La terapéutica de la locura entre los nahuas

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La terapéutica de la locura entre los nahuas

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de Jaime Echeverría García, en Expresión Antropológica, No. 45, 2013, pp. 6-23

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Jaime Echeverría García

Doctor en antropología, realiza una

estancia posdoctoral en el Instituto

de Investigaciones Históricas/UNAM

Recepción: 6 de septiembre de 2012

Aceptación: 14 de diciembre de 2012

Los antiguos nahuas concibieron la locura como un hecho social y como una enfermedad, que, aunque parecen dos cosas aisladas, estuvie-ron estrechamente vinculadas. A diferencia del sistema médico occiden-tal, la enfermedad en la cosmovisión nahua no era un acontecimiento individual que se restringía meramente al cuerpo físico. Constituyó un sistema ideológico y simbólico que repercutía, a través del desequilibrio, en los planos individual, social y cósmico. La idea del desequilibrio estu-vo vinculada con la inmoralidad y el desorden; por lo tanto, la enferme-dad era indicadora de la falta.

Aunque en anteriores trabajos he establecido la distinción entre locu-ra moral y locura como enfermedad, reconozco que ambas están entrela-zadas y no pueden disociarse (Echeverría, 2008: 12; 2012). Sin embargo, tal distinción es útil para fines analíticos. En el discurso médico nahua, la locura era ocasionada por la acumulación de flemas en el pecho, las cuales oprimían el corazón y lo hacían girar. Esto desde luego se expli-ca mediante la atribución del pensamiento que poseyó tal órgano en la cultura de los nahuas. Así, dicha alteración del corazón lesionaba las facultades de raciocinio, que era fácilmente identificada con la locura. Debido al trastorno implícito del comportamiento, el que enfermaba de locura era señalado como una persona inmoral.

En cuanto a la locura moral, ésta fue la que tuvo mayor número de connotaciones simbólicas. El loco moral estuvo identificado con todos los comportamientos transgresores, pero especialmente con la desobe-diencia paterna. Al saber que los jóvenes tenían mayor propensión a la desviación social, los progenitores se empeñaban en amonestarlos, con-ducirlos y reorientarlos en el bien. En los discursos moralizantes que los padres transmitían a sus hijos, la figura de la locura apareció como un mecanismo de control social. El padre advertía a sus descendientes sobre las consecuencias de contrariar los mandatos: la adquisición de características bestiales, la pérdida de vínculos sociales y su identifica-ción con los lugares salvajes. El comportamiento inmoral fue asimilado simbólicamente con el conejo y el venado, pues como tales animales, el

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transgresor se caracterizaba por mantener un movimiento errático fuera de los límites humanos, en el bosque y la sierra1.

La finalidad de este texto es exponer, comparar y analizar de forma paralela la información referente a la terapéutica de la locura entre los nahuas antiguos, extraída de las fuentes de filiación nahua del siglo XVI, y aquella que corresponde a algunas comunidades contemporáneas tam-bién nahuas de la Sierra Norte de Puebla, obtenida a partir de obras etnográficas y de mi propio trabajo de campo. Este estudio comparativo y analítico permite resaltar las permanencias y las transformaciones de algunos contenidos ideológicos nahuas prehispánicos respecto a la cau-salidad y la curación de la locura, y la visión del cuerpo. Así, podemos percatarnos del arraigo de ciertas ideas que continúan proporcionando explicaciones sobre diversos fenómenos, y que se muestran como estruc-turadoras del pensamiento de los nahuas del presente. Igualmente, el grado de transformación observado en la curación nos informa sobre el nivel de penetración de la ideología de occidente y su sistema médico, y del catolicismo en la cosmovisión nahua.

