Las Formas de La Memoria

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LAS FORMAS DE LA MEMORIA Allí está almacenado también todo lo que construye nuestra mente, sea aumentado, sea disminuyendo, sea modificando de cualquier modo los objetos que percibieron los sentidos, y cualquier otra imagen allí depositada y guardada, que no haya sido aún borrada y sepultada por el olvido. San Agustín, CONFESIONES, II, 2 Introducción “A nadie le está dado abarcar en un solo instante la plenitud de su pasado” dice Borges. El pasado se escapa en la dirección contraria en la que vamos. Cada día el pasado se hace más grande y huye más rápido, de modo tal que capturarlo en su totalidad es una tarea imposible. Del pasado no queda nada, salvo su memoria que puede asumir distintas formas: un rostro en una moneda, un nombre en una enciclopedia, y aún, las páginas de una novela. El propósito de esta monografía es indagar en la novela Las cartas que no llegaron de Mauricio Rosencof las formas que asume la memoria, sus diversas manifestaciones y los distintos procedimientos que el autor utiliza para construirla. Asimismo se intentará responder una pregunta: ¿constituye la literatura un dispositivo contra el olvido?

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LAS FORMAS DE LA MEMORIA

Allí está almacenado también todo lo que construye nuestra mente, sea aumentado, sea disminuyendo, sea modificando de cualquier modo los objetos que percibieron los sentidos, y cualquier otra imagen allí depositada y guardada, que no haya sido aún borrada y sepultada por el olvido.

San Agustín, CONFESIONES, II, 2

Introducción

“A nadie le está dado abarcar en un solo instante la plenitud de su pasado” dice

Borges. El pasado se escapa en la dirección contraria en la que vamos. Cada día el

pasado se hace más grande y huye más rápido, de modo tal que capturarlo en su

totalidad es una tarea imposible. Del pasado no queda nada, salvo su memoria que

puede asumir distintas formas: un rostro en una moneda, un nombre en una

enciclopedia, y aún, las páginas de una novela. El propósito de esta monografía es

indagar en la novela Las cartas que no llegaron de Mauricio Rosencof las formas que

asume la memoria, sus diversas manifestaciones y los distintos procedimientos que el

autor utiliza para construirla. Asimismo se intentará responder una pregunta:

¿constituye la literatura un dispositivo contra el olvido?

Limitaciones de la memoria

En la novela Las cartas que no llegaron de Rosencof, la memoria se nos

presenta quizá de la única forma en que puede aparecer, fragmentada, dispersa, con

lagunas. El tiempo es el que va creando esos espacios de olvido, esos territorios vacíos,

que abundan en el texto. Algunos personajes (pág. 40), algunos detalles (pág. 12) ya

pertenecen definitivamente al olvido y el narrador lo confiesa con naturalidad, casi con

resignación. A partir de ese momento el ejercicio de la memoria presentará distintas

manifestaciones, la primera será la acumulación. En la primera parte de la novela el

narrador recoge todo los recuerdos posibles, sin ningún orden aparente, y los acumula

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en un conjunto. Esta acumulación, sucesiva en el texto, no siempre respetará la

linealidad rigurosa de la cronología. Antes bien, será un conjunto deliberadamente

fragmentado que representa la memoria del narrador en su estado inicial. La primera

manifestación de la memoria es caótica. En esa acumulación habrá espacios en blanco,

habrá olvido inexorablemente. Esto crea en el narrador una necesidad de memoria, un

deseo de recuperar lo perdido. Leo en la página 69: “...quiero saber más, (...) quiero

más memoria...”, y en la 72: “...tenemos que hablar todo lo que nunca todo lo de ahora y

lo de antes”, o en la 86: “...voy a salir en cualquier momento (...) para que me cuentes

todo lo que me tenías que contar; que tengo una lista así de preguntas, de qué leías, de

qué otra novia, de si en la guerra le tiraste a alguno y de cómo era tu papá...”. Hay una

fuerte necesidad de memoria en los fragmentos de la novela que es al mismo tiempo una

batalla librada contra el olvido. Recuperar/recordar las cosas del pasado, tenerlas en la

memoria es una forma de mantener aún con vida a aquellos personajes ausentes, olvidar

en la novela es sepultar definitivamente a los personajes en los espacios en blanco. De

ahí proviene la necesidad del narrador de recobrar a través de la memoria a su padre, a

su madre, a su hermano, y también su casa, su barrio y sus amigos. Toda la novela es

una apelación a la memoria, un intento por llenar los espacios vacíos que la

acumulación caótica de recuerdos no puede llenar.

