La Vaca Voladora y Otros Animales

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La vaca voladora y otros animales

Antonio J. Cuevas Rueda

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© Antonio J. Cuevas Rueda

Impreso en España / Printed in Spain

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Para Macarena y Aitana

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Índice

LUNES: LA VACA MARGARITA

Pág.3

MARTES: EL PERRO GAMBERRO

Pág. 11

MIÉRCOLES: LA RANA ROJA

Pág.17

JUEVES: LA VACA MARGARITA Y

LOS NIÑOS Pág.25

VIERNES: EL GORRIÓN COBARDE

Pág.35

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2

SÁBADO: EL OSO AMISTOSO Pág.44

DOMINGO: LA VACA MARGARITA

EN LA CIUDAD Pág.53

Y UN POEMA PARA CUALQUIER DÍA: EL ELEFANTE ELEGANTE

Pág.64

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LUNES: LA VACA MARGARITA

La vaca Margarita era una vaca especial.

Daba leche blanca y riquísima como las

demás vacas. Mugía con un muuuu largo

como las demás vacas. Tenía cuernos como

las demás vacas, manchas negras como sus

amigas, y un rabo con el que espantaba las

moscas, como todas las vacas.

Pero la vaca Margarita era muy especial

porque podía volar. ¿Cómo lo hacía?

Margarita levantaba su rabo y empezaba a

dar vueltas con él como si fuera un

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ventilador, cada vez más rápido, y más

rápido, y más rápido…

Entonces, Margarita empezaba a

levantarse del suelo y volaba con el rabo.

La primera vez que el granjero miró hacia

el cielo y la vio, le dijo a su mujer:

- Mira, un helicóptero con cuernos.

Pero su mujer, que tenía mejor vista, le

contestó.

- No, cariño, no es un helicóptero con

cuernos, es la vaca Margarita, que ha

aprendido a volar.

El granjero creía que eso era imposible. Los

gorriones vuelan, las palomas también,

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incluso los murciélagos pueden volar, pero

las vacas… las vacas, no.

Sin embargo, Margarita subía y subía en el

cielo hasta que llegó hasta las nubes. Allí se

encontró con una cigüeña que venía

volando desde el norte.

- Hola – le dijo la cigüeña sorprendida

-. Nunca me había encontrado con

ninguna vaca por aquí.

- Es que soy la primera vaca que vuela

– le contestó Margarita, y siguió su

camino.

El rabo de Margarita daba vueltas cada vez

más deprisa y la vaca pasó por encima de

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los campos, donde contempló a los

campesinos cuidando las cosechas, por

encima del pueblo, donde vio a los niños

jugar en el patio del colegio, por encima de

la vía del tren y por encima de las

carreteras.

Cuando Margarita se cansó, volvió hacia la

granja sin dejar de volar. Al llegar a su casa,

empezó a mover el rabo cada vez más

despacito y fue bajando con cuidado hasta

que puso las patas en el suelo. Margarita

se acercó andando al pesebre donde el

granjero había puesto la comida y empezó

a masticar con ganas. Tanto volar le había

dado hambre.

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Sus amigas, la vaca Rodolfa y la vaca

Paquita se acercaron a ella y le dijeron.

- El granjero quiere hablar contigo,

muuuu.

Así que Margarita terminó de comer, se

lavó los dientes y fue caminando hasta la

casa del granjero. Llamó a la puerta con las

patas de delante. El granjero salió y al verla

le preguntó:

- Margarita, ¿es verdad que puedes

volar?

La vaca Margarita le dijo que sí. Pero el

granjero llevaba toda su vida cuidando

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vacas y nunca, nunca jamás, había visto

algo así, de manera que le dijo.

- Pero eso es imposible, las vacas no

vuelan. ¿Cómo lo has conseguido?

- Muy sencillo – explicó la vaca

Margarita –. Desde que era muy

pequeñita tenía muchas ganas de

volar. Tenía tantas ganas que me leí

todos los libros que encontré sobre

cómo volar, y empecé a practicar un

poquito todos los días, al principio no

conseguía volar nada, pero no dejé de

intentarlo. Después volaba sólo un

poquito y me caía, pero no dejé de

intentarlo. Más tarde, volaba muy

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alto hacia arriba, aunque no sabía

viajar hacia los lados, pero no dejé de

intentarlo. Así todos los días, durante

muchas semanas y muchos meses,

hasta que conseguí volar. Ahora

puedo llegar a donde quiera.

