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Seminario Origenes de la Historia de la Guerra

La soledad del Historiador Militar

Delbruck El Historiador Militar

La historia militar y

la historia de la guerra

Los

Historiadores

Militares

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Contenidos

La soledad del Historiador Militar 3

Primeras Historias Militares 5

Historiografía 6

Delbruck El Historiador Militar 7

Introducción 19

La historia militar y la historia de la guerra 23

Historia de La Guerra/Militar 28

Funciones 30

Método 30

Los Historiadores Militares 32

Tendencias Actuales 33

La Soledad de la Historia Militar 34

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La soledad delHistoriador Militar

Confiese que a usted lo que le alarmaes mi profesión,motivo por el que pocos me invitan a cenar,

-aunque Dios sabe que me esfuerzo por no dar miedo,que el corte de mis trajes es sensatohuelo a lavanda, acudo al peluquero,y no presumo de crines de profeta,con serpientes y todo, por no alarmar a los más jóvenes.Si hago girar las órbitas y farfullo a veces,si me aferro a mi corazón y grito de pavorcomo actriz de tercera en escena demente,lo hago en la intimidad, sin más testigoque el espejo del cuarto de baño.

Por regla general, estoy de acuerdo:no deben las mujeres contemplar la guerra,ni sopesar sus tácticas con ánimo imparcial,ni evitar la palabra enemigo,ni ver ambos bandos sin decantarse por uno.Pero sí deberían marchar por la pazo repartir blancas plumas como premio al valor; sí deberían ensartarse en las bayonetas para proteger a

los críos-cuyos cráneos de todos modos serán destrozados-y ahorcarse con sus propios cabellostras ser violadas una y otra vez:son funciones ésas que inspiran paz y tranquilidad,como también tranquiliza verlas tejiendo calcetines para

los soldados,

subiéndoles la moral,y llorando a los muertos(hijos, amantes, etcétera,todos los niños asesinados).

Sin embargo, ahora diré algofranco y rotundo, nada amable.que espero se tome en serio,La verdad no suele ser bien recibida,-sobre todo a la hora del almuerzo-aunque provenga de un profesional tan experto como

yo.

Me ocupo del coraje y de las atrocidadesy las contemplo sin condenarlas;escribo las cosas tal como ocurrieron,con máxima precisión en los recuerdos,sin preguntar por qué, ya que casi da igual.Las guerras ocurren porque sus iniciadorescreen que las pueden ganar.

Dormida, sueño con cierta grandezacon campos que los vikingos abandonanpara irse a saquear y matar unos mesesal año, como chiquillos que salen de caza- cargados de esplendor regresanlos que en la vida real fueron labriegos-y con musulmanes que luchan contra cruzadosy cimitarras que cortan

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seda en el airehaciendo que torres enteras de armadura se desplomeny en la lucha del fuego contra el hierroo de lo romántico contra lo banal, como diría algún poe-

ta.

Pero al despertar, más lúcida,sé bien que no hay monstruos(a pesar de la propaganda,ningún monstruo que al final pueda enterrarse;que si se acaba con uno,inventarán otro la radio y las circunstancias).Créanme si les digo que ejércitos enteros rezaron con fer-

vor toda la noche,y los mataron igual.Suele vencer la brutalidady hay hazañasfruto de dispositivos y de mecanismoscomo el radar.A veces, como en las Termópilas,cuenta el valor o tener la razónaunque a fin de cuentas el victorioso,por tradición, decide qué es virtud.Hombres hay que se inmolanpor el bien de los otros, que explotan como granadasde vísceras: loable, sin duda... Creánmeque también el cólera y las ratasy las patatas (o su carestía)ganaron muchas guerras.

De nada sirve (aunque impresione, claro) poner tanta medallaal pecho de los muertos....Las grandes hazañas me deprimen.

Al servicio de la investigaciónmuchos campos de batalla recorríplagados de minas y de huesos,aún húmedos por la pulpa de cadáveres,campos que al llegar la primavera reverdecieronsitios debidamente reseñados...

Tristes ángeles marmóreos guardan como gallinaslos nidos de hierba donde nada se incuba(ángeles que, según el ángulo de la cámara,podemos llamar vulgares o implacables)y en sus portalones aparece mucho la palabra gloria.

De todos esos sitios, lógicamente(porque soy tan humana como ustedes)corto siempre una o dos florecillas,para hacerme un souvenir, prensadas por la Biblia

del hotel que me hospeda.

...Les ruego que no me pidan una declaración,mis artes son la táctica y la estadística;sólo diré que por cada año "de paz"hay cuatrocientos de guerra.

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Primeras Historias Militares

1. Busque en la Biblia casos de recomendaciones, consejos o pro-cedimientos militares.

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Historiografía

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DelbruckEl Historiador

Militar

Hans Delbrück. cuya vida activa coincidió casi exac-tamente con la del Segundo Imperio Alemán, fue a la vez historiador militar, intérprete de asuntos mi-

litares para el pueblo alemán y crítico civil del Estado Mayor General. En cada una de estas actividades su aporte al pensa-miento militar moderno fue notorio. Su Histoy of the Art of War (Historia del Arte de la Guerra) no resultó ser solamen-te un monumento para la educación alemana, sino también una fuente de valiosa información para los teóricos militares de sus días. Sus comentarios sobre asuntos militares, escri-tos en las páginas de Preussischer Jahrbücher, contribuyeron a la educación militar del pueblo alemán, y especialmente durante la Primera Guerra Mundial, ayudó a comprender los problemas estratégicos menores a que estaba abocado el Estado Mayor General. Sus críticas al alto comando, escritas durante la guerra y en el período siguiente, hicieron mucho para estimular una nueva apreciación del tipo de pensamien-to estratégico que había regido en el Ejército alemán desde los días de Moltke.Los líderes militares de Alemania siempre han puesto gran

énfasis en las enseñanzas que pueden ser deducidas de la historia militar.

Esto fue especialmente cierto en el siglo XIX. Había sido el ideal de Clausewitz enseñar la guerra mediante ejemplos puramente históricos, y tanto Moltke como Schlieffen había hecho del estudio de la historia militar, una de las responsa-bilidades de su Estado Mayor General.1 Pero si la historia estaba destinada a ser útil al militar, era necesario que los an-tecedentes militares fueran exactos y que los acontecimien-tos militares fueran sustraídos de las concepciones erróneas y mitos creados a su alrededor. Durante todo el siglo XIX, gracias a la influencia de Leopold von Ranke, los estudiantes alemanes se dedicaron a la tarea de limpiar la maleza de le-yendas que oscurecían la verdad histórica. Pero no fue sino cuando Delbrück ya habla escrito su History of the Art of War que el nuevo método científico fue aplicado a los acon-tecimientos militares del pasado, y es esto lo que constituye la mayor contribución de Delbrück en cuanto a su pensa-miento militar.No fue esa, sin embargo, su única contribución. En el cur-

so del siglo XIX las bases de gobierno fueron ampliadas, y en el mundo occidental la voz del pueblo fue sentida, por lo general, en forma creciente en toda rama de la adminis-tración gubernamental. El "control" de los asuntos milita-res no podía seguir permaneciendo como la prerrogativa de una pequeña clase gobernante. En Prusia, la seria lucha por el presupuesto militar de 1862 fue una indicación de que

Gordon A. CraigEn “Creadores de la estrategia moderna El pensamiento militar desde Maquiavelo a Hitler”

los deseos del pueblo y de sus representantes en cuanto a asuntos de administración militar, tendrían, cuando menos, que recibir una consideración seria en el futuro. Parecía así importante para la seguridad del Estado y el mantenimiento de tus instituciones, militares, que el público en general fuera educado en forma de poder hacer una apreciación conve-niente de los problemas militares. Las publicaciones militares del Estado Mayor General estaban destinadas no sólo para empleo en el ejército, sino también para una utilización de carácter más general. Pero los escritos de militares profesio-nales, dedicados como estaban a informar sobre guerras y campañas aisladas eran, por lo común, demasiado técnicas en su estilo y llamados a cumplir la última función. Existía una verdadera necesidad de instrucción en cuanto a la na-turaleza de los asuntos militares, pero en un nivel popular. Delbrück sintió esta necesidad y trató de suplirla. En todos sus escritos se consideró como intérprete del pueblo alemán en asuntos militares. Este aspecto de su trabajo fue de lo más notable durante la Primera Guerra Mundial, cuando en las páginas de Preussische Jahrbücher Delbrück escribió comen-tarios mensuales de la guerra, explicando la estrategia del alto comando y de adversarios de Alemania sobre la base de los materiales disponibles.Finalmente, y en especial en sus últimos años, Delbrück se

convirtió en un valioso crítico de las instituciones militares y del pensamiento estratégico de su tiempo. Su estudio de las instituciones militares del pasado le había hecho ver, en toda época, la relación íntima existente entre la guerra y la política, y le había enseñado que la estrategia militar y la po-lítica deben estar de acuerdo. Clausewitz ya había afirmado esa verdad en su declaración de que la "guerra francamente tiene su gramática, pero no su propia lógica", y en su in-sistencia de que la guerra es "la continuación de la política estatal, por otros medios". Pero la sentencia de Clausewitz era olvidada demasiado a menudo por hombres que recor-daban que Clausewitz también había discutido la liberación de la dirección militar de las restricciones políticas. Delbrück volvió a la doctrina de Clausewitz, y argumentó que la “con-ducción de la guerra y la planificación de la estrategia deben ser condicionadas por los propósitos de la política estatal, y que una vez que el pensamiento estratégico se vuelve in-flexible y suficiente, hasta los triunfos tácticos más brillantes pueden conducir a un desastre político”.En los escritos de Delbrück correspondientes a los años de guerra, el crítico desplazó al historiador. Cuando llegó a convencerse de que el pensamiento estratégico del alto comando se había vuelto antitético con respecto a las necesidades políticas estatales, pasó a ser uno de los defensores más destacados de una paz

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negociada. Después de la guerra, cuando el Reichstag se de-dicó a investigar las causas del derrumbe alemán en 1918, Delbrück fue el crítico más convincente de la estrategia de Ludendorff, surgiendo su crítica, naturalmente, de los pre-ceptos que había extraído de la historia.ILos detalles de la vida de Delbrück pueden ser conocidos

rápidamente. "Procedo de círculos oficiales e ilustrados, por parte de mi madre de una familia berlinesa; estuve en la gue-rra y fui oficial de reserva. Durante cinco años viví en la corte del emperador Federico, cuando era príncipe heredero. Fui parlamentario; como editor del Preussische Jahrbücher actué en el periodismo; pasé a ser un profesor académico”Delbrück nació en Bergen en noviembre de 1848. Su pa-

dre fue juez de distrito; su madre, la hija de un profesor de filosofía de la Universidad de Berlín. Entre sus antecesores figuraban teólogos, juristas y académicos. Recibió su educa-ción en una escuela preparatoria de Greifswald y más tarde en las universidades de Heidelberg, Greifswald y Bonn. Des-de temprano demostró interés por la historia y atendió a las conferencias de Noorden, Schafer y Sybel, hombre todos profundamente inspirados por la nueva tendencia científica, que fue la contribución de Ranke en la educación clásica. La influencia de Ranque quedó bien evidenciada en la diserta-ción doctoral de Delbrück, que fue una apreciación crítica y altamente devastadora de los escritos de un cronista alemán del siglo XI. Delbrück demostró que esos escritos, por largo tiempo aceptados como verdaderos por historiadores, mere-cían poca confianza y al hacerlo reveló, por primera vez, el ingenio crítico que debía distinguir su labor posterior. Como estudiante estuvo vivamente interesado en problemas

políticos y fue un firme defensor de la unidad alemana. No fue, sin embargo, sino hasta después del año 1870, cuando se convenció de que el sistema de Bismarck lograría esa unidad. Así todo, convencido de que la guerra con Francia era in-evitable, se enroló en el ejército en 1867, prestando servicio activo en la guerra de 1870 y continuando como oficial de reserva hasta el año 1885. De 1874 a 1879 Delbrück fue instructor del príncipe Wal-

demar hijo del príncipe heredero. Su posición no solo le llevó a intimar con los miembros de la corte de Federico, sino que le proporcionó una excelente visión de los proble-mas políticos de su tiempo. Mientras tanto, había continua-do permaneciendo fiel a su primera decisión de convertirse en historiador, logrando en 1881 obtener un puesto en la Universidad de Berlín, iniciando una carrera académica dis-tinguida que había de durar hasta el año 1920. A pesar de que su investigación y los cursos que dictaba le absorbían la mayor parte de tu tiempo, Delbrück también halló una oportunidad para intervenir activamente en política. Desde 1882 hasta 1885 fue miembro del landstag prusiano y desde 1884 has 1890 del Reichstag alemán. Como parlamentario fue siempre, sin embargo, más bien un observador que un participante activo, considerándose “el estudiante en polí-tica”.Además de estas actividades fue ua publicista de peso y repu-

tación. Actuó como editor del Staastsarchiv, una colección anual de documentos oficiales y diplomáticos, y del Euro-peische Geschinkskalender, una publicación que recopilaba anualmente los acontecimientos del año anterior. En 1883 fue nombrado para integrar la junta de editores del Preussis-che Jahrbücher, y después de 1890 pasó a ser el único editor de esa enérgica publicación. Fue en las páginas de ese diario,

donde, durante la guerra, Delbrück escribió sus comentarios militares y en los años de posguerra sus enconosos ataques a la cláusula que responsabilizaba a Alemania de la guerra en el tratado de Versalles.Aun antes de que hubiera comenzado su carrera en la Uni-

versidad de Berlín, Delbrück había dedicado su atención al estudio de la historia militar. Siendo militar había leído du-rante las maniobras de primavera realizadas en Wittenberg, en el año 1874, la History of Infantry (Historia de la Infan-tería), de Rüstow, y más tarde dio a ese hecho como determi-nante de la elección de su carrera. No fue, sin embargo, sino en 1877 cuando se abocó seriamente al estudio de la guerra. En ese año se le brindó la oportunidad de completar la re-dacción de la memoria y papeles de Gneisenau que habían sido empezados por Georg Heinrick Pertz. A medida que se compenetraba en la historia de la Guerra de Liberación, iba impresionándose por lo que parecía ser una diferencia fundamental entre el pensamiento estratégico de Napoleón y de Gneisenau por un lado, y del archiduque Carlos, Wellin-gton y Schwarzenberg por el otro. A medida que avanzaba en sus investigaciones de la biografía de Gneisenau, con las cuales continuó su tarea editorial, la diferencia aparecía más marcada, llegando a la conclusión de que tomada en general la estrategia del sitio XIX era marcadamente distinta de la del siglo anterior. Leyó las obras de Clausewitz por primera vez y sobre ellas mantuvo largas conversaciones con los oficiales adscriptos a la corte de Federico. Al hacer eso aumento su in-terés por ese tema y se decidió a buscar los fundamentos bási-cos y decisivos de la estrategia y de las operaciones militares.Sus primeras clases en la Universidad de Berlín versaron so-

bre la campaña de 1866. Pero después de eso pasó a estudiar el pasado, disertando primero sobre la historia del arte de la guerra después del comienzo del sistema feudal, para conti-nuar luego activando sus investigaciones aún más allá del pe-riodo entre las guerras de los persas y la decadencia de Roma. Inició un estudio sistemático de las fuentes de información correspondientes a las épocas antiguas y medievales, y publi-có estudios breves sobre las guerras de los persas, la estrategia de Pericles y Cleón, las tácticas del manipulo romano, las instituciones militares de los primitivos germanos, las gue-rras entre Suiza v Borgoña y la estrategia de Federico el Gran-de y Napoleón. Mientras esto hacía, incitó a sus alumnos a que hicieran estudios igualmente detallados de períodos especiales. De esas conferencias y monografías surgió la obra de Delbrück History of the Art of War in the Framework of Political History (Historia del Arte de la Guerra dentro del marco de la historia política), cuyo primer volumen apareció en el año 1900.IIDesde la fecha de la publicación de su primer volumen, la

obra History of the Art of War fue blanco de críticas enojo-sas. Hombres de letras de renombre se mostraron resentidos por la forma en que Delbrück maltrató a Herodoto; los par-tidarios de la historia medieval atacaron la parte del trabajo de Delbrück relativa al origen del sistema feudal; los letra-dos patrióticos ingleses se mostraron furiosos por su desaire para con las guerras de las Rosas. Muchas de las controver-sias resultantes han sido escritas como notas a pie de página en las últimas ediciones del trabajo, donde el fuego de la ira académica todavía está latente. Pero en sus lineamientos principales el libro es intocable frente a los ataques de los especialistas, y ha recibido su merecido elogio por parte de los lectores tan distintos como el General Groener, ministro

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de Guerra de la República de Weimar y Franz Mehring, el gran publicista de ideas socialistas. El primero calificó a ese trabajo como "simplemente único": el último, como "la obra más significativa realizada en el nuevo siglo por la literatura histórica de la Alemania burguesa".De los cuatro volúmenes escritos por Delbrück, el primero

trata el arte de la guerra desde el periodo de las guerras de los persas hasta el punto culminante de la guerra romana en los tiempos de Julio César. El segundo volumen, que se refiere grandemente a los primitivos germanos, trata tam-bién la decadencia de las instituciones militares romanas, la organización militar del Imperio Bizantino, y los orígenes del sistema feudal. El tercer volumen está dedicado a la de-cadencia y casi desaparición de la táctica y de la estrategia en la Edad Media, y termina con una relación del renacimiento de los cuerpos tácticos en las guerras entre Suiza y Borgoña. El cuarto volumen descubre la historia de la evolución de los métodos tácticos y del pensamiento estratégico hasta la época de Napoleón.En la novela de Proust titulada The Guermantes War un jo-

ven oficial observa que "en el relato de un historiador militar los hechos más pequeños, las ocurrencias más triviales, son únicamente los signos exteriores de una idea que debe ser analizada y que a menudo trae a la luz otras ideas, al igual que un "palimpsesto". Estas palabras dan una descripción ra-zonablemente exacta del concepto de Delbrück de la historia militar. Estaba interesado más vienen las ideas y tendencias generales que en las minucias que habían llenado las páginas de las primeras historias militares. En su introducción co-rrespondiente al primer volumen de su trabajo renuncia es-pecíficamente a cualquier intención de escribir una historia completamente comprensiva del arte de la guerra. Tal traba-jo, señaló, debía incluir necesariamente cosas tales como “los detalles de los ejercicios con sus comandos, la técnica de las armas y el cuidado de la caballada y. finalmente, todo el tema de asuntos navales, cuestiones acerca de las cuales nada nue-vo tengo que decir o que por el momento no comprendo'". El propósito de la historia estaba especificado en el título de su obra; debía ser una historia del arte de la guerra dentro del marco de la historia política. En la introducción de su cuarto volumen, Delbrück explicó

esto mismo con mayor detalle. El propósito básico del traba-jo era establecer la relación entre la constitución del Estado y la estrategia y la táctica. “El reconocimiento de la relación mutua entre la táctica, la estrategia, la constitución del Esta-do y la política, se refleja en la relación entre la historia mi-litar y la historia del mundo, y ha dilucidado muchas cosas que hasta ahora habían permanecido ocultas en la ignorancia o dejadas de ser reconocidas. Este trabajo ha sido escrito no por consideración al arte da la guerra, sino por consideración a la historia del mundo. Si los militares lo leen y se sienten estimulados por él, me sentiré halagado v lo consideraré un honor, pero fue escrito por un historiador para los amigos de la historia”. Al mismo tiempo, sin embargo, Delbrück alcanzó a darse

cuenta de que antes de que pudieran deducirse conclusiones de carácter general del estudio de las guerras del pasado, el historiador debía determinar lo más exactamente posible en qué forma se había combatido en esas guerras. Fue precisa-mente debido a su propósito de hallar ideales generales que podrían hacer interesar a otros historiadores, que Delbrück te vio obligado a abordar las "ocurrencias triviales'' y "los hechos más pequeños” de las campañas del pasado; pero a

pesar de su propio desinterés, su nueva apreciación de esos hechos resulto de gran valor no solamente para los historia-dores, sino también para los militares.Los "hechos'" debían encontrarse en el gran volumen de

fuentes de información importantes que habían existido en el pasado. Pero muchas de las fuentes de información de la historia militar eran evidentemente inciertas, no siendo más que "pura charlatanería y chismes de ayudantes”. ¿Cómo podía el historiador moderno verificar esos antiguos datos?Delbrück creyó que esto podía hacerse de varias maneras.

