La peluquería. La niña. El cine. El telegrama. CUENTOS.

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    LA PELUQUERA

    El hombre se detuvo en la acera y dud un momento. Dio mediavuelta, y entr en una peluquera de caballeros. A esa hora, el local sehallaba casi vaco, y el peluquero estaba sentado leyendo un peridico.

    El recin llegado permaneci inmvil un instante, luego se inclin paradejar un maletn en el suelo. El peluquero se puso en pie y se le acerc.

    -Usted dir lo que desea -indic, con una ligera inclinacin de cabeza.-Cmo lo quiere? -sonri.

    -Lo dejo a su gusto -contest su cliente.Su voz era spera y profunda. Se arrellan en un silln, ante el espejo,

    mir hacia adelante y aadi:-Esmrese, porque tengo que ir de viaje.-Ah, eso est muy bien.Inspirando profundamente, el otro aadi:-Esta noche he dormido muy mal. Me duele la cabeza, no s si podr

    soportarlo mucho tiempo.El peluquero pareci confuso. Contest:-Lo siento, lo siento muchsimo.Lo observ con atencin, y pens un instante en lo que acababa de

    or. Luego, se dijo que pareca un hombre atormentado. Bajo el cabellocanoso su frente, inteligente y amplia, estaba surcada por hondos plieguesy brillaba por causa del sudor. Su nariz era recta y sus labios finos. Vestaun traje gris, camisa blanca y corbata negra. El recin llegado se encogide hombros y trat de sonrer.

    -Son gajes de la edad. Recuerdo que antes dorma siempre bien, peropor entonces yo era joven... -El barbero sonri afablemente.

    -Bueno, eso le pasa a todo el mundo, No cree?l no contest, y hubo un largo silencio, que se prolong durante todo

    el tiempo en que el peluquero llevaba a cabo con todo cuidado su trabajo.

    No levant la vista hasta que hubo acabado.-Empieza a hacer calor -coment, intentando entablar conversacin,

    pero el otro tampoco dijo nada.Otros clientes entraban. l ech un vistazo al reloj para consultar la

    hora.-Bueno, ya est. Qu le parece?Le tendi un espejito de mano, y el hombre se mir por detrs, en el

    espejo grande. Finalmente suspir, y dijo:-Muy bien, est muy bien.

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    Se incorpor en el silln, pag su cuenta y se levant paramarcharse.

    -Encantado de conocerlo -dijo.-Hasta la vista -asinti el peluquero. -Que tenga buen viaje

    El cliente recogi el maletn. Una sonrisa lenta le surc la cara.-Hasta la vista, pues.El dueo del local e abri la puerta, y el hombre camin despacio por

    la acera, en direccin a su casa.Tard casi media hora en llegar. Era una urbanizacin bastante

    modesta, de alquileres bajos, un patio con edificios de ladrillo de dosplantas, con escaleras de hierro exteriores, cornisas sin pintar ydescascarilladas y senderos de cemento tan resquebrajados por las racesy el tiempo que cada paso constitua un peligro.

    Nada ms subir, orden unos libros y baj las persianas del despacho.Luego, estuvo revisando los cajones de su dormitorio. La cama era maciza,de madera, y tena una colcha hecha con pequeos trozos de telasmulticolores.

    En los cajones encontr lo de siempre: tijeras, pauelos doblados,mezclados con infinidad de objetos pequeos e intiles. Suspir.

    -Cunto trasto inservible -pronunci en voz alta.Entr un momento en la cocina, y comprob que el gas estaba

    cerrado. Volvi al comedor solitario. Mir un momento fuera, y tambinbaj las persianas.

    Una vecina, que viva debajo, oy un gran estruendo. Avis a sumarido, subieron al piso de arriba y, al no recibir contestacin, echaronabajo la puerta.

    Entraron en el comedor, y encendieron la luz. Haba tres sillasarrimadas a la mesa, de la misma madera que sta, y tapizadas de gris.Pero faltaba la cuarta silla. Dieron un vistazo al comedor, y no la vieron porninguna parte.

    Luego entraron en el dormitorio. La alfombra, que cubra casi toda lahabitacin, haba sido retirada hacia el lado de la cama, sobre la que

    estaban las sbanas y la colcha revueltas. El hombre estaba colgado dela lmpara, y una silla se haba volcado a sus pies. Encima de la mesa denoche haba dejado una nota:

    Este ser mi ltimo viaje. Por cierto, que esta maana he salido acaminar un poco, y el paisaje era hermoso. La primavera lo haba cubiertotodo de un verde brillante...

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    LA NIA

    Una hermosa mujer de unos treinta aos viajaba en el asiento

    posterior del lujoso automvil. Luca ropa cara y un peinado a la vezelegante e informal. A su lado, una preciosa nia que no habra cumplidolos cuatro, jugaba con una mueca.

    La nia tena unos grandes ojos negros, asombrados. Su tez eraoscura, algo aceitunada, y sus labios muy rojos.

    En su corta vida, era la primera vez que suba a un vehculo comoste. De tiempo en tiempo examinaba con ojo crtico a la mujer, con lacabeza un poco inclinada hacia un lado.

    -Te encuentras bien? -le pregunt ella, insinuante. La pequea

    respondi sin dudar.-S, seora, muy bien. Pero me acuerdo de mis hermanitos. Tambinme acuerdo de mi casa.

    La dama suspir. El automvil rodaba velozmente, conducido por unhombre maduro.

    -Estars contenta -le dijo a la mujer, sin volver la cabeza. Ella hizo unleve gesto de asentimiento.

