LA VOZ DE LA CAÑADA

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    1 Qu sutil y extrao mensaje lleg hasta ella desde el Oeste? Carley Burch dej la carta

    sobre su regazo y ella mir soadoramente a travs de la ventana. Era un da tpico de principios de abril en Nueva York, fro, gris y de acerado sol.

    Flotaba en el aire algo primaveral y, sin embargo, las mujeres que pasaban por la calle nmero 57 llevaban pieles y abrigos. Oy el lejano ruido de un tren, y a continuacin el zumbido de un automvil. En los intervalos silenciosos se perciba de vez en cuando el sonido de una gaita.

    -Hace ms de un ao que se fue Glenn - musit -, un ao y tres meses, y de todas sus extraas cartas, sta es la ms estrambtica de todas.

    Por milsima vez volvi a vivir los ltimos momentos que haba pasado junto a l. Era la Noche Vieja del ao 1918. Fueron a ver a unos amigos que vivan en el McAlpin, en unas habitaciones situadas en el piso nmero 21 de un rascacielos que daba sobre Broadway. Y cuando empez a transcurrir lentamente el ltimo cuarto de hora de aquel memorable y trgico ao, en medio del sofocado murmullo de silbidos y campanas, los amigos de Carley se haban marchado discretamente, dejndola sola con su prometido. Estaban junto a la abierta ventana para ver y or cmo se marchaba el ao 1918, dejando paso al 1919.

    Glenn Kilbourne haba vuelto de Francia a principios de aquel otoo, enfermo de gas y de metralla, e incapacitado para seguir sirviendo en el Ejrcito. Era un hombre completamente distinto del alegre muchacho que fue a la guerra, y a Carley le pareca, desde muchos aspectos, completamente extrao. Se mostraba fro, silencioso, como obsesionado por algo. Su alejamiento le entristeca grandemente. Cuando las campanas empezaron a sonar para despedir al ao causa de su ruina, Glenn la estrech tierna y apasionadamente contra su pecho. No obstante, haba algo, extrao en aquel gesto.

    - Carley, mira y oye! -murmur. A sus pies se extenda el vasto y blanquecino resplandor de Broadway. Sus calles,

    cubiertas de nieve, brillaban baja, millares de luces elctricas. La Sexta Avenida se desviaba hacia la derecha, menos brillante, pero cubierta as mismo de un nveo manto. Los trenes se arrastraban como enormes serpientes de ojos de fuego. Hasta ellos llegaba dbilmente el zumbido del torrente de automviles, discurriendo incesantemente por la calle, casi completamente sofocado por el creciente clamor callejero.

    La alegre y atolondrada poblacin de Broadway se mova constantemente de un lado rara otro. Desde la altura en que ellos se encontraban, pareca una ancha cinta de figuras negras, como si se tratase de columnas de hormigas que tomaran parte en una carrera. Por todas partes brillaban las monstruosas luces blancas, rojas y verdes de los anuncios luminosos, que palidecan y se extinguan para volver a refulgir de nuevo poco despus.

    Adis, Ao Viejo! Bien venido seas, Ao Nuevo! Carley haba sentido intensamente la tristeza de la despedida y la promesa que encerraba la llegada del nuevo ao. Las sirenas de las fbricas empezaron a silbar con sonido ronco y profundo, y el clamor callejero y el tair de las campanas se perdieron en un estruendo magnfico. Era la voz de una ciudad, de una nacin. Era la voz de un pueblo que expresaba a gritos la agona sufrida durante aquel ao y pronunciaba una plegaria invocando un futuro ms feliz.

    Glenn acerc sus labios a su odo, susurrando: sa es la voz de mi alma! Nunca olvidara ella la impresin que le causaron tales

    palabras. Recordaba haberse quedado completamente inmvil y silenciosa, envuelta en aquel estruendo potente y armonioso, lleno de una meloda majestuosa e impresionante, hasta que,

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    en lo ms alto del edificio del Times, estall un globo blanco, dejando ver los brillantes nmeros del nuevo ao.

    -No haban transcurrido an muchos minutos del ao. 1919 cuando Glenn Kilbourne le dijo que se iba a ir al Oeste, con el propsito de recobrar su salud.

    Carley, echando a un lado sus recuerdos, cogi nuevamente la carta que tan perpleja le haba dejado. Llevaba el matasellos de Flagstaff, Arizona. La reley lentamente, con aire grave y pensativo:

    West Fork, 25 de marzo. Querida Carley: Mi negligencia en contestarte es verdaderamente imperdonable. En

    otros tiempos escriba yo con bastante frecuencia; ste es uno de los muchos cambios que he sufrido.

    Una de las razones de no haberte contestado es lo dulce y cariosa que era tu carta. Me hizo comprender que yo no era ms que un pobre diablo desagradecido. Adems, la vida que ahora llevo no es de las que inviten a escribir.

    Me paso el da en el bosque, y cuando vuelvo, por las noches, a esta cabaa, estoy tan cansado, que lo nico que puedo hacer es acostarme.

    Tengo que contestar a tus imperiosas preguntas-naturalmente, ese tengo es otra de las razones de mi tardanza- Tu primera pregunta es la siguiente: Es que ya no me quieres como me queras antes...? Francamente, no. Estoy convencido de que cuando me march a Francia te quera de una manera egosta, atolondrada, sentimental e infantil. Ahora soy un hombre, y mi cario ha cambiado. Te aseguro que es acaso lo nico noble y hermoso que hay en m. Quiz los cambios sufridos han hecho de m un hombre peor; pero, por lo menos, mi cario hacia ti se ha hecho mejor, ms hermoso, ms puro.

    Y ahora voy a contestar a tu segunda pregunta: Volvers en cuanto ests bien...? Carley, estoy perfectamente. He ido retrasando el momento de decrtelo, porque saba que esperaras que yo volviese inmediatamente a Nueva York. Pero el caso es, Carley, que no pienso volver por ahora. Quisiera poderte hacer comprender lo que siento. Durante mucho tiempo he estado como muerto. Ya sabes que cuando volv de Francia casi no saba hablar. En ese aspecto no he mejorado mucho. Sin embargo, he vuelto a cambiar completamente desde entonces. Quiero ser franco contigo: odio a la ciudad, a la gente y, sobre todo, a tus amigos, con sus aficiones a bailar, beber y vagar de un lado para otro. No quiero volver a Nueva York hasta que se me haya pasado ese odio, sabes...? Y si no se me pasara nunca este estado de nimo? Carley, con pronunciar una sola palabra te dejar en completa libertad. Yo sera incapaz de romper nunca el compromiso que nos une. Durante el infierno por que pas en la guerra, mi cario hacia ti me libr de la ruina moral, ya que no consigui conservar inclumes mi honor v mi fidelidad. sta es otra de las cosas que desespero de hacerle comprender. Y en el caos en que viv desde que acab la guerra, mi amor por ti fue mi nica ncora de salvacin. No has adivinado, sin duda, que hasta que me puse com-pletamente bien viva de tus cartas, verdad? Y el hecho de que ahora pueda vivir sin ellas no quita mrito ni a ti ni a su encanto.

    Es muy difcil expresar todo lo que siento por medio de palabras, Carley. El estar noche y da bajo la amenaza de una muerte inmediata no era nada. El hacer frente a la propia degradacin tampoco lo era. Pero el volver a Nueva York -increblemente cambiado - v ver mi antigua vida como si fuera la de un nuevo planeta -el tratar de volver a hacer lo que haca antes-, no hay palabras para expresar lo imposible que me resultaba conseguirlo.

    No me hubieran colocado en mi antiguo empleo, aunque hubiese estado en condiciones de trabajar. El Gobierno por el cual luch no se preocupaba absolutamente de m, y me hubiera dejado morir enfermo y hambriento como a un perro. No poda vivir a tu costa, Carley. Mi familia es pobre, como sabes. As es que no me qued otro remedio que

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    pedir prestado un poco de dinero a mis amigos y venir aqu. Me congratulo por haber tenido el valor de hacerlo. No trato de pintarte los encantos del Oeste, porque sabiendo lo que te gusta el lujo y la agitada vida de la ciudad, me creeras loco.

    Como estaba enfermo, el salir adelante me result tan difcil como la vida en las trincheras. Pero ahora, Carley, el Oeste me ha hechizado. Tampoco s cmo explicarte esto. Quiz pueda decirte algo que te ayude a comprender. Tengo la fuerza suficiente para pasarme todo el da cortando lea. Transcurre un mes entero sin que pase nadie por delante de mi cabaa, a pesar de lo cual no siento tristeza apuna. Me encantan los enormes muros rojizos de la caada que se yergue ante m, y el silencio me parece dulcsimo, sin duda alguna por contraste con el estruendo infernal que llenaba mis odos en los das de la guerra.

    Aun ahora me parece a veces que el suave murmullo del arroyo prximo se convierte en clamor guerrero. No comprend el verdadero significado de la palabra Naturaleza hasta que viv entre los brillantes muros de piedra ele la caada y los pinos susurrantes.

    Por lo tanto, Carley, trata de comprenderme, o, por lo menos, s benvola conmigo. Sabes que falt poco para que yo muriese en la guerra, y, en su consecuencia, el vivir en el Oeste me parece un inapreciable don. De momento me contento con la vida que aqu llevo.

    Adis. Escrbeme pronto. Te quiere, GLENN.

    Despus de leer la carta por segunda vez, sinti Carley un deseo ardiente de ver a su

    prometido de correr a su lado- Generalmente era poco impulsiva y fogosa; pero aquel deseo era tan intenso, que la hizo estremecerse. Si Glenn haba recobrado la salud, sin duda alguna habra sufrido un cambio, y ya no estara malhumorado y fro. Sus ojos no tendran ya aquella expresin obsesionada que tanto la haba entristecido y disgustado a ella. Cuando iba a su casa v se encontraba con otros muchachos jvenes que no haban estado en la guerra, se ensimismaba, adoptando un aire distrado, que haca que Carley se sintiera cohibida y molesta. Demostraba con su actitud que su mundo era distinto al de las dems personas que le rodeaban.

    Volvi a leer la carta, con labios trmulos y ojos en los que se reflejaba la ansiedad. Haba en el papel algunas palabras que parecan elevar su corazn, y su amor, Hambriento de ser correspondido, las absorbi, anhelante. Le pareca encontrar en ellas la excusa de cualquier decisin que ella tomase para reunirse nuevamente con Glenn. Reflexion largamente sobre aquel deseo de correr al lado de su prometido.

    Carley tena los medios suficientes para vivir de la manera que se le antojara. No se acordaba de su padre, que muri cuando ella era nia. Su madre la dej al cuidado de una hermana suya, y antes de estallar la guerra dividan su tiempo entre Nueva York, Europa, los Adirondacks y Florida. Carley se haba hecho enfermera de la Cruz Roja, y prestaba sus servicios de socorro con ms sinceridad que la mayor parte de sus amigas. Pero, en realidad, no estaba acostumbrada a tomar decisiones tan importantes ni definidas como la de trasladarse sola al Oeste. En aquella direccin no haba ido nunca ms all de Nueva Jersey, y tena una idea vaga de que el Oeste era un conjunto de vastas llanuras, escarpadas montaas, poblaciones esculidas, rebaos de ganado y hombres toscos v mal vestidos.

