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LAS POCAS ONZAS DE ORO Y LA JOYA GUARDADA: LA CRÍTICA DE SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT TRABAJO DE GRADO PRESENTADO POR SAÚL MAURICIO RINCÓN ALARCÓN, BAJO LA DIRECCIÓN DE FERNANDO CARDONA, COMO REQUISITO PARCIAL PARA OPTAR AL TÍTULO DE FILÓSOFO PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, marzo de 2010

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LAS POCAS ONZAS DE ORO Y LA JOYA GUARDADA: LA

CRÍTICA DE SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT

TRABAJO DE GRADO PRESENTADO POR SAÚL MAURICIO RINCÓN

ALARCÓN, BAJO LA DIRECCIÓN DE FERNANDO CARDONA, COMO

REQUISITO PARCIAL PARA OPTAR AL TÍTULO DE FILÓSOFO

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía

Bogotá, marzo de 2010

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LAS POCAS ONZAS DE ORO Y LA JOYA GUARDADA: LA

CRÍT ICA DE SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT

TRABAJO DE GRADO PRESENTADO POR SAÚL MAURICIO RINCÓN

ALARCÓN, BAJO LA DIRECCIÓN DEL PROFESOR FERNANDO CARDONA, COMO REQUISITO PARCIAL PARA OPTAR AL TÍTULO DE FILÓSOFO

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía

Bogotá, marzo de 2010

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Agradecimient os

AGRADECIMIENTOS

Sentir gratitud y no expresarla es como tener un regalo y no entregarlo. No podemos

omitir la labor de agradecer fervorosamente a quienes facilitaron y propiciaron este

trabajo: la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Muchos de los

momentos más gratos de la vida los hemos pasado discutiendo alrededor de textos

filosóficos, tomando clases o en el intercambio siempre igual con los profesores se esta

Facultad. A todos ellos, sin excepción, nuestros más sinceros agradecimientos y

reconocimientos.

De forma especial quisiéramos agradecer a Fernando Cardona, quien orientó este

trabajo, su siempre aguda evaluación, cordial trato y respetuoso disentimiento hicieron

que este trabajo fuera posible. A Pilar López de Santa María y a Roberto Rodríguez

Aramayo en la distancia, un agradecimiento especial por fomentar ese pensamiento

único, sin reproche alguno y encomiable labor, en nuestra lengua materna. Finalmente, a

Mamá quien ha estado siempre con su amor, grata compañía e increíble enseñanza, a ti

debo cuanto soy y cuanto haga, no sólo durante la infancia y la irreflexiva juventud, sino

que espero beber todo aquello en la madurez y hasta cuando me sea permitido vivir. Por

eso te consagro esta obra, la cual sólo podía darse bajo la sombra de tu protección y es

también obra tuya. Tú conoces los pormenores que el lector no tendrá de este trabajo, sin

ti nada hubiera sido posible, ni nada hubiera tenido sentido.

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Abrev iaturas

ABREVIATURAS

Abreviaturas de las obras de Schopenhauer:

AF: “Aforismos sobre la sabiduría de la vida” en Parerga y Paralipómena I

Apéndice: “Apéndice. Crítica de la filosofía kantiana” en El mundo como voluntad y

representación

DPF: Los dos problemas fundamentales de la ética

EC: “Ensayo sobre la visión de espectros y lo que se relaciona con ella” en Parerga y

Paralipómena I

E2: “Acerca del fundamento de la moral” en Los dos problemas fundamentales de la

ética

HF: “Fragmentos para una historia de la filosofía” en Parerga y Paralipómena I

MB: Manuscritos berlineses

MVR1: El mundo como voluntad y representación I

MVR2: El mundo como voluntad y representación II. Complementos

PP1: Parerga y Paralipómena I

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Abreviaturas de las obras de Kant:

CRP: Crítica de la razón pura

CRPr: Crítica de la razón práctica

FMC: Fundamentación de la metafísica de las costumbres

Pp: La paz perpetua

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ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS 5

ABREVIATURAS 6

INTRODUCCIÓN 10

1. EL DEMOLEDOR Y EL EDUCADOR: LA RELACIÓN

ENTRE KANT Y SCHOPENHAUER 17

1.1. El demoledor y el educador 18

1.2. El camino hacia el secreto de la vida: la vindicación de

Schopenhauer de la filosofía kantiana 20

1.3. El desafío de Kant asumido por Schopenhauer 25

2. A PESAR DE NO PENDER DEL CIELO NI APOYARSE

SOBRE LA TIERRA: KANT Y EL PROYECTO DE

FUNDAMENTAR LOS PRINCIPIOS RACIONALES

DE LA ÉTICA 29

2.1. Hacia los últimos confines de la razón 30

2.2. Incluso un pueblo de demonios: el principio de la moralidad 32

2.3. La moral autónoma y las distinciones kantianas 34

2.4. El cielo estrellado y la ley moral: autonomía, deber y libertad 38

3. LA ILUSIÓN ENMASCARADA: EL EXAMEN DE

SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT 41

3.1. Una jeringa frente a un incendio: el formalismo de la

ética kantiana 43

3.2. Hablando para los niños: el rigorismo de la ética kantiana 47

3.3. Contradictio in adjecto: la falta de motivos prácticos en

la ética kantiana 50

3.4. Quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris: el utilitarismo

escondido de Kant 52

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3.5. La pata de palo: el disfraz teológico de la ética kantiana 58

4. EL MUNDO CON TODOS SUS SOLES Y GALAXIAS:

LA FILOSOFÍA PRÁCTICA DE SCHOPENHAUER 64

4.1. El gran misterio: la fusión entre metafísica y ética 67

4.2. Velle non discitur: el carácter descriptivo de

la filosofía práctica Schopenhaueriana 71

4.3. Tat twan-asi: el verdadero móvil de la ética 75

4.4. El eudemonismo negativo 80

4.5. El camino de la salvación: la negación de la

voluntad de vivir 84

4.6. El mundo con todos sus soles y galaxias: la paradoja

ética 87

CONCLUSIÓN 92

BIBLIOGRAFÍA 99

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Introducción

INTRODUCCIÓN

I.

El objetivo de este trabajo es presentar la crítica de Schopenhauer a la ética de Kant. La

importancia de esta crítica reside en que es una crítica general en el sentido de que no

hay ningún ámbito de la filosofía moral de Kant que no haya sido criticado por

Schopenhauer. De igual forma, la crítica de Schopenhauer a la empresa ética kantiana es

fundamental, pues no se contenta con plantear objeciones contra algunas de sus

afirmaciones. Lo que interesa a Schopenhauer, más bien, es mostrar que muchos de sus

principios están condenados al fracaso por ser una visión engañosa del mundo, y que

esos principios requieren una nueva reorientación o cuando menos, una nueva

formulación. Schopenhauer reconoce abiertamente que su filosofía práctica es

diametralmente opuesta en sus puntos esenciales a la ética de Kant. Por eso aconseja a

sus lectores confrontar las discrepancias para comprender mejor su oposición. De esa

manera, la crítica a la ética de Kant es también una introducción a la filosofía práctica de

Schopenhauer.

La crítica que sostiene Schopenhauer con respecto a la filosofía moral de su admirado

Kant puede explicarse usando dos metáforas de cada uno de estos filósofos: una joya

escondida y unas pocas onzas de oro. Ambas metáforas son capitales a las obras de cada

autor puesto que con ellas identificaron respectivamente sus éticas. Además, las

metáforas son cercanas: simbolizan objetos sumamente escasos, livianos y de un tamaño

minúsculo que por ello las convierte en cosas de apreciado y estimable valor. Y aun más

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importante, identifican el cometido que albergamos en esta investigación: encontrar un

tesoro sumamente cuantioso, el oro, en otro tesoro de alto valor, una joya escondida.

En efecto, para Kant, el correcto obrar o la buena voluntad es equiparable a una joya

guardada, sin motivo alguno para comerciarla y acaso solo valga para atraer la atención

de los inexpertos, que además brilla por sí misma y cuyo valor puede ser apreciado al

margen de toda utilidad:

Semejante voluntad brillaría pese a todo por sí misma cual una joya, como algo que posee su pleno valor

en sí mismo. A ese valor nada puede añadir ni mermar la utilidad o el fracaso. Dicha utilidad sería

comparable con el engaste que se le pone a una joya para manejarla mejor al comerciar con ella o atraer la

atención de los inexpertos, más no para recomendarla a los peritos ni aquilatar su valor (cfr. FMC: 394

[65]).

En contraste, Schopenhauer anuncia su examen de la ética kantiana como el logro por

obtener unas pocas onzas de oro dentro de una gran cantera. En otras palabras, su

filosofía práctica no es gigante y ostentosa, puesto que no pretende encontrar los

principios del obrar en los últimos confines de la razón; pero sí lo suficientemente

segura, pues su objeto de atención es el crisol de de la vida misma:

En todo conocimiento hay poco de auténtico, de probado y de indestructible, del mismo modo que son

pocas las onzas de oro que el mineral contiene escondidas en un quintal de piedra. Pero la cuestión de si,

efectivamente, se preferirá conmigo la posesión segura a la grande, el poco oro que se queda en el crisol a

la extensa masa que fue arrastrada (cfr. DPF, E2: §1, 111 [150]).

La filosofía práctica de Schopenhauer pretende guardar para sí el verdadero valor de la

vida: ofrecer, pese a que es poco en cuanto a tamaño se refiere, la respuesta a por qué

obramos y cómo obrar, que en últimas es un gran tesoro como el oro mismo. En otras

palabras, una respuesta al qué del mundo que es tanto como tener consigo a Midas, aquel

rey del mito helénico que todo lo volvía oro. De esa manera y evocando un cantico

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ofrecido por Platón (cfr. Fedro, 264d), Schopenhauer invita a adentrarnos en su filosofía

práctica (DPF: XVI [13]):

Mientras fluye la ola y crecen grandes

árboles mientras luce el sol saliente y brilla la

luna, mientras abunden los ríos y el mar ruge,

cuento al caminante que aquí está Midas enterrado.

II.

La forma en que este escrito expone la crítica de Schopenhauer a la ética de Kant es, en

primer lugar, partir de analizar la relación que existía entre Kant y Schopenhauer.

Aunque no fueron estrictamente contemporáneos y cierta distancia temporal ofrecía a

Schopenhauer la posibilidad de evaluar con más mesura la filosofía de Kant, el primero

tomo del último el idealismo trascendental y con ello puso las bases para su dualidad

filosófica del mundo como voluntad y representación. El objetivo de este primer capítulo

es ofrecer una caracterización inicial de la relación entre Kant y Schopenhauer,

indicando la vindicación que este último tomó de la filosofía crítica y el desafío que

significó este reto para la construcción de su propia obra.

En segundo lugar, este trabajo presenta la ética de Kant. La ética kantiana significó un

quiebre con toda la tradición filosófica práctica similar al que tuvo su filosofía teórica.

La pretensión de fundamentar un principio a nuestro obrar es expuesta en este capítulo

por el sendero kantiano que empieza en su filosofía teórica, continúa reconstruyendo

todo su itinerario formal para luego cimentarlo en el deber, y avanza postulando la

prueba a la que debe someterse toda acción mediante el imperativo categórico y,

finalmente, resolver en el plano práctico la antinomia que desde el punto de vista teórico

se presentaba en la libertad.

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El tercer capítulo tiene como fin presentar las críticas por parte de Schopenhauer al

proyecto ético de Kant. Como el mismo Schopenhauer reconocía, la crítica a la obra

ética de Kant era por sí misma una introducción a su filosofía práctica. La apuesta

interpretativa de este capítulo es la de agrupar bajo cinco replicas las objeciones a Kant

por parte de Schopenhauer; esas cinco replicas son las que mayor resonancia han tenido

entre los analistas e intérpretes de Kant y fueron tempranamente anunciadas por

Schopenhauer: formalismo, rigorismo, ausencia de motivos lo que implica volverla

ineficaz, el utilitarismo escondido y el disfraz teológico de su ética.

En último lugar, este escrito presenta la filosofía práctica de Schopenhauer. Su propuesta

filosófica se caracteriza por el hecho de que si existe algo realmente auténtico de su

pensamiento es su ética. Nada se encuentra antes de él que se le parezca. Su doctrina se

distingue de las demás, tanto por su principio, al ser tan indiferente al deber, a la

felicidad, como a la utilidad; cuanto por sus consecuencias, pues ya que en vez de

decirnos cómo hemos de obrar, busca por el contrario, describirnos el modo de no obrar.

En este capítulo final señalamos la profunda fusión entre metafísica y ética, el carácter

descriptivo de su propuesta práctica, reconstruimos su fundamentación de la ética, su

ataque a la felicidad, su camino a la salvación y la inevitable paradoja a que conduce su

filosofía práctica.

III.

Quisiéramos expresar algunos juicios para evitar malentendidos o falsas atribuciones a

este trabajo. En principio, el punto de referencia de este escrito es Schopenhauer y no

Kant. Esto no significa que este escrito sea en absoluto injusto, autista o miope con

respecto a Kant y presente con total pasividad las replicas y juicios de Schopenhauer a

su mentor intelectual. Aunque Schopenhauer se expresó de Kant con ironía, mordacidad

y sarcasmo, su crítica no busca señalar afanosamente defectos, no busca inyectar un

veneno, no lo redacta ninguna manía, ninguna pose ostentosa, ninguna misión

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vengadora, ninguna cruzada de iluminado. No escribió contra Kant: converso con él. De

esa forma nuestro texto ofrece una interpretación de la ética de Kant en aras de la mesura

y la ecuanimidad.

Además, no hay que ser conocedor a profundidad de la filosofía para darse cuenta de que

un argumento o interpretación hace estrecha o limita la visión de algunos filósofos, ya

que la reduce a las variables incorporadas en ella, impidiendo así la observación de otros

hechos frecuentemente importantes. Es aceptable que esta reclamación sea cierta: al

poner atención en algunos aspectos de la realidad tenemos necesariamente que descuidar

o ignorar otros. Pero no es una crítica fatal. Ninguna teoría o interpretación es definitiva

y a medida que aparecen hechos nuevos, no explicados o contemplados aún, se hace

necesario revisar lo que hasta entonces había sido aceptado. La interpretación que

sugerimos, pese a tener su referencia desde Schopenhauer no es una vía exclusiva para la

comprensión de Kant, ni niega la validez o conveniencia de otras vías; es simplemente,

una vía posible entre otras.

Aún más, confesamos que de Schopenhauer quisiéramos alcanzar la impertinencia, el

estilo nítido y preciso, la maestría en el dicterio; con él compartimos la petulante

vanidad y una cierta forma de fascinación por lo humano; de él abominamos su

desprecio por el querer. Pero lo más kantiano en nosotros, lo más noblemente kantiano,

es la defensa de la tolerancia, el aborrecimiento del autoritarismo y de los fanáticos, el

asco por la persistencia en la minoría de edad, la convicción de que procurar más

felicidad a los hombres por vía racional es uno de los papeles que la reflexión filosófica

cumple en la comunidad. Y de ambos admiramos entender que el mundo quizá pueda

enmendarse políticamente; pero el aprendizaje y la decisión moral, lo verdaderamente

importante, tendrán que ser reinventados por cada uno de nosotros hasta el fin de los

tiempos tal como si del primer día de la historia se tratase. No ignoramos que estos

propósitos son antiguos y que asumirlos hoy parece ingenuo o pretencioso; sabemos

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también que ni siquiera por dar gusto a los más perspicaces vamos a fingir renunciar a

ellos.

En cuanto a la escritura de este texto una breve glosa. Es frecuente encontrar hoy día

filósofos, incluso entre los jóvenes que, por miedo al sentimiento, acaban en el cinismo;

por terror a la retórica, caen en la aburrida monotonía; por odio al entusiasmo, se pierden

en la esterilidad de la ironía; por temor al romanticismo, se precipitan en la seca y helada

pedantería. El tono escritural de este trabajo busca evitar estos equívocos, pero no por

ello en este estudio se llenan los vacíos naturales de la evidencia con opiniones

personales, con apreciaciones subjetivas, lo que termina confundiendo la frontera

necesaria entre filosofía y opinión. Algunos de los posibles asentimientos se derivan de

la evidencia acopiada, otros posiblemente nada tienen que ver con los datos reunidos,

pero no por ello son juicios personales revestidos de objetividad. Los datos expuestos no

aparecen a veces como un adorno, un lustre necesario para unas conclusiones sacadas de

antemano. Muchas de las opiniones parecen sensatas. Pero la filosofía no consiste en

opinar con sensatez.

Por último, la filosofía no puede ser un catalogo de opiniones prestigiosas. Desde luego,

la filosofía es un estudio, no un puñado de ocurrencias de tertulia, y por tanto requiere

aprendizaje y preparación. Pero pensar filosóficamente no es repetir pensamientos

ajenos. La filosofía no es la revelación hecha por quien lo sabe todo al ignorante, sino el

diálogo entre iguales que se hacen cómplices en su mutuo sometimiento a la fuerza de la

razón y no a la razón de la fuerza. Así, este escrito es un diálogo entre dos grandes

filósofos, contemplado por el autor personal de este trabajo.

IV.

Las referencias que aparecen en este texto para las obras de Schopenhauer siguen la

edición de Arthur Hübscher, que sigue a su vez la de Julius Frauenstädt. Para las obras

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de Kant citamos la Crítica de la Razón pura (CRP) según la edición de R. Schmidt

antecediendo con la letra A la paginación de la primera edición original de 1787, y con

la letra B la paginación de la segunda edición original de 1787. La citación de la

Fundamentación de la metafísica de las costumbres (FMC) corresponde a la edición de

Karl Vorländer. La citación de la Crítica de la razón práctica (CRPr) y la Paz perpetua

sigue la edición de Rosenkranz y Schubert. Para ambos autores se usa entre corchetes la

paginación de las ediciones en español que se usaron y que son consignadas en la

bibliografía.

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1

1. EL DEMOLEDOR Y EL EDUCADOR: LA RELACIÓN

ENTRE KANT Y SCHOPENHAUER

Schopenhauer pensaba que su obra corregía y completaba la de Kant, de modo que no es

del todo incorrecto afirmar que no existe una filosofía kantiana y una schopenhaueriana,

sino una única filosofía kantiano-schopenhaueriana que nos acerca tanto como es posible

a la naturaleza última de las cosas. Schopenhauer acepto la distinción entre el mundo de

los fenómenos y el nóumeno y basó en ello toda su filosofía; además, asentía con Kant

en que sólo podemos conocer, percibir y experimentar en virtud de nuestro sistema

nervioso y sensorial, así como por la maquinaria de nuestra indumentaria cognitiva

interna.

No obstante, Schopenhauer no asimilo la filosofía kantiana de una forma meramente

pasiva, su asimilación de la filosofía crítica es crítica, sometiéndola a los más severos

reproches y quejas; su lectura y adquisición del legado kantiano aún hoy en la lejanía del

tiempo sigue teniendo validez: lo que nos ha tomado tiempo descubrir y reprochar a

Kant fue ya tempranamente anunciado por Schopenhauer. La principal objeción que

presenta al sistema kantiano es su poco rendimiento vital; es decir, una filosofía

sumamente acertada en el campo especulativo, pero incapaz de referirse al mundo

práctico por fundarse en engaños e ilusiones. A continuación, presentamos una

caracterización inicial de Schopenhauer y Kant, pues como el mismo Schopenhauer

anunciaba, el entendimiento de su obra requería el conocimiento ineludible de la obra de

Kant. En segundo lugar, exponemos la asimilación de ese legado crítico, es decir, la

vindicación de Schopenhauer de la filosofía kantiana. Finalmente, las críticas generales a

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la filosofía de Kant y la asunción del desafío que esta presentaba para la obra de

Schopenhauer.

1.1. El demoledor y el educador

1.1

Kant y Schopenhauer no fueron estrictamente contemporáneos. Ocurrida la muerte del

primero, el segundo era apenas un enérgico joven de 16 años cuyos intereses filosóficos

apenas despertaban; no obstante, para ese entonces era ya un conocedor del mundo

europeo por medio de los viajes y una fina educación que lo pusieron tempranamente en

contacto con las lenguas clásicas y modernas, lo más selecto de estas literaturas y en un

amplio conocedor de asuntos mundanos. Por esas fechas, 1804, la celebridad de la

filosofía kantiana era evidente en toda Alemania y se propagaba con rapidez hacia el

resto de Europa. A Kant, en ese entonces se le tildo como “el demoledor” (cfr. Rosset,

2005: 13 – 32 y Safranski, 1991).

Semejante rotulo fue conveniente, su filosofía socavaba lo que de forma ininterrumpida,

desde los griegos hasta los pensadores del siglo XVIII daban por supuesto; las bases de

la metafísica, del conocimiento, como de la moral y la estética no volverían a ser lo

mismo una vez su palabra fuera dada a conocer. A dos siglos de su muerte, puede

constatarse lo pertinente de este rótulo, no hay una sola teoría filosófica de los últimos

dos siglos merecedora de alguna atención que no tenga que ver con Kant. Schiller, quien

en parte es responsable por la existencia de semejante rotulo a Kant escribió un epigrama

que ilustraba la importancia de su filosofía: “¡¿Cómo puede un solo rico alimentar a

tantos mendigos?!” (cfr. Hoyos, 2006: 13). En efecto, la filosofía de Kant a finales del

siglo XVIII y XIX tuvo un efecto devastador; contaban los contemporáneos de Kant que

Kleist, un poeta romántico alemán, después de leer la Crítica de la razón pura pasó por

una profunda depresión que desembocó en su suicidio.

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Apenas unos años más tarde, en 1876, Philipp Mainländer quien nació en 1841 y fue un

lector apasionado de Schopenhauer publicó su libro, Filosofía de la redención: ese

mismo año se dio muerte. Bajo su influjo Mainländer imaginó que somos fragmentos de

un Dios, que en el principio de los tiempos se destruyó, ávido de no ser. La historia

universal es la oscura agonía de esos fragmentos y el universo su cadáver sedimentado.

De manera que Schopenhauer, de igual forma, fue un “demoledor” (cfr. Safranski, 1991:

116 - 137).

Pese a no contar con la tardía celebridad con que gozo Kant en vida, Schopenhauer solía

advertir que sus lectores eran los de la posteridad, ellos serían los justos jueces de su

obra. Apenas en vida, Schopenhauer disfruto de un tardío y efímero reconocimiento

cuando se acercaba hacia el final de su vida; su obra paso inadvertida y en un casi total

anonimato hasta entrada la segunda mitad del siglo XIX. Pero Schopenhauer, a

diferencia de Kant, no fue visto por el público como un “demoledor”, en cambio fue

tildado como un “educador”.

El rótulo de Schopenhauer como “educador”, a sabiendas de reconocer también a un

“demoledor”, se debió a que fue el pensador que con mayor bríos se dedico a describir

reflexivamente lo que supone estar vivo. En cuanto que “educador” no sólo se refiere a

un lúcido maestro capaz de realizar majestuosas abstracciones, un erudito de encomiable

admiración o, una persona triunfante en el competitivo mundo académico; su rótulo de

“educador” quizá lo pueda dar a entender uno de sus tantos “discípulos”, Friedrich

Nietzsche (2000: 29), quien hablando de Schopenhauer decía:

Tus verdaderos educadores, tus verdaderos formadores te revelan lo que es la verdadera esencia, el

verdadero núcleo de tu ser, algo que no puede obtenerse ni por educación ni por disciplina, algo que es, en

todo caso, de un acceso difícil, disimulado y paralizado. Tus educadores no podrían ser otra cosa para ti

que tus liberadores.