De reconocer el historiador el terreno en el que las batallas del pasado habían tenido lugar, podía él emplear todos los recursos de la ciencia geográfica moderna para verificar los informes que obraban en su poder. De conocer el tipo de armas y equipos empleados podía reconstruir la táctica de la batalla de una manera lógica que las leyes de la táctica para toda clase de armas podía ser determinada. Un estudio de la guerra la guerra moderna suministraría al historiador nuevos elementos, porque en las campañas modernas podía juzgar la capacidad de marcha del soldado medio, la capacidad de carga del caballo medio y maniobrabilidad de grandes masas de hombres. Finalmente, resultó a menudo posible descubrir campañas o batallas, de las que existían informes confiables y en las cuales las condiciones de las batallas anteriores apare-cían reproducidas en forma casi exacta. Tanto las batallas de las guerras entre Suiza y Borgoña de las que existen informa-ciones exactas, como la batalla de Maratón, de la que Hero-doto fue la única fuente de información, fueron luchas entre caballeros montados y arqueros de un lado y soldados de a pie con armas para la lucha cuerpo a cuerpo del otro lado; en ambos casos, los soldados a pie resultaron victoriosos. Por lo tanto, debía ser posible deducir conclusiones de las batallas de Granson, Murten y Nancy con aplicación posible en la batalla de Maratón. A la combinación de todos estos méto-dos Delbrück la llamó Sachkritik . Únicamente unas cuantas aplicaciones de la Sachkritik re-

quieren ser citadas. Las conclusiones más sorprendentes de Delbrück fueron obtenidas mediante sus investigaciones so-bre las cantidades de tropas empleadas en las grandes guerras del pasado. Según Herodoto, por ejemplo, el ejército persa que combatió contra Atenas en el siglo V antes de Jesucris-to sumaba más de cuatro millones de hombres. Delbrück señaló que a estas cifras no podían tenérsele confianza. "De acuerdo con la orden de marcha alemana, un cuerpo de ejér-cito, vale decir30.000 hombres, ocupan unas tres millas de camino, sin el

correspondiente tren de bagaje. La columna en marcha de los persas debería haber tenido, por lo tanto, una longitud de 420 millas, y por lo tanto, y cuando las primeras tropas estuvieran llegando ante las Termopilas, las últimas recién habrían alcanzado a salir de Susa, situada del otro lado del rio Tigris." Aun pudiendo explicar este hecho difícil ninguno de los

campos donde tuvieron lugar las batallas eran lo suficiente-mente grandes como para poder tener ejércitos tan grandes como los que informa Herodoto. La llanura de Maratón, por ejemplo, "es tan pequeña que hace unos cincuenta años un oficial del Estado Mayor prusiano que la visitara escribió con cierto asombro que una brigada prusiana difícilmente hubiera tenido lugar suficiente para poder efectuar sus ejer-cicios".Basándose en estudios modernos de la población de la an-

tigua Grecia, Delbrück apreció en unos 12.000 hombres

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el grandor del ejército griego que enfrentó a Jerjes. Fue un ejército ciudadano, adiestrado para combatir en una ruda fa-lange pero incapaz de maniobrar tácticamente. El ejército persa, un ejército profesional, y la bravura de sus soldados fue aceptada hasta en el informe griego. "Si ambas cosas eran ciertas, tanto el grandor del ejército persa como así su bravu-ra militar entonces seguía siendo inexplicable la tan mentada victoria de los griegos. Únicamente una de esas dos cosas puede ser cierta, por lo tanto, resulta claro que la ventaja de los persas buscarse no en la cantidad, sino en la calidad." Delbrück llega a la conclusión de que lejos de contar con el ejército en masa descripto por Herodoto, los persas fueron, en realidad, inferiores en número a los griegos durante todas las guerras de los persas.El informe de Herodoto ha venido siendo sospechoso desde

mucho tiempo atrás y la crítica de Delbrück en modo alguno fue completamente novedosa. Pero su contribución efectiva residió en el hecho de aplicar los mismos métodos sistemáti-cos a las informaciones numerosas de cualquier guerra, desde las guerras de los persas hasta la de Napoleón. Demostró así claramente en su estudio de las campañas de Julio César en Galia, que las apreciaciones de César sobre las fuerzas agru-padas contra él, eran groseramente exageradas por razones políticas. Según César, el helvético, en su gran incursión, alcanzaron a sumar 368.000 personas y llevaron con ellos provisiones para tres mees. Para Delbrück la apreciación numérica sabía a fabulosa, pero fueron las observaciones de César sobre la provisión de alimentos de los helvéticos las que permitieron demostrarlo. Señaló que habrían necesitado unos 8.500 carros para llevar dichas provisiones y que en la condición de los caminos en el tiempo de César habría sido bien imposible que una columna semejante pudiera mover-se. Además, en su estudio de la invasión de Europa por les hunos, Delbrück efectivamente no se adapta a la creencia de que Atila tuvo un ejército de 700.000 hombres, describien-do las dificultades experimentadas por Moltke en la cam-paña de 1870 con la maniobra de un ejército de 500.000 hombres-."Dirigir en forma unificada semejante masa es una tarea por demás difícil, aun disponiendo de ferrocarriles, ca-minos, telégrafos y de un Estado Mayor General... ¿Cómo podía Atila haber llevado 700.000 hombres, que saliendo de Alemania y cruzando el Rhin llegaron en Francia a la Plani-cie de Charlon, cuando Moltke, con tanta dificultad, movió 500.000 hombres sobre el mismo camino? “La cantidad de hombres en uno de estos casos sirve de verificación para la del otro caso”.Las investigaciones de Delbrück en cuanto a cantidad de

tropas reúnen algo más que un simple interés anticuario. En un tiempo, cuando el ejército alemán estaba aprendiendo a recoger enseñanzas de la histona, el destructor de mitos ayu-dó a impedir la deducción de conclusiones falsas. En la gue-rra y en el estudio de la guerra, las cantidades o efectivos fue-ron de la mayor importancia. Delbrück mismo señaló que "un movimiento que una tropa de 1.000 hombres ejecuta sin dificultad, es una tarea difícil para 10.000 hombres, una obra de arte para 50.000 y cosa imposible para 100.000”. Ninguna enseñanza puede deducirse de las campañas del pasado, salvo que se disponga de un informe exacto de los efectivos comprometidos.El Sachkritik tuvo otras finalidades. Por su intermedio Del-

brück se vio capacitado para reconstruir de una manera ló-gica los detalles de batallas aisladas y su éxito en hacerlo pro-dujo una impresión grande en la sección histórica del Estado Mayor General alemán. El General Groener ha confirmado

el valor de la investigación de Delbrück sobre los orígenes de esa formación de batalla no definida y siniestra que hizo posible el flanqueo; entretanto, es bien sabido que su des-cripción científica del movimiento de rodeo en Canaae tuvo gran influencia en las teorías del conde Schlieffen. Pero es su explicación de la batalla de Maratón, lo que tal vez consti-tuye el mejor ejemplo de la habilidad con la cual Delbrück reconstruyó los detalles de las batallas del pasado; tanto más cuanto que ellas ilustran, en la forma más clara, su creencia de que "si uno conoce el armamento y la forma de luchar de los ejércitos combatientes, entonces el terreno es un factor tan importante y elocuente para el carácter de una batalla, que en líneas generales uno puede atreverse a reconstruir su curso siempre que no existan dudas en cuanto al resultado".El ejército griego en Maratón estuvo constituido por sol-

dados de a pie pesadamente armados en formaciones de la falange primitiva, cuya maniobrabilidad estaba limitada al movimiento de avance lento. Fue enfrentado por un ejército inferior en cantidad, pero integrado por arqueros y caballe-ría altamente adiestrados. Herodoto había escrito que los griegos habían ganado la batalla mediante cargas de unos 4.800 pies en distancia, efectuadas a través de la llanura de Maratón y arremetiendo contra el centro de la línea persa. Delbrück señaló que eso constituía una imposibilidad físi-ca. Según el moderno manual de ejercicios alemán, sólo po-día esperarse que los soldados con todo su equipo pudieran correr por espacio de dos minutos recorriendo de 1.080 a 1.150 pies. Los atenienses no estaban tan livianamente ar-mados como el moderno soldado alemán y adolecían de dos desventajas adicionares. No eran soldados de profesión, sino civiles, y muchos de ellos excedían el límite de edad exigido en los ejércitos modernos. Además la falange era un cuerpo de hombres agrupados muy estrechamente que hacía impo-sible un movimiento rápido de cualquier clase. Una carga intentada recorriendo semejante distancia habría convertido a la falange en un tropel que sin dificultad alguna habría sido derrotado por los persas, que eran soldados de profesión.Las tácticas descriptas por Herodoto eran evidentemente

imposibles de realizar tanto más cuanto que la falange grie-ga era débil en los flancos, y podía ser rodeada por la caba-llería persa en cualquier encuentro sobre campo abierto. A Delbrück le pareció evidente que la batalla no había tenido lugar en la misma llanura de Maratón, sino en un pequeño valle existente hacia el Sureste, donde los griegos, para cual-quier movimiento de flanqueo, contaban con la protección de montañas y bosques. El hecho de que Herodoto diga que los ejércitos adversarios demoraron el encuentro algunos días demuestra que Milcíades, el comandante ateniense, había elegido una posición fuerte le y que dada la forma táctica del Ejército griego, la posición en el Valle de Brana era la única posible. Más aún, esa posición dominaba el único camino que conducía a Atenas. Para llegar a la ciudad, los persas se vieron obligados a liquidar el ejército de Milcíades, o a dar por terminada toda la campaña, pero optamos per la prime-ra alternativa. La única explicación lógica de la batalla es, pues, que los persas, a pesar de su inferioridad numérica e imposibilidad de emplear sus tácticas de flanqueo, hicieron el ataque inicial, y que Milcíades pasando de la defensiva a la ofensiva en el momento crucial, aplastó el centro persa y limpió de enemigos el campo de batalla.Para el lector casual, la obra History of the Art of War es,

como muchos trabajos anteriores, una simple colección de esa clase de batallas Pero el cuidado con que Delbrück re-construyó las batallas era necesario dado su propósito princi-

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pal. Se percató de que con el estudio de las batallas-maestras las personas estudiosas podían tener un panorama de la tácti-ca de una época y que en base a eso podían proceder a inves-tigar problemas mayores. Las batallas maestras son impor-tantes no sólo como manifestaciones típicas de su tiempo, sino como indicadores de camino en el desarrollo progresivo de la ciencia militar. En un sentido, Delbrück, así como el joven oficial de Proust, creyó que las batallas del pasado eran "la literatura, la enseñanza, la etimología y la aristocracia de las batallas de hoy”.Mediante la reconstrucción de batallas separadas buscó con-

tinuidad en la historia militar, y de ese modo su Sachkritik le permitió desarrollar los tres mayores temas que dan a su trabajo un significado y una unidad que sobre ese tema no se halla en libro anterior alguno; vale decir, la evolución de los métodos tácticos desde los persas hasta Napoleón, la relación mutua entre la guerra y la política vista a través de la historia, y la división de toda estrategia en dos formas básicas.La descripción de Delbrück de la evolución de los cuerpos

tácticos, ha sido considerada como una de las más impor-tantes contribuciones al pensamiento militar. Estuvo inte-resado en descubrir las razones de la supremacía militar de los romanos en el mundo antiguo. Buscando una clave para comprender este problema, llegó a la conclusión de que su éxito se basó en la excelencia de sus métodos tácticos. Fue la evolución gradual de la primitiva falange griega hacia el cuer-po táctico altamente coordinado empleado por los romanos lo que contenía "el significado esencial del antiguo arte de la guerra". Volviendo después al periodo moderno, Delbrück argumentó que fue el restablecimiento de cuerpos táctico, no distintos de los romanos, efectuados en las guerras entre Sui-za y Borgoña y su mejoramiento y perfección hasta la era de Napoleón, lo que dio unidad a la historia militar moderna. E1 cambio en la historia de la guerra antigua se produjo en

la batalla de Cannae, donde los cartagineses, al mando de Aníbal, arrollaron a los romanos en la más perfecta de las batallas tácticas que han tenido lugar. ¿Cómo pudieron los romanos reponerse de ese desastre, llegar a derrotar a los car-tagineses y ejercer eventualmente supremacía militar sobre todo el mundo de la antigüedad? La respuesta debe buscarse en la evolución de la falange. En Cannae, la infantería ro-mana estaba formada por un cuerpo que en esencia era el mismo que había ganado la batalla de Maratón. Las debilida-des básicas de la falange habían puesto al ejército romano en manos de Aníbal. Los flancos expuestos y la incapacidad de la retaguardia romana para maniobrar independientemen-te de la masa del ejército, hicieron imposible a los romanos impedir la ejecución de la táctica de rodeo empleada por la caballería cartaginense. Pero en los años siguientes al de la batalla de Cannae se introdujeron notables cambios en la forma de presentar batalla de los romanos. "Los romanos primeramente articularon la falange, después la dividieron en columnas (treffen), y finalmente, la subdividieron en un gran número de pequeños cuerpos táctico, que estaban ca-pacitados tanto para cerrarse en una unión compacta e im-penetrable como para cambiar con consumada eficacia la forma típica de separarse entre sí y de girar en tal o cual dirección”. Para los investigadores modernos de la guerra ese cambio parece tan natural que apenas si merece que se le preste atención. Su realización, sin embargo, fue en extre-mo difícil y de todos los pueblos antiguos, únicamente los romanos lograron realizarlo. En su caso, esa realización fue posible únicamente a través de cien años de experiencia -en el curso do los cuales el ejército, de su carácter civil, pasó al

de profesional- y del marcado interés en la disciplina militar que distinguió al sistema romano.Los romanos conquistaron el mundo, entonces, no a causa

de que sus tropas "fueran más valientes que las de sus adver-sarios, sino porque gracias a su disciplina, poseían cuerpos tácticos más poderosos”. Los germanos fueron el único pue-blo que impidió con éxito su conquista por los romanos, y su resistencia se hizo posible por disciplina natural inherente a sus instituciones políticas y por el hecho de que la columna ofensiva alemana, la Gevierthaufe , era un grupo táctico de gran eficacia. En realidad, en el curso de sus guerras con los romanos, los germanos aprendieron a imitar la articulación de la legión romana, maniobrando su Gevierthaufe inde-pendientemente o en unión con otras, según lo exigieran las circunstancias.Con la decadencia del Estado romano y la barbarización del

imperio tocó a su fin el progreso táctico que venía desarro-llándose desde los días de Milcíades. Los desórdenes políticos de la época que siguió al reinado de los Severo, debilitaron la disciplina del Ejército romano, minando gradualmente la ex-celencia de sus métodos tácticos. Al mismo tiempo, y debido a las grandes cantidades de bárbaros que eran admitidos en las filas, se hizo imposible aferrarse a la formación de batalla muy bien integrada que había sido ideada por espacio de va-rios siglos. La historia había demostrado que la infantería era superior a la caballería, únicamente cuando los soldados a pie estaban organizados en fuertes cuerpos tácticos. Después de eso, con la decadencia del Estado y la consiguiente dege-neración de la láctica, existió una tendencia creciente, en los nuevos imperios bárbaros del Oeste y también en el ejército de Justiniano de reemplazar la infantería por soldados mon-tados y pesadamente armados. A medida que esa tendencia iba ganando terreno, iban desapareciendo los días en que las batallas eran decididas por la táctica de la infantería, y Eu-ropa entró en un largo periodo en el cual la historia militar estuvo dominada por la figura de un caballero armado.Se ha acusado a Delbrück de sostener que el desarrollo de la

ciencia editar se vio detenido cuando la decadencia de Roma para comenzar de nuevo con el Renacimiento, y esa acu-sación está justificada. El elemento esencial en toda guerra desde los días de Carlomagno hasta la aparición de la infan-tería suiza en las guerras con Borgoña, fue el ejército feudal. Este, en opinión de Delbrück no era un cuerpo táctico. De-pendía de las cualidades combativas del guerrero individual: no había disciplina, ni unidad de comando, ni una efectiva diferenciación de las armas. En todo ese periodo, no se reali-zó progreso táctico alguno, y Delbrück se muestra inclinado a estar de acuerdo con el Yankee de Connecticut de Mark Twain, en que "cuando se llega a estudiar los resultados no puede diferenciarse una pelea de la otra, ni quien era el que azotaba". Es cierto que en Crecy, los caballera ingleses des-montaron y a pie combatieron en una batalla defensiva y que, en Azincourt, caballeros desmontados asumieron real-mente la ofensiva, pero estos fueron simples episodios, y no puede ser considerados como disposiciones que llevaran a la evolución de la infantería moderna.Fue entre los suizos y en siglo XV donde renació la infante-

ría independiente. "Con las batallas de Laupen y Sempach, Granson, Murten y Nancy volvemos a tener una a tropa a pie comparable a la falange y a las legiones". Los piqueros suizos se constituyeron en cuerpos semejantes al Gevierthaufe ale-mán, y en el curso de sus guerras contra los borgoñeses, per-feccionaron la táctica articulada, empleada por las legiones

