es probable que prestemos atencin a la alarma si sta se expresa en trminos ms blandos.

    En el moderno mundo tecnolgico, los brutales episodios de los cuentos de hadas han sido sustituidos por las imgenes de los anuncios de la televisin, co-mo los que muestran una instantnea familiar en la que uno de los miembros de la familia ha sido borrado y un reguero de sangre sobre la fotografa subraya lo que ocurre cuando una persona conduce en estado de embriaguez, o esos anun-cios que intentan disuadir a las personas de que consuman drogas ilegales, en los que un huevo frindose en una sartn revela lo que ocurre en el cerebro humano cuando uno consume drogas. El elemento brutal es una antigua manera de conseguir que el yo emotivo preste atencin a un mensaje muy serio.

    La verdad psicolgica que encierra el cuento de "Las zapatillas rojas" es que a una mujer se le puede arrancar, robar y amenazar su vida ms significativa o se la puede apartar de ella por medio de halagos a no ser que conserve o recupere su alegra bsica y su valor salvaje. El cuento nos invita a prestar atencin a las trampas y los venenos con los que fcilmente tropezamos cuando estamos ham-brientas de alma salvaje.

    Sin una firme participacin en la naturaleza salvaje, una mujer se muere de hambre y cae en la obsesin de los "me siento mejor", "djame en paz" y "qui-reme... por favor".

    Cuando se muere de hambre, la mujer acepta cualquier sucedneo que se le ofrezca, incluyendo los que, como placebos intiles, no le sirven absolutamente para nada y los que son destructivos, amenazan su vida y le hacen perder lasti-mosamente el tiempo y las cualidades o exponen su vida a peligros fsicos. El hambre del alma induce a la mujer a elegir cosas que la harn bailar locamente y sin control... hasta llegar finalmente a la casa del verdugo.

    Por consiguiente, para comprender ms profundamente este cuento, tene-mos que percatarnos de que una mujer puede extraviar totalmente el camino cuando pierde su vida instintiva y salvaje. Para conservar lo que tenemos y en-contrar de nuevo el camino de lo femenino salvaje, tenemos que saber qu errores comete una mujer que se siente tan atrapada. Entonces podremos retroceder y reparar los daos. Entonces podr tener lugar la reunin.

    Tal como veremos, la prdida de las zapatillas rojas hechas a mano repre-senta la prdida de la vida personalmente diseada y de la apasionada vitalidad de una mujer, as como la aceptacin de una existencia excesivamente domesti-cada, lo cual conduce a la larga a la prdida de una percepcin fiel, que provoca a

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    su vez los excesos que llevan a la Prdida de los pies, la plataforma que nos sos-tiene, nuestra base, una Parte muy profunda de la naturaleza instintiva que sos-tiene nuestra libertad.

    "Las zapatillas rojas" nos muestra cmo se inicia el deterioro y a qu estado nos reducimos si no intervenimos en nombre de nuestra propia naturaleza salva-je. No nos engaemos, cuando una mujer e esfuerza por intervenir y luchar co-ntra su propio demonio cualquiera que ste sea, su esfuerzo es una de las bata-llas ms dignas que se pueden emprender tanto desde el punto de vista arquet-pico como desde la perspectiva de la realidad consensual. Aunque la mujer pu-diera llegar como en el cuento hasta el fondo del mayor de los abismos por medio del hambre, la captura, el instinto herido, las elecciones destructivas y todo lo dems, el fondo es el lugar que alberga las races de la psique. All estn los apuntalamientos salvajes de la mujer. El fondo es el mejor terreno para sembrar y volver a cultivar algo nuevo. En este sentido, alcanzar el fondo, aunque sea extremadamente doloroso, es tambin llegar al terreno de cultivo.

    Aunque por nada del mundo desearamos la maldicin de los perjudiciales zapatos rojos y la consiguiente disminucin de vida ni para nosotras ni para las dems, hay en esta ardiente y destructiva esencia algo que combina la vehemen-cia con la sabidura en la mujer que ha bailado la danza maldita, que se ha per-dido a s misma y ha perdido la vida creativa, que se ha precipitado al infierno con un barato (o caro) bolso de mano y que, sin embargo, se ha mantenido afe-rrada en cierto modo a una palabra, un pensamiento, una idea hasta que, a tra-vs de una rendija, pudo escapar a tiempo de su demonio y vivir para contarlo.

    Por consiguiente, la mujer que ha perdido el control bailando, que ha per-dido el equilibrio y ha perdido los pies y comprende el estado de privacin a que se refiere el final del cuento de hadas, posee una sabidura valiosa y especial. Es como un saguaro, un esplndido y hermoso cacto que vive en el desierto.

    A los saguaros se los puede llenar de orificios de bala, se les pueden practi-car incisiones, se los puede derribar y pisotear, y ellos siguen viviendo, siguen almacenando el agua que da la vida, siguen creciendo salvajes y, con el tiempo, se curan.

    Los cuentos de hadas terminan al cabo de diez pginas, pero nuestras vi-das no. Somos unas colecciones de varios tomos. En nuestras vidas, aunque un episodio equivalga a una colisin y una quemaduras siempre hay otro episodio que nos espera y despus otro. Siempre hay oportunidades de arreglarlo, de con-figurar nuestras vidas de la manera que merecemos. No hay que perder el tiempo odiando un fracaso, El fracaso es mejor maestro que el xito. Presta atencin, aprende y sigue adelante. Eso es lo que estamos haciendo con este cuento. Esta-mos prestando atencin a su antiguo mensaje. Estamos aprendiendo lo que son las pautas perjudiciales para poder seguir adelante con la fuerza propia de quien puede presentir las trampas, las jaulas y los cebos antes de caer en ellos o ser atrapados por ellos.

    Vamos a empezar a desentraar este importante cuento, comprendiendo lo que ocurre cuando la existencia vital que ms apreciamos, con independencia de lo que otros piensen de ella, la vida que ms amamos, pierde su valor y se con-vierte en cenizas.

    Las zapatillas rojas hechas a mano

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    En el cuento vemos que la nia pierde las zapatillas rojas que ella se haba hecho, las que la hacan sentirse rica a su manera. Era pobre, pero tena ingenio; buscaba su camino. Haba pasado de no tener zapatos a poseer unos zapatos que le conferan un sentido del alma a pesar de las dificultades de su vida material. Las zapatillas hechas a mano son indicios de la superacin de una msera exis-tencia psquica y del paso a una apasionada vida diseada por ella misma. Las zapatillas representan literalmente un enorme paso hacia la integracin de la in-geniosa naturaleza femenina en la vida de todos los das. No importa que su vida sea imperfecta. Tiene alegra. Evolucionar.

    En los cuentos de hadas el tpico personaje pobre pero ingenioso es una re-presentacin psicolgica del que es rico en espritu y poco a poco va adquiriendo ms conciencia y ms poder a lo largo de un prolongado perodo de tiempo. Se podra decir que este personaje es el smbolo exacto de todas nosotras, pues to-das hacemos progresos lentos pero seguros.

    Desde un punto de vista social, el calzado enva un mensaje y es una ma-nera de diferenciar a un tipo de persona de otro. Los artistas suelen calzar zapa-tos muy distintos de los que llevan, por ejemplo, los ingenieros. Los zapatos pue-den decirnos algo acerca de lo que somos e incluso a veces acerca de lo que aspi-ramos a ser, de la persona que nos estamos probando.

    El simbolismo arquetpico del zapato se remonta a unos tiempos muy anti-guos en los que los zapatos eran un signo de autoridad: los gobernantes los usa-ban mientras que los esclavos iban descalzos. An hoy en da a buena parte del mundo moderno se le ensea a emitir desmedidos juicios acerca de la inteligencia y las aptitudes de una persona segn lleve o no lleve zapatos y segn tenga o no dinero la que los lleve.

    Esta versin del cuento nace del hecho de haber vivido en los fros pases del norte donde los zapatos se consideran unos medios de supervivencia. Mante-ner los pies secos y calientes ayuda a una persona a Vivir cuando el tiempo es muy fro y desapacible. Recuerdo haberle od decir a mi ta que el robo del ni-co par de zapatos de una persona en invierno era un delito tan grave como el ase-sinato. La naturaleza creativa y apasionada de una mujer corre el mismo riesgo en caso de que sta no conserve su capacidad de desarrollo y alegra, que son su calor y su proteccin.

    El smbolo de los zapatos se puede considerar una metfora psicolgica; protegen y defienden aquello sobre lo cual nos asentamos, nuestros pies. En el simbolismo arquetpico, los pies representan la movilidad y la libertad. En este sentido, tener zapatos con que cubrirse los pies es estar convencidos de nuestras creencias y disponer de los medios con que actuar de conformidad con ellas. Sin zapatos psquicos una mujer no puede superar los ambientes interiores y exterio-res que exigen agudeza, sensatez, prudencia y resistencia.

