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  • LAS NIEVES DEL KILIMANJARO

    Ernest Hemingway

    Ttulo original STORIES

    Digitalizado por Gustavo Masso Mxico, 2004

  • LAS NIEVES DEL KILIMANJARO

    El Kilimanjaro es una montaa cubierta de nieve de 5.895 m. de

    altura, y dicen que es la ms alta de frica. Su nombre es, en masai,

    Ngje Ngi, la Casa de Dios. Cerca de la cima se encuentra el

    esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse

    nunca qu estaba buscando el leopardo por aquellas alturas.

    Lo maravilloso es que no huele dijo. As se sabe cundo

    empieza.

    De veras?

    Absolutamente. Aunque siento mucho lo del olor. No se puede

    evitar, y debe molestarte, eh?

    No! No digas eso, por favor.

    Mralos. Qu ser lo que los atrae? Vendrn por la vista o por

    el olfato?

    El catre donde yaca el hombre estaba situado a la sombra de una

    ancha mimosa. Ahora diriga su mirada hacia el resplandor de la llanura,

    mientras tres de las grandes aves se agazapaban en posicin obscena y

    otras doce atravesaban el cielo, provocando fugaces sombras al pasar.

  • No se han movido de all desde que nos quedamos sin camin

    dijo. Hoy por primera vez han bajado al suelo. He observado que al

    principio volaban con precaucin, como temiendo que quisiera cogerlas

    para mi despensa. Esto es muy divertido, ya que ocurrir todo lo

    contrario.

    Quisiera que no fuese as.

    Es un decir. Si hablo, me resulta ms fcil soportarlo. Pero

    puedes creer que no quiero molestarte, por supuesto.

    Bien sabes que no me molesta contest ella. Me pone tan

    nerviosa no poder hacer nada! Creo que podramos aliviar la situacin

    hasta que llegue el aeroplano.

    O hasta que no venga...

    Dime qu puedo hacer. Te lo ruego. Ha de existir algo que yo

    sea capaz de hacer.

    Puedes irte; eso te calmara. Aunque dudo que puedas hacerlo.

    Tal vez ser mejor que me mates. Ahora tienes mejor puntera. Yo te

    ense a tirar, no?

    No me hables as, por favor. No podra leerte algo?

    Leerme qu?

    Cualquier libro de los que no hayamos ledo. Han quedado

    algunos.

    No puedo prestar atencin. Hablar es ms fcil. As nos

  • peleamos, y no deja de ser un buen pasatiempo.

    Para m, no. Nunca quiero pelearme. Y no lo hagamos ms. No

    demos ms importancia a mis nervios, tampoco. Quiz vuelvan hoy mis-

    mo con otro camin. Tal vez venga el avin...

    No quiero moverme manifest el hombre. No vale la pena

    ahora; lo hara nicamente si supiera que con ello te encontraras ms

    cmoda.

    Eso es hablar con cobarda.

    No puedes dejar que un hombre muera lo ms tranquilamente

    posible, sin dirigirle eptetos ofensivos? Qu se gana con insultarme?

    Es que no vas a morir.

    No seas tonta. Ya me estoy muriendo. Mira esos bastardos y

    levant la vista hacia los enormes y repugnantes pjaros, con las cabe-

    zas peladas hundidas entre las abultadas plumas. En aquel instante baj

    otro y, despus de correr con rapidez, se acerc con lentitud hacia el

    grupo.

    Siempre estn cerca de los campamentos. No te habas fijado

    nunca? Adems, no puedes morir si no te abandonas...

    Dnde has ledo eso? Maldicin! Qu estpida eres!

    Podras pensar en otra cosa.

    Por el amor de Dios! exclam. Eso es lo que he estado

    haciendo.

  • Luego se qued quieto y callado por un rato y mir a travs de la

    clida luz trmula de la llanura, la zona cubierta de arbustos. Por mo-

    mentos, aparecan gatos salvajes, y, ms lejos, divis un hato de

    cebras, blanco contra el verdor de la maleza. Era un hermoso

    campamento, sin duda. Estaba situado debajo de grandes rboles y al

    pie de una colina. El agua era bastante buena all y en las cercanas

    haba un manantial casi seco por donde los guacos de las arenas

    volaban por la maana.

    No quieres que lea, entonces? pregunt la mujer, que estaba

    sentada en una silla de lona, junto al catre. Se est levantando la

    brisa.

    No, gracias.

    Quiz venga el camin.

    Al diablo con l. No me importa un comino.

    A m, s.

    A ti tambin te importan un bledo muchas cosas que para m

    tienen valor. No tantas, Harry.

    Qu te parece si bebemos algo?

    Creo que te har dao. Dijeron que debas evitar todo contacto

    con el alcohol. En todo caso, no te conviene beber.

    Molo! grit l.

    S, bwana.

  • Trae whisky con soda.

    S, bwana.

    Por qu bebes? No deberas hacerlo le reproch la mujer.

    Eso es lo que entiendo por abandono. S que te har dao.

    No. Me sienta bien.

    Al fin y al cabo, ya ha terminado todo pens. Ahora no

    tendr oportunidad de acabar con eso. Y as concluirn para siempre las

    discusiones acerca de si la bebida es buena o mala.

    Desde que le empez la gangrena en la pierna derecha no haba

    sentido ningn dolor, y le desapareci tambin el miedo, de modo que lo

    nico que senta era un gran cansancio y la clera que le provocaba el

    que esto fuera el fin. Tena muy poca curiosidad por lo que le ocurrira

    luego. Durante aos le haba obsesionado, s, pero ahora no

    representaba esencialmente nada. Lo raro era la facilidad con que se

    soportaba la situacin estando cansado.

    Ya no escribira nunca las cosas que haba dejado para cuando

    tuviera la experiencia suficiente para escribirlas. Y tampoco vera su fra-

    caso al tratar de hacerlo. Quiz fuesen cosas que uno nunca puede

    escribir, y por eso las va postergando una y otra vez. Pero ahora no po-

    dra saberlo, en realidad.

    Quisiera no haber venido a este lugar dijo la mujer. Le estaba

    mirando mientras tena el vaso en la mano y apretaba los labios.

  • Nunca te hubiera ocurrido nada semejante en Pars. Siempre dijiste que

    te gustaba Pars. Podamos habernos quedado all, entonces, o haber ido

    a otro sitio. Yo hubiera ido a cualquier otra parte. Dije, por supuesto,

    que ira adonde t quisieras. Pero si tenas ganas de cazar, podamos ir

    a Hungra y vivir con ms comodidad y seguridad.

    Tu maldito dinero!

    No es justo lo que dices. Bien sabes que siempre ha sido tan

    tuyo como mo. Lo abandon todo, te segu por todas partes y he hecho

    todo lo que se te ha ocurrido que hiciese. Pero quisiera no haber pisado

    nunca estas tierras.

    Dijiste que te gustaba mucho.

    S, pero cuando t estabas bien. Ahora lo odio todo. Y no veo

    por qu tuvo que sucederte lo de la infeccin en la pierna. Qu hemos

    hecho para que nos ocurra?

    Creo que lo que hice fue olvidarme de ponerle yodo en seguida.

    Entonces no le di importancia porque nunca haba tenido ninguna

    infeccin. Y despus, cuando empeor la herida y tuvimos que utilizar

    esa dbil solucin fnica, por haberse derramado los otros antispticos,

    se paralizaron los vasos sanguneos y comenz la gangrena.

    Mirndola, agreg: Qu otra cosa, pues?

    No me refiero a eso.

    Si hubisemos contratado a un buen mecnico en vez de un

  • imbcil conductor kikuy, hubiera averiguado si haba combustible y no

    hubiera dejado que se quemara ese cojinete...

    No me refiero a eso.

    Si no te hubieses separado de tu propia gente, de tu maldita

    gente de Old Westbury, Saratoga, Palm Beach, para seguirme...

    Caramba! Te amaba. No tienes razn al hablar as. Ahora

    tambin te quiero. Y te querr siempre. Acaso no me quieres t?

    No respondi el hombre. No lo creo. Nunca te he querido.

    Qu ests diciendo, Harry? Has perdido el conocimiento?

    No. No tengo ni siquiera conocimiento para perder.

    No bebas eso. No bebas, querido. Te lo ruego. Tenemos que

    hacer todo lo que podamos para zafarnos de esta situacin.

    Hazlo t, pues. Yo estoy cansado.

    En su imaginacin vio una estacin de ferrocarril en Karagatch.

    Estaba de pie junto a su equipaje. La potente luz delantera del expreso

    Simpln-Oriente atraves la oscuridad, y abandon Tracia, despus de

    la retirada. sta era una de las cosas que haba reservado para escribir

    en otra ocasin, lo mismo que lo ocurrido aquella maana, a la hora del

    desayuno, cuando miraba por la ventana las montaas cubiertas de

    nieve de Bulgaria y el secretario de Nansen le pregunt al anciano si era

    nieve. ste lo mir y le dijo: No, no es nieve. An no ha llegado el

  • tiempo de las nevadas. Entonces, el secretario repiti a las otras

    muchachas: No. Como ven, no es nieve. Y todas decan: No es

    nieve. Estbamos equivocadas. Pero era nieve, en realidad, y l las

    haca salir de cualquier modo si se efectuaba algn cambio de

    poblaciones. Y ese invierno tuvieron que pasar por la nieve, hasta que

    murieron...

    Y era nieve tambin lo que cay durante toda la semana de

    Navidad, aquel ao en que vivan en la casa del leador, con el gran

    horno cuadrado de porcelana que ocupaba la mitad del cuarto, y

    dorman sobre colchones rellenos de hojas de haya. Fue la poca en que

    lleg el desertor con los pies sangrando de fro para decirle que la Polica

    estaba siguiendo su rastro. Le dieron medias de lana y entretuvieron

    con la charla a los gendarmes hasta que las pisadas hubieron

    desaparecido.

    En Schrunz, el da de Navidad, la nieve brillaba tanto que haca

    dao a los ojos cuando uno miraba desde la taberna y vea a la gente

    que volva de la iglesia. All fue donde subieron por la ruta amarillenta

    como la orina y alisada por los trineos que se extendan a lo largo del

    ro, con las empinadas colinas cubiertas de pinos, mientras llevaban los

    esques al hombro. Fue all donde efectuaron ese desenfrenado des-

    censo por el glaciar, para ir a la Madlenerhaus. La nieve pareca una

    torta helada, se desmenuzaba como el polvo, y recordaba el silencioso

  • mpetu de la carrera, mientras caan como pjaros.

    La ventisca los hizo permanecer una semana en la Madlenerhaus,

    jugando a los naipes y fumando a la luz de un farol. Las apuestas iban

    en aumento a medida que Herr Lent perda. Finalmente, lo perdi todo.

    Todo: el dinero que obtena con la escuela de esqu, las ganancias de la

    temporada y tambin su capital. Lo vea ahora con su nariz larga,

    mientras recoga las cartas y las descubra, Sans Voir. Siempre jugaban.

    Si no haba nada de nieve, jugaban; y si haba mucha tambin. Pens

    en la gran parte de su vida que pasaba jugando.