De esta forma, el granjero aprendió que

nunca hay que rendirse para alcanzar

nuestros deseos. No hay nada imposible

de conseguir si se desea con mucha fuerza

y se pone mucho empeño y mucho

esfuerzo.

Desde aquel día, la vaca Margarita vuela

todas las tardes sobre el pueblo y lleva a

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los niños a pasear sobre las nubes. Y es

muy feliz.

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MARTES: EL PERRO GAMBERRO

Rodi era un perro muy alto, muy negro,

con unas orejas muy grandes, un hocico

aún más grande y unos dientes grandes y

afilados. Rodi no era peligroso, nunca había

mordido a nadie ni quería hacerlo. Pero

había algo que a Rodi sí le gustaba mucho:

asustar a la gente.

Un día, Rodi iba caminando por la calle

cuando vio a una ancianita que andaba

muy despacio, pasito a pasito. La anciana

se apoyaba en su bastón porque no tenía

muchas fuerzas en sus piernas. Rodi se

acercó sin hacer ruido, se puso detrás de

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ella y de pronto ladró tan fuerte como

pudo. ¡Guau, guau, guau!

La anciana se llevó tal susto que soltó el

bastón y se cayó al suelo. ¡Patapum! Rodi

comenzó a reírse porque aquello le hacía

mucha gracia. Se fue de allí sin parar de reír

mientras unos niños ayudaban a la

ancianita a levantarse del suelo.

Rodi continuó su paseo por la ciudad

buscando otra persona a quien asustar. Vio

a un hombre subido a una escalera que

estaba pintando la fachada de un edificio

con pintura blanca. El hombre cantaba

mientras pintaba: tralarí, tralará, que

bonita la casa quedará… Como estaba tan

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entretenido en su trabajo, no vio llegar a

Rodi, que se puso al lado de la escalera y

esperó hasta que el hombre había llenado

la brocha de pintura y empezaba a pasarla

por la pared. Entonces, Rodi volvió a ladrar

aún más alto que la otra vez: ¡GUAU,

GUAU, GUAU!

El pintor se asustó, perdió el equilibrio

encima de la escalera y cayó al suelo. El

bote de pintura se tambaleó sobre la

escalera. Rodi lo miraba pensando: ¿se

caerá o no? Como parecía que empezaba a

quedar quieto, Rodi le dio con una pata a la

escalera. El bote se tumbó y se derramó

encima del pintor, ¡chof! El pobre pintor se

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manchó desde los pies hasta la cabeza de

pintura blanca. Rodi soltó una fuerte

carcajada y se alejó corriendo de allí.

Después vio a un niño comprando

chucherías en un kiosco. Se puso a su lado

y le soltó un fuerte ladrido, ¡GUAU!, muy

cerca de sus orejas. El niño se asustó y

empezó a llorar. Rodi volvió a reírse mucho

y continuó su camino sin dejar de reír.

Tanto y tanto se reía de todos los sustos

que había dado esa mañana que no vio que

en medio de la calle había una obra y en el

suelo un agujero muy profundo. Hacia allá

que iba Rodi partiéndose de risa cuando,

¡pataplán!, se cayó dentro.

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Rodi intentó salir, pero el agujero era muy

profundo y no lo conseguía. Comenzó a

ladrar otra vez, pero ahora pidiendo ayuda.

Guau, guau, por favor, guau, que alguien

me ayude, guau.

La primera en asomarse al agujero fue la

ancianita a la que Rodi asustó. La mujer le

alargó el bastón para que Rodi se agarrara.

Pero el bastón era muy corto y Rodi no

pudo cogerlo.

Al momento, llegó el pintor, todavía

manchado de blanco. Cogió su escalera y la

metió dentro del agujero para que Rodi

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subiera por ella. Pero los escalones eran

muy empinados y Rodi no conseguía subir.

Entonces apareció el niño. Bajó por la

escalera, cogió a Rodi y lo subió él mismo

hasta la calle.

¡Rodi estaba a salvo!

El perro gamberro, miró a las tres personas

que le habían salvado, las mismas tres

personas a quienes él había asustado. Y

sintió mucha vergüenza. Tanta, que

entendió que ya no iba a asustar a nadie.

A partir de aquel día, el perro gamberro fue

un perro bueno. Y hoy trabaja como perro

policía. Sólo asusta a los ladrones.