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1.2. El camino hacia el secreto de la vida: la vindicación de Schopenhauer

de la filosofía kantiana

1.2

Schopenhauer se identificaba como el albacea de la herencia kantiana, soliendo presentar

su pensamiento como culminación de la empresa iniciada por Kant. Empresa que

además estaba en sintonía con lo que las mitologías, religiones y hasta la misma filosofía

platónica daban como el secreto último de la vida y la esencia de las cosas. En efecto, el

componente último de las cosas y la interminable meditación que los filósofos y

religiones habían asumido durante siglos, el “esfuerzo” según sus propias palabras, solo

era comprensible conforme a la doctrina de Kant, de la cual Schopenhauer era el natural

heredero y la persona llamada a dar termino a la empresa: “[ese esfuerzo] Solo puede

demostrarse rigurosamente a partir de la doctrina de Kant, como antes se ha hecho;

aunque Kant mismo no lo ha hecho sino que, al modo de los oradores astutos,

únicamente dio las premisas, dejando a los oyentes la satisfacción de concluir” (DPF,

E2: §22, 270 [317]). Su obra principal, El mundo como voluntad y representación

advierte que “la filosofía de Kant es la única cuyo conocimiento profundo se supone

directamente en lo que aquí se va a exponer” (MVR1: XII [34]).

Pero Schopenhauer nunca se identifico como “kantiano”; las razones para ello pueden

entenderse prestando atención al contexto filosófico y cultural en que tuvo lugar la obra

de Schopenhauer: el idealismo alemán y la celebridad de la filosofía hegeliana.

Schopenhauer no ahorraba palabras a la hora de evaluar a los que se hacían pasar por

herederos de Kant: “bufones”, “comerciantes”, “charlatanes”, “fanfarrones”,

“filosofastros”, “sofistas”, etc. Sin embargo, no sólo eran aduladores despreciables, los

consideraba realmente ofensivos: engañaban al público, deformaban las mentes de sus

alumnos arruinando a toda una generación y, lo que es peor, tergiversaban el legado de

Kant. La relación de estos pensadores con Kant, decía Schopenhauer, le recordaba la

costumbre griega de escenificar farsas sobre la tumba de los grandes; su proceder no era

otro que el de tirar arena a los ojos de los lectores para distraer. Dos aspectos, de estos

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filósofos en la forma de hacer uso del legado de Kant le irritaban de sobremanera. Uno

era la utilización fraudulenta del lenguaje. El otro era el uso deliberado de aparentes

demostraciones que no eran sino falsos engaños para conseguir que su público aceptara

algo como verdadero, cuando no lo era. Ambas prácticas contrastan con sus propios

métodos: Schopenhauer uso la lengua alemana con una claridad y elocuencia casi

insuperables, y la integridad de su argumentación fue tal que siempre que comprendía

algo como posiblemente verdadero, o de difícil entendimiento, él mismo lo señalaba.

La oscuridad filosófica intencionada de los supuestos herederos de Kant le parecía a

Schopenhauer una explotación del hecho de que el pensamiento de Kant era tan

profundo que casi nadie había sido capaz de comprenderlo en una primera lectura, de

manera que los idealistas alemanes, y Hegel en especial, habían asimilado el uso de la

ininteligibilidad escritural con la profundidad filosófica. Schopenhauer, entonces, nunca

se considero un “kantiano”. Reconocía con ahínco y humildad sus deudas y el legado de

Kant, pero señalaba sus defectos, contradicciones y equívocos. La relación de

Schopenhauer con Kant, para decirlo con palabras de Roberto Rodríguez Aramayo

(2002: 63), era la de “autoproclamarse algo así como un hijo bastardo de Kant, el

vástago que éste habría podido tener de haberse atrevido a coquetear con la sabiduría

oriental”.

Para Schopenhauer los meritos de Kant eran tres. El primer mérito de Kant, y acaso el

mayor según Schopenhauer, es la distinción entre el fenómeno y la cosa en sí, fundada

en la demostración de que entre las cosas y nosotros está siempre el intelecto, por lo que

aquellas cosas no pueden ser conocidas según lo que puedan ser en sí mismas (cfr.

MVR1, Apéndice: 494 – 495 [482 – 483]). Este logro de la filosofía kantiana constituía

un avance con otras dos tradiciones que alimentaron intelectualmente a Schopenhauer: el

platonismo y el hinduismo. Kant constituía un avance frente a estas dos doctrinas, pues

tanto Platón como los antiguos vedas hindúes habían formulado sus afirmaciones en una

mera intuición general del mundo, presentándolas apenas como expresión inmediata de

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su conciencia y exponiéndolas de una forma más mítica y poética que filosófica. En

cambio, Kant había

analizado y presentado toda pieza por pieza la maquinaría de nuestra facultad de conocer mediante la cual

se produce la fantasmagoría del mundo objetivo. Toda la precedente filosofía occidental, que frente a la

kantiana aparece como indescriptiblemente burda, había ignorado esa verdad y, precisamente por eso,

había hablado como en un sueño (MVR1, Apéndice: 497 [484]).

Este logro de Kant era inobjetable y acercaba tanto a la filosofía como había sido posible

con la esencia última de las cosas:

Si algo es indudablemente verdadero en esas explicaciones que la sagacidad de Kant ha ofrecido al

mundo, eso es la Estética trascendental, o sea, la doctrina de la idealidad del espacio y el tiempo. Está tan

claramente fundada, que no se ha podido alzar contra ella ninguna presunta objeción. Es un triunfo de

Kant y forma parte de las sumamente escasas doctrinas metafísicas que se pueden considerar como

realmente demostradas y como verdaderas conquistas en el campo de la metafísica (DPF, E2: §22, 267

[314]).

El segundo gran logro de Kant bajo la óptica de Schopenhauer está bastante

emparentado con el primero y parte de haber distinguido entre filosofía dogmática y

filosofía crítica o trascendental. De esta distinción se infiere que el mundo objetivo, tal y

como lo conocemos, no pertenece a la esencia de las cosas en sí mismas, sino que es un

mero fenómeno de estas condicionado por las formas a priori del intelecto humano y de

ahí que no pueda contener nada más que fenómenos. El límite de este logro de Kant es la

falta de atención a que “el fenómeno es el mundo como representación y la cosa en sí es

la voluntad” (MVR1, Apéndice: 499 [486]). Pero lo que distingue este mérito del

primero ya señalado son sus alcances ya no cognitivos sino morales: “La innegable

significación moral de la conducta humana es totalmente distinta e independiente de las

leyes del fenómeno, y que nunca se puede explicar de acuerdo con él sino que afecta

inmediatamente a la cosa en sí” (MVR1, Apéndice: 500 [486]).

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23

El tercer y último logro de Kant fue “la total demolición de la filosofía escolástica”,

periodo que Schopenhauer atribuye inicio en Agustín y concluye justo antes de Kant. En

este periodo, según Schopenhauer, sólo se admitió

la tutela de la religión nacional dominante sobre la filosofía, a la que en realidad no le quedó más que

demostrar y adornar los dogmas principales que aquella le prescribió: los escolásticos propiamente dichos

hasta Suárez, lo admitieron sin disimulo; los siguientes filósofos lo hicieron más inconscientemente, o

bien de forma no declarada (MVR1, Apéndice: 500 [486]).

Sin embargo, Schopenhauer también señalaba las falencias y los equívocos de la

filosofía kantiana; su recepción de este autor es, entonces, una crítica absolutamente

general y fundamental. Es una crítica general en el sentido de que no hay ningún ámbito

de la filosofía de Kant que no haya sido criticado por Schopenhauer. De otro lado, la

crítica de Schopenhauer a la empresa kantiana es fundamental, pues no se contenta con

plantear objeciones contra algunas de sus afirmaciones. Lo que interesa a Schopenhauer,

más bien, es mostrar que muchos de sus principios están condenados al fracaso por ser

una visión engañosa del mundo, y que esos principios requieren una nueva reorientación

o, cuando menos, una nueva formulación.

Del análisis de su obra principal, la Crítica de la razón pura, prácticamente sale airosa la

Estética trascendental: “una obra tan sumamente meritoria, que ella sola podría bastar

para perpetuar el nombre de Kant” (MVR1, Apéndice: 518 [502]). Mientras que la

Lógica trascendental es, salvo en ciertos puntos específicos, objeto de enmienda a la

totalidad por considerarla plagada de errores, confusiones y contradicciones, entre los

cuales destaca una especialmente pernicioso: la confusión entre el conocimiento

intuitivo y el abstracto (cfr. MVR1, Apéndice: 527 – 533 [509 – 514]). Schopenhauer

pensaba que la obra cumbre de Kant, la Crítica de la razón pura, era un desatino tal y

como Kant la concibió editorialmente, pues con su segunda edición se perdían muchos

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24

de los grandes hallazgos que su idealismo trascendental había permitido en la primera

edición:

(…) Todo el pasaje de las páginas 348 – 392, en el que Kant presenta con toda belleza y claridad su

idealismo decidido, fue suprimido por él en la segunda edición y a cambio se introdujeron un montón de

declaraciones en contradicción con él. Con ello, el texto de la Crítica de la razón pura, tal y como ha

circulado desde el año 1787 hasta 1838, se ha desfigurado y echado a perder, convirtiéndose en un libro

contradictorio consigo mismo cuyo sentido no podía ser totalmente claro y comprensible para nadie

(MVR1, Apéndice: 515 [499 – 500].

Este considerable cambio, explicaba Schopenhauer, se debía sin duda a la presión y

censura que Kant había sufrido durante los últimos años de su vida y a la falta de

intérpretes correctos del idealismo trascendental una vez vista la luz pública su obra:

Ciertamente, no es uno de los menores méritos de Federico el Grande que bajo su reinado se pudiera

desarrollar el pensamiento de Kant y publicarse la Crítica de la razón pura. Difícilmente un profesor a

sueldo se hubiera atrevido a algo así bajo cualquier otro reinado. Ya al sucesor del gran rey, Kant le tuvo

que prometer que no volvería a escribir (MVR1, Apéndice: 609 [581]).

Además, Kant es reprochado por su obsesión arquitectónica que le lleva a una simetría

que termina violentado la verdad, falsear las antinomias, deducir erróneamente la cosa

en sí y, más aún, de sus doce categorías, de las cuales once no son más que “ventanas

ciegas”, puesto que solo la causalidad merece especial atención y evaluación por el

hecho de que el mundo está sometido a cada instante y en todas partes a la relación de

causa y efecto, de modo que el principio de causalidad resulta ser, en definitiva, la forma

fundamental de la percepción del mundo, a la cual se reducen todas las demás categorías

(cfr. MVR1, Apéndice: 536 [517 – 518]). Esas doce categorías son severamente

cuestionadas por Schopenhauer, quien evocando el antiguo mito helénico de Procrusto,

en donde eran forzados los hombres a meterse a un lecho para ser mutilados y luego

nutrir ese hogar con sus restos mortales, en forma análoga “La deducción trascendental

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de los elementos” es tildada como “lecho de Procrusto”, pues se “mete forzadamente

todas las cosas del mundo y todo lo que sucede en los hombres, sin reparar en violencias

ni desdeñar sofismas, con el único fin de poder repetir siempre la simetría de esa tabla”

(MVR1, Apéndice: 509 [495].

La ética –a la que prestaremos atención especial más adelante-, la teoría del derecho, la

Crítica del juicio, y hasta la teoría de lo sublime son todas ellas desechadas por

Schopenhauer: “Mi teoría se encuentra en directa contradicción con la kantiana, que

pone la esencia de lo bello en una aparente finalidad sin fin” (MVR2: Capítulo 35, 474

[464]). De manera que Schopenhauer toma de Kant mucho menos de lo que este ofrecía,

pero lo que toma le da un puesto sumamente relevante en su filosofía. Por eso, a

continuación examinar el gran logro de Kant y la forma en que Schopenhauer lo asimila,

pues nos ayuda a comprender su único gran pensamiento.

1.3. El desafío de Kant asumido por Schopenhauer

1.3

“Mi mayor gloria tendrá lugar cuando alguna vez se diga de mí que he resuelto el

enigma planteado por Kant” (MB: 82 [112]). Esto era lo que pensaba Schopenhauer en

los años inmediatamente anteriores a la composición del primer tomo de su obra cumbre

El mundo como voluntad y representación. El gran desafío que asumió Schopenhauer

fue el de tomar el idealismo trascendental con su distinción del fenómeno y noúmeno,

distinción que para él se traduce en la dualidad representación y voluntad: “Kant no

llegó, ciertamente, a percatarse de que el fenómeno es el mundo como representación y

la cosa en sí es la voluntad” (MVR1, Apéndice: 499 [485 – 486]). Dualidad y no

dualismo, pues ellas no son dos realidades distintas, sino dos caras completamente

inseparables y complementarias de un mismo ser: el mundo. Quizá por eso el titulo de su

gran obra. Los comentaristas suelen observar que el gran mérito de Schopenhauer al

tomar el idealismo trascendental kantiano es la “correcta identificación y caracterización

Page 24: LAS POCAS ONZAS DE ORO Y LA JOYA GUARDADA: LA CRÍTICA DE ...

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del nóumeno, y que era el logro que desvelaba el secreto del mundo. También explicaba

cómo era posible que el mundo fuera un mundo compartido” (Magee, 1991: 107).

Cuando la filosofía occidental topo con los problemas que el idealismo trascendental

ofrecía dejo de fluir por un solo cauce y se dividió en varias tendencias. En su ensayo Fragmentos sobre la historia de la filosofía (cfr. PP1, HF: 34 – 145 [65 – 164]),

Schopenhauer muestra que fue con Descartes como se abrió el camino del problema al

sentar las bases de lo real y lo ideal, sus sucesores continuaron las dudas abiertas por

Descartes, cuales fueron qué parte de nuestro conocimiento se debe a nosotros y cuál a

cosas independientemente de nosotros. El sistema de las causas ocasionales de

Malebranche, el paralelismo de Spinoza y la armonía preestablecida de Leibniz son

horizontes de solución insuficientes a esta cuestión. Los empiristas británicos, en

particular Locke y Hume, dan un paso adelante, pues distinguen entre cualidades

primarias y secundarias de las cosas, recordando el carácter subjetivo de estas últimas.

Por su parte, Berkeley fundamenta el idealismo y sienta con ello las bases para que Kant

le dé curso al señalar que todo el mundo intuitivo es mera representación (cfr. PP1, HF:

73 - 84 [101 – 111]). Con el idealismo trascendental Kant abrió la solución al enigma del

mundo y la aparente lucha entre escuelas filosóficas se zanjaba, tanto el materialismo de

Epicuro, como su antípoda, el idealismo de Berkeley “(…) son concepciones sumamente

parciales, por lo que, pese a su oposición son a la vez verdaderas, cada una desde un

determinado punto de vista: pero en cuanto nos elevamos por encima de él, aparecen

como meramente relativas y condicionalmente verdaderas” (MVR2: Capítulo 42, 540

[525]).

El idealismo trascendental, que se desarrolla a todo lo largo de la primera y segunda

partes de la Crítica de la razón pura es una posición filosófica que enseña a distinguir

dos modos diferentes de considerar los objetos de nuestro conocimiento. El idealismo

trascendental, aun en el caso de que se rechace, nos proporciona una solución a las

antinomias del tiempo, el espacio y la causalidad. Son antinomias producto del realismo;

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es decir, surgen a partir de la afirmación de que el mundo espacio-temporal existe en sí

mismo, independientemente de la experiencia subjetiva (cfr. Rosas, 2007 y Allison,

2004: 20 - 48). El idealismo trascendental, piensa Schopenhauer, guarda vínculo con el

platonismo y la antigua sabiduría hindú, sólo que estas expresiones se quedaron en

enunciados meramente poéticos y no filosóficos. De igual manera, y a diferencia de

Kant, que concebía el fenómeno como el modo en que los objetos nos son dados, en

Schopenhauer, en cambio, el fenómeno es el modo en que se nos oculta la realidad de las

cosas. Así, el fenómeno no es en contra de lo que reza su etimología la manifestación de

la realidad, sino más bien su encubrimiento.

De esa forma, el avance verdadero de Schopenhauer con respecto a Kant, o mejor, el

desafío asumido, consistió en demostrar que Kant se equivocaba al hablar de las “cosas”

(en plural) como son en sí mismas. Schopenhauer pensaba que el nóumeno, fuera lo que

fuera, y al cual llamo “voluntad” a falta de un término más certero y por ser la forma

más inmediata en que se manifiesta en nuestro vivir, tenía que ser uno e indiferenciado.

Al hacerlo estableció un punto de conexión entre la filosofía occidental y la oriental y

corrigió a su antecesor:

(…) Siempre que en la Crítica de la razón pura y los Prolegómenos la cosa en sí kantiana despunta,

aunque sea un poco, de la oscuridad en que él la mantiene, enseguida se da a conocer como lo moralmente

responsable en nosotros, es decir, como la voluntad; si, como digo, se tiene esto en cuenta, entonces

también se comprenderá que yo, al demostrar que la voluntad es la cosa en sí, no he hecho más que

esclarecer y llevar a término los pensamientos de Kant (PP1, EC: 285 [289]).

No obstante, un error común al interpretar y evaluar a Schopenhauer, el más nocivo

según Bryan Magee (1991: 423 - 437), es el de atribuirle la creencia de conocer la “cosa

en sí” de forma contundente o, afirmar que Schopenhauer encontró con pleno

convencimiento aquella esencia última de las cosas. Schopenhauer, por el contrario,

sabía que la descripción de esa cosa en sí era sumamente parcial y contingente, que se

manifestaba en una cantidad de prácticas que van desde el deseo sexual hasta la

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expresión artística y que el medio más eficaz para escudriñarla, era si acaso, la

autoconciencia:

(…) Hay que constatar aquí que nosotros no hemos renunciado como Kant a la cognoscibilidad de la cosa

en sí, sino que sabemos que esta ha de ser buscada en la voluntad. Ciertamente, no hemos sostenido nunca

un conocimiento absoluto y exhaustivo de la cosa en sí, sino que hemos entendido bien que es imposible

conocer algo de lo que ella sea en y por sí misma (MVR2: Capítulo 41, 565 – 566 [545 – 546]).

Luego esa voluntad es si acaso “un incansable resorte, un impulso irracional que no tiene

razón suficiente en el mundo externo. Ella retiene a los individuos en el escenario y es el

primun mobile de sus movimientos; mientras que los objetos externos, los motivos, solo

determinan su dirección en el caso particular” (MVR2: Capítulo 28, 409 [404]).

Como ya lo indicamos antes, Schopenhauer pensaba que Kant se equivocaba al

considerar que la comprensión y conocimiento más profundos de que disponemos en

este mundo es el conocimiento conceptual, ya que todo lo que realmente existe en él es

particular, y los conceptos no pueden tratar de lo particular (cfr. MVR2: Capítulo 7, 80

[104 – 105]). La comprensión y el conocimiento más profundo de que disponemos no

son de tipo racional o meramente intelectual, se encuentra en las percepciones únicas y

aunque estas no pueden comunicarse mediante conceptos sí pueden transmitirse

mediante todas las posibilidades expresivas de las obras de arte: tragedia, escultura,

pintura, poesía, drama, música, etc. Pero más importante aún, en la moral se aplica esta

verdad metafísica, que revela las consecuencias de tomar el desafío que supone el

idealismo trascendental. El hecho de que los seres humanos sean fenómenos

diferenciados de un Uno indiferenciado significa que en lo más profundo de nuestro ser

somos idénticos. Esto explica los más disimiles sentimientos que a un tiempo son

compartidos como la compasión, la caridad o el temor a la muerte; así como acciones

que en apariencia son extravagantes concernientes a la sexualidad o al suicidio; pero más

importante aún, un avance en entender la ética y nuestro comportamiento práctico.

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29

2

2. A PESAR DE NO PENDER DEL CIELO NI APOYARSE

SOBRE LA TIERRA: KANT Y EL PROYECTO DE

FUNDAMENTAR LOS PRINCIPIOS RACIONALES DE LA

ÉTICA

El objetivo de este capítulo es presentar una visión del sistema ético kantiano. El mismo

Kant sostuvo que su empeño estaba dirigido a fundamentar un principio ético lo

suficientemente sólido “a pesar de no pender del cielo ni apoyarse sobre la tierra” (FMC:

425 [110 – 111]). Sin embargo, es tal el volumen de literatura y posiciones

interpretativas que existen en torno a los planteamientos éticos de Kant que algunos

analistas han optado por diferenciar: la ética de Kant, “la ética de Kant” y la ética

kantiana (cfr. O’ Neill, 1995: 253). A la primera corresponde el volumen de los escritos

salidos de la propia pluma de Kant, a la segunda los puntos de vistas que tempranamente

fueron formulados por sus intérpretes, y a la última, un término genérico que trata de

englobar las dos anteriores, pero tiene como característica anclarse en las discusiones

filosóficas propias del siglo XX y XXI.

El siguiente capítulo se basa en una lectura directa de Kant; no obstante, nos apoyamos

de forma ocasional en algunos intérpretes de su obra en aras de hacer inteligible ciertos

puntos o porque lo consideramos conveniente. La forma de proceder en este capítulo es,

en primer lugar, partir del vínculo que existe entre la filosofía teórica de Kant y su

filosofía práctica, puesto que es un lugar común entre los analistas considerar que se

ingresa a sus planteamientos morales de una forma muy certera por este sendero. En

segundo lugar, ofrecemos una interpretación de la ética kantiana como una

fundamentación racional del principio de la obligación. En tercera instancia,

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presentamos el proceder de Kant: su fundamentación de una moral autónoma, sus

correlativas distinciones y las implicaciones que traen en la formulación del principio

moral. Finalmente, exponemos las consecuencias del sistema ético kantiano: el primado

de la autonomía, la validez universal de la acción en un reino universal de fines y el

infinito campo de la libertad que abre su principio moral. Todo ello conforme a

encaminarnos hacia la filosofía práctica de Schopenhauer presentando su antagonista: la

ética de Kant.

2.1. Hacia los últimos confines de la razón

2.1

Existe un alto consenso entre los analistas en presentar los postulados éticos de Kant

desde su filosofía teórica. De manera que en principio vale la pena atenernos a la

distinción que el mismo Kant realizó entre los usos teórico y práctico de la razón. En el

prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, caracteriza al conocimiento

teórico mediado por una relación con su objeto distinta a la del conocimiento práctico.

En opinión de Kant, el conocimiento práctico convierte o hace real a su objeto, es decir,

lo vuelve efectivo; por su parte, el conocimiento teórico tan sólo determina su objeto

(cfr. CRP: B, IX – X).

A lo que apunta Kant con esta distinción es a que existe una facultad que determina

nuestras acciones en conformidad con ciertos motivos o razones para actuar. Esta

facultad es la voluntad cuyo rasgo peculiar es la actividad de transformar los objetos y

hacerlos reales. Debemos realizar una advertencia en este momento, ya que como

observamos anteriormente, Schopenhauer asumió este concepto de voluntad como la

esencia de las cosas, como la cosa en sí kantiana. No obstante, existe un abismo

comprensivo entre estos dos pensadores en lo que se refiere a esta noción y al uso de

este concepto. Por una parte, Kant distingue entre deseo y voluntad, mientras

Schopenhauer los aproxima. Por otra parte, Kant vuelve a la voluntad el objeto supremo

del estudio en la ética; Schopenhauer pretende ir un tanto más allá realizando todo su

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sistema filosófico desde esta noción, ubicándola como la esencia misma de todo cuanto

existe; es decir, ubicándola como el nóumeno.