    Pero nunca haba escrito una lnea acerca de ello, ni de aquel claro

    y fro da de Navidad, con las montaas a lo lejos, a travs de la llanura

    que haba recorrido Gardner, despus de cruzar las lneas, para

    bombardear el tren que llevaba a los oficiales austriacos licenciados,

    ametrallndolos mientras ellos se dispersaban y huan. Record que

    Gardner se reuni despus con ellos y empez a contar lo sucedido, con

    toda tranquilidad, y luego dijo: T, maldito! Eres un asesino de

    porquera!

    Y con los mismos austriacos que haban matado entonces se haba

    deslizado despus en esques. No; con los mismos, no. Hans, con quien

    pase con esqu durante todo el ao, estaba en los Kiser-Jagers

    (Cazadores imperiales), y cuando fueron juntos a cazar liebres al valle

    pequeo, conversaron encima del aserradero, sobre la batalla de

  • Pasubio y el ataque a Pertica y Asalone, y jams escribi una palabra de

    todo eso. Ni tampoco de Monte Corno, ni de lo que ocurri en Siete

    Commum, ni lo de Arsiero.

    Cuntos inviernos haba pasado en el Vorarlberg y el Arlberg?

    Fueron cuatro, y record la escena del pie a Bludenz, en la poca de los

    regalos, el gusto a cereza de un buen kirsch y el mpetu de la corrida a

    travs de la blanda nieve, mientras cantaban: Hi! Ho!, dijo Rolly.

    As recorrieron el ltimo trecho que los separaba del empinado

    declive, y siguieron en lnea recta, pasando tres veces por el huerto;

    luego salieron y cruzaron la zanja, para entrar por ltimo en el camino

    helado, detrs de la posada. All se desataron los esques y los arrojaron

    contra la pared de madera de la casa. Por la ventana sala la luz del farol

    y se oan las notas de un acorden que alegraba el ambiente interior,

    clido, lleno de humo y de olor a vino fresco.

    Dnde nos hospedamos en Pars? pregunt a la mujer que

    estaba sentada a su lado en una silla de lona, en frica.

    En el Crillon, ya lo sabes.

    Por qu he de saberlo?

    Porque all paramos siempre.

    No. No siempre.

    All y en el Pavillion Henri-Quatre, en St. Germain. Decas que

  • te gustaba con locura.

    Ese cario es una porquera dijo Harry, y yo soy el animal

    que se nutre y engorda con eso.

    Si tienes que desaparecer, es absolutamente preciso destruir

    todo lo que dejas atrs? Quiero decir, si tienes que deshacerte de todo:

    debes matar a tu caballo y a tu esposa y quemar tu silla y tu

    armadura?

    S. Tu podrido dinero era mi armadura. Mi Corcel y mi

    Armadura.

    No digas eso...

    Muy bien. Me callar. No quiero ofenderte.

    Ya es un poco tarde.

    De acuerdo. Entonces seguir hirindote. Es ms divertido, ya

    que ahora no puedo hacer lo nico que realmente me ha gustado hacer

    contigo.

    No, eso no es verdad. Te gustaban muchas cosas y yo haca

    todo lo que queras. Oh! Por el amor de Dios! Deja ya de fanfarronear,

    quieres?

    Escucha dijo. Crees que es divertido hacer esto? No s,

    francamente, por qu lo hago. Ser para tratar de mantenerte viva, me

    imagino. Me encontraba muy bien cuando empezamos a charlar. No

    tena intencin de llegar a esto, y ahora estoy loco como un zopenco y

  • me porto cruelmente contigo. Pero no me hagas caso, querida. No des

    ninguna importancia a lo que digo. Te quiero. Bien sabes que te quiero.

    Nunca he querido a nadie como te quiero a ti.

    Y desliz la mentira familiar que le haba servido muchas veces de

    apoyo.

    Qu amable eres conmigo!

    Ahora estoy lleno de poesa. Podredumbre y poesa. Poesa

    podrida...

    Cllate, Harry. Por qu tienes que ser malo ahora? Eh?

    No me gusta dejar nada contest el hombre. No me gusta

    dejar nada detrs de m.

    Cuando despert anocheca. El sol se haba ocultado detrs de la

    colina y la sombra se extenda por toda la llanura, mientras los

    animalitos se alimentaban muy cerca del campamento, con rpidos

    movimientos de cabeza y golpes de cola. Observ que sobresalan por

    completo de la maleza. Los pjaros, en cambio, ya no esperaban en

    tierra. Se haban encaramado todos a un rbol, y eran muchos ms que

    antes. Su criado particular estaba sentado al lado del catre.

    La memsahib fue a cazar le dijo. Quiere algo bwana?

    Nada.

    Ella haba ido a conseguir un poco de carne buena y, como saba

    que a l le gustaba observar a los animales, se alej lo bastante para no

  • provocar disturbios en el espacio de llanura que el hombre abarcaba con

    su mirada.

    Siempre est pensativa medit Harry. Reflexiona sobre

    cualquier cosa que sabe, que ha ledo, o que ha odo alguna vez. Y no

    tiene la culpa de haberme conocido cuando yo ya estaba acabado.

    Cmo puede saber una mujer que uno no quiere decir nada con lo que

    dice, y que habla slo por costumbre y para estar cmodo?

    Desde que empez a expresar lo contrario de lo que senta, sus

    mentiras le procuraron ms xitos con las mujeres que cuando les deca

    la verdad. Y lo grave no eran slo las mentiras, sino el hecho de que ya

    no quedaba ninguna verdad para contar. Estaba acabando de vivir su

    vida cuando empez una nueva existencia, con gente distinta y de ms

    dinero, en los mejores sitios que conoca y en otros que constituyeron la

    novedad.

    Uno deja de pensar y todo es maravilloso. Uno se cuida para que

    esta vida no lo arruine como le ocurre a la mayora y adopta la actitud

    de indiferencia hacia el trabajo que sola hacer cuando ya no es posible

    hacerlo. Pero, en lo ms mnimo de mi espritu, pens que podra es-

    cribir sobre esa gente, los millonarios, y dira que yo no era de esa

    clase, sino un simple espa en su pas. Pens en abandonarles y escribir

    todo eso, para que, aunque slo fuera una vez, lo escribiese alguien

    bien compenetrado con el asunto. Pero luego se dio cuenta de que no

  • poda llevar a cabo tal empresa, pues cada da que pasaba sin escribir,

    rodeado de comodidades y siendo lo que despreciaba, embotaba su

    habilidad y reblandeca su voluntad de trabajo, de modo que,

    finalmente, no hizo absolutamente nada. Y la gente que conoca ahora

    viva mucho ms tranquila si l no trabajaba. En frica haba pasado la

    temporada ms feliz de su vida y entonces se le ocurri volver para

    empezar de nuevo. Fue as como se realiz la expedicin de caza con el

    mnimo de comodidad. No pasaban penurias, pero tampoco podan

    permitirse lujos, y l pens que podra volver a vivir as, de algn modo

    que le permitiese eliminar la grasa de su espritu, igual que los

    boxeadores que van a trabajar y entrenarse a las montaas para

    quemar la grasa de su cuerpo.

    La mujer, por su parte, se haba mostrado complacida. Deca que

    le gustaba. Le gustaba todo lo que era atractivo, lo que implicara un

    cambio de escenario, donde hubiera gente nueva y las cosas fuesen

    agradables. Y l sinti la ilusin de regresar al trabajo con ms fuerza de

    voluntad que perdiera.

    Y ahora que se acerca el fin pens, ya que estoy seguro de

    que esto es el fin, no tengo por qu volverme como esas serpientes que

    se muerden ellas mismas cuando les quiebran el espinazo. Esta mujer

    no tiene la culpa, despus de todo. Si no fuese ella, sera otra. Si he

    vivido de una mentira tratar de morir de igual modo.

  • En aquel instante oy un estampido, ms all de la colina.

    Tiene muy buena puntera esta buena y rica perra, esta amable

    guardiana y destructora de mi talento. Tonteras! Yo mismo he destrui-

    do mi talento. Acaso tengo que insultar a esta mujer porque me

    mantiene? He destruido mi talento por no usarlo, por traicionarme a m

    mismo y olvidar mis antiguas creencias y mi fe, por beber tanto que he

    embotado el lmite de mis percepciones, por la pereza y la holgazanera,

    por las nfulas, el orgullo y los prejuicios, y, en fin, por tantas cosas

    buenas y malas. Qu es esto? Un catlogo de libros viejos? Qu es

    mi talento, en fin de cuentas? Era un talento, bueno, pero, en vez de

    usarlo, he comerciado con l. Nunca se reflej en las obras que hice,

    sino en ese problemtico "lo que podra hacer". Por otra parte, he

    preferido vivir con otra cosa que un lpiz o una pluma. Es raro, no?,

    pero cada vez que me he enamorado de una nueva mujer, siempre tena

    ms dinero que la anterior... Cuando dej de enamorarme y slo

    menta, como por ejemplo con esta mujer; con sta, que tiene ms

    dinero que todas las dems, que tiene todo el dinero que existe, que

    tuvo marido e hijos, y amantes que no la satisfacieron, y que me ama

    tiernamente como hombre, como compaero y con orgullosa posesin;

    es raro lo que me ocurre, ya que, a pesar de que no la amo y estoy

    mintiendo, sera capaz de darle ms por su dinero que cuando amaba de

    veras. Todos hemos de estar preparados para lo que hacemos. El

  • talento consiste en cmo vive uno la vida. Durante toda mi existencia he

    regalado vitalidad en una u otra forma, y he aqu que cuando mis

    afectos no estn comprometidos, como ocurre ahora, uno vale mucho

    ms para el dinero. He hecho este descubrimiento, pero nunca lo

    escribir. No, no puedo escribir tal cosa, aunque realmente vale la

    pena.

    Entonces apareci ella, caminando hacia el campamento a travs

    de la llanura. Usaba pantalones de montar y llevaba su rifle. Detrs,

    venan los dos criados con un animal muerto cada uno. Todava es una

    mujer atractiva pens Harry, y tiene un hermoso cuerpo. No era

    bonita, pero a l le gustaba su rostro. Lea una enormidad, era

    aficionada a cabalgar y a cazar y, sin duda alguna, beba muchsimo. Su

    marido haba muerto cuando ella era una mujer relativamente joven, y

    por un tiempo se dedic a sus dos hijos, que no la necesitaban y a

    quienes molestaban sus cuidados; a sus caballos, a sus libros y a las

    bebidas. Le gustaba leer por la noche, antes de cenar, y mientras tanto,

    beba whisky escocs y soda. Al acercarse la hora de la cena ya estaba

    embriagada y, despus de otra botella de vino con la comida, se

    encontraba lo bastante ebria como para dormirse.

    Esto ocurri mientras no tuvo amantes. Luego, cuando los tuvo,

    no bebi tanto, porque no precisaba estar ebria para dormir... Pero los

    amantes la aburran. Se haba casado con un hombre que nunca la

  • fastidiaba, y los otros hombres le resultaban extraordinariamente pe-

    sados.

    Despus, uno de sus hijos muri en un accidente de aviacin.

    Cuando sucedi aquello, no quiso ms amantes, y como la bebida no le

    serva ya de anestsico, pens en empezar una nueva vida. De repente,

    se sinti aterrorizada por su soledad. Pero necesitaba alguien a quien

    poder corresponder.

