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La santa de Karnak ____________________________ Emilia Pardo Bazán

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La santa de Karnak

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–De niña –me dijo la anciana señora– era yomuypoquita cosa,muydelicada, delgada, tanpaliducha y tan consumida, que daba penamirarme. Como esas plantas que vegetanahiladasy raquíticas, faltasde solodeaire,ode las dos cosas a la vez,me consumía en lahúmeda atmósfera de Compostela, sin quesirviese para mejorar mi estado de recetas ypotingues de los dos o tres facultativos quevisitaban nuestra casa por amistad ycostumbre, más que por ejercicio de laprofesión.Eraunodeellos, yaveustedsi soyvieja,nadamenosqueel famosísimoLazcano,de reputación europea, en opinión de susconciudadanos los santiagueses; cirujanoilustre, de quien se contaba, entre otrasrarezas,quesabíaresolverlosalumbramientosdifícilesconunpuntapiéenlosriñones,quesehizomás célebre todavía que por estas cosaspor haber persistido en el uso de la coleta,cuandoyanolagastabaalmaviviente.

Aquel buen señor me había tomado ciertocariño,comodeabuelo;decíaqueyoeramuy

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lista, y que hasta sería bonita cuando merobusteciese y echase –son sus palabras– «lamorriña fuera»; me pronosticaba larga vida ymagníficasalud;a losafanosos interrogatoriosdemamárespectoamismales,respondíaconuntemblorcillodecabezayuncapirotazoalospolvosderapedetenidosenlachorrerarizada:

–No hay que apurarse. La Naturaleza quetrabaja,señora.

¡Ay si trabajaba! Trabajaba furiosamente lamaldita.Lloreras,pasióndeánimo,ataquesdenervios (entonces aún no se llamaban así),jaquecas, y, por último, un desgano tancompletoquenopodíaatravesarbocado,ymequedabacomounhilo,postradadepurodébil,primeroresistiéndomeajugarconlasniñasdemiedad;luego,asalir;luego,amovermehastadentrodecasa,y,porúltimo,alevantarmedela cama, donde ya me sujetaba la tenazcalentura.Frisaríayoenlosdoceaños.

Mi madre, al cabo, se alarmó seriamente. Lacosa iba de veras; tan de veras, que dosmédicos –ninguno de ellos era el de coleta–,

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después de examinarme con atención,arrugaban la frente, fruncían la boca ycelebrabanmisteriosa conferencia, de la cual,losupemuchodespués,salíayoentodaregladesahuciada.Seoían,enlasalitacontiguaamialcoba, el hipo y los sollozos de mamá, laaflicción de mi hermana mayor, y loscuchicheos del servicio, las entradas y salidasde amigos oficiosos, todo lo que entreoyedesde la cama un enfermo grave; y a pocoresonabanenelcerebro lasconocidaspisadasde Lazcano, que medía el paso igual que unrecluta,yentrabamandando,entonogruñón,queseabriesen lasventanasynoestuviese lachiquilla «a oscuras como en un duelo».Habiéndome tomado el pulso,mandaba sacarla lengua, apoyado la palma en la frente paragraduarelcalorypreguntandoamienfermeraciertos detalles y síntomas, el viejo sonrió, seencogió de hombros, y dijo, amenazándomeconlamanoderecha:

–Lo que necesita la rapaza es una docena deazotes...yaldea,ylechedevaca...,yseacabó.

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–¡Aldea en el mes de enero! –clamó,espantada,mihermana– ¡Jesús,en tiempodelobos!

–Pregúntele usted a los árboles si en inviernoseencierranenlascasasparavolveralcampoen primavera. Pues madamiselita, fuera elalma, árboles somos. Aldea, aldea, y no merepliquen.