Ahora bien, existen objetos que son propios de la razón en su dimensión teórica y otros

que competen a la razón en su uso práctico. Los problemas típicos de la razón en su uso

teórico son la duración del mundo, la inmortalidad del alma y la libertad. Este último

asunto es aquel que permite encaminarnos hacia la ética. Kant sitúa el problema de la

libertad como un problema cosmológico, relativo al mundo o al lugar que ocupa el

hombre en el conjunto de la naturaleza. Pero el problema de la libertad tiene la estructura

de una antinomia. Es decir, tiene la estructura de un conflicto entre dos posiciones que

desde un punto de vista teórico tienen derecho a existir. La antinomia de la libertad surge

de dos tesis que chocan inevitablemente. La tesis inicial plantea que “la causalidad según

las leyes de la naturaleza no es la única de la que pueden derivarse todos los fenómenos

del mundo. Para explicar estos nos hacen falta otra causalidad por libertad” (CRP: A 444

= B 472). Surge inmediatamente una antítesis a esta posición que plantea que “no hay

libertad. Todo cuanto sucede en el mundo se desarrolla exclusivamente según leyes de la

naturaleza” (CRP: A 445 = B 473).

La solución inicial que propone Kant para este enfrentamiento se basa en su idealismo

trascendental al considerar el hombre desde dos puntos de vista: en cuanto fenómeno y

en cuanto noúmeno. Es decir, considerar al hombre como dotado de un carácter empírico

y uno inteligible. El hombre entonces, está limitado al tener un carácter empírico y

obedecer a necesidades naturales; pero, por otra parte, el hombre está dotado también de

una capacidad de deliberar y es racional (cfr. Allison, 1990: 57 – 69). Luego el tema de

la libertad, pese a que pueda ser abordado desde un punto de vista teórico, sólo puede

considerarse en estricto sentido como un problema cuya solución es práctica, de forma

que la libertad “debe suponerse” así no exista solución convincente en el ámbito teórico

(cfr. CRP: A 554 = B 582 – A 555 = B 583). Por tanto, su filosofía para dar solución a

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32

este asunto, tal como lo anota las últimas palabras de la Fundamentación, “aspira a

llegar hasta los últimos confines de la razón humana” (FMC: 463 [165]).

2.2. Incluso un pueblo de demonios: el principio de la moralidad

2.2

Desde las primeras líneas de la Crítica de la razón práctica, Kant señala que esta obra

tiene como fin esencial establecer la existencia de una razón pura práctica y, a partir de

ella, la existencia de la libertad trascendental como fue definida en la Crítica de la razón

pura para salir de la antinomia. Si en la primera Crítica, el concepto de libertad

permanecía vacío, después, en la Fundamentación, la ley moral permitía que ese

concepto recibiera una determinación positiva práctica: a la simple idea de una

causalidad no condicionada se agregó la noción de una voluntad que toma como

fundamento la forma de una legislación universal. Finalmente, en la segunda Crítica la

libertad se descubre al instituirse la legislación moral y así la libertad se presenta como

el móvil de la ley moral y esta última como la legisladora de la primera (cfr. CRPr: 3 –

12 [3 – 13]). En otras palabras, la línea argumentativa de Kant en estas tres obras es la

siguiente: si no hubiera libertad, no existiría ley moral en nosotros, y si no conociéramos

la ley moral, desconoceríamos la libertad. Ahora bien, conocemos la ley moral. Luego a

partir de dicha ley podemos saber que somos libres. Así, el concepto de libertad será la

condición a priori del hecho moral y la piedra angular de la construcción del sistema de

la razón pura y comprenderá no sólo a la razón práctica, sino también a la razón

especulativa.

De manera que el principal objeto de estudio de la ética kantiana es la voluntad en su

relación consigo misma, con el fin de reglamentar lo que puede querer para devenir

buena sin más y no con respecto a un propósito dado. En efecto, Kant afirma que “no es

posible pensar nada dentro del mundo, ni después de todo tampoco fuera del mismo, que

pueda ser tenido sin restricción alguna, salvo una buena voluntad” (FMC: 393 [63]). La

buena voluntad es aquello que se puede considerar “bueno absolutamente”, o sea,

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33

“bueno” no con relación a algo, sino “bueno en sí mismo” (cfr. Korsgaard, 1996: 49 -

54). La buena voluntad es la buena intención, el buen querer, siendo bienintencionado

aquel que desea el bien, independientemente de si lo realiza o no, por el bien mismo y no

por lo que se logre con él.

Para indagar esa “buena voluntad” a Kant no le interesa en modo alguno elaborar una

especie de psicología moral y por ello no necesita indagar el “por qué algo agrada o

desagrada”, ni mucho menos “sobre qué descasa el sentimiento del placer y displacer, ni

cómo se origina a partir de ahí apetitos e inclinaciones y finalmente máximas gracias al

concurso de la razón” (FMC: 427 [113]). Por el contrario, su “filosofía práctica” no se

basa en “aquello que sucede, sino leyes de lo que debe suceder, aun cuando nunca

suceda” (FMC: 427 [112]).

El itinerario que asume Kant para su proyecto se presenta en la Fundamentación como el

partir de los juicios que realiza comúnmente nuestra conciencia moral, para descubrir

desde ahí el principio supremo de la moralidad que los fundamenta, proponiéndose hacer

luego el mismo recorrido pero en sentido inverso. Es decir, partir del poder práctico que

se atribuye a la razón pura y que expresa el concepto de libertad, para derivar en las

determinaciones más concretas del deber:

Creó haber adoptado en este escrito el método más conveniente, si uno quiere tomar el camino que parte

analíticamente del conocimiento común y va hasta la determinación de aquel principio supremo, para

retornar luego sintéticamente a partir del examen de tal principio y sus fuentes hasta el conocimiento

común, en donde se localiza el uso de dicho principio (FMC: xvi [61]).

Ahora bien, el propósito de “fundamentar” ha sido asumido de dos maneras en la

literatura kantiana. Por una parte, en un sentido “constructivo”: establecer los

fundamentos de algo para desde allí armar todo un andamiaje o “edificio conceptual”

(cfr. Rawls, 2007: 253 - 270). Por otra parte, la posición que sostiene que no se trata de

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34

construir a la manera de un edificio, sino buscar las bases o los fundamentos de lo que ya

existe (cfr. Korsgaard, 1996: 19 - 27). Aunque es un debate metodológico sobre el

proceder de Kant, esta situación ha generado importantes posturas interpretativas en

torno a su obra y fructíferas posiciones filosóficas. En este escrito, asumimos una vía

conciliadora entre estas posiciones: lo que busca Kant es el principio racional de la ética

o la búsqueda de un fundamento racional al obrar. Este principio debe tener tal fuerza

que valga, como se señala en La paz perpetua, “incluso para un pueblo de demonios, con

tal de que tengan entendimiento” (Pp: 331).

En efecto, Kant en La paz perpetua, supuso un “experimento mental”; estimó que

incluso un pueblo de demonios, siempre que fueran inteligentes, podrían configurar un

orden social con leyes vinculantes para todos; de esa manera, planteó una exigencia a

toda ética futura que quiera distinguirse del simple cálculo egoísta de pérdidas y

beneficios. Incluso los mencionados demonios podrían llegar a entender que es

preferible, simplemente por razones usureras, establecer un pacto de derechos mínimos

para todos, antes que vivir en un estado de guerra permanente y de agresiones sin cuartel

(cfr. Pp: 331 - 336). Es decir, ese pueblo de demonios carente de sensibilidad moral

podría llegar incluso a aceptar racionalmente el principio de la moralidad con base en el

deber.

2.3. La moral autónoma y las distinciones kantianas

2.3

Para cimentar su principio racional del obrar Kant asumió la distinción entre morales

autónomas y heterónomas: su filosofía práctica pretende establecer la forma a priori de

las primeras. Esta distinción es de primer orden, pues el mismo Kant se sentía orgulloso

de su descubrimiento, al considerarla todo un hallazgo personal y suponer algo que hasta

ahora nadie había reparado atención alguna (cfr. FMC: 433 [121]). Hablando de forma

genérica, las morales heterónomas parten de un código determinado, reforzado por

premios o ganancias, y también reforzado al contrario por castigos o pérdidas, que se

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35

funda fuera del sujeto moral. Por ejemplo, en la voluntad de Dios, en el orden del

mundo, o en las peculiares características de la naturaleza humana como orden del

cosmos. Las morales autónomas, por el contrario, tienen su asiento dentro del sujeto que

actúa y se pregunta por el sentido de su acción, constituyendo la estructura racional de su

querer práctico. Carecen de recompensa o sanciones exteriores y pertenecen al

funcionamiento de la razón humana. Nada tienen que ver con la sensibilidad del hombre,

ni su propensión al placer. Por supuesto, Kant admitió que nadie jamás ha orientado su

conducta según esta pura norma autónoma, lo cual no la invalida en modo alguno,

puesto que pensaba que la tarea del pensamiento en la ética es percibir lo que debe ser y

no lo que es (cfr. FMC: 395 [65 – 66]).

La búsqueda del principio moral no sólo se funda en una moral autónoma, sino que corre

pareja al distanciamiento de los motivos empíricos. Para Kant la búsqueda de la

felicidad, principio que se sostenía como el objeto de la ética desde la antigüedad griega

es un motivo empírico, de modo que la ética no puede estar fundada en la felicidad. Pero

esta no es la única razón. Kant sostiene dos argumentos para rechazar el eudemonismo

que era esta teoría heredada desde Aristóteles y prevaleciente hasta el siglo XVIII, que

ponía el énfasis en alcanzar la felicidad o la virtud. En principio, si estuviéramos

destinados para la felicidad no poseeríamos la facultad de la razón, sino que bastarían los

instintos: ellos por sí mismos bastarían para dotarnos de todo aquello que nos hace

felices (cfr. FMC: 395 [65 – 67]). El otro argumento es que la felicidad no es el

fundamento de la ética porque es algo esencialmente indeterminado: a S lo puede hacer

feliz aprender filosofía, mientras que a M la puede hacer feliz el trabajo agrícola (cfr.

CRPr: 22 – 25 [22 -27]).

Para establecer su principio de la moralidad alejado de cualquier móvil empírico o

motivo inestable, o sea, para hacer de su moral algo autónomo, Kant distingue entre los

imperativos hipotéticos y el categórico. Esto es lo que en la literatura kantiana se conoce

como las “distinciones”, puesto que Kant ofrece toda una disección y una fina

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36

clasificación de cómo actúa el obrar bajo la forma imperativa (cfr. Paton, 1947: 132 y

Allison, 1990: 189 – 193). Los imperativos hipotéticos son aquellos que mandan algo

que se quiere o es posible que se quiera, siendo su límite el indicar que tal acción es

buena a un determinado propósito. En cambio, el imperativo categórico designa acciones

que son buenas por sí mismas al margen de cualquier otro fin (cfr. FMC: 414 [94]).

En cuanto a los imperativos hipotéticos, estos pueden ser de dos clases: problemáticos o

asertóricos. El primer caso refiere no se refiere a si el fin perseguido es bueno o

razonable, sino tan sólo la forma de su consecución, por lo que cabe llamarlos

imperativos de la habilidad. En cuanto al segundo caso, si el nombre no es apropiado,

Kant recuerda que existe una meta común a todos los hombres, un fin que no sólo cabe

suponer sino presuponer con plena seguridad: la felicidad. Luego el nombre apropiado

para el segundo tipo de imperativos hipotéticos por hacer alusión a la habilidad para

escoger los medios para propiciar la felicidad cabe llamarla como prudencia. En cuanto

al tercer tipo de imperativo, aquel que opera categóricamente, atendiendo a un principio

formal, obrando solo por buenas intenciones y desprendiéndose de cualquier búsqueda

de éxito, cabe designarlo como el apropiado para la moralidad. Estos imperativos

también podrían denominarse como técnicos, pragmáticos o morales (cfr. FMC: 415 –

418 [94 – 99]).

Las primeras dos clases de imperativos suponen una forma de operación del querer

guiada por la estructura medio-fin: “Quien quiere un fin, quiere también (en tanto que la

razón ejerce un influjo decisorio sobre sus acciones) el medio indispensable para ello

que se halla en su poder” (FMC: 417 [98]). Concebir estas dos clases de imperativos no

supone ningún problema. Sin embargo, sucede lo contrario con el imperativo categórico

cuya ejemplificación no es fácil y “siempre cabe recelar de que cualquier imperativo

aparentemente categórico bien pudiera ocultar uno hipotético” (FMC: 419 [101]).

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37

Para superar este escollo Kant propone un concepto que brinde la fórmula de evaluación

del mismo: la formulación del imperativo categórico. En otras palabras, Kant busca una

“prueba” o un “test” para probar lo que es moral y no moral (cfr. Paton, 1947: 47 – 53).

Un “test” que no depende de la autoridad divina, los mandatos de la autoridad externa o

el beneficio inmediato, sino de un principio estrictamente racional al cual todos nosotros,

en tanto que seres racionales, debemos acceder. La formulación de ese principio,

inicialmente se presenta como “obra sólo según aquella máxima por la cual puedas

querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal” (FMC: 421 [104]).

Para aclarar su formulación inicial, Kant señala que una “máxima es el principio

subjetivo del obrar” (FMC: 421 [104]). De manera que “uno ha de poder querer que una

máxima de nuestra acción se convierta en una ley universal; tal es el canon del

enjuiciamiento moral” (FMC: 424 [108]). A continuación, Kant distingue entre personas

y cosas. Una cosa es aquello que puede utilizarse con fines instrumentales, mientras que

una persona “existe como un fin en sí mismo, no simplemente como medio para ser

utilizado discrecionalmente por esta o aquella voluntad” (FMC: 428 [114]). Una nueva

formulación del imperativo categórico aparece como producto de esta argumentación:

“Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de

cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca como medio” (FMC: 429

[116]).

El plantear a la humanidad como un fin en sí misma representa la condición restrictiva a

nuestra libertad, puesto que nuestra voluntad aspira a legislar universalmente por un

mandato que ella misma se propone no debe sobrepasar a otras personas (cfr. Allison,

1990: 101 - 118). Esta condición del obrar supone dar lugar a lo que Kant llamaría

“reino de los fines” que expresa un ideal donde cada cual se trate a sí mismo y a los

demás siempre como fin y nunca como medio. Es decir, en el ideal “reino de los fines”

todo tendría una “dignidad” que Kant explica como un peculiar “precio” del cual es

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38

imposible tazar algún valor y se halla fuera de toda equivalencia (cfr. FMC: 434 [123 -

124]). De esa manera, una nueva definición del imperativo categórico es formulada:

“Obra de tal modo que la voluntad pueda considerarse a sí misma por su máxima al

mismo tiempo como universalmente legisladora” (FMC: 434 [123]).

En cuanto a estas tres formulaciones del imperativo categórico cabe decir que no

constituyen tres formas diferentes de imperativo. Tampoco una cualificación o un

avance progresivo de una formulación inicial. Kant quiere dar a entender que esta

formulación es una misma y sola expresada de distintas maneras y cualquiera sea la

forma en la que se invoque, siempre hará alusión al deber como norma de conducta

moral autónoma (cfr. CRPr: 34 – 36 [39 – 41]).

2.4. El cielo estrellado y la ley moral: autonomía, deber y libertad

2.4

Al formular el principio de su ética, Kant cree haber superado el escollo que ya había

anunciado en su filosofía teórica, es decir, superar la aparente antinomia de la libertad:

“Una voluntad libre y una voluntad bajo leyes morales son esencialmente lo mismo”

(FMC: 447 [141]). Por tanto, la aparente contradicción de la libertad es superada

mediante la formulación de su principio moral; basta situarnos en nuestro propio “yo”

para corroborar lo eficaz de nuestra autonomía y las posibilidades de nuestra propia

voluntad al obrar bajo este principio racional (cfr. Allison, 1990: 227 - 254 y Paton,

1947: 137).

Una muestra de la convicción de haber alcanzado una solución para el asunto de la

libertad son las palabras conclusivas de la Crítica de la razón práctica:

Dos cosas llenan el ánimo de admiración y veneración siempre nuevas y crecientes, cuan mayor es la

frecuencia y persistencia con que reflexionamos en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro

de mí. No necesito buscarlas ni sólo conjeturarlas como si estuvieran envueltas en tinieblas o se

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39

encontraran en la exaltación fuera de mi horizonte; las veo delante de mí y las conecto inmediatamente

con la conciencia de mi existencia. La primera comienza en el lugar que ocupo en el mundo externo de los

sentidos y extiende la conexión en que me encuentro hacia dimensiones inmensas con mundos sobre

mundos y de sistemas de sistemas, y además, hacia los tiempos ilimitados de su movimiento periódico y

de su comienzo y duración. La segunda comienza en mi yo invisible, en mi personalidad y me exhiben un

mundo que tiene verdadera infinitud pero que sólo el entendimiento puede percibir y con el cual (y por lo

tanto también con todos esos mundos visibles) me reconozco en una conexión no sólo accidental, como en

aquél, sino universal y necesaria. El primer espectáculo de una cantidad incontable de mundos anula, por

así decirlo, mi importancia como criatura animal que tiene que restituir al planeta (un mero punto en el

universo) la materia de la que se formó, después de haber estado provista por breve tiempo (no se sabe

cómo) de fuerza vital. El segundo espectáculo, en cambio, eleva infinitamente mi valor como inteligencia

mediante mi personalidad en la cual la ley moral me manifiesta una vida independiente de la animalidad e

incluso de todo el mundo de los sentidos, al menos en cuanto se puede inferir de la determinación

conforme a fines que esa ley da a mi existencia y que no se restringe a las condiciones y los límites de esta

vida, sino que va a lo infinito (CRPr: 161 – 162 [190]).

En efecto, la explicación sobre las posibilidades de la libertad equivale a traspasar los

confines de nuestra propia razón, lo que permite descubrir que para nuestra auténtica

autonomía los confines de la libertad son infinitos, puesto que la “libertad es capaz de

rebasar cualquier limite dado” (CRP: A 317 = B 374). De esa manera, el aparente límite

trazado por Kant al conocimiento en su filosofía teórica queda matizada en la filosofía

práctica con las infinitas capacidades de la libertad bajo el mandato del obrar por deber.

Con la búsqueda de este principio moral, que es en últimas el garante del recto obrar y

de carácter estrictamente formal, Kant invita a que cada quien en cada momento invente

sus propias pautas morales, a fin de someternos únicamente a nuestra propia legislación

(cfr. Allison, 1990: 171 y Guyer, 1992: 19).

Además, con el punto de vista de la ley moral ofrecido por Kant se sigue que aunque

consideremos a un ser humano como estrictamente racional en su forma de actuar,

independientemente de si actúa moralmente, no podemos considerarlo plenamente

racional, si no cumple con los requisitos evaluativos morales postulados por Kant en su

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principio moral (cfr. Hoyos, 2006 y Guyer, 1992). Luego, la sobria tranquilidad que

Kant anunciaba como conclusión de su periplo hacia los confines de la razón, es decir, el

“cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”, son palabras que equivalen a una

puerta de entrada a las “infinitas” capacidades de la libertad, la autonomía y la exigencia

de un deber propio. Y todo esto, gracias a un principio que no pende del cielo ni se

apoya sobre la tierra.

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41

3

3. LA ILUSIÓN ENMASCARADA: EL EXAMEN DE

SCHOPENHAUER A LA ÉTICA DE KANT

Schopenhauer se presentaba a sí mismo como un escritor serio y cuya intención no era

producir sarcasmos y diatribas contra una persona en especial. Sin embargo, lo poco

mesurado de su lenguaje nos ha legado para la posteridad la comicidad con que se

refería a sus oponentes y el grueso de calificativos hacia ellos nos induce a pensar, en

contraste con su sereno carácter reportado por todos sus biógrafos, a una persona

combativa y extremadamente sardónica. Lo anterior puede ayudarnos a comprender

porque Schopenhauer evaluó la ética kantiana como una ilusión momentánea, un

desencanto producto de la euforia propia de una fiesta, cuyo verdadero rostro era

vergonzoso y decepcionante, carente de logro alguno:

Si ahora, al término de esta investigación rigurosa y fatigosa, se me permitiese como despeje una

comparación jocosa y hasta frívola, compararía a Kant, en aquella automistificación, con un hombre que

en un baile de máscaras corteja durante toda la noche a una bella enmascarada, con la ilusión de hacer una

conquista; hasta que ella, al final, se descubre y se da a conocer como su mujer (DPF, E2: §8, 169 [211 –

212]).

Lo que significa esta imagen de Schopenhauer es que ideas teológicas y modos de

pensamiento religioso que, en apariencia había abandonado Kant, en realidad todavía

ejercían un influjo muy poderoso sobre su intelecto, abriéndose camino constantemente

por sus escritos éticos encubiertos de una forma caprichosa, pero no por ello penetrante.

No puede caber duda de que Kant no se daba cuenta de lo que hacía; de otro modo no se

hubiera comprometido tan sinceramente con los errores que su especial contribución a la

filosofía ética encierra: el imperativo categórico, la autonomía moral o el compromiso

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con la libertad. De manera que Schopenhauer operara como la persona que en ese baile

de máscaras develara la ilusión de aquel hombre que esta pronto a desposar a una

ilusión. En otras palabras, su obra corrige y aumenta el sendero moral que Kant

inauguro.

Cuando Schopenhauer examina la ética de Kant tiene presente y como contendiente

principal, aunque no exclusivamente, la obra de Kant sobre la Fundamentación de la

metafísica de las costumbres Ahora bien, Schopenhauer anuncia que dos motivos

principalmente le orientan a desplegar el examen a la ética de Kant: su esquema ético es

el vigente en la época y la crítica a Kant permite “introducir” su filosofía práctica (cfr.

DPF, E2: §2, 114 – 115 [154 – 155]). Es más si somos atentos, encontraremos que las

objeciones presentadas a Kant por parte de Schopenhauer siguen teniendo validez, pues

aunque formuladas muy tempranamente con respecto a la luz pública de la filosofía ética

de Kant, constituyen el armazón de combate contra la viabilidad del proyecto ético-

filosófico del mismo desde las postrimerías de su pensamiento hasta nuestra actualidad;

de manera que si la crítica de Schopenhauer aplica para Kant, puede también ser crítica

para algunos proyectos que han bebido de sus aguas, como son por ejemplo, los

proyectos de encumbrados pensadores como Habermas o Rawls.

Aunque a Schopenhauer interesaba criticar a Kant principalmente por el disfraz

teológico de su ética, en el camino de presentar esa seria objeción, mostró otras tantas

que agrupo bajo esa crítica y que no se preocupo por señalar de forma organizada y

sistemática. No obstante, existe un alto consenso entre los analistas sobre el hecho de

que las objeciones formuladas al sistema ético kantiano pueden ser las de “formalismo”,

“rigorismo” y “utilitarismo” (cfr. Guisán, 1989; Hoyos, 2007 y O’ Neill, 1995: 261 -

264). Schopenhauer no es ajeno a presentar esas objeciones, y asumiremos como

derrotero de este capítulo tales formulaciones, añadiendo otras dos a este muestrario

crítico: la abierta contradicción que significa la ausencia de motivos morales en la ética

kantiana y su disfraz teológico. Tres son los propósitos que nos llevan a seguir este

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camino. En principio, señalar el carácter integro de la crítica de Schopenhauer a la

filosofía práctica kantiana; pues no se trata tan sólo de señalar objeciones y defectos,

sino de ponderar, evaluar y reconocer logros. Por otra parte, el presentar como las más

graves objeciones al proyecto ético de Kant muestran el particular estilo de filosofar de

Schopenhauer: claridad argumentativa, una alta actitud crítica, rigor en el examen y

atinados contraejemplos. Finalmente, como una opción expositiva que permita

encaminarnos a su filosofía práctica.

En este capítulo presentamos, en primer lugar, el cargo de formalista a la doctrina ética

de Kant que consiste en señalar que su sistema es mera teoría formal y de ahí su

irrelevancia en la vida práctica. En segundo lugar, señalamos el cargo de rigorista

achacado a Kant que consiste en presentar el deber ser por encima del ser de la acción.

