La violencia de género una moderna caza de brujas

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La 'violencia de género': una moderna caza de brujas La "violencia de género" es el pánico moral de la España del siglo XXI, un fenómeno de histeria colectiva desencadenado y alimentado desde el poder. La “posesión diabólica” ha sido sustituida por el “machismo imperante” y el nuevo vocablo, “violencia de género”, posee una carga emocional similar a la que tuvo la palabra “brujería” siglos atrás. La bruja (The witch). Litografía sobre los Juicios de Salem. - Imagen Joseph E.Baker por Javier Benegas@BenegasJ y Juan M. Blanco - 19.03.2016 ANÁLISIS

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La 'violencia de género': una moderna caza de

brujasLa "violencia de género" es el pánico moral de la España del siglo XXI, un fenómeno de histeria colectiva desencadenado y alimentado desde el poder. La “posesión diabólica” ha sido sustituida por el “machismo imperante” y el nuevo vocablo, “violencia de género”, posee una carga emocional similar a la que tuvo la palabra “brujería” siglos atrás.

La bruja (The witch). Litografía sobre los Juicios de Salem. - Imagen Joseph E.Baker

por Javier Benegas@BenegasJ y Juan M. Blanco - 19.03.2016 ANÁLISIS

En junio de 2011, el Juzgado de Violencia de Género nº 1 de Valencia condenaba a un varón a un mes de multa por soltar una “ruidosa ventosidad” durante una discusión con su pareja. Ella lo denunció y el juez falló que el acto constituía delito de violencia de género por atentar contra la dignidad de la mujer. Quizá el juez disponía de un finísimo olfato de sabueso... o conocía bien por dónde soplan ciertos vientos. Lo cierto es que se agarró a argumentos etéreos, más bien gaseosos, para convertir en delito lo que siempre ha sido una mera vulgaridad, una falta de educación y decoro. Si alguien puede ser condenado por aliviarse el vientre con ostentación y alharacas, también debería ser punible la fea costumbre de hurgarse la nariz al parar en los semáforos.

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Esta noticia, que parece más propia de El Mundo Today que de un medio de información serio, no deja de ser una anécdota. Sin embargo, resulta inquietante que alguien pueda ser condenado por tirarse, en lenguaje castizo, un pedo, aun cuando sea con premeditación y alevosía. Pero no toda la culpa era del juez. La “ley de violencia de género” promulgada en 2004, tipifica como delito cualquier insulto o menosprecio en una discusión de pareja… siempre que lo lleve a cabo un hombre. No así si quien lo hace es una mujer. Unos cuantos varones acabaron en el calabozo por “mandar a la mierda” a su parienta durante una discusión; si sucedía al revés, pelillos a la mar.

La norma no sólo violaba la presunción de inocencia, también la igualdad ante la ley, un principio que nadie cuestionaba desde la Ilustración

La norma no sólo violaba la presunción de inocencia, también la igualdad ante la ley, un principio que nadie cuestionaba desde la Ilustración… hasta hoy. Una conducta nunca puede ser delito, o no serlo, dependiendo del grupo al que pertenece el individuo que lo comete. Es lo que se denomina delito de autor, una aberración jurídica que se creía extinguida desde la caída de los regímenes totalitarios del pasado siglo. Sin embargo, no contentos con esta regresión, los impulsores de la norma idearon también una jurisdicción especial, a imagen y semejanza del Tribunal de Orden Público franquista.

Para justificar el colosal disparate, se lanzó el mensaje de que la violencia contra las mujeres era un problema extraordinariamente grave y extendido. Así pues, el fin justificaba cualquier medio. Pero ¿qué había de cierto en la alarma? ¿Es nuestro país especialmente violento contra las mujeres? No es así, ni mucho menos. Los datos indican que España tiene unas cifras muy inferiores a las de los países de nuestro entorno.