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romanas. En Sempach, por ejemplo la infantería suiza estuvo dividida en dos cuerpos, uno para mantener una posición defensiva contra el enemigo montado, y el otro para descar-gar un golpe decisivo sobre el flanco del enemigo.La restauración de los cuerpos tácticos fue una revolución

militar comparable con la que siguió a la batalla de Cannae. Fue más bien esta restauración, que la introducción de las armas de fuego, lo que llevó a su fin a la guerra feudal. En Murten, Granson y Nancy las nuevas armas fueren emplea-das por los caballeros, pero no tuvieron efecto en el resultado de la batalla. Con la restauración del cuerpo táctico de in-fantería como decisivo en la guerra, los soldados montados pasaron a ser una simple caballería, una parte del ejército muy útil, pero de carácter complementario. En su cuarto volumen, Delbrück explica este acontecimiento nuevo y la evolución de la infantería moderna hasta la época del ejército permanente, terminando con una explicación de los grandes cambios en táctica que la Revolución Francesa hizo factible.La atención prestada por Delbrück a la aparición de los

cuerpos tácticos sirve no solo para dar una sensación de con-tinuidad a su historia militar, sino también para ilustrar el tema que consideró básico para su libro, o sea la relación existente entre la politica y la guerra. En todo periodo de la historia, señaló, el desenvolvimiento de la política y la evo-lución de la táctica estuvieron estrechamente relacionados. "La falange hóplita evolucionó de una manera muy diferente bajo los reyes de Macedonia que en la aristocrática república romana Beamten-Republik, y las tácticas del cohorte fueron mejoradas únicamente en relación con el cambio constitu-cional. Además, de acuerdo con su carácter, las centenadas de alemanes combatieron en forma bien diferente que los cohortes romanos."En Cannae, por ejemplo, el ejército romano fue derrotado

debido a sus tácticas pobres. Pero colaborando con esa de-bilidad aparecía el hecho de que el ejército estaba más bien compuesto por civiles sin adiestramiento que por soldados de profesión, y el hecho de que la constitución del Estado exigía que el alto comando se alternara entre dos cónsules. En los años siguientes a la batalla de Cannae la necesidad de un comando unificado fue, en general, reconocida. Después de realizar varios experimentos políticos, Pablo Cornelio Es-cipión fue, en el año 211 antes de Jesucristo, nombrado ge-neral en jefe de los ejércitos romanos en África, con tenencia continua asegurada en ese cargo mientras durara la guerra. La designación estaba violando en forma directa la constitu-ción del Estado y marcó el comienzo de la decadencia de las instituciones republicanas. La relación mutua entre la políti-ca y la guerra es, en este caso, manifiesta. "La importancia de la Segunda Guerra Púnica en la historia del mundo -escribe Delbrück- reside en que Roma efectuó una transformación interna que aumentó enormemente su potencialidad mili-tar", pero que al mismo tiempo cambió todo el carácter del Estado.Precisamente así como el elemento político predomina en

la perfección de las tácticas romanas, así también el derrum-bamiento de los métodos tácticos sólo puede ser explicado mediante un cuidadoso estudio de las instituciones políticas del imperio siguiente. Los desórdenes políticos y económicos del siglo ni tuvieron un efecto directo sobre las institucio-nes militares romanas. “La guerra civil permanente destruyó la cohesión que hasta entonces había mantenido unidas las sólidas paredes del ejército romano; la disciplina que consti-tuyó la importancia militar de las legiones."

En ninguna parte del libro History of the Art of War in-cluye Delbrück un estudio general de la relación existente entre la política y U guerra. Pero a medida que se traslada de una época histórica a otra, adapta lo puramente militar a su fondo general, ilustrando la estrecha relación existente entre las intituciones políticas y militares, y mostrando cómo los cambios en una esfera, llevan a la necesidad de establecer las correspondientes reacciones en la otra. Demostró que el Gevierthaufe alemán era la expresión militar de la organiza-ción pueblera de las tribus germanas y demostró la forma en que la disolución de la vida comunal alemana condujo a la desaparición del Gevierthaufe como cuerpo táctico. Demos-tró cómo las victorias de los suizos del siglo XV resultaron posibles a través de la fusión de los elementos democráticos y aristocráticos de los diversos cantones, y también de la unión de la nobleza urbana con las masas campesinas. Y en el pe-riodo de la Revolución Francesa demostró cómo el factor po-lítico, en ese caso, "la nueva idea de defender la madre patria, inspiró a la masa de los soldados con una voluntad tan mejo-rada, que nuevas tácticas pudieron ser desarrolladas". Que la política y la guerra estaban estrechamente relacionadas había sido aceptado corno una verdad incontestable aún antes del tiempo de Delbrück. Pero era una verdad incontestable que tenía que ser estudiada desde todo ángulo e ilustrada por acontecimientos verdaderos. El servicio prestado por Del-brück a los teóricos militares reside en la manera sistemática con que ilustró la función de los factores políticos y militares en toda época.La más notable de todas las teorías militares de Delbrück

fue ésa que sostenía que toda estrategia militar puede ser di-vidida en dos formas básicas. Esta teoría, formulada mucho antes de la publicación de su History of the Art of War, se encuentra resumida en forma conveniente en los volúmenes primero y cuarto de ese trabajo.Influenciados por el libro de Clausewitz On War, la gran

mayoría de los pensadores militares de los días de Delbrück creyeron que el objetivo de la guerra es la completa destruc-ción de las fuerzas del enemigo y que, por consiguiente, la batalla que realiza esto es el fin de toda estrategia. Las pri-meras investigaciones de Delbrück en historia militar lo convencieron de que este tipo de pensamiento estratégico no siempre había sido aceptado en forma general, y de que existían largos períodos en la historia en los que reinaba una estrategia completamente diferente. Descubrió, además, que Clausewitz mismo había admitido la posibilidad de la exis-tencia de más de un sistema estratégico. En una nota escrita en 1827, Clausewitz había sugerido que existían dos méto-dos sumamente distintos de conducir la guerra: uno, que se inclinaba exclusivamente al aniquilamiento del enemigo; el otro, el de una guerra limitada, en la que dicho aniquila-miento eraimposible, ya sea porque los objetivos políticos o las tensiones políticas comprometidas en la guerra eran pe-queñas, o porque los medios militares resultaban inadecua-dos para llevar a cabo ese aniquilamiento.Clausewitz no vivió lo suficiente como para poder hacer

algo más que sugerir U existencia de las dos formas de con-ducir la guerra; Delbruck decidió aceptar ese discernimiento y exponer los principios inherentes a cada una. A la primera forma de guerra, a la que Clausewitz había dedicado el libro On War la llamó Niederwerfungsstrategie, o sea, la estrategia del aniquilamiento. Su único objetivo era la batalla decisiva, y el general en jefe solo tenía que apreciar la posibilidad de entrar a combatir en dicha batalla ce una situación dada.

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Al segundo tipo de estrategia Delbrück lo llamó variada-mente Ermattungs- strategie, o sea, estrategia de agota-miento y estrategia de dos polos. Se diferenciaba ésta de la estrategia de aniquilamiento en el hecho "de que la Nie-derwerfungsstrategie sólo cuenta con un polo, que es la ba-talla, en tanto que la Ermattungsstrategie tiene dos polos. La batalla y la maniobra, figurando entre ellas las decisiones del movimiento general” En la Ermattungsstrategie la batalla no sigue siendo el único objetivo de la estrategia; es sim-plemente uno de los varios medios igualmente efectivos de obtener los fines políticos de la guerra, sin ser en esencia más importante que la ocupación del territorio, la destrucción de cosechas o el comercio, y el bloqueo. Esta segunda forma de estrategia no es ni una simple variación de la primera, ni una forma inferior a ella. En ciertos periodos de la historia, debido a factores políticos o a la pequeñez de los ejércitos, ha sido la única forma de estrategia que podía ser empleada. La tarea que impone al comandante es casi tan difícil como esa exigida por la estrategia de aniquilamiento. Con recursos limitados a su disposición, la Ermattungsstrategie debe de-cidir cuál de los varios medios de conducir la guerra mejor conviene a su propósito, cuándo se debe combatir y cuando se debe maniobrar, cuándo debe obedecerse a la ley de "la temeridad" y cuándo hay que obedecer a la de "economía de fuerzas". "La decisión es, por lo tanto, subjetiva, tanto más cuanto que en ningún momento son conocidas en for-ma completa y autoritativa, las circunstancias y condiciones reinantes; especialmente lo que está ocurriendo en el campo enemigo. Después de una cuidadosa consideración de todas las circunstancias —el objetivo de la guerra, las fuerzas com-bativas, las repercusiones políticas, la individualidad del co-mandante enemigo y del gobierno y pueblo enemigo, como así las suyas propias—. El general debe decidir si una batalla es o no aconsejable. Puede llegar a la conclusión de que debe evitarse a cualquier costo entrar en cualquier otra acción ma-yor; también puede decidirse a buscar la batalla en cualquier ocasión para no establecer diferencia esencial alguna entre su conducta y la de la estratega de un polo." Entre los grandes comandantes del pasado que han sido es-

trategos de aniquilamiento, figuran Alejandro, Julio César y Napoleón. Pero generales igualmente grandes han sido expo-nentes de la estrategia Ermattungsstrategie. Entre ellos, Del-brück citó a Pericles, Belisario, Wallestein, Gustavo Adolfo y Federico el Grande. La inclusión del último nombre signi-ficó para el historiador todo un diluvio de críticas enojosas. Quienes más lo criticaron fueron los historiadores del Estado Mayor General, quienes, convencidos de que la estrategia de aniquilamiento era la única estrategia buena, insistieron en que Federico fue un precursor de Napoleón. Delbrück contestó que sostener ese punto de vista era hacerle a Fe-derico un grave deservicio. Si Federico fue un estratego de aniquilamiento, ¿cómo podía explicarse el hecho de que en 1741, con 60.000 hombres bajo su mando rehusara atacar a un ejército ya derrotado de solo 20.000 hombres, o que en 1745, después de su gran victoria en Hohenriedberg, pre-firiera recurrir de nuevo a una guerra de maniobras? Si los principios de la estrategia Niederwerfungsstrategie debían ser considerados como el único criterio para juzgar las cua-lidades de un general, Federico aparecería como una figura muy pobre. Sin embargo, la grandeza de Federico residió en el hecho de que no obstante darse cuenta de que sus recur-sos no eran lo suficientemente grandes como para permitirse procurar una batalla en cada ocasión, fue, no obstante eso, capaz hacer uso efectivo de otros principios estratégicos a fin

de ganar sus guerras.Los argumentos de Delbrück no convencían a sus críticos.

Tanto Colmar von der Goltz como Federico von Bernhardi se mostraron contrarios a él y sobrevino una guerra en el pa-pel que duró más de veinte años. Delbrück, que gustaba de las controversias, era incansable en contestar refutaciones a su teoría. Pero su concepto de Ermattungsstrategie fue recha-zado por un cuerpo de oficiales adiestrados en la tradición de Napoleón y de Moltke y convencidos de la posibilidad de la guerra corta, decisiva.Con todo, los críticos militares pasaron completamente por

alto la mayor importancia de la teoría estratégica de Del-brück. La historia demostraba que no podía existir una sola teoría de estrategia que fuera buena para cada época. Como toda fase de la guerra, la estrategia estaba íntimamente ligada con la política, con la vida y con el poder de! Estado. En la guerra del Peloponeso, la debilidad política de Atenas, com-parada con la de la Liga que la enfrentó, determinó la clase de estrategia seguida por Pericles. De haber intentado este seguir los principios de la Niederwerfungsstrategie, como más tarde lo hiciera Cleon, el desastre habría sobrevenido automáticamente. La estrategia de las guerras de Belisario en Italia estuvo de-

terminada por las relaciones políticas intranquilas existentes entre el imperio bizantino y los persas. "Aquí, como siem-pre, fue la política la que determinó la administración de la guerra y la que prescribió su curso a la estrategia." Además, "la estrategia la Guerra de tos Treinta Años estuvo determi-nada por las relaciones políticas cambiantes, y en extremo complicadas y generales como Gustara Adolfo, cuya valentía personal e inclinación hacia la batalla eran incuestionables, se vieron, así todo, obligados a hacer una guerra limitada. No fueron las batallas ganadas por Federico el Grande las que lo convirtieron en un gran general, sino más bien su perspicacia política y la conformidad de su estrategia con la realidad po-lítica. Ningún sistema estratégico puede llegar a bastarse a si mismo; una vez hecho el intento de hacerlo, para divorciarlo de su contextura política, el estratego se convierte en una amenaza para Estado.La transición de la guerra de dinastías a la guerra nacional,

Las victorias de los años 1864. 1866 y 1870, el inmenso a aumento registrado por el potencial de guerra de la nación, parecían demostrar que la estrategia Niederwerfungsstrate-gie era la forma natural de la guerra para la época moderna. Recién por el año 1890 Delbrück mismo, no obstante tu insistencia en la relatividad de la estrategia, pareció haberse convencido de que eso era cierto. Además, en los últimos años del siglo XIX, el ejército en masa de allá por el año 1860, estaba siendo transformado en el Millionenheer , que combatió en la guerra mundial. ¿No podía esa transforma-ción hacer imposible la aplicación de la estrategia de aniqui-lamiento y preconizar un retorno a losprincipios de Pericles y Federico' ¿No se encontraba el Estado en grave peligro mien-tras el Estado Mayor General rehusara admitir la existencia de sistemas de estrategia alternos? Estas preguntas, implí-citas en todos los escritos militares de Delbrück, estuvieron constantemente en sus labios cuando Alemania entró en la Guerra Mundial.IIIComo Delbrück fuera el principal experto civil de Alema-

nia en asuntos militares, sus escritos de los anos de la guerra de1914 a 1918, resultan de mucho interés. En el carácter de comentarista militar, sus fuentes de información no fueron,

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en modo alguno, superiores a las de otros miembros de la prensa diaria y periódica Al igual que ellos se vio obligado a depender de los comunicados hechos por el Estado Mayor General, de los relatos que aparecían en la prensa diaria y de los informes de países neutrales. Si sus relatos de la guerra se distinguían por su amplitud de miras y comprensión no co-múnmente halladas en las lucubraciones de les comentaristas civiles, dio se debía a su conocimiento técnico de la gue-rra moderna y al sentido de perspectiva que había obtenido con su estudio de la histona. En sus comentarios mensuales publicados en el Preussische Jahrbücher, se puede encontrar una nueva y mayor exposición de los principios delineados en sus trabajos históricos, y en especial, de su teoría de es-trategia y su énfasis en la relación recíproca entre la guerra y la política.Cumpliendo con la estrategia de Schlieffen, el ejército ale-

mán pasó rápidamente a Bélgica en 1914 con el propósito de aplastar la resistencia francesa en forma rápida y luego llevar todo el peso de su poderío contra Rusia. Esa era la estrate-gia Niederwerfungsstrategie en su última forma, y Delbrück mismo consideró justificada esa determinación en el primer mes de la guerra. Al igual que muchos de sus compañeros de prensa, era muy relativo su temor por una oposición francesa eficaz. La inestabilidad de la política francesa no podía sino tener un efecto deletéreo en las instituciones militares de Francia. "Es imposible que un ejército que ha tenido cuaren-ta y dos ministros de guerra en cuarenta y tres años, sea capaz de contar con una organización funcional eficaz." Tampoco se dio cuenta de que Gran Bretaña era capaz de presentar una resistencia continuada. Creyó que su desenvolvimiento po-lítico último haría imposible que pudiera ella crear algo más que una fuerza conocida. Inglaterra siempre había confiado en pequeños ejércitos profesionales, el establecimiento de la conscripción universal de una conscripción universal sería psicológica y políticamente imposible. "Todo pueblo es el hijo de su historia, de su pasado, y puede apartarse de ellos, tanto como un hombre puede separarse de su juventud”.Cuando el primer gran empuje ofensivo alemán no alcanzo

a llegar a su meta y sobrevino el largo periodo de guerra de trincheras, Delbrück, sin embargo presintió una revolución estratégica de capital importancia. Como en el Oeste, las opera-ciones continuaban en estancación, sobre todo después del

fracaso de la ofensiva de Verdún, pasó a convencerse cada vez más de que el pensamiento estratégico del alto comando tendría que ser modificado. En el Oeste, al menos, la fuer-za defensiva estaba a la orden del día, un hecho "tanto más significativo cuanto que, antes de la guerra, la preeminencia de la ofensiva fue siempre proclamada y explicada con una parcialidad bastante excepcional en la teoría de la estrategia fomentada en Alemania" Por ese entonces, se hizo evidente que las condiciones en el Frente Occidental se aproximaban a las de la época de la Ermattungsstrategie . “Aunque esta guerra ya nos ha traído muchas novedades, a pesar de eso es posible encontrar en ella ciertas analogías históricas: por ejemplo, la estrategia de los tiempos de Federico con sus posiciones inexpugnables, su artillería en creciente poder; sus fortificaciones en tierra; sus decisiones tácticas poco fre-cuentes, y sus consiguientes largos retiros de tropas, presenta similitudes inequívocas con la guerra de hoy, que es de posi-ción y agotamiento (Stellung und Ermattungsskrieg)”. En el Oeste no era posible confiar en la batalla decisiva. Alemania tendría que encontrar otros medios de imponer su voluntad sobre el enemigo.