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MIÉRCOLES: LA RANA ROJA

Alicia llamaba la atención allá donde iba.

No por su forma de caminar, ni porque

estuviera croando a todas horas - croac-

croac-, sino por su color. Y es que Alicia no

era verde como su hermano, ni como su

madre, ni como su padre, ni como su

abuela, ni como su abuelo… Alicia era una

rana roja.

Poco después de nacer, cuando tenía

forma de pequeño renacuajo, sus padres

vieron algo extraño en ella.

- Mira – dijo el padre-. La pequeña

Alicia brilla un poco.

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- Croac, es verdad – dijo la madre

mirando a todos los renacuajos en

la charca -. Tiene un brillo… ¡rojo!

Sus padres pensaron que tendría ese color

por algo que había comido y no le dieron

importancia. “Ya se le pasará”-dijeron.

Pero Alicia siguió creciendo y no se le

pasaba. Al poco tiempo se le cayó la cola y

le salieron patitas rojas, le creció una

cabeza roja e incluso su pancita se volvió

roja. Alicia era tan roja como el interior de

una sandía madura.

Cuando fue mayor, Alicia entró en el

colegio de la charca. Las otras ranas, todas

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verdes, la vieron y la señalaron con sus

dedos verdes.

- ¿Qué es eso? Una rana roja –

decían.

Y se reían croando con mucha fuerza:

¡CROAC, CROAC, CROAC!

En el colegio, ninguna rana quería ser su

amiga. Alicia no entendía por qué y cuando

las ranitas jugaban al corre-corre, ella

intentaba jugar con ellas. Pero las ranitas

no le dejaban porque Alicia no tenía su

mismo color. Alicia estaba muy triste y no

quería ir al colegio.

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La profesora reunió a todas las ranas de su

clase y les riñó.

- Alicia es vuestra compañera, no

podéis reíros de ella. Tenéis que

ser sus amigas.

Pero cuando Alicia volvió al colegio, las

ranas no hicieron caso de su profesora y

empezaron a reírse de su color otra vez.

Un día, todas las ranas del colegio fueron

de excursión a otra charca diferente a la

suya. La profesora iba delante, todas las

ranas iban detrás y Alicia caminaba sola a

un lado, porque ninguna quería caminar

junto a ella.

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Llegaron a la charca, rodeada de un césped

húmedo muy verde y comenzaron a jugar.

Alicia se quedó en un lado mirando triste.

- Nadie me quiere porque soy roja,

pero soy también una rana, ¿qué

importa el color? – pensaba la

pobre ranita Alicia.

De repente, un toro negro apareció

caminando a lo lejos. Era un toro enorme

que debía pesar más de quinientos kilos.

Poco a poco, el toro se iba acercando a

donde estaban jugando todas las ranas.

Pisaba con mucha fuerza, ¡patapum,

patapum! Cuando la profesora lo vio, era

demasiado tarde para salir corriendo.

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La profesora su puso delante y empezó a

saltar, pero como era tan verde como el

suelo de césped verde, el toro no la veía.

Las ranitas se asustaron y empezaron a

llorar, porque el toro iba a aplastarlas a

todas.

Pero entonces, Alicia corrió hasta delante

de todas ellas y se puso a saltar en las

narices del toro. Como era roja, esta vez el

toro sí la vio y dejó de caminar.

- Perdone, ranita, - dijo el toro- no la

había visto y por poco la piso.

- Tenga mucho cuidado, señor toro

– dijo entonces Alicia-, porque mis

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compañeros de clase están en el

césped.

- Disculpen ustedes, caminaré por

otro lado. Y gracias por avisarme.

El toro se dio la vuelta y siguió su camino

por otro lado, sin pisar a ninguna rana.

Alicia les había salvado la vida.

Todas las ranas se acercaron a Alicia y le

pidieron perdón por haberse reído de ella

antes.

Aquel día las ranitas entendieron que

aunque Alicia era roja, era una rana igual

que ellas. Desde entonces, son todas muy

amigas y juegan juntas al corre-corre.

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Alicia es una rana roja muy feliz en el

colegio verde de su charca.

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JUEVES: LA VACA MARGARITA Y LOS

NIÑOS

La Vaca Margarita movía el rabo, lo giraba

como si fuera la hélice de un helicóptero,

se levantaba del suelo y volaba sobre las

casas, sobre los árboles, sobre los campos,

sobre los caminos. Desde que aprendió a

volar, se había hecho muy famosa en su

pueblo y en todos los pueblos de

alrededor.

