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    Las santitas del barrio.Beatas laicas y religiosidad cotidiana

    en la ciudad de Mxico en el siglo XVII

    Antonio Rubial Garca

    Universidad Nacional Autnoma de Mxico

    El estudio del caso inquisitorial de las hermanas Romero (unas falsas msticas que

    vivieron en la ciudad de Mxico a mediados del siglo XVII) sirve de ventana para aproxi-

    marse a varios temas relacionados con la oralidad y sus prcticas comunicativas, la trans-

    misin de valores religiosos y su control por parte de los laicos y la recepcin de la litera-

    tura hagiogrfica en los medios populares. Las prcticas cotidianas de la religin catlicaen las ciudades que formaban el imperio espaol pueden ser entendidas en un contexto en

    el que lo milagroso viva el trnsito entre la credulidad y el escepticismo. El caso de las

    hermanas Romero es uno de los numerosos casos de beatas embaucadoras y ermitaos que

    se dieron en los dos virreinatos y que muestran que, tanto los arrebatos msticos como el

    culto a las reliquias y la manipulacin de lo sagrado no fue exclusivo de los sectores ecle-

    sisticos y monacales y que los laicos hicieron uso de tales instrumentos de una manera

    amplia y con gran aceptacin por parte de la sociedad, incluido el aparato eclesistico.

    El concilio de Trento marc un profundo cambio en la relacin entre

    las prcticas religiosas de los laicos y los controles eclesisticos sobre ellas.A la activa participacin de esos sectores y a su creciente autonoma (hechoque se vena dando en Occidente desde el siglo XIII), se pretendi enfren-tar una mayor sujecin y el ejercicio de unas prcticas dirigidas por los cl-rigos y ejercidas en los espacios sacralizados por la Iglesia. Con todo, fueimposible detener un impulso que daba a los laicos (la mayora de los fie-les cristianos) y al mbito domstico una mayor presencia religiosa y fuedifcil limitar el fenmeno de apropiacin de la direccin de tales prcticaspor parte de miembros de esos sectores.

    Al igual que aconteca en Europa, en Nueva Espaa numerosos hom-bres y mujeres que no haban hecho votos religiosos tuvieron una activaactuacin en la promocin de prcticas religiosas de clrigos y laicos. Unacantidad no determinada de ellos actuaron en las ciudades novohispanas conbastante libertad y, aunque muchos fueron llevados ante el tribunal delSanto Oficio (cuya accin judicial nos permite ahora estudiarlos) desarro-llaron sus actividades religiosas durante aos, antes de ser consignadoscomo sospechosos de hereja o de fingimiento mstico. Las mujeres, sobretodo, se encontraban en una posicin ambigua pues, por su gnero, se les

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    consideraba seres que deban estar subordinados a los varones pero, por otro

    lado, se les atribuan capacidades especiales para comunicarse directamentecon Dios. Algunas de ellas, como la esclava hind Catalina de San Juan,fueron consideradas santas y varios clrigos escribieron sus biografas;otras, como Mara de Poblete, practicaron sus devociones y desarrollaronsus milagros apoyadas por sus parientes clrigos y fueron muy bien acepta-das, e incluso veneradas, hasta el momento de su muerte; hubo finalmenteotras (cuarenta y cinco en los siglos XVII y XVIII) que cayeron en las cr-celes inquisitoriales acusadas de fingimiento mstico o de alumbradismo.

    El presente artculo tiene como finalidad mostrar el desarrollo de lasprcticas femeninas de este ltimo grupo a partir de un estudio de caso: el de

    las hermanas Romero. Sus procesos inquisitoriales han sido objeto de variasmenciones en trabajos especializados sobre el Santo Oficio, como los deSolange Alberro y Nora Jaffary, pero considero que su impacto en la vidacotidiana de la ciudad de Mxico no ha sido an suficientemente estudiado.1

    Una familia ejemplar?

    Juan Romero Zapata, criollo y barbero de oficio que tena un tendajn

    en el barrio de San Pablo en Puebla, decidi trasladarse por el ao de 1626desde su lugar de origen hacia Cholula, para buscar una forma de vida quele permitiera mantener ms desahogadamente a una familia que iba enaumento. Su mujer, Leonor Mrquez de Amarilla (que proceda de unimportante linaje poblano venido a menos), le haba dado dos hijas geme-las (Josefa y Mara) y un varn (Lucas), a quienes se unieron Nicolasa yJuan, nacidos en Cholula.2 A la familia se agreg tambin por ese tiempo

    1 Solange Alberro, en su artculo La licencia vestida de santidad: Teresa de Jess, falsa bea-ta del siglo XVII, en Sergio Ortega ed.,De la santidad a la perversin, Mxico, 1985, pgs. 219-238,ha tratado el caso de una de las hermanas pero sin mencionar a las otras. En su libroInquisicin y socie-dad en Mxico, 1571-1700, Mxico, 1988, pgs. 493 y ss. vuelve a mencionar slo el caso de Teresa.Jaffary, Nora Elizabeth:Deviant Orthodoxy: a social and cultural History of ilusos and alumbrados incolonial Mexico, Ph.D. diss., Columbia University, New York, 2000, pgs. 179 y ss. habla de las cua-tro hermanas pero sin abundar en sus procesos.

    2 Los Mrquez de Amarillas se encontraban avecindados en la ciudad de Puebla desde 1556.Leonor Montenegro, esposa de Juan Mrquez de Amarillas (ambos originarios de Toledo) fund el con-vento de Santa Catalina de Sena de la ciudad, el cual empez a funcionar en 1568. Uno de sus hijos fueracionero de la catedral de Puebla y el otro fue propietario de un ingenio azucarero en Izucar deMatamoros. Ambos hijos renunciaron a su herencia paterna en favor de su madre con objeto de termi-nar el que fue el primer convento de monjas dominicas de Iberoamrica. Agradezco a Rosalva Loretoesta informacin que aparecer en un artculo suyo prximo a publicarse.

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    una joven de nombre Catalina Morales, muy posiblemente una hija ilegti-

    ma de don Juan. Sin embargo, el cambio de ciudad no mejor la fortuna delos Romero, cuya situacin era tan precaria que cuando naci en 1631Teresa, la ltima de sus hijas, tuvo que ser enviada a Atlixco a criarse en lacasa de una parienta.3

    A partir de entonces, la desesperada situacin de Juan Romero cam-bi, pues su hermano, el dominico fray Lucas Zapata, que viva enTepetlaoztoc, lo mand llamar para que se hiciera cargo de la administra-cin de las haciendas del convento. Gracias a su relacin con los domini-cos, don Juan se fue enriqueciendo con el cargo de alguacil mayor ampa-rador de los indios; les peda (haca derrama) un pollo a la semana por

    casa, les cobraba cuatro reales a los que faltaban a la misa dominical y avarios los despoj de sus bienes; por estos medios lleg a hacerse de unacasa propia malamente arrebatada a una familia del pueblo. Lleg a ser tandesahogada su situacin, que don Juan pudo desposar a su hija Mara conDiego Pinto, a quien ocupaba como vaquero de un cortijo con vacas recinadquirido con sus mtodos habituales. Ocho aos despus de su llegada aTepetlaoztoc, los Romero hicieron traer a Teresa desde Atlixco. Las cosasparecan ir sobre ruedas hasta que la ambicin rompi el saco. Los abusosde don Juan y la falsificacin de memoriales con los nombres de los indios

    principales para sacar beneficios a su favor (para lo cual contaba con elapoyo del gobernador de Texcoco), provocaron que la justicia lo despojarade los bienes mal habidos. La familia Romero se vio forzada a salir deTepetlaoztoc en 1646, entre los gritos y las amenazas de los indios, y sedirigi a la capital, donde don Juan tena otro pariente dominico, frayCristbal de Pocasangre.4

    Una vez asentados en la ciudad de Mxico, en una casa del barrio deSanta Catalina, y gracias a la ayuda de su to el fraile, las hermanasRomero (salvo Mara que se fue a vivir con su marido y sus tres hijos a lashuertas del marqus del Valle de Oaxaca en San Cosme) pudieron intro-

    ducirse poco a poco en la sociedad capitalina. Desde que vivan enTepetlaoztoc, las hermanas se haban destacado por su capacidad de comu-nicarse con el ms all y por sus extraordinarias dotes histrinicas, e inclu-

    3 Las declaraciones contra Josefa, Nicolasa, Teresa y Mara se encuentran en los volmenes432, 433 y 1499 del ramo Inquisicin del Archivo General de la Nacin, citado en adelante con lassiglas AGN.

