La Vela Protegida
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La Vela Protegida Sonia Tomás
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Sonia Tomás Cañadas
Mundos de fuego y agua
La Vela Protegida
Crown
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La Vela Protegida Sonia Tomás
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Primera edición 2011
Copyright © 2011 Sonia Tomás
Sello © Crown.
ISBN: 978-84-615-4632-9
Nº Registro: 09/2009/1255
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
ALL RIGHTS RESERVED
Ilustración: Sonia Tomás Cañadas
Narrativa fantástica
Para saber más:
http://www.SoniaTomas.com
https://www.facebook.com/soniatomasescritora
http://twitter.com/SoniaTomas
La Vela Protegida Sonia Tomás
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'Una historia trepidante y muy imaginativa. Posee puntos en común con el clásico de Michael Ende, La historia interminable, y
otros célebres títulos épicos de espada y brujería o de la literatura fantástica juvenil como El Señor de los Anillos, Juego
de Tronos o Las crónicas de Narnia...Sin embargo esta novela tiene personalidad propia y gran originalidad. La autora es capaz
de ofrecer tres historias en una sola compacta perfectamente hilada, en universos propios paralelos, con sus normas, leyes y
mapas de los diferentes territorios’.
Josephb Macgregor (The bronkus), para el afamado sitio
(Anika entre libros)
'He aquí la evidencia de que hay savia nueva y de calidad'.
La Compañía.net (El Señor de los anillos)
Nota de la autora
Esta obra a través de su historia pretende fomentar la lectura plasmando una nueva manera de transmisión de valores vista desde la
insignificancia de cada uno hasta el conjunto de todos; el Universo. Procura reforzar la capacidad de soñar de los más pequeños y mayores,
y de pensar a través de su metáfora en un mejor futuro frente a cualquier tipo de adversidades.
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ÍNDICE
• Prólogo
LOS COMIENZOS
• IIII Parte
LA TIERRA Y ANTÁRTIK. EL OCASO
Ciudad y supervivencia.
La Vela Protegida.
La Cúpula, Akira y la cesión de poderes.
El Laberinto Cristalino.
Las casas Spin y el Portal del Imperio.
Growne.
Consternación en la Tierra. Níobe.
La oportunidad de Atrixa y la adquisición del mando.
• IIIIIIII Parte
DARKMON, EL BOSQUE DE VERSA Y ÁTULUS
Róculus. Urbe de Águilas.
La mujer mariposa.
Inmersión en Thân.
Darkmon. La milicia.
Murkcastle, el desfiladero y la Montaña del Edén.
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Mortíferos. Una aparición oportuna.
Las Mazmorras de la Cripta
La llamada del Ortox.
Átulus.
• IIIIIIIIIIII Parte
LA CONTIENDA ENTRE RAZAS,
LOS ELEMENTOS Y EL NUEVO PROTOTIPO
Cielo sangriento.
El Valle de los Antártiks.
Lucha a tres bandas.
De la fuerza al coraje.
La hora del exterminio.
La fusión.
Un regalo para Wildfred.
La Urbe.
Descubre el Prototipo.
El Chacal.
Los Álamos; Laboratorio Nacional.
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• IVIVIVIV Parte
ZAFIRÏA
Hudbinia. Diario de Allen Wildfred.
Vigilas del cielo.
La alcazaba de Thêon.
Ulanis y Gorwigart.
La Congregación de la Defensa.
La Rebelión.
• Mapas: Antártik, Hudbinia, Gorwigart y Sibenia.
• Agradecimiento de la autora.
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… Mirad al cielo sin descuidar la Tierra, y sed valientes, porque sólo los que abran esta puerta, verán cumplidos sus sueños, aunque
puede que ya no sean dueños de su destino…
Proverbio de Rhan, Diosa de Mundos.
Todo el mundo sabía en Fantasía lo que significaba aquel medallón, era el signo que llevaba quien estaba al servicio de la Emperatriz
Infantil y podía actuar en su nombre como si ella estuviera presente.
Michael Ende. La historia interminable.
