La Segunda Coronacion

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LA SEGUNDA CORONACION Lectura: Apocalipsis 5. "Oh, Dios, sobre nuestras almas hoy pedimos la bendición del Espíritu Santo para vivificar cada instinto de nuestro ser, para que por Tu gracia podamos comprender el poder de Tu Palabra, y la fuerza de Tu Espíritu. Y oramos para que el Espíritu del Señor Jesucristo pueda estar presente en cada corazón para que podamos entender, oh Dios, no sólo la elevación y coronación de nuestro Señor y Salvador, sino nuestra propia elevación y coronación con El como hijos de Dios." En alguna forma, las mentes de los hombres en todo el mundo han estado concentradas alrededor de la cruz de Cristo. Una de las cosas más extrañas en toda la vida cristiana ha sido la manera en que las almas de los hombres se aferran a la cruz del Calvario. Y a veces he sentido que esa es una de las razones más grandes por la que se hace tan poco progreso en la vida cristiana más alta. Si bien reverenciamos la cruz del Calvario, si bien el alma del hombre siempre amará pensar en Aquél que dio Su vida por nosotros, sin embargo, creo que el triunfo del Cristo comenzó en la cruz, y termina solamente CUANDO LA RAZA, COMO EL MISMO, HAYA RECIBIDO DE DIOS EL PADRE, A TRAVES DE EL, LA GRACIA, EL PODER Y LA GLORIA DE DIOS QUE LOS HACE HIJOS DE DIOS COMO EL MISMO.

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LA SEGUNDA CORONACION

Lectura: Apocalipsis 5.

   "Oh, Dios, sobre nuestras almas hoy pedimos la bendición del

Espíritu Santo para vivificar cada instinto de nuestro ser, para que por

Tu gracia podamos comprender el poder de Tu Palabra, y la fuerza de

Tu Espíritu. Y oramos para que el Espíritu del Señor Jesucristo pueda

estar presente en cada corazón para que podamos entender, oh Dios,

no sólo la elevación y coronación de nuestro Señor y Salvador, sino

nuestra propia elevación y coronación con El como hijos de Dios."

En alguna forma, las mentes de los hombres en todo el mundo han estado

concentradas alrededor de la cruz de Cristo. Una de las cosas más extrañas en toda la

vida cristiana ha sido la manera en que las almas de los hombres se aferran a la cruz del

Calvario. Y a veces he sentido que esa es una de las razones más grandes por la que se

hace tan poco progreso en la vida cristiana más alta.

   Si bien reverenciamos la cruz del Calvario, si bien el alma del

hombre siempre amará pensar en Aquél que dio Su vida por nosotros,

sin embargo, creo que el triunfo del Cristo comenzó en la cruz, y

termina solamente CUANDO LA RAZA, COMO EL MISMO, HAYA

RECIBIDO DE DIOS EL PADRE, A TRAVES DE EL, LA GRACIA, EL PODER

Y LA GLORIA DE DIOS QUE LOS HACE HIJOS DE DIOS COMO EL MISMO.

   Hay un largo camino entre la cruz del Calvario y el trono de Dios, pero ese es el

camino que Jesús viajó, y ese es el curso para toda alma del hombre. Bendito sea Dios.

Estoy contento de que Dios nunca está apurado. El tiene mucho tiempo. Unos pocos

años hacen mucha diferencia en esta vida, pero Dios tiene mucho tiempo para la

elevación del alma, para la perfecta enseñanza de cada corazón, hasta que ese corazón

entra en tal completo y perfecto unísono que la naturaleza del hombre es cambiada

absolutamente en la naturaleza de Cristo.

El triunfo de Jesús, como lo vemos delineado en las Escrituras que recién he leído,

siempre ha sido una de las inspiraciones espléndidas para mi propia alma. Me parece

que si no se nos hubiera permitido tener esa vista anticipada del triunfo final del Hijo de

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Dios, en las mentes de muchos podría haber estado ese concepto de que, después de

todo, la vida y muerte de nuestro Señor Jesucristo no fue el triunfo perfecto que debiera

haber sido. Parece, por lo tanto, que ninguno puede tener la más alta apreciación de la

verdadera vida cristiana, y la realidad que el verdadero cristianismo trae, a menos que

vea el triunfo de Cristo.

Sí, más aún. Es solamente en la medida que llegamos a ser poseedores de esa

realidad nosotros mismos, y en la medida que el conocimiento de Su triunfo crece en

nuestras propias almas y toma posesión de nuestros corazones, que podemos

comprender qué es realmente el cristianismo.