Apesardelaresistenciademihermanita,quetenía en Santiago sus galancetes y por eso sehorrorizabatantodeloslobos,mamáseagarróa laesperanzaque ledabaLazcano,yresolvióla jornada inmediatamente. Por casualidad,nuestrasrentitasdelamontañaandabanatresmenos cuartillo; el mayordomo, prevalido deque éramos mujeres, y seguro de que noaportaríamosnuncaporlugartansalvaje,hacíade nuestro modesto patrimonio mangas ycapirotes, enviándonos cada año másmermado su producto. El viaje, al mismotiempoquesalud,podíarendirutilidad.

El día señaladome bajaron hasta el portal enunasilla;vienganchadoyaelcochedecolleras

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que nos llevaría donde alcanzase el caminoreal;allínosaguardaríanmayordomoycaseroscon cabalgaduras, para internarnos en lamontaña. Yo iba medio muerta. Dormité lasprimeras horas, y apenas entreabrí los ojos aloír las exclamaciones de terror que arrancó ami hermana y a mi madre la cabeza de unfaccioso, clavada en al poste a orillas de lacarretera. Cuando encontramos a nuestrosmontañeses, faltaban dos horas para elanochecer, que aquella estación del año es alas cinco de la tarde; y los aldeanos, no sé siporinocenciaopor

malicia,porfiaronenquenosdiésemostodalaprisaposibleadescargarelequipajeymontar,porque se echaba encima la noche, la casaestaba lejos y andaban por el monte abandadasloslobosyadocenaslossalteadores.Mi hermana y mi madre, casi llorando demiedo, se encaramaron como Dios les dio aentendersobreelaparejodelosjacos.Amímeenvolvieron en una manta, y un robustomocetón que montaba una mula berruña

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mansa yoronda,me colocódelante, comounfardo. En tal posición emprendimos lacaminata.

Porsupuestoquenodivisamosnilasombradeun ladrón,nielhocicodeun lobo.Encambio,las pobres señoras pensaron cien vecesapearseporelraboolasorejas,segúncaíanlascuestasarribaoabajodelaendiabladatrocha.Y al verse, por último, en la cocina del viejocaserón,frentealhumeantefuegodequeiroasyramaderoblecasiverde,oyendohervirenlapanza del pote el caldo de berzas con harina,lesparecióqueestabanenlagloria,enelcielomismo.

Yonolesqueríadeciraustedeslasprivacionesque allí pasamos. La casa solariega de losAldeiros, mis antepasados, se encontraba entalestadodevetustez,queporlasrendijasdeltecho entraban los pájaros y veíamosamanecerperfectamente.Vidrios, ni unoparaseñal. El piso cimbreaba, y los tablonesbailabanlapolca.Elfríoeratancrudo,quesólopodíamos vivir arrimadas a la piedra del lar,

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acurrucadas en los bancos de ennegrecidoroble, y extendiendo las amoratadas manoshacialallamaviva.Ahora,quetengoañosyhevisto tantas cosas en el mundo, comprendoqueaaquelcuadrodelacocinamontañesanole faltaba su gracia, y que un pintor o poetasabríasacarpartidodeél.

Las paredes estaban como barnizadas por elhumo,ysobresufondosedestacabanbienlascacerolas y calderos, y el vidriado del groserobarro en que comíamos. La artesa, bruñida afuerza de haberse amasado encima el pan debrona, llevaba siempre carga de espigas demaízmezcladas con habas, cuencos de leche,cedazos y harneros. Más allá la herrada delagua colgada de la pared, la escopeta delmayordomo,grancazadordeperdices.Bajo laprofundacampanadelachimeneaseapiñabanlosbancos,yallí,unidos,peronoconfundidos,nosagrupábamos,amosyservidores.

Porrespetonoshabíancedidoelbancomenospaticojo, estrecho y vetusto, colocado en elpuestodehonor, o sea, contra el fondode la

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chimenea, al abrigo del viento y dondemejorcalentabaelrescoldo;porlocual,elmastínyelgato,amigosapesardelrefrán,seenroscabanyapelotonabananuestrospies.