Desde el comienzo la novela nos da la idea de que la apelación a la memoria

para reconstruir el pasado es limitada por dos motivos principales. El primero es el

carácter imperfecto de la memoria, llena de vacíos y con grandes zonas de olvido que

para el narrador es imposible reponer. Él llega a preguntarse “¿Cómo era la risa de

mamá?” (pág.71) y lo que sigue inmediatamente es un espacio vacío, un espacio en

blanco que responde a su pregunta con elocuencia. En otra parte explica por qué

escribe: “¿Y por qué te escribo hoy todo esto, Viejo? No sé. Tal vez para decirte lo que

me acuerdo (...) para que veas lo poco que sé...” (pág. 69). Poco es lo que guarda la

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memoria y mucho lo que el olvido se lleva. El segundo motivo es el carácter selectivo

de la memoria que responde menos a la voluntad que a complejos mecanismos

psicológicos. En este sentido el narrador nos da muestras de esa memoria selectiva en

varios pasajes de la novela, donde utiliza la frase “me vino” (páginas 83 y 100) que

funciona como un indicador de selección involuntaria. El narrador no recuerda aquello

que desea, sino aquello que surge de la psique impulsado por algún estimulo externo o

interno que el narrador no puede controlar. Así emergen de la memoria recuerdos

insospechados por el narrador, totalmente inesperados.

De modo que la primera manifestación del ejercicio de la memoria como

conjunto fragmentado de recuerdos es insuficiente para reconstruir el pasado perdido,

dado su gran permeabilidad al olvido y su carácter selectivo, que la hace poco confiable

ya que el narrador no puede controlar esos mecanismos psíquicos. Para salvar estas

limitaciones de la memoria como acumulación el narrador recurre a una serie de

procedimientos muy variados.

Personajes y cosas

En muchos pasajes de la novela el narrador resume o sintetiza varios objetos en

un personaje. Leo en la página 121: “Y con vos, mamá, me pasa como con la casa. Yo

pienso en el patio y es como si pensara en vos o te viera a vos. Vos eras el patio. El

patio y la cocina (...) Vos sos, en mi memoria, el aroma del tuco y las cretonas, vos sos

la casa, mamá....”. El procedimiento consiste en agregar un plus de complejidad al

personaje de la madre expandiéndolo hacia las cosas, los objetos que la rodean,

resignificándolos. El patio, la casa, la cocina dejan de ser meros lugares físicos y se

integran al personaje, lo componen y lo completan. El personaje se unifica con las cosas

y en el espacio de la memoria forman una entidad de doble e inseparable naturaleza. De

este modo el narrador recupera, a través de este procedimiento, un recuerdo más “vivo”

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del personaje de la madre que es inseparable de la cocina, de la casa, del patio, y al

mismo tiempo recupera el recuerdo de la cocina, la casa y el patio con los que está

identificada la madre. Se trata, como podemos ver, de un procedimiento de acción

recíproca. Lo mismo ocurre con el personaje del padre y la máquina de cocer, la

escritura de cartas, el té, el tintero, etc. También es posible que esta síntesis se dé en un

nombre, por ejemplo cuando el padre grita el nombre de la madre, el narrador dice: “...y

papá gritó, en ¡Rosa!, Todos los nombres, todos los nombres que faltaban (...), el

nombre de mamá era todos los nombres: hermanos, hermanas, mámele y tátele, los

búbeles y los sobrinos...”(pág. 76). Aquí el nombre de la madre sirve para unificar y

sintetizar en un solo llamado todos los nombres de los ausentes. Un solo nombre trae a

la memoria una multitud de recuerdos, de rostros ausentes.