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Prólogo
LOS COMIENZOS
*RODHÁNYRA: Emblema que representa el equilibrio y la paz entre los planetas del Unius Mundi (Mundos de Fuego y Agua), así como la acogida en éste a los de reciente origen.
Los Mundos de fuego y agua, no corresponden con el mal y el bien, ni respectivamente ni necesariamente. Su nombre únicamente hace referencia al elemento predominante del planeta en cuestión. Son los que antaño tomaron parte en las llamadas: Sentenziatis; Guerras primeras del Universo.
El principio de las famosas contiendas interplanetarias tuvo su
causa en la progresiva desaparición de la composición de la materia de algunos de estos astros por diversos factores, desde cataclismos pretéritos naturales, a desastres por obra de los propios pobladores, lo que les condujo a la necesaria evacuación e invasión colonizadora de los más cercanos.
Pero los recursos y el espacio no fueron suficientes para todos, y ello desembocó en la aniquilación de los más débiles…
En numerosas centurias atrás, las Sentenziatis se creyeron
zanjadas, sin embargo Rhan, Diosa de mundos, ya predijo guerras futuras tras la posible invocación del elemento oscuro; La Esfera de fuego.
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El ente del mal tuvo su origen, en las almas de las criaturas
perecederas de dichos exterminios; Espíritus Aráctros. Y aunque sea injusto el pago de inocentes por transgresores, las fuerzas viles no distinguen entre las miserables criaturas del pasado de sus no exculpados descendientes del presente.
Buscan venganza. Atrixa, la hechicera inmortal de galaxias, fue elegida por los
resurgidos espíritus para hacerse con el intermediario que invocara a la materia tenebrosa, ya que ésta no podía despertarla por pertenecer a todos los mundos y al tiempo a ninguno.
Pero la reciente resurrección y escaso poder de las almas del
infierno, sólo sirvió para que la Esfera tuviese que ser arrojada al azar, y su destino no fue otro que el planeta Antártik; hijo de la Tierra.
En los inicios de Antártik, tres grandes sabios conocedores de la
nigromancia: Eisntórador, Isaácaris y Neoterón, fueron visitados por Rhan con el fin de la creación de una materia divina; La Vela Protegida, que buscase su antítesis en el Universo y se instalara en el planeta donde creyese su ubicación.
El transcurso del tiempo convirtió en quimera dicha odisea… En cuanto a la Tierra, aunque es conocida por los descendientes
de algunos planetas invasores, no está en su punto de mira, puesto que en ese período no existíamos.
Actualmente no les aportamos nada, no podemos contactar con ellos, nuestro progreso no es comparable, no somos para ellos una amenaza.
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Al menos por el momento… Es quizás la razón de este estado desapercibido, la que condujo
a la elección de uno de sus jóvenes habitantes, Allen Wildfred. En él, se depositan las esperanzas de que Rodhányra; emblema
de la unión de los planetas de fuego y agua, convierta su representación en una realidad, rechazando toda sublevación por el poder absoluto del Cosmos y la ejecución de las estirpes consideradas como más débiles.
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Puede que hoy sea el último día en la Tierra, y puede que no, aunque eso también lo habían pensado sus habitantes dos días antes al actual.
Desde la extraña aura blanca formada en el cielo hacía tres
lunas, junto a una nueva mañana más fría y siniestra ante los ojos atónitos de la humanidad, se despertó la sospecha de que el Apocalipsis había llegado, quedando en pié sólo las teorías de los que se camuflan bajo sus férreos conocimientos científicos acomodando en su boca fácilmente dos palabras;
‘técnicamente imposible’. Desde su apartamento en Manhattan, el joven bibliotecario
Allen Wildfred, esperaba como todos una pronta respuesta al extraño fenómeno, el cual podía divisar desde el gran ventanal de su habitación orientado al norte. Sin embargo esa visión duró escasos minutos tras una visita inesperada…
En poco tiempo, Allen adquiriría una gran responsabilidad en la mayor aventura de su vida, ya que la decisión de la aceptación de
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la propuesta llegada desde la lejana Galaxia Espiral de Gen, no era opcional, sino sumamente necesaria.
