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Las murallas del sur ____________________________ Boris Vian

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Las murallas del sur

____________________________ Boris Vian

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Cubierto de deudas como desde hacíamuchísimosañosnolohabíaestado,elMayordecidió comprar un automóvil para pasar lasvacacionesmásagradablemente.

Con la intención de asegurarse una inmediatadisponibilidaddefondosempezóporsablearasus tres mejores amigos para costearse unacurda de campeonato, pues su ojo de cristalestabaempezandoatenderhaciaelazulañil,yelloerasíntomadesed.Lacosalesalióportresmil francos, francos que sintió tanto menos,cuanto que en absoluto tenía la intención dedevolverlos.

Dio así de entrada interés a la operación y seesforzó por complicarla todavía más, conintencióndeelevarlaa lacategoríademilagropagano. Con ese fin se pagó una segundaborrachera con el dinero que le reportó laventa de su cinturón de castidad medieval,cinturón claveteado de clavo de especia yfabricado con cuero repujado hasta perdersedevista.

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No lequedabagrancosa,pero, con todo,aúneran demasiadas. Pagó la mensualidad delalquilerconelreloj,cambiósuspantalonesporunos calzones cortos, su camisa por unaLacostey, astutoviejo, sepusoa labúsquedade alguna manera de gastar la calderilla quetodavíalesobraba.

(En el curso de sus pesquisas tuvo la malasuerte de recibir una herencia, pero, porfortuna, rápidamente se enteró de que nopodría disponer de ella antes de que pasaranvarios meses, plazo que consideró más quesuficiente).

Le quedaban aún once francos y algunasprovisiones. No podía ni pensar en irse encondiciones tales. Organizó, pues, en su casa,unajuergademedianasproporciones.

Elsaraosecelebrócontodafelicidady,alfinaldelmismo, sólo teníayaunpaquetitodeciengramos de curry en polvo, ligeramenteestropeado, con el que nadie había podidoacabar. Contra sus previsiones, la muyapreciada saldeapio constituyó,enefecto, labase de la mayoría de los últimos cócteles

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servidos, despreciado como fue el curryprevistoparataluso.

(La insignemalaventuraqueparecíaperseguiral Mayor quiso, no obstante, que una de lasinvitadasolvidaseelbolsoensucasa,connadamenosquequinientos francosdentro. Parecíaque habría que volver a empezar, cuando alMayor,iluminadoporunadeaquellasgenialesinspiracionesquelecaracterizaban,leasaltóeldeseo de irse de vacaciones provisto de unsalvoconductoobtenidoporloscauceslegales.Esprecisoqueseñalemos,antesdecontinuar,que fue aquella pretensión inaudita la que lesalvó).

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ElMayorirrumpióencasadesuamigoelBisoncuandoéstesesentabaalamesa,entresonoroentrechocardemandíbulas,encompañíadesumujeryelBisonnot.Secocía,porunavezenlavida, un guiso de pasta hervida a cuyapreparación la Bisonne se había dignadodedicar diez minutos. La familia entera seregocijaba con la idea de la consiguientecuchipanda.

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—¡Almorzaré con vosotros! —dijo el Mayor,estremecidodegula,alverhervirlapasta.

—¡Cerdo!—leespetóelBison—.Conquelahasolidodesdelejos,¿eh?

—¡Exactamente! —contestó el Mayor,sirviéndoseenelrepartoungranvasodevinodel que se guardaba especialmente para susvisitas,yalquesedejabaquesepicaseunalgopara que tomase cierto regusto añadido a susabor original, tan agradable al paladar comotodossabemos.

El Bison saco un plato suplementario delaparadorylocolocóenlamesa,enelsitioqueanteriormentehabíaocupadoelMayor.Éstesedejaba servir habitualmente y, contra lacostumbre,nolescogíaojerizaaquienesdeélseocupaban.

—Elasuntoeselsiguiente—dijoderepente—.¿Dóndepensáisirdevacaciones?

—A la orilla del mar —contestó el Bison—.Quieroconocerloantesdemorir.

—Meparecemuybien—concedióelMayor—.Me compro un coche y os llevo a Saint-Jean-de-Luz.

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—¡Altoahí!—leparóelBison—.¿Tienestela?

—¡Naturalmentequesí!—aseguróelMayor—.Digamos que la tendré. No te preocupes poreso.

—¿Ysitioparaalojarte?

—¡Naturalmente que también! —continuó elMayor—. Mi abuela, que ya murió, tenía unapartamento,ymipadreloconservó.

Trasalgunossegundosdeduda,puesnohabíaentendidobien si elMayorhabíausadoooaenelpronombre,elBisonoptóporpensarquelo conservado era el apartamento, y no laabuela.

Lapastaseguíacreciendoenelaguahirviente,y ya iba por la tercera vez que la Bisonneseparaba la cacerola del fuego para tirar elsobrantealabasura.

—De acuerdo —dijo finalmente el Bison—.Perome imagino que dispondrás de gasolina.Porque ¿sabes? Suele resultar de utilidadcuandosetratadecoches.

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—Encontraré la necesaria —aseguró elMayor—. Con un salvoconducto en regla seconsiguenfácilmentebonosdegasolina.

—Sin duda —concedió el Bison—. ¿Peroconoces a alguien en la Prefectura que tepuedafacilitarunaautorización?

—No —reconoció el Mayor—. ¿Y vosotros?¿Conocéisaalguien?

—Ahíesdondequeríasveniraparar¿eh?

El Bison miraba a su interlocutor con un ojoentornadoyreprobador.

—Osadvierto—interfiriósuesposa—quesinonos comemos pronto esa pasta, tendremosque cambiar de habitación. Dentro de unmomentonocabremosaquí.

Sinnecesidaddemásadvertencia,loscuatroseabalanzaron sobre el guiso, pensando,encantados,enlosascosqueantañohacíanlosalemanesante lamantequilladeNormandíaylassalchichasdetocino.

El Mayor no cesaba de beber tintorro trastintorro. Yesquenodisponermásquedeunojo,leconstreñíaahacerloposibleparallegar

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a ver doble cuanto antes, y así no perdersebocado.

El postre consistía en rebanadas de pancuidadosamentereblandecidoyaderezadocondos hojas de gelatina rosa perfumada alorégano de Cheramy, a la manera de JulesGouffé.ElMayorrepitiódosveces,yalfinalnoquedónada.