    Indecisa, llev la carta a su ta, que era una mujer delgada, de expresin bonachona v mirada inteligente. Pareca que tena gran apego a las modas de antao.

    -Ta Mara, he recibido tina carta de Glenn -dijo Carley-. Es ms extraa que de costumbre. Haz el favor de leerla.

    -Dios mo! Pareces muy agitada-contest suavemente la ta; y, ponindose las gafas, cogi la carta que Carley le alargaba.

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    La muchacha esper impacientemente a que la dama terminara la lectura, :sintindose cada vez ms dominada por su deseo de ir al encuentro de Glenn. La ta hizo tina pausa, v murmur que se alegraba grandemente de que el muchacho estuviera completamente bien. Despus ley el resto de la carta.

    -Carley, qu carta ms hermosa! -dijo fervientemente-. Lees algo entre lneas? -No -contest Carley-. Por eso te rogu que la leyeras t. -Sigues queriendo a Glenn como le queras antes? -Por qu, me lo preguntas, ta Mara? - exclam Carley en el colmo de la sorpresa. -Perdname, Carley, si te hablo con excesiva franqueza. El hecho es que las muchachas

    de ahora son completamente diferentes a como ramos cuando yo fui joven. Tu modo de comportarte no indicaba ningn cario hacia Glenn. Sigues danzando de un lado vara otro como lo hacas antes.

    -Hago lo que hacen todas las muchachas del inundo! -protest Carley. Tienes veintisis anos, Carley -contest la ta Mara. -Supongamos que as sea. Me siento ms joven que nunca. -Bueno, no discutamos las costumbres y las muchachas modernas. Nunca

    conseguiremos ponernos de acuerdo -contest la dama cariosamente-. Pero si quieres orme, puedo explicarte algo de lo que Glenn quiere decir en esa carta.

    -Ya lo creo que quiero. -La guerra no se limit a destrozar la salud de Glenn. Le hizo un dao terrible. Dicen

    quo es a causa de la metralla. Yo no entiendo de eso. Aseguran que no estaba bien de la cabeza; pero es una solemne mentira. Glenn estaba tan cuerdo corno lo estoy yo, y reconoce, querida ma, que lo soy mucho. Pero debi de sufrir algn golpe terrible, que le enferm el espritu y el alma. A su vuelta estuvo durante meses enteros comer un sonmbulo. Despus sufri un cambio y. le invadi una gran intranquilidad. Quizs este cambio le fue beneficioso, pues, por lo menos, demostraba que haba despertado de aquel estupor. Glenn te vio a ti, a tus amigos, y la vida que llevabas, claramente, va que se le haba cado la venda de los ojos vio los defectos que tena vuestro modo de vivir. No me lo dijo nunca, pero de sobra saba yo o lo que pensaba. Al marcharse al Oeste no lo hizo nicamente para reponerse. Se fue para escapar de todo esto... Y, Carley Burch, si tu felicidad depende ele l, vale ms que te muevas y tomes alguna determinacin antes de perderle.

    -Ta Mara! -balbuce Carley. -Hablo en serio. La carta demuestra lo cerca que ha estado del Valle de las Sombras, y

    que se ha convertido en un hombre hecho y derecho... Si yo estuviera en tu lugar, me ira al Oeste. Seguramente habr all algn sitio donde puedas estar perfectamente.

    -Oh, s! -contest con ansiedad-. Glenn que dijo que haba una especie de hospedera, donde van viajeros durante el buen tiempo; est en plena cariada, y no muy lejos de donde vive l. Adems, la ciudad, Flagstaff, est bastante cerca... Ta Mara, me parece que ir, en efecto.

    -Ya te he dicho que o que t, ira. Ciertamente, aqu no haces ms que perder' el tiempo.

    -Pero no puedo ir ms que a hacerle una visita - contest Carley con aire pensativo -. Quiz podr resistir un mes o mes y medio.

    -Me parece a m que si puedes resistir el vivir en Nueva York, podrs aguantar la vida del Oeste -contest ta Mara secamente.

    -Me es imposible hacerme a la idea de poder estar mucho tiempo lejos de Nueva York... Pero puedo estarme all hasta conseguir que Glenn vuelva conmigo.

    -Quiz te cueste ms tiempo de lo que supones -contest su ta con un brillo especial en sus inteligentes ojos-. Sigue mi consejo y sorprndele. No le escribas, no le des ocasin de

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    sugerirte cortsmente que es preferible que no vayas por ahora. No me agradan las palabras por ahora.

    -Ta, realmente, eres excesivamente franca -dijo Carley, medio resentida y medio sorprendida -. Glenn estara loco de contento de que yo fuera all.

    -Quiz tengas razn. Te ha dicho alguna vez que fueras? -No; ahora que lo pienso, nunca me lo ha dicho -contest Carley de mala gana- Ta

    Mara, tus palabras me disgustan. -Hija ma, me alegro de que sea as-contest la ta- Estoy segura, Carley, que bajo esa

    capa de ultramodernismo se oculta un corazn muy grande. Lo que tienes que hacer es escucharle pronto, pues si no...

    -Si no, qu?-pregunt Carley. La ta Mara sacudi su plateada cabeza con aire de sabidura. -Dejemos eso, Carley; quisiera que me dieras tu opinin sobre el punto ms importante

    de la carta de Glenn. -Supongo que te referirs a su amor por m! -contest Carley. -Es natural que a ti te lo parezca. Pero yo no pienso lo mismo. Lo que ms me llama la

    atencin es el modo que tiene de hablar del Oeste. Carley, haras bien en reflexionar sobre ello.

    -As lo har -contest Carley resueltamente-. Ms an. Ir a su maravilloso Oeste y ver lo que quieren decir sus palabras.

    Carley Burch posea en alto grado el vrtigo de la velocidad, pasin dominante de los tiempos modernos. Le encantaba correr en automvil a sesenta millas hora por una carretera llana y sin curvas, y ms aro por la playa de Ormond. Durante las noches de lona le haca el efecto de que la blanquecina arena volaba hacia ella. Por lo tanto, se senta completamente a sus anchas en el Twentieth Century Limited, que la llevaba velozmente hacia Chicago. El movimiento suave e incesante del tren le causaba una sensacin de bienestar. La divirti grandemente la observacin de una anciana seora sentada cerca de ella, que deca a su acompaante:

    -Quisiera que el tren fuera un poco ms despacio. En estos tiempos no le dejan a una ni respirar. Qu pasara si nos saliramos de la va?

    Carley no tena miedo ni de trenes expresos, ni de automviles, ni de trasatlnticos; en realidad, aseguraba orgullosamente que no tena miedo a nada. Sin embargo, se preguntaba si aquel valor no sera ficticio. Era muy fcil que se tratara del falso valor que comunica el estar en medio de un gran gento. Antes de haberse decidido a hacer aquella excursin, no recordaba haber hecho nada sola. Lo nico que la emocionaba era el final del viaje. Aquella noche durmi arrollada por el sordo rechinar de las ruedas del tren. De repente, despert a consecuencia de una sacudida, y, sentndose en la cama, rodeada completamente por la oscuridad, pens que tanto ella como sus compaeros de viaje estaban a merced del maquinista. Quin sera el conductor de la mquina? Estara atento y vigilante, pensando en las vidas que le haban sido confiadas, con la mirada fija en las palancas y vlvulas de la locomotora? Aquellas ideas la inquietaron vagamente, y las apart de su imaginacin.

    Se detuvo unas cuantas horas en Chicago, v a continuacin de aquella tediosa espera dio comienzo a la segunda parte de su viaje. Por ltimo, se, encontr en el California Limited y se acost, sintiendo una sensacin de alivio completamente nueva e ella. El resplandor del sol que penetraba por debajo de la cortinilla la despert. Incorporse sobre las almohadas y vio campos de pasto, interminables aparentemente. De trecho en trecho se vea alguna pequea granja o algn pueblo rodeado de rboles. Pens que deba de estar atravesando aquellas praderas que recordaba haba al oeste del Misisip.

    Ms tarde, cuando se hallaba en el coche-restaurante, se lo pregunt al camarero, que le contest sonriendo

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    -Estamos en Kansas, y los verdes campos que usted ve son los trigales que surten de pan a toda la nacin. Carley no se sinti impresionada ante aquella respuesta. Las cortas briznas de los trigales eran de color rico v Suave, y los enormes campos se extendan hasta perderse de vista, haciendo montono el paisaje. No saba que existieran en el mundo tantas llanuras, -e imaginaba que aquel pas sera ideal para los automovilistas. Cuando volvi a su asiento, baj, las cortinillas y empez a leer las revistas ilustradas que llevaba consigo. Cansse de la lectura y se dirigi nuevamente hacia el vagn-mirador1. Carley estaba acostumbrada a llamar la atencin, y slo le disgustaba que se fijasen en ella cuando estaba de mal humor. Evidentemente, viajaban en aquel tren muchos pasajeros que no eran de su misma posicin social, segn haba podido observar. La luz que entraba por las numerosas ventanillas del vagn y las impertinentes miradas de algunos viajeros la hicieron volverse de nuevo a SU departamento. Al llegar a. l vio que alguien haba subido las cortinillas prximas a su asiento. Carley las baj rpidamente y se instal confortablemente en su sitio. Oy una voz femenina que deca en voz bastante alta: Yo crea que la gente que va hacia el Oeste lo, hace para ver el paisaje. Y un caballero contest secamente: No siempre La seora que de acompaaba continu diciendo: Si esa muchacha fuera hija ma, hara que se alargara las faldas. El caballero se ech a, rer, y observo: Martha, ests chapada a la antigua. Mira los grabados de las revistas ilustradas.

    Aquellos incidentes divertan grandemente a Carley, y aprovech la primera oportunidad que tuvo para observar a sus vecinos. Era una pareja de ancianos muy original, que le recordaba a los habitantes de las poblaciones rurales de los Adirondacks. Sin embargo, no le agrad en lo ms mnimo la observacin que lleg, hasta sus odos, pronunciada en voz baja por otra seora que emple la palabra tuberculosa para designarla. Carley comprenda que estaba plida, pero se dijo a s misma que aqul era el nico punto de semejanza que tena con los tuberculosos. Y se alegr de que el acompaante de la seora en cuestin expresara, con conviccin, aquella misma idea.

    En realidad, sus palabras reflejaban, la admiracin que en l haba despertado la, muchacha.

    Carley pens que Kansas era interminable, y se acost antes de haber atravesado completamente aquel Estado. A la maana, siguiente se fijaron sus ojos en el terreno escarpado, gris negruzco, de Nuevo Mjico. Busc en el horizonte montaas, pero, por lo visto, no existan en aquel paraje. Lentamente se sinti, invadida por algo difcil de definir. No le, agradaba el, paisaje, pero, comprenda que no era precisamente desagrado lo que senta. Ante sus ojos pasaban llanuras, desnudas y grises, colinas poco elevadas, rocas peladas, grupos de peas y ocasionalmente algn valle pintoresco. Todo aquello lleg a can-sarla y aburrirla. Dnde estaba aquel Oeste de que le hablaba, Glenn en sus cartas? Tena la certeza de una cosa, y era que cada, milla de agreste, terreno que pasaba ante ella le acercaba ms a su prometido. Aquella idea le proporcion a Carley el; nico placer que haba experi-mentado durante el interminable viaje. Pens que si se: pusiera a Inglaterra o Francia en medio de Nuevo Mjico, pareceran insignificantes perdindose en aquella inmensidad.

