La Testadura no. 51: Alma Consuelo Hernández Olguín

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La Testadura, una literatura de paso no. 51: "El desenlace" y otros textos por Alma Consuelo Hernández Olguín.

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Dirección General:

Mario Eduardo Ángeles.

Textos: Alma Consuelo Hernández Olguín.

Arte digital: Verónica Posada.

Consejo Editorial: Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Cristian Martín Padilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles y Jesús Reyes.

Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Paulina Romero, Flor de Liz, Tzolkín Montiel.

Contacto:

lat e s t ad ur al i t e r ar i a@ g mai l . c om

México, Septiembre 2013.

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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus auto-

res. Cuida el planeta, no desperdicies papel.

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CONTENIDO

El Desenlace

Tu presencia

Tus pasos

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CONTENIDO

Eucalipto, la hoja

La tía de Destino

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El Desenlace

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Verónica Posada

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La Testadura 8

Desenlace

En la tregua de un fatal desengaño,

veo surgir los versos trepando las hojas

cual adicto a las rutas de tus ojos,

al silencio ingrato de una noche en

[soledad.

Llegaron los rencores en sonetos,

se asomaron a la roja insignia de tu

[pecho,

ahí sola en el tiempo estaba aniquilada,

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La Testadura 9

pues tu sombra se escurrió por otra

[puerta.

Aquello que surgió entre aromas

[celestiales,

petrificado quedó en los azufres de lo

[incierto,

en la duda que taladró hasta llegar al

[inconsciente.

Tuve tu silueta clavada en la esperanza,

de que algún día llegaras a mi encuentro,

pero hoy bajo la cruz me desespero,

arranco los silencios y me encierro.

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La Testadura 10

No soy la que soñó tomar tu mano,

recorrer el camino de la vida en tu

[presencia,

soy la que cierra el alma con el viento,

la que busca con sosiego el desenlace.

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Tu presencia

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Verónica Posada

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La Testadura 14

Tu presencia

En tu presencia, los minutos tiemblan,

cada segundo se arrodilla ante ti,

eres la fragancia que desata sueños

[mortales y

añoranzas sin cesar.

Las montañas se arrodillan al paso,

de tu andar sin cesar y felino,

mi diosa, de manos de abismo,

de miradas de arena.

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La Testadura 15

Dejas la tierra tatuada con tu nombre,

haces de los ríos tus espejos,

tu rostro se mira en todo espacio y yo,

no tengo más que rendirme a tu beso.

El silencio tambalea asombrado,

no encuentra la calma desde que a

[tientas,

suspiraste a gotas tus recuerdos,

extrajiste la esencia de mis huesos.

En danza eterna dejas los elementos,

esos que solían pasar las noches enteras,

durmiendo y mascando el paisaje sin

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La Testadura 16

[miedos,

Más hoy velos cautivados cual íntimo

[deseo.

La luna escribe notas en el cielo,

al escuchar tu sonrisa, tus secretos,

perfecta armonía hace tu cuerpo y el mío,

en el conteo, ¡tú y yo somos eternos!.

Todo resulta incierto a tu encuentro,

dudan mis manos, de tanto adorarte,

el sabor del viento no tiene reacción,

¡sólo en tus brazos me siento viviente!.

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La Testadura 17

El sol se esconde para robarte un suspiro,

trepa a tu mirada con sutil desatino,

se escabulle y nos mira a los dos,

en el más memorable encuentro de

[almas.

Las flores emiten colores insospechados,

arremeten contra la hierba, te buscan, así

[yo

ansío poner tu sombra en el infinito.

El mundo hace una reverencia,

cuando cruza tu sombra esta penumbra,

hacen figuras inconcebibles,

los astros, ¡el universo entero!.

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Tus pasos

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La Testadura 20

Tus pasos

En tus pasos me encuentro, regreso,

poseo tus besos, camino a distancia,

te miro a destiempo, ¡me salgo del tiem-

po!.

En tus pasos, busco el misterio, las lí-

neas,

el sonido de tu llegada, tu estancia,

esperando por ti, por tu fragilidad;

por tu veneno de sutil fragancia

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La Testadura 21

que despides al roce grato de nuestras

caricias.