    La vida y el sacrificio van siempre de la mano. El rojo es el color de la vida y del sacrificio. Para vivir una existencia vibrante tenemos que hacer sacrificios de distintas clases. Si alguien quiere ir a la universidad, tiene que sacrificar tiempo y dinero y dedicarse en cuerpo y alma a este empeo. Si quiere crear algo, tiene que sacrificar la superficialidad, una cierta seguridad y, a menudo, el deseo de agradar a los dems y de enderezar sus ms profundas ideas y sus visiones de mayor alcance.

    Los problemas surgen cuando se hacen muchos sacrificios pero no brota de ellos ninguna vida en absoluto. Entonces el rojo es el color de la prdida de san-gre ms que el de la vida de la sangre. Eso es exactamente lo que ocurre en el

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    cuento. Cuando se queman las zapatillas rojas hechas a mano de la nia, se pierde un tipo de rojo vibrante y querido, lo cual desencadena un anhelo, una obsesin y, finalmente, una aficin a otra clase de rojo: el de las vulgares emocio-nes que se rompen rpidamente; el del sexo sin alma; el que conduce a una vida carente de significado.

    Por consiguiente, considerando todos los aspectos del cuento de hadas co-mo los componentes de la psique de una sola mujer, venlos que, confeccionndo-se ella misma las zapatillas rojas, la nia lleva a cabo una extraordinaria hazaa: conduce su vida desde la condicin de esclava sin zapatos siguiendo simple-mente su camino con la vista dirigida hacia delante sin mirar ni a derecha ni a izquierda a una conciencia que se detiene para crear, que contempla la belleza y experimenta alegra, que siente pasin y saciedad y todas las dems cosas que constituyen la naturaleza integral que llamamos salvaje.

    El hecho de que las zapatillas sean de color rojo revela que el proceso ser de vida vibrante, cosa que incluye el sacrificio. Y es justo y natural que as sea. El hecho de que las zapatillas estn hechas a mano con trozos de tela significa que la nia simboliza el espritu creativo que, siendo hurfano e ignorante por las ra-zones que sean, ha reunido todas estas cosas para su uso, utilizando su percep-cin innata para conseguir finalmente un resultado hermoso y espiritual.

    Si lo bueno se dejara en paz, la situacin del yo creativo seguira progre-sando sin problemas. En el cuento la nia est encantada con su obra y con su capacidad de haberlo hecho todo ella sola, buscando y reuniendo cosas con pa-ciencia, diseando y )untando los trozos para expresar con ello sus ideas. No im-porta que, al principio, el producto sea muy tosco; muchos dioses de la creacin de todas las culturas y todas las pocas no crean perfectamente la primera vez. El primer intento siempre admite mejoras y tambin el segundo y a menudo el tercero y el cuarto. Eso no tiene nada que ver con la propia vala y habilidad. Es la vida que evoca y evoluciona.

    Si a la nia la dejan en paz, sta se har otro par de zapatillas rojas y otro y otro hasta conseguir que no sean tan toscas. Ir progresando. sin embargo, aparte de su prodigiosa exhibicin de ingenio para seguir adelante en circunstan-cias difciles, lo ms importante para ella es que las zapatillas que se ha confec-cionado le producen una enorme alegra y la alegra es la sangre de la vida, el alimento del espritu y la vida del alma todo en una pieza.

    La alegra es la clase de sentimiento que experimenta una mujer cuando pone unas palabras por escrito as sin ms o cuando consigue reproducir unas notas a la primera. Qu emocin tan grande. Parece increble. Es la clase de sen-timiento que experimenta una mujer cuando descubre que est embarazada y desea estarlo. Es la clase de alegra que siente cuando ve disfrutar a las personas que ama. Es la clase de alegra que siente cuando ha hecho algo que la persegua, que la obsesionaba, que era peligroso, que la haba obligado a esforzarse y a me-jorar para poder alcanzar el xito... tal vez con gracia o tal vez sin ella, pero lo importante es que consigui crear un algo, a un alguien, el arte, la batalla, el momento; su vida. ste es el estado natural e instintivo de la mujer. La esencia de la Mujer Salvaje se irradia a travs de esta clase de alegra. Esta suerte de si-tuacin espiritual la llama por su nombre.

    Pero en el cuento quiso el destino que un da, en oposicin directa a las simples zapatillas rojas hechas con trozos de tela, las zapatillas que eran la pura alegra de la vida, pasara chirriando un carruaje dorado y entrara en la vida de la nia.

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    Las trampas

    Trampa 1: La carroza dorada, la vida devaluada

    En el simbolismo arquetpico, el carruaje es una imagen literal, un vehculo que traslada algo de un lugar a otro. En las imgenes onricas modernas y en el folclore contemporneo ha sido sustituido en buena parte por el automvil que, desde un punto de vista arquetpico, "suena" de la misma manera. Este tipo de vehculo que "transporta" se ha considerado tradicionalmente el estado de nimo central de la psique que nos transporta de un lugar de la psique a otro y de un esfuerzo a otro.

    El hecho de subir al carruaje dorado de la anciana es similar en este caso al hecho de entrar en una )aula dorada que tericamente tendra que ser ms cmoda y agradable, pero que, en realidad, es una prisin. Una prisin que atra-pa de una manera no inmediatamente perceptible, puesto que todo lo dorado suele deslumbrar al principio. Imaginemos por tanto que bajamos por el camino de nuestras vidas con nuestras preciosas zapatillas hechas a mano y, de pronto, se nos ocurre pensar algo as: "Quiz sera mejor otra cosa, otra cosa que no fue-ra tan difcil, que exigiera menos tiempo, energa y esfuerzo."

    Es algo que suele ocurrir en la vida de las mujeres. Nos encontramos en plena realizacin de algo que nos produce una sensacin que puede variar desde lo agradable a lo desagradable. Creamos nuestras vidas a medida que avanzamos y hacemos lo mejor que podemos. Pero muy pronto se nos ocurre algo, algo que dice: "Eso es muy duro. Mira qu bonito es eso o aquello de all. Parece ms fcil, ms agradable, ms atractivo." De repente, se acerca el carruaje dorado, se abre la portezuela, se extienden las escalerillas y subimos. Nos han seducido. Esta tentacin se suele producir muy a menudo y, a veces, a diario. En muchas oca-siones cuesta decir que no.

    As, nos casamos con la persona equivocada porque nos facilita nuestra vi-da econmica. Abandonamos el trabajo que estbamos haciendo y regresamos a otro ms fcil pero ms trillado que llevamos diez aos arrastrando. No procura-mos que ese excelente poema alcance el mejor nivel posible sino que lo dejarnos en el tercer borrador en lugar de seguir esforzndonos un poco ms. El espect-culo del carruaje dorado ensombrece la pura alegra de las zapatillas rojas. Aun-que esta circunstancia podra interpretarse tambin como una .bsqueda de bie-nes y comodidades materiales por parte de la mujer, a menudo es la expresin de un simple deseo psicolgico de no tener que esforzarse tanto en las cuestiones bsicas de la vida creativa. deseo de tenerlo todo ms fcil no es una trampa; es algo a lo que el ego aspira naturalmente. Ah, pero a qu precio! El precio es una trampa, La trampa surge cuando la nia se va a vivir con la acaudalada anciana. All tiene que permanecer callada como Dios manda... no est permitido anhelar nada abiertamente y, en concreto, no se puede satisfacer el anhelo. Eso es el co-mienzo del hambre del alma para el espritu creativo.

    La psicologa junguiana clsica seala que la prdida del alma se produce en particular haca la mitad de la vida, hacia los treinta y cinco aos o algo ms tarde. Sin embargo, para las mujeres de la cultura moderna la prdida del alma es un peligro cotidiano, tanto si una tiene dieciocho aos como si tiene ochenta, tanto si est casada como si no, cualquiera que sea su familia, su educacin o su situacin econmica. Muchas personas "Instruidas" sonren con indulgencia cuando oyen decir que los pueblos "primitivos" tienen una interminable lista de

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    experiencias y acontecimientos que, segn ellos, les pueden robar el alma, desde ver un oso en una poca del ao equivocada a entrar en una casa que an no ha recibido la bendicin tras haberse producido en ella una muerte.

    Aunque la cultura moderna contiene muchos elementos prodigiosos que enriquecen la vida, hay en una sola manzana de casas ms osos en momentos equivocados y ms lugares de muertos sin bendecir que en mil kilmetros cua-drados de tierras habitadas por poblaciones primitivas. El hecho psquico esen-cial es que debemos vigilar constantemente nuestra relacin con el significado, la pasin, la espiritualidad y la naturaleza profunda. Hay muchas cosas que tratan de apartarnos y alejarnos con engao de las zapatillas hechas a mano, cosas apa-rentemente sencillas como decir, por ejemplo: "Ya bailar, plantar, abrazar, buscar, planificar, aprender, har las paces, limpiar... ms tarde." Todo eso son trampas.

    Trampa 2: La anciana reseca, la fuerza de la senescencia

    En la interpretacin de los sueos y de los cuentos de hadas, quienquiera que posea el "transmisor de actitudes", es decir, el carruaje dorado, es el princi-pal valor que pesa sobre la psique, empujndola hacia delante, obligndola a se-guir la direccin que a l le interesa. En este caso, los valores de la anciana pro-pietaria del carruaje empiezan a empujar a la psique.

