Las Abuelitas Ya No Son Como Entonces

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  • 7/29/2019 Las Abuelitas Ya No Son Como Entonces

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    Las abuelitas ya no son como entonces

    Luchy Placencia

    Aqu estoy, sumergida hasta las orejas entre los frutos de la caridad neoyorkina:

    preciosas chaquetas de Versace, de scar de la Renta, de Jean Paul Gaultier, de Giorgio

    Armani; ropa deportiva Tommy Hilfinger; relojes Patek Phillipe y Gucci; zapatos

    Paloma Picasso y Cole Haan.

    Me embarga la alegra de haber encontrado una elegante cartera en black velvet

    diseada por Salvatore Ferragamo, por la que slo tendr que pagar US$35.00 el

    precio normal est entre los 300 y 500 dlares- y unos cmodos zapatos Bass de piel y

    tacn bajo, nuevos, que apenas me costarn siete dlares.

    A mi querida amiga Bertha Altieri a quien llamo ta- no le pesan en lo ms mnimo

    sus 65 aos para hurgar frenticamente entre marcas y marcas de diseadores a cual

    ms famoso. Parece un personaje de las Historias de Nueva York, de Woody Allen.

    De todas las dominicanas que conozco en esta ciudad, es ella la ms neoyorkina: cierro

    los ojos y la imagino en un bello da de abril con su sombrerito de flores, sus zapatos

    tenis y su sobretodo negro admirando las magnolias de Riverside, las tiendas de

    Madison o los teatros de Broadway; discutiendo precios con los tenderos de Chinatown

    o bebiendo un capuchino en el Village.

    La recreo dirigiendo su mano hacia la isla Ellis y agitndola al pasar cerca de la Estatua

    de la Libertad, al ir en la barcaza hacia Staten Island; o atiborrndose de cultura

    estadounidense en el Metropolitan Museum, como lo hemos hecho antes.

    Y cuando reconozco en The Sopranos, Sex and The City o en cualesquiera otras de las

    teleseries ambientadas en Nueva York, los lugares que hemos visitado juntas, como el

    Rockefeller Center y su pista de patinaje sobre hielo, pienso en que este melting pot

    nunca sera lo mismo sin ella, al menos para m.

    Ta Bertha me ha trado a una autntica barata de primavera, explicndome que todo

    lo que se expende aqu ha sido donado a la caridad por personas adineradas.

    El vendedor, joven dominicano llegado hace cinco aos desde el Derrumbadero de

    Mahoma, en San Jos de Ocoa, advierte identidad en nuestro acento: los fuertes lazos

    del origen comn lo invitan a unirse a nuestra conversacin y comienza a hablarnos en

    tono de nostalgia, de aoranza, de sueos truncos.

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    Sorprendentemente, su mayor dolor no tiene que ver con la ausencia de sus padres ni

    proviene de una traicin amorosa: el motivo es laboral y, ms que eso, humano.

    En mi campo, musita para no ser escuchado por el resto de la clientela, las abuelitas

    eran mujeres en las que se poda confiar; aqu, sin embargo, son ladronas arteras que

    esconden las mercancas robadas hasta entre los paales y cochecitos de sus nietos.

    Me parte el corazn cuando una anciana a la que he prestado toda mi ayuda y

    atencin, todo el respeto inculcado por mi familia, intenta salir de la tienda con

    zapatos nuevos, tomados de aqu mismo sin pagarlos, mientras deja los viejos en el

    tramo, confa con una expresin de desengao.

    El vendedor no atina a comprender por qu muchas abuelas neoyorkinas no son como

    sus Mara y Josefa, quienes preferiran morir antes que apropiarse de lo ajeno. A m

    no me roban las jvenes, me roban las ancianas, sentencia.

    Para qu necesita una abuelita aduearse ilegalmente de una cartera Salvatore

    Ferragamo?, pregunta desconsolado, mirando de reojo mi reciente adquisicin,

    O una blusa Dolce y Gabanna o un vestido Calvin Klein o?. l no lo sabe y confieso

    que, en este momento, yo tampoco.

    Mientras se aleja, fijo los ojos en ta Bertha, en lo afanoso de su bsqueda por algo

    bueno, bonito y barato qu ponerse. La respuesta se estrella contra mis narices: es

    que la edad no disminuye el deseo de una mujer de sentirse hermosa, de agradar, de

    lucir prendas que llamen la atencin por su calidad y belleza. Robar est mal, por

    supuesto; pero, ni el welfare ni la falta de dinero son bozales de la vanidad,insondable fuerza que mueve al mundo.

    An as, slo recelar de las abuelitas si algn da instalo una tienda en esta urbe tan

    alocada y fascinante como una anciana rejuvenecida por las lneas de un traje de marca

    o la fragancia de un perfume caro.