En tercera instancia, la falta de motivos con que opera el sistema ético de Kant lo que la

hace inoperante en la acción. En cuarto lugar, el achaque que los comentaristas suelen

presentar como la mayor y más propia objeción de Schopenhauer a la doctrina de Kant:

el de utilitarista. Finalmente, exponemos la consecuencia a que llevan estos ataques y la

que, de hecho, las encamina: la ética de Kant como un disfraz teológico.

3.1. Una jeringa frente a un incendio: el formalismo de la ética kantiana

3.1

El cargo de formalista a Kant es sin duda el achaque más conocido: el mismo Kant

reconoció que sus logros en ética eran meramente formales. Este cargo consiste en

presentar a la ética kantiana como mera forma supraempírica distante de las acciones

prácticas. Es decir, una ética rica en principios teóricos, pero vacía para orientar las

acciones prácticas. Los críticos suelen ver en Hegel un efectivo formulador de esta

objeción; sin embargo, Schopenhauer la formuló en sus propios términos. Mientras que

Hegel considero que el imperativo categórico era un principio tan sólo formal y que

requería una forma de volverse concreta en el Estado y la sociedad civil (cfr. Hoyos,

2007: 280 – 287 y O’ Neill, 1995: 261 - 263), Schopenhauer, a diferencia de su gran

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44

epígono, no se alejo hacía la filosofía política para lanzar su embate, sino que en el

terreno “trascendental” encontró un fértil campo para germinar su ataque contra los

conceptos como a priori o el afán de depurar la ética del mundo empírico. Lo que Kant

había presentado como un mérito y una novedad de su esfuerzo por fundamentar la ética,

polemizando con Wolff (cfr. FMC: 390 [58]), es severamente reprochado:

No podemos participar de la alegría que Kant siente porque su ética no sea un principio material, es decir,

un principio que establece un objeto como motivo, sino meramente formal, con lo que se corresponde

simétricamente con las leyes formales que nos ha dado a conocer la Crítica de la razón pura. De hecho, en

lugar de una ley es solo la fórmula para descubrirla (MVR1, Apéndice, 623 [593]).

El depurar a la ética de todo principio material o empírico, en opinión de Schopenhauer,

no puede ser asumido como un logro. En tanto que pura forma, no puede tener validez

moral un principio que nunca ocurre y es sólo posible, pues sería desatender el mundo de

la experiencia y el vivir mundano, donde es de mayor importancia lo que hay que lo

posible: “Puesto que Kant, al despreciar todos los móviles empíricos de la voluntad,

desechó de antemano como empírico todo lo objetivo y todo lo subjetivo sobre lo que se

pudiese fundamentar una ley para ella, no le quedo como materia de esa ley más que su

propia forma” (DPF, E2: §6, 141 [181 – 182]). El arduo procedimiento de Kant, del cual

él mismo era consciente, por fundamentar un principio moral teniendo como materia la

sólo forma es para Schopenhauer un hábil procedimiento que equipara a las repentinas y

espontáneas uniones de los elementos:

Con tanto mayor motivo tenemos que aguardar con impaciencia la solución de la tarea que él mismo se ha

propuesto, y esperar ansiosos a ver cómo de la nada ha de resultar algo; es decir, cómo a partir de

conceptos puramente apriorísticos, sin contenido empírico ni material alguno, han de precipitarse las leyes

del obrar material humano; un proceso como símbolo del cual podemos considerar aquel proceso químico

por el que de tres gases invisibles (nitrógeno, hidrógeno y cloro), o sea, en el espacio aparentemente vacío,

surge ante nuestros ojos amoniaco sólido (DPF, E2: §6, 138 [179]).

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En apoyo de este embate Schopenhauer toma los conceptos relacionados con aprioridad

en Kant, según el cual los conocimientos a priori, por su condicionamiento competen al

fenómeno y están limitados con respecto al ser en sí de las cosas. Su ética “por tanto se

tiene que referir sólo a la forma, no al contenido de las acciones” (DPF, E2: §6 129 [169

– 170]). El detallado análisis de la razón práctica kantiana, que va desde el itinerario de

su método apriorístico, su evolución conceptual desde la Crítica de la razón pura hasta

la Crítica de la razón práctica, lleva a afirmar que la afanosa búsqueda de Kant por

depurar todo contenido empírico reduce su ética a un conjunto de conceptos abstractos,

carentes de solidez alguna e incapaces de referirse a la moralidad como tal (cfr. DPF,

E2: §5 - §6, 126 – 129 [166 – 169]). En contraposición, Schopenhauer piensa que “el

moralista, como el filósofo en general, ha de conformarse con la explicación e

interpretación de lo dado, esto es, aceptar lo que realmente hay o acontece, para llegar a

su comprensión” (DPF, E2: §4, 120 [160]).

Pero aún más importante, de este ataque a Kant se sigue que la razón en su forma

práctica es una mera formalidad, una ficción “pensada un poco en los queridos ángeles”;

luego la razón carece de valor en la motivación moral, pues ella es tan sólo nuestra

facultad de representación: “La razón, como la facultad de conocer en general, es algo

secundario, perteneciente al fenómeno e incluso condicionado por el organismo; y, en

cambio, el verdadero núcleo, lo único metafísico y por tanto indestructible en el hombre

es su voluntad” (DPF, E2: §6 132 [172]). Para corroborar esta crítica Schopenhauer

presta atención particularmente a lo que Kant denomino “las obligaciones para con

nosotros mismos”. El análisis de estos deberes hacia nosotros mismos carecen de valor

moral alguno puesto que “la significación moral de una acción moral solo puede radicar

en su relación con los otros” (DPF, E2: §16, 206 [249]). De manera que el formalismo

kantiano lejos de indicar un camino hacia el obrar correcto es abiertamente inmoral.

Pero otro camino conduce al formalismo kantiano: la distinción entre fenómeno y cosa

en sí. Pese a que “con la separación del a priori y el a posteriori en el conocimiento

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humano” Kant “ha realizado el descubrimiento más magnifico y exitoso del que se

pueda vanagloriar la metafísica” (DPF, E2: §6, 129 [169]), el llevar esta distinción al

campo de la ética ha dado a este conocimiento el estatuto a priori, por tanto su forma de

cognoscibilidad debe ser independiente de toda experiencia tanto interna como externa,

haciendo que la ética sea “meramente formal, como todo lo conocido a priori; por tanto

se tiene que referir sólo a la forma, no al contenido de las acciones” (DPF, E2: §6, 129

[169]).

Aun más, Schopenhauer rastrea como los tempranos kantianos y sutilmente el mismo

Kant, de forma especial en la Crítica de la razón práctica, pese a negar cualquier móvil

empírico como fundamento moral han establecido el imperativo categórico como un

hecho de la conciencia, lo que significa una abierta contradicción con los propósitos de

Kant en la Fundamentación: “Pero entonces estaría fundado antropológicamente, por

experiencia aunque sea interna, o sea, empíricamente; lo cual va directamente en contra

del parecer de Kant y es repetidamente rechazado por él” (DPF, E2: §6, 139 [179]). Este

desplazamiento de la formalidad hacia la conciencia es también objetado por

Schopenhauer:

Solamente en los hechos llega cada uno a conocerse empíricamente, tanto a sí mismo como a los demás, y

sólo ellos gravan la conciencia moral (…). En segundo lugar, la conciencia moral toma siempre su materia

de la experiencia, cosa que no puede hacer el presunto imperativo categórico, porque es puramente a

priori (DPF, E2: §9, 170 [212 – 213]).

Schopenhauer asume que la ética kantiana debido a su formalismo es ineficaz: “Pues la

moral tiene que ver con el obrar real del hombre y no con apriorísticos castillos de

naipes, de cuyos resultados ningún hombre haría caso dentro de la seriedad y los afanes

de la vida, y cuyo efecto frente a la tormenta de las pasiones sería tanto como el de una

jeringa frente a un incendio” (DPF, E2: §6 143 [184]). La consecuencia de la formalidad

de la ética kantiana es convertir su proyecto, en armonía con la teología, en un pregoneo,

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un sermón o un oráculo supraterrenal: “La razón práctica con su imperativo categórico

aparece en la escuela kantiana cada vez más como un hecho hiperfísico, como un templo

délfico en el ánimo humano; los oráculos de su oscuro santuario anuncian

infaliblemente, no, por desgracia lo que va a suceder, pero sí lo que debe ocurrir” (DPF,

E2: §6 146 [187]).

3.2. Hablando a los niños: el rigorismo de la ética kantiana

3.2

A la base de las objeciones a la ética kantiana por rigorismo subyace el hecho de un

rechazo excesivo hacia las inclinaciones del hombre, de modo que la moralidad del

hombre debe ser concebida como un riguroso enfrentamiento contra toda suerte de

inclinaciones ajenas al deber. Aun más, el excesivo rigorismo limita el campo de acción

moral, pues la acción sólo debe partir del deber y en radical represión contra nuestras

inclinaciones, visto con más detalle podría ser entonces, un “ascetismo extremo” (cfr.

Hoyos, 2007: 281). Schiller y algunos representantes del romanticismo, filósofos

adeptos a la doctrina moral de Hume como Annete Baier y seguidores de una ética

basada en la reflexión de la vida buena como Martha Nussbaum son presentados como

defensores de esta replica a Kant. Sin embargo, en el examen que lleva a cabo

Schopenhauer en torno a Kant sobresalen elementos que conjugan las preocupaciones de

esta constelación de filósofos como son, el que importa más el deber ser que el ser de la

acción, la falta de confianza en las inclinaciones humanas y una noción errática de

“razón” que pretende ir más allá de su mera función cognitiva.

En principio, Schopenhauer al analizar el deber moral postulado por Kant observó que

este era más una preocupación con el deber ser de las cosas que con el ser de las cosas.

Es decir, su ética es un rigorismo que desconfía de la naturaleza humana y opera como

correctiva a toda inclinación que no competa al deber. El deber tal como Kant lo plantea

es un manifiesto de desamor y falta de compasión, más propia de una moral de

“esclavos” por presentarse como una obligación en las acciones, que además se dirige en

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contravía del mensaje de las grandes religiones y que, prescinde del único motivo que

puede tener carácter moral, la intención:

El valor del carácter no comienza hasta que alguien, sin simpatía en el corazón, frío e indiferente hacia los

sufrimientos ajenos y no nacidos propiamente para la filantropía, realiza, no obstante, buenas acciones

solo en razón del penoso deber. Esta afirmación que indigna al auténtico sentimiento moral, esta apoteosis

del desamor directamente opuesta a la doctrina moral cristiana, que pone el amor por encima de todo y sin

él no da validez a nada (1ª a los Corintios, 13, 3) (DPF, E2: §6, 134 – 135 [174]).

El acentuado rigorismo de la ética kantiana se pone de manifiesto en el célebre ejemplo

sobre el presunto derecho a mentir que Kant negó rotundamente. Tal actitud, para

Schopenhauer, es algo propio del sadismo: “Declamar es más fácil que demostrar; y

moralizar, más fácil que ser sincero. Kant habría hecho mejor en liberar aquel celo

especial contra el sadismo: este, no la mentira, es el vicio propiamente demoníaco”

(DPF, E2: §17, 225 [270]). En efecto, para Schopenhauer, mentir en ocasiones es

virtuoso y es un “deber”:

Contra la idea de que la mentira es reprobable de forma totalmente incondicionada, sin excepción y en

virtud de la esencia del asunto, habla ya el hecho de que hay casos en los que el mentir es incluso un

deber, en concreto, para los médicos; igualmente, el que hay mentiras nobles, por ejemplo, la del marqués

de Posa en el Don Carlos, la de la Gerusalemne liberata, II, 2 y, en general, todos los casos en los que uno

quiere atraer a sí la culpa del otro; por último, el que el mismo Jesucristo dijera intencionadamente lo que

no era verdad (Juan, 7, 8) (DPF, E2: §17, 225 [269]).

En cuanto al manifiesto desacuerdo de Schopenhauer con la obligación como

fundamento de las acciones humanas se debe a que este principio muestra la profunda

desconfianza promovida en la doctrina kantiana de la ética a toda inclinación que no sea

el deber, cuya consecuencia directa es ir en contradicción con la exigencia hecha por el

mismo Kant a toda una época de “Atrévete a saber” (Sapere aude!): “No hablaremos en

absoluto del deber, pues así se habla a los niños y a los pueblos en su niñez, pero no a

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aquellos que han adquirido toda instrucción de una época que se ha hecho adulta. Sin

embargo es una contradicción manifiesta llamar libre a la voluntad y prescribirle leyes

según las cuales debe querer” (MVR1: §53, 321 [328]).

Esa preocupación por el rigor de las acciones es para Schopenhauer una ingenuidad más

propia del empecinamiento por presentar encumbrados sistemas teóricos, pero que en la

práctica son insuficientes:

La virtud no se enseña, no más que el genio: para ella el concepto es tan estéril como para el arte y, como

en este, tampoco en ella puede utilizarse más que como instrumento. Por eso sería tan necio esperar que

nuestros sistemas morales y nuestras éticas suscitaran hombres virtuosos, nobles y santos, como que

nuestras estéticas crearan poetas, escultores y músicos (MVR1: §53, 320 [327]).

Schopenhauer examinando el excesivo rigor que promete la doctrina ética de Kant y el

reiterado anuncio del deber en la acción moral anuncia serias contradicciones, cuando se

equipara la Fundamentación de la metafísica de las costumbres con la Crítica de la

razón práctica. En esta última obra se habla del imperativo categórico como un “factum

de la razón pura”, y de esta, determinado inmediatamente por la voluntad. El fin de esta

crítica por parte de Schopenhauer se encamina a negar toda razón inmediata, al tiempo

que ubicar la razón únicamente como facultad de representaciones abstractas y del obrar

racional como aquel guiado por pensamientos y conceptos, sin que refieran

inmediatamente a la virtud o al vicio (cfr. DPF, E2: §6, 143 – 145 y 148 – 150 [183 –

186 y 189 -191]).

Así, el examen de Kant bajo la acusación de rigorista se caracteriza por una evaluación

de otro de sus textos capitales de ética y por ubicarle a la razón un lugar meramente

cognitivo y no como herramienta natural innata capaz de establecer la bondad de una

acción:

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Si en vez de divinizar la razón se hubiese querido emplearla, hace tiempo que se tendría que haber opuesto

a tales afirmaciones la simple observación de que si el hombre, en virtud de un órgano peculiar para la

solución del enigma del mundo –su razón-, llevase consigo una metafísica innata necesitada solo de

desarrollo, entonces tendría que reinar entre los hombres un acuerdo sobre los objetos de la metafísica

exactamente tan perfecto como sobre las verdades de la aritmética y de la geometría; con lo que resultaría

del todo imposible que se encontrase sobre la tierra un gran número de religiones completamente distintas

y uno aún mayor de sistemas filosóficos diferentes (DPF, E2: §6, 151 [192])

3.3. Contradictio in adjecto: la falta de motivos prácticos en la ética kantiana

3.3

La idea de un deber incondicionado no sólo es un manifiesto de rigorismo para la

naturaleza humana, también es un sinsentido. El argumento de Schopenhauer se basa en

que toda obligación siempre refiere a móviles concretos, no a un constreñimiento o

imperativo de la razón hacia las inclinaciones humanas. En efecto, el deber que postula

Kant no sólo es un manifiesto de rigor contra la naturaleza humana, sino que es un

contrasentido, puesto que el carácter de la obligación siempre se refiere a móviles

concretos, no a principios incondicionados:

(…) Toda obligación está necesariamente condicionada por el castigo o recompensa y, por tanto, hablando

en lenguaje de Kant, es esencial e inevitablemente hipotética y nunca categórica como él sostiene. Pero si

se abstraen esas condiciones, entonces el concepto de la obligación queda vacío de sentido: por eso,

obligación absoluta es, en efecto, una contradictio in adjecto. Es absolutamente imposible imaginarse una

voz imperativa, venga dentro o de fuera, de otra forma que amenazado o prometiendo: más entonces,

quien le obedezca será ciertamente, según las circunstancias, prudente o tonto, pero siempre interesado y

por consiguiente, sin valor moral (DPF, E2: §4, 123 [163]).

Además, corroborando nuevamente la definición kantiana de deber, según la cual es “la

necesidad de una acción por respeto a la ley” (FMC: 400 [74]), esta adolece de fallas

argumentativas, pues en sus dos términos, “necesidad” que refiere a aquello que ocurre

inevitablemente y no vale la pena hablar de eso que no ocurre nunca, y “respeto” que no

significa sino obediencia a la ley, es puesto en evidencia su origen teológico, pues tales

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conceptos son más propios de la doctrina religiosa que de la acción práctica humana (cfr.

DPF, E2: §6, 135 – 136 [174 – 175]). La dificultad de justificar la moralidad no es que

sólo haya un motivo humano, sino que haya tantos; ciertamente para Schopenhauer,

Kant se equivoco al atribuir al deber el sitial de la moralidad.

El deber para Schopenhauer es tan solo equiparable al concepto de “compromiso”, y este

concepto, y no otro, es su verdadero sinónimo, el cual llevado a definir toda conducta

elogiosa pierde su significado:

Todos los deberes se basan en un compromiso contraído. Este es, por lo regular, un acuerdo mutuo

expreso, como, por ejemplo, entre el príncipe y el pueblo, el gobierno y los funcionarios, el señor y el

siervo, el abogado y los clientes, el médico y los enfermos y, en general, entre el que ha asumido un

servicio de cualquier tipo y el que lo ha encargado, en el sentido más amplio de la palabra. Por eso, todo

deber da un derecho: porque ninguno se puede comprometer sin un motivo, es decir, sin algún provecho

para sí (DPF, E2: §17, 221 [264 – 265]).

En la medida en que la ética de Kant se basa en el deber incondicionado y postula la

actuación sin la ausencia de motivos, el principio del obrar kantiano según se actúa

conforme a fines y nunca a medios es algo engañoso, puesto que el obrar necesita

hacerse medios para alcanzar fines, y un obrar sin hacerse a un medio, sin importar las

peculiaridades del caso, es tan sólo una suposición que se desvanece en el ajetreado

mundo de la acción:

“Hemos de tratar siempre al hombre como fin y nunca como medio” es, ciertamente, un principio

sumamente sonoro y, por lo tanto, muy apropiado para aquellos que les puede gustar poseer una fórmula

que les dispense de todo pensamiento ulterior; pero vista a la luz es una expresión sumamente vaga e

indefinida, que logra su fin de forma totalmente indirecta y que para cada caso en que se aplica necesita

primero especial atención, determinación y modificación, de tan general pero insuficiente, vacía y

problemática como es (MVR1: §62, 412 [409]).

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52

Schopenhauer examina el contenido de la ley moral ofrecido por Kant, el cual le permite

sugerir que el hombre no puede buscar una ley a la cual someter su voluntad sin que

haya un móvil concreto o empírico que le impulse a ello, y sea de tal carácter y fuerza,

que lo impulse a superar el egoísmo:

La objeción que subyace primera e inmediatamente a aquel fundamento de la moral dado por Kant es que

ese origen de la ley moral en nosotros es imposible, porque supone que al hombre se le ocurriría por sí

solo buscar e informarse de una ley para su voluntad y a la que esta tuviera que subordinarse y someterse.

Pero es imposible que a él por sí sólo se le venga esto a la cabeza sino, a lo sumo, solo después de que le

haya dado el primer impulso y ocasión para ello otro móvil moral positivamente eficaz, real y que se

anuncie a sí mismo como tal, que actúe sobre él y hasta le presione sin haber sido invocado (DPF, E2: §6,

142 [182 – 183]).

De igual manera, Schopenhauer recuerda como toda la filosofía Occidental hasta Kant

ha carecido de motivos sólidos para llamar a la acción, hecho que puede ilustrarse en la

falta de compasión hacia los animales, a quienes los filósofos, con la notable excepción

de Rousseau, han tratado como criaturas menores y susceptibles de estar al servicio de la

humanidad. En efecto, para Schopenhauer, todos los sistemas éticos de Occidente

carecen de responsabilidad para con los animales y justificación de comportamientos

relevantes hacia ellos. Pero la rebelión de Schopenhauer frente a la tradición Occidental

de la filosofía no sólo es una protesta, tiene un fundamento ético-metafísico: la identidad

esencial del hombre y los animales tiene un mismo origen en la voluntad y sólo se

diferencian en lo secundario, el conocimiento (cfr. DPF, E2: §19, 239 – 245 [284 -291]).

3.4. Quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris: el utilitarismo escondido de Kant

3.4

Aparentemente no hay nada más distante de Kant que el utilitarismo. Las propuestas

éticas de corte kantiano, por ejemplo, la muestran como la gran doctrina adversaria (cfr.

Rawls, 2006: 179 - 187). Esto se debe a la forma incondicionada en la acción que el

propio Kant pregono, a lo ajeno que parece estar su propuesta de la búsqueda del

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53

beneficio y hasta el mismo desprecio por parte de los utilitaristas hacia la “ética del

sacrificio”. No obstante, se ha vuelto común emparentar a Kant con el utilitarismo. El

mismo John Stuart Mill (1980: 180), figura visible del movimiento, ya señalaba como el

criterio de universalización utilitarista era cercano al concepto de un interés general por

la humanidad, hecho que conceptual y filosóficamente no distancia mucho a ambos

pensadores. Por otra parte, R. M. Hare (1999) es el responsable de una de las

interpretaciones más sugestivas de Kant como utilitarista; interpretación que no pone en

aprietos exclusivamente a Kant, sino de la cual salen mal librados las propuestas que se

amparan en su legado, como en este caso la de John Rawls o Jürgen Habermas.

Sin embargo, existe un alto consenso entre los estudiosos por presentar a Schopenhauer

como el más certero crítico de Kant por utilitarista (cfr. Hoyos, 2007 y Koorsgaard,

1996: 178). Asunto que no deja de ser sugestivo y problemático. En efecto, pese a que

Schopenhauer fue una persona sumamente erudita e informada de los acontecimientos

de la historia y de su época, su reflexión sobre los utilitaristas ingleses fue casi nula. No

obstante, si se vincula a Schopenhauer como el más certero crítico de Kant por

utilitarista se debe a su original desmonte del imperativo categórico, que bajo su óptica

es en esencia una forma sutil de buscar lo beneficioso para cada quien; para

Schopenhauer este imperativo categórico es una versión sofisticada de la antigua “regla

de oro”: quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris (No hagas a los otros, lo que no quieras

que te hagan a ti mismo). De esa manera, el cargo tal y como lo formula Schopenhauer

compete y es extraído de uno de los pilares del kantismo: las diferentes formulaciones

del imperativo categórico. El examen de las variantes del imperativo categórico pone en

evidencia que Kant no escapo a la búsqueda beneficiosa de la acción y hace patente su

incapacidad manifiesta por derrotar el egoísmo, siendo el egoísmo mismo, el motor

oculto que opera en el imperativo categórico.

De forma consecuente con sus réplicas anteriores, Schopenhauer piensa que el concepto

de “ley”, y sus afines como “deber” u “obligación” sólo tienen sentido dentro de una

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moral teológica, pero desvinculados de este terreno estos conceptos, a pesar de que Kant

los califique de “absolutos” o “incondicionados” carecen de sentido. Así, la idea de un

deber absoluto, según Schopenhauer, es del todo impensable. Por su propia naturaleza

toda obligación es hipotética y contingente a la idea del premio o castigo. En la moral

teológica, por la idea del premio o castigo ultraterreno; en las acciones morales

mundanas por la búsqueda de interés; de ahí que una ética basada en motivaciones del

deber carezca de valor moral por basarse siempre en motivaciones egoístas; es decir, la

ética de Kant lejos de responder al deber, presenta a este como un caballo de Troya

donde lo beneficioso y provechoso para cada quien es su verdadero contenido interior

(cfr. DPF, E2: §4 121 – 126 [160 – 166]).