    Los rayos del sol calentaban ms, y el tren empez a, arrastrarse penosa y lentamente, ascendiendo por las pendientes de la va. El vagn se llen de polvo, y todo aquello hizo que Carley se sintiera invadida por una sensacin de desagrado. Dormit apoyada en un al-mohadn durante lloras enteras, hasta que despert su atencin la exclamacin gozosa de un viajero: Mira! Indios! Carley mir con gran inters. Cuando era chiquilla haba ledo casas, de indios, Y recordaba imgenes llenas de color Y romanticismo. Observ, a travs de la ventanilla del vagn, llanuras polvorientas, casas achaparradas hechas de barro y gentes de aspecto extrao y corta estatura. Los chiquillos iban desnudos o vestidos con harapos, y las

    1 Vagn con amplios ventanales existente en los trenes de los Estados Unidos.

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    mujeres tenan un aspecto muy sucio llevaban trajes de gran vuelo, con toques de color rojo. Los hombres, vestidos de blanco, eran de aspecto abigarrado y astroso.

    Todos aquellos extraos miraban con indiferencia al tren, que pasaba lentamente, ante ellos.

    -Indios- musit Carley incrdulamente-. Si son stos los nobles pieles rojas, tengo que reconocer que me han desilusionado.

    - No volvi a mirar por la ventanilla ni siquiera cuando un empleado pronunci el curioso nombre de Alburquerque.

    Al da siguiente desapareci la languidez de Carley al or pronunciar el nombre de Arizona y ver los muros de roca roja y las vastas franjas de tierra cubierta de cedros. No le agrad aquel pas. Pareca imposible que all viviera nadie, v, en lo que abarcaba su vista, pareca que, efectivamente, estaba completamente deshabitado. Sus sensaciones no se limitaron, sin embargo, a lo que vea. Empez a notar extraos zumbidos en los odos, y a continuacin la sensacin desagradable de que le sangraba la nariz. El revisor le dijo que aquellos fenmenos eran producidos por el cambio de altura, y todo aquello la mantuvo alejada de la ventanilla, no permitindole ver, en su consecuencia, casi riada del' paisaje. De lo que haba visto anteriormente dedujo que no se perda gran cosa. Cuando el' sol se pona, mir deliberadamente a travs de la ventanilla, para ver cmo era una puesta de sol en Arizo-na. No era ms que un resplandor amarillento! Cuando estuvo en las Palisades haba visto crepsculos mucho ms bellos. Hasta llegar a Winslow no se dio cuenta de lo cerca que estaba del trmino de su viaje v de que llegara a Flagstaff cuando se hiciera de noche. Empez a sentirse dominada por la nerviosidad. Y si Flagstaff fuera semejante a aquellas poblaciones de aspecto tan extrao?

    Antes de que el tren disminuyera su marcha al llegar al trmino de su viaje, dese Carley ms de una vez el Haber avisado a Glenn que la fuera a esperar. Y cuando se encontr envuelta por aquella noche fra, oscura y de fuerte viento, ante una estacin de ferrocarril iluminada dbilmente, deplor el haber querido sorprender a Glenn. Pero era demasiado tarde, y no tena ms remedio que salir como pudiera del compromiso en que se haba metido.

    Unos cuantos hombres iban de un lado a otro del andn. Algunos eran morenos y de ojos negros, y Carley pens que probablemente se deba de tratar de mejicanos. Por fin se le acerc un mozo ofrecindole sus servicios. Cogi las maletas de la muchacha y, depositndolas en un carro, dijo, indicando la anchurosa calle: Vuelva usted una manzana ms all. Hotel Wetherford. Despus puso el carro en marcha y se alej. Carley le sigui, llevando su maletn en la mano. Una rfaga de viento fro, que levant una nube de polvo, azot el rostro de la muchacha mientras cruzaba la calle y suba a una alta acera que bordeaba la manzana. Haba luces en las tiendas y en las esquinas; pero Carley se sinti impresionada, por la fra y oscura grandeza de aquella noche. El viento soplaba con gran fuerza. Por la calle pasaba mucha gente, en su mayora hombres, que iban de un lado para otro. Por todas partes se vean automviles. Nadie se fij en la muchacha. Al llegar a la esquina de la manzana la dobl y se sinti aliviada al divisar el letrero del hotel. Cuando entr en el vestbulo lleg hasta sus odos el ruido producido por alguien que jugaba a los bolos y la discordante msica de un gramfono. El mozo dej sus maletas en el suelo y se march dejndola sola. El empleado o propietario del hotel charlaba con varios hombres detrs del mostrador. El vestbulo estaba lleno de gente ociosa. El humo del tabaco enrareca la atmsfera. Nadie se fij en Carley hasta que, por ltimo, se adelant hacia el mostrador, interrumpiendo la conversacin.

    -Es esto un hotel? - pregunt bruscamente. El individuo que estaba en mangas de camisa se volvi lentamente hacia ella y contest -S, seora. Carley observ:

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    -No lo hubiera adivinado, a juzgar por la cortesa de sus empleados. He estado esperando para inscribirme en el registro.

    Con la misma calma, y mirndola con algo de impertinencia, le alarg el empleado el libro, formulando la siguiente observacin:

    -La gente de aqu pide lo que necesita. Carley no hizo ms comentarios. Desde luego, reconoca que no poda esperar en

    aquellos parajes la misma vida a que estaba acostumbrada. Su mayor deseo en aquellos momentos era acercarse al gran hogar abierto, en el que chisporroteaba un alegre fuego, prpura y oro. Pero no tuvo ms remedio que seguir al empleado. ste la condujo a una habitacin pequea, de color gris parduzco, en la que no haba ms que la cama, una mesa, un lavabo fijo en la pared y provisto de un grifo, y una silla. Mientras Carley se quitaba el sombrero y el abrigo, baj el empleado al vestbulo en busca del resto de su equipaje.

    Cuando volvi le dijo a Carley que a las nueve de la maana del da siguiente sala un coche para Oak Creek Canyon. Aquella noticia le alegr tanto, que se sinti con fortaleza para hacer frente a aquella extraa sensacin de soledad que la invada. En la habitacin no haba calefaccin de ninguna clase, ni agua caliente. Cuando Carley dio vuelta al grifo, sali de l un torrente de agua, que salpic por fuera del lavabo, dejndola completamente empapada. En la vida haba visto agua ms fra. A continuacin de la sorpresa y el desconcierto, tuvo un acceso de mal humor. Pero despus se dio cuenta de lo cmico de la situacin, y no tuvo ms remedio que echarse a rer.

    -Bien empleado te est, mueca lujosa y mal educada - exclam en tono burln -. Esto es el Oeste. Tiembla de fra y arrglate sin doncella!

    Nunca se haba desnudado tan de prisa, ni haba sentido tal gratitud al sentir las gruesas mantas de lana que cubran su dura cama. Poco a poco fue entrando en calor. La oscuridad le pareci asimismo muy consoladora.

    -Slo estoy a veinte millas de distancia de Glenn -murmur-. Qu extrao! Me pregunto si le alegrar mi llegada.

    Senta una seguridad dulce y encantadora de que as sera. Tard en poderse dormir. La excitacin haba hecho presa de sus nervios, y estuvo mucho tiempo despierta. Al cabo de un rata ces el! ruido de los automviles y el sonido de los bolos y de las apagadas voces que llegaban hasta ella. Despus oy el gruido intermitente del viento que soplaba en el exterior. Nunca haba odo ruido semejante, y le pareci agradable. Oy asimismo el' musical sonido de un reloj que daba los cuartos de hora. Poco despus se durmi.

    Cuando se despert encontrse con que era tarde, y no tena ms remedio que apresurarse. Adems, la temperatura de la habitacin no permita que se vistiera despacio. No encontr) palabra adecuada para calificar la sensacin que le produjo el agua. Y tena los! dedos tan entumecidos, que a su modo de ver hizo un tocado muy desgraciado.

    Abajo, en el vestbulo, arda en la chimenea un alegre fuego rojo, semejante al de la noche precedente. Qu encantadores eran los hogares bajos! Casi meti entre las llamas sus entumecidas enanos, y se estremeci bajo el dolor que la invada hasta que se le fueron calentando poco a poco. El vestbulo estaba desierto. Sigui un cartel indicador que sealaba el camino que conduca a un comedor que haba en el stano, y consigui tomar parte de los huevos con jamn y del cargado caf que le sirvieron.

    Despus subi al vestbulo y sali a la calle. Un viento fro y penetrante pareci atravesar todo su cuerpo. Fue hasta la esquina ms

    prxima, v se detuvo mirando a su alrededor. Por la calle principal pasaba un torrente de peatones, caballos y coches, que se extenda entre las dos manzanas de casas poco elevadas. Frente a ella haba un salar sin construccin, detrs del cual empezaba urna hilera de lindas casas de extraa arquitectura, que, evidentemente, eran residencias de la ciudad. Despus

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    levant la vista, atrada instintivamente por algo que obstrua la lnea del cielo, y se qued completamente sorprendida y encantada.

    -Oh! Qu magnifico! -exclam. Dos enormes montaas se erguan ante ella. En sus majestuosas laderas crecan bosques

    de rboles verdes y negros, hasta llegar a una superficie cubierta de nieve y rodeada de rboles, que cada vez se iba haciendo ms limpia y blanca, hasta llegar a los escarpados pinos que se erguan noblemente y brillaban con un resplandor rojizo bajo el sol que los iluminaba, destacndose sobre el fondo azul del cielo.

    Carley haba subido al Montblanc, y haba visto el Matterhorn; pero su vista no le haba producido nunca la admiracin y el asombro que le produjeron aquellos dos picos gemelos de su tierra natal.

    -Qu montaas son sas? -pregunt a un transente. -Los picos de San Francisco, seora -le contest el hombre. -Parece que estn a una milla de distancia! -exclam la muchacha. -Dieciocho millas, seora -contest el transente con una sonrisa-. La atmsfera de

    Arizona es muy engaosa. -Qu extrao-murmur Carley-. En los Adirondacks no pasa eso. Segua contemplando los picos de San Francisco, cuando se le acerc un hombre

    diciendo que el coche para Oak Creek Canyon estaba a punto de salir, y, preguntndole si tena ya sus maletas preparadas, Carley corri a su habitacin para hacer el equipaje.

    Haba imaginado que el coche en cuestin sera un autocar, o, cuando menos, un coche de turismo de gran tamao, pero se encontr con que era un vehculo de dos asientos tirado por un tronco de esculidos caballos. El cochero era un hombrecillo de rostro marchito y edad indecisa, y pareca no darse cuenta de la importancia de su pasajera. Adems del equipaje de Carley, haba que cargar en el coche muchos ms bultos, pero, evidentemente, era la muchacha la nica viajera.

    -Me parece que va a hacer mal da -dijo el cochero -. Estos das de abril resultan fros y borrascosos en lo alto del desierto. Quiz nieve, adems de todo. Esas nubes que cuelgan alrededor de los picos no son muy prometedoras. Seorita, no tiene usted algo de ms abrigo?

