Las políticas forestales y de conservación y sus impactos sobre las ...

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A lo largo del siglo XX el uso de los recursos forestales fue un tema de permanente debate. La polémica en torno al manejo de los bosques no ha dejado de ocupar a distintos sec- tores de opinión y del gobierno. Las políticas que afectan la gestión fores- tal han tenido un carácter fuertemen- te centralizado, ha sido el gobierno federal el que ha decidido cuándo, cómo y quiénes deben manejar los bosques. Durante el siglo XX los due- ños de los bosques vieron ir y venir Las políticas forestales y de conservación y sus impactos sobre las comunidades forestales* Leticia Merino Pérez** * Este trabajo obtuvo el 2 o lugar del VI Premio Estudios Agrarios 2001. ** Actualmente es investigadora del Centro Regional de Investigación Multidisciplinaria de la UNAM. Bajo un estilo de gobierno paternalista, el gobierno mismo puede convertirse en una forma de propiedad privada. Si se asume que la soberanía reside en un solo centro de poder, entonces el ejercicio político pasa a ser una simple cuestión de quien ejerce ese poder, o quien “posee” esa oficina... entonces incluso un orden democrático liberal se transfor- ma en una forma de tiranía (McGinnis, 1999:16)

Transcript of Las políticas forestales y de conservación y sus impactos sobre las ...

A lo largo del siglo XX el uso de los

recursos forestales fue un tema de

permanente debate. La polémica en

torno al manejo de los bosques no

ha dejado de ocupar a distintos sec-

tores de opinión y del gobierno. Las

políticas que afectan la gestión fores-

tal han tenido un carácter fuertemen-

te centralizado, ha sido el gobierno

federal el que ha decidido cuándo,

cómo y quiénes deben manejar los

bosques. Durante el siglo XX los due-

ños de los bosques vieron ir y venir

Las políticas

forestales y de

conservación y sus

impactos sobre

las comunidades

forestales*

Leticia Merino Pérez**

* Este trabajo obtuvo el 2o lugar del VI PremioEstudios Agrarios 2001.** Actualmente es investigadora del CentroRegional de Investigación Multidisciplinaria dela UNAM.

Bajo un estilo de gobierno paternalista, el gobierno mismopuede convertirse en una forma de propiedad privada. Si seasume que la soberanía reside en un solo centro de poder,entonces el ejercicio político pasa a ser una simple cuestiónde quien ejerce ese poder, o quien “posee” esa oficina...entonces incluso un orden democrático liberal se transfor-ma en una forma de tiranía (McGinnis, 1999:16)

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ESTUDIOS AGRARIOS

diferentes políticas que incidieron en la permanencia o la desapa-

rición de su capital natural. El análisis histórico de estas políticas

a la luz de sus efectos en la población rural y sobre los bosques

mismos resulta fundamental en el diseño de estrategias que en el

futuro permitan proteger efectivamente los recursos naturales

de México.

El presente trabajo pretende analizar la historia de las políticas

que han afectado la gestión forestal haciendo énfasis en las

expresiones que las políticas forestales y de conservación han

tenido en tres entidades federativas: Oaxaca, Michoacán y

Quintana Roo. Entidades con condiciones ecológicas, sociales

y desarrollos históricos particulares, donde los impactos de estas

políticas presentan constantes y diferencias que este análisis

busca explicar.

A partir de la conclusión de la revolución de 1910-1917, al final del

siglo XX distinguimos cuatro periodos:

I. Antecedentes, la ley forestal de 1926 y la Reforma Agraria

1926-1940

II. Las concesiones y las vedas forestales

1940-1982

III. El inicio de las empresas forestales comunitarias

1982-1992

IV. El retiro del estado del sector forestal

1992-2000

El evento de mayor significado en el México rural durante la segunda

mitad del siglo XIX fue la implementación de las leyes de reforma, que

modificaron radicalmente los derechos de acceso a la tierra y a los

Las políticas forestales mexicanas en el siglo XX

Antecedentes, la ley forestal de 1926 y la Reforma Agraria

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ANÁLISIS

recursos naturales: “los liberales mexicanos del siglo XIX enfrentaban

un dilema similar al que los neoliberales enfrentan en la actualidad:

¿cómo atraer inversiones cuándo la tierra era poseída comunalmente,

aislada de los mercados de tierras? Su solución fue privatizar

las tierras comunales y nacionales y dar concesiones a inversionistas

extranjeros y nacionales para talar madera, construir caminos y

abrir minas. El resultado fue la creación de grandes posesiones

privadas a costa de los pueblos indios. Durante la dictadura de Porfirio

Díaz, clímax del periodo liberal, las comunidades indígenas perdieron

90% de sus tierras” (Klooster 1997:119 y 120).

La Constitución de 1857 garantizaba a los inversionistas la

posesión de grandes extensiones de tierra y el libre aprovechamiento

de los recursos naturales, al reconocer la propiedad privada como

un derecho absoluto. No se estableció ninguna estructura reguladora

y las extracciones se basaban en un claro estilo de “minería forestal”.

No obstante, ya desde 1856, en el seno del Constituyente se

pronunciaban voces críticas que sostenían la necesidad de modificar

el régimen territorial para resolver los graves problemas sociales

del país. “Mientras que pocos individuos están en posesión de

inmensos e incultos terrenos, que podrían dar subsistencia para

muchos millones de hombres —sostenía Ponciano Arriaga—, un pue-

blo numeroso, crecida mayoría de ciudadanos, gime en la más

horrenda pobreza, sin propiedad, sin hogar, sin industria ni trabajo”

(citado por Raúl Brañes, 2000: 67).

Ya para entonces, los indígenas y campesinos eran vistos en

círculos urbanos como los principales agentes de la destrucción

de los bosques del país, mientras que la legislación favorecía abierta-

mente a las empresas extranjeras mediante la expropiación y conce-

sión de los bienes de las comunidades indígenas y la iglesia. Aunque

la población rural contribuía también a la deforestación al practicar la

agricultura itinerante y la extracción de leña, recibía una responsabili-

dad desproporcionada por la destrucción forestal.

Los años treinta del siglo XX fueron el periodo de auge del reparto

agrario. Al concluir el gobierno de L. Cárdenas, más de 6,800,000 ha

forestales, que representaban 18% de la superficie forestal del país,

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habían sido entregados a ejidos (Calva, Téllez et al., 1989:140, citado

por Klooster 1997). La ley forestal vigente (1926) establecía el

carácter inalienable de los bosques comunales y requería que las

extracciones forestales fueran exclusivamente desarrolladas por

cooperativas ejidales. Sin embargo las dotaciones forestales no se

acompañaron de apoyo técnico y financiero, por lo que eran

empresas privadas las que realizaban las operaciones forestales. En

1933 las comunidades y ejidos aportaban 18.8% de la producción

nacional de madera, que se realizaba en su mayor parte en condicio-

nes de rentismo (Calva, Téllez;1989:156, op. cit.).

Otro de los dilemas del debate forestal de ese tiempo era la

contradicción entre las orientaciones conservacionista y productivista.

Para ambas, la agricultura campesina y las extracciones forestales

de las empresas privadas eran responsables del deterioro forestal.

Para M.A. de Quevedo los bosques eran fuente de bienes públicos,

cuyo interés público rebasaba con mucho los beneficios que campe-

sinos y/o madereros obtenían de ellos. De esta percepción derivaba

la recomendación de control gubernamental de los bosques, y de anular

los derechos de gestión comunitaria sobre ellos. M.A. de Quevedo

promovió el establecimiento de distintos parques nacionales y partici-

pó como asesor en la formulación de la ley forestal de 1926, que

incrementó los requisitos a la extracción forestal, restringiendo de

forma pronunciada los usos campesinos de los bosques. A partir

de la gestión de M.A. de Quevedo se conformó una burocracia fores-

tal, de orientación conservacionista y represiva (Klooster, op.cit.).

Al iniciarse los años cuarenta la política conservacionista era obje-

to de distintas críticas. Los resultados de esa iniciativa habían sido

pobres, debido en gran parte a la ausencia de una burocracia

forestal dotada de recursos suficientes y a los incentivos a las ac-

tividades agropecuarias generados por la Reforma Agraria. El

El periodo de las concesiones y las vedas forestales

Las concesiones a empresas privadas

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ANÁLISIS

conservacionismo y su principal exponente, M.A. de Quevedo,

fueron considerados enemigos de la política agraria,

argumentándose que amenazaban el pleno uso de los recursos

naturales de los campesinos.

En el contexto de la suspensión de importaciones de celulósico

durante la Segunda Guerra Mundial, la dependencia del país de

importaciones forestales y la subutilización de sus recursos, se con-

virtieron en objeto de preocupación especial de algunos sectores

del gobierno federal para los que el cambio de políticas forestales

se percibía como imperativo. La ley forestal de 1940 expresa una

nueva orientación. Esta ley y la política que la sustentaba partían

de un diagnóstico para el que las prácticas de subsistencia campe-

sinas y el rentismo forestal, eran las causas centrales de la pérdida

de los bosques. Las extracciones de las pequeñas empresas

madereras eran ineficientes en el uso de la materia prima forestal

y sus impactos sobre los bosques eran elevados y operaban

a menudo con base en constantes violaciones a las leyes. Sus

negociaciones con las comunidades dueñas de los recursos resul-

taban asimétricas y abusivas, recurriendo a la corrupción de las

autoridades ejidales (o comunitarias). En cuanto al impacto de es-

tas prácticas sobre los recursos forestales, en 1956 se estimaba

que “del conjunto de los distintos tipos de bosques del país, 34%

se habían agotado, 44% se habían talado pero eran aún explota-

bles, y sólo 22% eran aún vírgenes” (Villaseñor 1956, citado por

Klooster p.134). Este tipo de prácticas y relaciones sociales

habían sido favorecidas por la propia ley forestal, que limitaba la

duración de los contratos forestales a un año, durante el cual los

“talamontes” intentaban recuperar los recursos invertidos y

maximizar las ganancias.

El giro de la política forestal era coherente con la política eco-

nómica de ese tiempo que buscaba el desarrollo de la industria

nacional con base en el modelo de substitución de importaciones.