El procedimiento que adopto Kant al adoptar la “ley” o el “deber” como guía de la

acción moral, implica hacer algo porque se ha dicho que se haga y, porque o se temen

las consecuencias de la desobediencia o se desea el premio de la obediencia. Es decir,

seguir los mandatos del imperativo categórico no es obrar como agente moral, sino como

autointeresado. De esta manera, el criterio último al que refiere el imperativo categórico

en sus diferentes formulaciones no es más que el egoísmo. La ineficacia de la ética

kantiana, según el argumento que ofrece Schopenhauer, se muestra en sus logros con el

imperativo categórico, pues pese a que aparentemente combatió la búsqueda del interés

personal es más bien una forma efectiva por alcanzarlo: “el eudemonismo que Kant

había expulsado solemnemente por la puerta principal de su sistema como heterónomo,

y que ahora entra de nuevo furtivamente por la puerta trasera bajo el nombre de Bien

Supremo” (DPF, E2: §4, 124 [164]).

Kant ha caído entonces ante el “desafío moral de Hobbes”. Este desafío consiste en que

la filosofía ética de la Modernidad, sin excepción, fue un intento de respuesta a sus

preguntas morales en torno al egoísmo: 1) ¿La naturaleza humana puede distinguir entre

virtud y vicio?; 2) ¿La moral es patrimonio de alguien o de algunos elegidos?; Y, 3)

Supuesto lo anterior y contestado afirmativamente, ¿distinguir moralmente nos motiva a

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55

actuar? (cfr. Schneewind, 1995: 18). Schopenhauer consiente de semejante desafío a la

filosofía moral desde el siglo XVII y de lo fútil de las respuestas dadas recuerda que

“para oponerse a un enemigo semejante [el egoísmo], tiene que ser algo más real que

una sutil argucia o una pompa de jabón apriorística” (DPF, E2: §14, 199 [242]).

Schopenhauer realiza un análisis riguroso del imperativo categórico kantiano, develando

como este oculta su verdadero motor: el egoísmo. El examen de la primera formulación

del imperativo categórico, “obra sólo según aquella máxima por la que puedas querer

que al mismo tiempo se convierta en una ley universal” (FMC: 421 [104]), demuestra

que ese poder querer es un querer personal elevado a estatuto universal; en últimas,

egoísmo o beneficio de la acción (cfr. DPF, E2: §7, 155 – 156 [197 – 198]). El poder

querer del imperativo categórico se basa en que uno debe querer hacer aquello que no

puede padecer. De aquí, deduce muy kantianamente Schopenhauer, que el imperativo

categórico es, más bien, un imperativo hipotético al que subyace como móvil que la ley

de mi obrar lo sea también de mi sufrir (cfr. DPF, E2: §7, 157 [199]).

Schopenhauer se dedica a censurar tanto la regla propuesta como el modo en que Kant

trató de derivar obligaciones especificas. Según su evaluación, la regla no ofrece guía

alguna acerca de cómo deba obrar el hombre en una situación dada. Si se dice que, al

menos, le indica que haga lo que pueda “querer” que hagan todos los hombres en el tipo

de situación en que él se encuentra, el problema sigue siendo el mismo. Porque ahora

todo se concentra en qué es lo que puede verdaderamente querer, parece requerir otro

principio o criterio para determinarlo. Según como naturalmente suceden las cosas,

parece que el egoísmo, en cuanto implica el pensamiento de la propia utilidad, muy

probablemente gobernará el juicio del hombre, consideración que Kant, al menos en una

de sus deducciones de deberes particulares, acepta aparentemente con ecuanimidad (cfr.

FMC: 400 [74]).

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56

Las otras formas del imperativo categórico no cuentan con mejor suerte en la crítica de

Schopenhauer, a todas les compete el cargo de buscar el bienestar propio a expensas de

la humanidad. Sin embargo, de la segunda formulación del imperativo categórico, según

la cual ”obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la

persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca como

medio”(FMC: 429 [116]), Schopenhauer rescata algo particular que puede ayudar a

defender a Kant de sendos dardos: el haber caracterizado y reconocido que el egoísmo

natural del hombre es una tendencia por tratar a los demás como instrumentos para los

propios intereses (cfr. DPF, E2: §8, 163 [206]). Por demás, los conceptos de “fin en sí” y

“valor absoluto” que aparecen en la segunda formulación del imperativo categórico son

rechazados, pues son siempre conceptos relativos, nunca absolutos. ¿Qué significa, por

ejemplo, “fin en sí” y cómo se distingue de un simple fin? Además, el fin es siempre

remisible a una voluntad que quiere ese fin, y el valor, opera por una doble relación: ser

valor para alguien y serlo en comparación con otra cosa (cfr. DPF, E2: §8, 161 [203 -

204]).

En cuanto a la tercera formulación del imperativo categórico, en la que se postula la

autonomía del querer como “obra de tal modo que la voluntad pueda considerarse a sí

misma por su máxima al mismo tiempo como universalmente legisladora” (FMC: 431 –

434 [119 -123]), para Schopenhauer es una mera fantasía, pues involucra que el querer

de la voluntad no es movido por ningún interés. Esto significa que la voluntad quiera sin

tener ningún motivo para ello; pero como toda acción debe tener un motivo, es un

contrasentido la formulación de Kant, equivale a “una piedra [poder] cambiar de lugar

sin choque o impulso” (DPF, E2: §8, 165 [208]). Pero la crítica a la tercera formulación

del imperativo categórico no termina acá. “La autonomía de la voluntad conduce a Kant

a algo de consecuencias más molestas que ese inocente pequeño reino de los fines, al

que se puede dejar en paz como totalmente inofensivo: al concepto de dignidad del

hombre” (DPF, E2: §8, 165 – 166 [208]). Para Schopenhauer esta expresión no es más

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57

que una palabra colocada allá donde hizo falta el concepto y el talento, bastión de los

moralistas a falta de un fundamento en la ética y vestido para la moral teológica.

El utilitarismo escondido de Kant es, finalmente y de forma consecuente con su propia

argumentación, puesto en las pretensiones prácticas que se derivan del imperativo

categórico. En otras palabras, el utilitarismo escondido de Kant, derivado de su

imperativo categórico, sólo puede conducir a que el Estado de derecho, deducción

moral, objetivo político y práctico del mismo Kant, no sea el acuerdo de voluntades para

superar el egoísmo y el interés personal sino una perpetuación de ese egoísmo, hecho

que se explica en derivar el Estado de derecho como producto del principio del obrar y

no en conocer que el Estado, desde un principio, es una asociación para mitigar los

mutuos intereses:

(…) A la doctrina del derecho de Kant que de forma totalmente falsa deduce de su imperativo categórico

la fundación del Estado como un deber moral, en la época más reciente ha provocado aquí y allá el

peculiar error de que el Estado es una institución para el fomento de la moralidad, que surge de la

aspiración a está, por lo tanto, dirigido contra el egoísmo (…). Como se dijo, el Estado no está dirigido

contra el egoísmo en general y en cuanto tal; muy al contrario, ha nacido del egoísmo de todos (…). Pero

en modo alguno no está dirigido contra el egoísmo sino solo contra las consecuencias perjudiciales del

egoísmo, que nacen de la pluralidad de individuos egoístas unos con otros y perturban su bienestar; y así

busca ese bienestar (MVR1: §62, 407 – 408 [404 – 405]).

El cargo de utilitarista a Kant es una crítica un tanto fatal a su ética, quizá la que más

valor tiene entre los seguidores y críticos de Kant, puesto que con ella se acerca

peligrosamente a un proyecto filosófico que parece distante y adversario como es el

utilitarista; socava muchos de las intenciones que Kant buscaba combatir con su ética

como son el egoísmo o el obrar por interés particular; y, muestra los “propósitos

ocultos” de un logro kantiano: el imperativo categórico. No obstante, Schopenhauer

reconoce que una vez develado el móvil que propugna Kant en su imperativo categórico,

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sus ideas, encauzadas correctamente, pueden tener algún valor en el mundo político, así

sean inadmisibles en la ética:

Este principio de la ética, que bien mirado, no es nada más que una expresión indirecta del antiguo y

sencillo principio quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris, se refiere primera e inmediatamente a la parte

pasiva, al padecer, y sólo mediante ella al hacer: por eso como se ha dicho, sería muy útil como guía para

la institución del Estado, que está encaminado a evitar el padecimiento de la injusticia y pretende

proporcionar a todos y cada uno la mayor suma de bienestar: pero en la ética, donde el objeto de la

investigación es el obrar en cuanto obrar y en su significado inmediato para el agente, pero no su

resultado –el sufrimiento- ni su relación con los demás, aquella consideración no es admisible en cuanto

remite en el fondo a un principio de felicidad, es decir, al egoísmo (MVR1, Apéndice: 623 [593]).

3.5. La pata de palo: el disfraz teológico de la ética kantiana

3.5

La principal motivación de Schopenhauer para criticar el sistema ético de Kant es

develar su “disfraz”: la teología. Desde un principio hasta que termina su embate,

Schopenhauer recuerda que el origen de la ética que está combatiendo no es otro más

que teológico. Los filósofos morales anteriores a Kant habían hablado como si el soporte

y la justificación última de las creencias morales debiera apoyarse en la voluntad y fines

de un ser externo o “trascendente”, ser que ordinariamente asumía la forma de un agente

suprapersonal o Dios, pero que a veces es presentado en forma de “principios” o

“Absolutos”. Además, a esa entidad se la ha considerado necesaria para proporcionar a

los seres humanos un motivo suficiente para conducir sus vidas de una manera moral

aceptable.

La importancia que asigna Schopenhauer a este ataque reside en que si bien Kant había

sido el mayor enterrador de un estilo de filosofar que era cercano a la teología, desde los

hallazgos de su filosofía práctica término resucitándola y dándole vida en su doctrina

moral. En efecto, Schopenhauer apunta de forma mordaz como Kant tras haber socavado

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59

la teología especulativa desde su filosofía teórica propone ahora una ética que tiene su

base en la moral teológica:

Pero desde que Kant destruyó los fundamentos de la teología especulativa hasta entonces vigentes como

firmes, y a estos, que hasta el momento habían sido los soportes de la ética, quiso luego, a la inversa,

apoyarlos en la ética a fin de agenciarles siquiera una existencia meramente ideal: desde entonces, cabe

pensar menos que nunca en una fundamentación de la ética por la teología, pues ya no se sabe cuál de las

dos ha de ser la carga y cuál el apoyo, y al final se caería en un circulus vitiosis (DPF, E2: §2, 112 [151 –

152]).

Los conceptos centrales de la moral kantiana, sugiere Schopenhauer, como los principios

establecidos y los argumentos sostenidos son inoperantes en la vida práctica y solo

tienen sentido dentro de las prescripciones teológicas:

Quizá se me querrá oponer que la ética no tiene que ver con cómo actúan realmente los hombres sino que

es la ciencia que indica cómo deben actuar. Pero esto es justamente el principio que yo niego después de

haber mostrado suficientemente, que el concepto de la obligación, la forma imperativa de la ética, solo

tiene validez en la moral teológica, mientras que fuera de ella pierde todo sentido y significado (DPF, E2:

§13, 195 [238]).

Schopenhauer recuerda en su ofensiva, y analizando los conceptos fundamentales de la

ética kantiana, como son el “deber”, la “ley” y la “obligación” que el origen de tales

conceptos no es otro que la teología: “(…) No reconozco ningún otro origen para la

introducción del concepto ley, precepto, obligación en la ética más que uno ajeno a la

filosofía: el decálogo de Moisés” (DPF, E2: §4, 121 – 122 [161]). De esa manera, el

soterrado tufo teológico que muestra la obligación moral de Kant en su ética, equivale a

una hábil artimaña: “No me propongo ninguna comparación sarcástica. Pero en la forma

la cosa tiene analogía con la sorpresa que nos prepara una artista de la magia natural, al

hacernos encontrar una cosa allá donde él la había hecho desaparecer prudentemente”

(DPF, E2: §4, 125 [165]).

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60

El manifiesto desprecio hacia toda moral teológica por parte de Schopenhauer se funda

en un desacuerdo metafísico: la creencia impartida por las religiones monoteístas de un

Dios creador exime necesariamente la responsabilidad moral. Si el mundo hubiera sido

creado por una instancia trascendente al mismo, esta circunstancia nos despojaría de

toda responsabilidad moral, puesto que quien hubiera creado nuestra esencia sería, por

ello mismo, responsable de todos y cada uno de nuestros actos. Por tanto, los intentos de

la tradición filosófica posterior al debacle de la cultura helénica de hacer el mundo un

producto de Dios o, el intento inverso por parte de Kant de probar la existencia de Dios

desde un formalismo moral son un equívoco:

Contemplándome como creado de la nada y cual si fuera la chapucera obra de algún otro, es realmente

monstruoso pensar que Dios ha dejado transcurrir un tiempo infinito antes de crear algo (o sea yo), que

luego quiere mantener durante otra eternidad, prodigando castigos o recompensas en base a lo que ha

ocurrido por capricho suyo. Dios castiga su propia y chapucera obra porque no es como él quiere; sería

como el niño que golpea la silla con que ha tropezado (MB: 56 [97 – 98]).

No obstante, Schopenhauer era un conocedor profundo de las tradiciones místicas y

doctrinas religiosas de oriente y occidente. Schopenhauer no pensó que fuese imposible

que los dogmas religiosos pudieran servir para un fin práctico útil, manteniendo el

comportamiento del hombre dentro de límites razonables, aunque en última instancia era

algo que solamente la investigación empírica podría decidir. Estaba dispuesto a admitir

que algunos de los puntos doctrinales de la religión podían implicar intuiciones

significativas. Sin embargo, negó paladinamente que las proposiciones religiosas puedan

tomarse según su valor literal y aceptarlas como literalmente verdaderas: interpretarlas

en este sentido y tratar después de justificarlas con argumentos filosóficos es por tanto

absurdo.

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61

Pero dos motivos más, ya no necesariamente metafísicos, hacen que desdeñe la religión

en la moral. Por una parte, y en armonía con David Hume, la religión es una fuente de

superstición y el motor principal del optimismo encubriendo así la verdadera esencia de

la vida, el dolor:

El verdadero aunque oculto origen de estos últimos [origen malo de todo cuanto existe] lo descubre sin

contemplaciones, pero con una abrumadora verdad, David Hume, en su Natural History of Religion, sec.

6, 7, 8, y 13. También los libros 10 y 11 de sus Dialogues on Natural Religion, pone al descubierto con

argumentos muy sólidos, pero totalmente distintos a los míos, la lamentable condición del mundo y lo

insostenible de todo optimismo, con lo cual lo ataca en su origen (MVR2: Capítulo 46, 668 [636 – 637]).

Por otra parte, el ataque de Schopenhauer a la religión se basa en que el móvil de toda

religión, la fe, resulta un impulso muy débil para actuar de forma bondadosa formando

así una imagen errónea de lo qué es moral y aquello qué no lo es:

Toda religión basa en su dogma el móvil moral perceptible para todo hombre pero, por eso mismo, aún

incomprensible; y lo vinculan estrechamente con él, que ambos parecen inseparables: incluso los

sacerdotes se esfuerzan para hacer pasar la incredulidad y la inmoralidad por una y la misma cosa. En esto

se basa en que para el creyente incrédulo valga como idéntico al moralmente malo, tal y como lo vemos ya

en el hecho de que expresiones como “sin Dios”, “ateo”, “no cristiano”, “hereje”, etc. Se usen como

sinónimos de “moralmente malos”. A las religiones se les ha puesto la cosa fácil gracias a que partir de la

fe, pueden exigirla de modo absoluto para su dogma, incluso bajo amenazas (DPF, E2: §21, 262 – 263

[310 – 311]).

A lo que conlleva el que la ética de Kant sea un disfraz teológico es a tergiversar lo que

verdaderamente ocurre en nuestro fuero interno, ocultando la verdadera esencia de

nuestros motivos morales y siendo un sustituto eficaz en la acción con conceptos propios

de la teología como el de “deber” u “obligación”:

Si ahora intentamos concebir solamente mediante la fantasía, e imaginarnos a un hombre cuyo ánimo

estuviese poseído por una obligación absoluta que hablase en un imperativo categórico puro, como por un

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62

demonio que pretendiera dirigir continuamente sus acciones en contra de sus inclinaciones y deseos,

entonces no percibiríamos así ninguna imagen correcta de la naturaleza humana o de los procesos de

nuestro interior: pero sí reconoceríamos un sustituto artificial de la moral teológica que es a esta lo que

una pata de palo a una viva (DPF, E2: §8, 168 [210 – 211]).

Esa “pata de palo” no sólo es un hábil sustituto en el obrar, más importante aún, para

Schopenhauer es un engaño a la vida real, de forma tal que la filosofía es incapaz de dar

cuenta efectiva y cabal sobre el mundo dado y mediante esa ética establece un retrato

falaz de cuanto hay:

(…) La propia fundamentación de Kant, [la constituyen] sutilezas artificiales que exigen las distinciones

más finas y se basan en los más abstractos conceptos, en combinaciones difíciles, reglas heurísticas y

principios que se balancean en la punta de un alfiler, así como en máximas de zancos desde cuya altura no

se puede ya divisar la vida real y su barullo. Por eso están perfectamente indicadas para resonar en los

auditorios y ofrecer un ejercicio de agudeza: pero una cosa así no puede ser lo que suscite la llamada al

obrar justo y bueno que existe en cada hombre, ni puede mantener en equilibrio los fuertes impulsos a la

injusticia y la dureza, ni tampoco servir de base a los reproches de la conciencia moral; querer retrotraer

estos a la violación de tales máximas sutiles solo puede servir para hacerlos ridículos (DPF, E2: §12, 185 –

186 [228]).

Las consecuencias de que la ética kantiana tome apoyo en la teología son un vacío

conceptual y una moral de la obligatoriedad engañosa de los verdaderos procesos

humanos. Por lo tanto, la ética de Kant, tan aparentemente sólida, tiene un craso error en

su formulación propio de una disciplina como la teología: tomar la existencia de la ley

moral como un hecho dado y carecer de su consiguiente justificación; es decir,

Schopenhauer tomando conceptos de las antiguas disputas escolásticas llama petitio

pricipii (cfr. DPF, E2: §4, 122 [162]). Frente a esto, Schopenhauer propondrá una ética

que se limite a explicar y aclarar lo dado (cfr. DPF, E2: §4, 120 [160]).

En efecto, Schopenhauer no sólo se limitara a denunciar el verdadero rostro de la ética

kantiana, sino que propondrá su propia “filosofía práctica” alejándola de todo posible

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63

tufo teológico: “Para el pueblo la moral se fundamenta en la teología como voluntad

expresa de Dios. En cambio, vemos a los filósofos, con pocas excepciones, empeñados

concienzudamente en su totalidad esquivar esa forma de fundamentación, e incluso

recurrir a razones sofísticas con el sólo fin de evitarla” (DPF, E2: §2, 111 [151].

Además, distanciarse de la teología es algo propio del estilo de su filosofía y de su

actitud vital que lo convirtieron en el primer filósofo de Occidente en considerarse

abiertamente ateo, sin por ello dejar de manifestar un interés por todas las tradiciones

religiosas y las antiguas mitologías (cfr. Aramayo, 2002: 72 y ss): “(…) La filosofía es

esencialmente sabiduría del mundo: su problema es el mundo: solo con él tiene que ver,

y deja a los dioses en paz, esperando a cambio que también ellos le dejen en paz a ella”

(MVR2: capítulo 17, 209 [226]).

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64

4

4. EL MUNDO CON TODOS SUS SOLES Y GALAXIAS:

LA FILOSOFÍA PRÁCTICA DE SCHOPENHAUER

Schopenhauer, de forma paradójica, optó por llamar “filosofía práctica” al conjunto de

posiciones que pueden denominarse de carácter “ético”. Esta sutileza del lenguaje, la

cual él mismo no se esmero por cultivar, se explica porque para Schopenhauer las

condiciones en las cuales los argumentos morales pueden ejercer una influencia en lo

que se hace son más bien excepcionales. Ciertamente no basta que la injusticia de una

práctica o lo equivocado de una decisión se evidencien de manera palmaria. Para

Schopenhauer, la gente debe estar lista para escuchar, y eso no lo determinan los

argumentos. De acá que la labor filosófica, bajo su perspectiva, incluso en los temas

públicos, seguirá siendo teórica, y no puede evaluarse mediante sus efectos prácticos. Es

probable que esta labor sea infructuosa; y si es teóricamente menos irrelevante para

problemas de la sociedad, no puede pretender una importancia superior simplemente en

virtud del carácter público de sus preocupaciones. Por tanto, para su “filosofía práctica”

es de menor importancia cambiar el mundo que comprenderlo: la filosofía se juzga

mejor por su contribución a la comprensión y no al curso de los sucesos:

Pero en mi opinión toda filosofía es siempre teórica, ya que le es esencial, sea cual sea el objeto inmediato

de la investigación actuar siempre de forma puramente contemplativa e investigar, no prescribir. En

cambio, hacerse práctica, dirigir la conducta, transformar el carácter, son antiguas pretensiones a las que

un examen maduro debería finalmente renunciar. Pues aquí, donde se trata del valor o falta de valor de una

existencia, donde se trata de la salvación o perdición, lo decisivo no son sus conceptos muertos sino la

esencia íntima del hombre mismo, el daimon que le dirige y que no ha escogido sino que el hombre lo ha

escogido a él –según expresión de Platón-, su carácter inteligible –como se expresa Kant- (MVR1: §53,

319 – 320 [327]).

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65

Más aún, y a pesar de que su filosofía sea una de las más coherentes desde la perspectiva

arquitectónica y argumentativa, Schopenhauer afirmó que la parte de su filosofía

concerniente a la moral o a la ética era la “más seria”. En efecto, la ética ofrece la clave

para la cabal comprensión de su filosofía: ésta ha de asumirse no desde su kantiano

punto de partida gnoseológico, ni siquiera desde las afirmaciones fundamentales de su

metafísica, sino desde su esencial conclusión ética, puesto que todo tipo de especulación

en este campo

afecta las acciones del hombre, un objeto que concierne a cada uno, que no puede ser ajeno o indiferente a

nadie; e incluso referir a él todo lo demás es tan conforme a la naturaleza del hombre, que en toda

investigación coherente este siempre considerará la parte referente al obrar como el resultado de su

contenido total, al menos en la medida en que el teme le interese, y así dedicará una seria atención a esta

parte aun cuando no lo haga con ninguna otra (MVR1: §53, 319 [327]).

Tal juicio por parte de Schopenhauer se explica porque conocía con suficiencia y

precisión los anteriores sistemas éticos. En efecto, la forma en que descalificaba y

criticaba las anteriores doctrinas morales, presentando el suyo como algo original y

novedoso se debe al hecho de que pensaba que hasta Kant todos los sistemas éticos eran

eudemonistas: la felicidad, la virtud, el placer o la utilidad eran el resultado que

buscaban. Por eso su propuesta filosófica se caracteriza por el hecho de que si existe

algo realmente auténtico de su pensamiento es su ética. Nada se encuentra antes de él

que se le parezca. Su doctrina se distingue de las demás, tanto por su principio, al ser tan

indiferente al deber, a la felicidad, como a la utilidad; cuanto por sus consecuencias,

pues ya que en vez de decirnos cómo hemos de obrar, que fin alcanzar o que utilidad

seguir; busca, por el contrario, describirnos el modo de no obrar. Anunciando su

fundamentación de la ética decía Schopenhauer con convicción:

(…) He demostrado real y seriamente mi fundamentación de la moral, con un rigor que se acerca al

matemático. Esto no tiene precedente en la moral y solo ha resultado posible por el hecho de que yo,

penetrado en la naturaleza de la voluntad humana más profundamente de lo que hasta ahora se ha hecho,

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he sacado a la luz y presentado de forma sencilla sus tres resortes, de los que surgen todas sus acciones

(DPF: XVI – XVII [13]).

