Las relaciones sociales en el Buenos Aires tardocolonial...Moreno y Miguel Ángel de Marco, llamado...

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66 El Cuerpo de Patricios Si bien la historiografía ha dedicado gran parte de los esfuerzos a examinar el proceso de militarización, no ha prestado una atención pro- porcional al Cuerpo de Patricios. Recordemos que se trata de la orga- nización de voluntarios más grande del período que se abre en 1806. Numerosos trabajos nombran su actuación en los diferentes enfrenta- mientos. También se han publicado una gran cantidad de biografías de su comandante principal. 118 Sin embargo, en nuestro extenso relevo, sólo hemos encontrado tres trabajos dedicados enteramente al cuerpo. El primero es el del Teniente 1º Alberto Scunio, escrito en 1967 y publi- cado por el Círculo Militar. 119 Se trata de una breve historia de más de 100 años del Regimiento, desde su fundación hasta 1910. Se recoge allí información fáctica, pero no es el objetivo del autor un análisis exhaus- tivo. La hipótesis central del texto es que el Regimiento habría sido un puntal en la construcción del Estado Argentino. Se trata de un estudio que no repara en cada una de las circunstancias y no tiene por objetivo probar rigurosamente sus afirmaciones. El segundo es un texto relativamente más reciente de Isidoro Ruiz Moreno y Miguel Ángel de Marco, llamado Historia del regimiento 1 de infantería Patricios de Buenos Aires. 120 Esta obra repasa, en pocas páginas, las vicisitudes del regimiento desde su fundación hasta la actualidad, un texto sumamente ameno e informativo, con una gran cantidad de lámi- nas alusivas. Sin embargo, su objetivo tiene más bien un afán de divulga- ción y su contenido es fáctico. El tercer trabajo fue editado recientemen- te por Ismael Pozzi Albornoz y se concentra exclusivamente en analizar la fecha exacta de la creación del Cuerpo. 121 Estamos entonces, ante un vacío historiográfico que nuestro trabajo intenta suplir. 118 Véase Ruiz Guiñazú, Enrique: op. cit. 119 Véase Scunio, Alberto, Patricios, Círculo Militar, Buenos Aires, 1967. 120 Ruiz Moreno, Isidoro y De Marco, Miguiel Ángel: Historia del regimiento 1 de infantería Patricios de Buenos Aires, Edivérn, Buenos Aires, 2000. 121 Véase Pozzi Albornoz: Creación del Regimiento de patricios. Un nuevo aporte para su historia, Dunken, Buenos Aires, 2006. Capítulo II Las relaciones sociales en el Buenos Aires tardocolonial

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    El Cuerpo de Patricios

    Si bien la historiografía ha dedicado gran parte de los esfuerzos a examinar el proceso de militarización, no ha prestado una atención pro-porcional al Cuerpo de Patricios. Recordemos que se trata de la orga-nización de voluntarios más grande del período que se abre en 1806. Numerosos trabajos nombran su actuación en los diferentes enfrenta-mientos. También se han publicado una gran cantidad de biografías de su comandante principal.118 Sin embargo, en nuestro extenso relevo, sólo hemos encontrado tres trabajos dedicados enteramente al cuerpo. El primero es el del Teniente 1º Alberto Scunio, escrito en 1967 y publi-cado por el Círculo Militar.119 Se trata de una breve historia de más de 100 años del Regimiento, desde su fundación hasta 1910. Se recoge allí información fáctica, pero no es el objetivo del autor un análisis exhaus-tivo. La hipótesis central del texto es que el Regimiento habría sido un puntal en la construcción del Estado Argentino. Se trata de un estudio que no repara en cada una de las circunstancias y no tiene por objetivo probar rigurosamente sus afirmaciones.

    El segundo es un texto relativamente más reciente de Isidoro Ruiz Moreno y Miguel Ángel de Marco, llamado Historia del regimiento 1 de infantería Patricios de Buenos Aires.120 Esta obra repasa, en pocas páginas, las vicisitudes del regimiento desde su fundación hasta la actualidad, un texto sumamente ameno e informativo, con una gran cantidad de lámi-nas alusivas. Sin embargo, su objetivo tiene más bien un afán de divulga-ción y su contenido es fáctico. El tercer trabajo fue editado recientemen-te por Ismael Pozzi Albornoz y se concentra exclusivamente en analizar la fecha exacta de la creación del Cuerpo.121 Estamos entonces, ante un vacío historiográfico que nuestro trabajo intenta suplir.

    118Véase Ruiz Guiñazú, Enrique: op. cit. 119Véase Scunio, Alberto, Patricios, Círculo Militar, Buenos Aires, 1967.120Ruiz Moreno, Isidoro y De Marco, Miguiel Ángel: Historia del regimiento 1 de infantería Patricios de Buenos Aires, Edivérn, Buenos Aires, 2000.121Véase Pozzi Albornoz: Creación del Regimiento de patricios. Un nuevo aporte para su historia, Dunken, Buenos Aires, 2006.

    Capítulo II

    Las relaciones sociales en el Buenos Aires tardocolonial

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    En este capítulo realizaremos un acercamiento a las clases sociales en la campaña y en la ciudad. En particular, sobre aquellas que parecen expresadas en los elementos que forman parte del Cuerpo de Patricios. En primer lugar, los hacendados. Luego, los comerciantes y, por último, los productores no esclavos del espacio urbano.

    Las clases sociales en la campaña bonaerense

    Nuestra hipótesis más general es que el partido de la revolución tiene como elemento dirigente a los hacendados. Es necesario, por lo tanto, develar la naturaleza social de esta categoría histórica. Para ello exami-naremos las dos corrientes de investigación más importantes que ana-lizaron el fenómeno de la configuración social de la campaña riopla-tense tardocolonial. En primer lugar, la producción de Jorge Gelman y Juan Carlos Garavaglia, quienes sostienen la existencia de una campaña poblada de campesinos independientes. En segundo lugar, la corriente perteneciente al marxismo que se expresa en los trabajos de Eduardo Azcuy Ameghino, Gabriela Martínez Dugnac y Gabriela Gressores, entre otros. No constituyen la única producción dentro del marxismo, pero sí la más rigurosa y, por lo tanto, la única que merece análisis.

    La imagen chayanoviana

    Nos referimos, en este acápite, a la producción historiográfica que encabezan Juan Carlos Garavaglia, Jorge Gelman y Raúl Fradkin. Sus

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    trabajos se inspiran en la teoría chayanoviana.1 Se trata de una corriente que caracteriza a la región como una sociedad campesina, conformada por relaciones reciprocitarias de herencia andina. En el paisaje rural, convivirían la grande, la mediana y la pequeña producción, con predo-minio de estas dos últimas. La ilimitada oferta de tierras permitiría la existencia de productores independientes, volcados principalmente a la agricultura o la ganadería en pequeña y mediana escala: pastores y labra-dores serían las formas de existencia de este campesinado independien-te. Serían éstos los encargados de otorgarle dinamismo a la economía. Estos campesinos entablarían relaciones económicas de tipo reciproci-tarias a través de los mecanismos de minga y convite. Por su parte, en las pocas grandes estancias, los hacendados ofrecerían un recurso abun-dante (la tierra), para obtener uno escaso (la mano de obra). En defini-tiva, mucha tierra y poca gente serían los factores determinantes de esta sociedad más bien armónica. El capitalismo habría tenido la oportuni-dad de desarrollarse por la vía del pequeño y mediano agricultor. Lo que puede llamarse vía farmer. Circunstancias de orden político, habrían determinado, el aborto de esta experiencia.

    A continuación expondremos las principales tesis que deducen de las evidencias. Presentaremos aquellos puntos que, creemos, constitu-yen un avance en el conocimiento, para luego discutir las deducciones que se realizan de ellos. En principio, las investigaciones lograron des-mitificar el modelo clásico colonial2 mediante el aporte de evidencia que permitió demostrar las siguientes hipótesis:

    La campaña de Buenos Aires presenta una dinámica poblacional y productiva que no se corresponde con la hipótesis de una sociedad estática.

    Se observa en la campaña una diversidad productiva y regional que no se condice con la hipótesis de la monoproducción ganadera, en par-ticular, una importante producción triguera.

    1Véase Chayanov, Alexander: “Sobre la teoría de los sistemas económicos no capi-talistas”, en AA.VV., Chayanov y la teoría económica campesina, Cuadernos de Pasado y Presente, nº 94, Buenos Aires, 1997.2Se trata de un modelo explicativo que suponía una pampa exclusivamente ganade-ra, exportadora y carente de medianos y pequeños productores. Véase García, Juan Agustín, La ciudad indiana, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986; Levene, Ricardo, Investigaciones acerca de la historia económica del Virreinato del Río de la Plata, en Obras de Ricardo Levene, t. II, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1963 y Giberti, Horacio, Historia económica de la ganadería argentina, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985.

    A nivel demográfico, se puede constatar el predominio censal de las unidades familiares, contrariamente a la hipótesis de una pampa con gauchos errantes.

    Los censos muestran la existencia de una extendida capa de peque-ños productores, muchos de ellos, no propietarios.

    Sin embargo, a pesar de estos significativos avances, nos parecen objetables las siguientes derivaciones, que pasaremos a discutir:

    La existencia de un campesinado independiente.La mayor dinámica de la pequeña y mediana producción.La oferta ilimitada de tierras. La inexistencia de relaciones de explotación. La conformación de relaciones sociales “reciprocitarias” y, por lo tan-

    to, de una sociedad campesina.

    El concepto de campesinado independiente parecería, en principio, una contradicción en sus términos, ya que el campesinado es, por defini-ción, una clase explotada. Examinaremos, entonces, estas dos condicio-nes por separado: campesinado e independencia. El término campesinado se aplica a aquella clase social que goza de derechos sobre una tierra y medios de producción comunales, de manera tal que su trabajo permita la plena reproducción de la comunidad. Así lo define Engels:

    “Antes el campesino, con su familia, producía de la materia prima de su cose-cha la mayor parte de los productos industriales que necesitaba; los demás artículos necesarios se los suministraban otros vecinos del pueblo que explotaban un oficio al mismo tiempo que la agricultura y a quienes se pagaba generalmente en artículos de cambio o en servicios recíprocos. La familia, y más aún la aldea, se bastaba a sí misma, producía casi todo lo necesario. Era una economía natural pura, en la que apenas se sentía la necesidad del dinero. La producción capitalista puso fin a esto mediante la economía monetaria y la gran industria.”3

    Bajo el modo de producción asiático, los campesinos deben tributar al Estado centralizado, como forma de garantizar la reproducción del conjunto de la sociedad, a través de obras hidráulicas. En el feudalismo, el señor feudal impone una renta que es igual al plustrabajo que deben entregar los campesinos, ya sea bajo la forma de productos o de corveas.

    3Engels, Friederich: “El problema campesino en Francia y Alemania”, en Marx, Karl y Engels, Friederich, Obras Escogidas, t. III. Reproducido en Sartelli, Eduardo (dir.): Patrones en la Ruta, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2008, p. 314.