La producción agropecuaria y forestal subsidió el desarrollo indus-

trial garantizando a la industria el abasto de materias primas y

alimentos baratos que permitieron mantener bajos los salarios in-

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dustriales. El deterioro progresivo de la economía campesina, re-

sultado de esta política, fue desatendido durante décadas. En este

periodo se registró una fuerte disminución del reparto agrario, aun-

que el Estado mantuvo el control corporativo de la estructura agra-

ria como instrumento de control político de la sociedad rural.

El cambio más importante de la ley forestal de 1940 fue la

reinserción del mecanismo de concesiones forestales en favor de

grandes empresas privadas denominadas Unidades Industriales

de Explotación Forestal (UIEF´s). Con ello se apostaba a crear inte-

reses de largo plazo en la industria forestal, que hicieran viable

inversiones en un manejo sostenido de los recursos. El gobierno

otorgó entonces aproximadamente 30 concesiones de alrededor

de 400,000 hectáreas cada una, en los estados de Oaxaca,

Chihuahua, Durango, Chiapas y Quintana Roo. La duración de las

concesiones era de 25 años en promedio, aunque los plazos esti-

pulados llegaron hasta 60 años. La concesionarias impusieron a

las comunidades afectadas fuertes restricciones para el uso de los

bosques, llegando a recurrir a la intervención de la fuerza pública.

Las comunidades sólo podían vender madera a las concesionarias,

las extracciones de recursos forestales con fines de uso domésti-

co y la práctica de la agricultura tradicional de roza-tumba y quema

fueron prohibidas. El monto de las rentas forestales, denominado

“derecho de monte” era fijado por la Secretaría de la Reforma

Agraria (SRA). La mayoría de los pagos se depositaban en un fondo

manejado por esa Secretaría, cuyos recursos sólo podían invertirse

en proyectos productivos por ella aprobados. Muchas comunida-

des desconocían incluso la existencia de este fondo. La ley de

1940 se propuso también controlar el impacto del rentismo fores-

tal, que fue legalizado con este propósito, aunque en los hechos

este fue un propósito fallido.

En Oaxaca se otorgaron concesiones sobre los bosques de

mayor valor comercial del estado a dos grandes complejos indus-

triales: la Fábrica de Papel de Tuxtepec (Fapatux) y la Compañía

Forestal de Oaxaca. Estas compañías llevaron a cabo las prime-

ras operaciones forestales comerciales en los bosques de la sie-

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ANÁLISIS

rras norte y sur del estado, construyendo caminos de extracción

hasta áreas hasta entonces inaccesibles. En Quintana Roo la

empresa Maderas industrializadas de Quintana Roo (Miqroo) reci-

bió la concesión de cerca de 250,000 ha de selvas, ubicadas en la

zona sur del estado y en la zona maya. Experiencias similares se

dieron en los estados de Chihuahua y Durango, y posteriormente

en Guerrero y Michoacán. Luego de décadas de extracciones de

los concesionarios, los bosques explotados habían perdido el ar-

bolado de mayor valor comercial, mientras las comunidades due-

ñas habían adquirido una conciencia creciente del valor comercial

de sus recursos. Las empresas concesionarias construyeron una

infraestructura de caminos forestales y crearon capacidades loca-

les en trabajos de corte y extracción. Si bien esta “herencia de las

concesiones” sentó bases para la creación de una economía fo-

restal en las comunidades, tuvo para los dueños de los recursos

altos costos, sociales y organizativos, sumados a la pérdida del

capital natural de sus territorios. Por muchos años estas empresas

generaron ingresos que no se reinvirtieron ni en los bosques, ni el

desarrollo de la actividad forestal, ni en el de las regiones foresta-

les: “muchos complejos industriales de la era de la substitución de

importaciones, eran ineficientes y dependían de mercados prote-

gidos, el equipo no fue regularmente modernizado y los costos de

producción permanecieron altos” (Zabin 1993:406).

En los bosques comunales de Oaxaca la operación de estas

empresas mantuvo la cobertura forestal, aunque ocasionó una fuer-

te pérdida de la calidad comercial de los recursos forestales.

El estilo de manejo de los concesionarios no perdió el carácter de

minería forestal, a pesar de los largos periodos de acceso privile-

giado a bosques que no acabaron de percibir como suyos. En el

estado de Quintana Roo, los bosques ejidales concesionados

sufrieron un fuerte “descreme” de la mayor parte de sus volúme-

nes de maderas preciosas, sin que la Miqroo creara demanda para

otras maderas que la caoba o el cedro.

No obstante la orientación productivista de este periodo,

el conservacionismo mantuvo influencia. Como resultado de estas

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preocupaciones, desde principios de los años cincuenta se esta-

blecieron vedas a las extracciones forestales. Para 1958 las vedas

afectaban 58% del territorio forestal del país, incluyendo los bos-

ques de los estados de Michoacán y Veracruz. A pesar de las

divergencias entre las vedas y las concesiones, ambas estrategias

mantenían rasgos comunes: la centralización del control de los

bosques y la marginación campesina para su uso, a pesar del

carácter de dueños de los bosques que la Reforma Agraria había

conferido a comunidades y ejidos.

La presidencia de Luis Echeverría marcó un nuevo giro en las

políticas hacia el campo. La descapitalización de la economía

campesina, aunada a las limitaciones del reparto agrario habían

generado un creciente descontento campesino y la erosión de

las centrales campesinas del partido oficial. Como respuesta a las

protestas campesinas que en los años setenta se manifestaron en

distintas regiones, el gobierno de Echeverría reactivó el reparto

agrario, afectando latifundios en Sinaloa y Sonora y repartiendo

grandes extensiones de selvas tropicales y zonas áridas ubicados

en terrenos nacionales. En Quintana Roo se repartieron cerca

de 500,000 ha de selvas para constituir nuevos ejidos y centros de

población, a pesar de que gran parte de estas tierras correspon-

dían a áreas concesionadas a la empresa Miqroo. La colonización

de las selvas se basó en programas de fomento de actividades

agrícolas y pecuarias. Operaban entonces tanto un Programa

Nacional de Ganaderización, como una Comisión Nacional de Des-

montes, que otorgaban crédito a los núcleos campesinos para fi-

nanciar la remoción de la vegetación forestal. La implementación

de las políticas de colonización de las áreas tropicales fue respon-

sable de la desaparición de cerca de 80% de las selvas húmedas

del país, de modo que en los años setenta las tasas de deforestación

alcanzaron cifras de 1.5 millones de ha anuales (Toledo, V.). En

Quintana Roo, como en los otros estados del sureste donde se

La intervención del Estado en la producción forestal

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ANÁLISIS

aplicaron este tipo de programas, muchas áreas forestales des-

montadas no recibieron posteriormente ningún uso productivo.

A mediados de los setenta, 65% de los bosques del país eran

propiedad de ejidos y comunidades indígenas (González Pacheco,

1981, citado por Klooster, p.155). Sin embargo entonces, como en

la época cardenista, “la reforma agraria no era una política forestal

deliberada, y no se acompañó del acceso a capital y asistencia

técnica, necesarios para que los campesinos dueños de los

bosques se convirtieran en productores organizados de rollo y ma-

dera” (Klooster 1997:156). Desde la óptica agraria, las tierras

forestales eran “terrenos baldíos”, alejados de las ciudades,

carentes de infraestructura y de valor comercial; para las políticas

forestales, los bosques eran áreas “vacías de derechos” previos.

En distintos tiempos la falta de coordinación de las políticas agra-

ria y forestal se ha traducido en repetidos fracasos de las políticas

y en el deterioro de los bosques.

En este periodo se realizaron grandes inversiones públicas en

infraestructura hidráulica, investigación agrícola y promoción de la

llamada “revolución verde”, construcción de carreteras y caminos

rurales. El fomento institucional de la capacidad productiva de los

campesinos se acompañó de la intervención directa del estado

en la gestión y administración de las empresas campesinas, a tra-

vés la SRA y el Banco de Crédito Rural. Se conformaron también

nuevas centrales campesinas oficialistas, como la Central Campe-

sina Independiente (CCI) con las que buscaba revitalizar la deterio-

rada capacidad estatal de control corporativo.

En el sector forestal se expresaban también síntomas de crisis:

las vedas no habían protegido los bosques, pero afectaban dura-

mente a los campesinos, productores y consumidores de madera

en pequeña escala, mientras se mantenía la explotación ilegal

amparada en la corrupción de la policía forestal. Al marginar a los

dueños de los beneficios de los bosques, las vedas forestales fa-

vorecieron el desarrollo de verdaderas tradiciones de contrabando

de madera, apoyadas en la corrupción de funcionarios forestales

y de autoridades ejidales. Las concesiones no lograron superar el

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déficit comercial de productos forestales. El manejo “científico” del

bosque había sido propuesto como la estrategia capaz de crear

los incentivos económicos que hicieran posible la permanencia

de los bosques, a la vez que permitiera su conservación. La aplica-

ción de esta estrategia favoreció una mayor concentración de la

producción y una mayor centralización de la gestión forestal.

La ley forestal de 1960 abrió la posibilidad de las empresas

paraestatales, federales y estatales. Para 1976 existían 26 empre-

sas concesionarias forestales de propiedad pública que operaban

en los bosques de Durango, Guerrero, Chihuahua, Nayarit, Jalis-

co, Quintana Roo, Chiapas y Oaxaca. Al final de los setenta las

paraestatales aportaban 43% de la producción nacional de mate-

rias primas forestales, 22% provenían de extracciones de rentis-

tas y 23% de aprovechamientos, nominalmente bajo el control de

ejidos y comunidades indígenas.

La intervención del estado en la economía forestal buscaba tam-

bién impulsar de manera más eficiente el desarrollo de la industria

forestal nacional. Los elementos de este proyecto de moderniza-

ción del sector eran:

• “Inversión directa del gobierno en empresas paraestatales,

específicamente en fábricas productoras de pulpa y papel,

aserraderos y fábricas de triplay.

• Acceso garantizado a materias primas, otorgando conce-

siones.

