Las dos orillas del río

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Las dos orillas del río*Nina S. De Friedemann** Universidad

Javeriana, Bogotá Colombia

La evolución de las metodologías historiográficas hapermitido a la tradición oral asumir responsabilidades nadadesdeñables en la reconstrucción histórica de los pueblos,sobre todo, de aquellos que, como los afroamericanos, notuvieron acceso a la escritura. Su interpretación no es, sinembargo, siempre fácil. Es necesario previamente comprenderla metáfora de las palabras e interpretar los silencios a losque los esclavos africanos se vieron obligados a apelar en su“cimarronaje”cultural.

La expresión historiográficaafroamericana es de algún modocomparable a la de los africanos. Hay

memorias que surgen en fragmentos de mi-tos, en encuentros y cantos, en narracionescon acentos épicos y como en África, pro-bablemente en los toques y los silencios deltambor y en los ritmos musicales de ca-noas y canaletas en aguas de ríos y mares.También en el gesto, en la danza y en laética del vivir y del morir.

Así, en Costa de Marfil, el historiadorNiangoran-Bouah en su investigación so-bre el tambor y sus textos como una fuen-te para la historiografía, se refiere al lengua-

je del silencio en las culturas, como un ras-go notable de la mentalidad africana. Ensu innovador trabajo, busca descodificartextos de los tambores que hablan, al tiem-po que se propone descifrar el significadode los silencios que dichos textos guardan.Porque en la bibliografía que registra el tam-bor, por ejemplo, se han omitido los he-chos desgraciados que han afectado la vidadel personaje y que podrían empañar suimagen histórica (1991).

La verdad histórica puede aproximarse, enuna región determinada, estudiando tex-tos del tambor procedentes de distintosclanes o grupos y también mediante el cote-

* Una versión de este artículo fue leída en el IX Congreso de Colombianistas celebrado en Bogotá, en julio de 1995 y publicado enEtnopoesía del agua, Amazonía y Litoral Pacífico, 1997.** Cuando van a cumplirse cuatro años de su fallecimiento, hemos querido rendir un nuevo homenaje, con la publicación de este artículo,a ésta gran antropóloga colombiana.

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jo de los silencios que en cada grupo sondiferentes. Textos y silencios expresan imá-genes variadas sobre situaciones o persona-jes en un periodo particular.

Los investigadores africanos narran ade-más, cómo en su experiencia de terreno,es necesario recopilar las versiones de loque serían “las orillas de río”. Este ejem-plo alude a la importancia del silencio, asu descodificación y a la percepción quede esta característica cultural tiene la nue-va historiografía africana.

Un análisis del silencio, en la tamborologíaactualmente responde al propósito deconstruir una conciencia histórica que seapoye en materiales distintos de las tra-dicionales fuentes escritas deleurocentrismo historiográfico que, deacuerdo con el historiador Yoro Fall(1992, Pág.18), han sido los oídos sacro-santos de los historiadores. Estos, no fal-ta reconocer, han hecho uso del silencioen sus propios documentos con resulta-dos como el de la invisibilización de he-chos y grupos humanos.

En la nueva historia africana, otros ejem-plos que sirven para ilustrar el ejemplo demateriales no escritos en la reconstruc-ción histórica en los últimos años, hansido las conchas con función monetaria.El estudio del beninés Félix Iroko (1987),sobre la monetarización del comercioentre africanos y asiáticos, a través delOcéano Índico a partir del siglo X, hapermitido esclarecer incógnitas sobre lademografía de Madagascar.

Los africanos exportaban hierro y oro ala India. El cauris, la moneda de conchasde las islas Maldivas y Laquedivas se con-

virtió en medio de cambio en diversoslugares de África y en material que per-mite reconstruir no sólo procesos socia-les sino tecnológicos (Fall 1992, Pág.33).Este conocimiento erosiona la idea deque los africanos no habían desarrolladola navegación oceánica. Ahora sabemosque la navegación entre los africanos eraun arte que existía entes de que llegaranlos portugueses al occidente africano, enel siglo XV.

