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La república brevey otros microrrelatos
Saturnino Rodríguez Riverón
QuarksEdiciones digitales
La república breve y otros microrrelatos
Colección Ciudadano mínimo
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La república breve y otros microrrelatos
Saturnino Rodríguez Riverón
La república breve y otros microrrelatos © Saturnino Rodríguez Riverón © Quarks Ediciones Digitales Edición Digital, 2020. Lima, Perú. Ilustración de portada: Antonio Paz Fernández. Diseño de portada: Antonio Paz Fernández. Diseño de interiores: Louis Guerra Valdivia. Editado por:
E-mail: [email protected] Web: http://quarksedicionesdigitales.wordpress.com Facebook: Quarks Ediciones Digitales Twitter: @quarksedicione1 Instagram: quarks_ediciones_digitales
La república breve y otros microrrelatos por Saturnino Rodríguez Riverón se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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Palindroma casi Revés al mundo este para respuesta la descifrar logre que
seguramente aparecerá alguien. Arriba patas todo puesto ha que
la guerra la es. Derecho anda nada ya. Agonía, sangre, insultos.
Babel gran una como, mucho entendía se tampoco mismo él y
prójimo su a comprendía nadie. Pelea una esquina cada en. Pie en
idea una, sano hueso un, intacta cabeza una quedó no.
Coincidencias de remanso un hallar sin dilataba se cadena la, así...
Pobreza la a ricos los, ricos los a pobres los, anárquicos los a
estoicos los, estoicos los a escépticos los, escépticos los a
altruistas los, altruistas los a eclécticos los, eclécticos los a
incriminaban grupos ambos. Sí entre luchaban también
pensadores los y otros a unos acusaban se soldados los entre aún
pero. Soldados los a pensadores los y pensadores los a culparon
guerreros los. Vainas sus de salieron aceros los y pronunciadas
fueron palabras las y. Sangre la brotar hacen que las espadas las
son pero, hieren palabras las.
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Conversando con la autoridad Ella me engaña, diosito. ¿Qué puedo hacer? Búscate otra, es lo
recomendable. No hay ninguna igual a ella, diosito; tú la
concebiste única e irrepetible. Pamplinas; aunque sea diferente,
todas son iguales; como cualquier hombre, créeme. Tú no
entiendes eso del amor, ¿verdad, diosito? Como que nunca te has
enamorado. Nadie te conoce pareja. Siempre solo allá en el cielo,
reinando sobre los mortales. Bueno; solo solo, no. Tengo mi
creación. Paso mis buenos momentos. Por ejemplo, ahora puedo
aconsejarte para que no equivoques el rumbo y te pierdas otra
vez. Ya no tengo camino, diosito, desde que ella perturbó mi
existencia. Practica la poesía; estás a un paso de volverte poeta.
Te queda perseverar en el dolor. Me moriré de hambre, diosito.
La poesía no da de comer. ¿Y si te concedo el Premio Nobel?
Serás objeto de reconocimientos. Te convertirás en alguien
importante, al que homenajearán. Tal vez ella reconsidere su
postura y vuelva a quererte. Siendo así la cosa, a lo mejor acepto
tu ofrecimiento, diosito. Entonces, ¿el Nobel te viene bien? No
sé, diosito; no sé qué decirte. ¿Y si me engaña también con el
Nobel ese?
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Leitmotiv El poeta esperó con paciencia las cuatro horas de su esperanza.
Ella no llegó ni en esas cuatro horas ni en las cuatro siguientes. Ni aún en los meses y años que sucedieron.
El poeta fue al cuarto donde vivía y garabateó un poco sus papeles. La escritura lo calmaba, evidentemente.
Ella, también en su cuarto, retocaba su belleza para, a última hora, no asistir a seis citas más concertadas simultáneamente con otros tantos poetas.
En estos momentos deben estar escribiendo poemas acerca de la desesperanza, la inconstancia, el desamor, pensó, sonriendo ante el espejo.