• Inversión gubernamental en infraestructuras: caminos,

técnica, asistencia técnica y regulación, proporcionados por

la Secretaría de Agricultura y un gran mercado garantiza-

do para la madera, debido a las tarifas y cuotas a la made-

ra, los productos de papel, los muebles de otros países, y

completo al control estatal sobre la industria de productos

de papel” (Zabin: 1998, 404).

Buscando contener el descontento que ya entonces se manifesta-

ba en las comunidades sujetas a concesiones, como política

forestal paralela, la SRA asumió como objetivo promover la partici-

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ANÁLISIS

pación de los ejidos y comunidades en la producción forestal.

Destinó fondos a la adquisición de capital de operación, capacitación

y promoción de organizaciones forestales regionales. A me-

diados de los setenta, 257 núcleos agrarios habían recibido recur-

sos productivos para la extracción forestal, 1,046 comunidades

agrarias más habían sido integradas a Uniones Forestales promo-

vidas por esa secretaría. En Oaxaca este fue el caso de las empre-

sas madereras Ixcacit y Pápalos y de Proquimex, dedicada a la

extracción de barbasco; mientras que en Quintana Roo y Campeche

se constituyeron Uniones de ejidos durmienteros. Los resul-

tados de estas iniciativas fueron limitados, por una parte la capa-

cidad de decisión estaba más en la burocracia agraria que en las

comunidades. Por otra parte las concesiones se mantenían como

eje central de la actividad forestal, mientras que los recursos a que

accedían los campesinos tenían importancia económica secundaria.

La Unión de Ejidos Melchor Ocampo, en el Oriente de

Michoacán, integrada durante este periodo fue un claro ejemplo

de los vicios de la gestión burocrática de las empresas y recursos

campesinos. Luego de dos décadas de extracciones en bosques

de alta productividad biológica, habiendo contado con maquina-

ria de extracción e importantes instalaciones industriales, el saldo

de las operaciones de la Unión fue el deterioro de los bosques de

los ejidos de esa región, el empobrecimiento y división de los mis-

mos y la existencia de una deuda millonaria con el Banco de

Crédito Rural, que la llevó a declararse en quiebra en 1992.

Las paraestatales forestales tampoco cubrieron las expectati-

vas con que habían sido constituidas, los impactos de sus opera-

ciones y sus relaciones con las comunidades forestales resultaron

en muchos aspectos semejantes a las de las concesionarias

privadas. A pesar de la expansión de las paraestatales, el rentismo

forestal se mantuvo, a mediados de la década de los setenta, apor-

taba 40% de la producción de madera del país. “Los forestales y

funcionarios agrarios comenzaron a percibir los mismos proble-

mas que habían identificado largamente con el rentismo: margina-

ban a los campesinos, incitaban conflictos sociales y fracasaban

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ESTUDIOS AGRARIOS

en asegurar la productividad forestal en el largo plazo. Aún con

una creciente participación del Estado en el sector concesionario,

los métodos de extracción eran pobremente aplicados, mientras

que la extracción, quema y desmontes campesinos continuaban”

(Halhead 1984, citado por Klooster 1997:143).

En Oaxaca las concesionarias Fábrica de Papel de Tuxtepec

(Fapatux) y Aprovechamientos Forestales de Oaxaca (AFO)

pasaron también a control federal. Lo mismo sucedió con la em-

presa Maderas Industrializadas de Quintana Roo (Miqroo) en aquel

estado. En Michoacán se constituyó la empresa Michoacana de

Occidente, que inició las extracciones forestales en la sierra Sur-

Occidental de aquel estado, donde hasta entonces prácticamente

no se habían efectuado extracciones forestales. Desde su crea-

ción la Michoacana de Occidente fue propiedad del gobierno de

esa entidad. A partir de los años sesenta y durante los setenta, la

veda a las extracciones se levantó en las distintas regiones fores-

tales de Michoacán. En ese periodo y con el fin de promover apro-

vechamientos forestales con la participación de agrupaciones de

comunidades, el gobierno estatal constituyó la Promotora Forestal

de Michoacán (Proformich); entre las empresas que impulsó esta

entidad se contó la Unión de Ejidos de Acuitzio-Villa Madero.

La SRA estaba directamente involucrada en el sistema de con-

cesiones, sus funcionarios participaban en todas las decisiones

importantes sobre la gestión de los recursos de los ejidos y comu-

nidades, además de que su presencia era necesaria para el cam-

bio de autoridades ejidales (o comunales) y para la obtención de

los permisos forestales. La propiedad campesina de los recursos

tenía un carácter profundamente ambiguo: las comunidades eran

reconocidas por el estado como dueñas de los bosques, aunque

simultáneamente las instituciones de gobierno las marginaban del

control de estos recursos y de los beneficios de su uso. La contra-

dicción entre la política agraria y la política forestal creó estímulos

perversos a la destrucción de los bosques. La carencia de dere-

chos de acceso a los recursos forestales de las comunidades cam-

pesinas, las llevó en muchos casos a considerar los bosques como

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ANÁLISIS

recursos marginales. Las comunidades resistieron la apropiación

que los concesionarios ejercían sobre sus recursos, recurriendo al

contrabando de madera y a los desmontes. En numerosas ocasio-

nes el cambio de uso del suelo se convirtió en un paso necesario

para la adquisición de derechos plenos de propiedad. En estas

condiciones la mayoría de las UIEF´s producían menos de 50% del

potencial de extracción que les era permitido. “En los años setenta

era cada vez más evidente que los modelos dominantes para rela-

cionar el capital productivo y los recursos naturales de propiedad

campesina no habían resultado productivos para inducir ni a

los campesinos, ni a las empresas madereras a conservar los bos-

ques, bajo esquemas de rentismo, concesiones privadas o

paraestatales (…) la deforestación y la degradación forestal se

mantenían (…) los costos ambientales y sociales de las políticas

que excluían a los campesinos de la forestería fueron cada vez

más evidentes” (Klooster 1997:147).

Condiciones constantes en el ejercicio de la política forestal en

los distintos periodos han sido la insuficiencia de financiamiento

institucional para su implementación, las consecuentes carencias

de personal y el extremo centralismo de la gestión del sector. En

1953 el servicio forestal contaba con 223 forestales, 464 emplea-

dos administrativos y 1,093 policías, la mitad de este personal tra-

bajaba en la ciudad de México y la mayoría del resto en las capita-

les de los estados (Hinojosa Ortiz 1958, citado por Klooster

1997:140). No obstante esta reducida capacidad de supervisión,

las distintas leyes forestales mantenían altos niveles de exigencia.

Todas ellas exigían permisos para la tala y el transporte de madera

y el marqueo de los árboles que se derribaban, se requería tam-

bién que todos los desmontes fueran autorizados. Cumplir con

estas demandas implicaba la contratación de profesionales fores-

tales, cuyo empleo estaba fuera del alcance de las familias y co-

munidades campesinas. Tanto la ley de 1926, cómo las de 1940 y

1960 establecían estrictas sanciones a los infractores, incluso en

los casos de delitos menores, relacionados con el uso campesino

de pequeños volúmenes de madera. Los distintos cuerpos legales

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ESTUDIOS AGRARIOS

interferían con las prácticas campesinas de uso de los recursos,

imponiéndoles requerimientos desmedidos, sin aportarles recur-

sos que apoyaran su desarrollo técnico, ni la elaboración de

regulaciones adecuadas a la situación de las comunidades y re-

giones. La ley no distinguía las condiciones de los campesinos de

las de los industriales, cuándo sólo estos últimos tenían capacidad

de cumplir con los numerosos y complejos requisitos que la legis-

lación les imponía.

Ya en los años setenta era claro para muchos de los involucrados

en el sector que las concesiones habían resultado una estrategia

fallida para el desarrollo de la producción forestal. Se empezó así

a plantear que para asegurar el abasto de materia prima los cam-

pesinos debían manejar sus propias empresas de extracción,

contando con el apoyo de profesionistas forestales. Los costos po-

líticos de las concesiones también se dejaban sentir. Desde fines

de los años setenta la oposición a la renovación de las concesio-

nes se extendía en distintas regiones. En los estados de Oaxaca,

Guerrero y Durango se integraron alianzas regionales de comuni-

dades que reclamaban recuperar el control de los bosques.

Al interior de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidraúlicos

(SARH) se creó la Dirección de Desarrollo Forestal (DDF) que busca-

ba promover la organización de las comunidades en torno a la apro-

piación social de la producción forestal. Desde un principio el

proyecto de forestería comunitaria se enfrentó con los intereses de

madereros, de técnicos forestales ligados a las concesionarias y

de los gobernadores de algunos estados. Las primeras experien-

cias de empresas sociales forestales autónomas se conformaron

en áreas que habían estado sujetas a vedas. Estas iniciativas

se desarrollaron en Chinahuapan, Puebla; Zacualtipan, Hidalgo;

Hueyacocotla, Zongolica y el Cofre de Perote en Veracruz; Tlaxco

en Tlaxcala, y Valle de Bravo en el Estado de México. Los resulta-

El surgimiento de las empresas forestales comunitarias

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ANÁLISIS

dos de iniciales de la mayoría de estas empresas no fueron de

éxitos contundentes, la falta de asistencia técnica y capacitación,

de acceso a maquinaria adecuada, el bajo valor comercial de los

recursos de algunas comunidades, el control de los mercados de

la madera por parte de transportistas y madereros, eran importan-

tes obstáculos. Sin embargo, paulatinamente los logros de algu-

nos de estos proyectos revelaron el potencial de la participación

comunitaria en la forestería. Este fue el caso del Plan Puebla, en el

que la capacitación y el apoyo a la organización comunitaria fue-

ron elementos clave para lograr la consolidación de la participa-

ción campesina, el incremento de los ingresos de los ejidos y la

mejora de las prácticas silvícolas. En un segundo momento, el mo-

delo de forestería comunitaria se extendió a las comunidades con

bosques donde habían existido concesiones.

