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LA VIDA INTELECTUAL DEL ECONOMISTA 17

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Acaso no exista en toda la bibliografía económica una descripciónde lo que ha de ser un economista, como la que Keynes brinda cuandoescribe sobre su maestro Alfred Marshall. Dice él al respecto:

El estudio de la Economte parece no requerir de unas dotes especiales y

con características fuera de lo común. Aun así, los economistas buenos, o

incluso los competentes, son aves de las más raras. iUna disciplina sencilla

en la cual muy pocos se distinguen!... Eleconomista, artífice de su disciplina,

debe poseer una rara combinación de habilidades. Ha de ser, en algún gra­

do, matemático, historiador, político y filósofo. Debe entender los símbolos yhablar en palabras; ha de contemplar lo particular en términos de lo general,

y rozar lo abstracto y lo concreto en el mismo vuelo del pensamiento. Debe

él estudiar el presente a la luz del pasado, y por razones del futuro. Ninguna

parte de la naturaleza humana ni de las instituciones de los hombres puede

yacer enteramente al margen de sus preocupaciones. Ha de ser desasido yvoluntarioso en el mismo estado de ánimo; lejano e incorruptible como un

artista, pero también, algunas veces, cercano a la tierra como un político

(Keynes, 1972f, CWK X: 173-174).

Con esta imagen por delante, que bien puede tomarse como unaadecuada referencia acerca del carácter y la naturaleza de las tareas in­telectuales a las que se obliga un economista, puede proponerse el desa­rrollo de este ensayo. Por lo demás, y como lo expresa el discípulo, sóloparcialmente se reflejaba en ella el maestro.

En cuatro direcciones se orientarán las consideraciones que sugiereel tema general propuesto. Esas direcciones, como se verá, resultan dela caracterización citada, y tienen la bondad de conducir la descripciónpaso a paso hacia una coherente visión general.

La exigencia de lo filosófico

No es lo económico un ámbito del conocimiento sobre cuyos ele­mentos definitorios haya un razonable acuerdo. Considérense, así, lassiguientes postulaciones de lo que es el objeto de la Economía Políticapara ilustrar el punto en cuestión.

La Economía Política, considerada como una rama de la ciencia del estadis­

ta o del legislador, se propone dos objetos diferentes: primero, proveer un

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ingreso o subsistencia abundante para las gentes, o con más propiedad,

permitirles que se provean de tales ingresos o medios de subsistencia; se­

gundo, suplir al Estado o a la mancomunidad con un ingreso suficiente para

los servicios públicos, Se propone enriquecer tanto a las gentes como al

Soberano (Smith, 1976a, 1: 428).

o también:

La Economía Política es la ciencia de las leyes sociales que gobiernan la

producción y distribución de los bienes materiales para satisfacer las ne­

cesidades humanas (Lange, 1970: 191. Marx, 1973: 100 y ss.),

y la siguiente:

La Economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una rela­

ción entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos (Rabbins,

1969: 16).1

o finalmente:

Es la tarea de esta rama del conocimiento .(Econamía o Economía Política)

investigar los fenómenos del mercado, esto es, la determinación de las tasas

de cambio recíproca de los bienes y servicios que se negocian en los mer­

cados, su origen en la acción humana y sus efectos sobre otras acciones

posteriores (Van Mises, 1962: 108 y ss.; 1966: 232).

En estas definiciones se encierran cuatro visiones de lo que es loeconómico, y sería innecesariamente presuntuoso no decir que debehaber otras cuantas. Cada una pone de relieve el fundamento de unapeculiar manera de entender lo que es el objeto económico, así como lanaturaleza y propósitos de la disciplina que lo trata. Y cuando se afirmatal carácter peculiar se quiere hacer recaer el énfasis en la verdad de lasformas metodológicas, y no tanto en el contenido empírico y científicoque acompaña al reclamo que cada visión hace de lo pertinente y ade­cuado de sus tesis y doctrinas.

1 Robbins resume una tradición de pensamiento que se inició en los años setenta delsiglo XIX, y de la cual es Karl Menger su más reconocido pionero (Menger, 1963, 1981).

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Frente a la diversidad de pareceres que estas definiciones exhiben, yque no es el caso hacer aquí explícita, aunque debe tenerse presente quees muy grande -vide Baptista, 1982: passim- ¿cuál debe ser la actitudmás consecuente de un economista? O si se quiere, ¿cómo ha de orien­tarse la formación de un economista para que extraiga de tal diversidadtodos los frutos que lleva consigo?

La respuesta a estas preguntas conduce al primer tema de este ensayo,a saber, la exigencia filosófica que plantean los estudios económicos.

La práctica intelectual, en efecto, pronto se enfrenta a la existenciade los más variados postulados y presupuestos tras el acto mismo deorganizar el conocimiento. En tal sentido es del todo atinada la ideadel filosofar como el desarrollo de la autoconciencia, si por ello se en­tiende la reflexión metódica sobre la actividad misma del pensar, y con elpropósito de «la clarificación de la existencia práctica» (Heidegger, 1985,capítulo 1. Vide Aristóteles, 1996, 188a25-29).

La investigación científica, por lo tanto, no ocurre en el vacío, como sila mente, asimilable a una especie de tabulae rasa o de papel en blanco,según fue lo usual decirlo, se acercara de suyo incondicionada a las co­sas: «El único resultado de hacer un esfuerzo responsable por analizar larealidad "sin presupuestos" sería un caos de "juicios de hecho", e inclusoeste resultado es sólo en apariencia posible» (Weber, 1949: 78). Ademásde las posibles estructuras categoriales de la razón, que llevan a la ideafundamental de que todo pensar envuelve un juicio, la labor filosóficapone en evidencia otra suerte de antecedentes que asumen el caracter depresupuestos absolutos para la tarea científica.

No hay investigación científica, ciertamente no puede haberla, si nose da la convicción antecedente de que existe un orden tras la masa in­diferenciada de objetos y eventos. Óigase a Hegel decir lo siguiente: «Hayciertas necesidades generales tales como el alimento, la bebida, el vestido,etc. Cómo han de satisfacerse, ello depende enteramente de circunstan­ciascontingentes...Peroestaproliferaciónde arbitrariedad genera caracterís­ticas universales desde su interior. Descubrir lo que hay de necesario entales características es el objeto de la Economía Política, una ciencia queda crédito al pensamiento porque encuentra leyes dentro de un amasijode accidentes» (1967: 189a). De no darse ese orden, lo más que podríaconseguirse es la más banal descripción de sucesos aislados, pero jamásse cumplirían los intento~ de cubrir bajo el manto de una explicación

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global la universalidad de todas sus ocurrencias. Esta convicción no lapuede establecer la simple observación de la realidad, o lo que, sin mayo­res calificaciones, pudiera llamarse la experiencia primaria. Es necesa­rio algo más, de cuyo origen, desarrollo y general aceptación da cuentaprecisamente la reflexión filosófica (Kant, 2004: B.xiii-xiv. Weber, 1949;1975. Collingwood, 1979:passim. Popper, 1968: 34-38).