—¿A través de su periódico, no podría Annierecomendarnos en la Prefectura? — dijo derepentelaBisonne—.Porquehasdesaberqueno opondré a que viajemos contigo si nodisponesdeautorización.

—¡Excelenteidea!—exclamóelMayor—.Yporlo demás, tranquila. Los polis me gustan tanpococomoati.Cadavezqueveounagentesemehaceunnudoenelintestinodelgado.

—En cualquier caso será necesario hacer lascosasdeprisa—advirtióelBison—.

Mis vacaciones empiezan dentro de tressemanas.

—¡Perfecto! —aseguró el Mayor, pensandoqueasí ledaríatiempoagastar losquinientosfrancos.

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Bebió un último trago de tinto, cogió uncigarrillo del paquete de la Bisonne, eructóviolentamente,ysepusoenpie.

—Voyaversiveocoches—anuncióalirse.

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—Escuche —dijo Annie—. Voy a ponerlo encontacto con Pistoletti, el individuo que en laPrefecturaseocupadelasautorizacionesparael periódico. Ya vera cómo todo sale bien. Setratadeunapersonamuyagradable.

—De acuerdo —dijo el Mayor—. Así todo searreglará. Se arreglará, sin duda alguna.Pistolettiesunhombreadmirable.

Sentados en la terraza del Café Duflor,esperaban a la Bisonne y a su hijo, quellegabanconunpocoderetraso.

—Creo que trae un certificado médicoreferente al niño—continuó el Mayor—. Ellonos ayudará a conseguir el salvoconducto.Según tengo entendido, hoy mismo iba asacarlo.

—¿Ah, sí? —dijo Annie—. ¿Y qué es lo quecertifica?

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—Que no puede soportar viajes en tren —contestóelMayor, limpiando sumonóculodecristalahumado.

—¡Ahíllegan!—advirtióAnnie.

La Bisonne corría detrás del Bisonnot, queacababa de soltársele de lamano. La criaturacorrió en línea recta durante unos quincemetrosyacabóencontrándoseconunveladordelCaféLesDeuxMâghos,veladorconmesadademármoluninstanteantesdelchoque,yconmesadahechapedazosuninstantedespués.

El Mayor se levantó e intentó separar a lacriatura del velador. Un camarero se llegóhastaellosycomenzóaprotestar.

—Permítame que le diga —argumentó elMayor—quehetenidoocasióndeverlotodo.Ha sido el velador el que ha empezado. Noinsista en sus lamentaciones, ome veré en laobligacióndedetenerle.

Palabras sobre las cualesmostró su falsificadadocumentacióndelCuerpodeSeguridad,antelo que el camarero se desmayó. Entonces elMayor le quitó el reloj y, tirando de lamanodelniño,sereunióconAnnieyconlaBisonne.

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—Deberías cuidar mejor de tu hijo —dijo aésta.

—Nomedes la lata.Traigoelcertificado.Esteniñoesraquíticoynopuedesoportarunviajeenferrocarril.

Dicho lo cual, obsequió a su hijo con unestremecedor sopapo que dejó sumido alinfanteenunaespeciedeplácidahilaridad.

—Felizmentepara laRedde Ferrocarriles…—comentóelMayor.

—¿Acasoquieres insinuarquetúnuncatehascargado una mesa de terraza? — repuso,amenazadora,laBisonne.

—¡A su edad, desde luego no! —aseguró elMayor.

—¡No me extraña! ¡Siempre fuiste un pocoretrasado!

—¡Estábien!—cortóelMayor—.Novamosadiscutirahora.Dameelcertificado.

—Déjemelover—intervinoAnnie.

—Eldoctornonoshapuestoningunapega—informó la Bisonne—. Como todo el mundo

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puede ver, este niño padece de raquitismo…¡Quieresdejaresasilladeunavez!

ElBisonnotacababadecogerelrespaldodelasilladeunclientevecino,ysillayclientedieronen tierra, arrastrando en su caída algunascopasenmediodeciertoalboroto.

Eclipsándose discretamente, el Mayorcompuso la figuradeestarmeando contraunárbol.Porsuparte,Annieintentabaponercaradequiennoconoceanadie.

—¿Quiénhasido?—preguntóelcamarero.

—ElMayor—acusóelBisonnot.

—¿Seguro? —insistió el camarero con aireincrédulo—.¿Nohabrásidoelniño,señora?

—Estáustedloco—respondióésta—.Notienemásquetresañosymedio.

—Mientras que Mauriac está chocho —concluyóelniño.

—Eso es una gran verdad —concedió elcamarero,yacontinuaciónsesentóa lamesaparadiscutirconéldeliteratura.

Tranquilizado, el Mayor regresó y volvió asentarseentrelasdosmujeres.

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—Así pues—comenzó Annie—, ahora sólo setratadeiraveraPistoletti…

—¿Y cuál es tu opinión sobre Duhamel? —preguntóelcamarero.

—¿De verdad cree que funcionará? —seinteresóelMayor.

—ADuhamelselealabaenexcesoelBisonnot.

—Seguro que sí —respondió Annie—. Con lacartaderecomendacióndelperiódico…

—En ese caso, iré mañana mismo —dijo elMayor.

—Tevoyapasarunmanuscritomíoparaquemedigasloqueteparece—dijoelcamarero—.Laaccióndiscurreen lasuperficiedeunacaravelluda. Me parece que tú y yo tenemos losmismosgustos.

—¿Cuánto ledebemos,camarero?—preguntóAnnie.

—No,déjalo,—se interpuso laBisonne—.Metocaamí.

—¡Conpermiso!—sentencióelMayor.

Como no llevaba un céntimo encima, elcamarero le prestó dinero para pagar, y, tras

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dejarunagenerosapropina,elMayorsindarsecuentaseembolsóloquesobraba.

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—¡Abroyo!—gritóelBisonnot.

—¡Nomarees!—replicó supadre—.De sobrasabesqueeresdemasiadopequeñoparallegarhastaelcerrojo.

Presodefuror,aquélselanzóalairetomandoimpulsoconlosdospies,y,trassaltarcomoungato, quedó muy sorprendido al encontrarsesentado sobre el trasero viendo un grandestelloverde.