Si nos detenemos a pensar que la mitad del gran mundo cristiano todavía está

llevando un pequeño crucifijo representando a un Cristo muerto, nos daremos cuenta

cómo la mente del hombre todavía está encadenada a la cruz del Calvario, a un Cristo

muerto, a una tumba, no vacía; sino la tumba que contiene a Aquel que ellos aman.

Amado, eso no es el cristianismo. El cristianismo, bendito sea Dios, es el triunfo

resonante que comenzó en la mañana de la Resurrección, y termina cuando la raza del

hombre ha llegado al entendimiento, conocimiento y realidad de Dios mismo.

   El cristianismo no es una perspectiva monótona. El cristianismo es el triunfo

resonante, espléndido de la mente de Dios. El cristianismo es la bendita victoria que el

individuo siente en su propio corazón de la realidad de la presencia y el poder de Dios

dentro del alma, lo cual hace al hombre el amo ahora, y le da la realidad del dominio

sobre los poderes de la enfermedad y la muerte. Sí, bendito sea Dios, la realidad más

grande por la cual el alma del hombre comprende la vida eterna porque las fuerzas de

las tinieblas, el pecado y la muerte han sido conquistadas en su

propio corazón, a través de la presencia y el poder del Señor

Jesucristo en él. Bendito sea Dios.

Siempre me he preguntado cómo un cristiano puede ser algo menos que optimista.

Es triste cuando oyes a los cristianos con un gemido en ellos. Cuando me encuentro con

uno que gime, digo en mi corazón: Dios, mueve a ese hombre al lugar donde él

comprenda lo que es el cristianismo.

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El cristiano con un gemido en él nunca movió al mundo a otra cosa que a gemir. En

una reunión de sanidad divina algunos meses atrás, mientras estaba enseñando trataba

de desarrollar el pensamiento de que como el hombre piensa en su corazón, así es él; y

estaba tratando de mostrar a la gente que el espíritu de victoria en Cristo Jesús en el

corazón de uno no solamente afecta la actitud de la mente de uno, sino de igual manera

el alma. De hecho, a través del sistema nervioso, las actitudes mentales del hombre son

transmitidas claramente a través de su cuerpo.

La actitud de nuestra alma tiene mucho que ver no sólo con nuestros estados

mentales y nuestra vida espiritual, sino igualmente con nuestra salud física.

Ciertamente, me parece como si en la medida que el espíritu del hombre está afinado

con Dios, todo resultado en su vida estará en armonía con su espíritu. La actitud de su

mente estará de acuerdo, y la condición de su cuerpo será una revelación de la actitud de

su mente. Esa es la razón por la que siempre he tratado en mi predicación de traer ante

la mente del hombre la realidad del triunfo, la realidad de la victoria, el poder del

dominio. Me parece que hay un gran esfuerzo superficial en el mundo para bombearse

uno mismo a un cierto estado de realidad, que es similar a un hombre tomándose por las

correas de las botas, y tratando de elevarse él mismo por encima del cerco.

   Amado, el secreto del cristianismo es el secreto del Cristo poseyendo el corazón del

hombre; del hombre rindiéndose a El para que Su victoria, Su realidad, y Su

poder posean tu espíritu y mente. Entonces, bendito sea Dios, somos

reyes... no porque nosotros digamos que somos reyes, sino porque

sabemos que somos reyes, y porque sentimos que somos reyes por la

gracia de Dios y su poder que opera adentro.

Hablamos de dominio, no porque estemos esforzándonos por elevar nuestra realidad

al lugar en que posiblemente podamos concebir el dominio, sino porque el espíritu de

dominios es nacido dentro del corazón. El verdadero cristiano es un luchador real (N.

de tr.: de “realeza”). Es aquél que ama entrar en la contienda con toda su alma y llevar

la situación cautiva para el Señor Jesucristo.

Cuenta una historia de un antiguo oficial inglés. Era un individuo muy importante, y

nunca daba sus órdenes de tal forma que pudieran ser entendidas. Este tenía un tosco

irlandés a quien estaba tratando de domar. Estaban ocupados en un simulacro de

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combate. Inmediatamente el oficial hizo una cierta clase de rugido, y el irlandés rompió

filas hacia el supuesto enemigo, y agarrando a un hombre por el cuello, lo trajo con él.

El oficial dijo: “Un momento. ¿Qué está haciendo?”

“Bueno”, dijo, “No sabía qué dijo Ud., pero me pareció que quería que yo fuera por

él, y lo hice.”