Con la evolución de las metodologíashistoriográficas, las tradiciones orales hanempezado a asumir responsabilidades enla reconstrucción histórica (Hampaté Ba1986, Vansina 1985, Tyler 1986, Clifford1986). Actualmente, tales materiales nosólo son complementarios, sino alterna-tivos, alcanzando el estatus de historia oral

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y últimamente en algunos casos el deoralitura. Este témino, un neologismo afri-cano, de acuerdo con el historiador YoroFall (1992), aunque es un calco de la pa-labra literatura, expresa de un modo igualfrente a ésta, la estética de la oralidad. Esta,-a más de sus contenidos historiográficos-cabe dentro de géneros comparables aaquellos producidos en ámbitos de pala-bra escrita, para la literatura. Me refieroentonces a la oralitura de leyendas, mi-tos, cuentos, epopeyas, cantos y poemas,que constituye también una fuente parael análisis cultural.

En América, como en diversos lugares deÁfrica donde sus gentes no tuvieron ac-ceso a la escritura, muchas de sus sabidu-rías permanecieron en las tradiciones ora-les. Y éstas, hasta hace poco tiempo, ape-

nas fueron entendidas como manifesta-ciones folclóricas dentro de las socieda-des dominantes donde las etnias negras eindígenas han estado insertas.

En Colombia, la historia oral asimismo em-pieza a ser considerada como una fuentepara la historiografía de los descendientesde esclavos, gentes y comunidadesafrocolombianas, que estuvieron privadasde escribir sus memorias, sus sentimientos,sus conceptos. Por el contrario, cronistasde la conquista, inquisidores en la sociedadespañola colonial o miembros de laintelectualidad criolla, viajeros, geógrafos opintores en la república sí pudieron regis-trar sus propias visiones sobre la esclavi-tud, el cimarronaje o la manumisión. Aun-que el reconocimiento de este hecho des-vela un vacío de conocimientos –el de laotra orilla del río- ello no implica la ausenciade materiales que ofrezcan testimonios parala reconstrucción histórica de la memoria,del sentimiento, de la ética o del conceptoafrocolombianos.

En efecto, existe por ejemplo, un cuerpode tradiciones orales del litoral Pacífico co-lombiano que fue recopilado y consignadopor escrito por el antropólogoafrochocoano, Rogerio Velásquez (1960).Estas y otras del Pacífico ecuatoriano sonen la actualidad fuentes primordiales parala reconstrucción de la historia regional ypara el análisis cultural en el litoral Pacífico.

El concepto de Oralitura propuesto porel historiador africano Yoro Fall (1992,Pág. 21) enriquece selectivamente los es-tudios en torno a expresiones estéticasorales en los ámbitos de las tradiciones.

La Oralitura

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La oralitura se entiende, además, no sólocomo un modo de mirar el pasado, sino«como un sistema de conocieminto y de trasmi-sión de conocimientos:» (id.)

En el estudio de la oral i turaafroamericana, ha sido preciso compren-der la metáfora en la palabra como unaestrategia de ocultamiento cultural, y elsilencio, como metáfora de enmascara-miento. Ello, para acercarse al conoci-miento de las sociedades negras y de suresistencia cultural (Friedemann, 1966).

En efecto, quienes hemos recorrido al-gunos de esos terrenos sabemos cuándifícil ha sido acceder al conocimientode algunos perfiles de su pensamiento ode la ética que testimonia la presenciadel legado africano. Por ello, ha sido tanfácil para otros negar la especificidadcultural afrocolombiana o sumergirla envisiones difuminadas que hablan de cul-turas costeñas o fluviales, por ejemplo.

Lo cierto es que en Colombia, como enotros lugares de Afroamérica, los códi-gos de la palabra, del ritmo, del gesto odel silencio han servido a la gente negrapasa construir alegorías de su experien-cia socio-histórica.

En la Costa Chica de México, un autoranónimo negro muestra su reflexión so-bre el mundo silenciado y callado de losafroamericanos y se atreve a pregun-tarle a la historia una respuesta que ellano tiene:

¿Quién cuenta los sueños de los negros?¿quién guarda los secretos

de los negros? ¿quién piensas tú?

A lo cual el mismo poeta anónimo se responde:

Son las aguas de las lagunas Y del mar

Son las conchas quenos vieron llegarY este gran mar

Un hombreUn solo hombre

Pescado y pescador.

