primeras batallas antiimperialistas

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A principios del siglo XVI llegaron masivamente los europeos al continente llamado hoy americano, para apoderarse del territorio y esclavizar a los pueblos que ahí vivían con el fin de acumular riquezas y poder, además de saciar la codicia de monarcas, financistas y grandes negociantes de Europa.

Primeras batallas antiimperialistas

Colección BICENTENARIO

Correo del OrinocoAlcabala a Urapal, edificio Dimase, La Candelaria, Caracas-Venezuela.www.correodelorinoco.gob.ve

Diagramación y montajeIngrid Rodríguez, Luis Cardozo

Guión Michel Bonnefoy

CorrecciónFrancisco Ávila

IlustraciónOmar Cruz

Depósito legal: lf2692011320912Rif: G-20009059-6

Marzo, 2011Imprenta Nacional y Gaceta Oficial.Impreso en la República Bolivariana de Venezuela.

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Empezó entonces una larga y sangrienta lucha de resistencia a la ocupación por las distintas civilizaciones invadidas, desde Guaicaipuro hasta los mapuches en huelga de hambre hoy en el sur de Chile, pasando por la batalla que libra Evo Morales en Bolivia o la que libró Tatanka Iyotake (Toro Sentado) en el Norte de Estados Unidos.

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No satisfechos con la explotación de los indígenas, los invasores trajeron esclavos de África para abaratar los costos de saqueo de las riquezas del continente, siempre con el único fin de enriquecerse y financiar fiestas y guerras en Europa, nunca para desarrollar la economía local.

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Centenares de barcos cargados de oro, plata y otros productos codiciados en Europa salían de América y regresaban con soldados y nuevos colonos para apoderarse de más tierras de los pueblos originarios.

Pasaron los siglos y los criollos empezaron a entrar en contradicción con las potencias extranjeras, algunos por intereses económicos antagónicos al monopolio de los europeos sobre las exportaciones y el comercio, otros bajo la influencia de otros procesos políticos y un pensamiento progresista de libertad e independencia.

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No todos los criollos pensaban igual. Incluso entre aquellos que se oponían al dominio europeo existían contradicciones. Había quienes aspiraban a ganar espacios económicos y políticos sin dejar de pertenecer a la corona, mientras otros hablaban de independencia y por lo tanto de enfrentamiento frontal con las tropas del imperio.

Las comunicaciones en la época eran lentas y difíciles, sin embargo en toda América se desarrollaron casi simultáneamente las mismas rebeliones y el mismo deseo de independencia. Prueba de que era una necesidad histórica en el desarrollo de los pueblos, como lo es hoy el deseo de esos mismos pueblos en esta parte del continente de independizarse del dominio de un nuevo imperio.

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En la América hispana, hace 200 años se lograron las primeras victorias en el enfrentamiento con la monarquía española. Sin embargo, mientras unos se rebelaban contra los ocupantes porque representaban un trono usurpado por Napoleón, otros entendían el movimiento emancipador como una liberación del yugo español, fuese ése “legítimo” o usurpado por los franceses. No existían los países actuales sino una

división administrativa impuesta por el imperio, que no tomaba en consideración las realidades históricas y culturales de los pueblos que habitaban ese vasto territorio. Pero todos eran víctimas de las mismas injusticias y los mismos atropellos de los representantes de la corona.

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Algunos líderes de la lucha independentista visualizaron la posibilidad histórica que les ofrecía la hermandad natural que nacía entre las víctimas de un enemigo común y lucharon por unir aquellos pueblos y sus representaciones políticas en grandes naciones unidas por un mismo objetivo: crear un estado libre y soberano.

Los intereses de los distintos componentes sociales que integraban esa fuerza que se alzó contra el dominio español se traducían en diferentes visiones de país, de nación, de estado, de modelo económico y de sistema político. La idea de independencia no era la misma para todos. Mientras unos se veían como representantes “independientes” de los poderes económicos españoles, otros consideraban que la independencia debía ser total para desarrollar sus propias fuerzas productivas que negociarían libremente con Europa.