Sólo hay que esperar unas semanas, tal vez alguno lleve hasta mi nombre.
A estos muchachos hay que darles, de cuando en cuando, ciertos motivos contundentes, de lo contrario se acomodan y no escriben nunca acerca de una.
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La velocidad Al término de su prolongada investigación, el, astrónomo, y
físico, por más señas, logra domesticar un rayo de luz y se prepara
a emprender un viaje portentoso hacia la eternidad siempre joven,
como lo han imaginado cientos de sabios antes que él.
Ya enjaezado el rayo, con la montura conveniente, no
sabe cómo a los vericuetos de su mente llega el andar lento y
seguro de las tortugas, y siente añoranza de su transitar despacioso
a través de los siglos.
Pero es sólo un pensamiento momentáneo, fracciones de
segundos después, cuando se dispone a espolear la finísima estela
luminosa, yace tirado en el piso del estudio, desmontado
inexplicablemente, y el rayo de luz le da de coces antes de
desaparecer como una exhalación por la ventana encristalada del
laboratorio.
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El puente En alguna parte del sueño me aguardaba, después de unos árboles
absurdamente torcidos, en una pequeña llanura que ondulaba las
hierbas con el batir del viento azuloso. Era un león joven,
corpulento, de cabeza imponente y parecía sereno, seguro en su
determinación. Más allá, mirando en lontananza, no se divisaba
sino el desgajamiento de las nubes acumuladas sin geometría
aparente.
Primero inició la carrera premonitoria, alargando los
pasos a medida que se acercaba. Fue al comenzar el salto
mortífero cuando intenté despertar, quitarme de la mente esa
pesadilla horrible.
Desperté desasosegado, con una sensación angustiante y
pedregosa en la garganta y la respiración anhelante de quien sale
de un trance peligroso. Percibí, también, el traspaso brusco de un
bulto peludo y voluminoso entre las cejas, como si alguna frontera
hubiese sido violada y yo sólo fuese un camino para transitar
desde lo ignoto, o mejor aún, el puente.
Revisando el cuarto a oscuras barrunté, efectivamente al
león, su silueta poderosa, corriendo desesperado de un lado a
otro, incómodo. Comprendí que había equivocado el salto y
ahora se hallaba atrapado en la realidad, sin la protección del
sueño, enjaulado como nunca.
Al notar mi vista fija en su figura inquieta, detuvo el
correr alocado, se volvió e inició nuevamente otro ataque.
Esta vez me sentí más tranquilo, porque sabía que yo no era su
objetivo, su presa inmediata. No saltaba hacia mi cuerpo, sino
intentaba regresar al sueño, hacia allí donde yo lo soñaba.
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Demócratas —Yo soy el León y debes respetarme. Desde los tiempos antiguos
siempre me han respetado porque soy el rey.
—Pero esto es una democracia —dijo la Zorra.
—Democracia o como la llamen, debes dirigirte a mí con
respeto y humildad. Guardar las distancias, eso es.
—Esos tiempos pasaron, León. Ahora es distinto. Tú, yo,
aquel, el de más allá, todos somos iguales, con los mismos
derechos y deberes.
—Ah, pues entonces no quiero estar más en este cuento.
Se acabó.
—No va a ser tan fácil. No soy yo quien puede sacarte de
la fábula. Tendrás que hablar con el Autor.
—¿Y dónde está ese Autor? Jamás oí mencionar
semejante animal dentro de la selva. Hablaré con él
inmediatamente.
—Mira hacia arriba. Es él quien está escribiéndonos.
La Zorra señaló con la pata hacia donde escribía el Autor
y dijo:
—Allí está, de lo más divertido sacándole punta al lápiz
para comenzar otra vez con lo mismo.
—Bueno, Autor, o como te llamen, sácame de esta
fábula. A mí siempre me rindieron pleitesía todos los animales,
pero he aquí que viene la Zorra y me trata con el mayor descaro.