- ¡Mira, es la vaca Margarita! – gritaba

la gente levantando las cabezas al

verla pasar.

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Todas las tardes, Margarita montaba sobre

su lomo a varios niños y les daba un paseo

sobre las nubes. Montaba a Pedrito, a

Sergio, a Macarena, a Aitana… a todos los

niños y niñas que quisieran dar un paseo

por el cielo.

Los llevaba a ver las montañas, a viajar

junto a las golondrinas y a pasar muy cerca

de la torre del pueblo. La campana siempre

tocaba cuando veía a la vaca, ¡tan tan!,

¡tan tan! Los niños se reían mucho y se lo

pasaban muy bien, y Margarita era muy

feliz.

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Pero un día, Margarita montó en su lomo a

un niño que no conocía y que se llamaba

Juan. Margarita dejó que se pusiera

delante del todo, donde podía agarrarse a

sus cuernos. Sin embargo, cuando estaban

volando muy alto, muy alto, tanto que

parecía que iban a llegar al sol, Juan agarró

las orejas de Margarita y les dio un tirón

muy fuerte.

- ¡Muuuuuuuuuuuuuuu! – Gritó

Margarita.

Porque aquello le había dolido mucho. La

Vaca Margarita volvió la cabeza y le dijo al

niño:

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- Juan, no vuelvas a hacer eso. Son mis

orejas y si tiras de ellas, me duele.

Pero Juan no le hizo caso y le dio otro tirón,

más fuerte que el primero.

- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu

uuu! – Volvió a gritar Margarita.

Como Margarita no tenía ganas de seguir

volando con ese dolor de orejas, bajó al

suelo y dejó a Juan con sus padres.

- Su hijo es muuuuuuy malo – dijo

Margarita a los padres de Juan-. Me

ha tirado de las orejas y me ha hecho

muuuucha pupa.

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Los padres riñeron a Juan y él prometió

que nunca jamás volvería a hacerlo.

Pero al día siguiente, Juan se subió de

nuevo sobre Margarita. Como había

prometido no tirarle de las orejas, cogió

una aguja de su casa y se la clavó a la vaca

Margarita en el lomo.

- ¡Muuuuuuuuuuay!- Gritó Margarita.

Esto le había dolido incluso más que el

tirón de orejas, así que Margarita bajó al

suelo y volvió a dejar a Juan con sus

padres.

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- Esta vez, me ha clavado una aguja,

muuuu – les dijo Margarita-. Me ha

hecho todavía más pupa que ayer.

Los padres de Juan mandaron a su hijo a su

habitación para que pensara sobre lo que

había hecho. Pero como Juan era un niño

muy malo, abrió la puerta de su

dormitorio, caminó muy despacito hasta la

puerta de la calle sin que nadie le viera y se

escapó de casa.

Cuando Juan llevaba un rato corriendo, se

sentó a descansar y empezó a reír. Estaba

muy contento, porque sus padres no

estaban allí para reñirle. Pero entonces se

dio cuenta de que había corrido tanto que

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se había perdido. Estaba en medio de un

bosque, rodeado de árboles, plantas que

no conocía y pequeños animalitos. Intentó

salir de allí una y otra vez, pero siempre se

perdía. Juan empezó a llorar porque creía

que nunca más saldría de aquel bosque y

que tendría que vivir siempre solo.

Mientras tanto, sus padres se habían dado

cuenta de que Juan se había escapado y

corrieron a buscarlo por todo el pueblo,

pero no lo encontraron. La vaca Margarita

estaba comiendo en su granja, cuando los

vio pasar muy tristes.

- ¿Has visto a Juan? Se ha escapado de

casa- le dijeron.

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Margarita dejó de comer y les dijo.

- No lo he visto, pero puedo ayudar a

buscarlo.

Margarita movió su rabo y ¡zas! En un

segundo estaba volando de nuevo. Desde

el cielo, pasó sobre el colegio, pero allí no

vio a Juan. Pasó sobre el campo de fútbol,

pero allí no vio a Juan. Pasó sobre la tienda

de juguetes, pero allí no vio a Juan. Al final,

cuando parecía que no lo iba a encontrar,

pasó sobre el bosque y lo vio, sentado en

una piedra, llorando.

Margarita bajó hasta el suelo y le dijo que

lo llevaría de vuelta con sus padres.