Pero no solo era el hecho de distanciarse de sus antecesores en aspectos puntuales y

posiciones filosóficas lo que hacía de su filosofía práctica algo novedoso. También era la

manifiesta concordancia de su ética con los hechos:

Quien se tome la molestia de meditar a fondo lo dicho aquí […] descubrirá en mi fundamentación de la

ética un carácter consecuente y una totalidad esmerada de las que todas las demás carecen; así como, por

otra parte, una concordancia con los hechos de la experiencia que aquellas tienen todavía menos. Pues solo

la verdad puede concordar sin excepción consigo misma y con la naturaleza: en cambio, todas las falsas

concepciones disputan internamente consigo mismas y, hacia afuera, con la experiencia, que a cada paso

plantea su callada protesta (DPF, E2: §20, 258 [306]).

En suma, su filosofía práctica ofrecía el verdadero fundamento del obrar sin por ello ser

prescriptiva, así como una concordancia teórica con los hechos y era ella misma motivo

para buscar acciones virtuosas. En otras palabras, su filosofía práctica era la que

conducía a la respuesta del ser humano hacia todo cuanto existe; es decir, la respuesta a

qué es el mundo con todos sus soles y galaxias. En efecto, Schopenhauer cree que con su

filosofía práctica ha explicado el mundo del único modo posible, interpretando el código

que revela el modo en que todo posee significación en relación a lo demás (metafísica,

cosmología, estética, etc.), y cuál es esa significación; comprende que ha dejado atrás

algunos problemas filosóficos que otros podrán esclarecer. Pero no queda ninguna otra

meta hacia la que la filosofía posterior a él pueda dirigirse. Esto no se debe a que haya

explicado toda la realidad, sino que ha alcanzado los límites de la inteligibilidad,

siguiendo caminos y razonamientos comprensibles. De manera que la filosofía práctica

de Schopenhauer

solo puede alcanzar a interpretar y explicar el obrar del hombre, las máximas diferentes y hasta opuestas

de la que es expresión viviente, en su esencia y contenido internos, en conexión con nuestras

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consideraciones anteriores y exactamente de la misma manera en que hasta ahora hemos intentado

interpretar los restantes fenómenos del mundo y reducir su esencia íntima a un claro conocimiento

abstracto. Nuestra filosofía afirmará aquí la misma inmanencia que en las demás consideraciones: en

contra de la gran doctrina kantiana, no pretenderá utilizar las formas del fenómeno, cuya expresión general

es el principio de razón, como trampolín para sobrevolar el fenómeno, que es lo único que les da

significado, y aterrizar en la ilimitada región de las ficciones vacías. Antes bien, este mundo real de la

cognoscibilidad en el que estamos y que está en nosotros sigue siendo, tanto como la materia, el límite de

nuestra consideración: un mundo tan rico en contenido que ni la más profunda investigación de la que el

espíritu humano fuera capaz podría agotarla (MVR1: §53, 321 [328 – 329]).

En este capítulo presentamos la filosofía práctica de Schopenhauer en un itinerario de

seis mementos. En primer lugar, explicamos la fusión entre metafísica y ética. En

segunda instancia, una exposición del carácter descriptivo de su ética. Como tercer

momento, la explicación sobre el verdadero móvil moral de las acciones humanas: la

compasión. En cuarto término, la forma en que Schopenhauer, no contento con especular

sobre el obrar, recomienda una vía para hacer soportable la existencia: el eudemonismo

negativo. En quinto lugar, el camino a la salvación o la negación de la voluntad de vivir

como el estado éticamente deseable propiciada por la práctica de la compasión y el

conocimiento del sufrimiento. Finalmente, la paradoja a la que necesariamente lleva su

filosofía práctica y todo su proyecto de comprensión del mundo: la nada.

4.1

4.1. El gran misterio: la fusión entre metafísica y ética

Schopenhauer emprendió su severa crítica a Kant porque consideraba, en parte, que su

descubrimiento del idealismo trascendental abría un camino para llegar a la esencia de

las cosas. No obstante, Kant malogró ese camino pretendiendo instalar en el sitial del

noúmeno al “deber”. Por tanto, la crítica de Schopenhauer puede interpretarse como una

corrección de ese camino malogrado por su descubridor. En tanto que orientador del

viaje hacia los últimos confines de la razón, el punto de partida de Schopenhauer es su

descubrimiento metafísico: la voluntad. Toda su filosofía es desarrollo y paráfrasis de un

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“pensamiento único”: el de que el mundo natural es objetivación de la voluntad (cfr.

MVR1: VIII [31]). Así, lo que bajo la perspectiva de la representación aparece como

fenómeno, es desde la perspectiva de la cosa en sí voluntad.

Por tanto, sólo a la voluntad que se expresa en un querer y no a las acciones palmarias o

a la razón, se puede, según Schopenhauer, atribuir moralidad. En otras palabras, la

significación metafísica de la ética de Schopenhauer se basa en el hecho de que la

voluntad moral es una y la misma que la voluntad metafísica. Luego en toda ética

aparece la exigencia de una metafísica, es decir, de una explicación última de los fenómenos originales en

cuanto tales y, si se los toma en su totalidad, del mundo. Esa exigencia plantea también aquí la pregunta de

por qué lo que existe se comporta así y no de otra manera, y cómo del ser en sí de las cosas surge el

carácter del fenómeno que se ha expuesto. Incluso, la necesidad de un fundamento metafísico en la ética es

más acuciante cuanto que los sistemas filosóficos, igual que los religiosos, son unánimes acerca del hecho

de que la significación ética de las acciones tiene que ser al mismo tiempo metafísica; es decir, una

significación que sobrepase el mero fenómeno de las cosas y así también toda posibilidad de la

experiencia y que, por consiguiente, se encuentre en la más estrecha conexión con la totalidad de la

existencia del mundo y con el destino del hombre; pues la costumbre máxima en la que culmina el

significado de la existencia en general, es, con seguridad, lo ético (DPF, E2: §21, 261 [307 – 308]).

Algunos años después a la composición del primer volumen de su obra capital,

Schopenhauer se siente orgulloso de haber fusionado la metafísica y la ética:

¿Qué metafísica se muestra tan coherente con la moral como la mía? ¿Acaso la vida de cualquier hombre

noble se diferencia en algo de lo que mi metafísica expresa con hechos? Ser virtuoso, noble o altruista no

es otra cosa que traducir, no mediante rodeos y circunloquios, sino directamente, mi metafísica en

acciones. Ser vicioso, despiadado y egoísta no se logra sino renegando de tal metafísica mediante los

hechos (MB: 222 [215 – 216]).

La metafísica que Schopenhauer defiende se caracteriza por ser inseparable de la ética, y

en sentido inverso, la ética que ofrece es esencialmente metafísica. La metafísica

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necesariamente debe culminar en una ética como los grandes pensadores, bien de forma

disimulada como Platón o Aristóteles advirtieron, bien de forma expedita como Kant

reconoció; y, en sentido contrario, toda ética culmina en una metafísica, puesto que la

explicación de las acciones prácticas traspasa las fronteras del espacio y el tiempo. De

manera que esta relación no es unidireccional o vertical, sino más bien, de mutua

dependencia: “Una mera física y metafísica sin ética se corresponde con una mera

simple armonía sin melodía” (MVR1: §52, 313 [321 – 322]). No obstante, el vínculo que

lleva de la metafísica a la ética o de la ética a la metafísica es “asombroso” y “hasta

misterioso”, pues este vínculo “es, en verdad, el gran misterio de la ética, su fenómeno

originario y más allá del cual la especulación metafísica no puede atreverse a dar un

paso” (DPF, E2: §16, 209 [252]).

De esta manera, el “pensamiento único” no solo es de carácter metafísico, sino que se

vincula directamente con la vida práctica; por tanto, puede reformularse su significado

en términos éticos: “en esencia toda vida es sufrimiento” (cfr. MVR1: §56, 366 [368]).

Esto significa que frente a las filosofías anteriores que colocaban al bien supremo, a

Dios como garante y fin de todo cuanto existe o, a afirmar que este es “el mejor de los

mundos posibles”, Schopenhauer ofrecerá una posición radical: el mal es lo

verdaderamente existente. La mera existencia del mal no se compensa con la existencia

del bien, aun cuando numéricamente los bienes fueran mayores: “Si se pudiera poner

toda la miseria del mundo en una balanza y toda la culpa del mundo en la otra, es seguro

que el fiel quedaría vertical” (MVR1: §63, 416 [412]). El mal no es, tampoco, algo

secundario y derivado del bien, ni su explicación es suficiente sobre la base de sostener

un maniqueísmo o una aparente finalidad cosmológica del mundo. En suma, el mal es

algo originario y arraigado en la raíz misma de la existencia:

Pues la existencia humana, lejos de tener el carácter de un regalo, tiene el de una deuda contraída. Su

requerimiento de pago aparece en la forma de las apremiantes necesidades, los torturadores deseos y la

infinita miseria que plantea aquella existencia. Para saldar esa deuda se emplea, por lo regular, la vida

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entera: pero con ello se ha saldado solamente los intereses. El pago del capital se produce con la muerte

(MVR2: Capítulo 46, 665 – 666 [635]).

Algunas de las palabras favoritas de Schopenhauer, tomadas del poeta barroco español

Calderón de la Barca explican su posición (cfr. MVR1: §51, 300 [310]):

Pues el delito mayor

Del hombre es haber nacido.

Los seres se dividen en dos tipos: los que padecen dolor y los que lo originan. Lo cual no

significa que unos sean buenos y otros malos. La distinción particular entre quienes

causan y sufren dolor, entre el mal moral y el mal físico sólo opera en el fenómeno. Más

allá de él, todos somos al mismo tiempo víctimas y verdugos, porque todos somos

fenómenos de una única voluntad que lucha contra sí misma en la diversidad de sus

objetivaciones. Aquello que redime de tal condición es precisamente la ética: “la

existencia ha de verse como un extravío y la redención moral como una salida de él”

(MVR2: Capítulo 48, 695 [661]).

Ahora bien, no podemos percibir de esta manera el mundo y nos engañamos a nosotros

mismos debido a la insuficiencia de la representación de la conciencia, que nos presenta

el mundo como algo engañoso. Este es el “velo de Maya”: “El velo del engaño que

envuelve los ojos de los mortales y les hace ver un mundo del que no se puede decir que

sea ni que no sea: pues se asemeja al sueño, al resplandor del sol sobre la arena que el

caminante toma de lejos por un mar, o también a la cuerda tirada que ve como una

serpiente” (MVR1: §3, 9 [56]). La voluntad se objetiva entonces en el espacio, el tiempo

y la causalidad, haciendo que cada manifestación suya, es decir, cada fenómeno luche

contra otros, teniendo el egoísmo como móvil verdadero y haciendo de cada quien el fin

último sobre el mundo, a esto último Schopenhauer tomando palabras de la antigua

escolástica medieval lo llamo principium individuationis (cfr. Janaway, 1989: 54 – 76).

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A esta posición ético-metafísica en la literatura filosófica se la ha llamado “pesimismo”.

Schopenhauer nunca uso ese rotulo en su obra capital para explicar su posición, aunque

si uso el de “optimismo” para identificar a muchas de las filosofías que le antecedieron y

que rivalizaban de forma directa con su parecer. De esta manera, dependiendo el

enfoque, los intereses de investigación e interpretativos, los analistas encuentran que el

“pesimismo” cubre una variada gama de concepciones que no necesariamente son

excluyentes. Una interpretación altamente conocida es aquella que ve en el pesimismo la

consumación de un espíritu decadente cuyo rasgo más característico es la negación del

querer vivir (cfr. Nietzsche, 2001: Aforismo 99); otros analistas ponen el acento en una

crítica mordaz al proyecto moderno e ilustrado que catapulto la idea de progreso, la

finalidad del mundo y la supremacía del hombre sobre el resto de criaturas mortales (cfr.

Copleston, 1946); otros analistas encuentran su pesimismo fundado en la experiencia del

enigma del mundo (cfr. Janaway, 1999); finalmente, otros identifican el pesimismo

como una actitud vital radical frente a la existencia, pero no por ello, incapaz de ofrecer

redención a esa situación (cfr. Horkheimer, 1971; Mannion, 2003; y, Volpi, 2007).

4.2

4.2. Velle non discitur: el carácter descriptivo de la filosofía práctica

Schopenhaueriana

La acusación de Schopenhauer a Kant como cauteloso ocultador de una moral teológica

devela que durante dos mil años los moralistas han sido prácticamente religiosos: han

partido por lo general de premisas falsas acerca de las formas posibles de la proposición

moral, estas mismas premisas han sido transmitidas a los filósofos morales y aceptadas

por ellos, cuando su tarea principal debería haber sido examinarlas y, cuando menos,

desmontarlas. El error se plasma en la asociación histórica de ética y religión:

En general, en los siglos cristianos la ética filosófica ha tomado inconscientemente su forma de la teología;

y, puesto que esta es esencialmente imperativa, así también la filosófica se ha presentado en la forma de

prescripción y doctrina de los deberes, con toda inocencia y sin figurarse que para eso era

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necesaria una autoridad diferente; antes bien, figurándose que esa era justamente su forma propia y natural

(DPF, E2: §4, 122 [162]).

Schopenhauer, en aras de evitar este camino equivoco, insiste en tomar como punto de

partida los hechos de la experiencia, no las ideas abstractas. Su proceder es atenerse a la

tarea de describir y evitar el prescribir:

Yo señalo a la ética el fin de interpretar, explicar y reducir a su fundamento último la muy diversa

conducta de los hombres en el aspecto moral. De ahí que para descubrir el fundamento último de la ética

no quede otro camino más que el empírico, es decir, investigar si es que hay acciones a las que tengamos

que reconocer auténtico valor moral, como serían las acciones de justicia voluntaria, de la pura caridad y

de la verdadera nobleza. Entonces habrá que considerar estas como un fenómeno dado que tenemos que

explicar correctamente, es decir, retrotraerlo a sus verdaderos fundamentos y demostrar así el resorte

particular que mueve al hombre a acciones de ese tipo específicamente distinto de todos los demás. Ese

móvil, junto con la receptividad a él, será el fundamento último de la moralidad; y su conocimiento, el

fundamento de la moral. Este es el modesto camino que señalo a la ética (DPF, E2: §13, 195 [238]).

Schopenhauer nunca sugiere que las personas se comporten moralmente porque posean

una comprensión teórica correcta de lo que efectivamente sucede. Por el contrario, no

obramos por motivos de razón sino por motivos de voluntad; dado que no podemos

decidir lo que vamos a desear como ya los antiguos conocían, de forma especial Séneca

cuando afirmaba que el “querer no se enseña” (“velle non discitur”), es que su filosofía

práctica se encamina a describir. Siendo la voluntad la que gobierna nuestro

comportamiento, el conocimiento conceptual difícilmente puede generar actividad moral

válida, como tampoco puede generar actividad artística valida: ambas pueden surgir sólo

mediante la intuición directa, el tipo de percepción y experiencia de la que se derivan

esos conceptos:

La virtud nace del conocimiento; pero no del abstracto, que se puede comunicar con palabras. Si fuera así,

se podría enseñar y, al expresar aquí en abstracto su esencia y el conocimiento que lo funda, habríamos

mejorado también éticamente a quien lo comprendiera. Pero eso no es en modo alguno así. Antes bien,

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con las exposiciones o sermones éticos no se ha podido hacer un hombre virtuoso más de lo que todas las

estéticas desde Aristóteles acá hayan hecho un poeta. Pues el concepto es estéril para la verdadera e íntima

esencia de la virtud como lo es para el arte, y solo totalmente subordinado como instrumento puede prestar

servicio en la ejecución y conservación de lo que ha sido conocido y resuelto por otra vía. Velle non

discitur (cfr. MVR1: §66, 434 – 435 [428 – 429]).

Por eso Schopenhauer, argumenta que nadie puede, con su esfuerzo voluntario o una

decisión previa, hacer de sí algo diverso de lo que es. Lo que puede hacer, por otro lado,

es descubrir, por medio de la observación de su propio comportamiento y reacciones

ante las situaciones, la naturaleza y limitaciones de su personalidad y llegar a aceptarlas

mejor. De manera que el conocimiento que da lugar al comportamiento ético por lo

mismo que es abstracto, no puede aprenderse, recurre a los actos y no a las palabras. Por

tanto, el hombre moral lleva a cabo un tipo de actividad radicalmente diferente del tipo

de actividad que el filósofo moral lleva a cabo por medio de sus análisis y exposiciones

en términos de conceptos: “Por eso no le es más necesario al santo ser un filósofo que al

filósofo ser un santo: como tampoco es necesario que un hombre absolutamente bello

sea un gran escultor o que un gran escultor sea un hombre bello. Es muy extraño exigir a

un moralista que no exhorte a más virtudes que las que él posee” (MVR1: §68, 453

[445]). Aunque esta última observación es obviamente defensiva, no deja por ello de ser

cierta, y es la respuesta a algunas críticas superficiales, aunque no inusuales, que se han

hecho a Schopenhauer.

De esa manera, no hay comienzo más erróneo en ética que partir de la distinción entre

“bien” y “malo”: llamamos a algo “bueno” porque consideramos el proceder de algo

como “malo”; algo está “bien” porque “debemos” hacerlo; si es “bueno” o “malo” el

“placer”; si es bueno equivalente a lo “útil”, son todos ellos callejones sin salida. El bien

y el mal, lo bueno y lo malo, lo beneficioso o lo útil no son un punto de partida, sino un

resultado:

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(…) Yo mismo no estoy más dispuesto a buscar en la ética un escondite tras la palabra bueno de lo que

antes lo estuve a buscarlo tras las palabras bello o verdadero, para luego, acaso mediante un dad adosado

que hoy en día ha de tener una especial solemnidad, y sacar así de apuros en muchos casos, con un gesto

hacer creer que al pronunciar esas tres palabras he hecho más que designar tres conceptos amplios y

abstractos, por lo tanto sin gran contenido, que tienen muy diferente origen y significado (MVR1: §65,

425 [420]).

Se trata es de averiguar qué quieren los hombres. La ética no proviene de otra parte más

que de la voluntad humana. Se es moral no cuando se hace lo que se debe, sino cuando

se atreve a hacer lo que se quiere: lo que realmente queremos. Pero no es fácil lograr tal

cosa, pues nuestro propio querer permanece oscuro para nosotros. La tarea de la ética no

es fundar el deber ni proporcionar decálogos, sino ilustrar el querer:

En cada individuo se manifiesta completa e indivisa la voluntad de vivir, el ser en sí; y el microcosmos es

igual que el macrocosmos. Las masas no tienen más contenido que cada uno de los individuos. En la ética

no se trata de la acción y el resultado sino del querer, y el querer se da únicamente en el individuo. No se

decide moralmente el destino de los pueblos, que existe sólo en el fenómeno, sino el del individuo. En

realidad los pueblos son meras abstracciones: solo los individuos existen realmente (MVR2: Capítulo 47:

678 [647]).

Y es que el querer del que aquí se habla es previo a la constitución de cada individuo

como tal, y por ello es común a todos. El “quiere” precede y configura al “es” y se

afirma en el “debe”.

El que la ética sea por entero descriptiva abre el primer requisito para su

fundamentación. Schopenhauer asume que el requisito inicial para un fundamento de la

ética es el ser capaz de mover a conductas suficientemente valiosas. Luego, en su

filosofía práctica no hay distinción entre el fundamento cognoscitivo de la moral y la

moralidad misma (cfr. DPF: IX – X [6 – 7]). El arduo examen de la ética kantiana

apunta, entre otros varios motivos, a mostrar la falsedad de una ética que desista de

describir y pase a prescribir. A la ética compete el que

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independientemente de la formación intelectual, hable a todos incluido al hombre más rudo, se base

meramente en la comprensión intuitiva y se imponga meramente a partir de la realidad de las cosas.

Mientras la ética no pueda mostrar un fundamento de esta clase, podrá disputar y desfilar en los auditorios;

la vida real se burlará de ella. Por eso tengo que dar a los éticos el paradójico consejo de volver primero un

poco la cabeza a la vida humana (DPF, E2: §12, 186 [229]).

La ética no necesita buscar justificación alguna para sus mandatos porque no los tiene:

La ética es, en verdad, la ciencia más fácil de todas las ciencias, tal y como es de esperar; porque cada uno

tiene la obligación de construirla por sí mismo y, a partir del principio supremo que radica en su corazón,

deducir por sí solo la regla para cada caso que se presente: pues pocos tiene el ocio y la paciencia para

aprender una ética ya construida (DPF, E2: §18, 230 [275]).

A ella basta con investigar si existen acciones de valor moral y cuál es su fundamento.

Tal fundamento no debe buscarse en una argumentación apriorística, una instancia

trascendente o una facultad pura de la razón. La cantera de este fundamento no puede ser

otra más que la vida real y las acciones humanas puestas a través del ejemplo: “El punto

de vista señalado y el método anunciado hacen ya evidente que en este libro de ética no

hay que esperar preceptos ni una doctrina de los deberes; y aún menos se ha de formular

un principio moral general, algo así como una receta universal para crear todas las

virtudes” (MVR1: §53, 320 [328]).

4.3

4.3. Tat twan asi: el verdadero móvil de la ética

Un segundo requisito se hace necesario para una fundamentación de la ética: la

superación de la “opinión escéptica”. Este punto de vista considera que no existe una

moral espontánea al hombre, sino que ella se debe al cobijo de la legalidad, las

costumbres, las instituciones, y en particular, la religión (cfr. DPF, E2: §13, 187 – 193

[229 – 236]). Schopenhauer no pretenderá defender un “naturalismo moral”, por el

contrario, su “camino se desvía, desde luego, del de todos los demás moralistas y se hace

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parecido al de Dante, que conduce primero al infierno” (DPF, E2: §14, 201 [244]). Este

sendero que se surcara, estará dedicado a defender la moralidad natural del hombre con

base en el egoísmo: este es el primer motor que incita a la acción.

En efecto, para Schopenhauer el impulso fundamental de todo lo existente es el egoísmo;

de una dimensión colosal y tamaño gigante, cuya máxima es “que perezca el mundo

mientras yo me salve” (DPF, E2: §22, 266 [313]. El egoísmo es producto, por una parte,

de que “el mundo es mi representación”, luego para cada uno el mundo es una entidad

que no tiene la suficiencia para mostrarse real, siendo apenas una parte de su

representación. Por otra parte, el asiento principal del egoísmo se encuentra en que “el

mundo es mi voluntad”, una voluntad que se disfraza de individualidad pero permanece

una e indivisa en cada uno de los seres, su forma de manifestarse es la voluntad de vivir

haciendo que cada individuo quiera su supervivencia a cualquier precio (cfr. MVR1:

§54, 323 – 336 [330 – 341]).

El egoísmo natural es uno de los móviles de la acción, que sumado a la malevolencia

hace posible deducir todos los comportamientos antiéticos, así como sus opuestos, la

justicia y la caridad de donde se desprenden todas las virtudes y comportamientos dignos

de elogio. No obstante, estos dos móviles no pueden ser el verdadero móvil auténtico de

la moral. La existencia de valor moral puede constatarse con un hecho empírico

presentado únicamente de forma negativa: la ausencia de toda manifestación egoísta.