Dentro del mismo esquema de ideas, cabe pensar en otra suerte de no­ciones fundamentales que están detrás de las labores científicas (Colling­wood, 1979: caps. iv-v; Ortega y Gasset, 1970: volumen 5). Tómese, porejemplo, el principio de que todo evento tiene una causa. Nada hay enla naturaleza de las cosas, por decirlo así, que revele ese principio. Es élmás bien un postulado o presupuesto con el cual se acude para ver larealidad. Pero el carácter de este postulado, sin duda, es singular. Es, enefecto, un postulado absoluto, en el estricto sentido de que en el ordenlógico se halla frente a todas las demás cuestiones como un presupuesto,y frente a ninguna es respuesta o consecuencia de algo.

Hay más, sin embargo. Este postulado absoluto es un hecho histórico(Collingwood, 1979: cap. vi). Hubo así, en efecto, una tradición científi­ca, perfectamente respetable y de la que resultaron logros imperecederos,que se asentó más bien en el principio de que no todos los eventos tienencausas. Por su parte, el quehacer científico contemporáneo reposa en unpresupuesto diferente, a saber, que ningún evento tiene una causa.

Es propio de la reflexión filosófica, y sólo de ella, discernir la natu­raleza de los principios y postulados sobre los que descansa la investi­gación científica. De igual manera, es propio de la reflexión filosóficaestudiar los procesos que llevan a la emergencia de esos postulados y asu eventual abandono por los científicos. La coexistencia de diferentesconcepciones de lo económico, por lo tanto, que bien se refleja en lasdefiniciones que antes se citaron, sólo se hace comprensible, y lo que esmucho más importante, sólo puede aprovecharse con todos sus frutos,cuando en cada una de las tradiciones del pensamiento económico seponen al descubierto los presupuestos que les sirven de apoyo. En re­lación con esta decisiva materia conviene traer el peso de la autoridadde Husserl, quien con ocasión de sus reflexiones sobre el origen de lageometría escribió lo siguiente: «La teoría del conocimiento no se havisto nunca como una tarea peculiarmente histórica. Pero esto es lo queobjetamos. El dogma imperante de la separación, en principio, entre la

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elucidación epistemológica y la histórica..., entre los orígenes episte­mológicos y los genéticos, es fundamentalmente equivocado... Lo que esfundamentalmente equivocado es la limitación por la cual se ocultan losque son los problemas más genuinos y profundos de la historia» (1986:apéndice VI, 370-371).

La visión de lo económico que emerge de The Wealth of Nations esmuy distinta de la que se halla en los Grundsatze der Volkswirtschafts­lehere de Karl Menger. La concepción de Marx, en sus propios términos,es única, y una igual calificación podría darse a la visión de Von Mises.Pero entre ellas no hay líneas de contacto ostensibles que hagan posibleuna comunicación fructífera. Y sería un imperdonable desacierto no tra­tar de encontrar en cada una los puntos de vista fundamentales que lassostienen, para así poder comprender el desarrollo de lo económico alque dan origen.

Esta última tarea, valga decir, el estudio del conocimiento económicopropiamente dicho, requiere de una cierta libertad intelectual que sólopuede formarse y madurarse bajo el amparo de la reflexión filosófica(Weber, 1949: passim). No puede un economista pasar de soslayo frentea las concepciones distintas de la suya propia y simplemente ignorar­las. Tal actitud terminaría limitando su capacidad de discernimiento.Pero tal actitud, por todo lo dicho, no puede vencerse sin la lenta laborque envuelve adquirir conciencia del proceso mediante el cual el cono­cimiento se forma tomando como punto de inicio ciertos datos básicosy primigenios, que se adoptan luego o no, pero que en sí mismos no sonsusceptibles de verificación o refutación.

Cabría siempre afirmar que la reflexión filosófica, en los términosaquí expuestos, es exigencia que se impone sobre cualquier investigador,y que en tal sentido no hay porqué insistir demasiado en el caso de loseconomistas.

El punto es enteramente atinado. Sin embargo, desconoce ciertasespecificidades que le pertenecen al ámbito económico (Myrdal, 1967;1968; 1969), Y que hacen que en su conocimiento, o, en general, en elconocimiento sobre lo social, la presencia de valores, juicios normativos,criterios éticos, etc., cuya misión es la servir generalmente de presupues­tos absolutos, juegue un papel mucho más determinante que en otrasáreas del conocimiento.

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Hay así una diferencia, que no es sólo de grado, entre el conocimientode lo económico y los conocimientos de la naturaleza, que obliga a ex­tremar la conciencia sobre la necesaria existencia de tales presupuestos.y si ello vale para el aprendizaje de lo que otros han pensado y escrito,no puede serlo menos para la creación misma de nuevas ideas y concep­ciones. Son estas razones, y no faltarán otras, por las que debe decirseque el economista ha de ser filósofo.

La exigencia de lo científico

Tiene dos significados la palabra matemática, en el párrafo de Keynesantes visto. El primero de ellos, si se desea, el significado con el que se estámás familiarizado, alude a ese reino del pensamiento que se mueve en lamás total abstracción de cualquier instancia particular de la que se habla.En este respecto la expresión matemática se refiere a ciertas relacionespuramente formales, al número, a la cantidad, a una suerte muy espe­cial de lenguaje. El segundo significado, a su vez, se capta íntegramenteen el pronunciamiento de Galileo, tantas veces citado, según el cual lanaturaleza es un libro escrito por Dios en lenguaje matemático, y queentroniza la tradición, de muy antigua raigambre, que ve en las entidadesmatemáticas la trama última de la realidad sobre la que se construye laexperiencia sensorial (Husserl, 1986: §9).