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    Pero ningún campesino se define por sí mismo, sino en relación a su explotador, es decir, a aquel que le garantiza el acceso a la tierra a cam-bio de la entrega de un excedente. En cualquier caso, y para lo que nos interesa aquí, la comunidad campesina reúne todos los elementos de su reproducción; el trabajo excedente, por lo tanto, debe ser arrancado por la vía política. A pesar de que la tierra actúe como prolongación del productor, éste es presentado como un atributo de la primera. Es decir, no se le permite movilidad alguna. Asimismo, la comunidad conserva sus tierras en calidad de comunales y el trabajo rural se efectúa de modo colectivo, lo que obstaculiza la acumulación individual.4

    Las definiciones de campesinado que esta corriente suele ofrecer se refieren a explotaciones domésticas, en torno a familias nucleares que no utilizan mano de obra externa y que tienen como particularidad la autosuficiencia, que les permitiría gozar de cierta independencia. A ries-go de ser reiterativos, presentamos las definiciones de la propia pluma de sus autores.

    Jorge Gelman propone la siguiente caracterización:

    “…un rasgo básico es que, contrariamente a la estancia, se basa principalmen-te en la utilización de la mano de obra familiar. En general ocupan extensiones de tierra más modestas que la estancia, aunque el derecho por el cual la ocupan puede ser de lo más variado, desde la propiedad, el arrendamiento o la simple ocupación informal de terrenos más o menos baldíos. Estos campesinos pueden orientar su producción al autoconsumo o a los mercados, pero en ambos casos actúan princi-palmente como productores de valores de uso, ya que incluso en el segundo caso, venden al mercado para así poder luego comprar los productos necesarios para su subsistencia. Es decir que en esto encontramos nuevamente una diferencia impor-tante con la estancia, ya que el campesino busca satisfacer las necesidades de su familia más que la obtención de ganancias mercantiles.”

    Encontramos aquí tres elementos que implican criterios ciertamente

    disímiles:

    a. La producción de valores de uso.b. La utilización de mano de obra exclusivamente familiar c. La falta de acumulación

    4Aunque cada familia conserva su propiedad, ésta no se halla reunida sino dispersa en el conjunto del manso (en el modo de producción feudal). Por lo tanto, la orga-nización del trabajo necesariamente debe ser colectiva. Por otra parte, la dispersión de las propiedades tiene por función distribuir las tenencias sobre las diferentes fertilidades de la tierra. A esto habría que agregar la existencia de pasturas y bos-ques de propiedad común.

    El primer elemento es el que mejor traduce científicamente el pro-blema campesino. Efectivamente, el término campesinado se aplica a aquella clase social que goza de derechos sobre una tierra y medios de producción comunales, de manera tal que su trabajo permita la plena reproducción de la comunidad. Por lo tanto, ésta no está obligada a acudir al mercado (aunque puede hacerlo). Los productos son, para los campesinos, valores en tanto pueden ser consumidos, valores de uso. Sin embargo, para que ello ocurra, la comunidad campesina debe ser capaz de reproducirse plenamente. Esto implica la unidad de la agricul-tura con la manufactura en poder de las aldeas. ¿Es esta realidad la que encontramos en el Río de la Plata tardocolonial?

    Tal como lo reconoce Jorge Gelman, y lo confirma un extenso corpus de estudios, los pequeños y medianos productores acuden al mercado. Esto sucede porque en el Río de la Plata no observamos manufacturas rurales. Por lo tanto, deben vender su producción para obtener vesti-menta, instrumentos de producción, aguardiente, yerba y tabaco, entre otras cosas. No solamente carecen de manufacturas, sino que estos pro-ductores no tienen molinos, atahonas, ni siquiera un pequeño depósito. Por lo tanto, tampoco pueden fabricarse su propio pan y deben vender su cosecha antes de que se malogre. En los 400 inventarios analizados por Garavaglia, tan sólo encontramos un 10% de establecimientos con atahonas. Para 1808, sólo se contabilizan 42 molenderos, de los cuales los 5 más importantes concentran la propiedad del 40% de los molinos. Para 1815, sólo quedan 35 y han desaparecido los pequeños molenderos. Tanto los molinos como las atahonas se encuentran en las propiedades de grandes productores. La división del trabajo, la diferenciación entre los productores rurales y la acumulación agraria hacen perder “indepen-dencia” al pequeño productor. Obligado a acudir al mercado, se trans-forma en un productor mercantil. Así lo expone Marx:

    “Esta falta de sensibilidad, en la mercancía, por lo concreto que hay en el cuer-po de sus congéneres, lo suple su poseedor con sus cinco y más sentidos. Su propia mercancía no tiene para él ningún valor de uso directo: caso contrario no la llevaría al mercado. Posee valor de uso para otros. Para, él sólo tiene directamente el valor de uso de ser portadora de valor de cambio y, de tal modo, medio de cambio. De ahí que quiera enajenarle por una mercancía cuyo valor de uso lo satisfaga.”

    Si tenemos que guiarnos por el primer elemento propuesto por Gelman, no parece posible constatarse un predominio campesino en el Río de la Plata a fines del siglo XVIII.

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    Vayamos al segundo: la utilización de mano de obra exclusivamente familiar. Si nos atenemos a los resultados de las principales investigacio-nes, no parece que estos campesinos concuerden con el modelo propues-to. Efectivamente, Juan Carlos Garavaglia nos señala al grupo domés-tico como compuesto por “entenados” y “agregados”. No obstante, un agregado no es más que aquel que entrega trabajo a cambio de la posibi-lidad de cultivar una parcela. Los estudios de Carlos Mayo parecen con-firmar dicha afirmación. Jorge Gelman admite dicha posibilidad:

    “Los pequeños estancieros-chacareros. Estos se distinguen de las categorías siguientes, porque si bien están o trabajan en sus tierras, contratan algo de mano de obra extra familiar y/o pueden poseer uno o dos esclavos.”

    Pero así como se observan “campesinos” que acuden a la explotación de trabajo ajeno, es decir, acumulan, también observamos campesinos que se conchaban en época de la cosecha, conformando lo que se suele llamar “peones campesinos”. Es decir, por un lado existen productores que explotan trabajo ajeno y, por el otro, productores que son explota-dos. Amén de la existencia de tenencias que no responden a ninguno de estos dos casos, lo cierto es que deberíamos pensar seriamente en la posibilidad de que estemos asistiendo a un proceso de diferenciación social en el mundo rural rioplatense.

    Aboquémonos a los siguientes atributos: la propiedad comunal y la adscripción a la tierra. Los censos demuestran que, más allá del tamaño y de la situación legal, cada unidad censal tiene su tierra reunida y traba-ja su parcela. El arrendatario, agregado o tenente libre cultivan su propia parcela y crían sus propios ganados. Y, en cualquier momento, dejan sus tareas, ya sea que estén arrendando o en agregación. Las quejas de los propietarios en torno al abandono de cultivos son extensas.5 En el caso de estar ocupando tierras realengas, su precariedad es mayor, porque aquí pueden ser directamente expulsados. Juan Carlos Garavaglia afir-ma que se trata de una réplica del yeoman inglés. Pues bien, si esto es así, entonces este personaje no es un campesino, sino un pequeñoburgués.

    Veamos ahora el problema de la independencia. Lo primero que debe-ría probarse es la posibilidad de estos productores de ejercer la auto-suficiencia y de no formar parte de las relaciones de explotación. Sin embargo en la pampa, estos carecen de un elemento central: las manu-facturas rurales. Como vimos más arriba, tampoco tienen depósitos.

    5Mayo, Carlos: Estancia y sociedad en la Pampa (1740-1820), Biblos, Buenos Aires, 1995, cap. IV.

    Sin este elemento, los “campesinos” ya no conforman un sistema cerra-do, sino que deben adquirir en el mercado los bienes faltantes. Aquellos cuyas tierras lo permitan, generarán un excedente destinado al merca-do. Aquellos cuyas tierras sean insuficientes, deberán acudir al mercado de fuerza de trabajo.

    En el caso de la ganadería la situación es similar. La amplitud de criadores para el abasto tiene su contracara en la concentración de los introductores (véase cuadro 1). Aquí también el pequeño pastor tiene otro motivo más para descreer de su independencia. Tan sólo represen-ta un eslabón en la cadena productiva. Los introductores o “corraleros”, no son más que productores que han logrado una acumulación tal que les permite acaparar el engorde, almacenamiento, faenamiento y distri-bución. Y, por lo que indica el cuadro, la tendencia se dirige hacia una mayor concentración de la actividad.

    Vayamos ahora al problema del predominio de los pequeños y media-nos productores. La base empírica de tales afirmaciones es el análisis de las frecuencias ganaderas (cuadro 2) y las frecuencias de los inventarios según los valores de los bienes.

    Este cuadro adolece de una limitación. Sencillamente, se trata de una taxonomía algo arbitraria. Es cierto que la mayor cantidad de explo-taciones se encuentran en la franja “intermedia” que va de los 1.000 ps. a los 5.000 ps. Sin embargo, aún nos queda saber qué significa en tér-minos económicos esa cifra. ¿Con qué criterio se dice que son “media-nos” productores? ¿Qué significa concretamente un establecimiento de 500, 1.000 o 5.000 pesos? Lo mismo sucede con la frecuencia de rodeos: ¿Qué significa tener 1.000 rodeos? La taxonomía debe seguir un criterio que favorezca la comprensión de las relaciones sociales. Es decir, debe identificar al menos tres puntos esenciales: la cantidad necesaria para librarse de la obligación de conchabarse, la cantidad que implica la nece-sidad de abastecerse de trabajo ajeno en forma sistemática, aunque aún estacional, y la cantidad por la cual la explotación debe dotarse de mano de obra permanente.

    En el caso de la ganadería, Garavaglia propone un corte de 500 cabe-zas, para diferenciar la producción independiente de aquella que se pue-de dotar de mano de obra. Cada año el productor aparta el 10% entre el consumo propio y la comercialización. Si excede esa cifra pone en ries-go el aumento o la conservación de su stock, ya que el procreo ronda el 14%. Un productor con menos de 500 cabezas lleva al mercado entre 30 y 45 cabezas anuales, que le rinden entre $100 y $130 anuales. Para que nos demos una mejor idea un esclavo (la capacidad de explotar a otro)

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    cuenta $200, o sea 67 cabezas. Si así fuera tendríamos el resultado que puede verse en el cuadro 3.

    Las fuentes difieren en cuanto a lo que pueden llegar a represen-tar. El inventario sobre representa a los grandes productores, ya que la población de menores recursos no realiza el inventario post-mortem. El censo, en cambio, tiene mayor amplitud, pero carece de la precisión del inventario. Para lo que nos interesa, los porcentajes que mejor expre-san la concentración de la producción ganadera son los del censo de Areco de 1789. Como vemos, el grueso de la producción ganadera no parece efectuarse en pequeñas producciones. Sin embargo, el corte de 500 cabezas no parece el más indicado, pues amén de llevar al mercado 67 cabezas (que el stock de 500 no asegura), el productor debe también comer. Por lo tanto, el corte debería colocarse algo más arriba.

