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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003 250 La variable de la masculinidad en los procesos para el desarrollo sustentable, experiencia y marco teórico Juan Carlos Pérez Castro Vázquez Quisiera introducir este trabajo con el siguiente relato de lo que encontró MichaelKaufman 1 en el Museo del Hom- breDominicano.Enél,cuenta,existeuna vitrina que contiene dos esqueletos pe- trificados. El primero corresponde a un hombre acurrucado cómodamente en po- siciónfetal.Elsegundo,apretadocontra ese, pertenece a una mujer cuyas extre- midades están contorsionadas; su boca, abierta en un espasmo, muestra una perfecta dentadura y tierra petrificada en donde alguna vez estuvo su lengua. Era costumbre delostaínosenterrarviva,asulado,alaesposafavoritadelhom- bre. De esa manera esta mujer desconocida, una joven cuyos dien- tes una vez brillaban, yace en eterna agonía y horror con la boca abiertaenungritodeespasmofinalporlafaltadeaire,alladode ese hombre desconocido que la consideraba su favorita. 1 Michael Kaufman es líder del movi- miento mundial impulsado por las Na- ciones Unidas denominado: “El lazo blanco”,quesignificalanegativaala continuacióndelaviolenciacontralas mujeres y que se ha acuñado también comoelsímbolodeunamaternidadsa- ludable. Kaufman es, además, acadé- mico de la Universidad de York, en Canadá,yunodelosqueenmiopinión haescritoenunlenguajemuysencillo delasmejoresreflexionesdelaconstruc- cióndelamasculinidadbasadaenlas relacionesdepoder.Elfragmentocitado fue tomado de Michael Kaufman. Hom- bres,placer,poderycambio . CIPAF ,Santo Domingo,1989.

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003250

La variable de la masculinidad en losprocesos para el desarrollo sustentable,experiencia y marco teórico

Juan Carlos Pérez Castro Vázquez

Quisiera introducir este trabajo con el

siguiente relato de lo que encontró

Michael Kaufman1 en el Museo del Hom-

bre Dominicano. En él, cuenta, existe una

vitrina que contiene dos esqueletos pe-

trificados. El primero corresponde a un

hombre acurrucado cómodamente en po-

sición fetal. El segundo, apretado contra

ese, pertenece a una mujer cuyas extre-

midades están contorsionadas; su boca,

abierta en un espasmo, muestra una perfecta dentadura y tierra

petrificada en donde alguna vez estuvo su lengua. Era costumbre

de los taínos enterrar viva, a su lado, a la esposa favorita del hom-

bre. De esa manera esta mujer desconocida, una joven cuyos dien-

tes una vez brillaban, yace en eterna agonía y horror con la boca

abierta en un grito de espasmo final por la falta de aire, al lado de

ese hombre desconocido que la consideraba su favorita.

1 Michael Kaufman es líder del movi-miento mundial impulsado por las Na-ciones Unidas denominado: “El lazoblanco”, que significa la negativa a lacontinuación de la violencia contra lasmujeres y que se ha acuñado tambiéncomo el símbolo de una maternidad sa-ludable. Kaufman es, además, acadé-mico de la Universidad de York, enCanadá, y uno de los que en mi opiniónha escrito en un lenguaje muy sencillode las mejores reflexiones de la construc-ción de la masculinidad basada en lasrelaciones de poder. El fragmento citadofue tomado de Michael Kaufman. Hom-bres, placer, poder y cambio. CIPAF, SantoDomingo, 1989.

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Los taínos fueron exterminados de manera igualmente brutal

por los conquistadores españoles y su siniestra costumbre sólo exis-

te en la memoria. A nosotros nos resultaría fácil salir del museo,

olvidar lo visto y pretender que ese tipo de poder patriarcal ya no

existe; sin embargo, al salir de ahí, entramos al museo viviente que

es el mundo en el que nos desenvolvemos, en donde nos encontra-

mos con muchas exposiciones, con muchas “piezas” de nuestra época:

el espectáculo de que las mujeres ganan menos dinero que los hom-

bres aun cuando hallan tenido la “suerte” de tener un trabajo igual

al de ellos; la mujer que pide limosna en la calle, acompañada de

cuando menos tres o cuatro, menores bajo la mirada alcoholizada

de su esposo; la mujer que regresa a su casa después de ocho o más

horas de trabajo en las parcelas o pastoreando animales para dedi-

car otras más al doméstico y al cuidado de los hijos e hijas; la mujer

que se le ve con un ojo “morado” que explica que “se golpeó al

estar partiendo leña”, la mujer que con lágrimas en los ojos tiene

que soportar en la cama “el amor” de su marido; la mujer que se

traslada caminando descalza y el hombre montado

a caballo; la mujer que hace artesanías y el hombre

que le “ayuda” a venderlas y se queda con el dine-

ro; la niña que se educa en la casa haciendo “las

tareas de las mujeres” y el niño que se educa ha-

ciendo las tareas de la escuela, etcétera.

Lo anterior ahora lo reconocemos algunos gra-

cias a que las mujeres feministas2 pusieron el dedo

en la llaga y continúan trabajando incansablemen-

2 A las feministas a las que me refiero sonaquellas mujeres que han logrado noquedarse en las confrontaciones con loshombres per se, sino aquellas que hanmanifestado una mayor preocupaciónpor la equidad e igualdad en el marcodel desarrollo humano. Aquellas quehan aportado un amplio repertorio dedocumentos reflexivos y creado teoría afavor de las mujeres, demostrando coneso la injusticia que provocan las conse-cuencias de responder a los roles y este-reotipos de género basados en lasdiferencias de orden biológico, diferen-cias que han sido fundamento del ma-chismo y la misoginia.

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te en este aspecto dando cada día más lecciones a

los hombres, pero, ¿y los hombres qué? Las estadís-

ticas3 señalan que las zonas rurales han sido las

que mayor cantidad de pobres han producido en el

mundo a pesar de su potencial en recursos natura-

les y humanos, que un elevado porcentaje de esos

pobres son mujeres,4 y que la gran mayoría de las

instituciones, proyectos e iniciativas para aliviar la

pobreza que se vive en esas comunidades en Amé-

rica Latina y el Caribe están diseñadas y lideradas

por hombres; por tal razón es una oportunidad vital

incorporar la visión de género en el quehacer mas-

culino y en la educación ambiental, para nutrir esos

liderazgos y construir otros con esa perspectiva. Esto

último es, asimismo, un desafío para que los hom-

bres se permitan la autocrítica que ayude a visualizar que el ejerci-

cio de la masculinidad dominante está relacionado con el nivel de

desarrollo alcanzado; que se entienda que hablar de género no es

sinónimo de hablar de mujeres y que se reconsidere la idea de que

incorporar el género en el contexto del desarrollo rural y de los

pueblos indígenas sobrepasa lo admisible, pues se corre el riesgo de

trastocar las costumbres ancestrales y la identidad indígena, ne-

gándose así las posibilidades de cambio y con ello de alcanzar la

sustentabilidad.

En este contexto es que surge la pregunta: ¿qué ha pasado con

los hombres?, ¿qué tipo de ejercicio de masculinidad ha sido la que

3 El Informe sobre desarrollo humano pu-blicado anualmente por el Programa delas Naciones Unidas para el Desarrollo(PNUD), El Reporte sobre pobreza editadopor el Banco Mundial (1999) y el Informedel PNUD sobre la pobreza (1998), son unabuena fuente para profundizar en la es-tadística al respecto.

4 A partir de 1997, el Informe sobre desa-rrollo humano (PNUD) estableció en susindicadores datos desagregados por sexoque evidencian la pobreza de las muje-res en comparación con la de los hom-bres. Sólo en términos demográficos hayque recordar que actualmente en elmundo existen 51% de población feme-nina y 49% masculina. Si agregamosademás los elevados índices de migra-ción de los centros rurales a los urbanos,que son mayoritariamente masculi-nos, tenemos entonces a las mujerescon toda la carga de la situación en laque viven y, por lo tanto, son obliga-damente a ellas a las que se deben debuscar como las principales beneficiariasde las acciones de los programas de de-sarrollo para las zonas rurales.

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consciente o inconscientemente ha provocado que se mantenga

dicha situación?, ¿qué aspectos son necesarios que un hombre deba

tener en cuenta si su trabajo pretende llegar a la población más

pobre, particularmente las mujeres?, ¿cuál es el reto de los hombres

líderes ante los demás hombres que trabajan por el desarrollo sus-

tentable?, ¿cómo incorporar los beneficios de la perspectiva de gé-

nero en los procesos de educación ambiental para el desarrollo?

Actualmente, al escuchar a las personas hablar por ejemplo de

la sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua, no es raro notar

que ya no son los indígenas, ni su cultura, ni las barrancas, ni los

bonitos paisajes los que llenan el tiempo de sus pláticas, sino los dife-

rentes aspectos que provocan el deterioro ambiental que se está

dando en ella. No importa el nivel educativo de quienes participan

en la conversación, tampoco el entendimiento estricto de los con-

ceptos ambientales y de la degradación, ni si son pobladores de la

región rural o urbana, la preocupación es unánime. Destaca escu-

char sobre la falta de agua, el incremento de la contaminación por

basura, la ausencia de lluvia, la desaparición de especies animales,

así como la dificultad para desarrollar adecuadamente las prácti-

cas agrícolas, entre otras cosas. Sin embargo, también es reiterati-

vo escuchar, al cierre de muchas de esas conversaciones, un buen

cúmulo de quejas y quejas ante lo difícil de la situación, quedán-

dose sin llegar a proponer alternativas de solución o de mencionar

nuevas líneas de análisis que profundicen y muestren nuevas va-

riables que intervienen en dicha problemática.