También es posible que se de este procedimiento en forma inversa. Las cosas

sintetizan personajes. Por ejemplo, el barrio. El barrio es la farmacia de Anita

Panizzolo, es don Evelio, es Fito, es el Lalo de la calle Santiago de Chile, es el “señor

que viene con una caja que le da manija y sale música”, es el cartero, etc. El barrio se

expande a todos los personajes y completa su composición con ellos. En la memoria del

narrador son inseparables. Este procedimiento de síntesis de personajes y cosas permite

reconstruir el pasado unificando los recuerdos de los personajes con sus hábitos y

pertenencias, y deja implícita la idea de que los personajes existen también en las cosas

y viceversa.

Esta manifestación de la memoria presenta un principio de orden. Ya no se trata

de una acumulación caótica sino de una focalización del recuerdo en determinados

personajes y podría decirse que funciona casi como una clasificación: madre-casa,

padre-máquina de cocer, etc. Es un ejercicio de la memoria más detallado y más

especifico.

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Fotos

En el texto las fotografías aparecen de dos maneras, como recuerdos y como imágenes.

En el transcurso de la novela las fotografías son recuerdos poco claros de un pasado no

vivido. El narrador dice: “Mi mamá tiene una pila de fotos (...) en una caja de

zapatos...” (pág. 25). En otro lado dice: “...mi búbele desconocida, solo conocida en las

fotos borrosas de la memoria, y que yacía, como la memoria, en una caja de zapatos”

(pág. 77). Las fotos, el recuerdo de las fotos, son la imagen de los ausentes. Los rostros

que aparecen allí son desconocidos, son personajes ya lejanos en el tiempo y el espacio,

que llegan al narrador a través de imágenes. Las fotografías encierran la memoria de lo

no experimentado, del tiempo entes de nacer, de los personajes que vivieron antes que el

narrador. En el recuerdo de las fotos están las raíces y el origen lejano. Se trata de un

recuerdo borroso e impreciso, en el texto se compara la memoria con la caja de zapatos

que contenía las fotos, reforzando así la idea de recuerdo precario.

Sin embargo, esos recuerdos borrosos de mujeres, de hombres, de lugares, que

en la novela adquieren un rasgo casi fantasmal, aparecen en el final de la novela como

imágenes precisas. Me refiero al conjunto de fotos que cierran la novela. Esas imágenes

son para el lector definiciones definitivas de los rostros que en la novela aparecen en

forma difusa, con lo cual se produce un doble movimiento: lo que en la novela es

borroso, en las imágenes finales se torna definido y preciso. Estas dos formas de la

fotografía, como recuerdos y como imágenes, colaboran para construir la memoria del

narrador. Podría pensarse que las fotos que cierran la novela sirven para afirmar y

definir los recuerdos que aparecen dispersos y borrosos en la narración.

Las fotografías son manifestaciones de la memoria en sí mismas. Son objetos

que crean memoria. Las fotos están constituidas por memorias y son al mismo tiempo

fragmentos de la memoria. Estas dos formas en que aparecen las fotos en la novela,

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como recuerdos y como imágenes, son en realidad una sola manifestación de la

memoria que integra el recuerdo y el acto de recordar.

Huellas

Otra forma de recuperar el pasado y construir la memoria es volver en busca de

las huellas dejadas por los mayores. Se trata de regresar a los lugares en donde

estuvieron los personajes en el pasado, andar por donde ellos anduvieron, buscar sus

nombres y encontrar en los lugares sus huellas.