Conforme dice el analista Joe Pereira (1995,Págs. 51-64) preguntas y respuestas comoéstas pueden allanar las rutas para la recons-trucción de una identidad que ha sufridola invisibilidad de la historia. Pereira señalapara esa reconstrucción la importancia detener en cuenta «las aguas» como una delas metáforas con información histórica desentimientos de los africanos que llegarona América. Las aguas son los caminos de

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las galeras que trajeron a los esclavos desdeel continente africano. Y el recién citadopoema, conforme dice Pereira, es uno delos muchos que en el Caribe mencionanaguas, lagunas y conchas para plasmar laexperiencia afroamericana trasatlántica.

En el litoral Pacífico colombiano y ecuato-riano -que es el entorno socio-geográfico deesta presentación– el agua es el ámbito de lacotidianidad de sus habitantes e impregnalo que podríamos llamar la oralitura de fábu-las, versos y visiones. Las naves son con-chas, las gentes cuentan de sus largas trave-sías en el agua, los canaletes o remos tienenefectos y esencias de seres queridos: la no-via es la palanca, el canalete es el padrino.

Catalino Moreno nos lo contó en algu-na ocas ión en Buenaventura(Friedemann, 1989), así:

Yo me embarquéEn una concha de almeja

Pa rodear el mundo enteroNavegando noche y día

En una concha de almeja.

Y Bartolomé Cortés también habló de suhogar en el interior húmedo por el río Guapi:

Me embarqué a navegarEn una concha é cangrejo

Y sólo embarqué a un caimánpa que me mostrara el estero

y arrimé a Buenaventuraen esa concha é cangrejo

Y en el Chocó en la impronta de una copla:

Con palanca potriqueraM’ embarqué para Condoto.Cuando pasé por Mandinga

Ave María qué alboroto (Velásquez, 1960, Pag. 19)

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También en Atacamos en la costaecuatoriana de Esmeraldas (Rahier, 1987, Pág. 108):

Desde Cristóbal ColónSalí con rumbo al Europacon una gran tripulación

como de cien mil en popa.Con viento que a «juavor» sopla

atreversé a Casa Viejay a muchas ciudades lejáLa visité en pocos días

y navegando noche y díaEn una concha de almeja.

En las citas anteriores, y en muchas otras, la frecuencia poética de la concha de almejaentre pescadores, mineros, agricultores, corteros de trozas, encuentran la metáfora delfrágil navío, en el periplo de una vida sin descanso en el litoral «navegando noche y día»,que se compara con rendimiento de trabajo de día y de noche en la profundidad de laselva barbacoana entre mineros que narran:

Esto era de los indios. En el tiempo que andabanIndios por estas regiones.

Entonces los indios cavaban el oro, conseguían el oroPor medio de que ellos se hacían una lombriz.

Entonces venían, se metían debajo de la tierraEntonces iban buscando el oro por debajo de la tierraLos indios debajo de la tierra se comieron las semilla del oroEntonces cuando ya llegaron aquí los esclavismos se fueron alejando de quíEntonces entró la esclavitud. Vino la esclavitud

y trabajó mucho por aquíPor estas regiones hay grandes trabajos de esclavitudLos esclavitudeños trabajaban día y noche (Mineros del oro.

Río Güelmambí, Nariño.{Friedemann, 1978, Pág. 378}).

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Numerosas piezas de esta oralitura han sidorecopiladas de la voz viva de sus cantores yhan comenzado a formar parte de colec-ciones literarias¹. Algunas con la identifica-ción individual de aquellos a quienes se lesescuchó. Otros, con la del grupo dueño dela tradición.

A finales de 1994, Álvaro Pedroza yAlfredo Vanín con la colaboración deNancy Motta presentaron una cataloga-ción en géneros de la tradición oral en lavertiente afropacífica.²

Uno de tales géneros es el canto de bogasque es parte de la poética del cortejo amoro-so en el agua de los ríos del Pacífico colom-biano y ecuatoriano. El silencio allí es el len-guaje inicial cuando los jóvenes bogando ensus potrillos o pequeñas canoas, se cruzanen las corrientes. Él la mira, ella le contestalevantándose el ala del sombrero de un lado.Luego entran en el juego los canaletes. Almojarlos en las aguas para bogar se giranprovocando pompas espumosas que al es-trellarse unas con las otras crean acentosmelódicos. Se dice que los canaletes roncan.Río y canalete de garza entonan una músicade amor (Friedemann, 1989, Pág. 113).

En la soledad del río, lejos del encuentro amo-roso, la poesía de este ritmo se plasma encanto. Mientras la joven, sentada en su ban-queta tallada con calados de madera, bogagimiendo con su canto:

La tradicióny la interpretación.