Hay un tercer significado que debe agregarse. Lo hace manifiesto Kanten el prefacio a la segunda edición de su Crítica de la razónpura: «Paraser instruida por la naturaleza, la razón (razón científica A.B.) no lo haráen calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sinocomo juez designado que obliga a los testigos a responder a las pregun-tas que él formula La razón sólo reconoce lo que ella misma producesegún su bosquejo » (2004: B.xiii). Heidegger expresará lo anterior deuna manera diáfana: «Lo matemático, lo mathémata, es aquello que yaconocemos (por adelantado) acerca de las cosas... Lo matemático son lascosas en cuanto tomamos conocimiento de ellas como aquello que poranticipado sabemos que son...» (1967: 74-75).

El conocimiento económico, se entendió desde muy pronto, tiene es­trechas afinidades con lo que es el número y la cantidad. En el prefaciode la primera edición de su Theory 01Polítical Economy, escribe Ievonsque «la Economía es una ciencia matemática puesto que trata todo

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el tiempo con cantidades» (1970: 44).2 Por su parte, Cournot, cuatro dé­cadas antes y más bien en la dirección del primer significado anotado,escribía sus Recherches con el propósito de aplicar a la teoría de la rique­za «las formas y símbolos del análisis matemático» (1963). Y si fueramenester buscar un antecedente aún más remoto, se lo halla en la obraeconómica más importante de William Petty, Political Arithmetic, cuyomismo título anuncia ya su contenido.

Lecorresponde al economista la tarea de hacerse versado en matemáti­ca. De esa tarea no puede escaparse al menos por dos razones, cada unade las cuales es suficiente en sus propios términos. En primer lugar,porque algunos de los hechos económicos más importantes, cuando seobservan, ya son de por sí números o fenómenos cuantitativos. De loque se sigue que el conocimiento económico, por el imperio de los he­chos que estudia, necesita de la matemática. En segundo lugar, porqueentre los requerimientos del conocimiento científico, y él no puede sos­layarse fácilmente sin abjurar de la tradición científica misma, se hallael lenguaje matemático. Quizás no hay un sustituto para el lenguaje queda la matemática cuando lo que está de por medio es la coherencia y laconsistencia en el raciocinio. Y hay más, por si lo anterior fuera poco. Lamatemática no es sólo un adecuado vehículo para la expresión formal,sino que puede también llegar a ser un instrumento del pensamiento.'

En toda circunstancia, es necesaria una importante dosis de cautela.Los fenómenos económicos, por ser esencialmente históricos, amén depor ser inseparables de la trama política de la sociedad, ofrecen pron­tas limitaciones al uso indiscriminado de la matemática (Hegel, 1977:prefacio, § 42 Yss.). Más aún, poseen ellos un grado de complejidad quesobrepasa con creces cualquier fenomeno del mundo natural, lo cual leshace poco susceptibles al tratamiento matemático (Hayek, 1967a: 25-26).

2 Paul Samuelson, quien como pocos ha contribuido a la matematización de la Economía,escribe lo siguiente: "El mismo nombre de mi tema, la Economía, sugiere el economizar o elmaximizar» (1972a, CSPPS 111: 130). La bíbliografía sobre las relaciones entre la Economía yla Matemática es vasta, por no decir la que se refiere a la economía matemática misma (videTintner, 1968. Coats 1986: 109-115).

3 El siguiente comentario de Hicks, en relación con la obra de Karl Menger, expresa ade­cuadamente el sentido de lo que se quiere transmitir: "SU carencia de matemáticas le llevóa pasar por alto ciertos puntos importantes que saltan a la vista tan pronto se emplea elmétodo matemático» (1983a: 333).

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Desde luego, al final de todas las cuentas el economista enfrenta elconflicto entre el rigor y la belleza formal que le brinda la matematizaciónde lo económico, y la fertilidad y relevancia de sus teorías.

En este respecto conviene citar a Alfred Marshall, cuyo criterio re­sulta aquí en extremo ilustrativo: «A medida que avanzan los años hetenido un sentimiento cada vez más hondo de que es muy improbableque un buen teorema matemático que trata con hipótesis económicassea buen conocimiento económico, y más y más me apego a estas reglas:(a) usar las matemáticas como un lenguaje taquigráfico, antes que comoun instrumento de investigación; (b) ceñirse a lo hecho; (e) traducir elresultado al lenguaje común; (d) ilustrar con ejemplos que sean impor­tantes en la vida real; (e) quemar las matemáticas; (f) si no se puede cum­plir con (d), entonces quemar (e). Esto último a menudo lo hice» (l956b:427. Vide Hayek, 1955: 1. También Von Mises, 1960: 116. Keynes, 1973a,CWKVII: 297-298).

Desde otra perspectiva, y ya no desde la que tiene que ver con la natu­raleza propia del conocimiento económico, tiene el economista que sercientífico. Supone esta condición no sólo ciertas disposiciones que aludena detalles o habilidades psicológicas, sino, por sobre todo, a cierta actitudde carácter o disposición de ánimo. Y aquí se está de vuelta inevitable­mente al tema de la primera parte.

Ha de decirse que para el científico, como convicción primigenia eincedible, hay una línea divisoria muy nítida entre la realidad del mundoque sucede y acaece con total prescindencia de lo que pueda hacerse omoldearse, y la realidad del mundo que se presta a la acción, al arte o alconjuro. Esto es, hay cosas que se dan u ocurren por sí mismas, cosas denaturaleza cabría decir, y cosas que pueden producirse o prevenirse avoluntad. Sin la actitud que envuelve esta convicción, debe afirmarse, nohay lugar para el conocimiento científico, independientemente de que eldestino de ese conocimiento al final sea servirle de fundamento al desa­rrollo de eficientes técnicas para la acción o la manipulación.

Esta actitud, cuya adquisición se facilita en cierto grado para el casode quien se acerca a conocer la realidad del mundo natural, envuelve

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reales exigencias en el campo de la realidad social y humana." Debe eleconomista aprender a disociar su visión del acontecer económico de suparticular posición de intereses circunstanciales dentro de él. Es decir,debe el economista aprender a convertirse en lo que bien cabe denomi­nar «un espectador desinteresado» (Husserl, 1985: 82 y ss.), por cuyaactitud consigue inhibir el prejuicio de la experiencia del mundo que sedesliza sin dejar huella a través de toda actitud no científica. Sólo así, ycon independencia de cualquier voluntad política subsiguiente a la quepudiera servir el conocimiento adquirido, es posible acceder a la reali­dad de las cosas. Aquí no hay transacción que aminore la exigencia. Yno puede menos que concluirse que esa exigencia impone arduas laborespara el espíritu. Es dentro de este contexto como sólo puede dotarse designificación la afirmación de Heidegger en el siguiente sentido: «Lamatemática es la menos rigurosa de las disciplinas, puesto que el accesoa ella es el más fácil de todos. Las ciencias humanas suponen muchamás vida científicaquelaquealgunavezpudo haberalcanzado un matemático»(1988b, §14).

