Las especies humanas -...

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LA NACION, domingo 15 de agosto de 1999 Las especies humanas Este artículo es un anticipo de un libro que el Dr. Claudio Gutiérrez está escribiendo sobre un nuevo hu- manismo para el siglo XXI. L eo en La Nación del día en que co- mienzo a escribir este artículo que la NASA ha incluido entre sus pro- yectos importantes una búsqueda siste- mática en el espacio por signos de inteli- gencia extraterrestre. Agrega la noticia CLAUDIO GUTIÉRREZ que tal empeño busca confirmar empírica- mente la convicción de los astrobiólogos de que en la vasta extensión del universo se cum- plen más de una vez las condiciones que hacen forzosa la aparición de la vida y su evolución hasta organismos dota- dos de inteligencia. Pe- ro si todavía no tene- mos una prueba empí- rica de que no somos la única especie in- teligente en el espacio, no sucede lo mis- mo en el tiempo. Sabemos hoy que hace solo cuarenta mil años convi- víamos en la misma región con una especie humana que no era antece- sora nuestra: el hombre de Neandertal, que pobló Europa mucho antes que noso- tros. ¿Qué tiene esto que ver con el huma - nismo? Si entendemos la palabra como referente a los estudios de ar- te, literatura, filosofia, y disci- plinas por el estilo, ¡muy po- co! Pero si entendemos "hu- manismo" como reflexión del hombre sobre sí mismo, sobre su identidad, origen, misión o responsabilidades, ¡muchísi- mo! Para comenzar, podemos ver claramente que muchas concepciones tradicionales so- bre lo humano quedan con- tradichas, por ejemplo la que entiende a la humanidad co- mo una criatura única conce- bida desde la eternidad como pináculo de la creación. Por otra parte, la existencia en el pasado de otras especies hu- manas que dejaron de existir, subraya un aspecto de nues- tra condición que tendemos a reprimir: el carácter fortuito y frágil de nuestra presencia en el planeta y la posibilidad muy real de que, por motivos aleatorios naturales o por propia irresponsabilidad, po- damos cualquier día seguir a las otras especies humanas en su hundimiento total en simples vestigios fósiles. Pero contemos la historia en or- den. Nuestra presencia en el planeta Tierra es frágil y fortuita: somos, como especie, mortales razas humanas. Hoy sabemos que las co- sas sucedieron de modo distinto. En el caso de los europeos modernos --por ejemplo--, la forma del cráneo y las medi- das de los huesos de las extremidades, así como el fechado de los fósiles respec- tivos, indican que no evolucionaron a partir de neandertales sino de una po- blación que llegó a remplazarlos. Incluso existen análisis recientes de ADN obte- nida de un fósil neandertal que parecen confirmar esta tesis. Este hombre de Neandertal --llamado así porque sus pri- meros cráneos fueron encontrados en el Valle del Neander, Alemania-- ocupó par- tes de Europa y el Cercano Oriente, de hace unos 200.000 hasta unos 30.000. Habitó desde Gales hasta Gibraltar y desde Moscú hasta Uzbekistán. Fósiles encontrados en Kebara, Qafzeh y Skhul, en Cercano Oriente, demuestran que coexistió en una misma región con sa- piens sapiens por largo tiempo, entre 90.000 y 40.000 años atrás, sin mezclar- se con él. Esta evidencia resultó devasta- .- .. -- Cuatro especies humanas. Pode- dora para la teoría que consideraba al mos considerar como primera especie hu- neandertal como antecesor nuestro. mana madura al Homo erectus. Con cere- Rasgos en común. Intentemos una bro ,grande y dientes pequeños, emergió semblanza de esos "primos" nuestros, los en Africa hace unos 1.700.000 años. Es el mejor conocidos de nuestras especies pa- primer primate dotado de posición erecta ralelas, comparándolos con nosotros. Te- y bipedismo, con pulgares oponibles, en nían cerebro de mayor tamaño y cuerpo explorar y ocupar el resto del mundo y más pequeño, de donde concluimos que domesticar el fuego. Tenía ya el don de la su capacidad intelectual habría sido palabra, a juzgar por la huella en el crá- igual o superior a la nuestra. De cuerpo neo de la región cerebral que capacita pa- sólido y huesos gruesos, estaban comple- ra el lenguaje. Pobló Europa, China e In- tamente adaptados al frío, a diferencia donesia hace unos 1.500.000 años, donde qe nosotros, recientes emigrantes del evolucionó con el tiempo hacia los hom- Africa. Habrían sido probablemente me- bres de