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1 LA POSIBILIDAD DEL CONOCIMIENTO Y LA CRÍTICA FENOMENOLÓGICA DE EDMUND HUSSERL Por: Jeison Andrés Suárez Astaiza Trabajo Monográfico para optar al Título de Licenciado en Filosofía Director Profesor Julio César Vargas Bejarano Departamento de Filosofía Universidad del Valle Santiago de Cali

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LA POSIBILIDAD DEL CONOCIMIENTO Y LA CRÍTICA FENOMENOLÓGICA

DE EDMUND HUSSERL

Por:

Jeison Andrés Suárez Astaiza

Trabajo Monográfico para optar al Título de

Licenciado en Filosofía

Director

Profesor Julio César Vargas Bejarano

Departamento de Filosofía

Universidad del Valle

Santiago de Cali

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Índice

Introducción…………………………………………………………………................

Capítulo 1

§1. El problema del conocimiento………………………………………………….

§2. Critica…………………………………..………………………………………

§3. Los objetos ideales……………………………………….…………………….

§4. El camino…………………………………………………..……………………

Capítulo 2

§1. La actitud natural…………………..…………………………………..............

La relación sujeto-mundo……………………………………………………..

La intuición sensible y la actitud natural en las ciencias……………………..

La tesis general………………………………………………………………..

§2. Reducción……………………………………………………...........................

§3. Inmanente y trascendente-inmanente………………………………………….

Nóesis y nóema………………………………………………………………..

La relación percipi y esse…………………………………………..................

La constitución de sentido como logro de la conciencia……………………..

La constitución del objeto trascendente………………………………………

Capítulo 3

§1. La región de la conciencia pura o trascendental………….……………………

§2. Actos objetivantes………………………….………………............................

§3. Ontología formal y mereología…………………….………………………….....

§4. La problemática de la asociación y del presente estratificado……...………..

Conclusión………………………………………………………………………………

Bibliografía…………………………………………………………………………….

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Introducción

El pensamiento moderno se funda en la creencia de la existencia de dos ámbitos del

ser. Son las regiones del ser real trascendente y la conciencia o ser inmanente1. A partir de

tal suposición el pensamiento moderno da cuenta del principio más fundamental del

conocimiento natural: hay conocimiento, conciencia, del ser real trascendente. La

conciencia, por tanto, tiene el carácter de un acto que hace posible el conocimiento del ser

trascendente, mejor, la fundación en unidad del ser inmanente con el ser real trascendente.

La conciencia vive una existencia escindida entre el conocimiento de lo inmanente y

lo trascendente. Si se considera que el conocimiento en todos sus modos es una vivencia

muy particular de un sujeto que conoce unos objetos que están puestos frente a él, entonces,

cabe preguntarse: ¿Cómo es posible que algo trascendente pueda ser inmanente a la

conciencia del sujeto que conoce? ¿Cómo puede el conocimiento estar cierto de su

correspondencia a tales objetos? ¿Cómo puede trascender el sujeto en su vivencia y lograr

plenamente los objetos? Estas son las preguntas que marcan el punto de partida de una

crítica del conocimiento.

Metodológicamente tal crítica debería ubicar la solución a todas las preguntas

anteriores desde las vivencias del sujeto que conoce, desde la inmanencia. La crítica, por

tanto, tendría la forma de una nóetica y su tarea consistiría en rescatar y conservar la fuente

de sentido de todo lo trascendente –la subjetividad- y ver desde allí cómo algo no

inmanente, en el sentido de que no es un ingrediente de la vivencia, logra ser consciente y

adquirir el carácter de una unidad objetiva. La tarea sería la de dar cuenta de cómo son los

procesos de constitución2 del sentido de las unidades objetivas, es decir, de cómo se

despliega la función significadora de la conciencia.

El filósofo alemán Edmund Husserl hace suya la tarea de la crítica del

conocimiento. Quiere ante todo desarrollar una teoría del conocimiento en pleno sentido del

término, es decir, una interpretación filosófica del conocimiento en general. Para ello

dispone de un método y una ciencia totalmente nueva que él llama fenomenología. Desde

1 Inmanente y trascendente son dos conceptos utilizados por Husserl tanto para diferenciar lo que es interno y

externo a la conciencia (familiar-extraño) como para señalar la oposición entre lo que está dado de forma

totalmente adecuada (absoluta) y que por tanto goza de validez indubitable y lo que no lo está. 2 Incluimos por primera vez el término con excusa al lector por no ofrecer por ahora ninguna definición.

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1900 datan los primeros intentos de esta nueva ciencia de ofrecer una interpretación clara y

fundamentada sobre el fenómeno del conocimiento. El fenómeno del conocimiento y su

análisis constituye desde entonces el problema más básico de la fenomenología husserliana.

El análisis fenomenológico de las cuestiones relativas al problema del conocimiento

comprende varios ámbitos que se desarrollan como problemas básicos que la misma

fenomenología debe resolver, tales son: 1) el conocimiento del mundo, de lo trascendente,

en la percepción; 2) el conocimiento de lo universal, lo ideal como esencial; 3) el

conocimiento de sí mismo en la reflexión y 4) el conocimiento de lo otro, de lo otro yo

mediante la empatía. Estos son los asuntos que se encuentran señalados en la

fenomenología del conocimiento que quiere realizar Husserl.

De todos ellos dedicaremos especial atención a los tres primeros por estar todos en

íntima relación y se excluirá el punto cuatro por implicar este un nivel más detallado en el

abordaje y en el análisis mismo. En la aproximación a tales cuestiones tomamos como

referencia el texto de las lecciones que Husserl impartió en 1907 en la Universidad de

Göttingen, porque en ellas se expone de una manera novedosa a intentos anteriores una

versión más clara de su teoría fenomenológica del conocimiento. Esta consideración

suscribe la tesis según la cual no existe nada por fuera de la subjetividad y, por tanto, todo

objeto tiene que comprenderse a fuerza en relación con la subjetividad constituyente. Al

suscribir esta tesis, la fenomenología se instala como un tipo de idealismo –similar al

Berkelyano3- que no admite de antemano la obviedad de la existencia de un mundo físico

integrado de objetos subsistentes en sí mismos, ya que no es posible que tales objetos

posean existencia alguna por fuera de la conciencia que los percibe.

La consideración trascendental de los problemas básicos del conocimiento se

inaugura por primera vez en el curso de lecciones dictadas por Husserl entre 1906 y 1907 –

cuyos textos se conocen hoy día bajo el nombre de Introducción a la lógica y la teoría del

conocimiento y La idea de la fenomenología4 respectivamente (Vargas, J.C: 2013). Con el

3 Cfr. (Berkeley: 1992, §6, p. 58).

4 A menudo me refiero al este segundo texto como las “Lecciones”. Lo que constituye el texto de La idea

publicado 1950 en la editorial Martinus Nijhoff, como dice su editor Walter Biemel, son las cinco lecciones

dictadas por Husserl en Göttingen del 26 de abril al 2 de mayo de 1907. Una versión general del objetivo de

estas lecciones la aportan el estudio introductorio de Walter Biemel que aparece como introducción de la

versión castellana a cargo del profesor Miguel García Baró publicada en 1982 y la introducción de Lee Hardy

para la versión inglesa de las lecciones, publicada en 1999.

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surgimiento de la idea de la fenomenología como un idealismo trascendental se hace

necesaria la exposición y delimitación del interés fundamental de la nueva investigación:

“la fenomenología trascendental es fenomenología de la conciencia constituyente” y su

interés está dirigido “a la conciencia en cuanto conciencia de objetos” (Husserl: 2008,

Apéndice V, p. 432). El interés fundamental con el que se inaugura la fenomenología

trascendental consiste en el análisis de las estructuras de la conciencia que hacen posible la

manifestación de la realidad, los objetos y del mundo. La fenomenología trascendental,

entonces, tiene por principio un interés gnoseológico acerca del problema de la constitución

de todo tipo de objetualidad en los actos del conocimiento, el problema de cómo el objeto

real –trascendente a la conciencia- puede ser alcanzado y conocido en el acto de

conocimiento.

La tarea de una fenomenología trascendental, el asunto capital, es la dilucidación de

la relación verdadera entre ser y conocer5; la investigación por la adecuada correlación

entre acto, significación y objeto, esto es, la realización de la posibilidad del conocimiento

y la elucidación de su esencia. Pero la co-relación que interesa investigar a la

fenomenología no es la que hay entre un acto y su objeto, sino aquella que existe entre un

acto cualquiera, en general, en esencia, y su objeto pleno, ideal. Únicamente de este modo

puede proponerse una teoría trascendental que aborde el problema del conocimiento, que se

ocupe del estudio de las condiciones subjetivas de la posibilidad del conocimiento y analice

las formaciones objetivas según relaciones ideales que le son inherentes. La fenomenología

del conocimiento, tal como se expone en La idea de la fenomenología, es una investigación

esencial por los objetos del conocimiento y sus modos; es la exposición crítica de la

clarificación del conocimiento en términos de las posibilidades esenciales de su realización.

De aquí que Husserl defina ya desde 1907 la fenomenología como la ciencia descriptiva de

la esencia de toda conciencia intencional pura, lo cual incluye correlativamente que ella

también sea la ciencia descriptiva de todos los objetos en su fenomenicidad pura, esto es, en

la plenitud concreta de su sentido y legitimidad como autodonación absoluta que se logra

reduciendo o poniendo en paréntesis la tesis y el prejuicio de la mundanidad de la vida

intencional de la conciencia del hombre.

5 Conocer como acto fundamental del pensar.

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En las lecciones de 1907 aparece señalada por primera vez de manera sistemática la

idea de la reducción –que marca el comienzo de la fenomenología trascendental- como una

reconducción hacia la inmanencia; además del problema de la correlación entre fenómeno y

objeto de conocimiento y el de la constitución. El interés gnoseológico por el

esclarecimiento de la correlación y la constitución, la exigencia de llevar a cabo una teoría

fenomenológica del conocimiento que aborde por entero el problema de la posibilidad

realizativa del mismo, es el hilo conductor en nuestra aproximación a lo que concluimos es

la tarea y el problema más urgente de la fenomenología trascendental: el esclarecimiento

del enigma del conocimiento. Así pues, nuestra tarea consiste en describir muy

generalmente cómo desde las primeras líneas de La idea de la fenomenología se invoca la

necesidad de formular el problema del conocimiento en términos de una crítica del

conocimiento. Tarea que hace posible ver cuáles son los trazos fundamentales de Husserl

en su intento de lograr una ciencia del conocimiento; y que permite ver, además, cómo

emerge la idea de una teoría del conocimiento como ciencia que resuelve las dificultades en

que está sumido el hombre que vive en actitud natural al momento de ofrecer una

comprensión definitiva y clara de la esencia del conocimiento y la posibilidad de su

realización.

Para nosotros serán tres los pasos en la exposición del abordaje que hace la

fenomenología del problema del conocimiento. La primera parte del desarrollo en el primer

capítulo inicia con la presentación del enigmático problema de la posibilidad del

conocimiento en el sentido de una crítica que nos orienta desde la conciencia ingenua del

pensamiento natural hacia la verdadera actitud de pensamiento filosófico. En esta primera

parte enfatizaremos sobre algunas nociones importantes de la crítica mediante la

formulación de algunos principios básicos cuyos temas generales son: nóesis, nóema e hýle

como componentes real o intencional de la conciencia, la capa nuclear del nóema, la

intencionalidad y el nóema como objeto intencional ideal. Aquí también se da cuenta del

camino por el que debe optar el método en la cura del nóema como objeto ideal. El

desarrollo en el segundo capítulo se afirma sobre la tesis según la cual la reducción es una

reconducción de la cuestión comprendida como un hecho natural a una comprensión acerca

de su posibilidad esencial; por ello se caracteriza primeramente cómo surge y sobre qué se

fundamenta la tesis general de la actitud natural para luego señalar un contraste con aquello

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logrado en la reducción –lo puro inmanente como opuesto a lo trascendente- y finalizar con

una aproximación más legitima a la cuestión a partir del tema de la constitución analizando

la relación noesis-noema bajo la forma percipi=esse. Finalmente en el tercer capítulo se

entra de lleno en el problema de la constitución reflexionando sobre él al tras luz de la

teoría mereológica de todos y partes y caracterizándolo propiamente como asunto que se

origina en la actitud intelectual filosófica que Husserl llama reflexiva y no en la actitud

intelectual natural e ingenua. En este tercer capítulo se ofrece una complementación del

problema del conocimiento con el tema de la Ontología formal y, además, el desarrollo de

una problemática que se mantiene a lo largo de todo el texto que es la asociación de partes

y la idea de un presente estratificado.

La tesis de fondo es la creencia de que existe y que además es posible la experiencia

originaria y el conocimiento de lo universal. En las Lecciones Husserl pretende dar cuenta

de cómo es posible el conocimiento de lo esencial que coincide para él con lo universal y el

orden de lo ideal. El conocimiento de lo universal consiste en la captación –intuición- de

esencias y en la reflexión sobre conceptos lógicos que son –supongo que siempre-

esenciales, eidos –platónicamente hablando- abstractos y universales que pueden ser

intuidos de manera semejante a como experimentamos los objetos físicos. La

fenomenología es, justamente por esto, la doctrina universal de las esencias, por definición,

una ciencia esencial. En cuanto fenomenología que quiere ser gnoseológica es una doctrina

de la esencia del conocimiento que se fundamenta en la intuición eidética, en la captación

de los fenómenos puros de la conciencia que se logran mediante la abstracción eidética

porque permite incorporar los objetos universales de la esfera de la conciencia –de lo

singular- lograda por la reducción.

El abordaje de las cuestiones relativas al conocimiento por parte de Husserl en las

Lecciones es progresivo y sigue un curso. Bajo la hipótesis de que es posible y además

necesario el conocimiento de lo absoluto universal, el preliminar problema del que se ocupa

es el de la posibilidad misma del conocimiento: ¿es posible el conocimiento? Su respuesta

es afirmativa pues dirá que lo esencial es aprehensible en la intuición. Pero no es afirmativa

en el mismo sentido en que lo es para la ciencia empírica y su respuesta positiva que afirma

el conocimiento como un hecho natural; este positum es, justamente, el pre-supuesto más

profundamente anclado en la vida cotidiana y pre-filosófica que Husserl denomina “actitud

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natural”. Para la crítica fenomenológica –agente de la idea de una crítica general de la

razón- lo dado de hecho es vuelto problemático a causa de las “oscuridades gnoseológicas”

en que se ve envuelto el pensamiento natural al aceptar sin más, por un lado, no solo la

existencia de una realidad objetiva cognoscible sino, además, la de una subjetividad

cognoscente, y por el otro, la suposición de la casi milagrosa adecuación de los términos

que se suponen de facto como lo objetivo y el acto o lo subjetivo que aprehende y alcanza –

conoce- lo objetivo, que está puesto más allá de lo que constituye su propia subjetividad y

que por tanto le trasciende. Surge de este modo el primer problema de los cuatro generales

que hemos enunciado anteriormente, el de la trascendencia: si el conocimiento es un hecho

natural es muy difícil saber a partir de ciencias que tienen como su objeto tipos particulares

de hechos ¿Cómo el conocimiento que es un acto puramente subjetivo puede alcanzar un

objeto que es en sí mismo, que no depende del sujeto ejecutor de actos? En otras palabras:

¿Cómo puede la conciencia –trascendental, constituyente- ir más allá de si misma y

alcanzar objetos como cosas externas, trascendentes? Allende a este segundo problema

surge inmediatamente el problema de si es legítimo hablar con toda certeza, como hace el

pensamiento natural, acerca de la adecuada correspondencia de los términos involucrados

en el conocimiento de hecho, sujeto y objeto: ¿Cómo podemos estar seguros de la

concordancia relacional entre el acto de conocer y el objeto conocido?

Si hemos de reconocer una dificultad tal en el acto de conocer solo es a condición

de la problematización misma del conocimiento como un hecho natural. Máxime cuando

aquello que se conoce en el conocimiento, el objeto, tiene la peculiarísima naturaleza de ser

un objeto intencional. Tales objetos son únicamente polos intencionales de una conciencia

que los mienta en un acto determinado, objetos que están revestidos por categorías

esenciales –significativas y ontológicas- que esta conciencia rinde. Objetos como

formaciones inmanentes que muchas veces corresponden a un ser trascendente. El

conocimiento vuelto problema trata precisamente sobre la dificultad de explicar cómo la

conciencia intencionalmente en sus actos puede ir más allá de si misma (trascender) y

alcanzar objetos externos como polos ideales o noemáticos. El problema también implica

dar cuenta de la correspondencia del acto con su objeto pero en términos de una co-relación

intencional entre una cogitatio y su correspondiente cogitatum. Así, el problema de la

trascendencia y la correlación constituyen juntos el enigma del conocimiento. Y la

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aproximación a la solución o el esclarecimiento fenomenológico de este enigma (su

posibilidad) en el contexto de las Lecciones de 1907 es el tema de la monografía.

* * * *

Este texto no es una exposición detallada y minuciosa de los muchos aspectos que

implica la resolución de la cuestión capital de la fenomenología trascendental ni mucho

menos una exposición crítica o sistemática de los asuntos referidos al problema del

conocimiento. Máxime cuando a la base del desarrollo de lo que pueda considerarse como

fenomenología trascendental hay una cuestión gnoseológica. Y quiero ser enfático en que la

cuestión es fundamental para la fenomenología y el proyecto o la idea que tiene Husserl de

lograr una ciencia en estricto sentido. Mi exposición no puede ser detallada ni minuciosa

simplemente porque la envergadura del problema es tal que debería yo ser capaz de dar

cuenta de él en el desenvolvimiento y desarrollo mismo de la fenomenología, lo que haría

de la exposición una aburrida propedéutica. A esta dificultad hay que añadir las que impone

el creador de la fenomenología, que insiste en hacer de esta ciencia un método inacabado

que marcha zigzagueantemente por múltiples caminos en la cura de las esencias. Si, como

veremos, resulta cierto que el problema del conocimiento es dependiente para su resolución

del método fenomenológico en su aplicación de la mereología general o teoría de todos y

partes y de la creencia de la existencia y la posibilidad de una ontología formal, entonces, la

cuestión gnoseológica de la fenomenología trascendental y la posibilidad del desarrollo de

una Wissenschaftlehre y una ontología formal, es fundamental en el corpus fenomenológico

y persiste en la vida y el itinerario del filósofo alemán. Y esto pone a la gnoseología

fenomenológica como la disciplina fundamental de la filosofía. Yo soy crédulo y acepto

una afirmación tal: Husserl mantiene el ideal no solo del desarrollo de una “ciencia

rigurosa” (Husserl: 1962, p. 12) sino además el de una lógica pura como ontología

universal, es decir, una lógica verdadera que abarca todas las disciplinas y problemas

epistemológicos en el sentido más amplio, una lógica trascendental que ilumina el proceder

de las ciencias, que quiere establecerse como mathesis universalis y que expone “el sistema

de los principios trascendentales que otorga a las ciencias su sentido posible de ciencias

auténticas” (Husserl: 2009a, Int, p. 64). Estas cuestiones tan problemáticas las he abordado

en eventos públicos de los que han resultado unos textos que no son conclusivos con

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respecto al asunto del que tratan sino que son una primera aproximación que un estudioso

en formación debe necesariamente hacer cuando arriba a un pensador que se torna clásico

en el panorama de la historia de la filosofía y se ve naturalmente influenciado por los

nuevos y complejos modos discursivos. Estas primeras aproximaciones, por ejemplo, al

concepto de ciencia y al sentido estrictamente fenomenológico de la ontología formal y la

lógica pura me han permitido tener una visión más panorámica del problema que se trata en

esta investigación. Pero también me han ayudado a delimitar más el asunto. Por esta razón,

en este texto se expone únicamente la delimitación del asunto capital de la fenomenología

trascendental a partir de uno de los caminos que ella ha transitado en su búsqueda de los

verdaderos fundamentos que permitan llevar a cabo con toda legalidad y en toda su plenitud

el desarrollo de una verdadera filosofía científica.

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Capítulo 1

§1. El problema del conocimiento

Conocer, en el sentido general y primordial de tener contacto cognoscitivo con algo,

es un aspecto de peculiarísima importancia y además constitutivo de la vida del hombre.

El conocimiento y el objeto del conocimiento son dos cosas distintas; el

conocimiento está dado pero el objeto no y, sin embargo, el conocimiento ha de referirse al

objeto. Entender el cómo de esta posibilidad radica en un problema. Es el problema de

cómo es posible estar cierto de un presente que es vivido en un estado de vigilia como un

continuado contacto con cosas las cuales muchas de las veces son ajenas a la subjetividad y

por tanto trascendentes a ella. Este es el problema del conocimiento. El problema del

conocimiento en su máxima generalidad no es otro sino que el problema de cómo lo

trascendente puede de alguna forma ser inmanente, esto es, de cómo lo ideal puede darse a

una subjetividad. Para la fenomenología, el problema del conocimiento no puede ser

resuelto mientras que inmanencia y trascendencia sean entendidas en términos de una

oposición ontológica. Esta insalvable oposición solo puede ser superada suponiendo que

inmanente y trascendente son dos partes fundamentales de un todo que se llama

conocimiento. En este sentido le corresponde a la fenomenología la investigación del darse

de los objetos en los actos de la conciencia, es decir, la indagación de la relación entre

inmanencia y trascendencia.

El asunto capital que debe resolver una teoría fenomenológica del conocimiento

consiste, por tanto, en la investigación de la adecuada relación entre el pensamiento y la

situación objetiva que mienta el acto de pensamiento. Es la tradicional cuestión de si el

pensamiento concuerda con el ser. A esta concordancia o adecuación le llamaremos

conocimiento, en el sentido más amplio. La fenomenología husserliana ha propuesto desde

su inaugural obra de 1900 una definición de lo que es el conocimiento. En la Sexta

investigación lógica se lo define al conocimiento siempre como verdadero en términos de

un esquema de adecuación entre la mera mención o intención significativa y un contenido

objetivo correspondiente dado intuitivamente. Esta adecuación que se da entre el contenido

de un juicio y una situación objetiva a la que tal juicio se refiere recibe el nombre de

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Síntesis de cumplimiento [Synthesis der Erfüllung]; es el tema principal de la VI

Investigación lógica6. En ella, el fenómeno del conocer se concibe bajo la tradicional forma

de un modelo adecuacionista que reinterpreta lo verdadero en el sentido de la donación

intuitiva de lo mentado tal y como este es referido en el acto de significar. En otras

palabras, el fenómeno del conocer queda reducido exclusivamente a la esfera de lo que dirá

Husserl son los actos categoriales por medio de los cuales se constituyen formas

significativas que son objeto de la intuición y por consiguiente del conocimiento. Es una

reducción a la concordancia entre la cosa y lo que es significado por el enunciado.

Sin embargo, la investigación del fenómeno del conocer para nosotros tendrá

prioridad sobre los actos simples de la percepción, excluyendo precisamente los actos

categoriales o judicativos ya por definición de un orden superior con respecto a los

intuitivos. La investigación por la posibilidad del conocimiento debe tener por objeto lo

más simple, esto es, lo dado en la intuición pero apropiándoselo en toda su amplitud a partir

de un principio básico y fundamental: el principio que afirma que a las diferentes clases de

objetos dados en intuición corresponden en igual medida diferentes clases de conocimiento.

Bajo este principio, la fenomenología ha resuelto privilegiar la investigación de las formas

de conocimiento subordinadas a los objetos ideales7. En virtud de tal principio, el fenómeno

del conocer es considerado en toda su extensión y, por ello, la versión adecuacionista de la

Sexta investigación lógica se traduce para nosotros en una forma de explicación del

fenómeno del conocimiento, en una teoría. Una teoría por cierto complicadísima y difícil de

explicar en lo referido al concepto de “intuición categorial” que persigue un objetivo

limitado en el marco general de la elucidación del peculiar fenómeno de la conciencia que

llamamos conocer: la relación entre la intención significativa expresiva y la intuición

sensible expresada. Como teoría, la del cumplimiento significativo de la Sexta

6 En el capítulo VI de la Sexta Investigación lógica es donde Husserl tematiza ampliamente la adecuación

como síntesis de cumplimiento como una peculiarísima instancia relacionante gracias a la cual se realiza la

cognición propia de los actos objetivantes. Es importantísimo este análisis porque de él se deriva una

definición de verdad. Dirá en el §39 que la verdad es, “como correlato de un acto identificador, una situación

objetiva, y como correlato de una identificación de coincidencia, una identidad: la plena concordancia entre

lo mentado y lo dado como tal” (Husserl: 1982b, §39, p. 686). De esta manera, el cumplimiento cognitivo

asume la forma de una síntesis identificadora que pone en coincidencia [Übereinstimmung] la mención y lo

mentado como una unidad temática de concordancia. 7 Ello se nota claramente por ejemplo en los §1, 2 de las Ideas. Véase igualmente (Suárez, J.A: 2012a, p. 35)

en los Apéndices.

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investigación lógica, expresa solamente una versión del asunto capital mencionado

anteriormente en la cual se privilegian como elementos fundamentales para el

esclarecimiento fenomenológico del conocimiento aquellos actos en que se lleva a cabo

todo pensar y conocer teoréticos únicamente en conexión lingüística con el discurso

expresivo8, con “las formas objetivas categoriales o funciones «sintéticas» de la esfera de

los actos objetivantes” (Husserl: 1982b, §40, p. 693).

La exclusividad de nuestras reflexiones hacia los actos objetivantes más simples

implica no solo una limitación sino además una aproximación un poco más general y no tan

restringida de la fenomenología del conocimiento que caracteriza Husserl sobre todo en las

Lecciones, más específicamente que en las Investigaciones lógicas, como “doctrina de la

8 He decidido no tener directamente en consideración, aunque si de manera indirecta, la teoría del

cumplimiento que se expone en la Sexta investigación lógica básicamente por los siguientes motivos: porque

es una teoría que se adiciona posteriormente a la exposición de las cinco primeras investigaciones que le

anteceden hacia 1920; porque es una teoría que pretende esclarecer lo que es el conocimiento a partir de

ciertos actos del pensar y el conocer teoréticos que tienen lugar, dice Husserl, “en la conexión del discurso

expresivo […] en el círculo estricto de las significaciones y de los actos que dan significación”; porque

atender temáticamente a la teoría del cumplimiento categorial exigiría necesariamente una explicación de lo

que denomina Husserl como “intuición categorial”, en esto radica el índice de dificultad con respecto su

explicación. No se trata de abordar el problema del conocimiento fijándonos en aquella teoría que indaga por

el origen de la idea de significación, en el sentido más estricto del término, y pretende proporcionar una base

definitiva y fundamental para la elaboración de una “teoría del juicio” a partir de “la relación entre la

intención significativa y el cumplimiento de la misma o –expresado de modo tradicional pero sin duda

equivoco- con la relación entre el «concepto» o el «pensamiento» (entendido aquí como mención

intuitivamente incumplida) y la intuición correspondiente”. Nuestra atención está puesta en los actos

objetivantes simples como actos de significación que tienen lugar a través del cumplimiento perceptivo y no

categorial como en el caso de las proposiciones o los juicios. El índice de dificultad en la teoría del

cumplimiento categorial radica en la importancia funcional que adquiere en el desarrollo explicativo de la

teoría como tal la esfera proposicional con respecto a la esfera de lo dado evidentemente en las percepciones

sensibles. Si cada proposición es la expresión de un estado de cosas, entonces, cada expresión contiene

elementos que hallan cumplimiento intuitivo en la percepción sensible y, de manera semejante, elementos que

no hallan cumplimiento en ninguna intuición. Esto quiere decir que en toda expresión hay contenidos una

cantidad de elementos que dan sentido, que refieren, que informan pero de manera no verificable, es decir, de

un modo no susceptible de ser cumplidos. Hay dificultad porque sabemos precisamente que la proposición,

tomada como un todo, comunica, esto es, expresa con sentido, acerca de evidencias y contenidos

cognoscitivos claros que se logran en la intuición. Por esta razón, la teoría del cumplimiento que se expone en

la Sexta investigación lógica no se tuvo en cuenta de manera directa en nuestra aproximación al problema del

conocimiento. Haberlo hecho implicaba responder al siguiente cuestionamiento: ¿Cómo es posible que los

contenidos no susceptibles de cumplimiento en la percepción tengan, no obstante, evidencia? Esto equivale

casi a explicar en qué consiste la complicadísima “intuición categorial”. La proposición como función

sintética en el ámbito de los actos objetivantes no se refiere a algo enfrentado tal y como ocurre con el

percibir sensible sino a un estado de cosas. Y lo que sabemos es que las expresiones sobre “estados de cosas”

–aunque también las hay de lo singular- contienen elementos que no se cumplen en ninguna percepción ya

que son formas categoriales que carecen de un correlato objetivo. Ejemplos de estas formas categoriales son:

«un», «el», «y», «o», «si», «así», «todo», «ningún», «algo», «nada», «tener», «esto y aquello», «ser»,

«pertenecer», «ocupar una posición», «funcionar», etc. Estas categorías o formas como elementos de

cualquier expresión deben hallar su propio cumplimiento en la percepción del estado de cosas, es decir, en la

intuición categorial.

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esencia de los fenómenos cognoscitivos puros” (Husserl: 1982c, L III, p. 58). Esta teoría

que se expone en las lecciones también está determinada por la cuestión capital de la

elucidación de la correlación entre vivencia de conocimiento, significación y objeto; pero

se destaca por ser el primer paso fundamental del intento sistemático, que se concreta en

Ideas I, de introducir la fenomenología trascendental como la disciplina filosófica

fundamental cuyo método capital es la reducción. Tal fenomenología es la que haría

avanzar con paso firme la crítica del conocimiento en la que claramente se formula no solo

el problema del conocimiento sino que se asegura rigurosamente las condiciones de su

posibilidad. Hay que tener en cuenta la diferencia entre estos dos niveles pues en las

Lecciones lo que se propone Husserl es identificar y satisfacer las exigencias

epistemológicas de una crítica fenomenológica del conocimiento y no de llevar a cabo esa

misma crítica –este será el trabajo de los tres tomos de las Ideas.

Vemos entonces un doble nivel de cara a la investigación teórica de la cuestión

capital. El primer nivel se encarga del problema del conocimiento mientras que el segundo

se encarga del problema de establecer las condiciones de posibilidad del conocimiento.

La formulación inicial del problema del conocimiento en el primer nivel, en la

primera lección de La idea, tiene dos momentos. En primer lugar, el problema del

conocimiento conlleva el problema de la trascendencia: ¿Cómo puede la conciencia ir más

allá de si misma y hacer contacto con un objeto totalmente externo a ella? (Husserl: 1982c, L

I, p. 29). En segundo lugar, el problema del conocimiento implica el problema de la

adecuación o cumplimiento que hemos destacado anteriormente: ¿Cómo podemos estar

ciertos y tener la absoluta seguridad de la coincidencia entre el acto de conocer (la

mención) y el objeto conocido (lo mentado)? (Husserl: 1982c, L I, p. 28-29). De la primera

parte del problema se da cuenta por la teoría de la intencionalidad, esto es, a partir de la

explicación de cómo los actos de la conciencia se refieren de múltiples maneras a múltiples

objetos –mediante el principio mencionado en párrafos anteriores. La segunda parte se

resuelve mediante una versión estrictamente fenomenológica de la relación de

correspondencia entre los componentes reales e intencionales del conocer, los cuales

tematizaremos más adelante bajo el nombre de Nóesis y Nóema. Ambas partes del

problema del conocimiento se definen por el hecho de que, en la mayoría de los casos,

nuestra conciencia de objetos y los objetos de los que somos conscientes son

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15

ontológicamente distintos. Están separados ontológicamente por un espacio entre dos

órdenes del ser. Si hemos de justificar la posibilidad del conocimiento, entonces, debemos

mostrar cómo la conciencia puede ir más allá de si misma y entrar en contacto con un

objeto que no es en sí mismo una parte de la conciencia y al mismo tiempo ofrecer una

explicación que garantice que el objeto realmente es en sí la forma que aparece y que está

en la conciencia.

Estas dos partes del problema constituyen juntos el enigma del conocimiento. El

problema del conocimiento en las Lecciones arranca con la demanda de Husserl sobre la

dificultad que implica el conocimiento de lo trascendente y lo enigmático de la correlación

entre conciencia y objeto:

Entiéndase la trascendencia en uno u otro sentido o, al principio, en sentido equivoco, en

cualquier caso ella es el problema inicial y guía de la crítica del conocimiento; ella es el enigma

que ataja el paso al conocimiento natural […] Si yo no concibo cómo es posible que el

conocimiento pueda alcanzar algo que le es trascendente entonces tampoco sé si es posible […]

lo enigmático es el cómo (Husserl: 1982c, L II, p. 47).

Lo enigmático es el conocimiento mismo, la explicación de la posibilidad de su

realización. Tenemos por tanto dos problemas básicos derivados de la cuestión capital: el

enigma de la trascendencia y el de la correlación. Una verdadera teoría del conocimiento

debe resolver satisfactoriamente y con toda claridad dificultades y problemas de este tipo.

Esta tarea solo puede llevarse a cabo críticamente y el método que permite llevar a cabo la

crítica es el fenomenológico: porque si la fenomenología se comprende como una doctrina

universal de esencias, entonces, la esencia del conocimiento solo puede encontrar allí su

lugar. Pero hay que tener muy en claro que la formulación del enigma de la correlación no

apunta al esclarecimiento de cómo los actos encerrados en una esfera psicológica interior

van más allá de si mismos con el fin de entrar en contacto con objetos externos, sino más

bien de averiguar cómo la donación de objetos se constituye intencionalmente en una

conciencia pura.

Los rasgos esenciales del fenómeno del conocer que subyacen a ambas teorías y con

los cuales opera la crítica fenomenológica están absolutamente determinados por la

oposición de acto y objeto. Cada vez que filosóficamente se intenta aclarar la función

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16

cognoscitiva y significadora de la conciencia topamos con una serie de argumentos que

determinan de entrada cualquier explicación. Es inevitable formular una teoría sobre el

origen, la esencia o la certeza del conocimiento humano que no implique los dos factores

presentes en todo conocer: un sujeto y un objeto. La conciencia, el sujeto que conoce se

enfrenta –dialéctica, reciproca, implicativa o intencionalmente- con el objeto a conocer.

Así, el rasgo más esencial, general y evidente del fenómeno del conocimiento reside en esta

bipolaridad.

Podemos ampliar un poco más esta dualidad –que no es una simple oposición entre

dos partes distintas sino que se trata más bien de dos elementos inseparables de un todo que

llamamos conocimiento- para caracterizar un poco mejor en qué consiste esta bipolaridad

que la fenomenología entiende como una co-relación intencional entre la conciencia y el

mundo. De manera que en todo acto del conocer siempre la conciencia se ve enfrentada a

un objeto que puede presentarse de múltiples formas. No en todos los casos se trata de un

enfrentarse a un objeto físico, pues gran parte de los actos objetivantes tienen por objeto

representaciones, idealidades, conceptos, fantasías, recuerdos, etc. Según esto podemos

decir que el problema del conocimiento no se reduce exclusivamente al ámbito de lo

trascendente. Y no hace falta ejemplificar para saber que la actitud que asume la conciencia

cuando tiene por objeto cualquier clase de dato inmanente es contemplativa y no activa; la

conciencia no modifica en modo alguno los objetos. Si consideramos este hecho, entonces,

conocer un objeto es, en el sentido general que aquí estamos tratando, un ponerse en

relación del sujeto –la conciencia- con un objeto. Lo peculiar de este encuentro es que

ninguna de las dos partes puede renunciar a su independencia. Pero al concebirlos la

fenomenología como partes inseparables de un todo, en efecto, son no independientes

respecto del todo. El objeto sea real o incluso ideal siempre es trascendente respecto al acto.

Entonces debe ser cierto que todo acto de conocimiento se caracteriza por un trascender de

la conciencia hacia el objeto; en este movimiento el sujeto se extiende, por decirlo de

alguna manera, hacia el objeto que es intencionado en el acto. En otras palabras, es como si

saliera de sí mismo, de su propia esfera, hacia algo que no es el acto en sí. A su vez, el

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17

objeto con todo y sus propiedades9 se ofrece a las efectuaciones noéticas del sujeto. Solo así

puede el sujeto participar cognitivamente del contenido ontológico del objeto.