Habráse visto tal desparpajo.
—No puedo, León —dice el escritor—. Discúlpame. Yo
también estoy siendo escrito. Todo el mundo exige respeto y lo
tendrá, hasta yo. Lo siento mucho, este no es el cuento del León,
ni siquiera el mío. Este es el cuento de la Democracia.
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Buenas intenciones El optimista dijo: —Llegaremos. Ya se ven las primeras luces.
Aprieta el paso.
El pesimista replicó: —No llegaré. Tengo los pies
llagados, me duelen todos los huesos y cada articulación. Estoy
desfallecido. Jamás llegaremos, es imposible.
El optimista repitió su exhortación para alcanzar la meta,
un último esfuerzo.
El pesimista se tiró al suelo. Ya no tenía ánimos para
continuar.
El optimista alcanzó las primeras casas del infierno a la
mañana siguiente y no había perdido la sonrisa del triunfo cuando
lo destinaron a las calderas más cercanas.
El pesimista despertó ese día con el cuerpo triturado, y
dando un vistazo a su alrededor se percató del paisaje apacible
que dominaba desde allí, nubes bajas bien algodonadas, cómodas
a la vista y al tacto.
Comprendió que había llegado al paraíso cuando dos
seres alados lo tomaron de la mano tiernamente y lo depositaron
con suavidad en sus aposentos afelpados.
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El campo abierto, la libertad Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño
intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso
insecto.
No se preguntó, por supuesto: —¿Qué ha sucedido?
No se dijo tampoco ¡Ah!, ¿qué pasaría si yo siguiese
durmiendo un rato y me olvidase de todas las fantasías?
Sí se dijo ¡Ah, soy un escarabajo: al fin ha terminado la
fastidiosa rutina de ser un humano todos los días de la vida!
Pero, pensándolo mejor, no se lo dijo. Porque había
perdido completamente la facultad de hablar o pensar, y por tanto
afortunadamente la necesidad de explicar las cosas a cada
momento.
Así que, haciéndole caso a otro escritor, que no al
atormentado Frank Kafka, Gregorio Samsa, cuando la criada
hacía la habitación y abría la ventana, se sacudió las mantas de un
golpe y escapó volando, uniéndose a otros escarabajos felices que
giraban alrededor del estiércol en los senderos del campo.
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La república breve Dos perros con instrucción libresca decidieron por consenso
instaurar una República Independiente, la Constitución incluida.
Se crearían además todas las instituciones derivadas de la Carta
Magna. Como bandera de la nueva nación, seleccionaron una
enorme tela blanca, que ellos mismos se encargaron de grabar con
dos tibias en cruz. Las tibias les venían de maravilla, apercibidos
ambos de la propensión ancestral de su especie por los huesos. El
himno quedó conformado por una música de ladridos un tanto
apagados, cuyo tema versaba acerca de una decisión
inquebrantable, la fidelidad a toda prueba y un estribillo viril que
decía algo como que el perro es el mejor amigo del perro. Uno a
otro se eligieron como Presidente y Vicepresidente. Para que no
los tildaran de totalitarios o xenófobos, otorgaron rango de
secretario de Gobernación a un gato esmirriado y legañoso que
deambulaba indiferente por las habitaciones de la casa. Ahora
correspondía imponer la banda presidencial al mandatario. La
distinción salió de su estuche y el vice se dispuso a cruzarla sobre
el pecho peludo del Jefe de Estado. Entonces, la República
Independiente se sintió estremecida hasta sus cimientos. Perros
inútiles —gritaba el dueño de casa blandiendo una escoba—.
Hasta el mantel han pintarrajeado con sus patas y hocicos. ¡Fuera!
¡Fuera!
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Comunión Aquí van los árboles vivos, comparando, enfureciéndose,
analizando, oyentes, estremecidos, sosteniéndose, situados,
arbitrarios.