    Por último, veamos un sincero testimonio del historiador Juan Carlos Garavaglia sobre la suerte de estos “campesinos independientes”:

    “los labradores, en su gran mayoría pobres arrendatarios, han tenido con fre-cuencia que endeudarse para hacer frente a los gastos de preparación de la tierra y la siembra- muchos de ellos no cuentan siquiera con los granos para la simiente- y pagarán esas deudas durante los días finales de la trilla. Esas deudas se agregan a la renta de la tierra (pagadera casi siempre en especie), las primicias y el diezmo. Terminada la trilla, le queda al labrador de pobres recursos un magro resultado.”6

    A pesar de que se reconoce la opresión y el despojo al que son some-tidos los pequeños productores, no se ha avanzado en la descripción y sistematización de estos mecanismos, cuya evidencia podría argumentar contra la hipótesis de una sociedad campesina y ofrecer evidencia de un proceso de expropiación progresiva.

    Como anticipamos, esta corriente afirma la existencia de relaciones sociales “reciprocitarias”, propias del mundo andino. La lógica “recipro-citaria” fue expuesta por primera vez por el padre del funcionalismo, Bronislaw Malinowski, en 1922. En su categorización, proponía situar en un extremo las formas más “desinteresadas”, parecidas a la dádiva y,

    6Garavaglia, Juan Carlos: Pastores y labradores…,op. cit., p. 258.

    del otro, aquellas “interesadas”, que se asemejaban al comercio.7 Aquí, las relaciones de producción son reemplazadas por las formas de inter-cambio y el concepto que subyace es el problema del mercado y su grado de inserción. Garavaglia se refiere a tres círculos de relaciones, desde las más “personales” hacia las más “económicas” (sin llegar a serlo). El primer elemento es el grupo familiar y la reciprocidad más “general”, en términos funcionalistas. Luego se suman círculos de reciprocidad para obtener mano de obra externa al grupo familiar. El primero es la uti-lización del parentesco artificial: huérfanos, entenados y agregados. El segundo es el arrendamiento y luego especifica que

    “Se agregan a estos dos círculos de reciprocidad (el del grupo doméstico y el de los ocupantes tolerados), las formas de acceder a fuerza de trabajo mediante meca-nismos que son casi exclusivamente económicos. Es decir la contratación de jorna-leros o peones y la adquisición de esclavos. El ‘casi’ de la frase precedente tiene su explicación pues las relaciones entre patrones y peones e incluso los esclavos tienen una impronta personal muy fuerte.”8

    Veamos ahora lo que es para Garavaglia reciprocidad:

    “Una búsqueda más profunda orientada hacia las mingas, dio frutos insospecha-dos: los diccionarios y vocabularios regionales de La Rioja, Catamarca, Tucumán, San Luis y Santiago del Estero registraban la palabra y daban diversas acepciones; estas pueden resumirse en la que tomamos de Lafone Quevedo en su Tesoro de Catamarqueñismos: ‘hacer reunión de amigos y vecinos para sacar cualquier tarea. El sueldo es comida, bebida y jarana y obligación de servir a su vez cuando se ofrezca’.

    7“Para tratar estos hechos con corrección es necesario proporcionar una lista com-pleta de todas las formas de pago o de regalo. En esta lista figurarán a un extremo los casos límite de puro don, es decir, un ofrecimiento por el cual no se da nada a cambio. Entonces, mediante las muchas formas usuales de don o de pago, retribui-das de manera parcial o condicional, que se proyectan las unas sobre las otras, se llega a las formas de intercambio donde se observa una equivalencia más o menos estricta y, por fin, al trueque real.”, en Malinowski, Bronislaw: Los argonautas del Pacífico Occidental, Ed. Península, Barcelona, 1975, citado por Sahlins, Marshall: La economía de la edad de Piedra, Akal, Madrid, 1977, p. 211.8Garavaglia, Juan Carlos: Pastores y labradores…, op. cit., p. 350. Más adelante expre-sa: “Y estos esclavos [se refiere a los que acceden a puestos de capataces] rioplatenses tienen una condición particular. Con frecuencia observamos que poseen ganados, vacunos y yeguarizos o que se les permite participar en la producción cerealera; comprobamos entonces que, incluso en este ámbito, se puede percibir una cierta ‘reciprocidad’ en las relaciones.”

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    Como se advierte, ¡una auténtica definición de manual de antropología acerca de lo que es la ‘reciprocidad’!”9

    Pues bien, en esta caracterización las relaciones implican a los indivi-duos y no a las clases. Estos individuos pueden estar emparentados y no contabilizar lo que se entregan o pueden ser lejanos e intentar sacarse ventaja. ¿Qué determina una relación u otra? La cultura. En el marco del Río de la Plata, si se es pariente, vale la minga (ayuda laboral) y el convite (contraprestación simbólica). Si no, la relación monetaria. En este esque-ma, la esclavitud y el peonaje no serían plenamente “reciprocitarias”, pero tampoco plenamente “económicas”. Es decir, tendrían un aspecto personal, o sea, simbólico:

    “en 1797, en la estancia de Roque Pérez en Quilmes, que tenía un capataz y dos peones estables durante todo el año, se manejan unos 770 vacunos, 1.900 ove-jas y tres manadas de caballos. Durante las yerras de 1797 y 1798, sólo se agregan algunos gastos excepcionales destinados ‘para gente de yerra’, como ser vino aguar-diente, pasteles, pasas de uva, tabaco y papel de cigarro, pero no hay constancia de que se abonasen nuevos salarios. […] Pero, después, una serie de testimonios litera-rios (y las famosas mingas) nos acercaron a la correcta interpretación de la fuente. Podríamos comenzar con W. H. Hudson en Allá lejos y hace tiempo y recordar al lector la yerra en la estancia de doña Lucía ‘del Ombú’. La presencia de sus cuatro hijas -entre ellas, Antonia cuya blancura de piel y alta estatura eran célebres en todo el pago- hacía que cincuenta hombres se arremolinaran para ayudar en las yerras de los pocos animales que poseían. En media jornada la yerra había sido despachada y un buen almuerzo reunía a la sombra de los sauces a todos los convidados que se consideraban bien pagos con el convite y las furtivas miradas de las hijas de doña Lucía.”10

    He aquí por qué Garavaglia piensa que las relaciones de peonaje tie-nen características reciprocitarias. El autor acude a un testimonio retros-pectivo que niega la explotación. Sin embargo, vale la pena desconfiar de esta fuente, pues se trata de recuerdos de la infancia. Una investiga-ción más rigurosa debería preguntarse cuánto producen los peones y cuánto se les paga, dejando de lado cuestiones más anecdóticas. En defi-nitiva, la evidencia presentada por Garavaglia para afirmar la reciproci-dad entre grupos domésticos (minga y convite), son testimonios literarios de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como Mariano Pelliza, Godofredo Daireux, Guillermo Hudson o Pablo Mantegazza.

    9Idem, p. 336.10Ibidem, p. 338 (cursivas en el original).

    No obstante, el trabajo presenta dos fuentes contemporáneas sobre el problema, que vale la pena examinar. La primera data de 1792, de San Isidro:

    “entre los Labradores no se acostumbra alquilar Bueyes para las labranzas por-que nunca falta quien empreste estos cuando el Labrador sea tan pobre y miserable que no tenga los bueyes […] Para los días de siembra unos a otros se prestan los ara-dos con peón y Bueyes con cargo de volverlo en los mismos términos [...] [Y tam-bién] los días de la siembra alquila los arados que quiere a 3 reales por día y cuando más a cuatro; esto es con peón, arado y dos o cuatro bueyes porque suelen mudar al medio día con cargo que al romper el día ya ha de estar arando hasta puesto el sol.”11

    La primer deficiencia en el tratamiento de este testimonio es que no se indica la procedencia del testimonio ni las condiciones en las que se emite. Por lo tanto, su credibilidad debería quedar suspendida. Pero, aún dándola por buena, la información es ambigua: por un lado dice que no se cobra, pero por el otro dice que sí. Podría ser que quien emi-te el comunicado esté apelando a fórmulas comunitarias para expresar una realidad que no lo es: el susodicho cobra 3 reales por sus aperos de labranza.

    Se agrega el siguiente testimonio directo, relatado por Garavaglia:

    “La noche anterior al crimen, nuestro peón se acerca a la casa de López y éste ‘lo convida’ a apearse y a cenar en su casa y sólo el celo del peón -que debía largar en la madrugada los bueyes de su propio patrón- hace que esta cena en el rancho de López no se realice. En ningún momento, ni Juárez, ni Amador de Luque, hablan de promesa de pago por parte de López. ¿Es violentar mucho la fuente, suponer que el convite y muy probablemente, una copiosa comida y bebida el día de la siembra y ‘tapa’ del trigo sería todo el pago que recibirían?”12

    Parece que sí. En este caso, las relaciones comunitarias entran en competencia con las asalariadas. El convite contra “el celo del peón”. La fuente relata cómo se impone el último sobre el primero y el peón recha-za los ofrecimientos de López.

    El problema aquí es el mismo que con la esclavitud y el peonaje. Garavaglia supone relaciones determinadas culturalmente. Sin embar-go, lo que sustenta esa “reciprocidad generalizada” no es el parentesco,

    11Ibidem, p. 334. Para mejor comprensión hemos actualizado la ortografía y desple-gado las abreviaturas del texto original.12Idem, p. 335.

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    sino la propiedad comunal de la tierra y los aperos. Si la tierra es del conjunto de la comunidad, nadie mide el trabajo que da o que recibe, simplemente porque es el mismo, tiene un mismo fin. El trabajo pro-pio implica también la apropiación individual de sus condiciones de existencia.