    -No, nada -contest Carley-. Tendr que aguantarme. Dijo usted que bamos a pasar por un desierto?

    -Desde luego. Bueno, debajo del asiento hay una manta del caballo, y puede usted hacer uso de ella si quiere - contest el hombrecillo. Se: subi al asiento delante de Carley y, cogiendo las riendas, puso los caballos al trote. Al doblar el primer recodo se li cuenta Carley de lo que quera decir el cochero al hablar de un mal da. Una rfaga de viento fuerte, penetrante y cargada de polvo y arena, la azot de: lleno en el rostro. Fue tan repentino, que casi no la dio tiempo de cerrar los ojos. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para conseguir limpirselos con la ayuda del pauelo y de aliviadoras' lgrimas. La ltima etapa le result altamente incmoda.

    Ante ella y a ambos lados se extendan los esculidos alrededores de la ciudad. Mirando hacia atrs, el panorama no dejaba de ser pintoresco, gracias a los picos que se erguan en el fondo. Pero la dura carretera, con sus sbanas de polvo ambulante, la pelada va, del ferrocarril y las cercas circulares, que Carley tom por corrales de ganado, as como los montones de escombros que llenaban las proximidades de un inmensa aserradero, le parecieron altamente desagradables la vista. De un elevado y abovedado can de chimenea sala una columna de humo amarillento, que se extenda al elevarse, dando al cielo un aspecto an ms triste. Detrs del aserradero se extenda el campo. Haba unas pendientes muy pronunciadas, y evidentemente deba de haber habido all un bosque, pero no quedaba de l

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    ms que un paraje terriblemente pelado, donde se elevaban algunos troncos de rboles que-mados y millares de tocones que atestiguaban la devastacin sufrida.

    El pelado camino torca hacia el Sudoeste, y de aquella direccin precisamente proceda aquel desagradable viento. Como no soplaba con regularidad, Carley no poda estar en guardia para protegerse contra l. De vez en cuando disminua su intensidad, permitiendo a la muchacha mirar a su alrededor, pero, de repente, volva a azotarle fuertemente el rostro, llenndola de polvo. El olor de ste era tan desagradable como su furia. Las aletas de la nariz le escocan a Carley. Era tan violento el aire, que si hubiese soplado con un poco ms de fuerza, hubiera resultado sofocante. Un grupo de pesadas nubes grises pas por encima de su cabeza, y el viento empez a soplar con ms mpetu. El fro era cada vez mayor, Antes estaba escalofriada, pero aquel aire la hel por completo. El bosque pareca interminable, y cuanto ms avanzaba, ms triste y srdido se haca el paisaje. Carley se olvid de las magnficas montaas que haba a sus espaldas, y como el viaje duraba horas enteras, se sinti tan incmoda y desilusionada, que tambin olvid por completo a Glenn Kilbourne. No lleg hasta el punto de deplorar el haberse puesto en viaje, pero se sinti intensamente desgraciada. De vez en cuando vea ruinosas cabaas de maleara, y el paisaje era an ms desnudo que cuando atravesaron el bosque devastado. Qu viviendas ms miserables! Era posible que alguien las hubiera habitado alguna vez. Imaginaba que sus dueos no tendran ms que a sus mujeres y sus hijos. Se olvid de que tanto las mujeres como loas nios son muy escasos en el Oeste. Enmaraados fragmentos de bosque -pinos, amarillos, segn dijo el cochero empezaban a aparecer en aquella tierra quemada, estril y rida. A Carley le pareci aquella vegetacin ms triste y terrible al pensar en lo que debi de ser en tiempos.

    Por qu haban cortado aquel bosque de varias millas de extensin? Supona que sera obra de los que iban en busca de fortuna, como suceda con los que devastaban los Adirondacks. Cuando el; cochero tuvo que detenerse para reparar o ajustar algo que se haba salido de su sitio en el arns, Carley agradeci el verse libre unos instantes de aquella inaccin, que contribua a su entumecimiento. Se baj del coche y ech a andar. Empez a caer aguanieve, y cuando volvi al vehculo le pidi al cochero la manta para taparse. El olor de aquella manta del caballo era poco ms sufrible, que el fro. Carley se arrop en su asiento, dominada por un estado de afliccin resignada. Ya estaba harta de su estancia en el Oeste.

    Pero la borrasca de aguanieve ces, las nubes desgarrronse para dar paso a los: rayos de sol, y la incomodidad de Carley qued un tanto mitigada.

    El camino se adentraba poco a poco por un verdadero bosque que no haba sufrido devastacin alguna. Carley vio ardillas grises de gran tamao, con erguidas orejas y peludas colas. El cochero le seal un grupo de enormes aves. Carley vio que se trataba de pavos, pero eran lustrosos y satinados, con manchas broncneas, blancas y negras, muy diferentes de los que haba visto en el Este.

    -Debe de haber una granja por aqu cerca -dijo Carley mirando a su alrededor. -No, seora. Son pavos silvestres -contest el cochero-, y su carne es! la ms deliciosa

    que puede usted comer en su vida. Poco despus, cuando salan del bosque y avanzaban por un paraje menos frondoso,

    seal a Carley una manada de animales grises, de ancas blancas, que la muchacha tom por carneros.

    Y aqullos son antlopes -dijo-. En tiempos estaba este desierto lleno de antlopes. Despus desaparecieron casi por completo, pero ahora van de nuevo en aumento.

    Los parajes ridos, el mal tiempo y especialmente el psimo camino que recorrieron a continuacin volvieron a deprimir intensamente a la muchacha. Loas saltos que daba el coche al pasar por encima de races, rocas v baches era altamente desagradable. Tena que agarrarse al asiento para no ser lanzada fuera del coche. Un salto ms brusco que loas dems hizo que se diera un golpe violento en la rodilla contra una clavija de hierro que haba en el asiento de

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    delante, y el dolor fue tan intenso, que tuvo que morderse los labios para reprimir aun grito. Despus entraron en una parte del camino un poco ms transitable, y Carley se alegr intensamente, pues no poda resistir ms aquellos vaivenes.

    Volvieron a entrar en el bosque. Carley observ que, por fin, haban dejado atrs los bosques quemados y devastados. El fro viento gema, agitando las copas de los rboles, y haca caer sobre la muchacha las gotas de agua que en ellas haba. Su rostro estaba completamente mojado. Carley cerr los ojos y se hundi en su asiento, sin fijarse en absoluto en el paisaje que le circundaba.

    -Las chicas no me creern cuando les cuente todo esto -monolog. Y, en realidad, estaba asombrada de s misma. Despus, el recuerdo de Glenn la reanim). Verdaderamente, no significaban nada los sufrimientos que le ocasionara el ir a su encuentro. Lo nico que le disgustaba era su decaimiento y las molestias e incomodidades de viaje tan primitivo.

    -Bueno; ya estamos en Oak Creek Canyon - grit el cochero. Carley despert de sus tristes preocupaciones y abri los' ojos, viendo que el cochero se

    haba detenido en un recodo del camino, donde aparentemente descenda en una pendiente muy pronunciada.

    Pareca, que aquella tierra rodeada de bosque se haba abierto en un profundo abismo, bordeado por muros de roca roja y obstruido por gran cantidad de troncos de madera verde. El abismo tena forma de V, y era tan profundo, que Carley sinti un estremecimiento de ho-rror y de emocin al mirar hacia abajo. Desde donde ella estaba pareca estrecho y con apariencias de zanja. En la direccin opuesta se ensanchaba y profundizaba, extendindose ms y ms entre aquellos enormes muros rojos. El fondo estaba cubierto de una alfombra verde, cuyos reflejos se mezclaban con los de un riachuelo rutilante, lleno de guijarros y de espuma blanca, que se formaba en los puntos en que la pendiente se acentuaba ms. El murmullo sordo y suave del agua corriente lleg hasta los odos de Carley. Qu sitio ms salvaje, solitario y terrible! Era posible que Glenn viviera en aquella escarpada grieta abierta en la tierra? Se asust al pensar era tenerse que hundir de repente en ella desde la altura en que se encontraba. Un resplandor purpreo iluminaba las profundidades de aquel barranco, y en aquel momento el' sol atraves las nubes y lo inund con sus dorados rayos, transformndolo de una manera incalculable. Las grandes rocas parecan de oro, el arroyo rutilante, plata, y los rayos de sol penetraban en las profundidades donde antes reinaban las azules sombras. Carley no haba contemplado nunca una escena semejante.

    A pesar de su hostilidad y sus prejuicios, tuvo que reconocer su belleza y grandiosidad. Pero aquella belleza era violenta v salvaje! Imposible que nadie viviera all! Aquella hendidura aislada, abierta en plena corteza terrestre, era una gigantesca madriguera para los animales salvajes, quiz pudiera servir de refugio a los hombres fuera de la ley, pero no era habitacin apropiada para un hombre civilizado como Glenn Kilbourne.

    -No se asuste usted, seora -dijo el cochero- No hay peligro si se va con cuidado. He pasado por aqu infinidad de veces.

    El corazn de Carley empez a latir con una violencia que desmenta sus afirmaciones de absoluta tranquilidad. El desvencijado vehculo se lanz por una pendiente tan pina, que Carley no tuvo ms remedio que agarrarse al asiento para mantener el equilibrio.

    II Carley se agarraba a su asiento con la respiracin entrecortada y fa cara dolorida a causa

    del fro. Su mirada se fijaba con fascinacin y asombro en el borde de la garganta. A veces, las ruedas del vehculo correspondientes al lado en que estaba la muchacha pasaban a pocas

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    pulgadas del borde del camino. Los frenos rechinaban v las ruedas resbalaban sobre el pavimento. Oy el ruido producido por las herraduras de los caballos, que se echaban hacia atrs con las patas rgidas, obedeciendo a las voces del cochero. Le pareci que los primeros cien, metros de aquel pendiente camino, abierto en plena roca viva, eran las peores. Empez a' ensancharse, y su pendiente disminuy. Las copas de los rboles estaban a la altura de su mirada, ocultndole las profundidades azules. Despus empezaron a aparecer matorrales a ambos lados del camino.

    La tensin de nervios que sufra la muchacha fue disminuyendo poco a poco, al mismo tiempo que la contraccin muscular que haba tenido que hacer para no ser despedida de su asiento. Los caballos se pusieron nuevamente al trote y las ruedas empezaron a rechinar. El camino haca violentos recodos y las murallas rojas y verdes de la caada que haba enfrente de 1'a muchacha se acercaban ms y ms. El sordo murmullo de agua corriente lleg hasta los odos de la viajera. Cuando, por ltimo, levant la vista, que tena fija en el suelo, no vio ms que una masa de follaje verde, entrecruzada por el pardo y el gris de los troncos y ramas de los rboles. Despus entr el vehculo en un sitio en que reinaba una oscura y fresca sombra, una especie de tnel formado por la roca hmeda revestida de musgo que haba a uno de los lados del camino y los apiados rboles que se erguan en el lado opuesto.

    -Me parece que ya estamos a buen seguro, a menos que nos encontremos algn vehculo que suba -declar el cochero.

    Carley sinti que sus nervios se relajaban, y lanz un hondo suspiro de alivio. Por primera vez se le ocurri la idea de que quiz su anterior experiencia en automviles, trenes expresos, trasatlnticos y hasta aeroplanos no seran las aventuras ms emocionantes que le tena deparada la suerte.