    4 Testimonio de fray Agustn Fonseca, Mxico, 7 de agosto de 1650. AGN, Inquisicin, 432,fol. 250 r. y ss. Este fraile es quien da ms noticias sobre la estada de los Romero en Tepetlaoztoc, don-de l los conoci.

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    so haban cambiado sus apellidos por los de los santos protectores que,

    segn ellas, las haban elegido. Entre todas, Nicolasa de Santo Domingoera la menos dotada pues, aunque tena ataques de epilepsia que le permi-tan una actuacin muy natural, su cortedad no le daba oportunidad de bri-llar con la labia y el despliegue teatral de sus hermanas, sobre todo de lasmayores, Mara de la Encarnacin y Josefa de San Luis Beltrn. La segun-da sobre todo, con un gran talento natural y una memoria aguda, posea unapersonalidad carismtica remarcada an ms por un defecto fsico: tenaseco el brazo izquierdo. La menor, Teresa de Jess, haba mostrado unagran rebelda y una moral muy relajada desde su estada en Tepetlaoztoc,quiz como consecuencia de su abandono en Atlixco; la necesidad de ser

    aceptada por su padre la llev a imitar las atrevidas acciones de la primo-gnita, con la que muy pronto entabl una feroz competencia. CuandoJosefa se present con heridas en la frente que parecan producidas por unacorona de espinas, Teresa arroj al da siguiente espumarajos de sangre porla boca. El conflicto entre las hermanas termin abruptamente cuandoTeresa, golpeada en la cara con unas varas por Josefa, huy de la casapaterna.5

    Para sustentarse, las hermanas decan dedicarse a tejer mantas de lanadelgadas, de las que solan hacer tnicas los religiosos. En un principio sus

    vestidos eran viejos y Teresa muy pronto adopt el sayal del Carmelo y serap la cabeza. El ajuar de su casa fue siempre muy modesto: un petate, unaimagen y un cofre. Aunque no posean libros, los conseguan prestados desus amigos sacerdotes o laicos y los comentaban despus de hacer su lec-tura en familia, sobre todo bajo la direccin de su padre Juan Romero. Alparecer las tres hermanas haban aprendido a leer, pero es muy probableque no supieran escribir. Aunque a menudo las razones que dan para haberrealizado los engaos fueron la indigencia y la falta de recursos, no debedescartarse que sta haya sido una excusa para obtener clemencia de los

    jueces y que detrs de sus actitudes hubiera tambin una necesidad de lla-

    mar la atencin y de adquirir prestigio y presencia sociales.Como marginadas, estas mujeres crearon estrategias efectivas de aco-

    modacin, mediacin y resistencia ante la institucin eclesistica. Sin dudaesto fue posible gracias a que la sociedad era tambin bastante flexible paraintegrarlas y aceptarlas, a pesar de la propaganda que contra ese tipo demanifestaciones generaban algunos sectores clericales. Adems, aunque

    5 Testimonio de Francisco Antonio de Loaysa, Mxico, 1 de junio de 1650. AGN, Inquisicin,432, fol. 158 r.

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    era comn que las mujeres espaolas solteras tomaran el velo monstico o

    ingresaran en un recogimiento o en una orden tercera, es significativo queestas hermanas se mantuvieran fuera de tales organizaciones. Con todo,Josefa y Teresa utilizaron a menudo la posibilidad de entrar a la clausuramonacal (a la segunda incluso se le consigui dote para San Jernimo)como mtodo para afianzar su credibilidad ante los dems.

    Seguidores, benefactores y confesores

    Una de las caractersticas ms destacadas de las sociedades occiden-

    tales del Antiguo Rgimen es su capacidad para aceptar el prodigio comoalgo cotidiano y su necesidad de buscar soluciones a los problemas diariosen las fuerzas celestiales. Una gran cantidad de intermediarios ofrecansatisfactores para tales demandas: desde los sacerdotes que administrabanla religin catlica y sus prcticas y devociones (misas, sacramentos, esca-pularios, rosarios, reliquias, peregrinaciones, imgenes, etctera), hasta loscuranderos y hechiceros que, a pesar de estar proscritos por demoniacos,ofrecan soluciones ms directas para la curacin de las enfermedades, laatraccin de la buena fortuna o la obtencin de favores amorosos. Entre

    estos dos grupos de oferentes de mercanca espiritual se encontraban lasllamadas beatas y los ermitaos. Al moverse en mbitos avalados por laortodoxia, pues su actuacin se encontraba dentro de los lmites de lo per-mitido, tenan mayores posibilidades de evadir los controles inquisitoriales;por otro lado, estos laicos cubran necesidades que ni el clero ni los hechi-ceros haban explotado, como era la comunicacin directa con el ms all.A cambio de estos servicios, tales personas tocadas por un don divino reci-ban limosnas en metlico, bienes suntuarios como imgenes, ropa, azcar,tabaco y, a veces, hasta techo, comida y una renta mensual para su mante-nimiento. De hecho, las hermanas Romero comenzaron a vestirse con

    mejores ropas a raz de estos regalos. Las autoridades no vean con malosojos que a cambio de los favores espirituales se recibieran dinero u otrosbeneficios, adems de que muchas de las limosnas que estas mujeres reco-lectaban se destinaban a las misas por las nimas del purgatorio, y por tan-to llegaban finalmente a manos de los clrigos y a sus templos.

    Las hermanas Romero, a quienes los vecinos comenzaron a llamarcon el apelativo de las santitas, muy pronto se rodearon de un nmeroconsiderable de seguidores, atrados por su fama y por el aval de algunos

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    sacerdotes que las rodeaban. Al principio, lo comn era que ellas fueran

    invitadas a las casas de sus benefactores, que reunan tertulias para presen-tarlas ante la sociedad; en esas reuniones las santitas entraban en rapto,traan ante la concurrencia a las almas del purgatorio (que no siempre eranlas que solicitaban sus devotos) y pedan a Cristo la solucin de sus nece-sidades. Pero poco a poco, una vez que reunieron un nmero considerablede seguidores, comenzaron a recibir en su casa y a realizar sus actuacionesen sus alcobas.

    De las cuatro hermanas, sin embargo, slo dos lograron afianzar ungrupo de seguidores: Josefa y Mara. La primera utiliz un mtodo suma-mente novedoso para atraerse la atencin de los ms destacados personajes

    que llegaban a su casa. De tres en tres das Josefa haba ido eligiendo a cadauno de sus celadores, mandando que les fuese avisada su designacinpara tan honorfico cargo. Por los documentos del proceso sabemos queentre ellos haba seis clrigos y seis laicos que seran testigos de los prodi-gios. Pero a Josefa no le bast con hacer tales analogas con Cristo y susapstoles; en una ocasin que los reuni a todos, fingiendo que coga un

    jarro de agua, se puso una estola sobre los hombros como lo hacan lossacerdotes y lav los pies de los presentes, los sec y los bes, despus delevantar los ojos al cielo frente a cada uno, como preguntando si con la per-

    sona que tena enfrente deba o no hacer tales acciones.6

    Entre esos doceelegidos estaba un joven clrigo navarro, (que an no tena la ordenacinsacerdotal) llamado Joseph Brun de Vrtiz, ex combatiente en las gue-rras espaolas, que buscaba pasar a Oriente a morir martirizado. Josefaqued prendada de l y, al enterarse de sus intenciones de entregarse almartirio, no le fue difcil convencerlo de quedarse en Mxico a esperar lamanifestacin de lo que Dios quera de l.