    Aún así, dentro del grupo familiar, tampoco hay evidencia de que predomine la igualdad. Es el jefe de familia el que organiza la produc-ción y el que decide quién se incorpora al grupo y quién es expulsado. La existencia de peones provenientes de familias productoras es una evidencia de esta afirmación: ¿por qué es el hijo quien tiene que salir a buscar trabajo? ¿Quién decide que así sea? ¿Por qué la mujer no puede transmitir propiedad a menos que quede viuda? Este problema ya fue advertido por Pierre Vilar:

    “Es verdad que el campesino propietario –o simplemente jefe de explotación- organiza su trabajo libremente, sin cálculos, haciéndolo variar de cero a dieciséis o dieciocho horas por día según las estaciones. Verdad también que los que llamamos en Francia «aides familiaux» (auxiliares familiares) –mujeres, hijos, yernos, viejos, mozos, criados y alimentados en la unidad de producción- son menos libres que el padre de familia. Le obedecen. Hay, pues, matices en lo que Chaiánov llamará «auto-explotación». Es, en muchos casos, explotación más o menos dura del núcleo familiar.”13

    A pesar de que no encontramos una abundancia de fuentes que puedan dar cuenta de las relaciones de explotación en el Río de la Plata, los estudios realizados sobre contabilidades de estancias permiten descartar la hipótesis de su inexistencia Por ejemplo, la estancia “Los Portugueses” registra 8.819 ps. de gastos entre 1802 y 1806.14 Un 53% de ese monto obedece al pago de mano de obra. Pues bien, hacia el fin del período sus propietarios se encuentran con 15.187 ps. Lo que debería explicar un científico es el origen de esos 6.368 ps. En el caso de la estancia de López Osornio tomaremos los datos de las cuentas del administrador entre 1785 y 1795, estudiados por Samuel Amaral.15 En esos diez años la hacienda recibe 12.520ps16. De los cuales 4.558 se utilizan para la reproducción de la mano de obra libre y esclava. La

    13Vilar, Pierre: Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Altaya, 1999 (1era edi-ción, 1980), p 275.14Garavaglia, Juan Carlos: Pastores y labradores...,op. cit, p. 331.15Amaral, Samuel: The Rise of Capitalism on the Pampas. The Estancias of Buenos Aires, 1785-1870, Cambridge University Press, 1998, p. 35.16Se toma el total de gastos más la ganancia.

    transferencia es fácilmente conmensurable: 6.592 ps., la ganancia de López Osornio. Las cifras no parecen arrojar reciprocidad alguna.

    El carácter de la mano de obra en las estancias recorrió buena parte de los debates académicos. Por un lado se encontraban quienes soste-nían que su escasez se debía a la libre apropiación del ganado (abigea-to) y a la frontera abierta. Tal era el caso de Carlos Mayo. Para Ricardo Salvatore y Jonathan Brown el problema tenía su origen en las bruscas fluctuaciones del comercio de cueros –que no permitían estabilizar y regularizar la producción- y la resistencia de los peones. Por último Jorge Gelman afirma que en realidad el problema de la escasez se circunscribe a los meses del verano y para el caso de la agricultura. La causa es que esos peones, lejos de ser “gauchos” vagabundos y cuatreros, eran campe-sinos. Por lo tanto, en época de cosecha debían ocuparse de sus tierras. Aunque también existía la posibilidad de que se fueran por un mejor salario.

    En realidad, todos coinciden en la falta de una proletarización de los productores directos. En el caso de Mayo, por acceso directo al consu-mo. En el caso de Salvatore-Brown, por el atraso del sistema comercial y, por último, en Gelman, por tratarse de campesinos. Con respecto a la posición de Mayo, no cabe dudas sobre la existencia del abigeato, pero vale la pena preguntarse por la capacidad de un individuo de sobrevi-vir solamente en ese oficio. En principio, Mayo debería probar que esa actividad ofrece mayores beneficios que el conchabo o el agregamiento, ¿Qué esfuerzo/tiempo implica la matanza de vacunos? ¿Cuánto podía conseguir un gaucho en una pulpería por esos cueros ilegales y cómo fue variando esa actividad como fuente de subsistencia? Diferente es el caso que, como el mismo Mayo reconoce, quien acuda al robo de gana-do sea un agregado o un arrendatario, pues allí se trataría de una acti-vidad ocasional y complementaria. Aquí también está por hacerse una historia de la desposesión.

    Con respecto al problema de la demanda, observamos en la cur-va de desarrollo de las exportaciones que, si bien existen fluctuaciones producto del conflicto en Europa, la producción de cueros sostiene un sistemático ascenso. En el caso de Gelman, se parte de un equívoco: un productor que ostenta una parcela de tierra no puede ser un proletario. Esta afirmación desconoce las características específicas de la produc-ción rural: la unidad entre la unidad de producción y la unidad domés-tica. En la ciudad, el obrero sólo se encuentra en la fábrica durante la jornada laboral. En cambio, en el campo, el trabajador debe vivir en el establecimiento todo el tiempo que dure su trabajo. Si se trata de un peón permanente, entonces tendrá que tener su casa y su propia parcela

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    y ganado. Esto, porque debe mantenerse en épocas en las que no produ-ce. Por eso, una expansión de las relaciones capitalistas en el agro puede expresarse en una expansión de pequeñas parcelas y de pequeños pro-ductores. El agregamiento o el arrendamiento pueden estar denotando una incipiente proletarización. En lugares donde la tierra es un medio de producción, no tiene sentido restringir su uso por la vía de construir viviendas destinadas sólo como hospedaje. Esta hipótesis fue esbozada por Kautsky hace más de 100 años y nos parece que, sin agotar el pro-blema, sugiere un interesante punto de partida para desbrozar falsos problemas:

    “la situación del obrero asalariado en el campo asume un carácter totalmente distinto que en la ciudad. El asalariado que no posee absolutamente nada y que vive en su casa es aquí una rarísima excepción. Una parte de los asalariados de una gran hacienda pertenecen a la administración doméstica, son jóvenes peones de la granja. Los jornaleros que disponen de una administración familiar propia, son generalmente agricultores independientes , sea que la tierra les pertenezca o sea que la arrienden, y ellos dedican sólo una parte de su tiempo al trabajo asalariado; la mayor parte la dedican al trabajo en su predio”17

    Las figuras como el arrimado, el agregado y las distintas combina-ciones de arrendamiento con prestación de servicios, propias del Río de la Plata a finales del siglo XVIII, pueden observarse en Alemania a fines del siglo XIX: deputanten, instleute, insmann y heuermann. Se trata de formas de transición hacia el proletariado rural. Aquí, aparecen cien años antes. Más que explicar el retraso, las discusiones historiográficas deberían explicar el relativo “adelanto” del avance de la formación de relaciones capitalistas en el agro pampeano.

    Pero, otra vez, nos topamos con la misma dificultad: carecemos de elementos de medición. Por ejemplo, sabemos que los peones cobraban entre $6 y $8 pero desconocemos qué valor tienen esas cifras. Si supié-ramos, podríamos sopesar la alternativa entre el conchabo y la produc-ción en tierras propias, labor mucho más desgastante y riesgosa (una mala cosecha, bajos precios, pueden arruinar al productor). Tampoco sabemos, qué obtienen esos pequeños productores como fruto de su trabajo.

    17Kautsky, op. cit, p. 188.

    El marxismo

    El grupo de Eduardo Azcuy Ameghino ha dedicado algo más de 15 años al estudio sistemático de la producción agraria colonial. Sus prin-cipales hipótesis son que el Estado colonial no es homogéneo, sino que se compone de un Centro Estatal, conducido por agentes metropolita-nos y de formas secundarias (urbanas) y periféricas (rurales), manejadas por la elite local. Asimismo, la revolución de 1810 es un movimiento que permite a la alianza mercantil-terrateniente dominar el conjunto de la superestructura política y evitar la transferencia de la renta colonial. No obstante, las relaciones sociales feudales permanecen intactas. La transi-ción al capitalismo comienza con la caída de Rosas y la penetración del imperialismo, luego de 1860.

    Según la hipótesis general, el Río de la Plata, durante el siglo XVIII y principios del XIX, es una sociedad arcaica, con un bajo nivel de vida material. Una de las manifestaciones de este fenómeno es la inexisten-cia de una producción manufacturera y el predominio de la ganadería en forma casi excluyente. La actividad ganadera es una actividad que requiere poca mano de obra y tiene una demanda estacional. En ese sen-tido, no puede hablarse de ningún interés de los terratenientes por la proletarización, esto es, por la desposesión de los productores directos. Éstos logran acceder a los medios de producción y subsistencia. Con res-pecto a los primeros, pueden instalarse en tierras realengas o de algún señor en tanto arrendatarios o agregados y cultivar en el tiempo que no son requeridos como mano de obra. Con respecto a los segundos, la inexistencia de alambrados permite que haya ganados sin control de los propietarios susceptibles de ser carneados por cualquier gaucho. Por su parte, los circuitos clandestinos de comercialización le permiten adqui-rir mercancías por cueros.

    A los productores directos se le oponen los hacendados. Estos están conformados por los terratenientes y los campesinos acomodados. Los primeros son aquellos que tienen propiedad sobre extensas superficies y los segundos son arrendatarios que explotan mano de obra. Como no hay ningún mecanismo económico que obligue a los productores direc-tos a entregar un plustrabajo a los hacendados, éstos deben recurrir a dos formas de extracción del excedente, ambas extraeconómicas: el peo-naje obligatorio y los arrendamientos forzosos.

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    El primero de ellos fue analizado particularmente por Gabriela Martínez Dougnac.18 Según la autora, estamos ante la utilización de la justicia colonial como mecanismo compulsivo para el aprovisionamien-to de mano de obra para las estancias. Para ello, estudia la persecución judicial contra el llamado “vago” de la campaña. Su análisis releva 50 casos contra 60 acusados entre 1750 y 1805, sobre un total de 150 expe-dientes. Las acusaciones son por “robo de ganado” (33 casos), “vagancia” (9 casos) y “juego” (8 casos). Los cargos se presentan sobre la base de las disposiciones legales de persecución contra la vagancia en los diversos bandos decretados por las autoridades. En todos los casos, se está persi-guiendo a aquellos que no se conchaban y a sus formas de apropiación directa. Efectivamente, no había ninguna conminación económica al conchabo. Según Martinez Dougnac: “lo que se consigue como ‘retribu-ción’ del peonaje no difiere de lo que de todas maneras puede obtenerse, en el peor de los casos, trasponiendo las fronteras de la legalidad”.19 Sin embargo, los mecanismos de persecución no se restringen a la justicia sumarial. En el artículo se analizan mecanismos de justicia informal, tales como la detención de “vagos”, por parte de los terratenientes, sin disposición legal alguna. Luego de algunos meses, el propietario infor-ma de la detención.

    Entonces, las persecuciones tendrían el objetivo de fijar un “deber ser”, actúan como una amenaza para aquellos que decidan no concha-barse. Por lo tanto, la conclusión de la autora es que la legislación repre-siva no es un mecanismo de la proletarización, como afirma Ricardo Salvatore, ni un mero formalismo, como sostiene Jorge Gelman, sino una forma de compulsión extraeconómica asumida por el Estado, para lograr obtener mano de obra en un contexto donde no hay mercado que obligue a ningún productor directo a vender su fuerza de trabajo.

    Sin embargo, cabe una serie de aclaraciones. En primer lugar, el cor-pus presentado no parece representativo para comprobar relaciones feu-dales. Se trata de 50 casos sobre un total de 150 expedientes, en el transcurso de 55 años. Casi un caso por año, que representa un ter-cio de los analizados. Si el Estado hubiera garantizado la provisión de mano de obra, debería esperarse una acción estatal más abarcadora. En realidad, cualquier Estado, como órgano de clase, fija un “deber ser” e intenta reprimir conductas poco convenientes de las clases explotadas.