¹Esta por ejemplo, apareció en 1978 en el volumen “Literatura de Colombia aborigen”de la Biblioteca Básica Colombiana (Editor:Hugo Niño), relatores: mineros de oro. Río Güelmambí, Nariño. Recopilación de Nina S. Friedemann.²Décimas, versos y coplas, romances, retahílas o ensaladillas, estribillos, cuentos, cachos o chistes, mitos y fantasmagorías, narracioneshistóricas, narraciones didácticas, adivinanzas y desates, probervio, refrán o dicho, arrullos, arrullaos o cantos de cunas, alabao, salve oalabanza de pasión, chigualo, gualí o canto de angelito, ronda loa o alabanza a lo divino y canto de bogas.

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Si tu canalete ronca u ay veny el mío me ronca má u ay ven

y el mío en la tronamenta u ay veny el mío en la tempestad u ay ven.

El hombre parado en la pilota de su potrosobre el río también canta:

Déjame dentrar al monte hoy ve.Déjame agachá la rama hoy veDejame dacha el sueñito hoy veY entoe arreglá la cama y hoy ve

Y cuando el rumor de su amor llega a la orillade las aguas, entonces se escucha a la viejaque con modo socarrón entona:

Comadre Juana MaríaLa que vive en el copetePonéle cuidao a tu hija

Que ya ronca el canalete.

En otro género, el de la narración, conocidoen el río Atrato como pasata, la épica de laballena colimocha en aguas del mar Pacífico dacuenta por un lado, del contacto de la pobla-ción negra con visiones religiosas cristianas y,por el otro, reseña huellas del pensamiento reli-gioso africano (Friedemann, 1995, Pág. 73).Es la historia de una ballena que después dehaber paseado el litoral chocoano hace más demil años regresa a las mismas aguas donde unospescadores tratando de cazarla apenas logra-ron cortarle con un machete un pedazo decola. La ballena revive la metáfora bíblica deJonás, pero con dos jovencitas a quienes seengulle. Luego de tres años, Juancito, unchocoano lleno de virtudes y poderes, la atrapacon un arpón especial, la sube a su barco y lalleva a la playa donde la comunidad la descuartizapara liberar vivas a las jovencitas, una hija deun conde y la otra de un duque.

Solamente el buche de la ballena fue tirado a lasaguas del mar; el resto fue aprovechado parahacer botones, cajas de dientes y para llenar

todas las bodegas de las fábricas de grasas. Elbuche en vez de hundirse se infla y se transfor-ma en un barco. Ahí, al borde de la playa, espe-ra el nacimiento y crecimiento del hijo de lahija del conde que se casó con Juancito y delhijo de la hija del duque que se casó con elayudante de Juancito. Ambos niños conside-rados gemelos fueron criados sin siquiera to-car el piso, porque “ya eran hijos de ricos”.Entonces se formaron como gente que notiene huesos y aunque eran bellos eran inútiles.

Pero Juancito consultaba sus sueños y unode ellos le dio la solución: había que embar-car a los gemelos en el buche de la ballenapara que se volvieran gente de verdad y asíse hizo. Después de un tiempo, los mucha-chos «hechos ya de cuerpo y de huesos» sa-lieron del buche de la ballena.

«Los gemelos saltaron a tierra y no buscaronni papá ni mamá, sino que buscaron la pobrería,“las personas pobres”para “guiarlas”».

Estos gemelos redentores de la desgracia, quedicen ocasiona la riqueza en el litoral Pacífico,traen la memoria a los Ibeyes, hijos de Shangóy una de sus mujeres –Oya u Oshún- persona-jes del panteón Yoruba. Aunque en la realidadbiológica su parentesco no es el de gemelos, lanecesidad de la representación cultural los con-vierte en hermanos. Su presencia es un testi-monio de la metáfora del ocultamiento que losafroamericanos a lo largo de siglos han utiliza-do como estrategia de resistencia cultural.

Cuando los gemelos terminan su misión seembarcan, cierran las puertas de la nave y an-dando, andando desaparecen, «se fueron en elbuche de la ballena, otra vez al fondo del mar».Desde allí, seguramente algún día regresarán.

El agua... otra vez el agua, siempre el agua en elpensamiento afroamericano del Pacifico co-lombiano y ecuatoriano.

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