Además, debe añadirse un matiz a esta prueba moral que consiste en que toda acción

debe ausentarse de buscar el dolor ajeno, con lo que el egoísmo y la malevolencia son

excluidos como los móviles auténticos, originando así un móvil moral genuino: la

compasión (cfr. DPF, E2: 15, 203 – 204 [246 – 247]).

Partiendo del supuesto de que las acciones de la voluntad siempre tienen que ver con el

placer y dolor propios o ajenos, surgen dos clases diferenciadas de acciones. En

principio, las que están motivadas por el placer propio o ajeno que carecen de cualquier

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valor moral y son las propias del egoísmo. El segundo tipo de acciones tienen como

valor inmediato el placer o dolor ajenos pero motivados por fines altruistas y pueden

tener valor moral (cfr. DPF, E2: §15, 203 – 204 [246 – 247]). Luego lo específico de la

acción moral es el altruismo: el interés ajeno. Acá es donde encontramos el tercero de

los móviles de la ética y aquel fenómeno originario: la compasión. Este fenómeno acaso

puede explicarse con la fórmula tomada de la antigua sabiduría hindú: Tat twan asi (Este

eres tú). “Quien sea capaz de decírsela a sí mismo respecto de todos los seres con los

que entra en contacto, con claro conocimiento y sólida convicción interior, con ello tiene

asegurada la virtud y la santidad y se encuentra en el camino directo a la salvación”

(MVR1: §66, 442 [435]).

La esencia de la compasión consiste en participar inmediatamente en el dolor ajeno, pues

sólo al dolor y no al placer alude la compasión, de tal forma que se logre sentir el dolor

de forma directa, pero no como de manera inmediata tenderíamos a pensar de forma

propia sino ajena: “Únicamente por el hecho de que yo, aunque ese sufrimiento se me dé

como algo exterior a través de la mera intuición o la noticia externa, sin embargo lo

consiento, lo siento como mío, pero no en mí, sino en otro” (DPF, E2: §18, 229 [273]).

Schopenhauer reconocía que el mayor equivoco en la explicación de la compasión era la

“comprensión psicológica”. Esta comprensión supone un engaño a la imaginación sobre

quién es quién, pretendiendo copar el lugar de cada cual y anular su individualidad en el

acto moral; además, un apropiarse del dolor ajeno en la propia persona; en esta

comprensión errática la

compasión nace por un engaño instantáneo de la fantasía, al ponernos nosotros mismos en el lugar del que

sufre y creer en la imaginación que sufrimos su dolor en nuestra persona. Pero no es así de ninguna

manera; sino que a cada momento nos queda claro y presente que él es el que sufre, y no nosotros: y es

directamente en su persona, no en la nuestra, donde sentimos el sufrimiento para aflicción nuestra.

Sufrimos con él, es decir, en él: sentimos su dolor como suyo y no imaginamos que sea el nuestro (DPF,

E2: §16, 211 – 212 [254 – 255].

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La verdadera compasión no nace de un error de nuestro conocimiento del fenómeno, de

un ánimo apesadumbrado que desemboca en la lastima o de una intención de suprimir

otras individualidades y hacerlas mías, por el contrario, la compasión nace de un

conocimiento verdadero de la esencia de la vida:

Lo único que puede mover a las buenas acciones y las obras de la caridad es el conocimiento del

sufrimiento ajeno que se hace inmediatamente comprensible a partir del propio y se equipara a él. Pero de

ahí resulta que el amor puro es por naturaleza compasión, sea grande o pequeño el sufrimiento que mitiga,

en el cual se incluye cualquier deseo insatisfecho. Por eso no tendremos reparos en oponernos

directamente a Kant, que pretendió reconocer como verdadera bondad y virtud exclusivamente la nacida

de la reflexión abstracta –en particular del concepto del deber y del imperativo categórico- y calificó la

compasión de debilidad y en modo alguno de virtud; así pues, frente a Kant diremos: el mero concepto es

tan estéril para la auténtica virtud como para el auténtico arte: todo amor verdadero y puro es compasión, y

todo amor que no sea compasión es egoísmo (MVR1: §67, 444 [437]).

Mediante la compasión las fronteras de la individualidad que separan a los seres se

vuelven meras apariencias, pues tras ellas se esconde una identidad esencial compartida.

Para quienes acceden a la compasión, el otro no es ya un “no yo”, sino “otra vez yo”, y

el placer y el dolor ajenos son motivos para un querer de igual o mayor relevancia que el

propio. La compasión es traspasar el velo de Maya, es decir, acceder al “secreto último

de la vida”: “el mal y la maldad, el sufrimiento y el odio, la víctima y el verdugo”, son lo

mismo, aun cuando aparezcan diferentes a la representación (cfr. MVR1: §68, 465

[456]).

La compasión presenta dos niveles lo suficientemente diferenciados desde los que se

establecen las dos virtudes éticas fundamentales: la justicia y la caridad. El nivel inferior

de la compasión, la justicia, se limita a frenar el egoísmo propio evitando el sufrimiento

ajeno. Este grado inferior de la compasión es en esencia restrictivo y busca limitar todas

las potencias antimorales evitando actos injustos. En cuanto al grado superior de la

compasión, la caridad, busca fomentar la ayuda a tantos como sea posible lo que lleva a

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una operación activa que tiene como característica la eliminación del sufrimiento ajeno;

instaurada en Occidente por el Cristianismo y malograda por su fusión con el judaísmo,

según Schopenhauer, ya las antiguas civilizaciones de Oriente conocían su potencial y

alcance (cfr. DPF, E2: §18, 229 – 230 [274 – 275]). En la medida en que la compasión

es el resorte de la acción moral, solo las verdaderas acciones que broten de ella podrán

tener valor moral. Cuando esta despierta en cada quien nuestra individualidad presta

cobijo al bien y al mal que sufren los demás, haciéndolo propio, aunque con distinta

intensidad, como si fueran suyos.

Schopenhauer busca avales a su principio moral encontrándolos fructíferamente en la

experiencia. A partir de esto, confirma Schopenhauer que, la compasión es el “móvil

moral más puro” (cfr. DPF, E2: §19, 231 – 233 [276 – 278]). De igual forma, el móvil

establecido es el único que puede “gloriarse de una eficacia real y hasta amplia”: “Pues

nadie querrá afirmar lo mismo de los demás principios morales de los filósofos; porque

estos se componen de proposiciones abstractas, en parte hasta sofísticas, sin otro

fundamento más que una artificial combinación de conceptos; de modo que su

aplicación al obrar real tendría a veces un aspecto ridículo” (DPF, E2: §19, 233 [278]).

En efecto, la compasión se presenta como el móvil moral de mayor eficacia, superior

incluso al de la religión, pues no precisa de argumentaciones, explicaciones casuísticas,

ni de conocimientos abstractos sino solo intuitivos que tienen validez para casos

individuales como generales (cfr. DPF, E2: 19, 236 – 239 [281 -284]. Además,

Schopenhauer añade algo a su confirmación del auténtico móvil moral que resulta

revolucionaria: la protección a los animales. Schopenhauer recuerda como la tradición

filosófica de Occidente ha avalado el trato brutal hacia los animales y apenas los

considera seres inferiores al servicio del ser humano (cfr. DPF, E2: §19, 238 - 245 [284 -

290]). A falta de una autoridad filosófica sobre su fundamento, presente apenas en unas

cuantas opiniones de Rousseau, Schopenhauer confirma su fundamento moral con base

en las sabidurías Hindú, China, el Cristianismo primitivo y la antigua Grecia (cfr. DPF,

E2: §19 [246 – 249]).

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80

4.4. El eudemonismo negativo

4.4

Schopenhauer no sólo arremetió contra la filosofía ética kantiana. También su filosofía

entera combate otra noción ética fundamental: la felicidad. Hasta Kant todas las

filosofías amparadas en las ideas de “bueno”, “bienestar” o “virtud” prometieron la

felicidad:

De ahí nacieron los sistemas éticos apoyados tanto en doctrinas filosóficas como religiosas. Unos y otros

buscaron siempre conectar de algún modo la felicidad con la virtud; los primeros lo hicieron, bien

mediante el principio de contradicción o bien mediante el de razón, o sea que, siempre con sofismas,

hicieron la felicidad idéntica a la virtud o consecuencia de ella, esto último afirmando la existencia de

otros mundos distintos de los que es posible conocer por la experiencia (MVR1: §65, 427 [422]).

El equívoco de las doctrinas filosóficas ha sido persistir en ese error: creer que la vida

está hecha para ser felices. A Kant, se adeuda el mérito de intentar expulsar esa idea en

la ética; sin embargo, como ya señalamos, Schopenhauer con su crítica permite observar

cómo fue incorporada disimuladamente la búsqueda de la felicidad en el seno de la

filosofía kantiana: “Los antiguos, en particular los estoicos, los peripatéticos y los

académicos, se esforzaron en vano por demostrar que la virtud basta para hacer la vida

feliz: pero la experiencia gritaba estrepitosamente en contra” (MVR2: Capítulo 48, 692

[659]).

En efecto, el más grave “error”, un error que además es innato, consiste en creer que la

vida es equiparable a la felicidad. “Vida” nunca puede ser sinónimo de “felicidad”, pues

en esencia toda vida es sufrimiento: “Solo hay un error innato: el pensar que existimos

para ser felices. Además, es innato porque coincide con nuestra propia existencia, y todo

nuestro ser es solo su paráfrasis y nuestro cuerpo su monograma: no somos más que

voluntad de vivir; la sucesiva satisfacción de todo nuestro querer es lo que entendemos

con el concepto de felicidad”. Persistir en este error, reforzado por las creencias

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optimistas, conllevan a ver el mundo como “una total contradicción”: “Pues a cada paso,

en lo grande como en lo pequeño, hemos de experimentar que el mundo y la vida no se

han hecho para contener una existencia feliz (MVR2: Capítulo 49, 729 [692]).

Schopenhauer ofrece dos “pruebas” contra la existencia de la felicidad: una a priori y

otra a posteriori que conducen a un mismo resultado. La a priori, de carácter metafísico,

se basa en el estudio asiduo de los rasgos generales de la vida humana desde un punto de

vista general y teórico, llevando a la necesaria conclusión de que en esencia toda vida es

sufrimiento. La prueba a posteriori, de carácter experiencial, se basa en casos

determinados, imágenes de la fantasía y describir ejemplos de la experiencia humana, los

resultados de esta prueba son “fáciles de obtener por todos lados”:

Cualquiera que haya despertado de los primeros sueños de juventud, que se fije en la experiencia propia y

ajena, y que haya mirado a su alrededor en la vida, en la historia del pasado y de la propia época, y

finalmente en las obras de los grandes poetas, conocerá bien el resultado a no ser que algún prejuicio

inculcado de forma imborrable paralice su facultad de juzgar: que este mundo humano es el reino del azar

y el error, que imperan en él de forma despiadada tanto en lo grande como en lo pequeño, y junto a los

cuales esgrimen su látigo la necedad y la maldad (MVR1: §59, 382 [382]).

No obstante, Schopenhauer reconsiderara la posición radical que anunciaba inicialmente

en El mundo como voluntad y representación en torno a la incapacidad de la filosofía

para orientar la vida. Si en su obra capital logró develar el gran misterio y el secreto

último de la vida, su filosofía también hace plausible cómo soportar la vida. En efecto,

Schopenhauer ofrecerá un ensayo consecuente con su proyecto de un “único

pensamiento”, que ya en vida le otorgo la fama y prácticamente carece de antecesores en

un “campo inabarcable” (cfr. PP1, AF: 334 [332] y PP1, AF: 431 [420]): Aforismos

sobre la sabiduría de la vida. El ensayo es un tratado totalmente asequible, que no exige

conocimiento filosófico previo y que trata de temas y situaciones en las que todos, en

cuanto mortales, nos podemos reflejar. En este escrito su impecable estilo, su agudo

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ingenio, su continua mordacidad, así como su gran capacidad de observación se

conjugan.

En este escrito Schopenhauer aclara y matiza su posición sobre poder orientar la vida

desde reflexiones teóricas: el eudemonismo negativo. El concepto de felicidad, como el

de placer o justicia son en esencia negativos y significan la mera ausencia de sus

opuestos. Lo positivo, lo que realmente se siente y ocurre de forma expedita, es la

desdicha, el dolor o la injusticia. En este orden de ideas, ser feliz significa ser menos

infeliz; y la búsqueda de la felicidad consiste tan solo en la prevención de la desdicha en

la medida en que sea posible: aun a sabiendas de que esta se impondrá en algún

momento. Mientras el eudemonismo responde positivamente a la pregunta por la

posibilidad de alcanzar la felicidad, el eudemonismo que ofrece Schopenhauer contesta

negativamente (cfr. PP1, AF: 431 – 432 [420 – 421]). De esa manera, la regla suprema

de toda sabiduría de la vida la toma Schopenhauer del fundador y mayor defensor del

eudemonismo: Aristóteles. Enunciada de forma pasajera en la Ética a Nicómaco (VII,

12, 1153a) esta regla dice: “El hombre prudente no aspira al placer sino a la ausencia de

dolor”.

Las siguientes reglas o aforismos forman igualmente un conjunto amplio de máximas

abstractas para conducir nuestra vida. Reglas, que además, no pretenden lograr la virtud

sino hacer nuestra existencia más soportable. En la medida en que las reglas contienen

motivos abstractos nos conducen a renunciar a la felicidad inmediata a favor de otra más

duradera a largo plazo. De esta forma el eudemonismo negativo no pretende alcanzar la

felicidad; puesto que es el sufrimiento el sustituto de la virtud, en una ruta subsidiaria y

alternativa de aquella santidad que debería conducirnos a nuestra redención, logrando

que la voluntad se niegue a sí misma y se aparte del camino equivocado: “Según nuestra

consideración la esencia interna de la virtud resultará ser una aspiración en dirección

totalmente opuesta a la felicidad, es decir, al bienestar y la vida” (MVR1: §65, 427

[422]).

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El eudemonismo negativo constituye para Schopenhauer una “sabiduría de la vida”,

puesto que es la indicación para una existencia feliz. En contra de los antiguos ideales de

la filosofía de alcanzar la “sabiduría” por medio de un apego a la reflexión y a la

filosofía, Schopenhauer cree que es el sufrimiento ese sucedáneo de la virtud:

El sabio estoico, ni siquiera en su presentación puede ganar nunca vida ni verdad poética, sino que

permanece como un rígido muñeco de madera con el que nada se puede hacer, que no sabe él mismo a

dónde ir con su sabiduría, cuya perfecta tranquilidad, satisfacción y felicidad contradicen directamente la

esencia del hombre y no nos permiten ninguna representación intuitiva. Qué distintos aparecen junto a él

los vencedores del mundo y los penitentes voluntarios que la sabiduría hindú nos ha presentado y ha

producido realmente, o el Salvador del cristianismo, aquella magnífica figura llena de profunda vida, de la

máxima verdad poética y suma significación, que sin embargo, en su perfecta virtud, santidad y

sublimidad se presenta ante nosotros en estado de máximo sufrimiento (MVR1: §16, 108 [143]).

La posición eudemonista de Schopenhauer en la literatura especializada ha sido

presentada como “estoicismo pesimista” (cfr. Copleston, 1946: 189 y ss). Este

calificativo es bastante engañoso. Schopenhauer, por una parte, pensaba que el

estoicismo era una de tantas doctrinas optimistas de la filosofía occidental que operaba

como una “fanfarronería” de aquellos que no renunciaban a ninguno de los placeres de la

vida, pero eso sí, “poniendo cara de fastidio” ante ella (MVR2: Capítulo 16, 166 [187 –

188]). Por otra parte, la renuncia estoica a la vida es una posición cínica y se aleja de las

renuncias místicas que tanto eran de su agrado y constituyen un ataque al trasfondo de su

idea de la negación de la voluntad de vivir: “La indiferencia estoica, que pretende

desarmar las desgracias resignándose a todas y despreciándolas: en lo práctico se

convierte en la renuncia cínica, que prefiere rechazar de una vez por todas sus remedios

y alivios: nos convierte en perros, como a Diógenes en el tonel” (MVR2: Capítulo 46,

663 [632]).

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84

4.5. El camino de la salvación: la negación de la voluntad de vivir

4.5

Otro aporte de la filosofía práctica de Schopenhauer es lo que a manera de metáfora

llamo la “salvación”; en términos conceptuales se trata de “la negación de la voluntad de

vivir”. Con ello quiere dar a entender el “verdadero estado de virtud” y una

manifestación de “auténtico comportamiento moral”. El camino de la salvación consiste

en que el estado éticamente más deseable es alcanzar la renuncia a la voluntad de vivir:

el cese volitivo o la ausencia del querer. Schopenhauer asume que este estado significa

una abierta contradicción con la esencia de la voluntad, puesto que es “un querer que

deja de querer”. Sin embargo, este estado opera como “aquietador” de todo querer. Este

estado existencial es relacionado por Schopenhauer directamente con la concepción

budista del Nirvana y se deriva del descubrimiento del verdadero fundamento de la ética.

En la medida en que toda compasión es motivada por un vínculo que tiene como fin

evitar el sufrimiento propio y ajeno, el sufrimiento se vuelve en una potencia salvadora.

“Porque todo sufrimiento, al ser una mortificación y una llamada a la resignación, es

potencialmente una fuerza salvadora” (MVR1: §68, 468 [458]). Tal potencia salvadora

puede encaminarse a acciones concretas motivadas por la compasión o en un estado de

virtud deseable que es la negación de la voluntad de vivir.

Esta negación de la voluntad, en tanto que la voluntad de vivir es la esencia de todo

cuanto existe, es presentada por Schopenhauer en primera instancia como un tránsito

hacia la nada. Se trata, sin embargo, de una nada relativa. Es una nada relativa, porque

es simplemente la negación del mundo tal y como lo conocemos, que abre paso a la

posibilidad, totalmente incógnita de una nueva realidad. En la filosofía de Schopenhauer

no hay, pues, ese nihilismo del que típicamente se le acusa. La negación de la voluntad

consiste en definitiva, en que la voluntad pasa de “querer” a “no querer”. La negación de

la voluntad de vivir en modo alguno significa la aniquilación de una sustancia, sino el

simple acto de no querer: eso mismo que antes quería, deja ahora de querer (cfr. MVR1:

§71, 486 [474]). Y es que para Schopenhauer la realidad es tan rica que la negación de la

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voluntad de vivir no conduce de ninguna manera a una total aniquilación o a la nada

absoluta:

En mi filosofía el mundo no colma todas las posibilidades del ser, sino que en éste queda todavía mucho

espacio para aquello que nosotros designamos sólo negativamente como “la negación de la voluntad de

vivir”, Por eso, porque la realidad no se agota en este mundo nuestro tan real, el “no querer” en qué

consiste el acto libre de la voluntad al negarse puede interpretarse también como un “querer de otra

manera” (cfr. MVR2: capítulo 50, 739 - 743 [701 - 705]).

La negación de la voluntad de vivir es descrita por Schopenhauer con su impecable

pluma:

Quien ha llegado a ese punto sigue todavía sintiendo, en cuanto cuerpo vivo y fenómeno de la voluntad

que es, la disposición al querer de cualquier clase: pero la reprime intencionadamente al forzarse a no

hacer nada de lo que querría hacer y, en cambio, hacer todo lo que no querría, aun cuando ello no tenga

otro fin que el de servir precisamente a la mortificación de la voluntad. Dado que él niega la voluntad

misma que se manifiesta en su persona, no se resistirá cuando otro haga lo mismo, es decir, cuando cometa

contra él una injusticia: de ahí que le sea bienvenido cualquier sufrimiento que le sobrevenga de fuera por

azar o por la maldad ajena, cualquier daño, afrenta o injuria: él lo recibe contento, como ocasión de darse a

sí mismo la certeza de que ya no afirma la voluntad sino que con alegría ha tomado partido hostil al

fenómeno de la voluntad que es su propia persona. Por eso soporta tal afrenta con paciencia y dulzura

inagotables, sin ostentación devuelve bien por mal y no permite que se reavive en él el fuego de la ira ni el

de los deseos. –Igual que la voluntad misma, mortifica su voluntad u objetividad, el cuerpo: lo alimenta

con frugalidad para que un exuberante florecimiento y desarrollo dé nueva vida y excite con más fuerza la

voluntad, de la que aquél no es más que una expresión y reflejo. Así, recurre al ayuno y hasta a la

mortificación de sí mismo, para a través de la privación y el sufrimiento continuos quebrantar cada vez

más y matar la voluntad que reconoce y abomina como la fuente de su desgraciada existencia y la del

mundo. Cuando por fin llega la muerte para disolver ese fenómeno de la voluntad cuya esencia se había

extinguido hacía tiempo debido a la libre negación de sí misma, hasta llegar al débil vestigio que se

manifestaba como vida de ese cuerpo, aquella será bienvenida y recibida con alegría como la anhelada

liberación. Con ella no acaba en este, como en los demás casos, el simple fenómeno sino que se suprime la

esencia misma que aquí solamente tenía una débil existencia en el fenómeno y por él; ese último y débil

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lazo se desgarra ahora. Para el que así termina, ha terminado al mismo tiempo el mundo (MVR1: §68, 451

– 452 [443 - 444).

El encuentro con este estado de virtud no lo logran los conceptos o mucho menos la

reflexión, sino los actos, la conducta y la “gracia”: “Como el conocimiento del que nace

la negación de la voluntad de vivir es intuitivo y no abstracto, no encuentra tampoco su

completa expresión en conceptos abstractos sino solamente en los actos y la conducta”

(MVR1: §68, 453 [445]). En efecto, el ejemplo concreto de quienes han logrado el

camino de la salvación o la negación de la voluntad de vivir Schopenhauer recomienda

encontrarlo en aquellos mártires heroicos de las antiguas guerras europeas que se

entregaron sin particular interés, guiados apenas por el bienestar colectivo. De igual

manera, las historias de los santos cristianos, que en su gran mayoría muestran el

sacrificio propio y la abnegación. Pero aun más efectivo son los ascetas y místicos tanto

del Cristianismo como de las milenarias religiones de Oriente, puesto que enseñan el

sacrificio de sí mismo, la entrega a los otros, el rechazo a todo placer y deseo, así como

la búsqueda infatigable por querer de otra manera:

Al conocimiento más cercano y completo de aquello que en la abstracción y universalidad de nuestra

exposición expresamos como negación de la voluntad de vivir, habrá de contribuir en gran medida el

examen de los preceptos éticos establecidos en ese sentido por los hombres que estuvieron llenos de ese

espíritu; estos nos mostraran al mismo tiempo la antigüedad de nuestro parecer, por muy nueva que sea su

expresión puramente filosófica (MVR1: §68, 456 [447 – 448]).

De igual forma el acceso a la negación de la voluntad de vivir lo constituye el ascetismo

y el sufrimiento, su ejercicio y asimilación constante son las que permiten encaminarnos

a la salvación: “Si los que han llegado ya a la negación de la voluntad ejercitan el

ascetismo para mantenerse en ella, también el sufrimiento en general tal y como es

impuesto por el destino constituye una segunda vía para llegar a esa negación” (MVR1:

§68, 463 [454]). Una tercera vía para la negación de la voluntad de vivir, en nuestro

parecer, la constituye la misma obra de Schopenhauer. Si bien se afinco en que su

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filosofía era esencialmente descriptiva, no desconocía los logros que ella podía llegar a

alcanzar en aquellos potenciales lectores de la posteridad a quienes dirigía sus

pensamientos: “Pero todo lo que se puede hacer es iluminar la cabeza, corregir el

conocimiento, llevar al hombre a una comprensión más correcta de lo objetivamente

existente, de las verdaderas relaciones de la vida” (DPF, E2: §20, 254 [302]).

