Las Ciencias de La Cultura, E. Cassirer

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    Traducci n de

    WENCESL O ROCES

    as cienci s

    de

    la cultur

    p r

    ERNST C SSIRER

    FONDO

    DE CULTUHA ECON MICA

    Mexico

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    Primera edici6n en aleman, 1942

    Primera edici6n en espaiiol, 1951

    Sexta reimpresi6n, 1993

    Titulo

    original:

    Zur Logik der ultunaissenschaften

    D.

    R © 1951,

    FONDO DE

    CULTURA

    EcoN6MICA

    D.

    R © 1993, FONDO DE

    CULTURA

    ECON6MICA

    S A DE C. V

    Carretera

    Picacho-Ajusco 227;

    142 Mexico,

    D. F.

    ISBN 968-16-0613-3

    Impreso

    en

    Mhico

    r

    I

    EL OBJETO DE LAS CIENCIAS

    CULTURALES

    1

    Dice PlatOn que el asombl'.9 es la emocwn

    g e n u i n a ~

    mente filosOfica

    y

    que debemos ver en ella

    Ia raiz

    .d_e

    todo filoso(ar. Si en efecto es asf,

    cabni

    preguntarse

    cu3.les flterOn los objetos que primero suscitaron el

    asombro del hombre, endereziindolo hacia la senda

    de Ia reflexiOn filos6fiea.

    lFL _e_ron

    objetos de-- tipo

    fis_ico ~ o _ d e

    tipo

    espiritual , fue el orden de la

    n a ~

    turaleza o

    fuero_n

    las propias creaciones .del hombre

    las que, mlte iodo, Hamar on su atenciOn?

    La hip6tesis. mas natural seria suponer que lo _

    _ i ~

    mero en emerger del ca9s fue el mundo de los astros.

    En

    casi todas las grandes religiones cultas nos en

    contramos con el fenOmeno de

    la

    adoraci6n de los

    astros.

    Pudo

    muy bien

    haber

    sido en este terreno

    donde el hombre empez6 a emanciparse del sombr:io

    conjuro de la superstici6n,

    para

    elevarse a una visiOn

    mas libre

    y

    mas amplia en cuanto a

    Ia

    totalidad del

    ser. Fue pasando asi, a segundo plano,

    Ia

    pasi6n

    s u b ~

    jetiva entregada al empefio de suhyugar Ia naturaleza

    mediante Ia acciOn de fuerzas mcigicas, para ceder el

    paso a Ia visiOn de un orden objetivo univ.ersal. En

    el curso de los astros, en la sucesiOn del dia

    y

    la noa

    che

    y

    en Ia ordenada repetici6n de las estaciones del

    afio, descubri6 el hombre el

    primer

    gran ejemplo de

    un acaecer uniforme. Este acaecer hall8.base i n f i n i ~

    tamente

    por

    encima de su

    propia

    esfera

    y

    sustraido a

    todo el poder de sus deseos y de su voluntad. No

    llevaba adherido nada de aquel car8cter caprichoso e

    incalculable que caracteriza no s6lo a las acciones

    humanas usuales, sino tambic§n a Ia acciOn de las

    fuerzas demoniacas primitivas . Existe una acciOn

    7

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    LAS CIENCIAS DE LA CULTURA

    y, por ende,

    una realidad ,

    encuadradas dentro

    de

    limites fijos y sujetas a leyes determinadas e inmu-

    tables: he

    aqui

    Ia visiOn

    que

    empez6 a

    despuntar.

    Pero pronto hubo

    de entrelazarse este sentimiento

    con otro. Mas prOximo

    al

    hombre que el orden de

    Ia

    n?turaleza se halla el orden que descubre en su pro-

    piO

    mundo.

    Tampoco en

    este

    reina

    ni mucho menos

    el caos

    y la

    ~ r b i t r a r i e d a d . El

    indi;iduo

    se siente,

    desde sus pnmeras reacciones, gobernado y limitado

    por

    algo que se halla

    por

    encima de el, que no est3

    en

    sus manos

    dirigir.

    Nos referimos al

    poder

    de las

    costumbres que le ata y le guia. Este poder vigila

    todos y

    cada

    uno de sus pasos, no

    deja

    a sus actos el

    mas pequeiio margen de libertad de acci6n.

    Gobierna

    y rige no sOlo sus actos, sino tambi6n sus sentimien-

    tos y sus ideas, su

    fe

    y su imaginaci6n.

    La

    costumbre

    es Ia atmOsfera invariable en Ia que el hombre vive

    y existe;

    no

    puede sustraerse a ella, como no puede

    sustraerse al aire que respira.

    Nada tiene

    de

    extrafio que, en el pensamiento de

    este hombre, Ia concepciOn del universo fisico no

    pueda tampoco separarse de

    Ia

    del mundo moral. For-

    man ambos una

    unidad

    y tienen un origen comiin.