    En la psicologa junguiana clsica, la figura arquetpica del anciano se de-nomina a veces la fuerza "senex". En latn, senex significa "anciano". Ms concre-tamente y sin distincin de sexos, el smbolo de los ancianos se puede interpretar como la fuerza senescente: una fuerza que acta en la forma que es propia de los ancianos (1). En los cuentos de hadas esta fuerza senescente est simbolizada por una persona anciana que a menudo se representa de una forma desequilibrada para dar a entender que el proceso psquico de la persona tambin est desarro-llando un comportamiento desequilibrado. Idealmente una anciana simboliza la dignidad, la capacidad de aconsejar, la sabidura, el conocimiento de la propia persona, la tradicin, la definicin de los lmites y la experiencia, con una buena dosis de malhumorada, envidiosa, deslenguada y coquetuela desfachatez para redondear la cosa.

    Sin embargo, cuando la anciana de un cuento de hadas utiliza estos atribu-tos negativamente, tal como ocurre en "Las zapatillas rojas" ' se nos advierte de antemano de que ciertos aspectos de la psique que deberan conservarse templa-dos estn a punto de quedarse congelados en el tiempo. Algo que normalmente es vibrante en el interior de la psique est a punto de ser rgidamente aplanado, de recibir una azotaina y de ser distorsionado hasta el extremo de resultar irrecono-cible. Cuando la nia sube al carruaje dorado de la anciana y entra posterior-mente en su casa, est atrapada con tanta certeza como si deliberadamente hubiera introducido la mano en un cepo.

    Tal como vemos en el cuento, el hecho de ser acogida por la anciana, en lu-gar de dignificar la nueva actitud, hace que la actitud senescente destruya la in-novacin. En lugar de convertirse en la mentora de su protegida, la anciana in-tentar calcificarla. La anciana de este cuento no es una sabia sino que ms bien se dedica a repetir un solo valor, sin experimentar nada nuevo.

    A travs de todas las escenas de la iglesia, vemos que el nico valor que se tiene en cuenta es el de que la opinin de la colectividad es ms importante que cualquier otra cosa y ha de eclipsar las necesidades del alma salvaje individual.

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    Se suele considerar una colectividad la cultura (2) que rodea a un individuo, cosa que efectivamente es as, si bien la definicin de Jung era "los muchos compara-dos con el uno". Todos recibimos la influencia de muchas colectividades, tanto de los grupos a los que pertenecemos como de aquellos de los que no somos miem-bros. Tanto si son de carcter educativo como si son de carcter espiritual, eco-nmico, laboral, familiar o de otra clase, las colectividades que nos rodean repar-ten grandes recompensas y castigos no slo entre sus miembros sino tambin entre los que no lo son, y tratan de ejercer influencia y de controlar toda suerte de cosas, desde nuestros pensamientos hasta nuestra eleccin de los amantes o de la actividad laboral. Tambin es posible que desprecien o nos disuadan de en-tregarnos a las actividades que no estn de acuerdo con sus preferencias.

    En este cuento, la anciana es el smbolo del rgido guardin de la tradicin colectiva, un agente que vea por el cumplimiento del statu quo, del "prtate bien; no provoques perturbaciones; no pienses demasiado; no se te vayan a ocurrir grandes proyectos; procura pasar desapercibida; s una copia de papel carbn; s amable; contesta que s aunque algo no te guste, no encaje, no tenga el tamao adecuado y duela". Y as sucesivamente.

    El hecho de seguir un sistema de valores tan apagado provoca una enorme prdida de la conexin del alma. Cualesquiera que sean las asociaciones o las influencias de la colectividad, nuestro desafo en nombre del alma salvaje y de nuestro espritu creativo es el de no mezclarnos con ninguna colectividad sino distinguirnos de aquellos que nos rodean y construir puentes que puedan volver a unirnos a ellos cuando nos apetezca. Nosotras tenemos que decidir qu puentes debern ser fuertes y estar bien transitados y qu otros puentes debern mante-nerse vacos e incompletos. Y las colectividades con las que nos relacionemos de-bern ser las que ofrezcan el mximo apoyo a nuestra alma y nuestra vida creati-va.

    La mujer que trabaja en una universidad pertenece a una colectividad aca-dmica. No deber fundirse con cualquier cosa que le ofrezca el ambiente de di-cha colectividad, sino aadirle su propio sabor especial. Como criatura integral, a menos que haya creado en su vida otras fuerzas capaces de impedirlo, no puede permitirse el lujo de convertirse en un tipo de persona desequilibrada e irritable, de "hago mi trabajo, me voy a casa, vuelvo... ". Cuando una mujer intenta formar parte de una asociacin, organizacin o familia que desdea examinarla por de-ntro para ver de qu est hecha, que no pregunta "Qu induce a esta persona a correr?" y que no se esfuerza en absoluto en plantearle retos o en animarla en toda la medida de sus posibilidades, su capacidad de prosperar y crear disminu-ye considerablemente. Cuanto ms duras son las circunstancias, tanto ms se siente exiliada en unos desolados yermos en los que nada puede crecer.

    El hecho de apartar su vida y su mente de la aplanada forma de pensar co-lectiva y de desarrollar sus singulares talentos f re los logros ms importantes que una mujer puede alcanzar, pues semejantes actos impiden que tanto el alma como la psique se deslicen hacia la esclavitud. Una cultura que promueve autn-ticamente el desarrollo individual jams convertir en esclavo a ningn grupo o sexo.

    Pero la nia del cuento acepta los resecos valores de la anciana. entonces se convierte en una fiera que pasa del estado natural a la cautividad. Muy pronto ser arrojada al yermo de los diablicos zapatos rojos, pero sin la ayuda de su innata intuicin e incapaz por tanto de percibir los peligros.

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    Si nos apartamos de nuestras vidas autnticas y apasionadas y subimos al carruaje dorado de la reseca anciana, adoptamos de hecho la persona y las ambi-ciones de la vieja y frgil perfeccionista. Despus, como todas las criaturas cauti-vas, caemos en la tristeza que conduce a un anhelo obsesivo, calificada a menudo en mi profesin como "la inquietud sin nombre". A continuacin, corremos el riesgo de apoderarnos de lo primero que promete devolvernos la vida.

    Es importante mantener los ojos abiertos y sopesar cuidadosamente los ofrecimientos de una existencia ms fcil y un camino sin dificultades, sobre todo si, a cambio, se nos pide que arrojemos nuestra personal alegra creativa a una pira crematoria en lugar de encender nuestra propia hoguera.

    Trampa 3: La quema del tesoro, el hambre del alma

    Hay una quema que se acompaa de alegra y una quema que se acompaa de aniquilizacin. Una es el fuego de la transformacin y otra es slo el fuego de la prdida. A nosotras nos interesa el fuego de la transformacin. Sin embargo, muchas mujeres abandonan las zapatillas rojas y acceden a dejarse limpiar de-masiado, a ser demasiado amables y a doblegarse demasiado a la manera en que ven el mundo los dems. Arrojamos nuestras alegres zapatillas rojas al fuego des-tructor cuando digerimos valores, propagandas y filosofas al por mayor, inclui-das las de carcter psicolgico. Las zapatillas rojas arden hasta quedar converti-das en ceniza cuando pintamos, actuamos, escribimos, hacemos o somos de cualquier manera que provoque una reduccin de nuestras vidas, un debilita-miento de nuestra visin y una fractura de nuestros huesos espirituales.

    Entonces la vida de la mujer queda envuelta en la palidez, pues tiene ham-bre del alma. Lo nico que ella quiere es recuperar su vida profunda. Lo nico que desea es recuperar aquellas zapatillas rojas hechas a mano. La alegra salva-je que stas simbolizan hubiera podido quemarse en el fuego del desuso, en el fuego de la devaluacin del propio trabajo Hubiera podido quemarse en las llamas del silencio que nosotras mismas nos imponemos.

    Demasiadas mujeres hicieron una terrible promesa muchos aos antes de comprender que no hubieran tenido que hacerla. De jvenes estuvieron ham-brientas de estmulo y apoyo bsico, se llenaron de tristeza y resignacin, aban-donaron las plumas, cerraron sus palabras, apagaron sus cantos, enrollaron sus obras artsticas y juraron no volver a tocarlas jams. Una mujer en semejante situacin ha entrado inadvertidamente en el horno junto con su vida hecha a mano. Y su vida se convierte en ceniza.

    La vida de la mujer puede consumirse en el fuego del odio a su propia per-sona pues los complejos son capaces de morder con mucha fuerza y, por lo me-nos durante algn tiempo, atemorizarla hasta el extremo de alejarla de la tarea o de la vida que ms le interesa. Se pueden dedicar muchos aos a no ir, no mo-verse, no aprender, no descubrir, no obtener, no tomar, no convertirse en algo.