Formando ángulo con el nuestro, había otrolargo banco, destinado a la mayordoma, sumadre,suhijomayor(elquemehabíatraídoamíalarzóndesumontura),elgañán,lacriada,y algún vecino que acudiese a parrafear denoche. Por el suelo rodaban varios chiquillos,exceptoeldepecho,que lamayordomateníasiempre en brazos. Y hundido en viejísimosillón frailero, de vaqueta, el mayordomo, elcabeza de familia, permanecía silencioso,entretenido en picar con la uña un cigarro olimpiarybruñirporcentésimavezelcañóndelaescopeta,suinseparableamiga.

Yo seguía estropeada, sin comer apenas, sinpoder andar, temblando de frío y de fiebre;pero antes me matarían que renunciar a latertulia. Mi imaginación de niña se recreabaconaquelespectáculomásqueserecrearíaenbailesosaraosde lacorte.Allíerayoalguien,

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un personaje, y el centro de todas lasatencionesyelasuntodetodoslosdiálogos.

Un granuja campesino me traía el pajarillomuerto por lamañana en el soto; otro asabaen la brasa castañas para obsequiarme; lamayordoma sacaba del seno el huevo degallina, reciénpuestoyme loofrecía; losmáspequeños me brindaban tortas de maíz,acabadas de salir del horno, ome enseñabanuna lagartija aterida, que, al calorcillo de lallama, recobraba toda su viveza. ¡Ay! ¡Cuántosentíayono tenervigor, fuerzaniánimoparacorretear con aquellos salvajitos por lasheredades sobre la tierra endurecida por laescarcha! ¡Quién pudiera echar del cuerpo elmal y volverse niño aldeano, fuerte, recio yjuguetón!

Después de los chiquillos, lo que más fijó miatención fue la madre de la mayordoma. Erauna vieja que podía servir de modelo a unescultor por la energía de sus facciones, alparecer cortadas en granito. El diseño de sufisonomíaleprestabaparecidoconunáguila,y

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la fijeza pavorosa de sus muertos ojos (hacíamuchos años que se había quedado ciega)contribuía a la solemnidad y majestad de sufigura, y a que cuanto salía de sus labiosadquiriese en mi fantasía exaltada por laenfermedaddoblerealce.

Tenía la ciega ese instinto maravilloso queparece desarrollarse en los demás sentidoscuando falta el de la vista. Sin lazarillo,derecha,ycasisinpalparcon lasmanos, ibayvenía por toda la casa, huerta y tierras.Distinguía a los terneros y bueyes por elmugido,ya laspersonascreoqueporelolor.De noche, en la tertulia de la cocina, hablabapoco, y siempre con gravedad y tonosemiprofético.Siguardabasilencio,noestabannuncaociosassusmanos.Hilabalentamente,yen torno de ella el huso de boj, como unpéndulooscilabaenelaire.

Mire usted si ha pasado tiempo..., y meacuerdo todavía de bastantes frasessentenciosasdeaquellavieja.Elecodesuvozcuando guiaba el rosario no se me olvidará

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mientras viva. Nunca he oído rezar así, conaqueltono,eldequienruegaqueleperdonenlavidao ledenalgoquehamenesterparanomorirse.

Justamente el rosario, como usted sabe,acostumbra rezarse medio durmiendo, decarretilla; pero la ciega, al pronunciar lasoraciones, revelaba un alma y un fuego, quehacíanllenarsedelágrimaslosojos.Alconcluirel rosario y empezar la retahíla depadrenuestros, me cogía de la mano,desplegando sobrehumana fuerza, meobligaba, venciendo mi extenuación ydebilidad, a arrodillarme a su lado, y conacento de súplica ardentísima, casi colérica,exclamaba:

–A Jesucristo nuestro Señor y a la santa deKarnak,paraque sedignede sanar luegoa laseñoritiña.Padrenuestro...