    Empez del modo ms simple. A la mujer le gustaba lo que Harry

    escriba y envidiaba la vida que llevaba. Pensaba que l realizaba todo lo

    que se propona. Los medios a travs de los cuales trabaron relacin y el

    modo de enamorarse de ese hombre formaban parte de una constante

    progresin que se desarrollaba mientras ella construa su nueva vida y

    se desprenda de los residuos de su anterior existencia.

    l saba que ella tena mucho dinero, muchsimo, y que la maldita

    era una mujer muy atractiva. Entonces se acost pronto con ella, mejor

    que con cualquier otra, porque era ms rica, porque era deliciosa y muy

    sensible, y porque nunca meta bulla. Y ahora, esa vida que la mujer se

    forjara estaba a punto de terminar por el solo hecho de que l no se

    puso yodo, dos semanas antes, cuando una espina le hiri la rodilla,

    mientras se acercaba a un rebao de antlopes con objeto de sacarles

    una fotografa. Los animales, con la cabeza erguida, atisbaban y

    olfateaban sin cesar, y sus orejas estaban tensas, como para escuchar

  • el ms leve ruido que les hara huir hacia la maleza. Y as fue: huyeron

    antes de que l pudiera sacar la fotografa.

    Y ella ahora estaba aqu.

    Harry volvi la cabeza para mirarla.

    Hola! le dijo.

    Cac un buen morueco manifest la mujer. Te har un poco

    de caldo y les dir que preparen pur de patatas. Cmo te encuentras?

    Mucho mejor.

    Maravilloso! Te aseguro que pensaba encontrarte mejor.

    Estabas durmiendo cuando me fui.

    Dorm muy bien. Anduviste mucho?

    No. Llegu ms all de la colina. Tuve suerte con la puntera.

    Te aseguro que tiras de un modo extraordinario.

    Es que me gusta. Y frica tambin me gusta. De veras. Si

    mejorases, sta sera la mejor poca de mi vida. No sabes cunto me

    gusta salir de caza contigo. Me ha gustado mucho ms el pas.

    A m tambin.

    Querido, no sabes qu maravilloso es encontrarte mejor. No

    poda soportar lo de antes. No poda verte sufrir. Y no volvers a

    hablarme otra vez como hoy, verdad? Me lo prometes?

    No. No recuerdo lo que dije.

    No tienes que destrozarme, sabes? No soy nada ms que una

  • mujer vieja que te ama y quiere que hagas lo que se te antoje. Ya me

    han destrozado dos o tres veces. No quieres destrozarme de nuevo,

    verdad? El aeroplano estar aqu maana.

    Cmo lo sabes?

    Estoy segura. Se ver obligado a aterrizar. Los criados tienen la

    lea y el pasto preparados para hacer la hoguera. Hoy fui a darles un

    vistazo. Hay sitio de sobra para aterrizar y tenemos las hogueras

    preparadas en los dos extremos.

    Y por qu piensas que vendr maana?

    Estoy segura de que vendr. Hoy se ha retrasado. Luego,

    cuando estemos en la ciudad, te curarn la pierna. No ocurrirn esas

    cosas horribles que dijiste.

    Vayamos a tomar algo. El sol se ha ocultado ya.

    Crees que no te har dao?

    Voy a beber.

    Beberemos juntos, entonces. Molo, letti dui whiskey-soda!

    grit la mujer.

    Sera mejor que te pusieras las botas. Hay muchos mosquitos.

    Lo har despus de baarme...

    Bebieron mientras las sombras de la noche lo envolvan todo, pero

    un poco antes de que reinase la oscuridad, y cuando no haba luz sufi-

    ciente como para tirar, una hiena cruz la llanura y dio la vuelta a la

  • colina.

    Esa porquera cruza por all todas las noches dijo el hombre.

    Ha hecho lo mismo durante dos semanas.

    Es la que hace ruido por la noche. No me importa. Aunque son

    unos animales asquerosos.

    Y mientras beban juntos, sin que l experimentara ningn dolor,

    excepto el malestar de estar siempre postrado en la misma posicin, y

    los criados encendan el fuego, que proyectaba sus sombras sobre las

    tiendas, Harry pudo advertir el retorno de la sumisin en esta vida de

    agradable entrega. Ella era, francamente, muy buena con l. Por la

    tarde haba sido demasiado cruel e injusto. Era una mujer delicada,

    maravillosa de verdad. Y en aquel preciso instante se le ocurri pensar

    que iba a morir.

    Lleg esta idea con mpetu; no como un torrente o un huracn,

    sino como una vaciedad repentinamente repugnante, y lo raro era que

    la hiena se deslizaba ligeramente por el borde...

    Qu te pasa, Harry?

    Nada. Sera mejor que te colocaras al otro lado. A barlovento.

    Te cambi la venda Molo?

    S. Ahora llevo la que tiene cido brico.

    Cmo te encuentras?

    Un poco mareado.

  • Voy a baarme. En seguida volver. Comeremos juntos, y

    despus har entrar el catre.

    Me parece se dijo Harry que hicimos bien dejndonos de

    pelear. Nunca se haba peleado mucho con esta mujer, y, en cambio,

    con las que am de veras lo hizo siempre, de tal modo que, finalmente,

    lo corrosivo de las disputas destrua todos los vnculos de unin. Haba

    amado demasiado, pedido muchsimo y acabado con todo.

    Pens ahora en aquella ocasin en que se encontr solo en

    Constantinopla, despus de haber reido en Pars antes de irse. Pasaba

    todo el tiempo con prostitutas y cuando se dio cuenta de que no poda

    matar su soledad, sino que cada vez era peor, le escribi a la primera, a

    la que abandon. En la carta le deca que nunca haba podido

    acostumbrarse a estar solo... Le cont cmo, cuando una vez le pareci

    verla salir del Regence, la sigui ansiosamente, y que siempre haca

    lo mismo al ver a cualquier mujer parecida por el bulevar, temiendo que

    no fuese ella, temiendo perder esa esperanza. Le dijo cmo la extraaba

    ms cada vez que se acostaba con otra; que no importaba lo que ella

    hiciera, pues saba que no poda curarse de su amor. Escribi esta carta

    en el club y la mand a Nueva York, pidindole que le contestara a la

    oficina en Pars. Esto le pareci ms seguro. Y aquella noche la extra

    tanto que le pareci sentir un vaco en su interior. Entonces sali a

  • pasear, sin rumbo fijo, y al pasar por Maxim's recogi una muchacha

    y la llev a cenar. Fue a un sitio donde se pudiera bailar despus de la

    cena, pero la mujer era muy mala bailadora, y entonces la dej por una

    perra armenia, que se restregaba contra l. Se la quit a un artillero

    britnico subalterno, despus de una disputa. El artillero le peg en el

    cuerpo y junto a un ojo. l le aplic un puetazo con la mano izquierda

    y el otro se arroj sobre l y lo cogi por la chaqueta, arrancndole una

    manga. Entonces le golpe en pleno rostro con la derecha, echndole

    hacia delante. Al caer el ingls se hiri en la cabeza y Harry sali

    corriendo con la mujer porque oyeron que se acercaba la Polica.

    Tomaron un taxi y fueron a Rimmily Hissa, a lo largo del Bsforo, y

    despus dieron la vuelta. Era una noche ms bien fresca y se acostaron

    en seguida. Ella pareca ms bien madura, pero tena la piel suave y un

    olor agradable. La abandon antes de que se despertase, y con la

    primera luz del da fue al Pera Palace. Tena un ojo negro y llevaba la

    chaqueta bajo el brazo, ya que haba perdido una manga.

    Aquella misma noche parti para Anatolia y, en la ltima parte del

    viaje, mientras cabalgaban por los campos de adormideras que reco-

    lectaban para hacer opio, y las distancias parecan alargarse cada vez

    ms, sin llegar nunca al sitio donde se efectu el ataque con los oficiales

    que marcharon a Constantinopla, record que no saba nada,

    maldicin!, y luego la artillera acribill a las tropas, y el observador bri-

  • tnico grit como un nio.

    Aquella fue la primera vez que vio hombres muertos con faldas

    blancas de ballet y zapatos con cintas. Los turcos se hicieron presentes

    con firmeza y en tropel. Entonces vio que los hombres de faldn huan,

    perseguidos por los oficiales que hacan fuego sobre ellos, y l y el ob-

    servador britnico tambin tuvieron que escapar. Corrieron hasta sentir

    una aguda punzada en los pulmones y tener la boca seca. Se refugiaron

    detrs de unas rocas, y los turcos seguan atacando con la misma furia.

    Luego vio cosas que ahora le dola recordar, y despus fue mucho peor

    an. As, pues, cuando regres a Pars no quera hablar de aquello ni tan

    slo or que lo mencionaran. Al pasar por el caf vio al poeta americano

    delante de un montn de platillos, con estpido gesto en el rostro,

    mientras hablaba del movimiento dad con un rumano que deca

    llamarse Tristn Tzara, y que siempre usaba monculo y tena jaqueca.

    Por ltimo, volvi a su departamento con su esposa, a la que amaba

    otra vez. Estaba contento de encontrarse en su hogar y de que hubieran

    terminado todas las peleas y todas las locuras. Pero la administracin

    del hotel empez a mandarle la correspondencia al departamento, y una

    maana, en una bandeja, recibi una carta en contestacin a la suya.

    Cuando vio la letra le invadi un sudor fro y trat de ocultar la carta

    debajo de otro sobre. Pero su esposa dijo: De quin es esa carta,

    querido?; y se fue el principio del fin. Recordaba la buena poca que

  • pas con todas ellas, y tambin las peleas. Siempre elegan los mejores

    sitios para pelearse. Y por qu tenan que reir cuando l se

    encontraba mejor? Nunca haba escrito nada referente a aquello, pues,

    al principio, no quiso ofender a nadie, y despus, le pareci que tena

    muchas cosas para escribir sin necesidad de agregar otra. Pero siempre

    pensaba que al final lo escribira tambin. No era mucho, en realidad.

    Haba visto los cambios que se producan en el mundo; no slo los

    acontecimientos, aunque observ con detencin gran cantidad de ellos y

    de gente; tambin sabia apreciar ese cambio ms sutil que hay en el

    fondo y poda recordar cmo era la gente y cmo se comportaba en

    pocas distintas. Haba estado en aquello, lo observaba de cerca, y tena

    el deber de escribirlo. Pero ya no podra hacerlo

    Cmo te encuentras? pregunt la mujer, que sala de la

    tienda despus de baarse.

    Muy bien.

    Podras comer algo, ahora?

    Vio a Molo detrs de la mujer, con la mesa plegadiza, mientras el

    otro sirviente llevaba los platos.

    Quiero escribir.

    Sera mejor que tomaras un poco de caldo para fortalecerte.

    Si voy a morirme esta noche, para qu quiero fortalecerme?

  • No seas melodramtico, Harry; te lo ruego.

    Por qu diablos no usas la nariz? No te das cuenta de que

    estoy podrido hasta la cintura? Para qu demonios servira el caldo

    ahora? Molo, trae whisky-soda.

    Toma el caldo, por favor dijo ella suavemente.

    Bueno.

    El caldo estaba demasiado caliente. Tuvo que dejarlo enfriar en la

    taza, y por ltimo lo trag sin sentir nuseas.

    Ella lo mir con su cara bonita como las que ilustraban Spur y

    Town and Country. Y al mirarla y observar su agradable sonrisa, sinti

    que la muerte se acercaba de nuevo. Esta vez no fue con mpetu. Fue

    una rfaga, como las que hacen vacilar la luz de la vela y extienden la

    llama con su gigantesca sombra proyectada hasta el techo.