En opinión de Schopenhauer, la vida de aquellos que han logrado acallar la voluntad de

vivir solo genera felicidad y sosiego, estando privados de todo, todo sobra porque ya no

quieren nada:

Ese hombre que tras numerosas luchas margas contra su propia naturaleza ha vencido por fin, no se

mantiene ya más que como puro ser cognoscente, como inalterable espejo del mundo. Nada le puede ya

inquietar, nada conmover: pues ha cortado los mil hilos del querer que nos mantiene atados al mundo y

que, en forma de deseos, miedo, envidia o ira, tiran violentamente de nosotros hacia aquí y hacía allá en

medio de un constante dolor. Tranquilo y sonriente vuelve la mirada hacia los espejismos de este mundo

que una vez fueron capaces de conmover y atormentar su ánimo, pero que ahora le resultan tan

indiferentes como las piezas de ajedrez después de terminada la partida, o por la mañana los disfraces

tirados cuyas figuras nos gastaron bromas y nos inquietaron en la noche de carnaval. La vida y sus formas

flotan ante él como un fenómeno pasajero, como ante el que está medio despierto flota el ligero sueño

matutino a través del cual brilla ya la realidad y que no puede así engañarle (MVR1: 68, 461 – 462 [452 –

453]).

4.6

4.6. El mundo con todos sus soles y galaxias: la paradoja ética

El descubrimiento del verdadero móvil de la ética no sólo trae consigo la apertura del

gran misterio de la vida y el consiguiente camino a la virtud, trae también, una paradoja:

“La verdad ahora expresada de que la compasión, como el único móvil no egoísta, es

también el único auténticamente moral, resulta, de una forma extraña y hasta casi

incomprensible, paradójica” (DPF, E2: §19, 231 [275 – 276]). Fue tan integra la

argumentación de Schopenhauer que no buscaba disimular defectos, esconder errores y

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es él mismo quien señala a sus lectores algo como de difícil comprensión o hasta

paradójico.

No es lo mismo ser paradójico que ser contradictorio; lo primero es un recurso estilístico

que puede alcanzar cierto tipo desconcertante de hondura o al menos de brillantez,

mientras que lo segundo suele ser muestra de debilidad conceptual o de negligencia que

pretende pasar por honradez teórica. No hay por lo general mérito alguno en ser

contradictorio. La paradoja en cambio, busca una forma sutil de concordancia entre

apariencias superficialmente irreconciliables. Schopenhauer no teme a las paradojas y

las frecuenta tanto como el uso de las metáforas:

En todos los tiempos, la pobre verdad ha tenido que ruborizarse de ser paradójica; y, sin embargo, no es su

culpa. Ella no puede adoptar la forma de error universal entronizado. Suspirando dirige su mirada a su dios

protector, el tiempo, que le señala su triunfo y su gloria, pero cuyos aletazos son tan grandes y lentos que,

mientras tanto, el individuo muere. Y así también yo soy plenamente consciente de lo paradójica que

puede ser esta interpretación metafísica del fenómeno ético originario para los occidentales cultos,

acostumbrados a fundamentaciones de la ética de tipo totalmente diferente; sin embargo, no puedo

reprimir la verdad. Antes bien, todo lo que puedo hacer por mi parte, a ese respecto, es documentar cómo

aquella metafísica de la ética era ya hace milenios la visión fundamental de la sabiduría hindú, a la que yo

me remito como Copérnico al sistema cosmológico de los pitagóricos que Aristóteles y Ptolomeo

desplazaron (DPF, E2: §22, 274 [321]).

La paradoja consiste en que todos los fenómenos éticos están ahí, pero un conocimiento

correcto de ellos nos conduce hacia el misticismo. En efecto, “cualquier acto caritativo

supone todo un misterio”, declarando a la “compasión el comienzo de la mística” (cfr.

MB: 135 [137]). Su filosofía práctica se reconoce abiertamente deudora del misticismo,

debido a que sólo la mística podría haber llegado a los confines que su reflexión

filosófica se propuso explorar:

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Mi filosofía se diferencia de la mística en que, mientras está se alza desde adentro, aquélla lo hace desde

fuera. El místico parte de su propia e íntima experiencia individual, en la que se reconoce como el centro

del mundo y la única esencia eterna. Solo que nada de aquello resulta comunicable y, salvo para quien

mantenga que se debe creer en su palabra, no puede llegar a convencer. Por el contrario, mi punto de

partida son meros fenómenos que resultan comunes a todos y cuya reflexión al respecto se muestra

perfectamente participable. Ahora bien, cuando alcanza su máximo cenit, mi filosofía alcanza un carácter

negativo, limitándose a hablar tan sólo de aquello que debe ser negado y suprimido, al deber describir

cuando se conquista con ello como una nada e indicando el consuelo de que se trate de una nada relativa y

no absoluta; mientras el místico sigue un procedimiento enteramente positivo. De ahí que la mística

suponga un excelente complemento a mi filosofía (MB: 182 [170]).

De esa forma, la filosofía práctica de Schopenhauer nos lleva al borde mismo o a la

frontera de lo que le es posible a la reflexión filosófica más profunda: “Hay un límite

hasta el que puede alcanzar la reflexión, y hasta allá iluminar la noche de nuestra

existencia, aun cuando el horizonte siempre permanezca oscuro. Ese límite lo alcanza mi

teoría en la voluntad de vivir que se afirma o niega en su propio fenómeno. Pero querer

ir todavía más allá es, a mi juicio, como pretender volar por encima de la atmósfera”

(MVR2: Capítulo 47, 679 [648]). Sin embargo, la filosofía práctica de Schopenhauer

pretende llevarnos un paso más, a ese límite infranqueable que nadie osaría traspasar, el

lugar donde “solo podemos atisbar de lejos la solución del problema, y en cuanto

reflexionamos sobre él caemos en un abismo de pensamientos, como dice Hamlet, más

allá del alcance de nuestras almas” (MVR2: Capítulo 47, 688 [656]).

El destino de la filosofía práctica de Schopenhauer es el término de la propia vida y el

límite de toda reflexión: la nada. La práctica de la compasión, así como la negación de la

voluntad de vivir son a un tiempo el desvanecimiento y abolición del mundo que es su

espejo, por ello no puede ya plantearse el conocimiento y la representación, el

pensamiento y el obrar: la filosofía ha alcanzado su límite y no queda más que el

misticismo (cfr. Gardiner, 1975: 448 – 451). En cuanto se supone que la conciencia

mística implica una retirada cognoscitiva radical del mundo en sus aspectos fenoménicos

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y nouménicos, el contenido de esta conciencia, cualquiera que sea, ha de estar

necesariamente cerrado a la filosofía:

Al concluir aquí la caracterización general de la ética y con ella todo el desarrollo del pensamiento único

que aquí me proponía comunicar, no quiero en modo alguno encubrir un reproche que afecta a esta última

parte de la exposición sino, antes bien, mostrar que se encuentra en la esencia del tema y es estrictamente

imposible de remediar. Es este: después de que nuestra investigación nos ha llevado a reconocer en la

santidad perfecta la negación y supresión de todo querer, y con ello la salvación de un mundo cuya

existencia se nos presentaba en su totalidad como sufrimiento, todo eso se nos aparece como un tránsito al

vacío de la nada (MVR1: §71, 483 [471]).

Schopenhauer considera que su contribución especial es haber desarrollado la tradición

central de la filosofía occidental hasta el punto en que llega a estas ideas últimas, y lo

hace de un modo propiamente filosófico, es decir, sin ninguna referencia a Dios, ni

llamamiento alguno a la fe religiosa, ni pretensión alguna de comprensión personal

única, sino avanzando mediante conceptos a cuya formulación ha llegado por medio del

argumento racional justificado, apoyado en el corpus de nuestro conocimiento científico

sin jamás contradecirse. Comprende que ha dejado atrás algunos problemas filosóficos

que otros podrán esclarecer. Pero no queda ninguna otra meta hacia la que la filosofía

posterior a él pueda dirigirse. Esto no se debe a que haya explicado toda la realidad, sino

que ha alcanzado los límites de la inteligibilidad, siguiendo caminos y razonamientos

comprensibles:

Pero precisamente por eso [su filosofía] deja muchas preguntas sin responder, en concreto la de por qué lo

demostrado fácticamente es así y no de otra manera, etc. Pero todas esas preguntas o, más bien sus

respuestas, son propiamente trascendentales, es decir, no se pueden pensar por medio de las formas y

funciones de nuestro intelecto, no se asimilan a ellas (MVR2: Capítulo 50, 736 [699]).

Schopenhauer cree que con el término de su filosofía, la filosofía práctica, ha explicado

el mundo del único modo posible, interpretando el código que revela el modo en que

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todo posee significación en relación a lo demás, y cuál es esa significación: “El modo

verdaderamente filosófico de considerar el mundo, es decir, aquel que nos da a conocer

su esencia interna y nos conduce así más allá del fenómeno, es precisamente el que no

pregunta por el de dónde, adónde y por qué, sino exclusivamente por el qué del mundo”

(MVR1: §53, 323 [330]). De esa manera el punto final de su filosofía es la “nada”: nada

más puede decirse qué sea el mundo. No obstante, ha de recordar que “nada” es una idea

relativa, su sentido para el que la emplea, depende de quién es él y dónde está. Una nada

a la que no hay que temer como los niños a la oscuridad, ni como la meta final de toda

existencia. Es, por el contrario, una nada que nos abre a la forma correcta de comprender

el mundo. En últimas, “todo este mundo nuestro tan real, con todos sus soles y galaxias,

es nada” (MVR1: §71, 487 [475]).

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Conclusión

CONCLUSIÓN

En este trabajo hemos reflexionado sobre el sentido de la crítica de Schopenhauer a la

ética kantiana. Desde un itinerario que, en principio, nos conduce por presentar la

relación entre Kant y Schopenhauer, para luego ofrecer una interpretación de la ética del

primero, así como las correlativas críticas por parte de Schopenhauer a ese esquema

moral. Así mismo hemos considerado su filosofía práctica como respuesta a la

insuficiencia de la propuesta moral kantiana. A manera de conclusión puede afirmarse

que la crítica de Schopenhauer tiene una alta validez, tanto por asentarse en un examen

minucioso de todos los postulados de Kant y mostrar que inevitablemente conducen al

fracaso, son nocivos o son falsos, como por el hecho de ofrecer una filosofía práctica a

manera de respuesta altamente sólida desde el punto de vista argumentativo, acorde con

los hechos del hombre, e igualmente invitar a ejercitarla.

Sin embargo, el valor de la filosofía práctica de Schopenhauer no sólo estriba en ser una

respuesta altamente efectiva ante las insuficiencias de la ética de Kant. La legitimidad de

su filosofía práctica tiene validez por sí misma. Esto significa que de dónde proviene y a

dónde conduce, las nociones operativas y conceptos con que funciona, así como la

inevitable invitación a la acción que lleva implícita son hechos estimables que no se

miden conforme con respecto a la doctrina moral de Kant como antagonista o espejo.

De igual forma, la crítica de Schopenhauer a la ética de Kant abre horizontes para la

relectura de Kant, de quien puede decirse que ha tenido una incidencia enorme en

asuntos prácticos. Basta corroborar como las relaciones humanas se fundan en buena

parte bajo normatividades y el cobijo jurídico para sentir la presencia latente de la ética

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de Kant. En tanto que lectura profunda de su obra, la filosofía práctica de Schopenhauer

puede abrir caminos y espacios para reorientar en la vida práctica muchos de los

postulados que se han arraigado de la ética de Kant, y con los cuales, muchos se sienten

molestos. No obstante, esta filosofía práctica también tiene aspectos que merecen

meritoria atención y cuando menos unas valoraciones críticas: su alcance público, el

significado descriptivo de su moral, dos reproches contra la teoría de la negación de la

voluntad de vivir y la conclusión paradójica en que desemboca su filosofía.

La forma pesimista que ofrece Schopenhauer con respecto a la teoría ética considerada

como una forma de servicio público merece evaluarse. El juicio moral y la teoría moral

tienen ciertamente aplicación en asuntos públicos, pero son notablemente infructuosos

para cambiar directamente el destino del mundo. Cuando hay intereses poderosos en

juego es muy difícil cambiar algo mediante argumentos, no importa qué tan

convincentes sean, que apelen a la decencia, al humanitarismo, a la compasión o a la

justicia. Estas consideraciones tienen que competir además con los sentimientos morales

más primitivos de honor, retribución y respeto por la fuerza. Las condiciones en las

cuales los argumentos morales pueden ejercer una influencia en lo que se hace son más

bien especiales. No basta que la injusticia de una práctica o lo equivocado de una

política se evidencien de manera palmaria. La gente debe estar lista para escuchar, y eso

no lo determinan los argumentos. Afirmamos esto, con el apoyo de Schopenhauer, para

subrayar el hecho de que la labor filosófica, incluso en los temas públicos, seguirá

siendo teórica, y no puede evaluarse mediante sus posibles efectos prácticos. Es probable

que esta labor sea infructuosa; y si es teóricamente menos irrelevante para problemas de

la sociedad, no puede pretender una importancia superior simplemente en virtud del

carácter público de sus preocupaciones. Quizás es más importante cambiar el mundo que

comprenderlo. Pero la filosofía se juzga mejor por su contribución a la comprensión y no

por lo que puede hacer con respecto al curso de los sucesos.

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Sin embargo, pese a la poca incidencia práctica de los argumentos no debemos renunciar

a que los resultados obtenidos en la labor filosófica deban tener una validez práctica.

Quien se dedica a escribir o enseñar filosofía es una persona afortunada, al poder dedicar

su vida a la reflexión acerca de los problemas que atraviesan la vida del ser humano y la

realidad que lo rodea. Pero la reflexión filosófica, por estimulante y grata que sea, es

también parte del mundo y su conjunto; un mundo en que la pobreza, la ignorancia, la

esclavitud, o, por lo menos, la falta de libertad son también el destino de una gran parte

de los seres humanos. La crítica al alcance público de la teoría moral por parte de esta

filosofía práctica es sensata, pero no por ello debemos acatarla, puesto que pesa a negar

desde un principio su capacidad de incidencia pública directa, el desarrollo mismo de

esta filosofía, como los argumentos en los que toma apoyo, e incluso la manifiesta

invitación al obrar que suscita, son todos ellos evidencia para nosotros de no renunciar a

la pretensión de que la filosofía tenga que decirle algo al mundo.

En cuanto al alcance descriptivo de la filosofía práctica de Schopenhauer ésta debe

tenerse en alta estima. Por una parte, durante siglos las escuelas y doctrinas filosóficas,

pese a ser diferentes unas de otras, coinciden en el hecho de que la acción meritoria de

elogio moral es un tipo de acción orientada por la razón: el discernimiento, la

deliberación, el cálculo de intereses, la escogencia del mayor bienestar, el deber de obrar

por razón, etc. Cualquiera de las técnicas usadas por las diferentes corrientes filosóficas

coinciden en el uso de la razón. A este punto, Schopenhauer mediante una ética

enteramente descriptiva aporta una crítica mordaz a esta pretensión y en nuestro parecer

un avance con respecto a estas escuelas y doctrinas: la intuición moral.

Schopenhauer demuestra que la mayor parte de las veces carecemos de los medios

razonables para escoger aquello qué está bien o está mal. No obramos correctamente

porque tengamos una comprensión teórica acertada de lo que efectivamente sucede.

Ante esto debemos confiar en nuestras intuiciones, en particular en aquellas que nos

dicen que algo está mal, incluso aunque no sepamos qué es lo correcto; solamente

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necesitamos creer que nuestra comprensión moral no puede extenderse más allá de

nuestra capacidad para explicar detalladamente los principios que la sostienen.

Schopenhauer reconoce que la intuición puede aparecer contaminada por la costumbre,

el interés personal o por compromisos con alguna teoría, pero no es preciso que lo esté, y

con frecuencia las intuiciones de una persona le dotan con la evidencia de que su

comprensión moral se está olvidando de algo, o que de hecho son injustos los acuerdos y

arreglos que ha llegado a considerar como naturales. La insatisfacción intuitiva es un

recurso básico en la teoría moral. Puede decirnos que algo está mal sin necesariamente

decirnos cómo repararlo. Es una respuesta razonable incluso para las versiones más

ideales de la práctica moral habitual, y es además, una respuesta correcta en una

consideración teórica: nos dice que aún no hemos llegado a la verdad. De esta manera

puede ayudarnos a cultivar una saludable insatisfacción con lo habitual, lo familiar, sin

caer por ello en actitudes utópicas o carentes de crítica.

Por otra parte, el carácter descriptivo de la filosofía práctica de Schopenhauer no

pretende ser un discurso moralizador: su problema no es decir lo que los hombres deben

o no hacer, sino que su competencia es describir el alcance de lo que hacen. La teoría

ética no debe erigirse como un juez y pretender obligar a cada cual a seguir su propio

punto de vista. Contrariamente a los sistemas éticos que consideraron el recto obrar

como producto del juicio y al hombre como consecuencia de su conocimiento,

Schopenhauer se encamina a afirmar que el ser del hombre es su voluntad; más aún que

somos presos de ella. Luego el hombre no puede decidir tener ese u otro carácter, ni

cambiar el que ya tiene, sino que por medio de un “eudemonismo negativo” o una

“sabiduría de la vida” puede lograr una conquista de sí mismo. Es decir, en ser más

coherentes con lo que en verdad somos, conocer nuestros límites y fuerzas, de limitar

nuestras fantasías respecto de nosotros mismos y el alcance de nuestras cualidades. De

manera que renunciar por completo a prescribir la vida humana y optar por describirla

puede conducirnos, si la efectuamos correctamente, a modificar por nosotros mismos

nuestra concepción de la vida y a descubrir, al hacerlo, otra manera de existir.

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Con respecto a la idea de la negación de la voluntad de vivir asumimos dos serios

reproches. En primer lugar, dos de los aportes capitales de la filosofía práctica de

Schopenhauer se contradicen mutuamente: es claramente imposible preocuparse

compasivamente por otra persona sin la actividad de la voluntad. Dicho de otro modo, si

he renunciado a toda voluntad, entonces la felicidad y la desdicha ajena ha de serme

indiferente como la mía propia. Si realmente es cierto que toda moral se basa en la

compasión, entonces el cese de la voluntad ha de ir acompañado de una indiferencia

total ante las consideraciones morales.

Un segundo reproche a su teoría de la negación de la voluntad de vivir parte de una

distinción capital en la filosofía moral conocida como la distinción hecho/valor. La idea

es que los hechos son una cosa, pero el modo en que los juzgamos es diferente. Siempre

es posible estar de acuerdo en cuanto a los hechos, pero diferir en cuanto a cómo hemos

de evaluarlos. Es lo que sucede en cuanto a nuestra actitud frente a Schopenhauer y su

teoría de la negación de la voluntad de vivir. El que el noúmeno sea uno e indiferenciado

o no lo sea, es un hecho o no lo es, pero el que sea algo detestable es una valoración.

Compartimos muchos de los análisis de Schopenhauer sin compartir sus valoraciones:

mucho de lo que dice sobre la naturaleza descriptiva de la realidad es atinado, sensato y

profundo. Pero su hostilidad frente a la realidad o a la vida se acerca a lo patológico. El

hecho es que se puede aceptar la filosofía de Schopenhauer, sin compartir sus actitudes

emocionales. Aunque carecemos de soluciones más globales para este asunto, esta

consideración justifica que digamos de Schopenhauer, lo que él mismo dijo, citando a

Voltaire, de Kant: “Es privilegio del verdadero genio, y sobre todo del genio que abre un

camino, cometer impunemente grandes faltas”.

Por último, la inevitable conclusión paradójica a la que lleva la filosofía práctica de

Schopenhauer debe tomarse como un significativo mérito. Quizás debemos confiar más

en los problemas que en las soluciones, en las intuiciones antes que en los argumentos, y

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en el desacuerdo plural por encima de la armonía sistemática. La sencillez y la elegancia,

propias de una pluma como la de Schopenhauer, nunca son razones para pensar que una

teoría filosófica sea por ello mismo verdadera; por el contrario, por lo común son

fundamentos para pensar que es parcialmente correcta. Si los argumentos o las

consideraciones teóricas sistemáticas conducen a resultados que intuitivamente parecen

no tener sentido, si una solución escrupulosa para un problema no elimina la convicción

de que éste sigue ahí, o si la solución de que determinada pregunta es irreal y nos deja

aún con el deseo de plantearla, entonces algo anda mal con la explicación y necesitamos

esforzarnos más en su comprensión. Como el rey Midas, la filosofía práctica de

Schopenhauer es privilegiada con un don aparentemente envidiable que le sume en una

inhumana desventura: pensar hasta los límites el mundo.

Puede ser que existan problemas filosóficos carentes de solución. En tal caso, la

comprensión que podemos alcanzar depende de que nos mantengamos aferrados al

problema sin abandonarlo, y de que entendamos por qué fracasaron otros intentos de

solución en el pasado. Los problemas carentes de solución no son por ello irreales. La

inevitable paradoja a la que llega la filosofía práctica de Schopenhauer no es asunto para

desestimarla; por el contrario, es altamente consecuente con su posición metafísica y

ética; además, es un estimulo para pensar que la comprensión del mundo ofrecida por

Schopenhauer exige nuevos caminos, esfuerzos y explicaciones que no desemboquen en

resultados que racionalmente pocos estarían dispuestos a aceptar.

Ignorar la dimensión mística y paradójica de la filosofía de Schopenhauer es ignorar

algo fundamental en el conjunto de su filosofía. El hecho de que todos los seres humanos

sean fenómenos diferenciados de un Uno indiferenciado significa que en lo más

profundo de nuestro ser somos idénticos. Esto explica la compasión, nuestra propensión

a identificarnos los unos con los otros, de sentir con los demás, cosa que si fuéramos

totalmente independientes los unos de los otros no tendría razón de ser, y la compasión,

y no la racionalidad como había dicho Kant sería el fundamento de la ética.

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Nuestra intuición moral fundamental de que tratamos a los demás como desearíamos que

nos trataran a nosotros está basada en la paradoja metafísica de que todos somos Uno.

Estas ideas constituyen un gran paso adelante en relación con Kant y con la tradición de

la filosofía moral occidental, si es que efectivamente es un paso en la dirección correcta,

y hemos de pensar que Schopenhauer así lo creía, independientemente de lo que creamos

los demás. A esto sólo nos gustaría añadir, tímidamente, que nosotros también creemos

que es un paso en dirección correcta.

Para terminar recordamos una fábula de Paul Deussen, a quien en filosofía debemos

buena parte de la existencia de los escritos de Nietzsche y Schopenhauer, y a quien la

humanidad adeuda algunos estudios profundos sobre música y religiones orientales. Este

solía contar la fábula que sigue en sus sesiones un tanto místicas en torno al

“pensamiento único”. Nosotros, paradójicamente, creemos que simbolizan la crítica de

Schopenhauer a la ética de Kant. Un labriego en trance de muerte, dice a sus hijos que

en su tierra hay un tesoro escondido. Ahondan y revuelven sin encontrar nada. Pero la

cosecha siguiente se triplica con la tierra removida. No darán con el tesoro, pero el

mundo removido por nosotros será tres veces más fecundo para el espíritu. De forma

análoga al labriego de esta fabula, la filosofía práctica de Schopenhauer ofrece unas

cuantas onzas de oro, las cuales aunque más pequeñas son de mayor valor que una joya

guardada; pero ello no debe ser obstáculo ni motivo de conformidad para seguir

buscando un mayor tesoro en este mundo, incluidos todos sus soles y galaxias.

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