Ahora bien, la fenomenología vuelve problema el fenómeno del conocer al afirmar

que ninguna teoría es satisfactoria en cuanto a la resolución del enigma de la trascendencia

y la correlación. Por tanto, la primera condición para el proyecto en el primer nivel de los

dos que mencionamos en párrafos anteriores –identificar y satisfacer las exigencias

epistemológicas de una crítica fenomenológica del conocimiento- es que la crítica debe

estar basada en una forma de conocimiento que en sí mismo esté libre del enigma de la

trascendencia; de lo contrario, el saber sobre la posibilidad del conocimiento sería supuesto

por el enigma mismo que busca resolver. La crítica, por tanto, no puede considerar ninguna

explicación que tome al conocimiento como un hecho. Si lo hiciera caería en ingenuidad

pues tendría que aceptar la obviedad de que existe el conocimiento sin que ello le cause

ningún problema. Las explicaciones naturalistas u objetivistas de las ciencias empíricas o

de hechos, en este sentido, son ingenuas ya que todo su desarrollo tiene como fundamento

la inquebrantable confianza de que la razón humana logra la verdad en el conocimiento.

Oponiéndose a las ciencias de hechos la fenomenología de Husserl satisface el requisito

epistemológico del primer nivel en la segunda lección muy cartesianamente: mientras que

el conocimiento de los objetos externos es problemático, el conocimiento de los objetos

internos no lo es. De esto se sigue que no todo conocimiento carga con el enigma de la

trascendencia; en la reflexión, en la aprehensión de sus propios actos, la conciencia no se

mueve más allá de si misma, permanece dentro de la inmanencia. Si bien es posible dudar

de la validez de nuestro conocimiento de los objetos trascendentes a la conciencia, no tiene

sentido poner en duda nuestras afirmaciones acerca de lo que se da en el seno mismo de la

conciencia. No es posible dudar en el segundo caso, dice Husserl, porque nos encontramos

con una “multiforme esfera del ser que puede estarnos dada absolutamente” (Husserl:

1982c, L II, p. 39), donde lo que decimos puede ser directamente la medida para lo que

vemos sin que haya residuo de ningún tipo. En este caso la conciencia aunque mienta un

objeto no va más allá de si misma y la correlación entre acto y objeto goza de total plenitud.

¿Cuál es ese conocimiento que se presenta sin ningún problema, sin oscuridades y libre de

9 Cuando hablamos aquí de propiedades del objeto en caso que sea un objeto trascendente hacemos estricta

referencia a los contenidos primarios o, como dirá Husserl, los datos hyléticos de la sensación.

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enigmas, en una conformidad absoluta, en plenitud, del acto con su objeto? ¿Dónde buscar

este tipo de conocimiento?

La exigencia de satisfacer el requisito anterior en el primer nivel conduce a la

fenomenología a una abstención rigurosa de todas las afirmaciones y teorías de

conocimiento que implican la trascendencia y a una reconducción que va desde el mundo

trascendente a la inmanencia de la conciencia. Y la consiguiente restricción de la crítica del

conocimiento a afirmaciones relativas al dominio de la inmanencia es el movimiento

metodológico necesario para la solución del problema del conocimiento como lo hemos

planteado en este texto; a esta restricción le llama Husserl reducción y se plantea por vez

primera en las Lecciones de 1907. Es una reducción que hace posible la reconducción hacia

la inmanencia de la conciencia con el fin de resolver el enigma de la trascendencia y con

este el de la correlación. Abordar la cuestión de la posibilidad del conocimiento en el

primer nivel implica tener como punto de partida, en su proceder metódico, esta

inmanencia que Husserl identifica con el cogito y los actos de la conciencia. Esto porque el

ser de la cogitatio, de la vivencia, mientras se la vive y reflexiona sobre ella, es indudable.

La aprehensión directa e intuitiva y la posesión de la cogitatio son ya un conocer y, por

tanto, son ellas los primeros datos absolutos que puede utilizar la crítica como punto de

partida. Esta inmanencia es indubitable justo porque no presenta objetivamente ninguna

otra cosa, porque no mienta nada más allá de si misma y porque en ella lo que se haya

mentado está también dado por sí mismo de una manera completa y totalmente adecuada.

Esta inmanencia –que Husserl llama ingrediente- es indubitable por cuanto es una forma de

autodonación absoluta. Es lo adecuadamente dado en sí mismo y por tanto incuestionable,

lo que puede ser utilizado por una crítica, para el establecimiento de una teoría sobre la

realización esencial de la posibilidad del conocimiento.

Tenemos entonces que la investigación fenomenológica en el primer nivel casi que

se reduce a una cuestión esencial que atañe al conocimiento que, en base a lo dicho, se

puede definir como el problema de la relación sujeto-objeto. Como otros filósofos Husserl

pretende dar cuenta de cómo es posible tal relación escapando al defecto principal en que

incurren todos los intentos de un tratamiento sistemático sobre la cuestión del origen y la

esencia del conocimiento humano: la orientación unilateral hacia un determinado polo que

pone a la teoría en una posición subjetivista u objetivista. Creemos que al hacer depender su

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gnoseología fenomenológica del movimiento de la reducción y promover una reconducción

desde lo trascendente hacia los actos inmanentes de la conciencia, Husserl está muy cerca

de Descartes, posiblemente de un idealismo de tipo trascendental similar al de Kant10

, y

muy cerca del solipsismo. Sin embargo, ya que el problema sujeto-objeto lo resuelve

Husserl mediante una versión estrictamente fenomenológica de la relación de

correspondencia entre los componentes reales e intencionales del conocer, bajo el nombre

de Noesis y Noema, nos parece que no desestima los fundamentos teóricos del realismo

clásico y se libera de la unilateralidad. En otras palabras, la fenomenología resuelve el

problema capital de la teoría del conocimiento asumiendo una postura idealista pero

eludiendo el defecto principal de todas las otras teorías y evitando el solipsismo, el

relativismo y por tanto el escepticismo.

De manera que la reconducción hacia los propios actos de la conciencia garantiza el

logro de un fundamento absoluto y por tanto indubitable para la realización de la idea de

una crítica fenomenológica y a la vez hace visible la función constitutiva del yo como

condición de posibilidad de manifestación de las cosas. La reducción, pues, garantiza según

Husserl la conciencia pura, el ego absoluto o la subjetividad trascendental constituyente,

términos todos que iremos aclarando en el desarrollo. Por esto para la realización de la no

muy humilde pretensión de proporcionar el fundamento absoluto para la posibilidad del

conocimiento, el primer paso que debe dar el fenomenólogo –si es que quiere tener certeza

sobre algo en el mundo- es el de cuestionar la validez de los presupuestos comúnmente

aceptados en la vida diaria y volver la mirada sobre las cosas mismas en su forma de

donación inmediata a la conciencia (auto donación absoluta). Solo así estará la

fenomenología en condiciones de ofrecer una nueva fundamentación de la filosofía capaz

de resolver críticamente –como se observa precisamente en las lecciones de 1907- el

enigma del conocimiento.

10

Dirá en el Epílogo de Ideas I: “En esta meditación nace con impávida consecuencia (que no es cosa de todo

el mundo) el idealismo fenomenológico-trascendental, que se halla en la más rigurosa oposición a todo

idealismo psicologísta” (Husserl: 1986a, §5, p. 383). Para una distinción rigurosa del término trascendental

en Kant y Husserl véase: Sebastian Luft Desde el ser a lo dado y desde lo dado al ser: algunos comentarios

sobre el significado del trascendentalismo ideal en Kant y Husserl. (Luft: 2007).

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20

§2. Crítica

Habíamos dicho que el enigma del conocimiento y la cuestión capital que debe

afrontar una fenomenología gnoseológica se constituye básicamente de dos problemas

fundamentales que es el de la trascendencia y el de la correlación. Dijimos también que

ambos son propios del primer nivel de la critica que la fenomenología emprende hacia toda

“actitud espiritual natural” (Husserl: 1982c, L I, p.25) que ha tomado el conocimiento como

un hecho. Además, que el primer problema se resuelve críticamente a partir de una teoría

de la intencionalidad, mientras que el segundo a partir de una versión estrictamente

fenomenológica que considera la oposición y el dualismo sujeto-objeto en términos de una

correlación intencional bajo los términos de nóesis y nóema. Veamos entonces en qué

consiste la crítica y como se deriva una teoría de la intencionalidad respecto a la solución

del enigma. La pregunta que nos guía es: ¿Cómo puede la conciencia ir más allá de si

misma y hacer contacto con un objeto totalmente externo a ella? Trataremos de explicar

cómo los actos de la conciencia se refieren de múltiples maneras a múltiples objetos y entre

ellos los trascendentes. No vamos a tematizar todavía el conocimiento de otros objetos, los

ideales.

Husserl ante todo desea críticamente mediante un método eficaz ofrecer el

fundamento, el verdadero principio y la piedra angular sobre el que puede elevarse por fin

una verdadera teoría del conocimiento. Esta pretensión inicia principalmente con las

Investigaciones pero se realza en las Lecciones de 1907 y marca el inicio de una filosofía

que en su paulatino desarrollo adquiere finalmente la forma de un idealismo trascendental.

Según Husserl, este fundamento debe ser absoluto e indubitable, “no pueden satisfacernos

significaciones que toman vida –cuando la toman- de intuiciones remotas, confusas,

impropias” por lo cual debemos “retroceder a las cosas mismas” (Husserl: 1982b, §2, p.

218). ¿Cuáles son las cosas mismas que debe tratar la fenomenología como su objeto? La

pregunta exige a la fenomenología atender exclusivamente a lo inmanente puro como

ingrediente, cosas en sí mismas ciertamente que esta ciencia toma por objeto pero que no se

presentan en la intuición –ante nuestros ojos- como estando inmediatamente ahí delante; en

cierto sentido sí, pero no puestas al modo de los objetos trascendentes, esto es,

inadecuadamente, sino en toda su plenitud. Lo que busca la fenomenología es claridad

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sobre el enigma de correlación, “comprender la posibilidad de ese certero alcanzar”

(Husserl: 1982c, p. 95), mostrar claramente cómo es el contacto con los objetos, “traerla

intuitivamente a dato” (Husserl: 1982c, p.95); mostrar por qué lo inmanente –ingrediente-

es la auto donación absoluta y cómo en la intuición podemos acceder a esta donación. Estos

son los asuntos que la fenomenología reclama en su sentencia de ir a las cosas mismas11

.

Si la crítica del conocimiento debe aclarar todos los tipos y todas las formas de

conocimiento –porque de otra forma no podría ser una teoría sobre la posibilidad del

conocimiento-, entonces, ella no puede ni debe servirse de ninguna otra teoría o ciencia, no

puede tener en consideración sus afirmaciones ni sus diagnósticos sobre el ser y por tanto

deben permanecer en cuestión. Los conocimientos de las ciencias deben ser para la crítica

fenómenos de la ciencia, validos únicamente entre ellas; no tienen ningún valor tales

conocimientos ya que la ciencia natural como la psicología aborda el fenómeno del

conocimiento en virtud de un erróneo desplazamiento de la cuestión misma, explicándola

de la única manera en que le está permitido hacerlo: como un hecho natural. La crítica

fenomenológica debe poner en buen camino la cuestión misma, anular el desplazamiento,

porque de otra forma no puede estar segura nunca del verdadero sentido de la clarificación

del conocimiento en términos de las posibilidades esenciales de su realización.

11

Una de las interpretaciones más conocidas del lema husserliano de ir a las cosas mismas es la de Heidegger,

quien hace notar que este “retroceso” es para la fenomenología “el principio de la investigación por el cual se

alcanza el campo del asunto y por el cual se desarrolla la manera de tratarlo, el método” (Heidegger: 2006, §8,

p. 103). Pese a todas las controversias que hoy día se alzan frente a esta tesis, pues hay quienes dicen que el

lema no caracteriza el proceder fenomenológico, es posible converger en un aspecto y es que ella remite

nolens volens a la idea de una filosofía científica en donde se inserta el problema por la evidencia y el objeto

propio de la investigación fenomenológica. La interpretación heideggeriana nos dice que esta máxima

fenomenológica se lanza “frente a todas las construcciones en el aire, los hallazgos fortuitos, frente a la

recepción de conceptos solo aparentemente legitimados, frente a las seudopreguntas que con frecuencia se

propagan como problemas a través de generaciones” (Heidegger: 2003, §7, p. 51). En otras palabras, frente

aquello que caracteriza la penosa situación filosófica diagnosticada por Husserl como una crisis tanto en el

panorama del conocimiento científico como en todo el pensar de la humanidad europea. Creo que en el lema

de la fenomenología se halla ab initio esa doble funcionalidad del análisis fenomenológico que se caracteriza

por ser una investigación que se mueve en zigzag. En ella suena una doble exigencia, dice Heidegger: “Por un

lado, a las cosas mismas en el sentido de investigar demostrando las cosas con los pies puestos en el suelo (la

exigencia de una labor demostrativa); por otro, en primer lugar recuperar y asegurar ese suelo (mira; la

exigencia de poner el suelo al descubierto). La segunda de ellas es la exigencia de poner fundamento y por

ello incluye la primera” (Heidegger: 2006, §8, p. 104). A este respecto véase igualmente: (Zirión: 2003, p.

157).

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22

Con posibilidades esenciales para la realización del conocimiento hacemos

referencia a las estructuras más generales de la conciencia que permiten el aparecer de

cosas. Sin duda la intencionalidad es una de ellas por ser esta una característica esencial de

la conciencia. Si de lo que se trata es de resolver el enigma de la trascendencia, obviando

cualquier afirmación y todo conocimiento, reconduciendo la problemática hacia los actos

inmanentes de la conciencia, entonces, un debido acercamiento a la característica más

propia de las vivencias de la conciencia nos ha de poner en buen camino en la consecución

del objetivo que nos hemos planteado. Recordemos el principio fundamental enunciado en

la sección anterior: a las diferentes clases de objetos corresponden en igual medida

diferentes clases de conocimiento (Principio uno).

Algo que sabía Husserl con perfecta claridad –quizá por su relación con Brentano-

es que la intencionalidad es una característica esencial de los múltiples actos de la

conciencia12

. La conciencia por tanto puede definirse como una totalidad de actos; pero

también es un nexo, un conjunto de vivencias entre las cuales se encuentran las vivencias

intencionales. Una vivencia intencional se caracteriza por componerse fundamentalmente

de acto y objeto; en ellas necesariamente el yo siempre está dirigido a un objeto como su

correlato. La conciencia puede volverse hacia un algo cualquiera de muchas maneras –bien

se trate de un objeto ideal, un recuerdo, una fantasía, una representación y en casos

excepcionales un objeto trascendente. Por eso hablamos de múltiples modalidades de la

12 Husserl concedió siempre a su maestro Franz Brentano el crédito por el redescubrimiento del concepto de

intencionalidad, de estirpe escolástica. No podemos indagar aquí las diferencias entre el concepto o los

conceptos brentanianos de intencionalidad y el concepto de Husserl. Baste señalar que en Husserl la

intencionalidad adquiere una importancia y una riqueza que no se encontraban ni en la filosofía de Brentano

ni en la escolástica. La intencionalidad, según Husserl, es el rasgo esencial de ciertas vivencias de conciencia

(que se llaman por ello vivencias intencionales) que consiste, básicamente, en referirse a objetos. La

referencia (intentio) a un objeto es un rasgo esencial de la vivencia que la tiene no sólo en el sentido de que la

vivencia no sería la que es sin ella, sino en el sentido de que esa referencia no depende o no está determinada

en modo alguno por el objeto, sino que, por el contrario, el objeto mismo está “determinado” por la vivencia.

Dicho de otro modo: el hecho de referirse (o mentar, o dirigirse, etc.) a tal objeto, es cosa de la vivencia, no

del objeto que accidentalmente se le presente. O con mayor precisión: la referencia objetiva no es una

referencia vacía, sujeta a determinación por parte del objeto, sino que está determinada hasta en sus menores

particularidades en o por la vivencia misma. La vivencia es vivencia que se refiere a tal o cual objeto con tales

o cuales determinaciones (e indeterminaciones) objetivas, propiedades, rasgos ónticos, etcétera. Pero, a pesar

de todo, el objeto al que la vivencia se refiere, el objeto llamado “objeto intencional”, no forma parte de la

vivencia, no es un contenido “ingrediente”. Hay que distinguir, entonces, en la vivencia misma, lo que es en

ella un “ingrediente”, un dato real (reell) y lo que es un dato intencional. Esta distinción la tendremos en

cuenta a lo largo de la exposición.

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23

intencionalidad (Principio uno). La intencionalidad caracteriza ese extraño trascender de la

conciencia hacia un algo que no es ella misma cuyos modos pueden ser múltiples, esto es,

en el modo del percibir, del recordar, del imaginarse, del fantasear, del suponer, del dudar,

del desear, etc. Es decir, en todo percibir siempre hay algo percibido, en todo recordar algo

recordado, en todo fantasear algo fantaseado, etc. Esto es lo que se quiere dar a entender

con exactitud cuando en fenomenología se habla coloquialmente que la conciencia es

siempre conciencia de…, es decir, una conciencia intencional13

(Principio dos). Aquellas

vivencias intencionales que nos ponen en contacto con un objeto son las intuiciones. La

intuición es el acto que posee su objeto y por eso –porque tiene un objeto efectivo- se

caracteriza por su plenitud. Posteriormente se reconocerá a la intuición como el Principio

de todos los principios; dirá Husserl en las Ideas que “toda intuición en que se da algo

originariamente es un fundamento de derecho del conocimiento” (Husserl: 1986a, p. 58). El

término lo utiliza en sentido amplio, no lo restringe únicamente a la percepción y, por tanto,

el recuerdo, la reflexión, la empatía y la rememoración, entre otros, son formas o modos de

la intuición. Aquí debemos hacer una distinción porque ciertamente hay una diferencia de

grado entre las formas de intuición. Mientras la percepción siempre es plena y nos ofrece el

objeto “en carne y hueso” o “en persona” [Leibhaft], es decir, en su presencia misma, sin

intermediarios, otros modos de la intuición como es el caso de las expresiones significativas

se caracterizan por ser una intención vacía, un mero mentar vacío en el que hay

cumplimiento desde luego pero muy diferente al menos en cierto grado del perceptivo.

A la noción de intuición se opone la de intención vacía. Un ejemplo de este tipo de

intención lo encontramos en las expresiones lingüísticas en las cuales siempre tenemos

conciencia de algo pero en el modo de un mentar y un intencionar vacío; nos referimos

mediante una expresión significativa a un algo que no está ahí en persona como en el caso

de la percepción. Si digo “libro” mirando hacia donde no hay libros, entonces, esa

expresión es una intención vacía que se orienta hacia un posible cumplimiento objetivo, por

ejemplo, si me antojara y volviera hacia el objeto libro justo cuando digo la palabra libro.

Pero aun cuando haya diferencia de grado, intuiciones plenas y vacías son todos actos

intencionales.

13

“conciencia alude eo ipso a algo de lo que ella es conciencia” (Husserl: 1986a, §85, p. 205).

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24

Intuiciones vacías también las hay en lo perceptivo. Es el caso de las referencias

hacia los escorzos en que se presenta el objeto14

. Si yo percibo un escorzo del libro –

necesariamente solo lo puedo percibir por una cara, es decir, me es imposible intencionar

mas de un aspecto a la vez en el mismo acto- ese lado me remite en forma vacía hacia los

otros lados que no estoy percibiendo pero que sin embargo soy co-consciente de ellos, a tal

punto que en un nuevo acto puedo plenificarlos y tener conciencia de ellos no en el mentar

vacío sino en “carne y hueso”. Vemos según esto que la intuición es garante de

conocimiento, ella nos pone en contacto con los objetos y la percepción es aquella intuición

ejemplar que alcanza el objeto en persona, en un acercamiento que no puede ser superado

por ningún otro tipo de relación intencional con el objeto. Por esto la exclusividad de

nuestras reflexiones hacia los actos objetivantes más simples. Ya que en la percepción hay

siempre una posesión efectiva del objeto es en ella donde hay que buscar una verdadera

solución para el enigma del conocimiento.

Recordemos la pregunta guía ¿Cómo puede la conciencia ir más allá de si misma y

hacer contacto con un objeto totalmente externo a ella? Dijimos que la intencionalidad en el

modo de un acto de percepción nos permite acceder al objeto pero siempre unilateralmente

a través de uno y solo uno de sus lados o escorzos y nunca totalmente, es decir, que nunca

podremos agotar las posibles manifestaciones de un objeto en un acto de intuición.

Entonces, ¿cuál es la estructura que soporta el objeto por medio de la cual aparece

precisamente en apareceres, en escorzos? Pues siempre que captamos un objeto

trascendente en la intuición lo hacemos desde una perspectiva que está mediada por la

cercanía o la lejanía desde la cual percibimos el objeto y por tanto siempre hay un

excedente, un plus, en el objeto percibido sea del sentido que fuere. Para dar cuenta de esta

pregunta es necesario caracterizar no lo que sea el objeto en cuanto tal –ya que dijimos que

la fenomenología resuelve el asunto bajo otros términos- sino lo que Husserl entiende por

nóema junto con los estratos que le constituyen. La descripción de los componentes o

14

El matizar o escorzar [Abschattung] en las Lecciones e Ideas I es siempre una vivencia; vivimos los objetos

trascendentes matizadamente y como escorzándose en la espacialidad y por eso decimos de ellos que son

espaciales, extensos en sentido cartesiano. Cfr. (Husserl: 1986a, §41, p. 94). Más adelante mostraremos en

detalle cómo y por qué los objetos trascendentes de donan a la intuición únicamente mediante escorzos y

veremos de qué forma Husserl utiliza este concepto en las Investigaciones lógicas para dar una explicación al

enigma no asumiendo una postura idealista sino más bien realista al entender la Abschattung como una

proyección.

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25

estratos del nóema es tema de otra sección, sin embargo podemos ofrecer aquí algunas

líneas generales para introducirlo. Lo que señalaremos a continuación son apenas

características generales referentes al primer estrato del nóema las cuales consideramos

necesarias y fundamentales de cara a la resolución del enigma. No es posible dar cuenta de

una correlación que involucra dos términos si antes no sabemos la naturaleza de tales

términos; esto porque la correlación intencional que caracteriza la esencia del conocimiento

está determinada por los conceptos fenomenológicos de nóesis y nóema. Hay que aclarar,

no obstante, que tales conceptos son tematizados por primera vez en Ideas I, y que por tanto

son desconocidos por la argumentación de las Lecciones, en las que prima una exclusividad

en la investigación de las formas de conocimiento subordinadas a los objetos ideales. En la

siguiente sección diremos algo sobre los objetos ideales, por ahora solo introduzcamos

algunas particularidades del nóema sin olvidar lo anteriormente señalado y bajo el supuesto

de que todas estas afirmaciones, aunque correspondan, no están determinadas por las

dificultades que sobrevienen cuando se recurre a una forma de dualismo para dar cuenta del

enigma del conocimiento. Lo que quiero señalar es que no determina en nada el dualismo

sujeto-objeto las siguientes observaciones; evitaremos al máximo la utilización de tales

conceptos y hablaremos mejor en términos de acto-objeto del acto, nóesis-nóema,

Partamos de la siguiente afirmación. El nóema es un componente intencional de la

conciencia, es el objeto o correlato intencional del acto, de la nóesis. Veamos esto qué

quiere decir a partir de lo expuesto aquí. Dijimos que siempre hay un excedente en el objeto

percibido sin importar de qué tipo sea este (objeto percibido, recordado, imaginado, etc.), y

que en el caso de uno trascendente ese plus pertenece a los múltiples escorzos de los que

soy co-consciente en el modo de un mentar vacío. Como siempre accedo al objeto a partir

de un escorzo [Abschattung], ese acceder es en cada caso una determinación de aquel

aspecto del objeto percibido pero que me remite [Anzeige] a otro aspecto que no es

percibido en la actualidad del acto. De esta manera, un objeto como un libro solo puede ser

percibido plenamente mediante un escorzo y apercibido vacíamente mediante una

multiplicidad de matices y escorzos [Abschattungsmannigfaltigkeiten]15

. Un objeto como

un libro aparece dispuesto en la dualidad patente-latente, efectivo-inefectivo, acto-potencia;

en un horizonte de plenitud, mediado por un acto y un aspecto, y un latente horizonte vacío

15

Cfr. (Husserl: 1986a, §41, p. 93).

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de remisión. Por esto, en cada fase de la percepción se percibe el libro según el “cómo”

inherente a un cierto aspecto o escorzo; en efecto, el libro, el objeto, se caracteriza por ser

un complejo sistema de multiplicidades de apariciones. Pero ¿cómo puede un libro ser

nóema? Para responder tengamos en cuenta que al hablar de un objeto como un libro

podemos distinguir entre el objeto idéntico –el que se nos manifiesta a través de un

determinado aspecto- y la multiplicidad de actos del percibir que se remiten hacia ese

aspecto. Es decir, podemos percibir un objeto a través de un aspecto en múltiples actos que

se suceden a través del tiempo. En otras palabras, si estáticamente percibimos el objeto

“libro” podemos distinguir entre el objeto y su aspecto y una multiplicidad de actos –por

ejemplo si abro y cierro los ojos- que me remiten en la continuidad temporal al objeto.

Tenemos entonces: la unidad del objeto y su aspecto en parejo con una multiplicidad de

actos que se orientan hacia el objeto a través de tal aspecto. Si en cambio percibimos el

objeto dinámicamente, desplazándonos en derredor de él, entonces, contrariamente, el

objeto ofrecerá en cada momento de la percepción no uno sino distintos aspectos. Así, lo

estático y lo dinámico en la percepción de objetos marca, como vemos, un radical contraste

que se da entre la multiplicidad de actos que remiten a un aspecto y la multiplicidad de los

aspectos que remiten al objeto único que se me ofrece a través de esos múltiples aspectos

en uno o varios actos: el libro pero vuelto nóema. Percibir “el libro” solo es posible por mor

de la multiplicidad de sus aspectos y la multiplicidad de los actos a través de los cuales

captamos esos aspectos. No creo que sea necesario gastar muchas palabras para explicar

esta distinción pues cada uno por sí mismo puede dar cuenta de ella. No tener clara esta

distinción impediría una comprensión acertada de las nóesis y el curso de vivencias que es

la conciencia. La distinción es importante porque todo acto de conciencia la supone; una

nóesis o vivencia intencional16

no puede consistir exclusivamente en una pura actualidad de

múltiples actos que me remiten a un solo aspecto, sino que ella incluye además

potencialidad ya que puedo (cinestésica, emotiva, y volitivamente) en múltiples actos

intencionar múltiples aspectos de un objeto. Mientras que yo atiendo un lado del objeto, los

16

“Más como el hablar de elementos de la conciencia y todas las demás expresiones semejantes, así como el

hablar de elementos intencionales resulta enteramente imposible, debido a sus múltiples equívocos, que

resaltaran claramente más adelante, introducimos el término de elemento nóetico o más concisamente de

nóesis” (Husserl: 1986a, §85, p. 205). “Toda vivencia intencional es, gracias a sus elementos nóeticos, justo

nóetica” (Husserl: 1986a, §88, p. 213).

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otros lados se hayan en una zona de potencialidad, en un horizonte de remisión. Con esto

señalamos un rasgo fundamental de la intencionalidad: “toda vivencia tiene un horizonte

cambiante en su conexión con la conciencia y en las fases de sus propia corriente, un

horizonte de remisión intencional a potencialidades de la conciencia inherentes a la

vivencia misma” (Husserl: 1986b, §19, p. 93).

Con esto aún no se dice nada sobre el libro vuelto nóema. Y cuanto más avanzamos,

más elementos integramos y más difícil es la descripción. Parece que el tema metafísico de

la identidad del ser nos trae a punto. Ciertamente hemos incluido un par de conceptos que

resultan clave en la problemática de la identidad: unidad y multiplicidad. Sin entrar mucho

en detalle diremos por el momento: aquello que nos permite tener certeza y afirmar que se

trata de un mismo objeto cuando percibimos algo en determinado curso de vivencias es la

convergencia de los aspectos en torno de la presentación de tal objeto. Si todos los aspectos

que me ofrece el objeto convergen en la presentación de lo mismo, si las intenciones vacías

se plenifican sin tropiezo ni interrupción en determinado curso de vivencias, se va

formando un sistema de convergencia que me permite decir que ese objeto es el mismo17

.

Toda esta confirmación de una intención vacía que se plenifica adecuadamente se lleva a

cabo en una dimensión del horizonte de remisión que denominamos interno. En el

horizonte interno subsiste en la dualidad patente-latente, actual-inactual porque siempre un

aspecto percibido intenciona o remite a un aspecto no cumplido en forma vacía. Pero hay

también un horizonte externo que es más amplio que el interno, en el que también hay

referencia vacía pero no hacia aspectos sino hacia otros objetos los cuales en conjunto

constituyen un trasfondo.

El libro vuelto nóema. Tenemos, entonces, en el campo perceptivo, en que aparece

dispuesto un objeto, una dimensión del mundo, un horizonte interno y externo, de

actualidad e inactualidad determinado por la regla de la alternancia, esto es, por la regla que

dicta que lo potencial puede plenificarse y ser actual y lo actual puede en cualquier

17

En el Capítulo III se explica esto nuevamente pero teniendo como base la mereología general o teoría de

todos y partes; esto en relación con el sentido de la Abschattung como proyección. Es un problema

dificilísimo de resolver para la fenomenología porque precisamente a tal sistema solo le es posible formarse

[Gebilde] como convergencias que se superponen entre sí dando apertura a una aporía que se ofrece en la fase

de actualidad o del presente donde la convergencia es posible. Este es el problema que tendría que resolver

Herman Casla si le exigiésemos una explicación teórica y no mecánica sobre el funcionamiento de su

Mutoscopio o a Thomas Edison con su Kinetoscopio.

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momento perder esa condición de centro del campo perceptivo. Vemos que en estas simples

descripciones el tema de la intencionalidad es clave al momento de responder

adecuadamente por la pregunta que hicimos al inicio de esta sección. Si la conciencia logra

trascender hacia un algo que no es ella misma, hacia un polo nóematico según hemos dicho

aquí, esto solo es posible en virtud de la intencionalidad. Lo que haremos en esta última

parte será señalar otros rasgos fundamentales de la intencionalidad los cuales en conjunto

harían parte del principio dos ya formulado. Para resolver el enigma no es licito hablar del

libro vuelto noema si antes no se ha caracterizado a los componentes o estratos de ese

correlato intencional del acto que permite, precisamente por la complementariedad del

nóema con el acto, dotar de sentido a las Abschattung que son fenómenos de objeto y así

constituir formas sígnicas, ideas o esencias, muchas de las cuales tienen el aspecto de

conceptos. Formas o conceptos que son aportadas por las vivencias intencionales, por la

nóesis, y son las que me permiten dotar de sentido a los objetos del mundo, el libro vuelto

nóema. Finalizaremos caracterizando el estrato o capa más nuclear del nóema y con la

formulación del Principio tres.

Las Lecciones no aportan nada significativo respecto de lo dicho anticipadamente en

las Investigaciones lógicas sobre la noción de intencionalidad. Sin embargo, tal como

hemos señalado, al estar los análisis en las investigaciones de 1900 muy cerca del realismo

mientras que las de 1907 de un idealismo, esto determina la dirección de la crítica con

respecto a estas dos posturas filosóficas. La investigación también está determinada por el

tipo de pregunta planteada. La pregunta que motiva las investigaciones de las Lecciones, a

saber, ¿Cómo es posible el conocimiento y como puede haber adecuación con las cosas?,

permite incluir a mi modo de ver un aspecto novedoso no incluido en la versión de los actos

intencionales expuesta en la Quinta Investigación. Como en las Lecciones se lleva a cabo,

mediante el movimiento de la reducción, una reconducción hacia los actos inmanentes de la

conciencia no le está permitido a la crítica “tomar algo prestado de la esfera de la

trascendencia” (Husserl: 1982c, L II, p. 43), es decir, que la investigación acerca de la

naturaleza de las vivencias intencionales quedará restringida a cierto tipo de actos en los

cuales su correlato intencional, su nóema, no es un dato trascendente sino inmanente. En

otras palabras, la investigación de las vivencias intencionales solo tendrá en cuenta aquellas

en que acto y objeto del acto hacen parte de la inmanencia de la conciencia; si revisamos

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rápidamente los modos de los actos vemos que el único que se excluye es el de la

percepción de objetos físicos, precisamente por ser trascendente. Es gracias a esta

exclusividad que Husserl puede afirmar lo siguiente: “Toda vivencia intelectual y en

general toda vivencia mientras es llevada a cabo, puede hacerse objeto de un acto de puro

ver y captar, y, en él, es un dato absoluto” (Husserl: 1982c, L II, p. 40). Si somos

consecuentes claramente la resolución del enigma acerca del trascender o remontar de la

conciencia empieza a tener una base segura e indubitable. Este es el punto de partida en las

Lecciones y lo único que hace posible el logro de esta esfera de datos absolutos, “esfera que

precisamente necesitamos si ha de ser posible nuestra aspiración a la teoría del

conocimiento” (Husserl: 1982c, L II, p. 41), es la reducción. No obstante, los elementos del

primer análisis de la intencionalidad de la Quinta investigación están presentes. Veamos de

qué forma.

Entre las vivencias que integran la conciencia las hay intencionales y no

intencionales. Estas últimas están constituidas en su mayoría por los datos de la sensación

como materia de la percepción (en adelante datos hyléticos de la sensación o contenidos

primarios). Estas vivencias no intencionales constituyen a su vez una materia que recibe de

las vivencias intencionales –por aprehensión y luego por interpretación- una forma o un

sentido. De esto se sigue que una vivencia intencional siempre da forma y sentido a una

materialidad que también es una vivencia pero no intencional. En este caso, acto y objeto

claramente son contenidos inmanentes de la conciencia. En el caso de la percepción, la

intencionalidad dota a la materia sensible, esto es, al dato de la sensación, con la referencia

a un objeto. Hay una distinción entre una intencionalidad dadora de sentido y una materia

que recibe tal sentido. Y esta distinción ofrece una doble interpretación: 1) es posible

percibir un objeto sobre la base de diferente material sensible, es lo que sucede cuando

percibo el libro si me muevo en derredor de él. En este caso el material sensible se va

modificando con el transcurso de mis movimientos corporales mientras que el objeto que

percibo, el libro, se mantiene idéntico. De esto concluimos que puedo en cada caso

interpretar los contenidos primarios de una u otra forma y la referencia al objeto no verse

afectada. 2) es posible interpretar de muchas maneras sobre la base de un mismo material

sensible. Esto sucede cuando por ejemplo digo “este ejemplar” o “este texto” para referirme

al “libro”. Los ejemplos abundan, el pato/conejo, el vencedor de Jena/el derrotado en

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Waterloo, etc; pero lo que se quiere dar a entender es que una misma hýle puede soportar

aprehensiones e interpretaciones diferentes. Sea como fuere en ambos casos la

intencionalidad se caracteriza –este es otro de sus rasgos fundamentales- por interpretar los

datos hyléticos de la sensación y conferirle justamente a esa materia una función que ella en

cuanto vivencia no intencional no puede lograr: la función de expresar o presentar un

significado o una forma. De ahí que toda vivencia intencional o intención perceptiva se

caracterice por ser un acto de dar sentido, un acto objetivante, por medio del cual una

materia adquiere un sentido o forma (Principio tres).

En suma, solo a partir de lo anteriormente dicho tenemos una mayor claridad sobre

la definición de nóema que dimos casi al inicio de esta sección. El nóema como objeto o

correlato intencional de una vivencia es el resultado de la interpretación realizada por la

nóesis sobre la hýle. Hýle, nóesis y nóema son los componentes fundamentales de la

conciencia; los dos primeros son componentes reales (inmanente ingrediente) y el último un

componente intencional de ella. La reconducción desde lo trascendente hacia lo inmanente

ingrediente se justifica por el hecho de que los datos hyléticos de la sensación se hayan

contenidos en la noesis o vivencia aprehensora y a su vez tales vivencias se hayan ínsitas en

el curso y en el torrente de las vivencias.

Así pues, si algo hay que decir sobre cualquier enigma que tenga que ver o que

involucre los términos de acto-objeto en su relación con el conocer, es en la esfera de los

componentes real inmanentes de la conciencia donde deben buscarse las afirmaciones para

resolver el enigma que sea. Por su parte, lo particular de este correlato intencional llamado

nóema es que como correlato objetivo escapa a la temporalidad de la conciencia. Escapa a

lo más íntimo de la conciencia necesariamente porque no es un componente real-

inmanente; mientras los actos varían en la temporalidad en una infinita diversidad de

modos, el objeto como correlato intencional posee identidad con respecto a los múltiples

actos que, como un devenir en flujo [strömendes Werden], caracterizan la conciencia. El

nóema es un componente ideal de la conciencia precisamente porque le es propio la

identidad en un flujo temporal de actos. En la percepción en t1, t2, t3, t4.... el libro se

mantiene idéntico e invariable, se trata siempre en cada caso del mismo libro. El nóema es

el polo ideal en el que convergen todas las efectuaciones nóeticas de la conciencia, por esto

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se dice de él que tiene identidad18

. La percepción siempre es teleológica debido al horizonte

vacío y por tanto sus objetos son siempre contenidos ideales. Y es la intencionalidad la que

pone en evidencia las formas que revisten a estos polos ideales y descubre la dimensión

inexorablemente teleológica de las síntesis de cumplimiento de los actos perceptivos que se

logran por la acertadísima coincidencia de nóesis-nóema, acto-objeto.