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Si bien es cierto que la pobreza es un efecto más del deterioro

ambiental, también debemos considerarla como un factor que lo

provoca, lo que nos lleva al dilema del “huevo o la gallina”. No pre-

tendo adentrarme en esto y seguramente despierte críticas por lo

dicho; sin embargo, si tenemos en cuenta que cuando los pobres

explotan de manera excesiva sus escasos recursos (reconociendo

que en la mayor medida lo hacen porque la preocupación por el

mañana cede ante la urgencia del hoy que es la supervivencia in-

mediata), están provocando destrucción ambiental que deteriora

la vida, haciéndolos paradójicamente más pobres y esto deben de

saberlo.

Lo anterior es una provocación para pensar en otras variables

que inciden en la pobreza; particularmente me refiero al concepto

de masculinidad ejercido y en mi experiencia he visto que forma

parte invisible de las relaciones del hombre con el medio ambiente,

convirtiendo entonces al hombre en un factor de riesgo. En este

documento comentaré un poco acerca de esta experiencia que me

ayudó a ver esta variable y su relación con los procesos de degrada-

ción ambiental. Asimismo, compartiré un marco teórico inicial que

ha permitido mejorar el trabajo y el análisis de la masculinidad y el

desarrollo sustentable.

La experiencia

Desde hace algunos años, al promover el desarrollo por medio de

procesos educativos, productivos y sociales en las poblaciones más

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pobres de México, y en particular de las indígenas,

con mis colegas en Alcadeco, A.C.,5 notamos que la

participación en los proyectos impulsados se dife-

renciaban mucho si participaban los varones o si

quienes participaban eran las mujeres. Los logros ob-

tenidos por ellas fueron siempre mejores (v. g. tiendas

sin quebrar, infraestructura en mejores condiciones,

organización responsable, prestación de servicios sin condiciones,

mínima deserción, continuidad, destino compartido de los recursos,

mejor cuidado ambiental y visión ecológica, etcétera).

Por esta razón surgía la pregunta: ¿Por qué los varones actuaban

de una manera y las mujeres de otra? Sin embargo, la respuesta a

esta pregunta fue muy difícil de contestar, ya que a fin de cuentas

los proyectos encabezados por mujeres seguían marchando hacia

adelante, mientras que los dirigidos por hombres iban a la baja. Lo

anterior se justificaba bajo el siguiente argumento: “así son los hom-

bres” y “así son las mujeres”. Además, cuando se revisaban los casos

de fracaso, fácilmente aparecía en el escenario el pensamiento de

que el problema era provocado más por causas externas que por

internas, puesto que la pobreza extrema de la población nos hacía

ser más benévolos en la crítica hacia ellos y ellas, impidiendo llevar

a cabo un análisis más minucioso de la situación.

La idea de adentrarse de una manera más crítica en el mundo

indígena de los rarámuris6 (también conocidos como

tarahumaras), buscando su parte de responsabili-

dad en esta realidad, inmediatamente se opacaba

5 Alcadeco, A.C., son las siglas de Alter-nativas de Capacitación y Desarrollo Co-munitario, Asociación Civil, de la cualel autor es miembro fundador y directorgeneral. El objetivo de esta asociación esel de promover el desarrollo humano ysustentable desde la perspectiva de gé-nero en las comunidades pobres deMéxico y otros países de América Lati-na. Ha trabajado particularmente conla población indígena de la sierraTarahumara del estado de Chihuahua.

6 Rarámuri significa: “pie ligero” y es elgentilicio usado por este grupo indíge-na, también conocido en castellanocomo tarahumaras.

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al visualizar que en la historia del desarrollo nacional los y las indí-

genas han contribuido de manera importante con sus recursos na-

turales y su trabajo, y desafortunadamente no se han beneficiado

de los logros que la generalidad de las mexicanas y mexicanos dis-

frutan. Más aún, han sido explotados en función de los grandes

capitales que se han generado gracias a su riqueza natural. Parale-

lamente, las políticas públicas han favorecido que lo anterior se dé

de una manera sistemática y lícita, a pesar de la evidente desigual-

dad existente y del daño permanente al medio ambiente. El con-

traste entre la historia pasada y el resultado de nuestros proyectos

de desarrollo imponía la urgente necesidad de buscar otras causas de

la pobreza y del inminente deterioro ambiental.

Sin embargo, ¿cómo se podían entonces cuestionar aquellos as-

pectos inherentes a los y las rarámuris que podían ser interpretados

como dañinos a sus propios intereses?, ¿cómo se podían incorporar

en este proceso componentes como el género que a priori se consi-

dera como no parte de su cultura?, ¿cómo podíamos mejorar la prác-

tica educativa si no cuestionábamos de igual manera los contenidos

explícitos e implícitos del ejercicio de la masculinidad dominante

que se imparten formal e informalmente, y que de alguna manera

reproducen situaciones de riesgo para ellos, ellas, sus familias y el

medio ambiente?, ¿cómo podíamos despertar interés en nuevas prác-

ticas de desarrollo que inclusive se pudieran permear hasta en los

diseños de las políticas públicas, si no se tenían teorías y datos,

tanto cuantitativos como cualitativos, convincentes?, ¿cómo sensi-

bilizar a todos los sectores de la sociedad para que se vislumbren

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aspectos del comportamiento masculino que generalmente vemos

como inocuos, pero tan comunes que les restamos su potencial des-

tructor?, ¿por dónde se podía aventurar la búsqueda y construcción

de nuevos paradigmas de desarrollo y mejoramiento ambiental?

Tomando en cuenta estas preguntas, se orientó el trabajo hacia

el comportamiento del varón, dado que era el sujeto que aparecía

como el problemático de acuerdo con algunos indicios como la baja

participación, el bajo impacto de sus proyectos y los pocos resulta-

dos, tanto en las actividades consideradas como gratuitas y de be-

neficio colectivo, como en las remuneradas. Se decidió, por tanto,

indagar más en las causas que generaban esta situación, investi-

gando el porqué, por ejemplo, aceptaban contratos de explotación

forestal contrarios a sus intereses personales y comunitarios sin in-

tentos para evitarlos, a pesar de que ellos mismos observaban el

deterioro de su entorno. Más aún, cuando las mujeres manifesta-

ban su inconformidad al respecto no eran tomadas en cuenta y las

negociaciones se daban sin ningún obstáculo o cláusula a su favor.

De acuerdo con una estrategia muy convencional, se pensó que

este problema se solucionaría al facilitarles el acceso al conoci-

miento, puesto que la educación es una herramienta clave para

lograr hacer los contratos de manera justa; muchos obstáculos po-

drían ser derribados si tanto hombres como mujeres accedían a

mejores niveles de formación. Sobre todo cuando esta población

indígena no contaba ni siquiera con una primaria terminada. Por

esta razón, se emprendieron actividades seriadas de capacitación,

que brindaran las herramientas necesarias para que la gente se

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apropiara tanto de sus recursos como de sus ganancias, respondien-

do así con mayor eficiencia a sus problemas.

Lo anterior arrojó logros sustanciales que hasta la fecha perdu-

ran, pero esto no fue suficiente, como se verá en el siguiente ejem-

plo: al término de un taller de capacitación forestal con autoridades

ejidales (todos ellos varones), la conclusión fue que

era indispensable que se realizara dentro de la asam-

blea ejidal el detalle de trabajo.7 Éste debía ser ela-

borado y presentado por los ejidatarios ante el

comprador y no al revés, como generalmente suce-

de. Además de que se tenía que contemplar una

partida mayor para la reforestación y la conserva-

ción del bosque. Tan eufóricamente se terminó en

esa sesión que, en un esfuerzo adicional del equipo asesor y de los

participantes, elaboramos el formato que podía ayudar a lograr este

objetivo en cada ejido participante.

Unos meses después, al darle seguimiento a ese taller y revisar

sus impactos, se constató que todo seguía exactamente igual que

antes o peor, ya que los contratos fueron siempre firmados con ventajas

enormes para el comprador. La posibilidad de incrementar los in-

gresos para el ejido se había diluido, e inclusive no se había visto

una mínima mejoría de las autoridades ejidales, pensando en que

hubieran sido comprados por los contratistas y que eso fuera la

causa de la falta de control de los recursos por parte de la asam-

blea. Al preguntar qué había pasado, se rescataron algunos co-

mentarios alrededor del principal argumento que los representantes

7 Lista en la que se señalan las cantida-des que serán pagadas por la asesoríatécnica forestal, por el trabajo de laspersonas que intervienen en el corte,arrastre, limpieza y acarreo de los pinosderribados, así como los porcentajesdestinados a los fletes, reforestación,control de incendios, servicios a la co-munidad como pago de medicinas, apo-yo a enfermos y los salarios de la mesadirectiva ejidal.

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de los empresarios y los ingenieros forestales usaban, y éste era,

según ellos, que: “Los acuerdos tenidos ‘entre hombres’ se tenían

que mantener, que qué era eso de andar queriendo cambiar lo

que así se había hecho siempre, que el trabajo del bosque era para

hombres no para mariquitas”. Las afirmaciones anteriores nos mos-

traban un nuevo camino a recorrer, ya que quien se atreviera a

sugerir modificar las cosas quedaba en entredicho, y “la masculi-

nidad” de la asamblea completa quedaba cuestionada si no acep-

taban y firmaban.