    Mara, la hermana gemela de Josefa, tambin reuni en torno a ella aun grupo de seguidores en una casa en las huertas del Marqus, donde vivacon un marido vago y tres hijos que deba mantener. Su gran necesidad la

    llev a fingir raptos, idea inspirada por el xito que sus hermanas estabanobteniendo. Entre sus oyentes se encontraba su propio benefactor JuanMestre (el administrador de las huertas), el suegro de ste, Diego Manuelde la Rocha (secretario del Consulado), los clrigos Venegas y Trujillo, frayCristbal de la Cruz (limosnero de los descalzos de San Cosme), fray JuanBautista (un dominico de San Jacinto), Alonso de Mesa (alguacil mayor de

    6 Ibidem, fol. 140 r.

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    visita), el herrero Diego Muoz Tercero, el cannigo Martn de Espinosa

    y el mdico Lucas Crdenas. La beata tena raptos los martes y los vier-nes y con ese pretexto se hacan en su casa animadas tertulias. A ellas lle-g tambin tiempo despus Joseph Brun de Vrtiz como veremos.7

    Como se puede observar, entre los seguidores y benefactores de lashermanas Romero se encontraban tanto eclesisticos como laicos, y entrestos gente de todos los estratos sociales, desde funcionarios de los tribu-nales y secretaras del virreinato, hasta medianos y modestos artesanos.Uno de estos laicos fue el fabricante de velas (cerero) Francisco Antonio deLoaysa, hombre de mediano caudal, quien les haba regalado vestidos y

    joyas de su mujer Ana de la Parra y las reciba a menudo en su casa; ah

    pas a vivir Teresa de Jess despus de la pelea con su hermana Josefa.Por varios testimonios sabemos que este hombre hospedaba tambin amenudo a los ermitaos que llegaban a la ciudad a arreglar algn asuntocomo fray Bartolom de Jess Mara (el agustino lego mestizo de Chalma)y Francisco de la Cruz o Pereira, un portugus que declar en el juicio deJosefa de San Luis Beltrn. Este hombre, que haba sido latonero y que ves-ta con la sotana parda corta propia de los ermitaos, declar que Teresatena mucha familiaridad con sus devotos, les besaba en los carrillos y sedejaba abrazar por ellos. Adems declar que, mientras estaba en su arro-

    bo, dijo que a Juan Corts (un joven aprendiz de cerero con el que tenaamoros) lo haba convencido para que entrara de fraile.8 Esa familiaridadcon los laicos tambin la tenan con algunos frailes. En Tepetlaoztoc,Josefa jugaba con los dominicos a las cartas, chocarreaba y parlaba conellos por lo que el pueblo la tena en mala opinin por el desenfado de susacciones.9

    Sin duda, uno de los factores de su xito fue esta cercana relacin quelas hermanas tuvieron siempre con los clrigos. Al principio stos eransobre todo frailes de Santo Domingo y los curas seculares de la parroquiade Santa Catalina en cuya demarcacin vivan; pero despus llegaron los

    carmelitas, los franciscanos descalzos y algn jesuita atrados por su fama.De entre ellos salieron sus confesores y directores de conciencia. Es tam-bin notable la presencia constante de frailes que pasaban a Filipinas, a

    7 Testimonio de Juan de Mestre, 14 de diciembre de 1649. AGN, Inquisicin, 433, fols.120 r. y ss.

    8 Testimonio de Francisco de la Cruz o Pereira, Xamatitln, valle de Amilpas, 9 de octubrede 1649. AGN, Inquisicin, 432, fols. 282 r. y ss.

    9 Testimonio de fray Agustn Fonseca, Mxico, 7 de agosto de 1650. AGN, Inquisicin, 432,fol. 249 r. y s.

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    quienes daban consejo y animaban para que no se entibiara su vocacin

    misionera. Para halagar a los sacerdotes, Josefa y Teresa los llamaban losungidos, y a varios de ellos les encomendaban la misin de decir las misaspor las almas del purgatorio solicitadas en los raptos. Algunos de estos cl-rigos manifestaban un abierto apoyo a las beatas. En una ocasin queestaba en Mxico fray Bartolom de Jess Mara, ermitao lego que habi-taba en la cueva del santuario de Chalma, oy comentarios en el conventode San Agustn sobre los embustes de las embaucadoras del barrio deSanta Catalina y la alusin lleg a Josefa a travs de Francisco Antonio, encuya casa el ermitao se alojaba. Cuando fray Bartolom fue a visitarla,ella expres en un arrobo las palabras que el ermitao haba escuchado en

    el convento agustino, lo que asombr al fraile, quien desde entonces semanifest favorable a ella.

    En otras ocasiones, los religiosos iban a pedirles ser encomendados ala divinidad, como fue el caso de algn dieguino que pasaba a Filipinasy que lleg con Nicolasa a solicitar su intercesin para que Dios le quitaseuna afliccin que tena y que no le dejaba sosegar en la oracin y demsejercicios. Volvi el dicho religioso solo a verla a su casa seala labeata en su declaracin y le reclam que no haca lo que le haba pedi-do pues no se le haba quitado aquello que lo desasosegaba, y le suplico se

    lo pidiese a Nuestro Seor muy de veras y que advirtiese que de todas sushermanas slo a ella se inclinaba su espritu.10 Sin embargo, junto a estaactitud de aceptacin por parte del clero, las beatas tuvieron que enfren-tarse tambin a su oposicin, como veremos.

    Pero la relacin ms cercana y directa con el clero era aquella que seestableca con los confesores y directores de conciencia. En la teora, el fieldeba elegir para tal funcin a aquel sacerdote que tuviera la sabidura y lacalidad moral necesarias para servir de gua en el azaroso mundo de la vidaespiritual; pero en la prctica, estas mujeres (al igual que muchos otros lai-cos) tendan a preferir a aquellos ms flexibles y tolerantes con las debili-

    dades humanas o, en el caso de estas beatas, a aquellos que se mostraranms proclives a aceptar sus visiones o que les daban mayor prestigio.Teresa, por ejemplo, eligi por confesor al carmelita fray Juan de San Pablodurante el tiempo en el que su probidad moral se pona en duda, puesoyendo decir que la confesaba un padre del Carmen la dejaran sus mu-

    10 Testimonio de Nicolasa de Santo Domingo, Mxico, 30 de julio de 1650. AGN, Inquisicin,433, fol. 135 r.

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    los.11 Sus elecciones anteriores de confesor no haban sido menos velei-

    dosas, adems de haberlas acompaado con toda un aparato visional. Asfue la nominacin que hizo del clrigo Diego Jurez entre todos los curasde la parroquia de Santa Catalina, al cual lleg siguiendo una visin en laque Cristo con la cruz a cuestas la llevaba hasta el confesionario que ocu-paba ese sacerdote en el templo.

    Pero en esta relacin no slo las beatas se benefician con el prestigioo ratificacin de los clrigos, stos tambin obtenan un reconocimientopblico al dirigir a tan virtuosas almas. Las confesadas establecan fuertesvnculos con sus confesores, a pesar de lo poco recomendable de las relacio-nes entre laicas y clrigos, para no mencionar los prejuicios existentes con-

    tra las mujeres solas y los estrictos cdigos que regulaban la aprobacin delos autnticos msticos que haba institucionalizado la Iglesia de laContrarreforma.12 En la confesin, el sujeto construye su propia verdad apartir de lo que l supone que el confesor est dispuesto a escuchar; con ellose establece una dependencia por ambas partes pues, junto al control delacto dirigido por quien tiene la autoridad moral, existe tambin la posibili-dad de manipulacin de aquel que est dando el informe de su vida interior.Sucede incluso a veces que la relacin se revierte y los confesores solicitanel consejo o hacen uso de las capacidades intercesoras de sus confesadas.

    Sin duda una de las razones por las que estas beatas visionariaspudieron continuar con sus actividades fue la actitud humilde y sumisa quemostraban ante sus confesores. Sin embargo, esa relacin armoniosa nopoda durar por mucho tiempo; la mayor parte de los directores de con-ciencia no vean con buenos ojos el concurso de gente alrededor de lassantitas (recelaban a que tanta virtud se enfriase con la publicidad y elaplauso), ni tampoco el aparato que rodeaba a las visiones. En una oca-sin, fray Lorenzo Maldonado, confesor de Josefa, le aconsej que pidiesea Cristo la llevase por camino de amar, ms que por camino de ver, puesaquel era ms seguro y este otro muy peligroso. Juan Romero, que estaba

    escuchando el consejo, se disgust mucho y dijo al sacerdote que no seentrometiera, que en eso no tenan jurisdiccin los confesores, pues eso eragobernar su casa.13

    11 Carta testimonial de fray Lorenzo Maldonado, 21 de febrero de 1650. AGN, Inquisicin,432, fol. 438 vta.

    12 Jaffary, op. cit., p. 65.13 Carta testimonial de fray Lorenzo Maldonado, 21 de febrero de 1650. AGN, Inquisicin,

    432, fol. 440 vta.