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- Pero te tiré de las orejas y te clavé

una aguja – dijo Juan.

- No importa si me prometes portarte

bien de ahora en adelante.

Juan entendió que hay que portarse bien

siempre, y que no hay que hacer daño a los

demás, así que le dijo que sí.

Margarita llevó a Juan de vuelta con sus

padres, que lo abrazaron y lo besaron muy

felices. Juan cumplió su promesa y desde

entonces se porta bien con todo el mundo.

Margarita y Juan son ahora muy buenos

amigos y vuelan juntos todas las tardes con

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otros niños. Con Pedrito, con Alicia, con

Macarena, con Aitana...

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VIERNES: EL GORRIÓN COBARDE

El gorrión Antón vivía muy a gusto dentro

del huevo. Tanto, que no quería romper el

cascarón. Tenía miedo de lo que pudiera

encontrarse fuera. Como no se atrevía a

nacer, fue su padre quien rompió el huevo

con su pico para que Antón pudiera salir.

Crac, crac, crac. Tres golpecitos, y el huevo

se abrió.

Antón asomó entonces su cabecita.

Cuando vio a dos pájaros tan grandes

delante de él, se tapó los ojos con sus

pequeñas alitas, asustado.

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- Pío, pío, pío… no me hagáis nada. Soy

un gorrión muy pequeñito – dijo.

- No te vamos a hacer nada- respondió

su mamá-. Somos tus padres y lo

único que queremos es cuidarte.

Antón abrió otra vez los ojos y vio que su

papá le limpiaba las alitas mientras su

mamá buscaba una lombriz para darle de

comer. ¡Menudo susto se había dado por

nada!

Como sus padres le cuidaban tan bien,

Antón se acostumbró a vivir en el nido. Sus

papás le traían la comida y limpiaban el

nido y él se sentía muy seguro allí dentro.

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Pero llegó un día en que le dijeron que

tenía que empezar a volar.

- Es muy fácil, sólo tienes que saltar del

nido y mover las alas.

El gorrioncito Antón asomó su cabecita por

el borde del nido. ¡Vaya susto se llevó otra

vez!

- ¡¡Pio, pío, pio!! ¡Qué alto!

Si salto desde aquí, pensó, me daré un

golpe muy fuerte contra el suelo. Sus papás

insistían en que no le iba a pasar nada, que

ellos estarían a su lado, pero el gorrión

Antón tenía mucho miedo y no había

manera de convencerle.

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Su mamá llamó a su amigo el jilguero.

- Tuit, tuit. Volar es maravilloso – le

dijo el jilguero a Antón-. Mira cómo lo

hago yo.

Pero Antón seguía teniendo miedo y no

voló.

Su papá llamó a su vecina la golondrina.

- Trrruit, trrruit… Volando puedes

llegar a todas partes en un

periquete– le dijo mientras daba

piruetas por el aire.

Pero Antón seguía teniendo miedo y no

voló.

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Sus padres probaron llamando a la cotilla

cotorra.

- Prriu, prriu. Si vuelas, puedes

enterarte de todo lo que pasa en el

mundo.

Pero Antón seguía teniendo miedo y no

voló.

Tras llamar a todos los pájaros de todos los

árboles de alrededor, sus padres pensaron

que ya nunca iban a conseguir que Antón

volara.

Pero un día que sus papás estaban

trabajando, Antón se quedó solo en el

nido. Escuchó un sonido como de algo

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rozando el tronco del árbol: crrrr, crrrrr.

Volvió su cabeza y ¡QUÉ SUSTO! Una oruga

roja y peluda subía poco a poco por allí. Tal

fue el susto que se llevó que dio un salto y,

¿sabéis qué? Se cayó del nido.

El pobre gorrioncito Antón caía y caía cada

vez a más velocidad. Si no volaba pronto,

vaya porrazo que se iba a dar contra el

suelo. Pero Antón estaba tan asustado que

no se atrevía ni a mover las alas.

Por suerte, antes de que llegara al suelo,

Antón sintió que aterrizaba en algo

blandito que lo había recogido. Abrió los

ojos y vio que estaba sentado en una vaca

que iba volando entre los árboles.

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¿Os imagináis quién era? ¿Eh? ¿Lo sabéis?

Vamos, decidlo…

¡Sí! ¡Era la vaca Margarita!

- No sabía que las vacas volaran – dijo

el gorrión Antón.