Paulatinamente llegaron comentarios adicionales de las muje-

res, quienes estaban sufriendo los estragos de las negociaciones fo-

restales, ya que por el impacto al bosque no tenían leña cerca para

cocinar los alimentos y calentar sus hogares, los aguajes se estaban

secando y sus hijos e hijas empezaban a tener más enfermedades en

la piel por el sol. Aunándole a lo anterior que no tenían recursos

suficientes para comprar alimentos, que lo poco que ganaban sus

esposos lo gastaban en tequila o en satisfacer “sus necesidades”,

además de que sus maridos canalizaban su enojo con ellas, porque

estaban disgustados con la decisión tomada en la asamblea, lo que

traía como consecuencia que en muchas ocasiones

fueran golpeadas. Por estas razones, las mujeres se

lamentaban por no participar en esas asambleas, ya

que a ellas por ser mujeres no las dejaban entrar, la

ley agraria implícitamente se los prohibía.8

Lo anterior no podía pasar desapercibido, por lo

que entonces comprendimos que algo faltaba, la

8 Desafortunadamente la ley agraria enMéxico es considerada una de las másatrasadas en América Latina respectoal manejo de la equidad e igualdad en-tre hombres y mujeres. Ésta sigue con-servando el esquema tradicional de quees el hombre el jefe de familia y es él eldueño de la tierra, por lo que es él y noella quien recibe el certificado agrariode posesión que le permite participar convoz y voto en las asambleas ejidales, ex-cluyendo de este modo a las mujeres.

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capacitación brindada no era suficiente ya que no se había resuel-

to el problema forestal-ejidal; por el contrario, los daños se estaban

extendiendo a las mujeres, a sus hijos e hijas y a la comunidad en

general, deteriorando su cultura y el medio ambiente. Había que

analizar nuevamente todo lo que estaba pasando y pensar bien lo

que seguiría. Si bien es cierto que podríamos adjudicar la reac-

ción de los hombres ante los empresarios a un problema de igno-

rancia y de desigualdad de las condiciones educativas de ambos

grupos, también lo es que un argumento basado en la “hombría”

había probado ser la clave para desarmar cualquier protesta de los

indígenas frente a sus contrapartes en la negociación. Lo anterior

daba elementos para pensar que lo mismo podría pasar en otros

ámbitos de la vida rarámuri, pero había que investigarlo y demos-

trarlo.

Se inició entonces con una revisión histórica del

proceso en que han vivido los rarámuris,9 mismo

que nos demostró qué ha contribuido a la cons-

trucción de los roles y estereotipos masculinos, como

son el ser el más fuerte, el más inteligente, el que

todo lo puede, el grande, el poseedor de la verdad,

el que sí vale, el que tiene libertad para decidir y

andar por donde quiera, el que derriba más pinos que ninguno, el

que puede beber grandes cantidades de licor, el que pone a los y las

hijas dentro del útero de la mujer, el que puede hablar en voz fuer-

te, así como golpear y defender su propiedad, incluida la mujer y su

familia, por mencionar algunos.

9 Ver las publicaciones de Juan CarlosPérez Castro Vázquez (1999 y 2000). “Unacercamiento desde la perspectiva degénero en la evolución histórica de lasrelaciones sociedad naturaleza de losrarámuris de la Sierra Tarahumara” y“Participación de los agentes externosen la construcción de la identidad delvarón y de la mujer en la cultura rará-muri”. Archivo electrónico y engar-golado, Alcadeco, México.

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Cuando esta serie de roles y expectativas de género no se cum-

plen, como es en la mayoría de los casos, los rarámuris se refugian

en una serie de escapismos fáciles que se permiten a sí mismos,

justificándose en su condición de ser varones, como los siguientes:

una fuerte incidencia de alcoholismo, ausentismo laboral, alta mi-

gración temporal hacia las ciudades cercanas olvidando sus res-

ponsabilidades familiares, desarraigo cultural, violencia doméstica

e intracomunitaria como expresión de su hombría, falta de visión a

futuro sin importarles las siguientes generaciones, lo que se tradu-

ce en una errónea utilización de los recursos naturales.

Paradójicamente, los escapismos también se dan cuando estos

roles y expectativas de género sí se cumplen, por ejemplo: entre

los individuos que al llegar a la adolescencia, la interrumpen súbi-

tamente por intimar con alguna mujer para demostrar que “ya son

hombres”, que son capaces de procrear y por ello que son merece-

dores del término “hombre” y no niño. El resultado de este “logro”

los enfrenta a algo que no tenían contemplado ni estaban prepara-

dos para ello, por lo que, cuando asumen esta situación, empren-

den la búsqueda de satisfactores de las necesidades básicas que

significan la responsabilidad de una familia; sin embargo, a esa

edad todavía no existía conciencia de lo que esto significaba y

menos aún cuando las oportunidades laborales para adolescentes

son sumamente escasas al no estar calificados, lo cual les dificulta

cumplir con el rol alcanzado, enfrentándolos a la realidad, por lo

que buscan una salida, que a veces los lleva al alcohol y las dro-

gas.

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Esta serie de escapismos e irresponsabilidades impiden en gene-

ral que los hombres cuiden y aprovechen adecuadamente los re-

cursos naturales, deteriorando sus relaciones y condiciones de vida.

Aunado a lo anterior, la discriminación que ejercen hacia las mu-

jeres impide que éstas se desenvuelvan, lo que afecta también al

desarrollo de sus comunidades.

La concepción que se tiene, pues, de la masculinidad sustenta

el ejercicio de poder frente a los otros, frente a las otras y frente a la

naturaleza, situación que no garantiza que los varones y las muje-

res incorporen y se apropien de elementos claves como métodos,

instrumentos de análisis, valores e ideas nuevas que permitan el en-

tendimiento crítico de las complejas interrelaciones que existen

entre los distintos aspectos que conforman la vida.

Asimismo, hay que reconocer que las redes de poder existentes

entre los varones y las mujeres han servido como eje de acción de

las políticas públicas, favoreciendo sistemáticamente a los varones

al considerar que si éstas satisfacen las necesidades de ellos, es

sinónimo de las de ellas, cuando en realidad muchas de las necesi-

dades que tienen los varones no sólo no son en beneficio de la fami-

lia, de la comunidad o del medio ambiente; sino que son unilaterales,

se cubren antes y/o a costa de las mujeres y del entorno natural,

creando uno de los mayores obstáculos del desarrollo y uno más de

los procesos de deterioro medioambiental.

Vemos pues que, dadas las diferencias por género que se presen-

tan en un hábitat en franco deterioro, aunadas a un sistema educa-

tivo de baja calidad, a políticas públicas permeadas de masculinidad

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sin perspectiva de género y al escaso cuestionamiento por parte de

los varones acerca de su responsabilidad en todo esto, el desarrollo

humano y sustentable no se podrá alcanzar; por el contrario, son

barreras que lo impiden e incrementan la pobreza. Por tal razón se

considera que la incorporación de la variable de género en los hom-

bres no deberá ser soslayada de aquí en adelante en las intervencio-

nes para el desarrollo sustentable.

En respuesta a lo anterior, se presenta a continuación un marco

teórico inicial que puede servir para continuar la reflexión y pro-

mueva la acción para combatir la pobreza, el deterioro ambiental

y, sobre todo, que favorezca la igualdad y la equidad entre hombres y

mujeres en las zonas rurales.

El marco teórico. Consideraciones iniciales

En aras de promover un proceso para la equidad e igualdad, la utili-

zación de la perspectiva de género en el conocimiento, acceso, ma-

nejo y control de los recursos naturales, al ser diferenciado entre

hombres y mujeres por cuestiones políticas, económicas, sociales,

culturales e históricas, resulta indispensable. Al diagnosticar y ana-

lizar cómo impactan varones y mujeres a su medio natural por separado,

se puede establecer con claridad si estos comportamientos, sus causas

y consecuencias son positivos o negativos, y también se pueden gene-

rar soluciones, alternativas y propuestas formativas más eficientes.

Al mismo tiempo, al conocer si los efectos de la degradación

ambiental son diferenciados entre varones y mujeres, podemos, asi-

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mismo, contribuir al diseño y realización de propuestas y alternati-

vas de solución que promuevan la equidad y la sustentabilidad. Par-

ticularmente en lo que se refiere a dos problemáticas ambientales

prioritarias para esta zona: la erosión de los suelos y la deforestación,

mismas que conducen a procesos de sequía prolongada y desertifi-

cación, que promueven generalmente efectos migratorios, mayori-

tariamente masculinos, y que casi siempre van acompañados de otras

causales como el crecimiento poblacional, la falta de recursos a ejidos

y comunidades, la carencia de tierras, la falta de empleo, etcétera.

Adicionalmente, la utilización de la perspectiva de género en

comunión con el saber ambiental coadyuva a que cuando existen

procesos y proyectos productivos sustentables, económicamente via-

bles y socialmente justos entre estratos sociales, las mujeres no que-

den fuera de los beneficios, como generalmente se ha hecho, dado

que no tienen acceso a la toma de decisiones de qué hacer con

ellos, ni dentro de la unidad doméstica ni en el ejido o comunidad

ni en la organización social local, regional o nacional, lo que pro-

voca mayores desigualdades entre varones y mujeres. Por lo ante-

rior, es necesario tomar en cuenta las necesidades, conocimientos,

deseos, estrategias y propuestas de las mujeres en condiciones de

igualdad y equidad con los varones, en todos los procesos de partici-

pación social, comunitarios, locales, municipales, regionales, na-

cionales y mundiales, en donde se define el desarrollo.

Se reconoce, además, que en la mayoría de los planes y progra-

mas nacionales y mundiales que están intentando integrar la pers-

pectiva de género, todo ha ido orientado principalmente hacia las

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 265

mujeres (con justicia, dada su subordinación en la sociedad y, ade-

más, porque han sido ellas las que emprendieron la marcha en este

contexto antes que los varones), también lo es que el comporta-

miento del varón continúa siendo el principal obstáculo en todo

este escenario, ha sido contundente y no ha sido visibilizado, aun-

que ha sido el principal actor de las negociaciones, de la vida pú-

blica, de la producción económica y del desarrollo de los pueblos,

lo que en algunos casos ha traído impactos y consecuencias negati-

vas para la humanidad.