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    Estas prohibiciones y limitaciones, o el excesivo cuestionamiento o

    escepticismo, eran a menudo causa suficiente para cambiar de confesor,aunque a menudo ste mismo era quien abandonaba la direccin de con-ciencia, no sin dejar siempre un sustituto. De las cuatro hermanas, Josefafue la que se mostr ms insumisa a sujetarse a los dictados de los confe-sores, con quienes tuvo una relacin muy conflictiva durante los ltimosmeses de su actuacin. A raz de una serie de pruebas que le hicieran losdominicos fray Rodrigo de Medinilla y fray Agustn Fonseca para dirimirsi su posesin era divina o demoniaca, Josefa lleg a declarar, con la vozde Cristo, la necesidad de liberarse del yugo de sus confesores, los acusde embusteros, ciegos y sordos, y les record que el buen confesor era un

    gua que azuzaba al alma para la perfeccin, no el que se la impeda.Al final, cuando los confesores le prohibieron tener visiones, ella se arro-baba y hablaba de los padecimientos de Santa Catalina de Siena y deSanta Teresa causados por unos confesores que no las comprendan.14

    El conflicto con los confesores se traspas a menudo a otros sectoressociales con los que stos tenan relacin, como sucedi entre Josefa y sorIsabel de Jess, monja del monasterio de Santa Clara. La beata habaconvencido a uno de sus celadores, el mercader Pedro Lpez de Cova-rrubias, que aplicara a las almas del purgatorio ciertos fondos que sor Isabel

    le haba solicitado para las obras de su convento recin daado por un tem-blor. La monja se enter del hecho por fray Agustn Fonseca y mand lla-mar a la beata para reprenderla, le reclam por el dao que haca a lasalmas del purgatorio con sus engaos y le orden que cambiara sus vesti-dos lujosos por un pobre sayal y que ingresara como terciaria dominica.Cuando sali del locutorio, Josefa regal el hbito rado que la monja leobsequiara y mand escribir a su hermano Juan varias cartas a otras mon-

    jas para desacreditar su virtud.15

    En abierto contraste con esta relacin conflictiva con las religiosas,est la posicin de la hermana de Josefa, Nicolasa de Santo Domingo,

    quien visitaba frecuentemente a sor Leonor de la Ascensin, religiosa delconvento de San Juan de la Penitencia, para pedirle consejo. En una oca-sin la monja le asegur que lo que ella tena era presencia continua deDios y que procurase conservarla y advirtindole que Cristo Nuestro Seorera muy celoso y por muy leve descuido que tuviese la dejara y no senti-

    14 Estaciones de Josefa de San Luis Beltrn. AGN, Inquisicin, 1593, fol. 214 r. y 254 vta.15 Testimonio de fray Agustn Fonseca, Mxico, 7 de agosto de 1650. AGN, Inquisicin, 432,

    fol. 261 r. y ss.

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    ra aquello, con que despus procur vivir con el ajustamiento que deba su

    conciencia.16

    Los mecanismos de atraccin: las virtudes,

    las visiones, las enfermedades

    Una de las causas principales por las que las hermanas Romero erantan bien recibidas en los mbitos clericales y laicos fue sin duda su apegoa las normas morales y religiosas de la ortodoxia. En su testimonio ante losinquisidores, fray Rodrigo de Medinilla aseguraba: Consultadas de lo que

    sentan despus de estos arrobos y lo que sacaban de ellos respondan quereformacin de vida por hallarse otras de lo que eran primero, fervorosoamor a Dios Seor Nuestro [y] valor para padecer por su majestad. Por locual especi de tanta virtud y aprovechamiento, y no haber hallado en ellasdesenvoltura o notas de torpeza, que es lo primero con que pinta la maliciade la mujer y no haber encontrado entonces motivo para sospechar... yser hijas de padres, al parecer, preciados de buenos cristianos y honrados.Y poco despus agregaba Aunque haba misceladas muchas ilusiones,haba mucho bueno en ellas, haba virtud y propsito de enmienda el

    modo de satisfacer a las dudas me pareci exceder siempre el caudal de unamujercilla y me vine a persuadir en que era espritu el que en ella hablabasin dar lugar a la duda, aunque entonces no acababa de discernir si era bue-no o malo.17

    El pertenecer a una familia criolla y honesta, el mostrar sumisin yhumildad (Josefa se llamaba a s misma hormiguilla y cordera llena deroa) y el haber hecho voto de castidad eran tres bases importantes de cre-dibilidad para una sociedad que viva en un mundo de smbolos. De esoestaban plenamente conscientes las hermanas Romero, tanto que siempreprocuraron mantener una imagen de decencia y buen comportamiento. De

    hecho, cuando Teresa regres a la casa paterna embarazada por Juan Corts(un oficial de Francisco Antonio de Loaysa en cuya casa estaba hospeda-da), procuraron ocultarla a los ojos de sus seguidores y al nacer la criaturala dieron en adopcin.

    16 Testimonio de Nicolasa de Santo Domingo, Mxico, 30 de julio de 1650. AGN, Inquisicin,433, fol. 134 vta.

    17 Testimonio de fray Rodrigo de Medinilla, Mxico, 4 de junio de 1653. AGN, Inquisicin,432, fol. 182 r. y vta. y 189 r.

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    Pero sin duda la mayor atraccin, lo que causaba asombro y temor,

    pues pona a los mortales en contacto con el mundo sobrenatural, eran losraptos. Las cuatro hermanas haban comenzado a tener este tipo de mani-festaciones desde su estancia en Tepetlaoztoc. Durante ellos recibieron desus respectivos santos protectores sus nombres religiosos y ah fue tambindonde aprendieron sus primeras lecciones de mstica por parte de su tofray Cristbal de Pocasangre. Con l, y con la gran cantidad de clrigos quelas seguan, supieron distinguir entre un coloquio y un soliloquio, conocie-ron la diferencia entre los raptos de unin, en los que no se pronunciabanpalabras, y los vocales, en los que s. Otros de estos conocimientos losadquiran por los libros prestados por los clrigos y ledos en familia en

    voz alta. Textos como los Suspiros de San Agustn, Las Moradas deSanta Teresa o Las Peas de fray Enrique Suzn les dieron abundantesideas para sus visiones. Con ese conocimiento de mstica casera las muje-res pudieron crear las bases de credibilidad que les exigan sus confesores.

    Sin embargo, el aspecto terico no era suficiente. Para atraer a susseguidores haca falta un segundo elemento: introducir en los raptos datospersonales de sus oyentes. Gracias a los informes que les proporcionabanlos vecinos, la hermanas pudieron meter en sus visiones los detalles de lasvidas privadas de quienes acudan a pedir consejo y ayuda. De ellas dice el

    diarista Gregorio de Guijo: Dicen eran sabedoras de todos los sucesos delas personas del reino, y en los trabajos y necesidades, prdidas y otrascosas decan dnde estaban, y lo perdido se hallaba dndoles la limosnaque ellas pedan. Andaban (segn noticia) muy ricamente aderezadas yeran visitadas de todo el reino.18

    Ese conocimiento de las cosas ocultas y de las conciencias queposean las hermanas aportaba una enorme confianza en su capacidad inter-cesora. Junto con esa informacin obtenida del entorno se integraron tam-bin sus propias experiencias personales (posicin social, sexualidad, vidafamiliar) en su comprensin y explicacin de la ortodoxia.19

    Por los testimonios del juicio sabemos que todos los raptos ibanacompaadas con actuaciones, gestos, tullimientos y movimientos corpo-rales. Joseph Bruon asegur que levantaban los ojos con fijeza o cerrados,inclinaban la cabeza hacia las espaldas, los brazos los apretaban contra sucuerpo o los pona en forma de cruz y se arrastraban por el piso. Colocaban

    18 De Guijo, Gregorio Martn:Diario (1648-1664), 2 v., Mxico, 1986, v. I, pg. 67.19 Jaffary,Deviant Orthodoxy..., pg. 13.

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    los dedos hacia afuera o los doblaban sobre la palma de las manos, ponan

    un pie sobre el otro y demudaban el semblante.20

    En los llamados raptosde simpleza hablaban como criaturas, tiraban la comida y pedan tabacoy chocolate. Algunas veces en estos raptos el balbuceo de las palabras erainaudible, por lo que se haca necesario que su padre Juan Romero acerca-ra el odo e interpretara sus razones y acciones de sus raptos y exagerabay ponderaba lo que vea y oa.21

    El impacto de las visiones de las hermanas lleg incluso a afectar ala servidumbre. Pedro Lpez de Covarrubias narra que viva en la casa delos Romero una indiezuela llamada Jernima que viva en un aposentodebajo de la escalera que le haban prevenido para que pariese pues des-

    pus de haberse huido de la casa, haba regresado preada. Un da estaindia fingi un rapto rezando el pater noster, con los ojos abiertos y sinpestaear miraba al techo y cantaba con voz sumisa y entonada unascoplas en mexicano (nhuatl) sobre la coronacin de espinas y otra sobrelos azotes, y daba a entender que vea a Santo Domingo y a Cristo y queesos favores se los hacan en atencin a la criatura que llevaba en el vien-tre. Cuando le fueron a avisar a Josefa lo que pasaba, sta baj enfureci-da y ri a dicha india diciendo que eso era fingido y mentira, desdeentonces nunca ms se arrob y despus de que pari la despidieron.