Miradas fugaces y nocturnas,

sórdidamente pronunciadas, en sábanas,

húmedas, soñolientas, desesperadas,

en el fuego intenso de las despedidas.

Tu mano, se desliza en cada insomnio,

en la pálida agonía, en mis brazos,

te percibo aquí, más que fuera,

más en caída, más en lo interno.

En tus pasos, busco resucitar e ignorarte,

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La Testadura 22

sacar lo brusco y lo infinito,

partir de golpe, en una sola frase,

morir por dentro, ¡vivir sin aliento!.

Tus manos surcan mi piel,

agotan las distancias abismales,

intensifican mis intentos, me poseo

en una ola de sorbos y movimientos

[lentos.

Escurrí mi tacto, en cada espacio,

de tu piel suave, tus mórbidos besos,

prendida en la ignorancia, en la candidez

del avasallador encuentro.

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La Testadura 23

En tus pasos, busqué una respuesta,

una señal de cordura, una pista,

a esta maraña de ciegas infusiones,

pócimas diabólicas que bebo cada día.

Mortal es el sosiego, la lucha moribunda,

late a minutos, se detiene en instantes,

solos en la habitación, no hay puerta

[abierta,

no hay proezas, ni similitudes,

ahí se queda, el único yo que nunca

[muere.

En tus pasos, escuché miles de misterios,

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referencias a la verdad, a la mentira,

versículos sagrados, citas perversas,

pasajes bondadosos e insolentes.

En tus pasos, me aprieta el destino,

náufrago en la multitud en silencio,

resurgen los deseos inhibidos,

me pongo tu piel, tus heridas.

En tus pasos, soy lo que soy,

la que mejora, la que se arruina,

el lago escondido que no guarda castigo,

la parte de ti ¡que no tiene escapatoria!.

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Eucalipto, la hoja

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Eucalipto, la hoja

En una isla muy lejos de la zona

inerte, vivía Eucalipto, esa frágil hoja, que

gustaba por dormirse en los arbustos.

Su aspecto más que el de una

hoja parecía el de una leyenda de cine,

con sus colores deslumbrantes, su andar

tan espectacular, solía dejar marcada

una estela de colores que daba la impre-

sión de estar sumergidos en un sueño.

¡Qué bella dama!, solían suspirar los

ríos, que enamorados entonaban cancio-

nes que llegaban de su hermosura a plas-

marse en el libro de los suspiros. Ese libro

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guardaba los momentos más sublimes de

la Isla, como el momento en que Eucalip-

to nació. Ese día, 8 de enero, se conglo-

meraron los árboles, juntos bailaron una

danza que duró por semanas, la tierra se

sacudió de tal manera que llovió desde

ese instante hasta el momento presente,

una lluvia que al momento de tener con-

tacto con la piel descuenta años a los

humanos, de tal manera que ahora habi-

tan solo niños, por lo que se escuchan los

pasos de ellos cual duendecillos ilumina-

dos con la luz de las luciérnagas que

aman acompañarlos desde el amanecer

hasta la llegada de la noche.

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La Testadura 30

Desde ese momento todos las hojas

voltean a mirar a Eucalipto, por ser la

hoja elegida, esa que anunciaban las

leyendas, la que haría de las hojas la his-

toria de cuentos e historietas, así de sim-

ple, como una hoja, ¿quién pensaría?,

pues se escribieron poemas, canciones,

sonetos! todo para Eucalipto!, esa hojita

que descendiente de las hojas sagradas

de la isla sonora, cautivó a los habitantes

con su hermosura. Sus pliegues perfec-

tos, su aroma que eleva el alma a su má-

ximo elemento, así sigue caminando Eu-

calipto; enreda los pensamientos, alum-

bra los caminos, más no dejes de recor-

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dar a los humanos, ahora niños todos,

que es el momento de descansar.