    18Martinez Dougnac: Gabriela: “Justicia colonial, orden social y peonaje obligato-rio”, en Azcuy Ameghino, Eduardo (comp.): El latifundio y la gran propiedad rioplaten-se, García Cambeiro, Buenos Aires, 1995. 19Idem, p. 215.

    La vagancia es reprimida en la Inglaterra industrial del siglo XIX y en la Argentina del siglo XX. En realidad, las relaciones feudales no ostentan legislación contra la vagancia, porque el campesino no tiene la opción de transformarse en itinerante. Justamente, es la expropiación de medios de producción la que produce vagancia, es decir, la búsqueda de medios de vida por fuera de las relaciones asalariadas.

    En las críticas a la concepción chayanoviana, vimos por qué no pode-mos afirmar que se haya constituido un campesinado en la región riopla-tense. Ahora bien, con respecto a las relaciones feudales, el campesino, por definición, se halla adscrito a la tierra y no puede abandonarla. En cambio aquí, el peón, el agregado o el arrimado pueden dejar el estable-cimiento cuando lo deseen. La contabilidad de la estancia de Las Vacas revela un constante abandono del trabajo y las quejas del administrador. De hecho, la polémica sobre la interpretación de esta fuente entre Jorge Gelman, Ricardo Salvadore y Jonathan Brown es sobre las causas y la regularidad de la deserción.20 Pero en ningún momento se pone en dis-cusión su existencia. La insistencia de los propietarios sobre el abando-no de las tareas sin mayor explicación ni aviso es una constante en todo el período. Asimismo, muchos de los peones viven en la ciudad y se pre-sentan en las faenas rurales en los períodos álgidos. No puede decirse de éstos que sean campesinos. Los agregados, por su parte, tampoco están atados a la tierra. Carlos Mayo ha presentado suficiente documentación sobre “la polilla de los campos” que abandona sus tareas cuando más se lo requiere.21 Es necesario aclarar, por último, que la presencia de ele-mentos coactivos son propios de cualquier sociedad de clase. La repre-sión estatal no es un atributo exclusivo de las relaciones feudales.

    Un trabajo sobre el derecho penal militar de Ezequiel Abásolo pre-senta un caso sumamente ilustrativo. En 1792, un desertor de nombre José Mariano Cortés explicó que había hecho abandono del servicio porque creía que tenía la libertad para hacerlo, ya que consideraba que incorporarse a la tropa era, para él, igual que conchabarse como peón.22 Puede sospecharse sobre la “ingenuidad” del acusado, pero no de que el reo considerara el argumento como pasible de absolverlo. Lo que no se

    20Véase el debate en Fradkin, Raúl (comp.): La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos, t. I, CEAL, Buenos Aires, 1993.21Véase Mayo, op. cit, cap. IV.22AGN, IX, 12-6-9, expediente nº 19, cit. en Abásolo, Ezequiel: El derecho penal militar en la historia argentina, Academia Nacional del Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba, 2002, p. 149.

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    discute de esa excusa es que, efectivamente, el conchabo es una relación “libre”. En todo caso, se cuestiona que el servicio militar lo sea.

    Los productores directos que se encuentran en los expedientes ana-lizados reciben un salario. La ocasional compulsión no está destinada a asegurar la entrega de una renta en trabajo (corveé), sino a obligar al peón a entrar en relaciones asalariadas. Su trabajo gratuito es entregado en una relación de intercambio de equivalentes. La entrega de plusvalor y la propia reproducción se produce en el mismo proceso de producción y no como instancias separadas. Lo que parece confundirse allí es la compulsión extraeconómica como forma de generación del excedente con la que intenta crear relaciones asalariadas. Con esto no se pretende negar que la primera haya tenido alguna existencia bajo diversas formas, lo que se afirma es que la segunda parece contar con mayores evidencias documentales y una visibilidad superior.

    Vayamos a la segunda de las formas: los arrendamientos forzosos. En primer lugar, se trata de arriendos: la entrega de una renta a cam-bio de la posibilidad de usufructuar una determinada extensión de tie-rras. Azcuy Ameghino, contrariamente a Jorge Gelman y Juan Carlos Garavaglia, no cree que exista una oferta de tierras ilimitada.23 Por lo tanto, no puede hablarse de la existencia de un campesinado indepen-diente. Hasta aquí tenemos los arrendamientos, que no evidencian nin-gún modo de producción particular y que, más bien, son formas predo-minantes bajo el capitalismo o señalan una transición hacia él. Azcuy tiene en claro que no cualquier arrendatario es un siervo y por lo tanto establece una distinción. Por un lado están quienes arriendan con el objetivo de obtener una ganancia, a los que llama campesinos acomoda-dos. Por otro quienes arriendan para subsistir y/o legalizar su presencia en los campos y evitar la expulsión. Conforman este segmento los cam-pesinos jornaleros y los campesinos pobres. La diferencia es que los primeros suelen conchavarse estacionalmente.

    ¿Por qué los arrendamientos son caracterizados como forzosos? Azcuy remarca la falta de una producción manufacturera y de acceso a la pequeña propiedad determinó que los productores directos debieran forzosamente entrar en relaciones de arrendamiento. Dicho por el mis-mo autor:

    23Véase Azcuy Ameghino, Eduardo: La Otra Historia, Imago Mundi, Buenos Aires, 2002, cap. V, “¿Oferta ilimitada de tierras? Un análisis de caso: Navarro, 1791-1822”.

    “No pudiendo accederse a la propiedad y no ‘queriendo’ instalarse en los terre-nos realengos inmediatos a la frontera con el indio (y careciendo de alternativas a trabajar la tierra), el arrendamiento y el agregamiento resultan forzosos, debido a la presencia de ‘señores del suelo’ que para permitirle al productor directo laborar la obtención de subsistencia, le imponen un pago en especie o le exigen prestaciones. Lo transforman en obligado ‘feudatario’ al que ‘fuerzan’ a entregar plustrabajo.”24

    Pero, entonces, no se trata de una compulsión del aparato político a la entrega de una renta, sino la compulsión puramente económica al arrendamiento. Bajo el feudalismo, el campesino está forzado a ads-cribirse a la tierra por la propia legislación que, de hecho, no separa al siervo de la tierra. De allí que el derecho de tierras sea el derecho sobre los hombres. En el Río de la Plata, el campesino entra en relaciones de arrendamiento o agregación porque se le impide establecerse como pro-ductor independiente.

    Por último, los cargos de policía y justicia rurales están en manos de hacendados, pero no todos los hacendados tienen poderes policia-les o judiciales. Es decir, la condición de hacendado no es sinónimo de poder político, como en el feudalismo. En términos más específicos: la Alcaldía de Hermandad no constituye un título de nobleza, la catego-ría de “hacendado” no le confiere a su portador ninguna prerrogativa política particular. El cargo de alcalde no es hereditario, sino venal, y en muchos casos los hacendados rehúsan a semejante carga. Recordemos que la venalidad de los cargos es una forma burguesa de acceso a la administración.

    El examen de las principales hipótesis que presentan los trabajos más avanzados sobre el problema permite descartar la existencia de una sociedad basada en un campesinado independiente y en la configura-ción de relaciones reciprocitarias. Por el contrario, la documentación evidencia mecanismos de acumulación sobre la base de la explotación de trabajo ajeno.

    Estas relaciones de explotación no parecen tener características feu-dales debido a la inexistencia de una nobleza y de un campesinado. Si bien podría aceptarse la existencia de relaciones de producción coacti-vas, como la esclavitud o ciertas formas de coacción a algunos peones. En general, predominan relaciones asalariadas donde el peón, el agre-gado o el arrendatario tienen la posibilidad de abandonar las tareas y la compulsión a entrar en relaciones de explotación tendría un componen-te más económico. Así, la evidencia parece responder a la existencia de una burguesía agraria que estaría comenzando a reproducir incipientes

    24Azcuy Ameghino: op. cit., cap. IX, p. 340 (cursivas en el original).

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    relaciones capitalistas, obstaculizadas por la subordinación de la forma-ción económico social al modo de producción feudal. Podemos sostener, en forma hipotética, que el hacendado es la forma histórica que asume el surgimiento de la burguesía agraria y que el “labrador” no es más que una forma de una pequeña burguesía o burguesía pequeña en el mismo ámbito.

    ¿Una sola clase de comerciantes?

    En éste acápite intentaremos una aproximación a las relaciones socia-les que se esconden detrás de la figura de comerciante, en el período colonial. En particular, discutiremos dos hipótesis. La primera afirma que los caminos al ascenso hacia el gran comercio están abiertos a toda la población. La segunda, que hay una única clase de comerciantes y que su segmentación sólo puede realizarse de acuerdo a su tamaño. Como nos interesa discutir las características de los comerciantes de Buenos Aires, no reseñaremos los debates sobre los comerciantes en el resto de América.

    Movilidad social

    La hipótesis del libre ascenso se basa en la concepción de que en el Río de la Plata, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, se conforma una sociedad abierta. Así, cualquiera podría acumular las riquezas sufi-cientes como para constituirse en comerciante habilitado. La principal exponente de esta hipótesis es Susan Socolow. Sin embargo, la propia evidencia que exhibe su estudio parece refutar estas afirmaciones.

    Si observamos el ascendiente de los grandes comerciantes de Buenos Aires obtenemos el cuadro 4 (véase al final). Como vemos en el cuadro, el 37% de los comerciantes es hijo de comerciantes, el 27% de burócra-tas del gobierno y el 22% de pequeños terratenientes europeos: los datos aparentarían afirmar que los comerciantes provienen de la clase domi-nante del sistema feudal español. Al mismo tiempo, reconoce que “pare-cería que los hijos de artesanos, los trabajadores manuales y los obreros no especializados generalmente no se hacían comerciantes, porque les faltaba la educación rudimentaria y las pequeñas sumas de capital para inversiones que se necesitaban para comenzar una carrera mercantil”.25 Otros datos poseen más peso que estas conjeturas. ¿Cuántos grandes comerciantes provienen del comercio minorista?: sobre 178 mayoristas,

    25Socolow: op. cit. p. 27.

    sólo 24, es decir el 13 % del total.26 Los datos aportados por las inves-tigaciones de Gelman y Galmarini apoyan estas sospechas. El primero caracteriza a Domingo Belgrano Pérez como uno de los comerciantes más ricos de todo el Virreinato: un patrimonio neto de 370.686 ps. 5 5/8 rl. lo ubican apenas por detrás del comerciante más rico, Segurola (395.077 ps). ¿Cómo un “modesto inmigrante” se transformó en un gran comerciante? El primer dato aportado por Gelman pone en duda que Belgrano Pérez sea un “modesto inmigrante”: “oriundo de Oneglia, en Italia, de una familia de cierta importancia allí desde hacía muchas generaciones”.27 Una familia “de cierta importancia” desde varias gene-raciones atrás, en el mundo feudal europeo, parece referirse a una fami-lia acomodada, poco “modesta”. En segundo lugar, cuando hacia 1750, decide emigrar a Cádiz, desde allí parte a Buenos Aires con licencia real. Otro dato que nos habla de una situación de privilegio, ya que no dema-siados accedían, sobre todo teniendo en cuenta su condición de extran-jero, a obtener una licencia real para comerciar en el Nuevo Mundo. Ya en Buenos Aires obtiene su “carta de naturaleza”, que le permite trans-formarse definitivamente en un comerciante legal. Por su parte, el traba-jo de Hugo Galmarini afirma directamente que Tomás Antonio Romero ya pertenecía a la clase dominante feudal: proveniente de Andalucía “con casa poblada en Moguer, su patria y en Sevilla donde existe su familia, siendo uno de los principales hacendados contribuyentes”.28 Por lo tanto, según la propia evidencia de los estudios más importantes, no puede sostenerse la movilidad social ni el abierto ascenso de diferentes miembros de otras clases a la categoría de comerciante.