Neandeftal, Pekín y Java, respec- nos sociables y conversadores. Con fami- tivamente. En Africa se transformaría en lias nucleares muy unidas, sus redes de Homo sapiens. Así, en esa época existie- apoyo más allá de la familia serían más ron en la tierra simultáneamente al me- bien débiles. Tenían menos movilidad nos cuatro especies humanas distin- dentro de su ambiente, rasgo que even- tas, de todas las cuales tenemos restos fó- tualmente les resultaría fatal, pues su siles. De ellas solo sobrevivió, como hom- vida sedentaria y aislada contrastaba bre moderno, una variedad de la especie con la de sapiens sapiens que había lo- africana: Homo sapiens sapiens. grado contra. pla- Durante un tiempo se creyó que los ga,s por su en la.s vestigios de esos cuatro ''hombres" corres- margenes del Me?iterraneo. qaso pareci- pondían a .• tierrasame, ricanas por los españoles, y consecuen- cias similares: es posible que la extinción de los neandertales fue causada por su falta de anticuerpos para resistir las en- fermedades que contraerían al entrar en contacto con nosotros. Por lo demás, habríamos tenido mu- chos rasgos en común: cerebros grandes, postura erecta, infancia larga, hábito de comer carne, posesión del fuego, capaci- dad para construir herramientas y ha- blar, culto a los muertos, incluso sensibi- lidad artística. No se han encontrado pinturas neandertalenses, pero sí un ins- trumento de música (flauta, en una cue- va de Europa Central); en cambio, no hay vestigios de arte musical en relación con nuestros antepasados de esa época, aunque sí muchas y magníficas pinturas rupestres. El cerebro neandertal era cha- to en la cima y reducido en la frente, abultado en los lados y atrás, de donde puede concluirse que nuestro "primo" te- nía capacidad visual mayor (lóbulo occi- pital amplio) combinada con menores do- tes para el planeamiento (lóbulo frontal reducido). Habría sido así mejor observa- dor que estratega, más eficaz en reaccio- nes inmediatas que en acciones de largo plazo. Los investigadores piensan que fuera un trabajador empeñoso pero con poca inclinación por la exploración o el comercio. Por ejemplo, nunca construyó embarcaciones. Compartió con nosotros un mismo nivel tecnológico, con proba- bles transferencias culturales durante la coexistencia de las dos espe- cies en un mismo territorio. Pero tratándose de especies diferentes, es claro que no pudimos haber tenido inter- cambios genéticos. Ausencia de un gran designio. Nos impacta el hecho de que una especie se- mejante a la nuestra, dotada de lenguaje, capacidad técni- ca y apreciación artística, haya desaparecido totalmen- te de la faz de la tierra. Sin embargo, la extinción de es- pecies es la regla, no la ex- cepción, en el mundo biológi- co. "Por cada especie viviente hoy, cien otras existen conge- ladas en los sedimentos roco- sos de la tierra", nos recuer- da E. Harth. Las especies humanas de esa época se ex- tinguieron en proporción de tres sobre cuatro, si inclui- mos al hombre de Java y al hombre de Pekín. Lo cual nos deja una sobria lección: así como hemos emergido de la naturaleza podemos de nuevo disolvernos en ella. Hemos sabido desde siempre que somos, como individuos, mortales; es importante que hoy la ciencia nos diga que también lo so- mos como especie. El destino de las especies humanas extintas pone en evidencia la ausencia de un gran designio --natural o sobrenatu- ral-- para la creación del ser humano y subraya más bien que nuestra aparición y supervivencia han sido producto del azar. El hecho es que fuimos más afortu- nados que los neandertales y por lo me- nos otras dos especies humanas más. Técnicas de análisis comparativo de ADN, aplicadas a poblaciones humanas actuales, sugieren que también nosotros estuvimos cerca de extinguirnos por lo menos una vez, hace unos 100.000 años. Salimos ilesos de esa crisis y fue quizás ese trauma lo que nos impulsó hacia la modernidad genética y la descomunal aventura de poblar la tierra con nuevos seres parlantes que compensarían con creces la extinción de las otras especies. La gran diáspora huDJ.ana. Hace cien mil años gran parte de Africa esta- Paea a · 11

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LA NACION, domingo 15 de agosto de 1999

Las especies humanas Este artículo es un anticipo de un

libro que el Dr. Claudio Gutiérrez está escribiendo sobre un nuevo hu­manismo para el siglo XXI.