    Despus pueden traer mi mosquitero, colgarlo del rbol y

    encender el fuego. No voy a entrar en la tienda esta noche. No vale la

    pena moverse. Es una noche clara. No llover.

    As es como uno muere, entre susurros que no oye. Pues bien,

    no habr ms peleas. Hasta poda prometerlo. No iba a echar a perder

    la nica experiencia que le faltaba. Aunque probablemente lo hara.

    Siempre lo he estropeado todo. Pero quiz no fuese as en esta

    ocasin.

    No puedes escribir al dictado, verdad?

  • Nunca supe contest ella.

    Est bien.

    No haba tiempo, por supuesto, pero en aquel momento le pareci

    que todo se poda poner en un prrafo si se interpretaba bien.

    Encima del lago, en una colina, vea una cabaa rstica que tena

    las hendiduras tapadas con mezcla. Junto a la puerta haba un palo con

    una campana, que serva para llamar a la gente a comer. Detrs de la

    casa, campos, y ms all de los campos estaba el monte. Una hilera de

    lamos se extenda desde la casa hasta el muelle. Un camino llevaba

    hasta las colinas por el lmite del monte, y a lo largo de ese camino l

    sola recoger zarzas. Luego, la cabaa se incendi y todos los fusiles que

    haban en las perchas encima del hogar, tambin se quemaron. Los

    caones de las escopetas, fundido el plomo de las cmaras para

    cartuchos, y las cajas fueron destruidos lentamente por el fuego,

    sobresaliendo del montn de cenizas que fueron usadas para hacer leja

    en las grandes calderas de hierro, y cuando le preguntamos al Abuelo si

    podamos utilizarla para jugar, nos dijo que no. All estaban, pues, sus

    fusiles y nunca volvi a comprar otros. Ni volvi a cazar. La casa fue

    reconstruida en el mismo sitio, con madera aserrada. La pintaron de

    blanco; desde la puerta se vean los lamos y, ms all, el lago; pero ya

    no haban fusiles. Los caones de las escopetas que haban estado en

  • las perchas de la cabaa yacan ahora afuera, en el montn de cenizas

    que nadie se atrevi a tocar jams.

    En la Selva Negra, despus de la guerra, alquilamos un ro para

    pescar truchas, y tenamos dos maneras de llegar hasta aquel sitio. Ha-

    ba que bajar al valle desde Trisberg, seguir por el camino rodeado de

    rboles y luego subir por otro que atravesaba las colinas, pasando por

    muchas granjas pequeas, con las grandes casas de Schwarzwald, hasta

    que cruzaba el ro. La primera vez que pescamos recorrimos todo ese

    trayecto.

    La otra manera consista en trepar por una cuesta empinada hasta

    el lmite de los bosques, atravesando luego las cimas de las colinas por

    el monte de pinos, y despus bajar hasta una pradera, desde donde se

    llegaba al puente. Habla abedules a lo largo del ro, que no era grande,

    sino estrecho, claro y profundo, con pozos provocados por las races de

    los abedules. El propietario del hotel, en Trisberg, tuvo una buena

    temporada. Era muy agradable el lugar y todos eran grandes amigos.

    Pero el ao siguiente se present la inflacin, y el dinero que gan

    durante la temporada anterior no fue suficiente para comprar

    provisiones y abrir el hotel; entonces, se ahorc.

    Aquello era fcil de dictar, pero uno no poda dictar lo de la Plaza

    Contrescarpe, donde las floristas tean sus flores en la calle, y la pin-

    tura corra por el empedrado hasta la parada de los autobuses; y los

  • ancianos y las mujeres, siempre ebrios de vino; y los nios con las na-

    rices goteando por el fro. Ni tampoco lo del olor a sobaco, roa y

    borrachera del caf Des Amateurs, y las rameras del Bal Musette,

    encima del cul vivan. Ni lo de la portera que se diverta en su cuarto

    con el soldado de la Guardia Republicana, que haba dejado el casco

    adornado con cerdas de caballo sobre una silla. Y la inquilina del otro

    lado del vestbulo, cuyo marido era ciclista, y que aquella maana, en la

    lechera, sinti una dicha inmensa al abrir L'Auto y ver la fotografa de la

    prueba Parls-Tours, la primera carrera importante que disputaba, y en la

    que se clasific tercero. Enrojeci de tanto rer, y despus subi al

    primer piso llorando, mientras mostraba por todas partes la pgina de

    deportes. El marido de la encargada del Bal Musette era conductor de

    taxi y cuando l, Harry, tenia que tomar un avin a primera hora, el

    hombre le golpeaba la puerta para despertarlo y luego beban un vaso

    de vino blanco en el mostrador de la cantina, antes de salir. Conoca a

    todos los vecinos de ese barrio, pues todos, sin excepcin, eran pobres.

    Frecuentaban la Plaza dos clases de personas: los borrachos y los

    deportistas. Los borrachos mataban su pobreza de ese modo; los

    deportistas iban para hacer ejercicio. Eran descendientes de los

    comuneros y resultaba fcil describir sus ideas polticas. Todos saban

    cmo haban muerto sus padres, sus parientes, sus hermanos y sus

    amigos cuando las tropas de Versalles se apoderaron de la ciudad,

  • despus de la Comuna, y ejecutaron a toda persona que tuviera las

    manos callosas, que usara gorra o que llevara cualquier otro signo que

    revelase su condicin de obrero. Y en aquella pobreza, en aquel barrio

    del otro lado de la calle de la Boucherie Chevaline y la cooperativa de

    vinos, escribi el comienzo de todo lo que iba a hacer. Nunca encontr

    una parte de Pars que le gustase tanto como aqulla, con sus enormes

    rboles, las viejas casas de argamasa blanca con la parte baja pintada

    de pardo, los autobuses verdes que daban vueltas alrededor de la plaza,

    el color purpreo de las flores que se extendan por el empedrado, el

    repentino declive pronunciado de la calle Cardenal Lemoine hasta el ro

    y, del otro lado, la apretada muchedumbre de la calle Mouffetard. La

    calle que llevaba al Panten y la otra que l siempre recorra en bici-

    cleta, la nica asfaltada de todo el barrio, suave para los neumticos,

    con las altas casas y el hotel grande y barato donde haba muerto Paul

    Verlaine. Como los departamentos que alquilaban slo constaban de dos

    habitaciones, l tena una habitacin aparte en el ltimo piso, por la cual

    pagaba sesenta francos mensuales. Desde all poda ver, mientras

    escriba, los techos, las chimeneas y todas las colinas de Pars.

    Desde el departamento slo se vean los grandes rboles y la casa

    del carbonero, donde tambin se venda vino, pero de mala calidad; la

    cabeza de caballo de oro que colgaba frente a la Boucherie Chevaline,

    en cuya vidriera se exhiban los dorados trozos de res muerta, y la coo-

  • perativa pintada de verde, donde compraban el vino, bueno y barato. Lo

    dems eran paredes de argamasa y ventanas de los vecinos. Los veci-

    nos que, por la noche, cuando algn borracho se sentaba en el umbral,

    gimiendo y gruendo con la tpica ivresse francesa que la propaganda

    hace creer que no existe, abran las ventanas, dejando or el murmullo

    de la conversacin. Dnde est el polica? El bribn desaparece

    siempre que uno lo necesita. Debe de estar acostado con alguna

    portera. Que venga el agente. Hasta que alguien arrojaba un balde de

    agua desde otra ventana y los gemidos cesaban. Qu es eso? Agua.

    Ah Eso se llama tener inteligencia! Y entonces se cerraban todas las

    ventanas.

    Marie, su sirvienta, protestaba contra la jornada de ocho horas,

    diciendo: Mi marido trabaja hasta las seis, slo se emborracha un

    poquito al salir y no derrocha demasiado. Pero si trabaja nada ms que

    hasta las cinco, est borracho todas las noches y una se queda sin

    dinero para la casa. Es la esposa del obrero la que sufre de la reduccin

    del horario.

    Quieres un poco ms de caldo? le preguntaba su mujer.

    No, muchsimas gracias, aunque est muy bueno.

    Toma un poquito ms, no?

    Prefiero un whisky con soda.

  • No te sentar bien.

    Ya lo s. Me hace dao. Cole Porter escribi la letra y la msica

    de eso: te ests volviendo loca por m.

    Bien sabes que me gusta que bebas, pero...

    Oh! S, ya lo s: slo que me sienta mal.

    Cuando se vaya pens, tendr todo lo que quiera. No todo lo

    que quiera, sino todo lo que haya. Ay! Estaba cansado. Demasiado

    cansado. Iba a dormir un rato. Estaba tranquilo porque la muerte ya se

    haba ido. Tomaba otra calle, probablemente. Iba en bicicleta,

    acompaada, y marchaba en absoluto silencio por el empedrado...

    No, nunca escribi nada sobre Pars. Nada del Pars que le

    interesaba. Pero y todo lo dems que tampoco haba escrito?

    Y lo del rancho y el gris plateado de los arbustos de aquella

    regin, el agua rpida y clara de los embalses de riego, y el verde

    oscuro de la alfalfa? El sendero suba hasta las colinas. En el verano, el

    ganado era tan asustadizo como los ciervos. En otoo, entre gritos y

    rugidos estrepitosos, lo llevaban lentamente hacia el valle, levantando

    una polvareda con sus cascos. Detrs de las montaas se dibujaba el

    limpio perfil del pico a la luz del atardecer, y tambin cuando cabalgaba

    por el sendero bajo la luz de la luna. Ahora recordaba la vez que baj

    atravesando el monte, en plena oscuridad, y tuvo que llevar al caballo

  • por las riendas, pues no se vea nada... Y todos los cuentos y ancdotas,

    en fin, que haba pensado escribir.

    Y el imbcil pen que dejaron a cargo del rancho en aquella

    poca, con la consigna de que no dejara tocar el heno a nadie? Y aquel

    viejo bastardo de los Forks que castig al muchacho cuando ste se

    neg a entregarle determinada cantidad de forraje? El pen tom

    entonces el rifle de la cocina y le dispar un tiro cuando el anciano iba a

    entrar en el granero. Y cuando volvieron a la granja, haca una semana

    que el viejo haba muerto. Su cadver congelado estaba en el corral y

    los perros lo haban devorado en parte. A pesar de todo, envolvieron los

    restos en una frazada y la ataron con una cuerda. El mismo pen los

    ayud en la tarea. Luego, dos de ellos se llevaron el cadver, con

    esques, por el camino, recorriendo las sesenta millas hasta la ciudad, y

    regresaron en busca del asesino. El pen no esperaba que se lo llevaran

    preso. Crea haber cumplido con su deber, y que yo era su amigo y

    pensaba recompensar sus servicios. Por eso, cuando el sheriff le coloc

    las esposas, se qued mudo de sorpresa, y luego se ech a llorar. sta

    era una de las ancdotas que dej para escribirla ms adelante. Conoca

    por lo menos veinte ancdotas parecidas y buenas y nunca haba escrito

    ninguna. Por qu?

    T les dirs por qu dijo.

  • Por qu qu, querido?

    Nada.