Para diciembre de 1916, Delbrück señalaba que “por favo-rable que sea nuestra p posición militar, la prolongación de la guerra difícilmente mejorará nuestra situación como para simplemente permitirnos dictar la paz”. Una victoria com-pleta aplastante de las armas alemanas era improbable, si no imposible”. Eso no significaba, sin embargo, que Alemania no pudiera “ganar la guerra”. Su situación interior no solo desunió a sus adversarios, sino que le permitió conservar la iniciativa. Su poderío era tan formidable que no debía re-sultar difícil convencer a sus adversarios de que Alemania no podía ser derrotada. Mientras una firme defensiva en el Oeste minaba la voluntad de las tropas aliadas, el alto co-mando podía estar bien informado para lanzar sus fuerzas más poderosas contra los puntos más débiles existentes en la coalición aliada: contra Rusia e Italia. Una ofensiva con-centrada contra Rusia, completaría la desmoralización de los ejércitos del Zar, pudiendo muy bien precipitar una revolu-ción en San Petersburgo. Una ofensiva austroalemana exitosa llevada contra Italia, no solamente tendría un enorme efecto moral en Gran Bretaña y en Francia, sino que amenazaría las comunicaciones de Francia con África del Norte.En la opinión de Delbrück, pues, la estrategia de Alemania

debía ser orientada hacia la destrucción de la coalición ene-miga y el consiguiente aislamiento de Inglaterra y de Francia. En este sentido, era igualmente importante que no se adop-tara medida alguna que pudiera aportar nuevos aliados a las potencias occidentales. Delbrück se opuso siempre firme-mente a la campaña submarina, que acertadamente temió, haría entrar en la guerra a los Estados Unidos.Pero en el último análisis de si la guerra seria ganada por

Alemania. El gobierno tendría que demostrar una clara com-prensión de las realidades políticas implícitas en el conflic-to. Como la guerra en el Oeste se había convertido en una Ermattungskrieg, el aspecto político del conflicto había au-mentado en importancia. “La política es el factor dominante y limitativo; las operaciones militares son únicamente uno de sus medios." Debía idearse una estrategia política para de-bilitar la voluntad del pueblo en Francia y en Gran Bretaña.En el campo político, Delbrück se había apercibido desde

el principio de la guerra, de que Alemania sufría las conse-cuencias de una debilidad estratégica muy real. "Como con-secuencia de nuestra política estrecha de germanización en los distritospolacos y daneses de Prusia, hemos llegado a tener en el

mundo la fama de no ser los protectora, sino los opresores de las pequeñas nacionalidades”. Si esta reputación se hubiera visto confirmada en el curso de la guerra, habría servido de incentivo moral a los enemigos de Alemania y comprome-tido la esperanza de una victoria final. Volviendo a la histo-ria. Delbrück argumentó que el ejemplo de Napoleón debía servir de advertencia a los líderes políticos de Alemania. Las victorias más abrumadoras del emperador habían servido únicamente para fortificar la voluntad de sus adversarios y volver más fácil su derrota final. "Dios no permita que Ale-mania entre en el camino de la política de Napoleón… Eu-ropa se encuentra unida en esta única convicción: jamás se someterá a una hegemonía forzada sobre ella por un solo Estado." Delbrück creyó que la invasión a Bélgica había sido una

necesidad estratégica, pero era, con todo, un movimiento desafortunado, porque parecía confirmar la sospecha de que Alemania estaba inclinada a la subyugación y anexión de pequeños estados. Desde setiembre de 1914 hasta el fin de

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la guerra, Delbrück continuó insistiendo en que el gobier-no alemán debía lanzar una renuncia categórica a cualquier propósito deliberado suyo de anexar Bélgica al finalizar las hostilidades. Argumentó que Gran Bretaña nunca firmaría la paz mientras existiera el peligro de que Alemania retuviera la costa de Flandes. El primer paso para debilitar la resisten-cia de las potencias occidentales era manifestar claramente que Alemania no tenía anhelos territoriales en el Oeste y que sus objetivos de guerra "no perjudicarían en modo alguno la libertad y el honor de otros pueblos".La mejor manera de convencer a las potencia occidentales

de que Alemania no buscaba la dominación del mundo, fue quizás la de hacer evidente que Alemania no ponía objecio-nes a una paz negociada. Delbrück se había mostrado a favor dedicha paz desde la contraofensiva aliada del Marne, ocurrida

en setiembre de 1914 Creyó firmemente que la guerra había sido originada por una agresión rusa y no vio razón algu-na para que Gran Bretaña y Francia continuaran luchando contra la única potencia que estaba "cuidando a Europa y Asia de la dominación de Moskowitertum " A medida que la guerra se prolongaba, iba sintiéndose fortalecido en su con-vicción de que una sincera buena voluntad para entrar en negociaciones, ganaría para Alemania una victoria que las armas solas se hubieran visto incapacitadas de obtener, y des-pués de la entrada de Estados Unidos en la guerra predijo abiertamente la derrota, salvo que los líderes de Alemania emplearan esa arma. Se sintió, por lo tanto, entusiasmado con la aprobación por el Reichstag del Acuerdo de Paz de ju-lio de 1917 por sentir que ella haría más en el debilitamiento de la resistencia de las potencias occidentales, que cualquier posible nueva ofensiva realizada enfrente occidental.Delbrück ni por un momento titubeó en su creencia de que

el Ejército alemán era el mejor del mundo, pero se dio cuen-ta de que esa ventaja no era suficiente. Durante todo el año 1917 insistió continuamente en un mismo tema: "Debemos mirar los acontecimientos de frente -que en cierto sentido te-nemos todo el mundo unido contra nosotros- y no debemos ocultar entre nosotros mismos, el hecho de que si tratamos de entrar a conocer las razones básicas para esta coalición mundial, tropezaremos una y otra vez con el motivo del temor de la hegemonía mundial alemana. .. El temor al des-potismo alemán es uno de los hechos de mayor peso que debemos computar: uno de los factores más fuertes en poder del enemigo".Hasta tanto ese temor no fuera vencido, la guerra conti-

nuaría. Podía dejar de existir únicamente con una estrategia política basada en la renuncia a toda ambición territorial en el Oeste y una buena voluntad para entrar en negociaciones.Para Delbrück, las condiciones de la guerra actual, tal como

ellas eran, resultaban comparables en cierto modo a las del siglo XVIII; lo mismo ocurría con este mayor énfasis dado a los aspectos políticos de la guerra, que estaba en completo acuerdocon los principios de la Ermattungusstrategie, tal como la

practicara Federico el Grande. Cuando el ejército alemán inició su campana de 1914, había arriesgado todo en la ba-talla decisiva y había fracasado. Delbrück habrá relegado en-tonces lasoperaciones militares a una posición subordinada. La bata-

lla ya no era en si un fin sino un medio. Si las doctrinas po-líticas de Alemania fracasaban de entrada en convencer a las potencias occidentales de que la paz era deseable, una nueva

ofensiva militar podía ser emprendida a fin de dar término a esa vacilación. Pero únicamente una coordinación tal entre el esfuerzo militar y el programa militar podrían llevar la guerra a un fin satisfactorio.En su deseo por una estrategia política que fuera eficaz en

debilitar la resistencia del enemigo, Delbrück se mostró se-riamente desilusionado. Resultó evidente ya por el año 1915 que importantes sectores de la opinión pública alemana consideraban la guerra como un medio de adquirir nuevo territorio no sólo en el Este, sino en el Oeste de Europa. Cuando Delbrück instó por una declaración de buena vo-luntad para evacuar Bélgica, fue saludado por una gritería injuriosa y acusado por el Deutsche Tageszeitung de ser "ser-vicial a nuestros enemigos en países extranjeros". Las alter-nativas de la guerra no disminuyeron los deseos de botín, y el poderoso Vaterlandspartie que era el más importante de los grupos anexionistas ejerció en tal sentido una poderosa influencia sobre los gobiernos de Alemania. No sólo no hizo el gobierno alemas declaración alguna relativa a Bélgica, sino que tampoco dejó clara su posición en el asunto de una paz negociada. Cuando en 1917 se discutía el Acuerdo de Paz, Hindenburg y Ludendorff amenazaron con renunciar si el Reichstag aprobaba esa medida. Después de la aprobación del acuerdo el alto comando ejerció su influencia en forma tan efectiva, que el gobierno no se atrevióa hacer de ese acuerdo la clave de su política. Como resul-

tado de la llamada crisis de julio de 1917, las potencias oc-cidentales se vieron incitadas a creer que las manifestaciones del Reichstag carecían de sinceridad, y que los líderes de Ale-mania seguían todavía inclinados hacia la dominación del mundo.Para Delbrück la crisis de julio tuvo un significado mayor.

Dentro del gobierno demostró casi una falta de dirección política y una tendencia creciente por parte de los militares de dominar la forma de la política. Gneisenau había subor-dinado gustosamente sus miras a las de Hardenberg; Moltke –aun cuando a veces de mala gana- se había inclinado hacia el criterio político de Bismarck. Después de eso, en los tiem-pos de la mayor crisis de Alemania, los militares estuvieron haciéndose cargo por completo de ese asunto, pero no existía entre ellos hombre alguno que tuviera la debida apreciación de las necesidades políticas del día. Por todas sus ventajas militares. Hindenburg y Ludendorff pensaban todavía úni-camente en lo relativo a una victoria militar decisiva sobre las potencias occidentales, una Niederwerfung que pusiera en sus manos a la Europa Occidental. Fue con un creciente sentimiento de desesperación que Delbrück escribió “Atenas se vio condenada a su ruina en la Guerra del Peloponeso porque Pericles no tuvo sucesor”.En Alemania contamos con suficiente Cleones fogosos.

Quienquiera que crea en el pueblo alemán confiará que no sólo cuenta con grandes estrategos entre sus hijos, sino tam-bién con ese agraciado hombre de estado en cuyas manos la necesidad del tiempo pondrá las riendas para la dirección de la política exterior. Pero ese agraciado hombre de estado jumas apareció, y los fogosos Cleones predominaron.Fue, por consiguiente, con muy poca confianza que Del-

brück contempló la iniciación de la ofensiva alemana ce 1918. “Es obvio –escribió- ningún cambio puede ser hecho en los principios que he expuesto aquí desde el comienzo de la guerra, la disensión con respecto a nuestros objetivos de la guerra en el Oeste continua manteniéndose”. Insistió en que la estrategia no es algo en lo abstracto; no puede ser

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divorciada de las consideraciones políticas. "La gran ofensiva estratégica debiera haber sido acompañada y reforzada por una ofensiva política similar, que hubiera actuado sobre el frente metropolitano de nuestros enemigo de la misma ma-nera como Hindenburg y los hombres de uniforme color kaki trabajaron en las líneas del frente." ¿Cuál hubiera sido el resultado si el gobierno alemán hubiera llegado a anun-ciar, catorce días antes de abrir la ofensiva, que deseaba nego-ciar firmemente una paz, y que después de dicha paz Bélgica sería evacuada? Lloyd George y Clemenceau podrían haber considerado esas manifestaciones como signos de debilidad alemana. Y después de eso, a medida que la ofensiva fuera progresando, ¿seguirían todavía en el timón Lloyd George y Clemenceau. Lo dudo mucho. Aún ahora podríamos estar sentados ante la mesa de conferencias.Debido al fracaso en coordinar los aspectos militares y po-

líticos de la guerra, Delbrück tuvo la sensación de que la ofensiva conduciría, a lo sumo, a simples triunfos tácticos y que no tendría gran importancia estratégica Pero aun así no sospechó que esto constituía la última jugada de los es-trategos de aniquilamiento, y la forma repentina y completa del derrumbe alemán lo sorprendió por completo. En la edición de noviembre de 1918 del Preussische Jahrbücher, hizo a sus lectores una apología curiosa y reveladora. "Que grandes han sido mis errores -escribió-. Por malas que las cosas parecían hace cuatro semanas, no perdí, a pesar de eso, la esperanza de que el frente, por vacilante que estuviese, se mantendría y obligaría al enemigo a un armisticio llamado a proteger nuestras fronteras". En una frase que ilustra la responsabilidad que aceptaba corno comentarista militar del pueblo alemán, agregó: "Admito que con frecuencia me he expresado más confiadamente de lo que he sentido de alma. En más de una ocasión me he dejado engañar por el tono seguro de los comunicados e informes del ejército y de la marina". Pero a pesar de esos errores en juzgar las cosas, dijo que podía sentirse orgulloso del hecho de que siempre había insistido en que el pueblo alemán tenía el derecho de escu-char la verdad, aun siendo esta mala, y que en su constante prédica de moderación política, había tratado de indicarle el camino de la victoria”.Fue también dentro de ese espíritu que Delbrück hizo su

más completo análisis y sus críticas más minuciosas de las operaciones militares de la última fase de la guerra. Esto lo hizo en sus dos informes del año 1922, presentados ante el Cuarto Subcomité de la comisión que después de la guerra fue nombrado por el Reichstag para investigar las causas del derrumbe alemán del año 1918. En su testimonio presenta-do ante ese subcomité, Delbrück reiteró los argumentos que había publicado en las columnas del Preussische Jahrbücher, pero el retiro de toda restricción de censura le permitió hacer una crítica mucho más detallada del aspecto militar de la ofensiva de 1918, de lo que había sido posible hacer durante el curso de la guerra.El cargo principal de la crítica de Delbrück estuvo dirigi-

do contra Ludendorff, quien concibió y dirigió la ofensiva de 1918. Tuvo la sensación de Ludendorff solamente en un sentido había demostrado poseer hasta la debilidad militar. Tenía "preparado el ataque, tanto en cuanto al adiestramien-to anterior de las tropas, como al momento de tomar al ene-migo por sorpresa, en tu forma magistral y con la mayor energía y circunspección”. Pero las ventajas de esta prepara-ción preliminar fueron sobrepasadas por varias debilidades fundamentales y por crasos errores en cuanto a pensamiento estratégico. En primer lugar, el ejército alemán, en vísperas

de la ofensiva, no estaba en condiciones de asestar contra el enemigo un golpe final. Su superioridad numérica era pequeña, y en reservas resultaba muy inferior al enemigo. Su equipo era en muchos sentidos igualmente inferiores y se encontraba en situación de gran desventaja por un siste-ma de abastecimientos defectuoso y un almacenamiento de combustible insuficiente para proveer a sus unidades moto-rizadas. Estas desventajas se hicieron presentes antes de la iniciación de la ofensiva, pero no fueron tenidas en cuenta por el alto comando.Ludendorff, sin embargo, estuvo lo suficientemente al tanto

de esas debilidades, como para poder admitir la imposibili-dad de asestar golpes al enemigo, en el punto donde podía haberse obtenido el mayor éxito estratégico. Empleando sus propias palabras “la táctica debía ser valorada más que la es-trategia pura". Eso significaba, en realidad, que él atacaba los puntos donde más fácil era irrumpir y no esos puntos donde el objetivo anunciado por la ofensiva podía ser me-jor cumplido. La finalidad estratégica de la campaña era el aniquilamiento del enemigo. "A fin de lograr el objetivo es-tratégico -la separación del ejército británico del francés y el consecuente arrollamiento del primero- el ataque habría sido mejor dispuesto siguiendo el curso del rio Somme. Luden-dorff, sin embargo, había ampliado el frente ofensivo unas cuatro millas más al Sur debido a que el enemigo parecía ser allí especialmente débil”. El ala defensiva del ejército a las órdenes de Hutier irrumpió en ese punto, pero ese mismo éxito significó desventajas para el desarrollo de la ofensiva, pues su avance se adelantó mucho de la verdadera ala ofen-siva, que actuaba a las órdenes de Below y operaba contra Arras. Cuando las fuerzas de Below fueron frenadas, "nos vimos obligados a seguir con cierto apremio el camino de Hutier en su triunfo... con lo cual la idea de la ofensiva re-sultó cambiada y evocado el peligro de tener que dispersar nuestras fuerzas".En resumen, siguiendo la línea táctica de menor resistencia,

Ludendorff inició una política de improvisación desastrosa, violando el primer principio de esa Niederwerfungsstrategie que declaró estaba próximo a entrar en función. "Una estra-tegia que no es predicada en base a una decisión absoluta, al aniquilamiento del enemigo, pero que es realizable ases-tando golpes separados, puede hacerlo ahora en este lugar, después en otro y así sucesivamente. Mas una estrategia que intenta llevar las cosas a la decisión, debe hacerlo donde fue asestado el primer golpe ventajoso”. Lejos de obedecer a este precepto. Ludendorff y Hindenburg operaron sobre el prin-cipio de que cuando se crean dificultades en un sector, deben asestarse nuevos golpes en otro. Como resaltado de eso, la gran ofensiva degeneró en una serie de acometidas separadas, carentes de coordinación y de resultados beneficiosos.La falla fundamental de la ofensiva fue el fracaso del alto

comando en ver claramente qué podía ser logrado por el ejér-cito alemán en 1918 y el fracaso en adaptar su estrategia a sus potencialidades. Sobre este punto, Delbrück volvió al tema principal de todo su trabajo como historiador y publicista. El poder relativo de las fuerzas combatientes fue tal, que el alto comando debió haberse dado cuenta de que el aniquilamien-to del enemigo ya no era posible. El objetivo de la ofensiva de 1918, por lo tanto, debió haber consistido en fatigar tanto al enemigo como para hacer que estuviera dispuesto a nego-ciar una paz. En sí, esto hubiera sido posible únicamen-te en el caso de que el gobierno alemán hubiera expresado su propia voluntad de llegar a semejante clase de paz. Pero una vez aclarada esa declaración, el ejército alemán habría

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logrado una gran ventaja estratégica iniciando su ofensiva. Su ofensiva podía, después de eso, combinarse con el poderío a su disposición Podía atacar con seguridad en los puntos que reportaran ventajas tácticas –vale decir, donde el éxito resultara más fácil- puesto que hasta los triunfos de menor importancia podrían entonces tener efecto moral redoblado sobre las capitales del enemigo. En 1918, el alto comando fracasó y perdió la guerra debido a que descuidó la enseñanza más importante de la guerra: la relación recíproca entre la política y la guerra. "Recordando esa frase fundamental de Clausewitz, ninguna idea estratégica puede ser considerada por completo sin entrar a considerar el fin político”.IVEl historiador militar ha sido, por lo general, una especie de

inconveniente, juzgado con sospechas tanto por sus colegas profesionales como por los militares cuyas actividades pro-cura retratar. La sospecha de los militares no es difícil de ex-plicar. Surge en gran parte, del desprecio natural que el pro-fesional siente por el aficionado. Pero el recelo con que en su medio ambiente los académicos han mirado a los historia-dores tiene arraigos más profundos. En países democráticos, especialmente, surge de la creencia de que en el proceso his-tórico, la guerra es una aberración y que, por consiguiente, ese estudio de la guerra no es ni fructífero, ni conveniente. Es significativo que en su trabajo de carácter general On the Writing of History, el decano de los historiadores militares que viven, Sir Charles Oman, titulara el capítulo que trata su propio campo de actividades A Plead for Military History (Un argumento para la historia militar). Sir Charles observa que el historiador civil, frangollando en asuntos militares, ha sido un fenómeno excepcional, y eso lo explica al escribir: "Tanto los cronistas monásticos medievales como el moder-no historiógrafo liberal no tienen a menudo una noción más perfecta del significado de la guerra, del que ella involucra horrores de índole diversa y es acompañada de una lamenta-ble pérdida de vidas. Ambas clases de cronistas se esforzaron por disfrazar su ignorancia personal o aversión por los asun-tos militares mediante la depreciación de su importancia y su significado en la historia." El prejuicio que resentía a Oman fue sentido en forma igual-

mente aguda y durante toda su vida por Hans Delbrück. Cuando siendo un hombre relativamente joven, dedicó sus aptitudes al estudio de la histona militar, halló que quienes tenían su mismo arte u oficio consideraban con demasiada frecuencia su especialidad como no merecedora de la energía gastada en ella. Si bien los académicos prusianos no se mos-traron tan listos como los historiadores liberales británicos para considerar a la guerra como una ocurrencia inhumana, ellos no estuvieron convencidos de que la absorción excesiva del estudio de los asuntos militares habilitaba a un hombre al reconocimiento académico y a los ascensos y emolumentos correspondientes. El ascenso de Delbrück a un profesorado completo fue, por cierto, demorado por su insistencia en que la historia de la guerra era tan importante como el descifra-do de !as inscripciones romanas y porque durante toda su vida, estuvo constantemente discutiendo la legitimidad de su campo histórico. En los comienzos de su carrera declaró que existía una necesidad imperiosa por parte de los historiadores "en llevar a la historia de la guerra no solamente cualquier interés incidental, sino también un interés profesional". En sus últimos años, mucho después de haber logrado una posi-ción segura en los círculos académicos, se desorbitó una vez más en las páginas de su obra World History (Historia del mundo), atacando a quienes insistían creer "que las batallas

y las guerras pueden ser consideradas como subproductos sin importancia en la historia del mundo”. La importancia de Delbrück en la historia del pensamiento

militar ha sido discutida casi tan amargamente como lo fue-ron sus privilegios académicos. Muchos de los descubrimien-tos de su Sachkritik han sido objetados o descartados como carentes de fundamento, mientras su teoría de la estrategia nunca ha sido aceptada en general, tacto por los historiado-res como por los militares. Pero es indudable que el libro History of the Art of War seguirá siendo uno de los mejores ejemplos de la aplicación de la ciencia moderna a la herencia del pasado, y por modificado que sea en los detalles, el volu-men del trabajo no ha de llegar a ser superado. Además, para una época en que la guerra ha llegado a con-

vertirse en la inquietud de todo hombre, el tema principal del trabajo de Delbrück, como historiador, y publicista, se constituye, ante todo y de inmediato, en un recuerdo y una advertencia. La coordinación de la política con la guerra es tan importante como lo era en la época de Pericles, y el pen-samiento estratégico que confía en sí mismo o que descuida el aspecto político de la guerra, soto puede conducir al de-sastre.