Dentro de esta Galaxia el planeta Antártik llora el despertar de
la Profecía de la Traición, profecía antaño anunciada por Rhan; deidad suprema de todos los Mundos, cuya leyenda se ha hecho material provocando el surgimiento de una nueva tierra, La Tierra Roja de Darkmon.
Aunque Wildfred es humano, pronto le serán cedidos los
poderes de Akira; Guardián de la Vela, quien quedará indefenso en sacrificio de sus semejantes Antarktianos y por orden de la Soberana de estos; Níobe.
Su cometido crucial será conseguir el elemento oscuro, ente material del que la Leyenda de la traición se pronuncia, y enfrentarlo a la Vela Protegida, corazón universal, fuerte y transparente de Antártik, antes de que ésta se apague, la cual pierde energía con el paso de los días y con ella su pueblo.
Pero Atrixa, la hechicera sirvienta en tiempos remotos de las
fuerzas del mal, intentará procurarse a un intermediario que imponga ataque y resistencia desde la Tierra Roja hasta los confines de Antártik, creando su propio ejército hasta que la Vela perezca definitivamente para tomar posesión y sometimiento absoluto de todos los universos a través del elemento de las magias oscuras; la Esfera de fuego.
Allen Wildfred tendrá que comenzar un viaje diferente e
inesperado por las tierras desconocidas del recóndito Antártik junto a seres increíbles y dispares. A través del Laberinto Cristalino será conducido a uno de los Mundos de Fuego y Agua,
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mundos de los que estamos rodeados, mundos conectados entre sí, mundos que se dejan ver si es su voluntad o si son llamados por otros. Mundos como el nuestro donde ahora sólo prima la supervivencia.
El valor de esta ardua travesía reside en el valor que se le da a la
vida, a todo lo existente conocido y por conocer, a las decisiones de su principal peregrino y a las de sus acompañantes, al sacrificio, a la amistad, y al coraje de los lectores que se embarquen con ellos.
Un sendero extraordinario en el que todos comprenderemos que
La vida nunca nos depara lo que queremos en el momento apropiado y que las aventuras ocurren.
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© Dragas
No te precipites, pero sé firme en tus pasos,
porque avanzar con decisión tiene su recompensa…
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� I Parte.
LA TIERRA Y ANTÁRTIK. EL OCASO
M anhattan año 2730. Los encumbrados rascacielos de las metrópolis gobernaban las
alturas. Hace ya tres días que un aura blanca de razonables dimensiones inundaba el cielo sin mostrar claramente el día o la noche. La Luna estaba continuamente presente. Las horas diurnas parecían haberse esfumado y el Sol se divisaba escasamente a lo lejos sin actuar como tal.
Ante esta situación, el pánico se apodera de la ciudad cada vez más. Muchos ya prevén el fin de los días, por la incertidumbre y el desconcierto de que, al parecer, la naturaleza ha enloquecido.
Establecimientos de todo tipo se encontraban totalmente desiertos y tampoco se huía hacia otras ciudades, ya que tal y como los medios de comunicación mostraban, cualquier parte del mundo presentaba el mismo aspecto. La situación era estremecedora a expensas de que pasara cualquier cosa. Ni los más eruditos científicos lograban comprender, qué efecto meteorológico se estaba produciendo sobre esta monumental urbe de aspecto futurista, donde las adversidades del incognoscible multiverso parecían acaecer sus inicios.
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Como cada mañana, el joven bibliotecario del establecimiento Libros en Espectro, Allen Wildfred, debía salir de su casa en dirección a éste, sin embargo desde la insólita especie de nebulosa discontinua que se formó en la atmósfera terrestre, los comercios
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del centro ya no se abrían. Nadie salía de sus hogares salvo urgente necesidad.
De rubia cabellera, ojos verdes y parentela humilde, Wildfred,
siempre tuvo claro que su futuro de cualquier modo, necesariamente tenía que estar ligado a los libros, su perdición desde niño. Parece que literalmente lo consiguió. Vaya si así fue.