    Desde que estaba con l, la mujer no beba mucho. Pero si vivo

    pens Harry, nunca escribir nada sobre ella ni sobre los otros. Los

    ricos eran perezosos y beban muchsimo, o jugaban demasiado al

    backgammon. Eran perezosos; por eso siempre repetan lo mismo. Re-

    cordaba al pobre Julin, que senta un respetuoso temor por todos ellos,

    y que una vez empez a contar un cuento que deca: Los muy ricos

    son gente distinta. No se parecen ni a usted ni a m. Y alguien le

    interrumpi para manifestar: Ya lo creo. Tienen ms dinero que noso-

    tros. Pero esto no le caus ninguna gracia a Julin, que pensaba que

    los ricos formaban una clase social de singular encanto. Por eso, cuando

    descubri lo contrario, sufri una decepcin totalmente nueva.

    Harry despreciaba siempre a los que se desilusionaban, y eso se

    comprenda fcilmente. Crea que poda vencerlo todo y a todos, y que

    nada podra hacerle dao, ya que nada le importaba.

    Muy bien. Pues ahora no le importaba un comino la muerte. El

    dolor era una de las pocas cosas que siempre haba temido. Poda

    aguantarlo como cualquier mortal, mientras no fuese demasiado

    prolongado y agotador, pero en esta ocasin haba algo que le hera

    espantosamente, y cuando iba a abandonarse a su suerte, ces el dolor.

  • Recordaba aquella lejana noche en que Williamson, el oficial del

    cuerpo de bombarderos, fue herido por una granada lanzada por un pa-

    trullero alemn, cuando l atravesaba las alambradas; y cmo, llorando,

    nos pidi a todos que lo matsemos. Era un hombre gordo, muy valiente

    y buen oficial, aunque demasiado amigo de las exhibiciones fantsticas.

    Pero, a pesar de sus alardes, un foco le ilumin aquella noche entre las

    alambradas, y sus tripas empezaron a desparramarse por las pas a

    consecuencia de la explosin de la granada, de modo que cuando lo

    trajeron vivo todava, tuvieron que matarlo, Mtame, Harry! Mtame,

    por el amor de Dios! Una vez sostuvieron una discusin acerca de que

    Nuestro Seor nunca nos manda lo que no podemos aguantar, y alguien

    expona la teora de que, diciendo eso en un determinado momento, el

    dolor desaparece automticamente. Pero nunca se olvidara del estado

    de Williamson aquella noche. No le pas nada hasta que se terminaron

    las tabletas de morfina que Harry no usaba ni para l mismo. Despus,

    matarlo fue la nica solucin.

    Lo que tena ahora no era nada en comparacin con aquello; y no

    habra habido motivo de preocupacin, a no ser que empeorara con el

    tiempo. Aunque tal vez estuviera mejor acompaado.

    Entonces pens un poco en la compaa que le hubiera gustado

    tener.

  • No reflexion, cuando uno hace algo que dura mucho, y ha

    empezado demasiado tarde, no puede tener la esperanza de volver a

    encontrar a la gente todava all. Toda la gente se ha ido. La reunin ha

    terminado y ahora has quedado solo con tu patrona. Bah! Este asunto

    de la muerte me est fastidiando tanto como las dems cosas.

    Es un fastidio dijo en voz alta.

    Qu, queridito?

    Todo lo que dura mucho.

    Harry mir el rostro de la mujer, que estaba entre el fuego y l.

    Ella se haba recostado en la silla y la luz de la hoguera brillaba sobre su

    cara de agradables contornos, y entonces se dio cuenta de que ella tena

    sueo. Oy tambin que la hiena haca ruido algo ms all del lmite del

    fuego.

    He estado escribiendo dijo, pero me cans.

    Crees que podrs dormir?

    Casi seguro. Por qu no vas adentro?

    Me gusta quedarme sentada aqu, contigo.

    Te encuentras mal? le pregunt a la mujer.

    No. Tengo un poco de sueo.

    Yo tambin.

    En aquel momento sinti que la muerte se acercaba de nuevo.

    Te aseguro que lo nico que no he perdido nunca es la

  • curiosidad le dijo ms tarde.

    Nunca has perdido nada. Eres el hombre ms completo que he

    conocido.

    Dios mo! Qu poco sabe una mujer! Qu es eso? Tu

    intuicin?

    Porque en aquel instante la muerte apoyaba la cabeza sobre los

    pies del catre y su aliento llegaba hasta la nariz de Harry.

    Nunca creas eso que dicen de la guadaa y la calavera. Del

    mismo modo podran ser dos policas en bicicleta, o un pjaro, o un

    hocico ancho como el de la hiena.

    Ahora avanzaba sobre l, pero no tena forma. Ocupaba espacio,

    simplemente.

    Dile que se marche.

    No se fue, sino que se acerc an ms.

    Qu aliento del demonio tienes! le dijo a la muerte. T,

    asquerosa bastarda!

    Se acerc otro poco y l ya no poda hablarle, y cuando la muerte

    lo advirti, se aproxim todava ms, mientras Harry trataba de echarla

    sin hablar; pero todo su peso estaba sobre su pecho, y mientras se

    acuclillaba all y le impeda moverse o hablar, oy que su mujer deca:

    Bwana ya se ha dormido. Levanten el catre y llvenlo a la

    tienda, pero con cuidado.

  • No poda decirle que la hiciera marcharse, y all estaba la muerte,

    sentada sobre su pecho, cada vez ms pesada, impidindole hasta

    respirar.

    Y entonces, mientras levantaban el catre, se encontr

    repentinamente bien ya que el peso dej de oprimirle el pecho.

    Ya era de da y haban transcurrido varias horas de la maana

    cuando oy el aeroplano. Pareca muy pequeo. Los criados corrieron a

    encender las hogueras, usando kerosene y amontonando la hierba hasta

    formar dos grandes humaredas en cada extremo del terreno que ocu-

    paba el campamento. La brisa matinal llevaba el humo hacia las tiendas.

    El aeroplano dio dos vueltas ms, esta vez a menor altura, y luego

    plane y aterriz suavemente. Despus, Harry vio que se acercaba el

    viejo Compton, con pantalones, camisa de color y sombrero de fieltro

    oscuro.

    Qu te pasa, amigo? pregunt el aviador.

    La pierna le respondi Harry. Anda mal. Quieres comer algo

    o has desayunado ya?

    Gracias. Voy a tomar un poco de t. Traje el Puss Moth que ya

    conoces, y como hay sitio para uno solo, no podr llevar a la memsahib.

  • Tu camin est en el camino.

    Helen llam aparte a Compton para decirle algo. Luego, l volvi

    ms animado que antes.

    Te llevar en seguida dijo. Despus volver a buscar a la

    mem. Lo nico que temo es tener que detenerme en Arusha para cargar

    combustible. Convendra salir ahora mismo.

    Y el t?

    No importa; no te preocupes.

    Los peones levantaron el catre y lo llevaron a travs de las verdes

    tiendas hasta el avin, pasando entre las hogueras que ardan con todo

    su resplandor. La hierba se haba consumido por completo y el viento

    atizaba el fuego hacia el pequeo aparato. Cost mucho trabajo meter a

    Harry, pero una vez que estuvo adentro se acost en el asiento de

    cuero, y ataron su pierna a uno de los brazos del que ocupaba Compton.

    Salud con la mano a Helen y a los criados. El motor ruga con su sonido

    familiar. Despus giraron rpidamente, mientras Compie vigilaba y

    esquivaba los pozos hechos por los jabales. As, a trompicones

    atravesaron el terreno, entre las fogatas, y alzaron vuelo con el ltimo

    choque. Harry vio a los otros abajo, agitando las manos; y el

    campamento, junto a la colina, se vea cada vez ms pequeo: la amplia

    llanura, los bosques y la maleza, y los rastros de los animales que

    llegaban hasta los charcos secos, y vio tambin un nuevo manantial que

  • no conoca. Las cebras, ahora con su lomo pequeo, y las bestias, con

    las enormes cabezas reducidas a puntos, parecan subir mientras el

    avin avanzaba a grandes trancos por la llanura, dispersndose cuando

    la sombra se proyectaba sobre ellos. Cada vez eran ms pequeos, el

    movimiento no se notaba, y la llanura pareca estar lejos, muy lejos.

    Ahora era gris-amarillenta. Estaban encima de las primeras colinas y las

    bestias les seguan siempre el rastro. Luego pasaron sobre unas

    montaas con profundos valles de selvas verdes y declives cubiertos de

    bambes, y despus, de nuevo los bosques tupidos y las colinas que se

    vean casi chatas. Despus, otra llanura, caliente ahora, morena, y

    prpura por el sol. Compie miraba hacia atrs para ver cmo cabalgaba.

    Enfrente, se elevaban otras oscuras montaas.

    Por ltimo, en vez de dirigirse a Arusha, dieron la vuelta hacia la

    izquierda. Supuso, sin ninguna duda, que al piloto le alcanzaba el com-

    bustible. Al mirar hacia abajo, vio una nube rosada que se mova sobre

    el terreno, y en el aire algo semejante a las primeras nieves de una

    ventisca que aparecen de improviso, y entonces supo que eran las

    langostas que venan del Sur. Luego empezaron a subir. Parecan

    dirigirse hacia el Este. Despus se oscureci todo y se encontraron en

    medio de una tormenta en la que la lluvia torrencial daba la impresin

    de estar volando a travs de una cascada, hasta que salieron de ella.

    Compie volvi la cabeza sonriendo y seal algo. Harry mir, y todo lo

  • que pudo ver fue la cima cuadrada del Kilimanjaro, ancha como el

    mundo entero; gigantesca, alta e increblemente blanca bajo el sol.

    Entonces supo que era all adonde iba.

    En aquel instante, la hiena cambi sus lamentos nocturnos por un

    sonido raro, casi humano, como un sollozo. La mujer lo oy y se

    estremeci de inquietud. No se despert, sin embargo. En su sueo, se

    vea en la casa de Long Island, la noche antes de la presentacin en

    sociedad de su hija. Por alguna razn estaba all su padre, que se port

    con mucha descortesa. Pero la hiena hizo tanto ruido que ella se

    despert y, por un momento, llena de temor, no supo dnde estaba.

    Luego tom la linterna porttil e ilumin el catre que le haban entrado

    despus de dormirse Harry. Vio el bulto bajo el mosquitero, pero ahora

    le pareca que l haba sacado la pierna, que colgaba a lo largo de la

    cama con las vendas sueltas. No aguant ms.

    Molo! llam. Molo! Molo!

    Y despus dijo:

    Harry! Harry! Y levantando la voz: Harry! Contstame,

    te lo ruego! Oh, Harry!

    No hubo respuesta y tampoco le oy respirar.

    Fuera de la tienda, la hiena segua lanzando el mismo gemido

    extrao que la despert. Pero los latidos del corazn le impedan orlo.

  • LA VIDA FELIZ DE FRANCIS MACOMBER

    Era la hora del almuerzo y los tres estaban sentados, bajo el doble

    toldo verde, a la entrada de la tienda que usaban como comedor, in-

    tentando simular que nada haba ocurrido.

    Van a tomar jugo de lima o limn exprimido? pregunt

    Macomber.

    Prefiero un gimlet (1) respondi Wilson.

    Yo tambin beber un gimlet. Necesito tomar algo dijo la

    esposa de

    (1) Especie de bebida refrescante.

    Macomber.

    Creo que es lo mejor que podemos hacer convino su marido.

    Dile que prepare tres.

    El sirviente haba empezado ya a preparar las bebidas y sacaba las

    botellas de las frescas bolsas de lona que rezumaban humedad,

    expuestas al viento que soplaba a travs de los rboles que daban

  • sombra a las tiendas.