Cuando el Señor Jesucristo nace verdaderamente en el alma del hombre, cuando por

la gracia y el poder del Hijo de Dios, tú y yo nos rendimos a Dios hasta que nuestra

naturaleza llegar a ser el poseedor de aquel espíritu que está en Cristo, entonces, bendito

sea Dios, comenzamos a comprender el espíritu de dominio que Jesús poseía cuando

dijo: “...y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los

siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” [Apocalipsis 1:18].

   Esa es la razón por la que no paso mucho tiempo hablando del diablo. ¡El Señor se

ocupó de él, bendito sea Dios! El tiene las llaves del Hades y de la muerte, y ha vencido

a ese individuo y esa condición de una vez y para siempre. Si tú y yo tuviésemos

tanta fe para creerlo como tenemos para creer que el Señor Jesucristo

es nuestro Salvador, tendríamos poco problema con el diablo o su

poder mientras andamos por este viejo mundo. Ni siquiera vale la

penar hablar de un hombre después que fue aniquilado.

Es una cosa difícil para la mente cristiana concebir que el poder del mal es

realmente un poder derrotado. Cuando pienso en ejemplos de triunfo cristiano, muy

frecuentemente mi mente vuelve a un ministro del cual les he hablado muchas veces.

Era una gran alma. La realidad el dominio de Cristo parecía habitar intensamente en el

corazón del hombre.

Estaba con él en una ocasión en que fue llamado a un hombre moribundo en un

barrio bajo. Era tarde por la noche. Siempre fue interesante para mi observar la chispa

de sus ojos y notar aquí y allí el rayo espléndido de su espíritu. Estábamos caminando

por las calles, y le dije: “¿Sabes algo de la condición de este hombre?”

“Bueno,” respondió, “el mensajero me dijo que el hombre estaba en un estado de

gran sufrimiento y era probable que muriese. Pero no va a morir.”

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Yo dije: “Amén.”

¿Lo ves? En su alma estaba el repique consciente de poder que hacía posible que

viniera de su espíritu tan espléndido estallido de confianza. Esa noche me dije: “No va

a haber mucha dificultad esta noche. Este hombre tiene la victoria en su alma por

adelantado.” Cuando finalmente nos arrodillamos junto al hombre, él puso sus manos

sobre él y clamó al Dios todopoderoso para que libertase al hombre. Sentí el rayo de su

espíritu, y supe antes de levantarme de mis rodillas que el hombre estaba sanado; y lo

estaba.

Amado, tú y yo hemos inclinado nuestras cabezas ante un enemigo derrotado. Por la

falta de fe, hemos fallado en comprender que el Cristo es el Amo. Pero el que, por la

gracia de Dios, se atreve a mirar el rostro del Señor Jesucristo, conoce dentro de su

propia alma el dominio divino que el Cristo de Dios está ejercitando ahora.

El poder de Dios por medio del cual los hombres son bendecidos nos es una

cuestión individual que pertenezca a ti o a mi. Es la presencia consciente del Hijo de

Dios vivo, resucitado habitando en nuestro corazón por el Espíritu Santo, lo que hace

que tú y yo conozcamos que el poder de Dios es igual a toda emergencia, y es lo

suficientemente grande para la liberación de toda alma de toda opresión.

Hay veces en que me parece que no es apropiado siquiera orar. Hay una vida de

alabanza: Una vez en conversación con el Dr. Myland, el pastor de la Iglesia Alianza

Cristiana y Misionera de Columbus, Ohio, sucedió que mencioné el hecho que de no

había orado con respecto a cierta cuestión personal. Volviéndose a mí, dijo: “No he

orado por mi mismo por cuatro años.” Eso me sonó muy extraño en aquel momento.

No comprendía. Dijo: “No, yo pasé más allá del lugar de orar, hermano, al lugar donde

estuve listo para aceptar lo que el Señor Jesucristo ha obrado, y para recibir el poder de

Su Espíritu en mi vida para que lo que El ha obrado para mí se haga evidente a través

de mi.” Y ese hombre había andado cuatro años en esa victoria real, consciente.

Y el Espíritu del Señor dice dentro de mi alma que aquél que confía en el Dios vivo

nunca será confundido. Si, de acuerdo con la Palabra de Dios, levantará alas como las

águilas. Correrá y no se cansará, caminará y no se fatigará.

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Bendito sea Dios, hay un lugar de fortaleza, de seguridad, de victoria, una vida de

triunfo.