§3. Los objetos ideales

En este apartado se discutirá por qué el nóema es un componente ideal de la

conciencia puntualizando en los dos elementos fundamentales que le constituyen: el sentido

o la capa nuclear que es el primer estrato, del cual apenas hemos dicho algo, y la tesis,

modalidad o carácter de ser que se complementa con el primer estrato y juntos se ofrecen

como rasgos fundamentales de este correlato de la intencionalidad que es el nóema.

Tratemos de avanzar sobre la base de lo ya dicho.

La aproximación a la propuesta de una teoría fenomenológica que pretende una

resolución de los dos elementos que constituyen el enigma del conocimiento nos ha llevado

a concentrar la exposición en la caracterización de la adecuada correlación entre acto y

objeto a partir de los conceptos de nóesis y nóema. Esta caracterización ha sido posible

sobre la base de tres principios que supone la crítica fenomenológica que están supeditados

a un principio mucho más fundamental que pone a la intuición como garante del

conocimiento. Estos principios son los supuestos básicos del análisis de la crítica

fenomenológica. Ello porque la crítica trata en exclusividad la investigación de las formas

de conocimiento subordinadas a los objetos ideales; cosas mismas que hay que tener por

objeto, que se donan en el interjuego de lo pleno y lo vacío configurando –constituyendo

más exactamente- un sistema de convergencia, de remisiones o vacuidades que se

plenifican una y otra vez en el flujo perceptivo, por medio del cual los datos hyléticos

adquieren un sentido o forma. En cuanto componente intencional de la conciencia, al

nóema solo le es posible ser un polo ideal, un algo que permanece idéntico en la variación

de los actos objetivantes o nóeticos que le intencionan. Con esto Husserl no dice nada

nuevo, pues ha quedado claro en la historia de la filosofía “que la mente no conoce de un

18

Cfr. El ejemplo del color del tronco del árbol (Husserl: 1986a, §97, p. 236).

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modo inmediato las cosas sino únicamente por la intervención de las ideas que tiene acerca

de ellas” (Locke: 1994, L IV, Cap. IV, §3, p. 562). La realidad del conocimiento dependería

por un lado de la conformidad entre las múltiples manifestaciones y la idealidad del nóema

y, por el otro, entre la conformidad del correlato intencional o componente intencional de la

conciencia que es el nóema con los componentes real-inmanentes de la conciencia, esto es,

la materia o hýle y la vivencia intencional o nóesis. Y lo que hace posible una tal

conformidad o correspondencia es la intencionalidad. La intencionalidad de la conciencia

consiste fundamentalmente en el carácter de un trascender hacia un algo que no es ella

misma, un abrirse al ser, a lo otro en tanto que otro, en mentarlo, en hacerlo objeto

consciente o fenómeno. Y todo conocer –tener conciencia de un algo- ocurre como relación

intencional entre un acto y un objeto, sean estos reales, ideales, irreales, imposibles, físicos

o psíquicos.

¿Cómo explicar que el objeto del acto sea un componente irreal o ideal de la

conciencia? Para que sea un componente ideal de la conciencia, necesariamente el nóema

debe escapar a lo más íntimo de la conciencia, al tiempo inmanente –al tiempo de la

conciencia que no es la conciencia del tiempo, son dos cosas muy distintas. Los

componentes real-inmanentes de la conciencia están determinados por este tiempo; ello no

ocurre con el nóema que al ser un componente ideal, contrariamente a los componentes

reales que son intrínsecamente temporales, es esencialmente intemporal19

. Pero que sea

intemporal no quiere decir que sea atemporal, pues aunque escapa a la temporalidad de la

conciencia el nóema solo puede darse temporalizándose. Esta temporalidad del nóema la

percato cuando en un acto reflexivo hago una descripción sobre la percepción y descubro –

todo el tiempo en que reflexivamente yo atienda al curso de mis vivencias- que hay

elementos dados como datos hyléticos de la sensación que permanecen,

independientemente de las variantes determinaciones nóeticas de mi percepción sobre el

objeto. Lo que hay, los elementos dados a los cuales corresponde el sentido o la forma que

es aportada por la vivencia intencional, es pura hýle “individual y sin forma sintáctica, un

esto que está aquí, ó” (Husserl: 1986a, §14, p. 41).

19

“definiremos sin vacilar la realidad por la temporalidad. Pues lo único que aquí importa es la oposición al

«ser» intemporal [unzeitlichen] de lo ideal” (Husserl: 1982b, IL II, §8, p. 308).

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Vemos de este modo que las cosas mismas que la fenomenología toma por objeto

dependen de ciertos paralelismos que se dan entre los tres componentes fundamentales de

la conciencia antes mencionados: 1) la correspondencia nóetico-noemático; 2) el

paralelismo hylético-noemático; 3) la correlación entre los componentes real-inmanentes de

la conciencia y los intencionales. Todos estos paralelismos quedan reducidos a la forma

acto-objeto y la intencionalidad es su rasgo fundamental. En el primero se hace patente

cómo a toda vivencia intencional (nóesis o acto de dar sentido o forma) le corresponde un

sentido objetivo en el nóema. Es a lo que nos referíamos con el Principio dos: todo aquello

con lo que se cuenta plenamente de alguna manera en el presente real de la existencia está

ahí tal y como está solo gracias a que la vida intencional de los actos de conocimiento se

refieren efectivamente, en el modo correspondiente, a eso. Este principio cala a gran escala

en la teoría de la intencionalidad y del cumplimiento de la Quinta y Sexta investigación

lógica. Tal principio es la gran lección aprendida y la deuda de Husserl con Brentano:

admitir que el ser de cualquier entidad se reduce absolutamente, desde el punto de vista de

la descripción pura de la existencia como intencionalidad, a que la conciencia vive, conoce,

determinadas vivencias a propósito de ese algo20

. Por esto la fenomenología en los primeros

tiempos se concentraba en describir analíticamente cómo vive la conciencia la referencia a

ese algo que es un contenido intencional y por tanto ideal. En el segundo paralelismo se

establece que la composición de la hýle influye en las determinaciones objetivas del nóema;

ello queda claro por lo que ya hemos dicho, esto es, que los tres componentes

fundamentales de toda conciencia, la hýle, el nóema y la nóesis, se co-pertenecen unos a

otros y se co-implican. Es por esto que “el objeto solo puede aparecer en una percepción en

general como determinado objetivamente tal cual aparece en ella, cuando los elementos

hyléticos sean justo los que son y no otros” (Husserl: 1986a, §97, p. 237). De manera que

en este segundo paralelismo lo que comprobamos es que en cualquiera de sus modos los

datos hyléticos condicionan la función aprehensiva y luego interpretativa de la conciencia

en lo que respecta a la constitución de formas o sentidos objetivos. Esto lo detallaremos en

el capítulo III. Por último, el tercer paralelismo, surge como una síntesis de los dos

anteriores. Veamos en detalle este tercer paralelismo y anudemos la discusión con los dos

20

Para una revisión de esta tesis véase (Brentano: 2009, Libro II, Cap. IV, pp. 120-136). Véase igualmente

(Albertazzi: 2006, Cap. III, pp. 83-122).

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componentes fundamentales que constituyen el nóema que son la capa nuclear o sentido y

la tesis. Conceptos que en el contexto de las Investigaciones son tematizados bajo el

nombre de materia y cualidad. Recordemos que de lo que se trata es de caracterizar, al

hablar del nóema en cuanto polo ideal, cómo una multiplicidad de actos o vivencias

intencionales me remiten a un mismo objeto. Si ratificamos al nóema como componente

intencional de la conciencia será más fácil comprender esa reconducción y limitación de la

fenomenología hacia los propios actos de la conciencia que garantiza el logro de un

fundamento absoluto y por tanto indubitable para la realización del enigma conocimiento

mediante la reducción.

Dos son los elementos que componen el nóema: el sentido y la modalidad o carácter

de ser de ese sentido que es la tesis. El sentido o núcleo nóematico por causa de las

múltiples modalidades de la intencionalidad (Principio uno) se puede determinar

modalmente de diversas maneras. De esto deducimos lo siguiente: un mismo sentido

objetivo puede presentárseme en el modo de la efectividad, la probabilidad, la suposición,

etc. Entonces, a todo sentido debe corresponderle un carácter de ser, esto es, una

determinada cualidad modal sin la cual es imposible poder captar algo como un objeto. Si

nos concentramos en la capa nuclear del nóema debemos distinguir a su vez dos elementos

que le constituyen: 1) el objeto, digamos, puro y simple, la vacía que actúa en calidad de

centro del nóema, la estructura que soporta el objeto por medio de la cual aparece

precisamente en apareceres, en escorzos; y 2) el objeto que aparece en el cómo de sus

determinaciones, el objeto tal y como es para mí. Husserl establece una relación de

necesaria dependencia entre estos dos elementos. Dice que la determinable es el soporte

de cualquier predicado, lo que da unidad a “un complejo cualquiera, a una combinación

cualquiera de los predicados” o aspectos (Husserl: 1986a, §131, p. 312). Las

determinaciones del objeto son las apercepciones que tengo de él muchas de las cuales

pueden tener la forma de predicados. Por tanto hay una necesaria relación entre ambos. El

objeto puro y simple es precisamente eso, una vacía que no puede donarse por sí sola a la

intuición sino únicamente como “punto de enlace o soporte de los predicados” (Husserl:

1986a, §131, p. 312), es decir, como sustento de las determinaciones. A su vez, las

determinaciones o predicados del objeto en tanto que partes o momentos requieren

necesariamente –dijimos que por convergencia- ser partes y momentos respecto de una

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unidad, de una totalidad que es un polo ideal, punto de referencia y centro necesario, de los

diversos aspectos que van variando en la medida en que se avanza en la percepción del

objeto. Es la primera evidencia que se obtiene con la aplicación del principio dos. Si toda

conciencia es siempre conciencia de algo, entonces, todas las determinaciones son

apropósito de ese algo. Llegamos así a la siguiente tesis: en la capa nuclear del nóema hay

que distinguir entre “este puro punto de unidad, este simple objeto noemático y el objeto en

el cómo de sus determinaciones”21

(Husserl: 1986a, §131, p. 313). En suma, la capa nuclear

del nóema y sus elementos –el objeto intencionado y el objeto tal y como es intencionado-

constituyen juntos el sentido noemático22

. Este sentido noemático es un núcleo justamente

porque en torno de él gira todo lo demás; la otra parte es la tesis.

Ya que se ampliará esta discusión bajo los términos de materia y cualidad en cuanto

elementos fundamentales de lo que denominaré más adelante como la esencia intencional

del acto voy a permitirme dejar hasta aquí. Baste con decir que la tesis ofrece el objeto en el

cómo de sus determinaciones, esto es, en sus modos de darse; y bastante se ha dicho

respecto de los múltiples modos en que un objeto puede ser dado a la intuición: como

objeto probable, efectivo, cuestionable, presunto, etc. Lo dicho hasta el momento ha sido

con la pretensión de reforzar la definición del nóema como componente ideal o correlato

intencional de la conciencia que actúa siempre como un polo ideal de los componentes real-

inmanentes de esta. Creo haber señalado algunas características para aceptar que este

correlato objetivo, que es el resultado de la interpretación realizada por la nóesis sobre la

hýle, el nóema, como componente intencional, precisamente, no escapa a lo que pueda

denominarse como la esfera de la conciencia. Siendo esto aceptado y suponiendo que sea

cierto que los datos hyléticos de la sensación están incluidos en las vivencias intencionales

21

Digamos que somos consecuentes con esta tesis más aún si tenemos en cuenta que Husserl no explica de

qué modo se garantiza una adecuada correspondencia entre estos dos elementos. Aunque la tesis es fortísima

por razones que veremos más adelante soy escéptico de ella porque conduce a un problema mucho más

grande y difícil en el que se ven involucrados los filósofos que como Husserl hacen depender sus análisis de

métodos ontológicos formales como puede ser el caso de la teoría general de todos y partes. Husserl dice que

siendo el sentido un fragmento fundamental del nóema, sin embargo, no hay sentido sin el algo, ni sin

contenido determinable, es decir, que no es posible pensar en un todo sin partes y viceversa: “las

determinables de los sentidos unidos vienen a corresponderse unas con otras y con la del sentido total de la

unidad de sentido del caso” (Husserl: 1986a, §131, p. 314). Luego veremos cuál es la dificultad que surge con

esta tesis cuando hablemos en el Capítulo III de La problemática de la asociación y del presente

estratificado. 22

Véase: (Botero: 1985).

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aprehensoras, en las nóesis, el camino que nos conducirá desde el mundo de lo trascendente

hacia la esfera inmanente del curso de las vivencias, en donde están incluidas las noesis, ha

sido barbechado.

Es un camino que debe recorrerse según Husserl porque es la única manera de ganar

los propios actos de la conciencia con todo y sus componentes fundamentales y así

garantizar el logro de un fundamento absoluto y por tanto indubitable para la realización de

la idea de una crítica fenomenológica. El camino barbechado nos conducirá una vez

hallemos los rieles bajo la luz de la reducción a “la conciencia trascendentalmente

purificada y sus correlatos esenciales” (Husserl: 1986a, Int, p. 11). La reconducción, a la

vez, hace visible la función constitutiva del yo como condición de posibilidad de la

manifestación de las cosas. La reducción, entonces, es lo que garantiza el logro o malogro

de la conciencia pura, el ego absoluto o la subjetividad trascendental constituyente. El

camino como señalamos tiene un acento cartesiano. El método no es la duda hiperbólica;

tenemos en cambio una operación marcadamente escéptica muy similar a la Skepsis

pirrónica que Husserl llama epojé. El propósito fundamental de la técnica de la epojé no es

únicamente reducir sin más el mundo físico a lo fenomenal y hacer así de los objetos (reales

en sentido estricto) objetos de reflexión. La reducción como epojé es la operación de mayor

significancia en la fenomenología pues hace posible el acceso al modo de consideración

trascendental, esto es, a la posibilidad misma por la cuestión del conocimiento. Hacer epojé

filosófica consiste: uno “en abstenernos por completo de juzgar acerca de las doctrinas de

toda filosofía anterior y en llevar a cabo todas nuestras descripciones dentro del marco de

esta abstención” (Husserl: 1986a, §18, p. 46); dos “reducir el yo humano natural, y,

ciertamente, el mío, al trascendental” (Husserl: 2009b, L I, p. 11); tres “colocar entre

paréntesis todas y cada una de las cosas abarcadas en sentido óntico, este mundo natural

entero, que está constantemente para nosotros ahí delante, y que seguirá estándolo

permanentemente como realidad de que tenemos conciencia” (Husserl: 1986a, §32, p. 73);

cuatro “desconectar todas las ciencias referentes a este mundo natural”. Según esto, parece

cierto que en la máxima fenomenológica de Husserl de ir a las cosas mismas se halla la

exigencia central de poner el fundamento sobre lo cual se despliega toda demostración y

todo conocimiento judicativo en las ciencias tomando por caso las empíricas; exigencia

realizable solo en el ámbito de lo puesto en marcha por la epojé.

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37

§4. El camino

El camino que sigue Husserl hacia ese todo del cual nada escapa que es la

conciencia lo denominaremos vía cartesiana. Luego de esta breve aventura por los

componentes fundamentales de la conciencia –hýle, nóesis, nóema- y su característica

esencial –la intencionalidad- parece que el enigma de la trascendencia no resulta ya tan

problemático como antes. Y no resulta extraño simplemente porque el objeto trascendente

no ha sido tematizado aquí en el sentido de la ontología o metafísica tradicional,

oponiéndolo al concepto de sujeto, sino a partir del estricto concepto fenomenológico de

nóema como componente intencional de la conciencia, como objeto y correlato intencional

de los componentes real-inmanentes de la conciencia. Nuestras descripciones acuden a los

análisis husserlianos sobre la intencionalidad para explicar cómo los objetos trascendentes

logran ser polos ideales de la conciencia y ello ha contribuido a una ampliación de los

elementos que requiere la crítica para dar cuenta del enigma de la trascendencia y la

correlación. La explicación de la esencia del conocimiento al estar siempre determinada por

la oposición dual sujeto-objeto ha tenido que ser tratada bajo los términos de nóesis y

nóema desde una teoría de la intencionalidad, según la cual una vivencia intencional o

nóesis anima siempre un contenido material hylético –que también es una vivencia pero no

intencional- bien sea por medio de una intención significativa o por medio de una intención

perceptiva y lo dota de un sentido o forma que en el caso de la intención significativa es

una expresión de significado y en el caso de la intención perceptiva es una forma objetiva

que tiene la función de presentar una cosa. La nóesis aprehende los datos hyléticos como

contenidos primarios y los interpreta; y el objeto que resulta de la interpretación realizada

por la nóesis sobre la hýle es el nóema, el objeto o correlato intencional que en cuanto tal es

el componente intencional de la conciencia. Vemos según esta teoría de la intencionalidad

que no hay nada por fuera de la esfera de los actos inmanentes de la conciencia ya que

incluso el nóema es un componente de tal esfera, por ello “el problema fenomenológico de

la referencia de la conciencia a una objetividad tiene ante todo su lado noemático” (Husserl:

1986a, §128, p. 307). Es decir, el enigma de la trascendencia no puede resolverse

plenamente sin el de la correlación y viceversa, lo que sea válido en uno debe ser válido

para el otro; y ambos dependen de lo que pueda decirse acertadamente acerca de la

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38

correlación de los componentes fundamentales de la conciencia en la brega de una clara

explicación del problema esencial del conocimiento.

Como hemos señalado, la pretensión de Husserl de identificar y satisfacer las

exigencias epistemológicas de una crítica fenomenológica del conocimiento que haga

posible la realización del enigma tiene en consideración el conocido movimiento cartesiano

que nos pone frente a frente con el cogito, con la esfera de lo dado absolutamente en donde

no hay cabida para ningún enigma. Satisfacer este requisito es lo que abiertamente se

propone en las Lecciones. Como Descartes, Husserl afirma que el conocimiento de los

objetos trascendentes es siempre problemático mientras que el de los objetos internos no lo

es. Esto le permite suponer que no todo tipo de conocimiento carga con el enigma de la

trascendencia. El conocimiento que está libre de enigma es el que se obtiene cuando hay

adecuación en uno de los tres paralelismos fundamentales que hemos señalado

anteriormente: 1) la correspondencia nóetico-noemático; 2) el paralelismo hylético-

noemático; y 3) la correlación entre los componentes real-inmanentes de la conciencia y los

intencionales. En cada uno de estos casos la conciencia no va más allá de lo

inmediatamente dado a sí misma, toda vez que nóesis, nóema e hýle son o bien un

componente real-inmanente o bien un componente intencional de la conciencia. Todo es

pura conciencia. Por esto dijimos que la postura de 1907 con respecto a la de 1900 está más

cerca de un idealismo al plantear precisamente que los sentidos o formas dadas por las

vivencias intencionales por interpretación y aprehensión de datos primarios son categorías,

esto es, las puras determinaciones del pensar, las formas a priori y funcionales de la

conciencia que le permite al pensamiento producir las formas objetivas. En otras palabras,

aunque las Investigaciones “se trata de una aclaración de las estructuras lógicas básicas, del

conocimiento de lo lógico en tanto tal” (Patočka: 2002, p. 12) no hay todavía en ellas la

formulación de una filosofía en lo que respecta a la constitución del sentido o las formas

trascendentes en el marco de la experiencia de un yo trascendental. Estos sentidos o formas,

que en el caso de la intención significativa es una expresión de significado y en el caso de

la intención perceptiva es una forma objetiva que tiene la función de presentar una cosa,

son las formas del pensar o, como dice Husserl, las esencias formales o “conceptos ideales,

que expresan algo que no se puede «ver»”; conceptos exactos que “tienen por correlato

esencias que tienen el carácter de Ideas en el sentido kantiano” (Husserl: 1986a, §74, p.

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39

165). Sentidos o formas que tienen la particularidad de ser “esencias inmanentes que tienen

sus manifestaciones individuales en los procesos singulares de una corriente de conciencia,

en vivencias singulares que transcurren, como quiera que sea” (Husserl: 1986a, §60, p.

137)23

. Es por esto que el análisis fenomenológico que se inaugura con las Lecciones de

1907 consiste principalmente en la investigación por la naturaleza de estos sentidos y

formas que Husserl entiende como conceptos lógicos, esto es, como conceptos del

conocimiento que son elaborados –constituidos- en las vivencias del pensar. De ahí que al

querer Husserl desarrollar una fenomenología como “pura ciencia descriptiva esencial de

las formas inmanentes de la conciencia, de los procesos aprehensibles en la corriente de las

vivencias dentro del marco de la desconexión fenomenológica” (Husserl: 1986a, §60, p.

137-138) solo pueda tener como punto de partida la inmanencia de la subjetividad, el

cogito, los actos de la conciencia. Esto porque el ser de la cogitatio, de la vivencia, mientras

se la vive y reflexiona sobre ella, es indubitable. La aprehensión directa e intuitiva y la

posesión de la cogitatio son ya un conocer y, por tanto, son ellas los primeros datos

absolutos que puede utilizar la crítica como punto de partida en su elucidación del enigma

del conocimiento. Esta inmanencia es indubitable justo porque no presenta objetivamente

ninguna otra cosa, porque no mienta nada más allá de si misma y porque en ella lo que se

haya mentado está también dado por sí mismo de una manera completa y totalmente

adecuada.

Retomemos nuevamente el camino emprendido por la crítica en el que se declara la

necesidad de la reducción como una reconducción hacia lo inmanente ingrediente –en

cuanto autodonación absoluta- de la esfera de los actos de la conciencia pura por ser estos

un tipo de estructuras ideales –como las de la lógica- que ofrecen en toda su plenitud el

encuentro del acto con su objeto sin ir más allá de la propia esfera de lo inmanente y

evitando por tanto el problema de la trascendencia y los inconvenientes del naturalismo

positivista de las ciencias. Recordemos que lo caracterizado hasta el momento hace parte

del primer paso de nuestra aproximación a la consideración fenomenológica por la

elucidación del enigma de correlación y el de la trascendencia. Aunque nos hemos

23

El problema de los signos o formas como conceptos o categorías lógicas del pensar constituyen un

problema de amplia envergadura que si bien es importantísimo de cara a los objetivos que se buscan en este

texto no por ello será tematizado. Me he pronunciado sobre el asunto en otro contexto, Véase (Suárez, J.A:

2012a).

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distanciado un poco en las últimas dos secciones, la cuestión capital no la debemos perder

de vista. Todo hasta el momento ha girado en torno de lo inmanente ingrediente –

significaciones y no-hechos- como condición de posibilidad para la realización de la crítica.

Hemos tratado de delimitar en la exposición un tipo de conocimiento que no tiene ninguno

de los problemas y oscuridades de las teorías naturalistas enfocándonos, justamente, en la

consideración de los casos indubitables donde el conocimiento se da libre de enigma, en

una conformidad absoluta y plena. Y este enfocarse ha sido simplemente para señalar un

nivel más elevado de la crítica: el “serio intento por satisfacer la idea de una filosofía

primera” (Husserl: 1998, L I, p.16). Un intento tan serio que la búsqueda del fundamento

absoluto para el conocimiento es la pretensión más elevada que la crítica se ha impuesto. Y

todo esto en la consideración del primer paso de la cuestión. Las tesis que hasta el

momento se han tematizado son: 1) en la reflexión sobre cualquier acto intencional

accedemos a lo inmanente ingrediente, lo adecuadamente dado en sí mismo, lo que se nos

dona incuestionablemente dentro de los más rigurosos límites de la esencialidad pura y

puede ser utilizado con toda legitimidad por la ciencia (teoría) fenomenológica del

conocimiento que indaga por su posibilidad; 2) que es en la conciencia pura, en la

subjetividad trascendental24

, donde debemos buscar el tipo de conocimiento que

plenamente nos ofrece como autodonación absoluta esta inmanencia a la que podemos

acceder en la intuición. Sin embargo el hecho de tener medianamente clara la importancia

de lo inmanente ingrediente en la fundación de una teoría fenomenológica del conocimiento

no es explicación del todo suficiente en la aproximación a la resolución de los problemas

que justamente le competen a esta gnoseología que se trata de fundamentar.

Lo que trataremos de hacer en adelante será mostrar el camino que conduce del

mundo natural hacia la esfera de la conciencia pura constituyente y lo inmanente

ingrediente para ver de qué manera la fenomenología propone una superación de la actitud

pre-filosófica o ingenua del mundo por la actitud filosófica-reflexiva.

24

Subjetividad trascendental en dos sentidos: 1) como la de un “ego que medita, que se encuentra como la

absoluta y ultima presuposición para todo lo que en general es […] que no se encuentra como hombre en el

mundo, sino como aquel ego en el cual este hombre, así como el mundo en general, recibe su sentido de ser”

(Husserl: 2009b, Sinopsis de Husserl, p. 43); 2) como la región de la conciencia pura, de los fenómenos puros

o trascendentalmente reducidos en la que reside el fundamento de la esencia del conocimiento porque “todo

sentido imaginable, toda realidad imaginable, dígase inmanente o trascendente, cae dentro de la esfera de la

subjetividad trascendental en cuanto constituyente de todo sentido y realidad” (Husserl: 1986b, §41, p. 141).

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41

El camino elegido por Husserl en su limitación a la esfera de lo dado absolutamente

es el “cartesiano”. Limitación que más bien es una reducción de tipo trascendental a la

región del ser que se dona absoluta e indubitablemente; una restricción a la esfera de la

subjetividad trascendental, la región de los fenómenos puros y las verdaderas evidencias,

esencias u objetos ideales, que son objeto de la ciencia fenomenológica y el fundamento

para la elaboración de verdaderos juicios apodícticos. Esto es así porque para Husserl la

esencia de la conciencia siempre va a ser “una multiforme esfera del ser que puede estarnos

dada absolutamente y que cada vez puede darse absolutamente en casos particulares”

(Husserl: 1982c, L II, p. 39). Esta oculta región fenoménica que Husserl toma como objeto

de investigación científica no es otra más que la esfera de las cogitaciones o vivencias

intencionales del yo trascendental. Por tanto, el interés trascendental de Husserl en relación

al enigma apunta a la región de la conciencia pura que “con sus vivencias, facultades y

productos es un reino absolutamente substante de experiencia directa” (Husserl: 1986a,

Epilogo, §1, p. 374) pero de una forma totalmente diferente. No al modo del pensamiento

natural sino al modo de una nueva ciencia que se contrapone al método natural, que se

encuentra frente a todo conocimiento natural en una nueva dimensión del ser, que es

independiente de la existencia de cosas trascendentes, aprehensible con un método

igualmente nuevo y en una actitud reflexiva.

La reconducción hacia lo inmanente ingrediente de la subjetividad trascendental en la

vía cartesiana25

tiene un curso dentro de una estructura que se mantiene más o menos fija

que puede resumirse de la siguiente forma: el inicio o el primer momento lo constituye la

realización de la idea de la filosofía como ciencia estricta y la pretensión de obtener un

fundamento absoluto e indubitable como punto de partida del conocimiento y base para esta

ciencia estricta (Suárez, J.A: 2012b). La búsqueda de una evidencia absoluta tiene como

segundo momento la exclusión de todo conocimiento trascendente que no sea

25

Husserl resume el curso de las ideas que sigue Descartes en sus meditaciones de la siguiente forma: “Su

meta es, como lo recordamos, una reforma completa de la filosofía, comprendida en ella la de todas las

ciencias. Pues estas son solamente miembros dependientes de la ciencia universal única: de la filosofía. Solo

en su unidad sistemática pueden ellas alcanzar una racionalidad genuina –de la cual carecen tal como hasta

ahora se ha desarrollado. Se requiere una reconstrucción radical que satisfaga la idea de la filosofía como

unidad universal de las ciencias en la unidad de una fundamentación absolutamente racional. En Descartes

esta exigencia de reconstrucción se traduce en una filosofía vuelta hacia la subjetividad” (Husserl: 2009b, L I,

p.3). Esta cita aparece igualmente con leves modificaciones en (Husserl: 1986b, §1, p.38).

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absolutamente evidente. Esto se lleva a cabo mediante una crítica del conocimiento

científico natural porque se demuestra que “la creencia en el ser del mundo, que está a la

base de todo conocimiento trascendente del mundo, no posee la evidencia absoluta” (Kern,

Iso: 1997, p. 260). La exclusión, para Husserl, no se logra mediante una duda universal que

anule totalmente [aufheben] la creencia en el ser del mundo, sino mediante una

desconexión [Ausschaltung] de toda tesis o juicios referidos naturalmente al mundo. El

tercer momento lo constituye entonces la invalidación de cualquier tesis o conocimiento

natural referido al mundo mediante la reducción fenomenológica trascendental. Esta

reducción o epojé consiste en poner en paréntesis [in Klammern] y dejar sin validez todo el

conocimiento trascendente sobre el mundo26

. El residuo de esta reducción fenomenológica

es “la conciencia pura en su absoluto ser propio” (Husserl: 1986a, §50, p. 115); lo que

queda, mejor, lo que se logra, es el cogito, el ser inmanente de la conciencia pura –

trascendentalmente reducida. El arribo a la subjetividad trascendental (pura) por reducción

garantiza el logro del cogito27

como lo absolutamente evidente toda vez que “porta en si

intencionalmente, y en este sentido inmanentemente, el mundo entero como cogitatum”

(Husserl: 1986a, §49, p. 113). Sin embargo, aunque las tesis y el conocimiento natural

sobre el mundo y todo su contenido son invalidas por ser controvertibles y fácticas, “el

mundo todavía queda en pie, pero no ya en su validez original, sino meramente como

cogitatum qua cogitatum, es decir, como mero fenómeno” (Kern, Iso: 1997, p. 260).

La reconducción hacia lo inmanente ingrediente, hacia el cogito, por medio de la

operación de la reducción implica elevar el análisis y los términos a un nuevo nivel.

Aunque hasta el momento solo hemos tenido en cuenta cuatro conceptos fundamentales

(nóesis, nóema, hýle, intencionalidad) a la base de ellos hay uno más importante: el ego

26

Sin embargo, “si así lo hago, como soy plenamente libre de hacerlo, no por ello niego este mundo, como si

yo fuera un sofista, ni dudo de su existencia, como si yo fuera un escéptico” (Husserl: 1986a, §32, p.73). 27

“los multiformes actos y estados del sentimiento y del querer: agradarse y desagradarse, alegrarse y

entristecerse, apetecer y huir, esperar y tener, resolver y obrar. Todos ellos, contando los simples actos del yo

en que tengo conciencia del mundo al volverme espontáneamente hacia él y aprehenderlo como algo que esta

inmediatamente ahí delante, están comprendidos en la sola palabra cartesiana cogito” (Husserl: 1986a, §28, p.

66-67). La palabra cogito la utiliza Husserl para dar cuenta de cualquier acto subjetivo en el que se tiene

conciencia de algo, incluso al tener conciencia de que se está llevando a cabo un acto. Husserl utiliza este

concepto, al igual que el “yo pienso” cartesiano, para referirse y caracterizar todos los actos del yo, tales

como: “yo percibo, yo me acuerdo, yo fantaseo, yo juzgo, siento, apetezco, quiero y, así, todas las demás

vivencias semejantes del yo, en sus innumerables y fluyentes formas especiales” (Husserl: 1986a, §34, p.78).

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cogito. Hemos hablado de subjetividad en sentido general para evitar incluir las

problemáticas metafísicas del yo. No obstante, si incluimos ahora en la exposición un

concepto tan tradicional como el de cogito no podemos no incluir otros conceptos que le

son correlativos. Me refiero a los conceptos de cogitatio y cogitatum que son los que

Husserl utiliza para referirse de una forma, digamos más acomodada, al acto y al contenido

del acto28

. Ahora el esquema general de los componentes intencionales y real-inmanentes

de la conciencia que habíamos tematizado como nóesis, nóema e hýle serán tomados en su

máxima generalidad; no ya como elementos de una conciencia perceptiva sobre un objeto

real –pues esto incluye y exige la explicación de la hýle como vivencia no intencional- sino

como componentes de toda vivencia en general.

La reconducción, pues, es el paulatino acercamiento a una explicación trascendental del

enigma del conocimiento que implica para Husserl avecinar con lo inmanente ingrediente,

28

Aunque pueda parecer no es siempre homologable, ni en términos de significado ni funcionalmente, el

concepto de cogito por el de yo. Con el termino cogito designa Husserl en general la esfera toda de las

vivencias y en particular los múltiples actos del yo. En este sentido, el cogito está en una indisoluble ligazón

con cada acto particular, es decir, con cada cogitatio y con aquello que es el objeto de ese acto particular, es

decir, el cogitatum. Con el termino yo, por su parte, designa Husserl dos cosas: al yo como objeto empírico

(Husserl: 1982b, I.L V, §4, p. 480) y al yo puro como substrato invariable que sustenta las múltiples

variaciones de los actos del yo empírico, cuya naturaleza es la identidad y la permanencia (Husserl: 1986a,

§57, p. 132). En la actitud natural el yo empírico siempre atento a los objetos del mundo se pierde en el acto

perceptivo y permanece desatendido, oculto. Pero sucede que este yo puede volverse sobre sí mismo y

descubrirse como el ejecutor de aquel acto de percepción. En la reflexión el yo se vuelve sobre sí y se

convierte en objeto de su propio acto. Haciéndolo, el yo deja de ser empírico y se convierte en yo reflejo.

Tenemos entonces, realmente, tres sentidos diferentes aplicables al concepto de yo que resultan ser no

homologables al concepto de cogito y sin embargo equiparables en algunos aspectos pues el yo es algo que

acompaña y que “pertenece a toda vivencia que llega y transcurre; su mirada se dirige a través de cada cogito

actual a lo objetivo. Este rayo de mirada cambia con cada cogito, brotando de nuevo con el nuevo y

desapareciendo con él” (Husserl: 1986a, §57, p. 132). Respecto de esta triple funcionalidad del yo cabe

destacar lo siguiente: en el esquema fenomenológico la elucidación del enigma del conocimiento es solo

posible a condición de sostener la posibilidad de realizar una triple estratificación del yo. La triple

estratificación del yo es la ingenuidad en la que cae la fenomenología de Husserl ya que es uno de los

elementos que necesariamente él debe suponer de hecho para llevar a cabo, tal y como se lo ha planteado en

las lecciones, una teoría de la esencia pura del fenómeno del conocimiento. Lo que supone Husserl es: un yo

empírico (de vigilia) ejecutor de actos también empíricos y coordenada (0.0) de un entorno espacio-temporal

de lo cognoscible, de objetos físicos que son ellos en sí mismos cognoscibles en la percepción externa y

objetos psíquicos también dados en sí mismos pero cognoscibles en la percepción interna o introspectiva;

supone un yo constituyente que él llama trascendental irreflejo; y por ultimo supone Husserl un yo

fenomenologizante, esto es, un yo trascendental reflejo que hace fenomenología. Pero también supone la

unidad de esta estructura tríadica del yo; y esta suposición de la unidad deriva en serias dificultades y en una

aporía que se mencionará más adelante.

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precisamente con estas vivencias o “cogitationes que representan una esfera de datos

inmanentes absolutos, en cualquier sentido en que interpretemos la inmanencia” (Husserl:

1982c, L III, p. 53), y desdeñar cualquier índice de trascendencia bajo la absoluta

convicción de que “crea yo o no en ella, este no es el lugar de juzgar acerca de ella; ese

asunto queda aquí completamente fuera de juego” (Husserl: 1982c, L II, p. 51). La

reconducción “hacia la subjetividad como fuente de sentido de toda objetividad” (Vargas, J.

C: 1999, p. 189) excluye precisamente el índice de trascendencia que habíamos tratado de

explicar bajo el concepto de nóema; y lo excluye simplemente porque es claro que este

nóema sea como fuere es siempre un componente intencional de la conciencia, un objeto o

correlato intencional, un polo ideal dijimos en el caso de la explicación de la percepción de

un libro. Tras poner en fuera de juego todo índice de trascendencia lo que se asegura es la

esfera toda de las cogitaciones, de las vivencias en general –la vida de la conciencia que

incluye a esos componentes intencionales- y todas las vivencias del pensar, del querer, del

sentir, en cualquiera de sus modos intencionales como percepciones, voliciones,

imaginaciones, suposiciones, fantasías, etc. Y es que la particularidad de los actos simples

de la percepción sobre los que había versado la exclusividad de nuestra exposición en un

primer momento implicaban un índice de trascendencia que debía explicarse

adecuadamente a partir de la teoría de la intencionalidad sobre la correlación entre el objeto

de la experiencia y los modos de darse de ese objeto, lo único con lo cual podía al mismo

tiempo ofrecerse una explicación de la correlación mundo-conciencia de mundo que

equivale al paralelismo nóema-nóesis. Pero de lo que se trata ahora es de dar cuenta de otro

tipo de ser aparte de la realidad efectiva de lo trascendente: “el ser de la cogitatio, dicho

con más precisión, el fenómeno de conocimiento mismo” (Husserl: 1982c, L III, p. 53). Y

para dar cuenta de este nuevo ser debemos considerar, con generalidad y exclusión de todo

índice de trascendencia, a la cogitatio o vivencia como lo inmanente ingrediente a la

conciencia en cuanto tal y su contenido intencional, a saber, el cogitatum.