    Qu podra darles? pregunt Macomber.

    Unas pastillas de tabaco de mascar ser ms que suficiente

    declar Wilson; no conviene acostumbrarlos mal.

    Las distribuir el jefe?

    Sin duda alguna.

    Media hora antes, el cocinero, los sirvientes, el desollador y los

    dems criados haban llevado en hombros, triunfalmente, a Francis Ma-

    comber, desde el lmite del campamento hasta su tienda. Los portadores

    de fusiles no haban tomado parte en la demostracin. Cuando los

    nativos lo dejaron ante la puerta, estrech las manos de todos, recibi

    sus felicitaciones y luego entr en la tienda y se sent en la cama hasta

    que lleg su mujer. Ella no le dirigi la palabra y Macomber sali en

    seguida para lavarse la cara y las manos en un lavabo porttil que

    estaba fuera. Luego se dirigi a la tienda-comedor y se tendi en una

    cmoda silla de lona colocada a la sombra, cara a la brisa.

    Bien; ya tiene usted su len le dijo Wilson y no cabe duda de

    que es un magnfico ejemplar.

    La seora Macomber dirigi una rpida mirada a Wilson. Era una

    mujer hermossima, muy bien conservada. Cinco aos antes, su aspecto

    y su posicin social le haban permitido disponer de cinco mil dlares por

    haber garantizado con sus fotografas las excelencias de un producto

  • de belleza que nunca us. Haca once aos que estaba casada con

    Francis Macomber.

    Es un buen animal, no es cierto? exclam Macomber.

    Los ojos de su esposa se volvieron hacia l. Luego mir a los dos

    hombres como si jams los hubiese visto.

    Saba que a uno de ellos, Wilson, el cazador blanco, realmente no

    lo haba visto nunca. Era un hombre de estatura mediana, cabellos

    rubios, bigote corto y rostro muy encarnado. Alrededor de sus fros ojos

    azules, unas tenues arrugas blancas se acanalaban tranquilamente

    cuando sonrea, como lo haca en ese instante. Ella desvi los ojos y

    empez a mirar cmo caan sus hombros bajo la suelta camisa que

    llevaba, con los cuatro grandes cartuchos sostenidos por una presilla en

    el lugar donde deba estar el bolsillo izquierdo. Luego baj la vista a las

    grandes manos morenas, sus viejos pantalones y sus botas muy sucias,

    y, de all, la volvi nuevamente al rostro. Not que el tinte rojizo de su

    cara se detena en una lnea blanca marcada por el crculo dejado por el

    sombrero Stetson, que en aquel momento estaba colgado de una de

    las perchas de la tienda.

    Bueno, a la salud del len! exclam Robert Wilson.

    Sonri de nuevo a la mujer. Sin responderle, ella mir con

    curiosidad a su marido.

    Francis Macomber era muy alto y, fuera de este detalle, estaba

  • muy bien formado. Trigueo, con los cabellos cortos como un remero,

    tena los labios ms bien delgados. Se le consideraba guapo. Vesta

    ropas de safari (1) de la misma

    (1) Expedicin de caza o exploracin en el frica.

    clase que Wilson, pero las suyas eran nuevas. A los treinta y cinco aos

    se conservaba en buen estado fsico, era un notable jugador de tenis,

    haba logrado varias marcas de pesca mayor y acababa de demostrar,

    de un modo bastante pblico, que era un cobarde.

    A la salud del len! repiti, y dirigindose a Wilson dijo:

    Nunca podr agradecerle lo que ha hecho.

    Margaret, su esposa, apart su mirada de l y la volvi a Wilson.

    No hablemos ms del len murmur.

    El cazador la mir sin sonrer. Ella sonri entonces.

    Ha sido un da muy extrao dijo. Por qu no se ha puesto

    el sombrero? No hay que llevarlo siempre a medioda, aun a la sombra?

    Usted mismo me aconsej que lo hiciera.

    Puedo ponrmelo, si usted quiere.

    Tiene usted el rostro muy encarnado, seor Wilson dijo,

    sonrindole de nuevo.

    La bebida, tal vez replic el cazador.

    No lo creo. Francis bebe muchsimo, pero no enrojece nunca.

    Pues hoy s estoy rojo terci Macomber, pretendiendo

  • bromear.

    No respondi Margaret; soy yo quien est colorada hoy.

    Pero el seor Wilson siempre tiene la cara as.

    Debe ser un detalle racial sonri Wilson. Pero, perdone

    usted; tendra algn inconveniente en abandonar el tema de mi be-

    lleza?

    Pero si acabamos de empezar.

    Dejmoslo.

    Es que la conversacin se har muy difcil...

    No seas tonta, Margot exclam su marido.

    No veo dificultad alguna declar Wilson. Recuerde que

    hemos cazado un hermoso len.

    Margot mir a ambos y los dos se dieron cuenta de que estaba a

    punto de llorar. Haca mucho rato que Wilson esperaba esas lgrimas y

    las tema. Macomber ya haba pasado antes por ellas.

    Ojal no hubiese ocurrido! Oh! Ojal no hubiese ocurrido!

    exclam y se fue rpidamente en direccin a su tienda. No oyeron nin-

    gn sollozo, pero sus hombros se movan convulsivamente bajo la

    rosada y fresca blusa que llevaba puesta.

    Trastornos femeninos dijo Wilson al hombre alto. No tiene

    importancia. Tensin nerviosa o algo por el estilo.

    No dijo Macomber; creo que tendr que soportarlo toda la

  • vida.

    Tonteras. Terminemos con la cuestin del len. Olvdelo todo.

    Por otra parte, no vale la pena.

    Tratar de hacerlo respondi el otro; aunque, en verdad,

    nunca podr olvidar lo que hizo por m.

    Nada exclam Wilson. Tonteras!

    Se sentaron all, a la sombra de las frondosas acacias.

    Detrs del lugar donde haban establecido el campamento se

    elevaba un risco sembrado de cantos rodados. Frente a ellos, un trozo

    de terreno cubierto de hierba se extenda hasta la ribera del ro, cuyo

    lecho estaba lleno de piedras redondas. Ms all, del otro lado,

    comenzaba la selva. Mientras los sirvientes ponan la mesa para el

    almuerzo, los dos hombres empezaron a beber, evitando mirarse a los

    ojos. Wilson supuso que, para entonces, los criados conocan todos los

    detalles de lo ocurrido, y cuando vio que el sirviente de Macomber mira-

    ba con curiosidad a su amo mientras colocaba los platos sobre la mesa,

    le grit en swahili. El muchacho se alej con el rostro muy plido.

    Qu le ha dicho? interrog Macomber.

    Nada; que se d prisa si no quiere que le sacuda quince de los

    buenos.

    Y, qu es eso? Latigazos?

    S respondi Wilson. Ya s que es ilegal. Se supone que

  • tenemos que multarlos cuando cometen un error.

    Y usted contina hacindolos azotar?

    Por supuesto. Claro que podran provocar un gran escndalo si

    se les ocurriera quejarse. Pero no lo hacen. Prefieren esto a la multa.

    Qu extrao! exclam Macomber.

    No es raro, en realidad. Qu preferira usted? Soportar unos

    cuantos latigazos o perder su paga?

    De pronto, se sinti molesto por lo que haba dicho, y antes de

    que el otro pudiera responder, continu:

    Todos nosotros recibimos todos los das algn castigo de un

    modo u otro; bien lo sabe usted.

    Aquello no resultaba mejor que lo anterior.

    Dios mo pens. Estoy hecho todo un diplomtico!

    S; recibimos nuestro castigo dijo Macomber, todava sin

    mirarlo. Lamento mucho lo del len. Pero no hay por que ir ms lejos,

    no le parece? Quiero decir que nadie se enterar de este asunto,

    verdad?

    Supone acaso que soy capaz de decirlo en el Club de

    Mathaiga?

    Wilson lo mir framente. No haba esperado eso. De modo que

    el bruto resultaba un cnico, adems de un maldito cobarde. Casi me

    haba empezado a gustar. Pero cmo es posible conocer a los

  • norteamericanos?

    No dijo. Soy un cazador profesional. Nosotros no hablamos

    nunca de nuestros clientes. A este respecto, puede estar tranquilo. Aun-

    que, la verdad, es de mala educacin hacer esta peticin.

    Haba resuelto que sera mucho mejor romper de una vez.

    Comera solo y podra leer algn libro entre bocado y bocado. Ellos

    tambin comeran solos. Mientras estuvieran en la safari los tratara con

    muchas formalidades cmo dicen los franceses?; s, con

    distinguida consideracin. Eso resultara mucho ms soportable que

    este lo sentimental. Le insultara y terminara definitivamente con l.

    Luego podra leer durante el almuerzo y seguir bebindoles el whisky.

    Esto era lo que se deca cuando una safari iba mal. Uno se encuentra

    con otro cazador blanco y le pregunta: Cmo marcha eso? Si la

    respuesta es: Oh! Todava les estoy bebiendo el whisky, es seal de

    que todo se ha ido al mismsimo demonio.

    Lo siento dijo Macomber, mirndole con aquella cara

    norteamericana que seguira pareciendo la de un adolescente hasta

    llegar a su madurez. El cazador observ entonces su cabello corto, sus

    bellos ojos de expresin dura, su nariz bien formada, los labios delgados

    y la hermosa mandbula. Lamento mucho no haberme dado cuenta de

    eso. Desconozco muchas cosas.

    Y ahora, qu puedo hacer?, pensaba Wilson. Estaba resuelto a

  • terminar rpida y limpiamente con l y el miserable aqul le peda per-

    dn, despus de haber llegado casi a insultarle.

    No se preocupe porque yo pueda hablar declar con

    sequedad. Tengo que vivir. Ya sabe usted que en el frica ninguna

    mujer quiere irse sin su len y ningn hombre blanco huye...

    Escap como un conejo murmur Macomber.

    Demonio! Qu hacer con un hombre que habla as?, se

    pregunt Wilson. Mir a su interlocutor con sus ojos fros y azules, de

    artillero, y el otro le sonri. Tena una agradable sonrisa para aquellos

    que no saban cmo miraban sus ojos cuando se senta herido.

    Tal vez pueda arreglarme con un bfalo le dijo. La prxima

    vez podramos dedicarnos a ellos, qu le parece?

    Maana por la maana, si lo prefiere respondile Wilson. Tal

    vez se haba equivocado. S; en realidad, esto era lo que deba de haber

    ocurrido. Lo ms probable era que nunca se pudiera estar seguro de

    nada con un norteamericano. Ya estaba de nuevo de parte de

    Macomber. Si por lo menos pudiera olvidar lo de la maana. Pero, por

    supuesto, no era posible.

    Aqu est la memsahib (1) indic el cazador.

    La mujer se acercaba a ellos desde la tienda. Pareca animada,

    alegre y estaba muy hermosa. El valo de su rostro era perfecto. Tan

    perfecto que uno pensaba encontrarse con una estpida. Pero no lo es

  • pens Wilson; no, no lo es.

    (1) Nombre que dan los nativos a la mujer europea. Al hombre le llaman

    sahib.

    Cmo est el hermoso piel roja Wilson? Te sientes mejor,

    Francis, amor mo?

    Oh! Mucho mejor contest Macomber.