Una hora de consternación vino sobre el profeta Juan mientras el Dios poderoso

desplegaba delante de él aquello que iba a ocurrir en el futuro. Aparece un libro, un

libro maravilloso, sellado con siete sellos. Un ángel con voz de trompeta procede a

emitir una proclamación:“¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?”

[Apocalipsis 5:2].

   Y la humanidad quedó sin habla. Ningún hombre ni en el cielo ni en la tierra podía

desatar los sellos o abrir el libro. Y parecía al profeta como si un gran desilusión estaba

cerca. Dice: “Y lloraba yo mucho” [Apocalipsis 5:4].

Pero inmediatamente el ángel que lo guiaba le dijo: “No llores. He aquí que el

LEON DE LA TRIBU DE JUDA , la raíz de David, ha vencido para abrir el libro”

[Apocalipsis 5:5].

Juan dice: Y miré, y vi...un Cordero” [Apocalipsis 5:6]. Bendito sea Dios. El

verdadero vencedor no siempre evidencia su poder vencedor con mucho ruido. En este

caso su condición de vencedor estaba en la realidad que estaba en Su corazón. El era

como un cordero; benigno, dulce, amoroso, tierno y verdadero.

Pero la realidad del poder estaba EN el Cristo. Cuando otros quedan sin habla,

cuando otros quedan desconcertados, aparece el Cristo. Toma el libro, abre los sellos y

trata sus contenidos. Amado, el triunfo del Cristo de Dios no es el triunfo de grito

fuerte. Es el triunfo de lo que tú conoces en tu propia alma. La victoria del Cristo y la

victoria de un alma está en el conocimiento de la relación entre tu alma y el alma del

Cristo.

Aquél a cuyo corazón viene el Espíritu del Dios viviente, tiene dentro de sí mismo

la realidad de Aquel que ha vencido, y que está sentado a la diestra de Dios, triunfante

sobre todo poder de la enfermedad, la muerte y el infierno. Amado, el triunfo del

Evangelio es suficiente para hacer de cualquier hombre de la clase más salvaje, un

optimista y entusiasta.

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Se dice de Napoleón Bonaparte que cuando era Primer Consejero de Francia,

procedió a proclamarse Emperador de Francia. Y un día uno de los hombres de estado

vino y le preguntó: “¿Con qué autoridad se atreve Ud. a proclamarse Emperador de

Francia?”

El replicó: “Por el derecho divino de la capacidad para gobernar. La realidad del

poder estaba en el alma del hombre. El conocía en su propia alma que estaba calificado

para gobernar.

   El cristiano tiene la realidad de ese carácter de alma. Dentro del alma del verdadero

cristiano ha nacido la realidad de la capacidad para gobernar. Y el primer

lugar para aplicarlo es en su propia vida. Porque ningún hombre

jamás gobernó exitosamente otra vida hasta que primero pudo

gobernarse a sí mismo. “[Mejor es] el que se enseñorea de su

espíritu, que el que toma una ciudad” [Proverbios 16:32]. El aplomo

del padre de una familia será revelado en la mente de cada hijo de su

familia. La actitud de la mente de la madre será evidenciada en cada

uno de la familia.

Un querido hermano vino a mi recientemente y dijo: “No sé cuál es el problema.

He trabajando tan duramente, y no puedo llevar a cabo lo que estoy tratando de hacer.”

Respondí: “Amigo mío, la dificultad está en tu propia alma. No has alcanzado el

dominio de esa condición en tu propio corazón. La misma condición de confusión que

está en tu alma se está evidenciando en las almas de los otros a tu alrededor. Es

transmitida desde ti a ellos.”

¿Cuán a menudo tú y yo hemos entrado a la presencia de un hombre cuya calma dio

fortaleza instantánea? ¿Cuántas veces en la vida, cuando las mentes de los hombres eran

conducidas a la confusión, hemos visto una simple alma mantener su serenidad en Dios,

y llegar a ser el poder equilibrante en la sociedad. La historia registra que a la muerte de

Lincoln, cuando las noticias de su asesinato llegaron a conocerse en Nueva York, la

ciudad estaba casi al punto de estallar en un tumulto. Tres hombres yacían muertos en

las calles cuando James A. Garfield apareció en la baranda de uno de los hoteles.

Alzando sus manos, habló estas simples palabras que trajeron calma a toda la multitud,

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y la ciudad entera, y se transfirió a toda la nación. “Dios es nuestro Rey, y el gobierno

en Washington todavía vive.” La tormenta terminó, como cuando Jesús habló aquellas

maravillosas palabras: “Calla, enmudece” [Marcos 4:39]. La calma del equilibrio en

Dios fluyó a toda la nación.