La enfermedad de la locura y su curación

Debido a que el sistema curativo indígena se concibió y se concibe de manera integral, no se pueden disociar los elementos que lo componen. Por ello, la causalidad no puede estar separada de la terapéutica, ni éstas dos de los principios médicos del equilibrio y desequilibrio, así como de lo frío y lo caliente. En el pensamiento antiguo nahua, equilibrio co-rrespondía a la salud y desequilibrio, a la enfermedad. El equilibrio era el estado deseado como ideal en el cuerpo individual, en el social y en el plano sobrenatural. Era mantenido por medio de la rectitud de la conducta, la buena relación con los demás y con los dioses, esto es, a través de la evitación de todos los excesos posibles. Por otro lado, el des-equilibrio no sólo delataba una anomalía en el cuerpo sino también la infracción de una norma, la omisión de un rito o una falta en el compor-tamiento. Estas acciones no sólo eran perjudiciales al sujeto, sino a toda la comunidad, hecho que requería la pronta recuperación del enfermo. La presencia de los transgresores sexuales, por ejemplo, dañaba a las criaturas en el vientre materno y a los recién nacidos (Ruiz de Alarcón, 1987, tratado IV, cap. III: 183). Entonces, la enfermedad no se disociaba del ámbito colectivo y fungía como un mecanismo regulador de la con-ducta (véase Somolinos, 1976: 19).

En el caso de la locura, su presencia reflejaba un estado de enferme-dad y, al mismo tiempo, una condición moral, como ya se ha señalado. Esto se ve reflejado en dos conceptos que tenían los nahuas para referir-se al loco: cuatlahueliloc y yollotlahueliloc, cuyo significado literal es “mal-

El comportamiento inmoral

fue asimilado simbólicamen-

te con el conejo y el venado,

pues como tales animales, el

transgresor se caracterizaba

por mantener un movimien-

to errático fuera de los lími-

tes humanos, en el bosque y

la sierra1.

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vado de la cabeza” y “malvado del corazón”, respectivamente. Estos con-ceptos implicaban una lesión en cualquiera de los dos órganos, la cual afectaba las facultades del pensamiento, pues ambos, cabeza y corazón, eran miembros productores del raciocinio, especialmente el segundo. De esta manera, el enfermo de locura se volvía al mismo tiempo malvado.

La cabeza y el corazón, junto con el hígado, fueron concebidos por los antiguos nahuas como lugares de concentración de tres fluidos vitales, respectivamente, o “entidades anímicas”, como las ha llamado Alfredo Ló-pez Austin (1996, I: 262)2, pero que se distribuían por todo el organis-mo. El corazón como órgano de raciocinio y susceptible, entonces, de ser afectado por la locura, es una idea que dista de la concepción del cuerpo de Occidente, donde la cabeza se establece como único centro de pensa-miento, y sólo a ésta se le destinan remedios para curar dicha enfermedad.

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Tratamientos

Los remedios utilizados por los nahuas contra la locura, que también podían ser aplicados para otras enfermedades del corazón, se basaron en el amplio conocimiento botánico que poseyeron, pero no limitaron su acción terapéutica a la flora, igualmente se valieron de las propiedades de piedras y animales, en las que, junto con algunas plantas, se ponía en práctica la dimensión mágica de la cura. Esto no quiere decir que no tuvieran una eficacia para combatir la enfermedad.

Cuando la locura se curaba por medio de recursos naturales, indica-ba que había sido producida por una acción externa al sujeto, como era el caso de la acumulación de flemas que oprimían al corazón y lo hacían dar vueltas (yolmalacachoa) (López Austin, 1971: 174-175), las cuales po-

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dían producirse por la acción del rayo o de forma sobrenatural (pose-sión) (López Austin, 1996, I: 188, 407). En el caso de la locura producida por la acción del hombre, ésta se debía a las transgresiones que hubiera cometido, que abarcaban todos los comportamientos sancionados por la sociedad. La forma de restaurar el equilibrio individual y social, y de devolver el estado original al corazón, era mediante la confesión de las faltas a la divinidad (Estrada, 1960), con lo cual también se restablecía la relación con esta última.

Remedios naturales

Un gran número de plantas servían para aliviar el corazón invadido por la flema y para curar al que había recibido la acción del rayo. De mane-ra que al atacar la locura, se hacía lo mismo contra la maldad. Así, un remedio empírico para las dolencias del corazón era un purgante, un diurético, un emético o un diaforético, cuyo propósito era expulsar del cuerpo la flema que provocaba el malestar (Ortiz de Montellano, 1997: 191). Además de locura, la flema podía ser causante de desmayo, epilep-sia, angustia y tristeza, lo que también se explica por la relación que el órgano cardíaco tenía con las emociones (López Austin, 1971: 182-183, 225, nota 94; Ortiz de Montellano, 1976: 289-290).