Hoy no sé si me río... Afirmo a usted queentonces, lejos de reír, sentía un respetohondo, una pueril exaltación y creía a pies

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juntillas que iba a mejorar por la virtud deaquellaplegaria.

Una noche se le ocurrió a mi hermana, pordistraer el aburrimiento, ponerse a charlarlargo y tendido con la ciega o, mejor dicho,sacarleconcucharalaconversación,puesdesulaconismo no podía esperarse más. Hablarondecosassobrenaturalesydemilagros.Yentrevarias preguntas relativas a trasgos, brujas,almas del otromundo y huestes o compañía,saliótambiénlaquesigue:

–SeñoraMaría,¿quéSantaesesadeKarnakaquien usted reza al concluir el rosario? ¿Esalguna imagen?PorqueKarnak creoquedistapoco de aquí, y tendrá su iglesia, con susefigies.

–Imagen... la parece –respondió la ciega entonoenfático.

–Pero¿quées,enrealidad?Sepamos.

–Es imagen, sólo que de carne, dispensandosus mercedes, y si la señoritiña quiere sanar,

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vayaallí.Lasalud ladaDiosdelcielo.SinDiosdelcielo,losmédicosson...

Ypararecalcarlafrasenoconcluida,laciegasevolvióyescupióenelsuelodespectivamente.

Malsatisfechalacuriosidaddemihermanacontan incompleta explicación, y viendo que a laviejanoselearrancabaotrapalabraacercadelasunto, nos dirigimos a la mayordoma,obteniendocuantospormenoresdeseábamos.

AveriguamosqueKarnakesunafeligresíaenelcorazónde lamontaña,cuatro leguasdistantede nuestra casa de Aldeiro. Después me handichoalgunosamigosilustradosqueesnotableel nombre de esa aldeíta, y, como todos losque principian en «Karn», de puro origencéltico.

Allí,peronoenla iglesia,sinoensuchoza,noen el cielo y en los altares, sino viva yrespirando es donde estaba la «Santa», únicaque,segúnlaciega,podíarealizarmicuración.

–¿Yporquéllamanustedessantaaesamujer?–preguntó mi madre con el secreto afán del

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que entrevé una esperanza por remota yabsurdaquesea.

–¡Ay,señoramiama!–protestólamayordomaescandalizada, comoquienoyeunaherejíademarca mayor–. ¿Y no ha de ser santa? MássantanolatieneDiosenlagloria.Miresiserásanta, que su cuerpo es ya como el de losángeles del cielo. Verá que pasmo. Ni pruebacomida ni bebida. En quince años no haentrado en ella más que la divina Hostia deNuestroSeñor,todaslassemanas.Yponerellalas manos en una persona, y aunque se estémuriendolevantarseyecharacorrer ...eso loveremoscadadía,asíDiosmesalve.

–¿Ustedes vieron curar a alguien? –insistiómamá.

–Sí, señora mi ama, vimos.... ¡alabado elSacramento!...PorSanJuan,hadesaberquelavaca roja se nos puso a morir.... hinchada,hinchada como un pellejo, de una cosa malaque comió en el pasto, que sería una«salamántiga»,onoséquébichovenenoso.Ycomo teníamos el cabo del cirio que le

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encendiéramosa la santa, loencendimosotravez.... y fue encenderlo y empezar la Roja adesinflar y a soltar la malicia, y a beber y apastarcomodenantes...

Mi hermana se desternilló de risa con lacuraciónde laRoja. Perodeallí a dosdías yotuveunsíncopetanprolongado,quemimadre,viéndome yerta y sin respiración, me contódifunta.

Ycuandovolvíadelaccidente,cubriéndomedecariciasydelágrimas,mesusurróaloído:

–Nodigasnadaatuhermana.Silencio.MañanatellevoalasantadeKarnak.