EraelMayor.Teníaunaspectonormal,apesardequesuaplastadosombreroreverberabaconrebuscados y cambiantes reflejos: habíacomidopavo.

—¿Ybien?—dijoelBison.

—¡Tengo el coche! Un Renault de 1927,modelo coach, con el maletero en la parteposterior.

—¿Y el capó que se levanta por delante? —interrogó,inquieto,elBison.

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—Sí…—concedió elMayor demala gana—. Ycon encendido mediante magneto, y frenoesotéricoeneltubodeescape.

—Se trata de un sistema muy antiguo —observosuinterlocutor.

—Losébien—dijoelMayor.

—¿Cuánto?

—Veintemil.

—No es caro —estimó el Bison—. Pero laverdadesquetampocoesunaganga.

—No.Y,precisamente,deberásdejarmecincomilfrancosparaacabardepagarlo.

—¿Cuándomelosdevolverás?ElBisonparecíanofiarse.

—El lunes por la tarde, sin falta—aseguró elMayor.

—¡Hum! —dijo el Bison—. No te tengodemasiadaconfianza.

—Lo entiendo—repuso elMayor, y cogió loscincomilfrancossindarlasgracias.

—¿HaspasadoporlaPrefectura?

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—Ahorapensabair…Mecuestamuchotrabajometerme en aquella guarida de aduanerostestarudosyescandalosos.

—Venga, venga, espabila —dijo el Bisonempujándole hacia el descansillo— y apúrateunpoco.

—¡Hasta luego!—gritóelMayordesdeelpisodeabajo.Regresódoshorasdespués.

—Querido,lacosanomarchatodavía—dijo—.Es necesario que me firmes una declaraciónque certifique que dispones de la gasolinanecesaria.

—¡Me estás hartando! —se irritó el Bison—.¡Estoyhastalasnaricesdetantoretraso!Haceyaunasemanaquemedieronlasvacaciones,yte aseguro que no me hace ninguna graciaseguir aquí. Creo que haríamos mucho mejortomandodeunavezeltrentodosjuntos.

—Espera,espera.Consideraqueesmuchomásagradablehacerelviajeencoche.

Yparairdecomprasunavezqueestemosallí,tambiénnosvendrámuybien.

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—Sinlugaradudas—concedióelBison—.Peropiensa tú que, a este paso, cuando lleguemostendréquevolvermeporquemisvacacionessehabránacabado.Esocontandoconquenonosmetanenchironaporelcamino.

—Las cosas van a salir redondas a partir deahora —aseguró el Mayor—. Fírmame esepapel.Oloconseguimosestavez,oteprometoquemevoyentrenconvosotros.

—Teacompañaré—dijoelBison—.Pasaremospormioficinayselomandarémecanografiaramisecretaria.

Así lo hicieron. Tres cuartos de hora despuésentraban en la Prefectura y, por un tortuosodédalodepasillos,sedirigíanhaciaeldespachodePistoletti.

Amablecincuentónquizáunapizcapuntilloso,éstenoleshizoesperarmásdecincominutos.Después de un breve cambio de impresiones,selevantóylesindicóquelesiguieran.Consigollevaba los formularios y los documentosjustificativoscumplimentadosporelBisonyelMayor.

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Atravesaron un estrecho pasadizo que, por elinteriordeunpuentecubierto,uníaeledificioen que estaban con el vecino. El corazón delMayorgirabaatodavelocidadsobresímismo,chirriandocomounapeonzadeNüremberg.Enuna galería abovedada, largas colas de genteesperaban ante las puertas de los despachos.Lamayorpartedeellosechabanpestes;otrossedisponíanamorir.Alosquecaíandurantelaesperaselesdejabaallídondetocabantierra,yseprocedíaarecogerlosporlatarde.

Pistoletti pasópor delantede todo elmundo.Pero se detuvo en seco al llegar adonde sedirigía y pareció muy contrariado de no verantesíalapersonaquebuscaba.

—Buenosdías,señorPistoletti—dijoelotro.

—Buenos días, señor—respondió Pistoletti—.Aquí tiene. Me gustaría que autorizase estapetición,queestáenregla.

Elindividuocompulsóellegajo.

—¡Muy bien! —dijo por fin—. Veo que elinteresado reconoce disponer del carburantenecesario. Por consiguiente, estaría fuera delugarhacerleunaasignación.

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—Hum… —musitó Pistoletti—. Como usted…mejordicho,comosupredecesormeaconsejó,solicitédel señorMayorese testimoniopara…para… para que no se dudase en hacerle unaasignacióndegasolina.

—¿Eh?—dijoelotro.

Y a continuación escribió sobre el papel:«Denegada la asignación, dado que eldemandante asegura disponer del carburantenecesario».

—¡Gracias! —dijo Pistoletti, volviendo a salirconlospapeles.

Una vez fuera, se rascó el cráneo y dejó caeralgunos jirones sanguinolentos sobre el suelo.Unagentequepasabaenaquelmomentoporallíresbalóalpisarlosyestuvoapuntodecaer.ElMayor sonriómalévolamente,perovolvióaponerse serio al ver la cara de circunstanciasdesuvaledor.

—¿Lacosanovabien?—lepreguntóelBisonaéste.

—Bueno, bueno… —se limitó a decirPistoletti—.VayamosahoraaveraCiabricot…Todosecomplica…Elfuncionarioqueacabode

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ver no es el mismo de antes, y el que estáahora parece de una opinión completamentedistinta a la del anterior. En fin… Puede salirbientodavía…Peroqueconstequeelotromehabía dicho que, con este papel, el asuntomarcharíasobreruedas.

—Vamos,vamosdeunavez,encualquiercaso—leanimóelBison.

Seguido por sus dos acólitos, Pistoletti llegóhasta el extremo del pasillo, y volvió a pasarotravezpordelantedelasnaricesdelprimerode la cola. El Mayor y su amigo tomaronasiento en un banco circular que abrazaba labasadeunade las columnasque sostenían labóveda. Multiplicaron cuatro y medio porcuatroymediohastamilvecesparaayudarseapasar el rato. Quince minutos más tarde,Pistoletti volvíaa salirdeldespacho.Su rostronoexpresabanifunifa.