Leo en La Nación del día en que co­mienzo a escribir este artículo que la NASA ha incluido entre sus pro­

yectos importantes una búsqueda siste­mática en el espacio por signos de inteli­gencia extraterrestre. Agrega la noticia

CLAUDIO GUTIÉRREZ

que tal empeño busca confirmar empírica­mente la convicción de los astrobiólogos de que en la vasta extensión del universo se cum­plen más de una vez las condiciones que hacen forzosa la aparición de la vida y su evolución hasta organismos dota­dos de inteligencia. Pe­ro si todavía no tene­mos una prueba empí­

rica de que no somos la única especie in­teligente en el espacio, no sucede lo mis­mo en el tiempo. Sabemos hoy que hace solo cuarenta mil años convi­víamos en la misma región con una especie humana que no era antece­sora nuestra: el hombre de N eandertal, que pobló Europa mucho antes que noso­tros.

¿Qué tiene esto que ver con el huma -nismo? Si entendemos la palabra como referente a los estudios de ar-te, literatura, filosofia, y disci-plinas por el estilo, ¡muy po­co! Pero si entendemos "hu­manismo" como reflexión del hombre sobre sí mismo, sobre su identidad, origen, misión o responsabilidades, ¡muchísi­mo! Para comenzar, podemos ver claramente que muchas concepciones tradicionales so­bre lo humano quedan con­tradichas, por ejemplo la que entiende a la humanidad co­mo una criatura única conce­bida desde la eternidad como pináculo de la creación. Por otra parte, la existencia en el pasado de otras especies hu­manas que dejaron de existir, subraya un aspecto de nues­tra condición que tendemos a reprimir: el carácter fortuito y frágil de nuestra presencia en el planeta y la posibilidad muy real de que, por motivos aleatorios naturales o por propia irresponsabilidad, po­damos cualquier día seguir a las otras especies humanas en su hundimiento total en simples vestigios fósiles. Pero contemos la historia en or­den.

Nuestra presencia en el planeta Tierra es frágil y fortuita: somos, como especie, mortales

razas humanas. Hoy sabemos que las co­sas sucedieron de modo distinto. En el caso de los europeos modernos --por ejemplo--, la forma del cráneo y las medi­das de los huesos de las extremidades, así como el fechado de los fósiles respec­tivos, indican que no evolucionaron a partir de neandertales sino de una po­blación que llegó a remplazarlos. Incluso existen análisis recientes de ADN obte­nida de un fósil neandertal que parecen confirmar esta tesis. Este hombre de Neandertal --llamado así porque sus pri­meros cráneos fueron encontrados en el Valle del Neander, Alemania-- ocupó par­tes de Europa y el Cercano Oriente, de hace unos 200.000 hasta unos 30.000. Habitó desde Gales hasta Gibraltar y desde Moscú hasta Uzbekistán. Fósiles encontrados en Kebara, Qafzeh y Skhul, en Cercano Oriente, demuestran que coexistió en una misma región con sa­piens sapiens por largo tiempo, entre 90.000 y 40.000 años atrás, sin mezclar­se con él. Esta evidencia resultó devasta-