Fue preciso hacer uso de iguales medios delocomoción que al venir de Compostela.Empericotada sobre el albardón del jamelgo,mimadre; yo, llevada al arzón por el hijo delmayordomo, y dándome escolta, armada dehoces, bisarmas, palos y escopetas, nuestramesnada de caseros. Cuando íbamos saliendoyade los términosde la aldea, internándonosen una trocha que faldeaba el riachuelo y sedirigía al desfiladero o garganta por donde

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empezaba la subida a los castros de Karnak,vimos alzarse ante nosotros enhiesta ymajestuosafigura:laciega.

Fueinmensonuestroasombroaloírquequeríaacompañarnos, recorriendo a pie las cuatroleguas de distancia. De nada sirvió advertirleque iba a cansarse, que el camino era undespeñadero, que habría nieve y que ella enKarnaknonosvaldríaparamalditalacosa.Nohuborazónqueladisuadiera.Surespuestafueinvariable:

–Quiero «ver» el milagro, señoritiña. ¡Quiero«ver»elmilagro!

Acostumbrado sin duda el mayordomo a latenacidad de la suegra,memiró y se encogiódehombros,comodiciendo:«Siseempeña,nohaymásquedejarlahacerloqueseleantoje».Ycolocándolaentredosmozos,afindequelaguiasen con la voz o las manos, se puso enmarchalacomitiva.

Iba yo tan mala, que, a la verdad, no puedorecordarconexactitudlosaltibajosdelcamino.Muy áspero y escabroso recuerdo que me

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pareció. Sé que recorrimos tristes y desiertasgándaras,quesubimospormontesescuetosycasi verticales, que nos emboscarnos en unaselva de robles, que pisamos nieve fangosa,quehastavadeamosunrío,yque,porúltimo,encontramos un valle relativamente ameno,donde docena y media de casuchas seapiñaban al pie de humilde iglesia. Cuandollegamos iba anocheciendo. Mi madre habíatenidolaprecaucióndellevarprovisiones,puesallí no había que pensar en mesón ni enposada.Porfavorrogamosalpárrocoquenospermitiese recogernos a la rectoral, y el cura,acostumbrado sin duda a las visitas que leatraía la santa, nos recibió cortésmente sin elmenorencogimiento,ofreciéndonosdoscamasbuenas y limpias, y paja fresca para sustentodecaballeríaylechodehombres.Alasantalaveríamos al día siguiente por la mañana. Talfue el consejo del párroco, que añadiósonriendo:

–Yo les daré cirios, señoras. La santa es unabuenamujer.Ynocome;vivedelaHostia.Eso

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meconsta.Noespequeñoasombro.Yairemosallá.Antesoiránlamisita...¿No?Bien,bien;deoír misa y dar cebada no se pierde jornada.Ahorareposen,quevendránmolidas.

Al recogernos a nuestro dormitorio, alabrigarmemimadrey remeterme las sábanasbajo el colchón, recuerdo que me dijosecreteando:

–¿Ves? Esta media onza ... para dárselamañana al cura por una misa. No hay otromediodepagarelhospedaje...Ytúcomulgarásen ella, y te confesarás ..., a ver si la Virgenquierequesanes,paloma.

No sé lo que sintió mi espíritu a la idea decontarle mis pecados a aquel curilla joven,mofletudo, obsequioso y jovial. Lo cierto esquemesublevé,ydijeconimpensadaenergía:

–Yo no me confieso aquí, mamá. Yo no meconfieso aquí. En Santiago, con el señorpenitenciario ..., ¡como siempre! ... ¡PorDios!Quieroveralasanta,peronoconfesarme.

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Notando mi madre que casi lloraba, ytemiendo que me hiciese daño, me calmódiciendoentonoconciliador:

–Calla, niña; no te apures... Pues no, no teconfesarás.Me confesaré yo en lugar tuyo ...Peromejor sería que te confesases. Porque siDioshadehaceralgoporti...