—Escuchen —les dijo—. Primero escribió«concedido» sobre lapetición.A continuaciónpuso la fecha, dijo «vale», y me preguntó:«¿Parairadónde?».Selodije.Entoncesvolvióamirarelpapel,sepalpóelhígadoyexclamó:«¡Demasiadolejos!».Ysededicóaborrartodo

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lo que acababa de poner… Es que tiene elhígadoenmuymalascondiciones¿saben?

—Entonces—preguntóel Bison—¿lapeticiónquedadenegada?

—Sí…—respondióPistoletti.

—¿Y usted cree—prosiguió el Bisonmientrasun espeso vapor comenzaba a salirle por lasjunturasdelassuelasdeloszapatos—quesilediésemos diez mil francos a ese tal Ciabricot,nosenosconcedería?

—¿Quépasa?—encarecióelMayor—.¿Esquenisiquieraestápermitidollevarencocheaunniño que no puede aguantar los viajes enferrocarril?

—Endefinitiva,¿quées loquesolicitamos?—continuó su amigo—. ¡Nada! Gasolina desdeluego no, puesto que decimos que tenemos…Loúnicoquepedimosesunafirmaenlapartede abajo de un papel para poder sacar elcoche, quedando sobreentendido que, conrespecto al carburante, nos las arreglaremosenelmercadonegro…¿Yentonces?

—Entonces —acabó el Mayor— es que sonunospijoteros.

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—Escuchen…—seaventuróadecirPistoletti.

—¡Unos pijoteros y unos cerdos! —tronó elBison.

—Podrán volver a intentarlo dentro de unosdías…—sugirióPistolettiintimidado.

—Tranquilo;notenemosnadacontrausted—aseguróelMayor—.AlfinyalcabonoesculpasuyasiCiabricotsufredelhígado.

Palabras a pesar de las cuales, ambos amigosaprovecharon un recodo del pasillo paraprensar a Pistoletti en emparedado,abandonandoelcadáverenunrincón.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó el Bisonenelmomentodesalir.

—Amíme importa un rábano—respondió elMayor—.Mevoysinsalvoconducto.

—No creo que debas hacerlo —le advirtió elBison—. Bueno, yo voy a sacar billetes a laestación.Noquierotenerquevérmelascon lapoli.

—Esperahastaestatarde—lepidióelMayor—.Semehaocurridootraposibilidad.Tampoco

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yoquieronadaconesagentuza.Meproducenunefectosuprafísico.

—Estábien—accedióelBison—.Telefonéame.

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—¡Lo tengo!—gritó lavozdelMayora travésdelauricular.

—¿Cómo? ¿Lo has conseguido? —se interesóelBison.Apenassipodíacreerlo.

—No,peroloconseguiré.Hevueltoairalpocoratoconunachica,unaamigadeVerge,aquelaquienconocisteenmicasa.EllatienealgunasamistadesenlaPrefectura.HapasadoporcasadeCiabricot,ynohahechofaltanadamás.Mehanprometidoquemelodarán.

—¿Cuándotelodarán?

—Elmiércolesalascinco.

—Bueno, vale —concluyó el Bison—.Esperemosqueasísea.

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Elmiércolesalascinco,seleinformóalMayorqueelansiadomomentoseríaaldíasiguientealasonce.Eljueves,alasonce,lesugirieronquevolviera a pasar por la tarde. Por la tarde le

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dijeron que se despachaban quincesalvoconductospordía, yqueel suyohacíaelnúmerodieciséis.Ycomonoparecíadispuestoasoltardinero,sequedósinelsalvoconducto.

Amigos de los empleados llegaban a cadamomento, y los empleados apenas si dabanabasto a librarles autorizaciones decompromiso.InclusollegaronarogaralMayorquelesayudasearellenarsusformularios.Maséstesenegóysemarchó,nosinolvidarsobreunamesauna granada conel seguroquitado,el ruido de cuya detonación le devolvió latranquilidaddeespírituenelmomentoenquesalíadelaPrefectura.

ElBison,sumujeryelBisonnotcompraron,porfin, billetes para Saint-Jean-de-Luz. Paraemprenderviajedebíanesperarhastael lunessiguiente, pues todos los trenes estabanrepletos.Elsábadoporlatarde,saliendodesulujoso estudio de la Rue Coeur-de-Lion, elMayor,por suparte, sepusoenmarchaenelRenault. Se había acordado que fuese elprimeroenllegaraSaint-Jean,yquetuvieseelapartamentopreparadopara la llegadadesusamigos. A su lado iba Jean Verge, a quien el

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Mayor debía ya tres mil francos, y, detrás,Joséphine,unaamigadelMayor,dequienésteacababadegastarlamitaddeldineroquetraíaenelbolso,parapagarseunabuenacurda.

El coche transportaba también alguna carga:diez kilos de azúcar que Verge llevaba a sumamá, residente en Biarritz, un limonero dehojas azules que el Mayor se proponíaaclimatar enel PaísVasco, dos jaulas repletasde sapos, y un extintor cargado con perfumede lavanda,porqueel tetraclorurodecarbonohuelebastantemal.

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A findeevitarseencuentrosconesosbípedosque circulan emparejados y vestidos de azuloscuro, llamados gendarmes, al salir de lacapital el Mayor tomó una carreterasecundaria a la que pomposamente se habíabautizado como N-306. De todos modos, losteníaacero.

Para no perderse, seguía las indicaciones deVerge. Éste descifraba el mapa Michelincolocado sobre sus rodillas, y era la primera

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vez en su vida que se dedicaba a semejanteactividad.

La consecuencia fue que, a las cinco de lamañana, después de haber rodado duranteocho horas a una media de cincuentakilómetros por hora, el Mayor divisó en elhorizonte la torre deMontlhéry. Al verla, dioinmediatamente media vuelta con el coche,puesenaquelsentidollegabandirectamenteaParísporlaPuertadeOrleáns.

A las nueve entraban en Orleáns. Aunque noquedabamásqueunlitrodegasolina,elMayorsesentía feliz.No lehabíanvistoelgorroniaunsolopolicía.

A Verge le quedaban todavía dos milquinientos francos que pronto se vieronconvertidosenveintelitrosdegasolinaycincokilosdepatatasyaque,dadalaedaddelcoche,eraprecisomezclarelcarburantecontrozosdedicho tubérculo, en la proporción de unacuartaparte.