El camino nos lleva hacia la esfera de las cogitaciones porque parece representar por lo

pronto el único dato absoluto del que puede disponer la crítica en lo que respecta a la

elucidación del enigma del conocimiento. Pero la reconducción hacia una tal esfera ha

requerido la exclusión o más bien la reducción de lo trascendente a lo inmanente de la

conciencia, bien sea como un componente intencional o meramente como ingrediente real.

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Las explicaciones que se ofrecieron en este primer nivel a partir de los conceptos de nóesis,

nóema e hýle estaban determinadas por este requerimiento29

. Con la satisfacción de este

requerimiento adquiere todo su sentido la exclusividad de la crítica a la investigación de las

vivencias intencionales en que acto (cogitatio) y objeto del acto (cogitatum) hacen parte de

la inmanencia de la conciencia. En virtud de tal exclusividad Husserl plantea esta sutil pero

importantísima noción como una máxima: “Toda vivencia intelectual y en general toda

vivencia mientras es llevada a cabo, puede hacerse objeto de un acto de puro ver y captar,

y, en él, es un dato absoluto” (Husserl: 1982c, L II, p. 40). De lo que se trata ahora es de

mostrar como en la intuición podemos acceder a esta donación, o como dice Husserl, lo

adecuadamente dado en sí mismo y por tanto incuestionable –lo que puede ser utilizado por

la crítica para el establecimiento de una teoría sobre la realización esencial de la posibilidad

del conocimiento. La única forma de acceder a esta donación es hallar en la inmanencia un

tipo de trascendencia, esto es, volver objeto el acto, la vivencia misma. Con esto se

cumplen las dos tesis mencionadas atrás. Pero solo en la medida en que accedemos a lo

inmanente ingrediente como un dato absoluto en la reflexión sobre la vivencia misma los

tres paralelismos que se han destacado hasta el momento deben reducirse a la forma más

general cogito-cogitatio-cogitatum.

Dejaremos por el momento de lado el análisis del asunto capital a partir de la relación

nóesis-nóema, para entrar de lleno a la problemática más general de este nuevo camino que

se abre con la propuesta de una fenomenología que ante todo debe investigar cómo es el

proceso de la constitución del sentido o las formas bajo las que se hayan subordinadas

precisamente las trascendencias referidas a un mundo pero estrictamente en los límites de la

experiencia trascendental. Centraremos la exposición en la máxima señalada en el curso de

las Lecciones pues representa para nosotros el punto clave hacia la realización de la

cuestión capital del enigma en una perspectiva trascendental. Es el punto capital porque el

acierto de la máxima es solo posible en la medida en que la reconducción por medio de la

reducción se haya hecho –lo que implica dejar de lado todo índice de trascendencia, toda

29

Al suponer Husserl, y nosotros con él, que los tres componentes fundamentales de la conciencia son la hýle,

el nóema y la nóesis; que la hýle es la materia sensible que es interpretada por la nóesis y de lo cual resulta un

objeto que es el nóema; que hýle (materia) y nóesis (vivencia intencional) son los componentes real-

inmanentes de la conciencia mientras que el nóema (objeto o correlato intencional) es el componente

intencional de esta.

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proposición, juicio o conocimiento referido a tal trascendencia-, en la medida en que se

haya des-mundanizado el yo, el empírico, y se lo halla reconducido hacia una esfera

totalmente pura para convertirlo en un yo que reflexiona sobre sus propios actos en esa

esfera pura de todo índice de trascendencia. Es el punto capital, en ultimas, porque esta

máxima permite comprender la relación cogito-cogitatio-cogitatum. El centramiento tendrá

en consideración: 1) el proceso de reconducción hacia los fenómenos puros o ideas

(cogitaciones y sus correlatos trascendentalmente reducidos) que una vez efectuada la

reducción Husserl expone como un proceso de ascenso, de refinamiento o abstracción,

hacia ideas cada vez más puras, en ultimas, hacia los universales, “datos absolutos

genéricos que constituyen las medidas fundamentales y universales con que hay que medir

todo sentido” (Husserl: 1982c, L IV, p. 68); 2) la reducción del yo empírico, y por tanto de

la actitud natural que le es propia, como efecto del punto uno; 3) el establecimiento del yo

puro o trascendental que se revela “como el sujeto de todos los objetos, es decir, de las

operaciones dadoras de sentido, y además como el efectuador de la validez, esto es, como el

sujeto de la creencia en el mundo que ya no esta supuesta como algo comprensible de suyo”

(Walton: 1993, p. 12); y 4) el establecimiento de un yo reflexionante o reflejo como efecto

del punto tres.

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47

Capítulo 2

§1. La actitud natural

La abstención rigurosa de todas las afirmaciones de conocimiento que implican la

trascendencia, y la consiguiente restricción de la crítica fenomenológica a afirmaciones

relativas al dominio de la inmanencia es la reducción o el movimiento metodológico que

Husserl supone necesario para la solución del problema del conocimiento. Esta reducción

es en una de sus formas una anulación de lo que él llama, a veces negativamente, la actitud

natural. En la actitud natural, dice, nos ocupamos exclusivamente con la contemplación

sensible de objetos lo que implica el desconocimiento total del hecho fundamental de saber

que estamos dirigidos hacia tales objetos. Tomar conciencia de esta grave situación exige

no solo un cambio de actitud hacia los objetos sino ante todo el cambio de una percepción

trascendente por una percepción inmanente o reflexión. Un acto de segundo grado que

realiza no un yo empírico sino un yo puro que toma como base la percepción trascendente y

se eleva como por encima de esta con el objetivo de lograr precisamente una conciencia de

ese acto perceptivo además de una conciencia de sí mismo como yo que ejecuta ese tal acto

de percepción.

En la actitud natural el sujeto se dirige hacia el mundo como un yo que tiene

experiencia de sí mismo y que lleva a cabo experiencias sobre objetos, cuerpos y yoes

ajenos como cosas del mundo que están ahí y que van de suyo30

. No sucede esto en la

actitud reflexiva en que el sujeto está referido exclusivamente a la conciencia trascendental

y sus correspondientes vivencias. Veamos cómo describe Husserl la actitud natural en la

que se origina el conocimiento natural teniendo en cuenta tres elementos: 1) la relación

natural del sujeto con el mundo, 2) el papel de la intuición y finalmente 3) la enunciación

del sentido general de la tesis.

30

“en la actitud natural el yo se mueve directamente hacia el mundo, alejándose de sí mismo. Este alejamiento

equivale a una enajenación: el yo se pierde en el mundo, olvidándose de sí. Determinado por este olvido, el yo

se interesa solo por el mundo. Este interés determina el contenido de su saber; el cual no es más que un saber

mundano. Además, lo sabido en este saber, lo mundano, adquiere el rango de lo que es en verdad. El mundo

se convierte así en el modelo de todo ser” (Cruz: 1970, p. 17).

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48

Destaquemos algunas características de la actitud natural que se exponen en las

Lecciones y que serán retomadas posteriormente con una mayor profundidad en Las Ideas.

En la actitud natural el yo está vuelto hacia el mundo enfrentándose a las cosas que le son

dadas a él mismo en cada ahora del fluir perceptivo. Estas cosas están comprendidas

primero en el horizonte de su propio campo perceptivo y segundo en el horizonte general

del mundo. El mundo, y sus objetos, es algo comprensible de suyo [selbstverständlich] en

la actitud natural, tanto en la percepción como en los recuerdos. Se pre-supone el mundo y

sobre él se hacen juicios de toda índole: los realizados en la cotidianidad denominados

dóxicos, los juicios teóricos, matemáticos, sobre relaciones y cantidades, los de carácter

científico, epistémicos. En la actitud natural solo es posible lograr conocimiento de las

cosas y de la realidad del mundo únicamente en la intuición sensible, en la percepción

interna y externa. En la vida natural los hombres en general asumen una posición

[Stellungnahme] ante el ser del mundo y ante los objetos con los cuales se relaciona

cotidianamente dentro de un horizonte espaciotemporalmente determinado. Esta posición se

caracteriza por ser una actitud espiritual ingenua en la que intuitiva e intelectualmente se

está vuelto hacia los objetos que constituyen la totalidad del mundo suponiendo su ser. En

la vida natural el hombre percibe objetos físicos como cosas que hacen parte constituyente

de la idea de un mundo que se extiende homogéneamente en el espacio, que ha sido, es y

seguirá siendo en el tiempo a la manera de un “contenedor”, justamente de aquellas cosas

que le son dadas como algo consabido. Estos objetos, que son cosas físicas [ding],

constituyen un todo objetivo mundano al que llama naturaleza [natürliche welt]. Los

objetos físicos como elementos de la naturaleza (physis) para este hombre están puestos ahí

en su propio campo de percepción “en medio de las otras cosas, de las vivas y las muertas,

las animadas y las inanimadas” (Husserl: 1982c, L I, p.27), como cosas que van de suyo,

como realidades de las cuales justamente él sabe que son. Este hombre percibe su propio

cuerpo como un objeto físico más entre otros que integran la totalidad del mundo natural31

.

31

Aparte del hombre ingenuo en general, Husserl también designa con este término a aquellos otros hombres

que hacen ciencia o filosofía a partir de la tesis general de la actitud natural. El hombre de ciencia y hasta el

filósofo no dejan de ser ingenuos por el simple hecho de hacer ciencia y filosofía. Sin embargo aunque la

designación sea igual hay distinciones entre ellos. Un hombre de ciencia, contrariamente al hombre ingenuo

en general, hace del mundo de los objetos del hombre ingenuo un mundo de fenómenos, de hechos. El físico,

por ejemplo, habla de los objetos que se conocen vía percepción externa –aparentemente físicos- en términos

de objetos constituidos de partículas que otro hombre de ciencia llama átomos; una clase nueva de elementos

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49

¿Pero cuál es el fatal error de esta actitud natural? Antes que nada debemos aclarar

que en este segundo nivel de la crítica al trasladar el asunto capital hacia la consideración

general de las vivencias intencionales (lo que queríamos expresar con la máxima), es decir,

al poner la mira en lo que para Husserl representa la verdadera fuente del conocimiento y

los orígenes de cualquier explicación certera sobre el enigma mismo, el asunto parece

conducirse hacia una indagación por la evidencia o una reflexión sobre tal. La versión

trascendental del método que se inaugura en las Lecciones supone –y además hace

depender toda la crítica misma de este supuesto- que la fuente y la esencia del

conocimiento, es decir, el santo grial del enigma, son los absolutos genéricos, “esencias

universales y sus correspondientes situaciones objetivas universales” (Husserl: 1982c, L IV,

p. 68); aquello que con toda legalidad puede una ciencia como la fenomenología tener por

objeto. El interés por la evidencia, que ofrece no solamente la reflexión del yo sobre

cualquiera de sus actos sino también sobre aquel fenómeno puro que es el correlato

intencional de este acto reflexivo, y la certeza de que estos “datos inmanentes absolutos”

(Husserl: 1982c, L III, p. 53) son los primeros fundamentos, es un interés por el comienzo y

la base sobre la cual deba elevarse el edificio del conocimiento y con este el cumplimiento

de la idea de la filosofía como una ciencia absolutamente fundamentada. Estos datos

inmanentes absolutos en el primer nivel son para Husserl aquellos fenómenos que se logran

con la ejecución de la reducción, esto es, la esfera toda de las cogitationes, que no son los

fenómenos psicológicos de los cuales me informo en la introspección sino los fenómenos

puros que logro en la reflexión: “Necesitamos de la reducción en este punto, para no

confundir la evidencia de la cogitatio con la evidencia de que existe mi cogitatio, o con la

evidencia del sum cogitans o cosa similar” (Husserl: 1982c, L III, p. 54). Pero en un

segundo nivel la crítica no puede aceptar como verdaderas evidencias estos fenómenos

que resultan ser totalmente desconocidos para el hombre ingenuo por cuanto no procede a su conocimiento

teniendo como fundamento el método matemático o el experimental. El psicólogo por su parte hace un

análisis de la percepción externa y determina que todos los objetos físicamente reales del hombre ingenuo y el

de ciencia son reducibles a la combinación de dos elementos que él llama sensaciones e imágenes. La

distinción fundamental entre el hombre ingenuo y el de ciencia es que el segundo pretende tener una visión de

mundo más refinada, más científica, y por tanto más certera de los fenómenos físicos y psíquicos. Por su

parte, el filósofo positivista, quien es una especie de hombre de ciencia, es ingenuo por querer reducir todos

los objetos –incluidas las imágenes del psicólogo- a una sola clase de fenómenos psíquicos, las sensaciones.

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vivenciales puros sino únicamente los universales o sumos géneros32

que son captados y

aprehendidos en la intuición directa mediante un acto complejísimo que Husserl llama

reducción o abstracción eidética. Solo en este sentido debe entenderse la definición de la

fenomenología como “doctrina de la esencia de los fenómenos cognoscitivos puros”

(Husserl: 1982c, L III, p. 58). Una ciencia a la que le compete en exclusividad un proceder

intuitivo e ideador que Husserl denomina intuición de esencias. El segundo nivel, por tanto,

se centra en la consideración de aquellos fenómenos puros que logren dar de sí, por

abstracción eidética del yo, una evidencia absoluta que es en cada caso un objeto universal

que se logra sobre la base de un objeto particular que es el fenómeno puro o

trascendentalmente reducido:

32

Cfr. (Husserl: 1986a, §12, p. 37-38). Es en este parágrafo que lleva por título “Genero y especie” donde

Husserl hace gala de la aplicación de una ontología formal al servicio no de la fenomenología sino de una

teoría de todos y partes. Es un método muy similar el que aplica Husserl aquí a la dialéctica platónica que

consiste en un movimiento ascendente a través de ideas o esencias cada vez más elevadas hasta llegar

finalmente a los sumos géneros que asociándose los unos con los otros delimitan, al tiempo que constituyen,

una ontología formal, esto es, “una región formal que no es propiamente una región, sino la forma vacía de

una región en general” (Husserl: 1986a, §3, p. 33). Esta región u ontología que se establece como ciencia

total de todas las esencias puras es divida a su vez en dos territorios: el primero que se ocupa de las esencias

formales y que recibe el nombre de ontología formal en virtud de las esencias que por estar vacías de todo

contenido y al convenirle a todos los seres y todas las demás esencias prescribiéndoles leyes reciben el

nombre de formales, y el segundo, que recibe el nombre de ontología material por cuanto le son propias las

esencias que al contrario de las formales si poseen un contenido material que está referido y limitado a cierta

esfera o clase de objetos llamada región. Más adelante, en el §10, define a la ontología formal como la ciencia

eidética del objeto en general. Ciencia eidética que en cuanto tal excluye sin tomar en cuenta los resultados

obtenidos de las ciencias empíricas y sus respectivas ontologías regionales, es independiente porque no se

fundamenta en la experiencia en cuanto forma de conciencia que aprehende o pone la realidad o la existencia.

Las ciencias de hechos por su parte, llevan a cabo fundamentaciones que se ven mediatizadas por principios

esenciales y no hay modo alguno en que puedan ser independientes de conocimientos eidéticos o esenciales;

de suyo es, por tanto, que deban proceder siempre con arreglo a los principios formales, generales y

universales que trata la lógica formal. De los argumentos del §3 y el §10 se deduce que el conocimiento de la

ontología o ciencia regional eidética resulte importante para la investigación de los hechos empíricos, toda

vez que a un hecho cualquiera que sea registrado, por decirlo de algún modo, por alguna ciencia de la

naturaleza le corresponde un eidos que debe ser captado en su pureza como lo dijimos atrás. Estos

razonamientos dejan en evidencia la subordinación de cualquier objetividad empírica respecto de un género

material sumo; una esencia regional pura que responde a una ciencia regional eidética, una región de objetos

empíricos que comprende una ontología regional. No obstante, Husserl pretende llevar esta dependencia a un

grado mucho más elevado al proponer la subordinación de todo lo material a lo formal, o mejor, la reducción

de todas las ciencias regionales eidéticas posibles a una región formal que tiene bajo si a todas las regiones

con todos sus casos esenciales especiales o dotados de un contenido material; una ontología que, como ya

sabemos, es presentada por el filósofo como la ciencia eidética del objeto en general y a la cual le es inherente

los conceptos o categorías lógicas que expresan las determinaciones absolutamente necesarias y constitutivas

de un objeto en cuanto tal, de un algo cualquiera.

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El fenómeno absoluto de la cogitatio reducida no vale para nosotros como cosa que se da ella

misma absolutamente porque sea una singularidad, sino porque se revela justo como algo que se

da ello mismo absolutamente a la pura mirada tras la reducción fenomenológica. Puramente

viendo podemos, no menos, encontrar, como precisamente algo que se da en absoluto, los

objetos universales (Husserl: 1982c, L IV, p. 69).

Tales objetos universales constituyen verdaderas evidencias y de ellos cabe hacer

verdaderos juicios, que Husserl llama apodícticos. Evidencia que no es otra cosa más sino

el darse una cosa misma adecuadamente: “la evidencia es esta conciencia que

efectivamente ve, que capta su objeto mismo directa y adecuadamente” (Husserl: 1982c, L

IV, p. 72). La evidencia es –volvemos nuevamente al inicio del primer capítulo- lo que se

logra en el cumplimiento de la cogitatio y su cogitatum. El error capital de todas las teorías

que tienen su fundamento en la actitud natural radica precisamente en no haber tenido por

principio fundamental esta evidencia de los objetos universales. De esto Husserl deduce

que todas las teorías, ciencias, argumentos, enunciados, postulados, proposiciones,

valoraciones y tesis referidas al ser del mundo, mediadas y determinadas por la actitud

natural, son erróneas por principio. Son ciertas solo en la medida en que toman por

evidencia los hechos del mundo pero no absolutas ni evidentes en tanto que los hechos que

le sirven de fundamento son singulares, particulares y no esenciales y universales. En esto

Husserl, me parece, es escéptico por tres razones: 1) porque pone en tela de juicio el ser que

precisamente supone la ciencia natural como un hecho; 2) porque al no considerar este ser

trascendente tampoco considera cualquier juicio referido a tal ser; y 3) porque propone una

reducción de las cogitaciones, los primeros datos absolutos que se logran con la suspensión

de la actitud judicativa y la creencia en el ser trascendente, para lograr una inmanencia pura

en la cual es posible captar esas dignas trascendencias que se ofrecen, contrariamente a los

objetos trascendentes, como las “esencias universales de las cogitaciones y del objeto

intencional como tal (el cogitatum qua cogitatum) que se puede contemplar en la ideación”

(Kern: 1997, p. 262). Estas tres “medidas escépticas” se hacen sobre la base del fallo

principal de la actitud natural. Describamos entonces este fallo a partir de los tres elementos

señalados al inicio de esta sección: la relación natural del sujeto con el mundo, el papel de

la intuición y, finalmente, la enunciación del sentido general de la tesis. Recordando

justamente que la cuestión de la evidencia explicita en las Lecciones inquiere cuáles son las

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condiciones bajo las cuales se garantiza absolutamente el ser de la verdad y el ser de la

realidad. Husserl como buen cartesiano dirá que es evidente no solo el ego cogito, el ego y

el cogito por sí mismos, separadamente, sino que también lo intentum, esto es, el correlato

del acto como componente intencional, el cogitatum. Se trata, entonces, en las Lecciones de

dar cuenta de “el ser de la cogitatio” (Husserl: 1982c, L III, p. 53), en el marco de las

“medidas escépticas” para demostrar que los actos intencionales de la reflexión son actos

constitutivos de sentidos y formas.

La relación sujeto-mundo

La relación del sujeto con el mundo está medida por la actitud natural. En la actitud

natural el sujeto le asigna un carácter objetivo al mundo y “a este mundo se refieren

nuestros juicios” (Husserl: 1982c, L I, p.25). Los objetos de este mundo son, de hecho, y

esto es lo que permite empíricamente su conocimiento –incluso si se trata de otros sujetos-

yos. Podemos determinar mediante juicios estos objetos y establecer conocimientos ciertos

en la forma de enunciados “-singulares unos, otros universales- sobre las cosas, sus

relaciones, sus cambios, sus dependencias funcionales al variar y las leyes de estas

variaciones” (Husserl: 1982c, L I, p.26). Esto es posible solo porque tales objetos tienen

una existencia propia que no depende en nada del sujeto que atentamente los considera. Así

mismo, en la actitud natural y “siguiendo los motivos de la experiencia inferimos lo no

experimentado a partir de lo directamente experimentado (de lo percibido y lo recordado);

generalizamos y luego transferimos de nuevo el conocimiento universal a los casos

singulares, o, en el pensamiento analítico deducimos de conocimientos universales nuevas

universalidades” o proposiciones universales (Husserl: 1982c, L I, p. 26). Más aún, para el

hombre que hace ciencia y vive su vida en actitud natural, el conocimiento que deviene de

los juicios de la experiencia natural no es un simple conocimiento ingenuo sobre el ser o la

existencia, sino, una clase de conocimiento certero que goza de evidencia porque se

estructura a partir de juicios y proposiciones que son demostrables porque se fundamentan

en la evidencia proporcionada por los hechos físicos del mundo natural. Son conocimientos

que “entran en relaciones lógicas los unos con los otros, se siguen unos a partir de los otros,

concuerdan mutuamente, se confirman –como reforzando los unos la potencia lógica de los

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otros” (Husserl: 1982c, L I, p. 26). Conocimientos que se pueden verificar y validar

prácticamente mediante el método científico, conocimientos de los que se pueden deducir

leyes generales y que pueden generalizarse al punto de ser axiomas fundamentales del

conocimiento natural.

De este conocimiento natural se encargan distintas ciencias que mediante la

aplicación de un método aparentemente riguroso “se van adueñando cada vez en mayor

medida de lo que efectivamente existe y está dado –ambas cosas, desde un principio y al

modo de lo que de suyo se entiende-” (Husserl: 1982c, L I, p. 27). Esta apropiación del ser

del mundo por parte de las ciencias de hechos, de las ciencias de la naturaleza física y

psíquica, tiene la pretensión de proporcionar un saber absoluto no solo del mundo sino de

todo lo que en general es. La pretensión de las ciencias naturales es tal que se propone

conocer de un modo objetivamente valido y rigurosamente científico los datos evidentes

que son hechos o fenómenos físicos y psíquicos. En efecto si queremos saber qué es el

mundo debemos atenernos al conocimiento científico natural, a sus tesis, deducciones,

inferencias y proposiciones; debemos “investigar con más detenimiento en lo que hace a su

alcance y contenido, a sus elementos, relaciones y leyes” (Husserl: 1982c, L I, p. 27). La

meta de las ciencias de la actitud natural es por una parte conocer positivamente de la

manera más completa y segura –y más perfectamente de lo que puede hacerlo la

experiencia ingenua- un mundo que siempre está ahí como una realidad natural; por la otra,

resolver todas las cuestiones por el conocimiento.

La intuición sensible y la actitud natural en las ciencias

La actitud natural se afirma sobre la tesis según la cual “El conocimiento natural

empieza con la experiencia y permanece dentro de la experiencia” (Husserl: 1986a, §1, p.

17). En la intuición sensible “aparece la cosa externa de un solo golpe tan pronto como cae

sobre ella nuestra mirada […] aparece como presente la cosa de un modo simple” (Husserl:

1982b, §47, p.706). Todo percibir se basa en una intuición, pues en ella se da de hecho un

objeto empírico como siendo un objeto que se nos presenta de un modo comparable a las

visiones que tenemos en el mayor de los casos delante de los ojos.

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La intuición sensible es el fundamento de la actitud natural y de las ciencias

naturales o empíricas. Las ciencias de la actitud natural, por tanto, son ciencias de hechos

que se fundamentan en la intuición sensible, en la experiencia “en cuanto forma de

conciencia que aprehende o pone la realidad o la existencia” (Husserl: 1986a, §7, p. 28).

Estas ciencias enuncian teorías y leyes que explican la naturaleza toda, en su dimensión

física y psíquica, tienen pretensión de unidad y validez universal; son ciencias que quieren

lograr una verdad objetiva y ultima sobre el ser del mundo, sobre la naturaleza real. Por

esto, el hombre que en actitud natural hace ciencia, el investigador de la naturaleza, observa

y aprehende el mundo, esto es, constata una existencia objetiva mediante un acto que se

fundamenta en la experiencia. Este supuesto de las ciencias naturales ha resultado de la

reducción positivista del mundo y del ser en general a lo material y objetivo. Y esta

reducción positivista es el claro síntoma de la ingenuidad del naturalismo33

, de la actitud

natural. Es así como las ciencias empíricas y la actitud natural obtienen su fundamento de la

intuición sensible y más exactamente de la evidencia objetiva proporcionada por los hechos

[evidenz der welterfahrung]. Sobre esta evidencia objetiva se establece cualquier cantidad

de juicios afirmativos sobre el ser que tienen el carácter de la verdad por ser evidentes. Para

el hombre ingenuo y el de ciencia, que llevan a cabo conocimientos en actitud natural, una

proposición es evidente cuando coincide con una situación objetiva o con un estado de

cosas. Una cosa [ding] es evidente cuando es real, es decir, cuando vía intuición sensible sé

con toda certeza que en ella está contenido todo lo que en ella se capta (e intuye lo que es

posible captarse e intuirse), y a la inversa, cuando en ella se capta todo lo que en ella está

contenido. Logramos así un primer sentido de la palabra evidencia como aquello que

resulta de la reciproca confirmación y el cumplimiento natural de la realidad de la cosa con

la verdad de la proposición. Husserl avala este sentido pero se aparta considerablemente al

proponer que la cuestión de la evidencia –las condiciones bajo las cuales se garantiza

absolutamente el ser de la verdad y el ser de la realidad- debe responderse sin acudir a un

subjetivismo u objetivismo, racionalismo o empirismo, ni a ningún dualismo o monismo

33

“El naturalismo es una consecuencia del descubrimiento de la naturaleza considerada como unidad de ser

espacio-temporal conforme a leyes naturales exactas […] Lo que caracteriza a todas la formas del naturalismo

extremo y consecuente, que va desde el materialismo popular a las formas más recientes del monismo

sensualista y del energetismo, es, por un lado la naturalización de la conciencia, inclusive la de todos los

datos intencionales de la conciencia; por el otro, la naturalización de las ideas y, por consiguiente, de todo

ideal y de toda norma absoluta” (Husserl: 1962, p. 13-14).

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derivados. La evidencia Husserl la encontrará en la subjetividad trascendental y más

exactamente en la inmanencia de los actos vivenciales de la conciencia.

La tesis general

La tesis general de la actitud natural como la expone Husserl designa que el sujeto

tiene conciencia perceptiva de los objetos y del mundo como una realidad que ostenta el

carácter de presentarse como lo que está ahí delante; es por esto que constituye una

evidencia en la que se puede fundar un juicio predicativo sobre el ser.

¿Cómo es el conocimiento en la perspectiva de la tesis general? Intentemos

responder por cuenta propia. Vaya por delante lo más obvio. Según Husserl, hombres

ingenuos somos todos hasta tanto no realizar la reducción. Yo, en cuanto hombre que soy,

vivo en actitud natural, con una especie de fe ontológica que me dota de una creencia o

confianza en el mundo y me provee de la idea de este mundo como el fundamento de todo;

a esto se debe el índice de ingenuidad que es la característica propia de la actitud natural.

En esta fe y en esta ingenuidad se vive en la vida diaria y de ella se alimentan también las

teorizaciones de las ciencias naturales. La actitud natural, tanto ante los objetos como ante

las proposiciones sobre tales objetos, es una actitud de posición o tesis. Ante los objetos, la

ingenuidad de la actitud natural consiste en tomarlos tal como se nos presentan,

afirmándolos y poniéndolos como existentes en el acto. No se trata de un juicio articulado,

de un acto especial, sino simplemente de un elemento del acto en que el objeto es dado

mediado intencionalmente. Nuestra vida psíquica se concentra en ese acto. Vivimos en ese

acto y uno de los componentes de ese acto es la tesis de su objeto. Ante las proposiciones,

la actitud natural consiste también en afirmarlas, en ponerlas como verdaderas. Tampoco se

trata de la formulación de un juicio sobre su verdad, sino tan solo de esa convicción o

creencia en ellas, con la cual las utilizamos para el progreso del conocimiento, tomándolas

como fundamento de nuevas proposiciones que a su vez se fundamentan en la experiencia

de tales objetos.

Describamos ahora una situación concreta en que se lleva a cabo el conocimiento

natural. Partamos de algo evidente: de que en este mismo momento me encuentro a mí

mismo como una conciencia que percibe el mundo. Estoy sentado en esta silla, frente a mi

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escritorio, percibiendo, atendiendo a los objetos que están ahí y que se me aparecen

idénticos como delante de mí: veo este libro negro que está sobre mi escritorio, percibo el

color blanco de sus hojas, su figura rectangular, su posición ligeramente inclinada, al

tiempo que experimento sobre mi mano la lisura del papel; oigo el leve sonido de unas

notas musicales al tiempo que tengo una experiencia sobre el libro o incluso cuando siento

la suavidad de la silla. Puntualicemos en lo siguiente: lo descrito es una percepción

sensible. En cuanto tal, como intuición, hay en juego muchos elementos que la hacen

posible y que constituyen niveles: sujeto y objeto, acto y objeto del acto mediados

intencionalmente, órganos sensitivos y datos de la sensación como elementos que

constituyen un primer nivel de la percepción. En el segundo nivel de la percepción está

como elemento fundamental la conciencia, mejor, el tener conciencia de las sensaciones,

esto es, el hecho de que pueda tener y experimentar sensaciones de modo que sea capaz

“ver” colores, “oír” sonidos, “sentir” suavidad. El elemento principal de un tercer nivel son

los juicios que acompañan a la conciencia de la sensación. Todos estos elementos, y otros

que no se mencionan, están en juego en una percepción sensible34

.

Pues bien, al describir una experiencia de este tipo me es lícito afirmar con toda

certeza que este acto del experimentar ha hecho posible el conocimiento de tales objetos

que me circundan y en cierto sentido de aspectos objetivos del mundo; y que este

conocimiento lo he obtenido simplemente ateniéndome a lo ofrecido en la mera

observación. En la descripción del acto se sabe que el sujeto conoce el objeto. En el

ejemplo anterior: yo, como sujeto que conoce, he conocido en la experiencia el libro, las

hojas del libro, el escritorio, de una forma tan claramente natural que no hay duda de ello;

yo, de alguna forma que no es muy clara, he logrado para mí las características propias del

objeto en mi representación total de “el libro negro con el color blanco de sus hojas

extendido en cierta posición sobre la mesa”. En mi representación, pues, quedan contenidas

las características propias que parecen pertenecer a aquellos objetos conocidos (color,

extensión, posición). Para ser más exactos: al describir el anterior acto de conocimiento es

claro para mí, y para cualquier otro, que he percibido objetos –escritorio, libro con hojas,

silla- como cosas que en sí mismas son. Es el libro mismo en persona el que está ahora en

34

- La idea de establecer una gradación por niveles para toda percepción sensible la realiza Descartes para

problematizar la certeza de los sentidos: Cfr. Sixth Replies (Descartes: 2008, p. 207).

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la representación de mi percepción, es su color negro, su forma y posición lo que he

percibido en cuanto tal. Al parecer nada más evidente que lo anterior pues cómo dudar de

que en el acto perceptivo, en la estructura de la vivencia, en cuanto acto psíquico, se halla

un correlato exterior que se da en presencia personal como objeto mío. Es evidente suponer

que hay conocimiento, que existe el objeto percibido realmente y que está dado en la

percepción como siendo él mismo en persona.

Sin embargo a pesar de que evidentemente tengamos un modo de conocimiento –en

este caso el conocimiento de la percepción- este no resulta ser válido o suficientemente

apodíctico35

para las pretensiones o las tareas que Husserl le ha asignado a la

fenomenología. Así tengamos esta evidencia y la certeza que le acompaña –que en esta

percepción tengo el objeto tal y como es- no debo por ello sucumbir a la tentación de

tomarla como definitiva y absoluta. Pues podría ser el caso, y en esto ha insistido buena

parte de la filosofía moderna, que todo sea un engaño. Algunos filósofos han dado vuelta

alrededor de este asunto afirmando que toda percepción sensible, por ejemplo, puede ser

producto de un engaño divino o asegurando que la evidencia de la percepción nunca es

verdaderamente fidedigna ya que es imposible acceder a la cosa en sí misma. Sin embargo,

como se trata en este punto de señalar cuál es la tesis general, cómo es, o en que consiste la

actitud natural, si nos atenemos fiel y simplemente a la descripción de la percepción

sensible del ejemplo referido anteriormente, las consecuentes observaciones y el análisis de

la misma debe arrojar evidentemente el siguiente resultado: que en mi percepción, en el

conocimiento propiamente como acto, hay contenidos elementos que son esencialmente

35

Lo apodíctico es un término importantísimo en la literatura fenomenológica y generalmente está unido o

precedido por otro término de igual importancia. Algunas combinaciones en la que se utiliza este concepto

son: evidencia apodíctica (Husserl: 1986a, §137, p. 325), (Husserl: 1986b, §6, 7, p. 55-59); consecuencia

apodíctica (Husserl: 1986a, §6, p. 29); ego apodíctico (Husserl: 1986b, §58, p. 203); ver apodíctico (Husserl:

1986a, §137, p. 328); base apodíctica de realidad (Husserl: 1986b, §9, p. 63); ego factico apodíctico

(Husserl: 1986b, §60, p. 209); estructura universal y apodíctica de la experiencia (Husserl: 1986b, §12, p.

74). Sin embargo, aunque sea este un concepto tan importante hasta donde sé, Husserl no hace una definición

literal del sentido en que utiliza este término, simplemente aparece casi siempre para reforzar una tesis o para

dar más fuerza a un argumento que ha sido expuesto con anterioridad. Pese a todo, J. Drummond lo define de

la siguiente manera: “Apodicticidad [Apodiktizität] o lo apodíctico refiere a una propiedad de la evidencia y

uno de los tipos de evidencia absoluta que Husserl identifica. Una evidencia apodíctica es indudable. La

apodicticidad debe distinguirse tanto de la infalibilidad como de incorregibilidad. Decir que una evidencia es

apodíctica no significa que sea imposible equivocarnos o que sea imposible que nuestra percepción sea objeto

de diversas formas de corrección. Significa sólo que no tenemos ninguna razón para dudar de la veracidad de

nuestra visión” (Drummond: 2008, p. 37).

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pertenecientes a la estructura misma del objeto. En nuestro ejemplo esto equivale a decir

que he percibido el color blanco de las hojas, la forma, la posición y la negrura del libro,

etc. Y estos elementos, tal como lo veremos en el siguiente capítulo, no son otra más que

contenidos primarios como partes o determinaciones que asociativamente constituyen la

totalidad del objeto como unidades fenomenológicas que hacen parte de mi acto total de

representación “el libro negro, con hojas blancas sobre el escritorio”. Esta es la razón por

la cual el conocimiento se considera un hecho. No hay duda, de hecho, que en cualquier

percepción sensible se conocen objetos que pueden ser cosas, seres vivos o incluso seres

humanos. Lo que es sobreentendido –y por esto es dado de hecho- es que yo, el sujeto que

conoce, actúo y me relaciono en una especie de continua interacción bicondicional con el

objeto de mi conocimiento. Esta interacción sucede, pues, naturalmente; es la base

fundamental que caracteriza la tesis general de la actitud natural. Y la tesis general de la

actitud natural con todo y el yo que la ejecuta deben quedar en fuera de juego.

§2. Reducción

La sección anterior permitió dar cuenta de la caracterización de la tesis general de la

actitud natural; aquello que junto al yo empírico deben sucumbir a la reducción y a la

operación escéptica de la epojé o suspensión del juicio. Al parecer solo con la epojé el

fenomenólogo –y esto muy en línea con el escéptico- “puede recobrar la serenidad de

espíritu” (Sexto Empírico: 1993, L I 29-30, p. 62). Lo que se pone en fuera de juego es la

idea de un yo como principio unificador de las “partes” que constituyen la unidad de la vida

intencional, la suposición de una totalidad de objetos reales como partes componentes de la

totalidad del mundo, y, sobre todo, la suposición de la correlación de este substrato

unificador con el mundo. Deben dejársele de lado simplemente porque la relación de hecho

que se supone entre ese principio unificador que es el yo y la totalidad de los objetos reales

que componen el mundo y a los cuales los actos de ese yo están referidos, no pueden

ofrecer un fundamento fenomenológico –sino tan solo fenoménico- de la correlación entre

el objeto y la conciencia del objeto.