    Ya he dejado de pensar en aquello dijo la joven mientras se

    sentaba a la mesa. Qu importancia tiene el hecho de que mi marido

    no sirva para cazar leones? Despus de todo no es su oficio, sino el del

    seor Wilson. En realidad, el seor Wilson resulta impresionante

    matando cualquier cosa. Porque usted es capaz de matar cualquier cosa,

    no es cierto?

    Oh! s; cualquier cosa respondi Wilson, sencillamente,

    cualquier cosa.

    Son las mujeres ms perversas del mundo; las ms perversas,

    las ms crueles, las ms voraces y las ms atractivas de las mujeres

    pensaba Wilson; y sus maridos se ablandan poco a poco o se

    destrozan los nervios, mientras ellas se vuelven cada vez ms duras. O

    quizs eligen hombres a quienes pueden dominar? Aunque, en verdad,

    no pueden saber tantas cosas a la edad en que se casan. Y se sinti

    agradecido por haber conocido de antemano a las norteamericanas,

  • porque en este caso la mujer era adorable.

    Maana por la maana saldremos a cazar bfalos dijo su

    marido.

    Yo voy con ustedes.

    No; usted no puede venir.

    Oh! S; ir insisti. Puedo, Francis?

    Pero por qu no te quedas en el campamento?

    Por nada del mundo! exclam. Por nada del mundo

    perdera otra escena como la de hoy.

    Cuando se fue estaba pensando Wilson, cuando sali para no

    llorar ante nosotros, la cre una mujer admirable. Demonio! Pareca

    comprender, entender, sentirse herida por l y por s mismo, y saber

    cul era realmente la situacin. Pasaron slo veinte minutos y ahora

    volva impregnada de esa crueldad de la hembra norteamericana. Son

    las mujeres ms detestables. Realmente, las ms perversas y las ms

    detestables del mundo.

    Maana representaremos otra escena para ti dijo Macomber.

    Usted no va a venir con nosotros manifest por su parte

    Wilson.

    Est usted muy equivocado declar ella. Porque, adems,

    quiero verle actuar a usted. Esta maana se port maravillosamente. Si

    se puede calificar de maravilloso la caza de los animales.

  • Aqu traen el almuerzo advirti Wilson. Se divierte usted

    mucho?, eh?

    Y por qu no? No he venido aqu para aburrirme.

    Pues hasta ahora no ha tenido mucho tiempo de hacerlo

    contest el cazador. Desde donde estaba sentado poda ver los cantos

    rodados del ro y la alta orilla opuesta, cubierta de rboles. Y otra vez

    record lo que haba sucedido por la maana.

    Claro que no afirm la joven. Ha sido encantador. Y

    maana... i No puede imaginarse con cunta ansiedad espero el da de

    maana!

    Esto es carne de antlope sudafricano explic Wilson indicando

    el plato.

    Son esos animales grandes como vacas y que saltan como

    liebres?

    Lo que usted dice podra pasar como una definicin asinti su

    interlocutor.

    Su carne es muy buena opin Macomber.

    Lo has cazado t, Francis? pregunt su esposa.

    S.

    No son peligrosos, verdad?

    No; si no le caen encima respondi Wilson.

    Estoy tan contenta!

  • Por qu no te callas y comes un poco, Margot? dijo

    Macomber, mientras cortaba un filete de carne de antlope y pona sobre

    el tenedor un poco de pur de patatas, salsa y zanahoria picada.

    Ya que lo pides con tanta amabilidad replic su esposa, no

    tengo inconveniente.

    Esta noche beberemos champaa a la salud del len dijo

    Wilson; ahora hace demasiado calor para tomarlo.

    Oh! El len dijo Margot; lo haba olvidado.

    De modo que hasta le toma el pelo pens Wilson. O tal vez

    cree que de esta manera representa mejor su papel. Cmo reacciona

    una mujer cuando descubre que su marido es un cobarde? Es

    terriblemente cruel, pero todas lo son. Ellas mandan y, por supuesto,

    quien manda hay veces que tiene que ser cruel. De todos modos, ya he

    visto bastante de este maldito terrorismo.

    Un poco ms de antlope? pregunt cortsmente.

    Bien entrada la tarde, Wilson y Macomber partieron en el

    automvil con el conductor nativo y dos portadores de fusiles. La seora

    Macomber se qued en el campamento. Haca demasiado calor para salir

    aquella tarde, dijo, pero pensaba ir con ellos a la maana siguiente.

    Mientras se alejaban, Wilson la vio junto a un rbol enorme, bonita, ms

    que hermosa, con su vestido caqui tenuemente rosado y sus oscuros

    cabellos echados hacia atrs, apretados en moo sobre la nuca. Tiene

  • la cara tan fresca como si estuviera en Inglaterra, pens. La joven se

    despeda agitando la mano, mientras el automvil se alejaba por el

    terreno pantanoso cubierto de altos pastos, dando vueltas por entre los

    rboles en direccin a las pequeas colinas pobladas de arbustos.

    All encontraron un rebao de impalas (1) y, abandonando el

    coche, se acercaron con sigilo a un viejo macho de cuernos enormes y

    muy abiertos. Macomber dispar certeramente y derrib de un tiro al

    animal, a pesar de que lo separaban de l ms de doscientos metros. El

    resto de la manada emprendi una fuga desordenada y salvaje, saltando

    unos sobre otros, con saltos largos, increbles y flotantes, como los que

    damos a veces en los sueos.

    Un buen tiro sentenci Wilson. Presentan un blanco muy

    pequeo.

    Est bien para empezar?

    Excelente replic el otro. Dispare siempre as y no se ver

    nunca en apuros.

    Cree usted que maana podremos encontrar algn bfalo?

    Es muy posible. Salen a comer muy temprano y con un poco de

    suerte podremos sorprenderlos en un claro.

    Me gustara redimirme de ese asunto del len musit

    Macomber. Verdaderamente, no resulta agradable que la propia

    esposa sea testigo de hechos semejantes.

  • (1) Especie de antlope africano.

    Yo dira que ms desagradable an es hacerlo, est o no la

    esposa delante, y hablar luego de haberlo hecho, pens el cazador.

    Pero, en cambio, dijo:

    En su lugar, no me ocupara ms de eso. Cualquiera puede

    sentirse trastornado ante su primer len. Al fin y al cabo, todo ha termi-

    nado.

    Pero aquella noche, despus de la cena y el whisky con soda

    tomado junto al fuego antes de acostarse mientras estaba tendido en su

    catre bajo el mosquitero, escuchando los ruidos nocturnos, Macomber

    pens que no haba terminado todo. Y no slo que no haba terminado

    sino ni siquiera empezado. Estaba all de nuevo, exactamente como

    haba ocurrido y con algunos detalles grabados de manera indeleble.

    Estaba miserablemente avergonzado. Pero ms que vergenza, tena

    miedo; un miedo fro y hueco. Y estaba all todava, lo haba esperado

    en la oscuridad de la tienda. Estaba all como un fro delgado y punzante

    ocupando el vaco dejado por la confianza que lo haba abandonado. El

    miedo estaba all, dentro de l, un miedo que le pona enfermo.

    Haba empezado la noche anterior, cuando, despierto, oy el

    rugido del len desde algn lugar prximo al ro. Era un ruido hondo,

    prolongado, que terminaba en una especie de gruido sofocado, de tal

  • intensidad, que pareca que estuviera all mismo fuera de la tienda.

    Macomber se sinti aterrorizado. Su esposa dorma profundamente a su

    lado, con respiracin regular. No tenia a nadie en quien confiar su

    miedo; nadie que pudiera compartirlo. Estaba solo, tumbado en la

    cama. No conoca el proverbio somal que dice que el len atemoriza

    siempre tres veces a un hombre valiente: cuando ve por primera vez su

    rastro, cuando oye su rugido y cuando se ve frente a l. Ms tarde,

    cuando estaba desayunando a la luz de la linterna, antes de la salida del

    sol, el len rugi de nuevo y Francis crey que estaba en el lmite mismo

    del campamento.

    Parece un animal viejo dijo Wilson, levantando la vista de su

    plato de arenque ahumado. Oiga cmo tose.

    Est muy cerca?

    Ms o menos a una milla ro arriba.

    Podremos verlo?

    Echaremos un vistazo.

    Y se oye desde tan lejos su rugido? Parece como si estuviera

    aqu dentro del campamento.

    Llega a una distancia endemoniada. Es extrao lo lejos que

    alcanza. Espero que ste valga la pena. Los rastreadores dicen que han

    visto uno muy grande por aqu.

    Si puedo tirarle, dnde tengo que apuntar para matarlo?

  • pregunt Macomber.

    A las paletas respondi el cazado. O al cuello, si es posible.

    Tire a los huesos y lo derribar.

    Espero darle en un lugar apropiado.

    Usted dispara muy bien; pero no se apresure. Asegrese bien. El

    primer tiro es el que vale.

    Y a qu distancia?

    No podra decirlo. El len es el que tiene la palabra en cuanto a

    eso. Pero no dispare hasta que se encuentre lo bastante cerca; si no,

    puede errar.

    A unos cien metros?

    Wilson lo mir rpidamente.

    Cien es una distancia correcta, pero tal vez sera mejor tomarlo

    un poco ms cerca. Un tiro ms largo podra perderse. S; es una dis-

    tancia razonable. Desde all puede hacer blanco en cualquier momento.

    Hola!, aqu viene la memsahib,

    Buenos das dijo la mujer. Saldremos a cazar ese len?

    Tan pronto como termine el desayuno replic Wilson. Cmo

    se encuentra usted?

    Maravillosamente. Estoy muy excitada.

    Voy a ver si todo est preparado anunci Wilson, y al alejarse,

    el len dej or nuevamente su rugido.

  • Maldito alborotador! Ya te haremos callar!

    Qu ocurre, Francis? le pregunt su mujer.

    Nada.

    S; te sucede algo. Qu te preocupa?

    Nada dijo.

    Dmelo lo mir. No te encuentras bien?

    Ese maldito rugido. No ha cesado en toda la noche.

    Por qu no me despertaste? Me hubiera gustado orlo.

    Tengo que matar a este maldito len dijo Macomber

    miserablemente.

    Bueno; para eso ests aqu, no es as?

    S; pero estoy nervioso. Me irrita or rugir a ese animal.

    Bueno; como dijo Wilson, mtalo y dejar de hacerlo.

    S, querida dijo su marido. Dicho as, parece fcil, no es

    verdad?

    Supongo que no tendrs miedo?

    Desde luego, no. Pero me ha puesto nervioso orle rugir toda la

    noche.

    Lo matars de un modo maravilloso. S que lo hars. Y estoy

    terriblemente ansiosa por verte.

    Termina tu desayuno y nos iremos.

    Pero no hay luz todava. Es una hora ridcula.

  • Justamente en aquel momento el len rugi con un hondo quejido

    que de pronto se volvi una vibracin gutural y ascendente que pareca

    sacudir el aire y termin en un suspiro y un gruido pesado y profundo.

    Parece como si estuviera aqu mismo dijo la esposa de

    Macomber.

    Dios mo! Cmo odio ese maldito rugido!

    Es realmente impresionante.

    Impresionante? Es espantoso!

    Robert Wilson lleg sonriendo. Llevaba su feo Gibbs 505, de

    can corto y sorprendentemente grueso.

    Vamos dijo. Su criado lleva el Springfield y la escopeta

    grande. Todo lo dems est en el coche. Tiene balas?