Losneumáticosparecían resistir.Al final de labreve detención para repostar, el Mayor tiródel cordón unido a la válvula de la caja de

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velocidades,chiflódosveces,acogotóelvapor,y, a la postre, el Renault volvió a ponerse enmarcha.

Salieronde laN-152, cruzaronel LoireporunpuentesecundarioytomaronlamuchomenosfrecuentadaN-751.

Los estragos ocasionados por la ocupaciónhabíanfavorecidolaeclosión,entreloscarrilesy los aguazales, de una vegetación feraz yaguanosa. Los corazoncillos agitaban suscorolasen todasdirecciones,mientrasque lascicindelasdecampodeslizabanunanotamalvaentre la salpicaduranacaradade las florecillasmáshumildes.

Alguna granja aquí y allá salpimentaba lamonotonía de la carretera, produciendo, cadavez, una agradable sensación de alivio en elescroto,semejantealaquesenotacuandosepasadeprisasobreunpuentecitoenformadearco. Según se iban acercando a Blois,comenzaron a ver surgir gallinas por todaspartes.

Lasgallinaspicoteabanalolargodelascunetassiguiendo un plan cuidadosamente pergeñado

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por lospeonescamineros.Encadaunode losagujeritos excavados por sus picos sesembraban,alamañanasiguiente,semillasdegirasol.

ElMayorconganasdecomergallina,comenzóa dar golpes de volante. Giraba al mismotiempoel cierredel tubode escape, lograndoasí frenar el coche hasta la velocidad demarcha de un hombre caminando por uncolmenar.

UnaHoudan,mantecosa y rolliza, aparecióderepente a la vista, con la cresta levantada,dando la espalda al coche. El Mayor acelerósolapadamente,peroelavesediolavueltadeimproviso y le miró a los ojos con airedesafiante. Muy decidido, aunque tambiénmuy impresionado, el Mayor, puso cara decircunstancias y describió con el volante unángulo de noventa grados. Comoconsecuencia,debieronrecurriralcarterodelacomarca, que por casualidad pasaba por allí,para que les ayudase a desempotrar el cochedelroblecentenariodelque,eljuiciosoreflejodelconductor,vinoacausarlafractura.

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Reparado el destrozo, el Renault se negaba avolver a ponerse en camino. Verge se vioobligadoabajaryaresoplarcontrasutraserodurante más de cinco kilómetros antes deconseguirquesedecidieraaarrancar.Elcocherefunfuñóaldetenerseparapermitirlesubir.

En modo alguno desanimado, el Mayor dejóatrás Cléry, llegó hasta Blois y enfiló hacia elSur por la N-764, en dirección a Pont-Levoy.Ningún agente a la vista; volvía a recobrar laconfianza.

Silbaba unamarchamilitar, marcando el finalde cada compás mediante un enérgicotaconazo.Peronopudoterminarla,puesacabóporatravesarconelpieelsuelodelautomóvily,dehabercontinuado,sehabríaarriesgadoavolcarlacajadevelocidades,dosdelascualesestaban desparramadas por el suelo desde elmomentodelacolisióncontraelárbol.

En Montrichard compraron un pan.AtravesaronacontinuaciónLeLiège,yelcochesequedóparadoderepenteen laencrucijadadelaN-764ylaD-10.

Joséphinesedespertóenaquelmomento.

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—¿Quépasa?—preguntó.

—Nada —contestó el Mayor—. Hemoscompradounpanyparamosparacomerlo.

Sesentíainquieto.Aunaencrucijadasepuedellegar desde cuatro direcciones. Y en unaencrucijada se lo puede a uno ver desde loscuatrocostados.

Bajarondelvehículoysesentaronalbordedelacarretera.Unagallinablancaapostadaen lacuneta, se desempachó y enderezó hasta elnivel de la calzada su cabecita coronada poruna alargada cresta. El Mayor se puso alacechoalverla.

De repentecogióelpan,undoskilos formatogrande, lo fue levantando en el aire segúngiraba para ponerse en posición favorable,simuló estar comprobando su transparencia ylolanzócontodassusfuerzascontralagallina.

Desgraciadamenteparaél,lagranjadeDaRui,elpopular futbolista,se levantabano lejosdellugar, y de ella procedía aquel ave. La gallinaque parecía haber sacado provecho de lasenseñanzasrecibidas,peinóelpanconunhábilcabezazo, enviándolo por lo menos a cinco

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metrosdedistancia.Acontinuación,corriendocomoungalgo,volvióahacerseconélantesdequellegaraatocarsuelo.

Enunabrirycerrardeojos,yentreunatupidanube de polvo, desaparecía a lo lejosllevándoselodebajodelala.

Verge, que se había levantado de un salto, laperseguía.

—¡Déjala,Jean!—legritóelMayor—.Notieneimportancia.Y,además,vasaconseguirllamarlaatencióndealgúngendarme.

—¡Malditahijadeputa!—jadeóJeanmientrasseguíacorriendo.

—¡Que la dejes, digo! —insistió el Mayor, yJean regresó bufando a más no poder—.Repitoquenotieneimportancia.Hecomidounpanecilloaescondidasenlatahona.

—¡Pues sí que me sirve de consuelo! —dijoVerge,furioso.

—Además,llevándolocomolollevadebajodelala,debeapestaravolátil—comentóelMayorconrepugnancia.

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—No te esfuerces por consolarme —repusoJean—. Intentemos volver a ponernos enmarcha para ir a comprar otro. Y en losucesivo, te lo ruego, dedícate a la caza de lagallinaconcosasquenoseancomestibles.

—Descuida, lo haré por ti —concedió elMayor—. Me serviré de una llave inglesa. Yahora,veamosquélesucedealcoche.

—¿No lo habías parado a propósito? —preguntóconasombroJoséphine.

—Esto…No—respondióelMayor.

8

El Mayor tomó su detector de averías, unestetoscopio adecuadamente transformado, yse deslizó bajo el automóvil. Dos horas mástardedespertóbastantedescansado.

VergeyJoséphineseagasajabanconmanzanastodavíaverdesenunprediovecino.