    La visin que una mujer tiene de su propia vida tambin se puede consu-mir en las llamas de los celos de otra persona o de la clara intencin destructiva de otra persona. La familia, los mentores, los maestros y los amigos no tendran que ser destructivos cuando sienten envidia, pero algunos lo son sin la menor duda, tanto de manera sutil como de manera no tan sutil. Ninguna mujer puede permitirse el lujo de dejar que su vida creativa penda de un hilo mientras ella sir-ve a una relacin amorosa, un familiar, un maestro o un amigo antagnico.

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    Cuando la vida del alma personal arde hasta convertirse en cenizas, una mujer pierde el tesoro vital y empieza a comportarse con tanta sequedad como la Muerte.

    En su inconciente, el deseo de las zapatillas rojas, de la alegra salvaje, no slo se conserva sino que aumenta, se desborda y, al final, se levanta tambalen-dose y lo invade todo con hambrienta violencia.

    Tener hambre del alma equivale a estar siempre desesperadamente ham-brientas. Entonces la mujer siente un hambre voraz por cualquier cosa que la haga sentir nuevamente viva. Una mujer que ha sido capturada no sabe lo que tiene que hacer y acepta algo, cualquier cosa que parezca similar al tesoro inicial, tanto si ste era bueno como si no. La mujer que siente hambre de la autntica vida del alma puede dar la impresin de estar "limpia y peinada" por fuera, pero por dentro est llena de docenas de manos suplicantes y de bocas vacas.

    En semejante situacin, aceptar cualquier tipo de comida sin importarle su estado o su efecto, pues necesita compensar las prdidas del pasado. Y, sin embargo, por muy terrible que sea la situacin, el Yo salvaje intentar salvarnos una y otra vez. Susurra, murmura, llama y arrastra nuestros esqueletos sin car-ne de ac para all en nuestros sueos nocturnos hasta conseguir que seamos concientes de nuestra situacin y demos los pasos necesarios para recuperar el tesoro.

    Podremos comprender mejor a la mujer que se entrega a los excesos los ms frecuentes son las drogas, el alcohol y los amores perniciosos y a la que siente hambre del alma, observando el comportamiento del animal que se muere desesperadamente de hambre. Al Igual que el alma famlica, el lobo siempre ha sido considerado un animal cruel y voraz que se abate sobre los inocentes y los incautos, matando por matar sin darse jams por satisfecho. Como se ve, el lobo tiene una malsima e injusta fama tanto en los cuentos de hadas como en la vida real. Pero, de hecho, los lobos son unas abnegadas criaturas sociales. Toda la manada est instintivamente organizada de tal manera que los lobos sanos slo matan aquello que necesitan para sobrevivir. Esta pauta slo se relaja o se altera cuando algn lobo en particular o toda la manada sufre un trauma.

    Hay dos ejemplos en los cuales un lobo mata en exceso. En ambos, el lobo no se encuentra bien. Un lobo puede matar indiscriminadamente cuando ha con-trado la rabia o el moquillo. Un lobo tambin puede matar en exceso despus de un perodo de hambre. La idea de que el hambre puede alterar el comportamiento de las criaturas es una metfora muy significativa de la mujer que se muere de hambre. Nueve veces de cada diez una mujer aquejada de algn problema de tipo espiritual/psicolgico que la lleva a caer en las trampas y sufrir graves lesiones es una mujer que se muere de hambre o que ha sufrido una intensa hambre del alma en el pasado.

    Entre los lobos el hambre se produce cuando nieva mucho y no es posible obtener ninguna presa. Los venados y los caribes actan de mquinas quitanie-ves; los lobos siguen su rastro a travs de la nieve.

    Cuando los venados se quedan aislados a causa de las intensas nevadas, no hay huellas; entonces los lobos tambin se quedan aislados. Y se produce el hambre. Para los lobos la poca ms peligrosa es el invierno. En el caso de la mu-jer, el hambre puede producirse en cualquier momento y proceder de cualquier lugar, incluida su propia cultura.

    En el caso del lobo, el hambre suele terminar en primavera cuando se inicia el deshielo. Despus de un perodo de hambre la manada quiz se entregue a un

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    frenes de matanzas. Sus miembros no se comern buena parte de las piezas que maten y tampoco la guardarn en un escondrijo. La dejarn donde est. Matan mucho ms de lo que comen y mucho ms de lo que jams puedan necesitar (3). Un proceso muy parecido se produce cuando una mujer es capturada y se muere de hambre. Cuando se ve repentinamente libre de ir, hacer o ser, corre el peligro de entregarse tambin a una orga de excesos... y se siente con derecho a hacerlo. La nia del cuento de hadas tambin se siente con derecho a entrar en posesin de los perjudiciales zapatos rojos a cualquier precio. El hambre hace que el juicio se obnubile.

    Por consiguiente, cuando el preciado tesoro de la vida del alma de una mu-jer arde hasta convertirse en ceniza, en lugar de sentirse animada por la ilusin, una mujer se siente dominada por la voracidad. As, por ejemplo, s a una mujer no se le permite esculpir, es posible que de pronto se ponga a esculpir da y no-che, pierda el sueo, prive a su nocente cuerpo del alimento, ponga en peligro su salud y quin sabe cuntas cosas ms. Es posible que no pueda permanecer des-pierta un momento ms; entonces recurre a las drogas, pues cualquiera sabe cunto tiempo podr ser libre.

    El hambre del alma alcanza tambin a los atributos del alma creatividad, la conciencia sensorial y otras facultades instintivas. Si una mujer tiene que ser una seora de esas que se sientan con las rodillas juntas, ha sido educada para desmayarse en presencia del lenguaje soez y nunca se le ha permitido beber otra cosa que no fuera leche pasteurizada, cuando de repente se ve libre experimenta el impulso de desmandarse. De pronto no para de beber ginfizz, se repantiga en los asientos como un marinero borracho y su lenguaje es capaz de arrancar la pintura de las paredes. Despus de un perodo de hambre, la mujer teme que la vuelvan a capturar algn da. Y entonces decide aprovechar todo lo que puede (4).

    Las matanzas excesivas o los comportamientos desmedidos son propios de las mujeres que tienen hambre de una vida que para ellas tenga sentido. Cuando una mujer ha vivido prolongados perodos de tiempo sin sus ciclos y sin satisfa-cer sus necesidades creativas, se desmanda en toda una serie de cosas como el alcohol, las drogas, la clera, la espiritualidad, la opresin a los dems, la pro-miscuidad, los embarazos, el estudio, la creacin, el control, la educacin, la dis-ciplina, el fitness corporal, la comida basura, por citar slo algunos de los excesos ms habituales. Cuando las mujeres hacen estas cosas, significa que quieren compensar la prdida de los ciclos normales de la expresin del yo, de la expre-sin del alma y de la satisfaccin del alma.

    La mujer que se muere de hambre sufre un perodo de hambruna tras otro. A lo mejor, planea escapar, pero cree que el precio de la huida es demasiado alto, que le costar demasiada libido y demasiada energa. Es posible que tampoco es-t bien preparada en otros sentidos, como, por ejemplo, los factores educativos, econmicos y espirituales. Por desgracia, la prdida del tesoro y el vivo recuerdo del hambre pasada puede inducirnos a pensar que los excesos son deseables. No cabe duda de que es un alivio y un placer poder disfrutar finalmente de una sen-sacin... de cualquier clase de sensacin.

    Una mujer que acaba de librarse del hambre slo quiere disfrutar de la vida para variar. Pero, de hecho, sus adormecidas percepciones acerca de los lmites emocionales, racionales, fsicos, espirituales y econmicos necesarios para la su-pervivencia la ponen en una situacin de peligro. En algn lugar la esperan unos resplandecientes y perjudiciales zapatos rojos. Y se aduear de ellos dondequie-

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    ra que los encuentre. Eso es lo malo del hambre. Si algo le parece capaz de saciar su anhelo, la mujer lo tomar sin discusin.

    Trampa 4: La lesin del instinto de conservacin, la consecuencia de la captura

    El instinto es algo muy difcil de definir, pues sus configuraciones son invi-

    sibles y aunque intuyamos que stas forman parte de la naturaleza humana des-de tiempos nadie sabe muy bien donde se alojan desde un punto de vista neuro-lgico o cmo influyen exactamente en nosotros. Desde un punto de vista psico-lgico Jung aventur la hiptesis segn la cual los instintos derivaban del incon-ciente psicoide, de un estrato de la psique en el que la biologa y el espritu se ro-zan. Tras una cuidadosa reflexin, yo he llegado a tener la misma opinin e in-cluso me atrevo a decir que el instinto creativo en particular es el lenguaje lrico del Yo en la misma medida en que lo es la simbologa de los sueos.

    Etimolgicamente la palabra "instinto" deriva del verbo latino instinguere, que significa "instigar", "estimular" y tambin del vocablo instinctus, que significa "impulso", "instigacin". La idea del instinto se puede valorar positivamente como un algo interior que, mezclado con la premeditacin y la conciencia, gua a los seres humanos hacia una conducta integral. Una mujer nace con todos los ins-tintos intactos.