Pasan achacosos, cenicientos, eufóricos, azafranados,
descubiertos, anafroditas, cogitabundos, violentos, sudorosos,
ligados, adivinos, monumentales, presentidos, táctiles, alucinados,
encanecidos, sentimentales, maduros, enamorados, delirantes,
despojados, sinceros, enjaulados.
Traen en sus ramas gorriones, hormigas, mariposas,
arañas, escarabajos, gusanos, abejas, hojas, muchas hojas, verde,
mucho verde.
Vienen en orden, uno detrás de otro, desordenados, por
encima, al costado, debajo.
Pasan pequeños, desgajados, frondosos, altos, íntegros,
cansados o alegres, altivos, enraizados.
Llegan en transporte público, a paso lento, con ayuda,
frenéticos, urgentes, se reúnen, van tomados de la mano, locos de
gozo, a regañadientes, por puro gusto, a ultranza, por ser árboles.
Su misión primordial: fundar el bosque.
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Ciencia ficción Hombre Verde aterriza patio casa de mujer joven atractiva. Muy
hermosa. Pelo largo sedoso. Ojos soñadores. Boca sensual. Senos
desbordantes. Cintura apretada. Cuerpo escultural. Prominente.
Lugares comunes no tan comunes. Descomunal. Piel casi
comestible.
Se abre portezuela nave interplanetaria. Baja Hombre
Verde. Pasos a la casa. Lo recibe joven atractiva. Sonrisas. Todo
cariño. Asombro del verde. No conoce acercamiento ni
seducción. Tampoco besos caricias. Esa amabilidad. Luego mujer
abre las piernas. No comprende mucho pelo. Lugar húmedo y
tibio. En lejano planeta no se estila así. Pero. Primera vez erección
del Hombre Verde. Cosa sencilla después de comienzo.
De unión nacen niños verdes. Pasa tiempo. Nueva nave
espacial aterriza patio de casa. Cuando portezuela abre salen a
recibir visitantes. Visitante increpa mujer joven atractiva. Palabras
intercambian. Gritos. Se arma pelea. Ruedan suelo y Hombre
Verde no sabe qué hacer. Nunca ver cosa igual. Vecinos acuden
curiosos. Nadie separa contendientes.
Mujer joven atractiva queda mal parada. Vestido ajado.
Pelo revuelto desgreñado. Arañazos. Mujer Verde quiere
devuelva incondicionalmente esposo Hombre Verde.
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En juego —Los malos libros se queman perennemente en el infierno.
—Y los buenos, Maestro, ¿y los buenos?
—Los buenos van directo al cielo, y Dios en persona se
encarga de leerlos.
—¿Y a Él le place la lectura, Maestro?
—Le encanta. Por eso los ha condenado a ustedes a
escribir sin reposo.
—Maestro, ¿y los libros que no alcanzan a ser ni buenos
ni malos?
—Esos permanecen en el limbo. El Supremo Lector
tiene un olfato excepcional y sabe distinguir a una legua de
distancia los que ni fu ni fa. Aun cuando se dice que no hay culpas
ni castigos eternos, a esos libros los sentencia a no encontrar
lectores a perpetuidad.
—Entonces, Maestro?
—Expiar la culpa con el castigo. Ser castigados sin tener
culpa. Culpables sin pena. Y ni una cosa ni la otra sino todo lo
contrario. Viceversa. De todo hay en la viña del Señor.
Hubo una pausa efectista y los discípulos se mantuvieron
expectantes:
—Escriban, señores, escriban. Ya se les juzgará en el
momento oportuno. El juego consiste en manchar el espacio en
blanco.
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De cómo un cuento aprendió a comportarse como cuento
Lo primero que notó el lector fue la ausencia de conflicto, cambio,
historia; y se lo dijo en su cara: ¡Coño, pero aquí no hay Cuento!
Esto es una estafa. El cuento sintió el peso apabullante de tales
palabras, y se hundió en el desconsuelo. Lloró, tembló, gimoteó.