Conun tubodecaucho,elMayorderramóenlacuneta lastrescuartaspartesde lagasolinarestante, a fin de aligerar de peso la partedelantera del vehículo. A continuaciónintrodujo el gato bajo el larguero izquierdo y

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estabilizóelRenaultacuarentacentímetrosdelsuelo,hecholocualabrióelcapó.

Aplicó al motor la cabeza del estetoscopio yconstató que la avería no procedía de ahí. Alventilador no le pasaba nada; el radiadorestaba caliente, o sea que funcionaba. Sóloquedaban, pues, el filtro del aceite y elmagneto.

Cambió de emplazamiento el magneto y elfiltrodelaceite,ehizounaprueba.Lacosanomarchaba.

Volvióacolocarcadaunade laspiezasensuslugaresrespectivosyvolvióaprobar.Ahorasí.

—Bueno—concluyó por fin—. Es elmagneto.Melotemía.Tendremosquebuscaruntaller.

Llamó a grandes voces a Verge y Joséphinepara que empujaran el coche. Pero como sehabía olvidado de sacar el gato, cuandoaquéllos comenzaron sus esfuerzos, el cochebasculó y, al caer sobre uno de los pies deVerge, al neumático delantero derecho le dioporreventar.

—¡Imbécil! —gritó el Mayor, cortando por losanolaslamentacionesdesuamigo

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—.¡Laculpahasidotuya,asíquerepáralo!

—Desde luego no llegaremos muy lejosempujando el coche —reconoció él mismopoco después—. Será mejor que Joséphinevayaabuscarunmecánico.

La mujer echó a andar por la carretera, y elMayorseinstalócómodamentealasombradeun árbol para descabezar una siesta.Entretanto se comía un segundo panecillobirladoenlapanadería.

—¡Eh! ¡Si tienes hambre, tráete un pan alregreso! —gritó a Joséphine según éstadesaparecíatraslacurva.

9

Unavezacabadoelpanecillo,elMayorsealejóun poco del lugar esperando el regreso deJoséphine. De repente distinguió en elhorizonte dos quepis azules que venían endirecciónaél.

Echóacorrer,oavolarmásbien,puesvistodeperfilsehubierapodidodecirqueteníapor lomenoscincopiernas,yllegódenuevohastaelcoche. Apoyado contra un árbol ycanturreando,Vergemirabaalvacío.

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—¡A trabajar! —le ordenó el Mayor—. Cortaeseárbol.Aquítienesunallaveinglesa.

ContodadiligenciaVergesemetióelvacíoenelbolsilloyobedeciómaquinalmente.

Una vez cortado el árbol, comenzó a hacerloastillas,siguiendolasindicacionesdelMayor.

Después de ocultar las hojas en un agujero,camuflaronelautomóvildándoleaparienciadecarbonera, apariencia que completaronrecubriéndolo con la tierraquehabían sacadoalhacerelhoyo.Enlacimadelartilugio,Vergecolocóuna varita encendidade sándalo, de laqueemanabaolorosahumareda.

ElMayormanchó con carboncillo su cara y ladeVerge, y arrugó lomejorquepudo la ropadeambos.

Justo a tiempo, pues los gendarmes llegaban.ElMayortemblaba.

—¿Qué…?—dijoelmásgrueso.

—¿…trabajando?—completóelsegundo.

—Así es, sí—respondióelMayor, procurandoponeracentodecarbonero.

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—¡Qué bien huele vuestro carbón!—observóelmásgordo.

—¿Puede saberse qué es?—preguntó el otrogendarme—. Para mí que huele a puta —sentencióconunarisillacómplice.

—Escanforeromezcladoconsándalo—explicóVerge.

—¿Paralagonorrea?—dijoelgordo.

—¡Ja,ja,ja!—leriólagraciasucompañero.

—¡Ja, ja, ja!—se la rieron tambiénVerge y elMayor,unpocotranquilizados.

—Habrá que indicar a Obras Públicas quedesvíen la carretera —concluyó el primergendarme—. Ahí donde os habéis puesto, loscochesdebenmolestarosmucho.

—Sí, habrá que avisarles —confirmó elsegundo—.Loscochesdebenmolestaros.

—Gracias por anticipado —alcanzó a decir elMayor.

—¡Hastalavista!—gritaronlosdosgendarmescomenzandoaalejarse.

Verge y el Mayor les contestaron con unsonoro adiós y, en cuanto se encontraron

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solos,sepusieronalatareadedemolerlafalsacarbonera.

Cuando hubieron terminado, se encontraronconladesagradablesorpresadeconstatarqueelcochenoestabadentro.

—¿Cómopuedeser?—seextrañóVerge.

—¡Y qué sé yo! —dijo el Mayor—. Estoy apuntodeperderlosestribos.

—¿Estás seguro de que era un Renault? —preguntóVerge.

—Sí —respondió el Mayor—. Y además yahabía pensado en eso. Si fuera un Ford, elasunto tendría explicación. Pero estoy segurodequeeraunRenault.

—¿PerounRenaultde1927?

—Sí—confirmóelMayor.

—Entoncestodoseexplica—aseguróVerge—.Mira.

Dieron media vuelta y vieron al Renaultpaciendoalpiedeunmanzano.

—¿Cómo habrá llegado hasta ahí? —dijo elMayor.

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—Hacavadoun túnel.Eldemipadrehacía lomismocadavezquelocubríamosdetierra.

—¿Lo hacíais a menudo? —se interesó elMayor.

—¡Oh!Devezencuando…Desdeluego,nocondemasiadafrecuencia.

—¡Ah!—selimitóadecirelMayor,escamado.

—SetratabadeunFord—explicóVerge.

Dejaronasuaireelautomóvilyseocuparondequitar los escombros de la carretera. Casihabían terminado cuando Verge vio alMayoraplastándosecontralahierba,elojofueradelaórbita, haciéndole señales de que guardarasilencio.

—¡Unagallina!—lesusurró.

Selevantóbruscamenteyvolvióacaertodololargoqueeraenlacunetallenadeagua,justoen el punto donde se encontraba el ave. Éstase sumergió, dio algunas brazadas, salió a lasuperficieunpocomáslejos,ysedioalafugacacareando desenfrenadamente. Y es que DaRuitambiénlesenseñabaabucear.

Justoenaquelinstantellegóelmecánico.