El ser científico requiere así del aprender a ser metódico. Más alládel caracter particular del método que le es propio al estudio de loeconómico, y que será luego tema para un comentario, debe decirse enun tono genérico que el hombre de ciencia se ejercita para el rechazoinstintivo por todo lo que aparece como una opinión ligera, o como unaafirmación voceada sin otro fundamento que el más banal capricho sub­jetivo. Al final, no está dispuesto a conceder, ni para sí ni para los demás,valor de conocimiento a ningun juicio que no haya él fundamentado de­bidamente, y que después no pueda justificar en todo momento, y hastael ultimo extremo, por medio del regreso siempre posible a un procesometodológico susceptible de repetirse una y otra vez.

Pero, desde luego, el conocimiento de lo económico tiene singulari­dades que es necesario poner de relieve. Participa este conocimiento, enefecto, de una doble condición. Por una parte, lo económico es un aconte­cer histórico, es decir, es la realidad humana sucedida en la historia. Pero

4 Podría decirse, con el riesgo de lucir demasiado lacónico, que la cuestión se reduce alproceso de sustituir, cuando fuere el caso, la noción de responsabilidad por la de causali­dad (Hicks, 1979: 7). Aqui se hacen presentes elementos culturales cuya importancia es im­posible exagerar. Baste apenas señalar que en su más remoto origen etimológico la palabralatina "causa» era la traducción de una palabra griega que significaba culpa o acusación.

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también es lo que al presente acaece o lo que habrá de acaecer. Esta dobleconformación, tan sui géneris para todos los fines del conocimiento, enuna de sus caras impone sobre el economista la tarea de la historia.

La exigencia de lo histórico

Ejercen los tiempos actuales, no sólo en Venezuela debe decirse, unapresión de inmediatez y practicidad sobre los economistas que difícil­mente puede hablarse de la cuestión histórica dentro de lo económico sinque alguien, buscando desdeñada con apenas uno que otro comentariotrivial, recuerde la sentencia, nada menos que de Hegel, según la cual loúnico que «la historia y la experiencia enseñan es que ni los gobiernos nilos pueblos aprenden algo de ella». O como lo habría dicho Burckhardt,«Yo conozco suficiente historia como para saber que las cosas no siem­pre se desenvuelven lógicamente» (2001: 26 de abril 1872).

Lo que está en el medio, por supuesto, es una complejidad enorme detemas e interrogantes. ¿Qué puede decirse al respecto, que sea relevanteo al menos digno de alguna atención?

En primer lugar, que lo económico por necesidad toma lugar en eltiempo, es decir, es temporal. Dicho de otro modo, los hechos o datoso acontecimientos que el economista utiliza para sus fines ocurren todosen el tiempo, en el tiempo histórico. No hay, en efecto, diferencias de na­turaleza entre el carácter temporal de un evento que sucedió hace veinti­cuatro horas y uno que sucedió hace dos siglos.Ambos son perfectamentejait accompli. Queda, desde luego, la actitud que suele provocar -en nopocos- el tiempo más contemporáneo, de discutir los hechos y sus con­secuencias como si no estuvieran ya consumados, y sólo porque se tieneinformación acerca de las opciones que estaban abiertas y que no seadoptaron (Carr, 1984: 131).

El carácter por necesidad histórico de lo económico se pone de re­lieve cuando se admite su carácter también político (vide injra). Bien sila conciencia es una propiedad del individuo, o más bien pertenece a lavida de las comunidades sociales, igualmente no es posible pasar por altola radical historicidad de lo económico. Braudel habla de esa «dialécticade la duración» que le es ínsita a la realidad social: «Nada es más impor­tante, nada se acerca más al meollo de la realidad social que esa repetida,viva e íntima oposición entre el instante de tiempo y ese tiempo que fluye

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apenas lentamente» (1980: 26). Por su parte, Lukács hablará de la radicalo «pura historización de la dialéctica», que envuelve tanto al pensamientocomo a la acción (1968: prefacio; Goldmann, 1979: 15).

En segundo lugar, hay que decir que el tiempo de la historia, esto es,el que se refiere a la dimensión temporal de los asuntos humanos, dondese incluyen, desde luego, los hechos económicos, posee la singular ca­racterística de ser irreversible. De ello se sigue que las entidades que, enel lenguaje cotidiano se denominan pasado y futuro, son expresión dedos realidades totalmente diferentes: no puede convertirse el pasado enfuturo o el futuro en pasado, tal y como se hace con lo anterior y lo pos­terior, que sí son intercambiables (Toan Robinson, 1973b, CEP IV. Hícks,1982,CEET II. Shackle, 1972. También, Georgescu-Roegen, 1971).

En otro sentido, la diferencia toca la cuestión del conocimiento. Nohay conocimiento posible del futuro, como sí puedehaberlo del pasado:no puede haber conocimiento de lo que aún no ha sucedido. Sobre elfuturo sólo cabe la conjetura, la imaginación, o, en el mejor de los casos,lo probable (Keynes, 1973d, CWKXIV: 306 y ss.). De aquí se desprendenconsecuencias de especial significación para la caracterización de la na­turaleza del conocimiento económico, a las que más adelante se dedicaráun comentario.

Más todavía, la diferencia a la que se alude tiene que ver, en últimainstancia, con el carácter particular de todo hecho histórico, lo cual llevaa la reiterada insistencia de los historiadores profesionales en la denomi­nada «unicidad del hecho histórico» (Elton, 1984. Hegel, 1977: prefacio).Es decir, dos hechos cualesquiera pueden asemejarse, mas nunca podránser idénticos. En tal respecto deben tratarse como realidades peculiares,aunque sí sea admisible alguna suerte de agrupación en un género supe­rior por la posesión compartida de algunos rasgos comunes.

En tercer lugar, debe de igual manera señalarse que lo económico, yno obstante todo lo anterior, no se absorbe íntegramente en lo históriconarrativo. En otras palabras, no puede olvidarse por un momento que eleconomista qua economista debe cumplir labores de pesquisa histórica,pero igualmente que su disciplina no se detiene en la historia entendidaen su sentido tradicional.