Generar procesos que respondan contra esta dinámica unilate-

ral de toma de decisiones representa un gran desafío, ya que el

que las mujeres se integren no sólo significa que compartan la

toma de las mismas, sino que se modifiquen las relaciones de po-

der que hay de ellos sobre ellas, sobre todo en lo que se refiere al

acceso, uso, manejo y control de los recursos naturales, recursos

que nos pertenecen a todos y todas; sólo así se podrá avanzar para

alcanzar el desarrollo sustentable.

Una herramienta para lograrlo es la educación ambiental, que

emerge en este escenario como el vehículo idóneo para apoyar el

camino hacia la sustentabilidad, ya que es aquella que gracias a

un cúmulo de elementos interdisciplinarios construye una pedago-

gía específica que facilita

la traducción de una problemática ambiental determinada

en una demanda concreta de investigaciones que sean capa-

ces de generar los conocimientos necesarios para diagnosti-

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003266

car las causas naturales y sociales que condicionan las formas

de aprovechamiento de los recursos de una región o comuni-

dad, así como para promover una estrategia basada en el ma-

nejo integrado de sus recursos a partir de su potencial ecológico,

cultural y tecnológico (Leff, 1988).

El principal objetivo de la educación ambiental será, por tan-

to, convertirse en la articuladora de teorías y conceptos que fa-

ciliten acciones que, en común con otras disciplinas, deberán

abordarse para los nuevos proyectos sociales, para los nuevos pa-

radigmas y para el impulso de los procesos de construcción del

conocimiento encaminados al desarrollo sustentable.

Al considerar a la educación ambiental y a la perspectiva de

género (en el entendido de que ambas van dirigidas a fortalecer y

favorecer los cambios del ser humano en su dinámica social para

alcanzar un desarrollo pleno y sustentable) como las herramientas

útiles para brindar alternativas innovadoras y viables que involucren

a todos los sectores de la población en aras de resolver y/o amainar

la realidad de la pobreza indígena y campesina, tenemos que faci-

litar la comprensión y asimilación de los conceptos articuladores

que tienen cada una de ellas, para que al hacerlo se descubran las

estrategias para avanzar hacia la sustentabilidad en el presente

siglo.

Abordemos, pues, los diferentes conceptos paso a paso.

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 267

Definiciones de pobreza

En 1995, en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, los gobier-

nos manifestaron su decisión de erradicar la pobreza. Posteriormen-

te, el Programa de las Naciones Unidas para el

Desarrollo (PNUD)10 estableció las definiciones bá-

sicas de la pobreza de la siguiente manera:

Pobreza humana. Carencia de las capacidades humanas esencia-

les, como la alfabetización y una nutrición suficiente.

Pobreza de ingreso. Falta de ingresos o gastos mínimamente

suficientes.

Pobreza extrema. Indigencia o miseria, normalmente entendi-

da como incapacidad de atender ni siquiera las nece-

sidades alimentarias mínimas.

Pobreza general. Nivel menos grave de pobreza, entendido nor-

malmente como incapacidad de atender las necesidades

alimentarias y no alimentarias esenciales. La definición

de necesidades no alimentarias esenciales puede va-

riar significativamente de unos países a otros.

Pobreza relativa. Pobreza entendida de acuerdo con criterios

que pueden cambiar entre distintos países y a lo largo

del tiempo. Un ejemplo sería el umbral de pobreza es-

tablecido en la mitad del ingreso medio per cápita, lo

que significa que el umbral puede subir a medida que

suban también los ingresos. En muchos casos, este tér-

10 Programa de las Naciones Unidas parael Desarrollo. Superar la pobreza huma-na. Informe del PNUD sobre la pobreza,Nueva York, 1998.

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003268

mino se utiliza en sentido menos riguroso como sinóni-

mo de pobreza general.

Pobreza absoluta. Pobreza entendida de acuerdo con un crite-

rio fijo. Un ejemplo sería el umbral de pobreza interna-

cional de un dólar diario, cuyo objetivo es comparar el

alcance de la pobreza en distintos países. Otro ejemplo

es un umbral de pobreza cuyo valor real se mantenga

sin cambios a lo largo del tiempo con el fin de estable-

cer la evolución de la pobreza en un determinado país.

En muchos casos, este término se utiliza también en un

sentido menos riguroso para referirse a la pobreza ex-

trema.

El informe del PNUD agrega que al introducir el concepto de pobre-

za humana se hace hincapié en la denegación de “las oportunida-

des y las opciones más fundamentales del desarrollo humano: vivir

una vida larga, sana y creativa, disfrutar de un nivel decente de

vida, libertad, dignidad, respeto por sí mismo y por los demás”. Desde

esta perspectiva, la pobreza entonces no es tanto un estado cuanto

un proceso y de éste resalta la afirmación de que la pobreza huma-

na es resultado de todo un conjunto de desigualdades —sociales,

políticas y económicas— que se dan de manera concomitante y se

refuerzan entre sí.

Una de las más importantes, señala ese documento, es la des-

igualdad de género.

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 269

La desigualdad entre el hombre y la mujer contribuye a

generar y perpetuar la pobreza tanto en la generación actual

como en las venideras. Si se quiere avanzar en la erradicación

de la pobreza, deberán eliminarse los prejuicios basados en

el género en todos los niveles, desde la política fiscal hasta el

reparto de las responsabilidades en el hogar.

Lo anterior marca un hito en la historia de los informes de las Na-

ciones Unidas respecto al desarrollo, pues hace evidente que exis-

ten diferencias de género, pero vayamos a ver el concepto de

desarrollo.

El concepto de desarrollo

En 1998, el Consejo Nacional de Población (Conapo)

y el Programa Nacional de la Mujer (Pronam) pu-

blicaron un extenso trabajo de Daniel Cazés,11 del

cual es relevante y útil mencionar algunas de sus

aportaciones.

Como lo señala Cazés, muchas personas en la actualidad no pien-

san en términos del desarrollo. En ausencia de esa concepción, se

cree que el sentido de la vida lo definen las interacciones con las

fuerzas divinas o naturales: vivir bien o vivir mal depende del des-

tino y de agradar a esos seres de la naturaleza y de lo sobrenatural,

mantenerlos contentos rindiéndoles culto, sacrificio y penitencia

para asegurar la reproducción del mundo.

11 Daniel Cazés. La perspectiva de géne-ro. Guía para diseñar, poner en marcha,dar seguimiento y evaluar proyectos de in-vestigación y acciones públicas y civiles.Consejo Nacional de Población yPronam, México, 1998, pp. 143-161.

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003270

Al mezclarse el pensamiento ilustrado e histórico, científico y

laico, con el modo de vida generado en la industrialización, pudo

concebirse que la historia no es cíclica, que las sociedades se trans-

forman, que los hechos sociales provienen de la interacción, que

las formas de vida no son inexorables ni los estamentos sociales son

eternos. Y que la historia la hacen los sujetos sociales al crear y

transformar cotidianidades e instituciones.

Los diversos caminos seguidos por los grupos humanos dependen

de sus particulares devenires históricos. En la conciencia moderna,

lo imponderable ha cedido y es posible intervenir en el contenido y

en el sentido de la marcha de la historia. Se ha humanizado incluso

la omnipotencia divina y se ha pretendido mucho más de lo posible.

En tales condiciones, el desarrollo se ha convertido en el espacio

simbólico de la centralidad humana.

En diversos grados se han creado tipologías para definir el desa-

rrollo humano. Las sociedades y las personas se han clasificado en

desarrolladas, subdesarrolladas, en vías de desarrollo. Los países

son pobres, ricos o medios. El planeta se divide, a su vez, en regio-

nes con sociedades industrializadas, agrarias, primer mundo, ter-

cer mundo, Norte, Sur. Y las personas han recibido su etiqueta

según su origen y época. Se han establecido categorías, poblacio-

nes y personas inmersas en la miseria catalogadas en marginales,

pobres o pobres en extremo.

En algunas concepciones se han fundido o confundido las ideas

del desarrollo y del progreso. Así, el desarrollo ha sido visto como

avance, crecimiento, mejoría, complejidad. Otros análisis de los

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 271

procesos sociales evidencian involuciones históricas en las que se

crean miseria, estrechez y pérdida, además de que se generan peo-

res condiciones de vida que las que existían anteriormente. La me-

dida de progreso es dada por las necesidades vitales y la privación

humanas. El grado y el contenido de la privación humana confor-

man el piso de las necesidades. Las maneras de satisfacerlas, los

bienes y los recursos generados y destinados para este fin son lo que

constituye el progreso.

Cada país, cada pueblo y las personas que los forman son uni-

dades complejas, diversas, heterogéneas. Poseen recursos, reali-

zan intercambios, enfrentan problemas e idean soluciones. El bienestar

y el malvivir están presentes en la vida de los pueblos, comunida-

des y personas. El capital cultural generado por los predecesores

es en cada caso enorme, y la gama de privaciones y necesidades

humanas desatendidas o ignoradas es dramática.

Para intentar satisfacer las necesidades, es preciso identificarlas

y emprender acciones concretas y efectivas. De no hacerlo, el de-

sarrollo no se da. Pero a menudo, si se dejan las soluciones a mer-

ced de las fuerzas de mercado y de los intereses más poderosos,

suele generalizarse la precariedad en lugar de reducirse. La cons-

tancia, la renovación permanente y la dinámica de las necesidades

generan maneras variadas y contradictorias de concebir lo que desde

ángulos opuestos se denomina desarrollo.

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003272

Sustentabilidad y género para el desarrollo

En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambien-

te y el Desarrollo (CNUMAD, llamada Cumbre de la Tierra), cele-

brada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992, los Estados participantes

asumieron el desarrollo sostenible como nuevo paradigma de la hu-

manidad. Ahí aprobaron la Agenda 21, plan de acción para lograr

ese desarrollo, también nombrado sustentable. Las dos denomina-

ciones mencionadas (sostenible y sustentable) evocan el concepto

de continuidad del presente en el futuro, pero con las grandes di-

ferencias conceptuales emanadas desde la interpretación lingüísti-

ca y del paradigma económico predominante, como se mencionó

anteriormente.