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Si los acontecimientos recientes son una guía, una con-vicción no reconocida de muchos de los responsables de las decisiones de seguridad nacional, civil y mi-

litar, es que la historia tiene poco que ofrecer al res-ponsable de la política de defensa de hoy. Asediado por la aceleración de los cambios actuales los líderes de alto nivel no parecen tener ni el tiempo ni la inclinación para mirar al pasado en busca de ayuda. Los eventos agolpan entre sí con demasiada rapidez. La tecnología madura demasiado rápido. Las crisis se suceden con demasiada brusquedad. Para hacer frente a un presente exigente y en-frentar un futuro ominoso, los líderes civiles y militares ac-tuales parecen estar poco dispuestos a complacer la reflexión sistemática sobre el pasado. Demasiado duro nuestro juicio? ¿Cómo explicar, política y

militarmente los supuestos anteriores a la invasión de Irak en 2003 que en gran medida hicieron caso omiso de la historia de la región, la planificación que descarta los retos poscon-flicto que habían surgido incluso en eventos mucho menos complicado como el derrocamiento del régimen corrupto de Manuel Noriega de Panamá trece años an-tes, y la lentitud sólo treinta años después de Vietnam para reconocer y tratar con la insurgencia que siguió a la caí-da del régimen de Saddam Hussein ?1 El exceso de confianza en su capacidad de controlar el futuro, de los responsables de la planificación de la invasión escogió deliberadamente o por descuido ignorar la historia. El futuro, por desgracia, resultó demasiado igual que el pasado. Como Yogi Berra hu-biera dicho, Iraq era un “deja vu” de nuevo. Eso, también, es un fenómeno histórico tristemente familiar.2 De hecho, la tendencia líderes políticos y militares es asumir que la historia es no sólo una novela sino peculiarmente poco norteamericano. A lo largo de la historia, los líderes e insti-tuciones han manifestado en repetidas ocasiones una igno-rancia casi intencional del pasado.3 Uno de los grandes mitos del siglo XX es que los ejércitos

sólo estudian su última guerra y por lo tanto actúan mal en la siguiente. Eso, por ejemplo, es la explicación convencio-nal para la derrota militar de los aliados franco-británicos de 1940. De acuerdo con ese argumento, las fuerzas armadas 1 Para ser justos, algunos notables advirtieron de estas dificulta-

des. El ex asesor de seguridad nacional Brent Scowcroft y comandantes combatientes retirados regionales como Anthony Zinni , Wesley Clark , y John Shalikashvili vienen a la mente , al igual que entonces jefe del Estado Mayor Eric Shinseki , el único oficial superior en servicio activo deseando pública-mente disputar las estimaciones más optimistas de la administración. Para su angustia, fueron ignorados o difamados.2 Para el estudio de cuadros de líderes políticos y militares y

sus burocracias en la realización de la estrategia a través de las épocas, ver Williamson Murray, MacGregor Knox, y Alvin Bernstein , The Making of strategy, (Cambridge , 1996 )3 Muchos de los soldados de mayor éxito de la historia eran estudiantes

de la historia militar y no pocos escribieron por sí mismos, incluyendo Tucí-dides, Julio César, Ulysses Grant y William Slim. La correlación entre la ignorancia histórica y la incompetencia militar es igualmente demasiado consistente para descartarla como accidental.

IntroducciónWilliamson Murray y Richard - Hart Sinnreich Tomado de “The past as prologue : The importance of history to the military profession”. Cambridge University Press 2006

francesas y británicas basaron el desarrollo de sus fuerzas du-rante todo el período de entreguerras en sus experiencias de la Primera Guerra Mundial, mientras que los alemanes, sin trabas por su derrota en 1918, buscaron nuevos métodos para prevenir una repetición del punto muerto que había congelado el frente occidental durante cuatro años.4 Nada podría estar más lejos de la verdad. Fue más bien

que los alemanes con sistemática y brutal honestidad revisaron los fracasos tácticos de la Primera Guerra Mundial, 5 y luego explotaron ese conocimiento para crear el mons-truo militar destructor que ganó esas batallas decisivas en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Los británicos ignoraron blandamente las lecciones de la Primera Guerra Mundial hasta 1932 y a partir de entonces los han aplicado indistintamente, mientras que los franceses deliberadamente reinterpretaron sus propias experiencias en los últimos años de la guerra para satisfacer preferencias políticas y militares preconcebidas.6 Hace unos 2.400 años, tal vez el más grande de todos los

historiadores militares, Tucídides, declaró que él había es-crito su historia de la Guerra del Peloponeso para informar a “los que quieren entender con claridad los hechos que suce-dieron en el pasado, y que (siendo la naturaleza humana lo que es) , en algún momento u otro y casi de la misma manera , se repetirán en el futuro “.7 La trayectoria de la historia de la humanidad durante

siglos desde que escribió su obra maestra confirmó su pronóstico. No obstante, sucesores de los soldados helé-nicos y los políticos sobre quienes escribió en repetidas ocasiones eligieron creer que eran diferentes y que las lecciones del pasado eran irrelevantes para sus circuns-tancias únicas.8 Por qué esto es así, sigue siendo uno de los misterios de la experiencia humana. Quizás la explicación

4 La derrota sin duda puede ser un motor más eficaz del cambio que la victoria. De nuestro propio ejército (U.S. Army) la respuesta a la derrota en Vietnam es un ejemplo de ello. Pero los registros militares en el siglo XX franceses e italianos entre otros, sugieren que incluso la derrota no garantiza la transformación militar. Para un tratamiento detallado, véase Allan R. Millett y Williamson Murray, La eficacia militar, 3 vols . (Londres, 1988)5 Aunque no es, por desgracia, una de sus lecciones estratégicas.

Véase, por ejemplo, Holger H. Herwig, “Clio Engañada: Patriótica au-tocensura en Alemania después de la Primera Guerra Mundial , “ Seguridad Internacional , Otoño 19876 Tres tratamientos útiles son James S. Corum, Las Raíces de la Blit-

zkrieg , Hans von Seeckt y Reforma Militar alemana (Lawrence, KS, 1992 ); Harold R. Winton, Para Cambiar un Ejército : General Sir John Bur-nett - Stuart y British Armored Doctrine , 1927-1938, (Lawrence, KS, 1988 ), y Robert Doughty, La semilla del desastre : El Desarrollo del Ejército francés Doctrina , 1919-1939 ( Hamden , CT , 1986 ) 7 Tucídides , Historia de la Guerra del Peloponeso , trad. Rex Warner

( Londres , 1954 ) , p . 48.8 La Historia de Herodoto anterior a la gran guerra entre los persas

y los griegos subraya qué poco en el comportamiento de estos últimos había cambiado cincuenta años más tarde, cuando Tucídides escribió su historia de la guerra del Peloponeso.

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más convincente es simplemente la transición generacional, la convicción de cada nueva generación de líderes al asumir el poder de que son diferentes de sus predecesores e inmu-nes de sus errores. Para parafrasear un viejo refrán, lo que es nuevo no es necesariamente interesante y lo interesante no es necesariamente nuevo. Sin embargo, líderes políticos y militares parecen impulsados a repetir los errores de sus predecesores. Esta es la cualidad muy repetitiva de muchos de los peores desastres de la historia militar que hace hacer que su lectura sea tan deprimente. Así, en 1940 y 1941, ni un solo jefe militar alemán de alto

nivel expresó el más mínimo reparo con los planes de Hitler para Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética. In-cluso Franz Halder, jefe del Estado Mayor General y el más analítico entre sus miembros , no veía ninguna razón para reflexionar sobre el infeliz resultado de an-teriores invasiones , ya sea de Carlos XII o Napoleón . Sólo cuando la oscuridad del invierno descendió sobre las líneas de batalla en el frente de Leningrado, Moscú y Rostov en diciembre de 1941 algunos oficiales alemanes de alto rango tardíamente comenzaron a consultar las memorias soberbias de Caulaincourt sobre la desastrosa campaña rusa de Napo-león.9 Con todo, teniendo en cuenta que la guerra es el más

exigente y consecuente de los esfuerzos humanos, es sorprendente lo superficialmente que tiende a ser estudiado por sus practicantes. Es aún más sorprendente, dado que la mayor parte de las organizaciones militares pasan la ma-yor parte de su tiempo en paz, que uno podría suponer que ese ocio ofrecido podría ser un incentivo para es-tudiar el pasado. En lugar de ello, las modernas fuerzas militares se consumen con el reclutamiento y la forma-ción de generaciones de los hombres jóvenes, la gestión de las grandes burocracias militares, y la rutina de las cargas administrativas de comando. En el negocio del día a día de los tiempos de paz para el soldado, el estudio sistemático del pasado se convierte muy fácilmente en un lujo que ocupados comandantes y sus subordinados no pueden permitirse. Esto es más verdadero porque el estudio serio de la historia

es difícil. No es sencillo extraer lo que es relevante e impor-tante de la riqueza de la experiencia militar. A menudo, lo que parece relevante es trivial y lo que parece importante no es fácilmente transferible. Tampoco la historia acaba dando respuestas claras y cómodas a las preguntas con-temporáneas. Más allá del deseo de cada generación a trazar su propio

curso y la competencia de la rutina en tiempo de paz, tam-bién se debe tener en cuenta el natural disgusto del ser humano por la evidencia inquietante, sobre todo cuando se desafían preciadas convicciones . No todos los líderes se encuentran afines al debate intelectual, y aún menos son capaces de lidiar con desafíos a sus propias ideas y su-posiciones.10 La inmersión en la historia inevitablemente invita a ambos. La Historia plantea más preguntas que respuestas. Sugiere posibilidades desagradables. Derriba 9 9 Para la mejor cuenta de la campaña alemana de 1941 contra la

Unión Soviética, véase Horst Boog ,Jurgen Forster , Joachim Hoffmann , Ernst Klink , Rolf -Dieter Müller , y Gerd R. Ueberschar , Das Deutsche Reich und der Zweite Weltkrieg , vol . 4 , Der Angriff auf die Sowjetunion (Stuttgart, 1983 ) 0.4 Williamson Murray y Richard Hart Sinnreich10 Evidencia considerable confirma que el rechazo, si no la supresión

pura y simple de visiones críticas ha precedido a más de uno de desaciertos mi-litares más atroces de la historia. Por ejemplo, véase Williamson Murray, El cambio en el equilibrio de poder europeo, 1938-1939: El Camino a la perdición (Princeton, NJ , 1984 )

teorías preferidas. A menudo fuerza a los líderes a reconocer verdades desagradables. Sin embargo, también sugiere posi-bles vías para el futuro , por muy incómodo que parezca. Tal vez lo más importante, compele a pensar desapasionada-mente sobre posibles oponentes - su naturaleza, cosmo-visión , objetivos y opciones .Es esta comprensión del “otro “ - el adversario - que tiene

en varias ocasiones para los líderes civiles y militares un re-sultado más difícil de adquirir, es el entendimiento de que la historia sugiere lo que es crucial para el éxito en la guerra. Por lo tanto, el fracaso de los Gobernantes europeos en el siglo XIX para reconocer la magnitud de los cambios sociológicos provocados por la Revolución Francesa y de sus comandantes, y de entender las implicaciones mili-tares de Napoleón, llega a explicar la terrible serie de derro-tas sufridas por los enemigos de Francia entre 1792 y 1811. Como Carl von Clausewitz, comentó: No fue hasta que los estadistas habían percibido al

fin la naturaleza de las fuerzas que surgieron en Fran-cia, y habían comprendido que las nuevas condiciones ya obtenidas en Europa, que pudieron prever el amplio efecto que todo esto tendría en la guerra... en resumen, po-demos decir que veinte años de triunfo revolucionario se debieron principalmente a las políticas equivocadas de los enemigos de Francia.11 Otro de los obstáculos para adquirir y utilizar los conoci-

mientos históricos que “ensucian” el panorama de la polí-tica es la naturaleza burocrática del moderno gobierno. Las burocracias a menudo conservan el pasado, pero rara vez lo examinan críticamente. Un examen tal desafía las rutinas que suavizan el proceso burocrático. Ya hemos notado esto en la limitada capacidad de las organizaciones militares para estudiar la historia en serio. Este impacto de la rutina en tiempo de paz sobre la voluntad es aún más pronuncia-do en las burocracias civiles que impulsan los modernos gobiernos.12 Es fácil para los burócratas ser encarcelados por el mismo sistema. El pasado, entonces se convierte en una molestia, y sus calificadores y advertencias meramente una amenaza a sus proyectos. Para muchos, los adversa-rios potenciales no son más que un cómodo modo de justificación financiera, no personas reales contra las que en verdad podría tener que luchar día . Su historia, cuando todos la citan, sólo sirve como una fuente de aforismos espe-cífica no un medio de descifrar las complejas interrelaciones que puedan afectar a su comportamiento futuro.13 Finalmente, por supuesto, las burocracias, militares y de

otro tipo, son rehenes de las sensibilidades políticas y los prejuicios de aquellos a quienes sirven. La historia tiene una mala costumbre de molestar tanto. Durante las últimas dé-cadas, la formulación de políticas de defensa de Norte-américa ha sido especialmente afectado por políticamente atractivos, pero históricamente infundados, supuestos acerca de la naturaleza de la guerra y los sacrificios, 11 Carl von Clausewitz , On War , ed. Y trans. Michael Howard y

Peter Paret ( Princeton, NJ , 1986 ) , p . 609.12 Podríamos recordar que el informe de la Comisión del 9/11,

comentó que la razón principal del hecho de no anticipar la catástrofe del 11 de septiembre fue la falta uniforme de imaginación en la burocracia de inteligencia, esto a pesar de numerosas pruebas anteriores de las intenciones generales de Al Qaeda, si no su plan.13 Un ejemplo clásico fue la incapacidad de los defensores de apacigua-

miento de Alemania a finales de 1930 de reconocer lo extraordinariamente diferente de las normas y objetivos de la Alemania nazi. Por la necesidad de comprender otras culturas en la planificación y conducción de la guerra en el siglo XXI , ver el Mayor General (Retirado ) Robert H. Scales, Jr., “La cultura Centrica de Guerra , “ Instituto Naval Proceedings, octubre de 2004.

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material y moral , necesarios para operar en ella. A medida que se filtran a través de la aparato organizativo, tales suposiciones lograr la aceptación a pesar de la falta de pruebas. El resultado, más que visible en el establecimiento actual de la defensa, es un interminable esfuerzo por encontrar soluciones fácilmente comercializables y, prefe-rentemente, de bajo costo a lo más complejo y difícil de las empresas nacionales. En este clima, la historia, en lo mejor es una molestia y

en lo peor una vergüenza absoluta. Un historiador con-temporáneo capturó el problema muy sucintamente en rela-ción con el reto de la estrategia de diseño en el siglo XXI : En este mundo desconcertante, la búsqueda de teorías pre-

dictivas para guiar la estrategia no tiene más éxito que la bús-queda de este tipo de teorías en otras áreas de la existencia humana. Los patrones emergen del pasado, y sus permisos del estudio conjeturas acerca de la gama de resultados posi-bles. Pero el futuro no es un objeto de conocimiento, nin-gún aumento de la capacidad de procesamiento hará que el búho de la historia sea un ave diurna. Cau-sas similares no siempre producen efectos similares, las causas interactúan de maneras imprevisibles incluso en el sofisticado estudio histórico. Peor aún las personas - con sus ambiciones, vanidades y caprichos - hacen estrategia. El Príncipe de Maquiavelo es a veces una guía mejor que Clausewitz para las personales vendettas institucionales que se entrelazan de manera imprevisible en torno a las más simples decisiones estratégicas.14 Una de las grandes ironías de Norteamérica de hoy es que

sus responsables políticos civiles serán en su mayor parte aún más ignorantes del pasado que la oficialidad militar que les obedece. Estos últimos, al menos, se ven obligados por el sistema profesional de educación a confrontar la historia en varios puntos de su carrera. Sin embargo con poca frecuen-cia sus amos políticos están bajo tal compulsión. Tal vez esto es inevitable. Los líderes políticos, invariable-

mente reflejan los prejuicios y las actitudes de los ciudadanos a los que defienden y los estadounidenses son por derecho de nacimiento propensos a despedir a la historia como un freno a sus ambiciones. Incluso en el ejército, siempre habrá algunos que por lealtad o discreción acepten sin desafiar las suposiciones arrogantes de los líderes políticos no están dispuestos a consultar el pasado y son incapaces de oír sus ecos. En la actualidad, por otra parte, incluso en el ejército, lo

que a menudo toma el lugar del grave análisis histórico es una intensa pero históricamente indisciplinados teorización. De hecho, el exceso de conceptos “transformacionales” ac-tualmente están sitiando a los líderes civiles y militares de alto rango de manera increíble. Algunos tratan de demoler las tradiciones institucionales pensando con ello evitar que los servicios militares separados impidan la ar-monización de sus actividades y recursos de manera efectiva , mientras que otros tratan de ampliar el alcance de la influen-cia civil sobre las preocupaciones históricamente militares , mientras que todavía otros buscan los medios tecnológicos de la eliminación de la ambigüedad inherente y la fricción de la guerra.15