Al historiador como historiador, se ha repetido tantas veces, sólo leconcierne el pasado, esto es, el hecho acontecido puro y simple. En abonode esta concepción de la historia siempre cabrá traer a las mientes el peso

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de la afirmación de Von Ranke en el sentido de que «wie es eigentlichgewesen», esto es, que la historia sólo quiere mostrar «lo que en efectosucedió». O dicho de otra manera, que el historiador estudia un hechopara entenderlo, y «no para juzgarlo, o para instruir el presente de caraal beneficio de las edades futuras» (Von Ranke, 1948: 38). Pero el econo­mista no es un historiador según los cánones convencionales.

Las necesidades que la Economía Política pone sobre su estudiosoconducen a otras tareas y retos. Amén de la verdad de los hechos, sobreél gravita lo que bien describió E. P. 1hompson, por su parte un reputadohistoriador, con las siguientes palabras: «Nuestro conocimiento (así loespero) no se halla aprisionado dentro del pasado. Nos ayuda a saberquiénes somos; por qué estamos aquí; qué posibilidades abiertas se hanabierto, y cuánto podemos conocer acerca de la lógica y formas de losprocesos sociales» (1995: 63. Vide Collingwood 1974:116). Dentro deeste orden de ideas, las refle-xiones de Marx acerca del método propiode la Economía Política son muy iluminadoras.

Para empezar, óigasele este parecer en el cual comunica, sin ningúntipo de ambages, un criterio que corre en sentido opuesto al que ge­neralmente le atribuyen sus detractores: «La historia no es más que lasucesión de las distintas generaciones, cada una de las cuales explota losmateriales, los fondos de recursos, las fuerzas productivas legadas por lasgeneraciones anteriores, y así, por una parte continúa la actividad tradi­cional en circunstancias completamente cambiadas, y por la otra, modi­fica las viejas circunstancias con una actividad enteramente modificada.Todo ello puede distorsionarse de manera que la historia posterior seconvierte en el fin de la historia previa, por ejemplo, en que el objetivodel descubrimiento de América fue la irrupción de la Revolución Fran­cesa. La historia, por consiguiente, recibe sus propios fines especiales, yse convierte en "una persona como cualquiera otra persona': .. y lo quese denomina con las palabras "destino", "fin': "germen" o "idea" de la his­toria precedente, no es más que una abstracción formada a partir de loque fue historia posterior, de la influencia activa que la historia tempranaejerce sobre la historia reciente» (1867, MECW 5: 50).

En consecuencia, el estudio de la sociedad contemporánea es de suyohistórico no sólo porque la Economía Política hace uso del pasado paraderivar lo concerniente al carácter presente de sus conceptos y categorías,sino porque desde éstas la realidad del pasado adquiere un orden. La

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conformación en la historia de la sociedad moderna puede verse, desdela privilegiada plataforma de lo actual, como el resultado de la activapresencia histórica de hechos y realidades de muy distinta entidad. Ental respecto éstos son sus presupuestos, valga decir, «las condiciones desu advenimiento» (Marx, 1973: 460). Pero, al mismo tiempo e igual­mente desde la perspectiva del presente, esos presupuestos han dejadoya de serio, y ahora constituyen consecuencias de la vida presente y nomeros antecedentes históricos. Expresado de otra manera, esos antiguospresupuestos «no [son ya] condiciones del surgimiento [de la sociedadmoderna] sino resultas de su presencia» (ibíd.).

Para ilustrar la materia entre manos, el caso del trabajo constituye unejemplo paradigmático. La práctica incontrovertible es que sin trabajo,esto es, sin el esfuerzo constante y reiterado que la existencia impone, nohay vida humana posible. La expresión simbólica contenida en la Biblia,en efecto, dice lo que hay que decir como experiencia universal de lacondición del ser humano. El trabajo, por lo tanto, es una categoría muysimple y primordial tanto del pensamiento como de la realidad histórica.

La ubicuidad del trabajo en la historia humana, sin embargo, no debeconfundir la comprensión del tema. Es bien sabida y comentada la ma­nera nueva como Adam Smith lo plantea en el mismo inicio de su WealthofNations. Tras la frase «el trabajo anual de cada nación es el fondo queoriginalmente la suple con todos los bienes y conveniencias de la vidaque consume...» yace una inmensa complejidad de desarrollos sociales."Entiéndase que el vocablo trabajo (labour), en la pluma de Smith, es unarigurosa abstracción que subsume en su interior la variedad más grandede trabajos particulares a los cuales el autor no tiene ya porqué nombrarindividualmente. Se puede, no obstante, ser aún más contemporáneo.Tómese así The General Theory of Employment, Interest and Money. Alos fines de uniformar el mercado de trabajo, Keynes hace uso de un re­curso formal consistente en una suerte de índice al que llama «unidad desalario (wage unit)» (l973c, CWKXII: 297-298). Pues bien, su definiciónla apoya el autor en una noción que claramente pone de manifiesto elpunto que se desea mostrar. A saber, la «unidad de salario» es una hora

5 William Petty, cien años antes, había voceado un criterio que refleja claramente la di­rección que el pensamiento va ya tomando. Escribe él así cuando define el trabajo: "Lossimples movimientos del hombre destinados a procurarse mercancías, a cambio de tantashoras como es naturalmente capaz de soportar lo mismo" (1927: 211).

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de «trabajo ordinario», o también, «elesfuerzo del trabajo al que se pagamenos por unidad de tiempo» (1973, CWK XIII: 480n).

El grado de desarrollo económico alcanzado por la sociedad moder­na convierte al trabajo -en medio de la innúmera variedad de sus mani­festaciones particulares resultante de la división y subdivisión de lasactividades laborales- en una realidad homogénea. Ninguna de sus ex­presiones particulares sobresale o «predomina», como dirá Marx (1973:104), o ninguna se diferencia esencialmente de las restantes: trabajo estrabajo, cabría decir. A lo más, la diferencia es sólo cuantitativa, según seha puesto de manifiesto, pero lo cuantitativo, bien se sabe, es el elementodiferencial de menor riqueza conceptual posible.

El uso de la expresión «trabajo», en cuanto concepto de la cienciade la Economía Política, toma su fundamento en este grado de homo­geneización alcanzado en la práctica económica moderna, y sólo desdeésta, por lo demás, puede en rigor emplearse. Más aún, el pasado históri­co que precede a la conformación del mercado de trabajo contemporá­neo sólo es inteligible desde la perspectiva que ofrecen las condicionesactuales bajo las cuales el trabajo se presta. Es únicamente así comopuede dotarse de pleno sentido la luminosa idea que Marx ofrece enestos términos: «La más simple abstracción que la economía modernacoloca en el frontispicio de sus discusiones, y que expresa una relaciónmuy antigua y válida para todas las formas de la sociedad, alcanza sinembargo su verdad práctica, en cuanto abstracción, como una categoríade la sociedad más moderna» (ibíd.: 105).