   Se dice que al tiempo del gran incendio de Chicago, al día siguiente doscientos

hombres se suicidaron en esa ciudad. El antiguo Chicago Tribune salió con un

encabezado grande en letras coloradas: “Cualquier cobarde puede

cometer suicidio, pero se necesita ser HOMBRE para vivir bajo estas

condiciones.” Y toda la cuestión terminó. No hubo más suicidios. Esa

ola de cobardía fue quebrada. La realidad de una gran alma que tuvo

la serenidad de Dios dentro de su corazón pudo por la gracia de Dios

transmitirla a otras vidas.

El éxito de tu vida como hijo de Dios estará en exacto acuerdo con la realidad del

Cristo y el poder de Dios que está en tu corazón. El viejo profeta detuvo la gran ola de

desesperación humana que en una ocasión estaba barriendo la nación, con estas palabras

magnéticas: “Debajo están los brazos eternos.” Bendito sea Dios. La nación no iba a

quedar en pedazos. El mundo no iba a arruinarse, porque debajo estaban los brazos

eternos en los cuales las almas de los hombres podían descansar con confianza, y Dios

trajo la victoria.

Cuando las almas de los hombres aprenden a descansar con confianza en el Dios

vivo, una paz poseerá este mundo que será como el Reino de Dios...el cielo sobre la

tierra.

La mayoría de nuestras dificultades son las dificultades que anticipamos o tememos

que vengan mañana. ¿Cuántas personas están afligidas por las cosas de hoy? Pero el

mundo está en consternación con respecto la mañana, o el día siguiente, o el día

siguiente. “Basta a cada día su propio mal” [Mateo 6:34].

No te preocupes por el mañana. Descansa en Dios. Los brazos poderosos del Dios

vivo estarán debajo mañana, tal como lo están hoy.

El Espíritu de Dios dice dentro de mi corazón que el Reino de Cristo, que cada hijo

de Dios busca, se caracteriza por la paz de Dios poseyendo las almas de los hombres, de

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manera tal que la preocupación y el cuidado cesan de ser porque confiamos en Sus

brazos.

   Si yo pudiese traerte hoy una bendición mayor que otra, será la realidad de la

confianza en Dios. “No temas ni desmayes, porque el Señor tu Dios estará

contigo dondequiera que vayas” [Josué 1:9].

Recientemente una mujer joven vino a los salones de sanidad llorando tanto que

difícilmente podía hablarle. Dijo: “Soy madre de tres niños. Temo que voy a morir. El

doctor dijo así y así; no hay esperanza para mi. Debo abandonar a mi esposo y mis

hijos.”

Le dije: “El doctor es un mentiroso.” Y esa mujer está sentada hoy en la audiencia,

sana. Amado, ella podría haber estado muerta. Nosotros podríamos haber estado

teniendo otro funeral. Pero la confianza en el Dios vivo trajo la confianza del poder

sobre la cosa que estaba aplastando y quitando la vida de esa alma, y se fue por la gracia

de Dios. Ningún caso es demasiado desesperanzado.

La noche pasada en los salones de sanidad, exactamente a las seis en punto, fui

visitado por una mujer a quien conocí cuatro o cinco meses atrás en el Deaconess

Hospital. La querida dama había sido abandonada para morir. Había sido examinada

con rayos X, y se descubrió un cáncer grande en el estómago. Le dijeron que no había

nada que hacer por ella. Así que el querido esposo envió por mi para que hablase una

palabra de amor a su supuestamente moribunda esposa.

Yo no entendí para que me habían ido a buscar, y cuando llegué a la querida alma

supuse que había sido llamado para orar la oración de fe para sanidad. Dije: “Querida

Madre, no tienes que morir.”

“Pero,” dijo ella, “el doctor dice esto. Los rayos X muestran un cáncer de tal

tamaño. Creo, hermano, que tendré que morir.”

   Y yo dije: “Es una mentira. Tú no tienes que morir.” Durante dos o tres meses

batallamos contra esa condición en el alma de la mujer. El Espíritu de Dios venía sobre

ella cada vez que orábamos. Sus dolores desaparecían, ella se dormía, etc., pero no era

sanada realmente. Eso continuó semana tras semana, y mes tras mes hasta que yo estaba

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casi desgastado antes de que su alma se levantara para tomar la victoria. Pero la noche

pasada entró en los salones de sanidad. Me contó que pesaba

solamente treinta y siete kilos. Esta semana fue al hospital y el

mismo médico la examinó con rayos X. Cuando vieron las placas

dijeron: “Debe haber algún error.” Y fueron a la original y la

examinaron. No podían entenderlo.