    Como un dato anecdtico, el padrino de la criatura fue el mismo PedroLpez de Covarrubias.22

    De las cuatro hermanas, era Josefa la que tena las visiones mselaboradas, llenas de imgenes que parecan sacadas de las pinturas: pilasde plata, columnas de cristal, elefantes, jardines con pjaros, leones, tuna-les y guilas coronadas, ciudades y escenas bblicas. Deca tambin queviajaba por Roma, Madrid, el Jordn y hasta Japn, donde vio morir a losmrtires. Pero su mayor virtud consista en imitar voces. Pedro Lpez deCovarrubias, cuenta en su testimonio: Se ofreca en el rapto hablar comoel Seor, o como su Santsima Madre, como un santo o como un alma en

    pena. Hablaba por todos los personajes sin confundirse la inteligencia delos unos con los de los otros. Como cuando uno lee una comedia que habla

    20 Testimonio de Joseph Brun de Vrtiz, 7 de octubre de 1649. AGN, Inquisicin, 432,fol. 359 r. y s.

    21 Testimonio de Francisco Antonio de Loaysa, Mxico, 1 de junio de 1650. AGN, Inquisicin,432, fol. 141 r. y s.

    22 Testimonio de Pedro Lpez de Covarrubias, Mxico, 4 de abril de 1650. AGN, Inquisicin,432, fol. 445 r. y vta.

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    por todos los personajes de manera que se entiende cuando uno deja de

    hablar y comienza otro. No faltaba en esto mudanza en el tono, ms recioo ms bajo, ms blando o ms severo.23 Durante su puesta en escena,Josefa narraba sus visiones, y una vez concluida, de su boca sala la vozronca de Cristo que explicaba las imgenes contenidas en ella y daba laenseanza moral pertinente.

    A menudo esas moralejas estaban relacionadas con las ofensas que lospecadores cometan contra Dios, la irreverencia en las iglesias, la frialdadde los ministros, los devaneos de las monjas con sus devotos en loslocutorios, la fe dbil y la moral ambigua de los laicos. Era frecuente quelas visiones sirvieran tambin para reforzar su posicin o para desacredi-

    tar a los que la atacaban. Cuando se enfrento a sor Isabel, la monja deSanta Clara, Josefa expres con la voz de Cristo que el cambio de hbitosexternos era algo secundario, y con otra visin desacredit la opinin deque la religiosidad de los terciarios fuera mejor que la de los dems fieles,clara alusin a la preferencia de Josefa por mantenerse libre de toda atadu-ra institucional.24

    Pero la actuacin de Josefa fue ms all. Despus de decirle quetena en la frente la seal de los elegidos, pidi a Joseph Brun (con lavoz de Cristo) que fuera su secretario y que transcribiera todos los colo-

    quios sostenidos entre la divinidad y su sierva. Vrtiz encontr en estaeleccin una razn para vivir y se entreg a su trabajo con una devocinabsoluta. A lo largo de dos aos y medio Josefa revis minuciosamentelas notas, corrigi aquello con lo que no estaba de acuerdo y mand a susecretario trasladarlas en limpio para tener una copia. Su hermana Teresaquiso imitarla y pidi a su padre y a su hermano Lucas que hicieran lomismo con sus raptos, pero Josefa insisti en que fuera mostrado el cua-dernillo a fray Lorenzo Maldonado, y ste lo mand quemar diciendo queestaba lleno de errores. Y no era para menos. En una de sus escenifica-ciones, Teresa haba comenzado simulando cargar con una cruz sobre sus

    hombros y termin en el suelo con el cabello alborotado y el rostro amo-ratado y lleno de gargajos.25

    Tanto las visiones (muchas de ellas relacionadas con el tema de Cristocomo esposo) como el ascetismo exacerbado (ayunos y azotes) formaban

    23 Ibidem, fol. 468 vta.24 Ibidem, fol. 461 r. y s.25 Testimonio de Diego Jurez de Araujo, Mxico, 21 de febrero de 1650. AGN, Inquisicin,

    432, fol. 246 r.

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    parte de la herencia hagiogrfica femenina bajomedieval que las Romero

    haban recibido de sus lecturas y de las lecciones clericales. De ellas tam-bin tomaron un ejemplar manejo de la enfermedad, tema central de esecristianismo emotivo y sufriente aparecido en el siglo XIII. El padecer esutilizado como un acicate para el crecimiento espiritual, como el fuego quepurifica al alma de sus imperfecciones, pero tambin es mostrado antequienes las admiran y siguen como una prueba de la eleccin divina sobresus personas.

    Adems de las enfermedades comunes, las hermanas sufran tulli-mientos, los cuales eran anunciados con antelacin y duraban hasta cua-renta das. Durante uno de estos lapsos, Josefa fue invitada a ser madrina

    de bautizo y para cumplir con su compromiso simul conseguir del Seoruna interrupcin temporal de su malestar.

    Aunque a veces las enfermedades parecan fingidas, a menudo eranpatentes los efectos fsicos. Pedro Lpez de Covarrubias aseguraba que unda la vio con el pecho izquierdo hinchado y duro como un tecomate,muda porque tena la lengua recogida a la campanilla que no poda hablar,ni toser, ni estornudar. Don Pedro le puso la imagen del nio Jess sobreel pecho y la lengua volvi a su lugar como cuando una sanguijuela sedesenrolla.26 En otra ocasin Nicolasa la hall en la cama en brazos de su

    hermano Juan [con] el celebro [sic], rostro y manos hinchados como unmostro [sic] y que tena dolores en todo el cuerpo. Los mdicos recomen-daron se pusiera tres hgados calientes de carnero en la cabeza.27 Por suparte, Teresa y Nicolasa decan padecer mal del corazn, enfermedad quevarios testigos del juicio describen as: cuando les da el dicho mal nohablan, sino que se estn echando espuma por la boca.

    Con tal cantidad de recursos, las beatas lograban captar la atencinde sus devotos, una atencin que deba alimentarse continuamente con nue-vos medios y a cuyas exigencias tena que amoldarse su actuacin. Juntocon la atencin se buscaba tambin provocar en el auditorio pavor o arre-

    pentimiento y, a la larga, apoyo moral y material incondicionales. De hechoera ese apoyo de la comunidad el que forjaba su fama de santidad, una famaen la que finalmente quedaban atrapadas, pues el prestigio que habanadquirido y las exigencias de su auditorio les impedan detenerse.

    26 Testimonio de Pedro Lpez de Covarrubias, Mxico, 4 de abril de 1650. AGN, Inquisicin,432, fol. 457 r.

    27 Testimonio de Nicolasa de Santo Domingo, Mxico, 13 de septiembre de 1649. AGN,Inquisicin, 432, fol. 314 r. y s.

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    Las creencias y las prcticas religiosas reflejadas en los procesos

    Adems de las virtudes y las visiones, la otra razn por la que estasbeatas pudieron continuar con sus actuaciones, sin caer de inmediatobajo la censura inquisitorial, fue su respeto a las instituciones y su acerta-do manejo de los dogmas y de las devociones avaladas por la ortodoxia. Suliderazgo se deba en buena medida a que se sometan incondicionalmentea los trminos que la sociedad les impona.28 En todas sus visiones estabapresente un absoluto respeto por las jerarquas civiles, eclesisticas y mili-tares y un discurso que recomendaba las virtudes propias de un sbditosumiso al rey y a Dios: temor, obediencia, resignacin, arrepentimiento,

    fervor. Esta asimilacin al sistema de valores tradicional se puede verincluso en sus declaraciones de apoyo al tribunal del Santo Oficio (al quellamaban defensor de la fe) y en sus ataques contra los judos que se encon-traban por entonces en las crceles inquisitoriales en espera de juicio. Enuno de sus raptos, Josefa dijo de ellos que eran grandes bellacos, que co-gan lo redondito del pan (que es el sello) y lo tiraban por la ventana de sucasita (que as llamaba a la crcel secreta) y que hacan muchas bellaque-ras ac dentro contra su tata Dios, y que no queran creer que haba veni-do su tata Dios al mundo.29

    En donde se ve con mayor claridad el manejo ortodoxo de conoci-mientos teolgicos bsicos es en el tratamiento de temas msticos (comolos diversos estados de la gracia y los grados de perfeccin) y sobre todoen los asuntos relacionados con la naturaleza del purgatorio y del infierno.En estos temas tambin Josefa era una experta; en una ocasin, su herma-na Teresa dijo haber visto un alma saliendo del infierno y Josefa corrigital error teolgico sealando en latn: en el infierno nulla est redemptio(no hay redencin).30

    El tema del purgatorio era uno de los ms socorridos en la culturavisionaria femenina. En Josefa aparecen continuamente referencias a l,

    incluso con la mencin a una creencia al margen de la ortodoxia muydifundida en el mundo catlico novohispano, la del penaculario, un lugar

    28 Jaffary,Deviant Orthodoxy..., p. 83 y ss.29 Testimonio de Hernando de la Fuente, Mxico, julio de 1650. AGN, Inquisicin, 432,

    fol. 136 r. Seguramente se refiere al sello que tenan a menudo los panes y no a la hostia, pues era dif-cil que los judos tuvieran acceso a una forma, an sin consagrar, en la crcel. La frase es oscura puesparecera hacer alusin a un sacrilegio.