Entre las plantas utilizadas para aliviar el corazón se encontraban la yolloxochitl, la cacahuaxochitl y la neyoltzayanalizpatli (“medicina de la ruptura del corazón”), que fue descrita por Francisco Hernández (1959, tomo II-III, vol. II: 70) como glutinosa. Presumiblemente, el látex pegajo-so volvería a pegar el corazón (Ortiz de Montellano, 1997: 214).

Cuando una planta se consideraba de especial importancia para cu-rar una determinada enfermedad, el nombre de ésta pasaba a formar parte del nombre de la planta (Elferink, et al., 1997: 61). Así se observa con el tlahuelilocaquahuitl (Hernández, 1959, tomo I-II, vol. I: 185), que literalmente significa “árbol de la locura”.

Las piedras preciosas tlacalhuatzin y eztetl son mencionadas por el Libellus de medicinalibus indorum herbis o Códice Badiano para curar la men-te de Abdera o locura (Cruz, 1996, I, fol. 53r: 77). De acuerdo con Peña y Viesca (1977: 25), éstas eran consideradas como portadoras de calor vital, lo que posiblemente se interprete como una forma de querer llevar calor vital al pecho, al corazón. De esta manera, se puede pensar que la locura era considerada de naturaleza fría.

La enfermedad, el alimento y la medicina se clasificaban como fríos o calientes y se procuraba que el cuerpo humano conservara un equilibrio entre ambos tipos de naturaleza. Por lo tanto, la medicina de calidad ca-liente hacía desaparecer una enfermedad de naturaleza fría, y la medicina fría atacaba a una enfermedad caliente (López Austin, 1976: 18).

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En el caso de la locura

producida por la acción del

hombre, ésta se debía a las

transgresiones que hubiera

cometido, que abarcaban

todos los comportamientos

sancionados por la sociedad.

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Además de plantas y piedras, la ingestión de carne de algunos animales también era provechosa para curar a los locos. En el libro XI del Códice Florentino se narra que el enfermo debía beber en agua el cuero del ocelotl hecho carbón y sus huesos molidos. También se quemaba la piel, el excre-mento y los huesos de este felino, se molía todo junto, se mezclaba con trementina y con este compuesto se le sahumaba al loco (López Austin, 1971: 213). De forma similar, entre los nahuas de Yohualichan, el enfermo de locura ingiere la carne del zopilote y es sahumado con sus plumas3.

La explicación de esta curación nos remite a las concepciones que tu-vieron los antiguos nahuas sobre esta ave carroñera. El cozcacuauhtli (zo-pilote rey) estuvo asociado con la longevidad, la ausencia de enfermedad, la discreción, el consejo, la enseñanza y la reprehensión (Durán, 2002, II, tratado III, cap. II: 237). Mediante el consumo de su carne y el sahumerio con sus plumas en Yohualichan, las cualidades del zopilote son segura-mente asimiladas para contrarrestar el desvarío y la falta de juicio.

La súplica u oración

En este apartado vamos a ponderar la información etnográfica, pero tam-bién proporcionaremos datos históricos. El remedio más utilizado para curar la locura entre los nahuas de la Sierra Norte de Puebla es la súplica u oración que efectúa el curandero para librar al enfermo del mal, la cual forma parte de un ritual destinado a recuperar alguna de las almas de la persona afectada. De acuerdo con la terapéutica seguida por el curande-ro, el enfermo tendrá que confesarse ante Dios o ingerir determinadas plantas. Enseguida presentamos tres rituales médicos.

El curandero don Nicolás le relató a Enzo Segre un caso de posesión que ocurrió en Soquita, en la Sierra Norte. Un peón nahua de tal lugar sufrió una caída y posteriormente se volvió loco. “Nervios Mariscal”4, un demonio de origen europeo, penetró en él y lo poseyó; en consecuencia, lo privó de dos de sus entidades anímicas: el tonal y el teyolia. Los síntomas que manifestó fueron alteración de la percepción sensorial, especialmen-te perturbación visual y auditiva. Por ejemplo, veía soldados imaginarios, lo cual le ocasionaba una fuerte agitación psicomotora (Segre, 1987: 167). Señala Segre que mientras el susto es una enfermedad que golpea princi-palmente al tonal, la locura deriva de un ataque al teyolia (ibid.: 169).