Ese cruel tirano que los gobernaba

no volverá, no habrá más arco iris san-

grientos, ni hilos de desesperanza, como

niños solo pensarán únicamente en los

globos, en los juegos, en atrapar insectos

en las redecillas. Es el tiempo de soñar,

ahora sí no tendrán límites, aquí no hay

quién te diga qué hacer o cómo hacerlo,

solo portas esa maleta que contiene mi-

les de ocurrencias, de respuestas y sonri-

sas. Come algodón de azúcar, camina

desgarbado, no mires jamás las líneas

del tiempo, son mortales, mira sólo la

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eternidad, es a la que pertenecemos, es

el verdadero alimento del alma.

Eucalipto es la suave caricia, sus

pasos ligeros dejan huellas en el piso y en

el cielo; es amiga de los sonidos que

aman acompasar cada movimiento con

una canción, hay tantas canciones en la

isla que no hay tiempo para hacer más

actividades que cantar y ser escuchado,

es la clave de la felicidad que reina en

isla sonora. Desde la llegada de Eucalip-

to, las hojas no son arrancadas, los árbo-

les son sagrados, no son objeto para ha-

cer cuadernos, el que tale un árbol podría

sufrir la pena capital, esa de deambular

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cual fantasma por la eternidad, cargando

el tronco pesado del árbol talado y los

pensamientos malvados de los infames

gobernantes del pasado, esos que deglu-

tían los sueños de los habitantes, por eso

esa gran etapa de insomnio, de gran os-

curidad, nadie lograba conciliar el sueño,

ni aunque desesperados buscaran algún

remedio, ningún ser vivo lograba dormir.

Eucalipto llegó, lo decían las

abuelas, estaba escrito en las piedras,

pero con el insomnio no había quien lo

leyera o si lo hacían de tanto cansancio

no lograban asimilarlo, agotados los hu-

manos solían instalarse en sillones y

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pasar horas largas con la mirada pérdida

frente a una caja que iluminada les ex-

traía lo poco que guardaban en su men-

te. Eran absorbidos por esa caja diabóli-

ca, era horrendo verlos desterrados, no

salían de sus casas por quedarse a ser

deshumanizados. Más no había que la-

mentarse, Eucalipto derrotaría al insom-

nio y la apatía, sólo bastaba con seguir

sus colores y entonar sus canciones para

quedar enamorado para siempre, así

como quedaron los habitantes de la isla y

de cada rincón que miró u escuchó el

andar de cuan singular criatura.

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La tía de Destino

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Verónica Posada

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La tía de Destino

Destino, era un niño que había creci-

do en los alrededores de las fábricas, su

rostro estaba sumergido en una enorme

nube, era difícil percibirle los ojos, por lo

que quienes se dirigían a hablarle solían

mirarle sólo las manos las cuales movía

con gran habilidad, parecía que sus ma-

nos hacían una danza como las que so-

lían pasar en la televisión y dejaba embe-

lesados a quienes miraban.

Las jornadas de trabajo en las

fábricas eran muy largas, Destino se sen-

tía abrumado al ver llegar a su papá del

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trabajo, lo veía sólo en las noches antes

de acostarse y recibía una dosis de rega-

ños, los cuales hacían que su nube au-

mentará, a veces hasta las manos era

difícil mirarle.

Una noche Destino soñó que la

nube en su rostro desaparecía, así podía

percibir los colores al natural, mirar direc-

tamente a los ojos a sus compañeros de

escuela, los cuales solían burlarse de su

nube y alguno que otro trataban de arre-

batársela pero resultaba imposible por-

que al solo tacto de un extraño, se evapo-

raba, era imposible aprisionarla, sólo

pertenecía a Destino, el niño que había

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nacido así, con la visibilidad truncada,

más eso no le impedía disfrutar de su

gran pasatiempo: atrapar sueños, era por

esto que Destino conocía los sueños de

los habitantes de la súper poblada ciu-

dad Después.

Cada día al salir de clases solía ir

entre las chatarras abandonadas en los

alrededores, se subía a la torre más alta,

cerraba los ojos y su nube una vez en la

cúspide de su frente, aspiraba los sueños

de todas las personas con las que guar-

daba algún lazo familiar o de amistad.