    Era probable que en el Oeste se encontrara con cosas impresionantes y enteramente nuevas para ella.

    El murmullo de una cascada sonaba cada vez ms cerca. Carley vio que el camino haca un recodo y penetraba en la caada, cruzando un ro claro y de rpida corriente. Aquel paraje estaba lleno de inmensos guijarros cubiertos de musgo y rojas murallas vestidas de liquen. La atmsfera era muy hmeda, y un estruendo dulce y sordo pareca llenarlo todo. Despus de aquel cruce, el camino descenda por la parte oeste de la caada, apartndose del ro y dejndolo a sus pies. Arbustos enormes, distintos de los que Carley haba visto hasta la fecha, se erguan majestuosamente, empequeeciendo a los meples y sicmoros moteados de blanco. El cochero dijo que se llamaban pinos amarillos. El camino descendi, por ltimo, de la rpida pendiente a la. parte baja de la caada. Lo que desde lejos pareca una grieta llena de troncos verdes se convirti, vindolo de cerca, en un valle que suba en zigzag, y que en su mayor parte estaba cubierto de rboles. Haba, sin embargo, espacios libres, y todo l estaba seccionado por el ro. Cada cuarto de milla, poco ms o menos, cruzaba el camino la corriente, y entonces Carley volva a agarrarse con ahnco a su asiento, y en su rostro se reflejaba una gran intranquilidad, ya que el ro era profundo, rpido y lleno de guijarros. Ni al cochero ni a los caballos parecan preocuparles los obstculos. Carley estaba empapada a causa del agua que salpicaba, y se vea zarandeada de un lado para, otro. Pasaron por sitios cubiertos completamente de robles, y Carley dedujo la razn de su nombre: Oak Creek Canyon2. A ambos lados se erguan murallas, fras, hmedas, sombras y silenciosas, y pinos que extendan sus poderosas ramas. Carley vio que bajo las masas de enormes rocas haba remansos profundos y verdes y tranquilas superficies de agua clara. A mucha altura, y por encima de las copas de los rboles, se recortaba la salvaje silueta del borde de la caada, destacndose violentamente contra el cielo. Le pareci que estaba completamente aislada del mundo y perdida en una inabordable grieta de la tierra. El sol se haba ocultado de nuevo, y la

    2 Oak significa roble.

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    oscuridad que reinaba en la caada la oprima, intensamente. Carley se sinti extraada al comprobar que no poda evitar el dejarse influir basta por los cambios que sufra el tiempo, por la altura, la profundidad, las murallas de roca, los pinos y las corrientes de agua. En realidad, qu tenan que ver con ella todas aquellas cosas? Eran solamente sensaciones fsicas las que experimentaba. Sin embargo, a pesar de su resistencia, cada vez estaba ms impresionada ante lo grandioso y lo salvaje de aquel lugar. El camino se desviaba bruscamente hacia la derecha, y Carley vio una bajada muy pendiente, que conduca al ro. En la otra orilla haba huertas y campos. A los pies de la muralla rocosa anidaba una pequea granja. El ro era ms profundo y ms abundante que en los puntos que lo haban atravesado antes, y Carley se sinti ms inquieta que nunca. Uno de los caballos resbal en la roca y cay al agua, volviendo a salir a la superficie despus, y salpicando considerablemente a su alrededor. Sin embargo, cruzaron el ro sin que Carley tuviera ms accidentes que el empaparse completamente en aquella: agua helada. Al llegar a aquel punto dio la vuelta el; cochero y borde el ro, pasando entre huertas y campos. Sigui a lo largo de la base de aquella muralla roja, y, de repente, lleg a un casern rstico de gran tamao, oculto hasta entonces a la vista de Carley. Casi se apoyaba en las rocas, de las que caa una blanca, y espumosa sbana de agua. Era de troncos de rboles con corteza y todo, y tena dos galeras que la rodeaban, por lo menos, hasta llegar a la roca. Las verdes plantas que crecan en algunos resquicios de la roca caan sobre la galera superior. De la chimenea de piedra sala una columna de humo, que se elevaba perezosamente. En uno de los barrotes de 1'a galera haba un cartel, escrito en toscos caracteres, que deca: Lolomi Lodge.

    -Oye, Josh, trajiste la harina?- grit desde el interior una voz femenina. -Hala! Me parece que no se me ha olvidado nada -contest el hombre bajndose del

    coche-. Y oiga usted, Mrs. Hutter, aqu tiene usted a una seorita de Nueva York. Las ltimas palabras del, cochero hicieron que la seora Hutter apareciese en los

    soportales de la casa. -Flo, ven aqu - dijo a alguien que, evidentemente, no estaba muy lejos. Despus salud a

    Carley con la sonrisa en los labios. -Baje usted del coche y entre en la casa, seorita -dijo-. Me alegra mucho el verla a usted

    por aqu. Carley tena los miembros rgidos a consecuencia del fro, y baj de la manera menos graciosa del mundo, apoyndose en la gran rueda cubierta de barro y en el estribo del coche. Cuando subi las escaleras que conducan al soportal vio que Mrs. Hutter era una mujer de mediana edad, bastante gruesa, de rostro lleno, de graciosas curvas, de ojos oscuros y de -expresin bonachona.

    -Soy miss Burch -dijo Carley. -Usted es la muchacha del retrato que tiene Glenn Kilbourne encima de la repisa de su

    chimenea -declar la mujer alegremente-. Le aseguro que me alegro mucho de conocerla, y mi hija Flo se alegrar tambin.

    Lo que le dijo Mrs. Hutter a propsito del retrato la satisfizo y la anim. -S, soy la prometida de Glenn Kilbourne. He venido al Oeste para sorprenderle. Est

    aqu? Est bien? -Perfectamente. Ayer le vi. Ha cambiado mucho durante su estancia aqu. Sobre todo en

    los ltimos meses. Me parece que no le conocer usted... Pero est usted muy mojada, tiene fro y su aspecto es de cansancio. Entre usted y acrquese al fuego.

    -Gracias, estoy perfectamente -contest Carley. En el umbral de la puerta se encontraron con una muchacha de figura esbelta y

    musculosa y de una rapidez extraordinaria de movimientos. Carley se dio cuenta en seguida de su juventud y su gracia y de que su rostro, sin ser lindo ni hermoso, era, sin embargo, maravillosamente atractivo.

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    -Flo, aqu tienes a miss Burch -exclam Mrs. Hutter alegremente y atndose importancia -. La prometida de Glenn Kilbourne ha venido desde Nueva York para sorprenderle!

    -Oh, Carley, mucho gusto en conocerla! -dijo la muchacha con voz profunda y armoniosa -. Ya la conozco a usted. Glenn Kilbourne me ha hablado mucho de usted.

    Si aquel saludo, dulce y cordial, desconcert a la muchacha, no dio seal alguna de que as fuera. Pero cuando murmur algunas palabras para contestar a su saludo, fij sus ojos, con la intensa curiosidad que caracteriza a las mujeres, en el rostro que tena ante ella. Flo Hutter era muy blanca, y su rostro estaba cubierto de pecas. La boca y la barbilla, de rasgos demasiado pronunciados, no sugeran, en modo alguno, la suave belleza femenina. Tena los ojos color avellana claro, y eran, de expresin franca, penetrante e intrpida. Su cabellera era abundante y de reflejos dorados y plateados a un mismo tiempo, y Carley pens que deba de ser muy rebelde o, por el contrario, no era cuidada con esmero. A Carley le agrad el aspecto de la muchacha y la sinceridad de su saludo, pero, instintivamente, sinti una reaccin de disgusto al pensar en la sugestin franca de la intimidad que tena con Glenn. Aquel detalle le hizo adoptar una actitud reservada.

    Hicieron penetrar a Carley en un amplio gabinete y la condujeron junto a una chimenea de chisporroteante fuego, ayudndola a continuacin a quitarse el abrigo. Hablaban de la manera solcita caracterstica en las personas amables y que no estn acostumbradas a recibir muchos visitantes. Despus se alej Mrs. Hutter para hacer una taza de caf caliente, y Flo se qued charlando con la muchacha.

    -Le daremos a usted la mejor habitacin. Tiene una galera donde puede usted dormir, y que est bajo la roca de la cascada. El agua le arrullar hasta que se duerma. Naturalmente, no tiene usted que usar la ama de la galera hasta que haga ms calor. La primavera es muy tarda en este pas, y an tendremos mal tiempo. Sabe? Realmente, ha venido usted a Oak Creek en su poca menos atractiva. Pero siempre ser Oak Creek. Ya llegar usted a comprender lo que quiere decir.

    -Le aseguro que recordar siempre la primera vez que lo vi y la bajada por el camino rocoso - dijo Carley con cansada sonrisa.

    -Oh, eso no es nada en comparacin de lo que ver y 'har usted durante su estancia aqu! - dijo Flo con aire de sabidura-. Ha habido aqu pies blandos procedentes del Este, y ni uno solo hubo que no acabara por entusiasmarse de Arizona.

    -Pies blandos! No se me haba ocurrido pensar en ello. Pero naturalmente... -murmur Carley.

    Mrs. Hutter volvi en aquel momento, llevando una bandeja en la mano. La dej sobre una silla y se la acerc a Carley.

    -Coma usted y beba -dijo, como si aquellos actos tuvieran la importancia ms capital en esta vida-. Flo, lleva las maletas a la habitacin orientada al Oeste, que es la dedicada a los que deseamos les guste Lolomi. -A continuacin ech lea al fuego, hacindolo crujir y lla-mear, y se sent cerca de Carley, mirndola de hito en hito.

    -No le importar a usted que la llamemos Carley? -pregunt con ansiedad. -Oh, claro! Me encantara -contest Carley, que, a pesar suyo, se senta rodeada de un

    ambiente acogedor; que haca que le pareciera estar en su propia casa. -Mire, usted no es para nosotras una extraa -continu diciendo Mrs. Hutter-. Tom, el

    padre de Flo, le cogi mucha simpata a Glenn Kilbourne cuando vino por primera vez a Oak Creek, hace ms de un ao. No s si sabr usted lo grave que estuvo ese pobre muchacho... Estuvo en la cama durante dos semanas enteras en la habitacin que le vamos a dar a usted. Y yo no cre que saliera adelante. Pero sali adelante, y se puso mejor. Al cabo de algn tiempo se fue a trabajar con Tom. Despus, hace ya ms de seis meses, invirti sus ahorros en el negocio que tiene Tom de la cra de carneros. Vivi con nosotros hasta que se hizo una cabaa, arriba, en West Fork. Has ido mucho con Flo y, naturalmente, le ha contado todo lo

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    relacionado con usted. Como ver usted, no es una extraa para nosotros, y quisiramos que se diera cuenta de que est entre amigos.

    -Se lo agradezco en el alma, Mrs. Hutter -dijo Carley conmovida-. Nunca le podr agradecer bastante lo buena que ha sido con Glenn. Ignoraba que estuviera tan enfermo. Al principio slo me escriba de tarde en tarde.

    -Supongo que nunca le dira, ni de palabra ni por escrito, lo que hizo durante la guerra - declar Mrs. Hutter.