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Cuatro especies humanas. Pode- dora para la teoría que consideraba al mos considerar como primera especie hu- neandertal como antecesor nuestro. mana madura al Homo erectus. Con cere- Rasgos en común. Intentemos una bro ,grande y dientes pequeños, emergió semblanza de esos "primos" nuestros, los en Africa hace unos 1.700.000 años. Es el mejor conocidos de nuestras especies pa­primer primate dotado de posición erecta ralelas, comparándolos con nosotros. Te­y bipedismo, con pulgares oponibles, en nían cerebro de mayor tamaño y cuerpo explorar y ocupar el resto del mundo y más pequeño, de donde concluimos que domesticar el fuego. Tenía ya el don de la su capacidad intelectual habría sido palabra, a juzgar por la huella en el crá- igual o superior a la nuestra. De cuerpo neo de la región cerebral que capacita pa- sólido y huesos gruesos, estaban comple­ra el lenguaje. Pobló Europa, China e In- tamente adaptados al frío, a diferencia donesia hace unos 1.500.000 años, donde qe nosotros, recientes emigrantes del evolucionó con el tiempo hacia los hom- Africa. Habrían sido probablemente me­bres de Neandeftal, Pekín y Java, respec- nos sociables y conversadores. Con fami­tivamente. En Africa se transformaría en lias nucleares muy unidas, sus redes de Homo sapiens. Así, en esa época existie- apoyo más allá de la familia serían más ron en la tierra simultáneamente al me- bien débiles. Tenían menos movilidad nos cuatro especies humanas distin- dentro de su ambiente, rasgo que even­tas, de todas las cuales tenemos restos fó- tualmente les resultaría fatal, pues su siles. De ellas solo sobrevivió, como hom- vida sedentaria y aislada contrastaba bre moderno, una variedad de la especie con la de sapiens sapiens que había lo­africana: Homo sapiens sapiens. grado inmuniz~se contra. ~uchas pla-

Durante un tiempo se creyó que los ga,s por su contn~ua ~ov1hdad en la.s vestigios de esos cuatro ''hombres" corres- margenes del Me?iterraneo. qaso pareci­pondían a precursores.A~ .• l~ Ua~adaa ,, ~~~fWil~~;i• ,li;is tierrasame,

ricanas por los españoles, y consecuen­cias similares: es posible que la extinción de los neandertales fue causada por su falta de anticuerpos para resistir las en­fermedades que contraerían al entrar en contacto con nosotros.

Por lo demás, habríamos tenido mu­chos rasgos en común: cerebros grandes, postura erecta, infancia larga, hábito de comer carne, posesión del fuego, capaci­dad para construir herramientas y ha­blar, culto a los muertos, incluso sensibi­lidad artística. No se han encontrado pinturas neandertalenses, pero sí un ins­trumento de música (flauta, en una cue­va de Europa Central); en cambio, no hay vestigios de arte musical en relación con nuestros antepasados de esa época, aunque sí muchas y magníficas pinturas rupestres. El cerebro neandertal era cha­to en la cima y reducido en la frente, abultado en los lados y atrás, de donde puede concluirse que nuestro "primo" te­nía capacidad visual mayor (lóbulo occi­pital amplio) combinada con menores do­tes para el planeamiento (lóbulo frontal reducido). Habría sido así mejor observa­dor que estratega, más eficaz en reaccio­nes inmediatas que en acciones de largo plazo. Los investigadores piensan que fuera un trabajador empeñoso pero con poca inclinación por la exploración o el comercio. Por ejemplo, nunca construyó embarcaciones. Compartió con nosotros un mismo nivel tecnológico, con proba­bles transferencias culturales durante la

coexistencia de las dos espe­cies en un mismo territorio. Pero tratándose de especies diferentes, es claro que no pudimos haber tenido inter­cambios genéticos.

Ausencia de un gran designio. Nos impacta el hecho de que una especie se­mejante a la nuestra, dotada de lenguaje, capacidad técni­ca y apreciación artística, haya desaparecido totalmen­te de la faz de la tierra. Sin embargo, la extinción de es­pecies es la regla, no la ex­cepción, en el mundo biológi­co. "Por cada especie viviente hoy, cien otras existen conge­ladas en los sedimentos roco­sos de la tierra", nos recuer­da E. Harth. Las especies humanas de esa época se ex­tinguieron en proporción de tres sobre cuatro, si inclui­mos al hombre de Java y al hombre de Pekín. Lo cual nos deja una sobria lección: así como hemos emergido de la naturaleza podemos de nuevo disolvernos en ella. Hemos sabido desde siempre que somos, como individuos, mortales; es

importante que hoy la ciencia nos diga que también lo so­mos como especie.

El destino de las especies humanas extintas pone en evidencia la ausencia de un gran designio --natural o sobrenatu­ral-- para la creación del ser humano y subraya más bien que nuestra aparición y supervivencia han sido producto del azar. El hecho es que fuimos más afortu­nados que los neandertales y por lo me­nos otras dos especies humanas más. Técnicas de análisis comparativo de ADN, aplicadas a poblaciones humanas actuales, sugieren que también nosotros estuvimos cerca de extinguirnos por lo menos una vez, hace unos 100.000 años. Salimos ilesos de esa crisis y fue quizás ese trauma lo que nos impulsó hacia la modernidad genética y la descomunal aventura de poblar la tierra con nuevos seres parlantes que compensarían con creces la extinción de las otras especies.