    Aunque se podra decir que la nia del cuento se ha visto arrastrada a un nuevo ambiente en el que se suaviza su aspereza y se eliminan las dificultades de su vida, lo que ocurre en realidad es que cesa su individuacin y se detiene su impulso de desarrollo. Y, cuando la anciana, la presencia aniquiladora, considera que la obra del espritu creativo es un desecho y no una riqueza, la nia se refu-gia en el silencio y se entristece, tal como suele ocurrir cuando el espritu creativo se aleja de la vida del alma natural. Peor todava, el instinto de la nia de escapar de aquella apurada situacin queda totalmente anulado. En lugar de aspirar a una nueva vida, se sienta en un charco psquico de pegamento. El hecho de no huir cuando ello es absolutamente necesario provoca depresin. Otra trampa.

    Podemos llamar al alma lo que gustemos, nuestro matrimonio con lo salva-je, nuestra esperanza para el futuro, nuestra desbordante energa, nuestra pa-sin creativa, nuestra manera, lo que nosotras hacernos, el Amado, el novio sal-vaje, la "pluma en el aliento de Dios" (5). Cualesquiera que sean las palabras o las imgenes que utilicemos para designar este proceso de nuestra vida, eso es lo que ha sido capturado. Por esta razn el espritu creativo de la psique se siente tan desvalido.

    A travs de diversos estudios de la fauna salvaje, se ha descubierto que dis-tintas especies de animales cautivos por muy amorosamente que se hayan construido los lugares que ocupan en los zoos y por mucho que los quieran sus cuidadores humanos, tal como efectivamente ocurre son a menudo incapaces de procrear, sus apetitos de alimento y descanso se tuercen y sus conductas vita-les quedan reducidas al letargo, al malhumor o a una inoportuna agresividad. Los zologos llaman a esta conducta de los animales cautivos "depresin animal". Cada vez que se encierra una criatura en una jaula, sus ciclos naturales del sue-o, de la seleccin de la pareja, el celo, el acicalamiento, el apareamiento, etc., se deterioran. Y, cuando se pierden los ciclos naturales, se produce el vaco. El vaco no equivale a la plenitud, tal como ocurre en el concepto budista del vaco sagra-

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    do, sino que es ms bien algo as como estar dentro de una caja cerrada sin ven-tanas.

    Por consiguiente, cuando una mujer entra en la casa de la anciana reseca, pierde la determinacin y experimenta el efecto de unas emanaciones nocivas, del tedio, de las simples depresiones y de unos repentinos estados de ansiedad simi-lares a los sntomas que registran los animales cuando la captura y los traumas los han dejado aturdidos.

    Una excesiva domesticacin apaga los fuertes y fundamentales impulsos del juego, de la relacin, el enfrentamiento con las dificultades, el vagabundeo, la comunicacin, etc. Cuando una mujer accede a ser demasiado "bien educada", los instintos de estos impulsos se ocultan en su ms oscuro inconciente, lejos de su alcance automtico. Se dice entonces que sus instintos estn heridos. Lo que tendra que producirse de una manera natural no se produce en absoluto o slo se produce despus de demasiados tirones y sacudidas, explicaciones racionales y luchas consigo misma.

    Al definir el exceso de domesticacin con el trmino de captura, no me re-fiero a la socializacin, es decir, al proceso mediante el cual se ensea a los nios a comportarse de una manera ms o menos civilizada. El desarrollo social reviste una importancia decisiva. Sin l, una mujer no podra abrirse camino en el mun-do.

    Pero un exceso de domesticacin es como prohibir bailar a la esencia vital. En el estado saludable que le es propio, el yo salvaje no es dcil ni estpido. Est alerta y reacciona en cualquier momento y ante cualquier movimiento. No est encerrado en una sola pauta absoluta y repetida, vlida para todas las circuns-tancias. Tiene una opcin creativa. La mujer cuyo instinto est herido no tiene ninguna opcin. Simplemente se queda atascada.

    Hay muchas maneras de quedarse atascada. La mujer que tiene el instinto herido suele delatarse porque le cuesta pedir ayuda o reconocer sus propias ne-cesidades. Sus instintos naturales de lucha o de huida estn drsticamente re-ducidos o se han extinguido. El reconocimiento de las sensaciones de satisfac-cin, disgusto, recelo y cautela y el impulso de amar plena y libremente estn in-hibidos o exagerados.

    Como en el cuento, uno de los ms insidiosos ataques al yo salvaje consiste en inducir a la mujer a comportarse como es debido dndole a entender que reci-bir una (hipottica) recompensa. Aunque este mtodo puede (subrayo el "puede") inducir transitoriamente a una nia de dos aos a ordenar su habitacin (y a no tocar sus juguetes hasta que no haya hecho la cama) (6), jams de los jamases dar resultado en la existencia de una mujer vital. A pesar de que la coherencia, el cumplimiento de una accin hasta el final y la organizacin son esenciales para el desarrollo de la vida creativa, la perentoria orden de la anciana de comportarse "con correccin" destruye cualquier oportunidad de desarrollo.

    La arteria central, el ncleo, el tronco cerebral de la vida creativa es el jue-go, no la correccin. El impulso de jugar es un instinto. Si no hay juego, no hay vida creativa. Si eres buena, no hay vida creativa, Si te sientas quietecita, no hay vida creativa. Si slo hablas, piensas y actas con discrecin, habr muy poco jugo creativo. Cualquier grupo, sociedad, institucin u organizacin que anime a la mujer a denostar lo excntrico; a recelar de lo nuevo e inslito; a evitar lo ar-diente, lo vital, lo innovador; a despersonalizar lo personal, est pidiendo una cultura de mujeres muertas.

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    Janis Joplin, la cantante de blues de los aos sesenta, es un buen ejemplo de mujer fiera cuyos instintos resultaron heridos por las fuerzas que aplastaron su espritu. Su vida creativa, su inocente curiosidad, su amor a la vida y su acti-tud un tanto irreverente en relacin con el mundo en los aos de su desarrollo fueron despiadadamente censurados por sus profesores y por muchas de las per-sonas que la rodeaban en la surea comunidad baptista blanca de su poca, en la que tanto se ensalzaban las virtudes de la "buena chica".

    A pesar de que era una excelente estudiante y una pintora de considerable talento, las dems chicas la sometieron a ostracismo por no llevar maquillaje (7) y lo mismo hicieron sus vecinos por su aficin a subir a la cumbre de una rocosa colina de las afueras de la ciudad para cantar con sus amigos y por su inters por la msica de jazz. Cuando al final huy al mundo del blues, estaba tan muer-ta de hambre que ya no supo comprender cundo tena que detenerse. Sus lmi-tes eran muy inestables, es decir, careca de lmites en cuestin de sexo, alcohol y drogas (8).

    Hay algo en Bessie Smith, Anne Sexton, Edith Piaf, Marilyn Monroe y Judy Garland que sigue la misma pauta de instinto herido que es propia del hambre del alma: el intento de "encajar", su conversin en alcoholizadas, su incapacidad de detenerse (9). Podramos elaborar una lista muy larga de mujeres de talento con el instinto herido que, en el vulnerable estado en que se encontraban, toma-ron unas decisiones muy desacertadas. Como la nia del cuento, todas ellas per-dieron por el camino sus zapatillas hechas a mano y llegaron hasta los perjudi-ciales zapatos rojos. Todas se moran de tristeza, pues estaban hambrientas de alimento espiritual, de relatos del alma, de naturales vagabundeos, de adornos personales de acuerdo col 'u' necesidades, de aprendizaje divino y de una sana y sencilla sexualidad. Pero eligieron sin querer los zapatos malditos las creencias, las acciones, las ideas que provocaron el progresivo deterioro de su vida y stos las convirtieron en unos espectros entregados a una danza enloquecida.

    No puede subestimarse la posibilidad de que la lesin del instinto sea la causa de la conducta de las mujeres cuando stas se comportan como si estuvie-ran locas, cuando se sienten dominadas por las obsesiones o se quedan atasca-das en unas pautas de conducta menos perjudiciales, pero no por ello menos destructivas. La curacin de los instintos heridos empieza con el reconocimiento de que se ha producido una captura seguida de un hambre del alma y que se han alterado los lmites de la perspicacia y la proteccin. El proceso que dio lugar a la captura de una mujer y a la consiguiente hambre del alma se tiene que invertir. Pero, primero, muchas mujeres pasan por las siguientes fases que se describen en el cuento.

    Trampa 5: El subrepticio intento de llevar una vida secreta, de estar dividida en dos

    En esta parte del cuento la nia va a ser confirmada y la llevan al zapatero

    para que le haga unos zapatos. El tema de la confirmacin es un aadido relati-vamente moderno. Desde un punto de vista arquetpico, es muy probable que "Las zapatillas rojas" sea un fragmento repetidamente retocado de un relato o un mito mucho ms antiguo acerca del inicio de la menarca y de una vida menos protegida por la madre; en el caso de una joven a la que, en aos anteriores, sus parientes de sexo femenino han enseado a ser conciente y a reaccionar ante el mundo exterior (10).