- Y no volamos – contestó Margarita-.

Pero a mí me gustaba tanto, que lo

intenté y lo intenté hasta que lo

conseguí. Y tú, que eres un gorrión y

tienes alas, no debes tener miedo.

Sólo tienes que desearlo con todas

tus ganas para poder volar.

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La vaca Margarita dejó a Antón en su nido.

Antón le dio las gracias y Margarita volvió a

su granja. Cuando los padres del gorrión

Antón volvieron, lo encontraron sonriendo.

- Papá, mamá – les dijo-, lo he pensado

y voy a intentarlo. Si una vaca puede,

yo también. Voy a volar.

Sus papás aplaudieron muy contentos.

Antón se asomó al borde del nido. Seguía

estando tan alto como siempre, pero ahora

no le daba miedo porque sus papás

estaban al lado y porque sabía que podría

volar.

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Saltó, abrió sus alas, empezó a moverlas…

¡y voló!

Y no sólo eso, es que además le gustó

mucho. Desde aquel momento, Antón

comprendió que sus padres no querían que

se hiciera pupa cuando le pedían que

saltara del nido, sino que sólo querían lo

mejor para él.

Y ya no tuvo miedo.

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SÁBADO: EL OSO AMISTOSO

Los padres del osito Mico cambiaron de

trabajo. Por eso tuvieron que mudarse del

bosque donde vivían a otro bosque muchos

kilómetros más lejos. Cuando llegaron,

Mico no conocía a nadie. Todos sus amigos

se habían quedado en el otro bosque. Pero

Mico quería salir y hacer nuevos amigos,

porque, ante todo, Mico era un oso muy

amistoso.

- Papá, mamá, voy a dar una vuelta por

el bosque para conocer nuevos

amigos.

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- Sí, hijo – le dijeron los papás osos-.

Pero no te alejes y vuelve antes de

que se ponga el sol.

Mico salió de su madriguera y comenzó a

pasear por el nuevo bosque. Muy cerca de

su casa se encontró a un búho que dormía

en una rama. Mico pasó a su lado y lo

despertó sin querer.

- Uuh Uhh – ululó el búho-. Ten

cuidado, osito. Soy un animal

nocturno y por el día me gusta

dormir.

- Perdone, señor búho – le dijo Mico-.

Me llamo Mico y soy nuevo en el

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bosque. No sabía que su casa estaba

aquí. No volveré a molestarle.

- Eres un osito muy amable, ya no se

ven jóvenes como tú. Bienvenido al

bosque y para lo que quieras, aquí

tienes un amigo.

Dicho esto, el búho volvió a dormir. Mico

continuó su paseo. Ya había hecho el

primer amigo. Al poco tiempo, se encontró

una serpiente reptando por el suelo. El

osito Mico se acercó con cuidado a ella,

porque sabía que algunas serpientes eran

venenosas y no les gustaba ser molestadas.

Page 54: La Vaca Voladora y Otros Animales

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- Hola, señora serpiente – dijo Mico-.

Me llamo Mico y soy nuevo en el

bosque.

- Sssss – silbó la serpiente-. Yo me

llamo Fedra y soy una culebra. Voy al

río a refrescarme un poco. Si quieres,

me acompañas y te enseño dónde

está.

Y así Mico hizo su segundo amigo de la

tarde, la culebra Fedra. Cuando llegaron al

río, ella se metió en el agua y Mico vio a un

pato flotando en la otra orilla.

- Hola, señor pato – gritó Mico-. Me

llamo Mico y soy nuevo en el bosque.

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- Cuac, cuac- graznó el pato-. Yo me

llamo Zambo y estoy pescando en el

río. Si quieres, después podemos

jugar.

- Mejor mañana, hoy tengo que volver

pronto a casa.

Mico acababa de hacer otro amigo, porque

era un oso muy amistoso. Siguió

caminando y se tropezó con un lobo que

caminaba solitario.

- Hola, señor lobo – gruñó Mico-. Me

llamo Mico y soy nuevo en el bosque.

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- Auuuuuu- aulló el lobo-. Yo me llamo

Trolo y estoy buscando a mi manada.

A los lobos no nos gusta andar solos.

- Pues entonces le dejo que siga su

camino, señor lobo. Hasta mañana.

Mico había hecho su cuarto amigo de la

tarde. Como el sol empezaba a caer,

comenzó a volver a su casa. De camino, se

encontró con un ciervo que comía yerba.