    Tampoco puede afirmarse una “multiimplantación” de los comer-ciantes. En su trabajo, Socolow afirma que los comerciantes invertían en quintas. Mientras algunas no valían más de 4.000 ps, otras supe-raban los 20.000. Pero, al promediar estas inversiones al conjunto de los comerciantes (lo que equivaldría a una especie de “inversión per

    26Tampoco nos queda del todo clara la posición de Socolow con respecto a la posibi-lidad real de ascender socialmente ya que, en oportunidades, afirma que “los ejem-plos de movilidad social ascendente entre los comerciantes son legión” (Socolow, op. cit. p. 37), pero, en otras ocasiones, afirma que “este movimiento de mercader a comerciante estaba lejos de ser universal, ya que la gran mayoría de los minoristas permanecían en la misma ocupación durante toda la vida o abandonaban total-mente la vida comercial” (Socolow, op. cit. p. 33).27Gelman, Jorge: De mercachifle a gran comerciante. Los caminos del ascenso en el Río de la Plata colonial, UNIARA, España, 1996, p. 25.28Galmarini, Hugo: Los negocios del poder. Reforma y crisis del estado 1776/1826, Buenos Aires, Corregidor, 2000, p. 53.

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    cápita”) no nos permite observar si existen comerciantes que invierten una mayor cantidad o si sus ganancias provienen de estas actividades. Esta metodología la lleva a menospreciar un dato importantísimo: “solo 14 comerciantes de la ciudad eran estancieros activos”.

    Comerciantes feudales y comerciantes capitalistas

    Nos enfrentamos, en este punto, con un segundo problema: ¿eran los comerciantes una sola clase social o este término esconde a dos cla-ses diferentes? La historiografía dominante tiende a sostener que los mercaderes no suelen especializarse y que podían invertir en una u otra empresa. Todos estaban inscriptos en el listado oficial y comerciaban con Cádiz. Algunos tenían fincas y producían trigo o cuero. Era cues-tión de preferencias y mentalidades. Así, la revolución se encontró con que unos tenían actitudes más flexibles que otros. El sistema, entonces, sería un conglomerado de redes interconectadas, cuya base sería el ego.29 Estas investigaciones, si bien tienen la ventaja de trabajar casos parti-culares, desatienden el mecanismo social que determina las relaciones. En primer lugar, los estudios se prolongan más allá del régimen colo-nial, por lo que supone que esas redes no habrían entrado en crisis.30 En segundo lugar, no se observan conflictos internos que excedan las ambiciones individuales. Por lo tanto, no pueden explicarse las confisca-ciones y los enfrentamientos políticos que ponen a los comerciantes en uno u otro bando.31 Al jerarquizar las mentalidades por sobre los meca-nismos concretos de funcionamiento económico, pierden de vista los problemas objetivos.32

    29Moutoukias, Zacarías: “Power, corruption, and comerce: the making of the local administrative structure in 17th century Buenos Aires”, en Hispanic American Review, 1st trimester 1989 y “Negocios y redes sociales, Modelo interpretativo a partir de un caso rioplatense (siglo XVIII)”, Caravelle, Nº 67, Université Touluse-Le Mitrail, 1997.30Socolow, Susan: Los mercaderes... op. cit. e Irigoin, María Alejandra y Schmit, Roberto (ed.): La desintegración de la economía colonial. Comercio y moneda en el interior del espacio colonial (1800-1860), Buenos Aires, Biblos, 2003.31Gelman, op. cit.32Galmarini, op. cit. y Jumar, Fernando: “El Río de La Plata y sus relaciones atlán-ticas durante el siglo XVIII”, en XIV Jornadas de Historia económica, Córdoba, 1994 y “Uno del montón: Juan De Eguía, vecino y del comercio de Buenos Aires. Siglo XVIII”, en Terceras Jornadas de Historia Económica, Asociación Uruguaya de Historia Económica, Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003.

    Ahora bien, es cierto que todos los comerciantes tienen vínculo con Cádiz, pero se trata de una imposición necesaria para comerciar. Resulta un beneficio inmediato en tanto permite la continuidad de las ganan-cias y evita la sanción del Estado. Sin embargo, de allí no puede deducir-se inmediatamente que el monopolio constituya el mecanismo de repro-ducción preferencial ni el proyectado. En particular, porque aún dentro de este comercio hay un circuito que asigna mayor peso a la salida de metálico contra los efectos de Castilla y otro que privilegia el comercio de cueros. Este último, constituye una vía de desarrollo de los intereses contrarios al monopolio.

    Luego de 1778, se desarrolla en el Río de la Plata una creciente dis-puta por estos dos puntos: el monopolio y el comercio de cueros. El primero, más solapado. El segundo, más abierto. La crisis, sin embar-go, pondrá la primera cuestión como elemento principal. La evidencia de estos enfrentamientos, en particular en el Consulado, resulta suma-mente abundante y fue tratada por autores de diversas corrientes.33 Sin embargo, la conclusión de todos los estudios fue similar: las fuentes muestran un combate entre un grupo ligado al monopolio y otro liga-do a la apertura comercial y al tráfico de cueros. Entre los primeros se hallan los grandes consignatarios de las casas de Cádiz como Martín de Álzaga, Diego de Agüero, Miguel Fernández de Agüero, Gaspar de Santa Coloma y Joaquín Arana, Jacobo Varela y Juan Esteban de Anchorena, entre los más importantes. Del otro lado, encontramos a Francisco y Antonio Escalada, Antonio de las Cagigas, Agustín Wright y Manuel Belgrano, entre otros. Curiosamente, los primeros van a encontrarse en el bando contrarrevolucionario y algunos serán expropiados y hasta

    33Véase Tjarks, Germán: El consulado de Buenos Aires y sus proyecciones en la historia del Río de la Plata, 2 volúmenes, Buenos Aires, UBA-FFyL, 1962.; Mariluz Urquijo, José María: “Solidaridades y antagonismos de los comerciantes de Buenos Aires a mediados del setecientos”, en Investigaciones y Ensayos, n° 35, Buenos Aires, 1987; Street, John: Gran Bretaña y la Independencia del Río de la Plata, Buenos Aires, 1967. También fue abordado con abundante documentación por autores marxistas como Azcuy Ameghino. Véase Azcuy Ameghino: La Otra Historia, op. cit., en especial el capítulo 1.

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    ejecutados por el gobierno revolucionario.34 Los segundos, en cambio, formarán parte del personal revolucionario. Reconstruir el conjunto de los enfrentamientos sería redundante y caería fuera del objetivo de esta tesis. Puede recurrirse, sin embargo, a la abundante bibliografía que des-de comienzos del siglo XX se ha dedicado a reseñar este fenómeno. En ese sentido deberíamos poder distinguir dos tipos de comerciantes: los primeros están más comprometidos con el monopolio, los segundos, con los pedidos de comercio libre y con la producción agropecuaria.

    Nuestra hipótesis general, en este sentido, es que esa división corres-ponde a una naturaleza de clase distinta. Los monopolistas pertenecen a una clase social que acumula por la vía de la enajenación de la ganan-cia por la vía de la circulación. Esta enajenación tiene como premisa una prerrogativa política y, por lo tanto, se conforma como una forma de renta. Las ganancias se giran a Cádiz y reproducen el feudalismo. El segundo grupo, el partidario del libre cambio, tiene, en su mayoría, pro-piedad de ganado y/o tierras e intenta desarrollar la producción de cue-ros. Por lo tanto, busca una estrategia librecambista. Eso no quiere decir que no puedan ser agentes de alguna casa de Cádiz, ya que el sistema impone tales mecanismos. Sin embargo, se observa en ellos intentos por desprenderse de tales imposiciones. Se trata de comerciantes netamente burgueses, es decir, que procuran el desarrollo de relaciones capitalistas en la región.

    Peones, jornaleros y artesanos

    Numerosas investigaciones han tratado el problema de la pobla-ción en la ciudad. Numerosos son, también los trabajos sobre la pobla-ción negra y esclava. Se destacan aquellos dedicados a la burocracia o al comercio. Sin embargo, los estudios sobre las formas de trabajo no esclava (“libre”) de la población española no parecen haber producido un corpus bibliográfico a la altura del problema. Repasaremos aquí los principales debates.

    34Véase Galmarini, Hugo: “El rubro ‘pertenencias extrañas’: un caso de confisca-ción a los españoles de Buenos Aires (1812)”, en Cuadernos de Historia Regional, Eudeba y Universidad Nacional de Luján, Luján, 1985; Canter, Juan: “El año XII, las asambleas generales y la revolución del 8 de octubre”, en Levene, Ricardo (dir.): Historia de la Nación Argentina, El Ateneo, Buenos Aires, 1941, vol. V, segunda sec-ción; García, Cecilia: “‘Los enemigos de nuestra manifiesta causa’. Organización y acción política contrarrevolucionaria, 1776-1812”, en Razón y Revolución, n° 14, invierno de 2005.

    En general, los estudios han abordado el problema bajo dos prismas diferentes. En primer lugar, en tanto producción urbana, se han pregun-tado por qué no se desarrolló una industria. En segundo, sobre la condi-ción estamental o liberal de este tipo de trabajo. La mayoría ha utilizado el término “industria”, “manufactura” y “artesanía” sin delimitar exacta-mente a qué se refieren.

    En general, hablamos de industria a partir del desarrollo de relacio-nes sociales capitalistas. En particular, se utiliza para designar el régi-men específico de Gran Industria, en el cual el capital ha logrado la sub-sunción real del trabajo mediante el sistema de máquinas. Manufactura sólo debería ser utilizado para especificar un período de relaciones capi-talistas donde la subordinación al capital es formal, pues aún se conser-van elementos subjetivos en el proceso de trabajo. El término “artesano” remite, entonces, a la producción reglada propia del sistema feudal.