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    Se dice que en las culturas matriarcales de la antigua India, del antiguo Egipto y de ciertas partes de Asia y de Turqua que, segn se cree, han influido en nuestro concepto del alma femenina al difundirse en un territorio de miles de kilmetros de extensin la entrega de alhea y de otros pigmentos rojos a las muchachas para que se pudieran teir los pies con ellos era la caracterstica esencial de los ritos de iniciacin (11). Uno de los ms importantes ritos de inicia-cin se refera a la primera menstruacin. El rito celebraba el paso de la infancia a la Prodigiosa capacidad de extraer la vida del propio vientre y de poseer el co-rrespondiente poder sexual y todos los poderes femeninos perifricos. La ceremo-nia se centraba en la sangre roja en todas sus fases: la sangre uterina de la menstruacin, la del alumbramiento de un nio y la del aborto, todas ellas flu-yendo hacia los pies. como se puede ver, las zapatillas rojas iniciales tenan mu-chos significados.

    La referencia al da de los Inocentes tambin es un aadido posterior. Guarda relacin con una festividad cristiana que, en Europa, acab eclipsando las ms arcaicas celebraciones del solsticio de invierno del antiguo mundo paga-no. Durante las ms remotas celebraciones paganas, las mujeres llevaban a cabo unos rituales de purificacin del cuerpo femenino y del espritu del alma femeni-na como preparacin de la nueva vida figurativa y literal de la inminente prima-vera. Los ritos podan incluir lamentaciones colectivas por los embarazos malo-grados (12), incluidos la muerte de un nio o el aborto espontneo, los partos de fetos muertos, los abortos provocados y otros importantes acontecimientos de la vida sexual y reproductiva femenina del ao anterior (13).

    Ahora se produce en el cuento uno de los ms reveladores episodios de la represin psquica. El voraz deseo de alma de la nia quiebra los listones de sus resecos comportamientos. En la tienda del zapatero se apodera subrepticiamente de los extraos zapatos rojos sin que la anciana se d cuenta. Un hambre voraz de vida del alma ha aflorado a la superficie de la psique, y se apodera de todo aquello que tiene a mano, pues sabe que muy pronto volver a ser reprimida.

    Este explosivo "hurto" psicolgico se produce cuando una mujer empuja considerables partes del yo hacia las sombras de la psique. Segn la visin de la psicologa analtica, la represin tanto de los instintos, impulsos y sentimientos negativos como la de los positivos da lugar a que stos habiten en un reino de sombras. Mientras el ego y el superego intentan seguir censurando los impulsos de la sombra, la misma presin generada por la represin parece algo as como una burbuja en la pared lateral de un neumtico. Al final, cuando el neumtico empieza a dar vueltas y se calienta, la presin que hay detrs de la burbuja se intensifica y da lugar a que sta estalle hacia fuera, liberando todo su contenido interior.

    La sombra acta de una manera muy parecida. Por eso una persona avara puede sorprender a todo el mundo donando de repente varios millones de dlares a un orfelinato. Por eso una persona normalmente dulce es capaz de sufrir un arrebato y comportarse como una persona enloquecida. Descubrimos que, abriendo un poco la puerta del reino de la sombra y dejando escapar poco a poco algunos elementos, estableciendo una relacin con ellos, buscndoles un uso y entablando negociaciones, podemos disminuir el riesgo de ser sorprendidas por los ataques subrepticios y las inesperadas explosiones de la sombra.

    Aunque los valores varan de cultura a cultura y arrojan distintos matices "negativos" y "positivos" sobre la sombra, los tpicos impulsos que se consideran negativos y que, por consiguiente y se relegan al reino de la sombra son los que

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    inducen a una persona a robar, engaar, asesinar, actuar con exageracin y co-sas por el estilo. Los aspectos negativos de la sombra tienden a ser extraamente excitantes a pesar de su carcter entrpico, por cuyo motivo arrebatan el equili-brio, la ecuanimidad y la vida de los individuos, las relaciones y los grupos.

    Pero la sombra tambin puede contener los divinos, deliciosos, bellos y po-derosos aspectos de la personalidad. Sobre todo en el caso de las mujeres, la sombra contiene casi siempre unos aspectos muy hermosos del ser que la cultura ha prohibido o a los que apenas presta apoyo. En el fondo del pozo de la psique de demasiadas mujeres se encuentra la creadora visionaria, la astuta narradora de cuentos, la previsora, la que sabe hablar bien de s misma sin menosprecio, la que puede mirarse a la cara sin pestaear, la que se esfuerza por mejorar su arte. Los impulsos positivos de la sombra en las mujeres de nuestra cultura suelen girar a menudo en torno al permiso para crear una vida hecha a mano.

    Estos aspectos descartados, menospreciados e "inaceptables" del alma y el yo no se limitan a permanecer ocultos en la oscuridad, sino que ms bien se de-dican a conspirar con el fin de establecer cmo y cundo entrarn en accin para poder alcanzar la libertad. Borbotean en el inconciente, hierven a fuego lento has-ta que un da, por muy hermtica que sea la tapa que los cubre, estallan hacia fuera y haca arriba en un desbordado torrente dotado de voluntad propia.

    Entonces es, tal como decimos en nuestras remotas regiones boscosas, co-mo intentar introducir de nuevo diez libras de barro en un saco de cinco libras. Cuesta taponar lo que ha estallado en la sombra una vez que se ha producido la detonacin. Aunque hubiera sido mucho mejor haber encontrado un medio inte-gral de vivir concientemente la alegra que nace del espritu creativo en lugar de enterrarlo, a veces la mujer se ve empujada contra la pared y ste es el resultado.

    La vida de la sombra se produce cuando las escritoras, las pintoras, las bailarinas, las madres, las buscadoras, las msticas, las estudiantes o las viajeras dejan de escribir, pintar, bailar, hacer de madres, buscar, escudriar, aprender, hacer prcticas. Es posible que dejen de hacerlo porque aquello a lo que han de-dicado tanto tiempo no ha dado el resultado que ellas esperaban o no ha recibido la acogida que se mereca 0 por otras innumerables razones. Cuando la que hace algo se detiene por el motivo que sea, la energa que fluye naturalmente de ella le desva hacia el mundo subterrneo, en el que aflora dnde y cundo Puede. Sa-biendo que en pleno da no puede emprender con mpetu cualquier cosa que des-ee, la mujer empieza a llevar una extraa doble vida, fingiendo una cosa en las horas diurnas y actuando de otra Manera cuando tiene ocasin.

    Cuando la mujer trata de comprimir su vida en un pulcro y precioso paque-tito, lo nico que consigue es empujar a presin toda su energa vital hacia la sombra. "Estoy bien, muy bien", dice la mujer, La miramos desde el otro lado de la estancia o reflejada en el espejo, Sabemos que no est bien. Ms adelante, un da nos enteramos de que se ha liado con un intrprete de flautn y se ha largado a Tippicanoe para convertirse en una reina de saln de billar. Y nos preguntarnos qu ha ocurrido, pues sabemos que ella aborrece a los intrpretes de flautn y siempre quiso vivir en la isla de Orcas y no en Tippicanoe y jams nos haba co-mentado nada acerca de los salones de billar.

    Como la Hedda Gabler de la obra de Henrik lbsen, la mujer salvaje puede simular vivir "una existencia corriente" mientras rechina los dientes, pero siem-pre hay que pagar un precio. Hedda tiene una peligrosa y apasionada vida secre-ta y juega con un ex amante y con la Muerte. Por fuera finge estar encantada de tocarse con sombreritos y de escuchar los comentarios de su reseco marido acer-

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    ca de la aburrida vida que lleva. Una mujer puede ser exteriormente educada e incluso cnica mientras se desangra por dentro.

    O, como Janis Joplin, puede intentar adaptarse hasta que ya no puede ms, en cuyo caso su naturaleza creativa, corroda y asqueada por el hecho de verse obligada a descender a la sombra, estalla violentamente para rebelarse co-ntra los dogmas de a "buena crianza", actuando con una imprudencia que pone en peligro sus cualidades y su vida.

    Se lo puede llamar como se quiera, pero el hecho de vivir una existencia se-creta porque a la verdadera no se le da espacio suficiente para prosperar es muy duro para la vitalidad de las mujeres. Las mujeres capturadas y muertas de hambre roban toda suerte de cosas: roban libros y msicas censurados, roban amistades, sensaciones sexuales, afiliaciones religiosas. Roban pensamientos fur-tivos, sueos de revolucin. Roban tiempo de sus parejas y sus familias. Roban un tesoro y lo introducen subrepticiamente en su casa. Roban el tiempo de escri-bir, el tiempo de pensar y el tiempo del alma. Introducen subrepticiamente un espritu en la alcoba, un poema antes del trabajo, roban un brinco o un abrazo cuando nadie mira.

    Para apartarse de este camino polarizado, la mujer tiene que abandonar el fingimiento. Vivir una existencia falsificada del alma jams da resultado. Siempre estalla el neumtico cuando una menos lo espera. Entonces no hay ms que tris-teza a nuestro alrededor. Vale ms levantarse, permanecer de pie por muy senci-llo que sea el estrado, vivir al mximo y lo mejor que se pueda y dejar de robar falsificaciones. Tenemos que buscar lo que es significativo y saludable para noso-tras.