    Todas las grandes religiones se

    han

    acogido a este

    motivo, en su cosmogonia y

    en

    su doctrina moral.

    Todas coinciden en asignar a Ia divinidad el doble

    papel y Ia doble misi6n de fundadora del orden astro-

    n6mico y de

    creadora

    del orden moral, arrancando

    ambos mundos a Ia acci6n de las potencias del caos.

    La epopeya de Gildames, los libros de los Vedas, a

    cosmogonia de los egipcios, todas elias reflejan, en

    este punto, identica concepciOn. En el mito cosmogO-

    nico habilOnico vemos a Marduk librando Ia batalla

    contra

    el informe caos, contra el monstruo Tiamat.

    Despu6s de vencerle, el h6roe instaura los eternos

    [En alemS.n tenemos

    Wirken

    actuar-y

    Wirklichkeit

    ~ r e l i d d

    con Ia misma raiz.]

    r

    EL OBJETO

    9

    signos que simbolizan el orden del universo y el de

    la justicia. Marduk, el v e n c e d o r ~ traza el curso de los

    astros, introduce los signos del zodiaco, implanta

    Ia

    sucesi6n de los dias, los meses y los aiios. Y, al mis-

    mo tiempo, sefiala a

    la

    acci6n

    humana

    los limites que

    no pueden ser impunemente rebasados. Es ei

    quien

    mira al interior del hombre, quien traza las normas

    a que ninglln malhechor puede escapar, quien hace

    plegarse al rebelde y asegura el triunfo de -la jus-

    ticia"

    1

    Y :ste portento del orden moral va seguido de

    otras maravillas, no menos grandes y misteriosa:;.

    Cuanto el hombre crea y sale de sus manos lo rodes:

    todavia como

    un

    · miste:rio inexcrutable. Cuando con·

    templa sus propias obras, estB. muy lejos todavia de

    considerarse a si mismo como su creador. Estas obras

    suyas estB.n muy por encima de el; aparecen situadas

    en un plano muy superior a lo que parece s e q ~ i -

    ble, no ya al individuo, sino incluso a

    la

    espec1e.

    Cuando

    el

    hombre les atribuye un origen, este no

    puede ser otro que

    un

    origen mitico. Es un dios

    quien las

    ha

    creado y un salvador quien las ha traido

    del cielo a la tierra, ense:iiando al hombre a servir-

    se de elias.

    Estos ~ n i f l o ~ _

    U I ~ u i i i f e s \

    cruzan Ia mitologia de to-

    dos los t i ; i ~ j O s - - y · t ;dOs los pueblos.

    2

    Lo creado

    por

    1

    Este .problema lo desarrollamos en nuestra

    obra

    Philoso·

    phie der symbolischen Formen

    t.

    II, pp.

    142

    ss

    [La An-

    tropologia filos6/ica (Mexico: F. C. E., 1945) puede con-

    siderarse, en cierto sentido, como u resumen de esa obra

    monumental, asi que alg;unas reformas que Cassirer

    haCe

    a su

    obra fundamental potlrian solventarse con

    el

    resumen.

    El

    Fondo de Cultura Econ6rnica

    ha

    publicado de Cassirer, ade-

    ruois

    de

    la

    indicada,

    las

    siguientes obras:

    Filosofia de la Ilus-

    traci6n (2 ed.);

    El

    Mito del Estado; Kant:

    vida

    y doctrina;

    El

    problema del conocimiento:

    de la

    muerte de Hegel

    a

    nuestros

    dias.

    Sobre todo en esta Ultima obra, en las secciones dedica-

    das a Ia teologia y a

    la

    historia,

    podroi

    el lector ampliar

    algunos desarrollos de Cassirer.]

    2

    Cfr. los materia1es expuestos en el libro de

    Kurt

    Breysig,

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    ,

    10

    LAS CIENCIAS DE

    LA

    CULTURA

    Ia pericia

    tecnica

    del hombre a lo largo de los siglos

    y

    los milenios no son preclsamente hechos realizados

    pur el, oLra suya,

    sino

    clones e

    inspiraciones

    de lo

    alto. Esta

    progenie

    supraterrenal

    aparece

    detrii.s

    de

    c?da herramienta. Algunos pueblos primitivos,

    por

    e1emplo los eweos del

    sur

    del Togo, siguen todav:ia

    hoy ofrendando sacrificios, en las fiestas anuales de

    Ia recolecciOn, a

    una serie de instrumentos

    de

    tra-

    bajo, como el hacha, Ia garlopa o

    la

    sierra.