Lo que hará Husserl una vez realizada la reducción es proveer (como se verá a partir

de la nueva tematización de la relación bajo el esquema general ego cogito-cogitatio-

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cogitatum) a la correlación del carácter de ser un “sistema universal absolutamente cerrado

en sí mismo y absolutamente autosuficiente” (Husserl: 1991, §41, p. 159). Y para elevar la

correlación a tal nivel de universalidad y ponerla como condición de posibilidad de todo,

para hacerla trascendental –porque lo trascendental es, precisamente, lo que es tan

universal que incluso se aplica a sí mismo o vale acerca de sí mismo- debe antes que nada

abandonar el supuesto de una realidad inferida a partir de la causalidad de los hechos sea en

el caso de los contenidos inmanentes o fenómenos psíquicos o bien en el caso de los

fenómenos físicos. En otras palabras, debe abandonar, reducir, poner en paréntesis, la

noción o la convicción de una realidad independiente de las operaciones de la conciencia.

En el ámbito de los actos más simples, los de la percepción de cosas, esta exclusión reduce

la noción de un yo psíquico –empírico- como principio unificador de todas las vivencias o

actos psíquicos de la conciencia y como polo ejecutor de tales actos a la de un yo puro o

fenomenológico. De ninguna otra forma una explicación filosófica a propósito de la

correlación objetos de experiencia/modos de dación, mundo/conciencia de mundo,

objeto/conciencia de objeto o nóesis/nóema puede ser trascendental. Es trascendental esta

explicación fenomenológica de la correlación pensamiento/ser porque Husserl le asigna la

tarea de investigar la constitución de las trascendencias, de los sentidos o formas, en el

estricto marco de la experiencia pura, esto es, trascendental. Después veremos que esta

constitución no es tan simple como parece.

Se pone en fuera de juego la tesis general de la actitud natural, aquella que da por

supuesto un mundo que solo es posible tener y al cual se puede acceder únicamente

mediante las operaciones de una subjetividad que se encubre y engaña a si misma con un

presupuesto ontológico que le hace suponer de hecho la correlación entre el mundo y la

conciencia de mundo. Una subjetividad, un yo, que vive ingenuamente en el mundo de la

vida, tomando las sombras por verdades, sin advertir que todo lo que conoce, todo lo que

es, tiene su génesis, su constitución de sentido y forma, su manifestación y legitimación en

la experiencia de la conciencia, y que, por fuera de la esfera de esta correlación de la que

tanto hemos hablado que es la conciencia no hay nada, es decir, ninguna afirmación

racional sobre el ser o sobre los objetos. No hay nada por fuera de ese sistema absoluto y

autosuficiente que es el ser de la conciencia, más exactamente, de la conciencia intencional.

No hay nada por fuera de tal existencia. Existencia que ante todo, por mor de su rasgo

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esencial, es apertura a todo, un paso hacia lo otro que no es ella en sí misma, hacia eso otro

que le trasciende, pero que le trasciende únicamente como un nóema, esto es, como

cogitatum, un ser que no puede ser otra cosa más sino ser intencional, esto es, objeto de una

conciencia, más exactamente de un acto que lo mienta. Un sistema absoluto de la

conciencia que “se consume y agota en viajar fuera, en exiliarse de sí y hacer de sí propia

un no-lugar frente al mundo pletórico de lugares hacia los que dirigirse y en lo que hacer

morada; una mismidad que se preocupa obsesivamente de la alteridad; un ser que consiste

en no ser sino todo lo demás” (García-Baró: 1999a, p. 232).

Ahora bien, el fallo de los hombres que viven en actitud natural consiste en no darse

ni por enterados de esta situación. Ellos en cuanto hombres viven su vida simplemente

como debe vivírsela en el mundo de la vida. Esto resulta ser imperdonable para Husserl y

describe al hombre en actitud natural muy similarmente al hombre de la caverna de Platón:

un hombre que atado en la caverna vive con una fe ontológica y una confianza ingenua en

su conocimiento de los objetos de la caverna, del mundo. La reducción lo que permite es

liberar al hombre de las cadenas, sacarlo por los pelos de la caverna porque él por su propia

cuenta no puede, y esto es solo posible en la medida en que la reducción es una

reconducción que se da como un cambio de actitud, como “un giro en la actitud

fundamental permanente de la vida humana que determina toda dirección en la

investigación teórica” (Fink: 1999, p. 168). Lo que quiero señalar es que si la reducción

propone, además de una reconducción hacia la esfera de la conciencia, el cambio de la

actitud fundamental de los hombres que viven en el mundo de la vida por otra reflexiva es –

nuevamente- a condición: 1) de que la esfera toda de las cogitaciones se tenga como la

unidad de la vida intencional que se unifica en una síntesis total por efectos de un yo; 2) de

la suposición de otra dimensión del yo que no se ve afectada por la reducción –prefiero

hablar de dimensión para no practicar una escisión aparentemente insensatísima en la

unidad del yo - que no es de ninguna manera la totalidad de las vivencias y que no tiene que

ser el responsable primero o único de la unificación de las vivencias. Es una dimensión del

yo que vive en su pureza y por esto recibe de Husserl el nombre de yo puro; un yo que no

es nunca una vivencia y que no puede tomarse como fenómeno ya que es él quien tras

bastidores máquina y organiza el exilio de sí mismo hacia ese otro ser tan problemático. Y

lo hace a través de las vivencias intencionales. Ellas son las que permiten revelar los

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sentidos y formas a través de las cuales este yo en un peculiarísimo acto dirige su atención

hacia un tal ser. Un yo puro del que solo es posible tener constancia en los actos de la

reflexión como un yo que “parece estar ahí constantemente, incluso necesariamente, y esta

constancia no es patentemente la de una vivencia estúpidamente obstinada, la de una «idea

fija». Por el contrario, es algo que pertenece a toda vivencia que llega y transcurre; su

«mirada» se dirige «a través» de cada cogito actual a lo objetivo” (Husserl: 1986, §57, p.

132).

Se reduce el yo empírico, el yo como hombre, bajo la suposición de la existencia de

un yo puro que se corresponde muy bien con las dos definiciones que hemos dado de lo que

es la subjetividad trascendental36

. Es esta dimensión del yo y no otra la que debe ser el

elemento fundamental de la relación en el esquema general ego cogito-cogitatio-cogitatum.

Este es un paso fundamental y necesario para la fenomenología que ante todo quiere dar

cuenta del ser de la cogitatio, lo cual no significa que esté exento de problemas. Si se pone

en fuera de juego la tesis general de la actitud natural y todo lo que ella conlleva e implica,

y si se logra como Husserl quiere una purificación (purga) en la inmanencia de la esfera

vivencial de cualquier rastro de ser trascendente, acaso, con esto, ¿no se torna imposible la

crítica misma y cada vez más la fenomenología se aproxima peligrosamente al solipsismo?

Me parece que no es así, simplemente porque la fenomenología ha desestimado la

definición del conocimiento como una relación interactiva entre un sujeto y un objeto, y lo

ha comprendido más bien como una correlación intencional (Husserl: 1982c, L I, p.28 y

32). Sin embargo latente hay un problema: si todo el conocimiento trascendente de los

objetos y del mundo no es aceptado como valido ¿permanece aún después de la

desconexión algún conocimiento que si sea válido y que pueda servir de fundamento

incuestionable sobre el que se eleve la crítica misma? Responder afirmativamente a este

cuestionamiento es la única opción de Husserl porque de otra manera conduciría la

pregunta a un camino sin salida. Si no es licito aceptar ningún conocimiento como valido ni

tampoco aceptar ningún ser dado de antemano –pues si lo hiciéramos caeríamos en la

ingenuidad que caracteriza la actitud natural- entonces la misma critica debe ser capaz de

mostrar “un ser que sea en sí y que, sin embargo, sea conocido en el conocimiento […] un

36

Cfr. Nota 24 en la página 40 de este texto.

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62

ser que tengamos que reconocer como dado absolutamente y como indudable” (Husserl:

1982c, L II, p. 38).

En otras palabras, le corresponde a la crítica y a la operación de la reducción el

logro de un ser que está dado de un modo tan claro y perfecto que no puede ser otro más

que el ser de la cogitatio, y en su totalidad la del cogito, esto es, la conciencia del que

filosofa pero purificada de toda trascendencia. Esta conciencia purificada ya lo dijimos es la

subjetividad trascendental, la región de las vivencias o fenómenos puros que funge como

“una multiforme esfera del ser, que puede estarnos dada absolutamente y que cada vez

puede darse absolutamente en casos singulares” (Husserl: 1982c, L II, p. 39). Esta región de

la conciencia queda como residuo fenomenológico –dice después en las Ideas. El cogito es

el punto de partida porque porta intencionalmente en sí, inmanentemente, el mundo como

un cogitatum en el sentido de lo inmanente ingrediente. Por esto, aunque los objetos

trascendentes y toda tesis o conocimiento natural sobre el mundo han sido suspendidos o

invalidados por el fenomenólogo, sin embargo, el mundo mismo continua existiendo para

él, el fenomenólogo o el filósofo que reflexiona, no ya en su validez original tal como

existe para el hombre ingenuo y el hombre de ciencia como un hecho factico, sino como

cogitatum qua cogitatum, es decir, como fenómeno y como correlato de su propia

conciencia.

Básicamente lo que hemos hecho hasta el momento es mostrar cómo en las

lecciones de 1907 Husserl trata de lograr, o al menos hacer visible en el curso mismo de la

exposición, el establecimiento de un tipo de objetos de donación absoluta e indubitable

incluidos en una región llamada subjetividad trascendental. Es en la segunda lección a mi

parecer donde por primera vez se hace manifiesta la pretensión más elevada de toda la

fenomenología al plantear la exigencia de la búsqueda de un fundamento absoluto para el

conocimiento de lo universal, concentrándose no en la objetividad del mundo sino en el

cogito, en las vivencias, en los actos subjetivos trascendentalmente reducidos, en que el

mundo es pero como dato inmanente, esto es, como dato absoluto, indubitable y como

correlato del acto aprehensor. Lo universal Husserl lo identifica con los sumos géneros de

las formas objetivas o los sentidos categoriales. Y la reducción es el primer paso que

garantiza la reconducción hacia estos absolutos objetos universales. Es la operación que

debe hacer un yo que mediante un acto reflexivo vuelve tema de un análisis intencional la

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correlación mundo/conciencia de mundo; es la operación en virtud de la cual el yo junto

con sus correlatos intencionales –el nóema del cual apenas hemos dicho algo- son vueltos

campo de un conocimiento temático.

Lo que debemos aclarar es que la reducción gnoseológica puede ser malinterpretada

como una operación mediante la cual el mundo se pierde totalmente al no tener en

consideración ningún conocimiento de tipo natural. Respecto de este punto hay posturas a

favor o en contra. Deseo únicamente sostener que, sea como sea, la reducción hace posible

que la región de los fenómenos puros aparezca al final del proceso de desconexión como un

residuo que queda y permanecen como algo de lo cual no cabe dudar. Reduciendo se logra

el cogito, los actos de la conciencia con sus correlatos intencionales. Con la epojé, la

subjetividad trascendental adquiere su papel de base indubitable y condición de posibilidad

para la aparición o manifestación de las cosas. Sin embargo no hay que precipitarse hacia

las críticas que indudablemente se le pueden hacer a toda filosofía que tenga estas

pretensiones subjetivistas o idealistas. Husserl es muy claro cuando afirma que la reducción

no es una negación de la existencia del mundo, pues mundo y vida son los conceptos más

importantes en la reflexión fenomenología y porque ella en último término es una filosofía

del mundo. La reducción no es tampoco la reelaboración de la tesis empirista que afirma la

imposibilidad de que una idea o un pensamiento puedan existir sin una mente que las

perciba, no es posible, dicen, porque “su esse es su percipi” (Berkeley: 1992, §3, p. 56). La

reducción gnoseológica: es la operación en virtud de la cual se desconecta y pone en fuera

de juego la tesis fundamental de la actitud natural con la que nos enfrentamos a la realidad;

ella nos instala con una nueva actitud –la fenomenológica, la propiamente filosófica o

reflexiva- en una nueva región del ser, puramente inmanente, que se me ofrece en todo

momento, siempre que sea atendida en una actitud reflexiva, como un dato absoluto e

indubitable que se autodona con la más clara evidencia y con el cual puedo lograr un

conocimiento verdaderamente apodíctico.

En resumen, la reducción gnoseológica en la vía cartesiana que se tematiza en La

idea es para la consecución de la región de la conciencia pura trascendental, de la esfera

vivencial de los fenómenos puros, en que el yo trascendental funge como fuente de la

constitución del sentido de toda objetividad, de la realidad y del mundo. Pero esta

caracterización de la reducción aunque acertada es peligrosa por cuanto se aleja

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exageradamente de las pretensiones que busca Husserl en sus lecciones de 1907. El

problema de la constitución del sentido objetivo es posterior al problema de la elucidación

del enigma del conocimiento. Es el tema propio de las Ideas, de los Análisis sobre la

síntesis activa y pasiva, las Explicitaciones del mundo predado y de su constitución, entre

otros. Constituir en jerga fenomenológica no quiere decir crear. La constitución de la que

habla Husserl en los textos anteriormente nombrados presupone la epojé como supresión

del juicio. Después de la suspensión debo descubrir por mí mismo cómo las cosas, el

mundo y todo lo demás se constituye y se presenta como siendo exclusivamente para mí.

Lo que se constituye no son objetos sino sentido objetivo. Constituir es ver cómo las cosas

se forman para mí, como se me dan y se componen en torno mío. Pese a que la reducción

en La idea no trata problemas concernientes exclusivamente a la constitución, la

caracterización anterior bien puede aceptarse.

No quisiera terminar esta sección sin decir algo sobre la desconexión del yo

empírico. Ciertamente es un escollo que no puedo evitar. En este punto de la exposición ha

de suponerse por demás la efectividad de la desconexión. Pero insistiremos en subrayar que

Husserl nunca es del todo claro en la exposición del sentido exacto de esta reducción del

yo. Máxime cuando al tematizar una noción tan problemática como esta no puede no tomar

partido en posturas metafísicas e incurrir en los problemas graves de las teorías filosóficas –

metafísicas- del yo; Husserl mismo viola el principio de neutralidad y primordialidad de sus

propias investigaciones. Y lo hace simplemente porque aun cuando suponga la reducción

del yo empírico bajo el supuesto de la existencia de un yo puro que le constituye, este no

puede sino ser o estar incluido mejor como una parte fundamental del yo empírico. Husserl

rechaza, es cierto, la idea del yo idéntico unificador y extraconsciente de la modernidad

pero este rechazo le exige aceptar como un supuesto inamovible la noción de la totalidad

fenomenológica como un yo puro. Un yo puro, hay que aclarar, que se abre paso a través de

la vivencia intencional hacia las cosas muy similarmente a como el ojo utiliza la visión para

abrirse al mundo. Hay que tener mucho cuidado con esta suposición de Husserl, pues la

afirma con toda seriedad y saca de ella todas las tesis fundamentales de su fenomenología

trascendental. Varias dificultades hay de cara a esta suposición que dejaremos aquí apenas

mencionadas: 1) cómo se relacionan estas dos dimensiones del yo; 2) que da identidad al yo

puro; 3) si se reduce el yo empírico, cómo evitar el solipsismo; 4) como puede ser que el yo

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puro sea una parte –ingrediente o no- del yo empírico; 5) es posible deshumanizar el yo.

Estas cinco dificultades son perfectamente resumibles en una aporía a la que

implicativamente conduce la aplicación de la reducción: la triple estratificación del yo

apenas mencionada en la nota 27 de este texto.

Veamos rápidamente y en rasgos generales la “aporía del yo”. Como vimos Husserl

maneja tres nociones del yo: el empírico, humano, que vive ingenuamente en el mundo de

la vida, el puro o trascendental que se descubre en la reducción y el reflejo. Lo que sabemos

por parte de Husserl es que llevando a cabo la reducción se deshumaniza el yo del mundo y

se logra acceder a una nueva región del ser en donde se pone al yo como un observador

privilegiado en esa región trascendental que se ha logrado; la deshumanización del yo

produce el yo fenomenológico como espectador trascendental. Este nuevo yo debe

descubrir en el yo empírico, como ser humano, el yo trascendental que ha estado oculto,

como vedado para él. Antes de llegar al yo fenomenológico, la primera etapa consiste en la

aplicación del método al yo empírico y la segunda consiste en el análisis de la experiencia

trascendental; una experiencia que es constituyente de sentido de mundo mediante

aprehensión de contenidos primarios que por asociación o fundamentación donan de si

unidades. La tercera etapa sería la de un yo fenomenologizante que descubre al yo

trascendental que ha quedado vedado para el yo humano. Esto lleva a suponer que tanto el

yo trascendental, llamémoslo directo, que constituye y el yo fenomenológico, llamémoslo

reflejo, que es simplemente un espectador pertenecen ambos a la región trascendental a la

que se accede mediante reducción. Es como suponer una dualidad en lo trascendental entre

estas dos dimensiones del yo como autoconciencia irrefleja y como conciencia

reflexionante. La aporía se presenta precisamente porque la fenomenología debe suponer

esta dualidad y porque al suponerla, como dijimos, no puede no echar mano de las teorías

metafísicas del yo para explicar la posibilidad de la unidad de la vida intencional en esta

doble o triple modalidad yoica. En el capítulo tres se amplía mejor este asunto cuando

acentuemos la exposición en la importancia de la autoconciencia o autopercepción irrefleja.

Suponemos entonces la reducción del yo empírico. ¿Cómo es la transición del yo

empírico al sujeto trascendental? Debemos empezar señalando qué es lo que constituye la

totalidad del yo empírico. Ante esto Husserl se muestra, me parece, superficialmente claro:

el yo empírico es todo lo que no es el yo puro. En esta superficialidad creemos hallar una

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contradicción. El yo empírico37

en tanto principio unificador38

de las vivencias es “un yo

«en vigilia» que, dentro de la corriente de sus vivencias, practica continuamente la

conciencia en la forma específica del cogito” (Husserl: 1986a, §35, p. 81). Un yo que vive

atento hacia las cosas y dirigiéndose a ellas a través de la trama de las múltiples y

matizadas vivencias; un yo, entonces, que es la totalidad de sus vivencias, que está en

progresiva constitución por el fluir propio de ellas y que ante todo es un objeto o fenómeno

más del mundo, una cosa entre las cosas que puede “conocerse”. Es en este sentido que el

yo puede ser investigado por la psicología, por ejemplo. Lo hace de hecho porque desde el

punto de vista de la tesis general de la actitud natural es claro que el yo se refiere

intencionalmente a un objeto. No obstante termina siendo esto para Husserl una mera

trivialidad toda vez que el yo no puede ser otra cosa más que la “unidad de conciencia”39

.

Unidad que no puede caracterizarse, señalamos, en el sentido de “un yo puro

idéntico compartido por todas las experiencias […] no es un principio distinto y formal de

la identidad. No es el propietario o portador de experiencias, sino simplemente la

experiencia en su totalidad.” (Zahavi: 2005, p. 32-33). Entonces, todo lo que no es el yo

37

La referencia al yo empírico, temáticamente hablando, no sucede en sentido estricto sino hasta las Ideas I

en el marco de la sección segunda y en la exposición de la “Meditación fenomenológica fundamental”. Esta

referencia directa al yo empírico también aparece en el segundo tomo de las Ideas cuando Husserl quiere

señalar que los estados yoicos y los sucesos del tipo cogito hacen parte de lo anímico en general y “se

adjuntan o se introducen al cuerpo físicamente aparente, y se localizan y temporalizan con él de la manera

conocida. Pertenecen al conglomerado de la naturaleza real (sustancial-causal). Esto concierne al yo empírico

que vive en estos estados […] que son por su lado "propiedades" naturales-reales del hombre real y pueden

ser exploradas "inductiva-científico-naturalmente", análogamente a las propiedades físicas” (Husserl: 2005,

§49e, p. 226). No obstante, ya en las Lecciones Husserl también hace una referencia literal al concepto de yo

empírico en el último párrafo de la última lección y muy pasajeramente, sin ningún detalle y sin decir más

sobre el asunto. Es cierto que a lo largo del texto se hacen alusiones al yo empírico de manera indirecta

cuando dice Husserl por ejemplo “yo como persona, como cosa del mundo” (Husserl: 1982c, p. 54), “el yo

que vive, este objeto, el hombre en el tiempo mundanal” (Husserl: 1982c, p. 97), “el yo humano” (Husserl:

1982c, p. 37). Pero la referencia literal al “empirische Ich” aparece despreocupadamente doce líneas antes de

finalizar las Lecciones, y yo creo que este “olvido” de la tematización directa del yo empírico es intencional y

no una ligereza por parte de Husserl. 38

No es Husserl el primero que repara en las complicaciones al momento de hablar de la identidad del yo

como un principio unificador. Con anterioridad lo había planteado Hume cuando afirma que el yo no puede

ser una persona, un algo más allá del cumulo de experiencias, ni tampoco una impresión. Cfr. (Hume: 1960,

Part IV, Section VI, p. 251-263). También Wittgenstein dice algo al respecto pero de un modo más radical,

casi aniquilador, en T 5.631 y T 5.641. 39

“o dicho de un modo real empírico y más natural, la unidad continua, real, que se constituye

intencionalmente en la unidad de la conciencia, como sujeto personal de las vivencias, como el yo que tiene

en ellas sus «estados psíquicos», que lleva a cabo la correspondiente intención, la correspondiente percepción,

juicio, etcétera” (Husserl: 1982b, §12, p. 497).

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puro es el empírico pero no a la inversa y, sin embargo, el yo puro es una parte o sector del

yo empírico, que a su vez es una parte del yo personal psicofísico, que a su vez es una parte

de un individuo en cuanto hombre que vive en el mundo. Vaya contradicción. Nosotros, a

pesar de las dificultades para comprender de la manera más clara la justificación de la

desconexión y la purificación de la dimensión empírica del yo, debemos hacer caso omiso a

toda contradicción.

Necesitamos de la reducción para que el yo puro se revele y para distinguir “el

fenómeno puro en el sentido de la fenomenología con el fenómeno psicológico” (Husserl:

1982c, L III, p. 54). La deshumanización del yo consiste en el descubrimiento de una

dimensión de la existencia, de la verdadera existencia, a partir de la reducción de esa otra

dimensión del yo, como persona y cosa del mundo, que está inserta en el tiempo mundano y

que por tanto es una trascendencia que debe ser puesta en fuera de juego. Sucumbe, pues, a

la reducción todo índice de trascendencia, el carácter mundano del mundo y la subjetividad

empírica a que pertenece. Pero esto no quiere decir que se aniquile todo rastro de

objetividad y procedamos a encerrarnos en el palco VIP del teatro cartesiano. La reducción

como exclusión de todo índice de trascendencia es un simple pretexto que le permite a la

crítica tematizar el ser de la cogitatio, es decir, atender a lo trascendente pero solo en la

medida en que es un correlato intencional de la conciencia. Porque la finalidad de la

fenomenología, recordemos, no son los fenómenos puros reducidos, sino los universales a

los que tales fenómenos remiten. Por lo visto seguimos sumidos en la distinción entre el

acto y el objeto del acto pero de una manera totalmente renovada en el que no hay objetos

como trascendencias empíricas sino objetos como trascendencias inmanentes, como

cogitatum qua cogitatum, es decir, como fenómeno y como correlato de su propia

conciencia. El conocimiento de los objetos universales que se propone Husserl mediante la

tematización de los fenómenos vivenciales puros es una investigación eidética, esto quiere

decir, a propósito de necesidades y posibilidades esenciales y no de contingencias y

particularidades. Una investigación de este tipo conduce a la tesis ya conocida por nosotros

de que toda trascendencia es y debe de ser el objeto de una experiencia posible para la

conciencia. Mejor dicho, que toda trascendencia en los dos sentidos que hemos tratado es

objeto posible de conocimiento únicamente si ha sido dotado de sentido o forma por una

conciencia que lo ha percibido –aprehendido e interpretado- para sí, en primera persona del

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singular, yo, de un cierto modo, desde cierta posición, en la fuente misma desde donde todo

sentido o forma debe surgir, la subjetividad trascendental. Vemos de esta forma como para

Husserl todo el sentido del mundo y por tanto de toda trascendencia empírica depende de y

es dado por la conciencia. Es la conciencia, el yo puro, la subjetividad trascendental, la

condición necesaria y absoluta de la existencia del mundo, de un mundo cuyo ser solo

puede ser intencional, que tiene sentido solo con respecto a una conciencia intencional o, lo

que es lo mismo, constituyente. Todo es conciencia pura, todo es inmanencia.

§3. Inmanente y trascendente-inmanente

La conciencia pura en su esencia constituye un campo de experiencia en la cual no

hay cabida para ninguna trascendencia empírica ya que estas han sucumbido y no se las

tiene en consideración después de haber realizado la reducción. La esfera de la conciencia

lograda por reducción constituye lo puramente inmanente, un ser absoluto que no necesita

de trascendencias empíricas ya que por principio “nulla re indiget ad existendum” (Husserl:

1986a, §49, p. 113). Esta afirmación es importante por varias razones: 1) porque plantea la

hipótesis de que la conciencia no necesita de ningún ser trascendente empírico para existir,

ni mucho menos puede la existencia de estos objetos y la naturaleza condicionar la

existencia del ser de la conciencia –aquello que le sucede al hombre que vive en actitud

natura. La naturaleza, y en su generalidad el mundo, no establece un nexo causal a la

manera positivista con la conciencia ya que el mundo natural como “mundo espacio-

temporal entero, en el que figuran el hombre y el yo humano como realidades en sentido

estricto [es] un mero ser intencional por su sentido o un ser tal que tiene el mero sentido

secundario y relativo de ser un ser para una conciencia” (Husserl: 1986a, §49, p. 114); 2)

porque la conciencia pura si es un sistema totalmente autónomo, cerrado en sí y absoluto

necesariamente la realidad natural y el mundo mismo, y por tanto toda trascendencia,

deben obtener su legitimidad, sentido y validez en las propias experiencias que integran el

sistema; y 3) porque únicamente el ser absoluto y necesario de la conciencia puede

fundamentar el ser relativo y contingente de la realidad del mundo. La realidad natural, el

mundo y toda trascendencia empírica es por principio ser intencional “solo para la

conciencia” (Husserl: 1986a, §50, p. 115).

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Tales razones nos hacen comprensible el hecho fundamental de que el sentido del

mundo tiene su origen, su génesis constitutiva en la esfera de la conciencia pura y más

exactamente en las experiencias o vivencias intencionales que la conciencia tiene de él. No

tiene sentido creer ingenuamente que la realidad y el mundo están provistas de un ser que

es en sí y va de suyo. El ser del mundo y la realidad constituyen una trascendencia, es

cierto, pero únicamente como trascendencias significadas en los actos intencionales de la

conciencia inmanente de un yo puro. Pero fijémonos qué este sentido trascendente,

constituido así de este modo tan simple, puede ser –y de hecho lo es- un algo objetivo que

el yo puro puede intencionar como un cogitatum, como correlato intencional de su acto, en

definitiva, como ser de la cogitatio que es la suya propia. Si el yo puro accede al ser propio

de su cogitatio en el modo de una intuición, como reflexivamente, reteniéndola en

abstracción, en su absoluta pureza, vaya que obtendríamos con esto una acertada

interpretación del sentido de la máxima formulada hacia el final del capítulo anterior. Al

estar dirigido de esta manera inmediata a lo intentum, al correlato de su propio acto, el yo

experimenta en todo momento la captación de un contenido intencional, esencial, que se le

dona en la intuición y que este interpreta otorgándole sentido, dándole una forma. Son los

sentidos o formas otorgados por las vivencias intencionales a las trascendencias del mundo;

otorgados, rendidos, únicamente en la medida en que ese ser trascendente del mundo es un

nóema, es decir, un correlato intencional de una vivencia y el resultado de la interpretación

realizada por la nóesis sobre la hýle.

Vemos de este modo que la máxima garantiza por un lado la tesis según la cual en la

reflexión sobre cualquier acto intencional accedemos a lo inmanente ingrediente (tesis 1),

lo adecuadamente dado en sí mismo, y por el otro, el cumplimiento de los tres paralelismos

reiterados en varias ocasiones. La máxima, además, permite una distinción más clara de los

conceptos de inmanente y trascendente. ¿De qué forma? La máxima –que es tal solo en

virtud de que la reducción se haya efectuado- promueve un cambio de actitud según la cual

en lugar de que el yo se dirija hacia el objeto este debe preocuparse más bien por tratar de

tomar conciencia de cómo es que intenciona tal objeto, de cómo se le aparece y ofrece

únicamente a él mismo. Así, por ejemplo, cuando me esfuerzo en representarme la imagen

del “libro negro con sus hojas blancas sobre mi escritorio”, no para atenerme y

abandonarme únicamente al objeto de la imagen –cosa que es posible mediante una acto de

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la imaginación o la fantasía- sino para contemplarme a mí mismo imaginando sobre el libro

de mi escritorio, puedo, ateniéndome exclusivamente a este acto como acto de imaginación,

enunciar con toda evidencia un juicio referente a una estructura esencial, esto es, ideal y no

a una estructura fáctica, contingente, de hechos como estados de cosas. En otras palabras:

cuando el yo, en una actitud reflexiva, mediante un acto intencional, se enfoca no en “el

libro sobre el escritorio” como la cosa imaginada que puede ser así de este modo o de otro,

sino que atiende exclusivamente al sentido de lo que “imaginar” –en cuanto acto- y lo

“imaginado” –en cuanto correlato del acto- significan en la realidad de su propia

experiencia. Al hacer esto el yo trascendental intencionalmente esta siempre dirigido a un

contenido inmanente bien se trate del acto o del objeto del acto. Al efectuar la reducción y

por mor de la máxima el sujeto –el yo puro- hace virar la mirada aprehensora y captadora

de la intuición hacia el modo de aparecer de los objetos y de sus propios actos, lo

trascendente inmanente, en lugar de dirigirla hacia los objetos como haría el hombre

ingenuo, o hacia los actos en sí mismos como haría el psicólogo, hombre de ciencia.

En este procedimiento siempre hay un cierto grado de universalidad. Una vez que

mediante la reducción se ha limitado exclusivamente la atención de yo al examen de sus

propias vivencias, es que se descubre que pueden estos actos de la conciencia convertirse

en objeto del acto; es decir, solo con la reducción se descubre que toda vivencia intencional

es al tiempo acto y objeto del acto, una cogitatio que porta en si como correlato un

cogitatum. Este descubrimiento tiene implicaciones, pues el objeto del acto al ser un

contenido inmanente por hallarse en la vivencia y en el acto mismo no se logra, como en el

caso de los objetos trascendentes, mediante la intuición sensible sino, reflexivamente,

mediante una nueva forma de intuición que toma a la vivencia como “objeto de un acto

puro de ver y captar” (Husserl: 1982c, L II, p.40) y que bien podríamos llamar esencial por

cuanto se trata del ver con el entendimiento y no del ver con la experiencia.

Husserl contrapone la percepción trascendente, acto del ver con la experiencia, y la

percepción inmanente, acto del ver con el entendimiento. Y dice que en ambas se logra

conocimiento, uno presunto, contingente, probable, y otro absoluto, indubitable, necesario:

“puedo hablar de un modo vago de conocimiento, percepción, representación, experiencia,

juicio, raciocinio, etc.; entonces, cuando reflexiono […] puedo llevar a cabo actualmente una

percepción y volver a ella la vista; puedo, además, representarme en la fantasía o el recuerdo

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una percepción y volver a ella la vista en este su estar dada en la fantasía. Entonces ya no tengo

un discurso huero o una vaga mención o representación de la percepción, sino que la percepción

esta como ante mis ojos o en el modo de la percepción actual o como dato de la fantasía. Y así

para toda vivencia intelectual, para toda configuración intelectual y cognoscitiva” (Husserl:

1982c, L II, p.39-40).

A estos dos modos de la percepción le corresponden dos modos de objetos, los

inmanentes y los trascendentes. Los actos de percepción de dirección trascendente son

ignorados al realizar la epojé y se vuelve la atención sobre los actos de percepción de

dirección inmanente. Atenerse a lo inmanente para esclarecer críticamente el misterio del

conocimiento es algo completamente distinto de explicar el conocimiento como hecho

psicológico, esto es, ateniéndose a lo inmanente de los fenómenos psicofísicos de la

conciencia. Estos fenómenos o actos psicofísicos de la conciencia junto con el yo que los

ejecuta están en paréntesis. Entonces ¿Que es esa inmanencia que se logra en el acto

reflexivo del puro ver? Ya se ha dicho: la esfera toda de las cogitaciones, el ser esencial de

toda vivencia intencional que representa en conjunto una esfera de datos inmanentes y

absolutos. Mientras que lo trascendente mienta exterioridad pues le es propio “el no estar

contenido como ingrediente en el acto de conocimiento el objeto de conocimiento”

(Husserl: 1982c, L II, p. 45), la inmanencia, por su parte, se vincula al hecho de que un

objeto se encuentre contenido realmente en la cogitatio, “de modo que por dado

inmanentemente se entiende el estar contenido como ingrediente” (Husserl: 1982c, p. 45).

Ahora bien, el sentido de lo inmanente cobija a todas las vivencias como también a

todos sus elementos e ingredientes: actos y objetos intencionales, los cuales deben tomarse

ambos en un sentido reducido. Con esto un nuevo sentido de lo inmanente y lo trascendente

entra en juego, pues mediante la reducción se hace posible otra significación para estas dos

nociones. Reconstruyamos entonces el argumento: un “objeto” inmanente se ofrece como

dato absoluto e indubitable. Por su lado, un objeto trascendente al darse mediante escorzos

no se dona absolutamente, siempre es presunto y por tanto no está contenido efectivamente

en el acto de conocimiento; pero esto no quiere decir que incluso el objeto trascendente no

se reporte vivencialmente como un dato absoluto e inmanente en su modo de donación

aperceptiva. Con el término trascendente, por tanto, también se designa a lo que está por

fuera de la esfera inmanente, del terreno de los fenómenos puros. Según este último

sentido, la trascendencia se opone a la inmanencia, entendida esta como “el darse a sí

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mismo de modo absoluto y claro” (Husserl: 1982c, L II, p. 46), porque caracteriza un

conocimiento que no está puesto en presencia de su objeto, porque “mienta o pone, sí, lo

objetivo, pero no lo ve el mismo. En el vamos más allá de lo dado en cada caso en el

verdadero sentido; más allá de lo que directamente se puede ver y captar” (Husserl: 1982c,

L II, p. 46).

Vamos más profundo en la caracterización de lo inmanente y lo trascendente

puntualizando algunas diferencias básicas en lo que respecta al modo de darse de los

objetos trascendentes en la intuición sensible y el modo de darse de los “objetos”

inmanentes en la intuición esencial. Lo haré teniendo como base “La relación del esse y el

percipi en la percepción inmanente y trascendente” (Husserl: 1966, §4, p. 16-24) con la

intensión de polemizar el sentido en que Berkeley entendió esta relación. Si bien es

altamente criticable hacerlo desde otro contexto que no sea el de La idea, mi intensión

únicamente es clarificar un poco más la distinción entre inmanencia y trascendencia. Si

logramos una comprensión clara y precisa del entendimiento de este par de conceptos

mutatis mutandis lograremos una pista decisiva para el cumplimiento de lo que es el

objetivo de esta monografía. Veamos cuán importante resulta la comprensión del sentido en

que Husserl plantea o propone estas nociones.

Hay que advertir que este nuevo tema de discusión se inscribe en el ámbito de los

problemas relativos o concernientes a la génesis, de los que se ocupa Husserl entre 1916 y

1938 durante su estancia en Friburgo40

, tales como, la descripción de la “génesis” del

proceso de percepción del objeto trascedente, la pregunta por el modo en que el objeto

externo se constituye como unidad de sentido y la forma como se anuncia el mundo en

dicho proceso. Estos temas son abordados en extenso en la primera parte de los Análisis

sobre la síntesis pasiva. Para lograr una mayor claridad de la distinción del par de

conceptos analizaremos particularmente el §4 de la Síntesis pasiva. El análisis lo haremos

en cuatro partes para mostrar de una manera fácil y esquemática cuales son los momentos

más relevantes que contribuyen a la ampliación y profundización que hemos emprendido

sobre las nociones de inmanencia y trascendencia. El primero de ellos se enfoca

nuevamente en la diferencia nóesis-nóema, en el viraje del polo objetivo al polo subjetivo,

y la importancia que adquiere el sustrato inmanente en la constitución de un objeto

40

Cfr. (Mohanty: 2011, p. 166).