Aunque esta afirmación es exacta, debido al estrecho vínculo que en la antigüedad como en nuestros días existe entre el tonalli –entidad aními-ca ubicada especialmente en la cabeza y en las coyunturas–, y el corazón –centro anímico donde reside principalmente el teyolia–, los daños que sufra aquél igualmente repercuten en éste. Por ello, el vocablo tlamauhtli re-fería al que enloquecía por causa del miedo o un espanto (Molina, 2004, sección español-náhuatl: fol. 54v; Siméon, 2002: 612).

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La terapia para curar la locura consta de ceremonias y oraciones (Se-gre, 1987: 167-168). Primero se rezan tres Padres Nuestros por cada una de las tres personas de la Trinidad; sigue la súplica o la oración. Las ora-ciones se deben decir delante del comal, colocado sobre las tres piedras del fogón de la cocina. Dichas piedras son llamadas en esta ceremonia con los nombres de las tres personas de la Trinidad.

Es necesario traer un litro de agua de manantial recogida en un jarro nuevo, minutos después de las dos de la mañana. Con esta agua se lava la parte inferior de cada una de las piedras del fogón, teniendo cuidado de que el agua vuelva a caer en el jarro sin derramarse. Después, si hay buen tiempo, en la noche se coloca el recipiente sobre el techo de la casa del loco. Tres veces al día se suministra al enfermo 18 gotas de esta agua durante 18 días. Explica don Nicolás: “Dieciocho porque […] son

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los espíritus tentadores, y su superior [“Nervios Mariscal”], agarra al en-fermo y lo vuelve loco”. Cumplidas las ceremonias terapéuticas sólo resta esperar la pronta recuperación.

A partir del texto de la súplica u “oración por la locura” transcrito y traducido del náhuatl al español por Segre, y mediante su confrontación con las explicaciones del curandero, pueden inferirse las causas de la enfermedad: parecen ser de origen somático, psicológico y social, que remiten a los principios médicos de lo frío y lo caliente; la armonía entre las entidades anímicas; y a la envidia, utilizada como un instrumento de control social (Segre, 1987: 169).

En la oración se hace mención del ofrecimiento de plegarias, flores, luz preciosa e incienso a San Pedro y a las personas de la Trinidad. Se pide a estas personas que ayuden al enfermo “en su alma, su corazón, su vista, su cerebro y su auditivo”. Se les pide, de forma individual, que laven su corazón y pensamiento, que le pongan corazón y pensamiento.

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Se pide “que ya entienda, que en su corazón piense”, “que no se descom-ponga ya su palabra” (ibid.: 175-178).

En estos fragmentos se alude a las perturbaciones producidas por la locura que se manifiestan en el espíritu, esto es, el tonal, en los sentidos, y en el órgano del conocimiento: el corazón. Así, las oraciones, y con se-guridad el tratamiento ritual en general, están dirigidas a restaurar dicho órgano, a devolverle el pensamiento al enfermo. No obstante, la cabeza también es mencionada, específicamente el cerebro, hecho que podría-mos considerarlo como fruto de la influencia de la ideología occidental y su sistema médico, en el que la cabeza se ha instaurado como único ór-gano productor del pensamiento. Sin embargo, hay que recordar que a ésta, específicamente a la coronilla, también se la atribuyeron cualidades de pensamiento entre los antiguos nahuas.

En otra parte de la oración se explicita que la envidia puede ser una de las causas de la locura, por lo que se suplica al Padre, al Hijo y al Espí-ritu Santo “que no le roben [al enfermo] su santo ángel, que no le roben su alma y corazón el envidioso, las envidiosas” (Segre, 1987: 183).

Se suplica para que el enfermo pueda volver a entablar relaciones sociales: “también se reirá y también hablará, y también platicará, y tam-bién se alegrará con sus compadres, con sus parientes, con sus próximos y sus hermanos” (ibid.: 184).