En su infancia se estableció una cierta indiferencia respecto a
los pasatiempos propios de sus cortas primaveras, excepto hacia sus amados textos osados e ilusorios, siempre responsables de sus momentos más jubilosos, asiduamente culpables de sus fantásticas fugas ultramundanas.
Con dieciséis años, no sólo empezó a trabajar como catalogador de manuscritos, sino que tenían muy claro que sus inquietudes estudiantiles se dirigían hacia la astronomía. La escala de lo cósmico era la única que le otorgaba la tregua de poder conectar algún día con una fantasía real, y ese era su dogma, mientras nadie demostrase lo contrario.
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A penas había pasado un año, desde que la más horrible de las tragedias se instalara en la vida de Allen.
Un injusto accidente de tráfico le arrebató a sus padres, lo que le condujo a iniciar tempranas andaduras en el mundo laboral e irremediablemente comenzar una nueva vida. Su memoria todavía recuerda con claridad, la vez que se despidió de ellos en el umbral de la puerta de su casa, sin saber que sería la última. Aquellas esperadas vacaciones a las que por primera vez, el único hijo de
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los Wildfred dejaba de ir, por temas de razón adolescente, depararon un coste de valor incalculable que todavía hoy salda cuentas en su memoria, con forma de crueles pesadillas junto a su almohada.
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Su primera e importante decisión la tomó al marcharse a vivir con su amigo Mark Conover, tres años mayor que él, el único al que realmente podía considerar amigo, quizás hermano, al menos de corazón. Sus familiares más cercanos no lo eran en la distancia, y tampoco en su apego, ya que la herencia de sus modestos progenitores no pareció suficiente para que sus consanguíneos se responsabilizaran de él.
Pero no le importó. Siguió adelante. Ahora su única familia eran Conover y sus inseparables libros
de biblioteca. Mark Conover, moreno, presumido y repeinado ejecutivo de
ventas compartía con Wildfred un vanguardista y pequeño piso tipo loft, dotado de la domótica propia de la época.
La persistencia de las extrañas composiciones de gases atmosféricos en el cielo, repercutió en el estado de ánimo de ambos, y esa noche, tras la cena, sentados en sus auto-oscilantes ciber sillas, digirieron la escasa comida engullida en silencio, con semblante bajo y casi sin mediar palabra entre ellos. Tanto el uno como el otro eran conscientes de que sus reservas de comida empezaban a limitarse tras el cierre de los supermercados y que el tiempo les consagraría su fin, sino en sus estómagos, en su caduque.
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Wildfred, inquieto, se levantó de la silla y acercándose a su
tecnológica nevera, pulsó unos dígitos que activaron la reproducción de unas palabras:
—Lo siento, no hay provisiones disponibles bajo pedido a
domicilio —emitió la máquina refrigerante. —Estupendo, lo que nos faltaba, mañana saldré a por comida
yo mismo, tiene que haber algún sitio todavía abierto —afirmó con rotundidad el rubio adolescente.
—¿Estás loco? —dijo Conover —ahí fuera no sabemos lo que está pasando, las calles están despobladas y cada día que pasa, el cielo evidencia sus funestos presagios ¿No has escuchado las noticias? Las temperaturas varían lentamente pero en progresivo ascenso y se ha recomendado el refugio en los hogares hasta próximas declaraciones de las autoridades. Seamos cautelosos Allen, podemos aguantar con lo que tenemos unos días más.
—Sí amigo Mark, si no te importa comer aceite y sal los días venideros. Es lo único que nos queda —replicó Wildfred al tiempo que chasqueaba los dedos para abrir la despensa de los supuestos víveres que se encontraba frente a él y en la que sólo se acumulaban dichas migajas —por otra parte… no me extrañaría que lo hicieses sólo por mantener el tipo —ironizó.