–No,no;confesarmenoquiero.

Y al pronunciar con enojo infantil estaspalabras,laciega,queacurrucadaenunrincóndescansabadelacaminatafatigosa,selevantóde repente y, como iluminada por inspiraciónsúbita, vino recta haciamimadre, le puso enloshombrossusdescarnadasydurasmanos,ydijoconacentoterrible:

–¡Elcura,no!¡Señoramiama... ;dejesolosala santayaDiosdel cielo! ¡La santa..., ynadamás!

Indudablemente, este pequeño episodiodeterminó a aquella mujer entusiasta a laextraña acción que realizó, apenas nosdormimos rendidas de cansancio. Debió de

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figurarsequelaintervencióndelcuraquitabaala santa todo su mérito y su virtud. Esto lodiscurro yo ahora, y creoque la ciega, allá ensureligiosidadraraydepersona ignorante,sesublevaba contra la idea de que hubieseintermediarios entre el alma y Dios. Si no,¿cómoseexplicasuatrevimiento?

Al calor de las mantas dormía yo sueñocompletoyprofundo,ynodespertédeélhastaque sentí una impresión glacial, cual si meazotaselacaraelairelibre,elcierzomontañés.Hastameparecióquemesalpicaba la lluvia,yal mismo tiempo noté que una fuerzadesconocida me empujaba, llevándome muyaprisa por un camino negro como boca delobo.Fuetanagudalasensaciónymeentrótalmiedo,quemeagitéygrité.Yentoncesoíunavoz cavernosa, la voz de la ciega, que decíasuplicante:

–Señoritiña, calle,quevamos juntoa la santa.Calle,queesparasanar.

Enmudecí,sobrecogida,nosésideterror,sidegozo. La persona que me llevaba en brazos

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andabaaprisa,tropezandoalgunasveces,otrasdeteniéndose,sindudaafindeorientarse.Deprontooíquesumanogolpeabaunapuertademaderaysuvozseelevaba,diciendoconfuria:«Abride». Abrieron, relativamente pronto, ydivisé una habitación o, mejor dicho, unaespeciedecamaranchónpobre, iluminadoporunaveladecerapuestaenaltocandelero.Yo,en aquel instante, nada comprendía: estabacomoquienveunaapariciónportentosa,ynose da cuenta ni de lo que siente ni de lo queaguarda. Tenía ante mis ojos a la santa deKarnak.

Enunacamahumilde,peromuysuperioralostoscos«leitos»delosaldeanos,sobreelfondode dos almohadas de blanco lienzo, vi unacabeza, un rostro humano, que no puedodescribirsinorepitiendounafrasedelaciega,ydiciendo que era «una imagen de carne». Elsemblante, amarillento como el marfil,adheridoa loshuesos, inmóvil,expresabaunaespecie de éxtasis. Los ojos miraban hacia

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adentro, comomiran los de las esculturas deSanBruno.

Loslabiosseestremecíandébilmente,cualsilasanta rezase. Las manos, cruzadas yenclavijadas, confirmaban la hipótesis deperpetuaoración.Noseadivinabalaedaddelasanta. Por la transparente diafanidad de laencarnadura, por la tenuidad de la piel, niparecíaniñanivieja,sinounavisión,entodalafuerza de la palabra: una visión del mundosobrenatural. Considérese lo que yo sentiría yel religioso espanto con que mis ojos seclavaron en aquella criatura asombrosa,transportada ya a la gloria de losbienaventurados.

Unaldeanoyunaaldeanadeedadmaduraquevelaban juntoal lecho,mealargaronentoncessilenciosamente un cirio que acababan deencender. Los tomé con igual silencio, y laaldeana,acercándoseallechoypersignándose,alzó la ropa, entreabrió unos paños, y mishorrorizadas pupilas contemplaron el cuerpo

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de la mujer que sólo se alimentaba con laHostia.