En los años ochenta, durante el régimen de M. de la Madrid, se

inició la aplicación de las políticas de ajuste estructural y subordi-

nación del gasto público al pago de la deuda externa. Fue este

también el periodo de adopción de las políticas de apertura econó-

mica, el fin del reparto agrario y la disminución de la presencia del

estado en la economía. Las diferencias entre la política de inter-

vención gubernamental omnipresente en la vida rural, característi-

ca del periodo anterior, y el progresivo abandono del campo que

se inició en este gobierno resultan contrastantes. Sin embargo,

respondiendo en gran parte a factores de coyuntura, la política

forestal presentó en ese tiempo diferencias respecto a las que ri-

gieron entonces en el resto del sector agropecuario. El gobierno

de De la Madrid coincidió con la conclusión de las concesiones

forestales, el auge del movimiento de las comunidades forestales

por el control de sus recursos y la actuación del grupo de funciona-

rios, la DDF que sustentaban el proyecto comunitario.

Al concluir la vigencia de las concesiones muchas de las comu-

nidades que habían sido afectadas por ellas echaron a andar sus

propias operaciones de extracción. Aun cuando en un principio

vendían materia prima a las antiguas concesionarias, los ingresos

forestales de las comunidades se incrementaron considerablemen-

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te. Algunas de ellas lograron capitalizarse y adquirir maquinaria

para la extracción y transformación de la madera. La DDF y la SRA

desarrollaron programas de asistencia técnica, capacitación

y extensión, que buscaban desarrollar empresas campesinas.

Uno de los objetivos importantes de esta estrategia era garantizar

el abasto de materias primas forestales para la industria nacional,

que durante los últimos años de las concesiones había sido

afectado por el rechazo de las comunidades a las extraccio-

nes de las concesionarias, hasta el punto de que a fines de los

setenta estas empresas sólo lograban extraer 50% de los volúme-

nes autorizados.

A partir de 1982 la DDF centró sus esfuerzos en el impulso a las

empresas campesinas productoras de madera en rollo o madera

en tabla, en las regiones que contaban aún con buen potencial

forestal e infraestructura de caminos. Las regiones con recursos

más deteriorados, con fuertes dificultades de acceso, o aquellas

en las que las especies maderables carecían de mercados

establecidos —como sucedía con la mayoría de las comunidades

forestales del país y en una importante variedad de ecosistemas

forestales—, no recibieron la atención de estos programas. El im-

pulso al uso sustentable de recursos forestales no maderables,

central en la economía de muchas comunidades forestales,

tampoco fue objeto de esta política.

La política de promoción de la forestería campesina tuvo expre-

siones particulares en distintos estados. En Oaxaca, el gobierno

estatal asumió la estrategia de promover verticalmente organiza-

ciones forestales regionales, que agrupaban a distintas comunida-

des campesinas, en torno a la prestación de los servicios técnicos

forestales. Este fue el caso de la Unión de Comunidades Ixtlán-

Etla (Ixeto) y de la Unión Zapoteca-mixteca (Zamix) a las que

las autoridades forestales daban un trato preferencial frente a las

uniones de constituidas de manera autónoma por las propias

comunidades, como sucedía con la Unión de Comunidades y Ejidos

Forestales de Oaxaca (Ucefo) y la Unión Zapoteco-Chinanteca

(Uzachi).

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ANÁLISIS

En Quintana Roo el gobierno estatal fue un actor central en la

política de promoción de las operaciones forestales comunitarias

al impulsar el Plan Piloto Forestal, un programa que promovió la

producción forestal comunitaria como estrategia de conservación

de las selvas húmedas, principalmente entre las comunidades en

cuyos bosques había operado la empresa Miqroo. Posteriormen-

te, el gobierno estatal estableció una relación respetuosa con las

organizaciones regionales independientes, en las que se agrupa-

ron las comunidades forestales luego de la conclusión del Plan

Piloto en 1986, la Sociedad de Productores Forestales Ejidales de

Quintana Roo (SPFQR) y la Organización de Ejidos Productores Fo-

restales de la Zona Maya de Quintana Roo (OEPFZM). Años después

el gobierno estatal promovió la creación de tres organizaciones

forestales más en zonas con bosque de menor valor comercial,

factor que ha resultado determinante de su bajo nivel de operación.

La historia de uso de los bosques en Michoacán ha sido marca-

da en buena parte por la prolongada presencia de la veda a las

extracciones forestales, que condujo a un camino diferente. El de-

sarrollo de iniciativas autónomas de aprovechamiento forestal

campesino ha sido más restringido que en otras entidades foresta-

les. En la región Oriente, en los bosques de las comunidades

mazahuas aun en medio de la veda y luego de su conclusión, se

realizaban extracciones bajo esquemas de rentismo forestal, aso-

ciado a prácticas de clandestinaje. Más allá de las autoridades

comunales, los beneficios que los comuneros recibían de estas

extracciones y la información que sobre sus operaciones dispo-

nían eran nulos. La mayoría de los ejidos de esta región fueron

integrados a la Unión de Ejidos Melchor Ocampo desde su confor-

mación en los setenta. La naturaleza ambigua de esta organiza-

ción campesina, controlada por funcionarios públicos, provocó una

situación peculiar. A pesar del descontento de muchos de los ejidos

que participaban en ella, no llegó a desarrollarse una oposición

articulada en su contra, o un reclamo generalizado por su control.

Los ejidos más organizados la abandonaron paulatinamente.

Algunos de ellos iniciaron sus propias actividades de extracción

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forestal, aunque sin contar con apoyo para la consolidación de

sus operaciones forestales. Tampoco se integraron durante ese

periodo en el Oriente de Michoacán organizaciones regionales

que intentaran movilizar recursos a favor del desarrollo forestal

comunitario.

A pesar de que las empresas campesinas que la DDF impulsó en

los años ochenta contaban con mayor autonomía que las que ha-

bían controlado Banrural y la SRA en los setenta, el gobierno fede-

ral —a través de la SRA y la SARH— mantenía una fuerte injerencia

en su gestión. La SARH prestaba los servicios técnicos forestales a

la mayoría de las comunidades y controlaba los servicios

concesionados a las uniones de comunidades forestales. La SRA

imponía una serie de condiciones a las extracciones que realiza-

ban las comunidades: la existencia de fondos de ahorro obligato-

rios, la adopción de formas organizativas específicas, también

establecía la supervisión de su administración y la puesta en mar-

cha de mecanismos de rendición de cuentas ante esa secretaría.

No obstante el carácter paternalista de esta intervención, la

promoción oficial representaba para la gran mayoría de las comu-

nidades la única instancia de asesoría externa a que tenían acce-

so. Aunque de manera limitada la acción institucional permitía

enfrentar algunos de los retos del desarrollo de las operaciones

forestales comunitarias. Para las comunidades campesinas la

apropiación de la actividad forestal implica el dominio de una rama

productiva desconocida, de una complejidad organizativa y admi-

nistrativa mucho mayor que la que requieren las actividades tradi-

cionales. Con la asistencia de esta política, varios cientos de

comunidades indígenas y ejidos pudieron establecer sus propias

empresas forestales, que oficialmente se denominaban Unidades

de Aprovechamiento Forestal (UAFs). En algunos casos lograron

también fortalecer sus estructuras organizativas, incorporando a

los esquemas de gestión tradicionales nuevos elementos para

asumir tareas de planeación, organización financiera, rendición de

cuentas y pago de impuestos. A través de esta experiencia

muchas comunidades han desarrollado también mecanismos para

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ANÁLISIS

enfrentar la tala clandestina, los incendios, las plagas y la pérdida

de bosque. Las comunidades y organizaciones que contaron con

asesoría independiente de organismos no gubernamentales o de

profesionistas independientes, como sucedió con la UZACHI, la UCEFO,

y posteriormente la SPFEQR y la OEPFZM, lograron un desarrollo más

autónomo, más orientado a la formación de capacidades locales,

que ha contribuido a su permanencia y capacidad de resistencia

en medio de los vaivenes de las políticas forestal y ambiental.

La experiencia de la forestería social en México ha sido posible

gracias a la conjunción de distintos factores: es en parte fruto no

deliberado de la política de reforma agraria, es producto de la

lucha de las comunidades forestales por el control de sus bosques

y de su tenacidad por mantenerse en la línea de la apropiación de

los procesos de producción forestal; ha sido también resultado

de la voluntad política de un grupo de funcionarios reformistas y de

asesores independientes convencidos de la bondad del manejo

comunitario de los bosques. Paradójicamente el momento de arran-

que y mayor empuje de esta iniciativa coincidió con el inicio del

proyecto neoliberal en México.

La presión de las organizaciones forestales regionales, de las

comunidades campesinas y la acción de los equipos de la DDF y de

la SRA se plasmó en la ley forestal de 1986, en la que se anulaba el

sistema de concesiones forestales, se reconocía el derecho de las

comunidades a aprovechar directamente sus bosques y se pros-

cribía el rentismo forestal. En esta ley se establecía además la

obligación de elaborar planes de aprovechamiento forestal integral

y se abría la posibilidad de que las comunidades fueran titulares

de los servicios técnicos forestales. Por primera vez en la histo-

ria de la política forestal mexicana, las comunidades campesinas

eran consideradas, legalmente, actores centrales del sector. La ley

de 1986 dio a las UAFs carácter regional, con el objetivo de basar el

manejo forestal en una perspectiva regional. Con este nuevo

dominio ellas pasaron a denominarse “Unidades de Desarrollo

Forestal” (UCODEFO´s). La SARH concedió a las UCODEFO´s el monopo-

lio de la prestación de los servicios en las regiones que les corres-

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pondían. La concesión de los servicios técnicos podía también

transferirse a las organizaciones campesinas con la capacidad

técnica requerida. En Quintana Roo las dos principales organizacio-

nes de ejidos forestales, la SPFEQR y la OEPFZM, obtuvieron la

concesión de esos servicios. En Oaxaca la UCEFO recibió también el

mismo tipo de concesión, integrando su propia Dirección Técnica

Forestal. Como resultado del proceso de apropiación comunitaria de

la producción forestal, la participación del sector social en esa activi-

dad se incrementó significativamente, en 1992 aportaban 40% de la

producción nacional de materia prima y 15% de la madera aserrada.