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El Mayor se sacudió, le tendió una manomojadayledijo:

—Soy el Mayor. Espero, por lo menos, queustednoseaungendarme.

—Encantado —respondió el otro—. ¿Se tratadelmagneto?

—¿Cómolosabe?—seextrañóelMayor.

—Es la única pieza de recambio de la que nodispongo—dijoelmecánico—.Poresolodigo.

—Puesno—continuóelMayor—.Setratadelfiltrodelaceite.

—En ese caso podré instalarle un magnetonuevo —concluyó el mecánico—. He traídotres conmigo por si acaso… ¡Ja, ja, ja! Lo heengañado,¿eh?

—Me quedo con los magnetos —dijo elMayor—.Démelos.

—Dosdeellosnofuncionan…

—Noimporta—leinterrumpióelMayor.

—Yelterceroestáaveriado…

—¡Mejor aún!—aseguró elMayor—. Pero enesascondicionesselospagarea…

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—Sonmilquinientos—informóelmecánico—.Paramontarunotieneustedque…

—¡Sécomosehace!—volvióainterrumpirleelMayor—.¿Teimportapagar,Joséphine?

La mujer hizo lo que le pedían. Después depagar,todavíalequedabanmilfrancos.

—Gracias—ledijoelMayor.

Ydandolaespaldaalmecánico,sefueabuscarelcoche.Cuandolohubotraído,abrióelcapó.

Elmagnetoestabarepletodehierba.Selasacóvaliéndosedelapuntadeuncuchillo.

—¿Mellevan?—preguntóelmecánico.

—Con mucho gusto —respondió el Mayor—.Sonmilfrancos,pagadosporadelantado.

—¡Noesnadacaro!—comentóelmecánico—.Aquí los tiene. El Mayor se los embolsódistraídamente.

—¡Adentrotodos!—dijo.

Cuando estuvieron acomodados, el motor sepuso en marcha, sin más, al primer intento.Huboque irabuscarloyvolverloacolocarensu sitio. Esta vez, el Mayor no se olvidó decerrarelcapóantesdearrancar.

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Al llegar junto al taller, el motor volvió apararseenseco.

—Se trata, sin duda, del magneto —opinó elmecánico—.Lepondréunodelosmíos.

Hizolareparación.

—¿Cuántoes?—preguntóelMayor.

—¡Por favor…! ¡No merece la pena nimencionarlo! Seguía estando de pie delantedelautomóvil.

El Mayor desembragó y le atropelló, despuésprosiguieronviaje.

10

Siempreporcarreterassecundarias,alcanzaronlas latitudes de Poitiers, Angouleme yChatellerault, y vagarondurantealgún tiempopor la región de Bordeaux. El miedo algendarme alargaba los agraciados rasgos delMayor.Suhumorempeoraba.

EnMontmoreaulesasaltólaangustiaaldivisarlasbarrerasdeuncontroldepolicía.Graciasasu telescopio, el Mayor pudo esquivarlointernándose por laN-709. A Ribérac llegaronsinpizcadegasolina.

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—¿Te quedan mil francos? —preguntó elMayoraJoséphine.

—Sí—contestóésta.

—Déjamelos.

El Mayor compró diez litros de carburante y,con losmil francos que había recuperado delmecánico,sepagóunatremendacomilona.

De Ribérac a Chalais el camino se hizo corto.PorMartronyMontlieuvolvieronasaliralaN-10,ydesdeallísedirigieronaCavignac,dondeJeanVergeteníaunprimo.

11

Tumbadossobreunalmiardeheno,elMayor,VergeyJoséphineesperaban.

ElprimodeVergequería,enefecto,confiarlesuntonelilloparaquelollevaranasuhermano,residente en Biarritz, y justo en aquellosmomentosseestabaprocediendoaprensarelvino.

El Mayor mordisqueaba una brizna de pajameditando sobreel yapróximo finaldel viaje.Verge sobaba a Joséphine. Y Joséphine sedejabasobar.

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ElMayorintentabatambiénhaceruncómputomental de su coleccióndemagnetos, pues enAubeterre, Martron y Montlieu habíancambiadoloskilosdeazúcardeVergeporunoscuantos magnetos, pero se confundía con losdecimales.

Derepentesesumióporcompletoenelalmiaralveraparecerunaviseradecuerocolorcarnede cocido, mas se trataba simplemente delcarterodellugar.Cuandovolvióasaliralaluz,tenía dos ratones en los bolsillos y la cabezallenadevástagosdeheno.

De hecho, el coche no corría ningún peligro,encerradocomoestabaenlacuadradelprimo,pero lo que iba de viaje le había dejado yacomo secuela una tan inevitable como reflejamaneradecomportarse.

Al Mayor le gustaba aquel género de vidavegetativa que llevaban en casa del pariente.De mañana comían apio, por la nochecompota, y, entretanto, otras cosas, despuésdelocualseacostabanadormir.VergesobabaaJoséphine,yJoséphinesedejabasobar.

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Cuando llevaban tres días con semejanterégimen, se les anunció que el vino estaba yapreparado.Vergecomenzabaasentirseharto.Por el contrario, la moral del Mayor eraexultante, y apenas si recordaba la existenciade cierta familia Bison que, en Saint-Jean-de-Luz, debía estar durmiendo al aire libre enesperade la llegadadelMayor y de las llavesdelapartamento.

Tras hacer sitio en el maletero posterior delautomóvil, colocó adecuadamente en él elbarrilitodevino.

Cuando todos se hubieron despedido delpariente de Verge, el Renault cayóanimosamente sobre Saint-André-de-Cubzac,giró a la izquierda hacia Libourne y, por undédalo de carreteras secundarias, dejandoatrás Branne, Targon y Langoiran, llegó hastaHostens.

Había transcurrido exactamente una semanadesdequesalierande laRueCoerdeLion.EnSaint-Jean-de-Luz, alojada desde hacía cincodíasenunahabitaciónencontradapormilagro,lafamiliaBisonseimaginabajubilosaalMayor

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tras los sólidos barrotes de una prisiónprovincial.

En aquellos mismos instantes yrepresentándose mentalmente, a su vez, tandesagradableescena,elMayorpisóafondoelacelerador,conloqueelRenaultseencabritóyalmagnetoledioporexplotar.