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El mito del atraso cultural

Según el último estudio disponible de la FRA-Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de 2014, que pregunta a las mujeres si han sufrido violencia física o sexual, los países miembros que encabezan la lista por número de casos son Dinamarca (52%), Finlandia (47%), Suecia (46%) y Francia y Reino Unido, con un 44%. Porcentualmente, España tiene uno de los más bajos: el 22%.

Algunos han intentado cuestionar estos resultados argumentando que es peligroso hacer comparaciones entre países, porque “ni las legislaciones ni las formas de contabilización son homologables”. Sin embargo, los datos del estudio FRA no se obtienen recopilando cifras oficiales, cuyo criterio puede variar de un país a otro, sino mediante entrevistas personales con preguntas muy tasadas que no admiten confusión. Para las mujeres danesas o españolas del siglo XXI, que un hombre les toque sin su consentimiento, amenace, golpee o viole no tiene interpretaciones distintas. Unas y otras responden con similar grado de desinhibición habida cuenta, además, que los resultados son anónimos. Lo cierto, mal que les pese a algunos, es que España no es un país especialmente peligroso para las mujeres si se compara con la media europea. Y menos aún en relación al resto del mundo.

Si el problema es menos grave que en otros países ¿por qué los medios insisten en alarmar a los españoles? Y lo más importante: ¿por qué casi nadie se atreve a criticar una ley que viola los principios fundamentales del derecho basándose en un alarmismo falaz? ¿A qué se debe el silencio ante una legislación con tintes totalitarios? La explicación es simple: la ley de violencia de género no sirve a las víctimas, sino a políticos y grupos de interés. Y no se puede refutar porque la "violencia de género" se ha convertido en un tabú, en una moderna caza de brujas.

La caza de brujas del siglo XXIEn Salem, Nueva Inglaterra, durante el mes de febrero de 1692, seis niñas comenzaron a experimentar misteriosos síntomas. Tras probar todo tipo de remedios sin obtener resultado, las fuerzas vivas determinaron que las dolencias sólo podían estar causadas por brujería. Presionaron a las pequeñas para que delataran a supuestos culpables. Y tras encendidos sermones del reverendo advirtiendo de la presencia del diablo en la comunidad, la histeria, la sospecha y el miedo se adueñaron de todos sus miembros. Tal fue la psicosis que la más mínima desviación de las normas puritanas acarreaba una acusación por hechicería. En el transcurso de

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ese año 144 personas, en su mayoría mujeres de clase baja, fueron encarceladas por brujería. Y 19 subieron al patíbulo para morir ahorcadas. Este pasaje histórico es conocido como los juicios por brujería de Salem.

Para explicar estos fenómenos de histeria colectiva, el sociólogo Stanley Cohenacuñó en 1972 un término: Pánico Moral. En su libro Folks Devils and Moral Panics, Cohen explica la dinámica: las fuerzas vivas señalan un comportamiento, o un grupo, como encarnación de la maldad, provocando preocupación y miedo, sentimientos que son exacerbados hasta desembocar en hostilidad hacia determinadas actitudes o colectivos. De esta forma, se instiga a la masa a lanzarse ciegamente contra el supuesto mal, anulando el debate racional, obstaculizando la búsqueda de soluciones correctas y desviando la atención de la imprescindible crítica al poder.

La violencia de género se ha convertido en una lucrativa industria que recibe más de 22 millones de euros cada año de los presupuestos generales

La violencia de género es el pánico moral de la España del siglo XXI, un fenómeno de histeria colectiva desencadenado y alimentado desde el poder. La “posesión diabólica” ha sido sustituida por el “machismo imperante” y el nuevo vocablo, “violencia de género”, posee una carga emocional similar a la que tuvo la palabra “brujería” siglos atrás. Quienes ponen en cuestión la doctrina oficial son tachados de herejes y quemados en la vía pública. Igual que en Salem, se justifica la persecución de las brujas para proteger a víctimas indefensas y librar del mal a la comunidad. Sin embargo, todo responde a intereses de grupos: además de obedecer a oscuros fines ideológicos, la violencia de género se ha convertido en una lucrativa industria que recibe más de 22 millones de euros cada año de los presupuestos generales y otros 1.000 euros de subvención de la Unión Europea por cada víctima.