- Buenas tardes, señor ciervo- se

presentó Mico-. Me llamo Mico y soy

nuevo en el bosque.

- Brrrruuu- bramó el ciervo-. Hola,

Mico. Yo me llamo Gampo y esta

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hierba está deliciosa, ¿quieres un

poco?

- No, gracias, mis padres me esperan

para cenar.

Mico iba feliz porque había hecho otro

amigo más. Muy cerquita ya de su casa,

pasó junto a un panal de miel. A Mico le

encantaba la miel, pero sabía que no

estaba bien robarla, por eso se acercó a

hablar con una abeja que descansaba

sobre una flor.

- Hola, señora abeja- dijo Mico-. Me

llamo Mico y soy nuevo en el bosque.

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- Bzzz, bzzz- zumbó la abeja-. ¿No

vendrás a robar la miel? Mira que

puedo picarte.

- No, señora abeja, le quería preguntar

si podría darme un poco para llevar a

mis padres.

Como Mico era un oso muy amable y muy

amistoso, la abeja le dejó que cogiera un

poco de miel.

Y así, Mico llegó a su casa contento porque

llevaba miel para la cena y había hecho

muchos amigos en una sola tarde. Mico

sabía que iba a ser feliz en este bosque y

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que iba a conocer a muchísimos más

amigos.

¿Sabéis por qué? Porque Mico era un oso

muy amistoso.

Page 60: La Vaca Voladora y Otros Animales

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DOMINGO: LA VACA MARGARITA EN LA

CIUDAD

Como el día estaba nublado, la Vaca

Margarita volaba sobre las nubes para que

le diera el solecito. Movía su rabo con

mucha rapidez y subía más y más y más… A

la Vaca Margarita le encantaba volar tan

alto.

La Vaca Margarita se lo estaba pasando tan

bien, que no se dio cuenta de que se

alejaba de la granja, se alejaba del pueblo,

se alejaba de los campos, se alejaba de la

vía del tren. Estuvo volando tanto tiempo

que empezó a sentirse cansada, así que

Page 61: La Vaca Voladora y Otros Animales

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decidió bajar al suelo para descansar un

poco.

Margarita comenzó a bajar. Cuando

atravesó las nubes, volvió a ver el suelo.

Vaya sorpresa que se llevó.

¡No sabía dónde estaba!

Debajo de ella no veía la granja, ni los

campos, ni el colegio, ni a los niños que

conocía, ni a sus amigas las vacas Rodolfa y

Paquita. Debajo de ella había unos edificios

muy grandes y muy altos, muchas calles

llenas de gente, mucho humo, muchas

luces de colores por todas partes, muchos

coches que iban y venían de un lado a otro

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55

sin parar. Pero la Vaca Margarita estaba

muy cansada y no tenía más remedio que

bajar hasta allí a reposar un poco.

Cuando Margarita aterrizó en la calle, los

coches se pararon de repente, la gente la

miraba asustada.

- ¡Un monstruo con cuernos! ¡Un

monstruo con cuernos!- gritó una

señora que llevaba un enorme

sombrero.

Y es que mucha gente en la ciudad nunca

había visto una vaca, y mucho menos, claro

está, una vaca que volara. Algunas

personas comenzaron a gritar, otras a

Page 63: La Vaca Voladora y Otros Animales

56

correr de un lado a otro pensando que

Margarita iba a hacerles daño, los coches

pitaban con mucha fuerza: piii, piiii, piiiiiii,

¡PIIIIIIIII!

Si la gente se había asustado al ver a

Margarita, la pobre Margarita estaba

mucho más asustada por todo lo que se

había liado. Quería volver a volar para

alejarse de allí, pero estaba tan nerviosa

que no lo conseguía.

- Muuuuuuu – dijo-, sólo soy una vaca.

Muuuuuu.

Pero nadie le oía porque todo el mundo

estaba gritando. Margarita pensó que lo

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57

mejor que podía hacer era quitarse de en

medio lo antes posible, porque ella

también estaba muy asustada. Aunque no

era capaz de volar en ese momento, sí que

podía correr, de manera que se lanzó calle

abajo, tracatrá, tracatrá, tracatrá, hasta

que se alejó de todo aquel ruido.