Otro aspecto relevante de este periodo fue el fortalecimiento

del movimiento conservacionista urbano, que en alianza con el

ecologismo internacional logró impulsar la política de conserva-

ción. Se inició entonces el establecimiento de áreas protegidas bajo

el esquema de Reservas de la Biosfera.1 En 1986 en el Oriente de

Michoacán se creó la Reserva Mariposa Monarca (REBMM). Desde

la perspectiva del conservacionismo gubernamental con las Re-

servas de la Biosfera se buscaba superar las limitaciones de las

figuras de conservación anteriores, como los parques nacionales,

que se habían basado en la expropiación de tierras y que presen-

taban ya entonces dramáticos procesos de deterioro. En las RB se

mantienen formalmente los derechos de tenencia, aunque se res-

tringen los derechos de uso y el control de las tierras ubicadas en

zonas núcleo pasa de manos de las comunidades a las de las de

la burocracia ambientalista (el INE). De este modo el establecimien-

to de las RB tiende a crear una fuerte ambigüedad en las condicio-

nes de tenencia, y a menudo es visto por las comunidades como

una expropiación encubierta.

1 Al establecer Reservas de la Biosfera el gobierno federal no altera las condiciones detenencia, sin embargo impone a los dueños de los recursos un ordenamiento territorialque restringe los usos del suelo: Se distinguen zonas núcleo en las que están prohibi-das todas las actividades a excepción de las de investigación que para realizarserequieren de permiso del Instituto Nacional de Ecología (INE) y zonas de amortigua-miento donde se permiten algunas actividades productivas que no implican cambio deuso del suelo, sujetas a una serie de restricciones establecidas también por el INE.

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ANÁLISIS

La estrategia de promoción de la silvicultura comunitaria no fue

nunca una prioridad política, a ello obedecen en buena medida las

limitaciones de sus alcances. La inversión en el desarrollo forestal

comunitario fue restringida en recursos y en el ámbito de su actua-

ción, reducido en mucho a las comunidades de las zonas que

habían sido concesionadas. Esta política tampoco se acompañó

de un programa integral de apoyo al sector forestal que asumiera

aspectos clave como la construcción y mantenimiento de infraes-

tructura de caminos, ni de fomento al desarrollo tecnológico e

industrial. Simultáneamente al impulso de esa estrategia, en 1986

México ingresó al GATT, con lo que se impulsó la apertura de la

economía del país y se incrementaron las importaciones forestales.

Mientras las empresas concesionarias operaron en el contexto de

una economía cerrada, las empresas campesinas —particularmente

en las regiones cercanas a las fronteras— debieron enfrentar la

competencia de productos cuyos costos de producción resultaban

menores que los de las empresas mexicanas. Durante los años

ochenta sucesos y procesos como la crisis de la deuda externa, la

caída de los precios del petróleo y el incremento acelerado del

déficit fiscal, sentaron bases para el cambio de modelo económi-

co. Los objetivos de la política de sustitución de importaciones

fueron desechados y el énfasis de la política económica se trasla-

dó a la búsqueda de la integración de la economía nacional a los

mercados internacionales. Desde esta nueva perspectiva la

apertura del mercado nacional, la promoción de las exportaciones

y la reducción del gasto público se convirtieron no sólo en medios,

sino en metas.

El último periodo considerado en este trabajo se inicia en la

segunda mitad del gobierno de Salinas de Gortari en 1991, duran-

te el cual se profundizaron las políticas de ajuste estructural y de

apertura comercial y financiera. Una de las acciones más relevan-

La expresión de las políticas de ajuste estructural y apertura comercial

en el sector forestal

La política forestal durante el régimen de Salinas de Gortari

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ESTUDIOS AGRARIOS

tes de este tiempo fue la reforma a la legislación agraria que se

efectuó entre 1991 y 1992, con el fin de crear un mercado de tie-

rras agrícolas. Como complemento de las reformas al Artículo 27

desde 1992 se ha implementado el Programa de Certificación de

Derechos Ejidales (PROCEDE) que reconoce derechos de propiedad

particular sobre las parcelas agrícolas y los solares urbanos. En

los ejidos que participan en PROCEDE se han delimitado las parce-

las agropecuarias individuales y las áreas de uso común, como

son las áreas forestales. Se presumía que con esta reforma se

generarían condiciones de seguridad para la inversión, sentando

bases para la creación de economías de escala en el campo.

La ley forestal de 1986 resultaba inadecuada para los nuevos ob-

jetivos de la política económica. En el balance de los nuevos

funcionarios, las regulaciones que esta ley establecía y la partici-

pación del Estado que exigía resultaban excesivas. En el diagnós-

tico oficial la propiedad social de los bosques era causante directo

de su deterioro y de la ausencia de inversiones productivas en el

sector forestal.

Algunos analistas de las reformas al Artículo 27, han hecho

énfasis en el fin del control corporativo de la SRA sobre las comuni-

dades campesinas (Gordillo, de Janvry y Sadoulet, 1999), los cam-

bios a la ley agraria acabaron con “la fuerte intervención estatal en

los asuntos internos de los ejidos, incluyendo particularmente sus

mecanismos de toma de decisión y sus canales de acceso a bie-

nes y servicios públicos” (de Janvry et al., 1996:71). En el sector

forestal, el control de los funcionarios de la SRA había dado pie a la

frecuente corrupción de las autoridades ejidales, en apoyo de los

intereses de las empresas rentistas y concesionarias “entre 1989 y

1993, una encuesta reporta que en cinco periódicos nacionales

aparecían 226 denuncias a funcionarios asociados con la forestería,

generalmente funcionarios presionando a los comisariados a ven-

der barato los derechos de extracción o pidiendo soborno a

cambio de documentos. La misma encuesta encontró 122 denun-

cias de corrupción interna en los ejidos forestales, usualmente

asociada a líderes comunitarios sobornados por agentes de la

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industria forestal. Pero por otra parte es sorprendente que la

implementación de mecanismos de control social en las comuni-

dades “…ha logrado disminuir y a menudo eliminar estos proble-

mas” (Madrid 1993: 8, citado por Klooster: 161).

Si bien con la nueva política agraria las comunidades obtuvie-

ron mayor autonomía, también se incrementó su abandono. La

reducida inversión pública ha privilegiando los subsidios al consu-

mo y en general a los programas de alivio a la pobreza, sobre

la inversión productiva. El programa Procampo, creado luego de la

firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)

ha sido un ejemplo claro de esta tendencia. Inicialmente este pro-

grama pretendía canalizar recursos a los productores de maíz, para

lograr la paulatina homologación de sus condiciones de produc-

ción con las de los agricultores de Norteamérica. Sin embargo los

criterios que manejaban este programa, que otorgaba subsidios

en función de la superficie cultivada, y no del volumen de produc-

ción, lo llevaron a operar como un desestímulo a la productividad

agrícola y un subsidio al consumo de las empobrecidas familias

campesinas. Durante sus primeros dos años el subsidio de

Procampo provocó la apertura al cultivo de tierras marginales, que

a menudo contaban con cobertura forestal. En el sector forestal la

reducción del gasto público se tradujo en la suspensión de los pro-

gramas de asistencia técnica, capacitación y asesoría a las comu-

nidades forestales, que la SARH —entonces a cargo de la política

forestal— había sostenido por más de una década.

Aunque las modificaciones al Artículo 27 constitucional y al

reglamento agrario crearon la posibilidad de privatizar las tierras

agrícolas de los ejidos, establecen la imposibilidad de parcelar o

privatizar las tierras de uso común, como son los bosques. Sin

embargo en el contexto de falta de beneficios económicos genera-

dos a partir del uso de las tierras forestales para sus dueños, de

descapitalización de la economía campesina y del abandono del

campo por parte de las instituciones de gobierno, estas reformas

corren el riesgo de generar incentivos a la remoción de la cobertu-

ra forestal. La Ley Agraria permite a los ejidos forestales asociarse

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con capital privado, cediendo el uso de sus tierras por periodos de

incluso 30 años para el establecimiento de plantaciones foresta-

les. De este modo los plantadores pueden llegar a controlar exten-

siones de hasta 20,000 ha. Desde una perspectiva neoliberal “los

cambios a la reforma agraria eliminaron algunos de los mayores

desincentivos a la inversión en forestería, deteniendo la amenaza

de la expropiación de tierras forestales (…) creando la designa-

ción de pequeña propiedad forestal y abriendo el camino a las plan-

taciones” (Téllez Kuenzler, 1994).

En 1992 se promulgó una nueva ley forestal. La desrregulación

de la actividad forestal en sus distintas fases era uno de los cam-

bios significativos, otro fue la apertura al mercado de los servicios

técnicos forestales, que hasta entonces habían sido controlados

por la SARH. La legalización del rentismo forestal y de las asociacio-

nes entre comunidades y empresarios privados fue otro de los ejes

de la nueva ley. La propuesta implícita en la ley de 1992 parecía

subestimar las necesidades de la conservación y uso sustentable

de los bosques de México. Inspirada en la fe en las virtudes del

libre mercado, la incorporación de la asistencia técnica al mercado

y la desrregulación de la actividad forestal, eran, desde la perspec-

tiva de esta ley, medidas suficientes para responder a las necesi-

dades de inversión, asesoría y capacitación de las comunidades

forestales campesinas. Algunos años después de la promulgación

de la ley forestal de 1992 resultaba evidente que en muchas regio-

nes estas medidas habían profundizado así en inercias de acceso

abierto a los recursos de los bosques y de sobreexplotación de los

mismos. Al poco tiempo de haberse anulado las regulaciones al

transporte y a la industria forestales la incidencia de las extraccio-

nes clandestinas de madera se incrementó drásticamente

(C. González Pacheco, director de Vigilancia Forestal de la

Procuraduría Federal de Protección Ambiental, comunicación per-

sonal, 1998 y 1999). La liberalización del mercado de los servicios

técnicos se tradujo a menudo en la disminución de su calidad, en

detrimento de los bosques “el nuevo sistema da mayor responsa-

bilidad que nunca antes a la toma de decisiones de las comunida-

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ANÁLISIS

des. Si bien el traslado de los servicios forestales al mercado

permitía superar los vicios generados por el régimen de monopolio

al que habían estado sujetos bajo el sistema de UCODEFO´s”. Este

cambio también hace posible a las comunidades obtener de los

técnicos un tratamiento particular a sus condiciones “pero su habi-

lidad para plantear estas demandas depende de organización

interna y el acceso a la información, ambos dependen de factores

externos al mercado de los servicios forestales” (Klooster 1997:166).