Sueños de salir de esa ciudad gris, traba-

jar menos horas y ganar más, convertirse

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en actriz, casarse con Alberto el comer-

ciante, sacarse la lotería, lograr un ascen-

so en el trabajo, irse de vacaciones al

Atolladero, comprar ropa de marca, esa

que usan las “estrellas” de cine, conse-

guir un nuevo empleo, etc. Esos eran

unos de los tantos sueños que Destino

tenía en su haber, pero había un sueño

que logró cautivar su mirada de nube, era

el sueño de su tía, la mujer menuda, de

cabello cano, brazos quebradizos, sonri-

sa sincera, ojos vivarachos.

Ella soñaba con tener una estancia en

el Luna Paraíso, la ciudad donde había

aún unos animales extraños que hacían

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compañía a los humanos, otros se encon-

traban en lugares saturados de árboles el

cual llamaban bosque, el agua se encon-

traba en abundancia, la gente trabajaba

medio día y después disponía de tiempo

para encontrarse con su familia, andar

por los parques comiendo helados. Todo

eso fascinaba el corazón de la tía de Des-

tino, ¡cuán hermoso sería vivir una vida

así!, pensaba, mientras escuchaba el

ruido ensordecedor de las fábricas y los

miles de autos que transitaban las calles,

la gente vestida con overoles azules, mar-

chando como poseídos por un espíritu

demoníaco, ¿acaso alguna enfermedad

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los abrumaba?, no había más días solea-

dos, ni tardes de lluvia; solo quedaban

las jornadas monótonas en las filas lar-

guísimas para ir al trabajo, para pagar la

deuda que los habitantes tenían, con el

que día con día, pasaba a recordarles el

día y la hora, sin esta información se sen-

tían perdidos, ¿cómo vivir sin saber el

pasar del tiempo?.

Destino, al conocer el sueño de su

tía, sintió que su nube se desvanecía, por

un momento creyó que había desapareci-

do por completo, sin embargo no desapa-

reció hasta aquel 11 de febrero, el cual,

un rayo deslumbrante de sol lo despertó,

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se acercó a la ventana y pudo ver algo

extraño: la gente vestía diferente, los au-

tos parecían más voluminosos, algunos

edificios no lograba encontrarlos más en

su lugar, había otras construcciones, pero

lo más insólito: no había más chatarras,

ni overoles marchando, ni el ruido es-

truendoso de las fábricas. Una sonrisa se

dibujó en el rostro de Destino, el cual

saltó de la cama y salió corriendo de su

casa, se quedó mirando a todos de una

manera especial, no sentía esa neblina

pesada atrofiándole su vista, todo pare-

cía más nítido.

Al pasar por un aparador su reflejo le

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descubrir que la nube no estaba más,

pensó si soñaba, por lo que en un instan-

te se le vino a la mente su tía, ella podría

ayudarle a descifrar el misterio, tal vez

dándole un pellizco o con sólo mirarla a

los ojos lo sabría, pues era una mujer con

una transparencia, que nadie tenía; tanto

que hasta podía mirarse su corazón la-

tiendo y su sangre correr por sus venas.

Cuesta abajo Destino llegó a la casa

de su tía, tocó a la puerta pero nadie acu-

dió a su llamado, entonces decidió entrar

por la puerta trasera, la cual mantenía

abierta, una vez dentro, una pequeña

mesita atrajo su atención, se aproximó

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La Testadura 46

sigilosamente, se encontró con un libro,

titulado: “El sueño de Destino”, comenzó

a leerlo y una pesadez le invadió el estó-

mago, sus ojos se crisparon, entonces

todos los recuerdos acudieron de golpe,

al ir hojeando el pequeño libro, el cual

contenía su vida, se asombró. Eso era,

¡era su vida!, una historia, unas letras, un

sueño de otro sueño soñado, una duda en

su cabeza, no sabía exactamente lo que

pasaba, pero si sabía una cosa: ¡era él

quien soñaba!.

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ALMA CONSUELO

HERNÁNDEZ OLGUÍN.

Egresada de la Licenciatura

en Lenguas Modernas en

Inglés, UAQ. generación 2009

-2013.

De mano en mano, de pantalla en pantalla

¡Que la voz corra!. La Testadura, una literatura de paso,

hecha para olvidarse en lugares públicos o

salas de espera