14 Macgregor Knox : “ La continuidad y la revolución en la estrategia », en Williamson Murray, MacGregor Knox, y Alvin Bernstein , eds . La rea-lización de la estrategia , los gobernantes , los Estados , y Guerra ( Cambridge , 1996 ) , p . 64515 Los ejemplos lamentablemente son legión, pero para un concepto

representativo, el lector podría examinar Joint Vision 2010, una extraordi-

Un pensamiento progresista es necesario. Pero lo que carac-teriza demasiado de él hoy es una desconexión casi total con el pasado, por sorprendente que pueda parecer en un militar con una tradición casi un éxito uniforme. Parte de la explicación radica en el dominio de casi medio si-

glo en Norteamérica de círculos de formulación de políticas , militares , así como civiles, de la ciencia política y las teorías de gestión que presentan una aversión casi teológica a la historia como una fuente de conocimiento y evidencia. Pero la explicación más amplia es simplemente que las organizaciones militares y sus líderes están demasiado con-sumidos por inmediatas presiones como para examinar el pasado de una manera seria y crítica. Nuevos conceptos son tanto menos onerosos para justificar y más fáciles al mercado de una industria de defensa hambriento de nuevos negocios y para los políticos que buscan soluciones menos costosas material y políticamente a las complejidades de la guerra. Muchos han advertido de los riesgos asociados con tal teori-

zación ahistórica. Al atacar los teóricos militares de su propio tiempo, Clausewitz fue especialmente terminante. Sus ob-servaciones sobre los escritos de algunos de sus colegas en el siglo XIX podría ser muy convincente de aplicar a muchos de los esfuerzos de la actual concepción: Es sólo analíticamente que estos intentos de la teoría

pueden ser llamados avances en el reino de la verdad; sintéticamente, en las normas y reglamentos que ofrecen, son absolutamente inútil. Su objetivo es un valor fijo, cuando en la guerra todo es incierto, y sus cálculos tienen que ser hechos con cantidades variables. Dirigen la investigación exclusivamente a las cantidades físicas, mientras que toda acción militar esta entrelazada con las fuerzas y efectos psicológicos.16 Conceptualización y experimentación sin duda tienen su

utilidad. Pero sólo la historia registra las reacciones de la gen-te real a los eventos reales en el contexto de las presiones rea-les que la formulación de políticas y la toma de la guerra ine-vitablemente imponen. Una vez más, Clausewitz: [Teoría] es una investigación analítica que lleva a cerrar conocimiento de un tema; aplicado a la experiencia - en nuestro caso a la historia militar - que conduce a una exhaustiva familiaridad con él. Cuanto más se acerca la hora de ese objetivo, más se avanza de la forma objetiva de una ciencia a la for-ma subjetiva de un oficio, la más efectiva que resultará en áreas donde la naturaleza del caso, admite sin un árbitro, pero con talento. Es, de hecho, un ingrediente activo de ta-lento.17 El propósito central de este libro es mostrar las cualidades

que hacen el estudio de la historia tan importante para los líderes militares, y al mismo tiempo, considerar lo qué hace que sea tan difícil y desafiante para los que optan por partici-par en ella. No mucho tiempo después de la toma de Bagdad en abril de 2003, un infante de marina Instructor del Cuer-po en el Colegio Nacional de Guerra escribió a su antiguo jefe , el mayor general James Mattis , comandante de la 1ra División de Marina durante la invasión , preguntando cómo naria colección de dictados históricamente sin apoyo producidos a principios de 1990, que establecen el tono para muchos de los conceptos que siguieron durante la próxima década y media. El contraste con los conceptos militares anteriores no podía ser más evidente . Para ejemplos notables, consultar las edi-ciones del Ejército de 1982 y 1986 Manual de Campo 100-5, “Operaciones “ y “ Combate de Guerra “ del Cuerpo de Marines 1989 FMFM 1 y su sucesor 1997 MCDP 1 , cada uno de los cuales se basó en gran medida en el análisis histórico. 16 Clausewitz , p . 136.17 Ibid, p. 141 .

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Mattis respondía a los oficiales que rechazaban la historia como de poca importancia o utilidad para sus carreras mili-tares. Mattis escribió: En última instancia, un conocimiento real de la historia significa que nos enfrentamos a algo nuevo bajo el sol. Para todos los intelectuales “de cuarta generación de la guerra “ de hoy que se desesperan alrededor diciendo que la naturaleza de la guerra ha cambiado de manera fundamental , la táctica es totalmente nuevo , etc. , debo respetuosamente decir : “ No realmente “. Alejandro Magno no estaría en absoluto perplejo por el enemigo al que nos enfrentamos en este momento en Irak, y nuestros líderes al entrar en esta lucha le hacen a sus tropas un flaco favor al no estudiar (estudiar , no sólo leer ) los hombres que nos han precedido . Tenemos peleando en el planeta 5000 años y debemos aprovechar esa experiencia. “Improvisando” y llenando bolsas con cadáveres como clasificamos lo que funciona nos recuerda los dictados morales y el costo de la competencia en nuestra profesión.18 Nadie que conozca bien James Mattis volvería a confun-

dirlo con una torre de marfil intelectual. Por el contrario, él es el epítome de un comandante de combate, un líder que siempre conduce desde el frente. Pero al igual que muchos comandantes militares exitosos antes que él, desde Alejandro Magno a George Patton, Mattis también es un estudiante comprometido de guerra. Para Mattis, en cuanto a sus pre-decesores célebres, para ser un estudiante de la guerra es el primero en ser un estudiante de historia militar. Este libro refleja la misma convicción. Los autores de los di-

versos ensayos creen que el estudio de la historia militar jue-ga un papel esencial en la educación y el desarrollo nacional de los futuros líderes militares y civiles. Al abordar lo que las Escuelas de guerra de Estados Unidos deben enseñar a sus estudiantes, el almirante Stansfield Turner, ex presidente de la Academia de Guerra Naval y el autor de sus reformas edu-cativas ampliamente elogiadas de la década de 1970, señaló: Los Colegios de guerra son lugares para educar el cuerpo de oficiales de alto nivel en el ejército más grande y las cues-tiones estratégicas que enfrenta Norteamérica a finales del siglo XX. Ellos debe educar a estos oficiales por un plan de estudios exigente e intelectual para pensar en términos más amplios que lo que sus ocupadas carreras operativas hasta ahora han exigido. Sobre todo todas las escuelas de guerra deben ampliar los horizontes intelectuales y mili-tares de los oficiales que asistan, por lo que tienen una concepción mayor de la estrategia y cuestiones operacio-nales que enfrentan nuestros militares y nuestra nación.19 19 Sin atención a la historia, no puede haber tal ampliación

profesional de los oficiales más allá del ámbito inmediato de sus funciones. Aparte de la conducción de la guerra misma, la única prueba completa de las exigencias que impone en los que luchar contra ella y sus líderes es la evidencia de la historia. Escritos a partir de una serie de diferentes perspec-tivas, los ensayos de este volumen iluminan la extraordinaria riqueza de esas pruebas, así como el grado en que su estudio puede informar a la innovación militar en tiempos de paz y de adaptación en la guerra. Algunos se centran en las características y retos persis-

tentes de la guerra, mientras que otros sugieren los co-nocimientos aportados por los casos históricos concretos. Y otros examinan la relación a veces problemático entre los que hacen la historia militar y los que la registran. 18 Inédito e -mail , citado con permiso del autor.19 Citado en Williamson Murray, “ La clasificación de los Colegios de

Guerra, “ The National Interest, Invierno 1986/1987, p. 13

Todos son productos de una extraordinariamente agra-dable y productiva Colaboración académica Anglo-ame-ricana durante el verano y otoño de 2003. Cada escrito fue presentado originalmente en “Futures Past”, una conferencia sobre historia militar en el Colegio Militar Real de Sand-hurst, patrocinado por la Dirección de Desarrollo de fuerzas terrestres y Doctrina , del ejército británico el homólogo británico del Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército de EE.UU. Posteriormente , todos menos Sir Michael Howard fue-

ron presentados en una conferencia en la Universidad del Cuerpo de Marines en Quántico , patrocinado por la Fundación Universidad del Cuerpo de Marines. Los autores reflejan una amplia diversidad de motivos e intereses - británicos y estadounidenses, civiles y militares, académicos y profesionales. Cualesquiera que sean sus credenciales profesionales y la orientación, todos comparten la con-vicción de que el estudio de la historia militar es un requisito previo fundamental para entender la naturaleza y el futuro de la guerra. Ciertamente, no es el único requisito. Otros ingredien-

tes, de familiaridad con las tecnologías emergentes a la conciencia de las diferencias culturales a la actual expe-riencia de campo de batalla, contribuyen a esa compren-sión. Pero los autores en este volumen creen uniforme-mente estos otros ingredientes son, en definitiva estériles al menos sin un examen cuidadoso y exhaustivo del pasado.Sus ensayos reflejan ese punto de vista. El generoso permiso

de Sir Michael Howard utilizar su discurso de apertura de la primera conferencia de “Futures Past” como introductorio ensayo de historia es un regalo especial. Tal vez es el histo-riador militar más distinguido hoy, Sir Michael ha sido un mentor y modelo para todos los demás contribuyentes en el libro. Su ensayo elocuente nos recuerda que, independiente-mente de sus múltiples otras contribuciones, los estudios de historia de guerra y militares están en el final análisis sobre la guerra, y que, aunque gran parte de la historiografía mo-derna con razón examina útilmente la guerra en su contexto más amplio, el estudio de la guerra, finalmente, se trata de la lucha. La Historia militar clásica - el estudio de las opera-ciones militares y campañas - por lo tanto sigue siendo una condición sine qua non del estudio de la guerra. Hemos dividido los ensayos restantes en dos grupos. Los

que están en la parte I examinan los diversos aspectos de la relación entre la historia y los militares de profesión. En gran medida, tratan de dilucidar cómo se podría pensar en los posibles y potenciales usos de la historia en el marco de la educación militar profesional y de la carrera de los funciona-rios. Los ensayos en la segunda parte examinan los casos históricos concretos que iluminan recurrentes problemas militares. Para mayor comodidad, hemos agrupado los ensa-yos en esta sección cronológicamente.

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versitaria en nuestro tema se estableció en Oxford en el pri-

mera década del siglo XX, el campo se define simplemente como " Historia Militar ", y se necesitaron dos guerras mundiales para ampliar esto a la " His-toria de la Guerra”. No tengo ninguna evidencia firme para ello, pero sospe-cho que el cambio se hizo para que quede claro que se espera que el título cubra asuntos navales y aéreos así como de fuerzas terrestres.La misma ampliación se produjo en el

ámbito de aplicación de la única otra posición académica (chair) similar en este país, que se estableció después de la Primera Guerra Mundial en el King’s College de Londres por el némesis de Lloyd George, el general Sir Frederick Maurice, y sobre esto puedo hablar con mayor autoridad. Las personas respon-sables para revivir después de la Segun-da Guerra Mundial no eran militares, eran académicos de la Universidad de Londres que habían estado involucra-dos en el ámbito civil de la conducción de la guerra - economistas como Lio-nel Robbins, los historiadores sociales como Sir Keith Hancock, especialistas diplomáticos como Sir Charles Webs-ter. Sabían por experiencia personal que la conducción de la guerra era una empresa demasiado seria para dejarla en manos de los generales y creían en consecuencia que el estudio de la gue-rra era demasiado importante para de-jarla en manos de los historiadores mi-litares. El alcance que tenían en mente era tan amplio que no estaban seguros de cómo definirlo.Recuerdo una reunión de los grandes

y los buenos en la década de 1950, donde se comenzó a debatir el título del Sillón. Debido a que su tema no se limitaba a la historia, adoptaron como

La historia militar y la historia

de la guerraMichael HowardTomado de “The past as prologue : The importance of history to the military profession”. Cambridge University Press 2006

útil el término vago de " estudios"; que estaba entonces en su infancia y en la actualidad ofrece cobertura a innume-rables temas no categorizados. Pero, ¿cómo eran estos "estudios", cómo se definen? Si no eran " militares", ¿qué eran? ". “Estudios de la Defensa " se consideró demasiado melindroso. "Es-tudios Estratégicos" era demasiado es-trecho. ". “Estudios de Conflictos ", era demasiado amplio. Un eminente erudito sugirió, en su desesperación, " Estudios Polemológicos”. "Por último Sir Charles Webster, un hombre de Yorkshire contundente y masivo, gol-peó la mesa con un puño del tamaño de un jamón grande y exigió: "Se trata de la guerra ¿no? Entonces, ¿qué hay de malo en Estudios de Guerra? ".Así, Estudios de Guerra se hizo y se

ha mantenido desde entonces. Me pu-sieron a defender el fuerte hasta que pudieran encontrar a alguien más emi-nente que ocupase el Sillón (me alegro de decir que nunca lo hicieron), y ge-nialmente dejaron claro para mí que no había límites a las reclamaciones que podría replantear. Yo mismo pue-de enseñar la historia de la guerra, que era todo lo que sabía acerca del tema , pero yo iba a incorporar con la ma-yor amplitud posible a otras disciplinas : relaciones internacionales, natural-mente , los estudios estratégicos , un tema cuyo nacimiento había apenas sido precipitada por la invención de las armas nucleares , economía y las ciencias sociales en general , el derecho , tanto a nivel internacional y consti-tucional , la teología , antropología, de hecho cualquier cosa que se me ocurrió y a cuyos practicantes pude interesar. Si los estudios negros, estudios de género, estudios gay, o estudios de los medios de comunicación hubieran entonces existido, sin duda también los habría colonizado. En resumen, puse la base

fundacional de ese vasto imperio so-bre el cual el Profe-sor Sir Lawrence Freedman a h o r a p r e s i d e en ambas o r i l l a s del Tá-mesis.Yo mismo estoy siempre

un poco incómodo cuando se me des-cribe como un " historiador militar. " Hasta hace muy poco, la gran mayo-ría de los historiadores profesionales encontró difícil pensar en la expresión de cualquier cosa que un sentido más peyorativo: " la historia militar es la historia ", como creo que alguien dijo una vez, " lo que la música militar es a la música. " Descartar de esta manera, por supuesto, tremendamente injusto , creo que ha habido dos buenas ra-zones. “Historia militar " se equiparó con "la historia operativa", y la mayor parte - por lo menos, antes de la siglo XX- fue escrito y estudiado, para que los soldados actúen mejor en sus pues-tos de trabajo. Esta era y sigue siendo una función muy legítima. Las guerras del pasado constituyen la única base de datos de la que los militares pueden aprender cómo llevar a cabo su profe-sión: cómo hacerlo y aún más impor-tante, ¿cómo no hacerlo?.Bueno, la historia militar precisa tie-

ne un propósito necesario, siempre y cuando tenemos una profesión militar en absoluto. Clausewitz advirtió sobre el uso indebido de historia militar, de esperar que proporcione "soluciones " en lugar de escuela, de educar la mente

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del comandante militar para esperar lo inesperado, pero sus advertencias han sido demasiado a menudo ignoradas. Uno no lo hace, o en cualquier caso no debe, estudiar el pasado con el fin de descubrir las "soluciones escuela " –que es la primera "lección" que los historia-dores profesionales tienen que batir el tambor en la cabeza de sus alumnos. Sin embargo, a pesar de lo inteli-

gentemente que pueda ser estudiada, la historia militar ha conservado para muchos de sus lectores y escritores una finalidad didáctica distinta, la que po-cas otras ramas de los estudios históri-cos podrían reclamar, lo que conside-ran con recelo comprensible.La segunda característica de la mayor

parte - de hecho yo diría que la mayoría – de la historia militar es su estrechez de miras. Muy a menudo se ha escrito para crear y embellecer un mito nacio-nal, y promover acciones de hazañas entre los jóvenes. Me gustaría poder decir que esta es una característica que los historiadores militares han supera-do, pero sólo tenemos que entrar en cualquier librería para ver que esto no es cierto. Dejando a un lado la histo-ria antigua, la Primera Guerra Mundial en la historiografía británica se centra casi exclusivamente en los británicos. Sufrimientos heroicos del Ejército y los logros en el frente occidental. La Segunda Guerra Mundial se saqueó para proporcionar material para la glo-rificación de nuestro pasado, mientras que los estantes se siguen llenando de raspados de fondos de barril sobre las guerras del Golfo y las Malvinas.Dios sabe que no somos los únicos en

ser parroquiales: los historiadores mili-tares norteamericanos, con algunas ex-cepciones brillantes como Carlo d’Este, parecen no advertir de que los Estados Unidos tuvieran algún aliado en la Se-gunda Guerra Mundial en absoluto, ya sea en Europa o en el Pacífico, y dudo si los rusos son menos ajenos tampoco a esta falta de memoria, a pesar de que tienen mejor razón. No es de extrañar que las librerías tengan secciones espe-ciales sobre la "historia militar", cuida-dosamente puesta en cuarentena de la historia propiamente dicha. Algunos de mis colegas se refieren a ella como " pornografía”.Esto va un poco lejos, pero entiendo

lo que quieren decir. Esta estrechez de miras es particularmente marcada en el caso de los historiadores militares britá-nicos debido a la introversión peculiar del propio ejército británico. Las gue-

rras libradas por las grandes potencias continentales, al menos desde la Revo-lución Francesa, han sido verdaderas "guerras de las naciones " libradas por los pueblos en armas, tan a menudo como no en su propio suelo. Así eran los grandes conflictos de formación de los Estados Unidos - la Guerra de la Independencia Americana y la Guerra Civil. En las dos guerras mundiales, el ejército británico se amplió breve-mente para convertirse en "un pueblo en armas”, pero lo hizo de mala gana y torpemente, y regresó después a "solda-dos propiamente dichos" en cuanto fue decentemente posible. Era un club, o mejor dicho, un cúmulo de clubes, cu-yas actividades eran un asunto privado y se llevaron a cabo muy lejos de casa. Su tradición historiográfica es la Histo-ria del regimiento, un recurso escrito y grandemente selectivo. Del historiador regimental - y yo lo he sido, así que lo sé - se espera que haga la crónica de los triunfos, no de los desastres. Su propó-sito es la construcción de la moral, no el análisis desapasionado, que más bien limita su valor didáctico.Por otra parte, uno no aprende de la

mayoría de las historias del ejército británico, que a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, una de sus prin-cipales funciones era reprimir los con-flictos sociales en el Reino Unido o, en el XX, ser la policía de Irlanda. Relatos abundan de los conflictos coloniales o imperiales en el extranjero, pero pocos se ocupan de los más notables logros de las Fuerzas Armadas Británicas: llegar a donde tuvieron que luchar, dondequie-ra que sea en el mundo, y permanecer allí. La red logística increíble creada principalmente por el Royal Engineers, los puertos, los ferrocarriles y los de-pósitos que proporcionan el esqueleto del Imperio Británico, las hazañas de la exploración y la cartografía que han puesto gran parte de la India, África y el Oriente Medio, literalmente, en el mapa -nada de esto está en la crónica de Fortescue o de hecho, por lo que yo sé, de nadie hasta que Daniel Headrick lo destacó en sus “Herramientas del Imperio” escrito hace veinte años. Si ahora estamos empezando a aprender más sobre el contexto político y social del Ejército en el país y su ajuste a la revolución armas del siglo XIX, gran parte de esto se debe a la obra de Hew Strachan y sus compañeros practican-tes de lo que nuestros colegas nortea-mericanos llaman la " Nueva Historia Militar. "Antes de continuar, debo decir una

palabra sobre la historia naval. Ella re-quiere incluso más especialización que la historia militar y sigue siendo ver-gonzosamente aislada. Pero la historia naval no puede estudiarse de manera aislada de la historia marítima en su conjunto - ningún historiador naval puede llegar muy lejos sin utilizar los recursos del Museo Marítimo Nacional - y la historia marítima exige un cono-cimiento de tecnologías muy complejas que se encuentran tan lejos del alcance del historiador militar promedio como de su colegas de política y social. Pero la historia naval se ha distorsionado aún más que la historia militar debi-do al localismo y el nacionalismo. Su estudio alcanzó su punto máximo en el paso de los siglos XIX y XX, como parte de una campaña general de pro-paganda imperialista.En efecto, hasta que el Sillón de la

historia naval fue recientemente esta-blecida en el King’s College de Londres y la Universidad de Exeter, el único puesto relevante en cualquier univer-sidad británica era la de, significativa-mente, "Historia Imperial y Naval " en Cambridge, y que ha sido “desinfecta-da” durante el último medio siglo por permanecer en poder de una sucesión de historiadores económicos altamen-te respetables. Pero podría haber sido peor. Como la historia marítima como una todo histórico, la historia naval es estéril a menos que se haya estudiado en relación con la historia económica. El énfasis puesto en la historia naval operacional por los historiadores na-vales británicas tradicionales, los de la glorificación de Nelson y sus bata-llas triunfantes, es comprensible, pero como Julian Corbett (nuestro historia-dor naval más fino, que no era ni un marinero ni un académico profesional) señaló, no podemos apreciar la impor-tancia de las victorias de Nelson a me-nos que dedicamos la misma atención a los diez años de bloqueo monótono y acciones menores que siguieron a su muerte.De hecho, las mejores imágenes de las

actividades navales británicas durante las guerras napoleónicas que tenemos hasta la fecha es la que figura en las magníficas novelas de Patrick O'Brien. Sigue siendo un reproche permanente para los historiadores británicos que hasta muy recientemente, el mejor, si no el único estudio de la dimensión económica de las Guerras Napoleóni-cas, han sido escrito por los historiado-res extranjeros, Eli Heckscher el sueco y François Crouzet el francés. Tuvimos