Inadmisible. Llego a la biblioteca, abro el libro, y, ¿con qué me
encuentro? Un cuento pálido, anémico, desvaído, abandonado a
su suerte, y además tímido. Cachoecabrón, yo soy un lector
macho, como quería Cortázar. Las reconvenciones
desencadenaron en el cuento sentimientos mucho más
aprensivos. No sabía qué hacer. Nunca antes había enfrentado a
un lector, porque no tenía lectores: apartado en el último rincón
de la biblioteca, olvidado, virgen. Mira, mi hermano, deja los
llantitos. Tienes que aprender a comportarte. Desempolvar tu
dignidad. Un cuento que se respete debe poseer un esqueleto para
sostener la carne, una estructura. O sea: cuerpo. Más tarde, o más
temprano, se revelará su alma. Y ya. Mira qué sencillo. Lo demás
son cuestiones teóricas: que si esfericidad, nocaut, fotografía,
unidad de impresión. Por el momento, despega, remonta el vuelo.
No sólo hay que ser un cuento, también hay que parecerlo. Y
punto. Tiene razón, pensó el cuento. Después de esas
aclaraciones pondría el punto. Agradecido, querido lector. Nunca
olvidaré tus atenciones. Cuando el maestro de la narración se
marchó, el cuento había tomado proporciones razonables, y su
salud resplandecía. La historia del lector le parecía bien para
comenzar. Socarrón, reflexionó en lo fecundante del encuentro
entre una narración virgen y un lector macho. Bendito Cortázar.
Después pondría el punto.
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La buena salud —¿Microrrelato? En la cama 12
—¿Y minicuento?
—Muy cerca. También trajeron de urgencia a liliputo,
hiperbreve, nanocuento, ficción rápida, y otros por el estilo.
—No puede ser. Hasta ayer gozaban de buena salud.
—Tópicos. Eso suelen decir los autores y algunos críticos
para congraciarse. Ahora están en terapia intensiva. Si no
aparecen los medicamentos efectivos los perdemos.
—Increíble. ¿Y cómo sucedió todo?
—Lo de siempre. Sobrepoblación. Hacinamiento. Falta
el espacio; se alimentan mal; por economizar se les va la mano, y
sobrevienen los padecimientos. Que si la columna, anemia,
angiopatías, cuadros respiratorios agudos, artritis, el corazón; en
fin...
—¡Entonces el problema es serio!
—¡Muy! La problemática tomó un cariz pandémico. Se
derrumban en masa.
—Alarmante. ¿Algún otro problema?
—Estamos trasladando los pacientes hacia hospitales
pediátricos.
—¡Cómo! Eso es sacrilegio. Un crimen de lesa literatura.
¡Ahora sí se mueren de verdad!
—Calma. No los mezclaremos con literatura infantil.
Pero la estatura...Este hospital cuenta con camas para enfermos
narrativos corporalmente desarrollados: cuentos, relatos,
novelas... Por eso pensamos trasladarlos. Allí las camas se ajustan
a sus dimensiones reales.
—Sería un golpe mortal para su autoestima.
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—Tendrán que pasar sin ella. Por el bien de su salud. La
cama es fundamental en los pacientes. Los médicos hacemos el
juramento de Hipócrates, no de Procusto.
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Modos de criar Con regularidad, los cazadores se aparecían con un nuevo
ejemplar de esa especie, cada vez más rara. Los guardianes los
ponían en jaulas debidamente clasificados, los bañaban a diario y
los alimentaban con comida sana. También les facilitaban lecturas
edificantes, les cepillaban los dientes al menos tres veces al día, y
no admitían en el confinamiento ni bebidas alcohólicas, ni juegos
electrónicos, ni aparatos de televisión. De tarde en tarde, le
suministraban algunas revistas con fotos para que desahogaran
sus energías sexuales. A los celadores del zoológico nunca se les
ocurría poner dos a más ejemplares de la especie en una misma
jaula. Juntos, se tornaban peligrosos. Les daba por cuchichear,
conspiraban, armaban guerras, se pasaban mensajes. Se reían unos
de otros, inventaban religiones, se contaban historias, mostraban
el puño amenazantes, y fomentaban otros malos ejemplos que los
animales cuidadores se habían encargado de erradicar hacía ya
mucho tiempo de la faz de la tierra.