A partir de entonces, muchas instituciones y organizaciones se

han dedicado a estudiar el medio ambiente y el desarrollo sus-

tentable. Sin embargo, pocos han dedicado sus esfuerzos a rela-

cionar el deterioro creciente del planeta con la problemática de

género y el concepto de masculinidad y, dentro de este tema, su

influencia en el desarrollo humano y, por tanto, la posibilidad de

alcanzar o no el desarrollo sustentable.

Si entendemos que la sustentabilidad es el principio dinámico

de la relación humana con el medio ambiente y con todo lo que

abarca a lo social y a lo cultural, el principio ético de la centralidad

de lo humano y el dinamismo de la perspectiva de género tienen

un impacto político específico cuando se comprende que sustenta-

bilidad no significa sostener los actuales niveles de pobreza y priva-

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 273

ción humanas. El presente miserable e inaceptable para la mayoría

de los seres humanos debe ser transformado antes que ser soste-

nido. Lo que debe reconstituirse y sostenerse es el conjunto de

oportunidades para la vida, no la privación humana.

El principio de sustentabilidad es complejo y de difícil aplica-

ción. Conceptualizarlo requiere valorar en primer lugar lo humano

y ver todo lo demás en función de las mujeres, los hombres, las

comunidades. Así, la sustentabilidad contraviene los intereses de

cualquier tipo que monopolicen el dispendio de bienes y recursos,

el despilfarro y la destrucción de lo que se ha llamado capital hu-

mano.

La sustentabilidad prefigura el acceso igualitario a las oportuni-

dades de desarrollo, hoy y en el futuro. Es por ello el principio de la

equidad intrageneracional e intergeneracional. Para el desarrollo

humano con perspectiva de género, la equidad es principio básico

de la imprescindible reformulación de los criterios de productivi-

dad: para tomar en cuenta las distintas cargas sociales de mujeres

y hombres, así como para establecer criterios diferenciales e impul-

sar mecanismos que impidan las dobles y múltiples jornadas de las

mujeres, la fragmentación de sus actividades y la desvalorización e

invisibilización de su trabajo y sus capacidades.

De la misma manera es necesario comenzar a cancelar los privi-

legios masculinos que exentan a los varones de los trabajos domés-

ticos y demasiado a menudo de las responsabilidades paternas,

conyugales y familiares. Lo anterior implica necesariamente que el

nuevo paradigma de desarrollo humano incluye elementos como la

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003274

equidad, la sustentabilidad, sin dañar la productividad, y el empo-

deramiento de las comunidades.

Al hablar de sustentabilidad y de género surgen características

que sitúan al desarrollo humano tanto como un fin hacia el cual

voltear los ojos, como una herramienta que puede ser utilizada para

evaluar el proceso de las comunidades en alcanzarlo, en el que

tanto las personas como el medio ambiente se ubican en una mu-

tua armonía.

El índice de desarrollo humano

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha

estudiado a lo largo de la última década la medida del desarrollo

humano en más de 170 países. Para ello, ha promovido la elabora-

ción teórica y metodológica y la investigación sistemática con las

que ha diseñado el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que per-

mite clasificar a los países según el grado alcanzado por la capaci-

dad humana básica en cada uno.

El IDH mide la capacidad adquisitiva real de la gente, su espe-

ranza de vida, su longevidad y sus niveles de salud, educación y

vida con base en un amplio complejo de indicadores que no abar-

can exclusivamente al Producto Interno Bruto (PIB), ni se centran

en él. Con anterioridad al IDH, las cifras macroeconómicas utiliza-

das no incorporaban la dimensión humana dentro de su visión de

crecimiento económico. Esto implicaba que, al medir los avances

económicos de un país, sólo se observaban los clásicos indicadores

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 275

como ya se dijo del PIB, lo que no implica necesariamente que las

ganancias obtenidas sean distribuidas equitativamente entre su po-

blación, que los recursos obtenidos del medio ambiente sean utili-

zados en forma sustentable, así como la posibilidad de aumentar las

opciones de las personas en la vida presente y en el futuro.

Desde la creación de este nuevo índice, el PNUD ha publicado un

reporte anual sobre el desarrollo humano, Human Development Report,

en el que se ubica a cada país en un rango de acuerdo con éste.

Estos reportes se publicaron por primera vez en 1990 y su metodo-

logía ha ido perfeccionándose año con año. En 1991 se agregó un

examen de los desembolsos nacionales despilfarradores (como los de

tipo militar y los de algunas empresas públicas) que podrían ser rees-

tructurados para dar prioridad a los gastos en educación básica, aten-

ción primaria para la salud y similares. En 1992, el informe se centró

en la manera en que los mercados mundiales satisfacen o dejan de

satisfacer las necesidades humanas. Para 1993, se detuvo en la par-

ticipación de la gente en los acontecimientos y procesos que confi-

guran sus vidas, en la seguridad de las personas y no sólo de las

naciones. Al desagregar sus datos por grupos de población por pri-

mera vez, se señaló la disparidad entre el desarrollo de los hombres

y el de las mujeres.

El informe en 1994 exploró la seguridad en la vida cotidiana de las

personas y sugirió un programa para la Cumbre Mundial sobre Desa-

rrollo Social, con base en de la premisa de que sin paz no puede

haber desarrollo, pero sin desarrollo la paz está amenazada. Ahí se

definió el concepto de Desarrollo Humano Sostenible o Sustentable.

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003276

Ante este panorama, en 1995, Mahbub ul Haq

estableció un nuevo paradigma para medir el IDH,12

con la inclusión de indicadores de salud (vida larga y saludable),

educación (conocimientos adecuados) y empleo (nivel de vida de-

coroso). Los valores de cada variable son fijos y se reducen a una

escala que va del 0 al 1, en la cual se ubica cada país. Este índice

provee de un nuevo escenario, sobre todo cuando se trata de medir

la pobreza, ya que visibiliza las iniquidades existentes hacia el in-

terior de los países, sobre todo en los llamados del tercer mundo.

Para el Reporte sobre el Desarrollo Humano de 1995, se incluyen

los indicadores diferenciados por género, ya que ésta fue una de las

demandas principales de la Cuarta Conferencia

Mundial de la Mujer que se llevó a cabo en China

ese mismo año.13 La posibilidad de evaluar el desa-

rrollo humano desde la diferencia alcanzada entre hombres y mu-

jeres brindó un panorama muy distinto, no sólo las iniquidades que

se dan entre ricos y pobres, ya que países como Japón, cuyo indica-

dor PIB era muy alto, bajó varios lugares IDH por las distancias en-

contradas entre los dos sexos: lo que los hombres han alcanzado

para sí mismos, no es lo mismo que se ha logrado para las mujeres.

Así, se ha podido establecer que ningún país trata a sus mujeres

igual que a sus hombres, y hoy se puede conocer con precisión la

medida de la expropiación, la exclusión y la discriminación de que son

objeto las mujeres en el mundo, aun en aquellos países en que está

más atenuada la opresión genérica.

12 Ver Mahbub ul Haq. Reflections onHuman Development. Oxford UniversityPress, Nueva York, 1995.

13 United Nations Program of Develop-ment. The Human Development Report.Naciones Unidas, Nueva York, 1995.

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 277

En 1996 el informe, basado en datos de 1993, comprueba que el

crecimiento económico y el desarrollo humano van de consuno en

el largo plazo, pero no hay vínculo automático entre ambos. Este

informe presenta la clasificación de 174 países, en donde:

� El mayor IDH alcanzó la calificación de 0.951 y el menor 0.204.

� El índice promedio de alto desarrollo humano fue IDH 0.901 y

0.804 marcó el límite inferior de esta categoría integrada por 57

países (México se ubicó en el lugar 48, correspondiente al IDH

0.845).

� El IDH 0.796 inicia la categoría del desarrollo humano medio

que agrupa a 69 países, con promedio de 0.647 y cuyo menor IDH

es 0.504.

� La categoría de bajo desarrollo humano es ocupada por 48 paí-

ses con IDH promedio de 0.396, que se inicia en 0.481 y concluye

en el mencionado 0.204.

Cabe reiterar que la clasificación de los países según su IDH di-

fiere sustancialmente de su clasificación según el PIB real per cápita

(16 países tienen una clasificación 20 puntos mejor según el IDH

que según el PIB, y hay 21 países cuyo PIB es 20% mayor que su IDH).

Se cuenta entonces con datos concretos país por país que indi-

can que hoy las capacidades humanas básicas aún no pueden desa-

rrollarse en ninguna parte de manera equitativa, igualitaria y justa.

Al ubicarse en la perspectiva de género el IDH, no pudo seguir sos-

layándose que sin equidad el desarrollo no es neutro. En la medida

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003278

en que la vida de mujeres y hombres está hecha sobre la base de la

desigualdad, la iniquidad y la injusticia, ningún modelo de desa-

rrollo les ha ofrecido las mismas posibilidades de acceso a oportuni-

dades, espacios y bienes materiales y simbólicos.

Ahora, desde la perspectiva de género se ha propuesto dar un

giro al desarrollo y convertirlo en un conjunto de procesos de justi-

cia y reordenamiento social que también beneficie a las mujeres y

no se base en su escarnio.

Hoy el desarrollo se concibe ampliado e inclusivo, y se le desti-

na a abarcar a todos y a todas, a construir la igualdad de oportuni-

dades y el acceso equitativo a los bienes, los recursos y los beneficios

para todos y todas.

Sin embargo, cabe la pregunta: ¿cuál es la relación entre el de-

sarrollo humano y el desarrollo sustentable?, ¿por qué las diferen-

cias de género en el desarrollo humano influyen para no alcanzar el

desarrollo sustentable?