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trascendente; el segundo muestra la relación percipi y esse en las formaciones inmanentes y

los objetos trascendentes; el tercer momento presenta la formulación del principio cuatro

que afirma que “la constitución de un objeto como sentido depende de las percepciones

como experiencias vividas”; la cuarta y última parte habla un poco sobre cómo la

percepción efectúa su dar sentido. La pregunta que se sobrepone en esta profundización es:

¿cómo es posible el conocimiento de lo trascendente?

Nóesis y Nóema41

A la percepción externa le es propio un polo objetivo y a la percepción “interna” un

polo también objetivo pero de otra índole. Mediante la percepción de dirección inmanente

volvemos nuestra mirada reflexiva hacia lo noético, hacia la experiencia vivida, a la

cogitatio y sus componentes “íntimamente inherentes” que ofrecen como aparición datos

inmanentes de los cuales podemos estar ciertos pues de ellos somos conscientes

originariamente en cada ahora. En una percepción de dirección trascendente, en cambio,

accedemos a la cosa [ding], al objeto que aparece en sentido ontológico como real existente

–claro que este acceder es escorzado y no total o absoluto como en el caso de los datos

inmanentes42

. Con esto logramos una clara comprensión de la necesidad de la reducción

gnoseológica o epojé, pues el cambio de actitud que ella promueve es indispensable porque

permite revelar la importancia de los datos inmanentes de la sensación para la constitución

del objeto trascendente. La importancia es tal que en este parágrafo Husserl sostiene la tesis

de que solo es posible hablar de objetos trascendentes o de cosas si estos han sido

constituidos mediante un sustrato que en todo ahora de la percepción es un contenido o

41

El Capítulo III de la Sección III de las Ideas tematiza detalladamente y en extenso la relación Nóesis-

Nóema. Estas pequeñas descripciones que aquí se hacen son complementarias de las caracterizaciones

realizadas en la primera parte. Quedan al margen por lo tanto de la exposición de las Ideas. 42

En este punto necesariamente cabe hacer una distinción entre los conceptos de percepción externa e interna

y percepción de dirección trascendente e inmanente. Respecto de la percepción externa e interna Husserl

véase (Husserl: 1982b, Apéndice, p. 763). La primera distinción que cabe hacer radica en que la

fenomenología no habla de percepción externa e interna como dos actos separados del percibir sino que habla

de inmanencia y trascendencia como polos o direcciones del acto intencional, en este caso, del percibir. La

segunda distinción radica en la imposibilidad de igualar el sentido de la reflexión natural que apunta al

fenómeno psíquico con la fenomenológica que apunta hacia el fenómeno puro. Una vez efectuada la

reducción -tercera distinción- la percepción interna y externa, sus evidencias y sus fenómenos valen cero para

la fenomenología, ellos sucumben a la ley de la epojé respecto de todo lo trascendente.

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dato inmanente, un nóema. Este contenido inmanente que es absoluto (la experiencia

vivida), es idéntico pero actualizado una y otra vez en el flujo continuo de apariciones

escorzadas del objeto. Lo que se descubre con dicho cambio de actitud es que “todos los

momentos noemáticos que nosotros, en la actitud natural, vemos contenidos en el objeto y

como relacionados con él, son constituidos mediante los datos inmanentes” (Husserl: 1966,

§4, p. 17). Sin embargo, no es esta la función más importante de los datos inmanentes o las

vivencias; son importantes, nos dice Husserl, porque “en los datos inmanentes se exhibe

algo en la manera única de escorzo que los datos inmanentes en si no son” (Husserl: 1966,

§4, p. 17). Puede decirse, según esto, que el logro más importante de la conciencia es

permitir que los contenidos inmanentes de los datos sensibles, los también llamados datos

de la sensación o hyléticos, exhiban algo que es objetivamente trascendente, es decir, que

algo no inmanente se exhiba en y a través de dichos contenidos inmanentes.

Esto es posible gracias a que las formaciones inmanentes (parecidas a objetos), al

ser absolutas, no deben darse u ofrecerse a la conciencia mediante la apercepción como

sucede en el caso del objeto trascendente, ya que el dato inmanente, y sus formaciones, es

un contenido, un dato absoluto y un ingrediente propio de la conciencia. Si algo como un

dato inmanente se piensa como absoluto e indubitable, obedece a la unidad percipi=esse

donde ser y ser percibido convergen. La “negrura” o la “rojez” es un ejemplo de formación

inmanente, por tanto, poder pensar en manzanas rojas me permite afirmar que la aparición

óptica, fenomenológicamente, no es otra cosa más que “un complejo de momentos de color

de superficie que están extendidos de cual o tal manera” (Husserl: 1966, §4, p. 18); estas

formaciones inmanentes son “parecidas a los objetos” porque en ellas se exhibe un aspecto

o escorzo del objeto espacial trascendente como conciencia originaria o bien como

retención vacía.

La relación percipi y esse en las formaciones inmanentes y los objetos trascendentes

En las formaciones inmanentes el ser dado a la conciencia, el ser percibido (percipi)

y el ser (esse) coinciden de la forma percipi = esse. No obstante, como se dijo más arriba,

estas formaciones inmanentes “son en gran medida portadoras de funciones aperceptivas

cuando algo no inmanente es exhibido en y a través de ellas” (Husserl: 1966, §4, p. 17-18).

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Si somos conscientes de los objetos trascendentes solamente como escorzándose o

exhibiéndose originariamente y si es imposible pensar al objeto dado sin horizontes vacíos

indeterminados, sin escorzos aperceptivos en ninguna fase del proceso perceptivo,

entonces, en los objetos trascendentes, al contrario de las formaciones inmanentes, el esse

debe en principio ser distinto del percipi. No existe posibilidad alguna para imaginar una

relación de identidad entre “ser” y “ser percibido” en los objetos espaciales. Sería absurdo

pretender que en cada ahora de la percepción, en cada momento del percibir efectivo que es

siempre “proto-impresional”, accediéramos libremente al objeto trascendente en su

ipceidad original; tenemos conciencia mediata únicamente de aquello que es percibido

originariamente, de aquel único escorzo o aspecto del objeto que se dona y que a su vez

depende de una determinada serie de cinestesias.

Esto justifica por qué es inconcebible para Husserl “que un objeto espacial y

cualquier cosa similar, pudiera ser exhibido de una manera discreta y autocontenida de un

punto del tiempo al siguiente, junto con todo su conjunto de características (completamente

determinadas), que conforman su contenido temporal en este ahora” (Husserl: 1966, §4, p.

18-19). Cuando percibimos un objeto espacial de cualquier tipo, pensemos en el libro por

ejemplo, aquello que vemos como aprehensión aperceptiva en una sola cara del libro son

puros datos inmanentes de los cuales somos conscientes originariamente en cada ahora (la

rojez o la negrura en t1), y que al mismo tiempo actúan en calidad de sustrato sobre el cual

puede constituirse una unidad de sentido del objeto como tal, como cosa objetiva

trascendente que se exhibe en dichas vivencias.

Este modo de dar sentido, que puede formularse como un principio, solo es válido

para aquel lado del libro que aparece y se exhibe aperceptivamente en t1, ya que un simple

movimiento que ponga al descubierto otra nueva cara del libro implicaría que lo dado

originariamente en t1, sea sustituido, actualizado, confirmado, negado por aquello que es

dado ahora originariamente en t2.

La constitución de sentido como rendimiento de la conciencia

Hay un principio o una consideración esencial en la filosofía de Husserl que afirma

que “la constitución de un objeto como sentido es un rendimiento de la conciencia”

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(Husserl: 1966, §4, p. 19). El dar sentido se considera una conquista de la conciencia ya que

cada tipo básico de objeto requiere una estructura intencional diferente; esto supone que

infinitamente mi conciencia debe echar mano una y otra vez a la corriente de mis propias

vivencias para la constitución de sentido originario, que debe ser único y nuevo para cada

tipo básico de nuevo objeto. Por tanto: “siempre que hablemos de objetos, sin importar la

categoría, hablamos de ellos desde un sentido que ha sido constituido originalmente por

mis propias percepciones o experiencias vividas” (Husserl: 1966, §4, p. 19). Si admitimos

lo anterior, entonces, debe ser cierto para nosotros que los objetos espaciales tienen o

poseen un contenido específico de sentido que son siempre datos o formaciones

inmanentes, y, además, que dicho sentido es dado originariamente como trascendiéndose y

como escorzándose. El dar sentido es, pues, un rendimiento de la conciencia, un proceso

que es infinito y nunca termina debido al continuo curso de apariciones momentáneas del

objeto espacial; esto indica que el contenido específico de los objetos, el sustrato

inmanente, se actualiza constantemente en el aparecer escorzado del objeto trascendente en

cada ahora (fase) del proceso de percepción y en cada una de las serie de cinestesias

(Principio cuatro).

Ahora bien, en toda percepción originaria –la cual es concordante y sintéticamente

progresiva pues hay un sentido o dato inmanente que siempre concuerda con el escorzo,

con el dar sentido originariamente- se puede distinguir “entre un sentido incesantemente

cambiante y un sentido idéntico que va a través del sentido cambiante” (Husserl: 1966, §4,

p. 20). Esta distinción es de vital importancia porque nos pone en directa relación con los

dos componentes del sinn noemático, la capa nuclear del nóema: el sentido, el objeto, que

es intencionado y el sentido o el objeto tal y como es intencionado.

Sabemos que en cada fase de la percepción el objeto tiene al menos en principio dos

modos de dación, como percepción originaria y como retención vacía. En ambos modos

hay una constitución de sentido, “en él cómo de la determinación de la exhibición originaria

y en él cómo del horizonte vacío” (Husserl: 1966, §4, p. 20), que es fluyente,

incesantemente cambiante, relativa e incompleta porque a cada nuevo aspecto del objeto

que aparece le corresponde inmediatamente un sentido nuevo en cada fase de la percepción

y en cada nuevo movimiento de mi cabeza. Sin embargo parece haber en el continuo flujo

del aparecer escorzado una unidad de sentido, un sustrato χ, que se mantiene en calidad de

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absoluto y como purificado de toda indeterminación trascendente, una idea que yace en el

infinito que es por lo tanto inalcanzable: la rojez y la negrura, los datos o las formaciones

inmanentes, todos correlatos intencionales, un nóema, un “cogitatum qua cogitatum que no

nos lo representamos jamás como algo dado de un modo acabado” (Husserl: 1986b, §19, p.

94).

La constitución del objeto trascendente

Para Husserl, esta idea “que yace en el infinito” es una idea que le pertenece

parcialmente en cada momento o fase a la percepción externa la cual, concordante y

sintéticamente en el progresivo acto accede o es participe de la idea siempre

escorzadamente. Esta idea que se mantiene en el sentido fluyente de la percepción externa

es en todo momento un contenido nóetico que actúa en calidad de sustrato . Es en la

inmanencia donde la conciencia conoce absolutamente el objeto espacial, trascendente,

mediante los datos o las formaciones inmanentes, que no son otra cosa que las experiencias

vividas. En la inmanencia encontramos reflexivamente la idea –inalcanzable- del objeto

completamente determinado, del objeto que estaría determinado y conocido por completo.

La percepción inmanente nos permitiría, por lo tanto, acceder privilegiadamente a “la idea

del sí mismo absoluto del objeto y de su determinación absoluta y completa o como

también lo podemos plantear, de su absoluta esencia individual” (Husserl: 1966, §4, p. 21).

La percepción trascendente no puede proporcionar tal absoluto ser; no puede proveer el

conocimiento absoluto del objeto pues este siempre se presenta ante la conciencia como

escorzándose. En la percepción trascendente, todos los momentos o aspectos del objeto

perceptual que se logran asir en el acto –al ser incompletos y parciales- únicamente

proporcionan una aproximación parcial de la idea; aproximación que se logra a través del

sentido que se constituye en la fluidez de la orquestación del acto perceptivo: “siempre

tenemos el objeto externo en carne y hueso (lo vemos, lo agarramos, lo asimos), y sin

embargo, está siempre mentalmente a una distancia infinita” (Husserl: 1966, §4, p. 21). Si

somos del todo consecuentes con el análisis hecho por Husserl referente a la génesis de la

conciencia de una realidad trascendente, no hay motivo alguno para dudar que aquello que

es efectivamente exhibido en la aparición pertenece sistemáticamente a algún tipo de series

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de apariciones por realizarse en la libertad cinestésica. Esto último dado que un objeto que

es percibido solo puede ser progresivamente conocido con más determinación en el proceso

perceptivo que necesariamente es cinestésico.

Hemos intentado comprender poco a poco el modo en que Husserl explica cómo la

percepción efectúa su dar sentido, que en términos más generales es una exposición de la

función significadora de la conciencia. Y en este afán de comprensión hemos dejado de

lado la tematización de algunos aspectos o elementos, que son de una importancia y de una

complejidad mucho mayor, tales como la temporalidad, la intersubjetividad, el papel que

juega un prejuicio o una convicción en la constitución de sentido de un objeto espacial, la

historia misma del objeto, el proceso mismo de percepción dentro de una estructura

temporal, etc. No obstante hemos ganado una cierta claridad sobre el modo en que los

objetos se ofrecen a la percepción en el curso continuo de apariciones momentáneas de sus

infinitos escorzos, en la forma en que la conciencia logra dar sentido y constituir el objeto

en una relación infinita entre lo pleno y lo vacío, en resumidas cuentas en “como se

constituye el objeto a través de todo el intencionar vacío” (Husserl: 1966, §4, p. 22).

En definitiva creo que es importante resaltar a manera de síntesis algunas

conclusiones que pueden extraerse del §4 de los Análisis sobre la síntesis pasiva, que son

importantes siempre que hablemos en términos descriptivos de la percepción del objeto

trascendente: 1) Todos los momentos o aspectos del objeto espacial que nosotros logramos

aprehender originariamente son incompletos y parciales; 2) En la percepción trascendente

vemos un solo escorzo del objeto a la vez y lo que logramos asir o agarrar originariamente

pretende ser su esencia; lo percibido originariamente es una aproximación incompleta de la

esencia misma del objeto, ya que en cada percepción originaria agarramos también “una

vacuidad que clama por ser llenada” un horizonte intencional vacío; y 3) La percepción

trascendente de los objetos espaciales debe entenderse como una progresión al infinitum –

un interjuego entre lo pleno y lo vacío de aspectos cumplidos y retenciones vacías que va

desde la prefiguración vacía no intuible hacia un progresivo proceso de cumplimiento

determinado que se va tornando más exacto.

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Capítulo 3

§1. La región de la conciencia pura o trascendental

En los dos capítulos anteriores se han tematizado las dos cuestiones fundamentales

que constituyen el enigma del conocimiento a partir de ciertos principios que son los

supuestos básicos del análisis fenomenológico. Igualmente, a partir de la máxima y la

reducción hemos concluido en el capítulo anterior que todo con lo que se cuenta de alguna

manera en el presente real de una percepción inmanente está ahí, tal y como está, como

cogitatum, únicamente en virtud de que reflexiva y por tanto intencionalmente el yo se

refiere efectivamente en un modo o sentido correspondiente a eso que está ahí. La evidente

conclusión que debe extraerse es la admisión de que el sentido de la realidad, del mundo y

todo lo trascendente dependen de la conciencia. Es el principio según el cual toda

trascendencia es o debe ser únicamente un objeto intencional, un nóema, un cogitatum, un

objeto de experiencia posible para una conciencia pura, que se revela, en efecto, como la

fuente, condición necesaria y absoluta del ser de todo lo objetivo y del sentido del mundo.

Con la formulación del principio cuatro se admitió que alzarse ante la conciencia cualquier

objeto –cualquier ente- solo es posible como sentido, significación o forma de esa

conciencia; es decir, que la constitución de un sentido objetivo depende, desde el punto de

vista del análisis fenomenológico puro de la conciencia como intencionalidad, de la función

significadora de la conciencia, de que ella pueda vivir determinadas vivencias a propósito

de ese ente. Sin embargo, con la afirmación del principio cuatro al tiempo establecimos una

dependencia de los sentidos o formas constituidas por la conciencia a la posibilidad de que

en la reflexión y en la percepción se puedan experimentar respectivamente correlatos

intencionales o contenidos inmanentes en las vivencias mismas y datos hyléticos a

propósito de tales correlatos intencionales. En este capítulo trataremos de exponer más

específicamente la dependencia que se estableció con la formulación del principio cuatro.

Un principio que parece contener a todos los demás porque establece la significatividad de

la conciencia en cuanto manifestación de todo ser; una manifestación que se constituye

como un sentido en las vivencias intencionales de la conciencia, justamente porque cada

vivencia en cuanto parte o fragmento de la conciencia, remite a lo otro, significa. ¿Cómo

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vive la conciencia la referencia hacia eso otro, más aun si eso otro son objetos universales

absolutos, significaciones o no hechos, mejor, sentidos y formas como conceptos lógicos de

todo pensar y tener conciencia?

Partamos de lo que se ha logrado en la exposición: haya o no realmente lo otro,

aquello a lo que la conciencia vive referida exactamente en una intuición de cualquier tipo,

lo que hay indubitablemente –inmanentemente desde la perspectiva de la descripción

fenomenológica pura-, cuando se analiza o se vive una vivencia, es un dato absoluto y la

certeza de una conciencia que se capta a si misma refiriéndose a eso otro que no es ella

misma, un conocimiento. Lo que vive la conciencia en la referencia intencional hacia lo

otro es la idea del sí mismo absoluto de un objeto, su determinación absoluta y completa o

como también lo podemos plantear, su absoluta esencia individual (Husserl: 1966, §4, p.

21). La conciencia vive la referencia hacia eso otro como una síntesis de cumplimiento

entre su propia vivencia y el correlato intencional de esa vivencia, en otros términos, como

una coincidencia entre la nóesis y el nóema (paralelismo uno), la hýle y el nóema

(paralelismo dos) y, finalmente, como una correlación entre sus componentes real-

inmanentes y los intencionales (paralelismo tres). En adelante, la exposición se centra

exclusivamente en mostrar cómo se logra la constitución de los sentidos o formas (objetos

universales) de las vivencias intencionales a partir del primer y segundo paralelismo pero

no ya bajo los términos de nóesis y nóema sino a partir de los dos componentes de la

esencia intencional de todo acto simple: materia y cualidad. Esta parte final, por supuesto,

supone la subjetividad trascendental, con todas sus vivencias intencionales y sus

ingredientes puros, como la fuente y condición de posibilidad del conocimiento mismo

simplemente porque hemos supuesto junto con Husserl que “todo sentido imaginable, toda

realidad imaginable, dígase inmanente o trascendente, cae dentro de la esfera de la

subjetividad trascendental” (Husserl: 1986b, §41, p. 141). Esta región de la conciencia pura

o subjetividad trascendental fue el punto de llegada de toda la argumentación de los dos

primeros capítulos, pero ahora es ella misma nuestro nuevo punto de partida.

¿Qué es lo que encuentra Husserl en la subjetividad trascendental que le lleva a

decir que es en ella donde se explica la posibilidad misma del conocimiento? Veamos

finalmente cual es el procedimiento general de Husserl. Si seguimos la línea argumentativa

de La idea ella nos lleva hasta al siguiente resultado, que no es propiamente un resultado

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conclusivo sino apenas una delimitación de la cuestión que se va a tratar. En la primera y

segunda lección se han dado los preparativos para la reducción gnoseológica; la crítica

empieza a efectuarse al explicitar la urgente necesidad de la realización de la crítica misma

como única posibilidad para solucionar los problemas, los errores y los enigmas en que nos

ha sumido el conocimiento empírico natural y sus ciencias. También se deja en claro en

estas dos primeras lecciones que la reducción si bien es una abstención de juicio o un poner

en fuera de juego cualquier consideración de las tesis naturalistas no por ello deba

entendérsela en un sentido negativo, antes bien solo mediante una comprensión positiva de

la epojé puede entenderse como es que se logra –y por qué es necesario hacerlo- la

reconducción hacia la inmanencia de la subjetividad trascendental. Es necesario lograr la

pura esfera inmanente de los actos, dice Husserl, porque en esta inmanencia sí puede haber

conocimiento absoluto del objeto; por tanto si la cuestión trata sobre la aclaración del

enigma del conocimiento, entonces debemos retrotraernos a esa inmanencia en la que sí es

posible el verdadero conocimiento y explicar desde allí cómo es posible tal cosa, es decir,

como es posible que el acto subjetivo alcance certeramente el objeto. Es en la inmanencia

del acto mismo donde el yo halla el objeto –como lo inmanente ingrediente- hacia lo cual

dirigirse intencionalmente. Si somos consecuentes vemos como el yo al referirse

intencionalmente a sus propios actos está dirigido en todo momento siempre a la cogitatio

en general, a sus propios contenidos mentales, al contenido puramente inmanente que le

ofrecen sus propios actos. Pero ¿y la trascendencia? Este es el verdadero enigma pues todos

sabemos que nuestros actos intencionales, excepcionalmente, también se dirigen hacia un

algo, extraño, que no es ningún contenido puramente inmanente.

En la línea expositiva de La idea esta cuestión es abordada desde la lección III y se

hace teniendo como base lo logrado en las dos anteriores lecciones, la esfera toda de las

cogitationes. Al decir de Husserl en el ser de la cogitatio, “el fenómeno de conocimiento

mismo está fuera de cuestión y libre del enigma de la trascendencia” (Husserl: 1982c, L II,

p.53). La cuestión se dirime en este punto del texto al esclarecimiento de cómo es entonces

que lo extraño como lo trascendente a la conciencia ingresa en el conocimiento, en el acto

que es puramente subjetivo. En otros términos ¿Cómo el acto mienta intencionalmente un

ser que le trasciende?

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82

Tratamos de explicar este “ingresar” de lo trascendente en la inmanencia de la

conciencia en la primera parte con la tematización del sentido y la tesis como los

ingredientes de la capa nuclear del nóema, a partir de la exposición de los componentes

real-inmanentes e intencional de la conciencia, y en la segunda parte con la profundización

sobre el par de conceptos inmanente-trascendente. Pero es cierto que no se ha dicho nada en

concreto sobre la cuestión misma, sobre el asunto capital. Si tenemos en cuenta con una

cierta distancia escéptica las conclusiones que se obtuvieron en el capítulo anterior estas

incluso deben ser explicadas.

Pese a todo, el esquema que se ha tratado de mantener es el siguiente: el

conocimiento de hecho vuelto problema solo puede considerarse mediante una crítica

fenomenológica. La crítica elude abordar el problema en términos del dualismo tradicional

sujeto-objeto y lo entiende como un todo unitario –monadológico- que tiene dos polos, uno

trascendente mundano y el otro inmanente subjetivo. La crítica, en La idea, opta por

resolver el enigma desde el lado inmanente subjetivo. Así traslada o retrotrae la cuestión al

mero análisis de los actos subjetivos no como fenómenos psíquicos sino como fenómenos

puros. Al hacer esto uno podría objetar que trasladar de este modo el asunto mismo que se

intenta aclarar al plano meramente subjetivo implica inevitablemente una postura idealista

y en efecto solipcista. Husserl responde a esta objeción aludiendo que no se trata del

privilegio de un lado en detrimento del otro –del subjetivo sobre el objetivo- sino de una

co-relacion intencional, es decir, dos momentos o partes de un todo inseparable. El todo del

acto consta de dos partes o momentos: el acto mismo (cogitatio) y el objeto del acto

(cogitatum) mediados intencionalmente. Por tanto, dice Husserl, en cuanto nos hemos

retraído al análisis de los actos puros de la conciencia dejando de lado toda posición

trascendente, acto y objeto del acto son en todo momento un contenido inmanente de la

conciencia; de esto se deduce que toda vivencia porta intencionalmente su cogitatum. Todo

acto puede ser objeto del acto y esto es obra de la reflexión, por ejemplo, cuando “me

represento el dios Júpiter, este dios es un objeto representado, está presente

inmanentemente en mi acto” (Husserl: 1982b, IL V, §11, p. 495). Esto es así porque en la

esfera de los actos vivenciales, constituida por todas las cogitatio particulares, como

inmanente ingrediente se encuentra el fenómeno particular puro que no es el fenómeno

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psíquico43

y que puede ser objeto de la reflexión directa del acto mismo; “esto implica que

toda vivencia intencional no solo tiene referencia a objetos, sino que ella misma es objeto

de ciertas vivencias” (Husserl: 1982b, IL V, §11, p. 494). Entonces, “en el acto de ver el

fenómeno puro, el objeto no está fuera de la conciencia” (Husserl: 1982c, L III, p. 54), sino

que es parte del todo del acto. El esquema que se intentó mantener fue el anterior.

Pero aquí notamos una dificultad. El esquema se cumple cuando se intenta analizar

por ejemplo los actos de la imaginación, del recuerdo, la fantasía, la suposición o conjetura,

de la ficción, donde acto y objeto pertenecen ambos a la inmanencia de la conciencia. Pero

cuando se hace análisis del acto perceptivo, esto es, de la percepción trascendente en cuyo

caso el objeto hace parte de la conciencia precisamente como un cogitatum o nóema que

depende de la interpretación de la nóesis sobre una hýle, el esquema resulta inadecuado.

¿En qué sentido? Resulta inadecuado porque hay una limitación del análisis que pretende

elucidar la cuestión reduciéndose estrictamente al examen de la cogitatio, a la esfera de los

datos inmanentes que es el término que sutilmente utiliza Husserl para referirse a la

generalidad de la subjetividad trascendental. Husserl es consciente de ello: “desde luego,

nos asalta aquí al pronto la duda de si con todo, no tendrá que entrar en acción algo más”

(Husserl: 1982c, L III, p. 58). Lo que quiero decir es que ni siquiera después de haber

logrado el cogito y sus actos puros se puede resolver adecuadamente cómo la percepción

logra alcanzar lo trascendente. Lo que se ha comprendido claramente es cómo puede

alcanzar lo inmanente la percepción pero únicamente siendo esta percepción un acto

reflejo, es decir, una percepción refleja y puramente inmanente que permite captar con toda

evidencia la co-relacion intencional acto-objeto/cogitatio-cogitatum. La inadecuación se

genera cuando se descubre que el método de análisis fenomenológico ha llevado la cuestión

capital a una circularidad infinita volviéndola irresoluble. La circularidad es la siguiente: de

43

Husserl caracteriza al fenómeno psicológico, objeto de la ciencia natural llamada psicología, del siguiente

modo: “si dirijo la mirada, como hombre que piensa en la actitud natural, a la percepción que estoy viviendo ,

la apercibo al pronto y casi inevitablemente (esto es un hecho) en relación a mi yo; está ahí como vivencia de

esta persona que viviente, como estado suyo, como acto suyo; el contenido de sensación de esta vivencia está

ahí como lo que se da a aquella persona a modo de contenido, como lo sentido por ella, como aquello de lo

que ella es consciente; y la vivencia se inserta, junto con la persona que la vive, en el tiempo objetivo. La

percepción –la cogitatio en general- apercibida así es el hecho psicológico. Es decir, apercibida como dato en

el tiempo objetivo, perteneciente a yo que la vive, al yo que está en el mundo y que dura el tiempo que le

corresponde (un tiempo que se puede medir con aparatos empíricos). Esto es, pues, el fenómeno en el sentido

de la ciencia natural que llamamos psicología” (Husserl: 1982c, L III, p. 54).

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cara a una crítica fenomenológica del conocimiento natural y mediante la reducción han

quedado excluidos la validez de todo tipo de presupuesto, o prejuicio naturalista que

impiden comprender adecuadamente cómo es posible el conocimiento; entonces, una vez

puesto en paréntesis todo ¿es posible aun una teoría del conocimiento? ¿Sobre qué ha de

apoyarse la crítica misma si incluso aquellos fenómenos que ha logrado por mor de la

reducción no dejan de ser meros fenómenos particulares de una conciencia que los vive

puramente en la inmanencia de sus actos? Husserl lo dice en los siguientes términos:

“Si la fenomenológica exige –como podría parecer- que no dejemos en vigencia

trascendencia alguna antes de que hayamos fundamentado su posibilidad, y si la

fundamentación de la posibilidad de la trascendencia misma, en la forma de fundamentación

objetiva, exige posiciones trascendentes, parece haber aquí un circulo que hace imposibles la

fenomenología y la teoría del conocimiento. Y todas las penas pasadas serian en vano”

(Husserl: 1982c, L III, p.60).

¿Cómo evita Husserl la aporía? Según dice él mismo en La idea, la circularidad, que

es aparente, se elimina con la “ampliación de la esfera de investigaciones gracias a la

intencionalidad” (Husserl: 1986c, L IV, p. 67). A mi modo de ver, Husserl supera la aporía

subordinando y haciendo depender el mismísimo método fenomenológico a dos principios

metódicos básicos: el realismo y la mereología general o teoría general de todos y partes.

Lo que quiero mostrar en adelante es que la única posibilidad que tiene Husserl para

resolver adecuadamente la cuestión capital del enigma del conocimiento y superar la

“aparente” circularidad en la indagación por la trascendencia es entendiendo a la

fenomenología como una teoría de todos y partes, como lo había hecho ya en la tercera de

sus Investigaciones para la fenomenología y teoría del conocimiento. Como se puede ver

esta idea contradice con todo lo expuesto hasta el momento, pues Husserl mismo es muy

radical cuando plantea que “la fenomenología del conocimiento como doctrina de la

esencia de los fenómenos cognoscitivos puros” (Husserl: 1982c, L III, p. 58) solo es posible

si y solo si todo índice de realidad se ha reducido a la pura inmanencia de los actos de la

conciencia. ¿Qué quiere esto decir? Que si es el caso, entonces, en realidad el análisis

fenomenológico no es más que una aplicación de un método ontológico general que es la

teoría general de todos y partes, la mereología. Las implicaciones de esta tesis no son tan

descabelladas pues la fenomenología además de ser idealista es igualmente realista. En las

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85

Ideas sostendrá que la fenomenología es ante todo un positivismo, y que el fenomenólogo

es el verdadero positivista44

. La única implicación o consecuencia de ser el caso de la tesis

es que hay evidentemente un cambio en el método de análisis en el periodo de tiempo que

va desde 1900 hasta 1913, y que aun cuando el método sea modificado la pretensión más

elevada de la fenomenología se mantiene incluso hasta después de 1913.

Al inicio de este apartado se hizo una pregunta que ya debe resolverse. Lo que

encuentra Husserl en la subjetividad trascendental son las vivencias cognoscitivas las

cuales “tienen una intentio; mientan algo; se refieren de uno u otro modo a un objeto”

(Husserl: 1982c, L IV, p. 67). Estas vivencias cognoscitivas son las que hacen posible la

ampliación de la esfera de las investigaciones con la que se espera superar la aparente

circularidad. El análisis, la “mira” como dice él mismo, esta puesto ahora no en las

vivencias o los actos particulares –pues ya sabemos que estos conducen a una circularidad

aparentemente insuperable- sino “en los datos absolutos genéricos, que constituyen las

medidas fundamentales y universales con que hay que medir todo sentido –y, también, en

consecuencia, el derecho- del pensar confuso; y que son aquello con que únicamente

pueden resolverse todos los enigmas que este pensar plantea en lo que hace a su objeto”

(Husserl: 1982c, L IV, p. 68). El análisis esta puesto ahora en las formas, en las categorías o

conceptos lógicos, en las esencias; el método se ha reducido a “la reflexión de conceptos

lógicos –a saber, conceptos del conocimiento- en las vivencias del pensar en donde se

elaboran” (Richir: 1992, §1, p. 12). Y la única forma de reflexionar sobre estos objetos o

esencias universales, mediante la aplicación del método mereológico, es teniendo como

base lo dado en la autopercepción no refleja.

La autopercepción no refleja es el resultado de la aprehensión de la vivencia, del

fenómeno puro reducido. Es importantísimo tener claro esto ya que de no haber

autoconciencia no refleja toda percepción en realidad no sería más que un recuerdo y

estaría por tanto sometido a un problema epistemológico básico, impidiendo cualquier

posibilidad para la fenomenología del conocimiento. Por esto, Husserl ya desde las

investigaciones sostiene que si bien la reflexión es un acto totalmente nuevo este sin

embargo está montado sobre un acto previo que es la autoconciencia no refleja; de no ser

44

“Si positivismo quiere decir tanto como fundamentación, absolutamente exenta de prejuicios, de todas las

ciencias en lo «positivo», en, pues, lo que se puede aprehender originariamente, entonces, somos nosotros los

auténticos positivistas” (Husserl: 1986a, §20, p. 52).

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así, cómo entender entonces que “toda vivencia intencional o es una representación, o tiene

representaciones por base” (Husserl: 1982b, IL V, §23, p. 532). Por ejemplo, ahora mismo

yo puedo empezar a fijarme en cómo veo “el libro negro de hojas blancas sobre el

escritorio”, pero cuando empiezo a fijarme en eso es porque ya sabía que estaba viendo el

libro negro con sus hojas blancas sobre la mesa; y puedo de alguna manera en la reflexión

frontal, o inmediata como dice Husserl, reconstruir cómo es esa autoconciencia irrefleja. Si

no pudiera hacer este proceso cualquier sujeto habría un problema epistemológico radical

con la reflexión y por tanto con todo el método fenomenológico “y todas las penas pasadas

serian en vano” (Husserl: 1982c, L III, p.60).

Pues bien, en nuestro afán de mostrar la ampliación que debe efectuar el método

fenomenológico, si es que quiere lograr reflexión alguna sobre conceptos lógicos o formas

como objetos universales y así resolver la cuestión, mediante la aplicación de la

mereología, debemos concentrarnos única y exclusivamente en los actos de la sensibilidad,

en los actos objetivantes que Husserl llama los “más simples”. No interesan los actos del

entendimiento, los actos de orden y de complejidad superior ya por definición como las

intuiciones y las indicaciones de la percepción o intuición categorial45

. Solo en los actos

simples, en el análisis de la percepción de cosas y en la autopercepción, veremos cómo

operan los dos principios metódicos enunciados más arriba. En otras palabras, lo que se

tratará de mostrar es la aplicación del método mereológico al análisis de la autopercepción

no refleja, una clase de acto objetivante.

§2. Actos objetivantes

Entenderemos por objetivación de un acto cuando aquello a lo que nos referimos está

creído por nosotros como ser real. En la intuición –la percepción, autopercepción o

reflexión son intuiciones- llevamos a cabo objetivaciones de todo tipo, de manera

constante, en la vigilia y en el sueño. Lo objetivado en el acto surge –se constituye- como

un producto derivado que se le presenta, se le da, al sujeto del acto –al yo puro- como una

verdad que tiene un ser esencial y por tanto independiente del acto y del sujeto del acto. La

45

Véase: Investigación Lógica VI, Capitulo 6: (Husserl: 1982b, §45-46, p. 702-706).

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87

objetivación46

es a la manera de una creencia primordial. Los actos de la conciencia por

objetivación ponen el ser y constituyen certeza, confianza de tal ser. Es la convicción plena

que se obtiene en todo acto de intuición, en toda objetivación. Concentrémonos ahora en los

actos constitutivos u objetivadores como la percepción de cosas y la autopercepción,

aquellos actos que rinden de sí sentidos y formas, aquellos en los que el mundo, la realidad

y todo lo trascendente se hace objetivo.

Husserl ha sostenido desde el principio de su filosofía la existencia de una ontología

formal47

, como idea de una lógica pura o mathesis universalis, o teoría gnoseológica sobre

el objeto en general como apofántica, en la que uno está orientado hacia juicios en general,

y como ontología, en la que uno está dirigido a objetos en general. Esta terminología y la

idea de una ontología formal la conservó Husserl no solo en Ideas I sino también en Lógica

formal y lógica trascendental. Ahora bien, si se sostiene la idea de la existencia de una

ontología formal, entonces, esto significa que hasta la fenomenología está dominada por

ella. La ontología formal al ser la aplicación universal manda sobre todo y se aplica a todos

los otros ámbitos; por tanto habría un método de orden lógico, una especie de lógica pura a

la cual obedecería la fenomenología. Si hay una ontología formal, las propias descripciones

más elementales (lógica pre-predicativa, teoría de la experiencia) estarían bajo los

principios de la ontología formal y ellos no tendrían una base previa ni siquiera

fenomenológica y ni siquiera esencial ya que las mismas esencias materiales48

de las cosas

46

“A una cosa no podemos, sin duda, estar vueltos de otro modo que en el de la aprehensión, e igual a todas

las objetividades "simplemente representables": el volverse (aunque sólo sea en la ficción) es eo

ipso "aprehensión", "atención". Pero en el acto del valorar estamos vueltos al valor, en el acto de la alegría a

lo que alegra, en el acto del amor a lo amado, en el obrar a la obra, sin aprehender nada de esto. El objeto

intencional, lo valioso, lo que alegra, lo amado, lo esperado en cuanto tal, la obra en cuanto obra, se torna más

bien objeto aprehendido tan sólo en un peculiar volverse "objetivante". En el estar vuelto valorando a una

cosa está encerrada también, sin duda, la aprehensión de la cosa; pero no la mera cosa, sino la cosa valiosa o

el valor es (sobre lo cual hablaremos aún más extensamente) el pleno correlato intencional del acto

valorante. Así, pues, "estar vuelto valorando a una cosa" no quiere decir ya "tener por objeto" el valor, en el

sentido especial del objeto aprehendido, como necesitamos tenerlo para predicar algo de él; e igual en todos

los actos lógicos que a él se refieren” (Husserl: 1986, §37, p. 84). 47

Cfr. (Husserl: 1986a, §10-16-59-135-148); (Husserl: 1982a, Capítulo 11); (Husserl: 2009a, §25-26-27-37-

44-54); (Suárez, J.A: 2012a); (Smith: 1989). 48

Una aclaración: toda hýle se reduce a una esencia material y está a su vez a una esencia formal más general

que le contiene como especie. Por ejemplo: “rojo” es una esencia material que se reduce a la esencia formal

“color”. Igualmente la esencia formal “color” está subordinada a una esencia mucho más formal, más pura,

que le contiene como especie, tal es el caso de la esencia “extenso” o “extensión”, y así sucesivamente hasta

poder llegar a los sumos géneros. Véase la nota 30 de este texto.