Puesto que la ley no planteaba criterios mínimos de calidad de los

servicios técnicos forestales, el precio se convirtió en muchos

casos en el criterio rector para la selección del técnico asesor. Como

la mayoría de sus antecesoras, la ley forestal de 1992 pasaba por

alto un tema clave: la falta de estímulos a los dueños de los

bosques para conservar y/o manejar cuidadosamente los recursos

forestales.

A pesar de que, en 1991 y 1992, desde las organizaciones de

campesinos forestales se manifestaron voces críticas a la propuesta

de la nueva ley, no lograron detener esa reforma, ni incidir en

ella de manera significativa.

A partir de 1994, la firma del TLCAN profundizó la apertura de la

economía del país. Para el sector forestal nacional ese tratado se

tradujo en la apertura del mercado a las dos mayores economías

forestales del mundo. En 1993, a consecuencia de la sobrevaluación

del peso, el mercado nacional se vio inundado de madera prove-

niente de Estados Unidos, Canadá y Chile. De entonces a la fe-

cha, los precios de diversos productos de madera mexicana han

sido, en distintos momentos, mayores a los de la madera importa-

da. En el contexto de deterioro y falta de inversión característicos

del sector forestal, muchos productores mexicanos resultan inca-

paces de enfrentar la competencia de los productores estadouni-

denses y canadienses

Durante los últimos años la viabilidad económica de muchos

productores en el propio mercado nacional se ha basado más en

la política macroeconómica, que en una competitividad sustentada

en inversiones y capacidades productivas reales. En el año 2000,

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ESTUDIOS AGRARIOS

la empresa chilena Terranova ofrecía en México madera

dimensionada en precios 35% más bajos que los del mercado

nacional. Las importaciones de tableros fueron ese año de 160,000

toneladas.

Durante el gobierno de Ernesto Zedillo, los recursos destinados al

sector agropecuario y forestal disminuyeron de 6.6 a 3.8% del

gasto total programable; la dependencia alimentaria del país

creció en 35%, los ingresos de los productores rurales descendie-

ron 70% y la balanza comercial tuvo un déficit promedio anua de

casi 2 mil millones de dólares (La Jornada, 2 de septiembre

de 2000). La reducción de créditos y apoyos productivos a los

productores rurales, aunada a la apertura comercial, ha tenido

impactos dramáticos en la producción de alimentos básicos y el

desempleo rural, y ha generado un fuerte incremento de las impor-

taciones agropecuarias.

El gobierno de Zedillo creó la Secretaría del Medio Ambiente,

Recursos Naturales y Pesca (SEMARNAP), que se planteó como

objetivo lograr un equilibrio —global y regional— entre los objeti-

vos económicos, sociales y ambientales, con el fin de contener los

procesos de deterioro ambiental; inducir un ordenamiento del terri-

torio nacional de acuerdo con las aptitudes y capacidades ambien-

tales de cada región; aprovechar de manera plena y sustentable

los recursos naturales, como condición básica para superar la

pobreza, y cuidar el ambiente y los recursos naturales a partir de

una reorientación de los patrones de consumo y la instrumenta-

ción efectiva de la legislación sectorial. En el ámbito forestal, con

esta política se pretendía impulsar “el aprovechamiento de los

recursos orientado a garantizar la conservación de los recursos

forestales; aumentar la participación del sector en el desarrollo

económico del país, mediante el impulso de un aprovechamiento

sustentable de los recursos forestales; propiciar la valorización de

los servicios ambientales forestales, y contribuir al mejoramiento

La políticas sobre la gestión forestal de SEMARNAP

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ANÁLISIS

de la calidad de vida de las comunidades campesinas que viven

en las zonas forestales”2 (PROCYMAF-SEMARNAP, 2000) .

SEMARNAP asumió la responsabilidad de la regulación del sec-

tor forestal, buscando incorporar criterios ambientales en gestión

forestal. Antes de la creación de la SEMARNAP, las diversas leyes

relacionadas con la actividad forestal eran aplicadas por diferen-

tes dependencias. Con la concentración de las atribuciones en una

dependencia, las distintas leyes comenzaron a ser aplicadas por

unidades y subunidades administrativas y órganos desconcen-

trados insertos en una misma estructura. A pesar de este avance

hacia una mayor integralidad institucional, la insuficiencia de re-

cursos y la dispersión de los ordenamientos jurídicos impidió

lograr una actuación institucional plenamente articulada. Se man-

tuvo una gestión basada en conceptos y procedimientos distintos,

según la ley correspondiente, aplicados por las distintas áreas res-

ponsables con criterios y objetivos diferentes.

La SEMARNAP operó con recursos presupuestarios y humanos muy

reducidos. Las políticas de ajuste estructural y adelgazamiento del

Estado, en el caso del sector forestal, han llegado a afectar el

cumplimiento de las funciones básicas de las instituciones de

gobierno. En 1998 la Procuraduría Federal de Protección Ambien-

tal contaba con 150 inspectores, concentrados en su gran mayoría

en las capitales de los estados, para realizar la vigilancia fores-

tal en el conjunto de las áreas forestales del país. Esta limitación

se tradujo en un sesgo en la actuación de la Procuraduría, que

privilegiaba la inspección y auditoría a los predios bajo aprovecha-

mientos regulares, sobre la vigilancia a los bosques donde estos

no se presentan. Si bien en los bosques sujetos a planes de mane-

jo se presentan irregularidades, gran parte de las extracciones clan-

destinas se realiza en áreas donde éstos no se ejecutan, sin que la

actuación de PROFEPA enfrente efectivamente tales ilícitos. Los jurí-

dicos de las delegaciones de la Procuraduría tenían que atender

2 Proyecto de Conservación y Manejo Sustentable de Recursos Forestales en Méxi-co. Balance de tres años de ejecución, SEMARNAP, 2000.

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un promedio de 200 denuncias anuales, contando para ello con

uno o dos responsables. De modo que la respuesta a las denun-

cias llegaba a tomar hasta dos años en emitirse.3 En estas condi-

ciones no resulta extraño que la presencia de PROFEPA haya sido

incipiente y su capacidad de procuración de justicia ambiental

haya sido muy limitada. Como se ha mencionado, la debilidad

institucional se sumó a la desregulación de la actividad forestal.

La capacidad de regulación operativa de los aprovechamientos

forestales también ha sido afectada por la falta de recursos huma-

nos. En las delegaciones estatales de SEMARNAP, los encargados

de la revisión y autorización de las extracciones forestales se

encuentran generalmente saturados. Cada trámite para la obten-

ción de los permisos debe repetirse anualmente y toma alrededor

de tres meses. El retraso en la expedición de permisos implica

retraso en el inicio de las operaciones de extracción, incrementando

sus costos, ya que las extracciones se prolongan a menudo más

allá del inicio de las lluvias. Esta dinámica suele ser una fuente de

tensión permanente en las relaciones entre las comunidades

forestales y las delegaciones estatales de la SEMARNAP.

Al inicio de los años noventa, los programas oficiales de aseso-

ría y acompañamiento a los productores fueron suspendidos.

Si bien el retiro de la SRA concedió a las comunidades mayor auto-

nomía para la gestión de sus recursos, implicó la desaparición de

mecanismos que obligaban al ahorro de las ganancias forestales y

a la rendición constante de cuentas de las empresas sociales.

Estas ausencias han tenido impactos negativos en las comunida-

des con insuficientes capacidades de organización, que carecen

de instancias que permitan hacer contrapeso a la autoridad de

los comisariados (ejidales o comunales) o a la intervención de los

madereros y que garanticen la transparencia de la administración

de los recursos comunes. Por otra parte, la mayoría de las comuni-

3 Este fue el caso de la demanda que interpusieron ante Profepa los campesinospresos en Guerrero en relación con la intercepción de camiones cargados demadera.

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ANÁLISIS

dades forestales, incluso aquellas que realizan extracciones fores-

tales rentables han fallado en la capitalización de sus empresas.

Hacia la mitad del régimen de Zedillo, en 1997 la ley forestal se

modificó de nueva cuenta. La renovación de la ley obedecía funda-

mentalmente al interés por regular las plantaciones forestales. Para

el proyecto neoliberal el establecimiento de plantaciones foresta-

les de carácter privado constituye la única estrategia productiva

viable para el sector forestal. Se considera que las plantaciones

destinadas a la producción de celulósicos son la vía más importan-

te para permitir a México aprovechar las ventajas comparativas

dadas por las altas calidades de estación de sus bosques. Se ha

argumentado que los beneficios ambientales que producirán estos

cultivos los hacen meritorios de los subsidios oficiales extraordina-

rios que se han negado al manejo de los bosques naturales.

También se argumenta que la producción de las plantaciones

permitirá cubrir el déficit de pulpa y papel del país, en un contexto

económico en que la autosuficiencia alimentaria ha sido desecha-

da como objetivo de la política pública desde hace casi dos déca-

das. Diversas críticas al privilegio de las plantaciones forestales

llevan a matizar sus beneficios, señalándose que: su eficiencia

económica se asocia a un manejo con fuertes impactos sobre los

recursos hídricos, implica riesgos en tanto recurre al uso de una o

pocas especies, e incluso de individuos clonados y tiene también

fuertes impactos de erosión sobre los suelos. En 1996 el presiden-

te Zedillo anunció que el gobierno concedería exenciones fiscales

y absorbería durante siete años 65% de los costos de producción

de las empresas plantadoras, cuyos proyectos fueran aprobados

por SEMARNAP. Con la nueva ley se buscaba inicialmente establecer

ese subsidio como obligación del gobierno y definir los criterios de

los terrenos aptos para el establecimiento de plantaciones. La opo-

sición campesina y civil al proyecto original logró influir en esta

ocasión en algunos de los temas de la ley: la obligatoriedad de los

apoyos oficiales no se incluyó en la ley y se establecieron en

cambio algunos criterios de manejo de las plantaciones, tendentes

a mitigar sus impactos ambientales.