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que esperar a que Paul Kennedy en “Rise and Fall of British Naval Mas-tery” para ver el barrido de la historia de la marina británica situada en su contexto económico adecuado, y este pionero trabajo aún espera un sucesor.En la era de las llamadas " guerras limi-

tadas ", fue posible estudiar las opera-ciones militares y navales en aislamien-to, aunque incluso para aquella época se mantuvo un bonito enfoque estéril y empobrecido. Pero debemos recordar cuan comparativamente breve, en el barrido de la historia mundial, que re-sultó esta época. Recuerdo el asombro y la diversión con la que mis colegas en el Departamento de Estudios Clásicos en el King’s me han considerado, cuando ingenuamente les pedí que me dijera quienes eran las principales autoridades actuales sobre la guerra en la antigüe-dad clásica cuya ayuda quería incluir. Cualquier historiador de la época clási-ca, se me explicó con amabilidad, tenía que ser una autoridad en la guerra: la guerra era todo lo que la época clásica era. Sabía lo suficiente para evitar una humillación similar en las manos de mis colegas medievalistas, quienes me han dicho lo mismo de la historia de Europa entre el siglo V y el XV.En cuanto al Renacimiento, el falleci-

do John Hale nos recuerda que función intrínseca jugó la guerra en el moldeo de la totalidad de su cultura. Sólo du-rante tres siglos de historia europea a lo sumo, entre los siglos XVI al XIX, era posible considerar la guerra como una actividad intermitente, llevada a cabo por una clase de especialistas, que podrían ser estudiados de forma aisla-da, antes de que en el siglo XX hubie-ra amanecido lo que se ha llamado " La edad de la Guerra Total "; la guerra no solo total, sino global. En ese siglo, la guerra -la preparación para ella, li-brarla, desalentarla- se convirtió en una dimensión de la historia de la huma-nidad que ningún historiador puede descuidar. Como se alega que Trotsky dijo, "Es posible que no estés interesa-do en la guerra, pero la guerra está muy interesada en ti." El historiador militar ya no puede escribir sobre ella sin en-tender que "la historia militar" es sólo una dimensión de la historia de la gue-rra que es de poco valor si no estudiada en su contexto social y político. Hoy en día, incluso los más regenerados de los historiadores militares se siente incómodos a menos que su trabajo se legitime con la rúbrica de " Guerra y sociedad. "El concepto de " Guerra y Sociedad "

es tan importante en su camino como " Estudios de Guerra". Si " Estudios de Guerra " representan un intento de historiadores militares para extender su territorio para cubrir los aspectos no militares de la guerra, " Guerra y So-ciedad" fue la empresa de historiadores sociales explorando el impacto de la guerra sobre la toda la estructura, en un principio en la sociedad industrial y postindustrial, pero eventualmente aliado al desarrollo social a través del tiempo. En algo de eso habían ha sido pioneros a principios del siglo XX algu-nos historiadores alemanes como Wer-ner Sombart y Hans Delbrück, pero por lo demás había sido ampliamente descuidado. No tenía valor didáctico para los his-

toriadores militares, mientras que la primera generación de los historiadores sociales británicos era temperamental-mente hostil a toda idea de que la gue-rra podía tener cualquier cosa menos que un impacto negativo en el desarro-llo de la humanidad. La coincidencia entre estos dos enfoques ha sido vasta e inmensamente fructífera, pero, por "Guerra y Sociedad”, en particular, el momento catalizador fue probable-mente el quincuagésimo aniversario del estallido de la Primera Guerra Mundial en 1964 y la celebración de ese evento en los medios de comunicación. “Cele-braciones" quizá no es la palabra ade-cuada para describir el énfasis implaca-ble que se le ha dado en ese tiempo, y desde entonces, a las peores tribula-ciones sufridas por el ejército británico en el frente occidental. A los ojos del público en general, la experiencia de la " Gran Guerra " se resume en dos pa-labras: "Somme" y "Passchendaele" Las razones por las que se luchó la guerra, y el hecho de que en realidad se ganó, pasó sin pena ni gloria. Una sugeren-cia que hice unos cuantos años después sobre que la victoriosa "Batalla de los Cien Días" en 1918 estaba en menos con las tan merecedoras de celebracio-nes nacionales como las terribles expe-riencias del Somme, hundió la Historia Militar y la Historia de la Guerra como la piedra proverbial. Tal vez esto no era de lamentar. Cualquier cosa que haya disminuido la glorificación sin sentido de la guerra sin duda debe fomentarse, aunque he observado muy poco de esa glorificación en mi propia vida.Pero, ¿qué se necesita para que sean

recordados no tanto los eventos ope-racionales de la guerra , ya sea triun-fante o desastrosas, como la moviliza-ción social de toda la comunidad , la

participación nacional masiva y volun-taria en el esfuerzo de la guerra , y el nacimiento , aunque sólo sea a través de una acumulación de tragedias per-sonales a través de barreras de clase y de la riqueza , de un nuevo sentido de la popular auto-conciencia que transfor-ma la sociedad británica , y de hecho , la europea?. La proliferación de tra-bajos publicados durante los últimos cuarenta años, en este país y en Alema-nia, en particular, ha demostrado con éxito cómo el concepto de "Guerra y Sociedad" ha extendido su influencia en el ámbito académico, que si no es popular, cuenta.Descubrí esto - si se me permite vol-

ver a ser autorreferencial - cuando fui encargado por la Oxford University Press ara aportar un volumen sobre la Primera Guerra Mundial en su serie de "introducciones muy cortas" con temas tan enormes como la filosofía, la religión o el arte. Me pidieron que presentara una sinopsis para ser envia-da a árbitros anónimos y sus comenta-rios fueron reveladores. Me pregunta-ron qué iba a decir sobre las relaciones entre civiles y militares? Acerca de los altibajos de la cultura? Acerca de la movilización industrial? Sobre el papel cambiante de la mujer en las sociedades beligerantes? Acerca de la historiografía de la guerra y su reflejo de sesgo nacio-nal? Acerca de la función de la guerra en la catálisis de la revolución? Acerca de la conmemoración de la guerra ? So-bre el desarrollo de medios de comuni-cación y su influencia en la opinión pú-blica? Todo esto era muy colaborativo, pero un poco desconcertante, dado que tenía sólo 40.000 palabras para jugar. Afortunadamente, buscando un corte a través de este clamor de consejos, me pareció oír la voz de Charles Webster tronando "Es un libro sobre la guerra, ¿no es así? Así que escribe sobre la Gue-rra!". Así Yo lo hice.Los comentarios de los árbitros fueron

gratificantes ya que mostraron cómo era ampliamente aceptado el concepto de "Guerra y Sociedad". Pero también ilustraron lo que podría denominarse una especie de “vuelo historiográfico a los suburbios”. Un polígono industrial poblado y lucrativo ha crecido alrede-dor del casco antiguo de la historia mi-litar, poblada por historiadores de fac-tores sociales y económicos, que -algo así como los habitantes de Los Ánge-les- no sienten necesidad de visitar ese centro de la ciudad, y son apenas cons-cientes de que existe. Su resistencia no es del todo sorprendente. Por lo menos

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durante una generación, fue habita-do principalmente por una pobla-ción de mala calidad compuesta por escritores populares e impresionistas de la escuela de "Leones dirigido por burros", ganando un dinero rápido antes de ir a alguna región más lucra-tiva. Ellos “encontraron” que no es necesario pasar por el tedioso negocio de trabajar desde documentos con-temporáneos, analizando los proble-mas técnicos que oficiales de Estado Mayor y comandantes en el campo había que resolver, y evaluaando de cualquier manera científica y acadé-mica las causas de su éxito o fracaso.Poco a poco el centro de la ciudad

fue ocupado de nuevo por los profe-sionales serios: Trevor Wilson y Ro-bin Prior, preeminentemente , Tim Travers , Paddy Griffith ; Gary She-ffield , Ian Beckett : estudiosos que pacientemente iluminaron , por su detallados estudios bien documenta-dos , ¿por qué la guerra se libró , si se tenía que luchar, y en la forma en que se hizo . Aun así, el fracaso incluso del más eminente de los " historiado-res generales " de la guerra para tener en cuenta su trabajo, se puso de ma-nifiesto crudamente por la sorpren-dente descripción de Sir John Keegan que aquello era como una "desgaste sin sentido. "Sin embargo, si hemos de entender

por qué la guerra fue una catástrofe para la generación Europea que lu-chó en ella, por que arruinó a sus su participantes y destruyó cuatro impe-rios, es hacia donde los historiadores militares despreciados tenemos que girar. Eran las demandas de los mili-tares que resultaron en la total movi-lización no sólo de los hombres, sino también de la industria y la transfor-mación del orden social, ya sea pací-ficamente o por la revolución violen-ta. ¿Por qué los militares hacían tales demandas insaciables? ¿Por qué eran falsas sus expectativas de una guerra corta? ¿Hubo un "Plan Schlieffen, " y si es así, por qué fracasó? ¿Por qué eran esas enormes batallas en el frente oriental tan indecisas? ¿Por qué fue-ron los durante mucho tiempo los ataques en el frente occidental tales fracasos y tan sangrientos? Mucho puede ser asumido como de la falta de experiencia del alto mando bri-tánico y la lentitud de su "curva de aprendizaje", pero ¿por qué no esta-ban los franceses mejor? Y si los ale-manes fueron mejores - como yo creo que eran - ¿por qué fue así?

La única manera de responder a estas preguntas es arar a través de la docu-mentación militar: los manuales de entrenamiento , las órdenes operacio-nales, los diarios de guerra, los planes para las operaciones a medida que se desarrollaron en todos los niveles de mando , los informes posteriores a la acción , la organización de la logística , toda la enorme masa de papel siempre engendrada por ejércitos generalmente conocidas como "papeleo", papel sin el que ni un solo soldado pueden ser reclutado, pagado, alimentado, arma-do , entrenado, publicado, castigado, promovido , enviado a la batalla, si es herido hospitalizado, condecorado si lo merece, y enterrado con sus familiares informados, si lo matan . No todos de estos documentos son necesarios para la comprensión de lo que sucede en la batalla y por qué, pero ayuda, aunque sólo sea porque revela la gran comple-jidad de la conducta de la guerra en la era industrial y las exigencias que el mantenimiento de hasta los ejérci-tos más eficientes son realizadas en la economía nacional. Cuando los ejérci-tos no eran eficientes -y la ineficiencia de los ejércitos ruso y austro-húngaro es inverosímil- el gran esfuerzo de su mantenimiento y reposición fue su-ficiente para estirar las economías na-cionales más allá del punto de ruptura. Por lo menos, así la guerra se prolongó durante bastante tiempo, como lo hizo en 1914-18. Pero ¿por qué lo hizo?Para la respuesta a estas preguntas,

tenemos que recurrir en primer lugar a los historiadores militares humildes. Van a empezar con el desarrollo del ferrocarril formas y telégrafos que hi-cieron posible el despliegue de millones de soldados en ejércitos enormes, un desarrollo desastroso unos cincuenta años antes de que las comunicaciones de radio necesarios para control táctico de los ejércitos en campaña. Ellos irán a describir la enorme ventaja de que goza-ba la defensa por el desarrollo de armas de fuego de retrocarga y los intentos para contrarrestarla mediante la inten-sificación de fuego de artillería. Ellos le explicarán los problemas a que esto dio lugar en la coordinación de fuego y movimiento -la esencia de todas las operaciones militares- en ausencia de comunicaciones de campo de batalla fiables. Se mostrará cómo, en el frente occidental, cada lado aprendió gradual-mente de sus errores, pero a menudo se comprende que el aprendizaje es sólo para descubrir que su adversario había aprendido un poco más. Se traza la

evolución de los sistemas de armas has-ta que en 1918 -en el frente occidental al menos- la guerra se está librando por ejércitos con doctrinas y técnicas que habrían sido poco prácticas e inconce-bibles cuatro años antes. Es sólo me-diante el estudio de esta historia técnica operacional que con algún detalle que podemos entender cómo sucedió esto y responder a la pregunta de si esta trans-formación podría haberse producido aún más rápida y más eficaz de lo que hizo, y juzgar el desempeño de los altos mandos en consecuencia.Cualquier historiador que trata de

abordar la historia de la guerra sin an-tes tratar con estas preguntas básicas está mal calificado para su función, para decirlo suavemente la guerra es un negocio demasiado serio como para abordar su historia sin antes aprender cómo utilizar las herramientas básicas del historiador militar. Pero hay que seguir a hacer más preguntas para las que estas herramientas pueden propor-cionar algo de ayuda. ¿Por qué la socie-dad civil responde tan fácilmente a las demandas de los militares y no colap-sa bajo la presión? Fue el bloqueo un arma tan efectiva como el Almirantaz-go británico había esperado, y por qué fue Alemania capaz de resistir durante tanto tiempo? ¿Cómo la tensión de las operaciones afecta a la estructura polí-tica y social de las potencias beligeran-tes? Todas estas son inmensas preguntas que ocuparán a los historiadores du-rante muchos años por venir. Pero ellas ni siquiera hubieran sido planteadas si la guerra no hubiera durado tantos años, y sólo el historiador militar puede explicarnos por qué fue así.Curiosamente, las mismas preguntas

no se plantean o no se presentan con la misma urgencia, si tenemos en cuenta la Segunda Guerra Mundial. La gue-rra en sí no transformó las sociedades beligerantes que luchaban en ella. En la Primera Guerra Mundial la derrota de los Habsburgo y del imperio ruso puede atribuirse directamente, y la de los Hohenzollens indirectamente, a la tensión en sus economías. No había "batallas decisivas" en la Primera Gue-rra Mundial -incluida Tannenberg. El resultado de las llamadas "batallas" en el frente occidental -Verdún, Somme, Passchendaele- todavía tiene que ser juzgado en términos de las estadísticas espeluznantes de desgaste. Pero eso no se aplica en la Segunda

Guerra Mundial. Fue la derrota en el campo de batalla lo que destruye tanto a los imperios nazi y japonés, no una

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revolución interna. Ambos permane-cieron políticamente intactos hasta el final. La victoria militar, en todo caso, produjo el fortalecimiento de los siste-mas políticos de los poderes vencedo-res, el comunismo soviético y la demo-cracia angloamericana. Gran Bretaña sin duda resultó empobrecida, pero con su sistema parlamentario intacto y desde la perspectiva de medio siglo, es difícil creer que los dos más evidentes resultados de la guerra -el crecimiento de la socialdemocracia en lo interno y la pérdida del imperio extranjero- fueron algo más que la aceleración de algunas décadas en las tendencias a largo pla-zo e ineludibles. Como resultado, no tenemos que estudiar la guerra con tal profundidad como lo hacemos con la Primera Guerra Mundial, si queremos entender su resultado: los historiadores militares pueden por sí solos propor-cionar respuestas muy satisfactorias. La guerra relámpago de 1940 , la Batalla de Inglaterra , la batalla del Atlántico , la conquista japonesa del sudeste de Asia, las grandes batallas navales en el Pacífico, la ofensiva de bombardeo contra Alemania, el desembarco de Normandía, y sobre todo, la invasión alemana de la Unión Soviética y su re-pulsa - estos fueron los hechos que en

su conjunto determinaron el resultado de la guerra, y fueron , sin duda, even-tos en los que los historiadores milita-res son más competentes para analizar y describir . La Historia militar es ine-vitablemente el centro de la historia de la Primera Guerra Mundial. Para el de la Segunda Guerra Mundial, es domi-nante.Donde la historia operativa es do-

minante, por lo que también lo es el elemento contingente, la hipótesis con-tra fáctica, algo que la mayoría de los historiadores prefieren consignar a los estantes de la pornografía más oscuros. Si tienen razón para hacerlo es quizá discutible. Tal vez deberíamos conside-rar la legalización para su uso personal, en privado entre adultos que consien-ten, y bajo estricto control médico, si sólo porque, por el historiador militar, al menos, la tentación de tomar un ocasional atajo a veces es abrumador. Mi propia obsesión, debo admitir, es 1940. ¿Qué pasa si Góring no hubiera cambiado prematuramente de tiempo los objetivos de la Luftwaffe de tácticos a estratégicos, desde los aeródromos a los puertos y las ciudades, lo que dejó instalaciones de radar intactas y dando al Comando de Cazas la oportunidad

de recuperarse? ¿Y si Hitler no hubie-ra abandonado la "Operación León Marino" y priorizado en su lugar a la invasión de la Unión Soviética? ¿Qué hubiera pasado si Alemania invadía con éxito en el Reino Unido? Entre otras cosas importantes, qué habría sido de mí? ¿Hasta qué punto la historia de cualquier guerra mundial es relevan-te para el desarrollo de la actual o las guerras del futuro es para nuestros co-legas en las universidades un tema para discutir. Ellos probablemente prefieren profundizar en el pasado para encon-trar la sabiduría relevante. La conquista rusa del Cáucaso? La campaña de Gran Bretaña en el noroeste indio y Afga-nistán? La pacificación americana de las Filipinas? Tal vez incluso la Tercera Cruzada? Yo preferiría no especular. Yo sólo puedo reitero mi mensaje, que a pesar del vuelo a los suburbios, a pesar del crecimiento de "estudios de la gue-rra" y "la guerra y la sociedad" -un cre-cimiento que yo mismo he hecho todo lo posible para estimular y fomentar, y cuyo crecimiento considero con cierto orgullo parental- en el centro de la his-toria de la guerra debe recaer el estudio de la historia militar -es decir, el estudio de la actividad central de las fuerzas ar-madas, es decir, la lucha.