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También había quienes consideraban el momento oportuno para cambiar las relaciones de trabajo y muy pronto proclamaron la abolición de la esclavitud.

En Venezuela, los criollos eran víctima de las normas impuestas por los españoles, algunas de las cuales denunció posteriormente Simón Bolívar en su carta de Jamaica: “…restricciones chocantes; tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad; las trabas entre provincias y provincias americanas para que no se traten, entiendan, ni negocien…”

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La primera rebelión tuvo lugar en 1749 y estuvo encabezada por un cultivador de cacao que se alzó contra la compañía Guipuzcoana (empresa monopólica representante de los intereses españoles), pero fue rápidamente sofocada.

Años después, en 1795, en la serranía de Coro, hubo un segundo levantamiento liderado por Chirino, un zambo hijo de india y de esclavo negro, quien junto con otros esclavos asaltaron varias haciendas e intentaron tomar la ciudad de Coro. Los ideales de su rebelión eran la liberación de los esclavos, la igualdad de las clases sociales y la supresión de los privilegios. La Real Audiencia lo condenó a muerte y fue decapitado en Caracas.

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En 1798, Gual y España, inspirados por la revolución francesa y partidarios de una república, al grito de “Viva el pueblo soberano y viva el pueblo americano”, constituyeron un movimiento multirracial contra el poder español y por la “Revolución del Pueblo Americano”, en nombre de la igualdad de los hombres y la libertad de la patria. Contaron con el apoyo de Francia e Inglaterra, quienes buscaban debilitar el imperio español. Pero el levantamiento no prosperó y ambos murieron por su causa.

En 1806, Francisco Miranda, luego de obtener un apoyo moderado de las autoridades norteamericanas, zarpó de Nueva York hacia Haití, donde Jean-Jacques Dessalines lo ayudó a completar la expedición con la que se presentó en las costas venezolanas, con la bandera tricolor flameando por primera vez en el mástil del Lander. En esa ocasión fue derrotado por las tropas españolas, pero pocos meses después logró desembarcar en la Vela de Coro.

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Entretanto, en 1808, los franceses, bajo el mando de Napoleón, invadieron España, depusieron al rey y entronizaron en su lugar a José Bonaparte, hermano del emperador.

Muchos criollos se negaron a reconocer a las nuevas autoridades a quienes acusaban de ser representantes de un usurpador del trono.

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El 19 de Abril de 1810, un grupo de criollos caraqueños aprovechó la excusa de que en España estaba mandando un francés, para convocar una reunión del cabildo y proclamar un gobierno propio, hasta que le fuese restituido el trono a Fernando VII. Se formó entonces la “Junta Suprema de Caracas” que liberó el comercio exterior y prohibió el tráfico de esclavos negros.

Emparan, Capitán General, intentó manipular al pueblo para obtener la presidencia de la Junta, pero el pueblo había alcanzado un alto nivel de conciencia política y frustró la maniobra.

El 2 de marzo de 1811, al instalarse el primer congreso de Venezuela, el pueblo soberano le arrebató un espacio de poder a la corona española. Nombró a los tres miembros del poder ejecutivo y adelantó reformas en el poder judicial.

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A pesar de la oposición de un grupo de indecisos, Bolívar, Miranda y la Sociedad Patriótica lograron que triunfara por abrumadora mayoría la procedencia de declarar la independencia. Para presionar a los timoratos organizaron asambleas de calle y diversas reuniones, en una de las cuales Bolívar declaró que “¿Trescientos años de calma no bastan?”.

El 5 de Julio de 1811 se declaró solemnemente la Independencia. La gente salió a las calles para celebrar ese inmenso logro, mientras los diputados redactaban el acta. El domingo 14, una vez el acta publicada, se proclamó la independencia en una gran fiesta popular.

Nadie pensaba ya en la defensa de los derechos de Fernando VII.