Margarita entró en un callejón donde por

fin no había ni gente gritando, ni coches, ni

humo, ni luces de colores. ¡Qué horror! –

Pensó- ¿Cómo puede vivir alguien en un

sitio así? Margarita se tranquilizó un poco

en aquel callejón. Cuando ya estaba

dispuesta a volar de nuevo para volver a la

granja, oyó un sonido muy débil, muy

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bajito, como el de alguien llorando.

Margarita prestó atención y se dio cuenta

de que justo era eso lo que oía. Un niño

estaba llorando en un rincón del callejón.

Margarita se acercó hasta el niño.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó.

- Salí a pasear y me he perdido-

respondió el niño sin dejar de llorar-.

No sé volver a mi casa. Guaaaa,

guaaaa.

El niño lloró con más fuerza. Margarita se

acercó más a él.

- ¿Qué te pasa ahora? Porque lloras así

de fuerte.

Page 66: La Vaca Voladora y Otros Animales

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- Porque tengo mucha hambre. Llevo

todo el día sin comer- dijo el niño.

- Eso podemos arreglarlo ahora mismo

– dijo la vaca Margarita-. Te puedo

dar un poco de leche.

- ¿Cómo? –preguntó el niño- Por aquí

no hay ningún supermercado.

En lugar de responderle, Margarita

comenzó a llenar un vaso que encontró allí

cerca con leche de sus ubres. El niño se

quedó pasmado viendo aquello. Él no sabía

que la leche venía de las vacas, él creía que

la leche venía del supermercado. Pero le

dio igual y se bebió el vaso sin parar.

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Cuando el niño dejó llorar, porque ya no

tenía hambre, Margarita le explicó que los

granjeros ordeñaban a las vacas todos los

días para sacar la leche, y que después

unos camiones se llevaban esta leche a las

fábricas y allí la metían en las botellas o en

las cajas que después se vendían en los

supermercados.

A Margarita aquel niño le pareció

simpático, y como creía que la ciudad era

un sitio horrible para vivir, le preguntó si

quería acompañarle al campo a vivir en la

granja con ella y con los otros niños.

- No – respondió el niño-. En la ciudad

están mis padres, mi colegio, mis

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abuelos, mis amigos, el parque donde

juego. Aquí estoy muy bien. Pero no

sé volver a mi casa.

Y entonces, el niño empezó a llorar otra

vez. Guaaaa, guaaaaa.

- Está bien, está bien, no llores más –

dijo la Vaca Margarita-. Si te llevo

volando por encima de la ciudad,

¿sabrías distinguir cuál es tu casa?

Como el niño le dijo que sí, Margarita le

pidió que subiera sobre su lomo y comenzó

a mover el rabo como si fuera un

helicóptero. Prum, prum, pruuuum. Pronto

Margarita volvió a volar. Pasó por encima

Page 69: La Vaca Voladora y Otros Animales

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de edificios altos, de parques, de

comisarías, de centros comerciales, de

edificios no tan altos, de bloques de pisos…

- ¡Ahí, ahí! –gritó el niño señalando

uno de esos bloques-. Ahí vivo yo. Y

ese hombre que está en la calle es mi

papá.

La vaca Margarita bajó poquito a poco y

dejó al niño en el suelo. El niño salió

corriendo hacia su padre. Cuando se

encontraron, los dos se abrazaron muy

fuerte. Margarita comprendió que el niño

era feliz en la ciudad, así que no debía ser

un sitio tan horrible como había creído.

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Al fin y al cabo –pensó- cada uno es feliz

donde está la gente a la que quieres, da

igual que sea en el campo, en la ciudad o

en cualquier otra parte.

Y con este pensamiento, la vaca Margarita

movió el rabo, empezó a volar y se alejó de

la ciudad por encima de las nubes, camino

a la granja, donde el granjero, sus amigas

las vacas Rodolfa y Paquita y todos los

niños del pueblo le estarían esperando.

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Y UN POEMA PARA CUALQUIER DÍA: EL

ELEFANTE ELEGANTE

Marcelino

Es un elefante

Muy elegante.

Siempre lleva la trompa,

Muy brillante.

Marcelino,

Es un elefante

Muy divino

Se limpia las orejas

Con mucho tino.

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El elefante elegante

Se lava por la mañana,

En una palangana,

El elefante Marcelino

Es el más limpio

De sus vecinos.

¡Qué guapo está el elefante

Con su bufanda

Y sus nuevos guantes!

¡Qué guapo está Marcelino

Cuando al colegio

Va de camino!

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Este libro se terminó de imprimir expresamente para ti.

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