Hoy, los mass media, que también reciben su suculenta parte del pastel en forma de campañas de publicidad institucional, han sustituido al vehemente pastor calvinista. No sólo informan de cada asesinato, con abundancia de detalles morbosos; van numerándolos de forma consecutiva, como si los delitos fueran cometidos por un maléfico conciliábulo. En realidad se trata de episodios inconexos, muy probablemente diferentes entre sí, cuya responsabilidad debería ser determinada caso a caso por los jueces, no en una causa general contra el maligno.

En consonancia con el carácter discriminatorio de la ley, pocos juzgados abren diligencias por falsa denuncia; mucho menos condenan. Por ello, las estadísticas judiciales no las recogen, un hecho que se utiliza como argumento para señalar que las denuncias falsas apenas existen. Pero se trata de una burda artimaña que intenta confundir la verdad judicial con la verdad real. No hace falta ser un genio para saber que ambas verdades son muy distintas, basta con un par de ejemplos: ¿cuántos acusados absueltos de cualquier tipo de delito eran en realidad culpables? Según las estadísticas judiciales, ninguno. ¿Quién fue Al Capone? Consultamos de nuevo los documentos judiciales y fue un ciudadano que evadió impuestos, nada más. ¿Es ésta la verdad?

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Denunciar la injusta ley de violencia de género y a los manipuladores de la opinión pública es la única vía para que la razón triunfe sobre el oscurantismo

Ayudar de verdad a las víctimasPara colmo de males, los casos de violencia no han disminuido tras la aplicación de la norma lo mismo que las dolencias de las niñas de Salem no remitieron tras encarcelar y ajusticiar a las "brujas". Y ya hay quienes demandan mayor dotación presupuestaria para erradicar el mal. Sin embargo, ayudar a las víctimas implica conceder nuestra simpatía y apoyo incondicional, afirmar con contundencia que hombres y mujeres somos iguales ante la ley, ciudadanos con los mismos derechos, y ser consecuentes con estos principios. No promulgar leyes injustas, fomentar el odio entre colectivos o criminalizar a la mitad de la población para obtener réditos políticos. No hay un sexo bueno y otro malo: la bondad y la maldad, lo mismo que el buen juicio y la estupidez, están repartidos de forma muy equitativa entre hombres y mujeres.

Atreverse a criticar, romper el tabú, denunciar la injusta ley de violencia de género y a los manipuladores de la opinión pública es la única vía para que la razón triunfe sobre el oscurantismo, para que la libertad de pensamiento prevalezca sobre las consignas. Es necesario evitar que esto se repita. Quienes desataron la caza de brujas, todos aquellos que colaboraron con ella, quienes promulgaron leyes injustas y aberrantes, causando ingentes cantidades de sufrimiento y malestar social, quienes se aprovecharon y lucraron... no pueden quedar impunes. Deben ser denunciados, procesados y condenados por maltratar a la sociedad.

FUENTE: http://vozpopuli.com/analisis/78037-la-violencia-de-genero-una-moderna-caza-de-brujas

'Violencia de género': ponle freno... al disparateLa LVG es una ley de corte totalitario por violar principios fundamentales y utilizar el derecho penal de forma abusiva.

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Hombre empapelado - Imagen Ryan McGuire

por Javier Benegas@Benegas y Juan M. Blanco - 21.05.2016 ANÁLISIS

Esta frase de apenas nueve palabras, “acabar con la asimetría penal por cuestiones de sexo” desató una tormenta colosal durante la última campaña electoral. Todos los partidos, de izquierda o derecha, excepto lógicamente la formación que la había incluido de manera disimulada en su programa, comenzaron a golpearse el pecho con violencia y a tachar la ocurrencia de barbaridad. Cual jauría de lobos al olor del voto fácil, se lanzaron de inmediato sobre su víctima. Incluso, el socialista Antonio Hernando quiso mostrarse más calvinista que Calvino, llegando a afirmar: "Si ustedes no son conscientes de que las mujeres mueren y son asesinadas precisamente por su condición, es que no han entendido nada". En realidad, el inconsciente e irresponsable, amén de desaforado demagogo, era él.