¡He dicho cuerpo! ¡Esqueleto debí decir! LaMuerte que pintan en los cuadros místicostieneesosmismosbrazos,dehuesossólo;eseesternón en que se cuenta perfectamente elcostillaje, esos muslos donde se pronuncia lacaña del fémur... Sobre el armazón de lascostillas de la santa no se elevaban las dossuaves colinas que blasonan a la mujerdelatandolamásdulcefuncióndelsexo,y,enlugar de la redondez del vientre, vi unadepresiónhonda,aterradora,cubiertaporunaespeciedepelícula, que, amiparecer, dejabatrasparentarlaluzdelcirio.

Pues con todo eso, la santa de Karnak nomeasustaba. Al contrario: me infundía el deseoquedespiertanenlasalmasinfiltradasdefelascarcomidasreliquiasdelosmártires.Alrededorde la osamenta descarnada y negruzca, meparecía amí quedivisabaunnimbo , una luz,algo como esa atmósfera en que pintan a lasConcepcionesdeMurillo...

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No lo atribuya usted ni a romanticismo ni acosaquese leparezca.Esunaverdad,porquehoyveolomismoquevientonces,ycompren–doquelasantadeKarnak...«estabahermosa».Lo repito, muy hermosa.... hasta infundir undeseo loco, ardientísimo, de «besarla», dedejar los labios adheridos a su pobre cuerpodesecado,dondesóloentrabalaEucaristía.

Yome encontraba tan débil como he dicho austed. Yo me sentía desfallecer momentosantes.Yonoservíaparanada.Puesderepente(no crea usted que fue ilusión, que fuedesvarío...), de repente sientoenmíun vigor,una fuerza, un impulso, un resorte que mealzabadel sueño.Y llenadevivezayde júbilomeincorporo,cruzolasmanos,alzolosojosalcielo, y voy derecha a la santa, sobre cuyafrente, de reseco marfil, clavo con avidez laboca ... La de la santa se entreabre,murmurando unas sílabas articuladas, quesegún averigüé después, debían de significar:«Dios te salve, María». Pero, ¡bah!, yo jurarésiempre que aquello era: «Dios te sane, hija

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mía». Y me entra un arrebato de felicidad, ysiento que allá dentro se arregla no sé quédescomposición demi organismo, que la vidavuelveamíconímpetu,comotorrentealcualquitaneldique,yempiezoabailaryabrincargritando:

–¡Mamá, mamá! i Gracias a Dios! ¡Ya estoybuena,buena!

Quien se puso furioso fue Lazcano, el de lacoleta,cuandorebosandoalegríaleenteramosdelsuceso.

–Pudo matarte esa vieja loca y fanática, hijamía.Fueunaimprudenciabestial.Conformetesentó bien, si te da por reventar, revientas.Claro, una sacudida así... ¡Mire usted que lasanta! De esa santa ya le han hablado alarzobispo y teme que sea algunaembaucadora, y va a mandar a Karnak dosmédicos y dos teólogos, personas doctas yprudentes,quelaobservenynotensiesciertolodelcomer...¡Sinverlaséyoelintríngulisdelportento.Esamujertrabajaba,cocíapanenelhorno;salióundíasudando,quedóbaldada,y

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sehaidoconsumiendoasí...Escasoraro,perono sobrenatural. Si le pudiese hacer laautopsia,yaleencontraríaenelestómagoalgomásque laHostia... iVaya!Supocodebromaha de haber... Pero líbremeDios demetermeencamisadeoncevaras,quealpadreFeijoolecostógrandesdesazoneseldesenmascarardosotressupuestosmilagros...

–Señor de Lazcano –interrumpió mi madre–:perolaniña,¿estámejoronoloestá?

–Loestá,yasevequeloestá.¡Lindapregunta!¡Quémadamitaesta!Laniñahapasadodesustrece....yyomequedoenlosmíos.

FIN

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