    En sus primeras investigaciones, Tulio Halperín Donghi lanzó una serie de hipótesis para guiar los trabajos sobre la producción urbana:

    “En el Litoral, la población urbana no vinculada con la nueva economía de mer-cado no logra -tal como ocurre en el Interior- desarrollar actividades al margen de ésta, es inútil buscar aquí por ejemplo tejeduría doméstica. La plebe sin oficio, con-sumidora en escala mínima, no es productora. El hecho es encontrado justamente alarmante, pero resulta difícil corregirlo. Al lado del desprestigio de las posiciones subalternas dentro de los oficios –identificadas con la mano de obra esclava- pesa la relativa facilidad de la vida, que permite subsistir de expedientes si se renuncia a satisfacer necesidades que no sean elementales.”35

    El paisaje urbano, por lo tanto, desarrollaba un escenario poco pro-penso para la producción, pero sí para las clientelas políticas:

    “Esa abundancia de pobres ociosos –característica de Buenos Aires y de casi todos los centros urbanos del Litoral- se continúa con una mala vida relativamente densa, que se teme, sobre todo, podría ampliarse en tiempos de crisis.”36

    A la vista de los trabajos que desde esa fecha a la actualidad han abordado el problema, estas tesis parecen haber perdido su vigencia. Examinemos más de cerca estos estudios.

    Un primer segmento se ubica en las investigaciones que priorizan el análisis demográfico, como un primer acercamiento a la población en general. Estos estudios constituyen la base de cualquier hipótesis sobre

    35Halperín Donghi, Revolución y guerra…, op. cit., p. 62.36Idem.

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    la economía de la ciudad. Sin embargo, vamos a concentrarnos sólo en las discusiones que se refieran a nuestro tema.

    César García Belsunce emprendió una labor colectiva de investiga-ción demográfica de la ciudad y la campaña de Buenos Aires.37 Para el caso de la ciudad, trabajó con las siguientes hipótesis: Buenos Aires es un modelo de ciudad-puerto. Se inserta en un medio agropecuario y tie-ne una baja capacidad de producción. Predomina en este período, en la ciudad, la familia nuclear.

    En sus estimaciones cuantitativas, García Belsunce calcula el número de 41.612 habitantes para 1810. De esa población, estima que el 75,64% se compone de habitantes libres, contra un 24,36% de población escla-va.38 La población en edad activa, masculina, ascendería a las 11.309 almas, de las cuales 9.031 declaran oficio u ocupación. Por lo que podría-mos decir que el 80% de la población permanece activa laboralmente. Una cifra que desmiente las consideraciones de Tulio Halperín Donghi. De ese porcentaje, García Belsunce intenta calcular la población que llama “trabajadores en relación de dependencia. Para ello, reúne a las categorías “aprendices”, “oficiales”, “peones”, “jornaleros”, “capataces” y “esclavos”. El resultado le da 4.228 personas, lo que hace a un 46,82% de la fuerza activa.39 El problema que observamos aquí es que quedan sin catalogar a aquellos que figuran simplemente como “zapatero”, sin especificar nada más. Ante esta situación, no necesariamente debemos inferir que se trata de un maestro o dueño de tienda, toda vez que el censista pudo haber omitido el lugar que ocupa en el establecimiento o éste pudo haber sido soslayado por el entrevistado. En cuanto a las rela-ciones sociales en las artesanías, García Belsunce comenta que de 43 panaderías existentes en la ciudad, 21 propietarios emplean a 247 escla-vos40, algo más de 10 por establecimiento. Asimismo, algunos carretille-ros emplean peones.41

    Susan Socolow y Lyman Johnson emprendieron un estudio ya clá-sico en torno a la demografía de la ciudad. 42 El trabajo en cuestión se dedica a analizar los aspectos más significativos del crecimiento de la población y economía urbana a finales del siglo XVIII. Efectivamente,

    37García Belsunce, Buenos Aires 1800-1830..., op. cit. 38Idem, p. 71.39Idem, p. 110.40Idem, p. 116. 41Idem, p. 117.42Johnson, Lyman y Susan Socolow: “Población y espacio en el Buenos Aires del siglo XVIII”, en Desarrollo Económico, nº 79, 1980.

    Buenos Aires sufre un crecimiento poblacional que va de 11.600 habi-tantes en 1744 a 42.540 en 1810. Este crecimiento tiene cuatro vertien-tes: la inmigración europea, la migración desde las provincias de arriba, los esclavos y el crecimiento vegetativo. Para los autores, el componen-te más importante parece ser la entrada de esclavos, que, entre lega-les e ilegales, calculan de 45.000 aproximadamente, entre 1742 y 1806. Esta entrada de esclavos no habría sido exclusivamente para satisfacer la demanda doméstica y laboral de las grandes explotaciones, ya que el trabajo señala la existencia de 3.064 esclavos en poder de “minoristas”. La segunda vertiente de importancia es la inmigración proveniente de España, que ocupa los puestos burocráticos y se hace cargo de las gran-des casas comerciales. En tercero, la migración del interior, que estaría compuesta por mano de obra poco calificada. Estas entradas, más la ocupación de esclavos para trabajo antes en manos libres, podrían haber provocado la huída al campo de un sector de la población.

    Así, los autores concluyen en que para fines del sigo XVIII, Buenos Aires no parece tener una población estable y permanente. Más bien, observan transformaciones periódicas como respuesta a las fluctuacio-nes y una gran movilidad demográfica. El balance que realizan es que la inmigración tuvo un impacto negativo sobre las oportunidades ocupa-cionales y sobre la movilidad social.

    El trabajo de Pedro Santos Martínez intenta ofrecer un panorama de lo que denomina “industria” en el conjunto del espacio virreinal, des-de la creación del virreinato hasta 1810.43 Su preocupación central es la falta de desarrollo de producciones urbanas en esta época. La respuesta que esboza a esta pregunta es que el principal obstáculo para las pro-ducciones urbanas es la política metropolitana que priorizó sus propias industrias y concibió a América como un mercado consumidor y una fuente de materias primas. Se trata de un trabajo que tiende a consig-nar las distintas producciones que se desarrollaron a lo largo del espacio virreinal y a concentrarse en los problemas que tuvieron para abastecer-se de materia prima o para acceder al mercado.

    Para el caso de Buenos Aires, destaca las industrias derivadas de la ganadería. En primer lugar, la sombrerera, que ocuparía un segundo puesto frente a la del Alto Perú. Mientras en el altiplano predominan los sombreros a base de vicuña y carnero, aquí parecen realizarse con pelaje de nutria. Estas manufacturas abarcan todo el proceso de fabricación y funcionaban con herramientas sencillas. Muestra cierta expansión

    43Santos Martínez, Pedro: Las industrias durante el Virreinato (1776-1810), Eudeba, Buenos Aires, 1969.

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    como la empresa de Juan Vázquez Varela, quien logra abrir una subsi-diaria en Montevideo, o la destacada de Francisco Alejandro Soulages, oriundo de los Países Bajos, que logra mezclas de lanas creando sombre-ros de factura equiparable a los de Europa en cuanto a su distinción.

    Sin embargo, el Reglamento de Libre Comercio de 1778, intentó ampliar las franquicias para la exportación de sombreros españoles y librar gravámenes para la exportación de lana a España. Esta última medida no tuvo éxito debido a los altos costos de transporte desde Potosí. Ante este panorama, el Ministro Gálvez emite una Real Ordenanza en 1784 en el que se ordena comprar toda la lana de vicuña a cuenta de la Real Hacienda, para arruinar los obrajes locales. Sin embargo, los fabricantes españoles no pudieron absorber toda la compra. En 1790 se derogó la Ordenanza de 1784, pero se emite otra en el que se prohíbe la matanza de vicuñas. Los fabricantes lograron vencer estas restricciones. Se consigna en estas producciones el trabajo libre y el esclavo, aunque no se analiza su proporción. Se destacó en Buenos Aires la fabricación de carbón, chocolate, manteca, madera y tabaco en polvo. Por último, la producción de curtiembres, sebo, jabón y grasa, derivadas de la activi-dad ganadera tuvo un importante despegue a fines del siglo XVIII.

    El trabajo describe una serie de producciones importantes en la épo-ca como la platería y la fabricación de zapatos. Asimismo, las mejoras aparecen como el producto de iniciativas individuales y los obstáculos parecen provenir de la voluntad de los legisladores y no de las condicio-nes materiales y las relaciones sociales en el propio Río de la Plata.

    Ricardo Levene, en cambio, tiene como preocupación el problema social que suscita la producción en Buenos Aires. En particular los con-flictos entre “poderosos y humildes”.44 Su hipótesis es que se produce una colisión entre intereses españoles, de tipo estamental, y formas de trabajo más democráticas. Las autoridades, por su parte, deben inter-venir en los conflictos que se producen entre los propietarios de las manufacturas y los trabajadores y consumidores. Su conclusión es que en Buenos Aires no pudieron desarrollarse las estructuras corporativo estamentales, debido a un espíritu democrático e igualitario que domi-naba en esta región. La sola excepción parece haber sido el Gremio de Plateros. Aunque establecido tardíamente, en 1788, parece asemejarse a los que todavía regían en Europa. Para poder abrir tienda propia había que demostrar el haber pasado 5 años como aprendiz y 2 como oficial, para luego superar el examen que lo convierta en maestro.

    44Levene: Investigaciones…, op. cit, p. 358.

    En su trabajo relata las vicisitudes que se producen a raíz del interés de los panaderos por subir los precios, acaparar la producción de trigo y vender menos peso que el indicado. Es el Cabildo quien comienza a regular la actividad obligando a una matriculación y a inspecciones.

    A diferencia de los plateros, la actividad relativa al calzado es utili-zada por Levene para demostrar la tónica general de igualitarismo. Los zapateros en calidad de vecinos intentaron constituir un gremio en 1788, a imagen de los plateros. Para ello elevan una requisitoria al Cabildo. En su reglamento, no se admiten extranjeros ni esclavos. El Cabildo corrige ese reglamento, estableciendo que deben aceptarse ambos. Los primeros, porque debía fomentarse la inmigración. Los segundos, por-que trabajaban para mantener a sus dueños. Así, se habría conformado una Junta General de Zapateros para votar autoridades. Según Levene, asistieron 106 zapateros, entre ellos morenos y mulatos que, de hecho, votaron. “Parecía tratarse de una asamblea social revolucionaria….”, opi-na el autor. Los vecinos van a volver a quejarse por estos resultados y en 1792 vuelven a la carga. El conflicto termina con la famosa alocución de Cornelio Saavedra en el Cabildo a favor de la libertad de trabajo. La conclusión de Levene es la siguiente:

    “Son éstos, como se observa, preciosos elementos para el estudio de la for-mación de las clases sociales y orígenes de nuestra democracia. Las pretendidas diferencias de clases que derivaban de diferencias de oficio, no tenían arraigo […] Había, pues, un sentimiento igualitario que se sobreponía a todos los perjuicios, y que hacía caso omiso de la ley y la tradición.”45

    El estudio, logra avanzar sobre las relaciones sociales y explica los fuertes obstáculos que encuentra la configuración estamental en Buenos Aires. Sin embargo, adolece de una serie de deficiencias. En pri-mer lugar, equipara a todas las entidades corporativas con gremios. Así, la organización de los plateros o los zapateros sería un fenómeno muy similar al Gremio de los Hacendados. En realidad, se trata de dos orga-nizaciones que tienen funciones distintas. La primera está destinada a regular el trabajo y las formas de explotación del maestro por sobre los aprendices y oficiales, así como las normas del posible ascenso. Es decir, comprende las relaciones entre diferentes clases, que conviven en el gre-mio. En cambio, el segundo aglutina a miembros de una misma clase: los propietarios de tierras y ganado. Su función es ejercer presión a las autoridades para lograr mejoras en su actividad.