Ella dijo: “Doctor, encontré un nuevo Médico, el Gran Médico, el Cristo de Dios, y

no me preocupo por sus placas. Sé que el cáncer desapareció.” Pero las placas

mostraron que había desaparecido. La mujer volvió a su casa siendo una mujer feliz.

Pero, amado, la victoria vino solamente cuando la realidad del poder del Cristo vivo

tomó posesión del corazón de la mujer. Bendito sea Dios.

¡No un Jesús muerto, sino un Cristo vivo! No un sepulcro con un hombre muerto en

él. sino el glorioso, presente Cristo resucitado en tu corazón y el mío. El Cristo vive,

bendito sea Dios, no sólo a la diestra de Dios, sino que el Cristo vive en tu alma y la

mía. La victoria que El alcanzó está evidenciada no sólo por la declaración “Yo soy el

que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos”

[Apocalipsis 1:18]; sino por la victoria que El alcanza a través de ti y de mi ahora.

Aquella fue Su victoria peculiar; pero la victoria del Cristo que da al hijo de Dios su

gozo ahora es la realidad de que el Cristo vive, y que el Cristo reina, y que por el poder

de Dios, el pecado, las tinieblas, la muerte y el infierno llegar a ser obedientes al

cristiano, a través del Cristo que está en él.

TESTIMONIO DE LA SRA. PETERSON 

“Fui sanada cuando estaba muriendo. Estuve en estado de muerte cuarenta minutos.

Mi útero y ovarios habían sido quitados en una operación; y en mi sanidad, Dios los

restauró, y soy una mujer normal.”

   Amigos, quiero darles un concepto de los que significa una batalla por una vida. Esta

alma mantuvo la lucha por su vida hasta que sus fuerzas se debilitaron y cayó en la

inconsciencia. La última cosa que ella dijo al Hno. Westwood fue: “No puedo

luchar más. Ud. tiene que hacerlo por mi, o moriré.”

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Y el Dios Todopoderoso la sanó completamente, y hoy ella se para ante el mundo

como una maravilla del poder de Dios porque se negó a ser derrotada. Esto es un

milagro, no una sanidad solamente. La obra de Dios en ella fue creativa. A uno es dado

por el Espíritu el don de sanidad, a otro el obrar milagros.

El concepto del Señor Jesucristo contra el que estamos batallando en estos días es

ese que el poeta enmarcó en estas hermosas palabras, (y digo esto con toda reverencia):

“Buen Jesús, manso y humilde, contempla a este pequeño niño.”

En el pensamiento que ese niño tiene de Jesús, no hay ningún concepto del Hijo de

Dios triunfante, Quien entró en la muerte y tomó la victoria, Quien estableció vida

eterna en las almas de los hombres. Bendito sea Dios por el Cristo que se atrevió a

entrar en las mismas garras de la muerte, y luchó con el enemigo que ningún hombre se

había atrevido jamás a agarrar, y se levantó vencedor. El lo llevó cautivo, y quebró su

poder, y lo ató con cadenas, y declaró libertad a un mundo que estaba aplastado y atado

por la realidad del poder de la muerte.

A medida que la venida del Cristo se acerca esa venida que creo una multitud de

corazones cristianos están esperando en estos días- el resplandor, la llama y la realidad

del Hijo de Dios Vencedor toma posesión de sus corazones y mentes, y en el Nombre de

Jesús los hombres se están levantando por todas partes, lo cuales se niegan a ser atados

por el pecado, la enfermedad y la muerte.

Esa es la razón por la que Juan vio en su visión del Apocalipsis un día de triunfo, en

que todos los que estaban en la tierra, el mar y debajo del mar, cuando el cielo, la tierra

y el infierno se unieron para dar un grito de triunfo que sonará a través de las

eternidades, porque el Cristo de Dios había llegado a ser reconocido Señor, Gobernador,

Príncipe, y Rey de la raza.

Si el bendito Espíritu de Dios se mantiene revelando el poderoso poder del Cristo

vivo en las almas de los hombres tendremos que tener un nuevo himnario. Tendremos

que tener una nueva clase de poetas en el mundo. Eso viene, también, tan seguro como

que tú has nacido. Solían cantar viejos himnos deprimentes en la pequeña iglesia

escocesa cuando yo era niño; y recuerdo un himno en particular:

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¡Oye!, Desde la tumba un dolido sonido.