Conover lo miró de reojo sin dejar de balancearse en su
cibersilla. Saltó. —¡Tienes razón! —refunfuñó al tener que admitir una
imperiosa y necesaria sensatez a alguien de menor edad a la suya —saldremos mañana e intentaremos conseguir algo de comida ¡Iremos donde haga falta…! —después, se tiró un mechón de pelo engominado hacia atrás retomando asiento y cruzando las piernas,
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mientras giraba la cabeza hacia la ventana cambiando la expresión de su rostro a un semblante asustadizo.
—Así que… ¿Has decidido acompañarme? Ya veo… ten en cuenta que tendrás que ponerte zapatillas de deporte para ir y volver rápidamente, olvídate del traje y los zapatos por un día —aclaró Wildfred con una obvia sonrisa en el rostro.
Tras la provocadora puntualización, Mark le lanzó un cojín del sofá y Allen lo esquivó entre carcajadas.
—Me voy a la cama. Me reconforta saber que al menos aún nos queda sentido del humor. Hasta mañana.
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Esa noche, al igual que las anteriores, Allen Wildfred no pudo
conciliar el sueño y la madrugada le acompañó en sus perturbadores e incesantes pensamientos. Con los ojos achicados, signo de su estado de vigilia, flexionó sus piernas hacia arriba y acomodó los brazos en cruz tras su cabeza. En silencio, mientras se le aclaraba la vista, dirigió la mirada hacia la ventana de su habitación, cuya ubicación frontal respecto a su cama, le permitía divisar sin esfuerzo parte del cielo que un día más continuaba con su eclipsada fachada.
Cuando logró despejarse casi por completo, bostezó, y estiró sus brazos desperezándose. Fue entonces cuando de repente, vio algo extraño que suscitó sospechas en su mente. Rápidamente se incorporó, olvidando desactivar la cristalera de abertura opcional que cubría su cama y que, supuestamente, emitía un oxígeno más puro ( al menos respecto al que en esa actualidad se respiraba, debido a la polución acumulada de procesos industriales y biológicos que la inconsciencia del hombre dejó en libertad años
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atrás). Este despiste hizo que Wildfred se propinara un buen golpe en la cabeza con la luna auto-deslizante de su catre.
—¡Ah! —enojado, presionó el botón para su apertura —.Pero…
¿Qué está pasando? —se preguntó acercándose hasta la ventana dirigiendo la vista hacia el cielo.
Los ínfimos rayos de Sol que a duras penas iluminaban su mundo, se habían concentrado en un único haz de luz, que poco a poco comenzó a desviar su trayectoria entrando por la ventana de su habitación e incidiendo sobre la totalidad de ésta, dejando a la ciudad en la plena oscuridad.
Transcurrieron varios segundos. Después un silencio previo gritos de pavor. Los sensores del alumbrado de las calles identificaron la
ausencia total de luz, activando automáticamente el encendido de la mayoría de sus focos de emergencia.
En dicho trance, el clamor de la muchedumbre fue incesante hasta ser apaciguado en el tiempo por sí sólo, mientras no aconteciesen problemas mayores.
Wildfred se ocultó a toda prisa bajo su cama intentando que la
luz no le apuntara, pero no la pudo esquivar, ya que ésta se apoderó de la estancia sin dejar esquina alguna en penumbra. La rauda acústica del tic-tac de su reloj le obligó a dirigir la mirada hacia su muñeca, observando cómo las agujas de éste avanzaban tres horas hasta el momento en que supuestamente debía amanecer.
Conover, a quien el tumulto del gentío tampoco le concedió un provechoso descanso, se acababa de levantar con el propósito de adquirir comestibles, tal y como resolvieron el día anterior.
Su inherente aspecto presumido, pese a ataviarse con su no traje, se impuso a querer fijar su peinado con brillantina. Pero no
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sólo los alimentos empezaban a escasear, también sus enseres personales, en este caso la dichosa cera para el cabello.
—Esto de no poder ir a comprar las cosas importantes me está
sacando de quicio—susurró Mark por el pasillo estrujando la última gota de su bote mientras se dirigía hacia la habitación de Wildfred con la intención de pedirle cualquier tipo de fijador.