Relación entre desarrollo humanoy desarrollo sustentable

El desarrollo sustentable es el resultado de un proceso de construc-

ción y ampliación de la democracia. Exige transformaciones

institucionales orientadas hacia el cambio social gradual y el creci-

miento económico en condiciones de armonía con el medio am-

biente, pensando no sólo en el presente sino también en el futuro,

valorando el pasado.

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 279

La concepción del desarrollo sustentable se basa en la hipótesis

según la cual

las sociedades se transforman al resolver práctica y cultural-

mente sus necesidades y sus conflictos; cuando esto sucede,

surgen nuevas necesidades y nuevos conflictos, al tiempo que

es posible generar recursos, capacidades y creatividad para

enfrentarlos. Las bases filosóficas del desarrollo sustentable

se sintetizan en: i) El supuesto de las necesidades humanas

universales; ii) El reconocimiento de la diversidad y la com-

plejidad de todas las necesidades; iii) La concepción de que el

quehacer humano es la historia misma, creada en la interac-

ción social y en la interacción humana con la naturaleza

(Cazés, 1998).

El desarrollo humano concreta su carácter democrático en los prin-

cipios de equidad, sustentabilidad, productividad y apoderamien-

to, por lo que entonces la respuesta a la primera pregunta formulada

anteriormente se da por definición. Sin embargo, cabe señalar que

no se puede pensar en la satisfacción de las necesidades de la po-

blación presente y futura sin que la salud, la educación y el empleo

estén debidamente satisfechos en orden prioritario. Asimismo, tam-

poco se puede establecer que la satisfacción de estas necesidades

impedirá en su totalidad el deterioro del medio ambiente, si no se

considera el uso y la utilización de los recursos naturales en forma

armónica con la naturaleza como un satisfactor de estas mismas

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003280

necesidades. En ese sentido existe una articulación lógica que no

se puede desdeñar. Por ejemplo: ¿cómo podemos tener salud sin

agua potable?, ¿cómo podemos cuidar el medio ambiente si no sa-

bemos leer y escribir los contratos comerciales con las empresas

transnacionales que explotan el bosque?, ¿cómo puedo cuidar el

bosque si la única fuente de empleo existente es la tala masiva?

Sin embargo, como ya se mencionó, el desarrollo humano alcan-

zado no es igual para los hombres que para las mujeres, ya que

existen diferencias de género, no de sexo.

La teoría de género ante este escenario es la siguiente:

La teoría de género surge en el ámbito de las ciencias sociales

como una propuesta de transformación democrática y se con-

solida como una herramienta enfocada a superar las raíces y

manifestaciones de la desigualdad entre hombres y mujeres.

Desarrollada básicamente por el feminismo, la perspectiva de

género representa una propuesta teórica-metodológica que

integra una amplia visión interdisciplinaria en la que conflu-

yen diferentes saberes científicos, paradigmas y procesos de

construcción de conocimiento (Cazés, 1998).

Significado de género

La palabra género se empezó a utilizar por Ann Oakley aproxima-

damente en 1972,14 con el objetivo de ubicar las

diferencias entre los hombres y las mujeres que fue-14 Ver el libro de Ann Oakley. Sex, Genderand Society. Temple Smith, Londres, 1972.

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 281

ron construidas socialmente versus las que son de naturaleza bioló-

gica. Esta distinción tiene implicaciones muy importantes, ya que

establece por primera vez el cuestionamiento de que no por ser

hombre o mujer se tiene la persona que comportar de una determi-

nada manera; más aún, implica que los roles, estereotipos y actitu-

des que se le adjudican a lo femenino y a lo masculino pueden

cambiar considerablemente de una cultura a otra, de un país a

otro. Esto significa que el género es un concepto dinámico y que es

una categoría, además de que nos ayuda a visibilizar otra serie de

diferencias, porque ni los hombres ni las mujeres presentan una

uniformidad.

Esta diferenciación por género versus sexo se traduce en la posi-

bilidad de ubicar qué es lo que hacen las mujeres y qué hacen los

hombres en un determinado ámbito, en el trabajo, en la salud, en

la educación, etc., y también nos ayuda a identificar por qué lo

hacen, qué actitudes, roles, estereotipos y conceptos de feminidad

y masculinidad se encuentran detrás de éstos.

Género y su relación con el desarrollo

En relación con el desarrollo, el término “Género

en el desarrollo”15 (GED) se empezó a utilizar casi al

mismo tiempo que el término “Mujer en el desarro-

llo” (MID); sin embargo, las diferencias conceptuales son evidentes,

ya que en el primer caso se incluyen las diferencias construidas

socialmente tanto en los hombres como en las mujeres, lo que im-

15 Caroline Moser. Planificación de géneroen el desarrollo. Flora Tristán, Lima, 1995.

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003282

plica asimismo el establecer las relaciones de poder que se dan

entre los primeros y las segundas con el objetivo de apoderar a las

segundas. En cambio, MID simplemente visibiliza el rol que han ju-

gado las mujeres en el proceso para el desarrollo, que en general ha

sido ignorado.

El concepto de GED no busca añadirse al desarrollo como un par-

che; por el contrario, cuestiona los modelos de desarrollo existentes

basados en la teoría del “chorreo”: lo que se cae arriba, seguramente

llegará abajo, lo que incluye que todas las familias y las comunida-

des se beneficiarán por igual, partiendo obviamente del supuesto de

que no hay diferencias de acceso y uso entre las mismas. GED cues-

tiona esto, ya que obviamente hacia dentro de estos núcleos sociales

existen grandes abismos, entre las clases, las etnias, las religiones y,

obviamente, entre los géneros. De ahí que GED tenga a su disposi-

ción herramientas de análisis social en las que identifica la división

del trabajo por género, los aportes de cada uno, la clasificación del

trabajo que incluye aquel que hasta ahora ha sido invisible, como

el trabajo doméstico, el cuidado de los enfermos, etcétera.

Debido a lo anterior, GED tiene su propia forma de planificar las in-

tervenciones sociales, ya que dadas las diferencias encontradas es-

tablece que con el objetivo de apoderar a la mujer, es necesario que

se defina una diferencia entre las necesidades estratégicas y las bá-

sicas. Las primeras se refieren a aquellas que se requieren satisfacer

para superar la discriminación, mientras que las segundas, a la ali-

mentación, el vestido, etc. De ahí que la meta sea el diseño de obje-

tivos y actividades que promuevan la satisfacción de las primeras.

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El concepto GED se convierte entonces en una perspectiva, en

una herramienta indicadora de desarrollo humano, visibiliza obvia-

mente las diferencias en alcanzarlo entre los hombres y las mujeres y

posibilita, además, acciones que modifiquen esta situación en cada

comunidad o país, ya que señala lo que antes era ignorado.

Vinculaciones entre género y medio ambiente

Michael Paolisso identifica al menos tres diferentes

orientaciones conceptuales que vinculan al género

con el medio ambiente.16 La primera, comúnmente

conocida como la corriente “mujeres y medio am-

biente”, se percibe como una extensión de la inves-

tigación sobre mujeres en el desarrollo (MID) y

subraya el potencial del papel de las mujeres como

administradoras de los recursos ambientales; su vulnerabilidad al

cambio ambiental debido a su dependencia cercana con los recur-

sos ambientales, y al hecho de que las iniciativas que se llevan a

cabo sobre desarrollo y medio ambiente necesitan apoyar las con-

tribuciones de las mujeres al medio ambiente (Collins, 1991;

Dankelmann y Davidson, 1989; Paolisso, 1995).

La segunda corriente reconocida ampliamente, por conceptua-

lizar la relación de las mujeres con la naturaleza, es el ecofeminis-

mo. En el centro de la perspectiva ecofeminista existe un vínculo

entre mujer y naturaleza. Debido a sus experiencias biológicas o

culturales, las mujeres son percibidas como “naturalmente” cerca-

16 Michael Paolisso. “Avances de la in-vestigación sobre género y medio am-biente”. Trabajo presentado durante lareunión latinoamericana de investiga-ciones sobre medio ambiente desde unaperspectiva de género. Publicado enMargarita Velásquez (coord.). Género yambiente en Latinoamérica. CRIM-UNAM,Cuernavaca, 1996.

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nas a la naturaleza, lo cual, en el último de los casos, es resultado

de las estructuras patriarcales en la sociedad, que subordinan la

naturaleza a la cultura, y las mujeres a los hombres. Consecuente-

mente, este argumento sostiene que las mujeres deben ser motiva-

das a participar tanto en los movimientos feministas como en los

ambientalistas, pues tanto la mujer como la naturaleza son explota-

dos por prescripciones culturales similares y por iniquidades de gé-

nero socialmente reforzadas (Diamond y Orenstein, 1990; Mies y

Shiva, 1993; Shiva 1988).

La tercera corriente emplea la construcción de género como el

punto clave que mediatiza las relaciones entre las mujeres y los

hombres con el medio ambiente. Es una reacción a lo que se perci-

be como un factor predominante en los papeles ambientales positi-

vos de las mujeres, naturales o socialmente construidos. El enfoque

de género se divide posteriormente en dos áreas de interés: en las

relaciones de género, en la manera en que las interacciones mas-

culinas/femeninas afectan o son afectadas por el cambio ambien-

tal, incluyendo las consecuencias de dicha interacción cambiante

sobre las mujeres y el medio ambiente; y segundo, el género, en el

sentido de los papeles y las percepciones socialmente construidas y

culturalmente validadas, frente al medio ambiente y al cambio cul-

tural. Por ejemplo, las diferencias de percepciones constituidas so-

cialmente determinan las luchas de género para el control de los

recursos y sobre cómo se manejan localmente los recursos (Joekes

et al., 1995; Leach, 1991, 1992).