Oído mío, escucha el clamor.

Vosotros hombres vivientes, venid y ved el suelo

Donde debéis pronto yacer. ¡Ah!

Más tarde supe que “ah” era Amén, pero no lo sabía entonces.

Oh, bendito sea Dios por la revelación del Cristo vivo en las almas de los hombres,

que eleva la realidad de los hombres del lugar de la derrota al lugar del poder, del

exultante, actual y potente poder del Dios vivo.

Un domingo por la tarde un caballero inglés alto entró a mi iglesia en

Johannesburgo, Sudáfrica. Medía 1,86 m de altura, y tenía una anchura de hombros de

65 cm. Una mata de pelo colorado lo hacía conspicuo como un león. Caminó por el

pasillo y tomó un asiento bastante cerca del frente. Mi antiguo compañero de

predicación estaba tratando de explicar el potente poder del Cristo vivo lo mejor que

podía, y este hombre escuchaba sentado. De repente se paró, diciendo: “Anciano, si las

cosas de las que está hablando son correctas, soy su candidato.”

Dijo: “Yo era cristiano. Vine de Port St. Mary’s, Isle of Man, y era un muchacho

cristiano. Vine a Africa y viví la vida africana normal, y el resultado es que he estado

incapacitado para hacer cosa alguna por tres años, y mis médicos dicen que soy

incurable. Si realmente quiere significar lo que está diciendo, dígame qué hacer.”

Mi antiguo compañero dijo: “John, ¿qué vamos a hacer?”

Dije: “Dile que suba; oraremos por él ahora mismo.”

Bajamos de la plataforma, pusimos nuestras manos sobre William T. Dugan, e

inmediatamente, como la luz de un rayo dando contra un árbol o una roca, el poder de

Dios atravesó el ser del hombre, y el Señor Jesucristo lo sanó.

Unos pocos días más tarde vino a mi casa a mitad del día, y dijo: “Lake, quiero que

me muestre como tener un corazón limpio.” Tomé la Palabra de Dios y fui a través de

ella con él, para mostrarle la potente limpieza, el poder santificador del Dios vivo en el

corazón del hombre. Antes de irse, se arrodilló junto a una silla y consagró su vida a

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Dios. Alzando sus manos al cielo dijo: “Señor Dios, recibo en mi vida el poder

santificador de Dios para disolver toda condición en mi naturaleza que es adversa al

Dios viviente.” Y, bendito sea Dios, lo recibió del cielo, tal como recibió su sanidad.

Pasaron tres meses. Un día llamó y dijo: “Lake, he tenido un llamado de Dios.” Yo

sabía que era así. No había error alguno. La maravilla de ello estaba en su alma. Fue al

interior donde había una gran epidemia de fiebre. Algunas semanas más tarde comencé

a recibir noticias que la gente estaba siendo sanada. Cientos de ellos. Bendito sea Dios.

Así que, un día decidí que iría y me uniría en la misma obra a un par de cientos de

millas de donde estaba él. De alguna forma, las noticias de que yo estaba en

Potgietersrust trascendieron, y él vino allí.

A la tarde siguiente fuimos llamados al hogar de un hombre que dijo que su esposa

estaba enferma de diabetes. Oramos por la esposa y varias otras personas que estaban

presentes. Entonces, el hombre entró a la cocina, y dijo: “¿Oraría por una mujer como

esta?” Cuando la miré vi que tenía un pies deformes. El pie derecho estaba en un

ángulo de cuarenta y cinco grados, y el izquierdo en ángulo recto.

   Dugan respondió: “Sí. Oramos por cualquiera.” Y le dijo a ella: “Siéntese,” y tomando

el pie deforme en sus manos dijo: “En el Nombre de Jesucristo, vuélvete natural.” Y

quiero decirte, ese hombre está en la gloriosa presencia de Dios hoy.

Algún día me pararé con él allí. Antes de que tuviera oportunidad de

tomar el siguiente respiro, ese pie comenzó a moverse, y al instante

siguiente el pie estaba derecho.

Luego alzó el otro pie y dijo: “En el Nombre de Jesucristo, vuélvete natural.”

Amado, no era solamente la voz del hombre, o la confianza de su alma, sino que la

poderosa vida divina de Jesucristo pasó como un relámpago a través de él, y derritió ese

pie hasta ablandarlo, e inmediatamente se volvió normal por el poder de Dios.