    En el cuento, la nia escamotea los zapatos ante la anciana con mala vista para indicar que el reseco y perfeccionista sistema de valores carece de capacidad para examinar las cosas con detenimiento y estar atento a lo que ocurre a su al-rededor. Es tpico que la psique interior herida y tambin la cultura no se perca-ten de la afliccin personal del yo. La nia hace una nueva eleccin equivocada en una larga lista de equivocaciones.

    Supongamos que el primer paso hacia la trampa, el hecho de subir al ca-rruaje dorado, lo diera por ignorancia. Supongamos que el hecho de abandonar el fruto de su trabajo manual fuera una imprudencia tpica de los que carecen de experiencia en la vida. Pero ahora quiere los zapatos del escaparate del zapatero y, curiosamente, este impulso hacia la nueva vida es justo y apropiado, pues la nia se ha pasado demasiado tiempo en casa de la anciana, por lo que sus instin-tos no dan la voz de alarma cuando hace esta mortal eleccin. De hecho, el zapa-tero conspira con ella. Le guia el ojo y sonre ante su desdichada eleccin. jun-tos toman subrepticiamente los zapatos rojos.

    Las mujeres engaan de esta manera. Se deshacen del tesoro cualquiera que ste sea, pero roban trastos aqu y all siempre que pueden. Estn escri-biendo? S, pero en secreto, lo cual significa que no cuentan con ningn apoyo e ignoran los efectos de lo que hacen. La estudiante quiere vivir su vida? S, pero en secreto, lo cual quiere decir que no tendr ninguna ayuda ni ninguna gua. La actriz se arriesga a ofrecer una actuacin completamente original, o presenta plidas imitaciones que la convierten en un remedo en lugar de ser un modelo? Y qu decir de la ambiciosa mujer que finge no ser ambiciosa, pero que se muere de ganas de conseguir logros para s misma, para los suyos para su mundo? Es una ardiente soadora, pero se limita a seguir afanosamente hacia delante en

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    silencio. Es terrible no tener un confidente, una gua, alguien que la anime un poquito.

    Es muy difcil arrancar pequeos retazos de vida de esta manera, pero mu-chas mujeres lo hacen a diario. Cuando una mujer se siente obligada a robar su-brepticiamente la vida, significa que est viviendo al lmite de la subsistencia. Roba la vida cuando los oye a ellos, quienesquiera que sean los "ellos" de su vida. Acta con aparente calma y desinters, pero dondequiera que haya una rendija de luz, su moribundo yo pega un salto, corre hacia la ms cercana forma de vida, se anima, suelta una coz hacia atrs, se abalanza como una loca, baila como una tonta, se agota e intenta regresar a la negra celda antes de que alguien se d cuenta de que se ha ido.

    Es lo que hacen las mujeres cuyos matrimonios son insatisfactorios. Es lo que hacen las mujeres a quienes se obliga a sentirse inferiores. Lo hacen tambin las mujeres que se avergenzan, que temen el castigo, el ridculo o la humilla-cin, las que tienen el instinto herido. El robo es bueno para la mujer capturada slo s roba lo apropiado, slo si eso la conduce a su liberacin. Esencialmente, el hecho de robar cosas buenas y satisfactorias y sustanciosos pedazos de vida hace que el alma experimente con ms vehemencia que nunca el deseo de dejar de ro-bar y de ser libre de llevar la vida que ella estime conveniente a la vista de todo el mundo.

    Como se ve, hay algo en el alma salvaje que no nos permite subsistir para siempre con retazos fragmentarios de vida, pues, en realidad es de todo punto imposible que la mujer que aspira a la conciencia robe pequeas bocanadas de aire puro y despus se conforme slo con eso. Recuerdas cuando eras nia y descubriste que no podas matarte conteniendo la respiracin? Por mucho que intentemos aspirar un mnimo de aire o ninguno en absoluto, un poderoso fuelle asume el mando, algo violento y exigente que, al final, nos obliga a aspirar el aire a la mayor rapidez posible. Inhalamos con ansia y nos llenamos los pulmones hasta que volvemos a respirar con normalidad.

    Por suerte, en la psique/alma hay algo muy parecido. Se apodera de noso-tras y nos obliga a aspirar grandes bocanadas de aire puro. Sabemos que no po-demos subsistir robando sorbitos de vida. La fuerza salvaje del alma femenina exige tener acceso a toda la vida. Podemos permanecer en estado de alerta y ver las cosas que son adecuadas para nosotras. El zapatero del cuento prefigura al viejo soldado que, ms adelante en el cuento, hace cobrar vida a los zapatos que obligan a la nia a bailar hasta enloquecer. Hay demasiadas coincidencias entre este personaje y lo que sabemos acerca del antiguo simbolismo como para pensar que se trata de un inocente espectador. El depredador natural del interior de la psique (y tambin el de la cultura) es una fuerza que cambia de forma y puede disfrazarse de la misma manera que las trampas, las jaulas y los cebos envene-nados se disfrazan para poder atraer a las incautas. Recordemos que el zapatero engaa a la anciana como quien gasta una broma.

    No, lo ms probable es que est en connivencia con el viejo soldado, el cual es, naturalmente, una representacin del demonio disfrazado (14) . Antao el de-monio, el soldado, el zapatero, el jorobado y otras figuras se utilizaban para sim-bolizar las fuerzas negativas tanto en la naturaleza terrestre como en la naturale-za humana (15).

    Aunque podramos sentirnos justamente orgullosas de que el alma fuera lo bastante valiente para atreverse a robar subrepticiamente algo en semejantes condiciones de sequa, est claro que esta circunstancia por s sola no puede ser

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    la nica. Una psicologa integral tiene que incluir no slo el cuerpo, la mente y el espritu sino tambin la cultura y el ambiente. Bajo esta luz debemos preguntar-nos en cada nivel cmo es posible que una mujer individual comprenda que tiene que rebajarse, retroceder, arrastrarse por el suelo y, suplicar una vida que es su-ya de entrada. Qu es lo que, en cualquier cultura, exige tal cosa? El examen de las presiones creadas por las distintas capas de los mundos interior y exterior evitar que una mujer crea que el hecho de apoderarse subrepticiamente de los zapatos del demonio es de alguna manera una eleccin constructiva.

    Trampa 6. El temor ante lo colectivo, la rebelin de la sombra

    La nia se apodera subrepticiamente de los zapatos rojos, se va a la iglesia haciendo caso omiso del revuelo que se arma a su alrededor y es denostada por la comunidad. Los habitantes de la aldea "hablan" de ella. La castigan. Le arrebatan los zapatos. Pero ya es demasiado tarde, est atrapada. An no se trata de una obsesin sino ms bien de que la comunidad provoca y fortalece su hambre inter-ior exigindole capitular ante su estrechez de miras.

    Se puede intentar llevar una vida secreta, pero ms tarde o ms temprano el superego, un complejo negativo y/o la propia cultura se nos echarn encima. Es difcil esconder algo que los dems no aprueban y que nosotras deseamos con ansia. Es difcil esconder los placeres robados aunque no nos proporcionen ali-mento.

    Lo propio de los complejos y de las culturas negativas es echarse encima de todo lo que se aparta de la conducta aceptable establecida por la sociedad y reve-la los impulsos divergentes del individuo.

    De la misma manera que algunas personas se ponen furiosas cuando ven una simple hoja en el suelo, el juicio negativo saca su sierra para amputar cual-quier miembro que no se adapte a la norma.

    A veces la colectividad ejerce presin sobre una mujer para que sea una "santa", para que sea instruida y polticamente correcta, para que lo tenga todo "bien junto y ordenado" de tal manera que cada uno de sus esfuerzos sea una obra perfecta. Si nos acobardamos ante la colectividad y nos sometemos a las presiones que sta ejerce para que nos adaptemos estpidamente a sus normas, nos salvaremos del exilio, pero, al mismo tiempo, pondremos traidoramente en peligro nuestras vidas salvajes.

    Algunos piensan que ya pas la poca en que se maldeca a la mujer salvaje y, cuando sta se comportaba de acuerdo con el yo natural de su alma, se la cali-ficaba de "equivocada" y de "mala". Pero no es as. Lo que ha cambiado son los tipos de conducta que se consideran `incontrolados" en el caso de las mujeres. Por ejemplo, hoy en da en distintos lugares del mundo, si una mujer adopta una postura poltica, social, espiritual, familiar o medioambiental, si se atreve a decir que el rey va desnudo o si habla en nombre de los que sufren o los que no tienen voz, con demasiada frecuencia se examinan sus motivos para averiguar si se ha "desmadrado", es decir, si se ha vuelto loca.