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Este breve panorama que nos da Paolisso de las diferentes pers-

pectivas sobre género y medio ambiente sirven para resaltar el rango

de orientaciones conceptuales y los objetivos sobre las vinculacio-

nes de género y medio ambiente. En lo particular, siento que la

tercera es de mayor utilidad para dirigirse hacia el comportamien-

to de los varones y principalmente para el cuestionamiento del con-

cepto de masculinidad ejercido y su relación con el medio ambiente.

La masculinidad dentro de este contexto

Debido a que la gran desfavorecida en las estadísticas es siempre la

mujer, el concepto GED, como ya vimos, se enfoca casi siempre y

exclusivamente en ellas; sin embargo, como Caroline Moser (1995)

lo señala, la palabra género es comúnmente interpretada como si-

nónimo de mujer, cuando por definición es un error. Si vemos las

diferencias de género se hace indispensable vislumbrar también el

otro lado de la moneda, los hombres. ¿Cómo influyen en estos

indicadores?, ¿por qué influyen?, ¿qué roles y estereotipos masculi-

nos construidos socialmente inciden directa o indirectamente?, ¿qué

concepto de hombre lleva a no ver a las mujeres como seres distin-

tos pero con los mismos derechos?, ¿cómo se llevan las relaciones

de poder con las mujeres?, ¿cómo se conservan?, ¿estas relaciones de

poder se extienden hacia otros, hacia el medio ambiente?, ¿cuál es

la relación entre este concepto y el desarrollo sustentable? La iden-

tificación de todos estos factores contribuirá de una manera u otra

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a diseñar estrategias y acciones educativas concretas que promue-

van cambios que beneficien a todos.

El concepto de masculinidad

En la revisión crítica sobre las características y las expresiones de las

formas dominantes o hegemónicas de la masculinidad, Daniel Cazés

(1998) enumera las siguientes concepciones que conforman y refle-

jan la posición de los hombres en la opresión contra las mujeres:

� Los hombres y las mujeres son sustancialmente diferentes, los

hombres son superiores a las mujeres, y los “hombres de verdad”

lo son también a cualquier hombre que no se apegue a las nor-

mas aceptadas como ineludibles de la masculinidad dominante.

� Cualquier actividad, actitud o conducta identificada como fe-

menina degrada a los hombres que las asuman.

� Los hombres no deben sentir (o, dado el caso, expresar) emo-

ciones que tengan la más mínima semejanza con sensibilidades

o vulnerabilidades identificadas como femeninas.

� La capacidad y el deseo de dominar a los demás y de triunfar en

cualquier competencia son rasgos esenciales e ineludibles de la

identidad de todos los hombres.

� La dureza es uno de los rasgos masculinos de mayor valor.

� Ser el proveedor de su familia es central en la vida de cada

hombre y constituye un privilegio exclusivo de los hombres.

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� La compañía masculina es preferible a la femenina, excepto en

la relación sexual.

� La relación sexual es virtualmente la única vía masculina para

acercarse a las mujeres y permite tanto ejercer el poder como

obtener placeres.

� La sexualidad de los “hombres de verdad” es un medio de de-

mostrar la superioridad y el dominio sobre las mujeres y, al mis-

mo tiempo, un recurso fundamental para competir con los demás

hombres.

� En situaciones extremas, los hombres deben matar a otros hom-

bres o morir a manos de ellos, por lo que declinar hacerlo en

caso necesario es cobarde y consecuentemente demuestra poca

hombría y poca virilidad.

Estas concepciones fundamentan el machismo y la misoginia, y

también reflejan el profundo arraigo de las ideas básicas, tradicio-

nales y pretendidamente incuestionables, en que cada ser humano

se forma como sujeto de género —es decir, en que llega a ser mujer

u hombre—, por lo tanto desde esta concepción:

� Lo masculino es el eje central, el paradigma único, de lo huma-

no: los hombres son la medida de todas las cosas.

� Todos los hombres deben ser jefes, y el orden de las relaciones

sociales debe responder al imperativo de que lo seamos al me-

nos de una manera.

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A los hombres pertenecen, de manera inalienable, el protago-

nismo social e histórico, la organización y el mando, la inteligencia,

el poder público y la violencia policíaca y castrense, las capacida-

des normativas, las reglas del pensamiento, así como las de la ense-

ñanza y la moral; la creatividad y el dominio, la conducción de los

demás y las decisiones sobre las vidas propias y ajenas, la creación y

el manejo de las instituciones, la medicina y la relación con las

deidades, la definición de los ideales y de los proyectos. En una

palabra, la vida pública, lo importante, lo trascendente, lo presti-

gioso.

Masculinidad y medio ambiente

A nivel empírico se pueden encontrar situaciones en las cuales

determinados problemas ambientales afectan más a las mujeres, sea

porque se acumulan sus efectos a los de la discriminación social de

género en un ámbito dado, o porque ellas se hallan más expuestas

de manera objetiva a un determinado problema ambiental. Pero

ello puede ocurrir también con los hombres bajo ciertos supuestos o

condiciones.

Silvia Vega Ugalde señala que no cree que en sí mismo haya un

impacto mayor o menor de la crisis ambiental sobre las mujeres o

sobre los hombres, sino que ello dependerá de un

conjunto de circunstancias de contexto.17 No obs-

tante, es útil analizar estas diferencias de impactos

y/o respuestas de unas y otros para direccionar de

17 Silvia Vega Ugalde (comp.). La di-mensión de género en las políticas pú-blicas y acciones ambientales ecuatorianas.CEPLAES-UNFPA, Quito, 1995.

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mejor manera las políticas y las intervenciones concretas que se

planifiquen para prevenir o enfrentar un determinado problema am-

biental.

Por otra parte, bajo determinadas situaciones y estímulos, muje-

res u hombres cuidan mejor o peor el medio ambiente. Es cierto

que existe un estilo de comportamiento predominantemente ava-

sallador, dominador e instrumentalizante de la naturaleza que es

frecuente también en las relaciones interpersonales, y que puede

atribuirse de una manera más evidente al género masculino con

relación al femenino.

En este sentido vemos que la masculinidad es un concepto estu-

diado muy recientemente, y en general se ha centrado en la vio-

lencia, la sexualidad y la salud reproductiva; muy poco se ha escrito

sobre el desarrollo y nada sobre la relación entre ésta y el desarrollo

sustentable. Sin embargo, entre los conocimientos que cabe seña-

lar se encuentra la tríada de la violencia estableci-

da por Michael Kaufman18, en la que dice que los

hombres establecen relaciones de violencia contra

las mujeres, contra sí mismos y contra otros hombres, y que esta

tríada se estructura de tal forma en que ninguno de los elementos

que la componen puede quedar fuera, además de que se refuerzan

entre sí y que el desmantelamiento de la fuente social de la violen-

cia nos lleva necesariamente a hacerlo también con las sociedades

patriarcales, heterosexistas, autoritarias y clasistas.

Lo anterior trae como consecuencia la consideración de que

dentro de esa tríada se tendría que incluir al medio ambiente, con-

18 Michael Kaufman. Hombres, placer,poder y cambio. CIPAF, Santo Domingo,1989.

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virtiéndola así en tétrada, que abarca, obviamente, al ámbito de

acción de la misma no sólo dentro de la violencia sino también

hacia el poder que se ejerce en las relaciones de los varones: hom-

bre-hombre, hombre-mujer, hombre-sí mismo, hombre-medio am-

biente. Lo anterior conceptualiza la articulación de la masculinidad

y el medio ambiente.

Esta conceptualización de masculinidad tendrá que definirse

con más claridad, sobre todo cuando se consideran las diferencias

de clase, cultura, edad, religión, etc., que obviamente han sido

construidas en situaciones y momentos históricos distintos, para

poder ubicar con certeza cómo influyen en las comunidades con-

cretas y en los indicadores antes mencionados.

Pero no será suficiente sólo definir la conceptualización de géne-

ro y de la masculinidad si no se les articula a procesos educativos,

entendiendo que la educación “es una práctica social que se da en

un momento histórico y en un medio ambiente específico, lo que

necesariamente implica que es un proceso por medio del cual el

sujeto se prepara para la vida que le ha de tocar en ese ámbito

concreto, promoviendo de esta forma la sustentabi-

lidad”.19 Es aquí en donde debe surgir estratégica-

mente también la revisión de la construcción del

liderazgo y el poder masculinos.

19 José Antonio Caride Gómez. La edu-cación ambiental: concepto, historia, pers-pectivas. Santiago de Compostela, 1996.

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JUAN CARLOS PÉREZ CASTRO 291

Liderazgo, masculinidad y poder

Si el poder es la palanca que mueve al mundo es porque primero es

una palanca que mueve al hombre. Muchas teorías propugnan al

poder como el más sublime elemento de la motivación humana,

una vez cubiertas las necesidades primarias (Mateo y Valdano, 1999).

Concepto ineludible, entonces, si hablamos de liderazgo y de mas-

culinidad.

La primera pregunta que habría que resolver es si, en el fondo,

el liderazgo aparece en las personas debido a una consciente o una

inconsciente fascinación por el ejercicio del poder. Al definir al

poder como “una fuerza, facultad o facilidad para hacer o conse-

guir algo”, es indudable que el líder no sólo se siente atraído por

ejercer esa fuerza o utilizar esa facultad, sino que, quienes le si-

guen, lo hacen como consecuencia de ello.

Un niño suele tener como líder y modelo a su padre, y esa admi-

ración proviene de la creencia de las facultades omnipotentes del

mismo y en la protección que éstas le brindan. Un individuo du-

rante su desarrollo psicológico, adopta e interioriza una serie de

relaciones sociales fundamentadas en el género, la persona forma-

da de este proceso de maduración se convierte en la personifica-

ción de estas relaciones. Ya a los cinco o seis años de edad, cuando

los niños han alcanzado un desarrollo físico, emocional e intelec-

tual para definirse a sí mismos, la figura paterna ha sido interiorizada

en ellos y se han establecido en el niño las bases de la masculinidad

para toda la vida (Kaufman y Horowitz, 1988).