    30 Testimonio de fray Rodrigo de Medinilla, Mxico, 4 de junio de 1653. AGN, Inquisicin,432, fol. 199 r.

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    del purgatorio donde son tan sin explicacin las penas que se padecen, que

    slo las que uno siente pudieran servir por muchas de los que estn msarriba.31 Para disminuir esas penas, Josefa y sus hermanas recomendabana sus devotos adquirir las bulas de Santa Cruzada, consejo que ellas mis-mas seguan para evitar los escrpulos de conciencia, cuando al confesarsedudaba si haban hecho una buena confesin.

    El tratamiento del tema del ms all se exacerb cuando los confeso-res le prohibieron tener visiones del purgatorio; Josefa, con la voz deCristo, les respondi que hacan mal, pues era el mismo Dios quien envia-ba a esas almas a pedir sufragios por mediacin de su sierva. Pedro Lpezde Covarrubias calcul en 24,000 las almas que haban salido del purgato-

    rio por su intercesin, algunas de ellos de negros bozalitos porque pobre-citos no hay quien se acuerde de ellos. Pero Josefa tambin se preciaba dehaber sacado de ah a las almas de hombres ilustres como Richelieu, el con-de duque de Olivares y hasta Moctezuma. Este ltimo personaje sali arelucir a raz de un comentario que hizo Pedro Lpez, quien haba asistidoa un mitote de los indios en un tablado y que, enternecido con la figura deMoctezuma, haba preguntado a Josefa por la suerte de un rey tan dignoy justo. La vidente le asegur que el monarca azteca no se haba condena-do. Con la voz de Cristo dijo: Mis juicios son diferentes de los de los hom-

    bres. Como no ha habido quien por l haya rezado un pater nosterno hasalido. El rey pidi el bautismo y quien le dio palabra de administrrselo lefalt con ella. Despus le mataron hirindole de sangre y tiranizndole elimperio de su mundo. Pedid por l que me agradaris. Seis aos le faltancon algunos das.32

    Muy frecuente era tambin en las visiones la mencin al cielo, espa-cio definido siempre en los trminos fsicos de la pintura. Nicolasa, des-pus de haber dejado las meditaciones de la pasin de Cristo por orden del

    jesuita Baltasar Lpez, se dedic a meditar sobre los tres lugares: Sobretodo el cielo donde consideraba a Cristo Nuestro Seor en su trono de glo-

    ria con lo que senta su espritu muy regalado que no poda sino guardarsilencio, porque si osaba hablar palabra algo interior le haca fuerza de quecallase.33 De hecho Cristo en majestad era el personaje central en las

    31 Estaciones de Josefa de San Luis Beltrn. AGN, Inquisicin, 1593, fol. 60 vta.32 Testimonio de Pedro Lpez de Covarrubias, Mxico, 4 de abril de 1650. AGN, Inquisicin,

    432, fol. 473r.33 Testimonio de Nicolasa de Santo Domingo, Mxico, 30 de julio de 1650. AGN, Inquisicin,

    433, fol. 134 vta.

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    visiones de Josefa y de Mara. l era su principal interlocutor y su voz auto-

    rizada dirima conflictos, amonestaba y aconsejaba. l era el modelo devirtudes, el esposo a quien se dirigan sus dilogos amorosos y su mximodirector espiritual. l era quien solicitaba la participacin de los asistentesa los coloquios y responda sus dudas y peticiones. A l tambin se ofre-can prcticas como el Via crucis, que todos los viernes de Cuaresma Josefaguaba cargando una cruz a cuestas y vestida con tnica negra, acompaa-da de su familia y de sus devotos.

    Despus de Cristo, el segundo personaje presente en las visionesera la Virgen Mara, sobre todo en su advocacin de la Inmaculada Con-cepcin. Acababan de pasar los conflictos teolgicos alrededor del tema de

    la presencia o ausencia del pecado original en la persona de la madre deCristo; en 1612, el rey de Espaa haba jurado a la Inmaculada como patro-na del imperio, lo que ocasion una serie de disputas entre maculistas einmaculistas que tuvieron lugar en 1616 en Toledo y Alcal. En 1619 unanueva declaracin (ahora por parte del pontfice Paulo V) que favoreca alos inmaculistas provoc que los dominicos se enfrentaron a las otras rde-nes en sermones y poemas durante una celebracin en la ciudad deMxico.34 A causa de la virulencia que alcanzaron tales discusiones, FelipeIII las prohibi y promovi que los universitarios hicieran la promesa de

    defender que la Virgen Mara haba sido concebida sin la mancha del peca-do original. Desde entonces el tema recibi un enorme impulso oficial quese reflej hasta en las visiones msticas.

    En ellas ocupaban tambin un lugar destacado los santos; en lasRomero tenan un papel privilegiado los de la orden de Santo Domingo ylos ngeles. Las hermanas mencionaban, junto con los conocidos arcnge-les, algunos otros con nombres extravagantes. A Mara la atenda un ngelpeln llamado Alegra, a quien Brun solicitaba opinin sobre sus escri-tos por medio de su dirigida. El de Josefa, de nombre Mansedumbre, ola ambar, intervena continuamente en sus visiones, le detena el vestido para

    evitar que se le levantara y con ello prevenir indecencias, la aconsejaba enla revisin de los escritos y la provea de reliquias. Josefa deca adems queella poda ver a los ngeles de la guarda de las personas y lleg a asegurarque Joseph Brun posea uno muy lindo y resplandeciente llamadoSaltiel, uno de los siete arcngeles de la corte celestial. Ese arcngel lehaba asegurado que Vrtiz tena el don de conocer los espritus. Teresa,

    34 Jimnez Rueda, Julio: Herejas y supersticiones en Nueva Espaa, Mxico, 1946,pgs. 229 y ss.

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    bastante menos apegada a la ortodoxia que sus hermanas, declar que tena

    por ngel de la guarda al que lo haba sido de Cristo.Pero sin duda, el otro personaje que ocup un espacio destacado en lasvisiones fue el Demonio; tanto as, que varios de los confesores comenza-ron a sospechar que sus dirigidas estaban posedas y llegaban para conju-rarlo y hacerles exorcismos armados con estola, breviario y agua bendita.Fray Rodrigo de Medinilla, uno de esos exorcistas, lleg a declarar quehaba odo contar a una india cacica de Tepetlaoztoc que en su gentilidadeste pueblo tena muchos brujos y que, como las hermanas estuvieronmucho tiempo en l, aprendieron muchas artes demoniacas. Salieron ade-ms del pueblo aborrecidas por los indios, quienes las expulsaron por con-

    siderarlas gente que tena pacto con el Demonio. Con todo, las reaccionesde las muchachas no permitan aseverar que eran vctimas de posesin,pues, a los conjuros que duraban varias horas, ellas respondan con grandevocin, inclinando la cabeza y rezando.35

    La actitud de los confesores no era gratuita. Teresa deca que elEnemigo se le apareca como un nio rubio que la aporreaba, la provocabaa acciones deshonestas y se le mostraba con una cinta encarnada hacien-do acciones como para que se ahorcase.36 En otra ocasin, Josefa anuncique su ngel le haba sealado que tendra una lucha feroz con el Demonio

    en dos semanas. El da del encuentro, y ante un numeroso auditorio queacudi curioso a observar, la joven hizo aparecer gracias a la conjuncinmgica de la palabra, la actuacin y la imaginacin, dragones y negrosdemonios con mazas en las manos; se arrastr por el suelo, mostr susmanos llenas de polvo quemado de azufre, se exhibi aporreada y desgre-ada, acudi a la intercesin de San Francisco y de Santa Catarina, utilizcordones y reliquias y se levant en vilo con los pies hacia arriba. ElDemonio finalmente se alej cuando ella se aproxim a Joseph Brun,quien, adems de elegido y conocedor de conciencias y milagros, se volvatambin espantador de diablos. A pesar de su aparente debilidad, Josefa

    siempre sala triunfante en las luchas e incluso, en casa de Pedro Lpez,arroj a un demonio llamado Malver que viva en el frescor de una coba-cha, y que al salir expulsado al valle de Josafat mat al gato domstico.37