Igualmente se pide en contra de otra causalidad de la locura: “para que no en alguna parte tropiece, y para que no en alguna parte caiga, que no en alguna parte se ruede en un cerro, que no en alguna parte se des-barranque” (ibid.: 185). Una de las causas del susto, quizá la más común, es la caída, evento súbito y sorpresivo que ocasiona la salida del tonalli del cuerpo, y que, a su vez, puede ocasionar locura, como anteriormente se co-mentó. Para una curandera de Tlacotepec, en la Sierra Negra de Puebla, la locura se debe a un espanto no atendido y que se ha agravado (Romero, 2006: 255, 267). Entre los nahuas de Xoyatla, también en Puebla, quien ha sufrido un susto igualmente se puede volver loco y desarrollar crisis comiciales (epilepsia), o se pueden presentar éstas sin que haya locura (Castaldo, 2002: 27). La explicación proporcionada por el sistema curativo nahua antiguo, fue que una experiencia repentina de terror podía preci-pitar una acumulación súbita de flema en el corazón, que producía locura o epilepsia (Ortiz de Montellano, 1976: 92).

Tanto el susto como la locura ocasionada por un corazón congestivo se trataban con la piedra llamada quiauhteocuitlatl (“oro de lluvia”), la cual se creía que era formada por el rayo y hundida por él en el suelo (López Austin, 1971: 211). En el caso del susto, al ser la piedra de color brillante se trataba de proporcionarle calor al enfermo y así procurar el regreso de su tonalli al cuerpo. Al igual que la locura, el susto era de naturaleza fría.

Es interesante como el propio remedio para la enfermedad, como es el caso de la oración, indica los orígenes de la misma. Al hablar so-

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En otra parte de la oración

se explicita que la envidia

puede ser una de las cau-

sas de la locura, por lo que

se suplica al Padre, al Hijo y

al Espíritu Santo “que no le

roben [al enfermo] su santo

ángel...”

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bre la cura para las diversas enfermedades, los informantes de Sahagún también le proporcionaron su causalidad. Sobre la piedra tlacalhuatzin, utilizada contra la locura, mencionaron que “…le es útil al que tronó el rayo, que quedó como hechizado, que quedó mudo” (idem).

Entre los nahuas de Santiago, también en la Sierra Norte de Puebla, la entidad anímica sustraída a su poseedor por un susto es el ecahuil,5 la sombra. Sus efectos quedan conceptualmente ligados a una imagen de “caída”, que puede establecerse como una analogía de la causalidad pri-maria de dicho padecimiento (Signorini y Lupo, 1989: 114).

Esta caída se traduce en un decaimiento que se manifiesta con una sensa-ción de debilidad y de vacío interpretada como pérdida o reducción de la fuerza vital […]. Resultan afectadas especialmente la sangre, que se decolora perdiendo […] vivacidad y consistencia, y la mente, que se repliega sobre sí misma, afectada por crisis que se manifiestan como ansiedad o, al contrario, como profunda apatía y falta de voluntad, o a veces también cayendo en la verdadera locura (ibid.: 134-135).

Entre los efectos secundarios de la caída está el volteo para abajo de la campanilla, que impide pasar el alimento (ibid.: 119). Esto recuerda los efectos que creían los nahuas prehispánicos que provocaban la acumu-lación de flemas en el pecho. Además de ejercer presión en el corazón, las flemas lo hacían girar, torcer o producir un sentimiento de caída del mismo, lo cual provocaba variadas situaciones patológicas (López Aus-tin, 1971: 225, nota 94; 1996, I: 199).

El primer paso al tratar la enfermedad es diagnosticarla para conocer su causa inmediata, y examinar si fue inducida por contingencias natu-rales o por fuerzas o entidades sobrenaturales con las que se hubiera entrado en contacto accidentalmente, o por haber sido víctima de una hostilidad planeada.

El diagnóstico y la cura se confían al tapahtihque, el especialista mé-dico. El diagnóstico estriba fundamentalmente en la revelación mística. Como fase preliminar, los curanderos exigen que se les lleve una vela previamente restregada en el cuerpo del enfermo para determinar la causa de la enfermedad. Culminada esta fase, el tapahtihque espera un sueño que le explique el mal del paciente y le haga saber las posibilida-des de éxito de la cura (Signorini y Lupo, 1989: 121).