En su novela “1984”, George Orwell describió un régimen totalitario, regido por un dictador omnímodo, el “Gran Hermano”, que vigilaba permanentemente a sus súbditos a través de la policía del pensamiento. E imponía a la población laneolengua, una jerigonza donde el significado de las palabras era justo el contrario al habitual. Existía un “Ministerio de la Verdad”, cuya misión era manipular la historia o un “Ministerio de la Paz”, con el objetivo de alentar la guerra. Pero ni siquiera Orwell podía imaginar que, casi 70 años después, la España actual desbordaría por todos los flancos su genial distopía. Con extremada insensatez, nuestros dirigentes proclaman que buscan la igualdad... ¡generando desigualdades ante la ley!, creando leyes, como la de Violencia de Género (LVG), que no solo atenta contra la gramática; lo más grave es que violenta principios básicos del Estado de derecho.

La machacona propaganda ha convencido al público de que la democracia no es más que la decisión de la mayoría

La igualdad ante la ley no se negociaLamentablemente, la machacona propaganda ha convencido al público de que la democracia no es más que la decisión de la mayoría. Pero no es cierto: la democracia es mucho más que eso. El voto es sólo una parte, un mecanismo último de control del poder. Hay elementos cruciales, fundamentales, principios que no pueden conculcarse ni por presión de la opinión pública, ni por la tan sobada como manipulada sensibilidad social, ni mediante el voto mayoritario. Son la columna vertebral, la piedra angular sin la cual la democracia degenera en la pavorosa ficción orwelliana.

¿Se podría privar de derechos a un colectivo racial si la mayoría de la población lo votase afirmativamente? La respuesta es taxativa: no. ¿Se podría enviar a la cárcel a un inocente si la mayoría de la gente estuviese de

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acuerdo? De nuevo, la respuesta es clara: jamás. Hay ciertos valores que no pueden estar al albur de las modas, las sensibilidades, los grupos organizados, la presión mediática, las encuestas o los votos, sin que el Estado de derecho acabe quebrando. Los principios fundamentales de la democracia no son discutibles... sin que se ponga en cuestión la propia democracia.

El principio de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley constituye el pilar básico de la democracia moderna. Y una de sus consecuencias lógicas es que los delitos deben quedar definidos por la propia naturaleza del acto y no por el grupo social al que pertenece quien lo comete. La LVG viola flagrantemente este principio al establecer el delito de autor, una aberración que se suponía extinguida con la caída de los regímenes totalitarios del pasado siglo XX. Contempla determinadas conductas que constituyen delito si las lleva a cabo un hombre pero no lo son si las comete una mujer, al igual que en la Alemania Nazi determinados actos eran punibles si los cometía un judío pero no si los llevaba a cabo un ario. Lo mismo sucedía en la Sudáfrica del apartheid racial. Tal como hoy, sus promotores inventaron justificaciones absurdas que, desgraciadamente, convencieron a buena parte del público.

El totalitario ha impuesto sus cláusulas y depurado cualquier discordancia. No way out

Peor aún. Cuando el activismo reemplaza a la política, cuando los grupos mejor organizados y más ruidosos, que suelen ser los menos respetuosos con la libertad individual, acaparan los focos mediáticos y convencen a los negligentes legisladores para retorcer el Estado de Derecho, la democracia ni siquiera alcanza a ser ese remedo basado en la imposición de la voluntad de la mayoría, sólo lo aparenta. Mediante el ruido, la algarada, el matonismo dialéctico, la hiperreacción, el señalamiento del disidente, se apropian en su propio beneficio de ese concepto gelatinoso que es la “sensibilidad social”. Y al final, por más que los electores sean convocados a las urnas, los programas de todos los partidos quedan censurados en origen. El totalitario ha impuesto sus cláusulas y depurado cualquier discordancia. No way out.