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ESTUDIOS AGRARIOS

La nueva ley volvió a introducir algunos controles al transporte

e industria forestales, es así que en la ley vigente se requiere a

quienes realizan el transporte, transformación o almacenamiento

de materias primas forestales (con excepción de aquellas destina-

das al uso doméstico) que acrediten su legal procedencia. Sin em-

bargo la regulación de la industria sigue siendo insuficiente. Es así

que para establecer nuevos centros de almacenamiento y trans-

formación de materias primas forestales basta con presentar

el aviso de funcionamiento correspondiente. Si el aviso contiene la

información requerida, a partir del momento de su presentación,

la secretaría queda obligada a inscribirlo en el Registro Forestal

Nacional en un plazo no mayor de cinco días. Esta disposición ha

propiciado que la capacidad instalada de almacenamiento

y transformación de materias primas forestales rebase con mucho

el volumen de madera sujeta a aprovechamientos autorizados.

De manera que estos centros representan potencialmente

mecanismos para la legalización de la madera de fuentes ilegales.

Cabe mencionar que la ley de 1997 corrigió las omisiones que

presentaba su antecesora sobre los resguardos y decomisos

de materiales provenientes de extracciones clandestinas y

sobre la acreditación de los inspectores forestales (Manuel Tripp,

comunicación personal).

Durante el debate en torno a la ley de 1997, las organizaciones

campesinas criticaron constantemente los apoyos extraordinarios

a las plantaciones forestales frente a la escasa atención a los

bosques naturales. En respuesta, SEMARNAP inició en 1996 el dise-

ño de una estrategia de desarrollo forestal dirigida a impulsar

acciones de apoyo a productores forestales para promover el apro-

vechamiento, la conservación y la restauración de los bosques. En

esta propuesta se consideraba la participación directa de los due-

ños de los recursos, como un elemento fundamental para el

desarrollo sectorial. La secretaría puso en marcha nuevos progra-

mas de apoyo a comunidades forestales, el Programa de Desarro-

llo Forestal (PRODEFOR) y el Programa de Conservación y Manejo

Forestal (PROCYMAF). Se buscaba impulsar una nueva política de

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ANÁLISIS

estímulos al sector forestal, sin embargo, a pesar de su importan-

cia, los escasos recursos con que estos programas operan han

limitado sus alcances. En conjunto el presupuesto de PRODEFOR y

PROCIMAF no rebasa los 300 millones de pesos y durante su primer

año PRODEFOR sólo manejó 7 millones de pesos, frente a los 8,000

millones de pesos del programa Procampo. El presupuesto del Pro-

grama de Plantaciones Forestales (PRODEPLAN), que destina subsi-

dios principalmente a inversionistas privados, es también mucho

mayor. Otra significativa diferencia entre el programa dirigido a

empresarios plantadores y PRODEFOR es que mientras la disposi-

ción de recursos federales para este último ha estado sujeta a la

aprobación y participación económica de los gobiernos estatales,

la ejecución de PRODEPLAN no enfrenta condicionamiento alguno.

Aunque esta disposición responde a la búsqueda de coordinación

de las acciones de la secretaría y los gobiernos estatales, en los

hechos dilata y entorpece considerablemente el ejercicio del pro-

grama. En Oaxaca, en 2001, se estaba concluyendo apenas la

aplicación de los recursos correspondientes a 1999. En Quintana Roo

y Guerrero PRODEFOR no operó durante los dos primeros años de su

existencia porque los gobiernos estatales no aportaron los recursos

que les correspondía, lo mismo sucedió en 1998 en Durango, a pesar

del peso de la actividad forestal en la economía de esa entidad.

Una debilidad adicional de PRODEFOR es la carencia de recursos

para desarrollar tareas de promoción del programa y acompaña-

miento de los programas que impulsa. Como resultado, durante

algunos años, en algunos estados los recursos de este programa

no se utilizaron completamente. La falta de promoción restringe

también la posibilidad de orientar recursos a las comunidades me-

nos desarrolladas, las que realizan extracciones bajo esquemas

de rentismo, y limita el impacto de PRODEFOR a las comunidades

con mejores condiciones. La difusión de PRODEFOR se realiza a tra-

vés de los prestadores de servicios técnicos forestales, lo que

favorece los proyectos y comunidades que corresponden al inte-

rés de los técnicos. De allí que a menudo PRODEFOR ha sido visto

como “un programa para los técnicos”.

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ESTUDIOS AGRARIOS

Otra es la experiencia del Programa de Conservación y Ma-

nejo Forestal (PROCYMAF) que la secretaría ha desarrollado con

recursos del Banco Mundial. Se trata de un programa piloto que

inició en 1996 y ha operado fundamentalmente en el estado de

Oaxaca. PROCYMAF busca “fortalecer una estrategia de promo-

ción del uso sustentable de los recursos forestales, dentro de

una política que reconoce el valor de los recursos del país y las

tendencias del deterioro de éstos como resultado de políticas

inadecuadas”. Se maneja como punto de partida la idea de que

“la situación de los recursos forestales está asociada a la pro-

blemática social y económica de las áreas rurales: (PROCYMAF)

“se orienta entonces a promover el desarrollo sustentable, con-

siderando el incremento de los niveles de vida de las comunida-

des” (SEMARNAP-PROCYMAF, 2000; pp.101 y 102). El estado de

Oaxaca resultó de interés especial para PROCYMAF dado el alto

nivel de participación de la propiedad social en la tenencia fo-

restal (90% de los bosques del estado), la existencia de diver-

sas experiencias exitosas de manejo forestal comunitario y la

fortaleza organizativa que deriva de las estructuras tradiciona-

les de gobierno de muchas de estas comunidades. PROCYMAF

abarca una temática más amplia que la de PRODEFOR, trabajando

en tres áreas: la asesoría a las comunidades, incluyendo temas

que rebasan el ámbito tradicional de los servicios técnicos

forestales, como evaluaciones rurales participativas, ordena-

mientos territoriales comunitarios, estudios de mercado, asis-

tencia sobre ecoturismo, apoyo a la certificación forestal, entre

otros. Dentro del estilo de actuación de PROCYMAF destaca la aten-

ción al acompañamiento a las comunidades y la búsqueda del

fortalecimiento de sus capacidades. En este sentido, destaca

el trabajo de los promotores regionales del programa que se

encargan de prestar información sobre éste y otros programas

de SEMARNAP en las comunidades forestales de las distintas

regiones de ese estado, y dar seguimiento a su desempeño.

Del mismo modo este programa ha promovido la creación de

nueve foros regionales, que constituyen para las comunidades

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ANÁLISIS

forestales espacios de información, discusión e incluso resolu-

ción de conflictos, referentes a distintos aspectos de la activi-

dad forestal de sus regiones.

El resultado de la acción de PROCYMAF y PRODEFOR se expresa

en indicadores sobre cambios en la actividad forestal oaxaqueña

entre 1995 y 1999, como son: el incremento en 62% de la produc-

ción maderable, en 89% de la producción no maderable; el au-

mento en 78% del número de comunidades con programas de

manejo; en 30% de la superficie bajo manejo, y 33% de los em-

pleos generados y en el crecimiento de los ingresos forestales de

las comunidades en 283%.4 Dar continuidad a estas acciones, ex-

tendiendo sus ámbitos de acción, resulta clave para el desarrollo

del sector forestal como sector productivo y como base natural de

servicios ambientales que los bosques prestan a la sociedad.

Además de los programas que impulsó SEMARNAP se requieren

nuevas iniciativas que apoyen el desarrollo de empresas foresta-

les innovadoras, que muchas veces serán de carácter privado. Estos

innovadores son pares necesarios para el desarrollo del sector

social forestal y del propio sector como conjunto. Un tema funda-

mental de la inversión pública es la construcción y mantenimiento

de caminos forestales, que por ahora incrementan notoriamente

los costos de producción. Temas adicionales de inversión se

refieren a los programas para la adquisición, reposición y moderni-

zación del parque industrial; el fomento de estudios silvícolas para

incrementar los productividad forestal y mejorar la calidad de los

productos, “eliminar la inversión oficial en este sector sería

desperdiciar muchos años de experiencia y desarrollo de la

forestería mexicana” (Zabin, 1998).

4 Los incrementos mencionados se refieren a los valores que estos indicadores pre-sentaban en 1995, cuando la producción maderable equivalía a 408 mil m3, la nomaderable a 318 toneladas, 77 comunidades contaban con planes de manejo y lasuperficie bajo manejo forestal era 500 mil ha. Los empleos que generaba la activi-dad forestal en Oaxaca eran 30 mil y los ingresos que esta generaba ascendíana 1.1 millones de pesos (SEMARNAT, Delegación en Oaxaca, 2001).

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ESTUDIOS AGRARIOS

Otro aspecto relevante de la gestión de SEMARNAP fueron las

políticas de conservación. Durante este periodo se incrementó de

manera muy importante la extensión de las áreas naturales prote-

gidas, al crearse 30 nuevas Reservas de la Biosfera. El estableci-

miento de figuras fuertemente restrictivas al uso de los recursos

naturales fue uno de los ejes de la política de conservación. Este

énfasis resulta paradójico luego de la historia de estímulos a la

deforestación y al clandestinaje que a lo largo del siglo XX se ha

asociado a las vedas forestales. El peso concedido a esta política

contrasta con la débil capacidad de las instituciones ambientales

en las áreas protegidas, aun en aspectos fundamentales como la

vigilancia, la regulación y la promoción de los usos sutentables de

los recursos. Hasta el 2000 la incorporación de nuevas áreas al

Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas (SINAP) se mane-

jaba en sí misma como indicador de avance de la política de con-

servación, sin incorporar a su evaluación información sobre la

pérdida o conservación de las áreas y recursos en las zonas que

se buscaba proteger.