Lo primero que podemos decir es que a esos lugares se llega inevitablemente

tarde, luego de transcurrido el tiempo. El narrador dice: “Yo estuve en Belzitse, (...)

infinitamente mucho después del día en que mamá y León subieron a un carro rumbo

a ...” (pág. 90), y luego dice: “Fui al stetale en busca de alguna huella.” (pág.91). Pero

lo cierto es que poco o nada queda allí de los personajes y se hace necesario una

búsqueda minuciosa de sus rastros. Las huellas borradas constituyen otra forma de

olvido relacionada con la ausencia, el vacío. Se trata de un olvido diferente al vacío en

la memoria porque en este caso el narrador sabe que los personajes estuvieron en esos

lugares, sabe que su madre estuvo en Belzitse, no hay un espacio en blanco en su

memoria. Aquí se busca comprobar esa memoria a través de las huellas. Por eso el vacío

de huellas es una forma del olvido no del narrador sino de ese pueblo, podríamos decir

del mundo, que no tiene rastros de esos personajes. La ausencia de huellas, el vacío, es

una negación del pasado de esos personajes, es la negación de su existencia. De modo

que el narrador encuentra lo opuesto a lo que buscaba: quiere memoria, encuentra

olvido.

Su búsqueda continúa en Auschwitz, busca su nombre en las valijas apiladas en

las vitrinas enormes, va a Varsovia y busca su nombre en una guía telefónica, busca en

las calles algún rastro, alguna huella, alguna “raicilla de procedencia”, intenta ir a

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alguna sinagoga para buscar su nombre en el cementerio, habla con un hombre que le

dice que un hombre rengo conoce su nombre; rastrea y recoge todos los datos que puede

para afirmar con hechos los recuerdos de la memoria, para darle a los hechos un espacio

en la memoria.

El pasado de los personajes ausentes constituye el pasado del narrador. Leo en la

página 98: “...sentí algo de retorno, las ganas, tal vez, de encontrar por ahí alguna

raicilla de procedencia, algo de antes, de mi antes, del tuyo...”, en otra parte leo: “Fui a

buscar esos pasos, Viejos. Yo fui por tus pasos, por los míos, por nuestras huellas. Y

volví con las manos vacías...” (pág. 96).

Es decir, la búsqueda de las huellas de los ausentes es una búsqueda de las

huellas propias. Reconstruir aquel pasado a través de los rastros dejados es una forma de

construir la identidad propia. De modo que este proceso de elaboración de la memoria

responde a la necesidad del narrador de saber quién es. Esta necesidad queda explícita

en un recuerdo de su niñez: “Y yo ahí, papá,(...) creo que estaba cerca pero, como

excluido pero integrado (...), yo era uno que era del todo pero raro, yo era raro, no era

León ni como León, ni como vos, ni como mamá, ni como todos los de allá, los que

eran y los que ya no (...) qué carajo era yo, papá (...), cómo hago para explicarles que

quiero ser parte sin más vueltas, que quiero ser del todo” (pág. 93-94). La diferencia del

narrador de no ser como León, o el padre, o la madre, o los otros, lo lleva buscar su

identidad en la memoria de ellos; dicho de otro modo, dado que es diferente ante ellos el

narrador busca su identidad en ellos, para ser parte, para ser del todo.

Esta manifestación de la memoria se presenta como una búsqueda de la

identidad propia, como un constituyente del ser. La idea que propone la novela es que

en el pasado inmediato y lejano está la configuración de los personajes. La búsqueda de

las huellas de los otros construye las huellas de uno mismo. Se trata, este modo, de

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recuperar de las cenizas del olvido la memoria de los ausentes que es una forma de

recuperar la memoria y la identidad propia.

Sin embargo, de esos lugares vuelve “con las manos vacías”, no encuentra nada,

ninguna huella, lo único que hay es vacío. Lo que muestra la novela entonces, como

respuesta a ese vacío es otra forma de construir la memoria. Se trata de llenar esos

espacios vacíos con la imaginación, se trata de construir escena ficcionales, posibles,

conjeturables, tomando el vacío como escenografía. Este procedimiento se repite mucho

en la novela, por ejemplo en la página 92: “...Fui a la vitrina donde había una montaña

de brochas de afeitar y tal vez alguna enjabonó el rostro del abuelo o del tío...”, o en la

página 101: “...en esa tienda o en una igual, vos o mamá, León tal vez, habrían entrado

para comprar lo que yo compré...”, o en la página 102: “...por aquí nomás seguramente

está/estaba la sastrería del tío donde un día llegaste harapiento (papá)...”, o en la página

105: “Y yo siento algo: “Acá estuvieron, acá están”.