Una ley de corte totalitarioHay que decirlo claramente: la LVG es una ley de corte nítidamente totalitario, no sólo por violar principios fundamentales, como la igualdad ante la ley y la presunción de inocencia, también por utilizar el derecho penal de forma abusiva. En lugar de reservarlo para lo que fue ideado, para casos graves, introduce el delito, de forma sesgada y discriminatoria, en cualquier discusión de pareja que suba de tono y emplee palabras vulgares. Cualquier actitud como insultos, comportamientos poco educados o menosprecios de un hombre a su mujer, nunca al revés, se convierten en delitos, cuando frecuentemente no son más que meras manifestaciones de grosería o, a lo sumo, faltas.

"Violencia de género" es un término orwelliano, un concepto propio de la neolengua

Para resolver estas controversias cotidianas leves siempre se apeló a la buena voluntad, al sentido común de la inmensa mayoría de las gentes, nunca al derecho penal. Los ciudadanos, y las mujeres en concreto, son adultos responsables, no críos que deban chivarse porque un amiguito les sacó la lengua. De ahí que sea intolerable esa manipuladora propaganda televisiva y esas organizaciones malintencionadas e interesadas que animan alegremente a las mujeres a denunciar cualquier menosprecio, como si de personajes asiduos a los reality shows se tratase. Incluso si el menosprecio de tu pareja, sea hombre o mujer, no es ya puntual sino reiterado, tampoco es solución llamar a las fuerzas de seguridad. Simplemente es una señal de que la relación está rota, que lo mejor es que cada uno siga su propio camino.

De la neolengua al Pánico Moral

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La "violencia de género" es un término orwelliano, un concepto propio de la neolengua, que los manipuladores inventaron para crear lo que el sociólogo Stanley Cohen denominó Pánico Moral, una moderna caza de brujas, una histeria colectiva para dividir a la sociedad, para sustituir a “la persona” por "los colectivos", alistando a hombres y mujeres en dos cuerpos de ejército irreconciliables. Lo que existe en realidad es la violencia a secas, sin apellidos, que debe ser perseguida y condenada contundentemente con independencia de quien la ejerza y de quien sea la víctima. Es ahí donde pueden y deben intervenir las autoridades. Las personas honradas, con corazón, repudian el maltrato de cualquier mujer, por supuesto, pero también el de todo hombre, anciano o niño en igual medida. Todos son seres humanos. A los ciudadanos de bien les repugna el hecho en sí; a los fanáticos descerebrados tan sólo les preocupa el grupo al que pertenece el agresor o la víctima.

Pero todo es susceptible de empeorar. Acaparados los nichos de mercado iniciales, que en su día fueron los matrimonios consolidados y, después, las parejas más jóvenes, la LVG apunta ahora a los adolescentes, a los chicos de entre 13 y 20 años de edad, dispuesta a convertir la mera desavenencia, las peregrinas discusiones adolescentes en denuncias. No pocas mujeres, hasta ayer ajenas a esta aberración o, incluso, partidarias, están descubriendo el peligro, porque la injusticia está entrando en su casa a través de sus hijos varones. Error sobre error. Las relaciones entre los seres humanos son demasiado complejas y están condicionadas caso a caso por tantos y tan diversos factores que es estúpido y simplista interpretarlas en clave deapartheid sexual. No hay hombres o mujeres; hay personas. Y sus comportamientos, sus actos, son propios e intransferibles; no el resultado de un malvado y generalizado conciliábulo.