El ritual de curación que se efectúa es el “levantamiento” del ecahuil, que se puede realizar con o sin la presencia del enfermo, y con la posibi-lidad de ejecutarlo en el lugar donde ocurrió el susto. El rito inicia con oraciones y ofrendas de velas sobre el altar del curandero, que prosegui-rán con una frecuencia de una a tres veces al día durante un mínimo de tres días. La acción se dirige a los seres considerados responsables de la retención del ecahuil del enfermo para que accedan a liberarlo,

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por medio de invocaciones a Dios y a los santos católicos. La principal destinataria es la Tierra, ser ávido de la esencia vital del ser humano. El curandero pasa a continuación a la llamada propiamente dicha del eca-huil, que representa el momento crucial de lo que se denomina “levantar la sombra”. “La llamada consiste en invocar el nombre del enfermo y exhortar a su ecahuil a levantarse del lugar donde yace para volver a su sede natural” (ibid.: 124-126).

Al cuarto día, el tapahtihque debería efectuar una ofrenda a la Tierra, pero no todos los curanderos la hacen. Ésta consiste en el enterramiento de un corazón de pollo o gallina –o de pavo o pava si el caso es grave–, que depende del sexo del enfermo, junto con un poco de incienso en el suelo de tierra donde se encuentra el altar doméstico. El copal, que se utiliza para bendecir o como medio de comunicación con las divini-dades, también se usa como ofrenda. Con esta inmolación se invita a la entidad que retiene el ecahuil para que lo devuelva y acepte un alimento sustitutivo. Una vez cerrado el hoyo bajo el altar, se enciende una vela encima de él. La ofrenda del cuarto día sirve para que cuando sea el novenario, la Tierra ya esté alimentada, y constituya este momento la verdadera conclusión de la cura. Posteriormente, el tapahtihque hace be-ber al paciente una poción mágica que contenga un poco de tierra del lugar en el que se produjo el susto, o si fue el agua el elemento causante de éste, se efectúa el mismo procedimiento (ibid.: 126-129). En el Libellus de medicinalibus se dice que “el que fue espantado […] por el rayo o la centella, únjase con el jugo de aquel árbol en que cayó el rayo y toda cla-se de hierbas que allí mismo o en sus cercanías se crían, molidas” (Cruz, 1996, fol. 53r: 77).

Durante la fase ritual o recién concluida, también se le administra al enfermo un tratamiento farmacológico, constituido por sustancias vege-tales que persiguen aliviar la caída y el torcimiento de la campanilla y del recto (Signorini y Lupo, 1989: 129-130). Entre los antiguos nahuas, al que enloquecía por la presión de las flemas sobre el corazón se le receta-ban las plantas yolloxochitl y cacahuaxochitl, arriba mencionadas, las cuales estaban destinadas a hacer expulsar las flemas (Cruz, 1996, fol. 53v: 77).

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Posteriormente, el tapah-

tihque hace beber al paciente

una poción mágica que con-

tenga un poco de tierra del

lugar en el que se produjo

el susto, o si fue el agua el

elemento causante de éste,

se efectúa el mismo procedi-

miento...

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Ya libre de la presión, el corazón era restaurado a su posición original. Al mismo tiempo, se ejecutaba un principio médico de carácter mágico, pues la planta yolloxochitl, que literalmente significa “flor del corazón”, debido a su forma, era utilizada para una variedad de afecciones cardia-cas. De esta manera, se ponía en práctica la ley mágica de semejanza, donde lo semejante produce lo semejante.

Para don Felipe, curandero nahua que da consultas en el Centro de Salud Comunitario de Cuetzalan, Puebla,6 las causas que originan la lo-cura son las transgresiones, el alcoholismo, la sobrenaturaleza, la acción de un eclipse lunar, un golpe o un hechizo, que “es la locura más mala”. El médico tradicional y el brujo se encargan de curarla, pero éste último trabaja con encantamientos y hechizos. La locura se tiene que detectar a través de una limpia o un huevo, y desaparece con la oración. El primer paso que ejecuta don Felipe es consultar al enfermo para determinar la causa de la enfermedad. Cuando el origen de la locura es sobrenatural, se cura a base de limpias y a través de la fe en Dios; cuando la causa es por algún maleficio, Dios también puede sanar al enfermo, pero no todos tienen posibilidad de curarse.