    S.

    Yo estoy lista dijo la mujer.

    Vamos a terminar con ese alboroto declar el cazador. Usted

    suba delante. La memsahib podr sentarse atrs, conmigo.

    Subieron al automvil y a la luz griscea del amanecer se

    dirigieron al ro a travs de la arboleda. Macomber abri la recmara de

    su fusil y, despus de comprobar que los proyectiles estaban en la

    recmara, cerr el arma y ech el seguro. Not cmo temblaban sus

    manos. Se palp los bolsillos para ver si tena una buena provisin de

    cartuchos y luego acarici los que llevaba en las presillas delanteras de

  • su camisa. Se volvi hacia el asiento trasero del automvil, donde

    estaban sentados Wilson y su mujer. Ambos rean con excitacin, y el

    cazador se inclin hacia delante susurrando:

    Mire usted cmo bajan los buitres. Esto significa que el viejo ha

    abandonado su presa.

    En la ribera opuesta del ro, Macomber pudo ver las aves de presa

    que describan crculos en el aire, sobre los rboles, lanzndose de

    pronto hacia la tierra.

    Lo ms probable es que venga a beber aqu antes de retirarse a

    descansar musit Wilson. Mantenga los ojos abiertos.

    Marchaban lentamente a lo largo de la orilla, que en aquel lugar

    caa cortada a pico sobre el lecho cubierto de cantos rodados, hiriendo

    aqu y all los rboles al pasar. Macomber estaba observando la orilla

    cuando se dio cuenta de que Wilson le coga por el brazo. El auto se

    detuvo.

    All est le oy decir. Frente a usted, a la derecha. Baje y

    disprele. Es un ejemplar maravilloso.

    Macomber vio al len. Estaba casi de perfil, con la gran cabeza

    levantada y vuelta hacia ellos. La temprana brisa matinal que soplaba

    en esa direccin agitaba apenas su oscura melena. Pareca enorme. Su

    silueta se recortaba sobre el fondo, con sus pesados omoplatos, bajo los

    cuales sobresala un pecho grande como un barril.

  • A qu distancia estar? pregunt Macomber.

    Ms o menos, a unos setenta y cinco metros replic Wilson.

    Baje y salga a su encuentro.

    Por qu no tirar desde aqu?

    No hay que disparar nunca desde el coche oy a Wilson

    murmurar en su odo. Salga. No va a estar all todo el da

    esperndole.

    Macomber sali por la curvada abertura lateral del asiento

    delantero y puso los pies en el suelo. El len estaba todava all mirando

    majestuosa y framente hacia el objeto del que slo vea la silueta, y

    cuyo volumen era como el de un enorme rinoceronte. El viento no

    llevaba hasta sus fosas nasales el olor de hombre y tena los ojos fijos

    en aquella forma, moviendo un poco su enorme cabeza de un lado a

    otro. Luego, mientras miraba hacia aquel objeto, sin temor alguno, pero

    dudando antes de decidirse a bajar a beber a la ribera con una cosa

    semejante frente a l, vio destacarse del conjunto la figura de un

    hombre, y dando vuelta rpidamente, corri a acogerse al abrigo de los

    rboles. En aquel momento, oy un estampido seco y sinti el golpe de

    una slida bala 30-36 de 150 gramos, que le morda el flanco y la

    ardiente y repugnante brecha abierta en su estmago. Trot, sintiendo

    las patas pesadas, y con su enorme panza herida, corri por entre los

    rboles a buscar refugio en las altas hierbas. Nuevamente, el estampido

  • volvi a alcanzarlo y pas a su lado desgarrando el aire. Luego estall

    una vez ms y entonces sinti el golpe en sus costillas inferiores y la

    boca se le llen de pronto de sangre caliente y espumosa. Galop hacia

    los altos pastos donde podra ocultarse aplastado contra el suelo y lograr

    que esa cosa se acercara para saltarle encima y cazar al hombre que la

    llevaba.

    Macomber no pens en lo que poda sentir el len, cuando

    abandon el automvil. Slo tena conciencia de que sus manos

    temblaban y a medida que se alejaba se le haca ms difcil mover las

    piernas. Tena los muslos endurecidos, rgidos, pero poda notar el

    movimiento de sus msculos. Levant el fusil, apunt a la unin de la

    cabeza y los hombros del animal y apret el gatillo. No ocurri nada, a

    pesar de que hizo fuerza hasta que empez a sentir que se le quebraba

    el dedo. De pronto record que haba colocado el seguro y al bajar el

    fusil para abrir la llave, dio otro paso helado hacia delante. El len

    distingui entonces su silueta recortada netamente contra la forma

    confusa del automvil; se volvi y empez a trotar, alejndose. Al hacer

    fuego, Macomber oy un corto gruido, seal de que la bala haba dado

    en el blanco; pero el animal sigui. Dispar de nuevo y todos pudieron

    ver cmo el proyectil levantaba una nube de polvo ms all del felino

    que hua. Hizo fuego otra vez, recordando que tena que bajar la

    puntera, y se oy el impacto de la bala. El len galop y lleg a los altos

  • pastos antes de que el cazador pudiera hacer funcionar nuevamente el

    percutor.

    Macomber permaneci clavado en el mismo sitio con una

    sensacin de repugnancia en el estmago. Sus manos temblaban an

    sosteniendo el Springfield amartillado. Robert Wilson y su mujer

    estaban a su lado, junto con los portadores de fusiles, que hablaban

    animadamente en wacamba.

    Lo alcanc exclam, lo alcanc por lo menos dos veces.

    Le dio en el vientre y en otra parte de los cuartos delanteros

    dijo Wilson sin entusiasmo. Los portadores de fusiles estaban muy

    graves. Ya no hablaban.

    Tal vez lo haya matado continu Wilson; tendremos que

    aguardar un poco para salir a buscarlo.

    Por qu?

    Hay que esperar a que est moribundo, antes de hacerle frente.

    Ah! exclam Macomber.

    Es un hermoso ejemplar. Pero ahora se ha metido en un mal

    refugio manifest Wilson alegremente.

    Por qu malo?

    Porque no lo podremos ver hasta que estemos casi encima de

    l.

    Oh! dijo Macomber.

  • Venga le indic Wilson. La memsahib puede quedarse aqu

    en el coche. Nosotros seguiremos el rastro que ha dejado la sangre.

    Qudate aqu dijo el hombre a su esposa. Notaba la boca

    reseca y le era difcil hablar.

    Por qu? pregunt ella.

    Porque Wilson dice que debes quedarte.

    Iremos a echar un vistazo terci el cazador. Es mejor que

    usted se quede. Podr ver mejor desde aqu.

    Muy bien; me quedo.

    Wilson habl en swahili al conductor. ste asinti y dijo:

    S, bwana.

    Abandonaron la orilla y cruzaron el lecho seco del ro, cubierto de

    cantos rodados. Una vez al otro lado treparon ayudndose con algunas

    races que sobresalan del risco y empezaron a andar a lo largo del

    cauce hasta llegar al sitio donde se hallaba el len la primera vez que

    Macomber hizo fuego. All comenzaba el rastro de sangre oscura sobre

    los pastos bajos. Los portadores de fusiles sealaron la sangre que se

    alejaba ms all de los rboles de la ribera.

    Qu hacemos ahora? pregunt Macomber.

    No nos queda mucho para elegir respondi el cazador blanco

    . No podemos hacer llegar el automvil hasta aqu. La orilla es de-

    masiado empinada. Dejaremos que el animal se vaya agotando y luego

  • usted y yo saldremos en su busca.

    No podramos incendiar el pastizal?

    Est demasiado verde replic Wilson.

    Y si mandramos a los batidores?

    Wilson le dirigi una mirada despectiva.

    Por supuesto que podramos le contest, pero ordenar una

    tarea semejante tendra algo de asesinato. Sabemos que el len est

    herido. De no ser as, resultara fcil hacerlo salir. Un len ileso se

    asoma al or cualquier ruido, pero herido se lanza al ataque. No nos ser

    posible verlo hasta que casi estemos encima de l. Es capaz de

    ocultarse, aplastndose contra el suelo, en lugares donde se dira que

    no cabe una liebre. Es imposible mandar a los criados a cumplir una

    tarea como esa. Corren peligro de muerte.

    Y los portadores de fusiles?

    Ellos vendrn con nosotros, de todos modos. Es su shauri. As lo

    estipula el contrato. Aunque, la verdad es que no parecen estar muy

    contentos.

    No quiero entrar all.

    Las palabras le haban salido de la boca sin advertirlo casi. Ni

    siquiera las haba pensado.

    Ni yo tampoco declar alegremente Wilson. Aunque, en

    realidad, no queda otra alternativa.

  • Luego, tardamente, le asalt un pensamiento. Mir a Macomber y

    advirti que el temblor le dominaba. Su rostro tena una palidez lasti-

    mosa.

    Por supuesto, usted no tiene obligacin de hacerlo dijo. A m

    me pagan para eso, y por eso soy tan caro.

    Ir solo entonces? Y por qu no dejarlo all?

    Hasta ese momento la preocupacin de Wilson haba estado

    centralizada en el len y el problema que ste presentaba, hechos que

    le haban impedido pensar en Macomber, excepto para observar que se

    hallaba aterrorizado. Pero, de pronto, tuvo la misma impresin que

    tendra una persona que, en un hotel, abre por equivocacin la puerta

    del vecino y sorprende una escena vergonzosa.

    Qu quiere decir? pregunt.

    Que podramos dejarlo all, no le parece?

    Es decir, que hagamos como si no hubiese sido herido?

    No; abandonarlo, simplemente.

    Imposible.

    Por qu?

    Primero, porque est sufriendo; y luego porque cualquier otra

    persona podra toparse con l, y la matara.

    Ya veo...

    Pero usted puede dejar de ir, si quiere.

  • Me gustara. Pero estoy un poco atemorizado.

    Yo ir delante, Kongoni seguir el rastro. Usted vendr detrs,

    un poco hacia un lado. Es probable que lo oigamos gruir. Si alcanza-

    mos a verle podremos disparar los dos. No se preocupe; yo estar a su

    lado para apoyarlo. Aunque, en realidad, tal vez sera mejor que no

    viniese. Mucho mejor. Por qu no va a reunirse con la memsahib,

    mientras termino con l?

    No; prefiero ir dijo Macomber.

    Muy bien; pero no venga si no quiere. ste es mi shauri, ahora.

    Sentados bajo un rbol se pusieron a fumar.

    Quiere volver a hablar con la memsahib mientras

    aguardamos?

    Bien; volver yo a decirle que no se impaciente.

    Buena idea dijo Macomber. Se qued all, sentado, solo. Le

    sudaban los sobacos, tena la boca seca y un vaco en el estmago.

    Deseaba tener el valor suficiente para decir a Wilson que fuera y

    terminara con el len, sin l. No saba que el cazador estaba furioso por

    no haber advertido antes el estado en que se encontraba, para enviarlo

    de nuevo al lado de su mujer. Wilson regres.

    Traiga su escopeta grande le dijo. Tmela. Creo que ya le

    hemos dado bastante tiempo. Vamos.

    Macomber tom el arma y Wilson indic:

  • Mantngase detrs, ms o menos a cinco pasos a la derecha y

    haga exactamente lo que le indique.

    Luego, se dirigi en swahili a los portadores de fusiles que se

    haban ma