Fuente: Violencia en parejas jóvenes

Si algún partido planteara la derogación de la LVG y el restablecimiento del principio de igualdad ante la ley, seguramente no perdería votos

Principios a cambio del voto fácilSi ya no hay partido que proponga la restauración de la igualdad ante la ley, que defienda los principios de la Democracia, del Estado de Derecho, ninguno de ellos merece nuestro voto. En circunstancias tan graves es mezquino actuar por temor a perder votos. Y extremadamente cobarde quedarse de brazos cruzados para no enfrentarse a una horda de fanáticos, con conocimientos que no van más allá de las consignas que escuchan en televisión, pero todos ellos enrolados en la policía del pensamiento.

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Si algún partido planteara la derogación de la LVG y el restablecimiento del principio de igualdad ante la ley, seguramente no perdería votos; es más, quizá los ganaría. Nuestros políticos ignoran que sus posaderas se asientan sobre una bomba de relojería, que tras 12 años de pasar por la trituradora a demasiadas personas, la opinión pública se encuentra mucho más volteada de lo que parece. Se han perpetrado tantos atropellos, tantas injusticias a cuenta de la LVG, que hay muchísima gente indignada y cabreada, aunque por ahora silente. No sólo se trata de hombres, también son sus madres, sus hermanas, incluso sus hijas. En cuanto se rasgue el velo del tabú, el clamor de la indignación va a ser atronador. Y no es descartable que, dado los destrozos causados, las magnitudes se inviertan súbitamente, generando, como tantas otras veces en la historia, un indeseable efecto péndulo. Es el resultado lógico de intentar resolver un problema con el remedio más inapropiado.

FUENTE: http://vozpopuli.com/analisis/82284-violencia-de-genero-ponle-freno-al-disparate

La gran estafa ideológica que conduce a la tiraníaLas ideologías no desaparecieron; muy al contrario, se han fragmentado en formas todavía más agresivas e irracionales.

Alegoría - Imagen Ryan McGuire

por Javier Benegas@BenegasJ y Juan M. Blanco -28.05.2016 ANÁLISIS

En 2004 el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero promulgó la llamada Ley Integral de Violencia de Género, una ley que, a pesar de violar principios básicos del Estado de derecho, fue apoyada por todos los partidos. En realidad, no respondía a las necesidades de las víctimas sino, más bien, al apetito propagandista de los políticos y a intereses de activistas y grupos de presión. Esta ley injusta, elaborada con criterios puramente ideológicos, no sólo no resolvió el problema sino que, como suele suceder, creó otros nuevos. Pero ahí sigue, inasequible a la enmienda o a la simple crítica.

Los grupos organizados suplantan el interés general y logran que se conculquen de un plumazo principios democráticos fundamentales

Este ejemplo, especialmente grave, muestra cómo los grupos organizados suplantan el interés general y logran que se conculquen de un plumazo principios democráticos fundamentales. Pero no es el único caso en que el

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activismo toma el control de la política. Sin ir más lejos, esta misma semana, el Ayuntamiento de Madrid, institución con fines y atribuciones claramente delimitadas, ha sido declarado unilateralmente, por la presión de grupos fuertemente ideologizados, “libre del TTIP”, el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y los Estados Unidos. ¿Se plasmará quizá tal rechazo en la prohibición de consumir productos made in USA en dependencias municipales?

Los “colectivos okupas” constituyen también un ejemplo de libro; siendo cuantitativamente irrelevantes, en no pocas ocasiones consiguen de alcaldes y concejales tratos de favor inaccesibles para el común de los ciudadanos. O los grupos animalistas, cuya vehemencia y determinación lleva a los partidos a asumir a la carrera, sin mayores prevenciones, su “ética no antropocéntrica”. Sorprendentemente, en pleno siglo XXI la política se guía por criterios cada vez menos racionales: más ideológicos, emocionales e interesados.