En resumidas cuentas, pues, la Economía Política es una cienciahistórica especialmente sui géneris.

Por otra parte, los motivos científicos del economista lo fuerzan atrasladar su interés por los hechos desde los hechos mismos a lo quepuedan ellos significar para la prognosis y la planificación. O dichobrevemente, lo histórico en su sentido convencional le interesa al econo­mista sólo en cuanto pueda facilitarle la comprensión del presente y laimaginación del futuro. Esta desemejanza esencial puede verse desdeotra perspectiva muy esclarecedora.

La tarea intelectual del economista se apoya básicamente en su capaci­dad y logros de hacer teorías. Sin entrar en el espinoso asunto de lo queha de entenderse en todo rigor por una teoría, sea suficiente aquí indicarque su noción se refiere a una construcción o esquema que relaciona

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unos conceptos con otros, donde los conceptos, creación del científico,son normalmente la expresión de hechos observados u observables, porsí o por sus consecuencias, de cuya interrelación resulta una explicación.Es propio de la teoría científica el propósito de la explicación (Popper,1972: 191 y ss.), esto es, cierta asociación entre conceptos de distintogrado de generalidad que permite dar cuenta del por qué de un hecho.

En general, no es la tarea del historiador profesional formular teorías.Esa tarea y su resultado, por lo dicho antes, es un conocimiento ideográ­fico que persigue lo particular, y para ello no precisa del apoyo explícitode teorías. La Economía, en cambio, por pretender cierto grado de vali­dez universal para sus explicaciones, de suyo requiere de la labor teórica.Más aún, tal pretensión no es más que el reclamo que interpone en favorde su carácter científico.

La labor teórica del economista, por razón de la estructura misma delo que es una teoría, así como por la naturaleza de los hechos que estudia,necesita del conocimiento histórico. La historia, sin sustitutos, le proveeel punto de partida para la reflexión conceptual. De los datos que leofrece la historia, que en sí mismos son hechos particulares, procede ha­cia la generalización por la vía de su agrupación en torno a una conductaque los informa. Esta conducta, de carácter económico entonces, y quese admite como general, puede cabalmente asimilarse a una uniformi­dad estadística -vide Hicks, 1969: 79 y ss.-, sin perder su naturaleza derealidad histórica.

Esta última caracterización requiere de un comentario adicional. Elcarácter histórico de la conducta económica ciertamente no se disputa:y,por lo demás, ¿cómo cabría disputarlo? Lo que sí se discute, empero, esel carácter histórico-relativo de esa conducta, esto es, la circunscripciónde determinada conducta a un ámbito particular de la historia, por dis­tinción de su presencia universal en toda historia observada o por ob­servar (Robbins, 1969: 80 y ss. Véanse los argumentos muy críticos alrespecto de Lukács, 1968: 46 y ss.).

El punto, que hace tornar la mirada a las consideraciones de la pri­mera parte de este ensayo, remite a una de las cuestiones fundamentalesque subyacen el conocimiento económico.

Baste sólo observar aquí que la elucidación del punto escapa del tra­bajo histórico o económico en sí mismos, puesto que se está de vuelta ala materia de los postulados que condicionan el conocimiento. Sí puede

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decirse, para empezar, que un conocimiento histórico profundo y ri­guroso dispone la reflexión en una dirección teórica para la cual, conjusteza, puede reclamarse un contenido superior de relevancia y fertili­dad científicas. Pero hay algo mucho más de fondo. El conocimiento dela Economía Política es de suyo histórico, por la elemental razón de quesu objeto es histórico: al fin y al cabo, y como lo enseña el mejor pen­samiento filosófico, ¿no se sigue el carácter de una disciplina del carácterde su objeto?

Sirva aquí un caso ejemplar. El profundo discernimiento de Aristóte­les, cuando se propone mostrar la naturaleza del intercambio mercantil,se enfrenta a un obstáculo insalvable, a saber, la radical inconmensura­bilidad de los bienes por intercambiarse. Ello le impide llegar a proponeruna teoría del intercambio (Aristóteles, 1999: 1133b.14). Esa imposibili­dad, sin embargo, emerge en una realidad histórica muy particular, asaber, allí donde no se reconoce socialmente la base material de la pro­ducción que presta el fundamento para el intercambio, y que no es otraque el trabajo. Al no admitirse éste, porque socialmente no hay manerade reconocerlo, el intercambio cuelga del aire, y la teoría llamada a expli­carlo se autodeclara inútil (ibíd. Vide Marx, 1970, 1: 59-60). Sólo, pues,en una sociedad donde el trabajo es un hecho social de incuestionablesignificación universal, puede la Economía Política emerger con plenaautonomía y dar una explicación satisfactoria del intercambio mercan­til, Pero todo esto es un asunto de hechos históricos, de conocimientohistórico y de una ciencia que sea por su parte histórica.

En suma, la posibilidad del conocimiento económico no puede sepa­rarse de lo histórico. El economista, que se precie de serlo, tiene que estarversado en el conocimiento histórico. Además de las razones comenta­das, y que quizás son suficientes para sustentar esta exigencia, no dejande tener su importancia las que a continuación se mencionan.

Si alguna consecuencia de hondísima significación tiene el cono­cimiento histórico para el espíritu inquisitivo, paradójicamente, es elsentido de libertad que concede. Valgatraer a colación la autoridad de ungran historiador y pensador, quien al respecto acota que el conocimientode la historia, con el cual la conciencia se despierta y se agudiza, destruyela esclavitud que la naturaleza impone sobre el individuo (Burckhardt,1980,passim). Aquí cabría añadir que la esclavitud no proviene sólo de lanaturaleza, sino a la par, y quizás de manera preeminente, de la sociedad

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que los hombres forman, cuya sujeción, nunca menos férrea, también lahistoria ayuda a romper (Nietzsche, 1980).

Más todavía, la conciencia histórica, por sobre todo, es sentido delproceso, de las tensiones colectivas y del cambio en marcha en cuantosubstrato del acontecer social. Quien omite a la historia de su acervo intelec­tual se priva de la posibilidad de disponer de una perspectiva insusti­tuible para el estudio de la sociedad.