Amados, no hemos comenzado a tocar la periferia del conocimiento del poder de

Dios. Sin embargo, quiero animar sus corazones. Yo sé que sus almas y mi alma están

hambrientas del Dios vivo. Estoy contento que podamos decir lo que quizás nunca se ha

dicho en el mundo cristiano desde los días de los apóstoles hasta el tiempo presente, que

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desde la apertura de esta obra en Spokane, unos dieciséis meses atrás, diez mil personas

han sido sanadas por el poder de Dios.

¿Está muerto Jesús? No, bendito sea Dios. ¿Está vivo en la gloria? ¿Está vivo en tu

corazón? Bendito sea Dios, ese es el lugar para coronar al Cristo. Ese es el lugar, en tu

alma y en mi alma.

Estamos simplemente comenzando a crecer. Los antiguos profetas eran tan grandes

en su alma, tan gigantescos en su vida espiritual que cuando una pobre alma pecaba, o

toda la nación pecaba, el profeta se quitaba sus ropas, afeitaba su cabeza, y se ponía un

cilicio en su cuerpo y cenizas sobre su cabeza, e iba delante de Dios. Decía: “Señor

Dios, yo he pecado. Nosotros hemos pecado.” Y derramaba su alma delante de Dios

hasta que la nación se volvía en arrepentimiento y amor a los pies del Dios Santo.

Confío en que un día creceremos los suficiente en Dios para que podamos hacer cosas

como esas.

   Unos tres o cuatro años atrás, cuando una de las maravillosas unciones del Espíritu

Santo estaba en mi vida, vino un hombre a mi salón de sanidad para contarme que

estaba en estado moribundo y sin esperanza. Al poner mis manos

sobre él y orar, fui consciente de que el Espíritu de Dios iba a través

de él como una corriente de luz, e inmediatamente saltó vibrando

bajo el poder de Dios hasta que sus dientes castañeteaban. Cuando

hubo pasado su sorpresa, le dije: “Hermano, ¿qué pasó con su dolor?”

Esa fue la primera vez que pensó en ello.

Dijo: “Mi dolor desapareció.”

Le dije: “¿Sintió el poder de Dios?

“Dijo: “Me atravesó como un perdigón.”

Amados, una de las tristezas de mi alma es esta, que aunque nos regocijamos en el

hecho de que Dios está sanando a una multitud de personas, aún en esta ciudad, y ahora

están viniendo a esta ciudad de todas partes de la tierra, sin embargo, muchos de ellos

no fueron sanados, y debieran haber sido sanados. Algunos han tenido que venir a los

salones de sanidad veinte veces en vez de una vez. Pero, bendito sea Dios, viene el día

cuando el poder de Dios vendrá sobre tu alma y la mía poderosamente, y será como fue

con Cristo. Ellos no tendrán que volver una segunda vez. Al toque de Jesús el potente

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poder de Dios pasaba como un rayo a través de sus vidas hasta que la enfermedad en

ellos desaparecía para siempre. Bendito sea Su precioso Nombre. No quiero darles la

idea de que no hay gente sanada instantáneamente. Hay muchísimos de ellos, pero no

todos.

El Sr. Greenfield Sube a la Plataforma

El Sr, Greenfield estaba en las manos de los médicos por tuberculosis de los

riñones. Se vio obligado a dejar su trabajo. Era simplemente un pobre hombre, y eso

significaba que debía llegar a depender de su familia en vez de ser el sostén de la casa.

Cuando vino a los salones de sanidad, habló un poco de esto. Dijo: “Los doctores dicen

que voy a morir.”

   Dije: “Greenfield, no lo creas. Hay un Dios en el cielo.” Después de que impuse mis

manos sobre él y oré, dije: “Greenfield, vuelve a tu trabajo.” Bendito sea Dios, lo hizo,

y ahora no parece un hombre que está muriendo de tuberculosis.

Oh, Aleluya: Hay un Cristo vivo. Hay un Hijo de Dios triunfante. Hay un Espíritu

viviente del Dios viviente, que fluirá a través del alma de un hombre tal como fluyó a

través del alma de Jesús. El problema está en el alma del hombre. El problema que estoy

teniendo es con el alma de este hombre. Y la oración de mi vida cada día y hora es:

“Poderoso Dios, purifica el alma de este hombre como el alma de Jesús era pura, y da a

mi alma la realidad de la fe en Dios como la poseía el alma de Jesús.” Entonces,

Amados, Uds. y yo podemos decir en hecho y en verdad, somos los Hijos de Dios,

bendito sea Su Nombre.