Las neo-ideologías y la democracia sentimentalEn 1964, Gonzalo Fernández de la Mora publicó su famoso ensayo El Crepúsculo de las Ideologías, donde sostenía que la creciente complejidad de la gestión pública exigía formas más racionales de organización política, más pragmáticas, basadas en criterios técnicos, no en la ideología, un concepto arcaico destinado a desaparecer. Por ello, ideólogos y políticos profesionales serían paulatinamente desplazados por técnicos y expertos. El argumento parecía plausible pero... la historia se encargó de quitar la razón a De la Mora.

Las ideologías no desaparecieron; muy al contrario, se fragmentaron en formas todavía más agresivas e irracionales. Las ideologías clásicas, generalistas y hasta cierto punto argumentativas, dejaron paso a creencias particularistas, centradas en un activismo puro con objetivos muy puntuales. Se trata de doctrinas todavía más fanáticas, antagónicas a la libertad individual, con creciente influencia sobre la política; "ismos" o religiones laicas que sistemáticamente cortocircuitan el debate, gritan, insultan, vociferan y queman en la hoguera a quien no comulga con lo políticamente correcto. Una suerte de nuevas sectas que, a diferencia de las tradicionales religiones, establecen reglas de conducta que no sólo afectan a sus feligreses; también aspiran a ser de general cumplimiento mediante la coacción estatal.

Todas ellas son nuevas ideologías, basadas fundamentalmente en impulsos y emociones, dispuestas a practicar una ingeniería social intensiva

El marxismo, un ejemplo clásico, fue sustituido por la ideología de género, según la cual la diferencia sexual no es más que un producto de la cultura. O por el ecologismo radical, la nueva religión laica que pregona el Apocalipsis, la destrucción de la humanidad por sus pecados contra la naturaleza, salvo que... haga acto de contrición, asimile el nuevo catecismo y pague el correspondiente peaje. O por el animalismo, una corriente que pretende colocar a los animales al mismo nivel que las personas. O por el “movimiento okupa”, que liquida el insolidario y egoísta derecho de propiedad en favor de la libre disposición para usos sociales de viviendas, locales y solares. Todas ellas son nuevas ideologías, basadas fundamentalmente en impulsos y emociones, dispuestas a practicar una ingeniería social intensiva por medio de la propaganda, la coacción y los hechos consumados.

Ante este nuevo órdago a la sociedad abierta, a la libertad individual, los partidos actuales, bien sea por puro interés electoral o simplemente por desidia para elaborar su propio ideario, se limitan a comprar gran parte de esta mercancía. Incorporan a sus programas cualquier consigna defendida por minorías ruidosas, por los activistas más gritones y fanáticos, por muy absurdos y descabellados que sean sus postulados. Al final, la gestión pública queda más orientada por creencias y supersticiones que por criterios objetivos y técnicos. ¿Cómo se explica semejante chaladura?

Las ideologías representan intereses grupales

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En A Theory of political parties, (2012) Kathleen Bawn y sus coautores ofrecen una explicación. La política sufre una fuerte reideologización porque los partidos, en su búsqueda de atajos hacia el poder, han descubierto que ganan votos más rápida y fácilmente incorporando las ideas de los activistas bien organizados que elaborando y defendiendo las suyas propias. Esta estrategia ha obrado un efecto perverso: los programas coinciden cada vez más con los intereses de los activistas y se alejan paulatinamente de las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos.

Los grupos interesados, entre los que tienen cada vez mayor peso los activistas, acrecientan su influencia de forma inexorable

El votante corriente habría perdido influencia porque la creciente complejidad de la política le impide conocer bien sus detalles. No es que sea necio, simplemente no tiene tiempo ni incentivos para procesar los gigabytes de información necesarios para formarse una opinión fundamentada, para votar de manera razonada. Así pues, los partidos prefieren ganarse el apoyo de los activistas mejor organizados, mucho más conscientes del objetivo que buscan. A través de ellos, obtienen los votos de numerosas facciones y sólo pierden el respaldo de los ciudadanos capaces de procesar la información, resistir la abrumadora propaganda y vencer el miedo al qué dirán (un tipo de votante al que los partidos desprecian por creer, erróneamente, que es muy minoritario). Por ello, en España, los grupos interesados, entre los que tienen cada vez mayor peso los activistas, acrecientan su influencia de forma inexorable, aplastando a la propia democracia.