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Historia de La Guerra/Militar

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Funciones

Método

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Los Historiadores Militares

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Tendencias Actuales

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Confiese que a usted lo que le alarma es mi profesión

Motivo por el que pocos me invi-tan a cenar,

aunque Dios sabe que me esfuerzo por no atemorizarlos,

La soledad del Historiador Mili-tar - Margaret Atwood

La Historia Militar tiene el curioso don de ser la primera historia de la humanidad y la maldición de vivir en constan-te exilio y rechazo. Solitaria como dice Atwood y huérfana como la llama Victor Davis Hanson, su atormentado desa-rrollo y evolución en el mundo académico están marcados por lacerantes estigmas.La Historia Militar es tan antigua como la guerra misma

aunque no tengamos registro escrito alguno debido a que la grafía es un desarrollo muy posterior al momento en que nuestros antepasados comenzaron a resolver sus problemas de supervivencia grupal a través de la violencia. Esta circuns-tancia no nos impide rastrear sus orígenes pues encontra-mos indicios que denuncian su existencia en las mitologías antiguas, canciones guerreras, zagas heroicas y fragmentos de historias orales recogidas con posterioridad a partir de la escritura. Los relatos del “Poema de Gilgamesh”, la “Ilíada” de Home-

ro y algunos pasajes del “Antiguo Testamento” que recogen historias muy anteriores a su composición y transcripción documental rescatan para nosotros los rastros muy antiguos de la existencia del registro de las actividades bélicas de nues-tros antepasados.Entre los registros que nos ofrecen las culturas pre letradas

sobresale el Combate entre Arqueros de la Cueva de Rou-re de hace unos quince mil años atrás. Esa pintura rupestre muestra dos pequeños ejércitos compuestos de tres y cuatro guerreros. Lo interesante es que la imagen parece mostrar la primera operación militar conocida pues, como algunos autores sostienen, parece que el ejército de cuatro realiza un doble envolvimiento sobre el ejército de tres. Sin importar la certeza o no de esta apreciación sí es indudable reconocer que recordar y transmitir un hecho de combate ya era en tan antiguos tiempos una necesidad de los seres humanos y eso es hacer historia militar.Esa necesidad se acentuó con la aparición de las primeras

formas de escritura. En Egipto alrededor del 3.000 a.C. en-contramos los relatos de guerra de los primeros faraones El Rey Escorpión y Narmer, y en Sumeria cuatrocientos años

Jorge Ariel Vigo

después el citado poema de Gilgamesh. Relatos épicos, pla-gados de invocaciones mitológicas y hazañas sobrehumanas, no dejan de ser historia militar en tanto muestran la pre-ocupación y la gravitación de la guerra en la sociedad. En igual modo y efecto podemos citar relatos encontrados en los jeroglíficos Mayas del 2.500 a.C.Si todo esto no alcanzase para afirmar el carácter primordial

de la historia militar el desarrollo de la civilización nos aporta los valiosos trabajos de Sun Tzu, Eneas el Táctico, Jenofon-te y Tucídides entre los siglos V y IV a.C. Ciertamente que se trata de trabajos de ciencia militar y política, pero todos ellos se apoyan en y ejemplifican con la historia militar esos conocimientos.La preocupación por relatar los hechos bélicos muestra la

intensa presencia de la guerra como mecanismo central de resolución de conflictos de supervivencia en la antigüedad. Esa supervivencia se expone en dos sentidos. Uno lato, la necesidad de conservar y obtener los recursos necesarios para la vida y continuidad del grupo social. El otro aparece como elemento cultural de estructuración social en cuanto a so-lidaridad, reconocimiento propio, prestigio y cohesión, ne-cesario para apoyar la supervivencia de la comunidad. Esto afirma a la historia militar como uno de los saberes funda-cionales de la civilización. Sin embargo corresponde también decir que en ningún sentido es el único, como ocasional-mente se pretende.Esta primordialidad y funcionalidad de la historia militar le

permitieron desarrollarse con intensidad produciendo una expansión amplísima que aún hoy se percibe, lo que puede considerarse como una bendición del destino. Pero los hados llevan también fatalidades. Ese carácter de elemento cultural y formador de la sociedad trajo también como consecuen-cia un aprovechamiento espurio de la historia militar. Así con el paso del tiempo las necesidades de los gobiernos se impusieron a la ya compleja objetividad científica de los his-toriadores. Del mismo modo en que los faraones egipcios –y en general los regentes de los antiguos imperios- escribían y reescribían las historias de sus hazañas bélicas para ensalzarse y prestigiarse, gobiernos posteriores de toda laya hicieron y hacen lo mismo hasta nuestros tiempos.El resultado de todo esto es la presencia de obras plagadas

de falsedades que hacen de la historia militar una disciplina sospechosa para profanos y expertos. Esta influencia política provocó –y provoca- daños a la historia militar pero afor-tunadamente el tiempo y el trabajo de investigadores serios permiten repararlos, aunque no sin grandes esfuerzos. Como muestra baste recorrer la historia de la Guerra Franco-Pru-siana producida por el Estado Mayor Alemán bajo la premisa

La Soledad de la Historia Militar

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de que los generales alemanes nunca se equivocan; el resulta-do una obra que no sirve ni siquiera como una “mala novela de guerra”.Así con el transcurso de los siglos la historia militar pasó de

ser el relato nativo esencial de una comunidad a una narra-ción sospechada de mendacidad e intencionalidad. Si esto no alcanzase para “exiliar” a la historia militar la preocupación por la paz surgida a partir del siglo XVII, que determinará la construcción de “belicismos”, “pacifismos” y otros “ismos”, terminará por considerarla como un elemento promotor de la guerra. El poema de Margaret Atwood, que citamos al comienzo, refleja este ostracismo que sufre la disciplina y sus constructores, los historiadores militares. Respecto de ellos señala Victor Davis Hanson “Los ‘temibles’ historiadores de la guerra, sospechan sus detractores del mundo universitario, obtienen un placer malévolo leyendo sobre matanzas y sufri-miento, del mismo modo que el oncólogo siente una extraña atracción por tumores cancerosos o el vulcanólogo disfruta perversamente con los efectos destructivos del magma”. Especialmente por tratarse de ataques mayormente venidos

de fuera de los enfoques científicos de los claustros acadé-micos sus consecuencias han sido relativamente manejables en especial porque la historia militar cuenta con un siempre creciente y fidelísimo público aficionado. Pese a ello las em-bestidas científicas resultaron más fuertes, aún hacen sentir su impacto y sobreviven hasta hoy con persistente tenacidad. Pero antes la historia militar tuvo un nuevo despertar.Hacia fines del siglo XIX comenzó a generalizarse “…la

aplicación del método científico al estudio de una gran masa humana. La aparición de la nueva ciencia de la sociología no fue sino una de sus consecuencias” . Este movimiento acadé-mico hizo que Hans Delbrück aplicara a la historia militar el método de análisis bíblico conocido como la “Sachkritik”, estableciendo el análisis de los hechos bélicos a partir de su integración a los contextos en los que suceden, la posi-bilidad fáctica de los sucesos, la desacralización de autores y textos clásicos. El resultado fue su obra “Geschichte der Kriegskunst im Rahmen der politischen Geschichte” (pri-mer volumen, Das Altertum, 1900; segundo, Römer und Germanen, 1902; tercero, Das Mittelalter, 1907), por la que Delbrück como puede ser considerado el fundador de la his-toria militar moderna. Hasta allí las obras de historia militar mayormente tendían –sólo tendían- a concentrarse en las cuestiones más específicamente militares y tratar muy poco los espacios políticos, económicos, sociales o culturales en los que los hechos bélicos sucedían. El método aplicado por Delbrück permitió incluir esos espacios y refinar también las condiciones militares. Comenzó por señalar que los números grandiosos de las batallas antiguas resultaban imposibles por cuestiones logísticas, y sólo explicables como distorsiones in-cluidas por la política pues vencer a un enemigo gigantesco con pocas tropas hace más grande la victoria.Esta apertura científica de la historia militar abrió un mun-

do nuevo para la disciplina. En 1909 el All Souls College de Oxford fundó la primera cátedra de Historia Militar, cuya silla académica fue ocupada por brillantes especialistas como Spenser Wilkinson, Sir Ernest Swinton, Cyril Falls, Sir Mi-chael Howard, y Hew Strachan. La Historia Militar comen-zó a recuperar los espacios perdidos afectando a hombres tan diferentes como Jean Jaurés, John Fortescue y M.V. Frunze . El primero señaló que la teoría militar sólo podía resultar exitosa cuando “…las instituciones militares adecuadamente reflejaran la composición y aspiraciones de la nación entera”.

Fortescue es conocipo por su frase “…la historia militar es la historia de la política exterior de las comunidades y nacio-nes…” y Frunze observó que “…las acciones de las personas bajo las armas no pueden ser comprendidas sin considerar el contexto social entero dentro del cual esas acciones suce-den”.Más allá de los cambiantes temperamentos de las sociedades

frente a la guerra que llevan a abrazarla como a principios de la Primera Guerra Mundial y a rechazarla luego de ella, la Historia militar continuó progresando como disciplina académica. Concluida la Segunda Guerra Mundial surgió una controversia, nunca probada pero que como dice Mi-chael Howard “…No tengo ninguna evidencia firme para ello, pero sospecho que el cambio se hizo para que quede claro que se espera que el título cubra asuntos navales y aé-reos así como de fuerzas terrestres…” . El tema en cuestión era cambiar “Historia Militar” por “Historia de la Guerra”. Aunque el reclamo pueda ser calificado de un partisanismo casi infantil sus consecuencias resultaron muy beneficiosas por una parte y abrieron las puertas del infierno por la otra.El provecho mayor resultó en que el movimiento académi-

co que provocó el cambio de nombre permitió establecer lazos reales no ya entre disciplinas diferentes sino entre los especialistas. Los historiadores militares se relacionaban aho-ra directamente con otros historiadores y profesores, lo que convirtió los esfuerzos individuales de Delbrück en relacio-nes interpersonales activas y más provechosas. Esta apertura académica “abatió las barreras entre la historia y los trabajo en ciencias sociales sobre guerra y violencia” . Así comenzó una interacción que afectó a la antropología, la arqueología y los estudios etnológicos referidos a la guerra, en particular profundizó el análisis sobre la imagen naif del “buen salvaje” y disminuyó los caminos evasivos que estas disciplinas toma-ban para interpretar evidencias de violencia bélica. Enfoques sociológicos como el neo-darwinismo, la sociobiología y el neo-roussonianismo comenzaron también a interpretar la sociedad y la guerra. Los estudios en relaciones internaciona-les, política, economía, administración y otras especialidades también comenzaron a interactuar con la historia militar for-taleciendo las investigaciones de unos y otros saberes.El punto más alto de esta interacción los marcó John Kee-

gan con su libro “El Rostro de la Batalla”. Esta obra logró mostrar la batalla más allá de la forma ordenada en la que la muestran los trabajos clásicos con sus supuestas “fases” y prolijas aplicaciones procedimentales, criticando y sometien-do a juicio la validez de esos procedimientos y su eficacia, así como la mecánica misma de la batalla. Keegan incluyó a través de relatos de protagonistas y espectadores contem-poráneos a los hechos la visión no sólo de los comandantes sino también de los oficiales de todo rango, suboficiales y soldados, exponiendo una batalla más vivaz y más real. Su análisis es profundo pues se interesa en la comprensión cir-cunstanciada en tiempo y espacios de sus protagonistas en las dimensiones humanas y políticas. Se abrió así una línea de historia militar conocida como “Guerra y Sociedad” que permite identificar claramente las obras de interacción aca-démica. Esta línea también reconoce una expansión a través de la llamada “Guerra y Cultura”.La apertura académica indudablemente completó la inte-

gralidad del análisis histórico militar que hasta ese momento manifestaba la interacción disciplinar de manera errática. Sin embargo también tuvo su efecto negativo. Como lo cuenta Michael Howard la apertura también dio

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lugar al crecimiento de “…un polígono industrial poblado y lucrativo… alrededor del casco antiguo de la historia mi-litar, ocupado por historiadores de factores sociales y eco-nómicos, que… no sienten necesidad de visitar ese centro de la ciudad, y son apenas conscientes de que existe. Su resistencia no es del todo sorprendente. Por lo menos durante una generación, fue habitado principalmente por una población de mala calidad compuesta por escritores populares e impresionistas de la escuela de "Leones di-rigido por burros", ganando un dinero rápido antes de ir a alguna región más lucrativa. Ellos “encontraron” que no era necesario pasar por el tedioso negocio de trabajar desde documentos contemporáneos, analizando los problemas técnicos que oficiales de Estado Mayor y comandantes en el campo debieron resolver, como tampoco evaluar de ma-nera científica y académica las causas de su éxito o fracaso”. Esto llevó a la aparición de obras que nada tenían de historia militar más allá de incluir en su título alguna palabra de refe-rencia bélica. Así podía publicarse un libro bajo el título “Los Soldados Negros del General Patton – El impacto afroameri-cano en la guerra”, que podía tener valor como estudio social o etnológico, pero que al no tratar temas como instrucción, integración en las unidades, eficacia de combate y compa-ración en combate de unidades de una sola etnia o mixtas, sin lo cual no califica como obra de historia militar, es como mucho un informe auxiliar de la historia militar.Esta nueva invasión afortunadamente tuvo una respuesta

efectiva de los historiadores militares “serios” quienes con prolijos y esforzados trabajos de investigación recuperaron la historia militar y al mismo tiempo llevaron a una clarifi-cación de sus contenidos y enfoques. En este sentido Victor Davis Hanson sintetizó: “…la historia militar –entendida ampliamente-…[es]…la investigación de por qué un bando gana la guerra y otro la pierde, la reflexión sobre los generales autoritarios e insensatos, los avances o el estancamiento de la tecnología y el papel de la disciplina, la valentía, la voluntad nacional y la cultura a la hora de determinar el resultado y las consecuencias de un conflicto…[es]…una disciplina … [que]…busca respuestas a preguntas del tipo: ¿Por qué esta-llan las guerras?¿Cómo terminan?¿Por qué vencen los ven-cedores y pierden los perdedores?¿Cómo pueden evitarse las guerras o limitarse sus más terribles consecuencias?¿Tienen las guerras alguna utilidad?¿Consiguen algo que no se pue-da obtener por vía diplomática?” . En suma en centro de la historia militar es el combate ya sea actual, pasado, en expec-tativa de suceder o de impedir, pero siempre el combate .Esta vida solitaria y huérfana de la historia militar ha te-

nido dejado su marca en el mundo académico. Desde hace unos veinte años se aprecia una retracción en los cargos de profesores de historia militar alcanzando un nivel de menos de 2% . Los cargos vacantes son cubiertos por especialistas en relaciones internacionales, estrategia, seguridad nacional, sociología, ciencia política lo que desplaza el objeto de la historia militar por el de las otras especialidades. La causa de esta retracción puede hallarse en parte en la “invasión” que mencionamos más arriba pero también a una cuestión más profunda.EL mundo moderno ha cambiado y sigue haciéndolo a gran

velocidad desde hace 100 años. Una clara exposición de esta circunstancia la manifiesta Eric Hobsbawm al señalar que “…el proceso de cambio…se ha acelerado a un ritmo ver-tiginoso. Y ya no sabemos hacia dónde vamos” . Considera que ello expone una ruptura en la historia universal desta-cando como “líneas maestras” de la mudanza a “…Las trans-

formaciones tecnológicas y en los procesos de producción…una revolución en el terreno de las comunicaciones que ha acabado con las cuestiones de índole temporal y espacia…el funesto declive y caída del campesinado…una sociedad predominantemente urbana…las megalópolis con sus millo-nes de habitantes; la sustitución de un mundo basado en la comunicación verbal por un mundo donde la lectura es un hecho universal y en el que hombres y máquinas practican la escritura; y, por último, los cambios en la situación de las mujeres” .Este breve boceto del mundo actual es suficien-te para comprender que la guerra no es ajena a estos cam-bios. La inestabilidad que producen estas transformaciones nos mantiene en un alto estado de estrés para enfrentar los problemas, sobre todo los graves y urgentes como la guerra. Ese estrés y nerviosismo que provoca situaciones como la lu-cha de “Halcones y Palomas”, la “Teoría del Rubicón” o la del “Pensamiento en Grupo”, lleva a decisiones equivocadas que están a la vista, en particular en las acciones bélicas. Los historiadores militares saben que los cambios existen y que la guerra los padece, pero también comprenden que la mu-tación no ha alcanzado a la naturaleza del fenómeno y sus características esenciales. Explicarle a gobiernos estresados y urgidos, las condiciones de permanencia en el cambio de la guerra se ha convertido en una tarea imposible. Cuando Edward Luttwak -más como historiador militar que asesor de seguridad nacional- en 2013 trató de explicarle al gobier-no de Barack Obama que intervenir en Siria era un asunto delicado y que requería de ciertos lineamientos como quié-nes son tus amigos, no entregue cualquier cosa que usted no quiera recibir en su contra, o establezca algunas reglas bási-cas para saber cuándo terminar el juego, no fue escuchado porque no era eso lo que el aparato industrial-militar quería oír; las consecuencias de esa sordera persisten y no han ter-minado. Esto es así porque “…al ignorar la historia militar, caen en el error de interpretar la guerra como un fracaso de la comunicación, de la diplomacia, como si los agresores no supieran exactamente lo que están haciendo” . Cosa terrible para las víctimas de las guerras pero muy conveniente para los políticos que las inician. Es éste el problema presente de la historia militar. Dada su

triste historia la experiencia la está llevando a abandonar la genuflexión hacia la política y a decir verdades serias pero que nadie quiere escuchar; de allí a que se la restrinja en el mundo académico hay sólo un suspiro.La curiosa vida de esta

huérfana la ha llevado desde una niñez iluminada, a una adolescencia atormentada, una madurez bajo hostiga-miento permanente y una vejez solitaria pero de firmes convicciones. El resultado es un ostracismo cubierto de halagos, algo así como: “cuéntanos una historia de guerreros, pero no pienses que te tomaremos en serio y aceptaremos lo que no nos gusta, así que termina y vuelve a tu cuarto”.

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