Conover accionó la apertura de la puerta de su amigo, y la hoja de aleación metálica de la que ésta se componía, empezó a deslizarse quedando al descubierto un vivo resplandor que impactó sobre las pupilas de éste, sufriendo la luz casi cegadora que se había instalado en la estancia.
—¡Dios mío!—exclamó Mark asustado. Palpó la puerta con los ojos cerrados en búsqueda del interruptor, la selló de nuevo y se alejó corriendo.
Al cabo de unos instantes volvió aproximándose muy despacio,
con las gafas de sol puestas, increíble pero cierto, con sus chics anteojos, que sin duda le otorgaban un aspecto más pijo dentro de su ya perfil refinado.
—¿Wildfred? ¿Estás bien? ¡Abre la puerta por favor! Pero Allen Wildfred no contestaba… La luz de intensidad desmesurada junto a un silencio sepulcral,
creó paradójicamente en el muchacho una sensación de calma y sosiego, convirtiendo poco a poco aquel resplandor deslumbrante en la imagen de un amanecer infinitamente bello que se descubrió ante sus ojos, haciendo desaparecer por completo todo el contenido de la habitación.
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LA VELA PROTEGIDA
¿Dónde se encontraba?, tal vez siguiese dormido, o quizás soñase despierto…
En principio, y ciertamente desconcertado de la realidad, el joven Allen Wildfred no pensaba en nada. Le resultaba imposible apartar la mirada de esa puesta diurna, que le fascinó hasta tal punto, que parecía manifestarse en él, el efecto del hipnotismo.
La placentera sensación de ver un acontecimiento de la naturaleza tan pulcro le encandiló durante varios segundos, hasta que una acción involuntaria de su cuerpo le hizo retroceder un paso hacia atrás. Fruto de dicha pisada una tenue agitación acústica retumbó en sus oídos, muy parecido al efecto de ajetrear agua, cuya sonoridad le desencantó de inmediato.
Después retornó el silencio. Dirigió la vista hacia abajo y miró a su alrededor. El pavimento de la habitación se había transfigurado. Del parejo
y grisáceo suelo de aleación super-aislante, nada quedaba. En su nueva materialidad se revelaba la apariencia de un mar llano y consistente, como si de asfalto se tratara, en el que poco pudo indagar, pues de inmediato una voz aguda y con cierto eco, se dirigió a él…
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Las leyes de los mundos ya no son válidas.
Las fronteras entre lo posible e imposible se han eliminado. En la lejana Galaxia Espiral de Gen existe un mundo en el que la Tierra
Roja de Darkmon se ha despertado. La inminente traición en el planeta Antártik
puede cambiar el destino del Universo y requiere con urgencia y sin inseguridades,
una eficaz intervención. Mientras en la Tierra muchos ya prevén el fin de los días,
por la incertidumbre de que al parecer, la naturaleza haya enloquecido. El joven bibliotecario Allen Wildfred esperaba como todos una pronta
respuesta al extraño fenómeno, el cual podía divisar desde la ventana de su habitación. Sin embargo, esa visión duró escasos minutos tras una
visita inesperada. Pronto le serían cedidos los poderes del Guardián de la Vela Protegida; corazón universal, fuerte y transparente del planeta
Antártik, que bombea sin descanso desde los ancestros de éste, para enfrentarse al intermediario de la leyenda de la traición despertada
por la hechicera Atrixa. Allen será conducido a uno de los Mundos de Fuego y Agua. Mundos de los que estamos rodeados, mundos
conectados entre sí, mundos que se dejan ver si es su voluntad o si son llamados por otros. Mundos como el nuestro donde ahora sólo
prima la supervivencia. El valor de esta ardua travesía reside en el que se le da a la vida, a todo lo existente conocido y por conocer,
a las decisiones de su principal peregrino y a las de sus acompañantes, al sacrificio, a la amistad y al coraje de los lectores que se embarquen
con ellos.
‘La historia interminable del siglo XXI’ Los lectores
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