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Los mil y un poemas —Basta ya, Scheherezada —gritó indignado Su Majestad Imperial
el sultán Schahriar—. No más corte en tus narraciones. Me
desesperas con tus continuas interrupciones. No me permites
apreciar el conjunto. Quiero cuentos íntegros, de lo contrario me
veré compulsado a reclamar del visir, vuestro padre, que te quite
la vida apenas amanezca.
Entonces obligó a la hermosa y prudente doncella, a
relatarle de un tirón sus obras completas, todos los cuentos
atesorados con celo en una gaveta, la mayor parte borradores.
Después de escuchar los cuentos, Schahriar le confió que
posiblemente con ellos hubiera ganado algún concurso de no
haberlos guardado durante tanto tiempo. A la mañana siguiente
hizo ejecutar a Scheherezada como a cada una de las mujeres
precedentes, a ésta por cuentista.
Luego ordenó al gran visir traer para la próxima noche
una poetisa.
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Lirios y girasoles Los gustos disparejos en una pareja traen aparejados disgustos sin
par. Como para gustos se han hecho colores, y para colores las
flores, a ella le atraían los lirios, mientras él se contentaba con
girasoles.
Ella gustaba de caminar largas tiradas; él permanecía
horas y horas sentado en un sillón como un lezama en su calle
trocadero.
Él se extasiaba con la música del viento abanicando los
árboles; ella prefería los metales de la orquesta..
Ella decía el silencio sin abrir la boca; él replicaba:
abandonado a su suerte se refugió en la gran montaña para otear
el horizonte que escapaba.
Él era asiduo a las partidas de ajedrez; ella asistía a los
partidos de fútbol.
Y como tantas divergencias no podían ser unánimes, un
oasis de coincidencia añadía más arena y sol a ese desierto de
gustos contrapuestos. Ella prefería el lado derecho de la cama, y
él no soportaba el lado izquierdo. Razón de más para dormir en
camas separadas.
Índice
Palindroma casi………………………………..………..7
Conversando con la autoridad…………………..………8
Leitmotiv..…….…………………………………….…..9
La velocidad…..…..……………………………………10
El puente....……………………………………………11
Demócratas……………………….………………...…12
Buenas intenciones..……...……….…………………....13
El campo abierto, la libertad……………………………14
La república breve……………….….………………….15
Comunión……...…………….………………..…….…16
Ciencia ficción….……………………...………...……..17
En juego..…………………………………..………….18
De cómo un cuento aprendió
a comportarse como un
cuento………….…………………....................................19
La buena salud………………………………………....20
Modos de criar...……………………………………….22
Los mil y un poema...………………………………......23
Lirios y girasoles……………………………………….24
Esta edición digital de La república breve y otros microrrelatos,
de Saturnino Rodríguez Riverón, se terminó de diagramar y editar
el 08 de mayo de 2020, centésimo vigésimo octavo día del año,
fecha en que se conmemora el fallecimiento en 1880 de Gustave Flaubert, novelista francés.
QuarksEdiciones digitales
Saturnino Rodríguez Riverón(Placetas - Cuba, 1958)
Narrador y poeta. Ha obtenido premios y menciones en diversos concursos nacionales e internacionales. En 1999 obtiene el Premio Calendario Narrativa con el cuaderno Manuscritos en papel de cigarro (2001). Ha publicado, además, Cuentos de papel (2007); Muchas veces mucho (2013) y Tres toques mágicos. Antología de la minificción cubana (2017).Trabaja como periodista en la emisora Radio Reloj, de La Habana.