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estarían ligadas siempre por, e incluso supeditadas a, las leyes formales impuestas por la

misma ontología. Ahora bien, según mi interpretación para superar Husserl la aporía en

cuanto a la resolución del enigma del conocimiento y el problema de la trascendencia debe

recurrir a la teoría mereología de todos y partes y subordinar el método mismo a una

ontología formal. Solo por esta subordinación y dependencia puede realizarse aquel

movimiento ascendente y abstractivo que consiste en ir progresando a través de ideas o

esencias cada vez más elevadas, más formales, hasta llegar finalmente a los sumos géneros

que asociándose los unos con los otros delimitan, al tiempo que constituyen, una ontología

formal, esto es, “una región formal que no es propiamente una región, sino la forma vacía

de una región en general” (Husserl: 1986a, §3, p. 33). Veamos cómo se cumple esto en un

acto simple de la sensibilidad.

Para Husserl toda vivencia intencional es un acto de dar sentido, un acto consciente

que siempre es conciencia de algo (Principio dos y tres). Cuando examinamos un acto

simple de la conciencia vemos que se incluyen en él tres factores: la esencia intencional de

una percepción de cosas, y otros dos factores que quedan por fuera de la esencia intencional

que simplemente se añaden a ella. Antes una aclaración, el termino Essenz al menos en lo

que aquí vamos a decir no designa un objeto intemporal o ideal, designa simplemente lo

que es una vivencia individual como individual. La esencia intencional es absolutamente

individual, es “la peculiaridad de las vivencias intencionales o de los actos como tales”

(Husserl: 1982b, IL V, §17, p. 513). La esencia intencional de una vivencia es lo que hace

que esa vivencia sea exactamente la que es. La esencia intencional tiene a su vez dos

grandes partes que son la materia y la cualidad49

. “La materia y la cualidad forman una

unidad, en cuya relación, en el acto, el objeto intencional es creado” (Vargas, J.C: 2005, p.

45). Los otros dos factores que constituyen además de la esencia intencional cualquier acto

simple de sensibilidad son: los contenidos primarios y la aprehensión de los contenidos

primarios. Concentrémonos en los contenidos primarios, quizá algunos de los cuales

funcionen en o para la aprehensión. Los contenidos primarios, dice Husserl, son

proyecciones [Abschattungen]; son la proyección en la materia de la conciencia de las

cualidades sensibles de las cosas. Sin estas no hay posibilidad alguna de sostener un

realismo en la propuesta fenomenológica: los contenidos primarios son proyecciones,

49

Véase: Investigación Lógica V, Capitulo 3: (Husserl: 1982b, §22-24, p. 531-536).

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aunque se los puede analizar como escorzos o matices, lo hecho en 1913 y en los Análisis

de la síntesis pasiva. En la materia de la esencia intencional del acto se funda que el objeto

sea para este acto y no para ningún otro; la materia “es en cierto modo el sentido de la

aprehensión [Auffassungs sinn] que funda la cualidad” (Husserl: 1982b, IL V, §20, p. 523).

El sentido de la aprehensión es una parte del acto de igual modo que los contenidos

primarios, pero no como parte de la conciencia sino del acto. Pero una cosa es la

aprehensión como parte real del acto y otra es la interpretación [deutung] del acto. La

aprehensión es aquella función –donde verdaderamente se “carga” la esencia intencional-

que hace que los contenidos primarios sean interpretados, percibidos o vividos como en

señal de las cualidades sensibles que son recibidas de las cosas sensibles. Entonces, la

aprehensión capta los contenidos primarios pero los interpreta, y esto de alguna manera es

como si los proyectara fuera de ahí, como si los sacara: “La casa me aparece -¿Cómo me

aparece, sino porque apercibo en cierto modo los contenidos sensibles realmente vividos?

Oigo un organillo –interpretando las sensaciones precisamente como sones de organillo”

(Husserl: 1982b, Apéndice, IL VI, p. 770).

¿Qué es la aprehensión exactamente? La respuesta más inmediata que se da a este

cuestionamiento afirma que la aprehensión es el pensamiento de un concepto; la respuesta

se justifica porque ya desde Kant parece cierto que las intuiciones sin conceptos son ciegas

y que los conceptos sin intuiciones son vacíos. Sin embargo es importante recordar que nos

estamos limitando estrictamente a la descripción de los actos más simples de la sensibilidad

sin atender los actos de la complicada intuición categorial. La aprehensión no puede ser el

pensamiento de ningún concepto. ¿Y si no es esto entonces qué es? Husserl, como buen

escéptico no puede admitir ninguna clase de conocimiento a priori que le permita sostener

que la aprehensión es el pensamiento de un concepto, por tanto, solo tiene una posibilidad y

es entender al menos la aprehensión en el sentido del cómo qué creo yo las cosas, es decir,

la aprehensión como lo que hay en el acto que me hace ver el objeto como “libro negro de

hojas blancas sobre el escritorio”, pero sobre la base de los contenidos primarios (principio

cuatro). Hay que vivir el cómo [als] es la consigna que se deja clara: “Puedo dudar que

exista un objeto externo […] pero no puedo dudar del contenido sensible de la percepción

vivido en cada caso –naturalmente siempre que «reflexione» sobre él y lo intuya

simplemente como lo que es” (Husserl: 1982b, Apéndice, IL VI, p. 773). Pero fijémonos

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que solo hay una posibilidad para esto que es evidentemente mereología: y es que la

aprehensión solo le es posible surgir como asociación de los contenidos primarios. Además

parece que es heterogénea, que captar eso que veo como siendo un libro es una acción

intencional que depende de la percepción del color negro que sería el contenido primario.

La verdadera posición de Husserl es que sobre el hecho, la materia de la conciencia

(hyle) por pura repetición y asociación de contenidos primarios surge –porque la asociación

siempre es creativa, constitutiva- la interpretación de los contenidos primarios. Si lo

explicamos mereológicamente quiere decir esto que los contenidos primarios son partes

independientes de la conciencia pero que se reúnen para fundar entre todos ellos una forma

unitaria que es el sentido de la aprehensión. Cuando hay una totalidad (una vivencia es una

totalidad) esta totalidad que es la vivencia o bien está constituida por partes todas ellas no

independientes que se reúnen por esencia, o bien –y esta es la única alternativa de la

mereología de Husserl- las partes son de suyo independientes pero todas juntas fundan un

momentum o factor de unidad que es una parte no independiente del todo fundada en las

partes independientes que lo constituyen. En efecto, todos los todos tienen una parte al

menos que es no independiente del todo. Por esto, todos los todos en esa misma medida

tienen esencia porque tienen al menos una parte necesaria ya que tienen una parte no

independiente; y si es no independiente es por necesidad no independiente50

. La tesis que

quiere sostener Husserl aquí es que los contenidos primarios hacen surgir asociativamente

las interpretaciones trascendentales que no son conceptos, ni formas a priori, ni tampoco

esquemas kantianos –aunque se les parecen-, sino que son justamente factores de unidad

[gestalten Einheits momente] obtenidos mediante la mereología aplicada. Estos factores de

unidad deben necesariamente corresponderse con los factores de unidad que son propios de

las cosas que yo estoy percibiendo. ¿Pero que garantiza la adecuada correspondencia entre

ambos? No lo sabemos y al parecer esto es obra de una complejísima síntesis de

cumplimiento o la divina providencia. Esta misma pregunta la hicimos en el primer

50

“tengo una intuición singular, o varias intuiciones singulares, de rojo; retengo la pura inmanencia; me

cuido de llevar a cabo la reducción fenomenológica. Prescindo de lo que de otra parte signifique el rojo;

separo como qué esté apercibido transcendentemente (por ejemplo como el rojo de un papel secante que esta

sobre mi mesa); y ahora, puramente viendo, llevo a cabo el sentido del pensamiento de rojo en general, de

rojo in specie (por ejemplo: lo universal idéntico destacado visualmente a partir de esto y aquello otro). Ahora

ya no está mentado el objeto singular como tal; no está mentado esto o aquello, sino rojo en general”

(Husserl: 1982c, L IV, p.69-70).

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capítulo, cuando intentábamos saber que permitía la adecuación entre el objeto que es

intencionado y el objeto tal y como es intencionado. Y es que de no haber correspondencia

adecuada mi percepción de cosas sería totalmente fallida desde el principio y por tanto,

bueno ya saben las consecuencias. Las proyecciones se han producido –cosa que habrá de

explicarse mejor- y los factores de unidad de esas proyecciones han surgido

asociativamente y son las interpretaciones elementales que lanzamos sobre el mundo de los

objetos.

¿Cómo aplicar esto a la autoconciencia irrefleja? En un acto simple de la

sensibilidad que siempre es vivido yo tengo la cosa con todas sus propiedades sensibles, no

los contenidos primarios, sino la cosa con sus contenidos sensibles pues es claro que yo no

veo la aprehensión sino el sentido de la aprehensión51

. Si paso a la conciencia irrefleja yo

tendría la necesidad de decir que todo el acto pasa a ser una parte de un todo mayor. Aquí

en principio no hay aprehensión de nada sino que toda la vivencia misma por así decir pasa

a estar en rol de una vivencia totalmente nueva que tiene que decir que su propio contenido

primario es toda la vivencia anterior. ¿Y esto que quiere decir? Lo que ha sucedido es que

para hacer viable la aplicación del esquema mereológico a la autoconciencia no refleja una

vivencia debe presentarse como siendo parte elemental de otra vivencia actual. Se presenta

la vivencia como dándose del mismo modo, como si fuera una parte propiamente suya de

la actual vivencia; es por ello que ahí hay adecuación, algo que permite la autodonación

absoluta y una evidencia que no hay manera de criticar. Al aplicar la mereología a la

autoconciencia irefleja algo que no se puede evitar es introducir una palabra que hasta el

momento no ha surgido temáticamente en toda la exposición. En el momento en que

Husserl introduce el problema de la autoconciencia introduce el problema del tiempo.

Pero cómo una vivencia es abarcada por otra a tal punto que la primera es parte

constituyentemente fundamental de la segunda que ni siquiera dios o cualquier genio

maligno podría intervenir en la evidencia que se logra por la adecuación de estas dos

vivencias. Mas ¿cómo ocurre tal cosa? Digamos que no le creemos a Husserl que sea causa

de la divina providencia. La única explicación posible es mereológica. Atentos: sabemos

que toda vivencia es particular, única e irrepetible, y que cada una tiene algo así como una

51

Con esto la fenomenología tiene un grave problema para tratar de explicar el realismo que hay aquí

implícito, ¿Cómo explicarlo a raíz del esquema de la reducción que se ha sostenido hasta ahora?

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esencia intencional que es parte del todo del acto. Entonces toda vivencia intencional

mienta un contenido esencial. La dificultad se genera cuando se intenta explicar cómo el

contenido esencial de una vivencia es abarcada por otra como en una sucesión. La

dificultad desaparece suponiendo una gradación en el contenido esencial y aplicando a esta

gradación la mereología. Si bien dijimos que la esencia intencional es únicamente lo que

hace que una vivencia sea esa y no otra, creo que no incurrimos en error si creemos o

entendemos este contenido esencial, al menos momentáneamente, como una esencia en el

sentido de lo a priori. Suponiendo esto, las esencias que se encontrarían digámoslo como

en la vivencia misma tendrían que ser objetivas e ideales y no meras funciones del sujeto

como es el caso de las categorías del filósofo idealista. Si las esencias son objetos ideales es

porque son formales. Pero la aplicación de la mereología solo es posible si además de las

esencias formales, o mejor dicho, dentro del grupo de las esencias puramente formales se

reconoce la existencia de esencias materiales. El descubrimiento de un a priori material52

es lo que permite un análisis mereológico de la esencia intencional de una vivencia (esto

únicamente suponiendo que la esencia intencional es un objeto ideal). El carácter

fundamental de las esencias tanto formales como materiales es su universalidad e identidad

respecto de la pluralidad de objetos cuyas esencias son. Pero entre estos dos modos

esenciales las segundas poseen justamente una materia, un contenido material que como ya

se explicó no son otra cosa más que un complejo de notas o partes ingredientes que fundan.

Ahora puede venir en ayuda el ejemplo de la percepción del color rojo citado en el

pie de página anterior. Las esencias materiales (en el ejemplo: la esencia material rojo in

specie) ya no por asociación sino más bien mediante un proceso de fundamentación fundan

una esencia puramente formal (en el ejemplo: rojo como lo universal idéntico, como color).

El complejo de notas de la esencia material depende, se constituye, para seguir en los

términos que hemos empleado hasta aquí, a partir de las notas que pueden hallarse en los

objetos. A su vez, no todas las notas que pueden hallarse en los objetos ingresan en las

respectivas esencias. Ingresan únicamente aquellas notas que tienen entre si una peculiar

relación de fundamentación. Por ejemplo, entre extensión y color hay una relación de

fundamentación toda vez que no podemos pensar un color sin que tenga extensión, de la

52

Cfr. (Husserl: 1986a, §9, §10, pp. 30-35); (Husserl: 2009a, §98, pp. 312-313); (Husserl: 1982a, §67, p.

202).

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misma forma como no podemos imaginar algo extenso sin ningún matiz de color. Color y

extensión se exigen, se fundan mutuamente. Pero como esto es mereología, tanto color

como extensión están subordinados en cuanto notas o partes ingredientes a una categoría

más general, más universal, a un sumo género.

Lo anterior ayudaría a comprender cómo el contenido intencional de una vivencia es

abarcado por otra vivencia más actual en calidad de contenido primario. Pero lo anterior

nos lleva a un aprieto ya que equiparamos fundamentación con adecuación. Hay una

adecuación entre las vivencias; pero lo que hacen las notas entre si es fundamentarse

mutuamente. Si tratamos de explicar esta adecuación podemos ver como el problema del

tiempo se inmiscuye. Ahora bien, al preguntar por el cómo de esta adecuación estamos

realmente indagando por aquello que unifica adecuadamente la adecuación entre las

vivencias, por aquello que da unidad a la conciencia; el problema no es otro más que el de

averiguar cuál es la forma de unidad de la propia conciencia, qué da unidad a los actos de la

conciencia. Pues si no averiguamos esto no podemos saber cómo hay autoconciencia. Una

posibilidad para este interrogante es: las vivencias intencionales son sucesivas y la

autoconciencia es el tiempo, aquello que permite hablar del “eterno rio heraclitiano de

fenómenos” (Husserl: 1982c, L III, p. 59); de “la corriente de las vivencias” (Husserl:

1986a, §34, p. 78). Entonces, ¿Qué es lo que hace que haya autoconciencia y que además

esa autoconciencia permita descubrir el tiempo? ¿Qué une la conciencia al tiempo? El

tiempo no es nuestro asunto pero podríamos puntualizar en lo siguiente: como una vivencia

no se pega a otra por su esencia, mediante fundamentación, pues que sea el tiempo la forma

de unir estas vivencias independientes.

Ahora podemos ver en toda su envergadura el camino que hasta aquí hemos

recorrido: como el camino cartesiano parecía conducir a la aporía, fue necesario subordinar

el análisis al método ontológico de la teoría de todos y partes y con esto afirmar un

realismo. El esquema global obtenido es el siguiente: dentro de lo que existe, la gran

totalidad que se llama mundo real y quizá su divina causa, hay un ser real, empírico,

contingente, un hecho que soy yo; el yo empírico o de la vigilia como le llamamos

anteriormente. En el yo empírico hay cuerpo y hay psiquis. Se deja de lado el cuerpo

reduciendo todo lo real a lo fenomenológico puro, que aquí es solamente una parte

independiente del yo que es la conciencia, el yo fenomenológico como diría Husserl; es

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decir, dentro del mundo estoy yo, dentro de mi está lo psíquico y dentro de lo psíquico está

la conciencia pura. Mostramos en el capítulo I, II, como mediante la reducción o epojé

trascendental se llega hasta la conciencia pura, hasta el yo fenomenológico, la subjetividad

trascendental como condición para el esclarecimiento del enigma, como una parte

independiente del yo que es la base epistemológica del conocimiento. Pero ahora vemos

que tras llegar a la conciencia pura hemos llegado igualmente hasta el tiempo

fenomenológico, y es aquí donde necesariamente debemos preguntarnos lo siguiente:

¿Cómo es que tengo autoconciencia?

Nos reducimos a la conciencia pura que es una parte del mundo y de mí mismo.

¿Pero qué es lo que unifica esta conciencia? Parece que es el tiempo. Podríamos utilizar un

yo pero bien dice Husserl que si ponemos un yo extra conciencia, un yo empírico como

principio de identificación introducimos todas las dificultades de la metafísica del yo.

Como evitar esto. Simple, la representación del yo es una representación empírica, pues

cada vez que yo reflexiono sobre un acto y digo que es mío –de ahí que me sea licito decir

cogito- lo que hago es vincular ese acto reflexivo al yo empírico. Las reflexiones habituales

son la vinculación de una vivencia pura con el yo empírico. La reducción no se trata por

tanto de una aniquilación del mundo o del yo empírico, es justamente una reducción. El yo

empírico es el que me permite decir yo, aunque se esté llamando yo fenomenológico al

conjunto total de la conciencia pura; porque si el verdadero yo fuera solo el conjunto total

de la conciencia pura, yo no podría decir yo más que justamente en solitario ubicado en el

palco VIP del teatro cartesiano. La palabra yo la enuncio reflexivamente en virtud de la

consistencia del yo empírico, de mi cuerpo, mis capacidades psíquicas habituales, que

forman parte del yo empírico. Con esto vinculo la reflexión al acto y es lo que me permite

decir: yo veo, yo pienso, etc.

De esto se deduce que la autoconciencia irrefleja que debe buscar

fundamentalmente cual es la unidad de la conciencia, no dice yo pero es la base para que se

pueda decir yo en la reflexión. Y es la base incluso para que llame yo fenomenológico a

este “trozo” o “factor” de mí mismo, como momento, como factor de unidad que se

constituye de partes esencialmente no independientes, contrariamente a las partes o

momentos independientes que son trozos o fragmentos. La tesis extraordinaria de Husserl

es esta: la forma de unidad del yo fenomenológico no es el tiempo sino la conciencia del

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tiempo. En otras palabras: la autoconciencia irrefleja, que es la conciencia del tiempo, de

alguna manera es la forma de unidad de la conciencia. Si es una forma de unidad,

ontológicamente tiene que haber sido dada por las partes que ella une; es decir, estar

fundada en las partes que ella une. Las formas de unidad ontológicamente como he dicho

antes son dependientes de aquello que une53

. Por qué decir, entonces, que la forma de

unidad del yo fenomenológico no es el tiempo fenomenológico sino la conciencia del

tiempo fenomenológico.

Se trata de lo siguiente. Para que haya conciencia del tiempo toda vivencia entera

debe entendérsela como una fase temporal. Pero esto resulta confuso porque toda vivencia

intencional es independiente, única e irrepetible. Se trata entonces de entender la vivencia

misma no como un límite en el fluir sino como un continuo siendo en el fluir, de lo

contrario no podríamos percibir ni conocer nada. Si la vivencia tiene que ser entendida

como siendo una fase temporal, entonces, es imprescindible que haya en ella pasado-futuro-

presente y no únicamente presente actual. En la fase vivencial de todo acto están contenidos

todos juntos y como sintetizados las tres dimensiones temporales, de tal manera que es muy

difícil o improbable mostrar, por ejemplo, donde termina el puro presente, donde arranca el

pasado retenido o el memorizado, o donde está la proyección hacia lo porvenir. En la

vivencia no hay límites ni líneas divisorias entre uno y otro pues en ella todo funciona

como una gran síntesis temporal, como adecuación justamente. La vivencia es entonces una

fase y por esto se considera como un acto simple. Pero estas vivencias simples nos

conducen, ya lo vimos a la aporía, qué posibilidades hay para evitar esto. Las posibilidades

serían que cada uno de los sectores de esta fase hiciera su proyección sobre la conciencia

del tiempo. Y esta es la teoría que Husserl intenta mantener. Es decir: la autoconciencia no

refleja, que es la conciencia del tiempo, es lo que es gracias a las proyecciones de las

“partes” del tiempo. Es como si Husserl creyera que hay unas sensaciones de tiempo que

proyectan sobre la autoconciencia zonas que permiten que haya conciencia del tiempo y no

solamente tiempo54

.

Esta teoría le permite a Husserl explicar la conciencia del tiempo como una forma

de unidad, pero le lleva evidentemente a un problema difícil de superar: si la conciencia del

53

- “La cosa es la unidad intencional, lo idénticamente uno de lo que se tiene conciencia en el fluir continuo y

regulado de las multiplicidades de la percepción que pasan unas a otras” (Husserl: 1986a, §41, p. 93). 54

Cfr. (Husserl: 1986a, §81, §85, §113).

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tiempo es una unidad, cómo hace el pasado y el futuro para proyectarse sobre la

autoconciencia a sabiendas de que el pasado en cuanto pasado no puede mandarte ninguna

proyección porque pasó y ya no es, y el futuro como futuro mucho menos porque no ha

llegado aún. Del problema se deduce que la verdadera proyección sería la del puro presente

sobre el presente. Si la conciencia del tiempo fuera de verdad una forma fundada de unidad,

entonces, es muy cierto que el pasado y el futuro para fundar esa forma de unidad tendrían

que estar de alguna manera enviándoles tales proyecciones para que la forma como unidad

pudiera surgir, digámoslo, como asociativamente de nueva fase a partir de ese contenido

primario que es el material básico. El problema es justamente que no caben tales

proyecciones. Dicho de otra manera: la conciencia del tiempo en realidad –si tuviéramos

que expresarnos en términos de la teoría que aquí se ha mostrado- no serían puras

proyecciones sino que sería más bien por el contrario pura Auffassung sin proyección, esto

es, pura aprehensión sin proyección. Mejor dicho, pura acción intencional híperpasiva que

se logra mediante la síntesis, pero que al ser intencional no es mera sensación de nada. Pero

aquí sucede algo en extremo curioso y es que cuando intentamos aprehender el presente

este ya no es, es decir, incluso si la pura aprehensión solo es posible en el puro presente,

pues tal presente no existe, siempre se nos escapa. Retener el pasado es una Auffasung de

alguna manera pero sin contenido primario que aprehender; por eso estrictamente no puedo

decir que sea una u otra. Es algo así como un anzuelo para pescar que el presente lanza

sobre el pasado para retenerlo: no se trata de que el pasado esté presente en el presente pues

el pasado es pasado y solo puede estar presente como pasado. Por tanto, la retención no la

hace el pasado ni tampoco el tiempo, sino, la conciencia del tiempo. Lo mismo sucede con

el futuro, pero, lógicamente en sentido diferente en el cual no hay retención sino

anticipación, esto es, una protensión hacia lo porvenir55

.

¿Cómo representar bien la conciencia del tiempo? La conciencia del tiempo en

realidad tiene exactamente la misma forma toda nuestra vida. El sentido de la palabra yo se

funda aquí, en esta autoconciencia que en realidad nunca varía. Lo que varía son los

contenidos que ella tiene que retener y protender pero no la autoconciencia misma; ella

siempre está siendo, siempre es inamoviblemente. Es algo así (de esto solo se habló

después de Husserl) como una acción del proto-yo y nada más. Entonces, la forma de

55

Cfr: (Hua XXXIX, pp. 127, 179); (Husserl: 1986a, §§113, 118); (Husserl: 1966, §2, p. 8-10).

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unidad de la que hemos hablado no es más que una proto-acción del proto-yo; ella siempre

es fija, está siempre ahora, como algo que no fluye, que no aumenta ni se altera. Por tanto

es como el lugar fijo desde el cual puedo con toda certeza decir para mí mismo y con toda

evidencia yo. Aunque sin embargo diga yo pero refiriéndome en todo momento al yo

empírico completo en cuya base esta aquel sustrato que siempre es fijo. La autoconciencia

nunca se mueve de un presente fijo.

Aquí la mereología ya nada puede hacer pues entender la autoconciencia en este

sentido es casi equiparable a sostener que hay una forma de unidad que es pre-intuible y

que es acción intencional, que es un als, una interpretación en el presente pero siendo como

un recién pasado, como un recién futuro. Si nos fijamos en el análisis anterior lo que hemos

dicho es lo siguiente: se han descrito contenidos primarios como partes vivenciales del acto

de los cuales no cabe dudar y que ni siquiera el genio maligno puede hacerme creer lo

contrario pues “dudar de lo que es inmanente y es mentado como es, seria evidentemente

irracional” (Husserl: 1982b, Apéndice, IL VI, p. 773). De eso no hay duda, ni dios mismo

puede intervenir en mi creencia de que he visto el “libro negro de hojas blancas sobre la

mesa”, porque yo no he visto las sensaciones, sino el libro. El libro como libro, como

noema que es parte del acto. Además no puedo analizar el acto sin tener en cuenta que los

contenidos primarios son una elaboración respecto de los contenidos noemáticos sensibles.

Por esto el noema no garantiza la existencia del mundo. Lo que importa es el mundo vuelto

noema, vuelto sentido y como incluido dentro de la totalidad que es la conciencia, que ya

no es conciencia sino mónada. Entonces tenemos la siguiente formula: que la conciencia es

la vida o subjetividad trascendental incluida en ella el mundo pero como correlato de los

actos de la conciencia, el mundo como cogitatum, porque: “son la conciencia y las cosas un

todo bien ligado, bien ligado en las distintas unidades psicofísicas que llamamos seres

animados, bien ligado supremamente en la unidad real en sentido estricto del mundo

entero” (Husserl: 1986a, §39, p. 88). Todo se resume para nosotros en la importancia de la

subjetividad trascendental pues ahí yace la condición de posibilidad del todo que es la

autoconciencia irrefleja que es la conciencia del tiempo.

Con esto nos hemos alejado enormemente de las pretensiones de Husserl en La

idea. Pero aunque sea evidente cómo la fenomenología depende del realismo y la

mereología, la cuestión del conocimiento aún está en vilo. No es claro por qué después de

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haber rechazado cualquier síntoma de realismo en nuestra argumentación tuvimos que

recurrir nuevamente a él desde el contexto de las Investigaciones lógicas cuando se

intentaba analizar la estructura y los componentes de un acto simple de la sensibilidad.

Ahora bien, por cuanto nos ha servido de guía la argumentación de La idea creo que

es inevitable culminar el asunto con una breve descripción de lo propuesto en la IV y V

lección, que fue el punto donde quedamos casi al inicio de este parágrafo. Los momentos

de la línea expositiva serán comprendidos al tras luz nuevamente de la mereología, que

según dijimos se conserva incluso en textos posteriores como es el caso de LFT; de manera

semejante, se intentará ver hasta qué punto Husserl sigue creyendo en 1907 en la idea de

una ontología formal y consecuentemente en un realismo.

§3. Ontología formal y mereología

Habíamos visto ya como Husserl resuelve que el verdadero enigma es la

trascendencia, y habíamos propuesto hacia el final del capítulo II un modo de abordar tal

problema. En el capítulo III tras llegar inevitablemente a una circularidad dentro del propio

esquema argumentativo de La idea se optó por la tematización de la subjetividad

trascendental contemplando la posibilidad de un abordaje mereológico fundamentado en la

forma de un realismo. Pero bien, si recordamos nuevamente la pregunta de ¿Qué es lo que

haya Husserl en la subjetividad trascendental? y al intentar responderla con los argumentos

de las dos últimas lecciones, encontramos evidentemente que el esquema mereológico aún

persiste. ¿De qué forma? Veamos: Cuando se logra mediante la reducción el cogito, la

esfera toda de los actos intencionales del yo fenomenológico, los fenómenos puros, se

descubre que tales son, por obvias razones, fenómenos particulares, individuales, únicos e

irrepetibles. Se lleva a cabo el examen de esta región de fenómenos puros y se deduce que

tales fenómenos cognoscitivos singulares que van y vienen en el fluir de la conciencia “no

es el objeto de la averiguación fenomenológica” (Husserl: 1982c, L IV, p. 68). ¿Entonces

cuáles son los objetos asunto de la fenomenología? Se responde: las cosas mismas “los

datos absolutos genéricos […] el objeto universal […] las esencias universales” (Husserl:

1982c, L IV, p. 68). Aquí nos encontramos justamente en el mismo punto de partida que en

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las Investigaciones lógicas: el conocimiento de lo universal, de las formas esenciales, las

categorías o conceptos lógicos.

El interés en La idea persiste en la reflexión de conceptos lógicos en cuanto

conceptos del conocimiento, según bien ha dicho Richir. El primer obstáculo que parece

presentarse es cómo lo particular participa de lo universal si ya desde antaño es claro que

“toda parte ingrediente del fenómeno cognoscitivo –este objeto singular fenomenológico-

es, a su vez, un objeto singular; luego lo universal, que no es, por cierto, algo singular, no

puede estar contenido como ingrediente en la conciencia de lo universal” (Husserl: 1982c,

L IV, p. 69). La respuesta nuevamente es mereológica. Lo explicamos anticipadamente con

el ejemplo que pone Husserl del color rojo, anotando simplemente cómo sobre la base de

algo singularmente intuido puede generarse la conciencia de lo universal. Si habíamos

creído que lo propio del método fenomenológico consistía en la operación de la epojé,

resulta ahora que lo característico de la actitud reflexiva es la intuición o la captación de

esencias.

Vamos por ultimo a describir el proceso de ascenso a los sumos géneros para ver en

ello la persistencia del esquema mereológico formal según el ejemplo de la nota 50 de este

texto. Le interesa al método la reflexión de los conceptos lógicos que son las formas o

sentidos de todo pensar racional, ideas que son objetos universales. El camino que conduce

a los géneros máximos tiene en consideración el proceso de ascenso que propone Platón en

el Libro VII de Republica, en el Teeteto y el Sofista.

Concentrémonos en los dos últimos, suponiendo que harto se conoce la

argumentación del primero. Partamos de la siguiente consideración esencial. Según Platón

existe una separación ontológica entre las ideas y las cosas sensibles y además una

dependencia en virtud de la cual las cosas sensibles reciben su inteligibilidad de las ideas.

La idea suprema es el Bien y el movimiento ascendente que permite escalar a través de

ideas o principios más elevados es el método de la dialéctica; pero el movimiento también

puede ser descendente (Rep. VI, 511 b-c). Sin las ideas no es posible el conocimiento de lo

sensible. Si preguntamos entonces por ¿Qué es el saber? (Teeteto 147a), este debe ser

infalible y conocimiento de lo que es (Teeteto 152 c). Solo puede ser infalible el

conocimiento ideal y esto es lo que prueba Platón en el Teeteto con respecto a las

sensaciones, percepciones, opiniones y juicios. La idea de Bien junto con otras ideas

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supremas que dotan de inteligibilidad al mundo sensible yacen en un nivel superior en el

que hay jerarquías entre los grandes géneros o ideas supremas. Aparte de la idea de Bien

hacen parte del “mundo de las ideas” los siguientes géneros máximos: movimiento, reposo,

ser, mismidad y diferencia. En el Sofista (249d-259d) Platón describe como puede ser la

comunión de estos géneros y la jerarquización que hay entre ellos. Lo que podemos deducir

es que tales ideas o géneros máximos componen un sistema de relaciones asociativas entre

ellos, necesariamente ideal, que no es arbitraria. Y si estas formas o ideas componen un

sistema ontológico de relaciones esenciales es porque no son una colección de entidades

capaces de entrar en cualquier tipo de relación unas con otras. Algunos géneros se

combinan y establecen relaciones muy específicas que es imposible establecer con otros

géneros. Para revelar estas relaciones ha de disponerse de un método eficaz, de un arte

especial que Platón llama ciencia dialéctica (dialektiké episteme) que es una técnica de

dialogo filosófico que consiste en enunciar preguntas, sin que ello implique responderlas

plenamente, para dar cuenta de una Idea. Con la aplicación de esta técnica en el Sofista

Platón deduce las siguientes relaciones entre los cinco géneros máximos: 1) todo gran

genero difiere de otro; 2) el Ser, la Mismidad y la Diferencia son predicables entre si y son

predicables al tiempo del Movimiento y el Reposo; 3) el Movimiento y el Reposo no son

predicables entre sí.

Husserl igual que Platón está interesado en el análisis metódico de estos géneros.

También Hume estuvo preocupado por la asociación que estas ideas establecen entre sí.

Husserl a diferencia de Platón concibe los Géneros en el sentido de categorías lógicas

constituyentes y fundantes de una región analítica que recibe el nombre de ontología

formal56

. Las categorías lógicas y analíticas que Husserl distingue son meras formas

56

La importancia de la región analítica y sus categorías no es un tema que ocupo únicamente a filósofos como

Husserl o Wittgenstein hacia la primera mitad del siglo XX. Ya Aristóteles en De interpretatione 16a19-17a9,

establece la clara distinción de los ingredientes fundamentales de todo juicio asignándole una función especial

a las categorías. Para Aristóteles todo juicio se compone básicamente de dos miembros que comparten una

relación de complementariedad lógica: un sustrato acerca del cual se enuncia algo y aquello

que se predica o se enuncia de ese sustrato No solamente para Husserl sino también para

toda la tradición filosófica es claro que con Aristóteles se funda el primer modelo acerca de la naturaleza del

juzgar aceptando que el esquema básico de todo juicio es el copulativo, reducible a la forma fundamental S es

P. Sin embargo parece ser que para el filósofo alemán el aporte más importante del estagirita consistió en la

descripción, más no una definición, de las llamadas categorías o predicamentos 2a-11b15 (entidad, cantidad,

cualidad, relación, lugar, tiempo, situación, estado, acción, pasión); toda una colección de conceptos que

corresponderían a los distintos tipos de existencia que puede tener el referente de un término cualquiera,

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vacías, es decir, conceptos independientes de toda materia del conocimiento, que no tienen

en cuenta ninguna determinación material de objetos y que, por tanto, son algo

radicalmente no-cualitativo. En tanto categorías de la región analítica son como “formas”

que requieren un cumplimiento material con el cual algo como un objeto pueda ser, al

tiempo que son independientes de su “posible cumplimiento. Estas formas categoriales,

pues, no son objetos reales ni tampoco contenidos de conciencia sino formas universales

irreales, en las cuales todo lo cognoscible debe encajar, el presupuesto de toda existencia

real.

Husserl pone como ejemplos de estas categorías a los conceptos de propiedad,

cualidad relativa, relación, identidad, igualdad, conjunto o colección, número, todo y parte,

género y especie. Ellos funcionan a modo de formas significados universales capaces de

con-formar estructuras complejas no arbitrarias, gobernadas por leyes tal y como sucede

también con los conceptos de la lógica formal; ambos son independientes de la

particularidad material de todo conocimiento. Esto supone que mediante un modo de

intuición que necesariamente debe ser esencial y por abstracción eidética (en

contraposición a la empírica como forma de conciencia en que aprehendemos o ponemos la

realidad o la existencia) somos capaces de asir las propiedades de estas estructuras dadas de

un modo tal como para establecer de una sola vez las propiedades de todas las estructuras

formalmente similares. Deben incluirse además en la generalidad de la región analítica las

categorías significativas, las llamadas esencias materiales, “los conceptos fundamentales de

las diversas formas de proposiciones, miembros y formas de esta, conceptos que son

inherentes a la esencia de la proposición (apófansis)” (Husserl: 1986a, §10, p. 34).

En estrecha relación ideal con estas esencias materiales o categorías significativas,

se hallan las categorías objetivas formales o puras, tales como objeto, situación objetiva,

unidad, pluralidad, relación, combinación: “en ambos casos se trata exclusivamente de

conceptos que son independientes de la particular índole de toda materia del conocimiento

[…] y a los cuales han de subordinarse necesariamente todos los conceptos y objetos,

proposiciones y situaciones objetivas que figuran especialmente en el pensamiento”

predicado o sujeto, tal como se revela a partir del análisis de los enunciados en que dicho termino puede

insertarse.