A través de este procedimiento el vacío es llenado por la imaginación, por la

conjetura, por incipientes ficciones que finalmente construyen la memoria del narrador.

Ficciones en la memoria

Otra forma de construir la memoria que presenta la novela es a través de

procedimientos literarios tradicionales1 que sobresalen en el texto y se destacan por su

importancia.

El primero que mencionaré es el relato heroico. El narrador construye una

narración ficcional a partir de los hechos de la “realidad histórica”. Narrará entonces al

personaje de su hija Las hazañas del Sastrecillo Valiente que se enfrentará “a los

enemigos, los malos, gigantes y dragones con brazaletes de la SS”, que quiere decir

“Somos Sucios”. El héroe de estos relatos responde a un género específico y se

1 Los anteriores puntos también presentan procedimientos literarios, pero ante la necesidad de distinguir éstos de los otros, he tenido que llamar a estos “tradicionales” solo para asignarles un nombre y sin ninguna otra connotación.

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identifica con otros héroes enmascarados, de identidad oculta. A través de este tipo de

relato el narrador crea un dispositivo ficcional diferente a los otros porque transforma

deliberadamente los hechos colocándolos en un nivel literario. El propósito de la

narración es crear una primera memoria de los hechos atroces en la niña.

En otra parte de la novela el procedimiento es la parábola. El narrador habla de

los salmones “que saltan la cascada en contra, que trepan cataratas a pura voluntad y

coletazo, (...) se los comen los osos, los zorros, el aire, se asfixian, se pudren al sol (...)

pero ellos ahí van año tras año, siempre.” (pág. 102).

Después el narrador coloca en un mismo nivel al hombre y al salmón: “...qué

extraña corriente nos lleva, hombres y salmones (...) a rastrear el punto de partida,

cuando el pescado puede elegir otro remanso para incubar, y uno, que ya sabe que viene

de ahí, para qué ir ahí. Pero ahí van, salmones y hombres.” (pág. 103). A través de la

parábola el narrador ilustra la necesidad y la voluntad de volver al lugar de origen.

En otra parte de la novela se utiliza la metáfora. El narrador dice: “la memoria es

como una hoguera” y habla de los hombres primitivos que veneraban el fuego, el Tótem

y la memoria. Lo más destacado de la metáfora (que incluye una mención de En busca

del tiempo perdido, de Proust) figura en la pagina 158, allí el narrador dice: “(las)

historias las contaban en torno al fogón, como los gauchos. Tejían realidades, leyendas,

tragedias, historias, poesía. El fuego se las inspiraba, se las guardaba, las memorias se

concentraban en la hoguera que, a su vez, los inspiraba: (...) vamos a contar, sentarnos,

recordar. Las llamas en las pupilas avivan las memorias (...) hay memorias pequeñas y

ardientes (...), y las otras, papá, que se conservan bajo las cenizas de los años, de tantos

años, rescoldos y rescoldos que duermen. Pero no se apagan, Viejo. No.” (pág. 158-160)

La metáfora del fuego y la memoria es muy eficaz para ilustrar el carácter plural

de los recuerdos, para mostrar que la memoria se construye en los grupos, en las

familias, en los pueblos, a través de leyendas, cuentos, poesía, es decir, literatura, pero

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también de realidades, historia y tragedias; la metáfora ilustra cómo la memoria es un

ejercicio para las generaciones viejas y nuevas que tienen la responsabilidad de no dejar

dormir en las cenizas los hechos atroces. El narrador concluye la metáfora diciendo que

la memoria es una llama que no se apaga, es decir que la memoria prevalece.

Estas ficciones manifiestan la memoria como creaciones, como artificios creados

para conservar los recuerdos, para explicar la necesidad de recordar y para definir la

memoria.

Reflexiones finales

La posición final de la metáfora del fuego y la memoria es deliberada. Allí

aparecen cifrados de manera sutil los recursos que el narrador ha utilizado a lo largo de

la novela, los cuales se señalan más arriba. La metáfora funciona como una síntesis de

los recursos utilizados para construir la memoria.