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La lectura, por lo tanto, hecha de la masculinidad es sinónimo

de poder pero, contrariamente a lo que se ha hecho creer, ésta no

existe como una realidad biológica que llevan los hombres dentro

de sí. La masculinidad existe como ideología, como conducta codi-

ficada; existe en el marco de las relaciones de género.

El niño inicia, pues, el camino de llegar a ser “ese hombre” y

ejercer la masculinidad prevista. Ese camino es una constante re-

presión y exaltación de conductas que lo conflictúan interiormen-

te pero que es necesario asumir para reconocerse como hombre en

la sociedad. Lo anterior se puede ejemplificar así: si un niño se cae

al piso al estar jugando con otros niños y empieza a llorar por el

dolor que la caída le provocó, es imperativo que suprima el llanto

so pena de ser tachado de no hombre, ya que “los hombres no llo-

ran”. El aprendizaje del niño de este ejemplo es entonces en conse-

cuencia lógico: hombre es igual a negar sentimientos; pero entonces,

¿qué va a hacer ese niño cuando ya sea grande y lleve acumulada

una buena dosis de caídas?, ¿cómo va a canalizar la energía repri-

mida por su gran esfuerzo en llegar a ser reconocido como hombre?,

¿estas represiones afectivas y negación de las necesidades agravan

los impulsos violentos en los hombres?

Nuestras ciudades, nuestras estructuras sociales, nuestros tra-

bajos, nuestras relaciones con la naturaleza y nuestra historia son

más que el telón de fondo de la preponderancia de la violencia.

Gran parte de los análisis de la violencia en la sociedad dicen sim-

plemente que la violencia es una conducta aprendida al presen-

ciar y experimentar la violencia social desde pequeños, creando un

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círculo vicioso: el hombre golpea a la mujer, la mujer le pega al

niño, el niño patea al perro, el perro muerde al hombre y el hombre

vuelve a golpear a la mujer y ésta al niño. Aquí cabe la siguiente

pregunta: ¿por qué algunas formas de violencia física son tan co-

múnmente aceptadas, como el castigo físico a los niños, mientras

que otras no, como el ataque físico a los presidentes, pontífices,

etcétera?

La familia constituye un campo para la expresión de necesida-

des y emociones masculinas consideradas no válidas en cualquier

otra parte (Killoran, 1981), es uno de los lugares donde el hombre

se siente lo suficientemente seguro para expresar sus emociones.

Al romperse el dique, las emociones acumuladas se desbordan so-

bre las mujeres y los niños. El hogar es también el lugar en donde se

descarga la violencia experimentada por los hombres en el trabajo.

“En el trabajo los hombres son impotentes de modo que en su tiem-

po libre quieren sentir que controlan sus vidas” (Luxton, 1980).

Existe, pues, una tendencia de muchos hombres a utilizar la fuerza

como medio para ocultar y manifestar sus sentimientos simultánea-

mente. Al mismo tiempo, el temor a los demás hombres, especialmen-

te el temor de parecer débiles y pasivos en relación con otros varones,

contribuye a crear en los hombres una fuerte dependencia a las

mujeres para satisfacer necesidades emocionales y descargar emo-

ciones (Horowitz, 1988).

En una sociedad patriarcal de represión y clasista, se acumulan

grandes cantidades de ansiedad y hostilidad que necesitan ser li-

beradas. Sin embargo, el temor a las emociones propias y el miedo

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LA VENTANA, NÚM. 17 / 2003294

de perder el control significan que esta liberación sólo tiene lugar

en una situación segura. Para muchos hombres esa sensación de

seguridad la proporciona la relación con una mujer, la dedicación

de una amiga o una amante. Más aún, como se trata de una rela-

ción con una mujer, ésta tiene resonancias inconscientes de aque-

lla primera gran relación pasiva del niño con su madre. Pero en

esta situación y en otros actos de violencia masculina contra las

mujeres también existe la seguridad que se deriva del hecho de

interactuar con alguien que no representa una amenaza psíquica,

que tiene menos poder social y que probablemente sea menos fuer-

te físicamente (Kaufman y Horowitz, 1988).

Dada la fragilidad de la identidad masculina y la tensión inter-

na de lo que significa ser hombre, la afirmación final de la mascu-

linidad reside en el poder sobre las mujeres y el medio ambiente.

Este poder puede manifestarse de diferentes maneras y, si tener un

“poder” parece que facilita el camino hacia el liderazgo, hay que

autovigilarse para impedir la injusticia y evitar la

denigración.

Un ejemplo vivo de lo anterior es lo que sucedió

en un taller de masculinidad y derechos humanos

que tuve la oportunidad de impartir a un grupo de

campesinos de la sierra de Durango y Chihuahua,

donde pregunté qué entendían por machismo. Lue-

go de poco tiempo de silencio, el presidente del Co-

misariado ejidal20 de la comunidad anfitriona del

20 El ejido es la figura jurídica implanta-da posteriormente a la Revolución Me-xicana que, desde el año de 1924 hastael 1929, establece para todo el país lasnormas legales relacionadas con la te-nencia y usufructo de la tierra. Esta fi-gura está conformada por una asambleade ejidatarios que en teoría es la máxi-ma autoridad en el ejido, y representa-da por una mesa directiva que se leconoce como Comisariado ejidal; éstecuenta con un presidente, un secreta-rio, un tesorero y sus respectivos suplen-tes. En la realidad el presidente delComisariado ejidal es quien llega a te-ner el poder total sobre el ejido y esta-blece durante su mandato el liderazgodel mismo.

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taller, un hombre de aproximadamente 42 años, de nombre Ramón,

que estaba acompañado por su esposa respondió:

Mire, haga de cuenta que yo tengo un problema muy fuerte en

mi trabajo, del cual dependen muchas personas de la comuni-

dad. Ese problema no se lo he dicho a nadie, ni siquiera mi

mujer lo sabe y llevo varios días intentando resolverlo pero no

he tenido éxito; más aún, el tiempo que va pasando lo va com-

plicando cada vez más, pero es mi obligación no sólo por el

cargo que tengo en el ejido, sino porque es también mi obliga-

ción como hombre que soy el solucionarlo por mí mismo.

Como no encuentro qué hacer, mi esposa pregunta cada

vez más seguido qué me pasa, ya que es notoria mi preocupa-

ción. No pudiendo más con esta situación, un día mientras

estamos cenando le cuento con detalle lo que pasa y por fin

duermo un poco más tranquilo esa noche. Por la mañana ella

me dice lo que estuvo pensando del problema y propone al-

gunas cosas para solucionarlo. Camino al trabajo me doy cuenta

que sus propuestas son buenas y con seguridad de hacerlo de

esa manera se podrá arreglar casi todo, pero al mismo tiempo

me doy cuenta que si hago lo que ella dijo, entonces, ¿dónde

quedo yo como hombre?, ella no puede ser mejor que yo, ya que

“yo soy el comisariado ejidal”, por lo que no puedo permitir

que se imponga por sobre mis ideas, eso se me debió de ocu-

rrir a mí no a ella. Entonces no solamente desecho su pro-

puesta, sino que hago todo lo contrario a lo que ella me dijo

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empeorando la situación. Lo que sentí por dentro que me

hizo reaccionar así, eso es para mí el machismo.

Su esposa complementó diciendo que no se le olvidara

decir también que por eso le había gritado, la había golpeado

y se había ido de la casa por más de dos semanas dejándola sin

dinero.

Este relato de Ramón y de su esposa desafortunadamente también

se repite de alguna manera en diferentes comunidades de México,

América Latina y el Caribe, por lo que es útil para reconocer cómo

ese tipo de actitudes y de liderazgo que responden al rol implícito

de su “obligación de ser hombre”, afecta el desarrollo de las socie-

dades, ya que cuando ese y los demás estereotipos y expectativas

de la masculinidad no se cumplen, los hombres tratan de exaltar su

hombría con conductas como el alcoholismo, el ausentismo labo-

ral, la minimización de sus responsabilidades familiares, desarraigo

cultural, violencia doméstica e intracomunitaria, intentando re-

afirmar su masculinidad, provocando falta de visión al futuro y no

importándoles las siguientes generaciones, lo que se traduce en

una errónea utilización de los recursos económicos y naturales.

Quienes sucumben ante esta serie de escapismos e irresponsabi-

lidades impiden en general que los hombres se desarrollen, equi-

vocando el rumbo de su liderazgo, deteriorando sus relaciones y

condiciones de vida. Aunado a lo anterior, la discriminación que

ejercen hacia las mujeres inhibe que éstas se desenvuelvan, lo

que afecta también al desarrollo de sus comunidades.

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Por la complejidad de la problemática que se debe enfrentar

para dirigir desde la perspectiva de género los procesos personales y

sociales encaminados a alcanzar el desarrollo sustentable, es evi-

dente que ésta (la teoría de género) tiene limitaciones, por lo que

tendrá que sumarse a otras disciplinas que le permitan utilizarse

adecuadamente; pero sobre todo es imperativo sumarle voluntades

que permitan construir nuevos modelos, nuevos paradigmas, nue-

vos sujetos y nuevas sociedades.

Finalmente, me gustaría concluir diciendo que el desarrollo hu-

mano es un componente imprescindible para el desarrollo susten-

table, pero si el primero no se logra con equidad entre hombres y

mujeres, y con respeto del medio ambiente, no se podrá llamar ni

humano, ni sustentable, por lo que reconocer que si en lo humano

se encuentra el ejercicio de la masculinidad dominante, ésta de-

berá transformarse a formas más equitativas e igualitarias que se

traduzcan en relaciones de poder compartido, pues de lo contrario

estaremos errando el camino. Bienvenidos a quienes acepten el

reto.

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