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(Husserl: 1982a, §67, p. 202). Se requiere, por tanto, necesariamente una distinción entre

dos tipos de esencias o ideas: de un lado, aquellas que se agrupan alrededor de la idea vacía

de un “objeto en general”, y se enlazan con este objeto mediante axiomas ontológicos

formales (algo, uno, objeto, propiedad, relación, enlace, pluralidad, numero, orden, numero

ordinal, todo, parte, magnitud, etc.); y por el otro, aquellas ideas que a diferencia de las

primeras expresan, por su parte, algo que contiene una cosa, categorías significativas que se

ordenan en torno a diferentes géneros supremos de cosas en las cuales arraigan ontologías

materiales (casa, árbol, color, sonido, espacio, sensación, sentimiento). Así pues, en virtud

de estos dos modos ideales logra Husserl establecer determinaciones fundamentales acerca

de proposiciones analíticas a partir de la división cardinal entre la esfera de las esencias

formales y materiales que constituyen una región analítica que recibe el nombre de

ontología formal.

Tenemos entonces ideas o esencias como formas ontológicas y significaciones

(materiales) ínsitas en una región formal que se extiende y amplía por causa de las

relaciones que estas ideas formales establecen entre si hasta completar una ontología formal

que a su vez se relaciona con otras ontologías formales y van poco a poco delimitando una

nueva región formal que se extiende hasta ser una “mathesis universalis” (Husserl: 1986,

§8, p. 30). Los universales o sumos géneros son los objetos de esta ontología formal. Al

tiempo son los objetos cuyas relaciones busca establecer la fenomenología. Pero son

también los objetos de la reflexión del yo fenomenológico. En la sección anterior lo que

tratamos de establecer fue la participación de la conciencia de esta universalidad objetiva y

ello bajo el supuesto de Husserl de la posibilidad misma de un análisis mereológico de la

vida intencional. Un análisis que partía del rechazo de un yo idéntico, unificador y

extraconsciente en virtud de la tematización de otra dimensión del yo bajo la noción de yo

puro o fenomenológico. Lo que concluimos fue que las esencias como sentidos y formas

son constituidas en los actos del pensar y conocer de la conciencia pura por la efectuación

de la acción intencional del yo puro que se revela al tiempo como la función significativa

de la conciencia.

No obstante, al sostener la posibilidad de un análisis mereológico de la vida

intencional, Husserl ni más ni menos está sosteniendo la fortísima tesis de que todo en

absoluto, todo lo que es, “el espíritu absoluto” (Husserl: 2005, §18g, p. 118), está dominado

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por la legalidad uniforme de una ontología formal cuyas nociones fundamentales –y casi

que tenemos que decir trascendentales- son las de todo y parte. Esta tesis es fortísima

porque como vemos las descripciones del ser de los actos de la vida intencional del yo puro

la suponen, y haciéndolo se constatan en el desarrollo del análisis mismo consecuencias

fundamentales sobre tal suposición: que el yo puro es un todo que sin embargo es una

sector o dimensión del yo empírico; que el mundo es una parte de la conciencia, de la

totalidad fenomenológica que constituye el yo puro; que los sentidos y formas con los que

el yo se refiere a las cosas del mundo se constituyen por asociación de partes; que los

objetos trascendentes son objetos significados por el yo solo en la medida en que se

constituyen estos por una combinación de elementos que pertenecen todos a la totalidad

fenomenológica de los actos del yo como contenidos ingredientes o intencionales; que hay

algo así como vivencias relativamente concretas, abstraíbles, que son como partes o

momentos de ese todo que es el torrente de las vivencias del yo, etc. La consecuencia más

radical que podríamos extraer de la aplicación del análisis mereológico a la vida intencional

del yo, en efecto, a la realidad y al mundo, es la suposición de una concepción pluralista de

la realidad o bien una concepción monista. Y la historia de la filosofía nos ha enseñado

bastante bien lo que sucede cuando se toma partido por una de estas dos concepciones. Sin

embargo parece que Husserl es partidario de ambas posturas; parece avalar con su

mereología formal una suerte de monadología que tiene la forma de un idealismo

metafísico al tiempo que sostiene una teoría de las multiplicidades o pluralidad de

sustancias.

Ahora bien, de todas las consecuencias que puedan extraerse de la aplicación del

método mereológico a la vida intencional del yo puro queremos poner el énfasis en una que

nos permitirá anclar la argumentación con la última sección: es la suposición de que hay

vivencias concretas, relativamente independientes, que pueden ser analizadas por separado

–en virtud de tal suposición hablamos de la materia, la cualidad y la esencia intencional

como los componentes fundamentales de todo acto simple, de toda vivencia intencional.

Ciertamente esta suposición es una abstracción de la aplicación del mismo método.

Recordemos el ejemplo del color rojo. ¿Cómo logramos participar en un acto de los objetos

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104

universales57

? La respuesta de Husserl es mereológica: “percibiendo el color y practicando

la reducción obtengo el fenómeno puro de color; y si llevo a cabo ahora una abstracción

pura, entonces obtengo la esencia de color fenomenológico en general” (Husserl: 1982c, L

V, p. 79). A simple vista todo parece fácil, el verdadero conocimiento, infalible, de lo

universal además de posible es muy simple de lograr. Solo necesitamos percibir y abstraer

o sería mejor decir paciencia y barajar58

.

Sin embargo, es preciso resaltar algunas dificultades no tan a la vista tras aplicar a la

conciencia las nociones generales que se obtienen en la mereología. La primera de ellas

tiene que ver con el sometimiento de la mereología al “principio de todos los principios” y

en menor medida con la dependencia del principio cuatro. Es lo que más se resalta en la

sección anterior cuando se afirma que la constitución de formas y sentidos, como

“momentos” o “factores de unidad” que surgen por la interpretación de la aprehensión de

ciertos contenidos primarios que se han proyectado sobre la materia de la conciencia, es

gracias a que cabe la posibilidad del análisis de un acto simple. Solo porque se supone que

hay vivencias o actos intencionales concretos el análisis es posible. Actos como

percepciones y abstracciones que donan de si en la intuición originaria tales o cuales

factores de unidad. Sobre la base del principio tres y cuatro, la primera dificultad radica en

que el análisis solo puede estar referido a la fuerza en cada caso a una vivencia particular

concreta pero solo en cuanto esta haga parte constituyentemente fundamental del presente

vivido en que cada caso el análisis se refiere exclusivamente a esa vivencia. En otras

palabras, aplicar a la vida intencional de los actos de conciencia las nociones

trascendentales de la mereología implica suponer la existencia de vivencias concretas que

son fases o momentos de un todo fluyente que es la conciencia misma. Parece haber

contradicción, porque ¿Cómo es posible tener por objeto una vivencia en esta continuidad

ininterrumpida? A la pregunta le sumamos el inconveniente de la coincidencia de un

sentido constituido por una vivencia con el sentido constituido en la siguiente vivencia

inmediata y a su vez el sentido de una nueva vivencia que ya se anticipa, y así

sucesivamente. Porque tal como se ha mostrado los sentidos son unidades de sentido que

57

“Pero ¿puede realmente un objeto universal, pueden realmente esencias universales y sus correspondientes

situaciones objetivas universales llegar a darse ellas mismas en igual sentido que una cogitatio?” (Husserl:

1982c, L IV, p. 68). 58

El Quijote, Capitulo XXIII, Parte II.

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105

son constituidos en las vivencias ciertamente pero en ese presente vivido al que le es propio

dos características cuyos sentidos son opuestos y contradictorios: un presente que es una

fase o un ahora momentáneo de tiempo y un presente que es un continuo siendo. La

primera dificultad, por tanto, tiene que ver con la naturaleza de ese presente viviente que es

la fuente misma de donde bebe la intuición que dona de si originariamente, por aprehensión

e interpretación, unidades de sentido.

Esta primera dificultad pone en claro la inextensión del presente vivido; un presente

que dura lo que dura solo para dejarse analizar, como una fase, si y solo si a la vez se dilata

hacia la fase del presente que le antecede y hacia la fase que le precede. Un presente

dilatado que parece estar pegado por anzuelos y contener un poquito del pasado más

inmediato y un tris de anticipación hacia lo porvenir. La segunda dificultad se deriva de la

primera ¿Cómo es posible hablar razonablemente acerca de uno de esos presentes dilatados

a los que constantemente estamos atendiendo en la intuición originaria mientras los vivimos

al tiempo como una vivencia y como pertenecientes a un todo relativamente concreto y

continuo? Pero aunque parece haber aquí contradicción toda vez que quien se limita como

Husserl a describir el ser de la cogitatio afirmando ingenuamente que la dilatación temporal

de la vida intencional de la conciencia está constituida de fases temporales todas concretas

–independientes- y dependientes de un todo, lo cierto es que el análisis procede a afirmar en

sus descripciones que la función significadora de la conciencia, es decir, el proceso de

constitución de sentido, surge como una milagrosa fusión continua del presente con el

pasado, y del futuro con el pasado por medio del presente. Ahora bien, es solo por esto que

las menciones vacías que podemos tener de un objeto son cumplibles en la esfera del

presente. Solo por esta aparente dificultad, nada nunca nos es absolutamente nuevo, porque

todo –incluso un escorzo del objeto- es anticipable o esperable, incluso en un horizonte

externo. Sin embargo la fusión de estos presentes dilatados supone al tiempo una

estratificación en la fase del presente.

Para finalizar y con respecto al asunto de esta sección cabe apuntar lo siguiente de

cara a la descripción del conocimiento de lo universal que ofrece las Lecciones. Se ha

concluido ciertamente que las esencias son el objeto de la reflexión del yo fenomenológico

y que hay además “múltiples modos de objeto y, con ellos, múltiples modos del llamado

«darse los objetos»” (Husserl: 1982c, L IV, p. 78). Vimos como el objeto intencional, que

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106

poco importa el modo en que sea mentado (percepción, recuerdo, fantasía, rememoración),

es constituido en la unidad de la esencia intencional del acto, en la materia y en la cualidad

exactamente. La quinta lección se dedica exclusivamente al análisis de un objeto dado en el

modo del recuerdo. ¿Por qué? Dos cosas simples: la primera es que lo objetivo trascendente

no representa ya ningún enigma, pues claramente el logro de las cuatro lecciones que le

anteceden consiste en señalar cómo es la constitución de la esencia singular y de la

conciencia de lo universal, es decir, cómo a partir de una percepción sensible primero

practicando la reducción y luego sobre la base lograda por la reducción mediante

abstracción pura se captan esencias o se reflexiona sobre conceptos puramente lógicos. La

segunda es que cuando se hace análisis del recuerdo como acto se introduce el problema de

la temporalidad; y con la temporalidad adviene la cuestión de la autoconciencia irrefleja,

esto es, el problema de la constitución de la conciencia del tiempo59

.

El acto del recuerdo60

ofrece “entretejidas unas con otras, distintas formas de objeto

y modos de darse” (Husserl: 1982c, L V, p. 79), esta es la importancia que resalta. Sobre

todo porque tenemos recuerdo no solo de percepciones sino además de fantasías,

imaginaciones, ficciones, etc. Y las esencias que se dan en estos actos (que pueden ser

esencias materiales) mediante fundamentación remiten a esencias más generales. Ya hemos

dicho lo suficiente como para entender por qué no podemos elevarnos, mediante la

abstracción pura, a la intuición de la esencia de un objeto sin apoyarnos en la intuición

empírica de ese objeto, pues de facto comprendimos mediante el esquema mereológico que

de la intuición empírica de un objeto podemos elevarnos siempre –aunque de hecho no nos

elevamos muchas veces por ser ingenuos- a la intuición de su esencia. Cuando, viendo o

imaginando un color cualquiera, intuimos lo que color es en esencia, y decimos que no cabe

color sin extensión, este juicio no es necesariamente valido simplemente porque el color

que vemos o imaginamos tiene extensión, sino porque intuimos que el color es en su

esencia extenso, es decir, que exige una extensión sobre la cual desplegarse y ser color.

Pero como color y extensión se exigen y se fundan mutuamente ambas esencias materiales

59

“en la percepción y su retención se constituye el objeto temporal originario; solo en una tal conciencia

puede estar dado el tiempo” (Husserl: 1982c, L V, p. 84). 60

El acto del recuerdo posee, además, la peculiaridad de ser un acto mixto. Para una ampliación véase mi

traducción en los apéndices del texto Perception et imagination: La problématique des actes mixtes (Hervy:

2013).

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–si tenemos en mente el esquema mereológico- son notas o partes que pueden ingresar

como ingredientes de una esencia mucho más formal. Este ingresar tiene el aspecto de una

reducción que ya no es gnoseológica sino eidética. El método eidético mediante la

aplicación de la teoría de todos y partes consiste en ir descubriendo y describiendo en las

esencias materiales –de la percepción, la fantasía o la imaginación- notas relacionadas entre

sí por fundamentación.

De este modo obtenemos que “en la conciencia de lo universal, levantada sobre

percepción o fantasía, se constituye lo universal” (Husserl: 1982c, L V, p. 84-85). El

problema de la constitución es lo último que se alude en la quinta lección a forma de

itinerario para el futuro donde el darse y el constituirse de los diversos modos de objeto se

pone como tema de las investigaciones venideras, como ocurre –lo pudimos ver- en la

Síntesis pasiva. Con todo, las lecciones en La idea finalizan destacando la importancia de lo

evidentemente dado bien sea en cuanto lo percibido, representado, fingido, lo ficticio, e

incluso lo completamente absurdo, por ejemplo la fantasía de un cuadrado redondo. El

darse, concluye Husserl: “es un darse en el fenómeno de conocimiento, en el fenómeno de

un pensamiento en el sentido de la palabra […] vemos en el darse que el objeto se

constituye en el conocimiento” (Husserl: 1982c, L V, p. 88-89).

Vemos claramente cuál es la esencia de la fenomenología del conocimiento: el

esclarecimiento de la correlación intencional a priori de los actos de la conciencia con la

trascendencia, la resolución de las perplejidades y el enigma en el que consecuentemente

deriva toda explicación naturalista sobre el conocimiento, es decir, sobre el modo en que el

objeto es dado absolutamente en el acto. Este darse absolutamente, lo vimos, es producto

de un acto de síntesis de la conciencia y además es aquel todo unitario que se constituye en

la multiplicidad y en el fluir asociativo de partes independientes y no-independientes que le

forman. El darse, por tanto, como constitución, es pura donación de sentido en el que la

cosa –trascendente- aparece con toda claridad única y exclusivamente si nos movemos en la

esfera de lo logrado por las reducciones gnoseológica y eidética. Así pues, los problemas

del darse son “los problemas de la constitución de objetos de toda especie en el

conocimiento. La fenomenología del conocimiento es ciencia de los fenómenos

cognoscitivos en este doble sentido: ciencia de los conocimientos como fenómenos,

manifestaciones, actos de la conciencia en que se exhiben, en que se hacen conscientes,

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108

pasiva o activamente, tales o cuales objetos; y, por otra parte, ciencia de estos objetos

mismos en cuanto que se exhiben de este modo” (Husserl: 1982c, Curso de ideas, p. 104-

105). Sin embargo, como ya se ha indicado muchas veces Husserl nunca conforme con

nada problematiza lo conseguido hacia el final de sus lecciones indicando que el darse algo

en la conciencia como un puro ver las cosas ¿no es acaso un milagro? Con esta pregunta lo

que intenta Husserl es indagar por la legitimidad del darse, ya que aún no es claro para él

“donde comienza y donde termina este constituir de objetos” (Husserl: 1982c, L V, p. 85).

§4. La problemática de la asociación y del presente estratificado61

La problemática de la asociación está referida para nosotros a dos asuntos

importantes que hemos sostenido a los largo del texto. El primero de ellos se deriva de la

dificultad de la coincidencia de las determinables de los sentidos que deben

corresponderse con la del sentido total de la unidad de sentido del caso (Husserl: 1986a,

§131, p. 314). Esta dificultad fue referida en el primer capítulo cuando se expuso los

componentes de la capa nuclear del nóema. El segundo asunto está referido al “sistema de

convergencia” que se va estructurando dentro del horizonte de remisión [Verweisung] por

efecto de la función significativa de la conciencia que garantiza no solo la constitución

adecuada de las unidades de sentido sino además la plenificación sin tropiezo de las

intenciones vacías del horizonte interno o externo. Habíamos señalado que este segundo

asunto deriva en un problema dificilísimo de resolver para la fenomenología porque

precisamente a tal sistema solo le es posible formarse [Gebilde] como convergencias que se

superponen entre sí dando apertura a una aporía que se ofrece en la fase de actualidad o del

presente donde la convergencia es posible. Esta aporía que mencionamos la ha puesto de

relieve el filósofo Marc Richir bajo el nombre de “La aporía del presente estratificado”

(Richir: 2004, §2, p. 14). Diremos algo al respecto y en relación con la problemática de la

asociación.

Lo que medianamente ha debido quedar claro es que los “momentos” o “factores”

de unidad que se constituyen en las vivencias puras como sentidos y formas son a la manera

61

Esta sección bosqueja a grandes rasgos lo que Richir llama “La aporía del presente estratificado”. Por tal

motivo bien puede considerarse un apéndice del tercer capítulo.

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de unidades fenomenológicas como unidades de sentido. Estas unidades fenomenológicas

son rendidas por la función significadora de la conciencia en cuanto unidades sintéticas que

surgen precisamente como todos unitarios conformados de partes. De entrada tengo que

decir que si las unidades fenomenológicas son todos, lo son precisamente en el sentido de

un “algo que está envolviendo varias partes, sin las cuales no puede ser en la naturaleza de

las cosas” (Ockham: 1994, Cap. 35, p. 128). A su vez, los momentos que integran ese todo

siempre son partes “de la esencia del todo pero no viceversa” (Ockham: 1994, Cap. 35, p.

128).

Pues bien, la problemática de la asociación referida a la constitución de unidades de

experiencia de sentido [Erfahrungseinheit] aparece señalada ya desde el §4 de la primera

Investigación lógica cuando en ella Husserl afirma que tales unidades son precisamente

unidades fenomenológicas que se han constituido mediante co-pertenencia o co-

implicación de momentos individuales que son en cada caso “partes” y “aspectos” que se

destacan desde el horizonte inefectivo (Husserl: 1928b, §4, p. 30). Algo fundamental para

tener en cuenta es que las partes y los aspectos si bien son independientes deben ellos por

señalamiento o indicación [Anzeige] fundar asociativamente unidades empíricas que al ser

tematizadas activamente en un horizonte de efectividad constituyen a su vez unidades

fenomenológicas.

En el esquema de la teoría de los actos de cumplimiento de la VI investigación estas

unidades de experiencia son los sustratos requeridos por el acto de intuición que por

“congruencia”62

(Husserl: 1982b, §8, p. 621) se plenifica con el acto de significación para

efectuar una síntesis de cumplimiento en la que se constituye una “unidad cognoscitiva”

(Husserl: 1982b, §8, p. 622) que hace posible a su vez la conciencia de un horizonte

efectivo de mundo. Sin embargo, esta unidad por cumplimiento establece una diferencia de

grado respecto de los momentos o factores de unidad [gestalten Einheits momente] que se

constituyen por efectuación de la síntesis pasiva. En el primer caso, en las unidades por

cumplimiento, “se da la intensión significativa sola por sí; luego sobreviene la intuición

correspondiente. A la vez surge la unidad fenomenológica, que se revela ahora como una

62

“En esta vivencia de transición resalta a la vez claramente, en su fundamentación fenomenológica, la

congruencia de ambos actos: la intención significativa y la intuición a ella correspondiente en modo más o

menos perfecto” [...] “Con otra expresión puede esto mismo decirse: la esencia intencional del acto se adecua

(más o menos perfectamente) a la esencia significativa del acto expresivo.

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conciencia de cumplimiento” (Husserl: 1982b, §8, p. 622). Lo que de este modo se

experimenta en la conciencia de cumplimiento es una identificación entre el objeto del acto

de la intención significativa y el acto de intuición. Y poco importa si hay o no adecuación

con un estado de cosas intuible en que cada caso la intención significativa puede cumplirse

adecuada o inadecuadamente, es decir, ser plena o vacía (el objeto del acto de intención

significativa puede ser el Dios Júpiter, esto es, una representación). Más exactamente,

cuando hay cumplimiento tenemos la experiencia de que “en la intuición está representada

intuitivamente la misma cosa objetiva que era meramente pensada en el acto simbólico, y

que se torna intuitiva justamente con las mismas determinaciones con que antes era

meramente pensada” (Husserl: 1982b, §8, IL VI, p. 621). Así, el carácter de lo conocido, el

como qué del objeto, reposa en una identificación que parece indicar un reconocimiento,

una marcha en la que hubo verificación, pero verificación de una adecuación. En el

segundo caso, por el contrario, la unidad de identidad o de pre-conocimiento objetivo que

se constituye por síntesis pasiva, requiere de la asociación por semejanza o co-pertenencia

de partes que por evocación mutua producen, “crean”, formas de unidad que se fundan

puramente en los contenidos hyléticos, “aquello sobre lo cual se constituye realmente la

conciencia individual, la conciencia que vive” (Husserl: 1982b, IL I, §4, p. 237).

La distinción de grado radica en que la conciencia que se logra por síntesis de

cumplimiento requiere de lo efectuado anticipadamente por la síntesis pasiva mientras que

esta depende absolutamente de los contenidos primarios o datos hyléticos que únicamente

pueden ser aprehendidos, luego interpretados, en cuanto impresiones en el presente vivido,

mejor, en la fase de presencia o presente originario [Urgegenwart]. Como señalamos

anteriormente, la síntesis lo es de los aspectos en que se presenta el objeto y al tiempo de

los diversos momentos en que en que aparece la unidad. Tenemos entonces los factores de

unidad que han surgido por asociación ciertamente cada uno de los cuales solo puede ser en

cada caso un momento de unidad. Lo que se constituye temáticamente en esta unidad es la

objetualidad: el objeto intencional en cuanto tal, en su dimensión fenomenológica. La

constitución, lo vimos, se efectúa por co-pertenencia de momentos o partes indeterminadas

o inefectivas que deben efectuarse y determinarse en la fase del presente vivido para hacer

surgir el sentido objetivo. Pero esta constitución solo es posible en abstracto, considerando

en solitario al acto simple, recortándolo y extrayéndolo del torrente vivencial de la

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conciencia, en últimas, tomándolo estáticamente. Lo que queda claro al menos es que en un

acto simple de la sensibilidad que siempre es vivido yo tengo la cosa con todas sus

propiedades sensibles, no los contenidos primarios, sino la cosa con sus contenidos

sensibles pues es claro que yo no veo la aprehensión sino el sentido de la aprehensión.

¿Qué sucede, entonces, en una serie perceptiva, en una fase temporal, que pone la esfera del

presente vivido como un “devenir en flujo [strömendes Werden]”63

? ¿Cómo es la síntesis

que allí se realiza?

Mereológicamente es una síntesis que tiene el rasgo fundamental de superponer

unidades fenomenológicas que se constituyen como momentos o factores de unidad en la

continuidad de los actos vivenciales; es decir, una síntesis de lo múltiple, de las numerosas

partes y de distinto tipo que integran la vida intencional de la conciencia. La síntesis está a

cargo de la conciencia misma pero el análisis es la tarea de una fenomenología. Esta

caracterización de la síntesis nos ofrece al tiempo una imagen de la conciencia en que se la

representa como una seguidilla de abstracciones, percepciones, recuerdos, fantasías, es

decir, como una sucesión escalonada de vivencias intencionales. Pero es en esta

representación de la conciencia como un rosario de vivencias donde surge la problemática

de la estratificación del presente. La esfera del presente vivido puede únicamente ofrecerse

a la conciencia, la del yo reflexionante, como una continuidad (devenir en flujo) gracias a

que la síntesis así lo garantiza. Pero la conciencia de la continuidad, la conciencia del

tiempo, gracias a esta necia mereología, depende de que en ese todo unitario y continuo

sean identificables vivencias en concreto, para analizar y reflexionar sobre ellas, luego

sintetizadas por la conciencia reflexionante y de ello resulta, precisamente, la conciencia de

la constitución continua y suficientemente armónica del mundo en la vida intencional.

La dificultad, la aporía, se genera cuando se intenta dar cuenta del cómo de la

superposición de la síntesis, de la pasividad de la conciencia que logra unificar de antemano

unidades de sentido que se constituyen en el presente vivo, en el instante de la esfera del

presente que es siempre un devenir en flujo, lo que permite la sucesión. En secciones

anteriores se ofreció una explicación a esta dificultad afirmando que habríamos de entender

a la vivencia como un continuo siendo en el fluir, pero al fin de cuentas como un todo

concreto, que se da en la unidad del tiempo como un presente dilatado. La vivencia como

63

Cfr. Anexo XIII al §27: “Urgegenwart und Retentionen”. (Hua XI, p. 387).

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un acto simple que en sucesión temporal constituye unidades fenomenológicas; unidades de

sentido objetivo dependientes de la función significadora de la conciencia, de la síntesis

pasiva que “no es pasiva en virtud de una receptividad ciega de la conciencia, sino

precisamente en virtud de una actividad sintética en que la conciencia es pasiva como tal,

síntesis pasiva en virtud, en suma, del inconsciente fenomenológico, donde se constituyen

las unidades fenomenológicas como tales” (Richir: 2004, §1, p. 12).

Hay aporía, pues, cuando se descubre que la síntesis de lo múltiple solo es posible

como síntesis de lo múltiple homogéneo. Lo homogéneo es la esencia intencional o el

sentido que va como a través de los actos concretos, de presente en presente, en la

continuidad. Pero un análisis más profundo, pone de relieve que la actividad sintética de la

conciencia lo es ante todo de lo heterogéneo más que de lo homogéneo. La problemática

del presente reclama que la anticipación intuitiva del horizonte perceptivo por efectuación

de una síntesis pasiva es únicamente posible a condición de que la esfera del presente y lo

dado efectivamente en ella esté constituida por una multiplicidad de apariciones que se me

donan anticipadamente pero que no pueden ser otra cosa más que impresiones en “presente

originario vivo [Lebendigkeit]” (Hua XI, p. 387). Impresiones de un presente originario en

el que hay sucesión, superposición; un presente que “se ve empujado por uno nuevo”

haciendo surgir de este modo “las series de retenciones en co-pertenencia” (Hua XI, p.

388). La dificultad se presenta cuando se admite una multiestratificación actuando en la

esfera del presente originario, una multiestratificación de sentido que es inmediata,

anticipada a toda efectuación, donde yacen constituidas unidades proto-objetivas que son

“puntos de origen sensibles” (Richir: 2004, §2, p. 15) no del horizonte efectivo, consciente,

sino “de un horizonte inefectivo de lo inconsciente” (Hua XXXIX, p. 27) desde el cual se

logra la pre-donación del mundo de la vida64

al que pertenecen el fenomenólogo y el

hombre ingenuo, el yo que reflexiona y el empírico, usted y yo, el perro y el gato.

64

El tema de la predación del mundo de la vida incluso debe entenderse a partir de los presupuestos de la

fenomenología trascendental que elabora Husserl como hemos señalado desde sus lecciones de 1907. Aunque

bien pueda pensarse en una fenomenología trascendental no idealista (Vargas, J.C: 2013), las descripciones o

explicitaciones acerca de la constitución de los horizontes más particulares y los estratos más fundamentales

que constituyen el mundo de la vida en su totalidad son todavía dependientes de un método de análisis

genético que obtiene su legitimación de la rigurosidad que le otorga su propio objeto. Incluso la predonación

del mundo es un asunto que debe investigarse recurriendo al análisis de los actos intencionalmente

constituyentes del sentido del mundo: “Siempre es predado el mundo, siempre se renueva a sí mismo y

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Conclusiones

Las conclusiones que no son más que meras aproximaciones al asunto planteado fueron

logradas progresivamente en el curso mismo de la argumentación y pueden exponerse de la

siguiente forma:

El hombre en actitud natural adolece de agnosis, no puede intuitivamente conocer lo

universal y absoluto. Este hombre por tanto nunca esta cierto de nada, nunca puede

con absoluta certeza decir que sabe y que conoce. La certeza no la debe buscar él

confiándose en el buen sentido común. Pues tan pronto como lo hace, y tan pronto se

atiene inevitablemente a la aparente evidencia que soporta el mundo natural, se ve

envuelto en perplejidades acerca de la posibilidad de lograr verdadero conocimiento

de las cosas mismas. Solo unos pocos hombres que adolecen, motivados por el

ímpetu y la voluntad de un pathos que no es otra cosa más que “la tempestad

universal de la pasión del pensar”, se resuelven a comprender por su propia cuenta,

sin atenerse a ninguna teoría científica y sin consideración de ningún supuesto, las

cosas y el mundo mismo. Estos valientes hombres buscan obtener certeza de las cosas

mismas pero en una actitud contraria a la natural que es reflexiva.

La fenomenología ha supuesto como necesario este cambio de actitud. Ella promueve

una superación y un sobrepaso de la actitud natural con la que el hombre

ingenuamente se ve enfrentado al mundo hacia una actitud propiamente filosófica. El

cambio de actitud se logra mediante un movimiento del espíritu que libera al hombre

“del poder de la entrega ingenua al mundo”. El fenomenólogo hace suya esta nueva

actitud, se la apropia, mediante ella quiere lograr para si las cosas mismas.

Las cosas o los asuntos mismos de la fenomenología son las esencias que se hayan en

los actos de la conciencia, en la región de la subjetividad trascendentalmente

modifica lo que existe por medio del surgir de intencionalidades fundadas por medio de las cuales a los darses

previos se les acumulan nuevas determinaciones, determinaciones como aquellas que por su forma, remiten a

una génesis y a una subjetividad productora” (Hua XXXIX, p. 28). Para una ampliación del tema de la

explicitación del mundo de la vida véase mi traducción en los Apéndices del texto Die Lebenswelt.

Auslegungen der vorgegebenen Welt und ihrer Konstitution. Texte aus dem Nachlass (1916–1937) (Walton:

2010).

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reducida, son los fenómenos puros que se dan absolutamente. Estos fenómenos son

distintos de los psicofísicos que pertenecen al yo empírico del hombre ingenuo que

no tiene certeza absoluta de nada. El fenomenólogo logra su objeto de estudio

mediante una serie de reducciones trascendentales: una gnoseológica y la otra

eidética. La primera consiste en la sustitución de la actitud natural ante los objetos o

ante las proposiciones sobre tales objetos por una actitud peculiar de abstención. En

la actitud natural el hombre ingenuamente toma los objetos afirmándolos y

poniéndolos como existentes, dándolos de hecho, elaborando juicios de conocimiento

sobre ellos que son en igual medida verdaderos; la reducción gnoseológica consiste

en no entregarse al objeto o las proposiciones de hecho; en no vivir el fenómeno

psíquico correspondiente, sino en considerarlo o contemplarlo refleja y puramente,

tomando el objeto o la proposición como meramente intencionales o presentes,

absteniéndonos de validar cualquier juicio sobre sobre la realidad del objeto o la

verdad de la proposición. La reducción eidética por su parte es la que se practica al

elevarse de una intuición empírica a la pura intuición eidética respectiva.

Las reducciones fenomenológicas son las que debe llevar a cabo el hombre de la

actitud natural si es que quiere obtener certeza alguna; en sentido estricto ellas son

necesarias para obtener el objeto propio de la fenomenología: los fenómenos puros

que constituyen la conciencia pura. Solo de esta forma puede lograrse el

conocimiento de lo absoluto universal, de los eidos esenciales.

El carácter peculiar de la fenomenología consiste en ser análisis e investigación de

esencias en el marco del absoluto darse las cosas mismas. El análisis de esencias es

lo hecho por el método eidético. A su vez, el método eidético depende de la

aplicación de la teoría de todos y partes, de la mereología general que es propiamente

un método ontológico formal.

La mereología puede ser aplicable en dos sentidos: a cualquier objeto trascendente o

cualquier objeto puramente inmanente. La aplicación tiene un fin: la reflexión de

conceptos lógicos en cuanto conceptos del conocimiento. Solo de esta forma las

perplejidades gnoseológicas, los misterios y los enigmas en que este se ve envuelto

cualquier explicación de la posibilidad del encuentro del acto con su objeto pueden

ser resueltas.

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La aplicación de las reducciones especialmente la gnoseológica y el método

mereológico trae consigo una consecuencia enorme que podríamos denominar

“Teoría de los tres yo”. Para que sea posible cualquier aplicación mereológica para la

captación de esencias debe suponerse una conciencia ingenua, una autoconciencia

irrefleja y una conciencia reflexionante; del mismo modo un yo empírico, un yo

trascendental y un yo fenomenológico. La aplicación del de la epojé, que al principio

supusimos era el método fenomenológico propiamente pero que vimos en el trayecto

cómo este incluso está subordinado a un método ontológico más general, exige no

solo todo lo que ya hemos señalado aquí sino, mucho más importante aún, una

especie de crítica de la experiencia trascendental, aquello que se intentaba aludir

hacia el final de este capítulo al preguntar Husserl por el alcance, esto es, los límites

del darse, una investigación específica sobre los logros de la propia fenomenología.

Con esta formulación entramos de lleno en algunos problemas que son latentes en el

proyecto fenomenológico que Husserl presenta en La idea.

Esta formulación podría pensarse en términos de una fenomenología de la

fenomenología, que en cuanto reflexión sobre el hacer fenomenológico conlleva hacia

la elaboración de una teoría trascendental del método. Solo desde una formulación tal

puede decirse que la teoría de los tres yo o la estructura tríadica del yo es la

consecuencia inevitable de la aplicación de la operación de la epojé. También podría

pensarse que la triple estratificación del yo es la ingenuidad en la que cae la

fenomenología pues es solamente uno de los elementos que necesariamente ella debe

suponer de hecho; desentrañar los hilos de esa ingenuidad es el oficio de una

fenomenología de la fenomenología.

Lo que supone Husserl es: un yo empírico (de vigilia) ejecutor de actos también

empíricos y coordenada (0.0) de un entrono espacio-temporal de lo cognoscible, de

objetos físicos que son ellos en sí mismos conocibles en la percepción externa y

objetos psíquicos también dados en sí mismos conocibles en la percepción interna

introspectiva; supone un yo constituyente que llama trascendental irreflejo; y por

ultimo supone Husserl un yo fenomenologizante, esto es, un yo trascendental reflejo

que hace fenomenología. También supone la unidad de esta estructura tríadica del yo.

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La fenomenología entonces supone entre otras cosas la tematización de tres yos que

mediante la aplicación del método propiamente hablando derivan en tres nociones

bien diferentes entre sí del yo que no deben pasar por desapercibidas ya que una clara

distinción entre ambas permitiría una aproximación más adecuada a lo que se intentó

realizar en esta monografía. La distinción de las tres nociones del yo que supone la

fenomenología de Husserl implica a su vez una distinción más exacta del par de

conceptos inmanente-trascendente, pero dejaremos este asunto de lado. Estas tres

nociones del yo conducen a la “aporía del yo”. Ella ha sido la puerta de entrada para

la crítica, por ejemplo la antropológica que lleva a cabo Hans Blumenberg. La aporía

del yo surge cuando se intenta explicar ¿Cómo se relaciona el yo reflexionante del

fenomenólogo con el trascendental directo? Este es el límite peligroso y el

inconveniente que se presentó cuando en el capítulo III se acentuaba sobre la

importancia de la autoconciencia o autopercepción irrefleja. Entonces ¿Cómo

comprender adecuadamente la trascendentalidad del yo fenomenológico? ¿Cómo

interactúan entre sí el yo trascendental directo y el trascendental reflejo?

La respuesta a este cuestionamiento no la ofrece ni la fenomenología estática ni la

genética. La respuesta solo puede ser viable desde el contexto de la reflexión

fenomenológica sobre la fenomenología misma. La ciencia de los fenómenos y su

método de análisis estático-genético le competen otros asuntos más urgentes, uno de

los cuales es la clara elucidación de la posibilidad del conocimiento de lo universal, la

resolución del enigma del conocimiento natural.

La idea de ciencia de Husserl coincide con la idea platónica de episteme, aquella que

debe poder dar razón objetiva y universalmente de una trascendencia. Esta

coincidencia es gracias a una visión teleológica que Husserl tiene de la filosofía y la

historia. Y como la ciencia fenomenológica no quiere únicamente dar cuenta solo de

esta o aquella trascendencia sino de toda posible forma del ser ofreciendo un saber

absoluto y universal sobre el sentido del ser, vemos que el horizonte de la

fenomenología coincide con el horizonte de la metafísica, de la filosofía como ciencia

ultima del ser prima philosophia. Por tanto el desarrollo de la filosofía misma y de

todas las ciencias depende de la fenomenología, de la ciencia que se inicia como

critica de la razón teórica.

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