    -Desde luego que no! -Bueno, ya se lo dir yo a usted' algn da. Tom se enter de todo lo concerniente al'

    muchacho. Parte de sus informes se los proporcion un soldado que vino a Flagstaff por estar enfermo del pecho. Haba estado en la misma compaa que Glenn. Al principio no sabamos cmo se llamaba, pero luego se enter Tom de que su nombre era John Henderson. Era un muchacho muy simptico, y no tena ms !que veintids aos. Y muri en Phoenix. Tratamos -de hacerle venir, aqu, pero no quera vivir de caridad. Siempre estaba esperando dinero, una pensin de guerra o algo por el estilo. La pensin no lleg. Durante algn tiempo estuvo empleado en El Tovar. Despus vino a Flagstaff. Pero haca mucho fro, y estuvo all dema-siado tiempo.

    -Qu pena! -dijo Carley con aire pensativo. Aquellas noticias relacionadas con el sufrimiento de los soldados americanos haban ido en aumento durante los ltimos meses, y tenan el dan de deprimir intensamente a la muchacha. Durante toda su vida haba hudo de las cosas desagradables. Y los sufrimientos de aquellos desgraciados eran casi tan desagradables como el contacto directo con las enfermedades y la suciedad. Pero Carley haba comprendido que durante la vida habra circunstancias contrarias a su comodidad! y felicidad y a las que era imposible volverles la espalda.

    En aquel momento volvi a entrar Flo en la habitacin, y Carley se qued asombrada al ver la singular libertad de movimientos, aplomo y alegra que pareca emanar su presencia.

    -He encendido fuego en su estufa -dijo- Hay agua puesta a calentar. No quiere subir a cambiar por otro el traje de viaje? Supongo que querr arreglarse para cuando venga Glenn. No?

    Carley no pudo por menos do sonrer ante aquellas- palabras. No haba duda de que la muchacha era franca, natural y alegre. Carley se puso en pie.

    -Son ustedes muy buenas al recibirme como a una amiga -dijo-. Quisiera no decepcionarlas. S, efectiva-mente, quisiera componerme un poco para cuando me vea Glenn... Hay forma de que le enve un recado por medio de alguien que no me haya visto?

    -Desde luego. Mandar a Carley, uno de nuestros empleados. -Gracias. Entonces encrguele usted que diga que ha venido a verle una seora de Nueva

    York para tratar de un asunto muy importante. Flo Hutter palmote, rindose alegremente. Su alegra hizo que Carley sintiera

    remordimiento de conciencia. Los celos eran algo injusto y sofocante. Condujeron a Carley por una amplia escalera y, atravesando un pasillo de suelo de madera, entraron en una habitacin que daba sobre fa .galera. Un murmullo persistente y sordo lleg a los odos de Carley. Era la voz de la cascada. Por la entreabierta puerta vio al otro lado del porche un velo de encaje blanco, de una cascada de agua que caa saltando v cambiando constantemente de forma. Estaba tan cerca, que pareca tocar los pesados barrotes de la galera.

    La habitacin pareca una tienda de campaa. No tena techo, pero el tosco alero del tejado de la casa descenda en un plano inclinado hasta poco ms arriba de la habitacin. Los muebles eran de confeccin casera, y el suelo estaba cubierto por una alfombra india. La cama, con sus limpsimas mantas de lana y sus almohadones blancos, 'parecan invitarla al descanso.

    -Era aqu donde estaba Glenn durante su enfermedad? -pregunt Carley.

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    -S -contest Flo gravemente, y una sombra oscureci sus ojos-. Mi deber sera contrselo a usted todo. Algn da lo har. Pero hoy no quiero entristecerla...

    Glenn estuvo a punto de morir aqu. Mi madre y yo no nos separamos ni un momento de la cabecera de su cama mientras dur la gravedad.

    Mostr a Carley el modo de abrir la estufita, echar dentro las astillas y regular el tiro, advirtindole que tuviera cuidado de que no se calentara excesivamente. Luego sali de la habitacin, dejando sola a Carley.

    Carley se sinti de un humor completamente inslito en ella. Cada vez que se acordaba de lo pronto que iba a ver a Glenn, le daba un vuelco el' corazn. Sin embargo, no era aquello lo inslito. No acababa de comprender los pensamientos y sensaciones vagas que la dominaban. Todo aquello era completamente diferente de su vida corriente. Adems, estaba cansada. Pero aquellas explicaciones no eran suficientes. Su corazn se senta dolorido, sin duda alguna, al recordar que Glenn Kilbourne haba estado enfermo en aquella pequea habitacin y que no le haba cuidado Carley Burch, sino otra muchacha.

    -Estoy acaso celosa? -murmur-. No! -Pero en el fondo de su corazn saba que menta. Tan imposible era que una mujer no se sintiera celosa en aquellas circunstancias, como que la muchacha evitara los acelerados latidos de su corazn. Sin embargo, Carley se alegraba de que Flo Hutter hubiera estado all, y siempre le agradecera la bondad de que haba dado muestras. Carley se quit el vestido, y, ponindose la bata de casa, empez a deshacer las maletas y a colgar sus cosas en las perchas que haba en unos estantes cubiertos con una cortina. Despus se tendi en la cama para descansar, aunque sin el menor deseo de dormir. Pero haba tal, magia extraa en la fragancia de la habitacin, que recordaba al olor de pinos que haba en el exterior, en la blandura de la cama y, sobre todo, en, el sordo murmullo ensoador de la cascada, que se durmi. Cuando despert eran las cinco de la tarde. El fuego de la estufa se haba apagado, pero el agua, estaba an templada. Se ba, se visti cuidadosamente, pero coro la misma rapidez que lo haca cuando estaba en su casa. Se paso un traje .blanco, porque era' como ms le gustaba siempre a Glenn. Desde luego, aquel vestido no era apropiado para una casa de campo, en la que las corrientes de aire llenaban las habitaciones y vestbulos, desprovistos en absoluto de calefaccin. En su consecuencia, se puso una chaqueta de lana de mucho abrigo, adornada con rayas de colores vivos, que le sen-taban admirablemente a causa del oscuro color de sus ojos y de su pelo.

    Mientras se vesta y reflexionaba pareca estar invadida por aquel suave murmullo de la cascada. Viviendo en Lolomi Lodge era imposible librarse completamente de aquel sonido, ni de da ni de noche. Atormentaba, vagamente a Carley, y, sin embargo, no le pareca desagradable. Sali a la galera. El pequeo espacio que le haba de servir de alcoba contena la cama y una tosca silla. Levantando la vista, vio las peladas estacas del tejado, que estaban a pocos pies de su cabeza. Tuvo que apoyarse en la barandilla de la galera para mirar hacia arriba. Aquella muralla de roca verde y roja pareca estar cerqusima de ella. La cascada tena su origen en una rendija que se abra en la roca. Despus de bajar centelleando por la lisa muralla, se estrechaba salpicando con pequeas gotas al pasar por una hendidura y caer de repente formando una blanca y sutil sbana. Desde la galera no se vea ms que tinos, y ms all el lado opuesto de la, caada. Qu cerrado era el sitio en que se ergua aquella casa! Pareca rodeado de paredes!

    -En verano, quiz resulte agradable pasar aqu un par de semanas - monolog Carley -. Pero vivir aqu? Cielos! Casi da lo mismo que le entierren a uno!

    El ruido de pesados pasos, y el sonido de una voz masculina que proceda del vestbulo, aceleraron el pulso de la muchacha. Pertenecan a Glenn? Al cabo de un segundo de atencin advirti que no era l. Sin embargo, cuando sali de la galera y penetr en el entarimado pasillo, el corazn segua latindole violentamente y senta una emocin involuntaria que haca mucho no haba experimentado. Qu aspecto de pajar tena aquel piso

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    alto de la casa! Qu gris era! Sin embargo, desde la parte superior de la escalera, el gabinete de estar contrastaba con aquella tristeza. Haba objetos de colores vivos, algunas mecedoras, una lmpara que alumbraba .brillantemente la habitacin y un hogar abierto, en que arda un fuego que hubiera bastado para disipar lo sombro del da.

    Un hombre de gran estatura, con traje de pana y botas altas, fue al encuentro de Carley. Iba completamente afeitado y su rostro hubiera resultado severo y duro a no ser por su sonrisa. Slo con mirarle a los ojos se comprenda el parecido que haba entre el y Flo.

    -Soy Tom Hutter y estoy encantado con que haya venido usted a Lolomi, seorita Carley. Sea usted bien venida! -dijo. Hablaba lentamente y con voz profunda.

    Su aspecto era fuerte y cordial, y estrech la mano de Carley de manera que dejaba ver a las claras que sus apretones de mano eran siempre igual de expresivos. Carley, que tena el don de saber cmo eran las personas en cuanto das vea, sinti viva simpata hacia Tom Hutter. Le salud a su vez y le expres su agradecimiento por lo bueno que haba sido con Glenn. Naturalmente, Carley esperaba que dijera alga de su prometido, pero no fue as.

    -Bueno, seorita Carley, si no se enfadara usted, le dira que es mucho ms bonita de lo que parece en el retrato-dijo Hutter-. Y ya es decir bastante. Todos los pastores del ganado del pas le han echado una mirada. Naturalmente, a escondidas.

    -Eso me halaga mucho -dijo Carley rindose. -Nos alegramos mucho de que haya usted venido -dijo Hutter sencillamente-. Yo acabo

    de llegar del Este tambin. Estuve en Chicago y en Kansas City. Vine a Arizona desde Illinois, hace ms de treinta aos. Y desde entonces es el primer viaje que he hecho. Todava me parece que no he recobrado del todo el aliento. Los tiempos han, cambiado, seorita Carley. Los tiempos y la gente!

    Mrs. Hutter apareci en la habitacin .rpidamente. Haba estado en la cocina, muy ocupada en apariencia.

    -Dios mo! -exclam fervientemente al ver a Carley, levantando las manos en alto. Su expresin era, sin duda, halagadora para Carley; pero haba en ella algo de susto tambin. En aquel momento entr Flo. Llevaba un sencillo traje gris, que le, llegaba hasta la parte superior de sus altas botas.

    -Carley, no haga usted caso a mi madre -dijo Flo-. Encuentra su vestido encantador. A m tambin me lo parece... Pero oiga. Acabo de ver a Glenn que suba por el camino.

    Carley corri hacia la puerta con ms apresuramiento que dignidad. Vio a un hombre de elevada figura que se acercaba a grandes pasos. Haba algo en su aspecto que le resultaba familiar. Era su manera de andar rpida y decidida. Caminaba muy erguido y moviendo los brazos. Carley reconoci a Glenn, y todo pareci volverse inestable dentro de ella a causa de su emocin. Le contempl mientras cruzaba el camino enfrente de la casa. Qu cambiado estaba! No, aqul no era Glenn Kilbourne. Era un hombre bronceado, ancho de hombros, vestido toscamente, de pesados pasos y completamente diferente del Glenn que ella recordaba. El hombre, subi las escaleras del soportal, y Carley, sin ser vista an, pudo contemplar su rostro. S, Glenn! La sangre que corra por las venas de la muchacha pareca temer un calor inusitado. Dio media vuelta y se apoy contra la pared, detrs de la puerta. Levant un dedo, advirtiendo a Flo, que era la que estaba ms cerca de ella. Qu extraa y desconcertante fue lo que ley en aquel momento en los ojos de Flo! Imposible que ninguna mujer no se diera cuenta de, lo que significa-ha aquella expresin!