La gran diáspora huDJ.ana. Hace cien mil años gran parte de Africa esta-

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\M/ dPINION

Viene de la página 15-A ba poblada de humanos muy semejantes a no­sotros, anatómicamente ya modernos. Análi­sis de ADN han llevado a calcular el efectivo de la población humana de entonces entre un mínimo de diez mil y un máximo de cien mil individuos. Este número relativamente peque­

LA NA'clON, domingo 15 de agosto de 1999

Las especies humanas 'Y La única raza de que es

posible hablar en rela­ción con nuestra especie es la raza humana.

Mientras el control tecnológico del clima fue modesto, reducido a la construcción de ca­sas muy simples y a la producción de vestidos de pieles de animales, la adaptación biológica por selección natural fue ¡,,evitable. Comenzó a imponerse después del émdo africano, cuan­do hubo que someterse a condiciones ecológi­

ño re.presenta el efectivo de una especie ~--------------------------.. cas y climáticas m;1y diferentes de las del continente de origen, excepto en las regiones tropicales. Tres o cuatro dece­nas de miles de años habrán bastado en cada caso para des:.rrollar tipos genéti­cos apropiados a los nuevos ambientes. El color oscuro de 1.a piel protege a los que viven cerca dt 1 ecuador de infla­maciones cutáneas y cáncer producidos por rayos ultravio!etas. La alimenta­ción a base de grarJos, que se generali­zó en Europa, no hubiera permitido a sus habitantes evitar el raquitismo, por carencia de vitamina D, pero la pérdida de pigmento fue permitiendo a los ra­yos ultravioletas penetrar en el organis­mo y producir la vitamina a partir de sustancias contenidas en los cereales.

apenas por encima del peligro de extin­ción. Por ese tiempo, una fracción de ese pueblo comenzó desde Africa sub­sahárica una expedición que la llevaría a colmar el resto del globo. Aparte de algunos hallazgos fragmentarios de fó­siles, el apoyo para esta tesis viene de la biología molecular, que ha podido identificar las migraciones del pasado comparando ADN de poblaciones ac­tuales. Entre más difiere el genoma en­tre dos pohlaciones, más antigua es la separación de sus respectivos linajes. Por otra parte, la enorme uniformidad genética de toda la población actual del mundo tiende a demostrar que no hubo mezcla genética con las otras ramas descendientes del Horno erectus, que se trataba en efecto de especies diferen­tes.

Este método de análisis ha llevado a Cavalli-Sforza y Horai a construir mo­delos de lij gran diáspora humana. Par­tiendo de Africa, la humanidad moderna llegó primero a Australia, siguió hacia Asia oriental, y arribó finalmente a Eu­ropa y América. Es muy posible que Australia, continente que fue ocupado hace unos 60.000 años, haya sido alcanzado desde África navegando a lo largo de las cos­tas del sur de Asia. Sahemos poco sobre la lle­gada al Asia oriental, excepto que estábamos en China hace 67.000 años. La entrada a Euro­pa. prohablemente por Asia occidental, habría precedido un poco la desaparición del nean­dertal y se situaría por ahí de 40.000 años atrás. La entrada a América, vía Alaska, es la más difícil de fechar, pero habría ocurrido en­tre 15.000 y 50.000 años atrás. La coinciden­cia de estas conclusiones con las que se obtie­nen de datos arqueológicos contribuye a su confiabilidad. Esta diáspora repobló la tierra lan rápido (en unos 80 milenios) que no hubo tiempo para camhios evolutivos en la especie.

Enorme afinidad genética. Un resultado adicional muy importante de estas investiga­ciones ha sido la comprobación de una enorme afinidad genética entre todos los habitantes ac-

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tuales de la tierra que echa por tierra la teoría del origen múltiple de la especie y con ella el equívoco concepto de raza. Este deshanca­miento del concepto de raza es otro aspecto en que los nuevos hallazgos científicos sirven pa­ra plantar sobre una base muy sólida el nuevo humanismo, a saber, la unidad indisputable de nuestra especie humana. Las diferencias entre las llamadas razas, que impresionaron tanto a nuestros antecesores e impresionan todavía, hoy a algunas personas, se refieren básicamen­te al color de la piel, los ojos y el cabello; a la forma del cuerpo y del rostro; y a algunos otros detalles que permiten a un observador clasificar a la gente por un simple vistazo. Es­tas características, al menos en parte de origen genético, corresponden simplemente a diferen­cias climáticas encontradas por Horno sapiens sapiens durante su gran diáspora. Veamos por. qué.