    35 Testimonio de fray Rodrigo de Medinilla, Mxico, 4 de junio de 1653. AGN, Inquisicin,432, fol. 211 r.

    36 Testimonio de Teresa de Jess, Mxico, 11 de septiembre de 1649. AGN, Inquisicin, 432,fol. 308 r. y s.

    37 Testimonio de Pedro Lpez de Covarrubias, Mxico, 4 de abril de 1650. AGN, Inquisicin,432, fol. 456 vta.

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    En muchas de sus puestas en escena, las hermanas hacan uso de im-

    genes y reliquias de manera abundante. Las hermanas decan que no po-dan tener cerca imgenes porque slo vindolas se arrobaban. Josefamand fabricar a Pedro Lpez de Covarrubias un retrato de la Virgen deCopacabana porque es muy milagrosa.38 Ella misma tambin utilizaba amenudo una pequea escultura de cera deAgnus Dei del nio Jess que leprestaba el mismo Pedro Lpez. La imagen tena fama de milagrosa y habapertenecido a sor Isabel de Jess (la monja de Santa Clara) y Josefa la usa-ba cuando estaba enferma, se lo pona cerca del pecho y le deca lindezas.En una ocasin sac al nio Dios de la cajita de plata y oro con vidriera enque estaba guardado, y lo alz en alto como si fuera la hostia. Cuando lo

    bajo, despus de un rato de arrobamiento, la imagen traa en la barriguita,encajada en el ombligo, una cuenta azul que regal a don Joseph de Vrtiz.

    Esta materializacin de objetos (piedras, pequeas cruces, cuentas derosario) fue bastante comn y su fuente de inspiracin proviene de la vidade la terciaria franciscana Juana de la Cruz (1481-1534) escrita por Antoniode Daza (impresa en Madrid en 1611 y 1614) y citada en varias ocasionesdurante el juicio. Segn su bigrafo, la venerable Juana enviaba esascuentas al cielo donde eran bendecidas por el Padre Eterno y regresadascomo remedio para mltiples enfermedades. En las ciudades de Nueva

    Espaa circulaban varias de esas cuentas, segn consta por algunos manus-critos recogidos por el Santo Oficio.39 De hecho la misma Teresa Romerodeca que su cuenta de vidrio azul haba sido tocada a las de Santa Juana,y que a ella se la dio un religioso (seguramente franciscanos) de Texcoco.40

    Al igual que las cuentas de Santa Juana, los objetos que hacan apa-recer las hermanas Romero eran considerados como reliquias por sus po-seedores y sus gracias y cualidades curativas eran descritas con toda minu-cia por las beatas durante sus arrobos. Mara pretenda recibir pequeascuentas en la boca y deca que su ngel las bajaba del cielo y que eran lasque haba trado Jess siendo nio atadas a su mueca. Al igual que las

    cuentas de los rosarios de la terciaria Juana de la Cruz que circulaban entodo el imperio espaol, estas cuentas tenan poderes curativos. Teresa

    38 Ibidem, fol. 464 vta. Lpez mand pintar la imagen a fray Diego Becerra.39 AGN, Inquisicin, v. 305, exp. 4; v. 467/1, exp. s/n, fs. 239 r y ss.; v. 471/1, exp. 64, fs. 221r.

    y ss.; v. 478/2, exp. s/n, fs. 308 r. y ss.; v. 604/1, exp. 39, fs. 318 r. y s. Agradezco a Dorota Biekoestos datos.

    40 Los papeles del juicio de Teresa Romero estn en AGN, Inquisicin, 1499; son los nicosdel caso que han sido publicados en el Boletn del Archivo General de la Nacin, tomo XVII, Mxico,1946, pg. 400.

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    reparti las astillas de un trozo del lignum crucis que arroj tambin por la

    boca. Muchos de esos objetos, que a veces eran besados por las nimas delpurgatorio, los traan en el cuello sus devotos para protegerse de los males,del mismo modo que el padre Pocasangre les colocaba a sus sobrinas co-llares de reliquias para protegerlas del Demonio. Mara tambin hacadesaparecer camndulas (pequeos rosario de diez cuentas) arrojndolassobre su cabeza; deca que su ngel las bendeca y las regresaba a sus devo-tos con mucha fragancia. Alguna vez, al terminar la consagracin duranteuna misa celebrada por Vrtiz, Mara asegur haber visto cmo los purifi-cadores y corporales utilizados se manchaban con el sudor y con la sangrede Cristo, por lo que deban ser guardados como reliquias. El prodigio, ase-

    guraba, slo lo podan ver los que tenan abiertos los ojos del alma.Joseph Brun los conserv en una cajita de olinal, aunque nunca pudover la sangre.41

    Pero el culto a las reliquias tena un lmite. Cuando Josefa present lasheridas de espinas en la frente, uno de los presentes, el secretario del con-sulado Diego Manuel de la Rocha, limpi la sangre de la frente con unpao, pero como la hemorragia era abundante muy pronto se juntaronmuchos de ellos. Josefa mand que todos fueran quemados, para que nohubiera peligro de que triunfara la soberbia. Agreg que quien aspiraba a

    la perfeccin deba desnudarse de todo respeto mundano.42

    La actitud de las jvenes ante las creencias y las imgenes qued resu-mida en el testimonio del padre Medinilla: Y not con singularidad admi-rado del orden, memoria y tesn que llevaba, no imaginable con la astuciade una mujer Sin embargo los advertidos reparos del inquisidor Juan deMaozca me avivaron el cuidado y la atencin. Pero era tanta la mquina,que no me pareci el embuste de mujeres ignorantes y me inclin por lasola ilusin del Demonio Mostraba a la imaginacin los preciosos atri-butos con que solemniza la Iglesia a la Virgen y de una imagen que tengode Cristo dijo que le pareca mucho, pero con gran diferencia en los ojos

    por ser los del seor de extraa variedad, hermosura y resplandor Nohalle este estilo en su hermana Teresa cuyas palabras eran menos devotasy a veces usaba como glosa a lo divino el pie de una cancin profana.43

    41 Resumen de la causa de don Joseph Bruon de Vrtiz, sin fecha. AGN, Inquisicin, 576,fol. 320 r. y ss.

    42 Testimonio de Hernando de la Fuente, Mxico, julio de 1650. AGN, Inquisicin, 432,fol. 130 r. y ss.

    43 Testimonio de fray Rodrigo de Medinilla, Mxico, 4 de junio de 1653. AGN, Inquisicin,432, fol. 189 r. y vta.

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    Las denuncias y el final

    A pesar de su ortodoxia y de sus atractivos espectculos, las hermanasRomero cayeron finalmente en las crceles inquisitoriales el 9 de septiem-bre de 1649. Josefa y Mara tenan entonces veintinueve aos, Nicolasaveintitrs y Teresa recin haba cumplido los dieciocho. Con ellas fuerontambin encarcelados Joseph Brun de Vrtiz, el clrigo de 39 aos secre-tario de Josefa, y Diego Pinto, el marido de Mara.44 Aunque la Inquisicinya haba recibido noticia de lo que pasaba en la familia Romero tres aosatrs, pues a lo menos dos de sus funcionarios las visitaban, no comenz atomar cartas en el asunto sino hasta junio de 1649. Es cierto que una de las

    causas de la lenta actuacin del tribunal en este caso fue la saturacin buro-crtica provocada por el juicio contra los judos portugueses, juicio quefinalmente se desahog en abril de ese ao; con todo, la demora no puedeser explicada slo por ese hecho. Todo hace pensar que el caso de lasRomero no debi ser excepcional y que la existencia de tales prodigios erademasiado cotidiana como para que el tribunal le prestara una atencinespecial.

    De hecho, las denuncias no aparecieron en un principio, ni siquierapor parte de los sacerdotes desilusionados ante el poco caso que las bea-

    tas hacan de sus consejos. Muchos de ellos sencillamente las tacharon deilusas arrepticias sin maldad, y se alejaron sin mayor escndalo, inclusoaquellos que sin xito intentaron exorcizarlas. Segn cuentan varios testi-gos, el caso no se prest ms que para algunos comentarios sarcsticos enlas tertulias conventuales. Actitudes similares hacia las hermanas tuvierontambin los laicos. Los primeros que se distanciaron de ellas fueronFrancisco Antonio de Loaysa y su mujer Ana de la Parra. Ella, por el dis-gusto que le caus que su marido les regalara su ropa y sus joyas; l, porlos comentarios que le hizo Teresa durante su estancia en su casa sobre lasfalacias que utilizaba su hermana Josefa para engaar a sus seguidores.