El recurso de expandir los personajes a las cosas, a los objetos, está presente en

la mención que el narrador hace de En busca del tiempo perdido de Proust; allí se hace

referencia a un hallazgo arqueológico de una tribu de galos con cráneos hundidos que

habían sido derrotados. Junto a ellos se encontraron piedras talladas meticulosamente

partidas. Esas piedras talladas eran emblemas de los galos, eran el referente de su

memoria, y fueron partidas, el narrador así lo explica: “...no bastaba con matar los

cuerpos, los cuerpos seguían viviendo en la memoria , la memoria estaba en las piedras

talladas, había que quebrar las piedras para quebrar todo recuerdo.” (pág. 159). La idea

de que las personas están también presentes en las cosas , y que en las cosas subsiste la

memoria de las personas, es la misma que el narrador utiliza para referirse al personaje

de la madre; el personaje se expande hacía las cosas que lo rodean y con ellos completa

su configuración. En la memoria los objetos y los personajes son una unidad.

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Las fotografías como imágenes y recuerdos están presentes en la figura del

tótem al que el narrador hace referencia en la metáfora: “El Tótem es, básicamente, la

remisión al acto memorable...” (pág. 158) El tótem es la figura que mantiene activa la

memoria. Sus grandes dimensiones le permiten estar siempre a la vista, siempre

presente, imposible de olvidar. Es una figura que es memoria en sí misma, del mismo

modo funcionan las fotografías. Son actos de memoria que se activan con solo verlas.

Durmiendo en las cenizas están las huellas del pasado. En las cenizas hay que

buscar las raíces de los ausentes, en las cenizas hay que rastrear los pasos que fueron

dados por los mayores. Las cenizas son en la novela los lugares del horror, los lugares

vacíos de huellas. Allí yace dormida la memoria. Sólo hay que buscarla y despertarla,

encontrar las huellas, llenar los vacíos.

La metáfora dice que en torno al fuego se tejían leyendas, poesía, tragedias, etc.

Ese espacio es el de la ficción. El relato heroico, la parábola, la metáfora, son los

recursos ficcionales para mantener la memoria, para recordar. Finalmente, la literatura

como escritura puede considerarse como un acto de memoria. Toda escritura remite a un

pasado y a una tradición (p. 161). El narrador recuerda a su padre escribiendo, lo

recuerda sentado, con el tintero, con la taza de té; la escritura también es una forma de

la memoria, en los caracteres de la novela está presente el pasado y la tradición de

escribir. Pero también en los vacíos hay memoria. Cuando el narrador habla de las

cartas que le permitían escribir cada 15 días, dice: “...la gente del barrio está, en las

líneas no escritas y tantas veces tachadas.” De modo que la novela es un acto de

memoria por lo que cuenta y por lo que no cuenta, por lo que dice en su prosa y por lo

que calla en los espacios en blancos (vacío que conforma otro modo de decir).

Surge la idea, entonces, de la literatura como dispositivo para preservar la

memoria. La novela puede funcionar como un artefacto que genera memoria, como el

tótem, como las fotografías, como las piedras talladas de los galos, como un conjunto de

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recuerdos, como un conjunto de procedimientos literarios, como un registro de tradición

escrita, pero todo al mismo tiempo, en un hecho, en un libro. La literatura escrita y

hecha libro tiene el poder de conservar y crear la memoria. La novela de Rosencof

propone esta idea y es manifestación de esta idea.

Todas las formas que asume la memoria, todos los procedimientos del narrador

para construir la memoria, constituyen la novela y la novela no es otra cosa que ese

fuego ancestral que trasciende las generaciones y que conserva la memoria de las

generaciones, la novela es la memoria y el fuego y es el narrador diciendo que la

memoria es como un fuego que no se apaga.

2003

Bibliografía

Rosencof, Mauricio: Las cartas que no llegaron, Alfaguara, Uruguay, 2000, 7ª edición 2001

Borges, Jorge Luis: La memoria de Shakespeare, Alianza Editorial, Barcelona, España, 1995

San Agustín: Confesiones, Longseller, Buenos Aires, Argentina, 2000