    45Idem, p. 371.

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    Una segunda deficiencia es que pondera las relaciones igualitarias, pero no analiza las relaciones de explotación, ni las posibilidades reales que tiene un aprendiz o un oficial de ascender hasta llegar a maestro. Por último no ofrece datos que prueben la mayor o menor restricción real para poder abrir una tienda propia, ya sea por los obstáculos legales, ya sea por los económicos.

    El caso del fallido gremio de zapateros es el objeto del trabajo de Enrique Barba.46 En principio el autor marca las diferencias entre este oficio en Buenos Aires con respecto a su par europeo. Aquí, quienes tra-bajan en el calzado sufren cierto desprestigio, sus miembros no pueden aducir linaje alguno y cuentan con la competencia de gente de color. Por otro lado, en Buenos Aires los vínculos gremiales aparecerían más rela-jados y menos vinculados a la Iglesia.

    Barba reseña los primeros intentos de formar el gremio que datan de 1779. Los maestros habrían denunciado que no hay restricciones a la apertura de tiendas. El Cabildo hace lugar y en 1780 dicta un Reglamento. Sin embargo, el gremio no se constituyó. En 1788, en casa de Azcuénaga se dicta un nuevo reglamento, con la oposición de Tomás Antonio Romero. Barba juzga que se trató de una serie de normas libe-rales para la época. Desde ese momento se desatan conflictos en torno a dos puntos. El primero es la participación de extranjeros, posición sostenida por José Martínez de Hoz, contra el exclusivismo español, sos-tenido por Romero. En segundo lugar, la incorporación e intervención en la elección de pardos y morenos. El primer problema va a ser parcial-mente resuelto con la incorporación de extranjeros al gremio y su capa-cidad de designar dos diputados. El segundo problema, sin embargo, no habría terminado de resolverse. Ante la erección de un gremio exclusivo de “blancos” en 1792, los pardos y morenos exigen crear el suyo propio, lo que es denegado en 1799, aunque no se les puede prohibir ejercer la profesión. La hipótesis, en este caso, es la misma de Levene: la condición igualitarista y liberal de Buenos Aires. Prima aquí una visión menos eco-nómica y más institucional del problema.

    A similar conclusión arriba Lyman Johnson en su estudio sobre el gremio de plateros. Su interés no es delinear las formas de acumulación, sino las estrategias utilizadas por los maestros para lograr cierto status social. Luego de examinar el fracaso de los maestros plateros de estable-cer prerrogativas estamentales. Johnson concluye que:

    46Barba, Enrique: “La organización del trabajo en Buenos Aires colonial: Contribución de un gremio”, en Labor del Centro de Estudios Históricos, La Plata, 1942/3.

    “Los vehículos tradicionales para acceder al status de miembro de la clase de artesanos urbanos estuvieron ausentes en Buenos Aires. Los artesanos fueron inca-paces de conseguir un status a sus miembros en fuertes gremios y cofradías. Aún la limitada comunidad de artesanos, como los maestros fueron incapaces de proteger su status marginal por la vía de hacer cumplir una disciplina jerárquica que limi-tase el reclutamiento y la movilidad de categoría en sus oficios. El status, entonces, era un logro individual conseguido en términos materiales.”47

    En estas conclusiones, sigue aún sin quedar del todo claro a qué se refiere con “términos materiales”. Las leyes o la violencia pueden ser tan materiales como el dinero. El texto no profundiza cómo es que se podía obtener ese “status”.

    Los trabajos de Mariluz Urquijo sobre los gremios también llevan la preocupación central sobre la ausencia de un desarrollo “industrial” en un período que muestra signos de expansión económica e intelectual.48 La respuesta principal que esboza el autor es la ausencia en el Río de la Plata de una tradición industrial como en Europa y una deficiencia en el nivel técnico. A este resultado habría contribuido el monopolio, ya que habría liberado a los industriales de la competencia con los países más avanzados. Así, las Invasiones Inglesas abren un proceso de pene-tración británica que culminará en la ruina de las industrias. Las razón principal, para el autor, es la diferencia en el nivel técnico. Sin embar-go, la situación en Europa, sumada a las invasiones, trae una coyuntu-ra particular que Mariluz Urquijo califica de “dumping involuntario”. Efectivamente, a la corriente histórica del comercio inglés que traba-jaba al menudeo, se agregaría luego de 1806 una serie de comercian-tes “improvisados” que intentan buscar nuevos mercados, producto del bloqueo continental napoleónico. Esta segunda corriente impulsa una saturación del mercado y, por ende, un abaratamiento de las mercan-cías. A excepción de la sombrerera y del calzado.

    En cuanto a las características de los que denomina “empresario”, se advierte que la mayoría son extranjeros, debido al raquitismo de la industria local. En general, el emprendedor debía reunir capital o inicia-tiva. Su función consistía en la organización de un taller colectivo del que era propietario. Los trabajadores de estos talleres podían despren-derse e instalar el suyo propio, toda vez que hubieran reunido suficiente

    47Johnson, Lyman: “The Silversmiths of Buenos Aires: A Case Study in the Failure of Corporate Social Organization”, en Journal of Latin American Studies, Vol. 8, No. 2, Nov., 1976.48Véase en particular Mariluz Urquijo, José: La industria sombrerera porteña 1780-1835, Instituto de Investigaciones de la Historia del Derecho, Buenos Aires, 2002.

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    capital y experiencia.49 Los talleres podían ser individuales o colectivos y no se utilizaban herramientas sofisticadas, para el caso de la fabrica-ción de sombreros.

    La pequeñez del mercado determinaba una escasa acumulación. Una vez hecha ésta, la inversión parecía drenarse hacia las estancias. Así, la manufactura se convertiría, más bien, en una actividad transitoria y sus dueños no gozarían de la consideración que podían ostentar los estan-cieros, comerciantes o sacerdotes.

    La mano de obra se divide en esclava y libre. La primera ofrecía mayor estabilidad. Sin embargo, el autor es de la opinión que la mano de obra libre producía una mayor utilidad.50 En primer lugar, porque la mano de obra esclava era poco calificada, ociosa e indisciplinada. Por otra parte, porque en períodos en que la producción disminuye el escla-vo se transforma en un gasto poco redituable, en el mejor de los casos, o en una fuente de mayor indisciplina, en el peor. En cambio, la mano de obra libre ofrece una mejor preparación y disposición y se la puede despedir en cuanto no se la necesite. Ciertamente, el trabajo libre tam-bién muestra sus dificultades. En primer lugar, la inestabilidad. El tra-bajador puede irse en busca de un mejor empleo, así como para instalar su propia tienda, si ha ahorrado lo suficiente. Los trabajadores de las manufacturas, según Urquijo, se utilizaban también para la siembra y la cosecha.51 Esta serie de problemas le daban una extrema fluidez a la mano de obra, lo que se convirtió en un factor de retraso industrial. El pago, según el autor, era mayor al de Europa. Por ejemplo, se cita una presentación de Varangot, Legrand y Sarratea de 1815, en la cual mues-tran que en Francia un trabajador gana 2 reales sin manutención y aquí gana 8, en las mismas condiciones.52

    Si bien Urquijo no analiza las relaciones sociales que permiten el desarrollo de la actividad, su trabajo presenta un panorama más com-pleto sobre los trabajadores urbanos no esclavos, aunque se ciña al caso de la fabricación de sombreros. Vemos aquí una combinación de trabajo esclavo con uno libre y una movilidad de este último poco común en la producción artesanal. Cabe retener el dato de la utilización de pro-ductores urbanos en faenas agrarias. Muchos de los que en los censos aparecen en la ciudad como “jornaleros” o “peones”, pueden constituir, en realidad, una infantería ligera. Es decir, población sin empleo fijo y

    49Idem, p. 110. 50Idem, p. 131.51Idem, p. 172.52Idem, p. 169.

    sin medios de producción o vida suficientes para su reproducción. Así oscilan entre diferentes ocupaciones, más o menos estacionales, en las que se requiera mano de obra. Pueden alternar, asimismo, el trabajo en la ciudad con el de la campaña. Pero también, por lo que deja traslucir Urquijo, existen amplias posibilidades de ascenso social en el término de la misma generación. Por lo que la desposesión es aún relativa, toda vez que el trabajador puede adquirir un saber y con pocos elementos puede instalar una tienda. Claro que el tamaño del mercado, y poste-riormente la competencia inglesa, podrían no permitir la proliferación de estos casos.

    El marxismo ha intentado abordar el problema a través del historia-dor alemán Manfred Kossok.53 El planteo más general corresponde a un contexto en la América colonial en el cual se enfrentan dos impulsos excluyentes. En primer lugar, el peso de las trabas feudales. En segundo, las influencias económicas exteriores. Así en cada una de las regiones esta combinación dio un resultado diferente. En cualquier caso, las arte-sanías tenían un peso menor en la economía y en la sociedad criolla. Según estas coordenadas, en América, la burguesía comercial manufac-turera sólo habría tenido un atisbo de desarrollo en la región del Perú y en México, sobre todo durante el siglo XVII, a partir de la disminución del comercio con la metrópoli.

    El trabajo otorga a los gremios un lugar intermedio en las contradic-ciones sociales, enfrentado a peones, jornaleros y esclavos, pero también a la aristocracia y a la alta burguesía comercial. A los primeros, por-que intenta mantener la exclusividad de la producción y la venta. A los segundos porque busca influir en el poder político y evitar la introduc-ción de elementos capitalistas contrarios a su organización productiva. Sobre esta segunda cuestión, los gremios han pugnado por su incorpora-ción a la escala de rangos jerárquicos. Así los gremios habrían elaborado sus propias distinciones. Los zapateros, en cambio, habrían sido vistos como portadores de “oficios bajos”. En cuanto al primer punto, Kossok señala que los maestros gremiales tenían como objetivo mantener a la población de castas como reservorio de mano de obra, así como también limitar la competencia.

    En general, se consigna aquí un retraso importante en las manufac-turas rioplatenses, que presencian ciertos avances en la segunda mitad del siglo XVIII. En su relevo de oficios y castas, Kossok comprueba la

    53Kossok, Manfred: El Virreinato del Río de la Plata, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.

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    preponderancia del elemento “español”, seguido por el “mulato”.54 En cuanto a los oficios, se observa un predominio de los zapateros, con 24