    A partir de ah, el cerero comenz a desacreditar a la visionaria quien, envenganza, denunci en uno de los arrobos que entre sus celadores seglareshaba un Judas llamado Francisco Antonio.45

    44 Diego Pinto particip en la fuga de Guilln de Lampart, pero ambos fueron apresados denuevo. El marido de Mara de la Encarnacin muri en las crceles inquisitoriales antes de alcanzarsentencia.

    45 Testimonio de Ana de la Parra, Mxico, 14 de julio de 1650. AGN, Inquisicin, 432, f.228 vta.

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    No fue tampoco una causa menor para el paulatino alejamiento de sus

    devotos el embarazo de Teresa y las actitudes cada vez ms altaneras deJosefa con sus confesores (sobre todo con los dominicos Medinilla yFonseca) y el conflicto con la monja Isabel de Jess. En sus raptos de eseperiodo la joven visionaria equiparaba sus propios sufrimientos con los deCristo, abandonado por sus discpulos. Influyeron tambin en esa desercinla muerte de Juan Romero, asesor y apoyo de sus hijas y las noticias de queel Santo Oficio estaba tomando cartas en el asunto. Pero la gota que derra-m el vaso fue la presencia de un asunto amoroso.

    De entre todos sus seguidores Josefa tena una especial predileccinpor Joseph Brun de Vrtiz. En sus raptos su voz, disfrazada con la de

    Cristo, siempre haca referencias a l llamndolo tu amigo; con esa mis-ma voz le haba mostrado su preferencia al nombrarlo escribano de susarrobos. El joven, que haba encontrado en esta eleccin divina la raznde su existencia, se entreg de lleno a esa mujer a quien consideraba inter-mediaria de la voluntad de Dios. Ella, sin embargo, lo vea con un afectomucho ms humano, afecto que con el paso del tiempo, con el abandono desus otros devotos y con la muerte de su padre, se volvi una pasin deses-perada. En uno de sus ltimos raptos, en la primavera de 1649, Josefa toma Brun de la ropa por los pechos y restreg el cuerpo contra el suyo;

    el joven clrigo la alej aterrado.46

    Brun no volvi ms a la casa del barrio de Santa Catalina. Pocodespus, Josefa supo que su amigo se haba ido a refugiar con su hermanaMara en las huertas del marqus. Desde haca varios meses la gemela,quien tambin estaba teniendo visiones por entonces, haba sido visitadapor Vrtiz, enviado por Josefa para convencerla de dejar sus raptos. El

    joven clrigo, recin ordenado sacerdote, encontr en Mara los mismossatisfactores espirituales que le daba Josefa, sin los peligros carnales, puessu nueva gua estaba casada y viva con su marido. Ah comenz a expre-sar que Dios le haba trado a estas partes para explicar las epstolas de

    San Pablo y completar lo que l no haba explicado en materia de los esp-ritus y los raptos. Llena de celos y desesperacin, Josefa envi a las huer-tas del marqus al que entonces era su confesor, el jesuita BartolomCastao; a l le haba insinuado que su hermana finga sus raptos. El sacer-dote tuvo varias entrevistas con Mara y con Vrtiz y, ante las evidencias de

    46 Testimonio de Joseph Brun de Vrtiz, 7 de octubre de 1649. AGN, Inquisicin, 432, fol.359 r. y s. El proceso de Brun se encuentra en el volumen 443, pero tambin existen resmenes desus escritos y de su juicio en los nmeros 436, 503 y 576.

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    los engaos de la primera y de la heterodoxia mstica del segundo, llev el

    caso ante el tribunal del Santo Oficio.En el proceso de las hermanas Romero se hizo evidente lo que DianaCeballos califica como el camino que conectaba la sociedad con las insti-tuciones: A falta de un sistema de polica tal y como lo conocemos en laactualidad, con agentes que supervisen el mantenimiento del orden, en elAntiguo Rgimen, la sociedad entera ejerce esas funciones de polica, decontrol y de disciplina, a travs de mecanismos como la delacin, la acu-sacin y el rumor En una sociedad de palabras, el rumor, lo que se dicey se tiene por general, posee carcter de verdad.47 El xito de las herma-nas Romero haba dependido en buena medida de esa cultura oral que

    expanda y trasmita ancdotas y sucesos, pero esa misma cultura fue lacausa de su ruina al hacer pblicos sus conflictos privados y al convertiruna voz y fama de santidad en una acusacin de diablico artificio y deextrema insolencia.48

    Durante el proceso, las hermanas confesaron sus engaos, dijeronque haban obrado sin conciencia de maldad; pero el juicio fue tan prolon-gado que dos de ellas, Mara y Josefa, murieron en la crcel, al igual queDiego Pinto. Nicolasa fue penitenciada en 29 de octubre de 1656 y salilibre; Martn de Guijo da de ella esta escueta noticia: fue condenada a

    doscientos azotes; no se los dieron porque intercedi la virreina por serdoncella.49 Teresa fue liberada en 1659 junto con su hijo, un nio de diezaos al que haba dado a luz recin llegada a la crcel. Sali en el auto defe del 19 de noviembre, cuando fue quemado en la hoguera Guilln deLampart; ese mismo da ardan tambin los restos mortales de JosephBrun de Vrtiz, quien haba muerto en la crcel en 1656 emitiendo blas-femias y completamente loco. Teresa fue condenada a 200 azotes (que lefueron condonados) y a servir por diez aos en el hospital de la Con-cepcin. Su hijo la acompa tambin a cumplir su sentencia. Durante suestancia en la crcel, Teresa le haba enseado a leer y a escribir en una car-

    tilla que le facilitaron los inquisidores; esto fue lo nico que le dej comoherencia al morir en el hospital.50

    47 Gmez, Diana Ceballos: Gobernar las Indias, Ius Commune, Frankfurt, VittorioKlostermann, 1998, v. XV, pgs. 181-218: 209 y 214.

    48 Testimonio de fray Rodrigo de Medinilla, Mxico, 4 de junio de 1653. AGN, Inquisicin,432, fol. 205 vta.

    49 De Guijo,Diario..., v. II, pg. 67.50 AGN, Inquisicin, 1499; son los nicos del caso que han sido publicados en el Boletn del

    Archivo General de la Nacin, tomo XVII, Mxico, 1946.

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    Conclusiones

    El caso de las hermanas Romero, como el de muchas de las beatasaparecidas en la era barroca en Espaa e Hispanoamrica, es ideal paraentender los mecanismos comunicativos de una sociedad oral. Un fenme-no como ste slo es posible en una comunidad de creyentes que compar-ten los mismos cdigos y cuyos esquemas mentales se basan en la creduli-dad, en el lugar comn y en otros recursos retricos, en el carisma de losemisores de discursos, en la utilizacin de imgenes visuales y textuales,de objetos y reliquias. En una sociedad as, donde la reflexin especulativapropia de la ciencia no existe an y las palabras y las cosas forman parte de

    un universo sin fisuras, es posible que el discurso y las prcticas (el sabery el hacer) sean indisociables. Con todo, el dictamen final del tribunal delSanto Oficio nos muestra una ruptura, aquella que Michel de Certeau hacalificado como lugar inestable en la modernidad; sin haber desechado laposibilidad de lo prodigioso divino o demonaco, la cultura barroca haintroducido una tercera categora humana para explicar esos fenmenos:el engao. En ese mundo, en el que la verdad y la mentira se han confor-mado como categoras estructuradoras de la realidad, existe cabida paraincluir a la imaginacin, esa facultad que puede llevarnos al engao pues,

    segn dice fray Luis de Granada, es una de las potencias de nuestra ni-ma que ms desmandadas quedaron por el pecado y menos sujetas a larazn. De donde nace que muchas veces se nos va de casa, como esclavofugitivo, sin licencia; y primero ha dado una vuelta al mundo, que echemosde ver a donde est. Es tambin una potencia muy apetitosa y codiciosa depensar todo cuanto se le pone delante, a manera de los perros golosos, quetodo lo andan probando. Es tambin una potencia muy libre muy certera,como una bestia salvaje, que anda de otero, sin querer sufrir sueltas, nicabestro, ni dueo que la gobierne.

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