En otro sentido, al llenar al pasado de razón, y de hacerlo, para todoslos fines de la conciencia crítica un caso analizado y discernido, el cono­cimiento histórico prepara al espíritu, ahora despojado del gravamenque un pasado abierto significa, para la acción política. El conocimientohistórico ha cumplido así con la necesaria y previa tarea de ayudar «asaber quiénes somos, por qué estamos aquí, qué posibilidadesestán abiertas»(Thompson, 1995: 63). Sólo habiendo llegado hasta aquí puede firme­mente el economista decir con Goethe:

Epimeteo: ¿Hasta dónde llega tu imperio?

Prometeo: Hasta donde llega mi acción. Ni más arriba ni más abajo.

(Prometeo, Acto 1)

La exigencia de lo político

No puede ser un simple desliz del lenguaje que al conocimiento de loeconómico, cuando emerge con autonomía y rigor sistemático, se lo de­nomine Economía Política. Y debe añadirse de inmediato: donde no hade entenderse la expresión 'política' como una mera calificación del sus­tantivo mayor, sino como un término sustantival él mismo, en paridadde importancia. Se quiere expresar que esta feliz expresión, cuya entradaen desuso constituye de por sí todo un caso para la reflexión, combinaadecuadamente, en una unidad dialéctica, «la existencia económica y laconciencia» (Lówíth, 1982: cap. 3).

En obediencia a una práctica social de complejo origen, y que dominaa Occidente y su proceso civilizatorio, el conocimiento económico revelano sólo la presión de un ansia por comprender la realidad del mundocircundante, sino por sobre todo la necesidad de controlar y dominar laescena de esa realidad. De allí que el economista, además de tener que

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aprender a contemplar lo económico con entero desasimiento, debe des­cubrir también cómo actuar sobre su realidad.

Una vez más, y siempre tendrá que ser así en estas materias, hay queempezar por el aserto de que los temas que se hallan aquí envueltosacarrean una enorme complejidad. No sirve hacerlo, si fuera el caso, parala excusa de la ignorancia o la banalidad; es más bien la necesidad muysentida de reconocer la fragilidad tan grande que acompaña al saber aquírequerido.

La práctica de lo económico es la tensión entre los intereses mate­riales de los individuos que concurren al acto del intercambio mercantil.y no menos, es el ejercicio del poder político, por acción o abstención,para inclinar la resultante de las fuerzas en cierta dirección. Pero en eltiempo contemporáneo, distintivamente, el intercambio mercantil no esel suceso ocasional en el que participan unos cuantos individuos, sinoque es un modo de vivir generalizado para todos los integrantes de la so­ciedad. Por lo que aquella tensión ahora adquiere ciertas peculiaridades,no menos distintivas por planetarias.

Ésa es la indisputable realidad sobre cuyas bases se asienta lo económi­ca. Y; por lo tanto, es el terreno donde hay que definir los límites para laacción.

Al economista qua economista le corresponde la tarea política depersuadir a los sujetos de la acción económica. Allí radica su principalmisión. Valga apenas mencionar, sin entrar en los detalles que el puntoamerita, y que de por sí abrirían espacios para una reflexión del ma­yor interés, lo relativo a la forma más adecuada de ofrecer y presentarlos argumentos económicos para la discusión política colectiva. Hayalgunos ejemplos, en ambos sentidos: de por seguir o por evitar, queserá siempre oportuno evocar en este respecto. Sin querer abrumar coninnumerables referencias, cabe decir lo siguiente. Tómense por caso ElManifiesto comunista de Marx y Engels; ¿Quéhacer? de Lenin; Las con­secuencias económicas delapazy Un ensayo sobre reforma monetaria de IohnMaynard Keynes; y Capitalismo y libertad o libre para escoger de MiltonFriedman. ¿Qué poseen estos textos, en efecto, que dominan de tal modola atención? ¿Que sin ceder el rigor analítico que los sustenta, se leencon tanta facilidad y soltura que incitan prontamente a la adopción deposturas políticas?

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No hay duda posible: en estos asuntos, tan difíciles de asir para cual­quier generalización, es al poder de la palabra adecuada donde hay quetornar la mirada. De ello no puede escaparse el economista cuando cum­ple su misión política.

Esta tarea de persuadir, por lo visto, supone exigencias de muy dis­tinto carácter. Ya se ha hecho alusión a una de ellas, de imponderablesignificación, pero hay otra que no puede dejarse de comentar. Los in­tereses materiales de los individuos hallan su expresión de muchas ma­neras. En particular, una cierta concepción valorativa de la realidad seles asocia inevitablemente. Es decir, en torno a los intereses económi­cos, cualesquiera sean, se va conformando un esquema de conductas,criterios, normas y valores, que sirve para enjuiciar la propiedad o im­propiedad de una acción económica. Ese esquema, en cada instante, es laresulta de un proceso, una vez más, muy complejo. Por lo demás, es unainsensatez pensarlo como un simple velo, acaso ficticio, que enmascarala realidad. Él forma parte indisoluble de esa realidad, y sólo entendién­dolo así puede justipreciarse su decisivo papel en el concierto de lasrelaciones políticas.

La adecuada caracterización de ese esquema valorativo, en cuantomarco establecido y como proceso en marcha, así como la cabal admisiónde su carácter de condición indispensable para la acción, es un elementosin el cual la tarea de persuadir no tiene posibilidad alguna de éxito.

Pero hay más. La persuasión requiere de lo que puede entendersecomo «una participación afectiva auténtica», que es una función masno un estado afectivo del espíritu (Scheler, 1980), y que permite a quienbusca persuadir colocarse en el lugar de los sujetos de la acción y com­prender sus posturas. Tal suerte de traslado, valga repetirlo, ni es uncontagio emocional ni es una fusión emotiva, sino que tiene la singularnaturaleza de una identificación circunstancial auténtica aunque ínte­gramente consciente.

En dos direcciones se le impone al economista adquirir adicionalesdestrezas. Por un lado, debe saber de ese mundo de valores e impulsosnormativos que incitan a la acción o la paralizan. Ahora bien, tales va­lores no se muestran ni se señalan con obviedad, y las más de las vecesse encierran en actitudes, o se disimulan u ocultan tras la palabra. Y,además, son volanderos y mudables.

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Por otro lado, debe aprender a admitir como suyo cualquier esquemavalorativo, so pena de no hacerse oír persuasivamente. En estas dos ta­reas, cada cual más laboriosa, radica la misión del economista en cuantoagente político.

El economista y su conocimiento

Un gran .tema tras las páginas precedentes es la naturaleza del cono­cimiento económico. ¿Podrá entender el lector, si se autoimpone ciertabenevolencia de juicio, que antes de adelantar algunos comentarios alrespecto se tenga de nuevo que emplear aquí la expresión complejo parahacer de él una caracterización sucinta, aunque no menos adecuada?