El remedio que se aplica contra la locura provocada por un hechizo es el “levantamiento”, el cual se define como un nuevo nacimiento en donde el corazón vuelve a ser uno nuevo, pequeño, que va a dedicar su vida a Dios. Se trata de nacer libre de maleficios. En este ritual la oración es la base de la curación. El enfermo debe contar con una madrina y un padrino. La primera lo limpia con flores y el segundo lo hace con dine-ro, que es ofrecido a la Virgen María. También se limpia al enfermo con “alumbrado”, veladoras.

Una tercera persona forma parte del ritual, quien puede ser un fami-liar y que sirve como garantía del “mal de mente”. Esta persona no debe de estar en pecado y se dedicará a observar que la vida del enfermo esté consagrada a Dios. Dicha persona se encarga de rezar por el enfermo y pide que en él mueran los malos pensamientos y nazca nuevamente para servir a Dios. Posteriormente, el enfermo se confiesa ante él.

La confesión también fue un medio terapéutico utilizado por los na-huas prehispánicos. Cuando la persona incurría en faltas sexuales pro-vocaba que su corazón se volteara. Así, la confesión se volvía el medio para restaurarlo a su posición original. Ésta se llamaba neyolmelahualiztli, “acción de enderezarse el corazón”, dirigida a Tlazoltéotl, diosa de la basura. El acto de la confesión sólo podía realizarse una vez en la vida (Estrada, 1960).

Siguiendo con el ritual descrito, don Felipe ejecuta una oración basa-da exclusivamente en la Biblia, que está compuesta por algunos versícu-los de los libros de Salmos, Eclesiastés, Ezequiel, Mateo, Juan y Corintios. Ésta consiste en un juramento a Dios de no volver a cometer pecado. Se pide un cambio de corazón de piedra a uno de carne para servir al

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Padre. Se le pide, asimismo, que perdone los pecados del enfermo. Fi-nalmente, el que aboga por éste ora, y finaliza la oración. Después, entre ahijado y padrino se dan un abrazo. La madrina se compromete a darle mejor educación y una vida brillante. Al cabo de dos o tres días el enfer-mo comienza a aliviarse.

El saber curativo le fue transmitido a don Felipe por dos vías. Por una parte, su abuela le enseñó su conocimiento sobre herbolaria y enferme-dades como el susto, así como lo referente al parto. Por otra parte, fue pastor de la iglesia del Séptimo Día, lo cual explica las fuentes en que está basada su terapéutica. Aunque está bastante influida por la doctrina judeocristiana, se asoman varias similitudes con la cosmovisión nahua, ya sea por los paralelismos existentes con el cristianismo, por una persis-tencia de contenidos ancestrales, o por ambos: restauración del corazón, dar ofrenda, hacer que el enfermo se confiese ante la divinidad.

Igualmente, hay un mayor grado de aculturación en don Felipe pues, en su pensamiento, es posible que haya una transmudación de algunas de las almas del ser humano nahua –tonal o ecahuil, yolo, como se nom-bran en regiones aledañas a Cuetzalan– en inconsciente y subconsciente –lo cual se infiere a partir de su discurso terapéutico–, que por llamarlos de alguna forma, son las “entidades” afectadas por la locura. De igual ma-nera, menciona que los hechiceros atacan al inconsciente. La razón de este cambio puede radicar en la frecuente utilización que se ha hecho de dichos conceptos en el discurso popular, y de su atribución en la conduc-ción de los pensamientos y los comportamientos humanos, lo cual tam-bién implica situar a la cabeza como lugar de producción de aquéllos.

A través de estos tres ejemplos actuales de terapéutica de la locura, se consta que una de sus causas más comunes es el susto, producido por una caída que ocasiona la salida del tonalli del cuerpo, que de inmediato es retenido por la Tierra o por alguna otra entidad de carácter sobre-natural, como las que habitan en los cuerpos y corrientes de agua. Esto parece muy claro en los dos primeros casos, pero en el último no se men-ciona explícitamente el susto como causa de la locura. Sin embargo, don Felipe nombra al ritual de curación “levantamiento”, lo cual recuerda el nombre “levantamiento del ecahuil o de la sombra” llamado en Santiago para devolver la entidad al enfermo. El término levantamiento se opone a la causalidad de la caída, tal como su nombre lo indica. Las conse-cuencias desequilibrantes de ésta son neutralizadas por medio del ritual de levantar el alma y reingresarla al cuerpo del asustado, con lo cual se restaura su equilibrio o salud.