Un caso ilustrativo de esta orientación fue la extensión de la

Reserva de la Biosfera Mariposa Monarca durante las últimas

semanas del gobierno de Zedillo. La superficie de esta reserva se

incrementó entonces de 16,110 ha a 50,000 ha, la extensión de la

zona núcleo también se amplió de 4,491 ha a 16,000 ha. La am-

pliación de la Reserva de Monarca respondió en gran medida a la

campaña del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).5 Los bos-

ques en que se asienta la reserva presentan un fuerte y acelerado

deterioro. Desde la perspectiva de este trabajo, factores como la

falta de incentivos a la preservación y uso regulado de los recur-

sos, y la privación de la capacidad de gestión de las tierras foresta-

les que históricamente6 han sufrido las comunidades, han sido

determinantes.

5 WWF son las siglas del nombre inglés de este organización, World Wide Life Fund.6 Desde el tiempo de la veda forestal en Michoacán.

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ANÁLISIS

La evaluación que WWF manejó para fundamentar el incremento

del área de la reserva, reconocía la pérdida de superficies foresta-

les en los periodos 1980-1986 y 1996-1994. La comparación

mostraba que tanto las superficies deforestadas, como el ritmo de

pérdidas forestales, habían sido superiores durante el segundo pe-

riodo, que corresponde a los años de existencia de la RBBMM.

A pesar de que este dato difícilmente puede considerarse un indi-

cador del éxito de la reserva, era percibido por WWF como argu-

mento para justificar su extensión. Esta nueva iniciativa para

proteger el hábitat de las monarcas no se basa en un análisis más

amplio de las causas del continuo deterioro de los bosques de la

reserva. Parte del supuesto incuestionado, de que las extraccio-

nes legalmente autorizadas son la razón fundamental de la des-

trucción del bosque. Pasa por alto el hecho de que en los predios

forestales mejor conservados en la región, propiedad de los ejidos

de Cerro Prieto, Melchor Ocampo y el Paso, se han realizado por

años extracciones forestales bajo programas de manejo.7 Tampo-

co se considera la situación inversa, el que muchas de las áreas

de mayor deterioro, dentro de las propias zonas núcleo, son

predios de comunidades donde nunca se han desarrollado apro-

vechamientos bajo programas de manejo.

No se plantean en la nueva propuesta temas clave como la

mejora de la gestión de las instituciones gubernamentales respon-

sables de la reserva. Tampoco se incluyen medidas suficientes para

enfrentar el problema de las extracciones clandestinas, una de las

causas centrales del deterioro forestal de la región.

El nuevo esquema de la RBMM impulsado por WWF y SEMARNAP

representa un avance respecto a modelos de conservación ante-

7 En marzo de 2000 se realizó la evaluación en campo para la certificación forestalde los ejidos de Cerro Prieto y Ocampo por parte de un equipo del Consejo CivilMexicano para la Silvicultura Sostenible, que colabora con la certificadora norte-americana Smartwood. Los resultados de este ejercicio fueron muy positivos y lacertificación fue recomendada por el equipo evaluador, en el que participó la autorade este trabajo. El proceso de certificación se detuvo cuando parte de las áreas deproducción de esos ejidos quedaron dentro de las nuevas zonas núcleo de la RBMM.

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ESTUDIOS AGRARIOS

riores, al incluir incentivos económicos para las comunidades cam-

pesinas afectadas. Sin embargo estos incentivos constituyen fun-

damentalmente pagos por derechos de monte, que se entregan a

las comunidades a cambio de que éstas suspendan las extraccio-

nes. Estos pagos representan una forma de rentismo ambiental. A

diferencia de esquemas como el de certificación forestal en los

que las comunidades establecen compromisos de buen manejo

silvícola y conservación, manteniendo la capacidad de decidir el

uso de sus recursos; estas rentas ambientales se entregan a cam-

bio de la concesión del control de los recursos. La “compra de per-

misos forestales” (WWF) comprende solamente a 15 ejidos, cuya

superficie en la zona núcleo comprende 42% de la extensión de

esa área, el resto de los ejidos y comunidades con bosques en esa

zona, que carecían de permisos al momento del nuevo decreto, no

alcanzan esta compensación. Si desde una perspectiva institucional

y social la propuesta resulta limitada, en términos económicos la

compensación propuesta tampoco es suficiente. En primer térmi-

no, los pagos propuestos ($160 por metro cúbico) representan

apenas la cuarta parte del precio de la madera en pie vigente en el

año 2000, cuando algunas comunidades agregan mayor valor a la

producción forestal y venden incluso madera aserrada. La propuesta

considera el desarrollo de actividades alternativas no-extracivas

en estos ejidos. No es esta la primera ocasión en que se busca

implementar este tipo de actividades, desde el inicio de los noven-

ta se han invertido recursos en proyectos de cultivo de hongos,

elaboración de artesanías, conservas, etcétera. A la fecha estas

experiencias han tenido pocos resultados, en gran parte debido a

problemas de falta de planeación, capacitación y continuidad.

Con esta argumentación no se sostiene en sí la conveniencia

de las extracciones forestales en oposición a la imposición de las

restricciones que implica el incremento de la zona núcleo. Plantea-

mos la conveniencia de desarrollar, desde las comunidades,

ordenamientos territoriales que, con base en las condiciones

ecológicas particulares, destinen áreas determinadas de los terri-

torios comunales a usos particulares, incluyendo la definición de

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ANÁLISIS

zonas dedicadas a la preservación y restauración, asumidas y

protegidas por las comunidades mismas. Considerar a las comuni-

dades campesinas como sujetos centrales de las estrategias de

conservación permitiría articular y no enfrentar los derechos y

necesidades de las comunidades dueñas y el interés público por

preservar los sitios de hibernación. Ciertamente el diseño y opera-

ción de un sistema “policéntrico” (Ostrom V. 1997; McGiggins

1999ª)8 hubiera requerido tiempo y esfuerzos mayores que los del

modelo impuesto, sin embargo desde la perspectiva de este texto,

hubiera ofrecido perspectivas de mayor estabilidad a la preserva-

ción en el largo plazo del vuelo transcontinental de las monarcas.

Una orientación menos vertical hubiera permitido también hacer

del interés público por la conservación, una oportunidad real para

el desarrollo del capital natural y social de las comunidades cam-

pesinas e indígenas de la reserva.

En la segunda mitad del año 2000, SEMARNAP llevó a cabo en la

región reuniones con las comunidades incluidas dentro de los nue-

vos límites del área protegida, con el fin de informarles los conteni-

dos propuestos para el nuevo decreto. Con este proceso se esta-

blece una diferencia notable y positiva respecto a la forma en que

en 1986 se estableció originalmente la reserva.9 Sin embargo la

calidad de la participación social en el proceso fue limitada, el

proceso fue apresurado y la actuación de los responsables

institucionales no estuvo exenta de actitudes autoritarias. Fue

hasta poco tiempo antes de iniciarse las negociaciones cuando las

comunidades recibieron información sobre los nuevos límites de la

reserva, a pesar de que desde un año antes los representantes del

INE se había comprometido a informar detalladamente a las

8 Dentro de distintas definiciones de los sistemas de gestión policéntricos MichaelMcGinnis establece que “un sistema político es policéntrico cuando existen muchasarenas (o centros) de autoridad y responsabilidad que se traslapan. Estas arenasexisten en todas las escalas, desde los grupos de las comunidades locales a losgobiernos nacionales, desde los arreglos informales para la gobernabilidad hasta elnivel global” (McGinnis, p. 2).9 En 1986 las comunidades no fueron nunca informadas sobre la medida.

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ESTUDIOS AGRARIOS

comunidades. En las asambleas convocadas, la expansión del área

protegida fue expuesta como un hecho sin opción, en esa medida

la aceptación de las compensaciones ofrecidas resultaba para los

campesinos una propuesta tipo “lo tomas o lo dejas”. Las reunio-

nes se realizaron comunidad por comunidad, aunque no se

efectuaron asambleas en todas las comunidades afectadas, en

40% de ellas la consulta se redujo a la obtención del acuerdo de

las autoridades de cada comunidad agraria. Aun en estas

condiciones, alrededor de la tercera parte de las comunidades

incluidas en el nuevo perímetro de la reserva no concedieron su

acuerdo al nuevo decreto.

A pesar de los limitados resultados de esta y otras Reservas

de la Biosfera, la necesidad de un control centralizado y jerárquico

y la imposición vertical de medidas fuertemente restrictivas, se

manejan como supuestos incuestionables de la política de conser-

vación. Cómo sostiene Vincent Ostrom “el Leviathan de Hobbes

mantiene una importante influencia en los eventos contemporá-

neos. La visión de Hobbes de una única, abrumadora fuente de

poder continúa siendo una fuerte inspiración para los gobernantes

en muchos países” (McGinnis, 1999:17).

Hacia finales de la gestión de E. Zedillo, como resultado de la

orientación y acciones de las políticas macroeconómicas,

agropecuarias y agrarias, y de las limitaciones y sesgos de las po-

líticas ambientales y forestales, el desarrollo de las comunidades

forestales presenta en muchos casos un fuerte retroceso. Nume-

rosas empresas campesinas forestales han dejado de manejar su

bosque con fines comerciales. Más allá de las consecuencias de la

quiebra del fracaso de las iniciativas comunitarias en la economía

de las familias campesinas, el abandono del manejo forestal co-

munitario crea frecuentemente condiciones de acceso abierto a los

recursos, en las que las cortas clandestinas y/o el cambio de uso

de suelo son opciones socorridas. Además de su impacto en las

condiciones de los bosques, a la quiebra de las iniciativas campe-

sinas de manejo forestal se asocia a menudo el deterioro del tejido

social y las condiciones de convivencia en las comunidades. Estas

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ANÁLISIS

condiciones limitan la posibilidad de construcción de un sujeto cam-

pesino, capaz de elaborar y sostener proyectos de vida y de mane-

jo de los recursos alternativos a la visión neoliberal en los que las

regiones campesinas representan zonas marginales y las comuni-

dades meras agrupaciones de población redundante.

No obstante la adversidad del contexto político y económico

de los años noventa, algunas comunidades han logrado mantener

las operaciones de aprovechamiento forestal, aunque enfrentando

múltiples presiones, desde aquellas que plantean la competencia

internacional hasta las que conllevan las sequías, los incendios

forestales, el clandestinaje, las dificultades en la relación con

las instituciones de gobierno y la miopía de las políticas hacia el

campo.

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