Untallerselevantabaaunoscienmetros.

—Dispongo de un magneto completamentenuevo—dijoelmecánico—.Se lo instalaré.Lecostarátresmilfrancos—terminóanunciando.

Tres minutos exactamente empleó en lareparación.

—¿No preferiría que le pagara con vino? —preguntóelMayor.

—Gracias, pero no bebo más que coñac —respondióelmecánico.

—Escuche—dijoentonceselMayor—,soyunapersona honrada. Voy a dejarle en prendamidocumento de identidad y mi cartilla deracionamiento. El dinero se lo enviaré desdeSaint-Jean-de-Luz. No llevo nada encima en

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este momento. Unos maleantes me handesplumado.

SeducidoporlaseducadasmanerasdelMayor,elmecánicoseavinoalarreglo.

—¿Por casualidad no tendría un poco degasolina para mi mechero? —preguntó elMayor.

—Coja usted mismo del surtidor la quenecesite—respondió elmecánico. Y semetióen la oficina para guardar los papeles de sucliente.

Éste, entretanto, cogió veinticinco litros, queeranlosquenecesitaba,yvolvióadejarlotodocomosinadahubieraocurrido.

Levantó los ojos… A lo lejos, por detrás delcoche,seacercabandosagentesenbicicleta.

Amenazabatormenta.

—¡Subiddeprisa!—ordenóelMayor.

El transmisor crujió. El Mayor arrancólentamente y se lanzó a campo traviesa, enlínearectahaciaDax.

Enelretrovisor,losgerdarmesnoeranyamásqueunpunto,peroapesardelosesfuerzosdel

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Mayor aquel punto no desaparecía. Derepente,antelosviajeros,aparecióunacolina.El automóvil la abordó como una tromba.Llovíaacántaros.Losrelámpagosenviscabanelcieloconpegajososresplandores.

La colina, creciendo paulatinamente, seconvirtióenmontaña.

—¡Habráquesoltarlastre!—dijoVerge.

—¡Jamás! —respondió el Mayor—. Lapasaremos.

Pero el embrague patinaba y un acre olor aaceite quemado subía desde el suelo delautomóvil.

Ante los ojos del Mayor, por desgracia,aparecióunagallina.

Frenóen seco.Elautomóvildiounavueltadecampanayvinoacaerjustosobrelacabezadelainfortunadavolátil,quemurióenelacto.Porfin, quedó inmóvil. El Mayor, finalmente,triunfaba. Pero en pago tuvo que entregar alcampesinoqueacechabaen lasproximidades,oculto en un hoyo ad hoc, como diría JulesRomains, los tres últimos kilos del azúcar deVerge.

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Comono podían llevarse la inutilizable gallina(queencogíaamarchasforzadasconlalluvia),lanzóunoscuantosalaridosderabia.

Pero lo peor era que no podía arrancar denuevo.

El embrague gritaba de dolor, y todos loscárteres del motor parecían a punto deromperse.LavibracióndelasaletasllegóasertanintensaqueelRenaultselevantódelsuelozumbandoysubióagulusmearunacatalpaenflor.Peroloqueesavanzar,nohabíaavanzadoniunpaso.

Enel retrovisor,elpunto sehaciamásgruesopor instantes. ElMayor se ató al volante conunacorrea.

—¡Ellastre!—gritó.

Vergearrojóalexteriordosdelosmagnetos.Elcochetemblequeó,perosiguiósinmoverse.

—¡Suelta más! —rugió el Mayor con vozdesgarrada.

Verge echó entonces al exterior hasta sietemagnetos,unodetrásdeotro.Elautomóvildioun terrible salto hacia delante y, entre un

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horrísono estruendo de lluvia, granizo ymecánica,trepódeuntirónlacolina.

Los gerdarmes habían desaparecido. ElMayorse secó la frente y procuró conservar laventaja. Dax y Saint-Vicent-de-Tyrosse sesucedieron.

EnBayonnepudieronver,desdebastantelejos,un control de policía. El Mayor se agarró alclaxon, y alpasarpordondeestaba instalado,hizolaseñaldelaCruzRoja.Losgendarmesnisiquiera se dieron cuenta de que, habiendosido educado por una institutriz rusa, sesantiguaba al revés. Y es que en la parte deatrás, para dar ambiente al asunto, Vergeacababa de desnudar a Joséphine y le habíaarrollado la combinación alrededor de lacabeza como si se trataradeuna venda. Eranlas nueve de la noche. Los gendarmes leshicieronseñasdequepasaran.

Una vez salvado el control, el Mayor sedesvaneció,yluegorecobróelsentidodejandoen un mojón kilométrico uno de losparachoques.

LaNégresse…Guétary…

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Saint-Jean-de-Luz…

El apartamento de la abuela, en el númerocincode la RueMazarin…Era completamentedenoche.

ElMayordejóelcochedelantedelapuertaylaechó abajo. Se acostaron, agotados, sinhabersedadocuentadelanopresenciadelosBison.Pordecirverdad,éstossehabíanechadoatrás ante la perspectiva de tirar abajo lapuertadelapartamentoenelquetendríanquehabersealojado.En lugardeelloprefirieron irpreparandouna calurosabienvenida alMayoren la sórdida cocina con catres superpuestosqueconsiguieronqueselesalquilaseacambiodemilfrancosdiarios.

Al amanecer, el Mayor abrió los ojos. Trasdesperezarse,sepusolabata.

En la otra habitación, Verge y Joséphinecomenzaban a despegarse el uno del otroechándoseencimauncubodeaguacaliente.

El Mayor abrió la ventana. Había seisgendarmes ante la puerta. Y estabanmirandosucoche.

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Alverlo,elMayorsetragóunadosismasivadealgodón pólvora que, por fortuna, no llegó aexplotar, porque cuando la hubo digerido porcompleto, le pareció completamente normalque hubiera agentes de vigilancia ante lacomisaría de policía, sita precisamente en elnúmeroseisdelaRueMazarin.

PerosuautomóvilterminóporserleconfiscadofinalmenteenBiarritz,ochodíasdespués,justoenelmomentoenquecomenzabaaestrecharamistad con un comisario, notablecontrabandista, que tenía sobre su concienciala muerte de ciento nueve aduanerosespañoles.

FIN

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