Para Bawn y sus colegas, la ideología de los partidos es, en realidad, el resultado de acuerdos tácitos entre los diferentes grupos de intereses. Y se vende en los medios de información como algo indisociable del progreso. La sociedad, en lugar de evolucionar de forma natural, voluntaria, adaptándose paulatinamente al cambio de los tiempos, es obligada a transformarse drásticamente, en el marco de una ingeniería social que obedece a inconfesables intereses particulares.

La posibilidad de que los partidos apoyaran posturas de grupos minoritarios, no los de la mayoría, fue contemplada por Anthony Downs en An Economic Theory of Democracy (1957): un partido podría ganar las elecciones defendiendo un paquete de políticas minoritarias en las preferencias del electorado, fenómeno que se conoce como coalición de minorías. Esto sucede cuando una parte sustancial de la población vota según el trato que el gobierno concede a su facción, no en función del que otorga al conjunto de la ciudadanía. Las subvenciones a colectivos concretos son un ejemplo palmario: el votante valora el beneficio concentrado en su pequeño grupo pero desdeña la recaudación requerida, pues, al fin y al cabo, los impuestos se reparten entre toda la sociedad.

Grupos y facciones: los nuevos tiranosFue, sin embargo, Mancur Olson en The Logic of Collective Action (1965) quien explicó por qué los grupos de intereses particulares acaban ganando la partida a las asociaciones que defienden el bien común. La estructura de incentivos, costes y beneficios, fomenta que los sujetos se agrupen buscando intereses concretos, egoístas, en pos de prebendas a costa del resto, pues aquí las ganancias son sustanciales e inmediatas. Por el contrario, afiliarse a asociaciones que persiguen el interés general conlleva muchos costes y muy pocos beneficios para el individuo pues las posibles ganancias se repartirían entre toda la población. De esta forma, los grupos de presión minoritarios acaban capturando los partidos, los gobiernos, impulsando medidas que generan notables ineficiencias y que conducen invariablemente a la decadencia de las naciones.

El problema es que, una vez formadas, las coaliciones de grupos de intereses raramente desaparecen. Muy al contrario, engordan sin cesar, alimentadas desde el poder y los medios de información. Así, se expanden sin freno ideologías absurdas, particularistas, que perjudican a casi todos pero... benefician a unos pocos. Es normal que los sumos sacerdotes, y los fieles “bendecidos” por estas nuevas religiones, desarrollen una fe a

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toda prueba: tienen mucho que ganar. Pero resulta intolerable que pretendan obligar a comulgar con ruedas de molino al resto de la gente.

Un regreso valiente y decidido a la defensa del interés general reportaría beneficios incalculables para el conjunto de la sociedad

Más allá de la gobernabilidad, este es el drama al que nos enfrentarnos el 26J, unas elecciones a las que volverán a concurrir partidos con programas más orientados a satisfacer a mil y un grupos de presión, a recoger sus dogmas e imposiciones, que a defender los intereses del ciudadano común. Y aquí es donde debe producirse un cambio crucial, una ruptura por parte de alguna formación, de algún estadista con la suficiente visión para comprender que dentro de esta dinámica no hay salida: todas las victorias serán siempre pírricas. Es un sistema condenado a agotarse en sí mismo… o a desembocar en una suerte de totalitarismo. Por el contrario, un regreso valiente y decidido a la defensa del interés general, a la política con mayúsculas, reportaría beneficios incalculables para el conjunto de la sociedad. Y, también, muchos más votos de los que jamás podrían imaginar unos ofuscados y adocenados jefes de campaña.

FUENTE: http://vozpopuli.com/analisis/82794-la-gran-estafa-ideologica-que-conduce-a-la-tirania