Conclusiones erróneas y aberra­ciones morales. La forma y dimensión del cuerpo se adaptaron también a la temperatura y a la humedad. En la sel­va tropical caliente y húmeda, la talla pequeña, como la lje los pigmeos, per­mite producir men•Js energía y menos calor en el interior del cuerpo durante desplazamientos. E cabello rizado per­mite al sudor pem;anecer más tiempo sobre la cabeza y p,:onloga el efecto re­frescante de la trar:spiración. El rostro

y el cuerpo de los mongoles fueron selecciona­dos para proteger del frío intenso. Su cabeza tiende a la redondez y su cuerpo a ser volumi­noso, lo que disminuye la superficie en rela­ción con el volumen y red11ce la pérdida de ca­lor. La nariz pequeña redu:e el riesgo de con­gelación y sus canales estiechos producen una entrada más lenta del aire. calentándolo antes de llegar a los pulmones. Pirpados cargados de grasa proporcionan a los oios aislamiento con­tra el frío, y su· fina aberti:ra protege contra el viento invernal siberiano.

Diferencias claramente visibles como estas nos influencian fácilmente y podemos derivar de ellas falsas conclusiones. Por ejemplo, que representan diferencias no visibles de mayor fuste, o que pueda haber "razas puras". Permi­ten a nuestro etnocentrisrr•o concluir errónea­mente que los hombres coa apariencia distinta a la nuestra son menos in1eligentes, o perezo-

sos, o carecen de alma o sentimientos, o son malvados por naturaleza. Tales deducciones incorrectas han llevado y llevan todavía a aberraciones morales tan graves como la es­clavitud, la discriminación, la persecución o el genocidio.

La única raza: la humana. Gobineau, un inspirador del nazismo, llegó a afirmar que los europeos, sobre todo los de Europa cen­tral, eran la raza más pura genéticamente y la mejor dotada psicológicamente y en todos los otros aspectos, y que las mezclas debilitaban la raza. Hoy sabemos con toda seguridad que el ADN de los europeos constituye más bien un verdadero coctel genético: Cavalli-Sforza conjetura que este genoma contiene dos ter­ceras partes de genes orientales y un tercio de genes africanos. Los datos del análisis mole­cular señalan que esta mezcla se produjo hace apenas unos treinta mil años ...

Es difícil encontrar las razones, aparte de la impresión superficial y el deseo de domi­nio sobre otros pueblos, que hayan podido llevar a algunos filósofos del siglo XIX a re­comendar crear o mantener una raza pura. Los criadores de animales domésticos esta­ban mejor informados: elevar la pureza de una cepa solo se logra por acoplamientos re­petidos entre parientes próximos, lo que baja peligrosamente el nivel de resistencia a las enfermedades. Es el proceso contrario, la hi­bridación, lo que aumenta esa resistencia. Tan grave error de perspectiva era tal vez explica­ble en una época en que se clasificaba a los humanos solamente por caracteres visibles. Hoy, en cambio, se conocen con gran detalle otros tipos de variaciones invisibles que per­miten demostrar que la homogeneidad genéti­ca no existe del todo en ninguna parte. Se sa­be, además, que para alcanzar esa homoge­neidad (que nunca podría ser total en los ani­males superiores), se requeriría cruzar la po­blación entre parientes muy cercanos, como hermanos y hermanas o padres e hijos, duran­te por lo menos veinte generaciones. Las con­secuencias de tal cruce serían absolutamente desastrosas sobre la fecundidad y la salud de los descendientes (¡como bien lo sospechó García Márquez!). Todo lo cual ha llevado a un investigador del calibre de Cavalli-Sforza a afirniar con firmeza que una pretendida pu­reza de raza es "inexistente, imposible y, ade­más, totalmente indeseable". La posición so­bre este punto del nuevo humanismo científi­co es pues clara: La única raza de que es posible hablar en relación con nuestra es­pecie es la raza humana.