    3

    Y es

    natural que el

    hombre

    considere

    todavla mUs

    dlstantes

    Ue Cl que

    estas

    herramientas materiales

    los

    instru-

    mentos espirituales

    de que ei mismo se rodea.

    Tam-

    bien

    ellos

    pasan

    por

    ser ohra de

    una

    fuerza

    infinita

    mente superior al

    h o ~ n b r e

    Empezando por

    ellengua

    e

    y la escritura, condiciones primordiales de todo co

    mercio humano y de toda humana comunidad. El

    dios de cuyas manos brot6 Ia escritura ocupa siem

    pre un Iugar especial

    y

    privilegiado en Ia

    jerarquia

    de las fuerzas divinas. Thoth, dios de Ia luna, es al

    mismo tiempo, en Ia mitologia egipcia, el escribano

    de los dioses

    y

    el juez de los cielos. Es

    ei

    quien

    hace saber a los dioses y a los hombres lo que les

    conviene hacer, como depositario que es de la medida

    de las cosas.

    4

    El lenguaje y Ia escritura pasan

    por

    ser el origen de la medida,

    por

    prestarse mejor que

    nada

    para

    retener lo fugaz

    y

    lo mudable, sustrayE:n

    dolo a Ia acciUn del acaso

    y

    de Ia arbitrariedad.

    1

    Percibimos, dentro todavla del circulo

    mS.gico

    del

    . \ mito

    y

    Ia religiOn, el sentimiento de que

    la

    :::nltura

    V \human

    a no constituye algo dado y obvio, sino una

    f':S

    lpecie de prodigio que necesita

    de

    explicaci6n.

    Pero

    este sentimiento mueve al hombre a

    una

    reflexiOn

    mcis

    honda cuando no sOlo siente Ia necesidad y el

    derecho de plantearse esta clase de cuestiones,

    ~ : i n o

    Die Entstehung des Gottesgedankens und der Heilbringer

    Berlin, 1905.

    3 Cfr. Spieth,

    Die Religion der Eweer in SUd-Togo

    p.

    8.

    4 Cfr. Moret _

    Mysteres Egyptiens

    Paris, 1913

    pp.

    132

    ss

    t

    EL OBJETO

    11

    que, dando un paso miis, se pone a cavilar un proce

    dimiento propio

    y

    sustantivo, a

    d e ~ a r r o l l a r

    un me

    todo para

    poder

    contestarlas.

    Este paso lo da

    por primera vez· _el

    hombre

    en l a ~ -

    filosofia griega, y a ello

    se

    debe prec1samente el

    gran.

    viraje espiritual que esta filosofia representa. En-:

    tonces es cuando se descubre

    la

    nueva fuerza

    q u ~

    puede conducir a

    una

    ciencia de Ia naturaleza

    y a:·

    una ciencia de

    la

    cultura humana.

    La

    vaga plura-

    -,

    _

    lidad de intentos miticos de explicaci6n, que venia

    proyectS.ndose

    ora

    sobre unos fen6menos, ora sobre

    ,_,_

    otros, cede su Iugar a la idea de

    una

    unidad total del

    ser, a la que nec.:esariamente tiene que

    c o r r e s p o n d ~ r

    una

    unidad tambien total de sus fundamentos.

    Um-

    dad asequible

    tan

    sOlo al pensamiento puro.

    Las _abigarradas

    -Y

    multiformes creaciones de

    _ f a n j i _ . r i ~ _ J Q r j l d o r ; a _ Q ( : .

    g _ ~ _ t o s __

    son someti9as

    a _ 4 o x ~ .

    a

    Ia critica del pensamiento, que

    mlna

    su terreno.

    y

    mata

    s u s _ r a i c e s ~ esta funciOn critica va seguida in

    Jnediatamente, como es obligado, de

    una

    nueva fun

    ciOn positiva. El pensamiento, impulsado

    por

    su pro

    pia

    virtud

    y

    movido

    por

    su

    propia

    responsabilidad, no

    tiene miis remedio que reconstruir lo que

    ha

    destrui

    do. Los sistemas filos6ficos

    de

    los

    p x e s o c r ~ s

    nos

    revelan con que admirable consecuencia es abordada

    y

    desenvuelta, paso a paso, esta misiOn. Con

    la

    teo

    ria

    platOnica de las ideas

    y

    Ia metafisica

    de A r i s t b ~

    t e l e s ~

    --@._=-

    problema abordado encuentra

    una

    soluciOn

    lliillada a orientar

    y

    gobernar el pensamiento del

    hombre

    por

    espacio de muchos siglos.