La imagen del economista que emerge de las consideraciones ante­riores, ya lo advertía sin ambages el propio autor de la cita que se adoptacomo punto de partida, hace pensar de inmediato en un inusual perso­naje de pensamiento. [Tantas habilidades por juntarse son una rémorapara cualquier código genético!

Cuando se reflexiona sobre el camino que debe recorrer la vida in­telectual de un economista, no puede dejar de arribarse, al final de cuen­tas, a la idea de que todo el asunto hay que mirarlo desde la perspectivade lo que es el conocimiento económico mismo.

Una palabra previa y general hay que postular en esta encrucijada. Lamejor experiencia de la humanidad ha establecido desde siempre que elobjeto en estudio da la pauta del recto método de indagación para cómoallegársele. Hegel expresará este parecer con una frase ya clásica en la his­toria del pensamiento: «elconocimiento científico demanda rendirse a lavida del objeto» (1977: 32; 1989: prefacio a la primera edición, 27). Estoes, la capacidad de preguntarse y responder viene determinada por elasunto mismo que el conocimiento encara y al cual debe dilucidar (videAristóteles, 1987:libro IV Heidegger, 1993: § 10. Gadamer, 1993:47-48).En tal sentido la Economía Política debe responder, primordialmente, alo que por sobre todo exhibe la realidad que le concierne, a saber, la vivacontradicción entre los intereses materiales que coexisten en cada cir­cunstancia histórica. De allí que el buen conocimiento económico hayade recrear en su interior las contradicciones de la práctica, y esto lo con­duce de manera inevitable a un cruce de caminos.

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En ese cruce de caminos van a converger requerimientos y formasdiferentes del saber. De una parte, la exigencia por el conocimientohistórico y, a la par, el reclamo de la predicción confiable; de la otra, lapresión de los intereses más diversos, cada uno de los cuales, en íntegrajusteza, pide para sí un trato preeminente. Y por si algo faltare, la su­premacía que clama para sí el método científico y que impone patronesycriterios.

Suele decirse, según se lee en las obras de reconocidos economistas,que el conocimiento de lo económico es imperfecto, incluso se dice,«extremadamente imperfecto» (Hicks, 1979: 1). Ahora bien, si por «im­perfecto» se quiere decir incierto o impreciso, no hay duda de que lacalificación ayuda muy poco. Si más bien le subyace la idea de que esprovisional, limitado o selectivo, hay que preguntarse si ello es privativode la Economía Política, o si hay algún conocimiento que no sea tal. Entodo caso, si por imperfecto se denota un cierto grado de inexactitud queno posee, por ejemplo, el conocimiento de las ciencias físicas, el puntoes interesante, pero de inmediato surge la interrogante de si el rasero decomparación es el adecuado, o de si al caracterizarlo así no se estará in­curriendo en un procedimiento ilegítimo al tomar, sin justificación, unaesfera particular del conocimiento como medida general de lo científico.

Fuera como fuere, el conocimiento de lo económico, si se lo comparacon lo que de otros conocimientos se espera, a cuenta de lo cual se conviertea éstos en la referencia por seguir o imitar, es entonces inexacto. En lasciencias naturales hay el campo para predicciones, llámeselas como es lousual, «duras», en el sentido de que anticipan con un razonable grado decerteza un resultado. En el caso de lo económico nada hay que se le pa­rezca. A lo más que puede aspirarse es al pronóstico de un valor presuntopara una variable que, bajo condiciones muy diversas y no todas conoci­das, cabe razonablemente esperar. Ello les hace predicciones «blandas».y hay más, sobre esas expectativas debe poderse hacer un juicio de con­fiabilidad, pero no es un asunto del todo concluido que esa confiabilidadhaya que evaluarla por el método de las ciencias experimentales delerror estándar. En suma, la aplicación del calculo probabilístico para lospronósticos económicos no puede tomarse sin reservas.

Pero llamar a la Economía Política inexacta, si así fuere pues, no debesignificar en modo alguno que carece de rigor científico. ¡Nada más lejosde la verdad! Su rigurosidad se halla más allá de toda disputa. Más aún,

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y como bien lo asienta Heidegger, «las ciencias humanas deben perma­necer inexactas para ser rigurosas. Este rasgo suyo no es una carenciasino una ventaja» (1999: 104, énfasis del autor). La obediencia a su prác­tica metodológica impone una rigurosidad canónica que no es segundafrente a ningún otro ámbito del saber (vide Gadamer, 1993: 47). Y sepuede llegar aún más lejos, si de lo que se trata es del cúmulo de habili­dades que requiere, o del refinamiento de la educación de la mente queexige, o de la complejidad del objeto que trata de comprender.

Valga aquí transcribir lo que narra Keynes de un encuentro que sos­tuvo con el gran científico natural alemán Max Planck: «Me dijo queen su juventud había pensado en estudiar Economía, encontrándola sinembargo muy difícil. ¡Pero no hay duda que ése no era el significado desus palabras! El Profesor Planck podía haber dominado el núcleo enterode la economía matemática con gran facilidad en unos pocos días. Ahorabien, la amalgama de lógica, intuición y el vasto conocimiento de hechos-la mayor parte de los cuales no son precisos- que se necesita para lainterpretación económica de la más alta calidad, es, a decir verdad, abru­madoramente difícil para aquéllos cuyo principal don consiste en poderimaginar y buscar hasta lo más lejano las implicaciones y condicionesprevias de unos hechos muy simples, que se conocen con gran precisión»(1972f, CWK X: 186n). Sirva como apostilla a este relato lo dicho porHeidegger y ya referido antes: «La matemática es la menos rigurosa delas disciplinas, porque es la más fácil de dominar. Las ciencias humanaspresuponen mucha más vida científica que la que alguna vez pudo haberalcanzado un matemático» (1988b: §14).

Sería un extremo desacierto someter el conocimiento económico alostracismo intelectual por estas características suyas. Alguno lo habráhecho, y cuánto no se ha perdido. En lo que podríamos esperar de ellas,de no ser como son, no reposa la razón de ser de la fascinación que loeconómico ejerce sobre la actividad intelectual. Hay algo superior, queno se asocia al designio sino a la mucha más modesta tarea de compren­der y que atrae con una fuerza irresistible.

Este texto fue escrito en 1988. Lo publicó en su oportunidad la Academia Nacionalde Ciencias Económicas (Caracas, 1988). Posteriormente lo reimprimió la Asociaciónde Profesores Jubilados de la Universidad Central de Venezuela (Caracas, 1991).