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Comentarios finales

Una de las ideas más persistentes del antiguo pensamiento nahua es la que refiere al corazón como órgano del pensamiento, así como su íntima relación con el tonalli. Por ello, el estado y el daño que manifieste uno repercutirá en el otro y viceversa: el susto provoca la salida del tonalli del cuerpo, lo cual puede desencadenar un daño en el corazón manifesta-do en locura. Según los nahuas de Xolotla, también en la Sierra Norte de Puebla, el de corazón fuerte o espíritu fuerte, yolchicahuac, es menos propenso a asustarse; mientras que el de corazón débil o espíritu débil, yolcocoxqui –literalmente, “enfermo del corazón”–, se espanta con faci-lidad. Tal como lo menciona un informante xoloteco: “el corazón es la expresión material del espíritu”.7 Al referirse López Austin (1996, I: 262) a las tres entidades anímicas de los nahuas precolombinos, señala que “deben operar armónicamente para dar por resultado un indivi-duo sano, equilibrado mentalmente y de recta moral. Las perturbacio-nes de una de ellas, en cambio, afectan a las otras dos”.

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La continuidad de las prácticas curativas concernientes a la locura pone de relieve la persistencia de ideas prehispánicas respecto al cuer-po y las entidades anímicas. Al mismo tiempo, las transformaciones del sistema curativo indígena reflejan el impacto de Occidente y su sistema médico así como del catolicismo, que se manifiestan en la resignificación de la enfermedad y las partes del cuerpo, además de la incorporación de nuevas ideas. En el caso de la locura, si bien hay un fuerte arraigo de la antigua concepción del corazón, la idea de la cabeza como centro im-portante del intelecto ha ganado terreno. Esto ha promovido que ideas como preconsciente o inconsciente sean incorporadas en el discurso te-rapéutico indígena de la locura.

Imágenes tomadas de: Los locos de ayer. Enfermedad y desviación en el México antiguo .

La terapéutica de la locura entre los nahuas

Notas

1Para una amplia exposición de la locura entre los nahuas precolombinos, consúltese mi

libro Los locos de ayer. Enfermedad y desviación en el México antiguo (referencia en la

bibliografía).2Para abundar en las ideas sobre estos tres órganos y la concepción del cuerpo en general

entre los antiguos nahuas, véase la obra del historiador Cuerpo humano e ideología, espe-

cialmente las páginas 207-210, 211-212 y el capítulo 6 referente a las entidades anímicas.3Entrevista realizada el 24 de enero del 2004 a don Juan Francisco Zambrano, anciano de

la comunidad de Yohualichan, perteneciente al municipio de Cuetzalan, Puebla.4“Nervios Mariscal” es lectio facilior de Nebiros Mariscal, quien, en el Libro de San Cipriano,

es uno de los principales espíritus infernales (Segre, 1987:167–168).5El ecahuil ocupa todo el cuerpo, pero se concentra preferentemente en la sangre y la

cabeza. Proyecta la silueta oscura de su posesor en presencia de fuentes luminosas.

Constituye el nexo indispensable entre el ser humano y su espíritu compañero, además

de ser el complemento necesario en lo que concierne a la polaridad de las fuerzas cósmi-

cas. El ecahuil puede separarse de su receptáculo corporal, lo que ocurre naturalmente

durante el sueño (Lupo, 2001: 358-359). Esta entidad se identifica con el tonalli (López

Austin, 1996, I: 237).6La siguiente información está basada en una entrevista que se le realizó a don Felipe

Díaz Ramos, médico tradicional del Centro de Salud Comunitario de Cuetzalan, Puebla, el

día 27 de enero del 2004, la cual está transcrita íntegramente en Ayala Mejía, et al., 2004:

151-167. Yo fui uno de los entrevistadores.7Información obtenida en enero, julio y diciembre de 2010 en la comunidad nahua de Xo-

lotla, perteneciente al municipio de Pahuatlán, en la Sierra Norte de Puebla.

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