    Jamiis habria sidn posible._una slntesis

    tan

    gran-

    diosa de no haber ido precedida

    por

    una formida_ble

    labor

    de detalle. Contiibuyeron a ella muchas ten

    dencias a

    primera

    vista diametralmente opuestas;

    por

    otra parte, esta IaLor sigue caminos muy dispares en

    cuanto al modo

    de

    plantear

    l

    problema y en cuanto

    a Ia manera de resolverlo. No obstante, si nos fija

    mos en su punto de

    partida

    y

    en su meta, podemos,

    en

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    12 LAS CIENCIAS DE LA CULTURA EL OBJETO 13

    cierto r,nodo. resumir toda. esta gigantesca labor de miento no se limita ya a expresar sns propia s opi-

    p e n s a m i ~ n t o concepto

    fundamental,

    descubierto

    1

    niones'\

    sino que capta un algo universal y divino.

    Lo

    por Ia

    hlosofta

    gncga y d e s a r r ~ l l a d o y modelado por que los griegos llamaban la

    i.M11

    cpQ6Vl)O'LI;,

    la

    con-

    r t : ; J l ~ d e ~ d e

    t 9 ~ 9 ~ . l f . ~ . J . m n t o s _

    de vista. Nos referimos al cepci6n privativa del hombre, cede el puesto a una

    ~ 9 , p . ~ e p t ?

    del

    To?os :que_

    bene,

    en_

    la trayectoria del ley cbsmica. Es asi como el hombre escapa, con

    pensamtento g n e ~ o

    Ia Importancia

    central que aca- Heniclito, al mundo mitico de los suefios

    .Y

    al mundo

    bamos de

    _ s e n _ a ~ a r .

    . , . limitado de las percepciones de sus

    sentl_dos.

    No.

    Esta s t g n ~ f 1 c a c w n que as1gnamos al concepto del otro en efecto, el yerdadero sentido que tlene la vlgl-

    l ~ g o s ,

    Y la .nqueza futura que

    estB.

    llamado a ad qui- lia el estar despierto:

    la

    posesi6n de

    un

    mundo

    nr, se J?erc1ben ya claramente en Ia primera versiOn comlln a todos los individuos, al contrar io de lo que

    q ~ e de el nos Ia filosofia de Henlclito. A primera ocurre en los suellos, en que

    cada

    cual vive en su

    vtst?, Ia doctrma heraclitiana parece mantenerse to- mundo propio, e n c e r ~ a d o y c o ~ f i n a d o en ei. ,

    ~ - a v a por entero dentro de los marcos de Ia filosofia Todo el pensam1ento occidental vetase,

    as1,

    Jomca de

    Ia

    naturaleza. Heniclito sigue considerando frentado a una nueva misiOn, encauzado

    en

    una

    dl-

    el universo como una suma de materiales que

    se

    trans- recci6n de }a que ya en adelante no podria apartarse.

    f o r ~ a n

    mutualnente las unas en las otras. Pero, en I ) ~ _ § . I U 6 . s _ d _ e _ pa_saL.este pensamiento

    por la

    escuela

    d.e

    r.eahdad, e s ~ o s6.lo es, para el,

    la

    superficie de Ia rea-

    la

    filosofia griega, todo el c o n o c i m i ~ n t o de 1 reah-

    hdad,

    por

    debaJo de Ia cual trata de descubrir otra

    dad

    hubo de someterse, de

    un modo

    o de_ otro, al con·

    m ~ s

    profunda, no captada hasta ahora

    por

    el pensa- c ~ p t o fundamental del logos . y, por ende, a l(t

    mtento. Tampoco los pensadores jonios se contenta- ' _ ' l 6 g i c a " ~ e ~ . e l J T i c i ~ amplio sentldo

    dela

    l . J l ~ : i . b r . f l . ,

    ban cs _L':: .

    ~ : n e _ : t : ?

    _

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    14

    LAS CIENCIAS DE LA CULTURA

    leceni el

    intento

    de quienes se empefian en reducir a

    u'

    denominador comlln el concepto del

    logos

    mante

    ~ I d o

    P

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    I

    ,)

    54 LAS CIENCIAS DE LA CULTURA

    bargo, es necesario que, junto al genus proximum de

    Ia expresi6n en general, no perdamos de vista Ia di-

    ferencia especifica que da a Ia expresi6n lirica su

    dignidad propia, No es cierto que la lirica sea una

    simple exaltaci6n o sublimaci6n de Ia expresi6n ver-

    bal. Es algo miis que Ia mera expresi6n de una

    efusi6n moment8.nea; asp

    ira

    a algo mas que a reco-

    rrer

    toda

    Ia

    escala de tonos que oscilan entre los dos

    polos opuestos del afecto, entre la pena y el goce, el

    dolor

    y

    la alegria, Ia exaltaci6n

    y

    el abatimiento.

    Cuando el poeta lirico Iogra prestar al dolor melodia

    y

    verbo , no se limita a tender sobre

    i

    una nueva

    envoltura, sino que lo transforms, adem

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