    Una silueta de gran tamaa oscureci la puerta. Penetr en la habitacin, y se detuvo. -Flo! Quin? Dnde? - empez a decir casi sin aliento. Su voz, que tan bien recordaba, le pareci, sin embargo, ms profunda y ms dulce. Al

    orla comprendi la muchacha do mucho que haba deseado volverla a escuchar. Haba ensanchada tanto, que no le hubiera reconocido por su figura. Tambin su rostro haba sufrido un cambio. Sus regulares facciones, que eran su principal atractivo, seguan siendo igual,

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    pero haba desaparecido aquella trgica delgadez y aquella palidez que tena antes. Carley sinti que se le hencha el corazn de alegra. Su ms ardiente deseo haba sido que desapareciera de su rostro aquella expresin de tristeza y desolacin. En su consecuencia, aquella frialdad y negligencia de que se enorgulleca la muchacha sufri un eclipse, desapareciendo en absoluto.

    -Glenn! Mira quin ha venido! -exclam con voz insegura. Aunque le hubiera ido la vida en ello, no hubiera podido hablar con voz firme. Aquel' encuentro sobrepasaba a todo lo que haba anticipado.

    Kilbourne gir sobre sus talones con un grito inarticulado. Vio a Carley. Y por muy irrazonables y exigentes que hubieran sido los deseos de Carley, se vieron satisfechos por completo.

    -T! -grit saltando hacia ella, con rostro radiante. Carley no se preocup de los espectadores, y se olvid completamente de su existencia.

    Haba algo profundo y extrao que la conmovi hondamente; ms an que la alegra de ver a Glenn, ms que la seguridad halagadora de que segua siendo amada. Aquella sensacin iba ms all del egosmo. Era gratitud hacia Dios y hacia el Oeste, que le haba devuelto el hombre que amaba.

    -Carley! No poda creer que fueses t-dijo Glenn librndola de la fuerte presin de sus .brazos, pero sin soltarla del todo.

    -S, Glenn, soy yo, todo lo que has dejado de m -contest temblorosamente, tratando de alisarse con manos inseguras el enmaraado pelo -. Pastor gigantesco! Goliat!

    -Me qued completamente desconcertado -dijo-. Haba venido a verme una seora de Nueva York... Claro que tenas que ser t. Pero no poda acabar de creerlo. Carley, eres muy buena por haber venido.

    La expresin dulce y ardiente de sus oscuros ojos la entristeci. Aqulla era una de las muchas cosas extraas y nuevas que haba en la expresin de su prometido. Por qu no habra ido antes al Oeste? Carley se libr de sus manos y se apart de l, tratando de recobrar su acostumbrada compostura. Flo Hutter estaba delante del fuego, mirando hacia abajo. Mrs. Hutter mir a Carley con rostro radiante.

    -Vamos a cenar ahora-dijo. -Me parece que la seorita Carley no podr cenar despus del abrazo que le ha dado

    Glenn -murmur Tom Hutter-. Me ha asustado. Mire usted: Glenn ha ganado setenta libras en seis meses y no se da cuenta de la fuerza que tiene.

    -Setenta libras! - exclam Carley alegremente-. Cre que an haba ganado ms. -Carley, perdona mi violencia -dijo Glenn-. He estado abrazando a los carneros. Cuando

    los esquilo no tengo ms remedio que agarrarlas bien. Todos se echaron a rer, y aquello hizo que desapareciera la violencia del' encuentro.

    Carley se encontr sentada a la mesa frente por frente de Flo. Su rostro palideca, asemejndose su color al de las perlas. Sus francos ojos se encontraron con las de Carley, no tratando de ocultar nada de lo que senta. Carley pensaba que lo que tena ms importancia en el carcter femenino era la nobleza. Como ella no la posea en gran cantidad, adivinaba a las mujeres nobles. En aquel momento naci el respeto y la simpata que le haba de inspirar aquella muchacha del Oeste. Aunque fuera su rival, saba que se comportara noblemente.

    Poco despus de acabar de cenar, Hutter le hizo a Carley un signo de despedida, diciendo que, siguiendo sus principios, se iba a acostar. Mrs. Hutter descubri de repente que tena que hacer algo en otra habitacin, y Flo dijo, con aquella voz dulce y armoniosa, un poco audazmente y con socarronera:

    -Seguramente querris estar solos. -Mira, Flo, las muchachas del Este no son tan anticuadas como todo eso-declar Glenn.

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    -Qu pena! No comprendo cmo el amor puede pasarse nunca de moda... Buenas noches, Glenn. Buenas noches, Carley.

    Flo se detuvo durante unos instantes al pie de la oscura escalera, y la luz de, la lmpara daba de lleno sobre su rostro. A Carley le pareci dulce y serio. Expresaba un deseo inconsciente, pero en l no se reflejaba la envidia. Despus subi corriendo las escaleras y desapareci.

    -Glenn, est enamorada de ti esa muchacha? -pregunt Carley bruscamente. Se asombr al ver que Glenn se echaba a rer. Cundo le haba odo rer? Aquello la

    emocion, pero la dej un poco desconcertada. -Qu tuyo es lo que acabas de decir! -exclam Glenn-. Las primeras palabras que has

    pronunciado despus de dejarnos solos! Eso me recuerda al Este, Carley. -Probablemente el recordar te ser beneficioso -contest Carley-. Pero, dime: est

    enamorada de ti? -Cmo! No, claro que no! -contest Glenn-. Y en todo caso, cmo voy a contestar a

    esa pregunta? Me hizo rer, eso es todo. -Hum! Recuerdo perfectamente la poca en que no tenas a menos hacer el amor a una

    muchacha bonita. Bastante me hiciste rabiar antes de que nos prometiramos -dijo Carley. -Qu tiempos aqullos! Qu lejos parecen estar...! Carley, es maravilloso verte de

    nuevo. -Te gusta mi vestido? -pregunt Carley, haciendo piruetas en su obsequio. -Su tamao es exiguo, pero realmente es precioso -contest con una lenta sonrisa-.

    Siempre me gustaste como vas, vestida de .blanco. Lo recordabas? -S. Me puse el vestido en tu honor, y no lo llevar nunca ms que para ti. Eres la coqueta de siempre. Tienes el espritu femenino de siempre -dijo con un poco de

    tristeza-. Sabes perfectamente cundo ests encantadora... Pero, Carley, el corte, o, mejor dicho, la abreviacin del vestido, me inclina a creer que la moda femenina no ha cambiado para mejorar. En realidad, es an peor que lo fuera hace dos aos en Pars y ms tarde en Nueva York. Dnde os detendris las mujeres?

    -Las mujeres somos esclavas de la moda reinante -contest Carley-. Me parece que las mujeres elegantes no se detendran si la moda continuara mandando que cada vez fueran ms cortas.

    -Pero, se preocuparan tanto de esas cosas si tuvieran trabajo, mucho trabajo y nios? - pregunt Glenn con aire pensativo.

    -Glenn! Trabajar y tener hijos las mujeres modernas? Pero, t ests soando! -dijo Carley con una carcajada.

    Vio que Glenn fijaba sus ojos con aire pensativo en el brillante rescoldo de la chimenea, y su rpida intuicin vio el cambio sutil que se haba operado en la actitud de Glenn. Su rostro reflejaba una profunda seriedad, y a la muchacha le pareca mentira tener ante su vista al Glenn Kilbourne de antao.

    -Acrcate al fuego -dijo Glenn aproximando una silla. Despus ech ms lea sobre las rojas ascuas-. Has de tener cuidado de no coger un enfriamiento en este pas. La altura los hace peligrosos, y el vestido que llevas no basta para protegerte contra el fro.

    -Glenn, en tiempos nos bastaba con una silla -dijo la muchacha maliciosamente, detenindose detrs de l. Pero Glenn no respondi a aquella sugerencia y Carley se sent en la silla que le haba preparado su prometido, un poco avergonzada. Glenn la amenaz con formular rpidamente un sinfn de preguntas. Estaba ansioso de tener noticias de su tierra, de su familia, de antiguos amigos. Sin embargo, no le pregunt a Carley por sus amigas. La muchacha estuvo hablando sin parar durante una hora entera, hasta satisfacer el hambre de noticias de su prometido. Pero cuando le llega la vez de interrogar a Glenn, ste se mostr reacio a contestar. Al principio de su estancia en el Oeste haba tropezado con muchas

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    dificultades. Su salud empez a mejorar al poco tiempo, y tan pronto como se encontr en condiciones de trabajar se allanaron las dificultades. En la actualidad, sus negocios le iban bastante bien. Carley se sinti ofendida ante su aparente desconfianza. Las enrgicas facciones de, su rostro, que pareca tallado en bronce, la expresin severa de sus labios y su cuadrada mandbula, el fulgor tranquilo de sus ojos, que parecan ocultos por una mscara, lo tosco de sus tostadas manos, muda evidencia de trabajos rudos, todo aquello dejaba ver que su vida no era exactamente lo que reflejaban aquellas observaciones ligeras que le haba dicho Glenn. Adems, su pelo castao claro empezaba a encanecer por las sienes. Glenn no tena ms que veintisiete aos, pero pareca tener diez aos ms. Le observ y al recordar cmo era algunos aos antes tuvo que admitir que le gustaba infinitamente ms como era ahora. Se haba convertido en un hombre fuerte. Qu habra sido el origen de aquel cambio? Su amor hacia ella, la guerra de Francia o la lucha par la salud y la vida, por la que haba tenido que pasar despus?

    O haba sido acaso obra de aquel tosco y extrao Oeste? Carley sinti celos y rabia al pensar en esta ltima posibilidad. Tema al Oeste, y estaba segura de que llegara a odiarlo. Tena la intuicin femenina lo bastante desarrollada para ver en Flo Hutter una muchacha con la que haba que contar. Sin embargo, Carley no quera reconocer que aquella muchacha del Oeste, sencilla y franca, fuese una posible rival. Carley no necesitaba recordar que haba sido siempre blanco de la admiracin masculina. No era precisamente su vanidad lo que haca descartar a Flo Hutter como enemiga.

    Gradualmente, la conversacin fue decayendo, hasta que los dos guardaron silencio. Carley no hizo nada por interrumpirlo. Observ a Glenn mientras ste miraba pensativamente a las ambarinas profundidades del fuego. Qu estara pensando? La perplejidad que invada en tiempos a Carley volvi a surgir. Y, al mismo tiempo, sinti un inslito temor, que no fue capaz de dominar. Mientras estaba sentada junto a Glenn, comprendi que le amaba y deseaba apasionadamente. La inconfundible alegra que mostr al verla, la expresin fuerte y hasta violenta de su amor, hicieron que se despertara en el fondo de su corazn una sensacin completamente nueva. De no haber existido aquellos hechos innegables, Carley hubiera estado completamente aterrorizada. Su recuerdo tuvo el don de tranquilizarla, pero no consigui otra cosa que sentirse ms descontenta que nunca.