    El destino final de una nia salvaje nacida en el seno de una comunidad r-gida es la ignominia de verse esquivada por los dems. Los que la esquivan tratan a la vctima como si no existiera. Le niegan el inters espiritual, el amor y otras necesidades psquicas. El propsito de todo ello es obligarla a adaptarse a las normas so pena de matarla espiritualmente y/o expulsarla de la aldea para que languidezca hasta morir en el desierto.

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    Si se esquiva a una mujer, ello se debe casi siempre a que ha hecho o est apunto de hacer algo de carcter salvaje, las ms de las veces algo tan sencillo como expresar una opinin ligeramente distinta o vestirse con un color conside-rado impropio, es decir, se debe tanto a cosas muy pequeas como a cosas gran-des. Hay que recordar que una mujer oprimida no es que se niegue a encajar sino que no puede encajar sin morir al mismo tiempo. Est en juego su integridad es-piritual, por lo cual tratar de liberarse por todos los medios a su alcance por muy peligrosos que stos sean.

    Veamos un ejemplo reciente. Segn la CNN, al principio de la Guerra del Golfo las mujeres musulmanas de la Arabia Saud, a las que estaba vedado con-ducir vehculos por motivos religiosos, subieron a los automviles y se pusieron al volante. Despus de la guerra, las mujeres fueron llevadas ante unos tribuna-les que condenaron su conducta y, finalmente, despus de muchos interrogato-rios y reproches, fueron entregadas a la custodia de sus padres, hermanos o ma-ridos, quienes tuvieron que prometer mantenerlas en cintura en el futuro.

    ste es un ejemplo de la huella de vida y prosperidad que deja una mujer en un mundo enloquecido que la tacha de escandalosa, insensata e incontrolada. A diferencia de la nia del cuento que se deja dominar por el reseco mundo que la rodea, a veces la nica alternativa que le queda a una mujer si no quiere aco-bardarse ante una comunidad apergaminada consiste en llevar a cabo un acto de valenta. Este acto no tiene por qu ser necesariamente un terremoto. Valenta significa seguir los impulsos del corazn. Hay millones de mujeres que cada da llevan a cabo actos de gran valenta. No se trata slo del acto individual que transforma una reseca comunidad sino de la repeticin de los actos. Tal como me dijo una vez una)oven monja budista "Las 90 tas de agua traspasan la piedra".

    Adems, hay en casi todas las comunidades un aspecto oculto que fomenta la opresin de las vidas salvajes, espirituales y creativas de mujeres. Dicha opre-sin consiste en animar a las mujeres a "delatarse" mutuamente y a someter a sus hermanas (o hermanos) a unas restricciones que no reflejan la capacidad de relacin presente en los valores familiares de la naturaleza femenina. La presin de la sociedad obliga no slo a que una mujer delate a otra y la exponga por tanto a un castigo por comportarse de una manera femenina integral, por horrorizarse o manifestar su disconformidad ante las injusticias, sino tambin a que las muje-res de ms edad colaboren en la opresin fsica, mental y espiritual de las ms jvenes, las menos poderosas o las ms desvalidas, y a que las ms jvenes se nieguen a atender las necesidades de las que son Mucho mayores que ellas.

    Cuando una mujer se niega a apoyar a una comunidad reseca, se niega a abandonar sus pensamientos salvajes y acta de acuerdo con ellos. El cuento de "Las zapatillas rojas" nos ensea esencialmente que tenemos que proteger debi-damente la psique salvaje, valorndola inequvocamente nosotras mismas, hablando en su nombre, negndonos a someternos a la enfermedad psquica. Tambin nos ensea que lo salvaje, por su belleza y energa, siempre es visto por alguien, por algn grupo o comunidad, como un trofeo o como algo que se tiene que reducir, modificar, ser sometido a normas, asesinado, rediseado o controla-do. Lo salvaje siempre necesita un vigilante en la puerta so pena de que no se uti-lice como es debido.

    Cuando una comunidad es hostil a la vida natural de una mujer, en lugar de aceptar las etiquetas peyorativas o irrespetuosas que se le aplican la mujer puede y debe como el patito feo resistir y aguantar buscando el lugar que le

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    corresponde y, a ser posible, vivir ms y superar la prosperidad y la creatividad de aquellos que la haban denigrado.

    El problema de la nia de las zapatillas rojas consiste en que, en lugar de adquirir fuerza para la lucha, se pierde en bobadas, seducida por el romanticismo de aquellos zapatos rojos. Lo importante de la rebelin es que la forma que asu-ma sea eficaz. La atraccin que ejercen en la nia los zapatos rojos le impide, en realidad, protagonizar una rebelin significativa, capaz de promover un cambio, de transmitir un mensaje y provocar un despertar.

    Ojal pudiera decir que hoy en da las trampas para mujeres ya no existen o que las mujeres son tan listas que ven las trampas desde lejos. Pero no es as. El depredador est todava presente en la cultura y sigue tratando de socavar y destruir toda conciencia y todos los intentos de alcanzar la plenitud. El dicho se-gn el cual las libertades tienen que reconquistarse cada veinte aos encierra una gran verdad. A veces, parece que hay que conquistarlas cada cinco minutos.

    Sin embargo, la naturaleza salvaje nos ensea que tenemos que enfrentar-nos a los desafos a medida que se van produciendo. Cuando los lobos son aco-sados no dicen "Oh, no! Ya estamos otra vez!". Saltan, brincan, corren, se lan-zan, se echan a la garganta, hacen lo que tienen que hacer. Por consiguiente, no debemos escandalizarnos por el hecho de que se produzca una entropa y un de-terioro y de que haya que pasar por momentos difciles. Las cuestiones que tien-den una trampa a la alegra de las mujeres siempre cambiarn de forma y de as-pecto, pero, en nuestra naturaleza esencial, encontraremos toda la fuerza y la libido necesarias para llevar a cabo los actos imprescindibles del corazn.

    Trampa 7: La simulacin, el intento de ser buena, la normalizacin de lo anormal

    A medida que se desarrolla el cuento, la nia es castigada por el hecho de ir

    a la iglesia calzada con zapatos rojos. Contempla los zapa,_ tos rojos del estante, pero no los toca. Hasta ahora ha intentado prescindir de la vida del alma, pero no le ha dado resultado. Despus ha intentado llevar una doble vida, pero tampoco ha podido. Ahora, como ltimo recurso, "procura ser buena".

    El problema del "ser buena" al mximo consiste en que no resuelve la cues-tin subyacente de la sombra, por cuyo motivo surgir de nuevo como un tsuna-mi, una ola gigante, o un torrente desbordado, destruyendo todo lo que encuentre a su paso. Cuando "es buena", la mujer cierra los ojos a todo lo que, a su alrede-dor, es inflexible, deformado o perjudicial y se limita a "ir aguantando". Sus in-tentos de aceptar este estado anormal daan ulteriormente sus instintos de reac-cionar, sealar, cambiar y producir un impacto en lo que no est bien, lo que no es justo.

    Anne Sexton escribi un poema acerca de "Las zapatillas rojas" titulado precisamente "Las zapatillas rojas":

    Estoy en el centro de una ciudad muerta y me anudo las zapatillas rojas... No son mas. Son de mi madre. Y de su madre.

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    Transmitidas como una herencia, pero escondidas como cartas vergonzosas. La casa y la calle que les corresponden estn escondidas y todas las mujeres tambin estn escondidas...

    El hecho de ser buena, ordenada y obediente en presencia del peligro inter-

    ior o exterior o con el fin de ocultar una grave situacin de la psique o de la vida real priva a una mujer de su alma. La asla de su sabidura y de su capacidad de actuar. Como la nia del cuento que no protesta demasiado, que intenta disimu-lar su hambre y aparentar que no arde nada en su interior, las mujeres moder-nas padecen el mismo trastorno consistente en normalizar lo anormal. Se trata de un trastorno que est a la orden del da en muchas culturas. El hecho de normalizar lo anormal hace que el espritu, que en condiciones normales se apre-surara a corregir la situacin, se hunda en el tedio, la complacencia y, en ltimo extremo, en la ceguera, tal como le ocurre a la anciana.

    Se ha llevado a cabo un importante estudio que explica los efectos de la prdida del instinto de proteccin en las mujeres. A principios de los aos sesen-ta, unos cientficos (16) llevaron a cabo unos experimentos con animales para ave-riguar algo acerca del "instinto de fuga" de los seres humanos. En uno de los ex-perimentos conectaron unos cables elctricos a una mitad del fondo de una jaula de grandes dimensiones de tal manera que un perro introducido en la jaula reci-ba una descarga cada vez que pisaba el lado derecho de la jaula. El perro apren-di rpidamente a permanecer en el lado izquierdo de la jaula.

    Despus se conectaron unos cables elctricos al lado izquierdo de la jaula y se desconect el lado derecho. A continuacin se conectaron cables a todo el sue-lo de la jaula para que se produjeran descargas al azar de tal forma que, donde-quiera que se tendiera o permaneciera de pie, el perro pudiera recibir una des-carga.

    En un primer tiempo, el perro se mostr confuso y, en un segundo, se ate-rroriz. Finalmente, el perro se "dio por vencido" y se tendi, recibiendo las des-cargas tal como venan sin