    -Carley, sigues bailando? -pregunt Glenn volviendo hacia ella sus pensativos ojos. -Naturalmente. Me gusta bailar, y casi es se el nico ejercicio que hago -contest la

    muchacha. -Han cambiado los bailes de nuevo? -Quiz sea la msica lo que cambia los bailes. El jazz cada vez se hace ms popular, y

    1'a gente no baila otra cosa que infinitas variaciones del fox-trot. -No se baila el vals? -Me parece que en todo este invierno no se ha bailado el vals ni una sola vez. -Jazz? No es una especie de charanga a base de ruido de latas? -Glenn, es la fiebre del pulso pblico -contest Carley-. El gracioso vals y el elegante

    minu reinaban en la poca en que la gente se dedicaba a descansar en vez de correr. -Pues es una lstima -dijo Glenn. Despus su mirada volvi a fijarse en el fuego, y

    pregunt con excesiva indiferencia-: Sigue Morrison yendo detrs de ti? -Glenn, asa soy vieja, ni estoy casada -contest rindose la muchacha. -No; es verdad. Pero si estuvieras casada, Morrison seguira haciendo lo mismo. Carley no not que en su voz se reflejaran ni los celos ni' la amargura. Se hubiera

    alegrado de que fuera as. Sin embargo, dedujo de su observacin que sera ms difcil de entender que nunca. Qu habra dicho o hecho para que Glenn se encerrara en s mismo y adoptara aquella actitud distrada, impersonal y poco familiar? No se conduca como un hombre enamorado. Qu irona del destino haca que la muchacha deseara sus caricias y sus

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    besos con ms intensidad que nunca, mientras que Glenn miraba al fuego y le hablaba como a una simple conocida? Su aspecto era triste y distrado. O es que todo aquello era imaginacin suya? En aquel momento se senta segura solamente de una cosa, y era que el orgullo nunca sera su aliado.

    -Escucha, Glenn -dijo acercando su silla a la de su prometido y alargndole la mano izquierda, delgada y blanca. En su dedo central luca un resplandeciente diamante.

    Glenn cogi aquella mano entre las suyas, la oprimi fuertemente y sonri. -S, Carley, tienes una manecita suave y encantadora. Pero me parece que an me

    gustara ms si estuviera tostada y fuerte, con la palma endurecida a consecuencia del trabaja til.

    -Como la, de Flo Hutter? -pregunt Carley. -S. Carley clav su mirada orgullosa en los ojos de Glenn. -No todo el mundo nace en la misma esfera. Respeto a tu amiguita del Oeste, Glenn, pero

    supongo que no creers posible que yo me dedicara a lavar, fregar, ordear vacas, cortar lea y dems cosas por el estilo.

    -No creo que pudieras hacerlo -admiti l con una carcajada breve y un poco brusca. -Desearas t que lo hiciera? -pregunt Carley. -Es difcil de -explicar -contest Glenn frunciendo el entrecejo-. No estoy seguro de lo

    que pienso respecto al particular. Me parece que depende de ti. Pero no seras ms feliz si' hicieras esa clase de trabajos?

    -Ms feliz! Glenn, me sentira terriblemente desgraciada! Pero, oye. Yo no quera que admiraras mi linda e intil mano. La que te enseaba era mi sortija de prometida.

    -i Oh!, y por qu? -pregunt el muchacho lentamente. -No me la he quitado ni un solo momento desde que te fuiste de Nueva York -dijo Carley

    dulcemente-. Me la diste hace cuatro aos. Te acuerdas? Era el da que yo cumpla veintids aos. Me dijiste que necesitabas el sueldo de dog meses para pagar la cuenta.

    -Y as fue -contest Glenn con aire un poco burln. -Glenn, durante la guerra no fue tan difcil el llevar la vida que corresponde a una

    muchacha comprometida -dijo Carley ms seria-. Pero despus: de la guerra, especialmente despus de tu marcha al Oeste, me fue terriblemente difcil ser leal a la significacin de este anillo de prometida. Todas las mujeres haban perdido un poco de dignidad. Oh, no es necesario que me lo asegure nadie! As era. Y los hombres sufran los efectos de esta falta de dignidad y de lo catico de la poca. Nueva York fue teatro de una vida de locura durante el ao que has estado ausente. Nadie haca caso de la prohibicin. Bueno, danc de un lado para otro, bail, vest bien, beb, fum y di paseos en automvil, como todas las dems mujeres de mi clase. Algo me empujaba. No descansaba, ni un solo momento. Aquella excitacin pareca representar la felicidad. Glenn, no pretendo disculparme. Pero quiero que sepas en qu circunstancias ms difciles te segu siendo leal en absoluto. Entindeme. Digo que te he sido leal en lo que se refiere al amor. A pesar de todo lo que te he dicho, te segu queriendo lo mismo. Y ahora que estoy contigo, mi amor me parece an mucho mayor...! Tu ltima carta me produjo una impresin dolorosa. Pero viene al Oeste para verte, para decirte lo que -te he dicho y para preguntar te... quieres que te devuelva este anillo?

    -De ninguna manera -contest Glenn con fuerza, y su rostro se puso de color de prpura. -Entonces, me quieres? - susurr Carley. -S, te quiero- contest l deliberadamente-. Y a pesar de todo lo que dices,

    probablemente ms que t a m... Pero t, igual que todas las dems mujeres, hacis del amor, y de su expresin, el nico objeto de vuestra vida. Carley, yo he tenido que luchar para que mi cuerpo no fuera a parar a la tumba y mi alma al infierno.

    -Pero, amor mo, no ests bien ahora? -pregunt Carley con labios temblorosos.

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    -S, se puede decir que he salido adelante. -Entonces, qu pasa? -Qu pasa? A ti o a m? -pregunt Glenn, mirndola de una manera enigmtica y

    penetrante. -Qu pasa entre nosotros? Hay algo que nos separa. -Carley, un hombre que ha estado a punto de morir, como lo he estado yo, raras veces, o

    nunca, vuelve a sentirse completamente feliz. Pero quiz... -Me asustas-grit Carley, y, ponindose en pie, fue a sentarse en el brazo del silln que

    ocupaba Glenn, rodendole el cuello con sus brazos -. Qu le voy a hacer si no comprendo? Tan miserablemente insignificante soy...? Glenn, es preciso que te lo diga? Ninguna mujer puede vivir sin amor. Necesito ser amada. Eso es lo nico que me pasa a m.

    -Carley, sigues siendo una muchacha terriblemente dominadora -contest Glenn cogindola entre sus brazos-. Yo tambin necesito ser amado. Pero no es precisamente eso lo que me pasa. Tendrs que adivinarlo t sola.

    -Amor mo, eres una esfinge -contest ella. -Oye, Carley -dijo Glenn muy serio-. Hablemos del amor. Quisiera que me

    comprendieras. Te quiero. Estoy hambriento de tus besos. Pero, tengo derecho a pedir que me los des?

    -Derecho! No somos acaso prometidos? Y no quiero yo drtelos, acaso? -Si tuviera la seguridad de que vamos a casarnos! dijo Glenn en voz baja y tensa, como

    si estuviera hablando ms bien consigo mismo. -Casarnos! -exclam Carley, abrazndole convulsivamente-. Claro que nos casaremos.

    Glenn, es imposible que me dejes, verdad? -Carley, lo que quiero decir es que es posible que no te cases conmigo nunca, en realidad

    -contest l muy serio. -Oh, si lo que necesitas es la seguridad de que nos hemos de casar, Glenn Kilbourne,

    puedes empezar a hacerme el amor ahora mismo! Era: ya tarde cuando Carley subi a su habitacin. Y estaba tan contenta, tan feliz y

    excitada, y, sin embargo, tan desconcertada de espritu, que no hizo ningn caso del fro ni de la oscuridad. Se desnud rodeada de la oscuridad ms completa. Cuando ya estaba dispuesta a meterse en la cama, abri el balcn y mir al exterior.

    A travs de la densa oscuridad vio la cascada que se destacaba opacamente sobre la roca. Carley sinti que una suave neblina humedeca su rostro. El estruendo de la cascada pareca envolverla. Bajo la muralla reinaba una oscuridad impenetrable. Pero por encima de las copas de los rboles brillaban las estrellas. Eran maravillosamente blancas, radiantes y fras, contrastando violentamente contra el azul profundo del cielo. La cascada ruga rodeada del ms absoluto silencio. Pareca que su estruendo haca an ms potente el silencio de la noche. Carley se estremeci, no slo a consecuencia del fro, sino al pensar en lo solitaria, perdida y escondida que estaba aquella caada.

    Despus se meti rpidamente en la cama, sintiendo gran gratitud hacia las calientes mantas de lana. El reposo y la reflexin hicieron que se diera cuenta del ardor de su sangre y del tumulto que haba en su interior. En la solitaria negrura de su habitacin hubiera podido hacer frente a la idea del amor que senta hacia Glenn Kilbourne. Qu extrao! Su amor se haba renovado y aumentado considerablemente al' volverla a ver! Pero le preocupaba ms su felicidad. Le haba conquistado de nuevo. Su presencia y su amor haban vencido su frialdad. Se estremeci dulcemente al pensar en aquella conquista. Qu maravilloso era Glenn! Haba dominado su ternura fsica, las sencillas expresiones de su amor, porque tema que la coaccionaran indebidamente! Se haba elevado en muchos aspectos. Tena que tener cuidado en alcanzar sus ideales. Lo que dijo de las toscas manos de Flo Hutter! Tendra aquello alguna relacin con la barrera que les separaba? Carley comprenda que ocurra algo

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    incomprensible e intangible que amenazaba sus sueos de felicidad futura. Sin embargo, que poda temer mientras estuviera cerca de Glenn?

    Y, a pesar de todo, no dejaba de formularse insistentemente las preguntas que tan perpleja la tenan. Era egosta su amor? Pensaba acaso en Glenn? No vea acaso algo que l vea? Los das que haban de seguir prometan ser muy felices, por transcurrir en alegre ca-maradera, con. Glenn. Sin embargo, parecan llenos, al mismo tiempo, de disgustos, luchas y lecciones, que tendran por consecuencia el que ella se diera cuenta de la verdadera significacin de la vida.

    III Carley se despert al or que alguien se mova en su habitacin. Al levantar sus

    somnolientos prpados, vio a Flo Hutter de rodillas ante la estufita, encendiendo el fuego. -Buenos das, Carley -murmur-. Hace fro. Me parece que hoy nevar. Qu mala suerte

    que haga tan mal tiempo estando usted aqu. Hgame caso y estse en la cama hasta que se encienda bien 1'a estufa.

    -No pienso hacer semejante cosa - declar Carley heroicamente. -Tenemos miedo de que se enfre usted - dijo, Flo-. Este pas est situado a gran altura, y,

    adems, estamos en el desierto. Aqu no hay primavera ms que cuando brilla el sol. Pero estos das no brilla ms que a ratos. Eso quiere decir que an hace tiempo invernal. Sea usted buena y siga mi consejo.

    -Bueno, en realidad, no es un sacrificio muy grande el quedarse en la cama un poco ms -contest Carley perezosamente.

    Flo sali de la habitacin despus de haberle advertido que no dejara que la estufa se calentara demasiado. Y Carley, envuelta en las calientes mantas, pensaba con horror en el momento de levantarse y vestirse en aquella habitacin fra y desnuda. Tena la nariz helada. Cuando se le enfriaba la nariz, que le serva de termmetro que reflejaba con toda exactitud la temperatura que haba en el exterior, saba Carley que el tiempo era de esca