    -Naturalmente. Y t?Las manos del hombre se crisparon sobre el volante. Apret el

    acelerador a fondo.-Por supuesto, si t lo ests.-No puedo estarlo ms. Me siento feliz -dijo ella, en tono solemne.Estuvo recordando su reciente entrevista con los padres de la

    pequea. l era un hombre pequeo, tambin de tez oscura, como la deun gitano. Tena el pelo negro, liso y grasiento.

    -Un pobre drogadicto -pens.En cuanto a la madre, acababa de salir de la crcel por tenencia y

    venta de drogas. Ahora, la nia se vera libre de tan perniciosasinfluencias, y la idea la reconfortaba. Al fin y al cabo, se trataba de un

    pequeo fraude legal, que beneficiara a la chiquilla durante toda su vida.El hombre que conduca se qued un rato silencioso. Luego habl

    calmosamente:-Espero que todo salga bien.-Claro que saldr bien. Ser maravilloso -contest ella con decisin.

    l carraspe.-Quiz le cueste adaptarse, no crees? -Ella casi salt en el asiento.-Cmo le va a costar? Sabes muy bien de dnde viene -argument.

    -Con esos padres que tiene.

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    -Siempre ser su propia familia...-Ni hablar de eso -dijo ella, sin dejarlo acabar. -Su familia somos ahora

    nosotros. Pronto los olvidar, y nos querr muchsimo.-Ojal tengas razn -agreg el marido bajando la voz. -Y que no te

    arrepientas.Ella lo mir, enojada. Estaba claro que nunca se volvera atrs.-Pronto empiezas a preocuparte -le dijo. -Ser una buena madre,

    descuida.La nia estaba vistiendo a la mueca. De cuando en cuando daba un

    vistazo a la seora, que jugueteaba ahora con sus gafas de concha, comoen una conversacin sin importancia a la hora del t.

    -Sabes? -le dijo a la pequea. -Yo soy actriz. Y tu nuevo pap, uncirujano muy famoso. -La nia la examin con su serios ojos oscuros.

    -Qu es ser un cirujano? -Ella casi se ech a rer.-Un cirujano plstico es alguien que cambia la cara de la gente, y lapone ms guapa. -La chiquilla frunci el ceo.

    -Qu cosa tan rara. Y,qu es ser actriz? Nunca lo he odo. -Ella lesonri.

    -Bueno, ya lo vers. Es una cosa muy bonita -aadi, reflexiva. -Puedeque t tambin llegues a serlo.

    Los rboles pasaban raudos a ambos lados, y el cielo se mostrabaazul, surcado por algunas nubes. La seora haba sacado unos papelesde su bolso, y los estuvo revisando.

    -Est aqu toda la documentacin? -le pregunt al marido. l dijo queno con la cabeza.

    -Falta un escrito.-Qu escrito? -pregunt ella, mirando de nuevo los papeles.-No te preocupes, no es ms que una sencilla rutina.La cosa haba sido tan fcil que ella misma estaba sorprendida. Era

    lo que haba deseado siempre.Prest atencin a la nia, y vio que segua tranquila. Luego, oy una

    pregunta que la dej sorprendida:

    -Podrn venir a verme mis paps?-pregunt con timidez. La seoradud unos momentos.

    -Claro, nena.Poco despus, la nia se haba quedado dormida. Su pelo oscuro

    contrastaba con el cuero blanco de la tapicera, y el sonido de surespiracin llenaba a la mujer de ternura. Le acarici la mejilla.

    -Por fin, ests aqu conmigo -pronunci en tono suave. -Te echabatanto de menos...Nunca hubiera podido tenerte -concluy.

    El hombre se haba detenido unos minutos en el arcn, y se volvi

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    para verlas.-Tienes su habitacin preparada?-Todo est dispuesto, no echar nada de menos. -l se mordi los

    labios.

    -No queras ampliar la casa? Ahora puedes hacerlo.Ella movi afirmativamente la cabeza.-S, puede que lo haga.l arranc de nuevo. La seora entrecerr los ojos, y se sumi en

    agradables pensamientos. En aquella miserable casa no volveran a tenernoticias de la nia. Durante algunos meses, ella quiz recordara a lossuyos, pero al final los olvidara.

    En los bellos ojos de la actriz hubo una expresin triunfal.-Sers tan slo ma- dijo en un susurro.

    Nadie volvi a hablar hasta que llegaron a su destino. Cuando, aosms tarde, la pequea recordara aquel viaje, nunca sabra que su madre,una expresidiaria, la haba vendido la vspera.

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    EL CINE

    El da haba transcurrido con una lentitud agonizante. Haba llovido

    durante toda la tarde: las primeras gotas comenzaron a mojar la acera y,despus de unos minutos, las ropas del hombre estaban ya empapadas.Se trataba de un tipo flacucho, pelirrojo; era joven, de unos treinta aos,pero pareca mayor.

    Entr en un cine y se dej caer en una mullida butaca. Terminado elpase, para evitar la lluvia, se demor unos minutos ms.

    Cuando sali, el chaparrn haba amainado, convertido en una lluviasuave. l fue hasta su casa corriendo, y pocos minutos antes de las diezllegaba al aparcamiento de la esquina.

    Cuando estuvo frente al edificio, hall un barullo de gente en la calle.Rpidamente, busc la llave en su bolsillo.-Pero, qu pasa aqu?En la lejana, se produjo el centelleo de un relmpago y el dbil

    retumbar del trueno. Ech una ojeada a su reloj: eran las diez en punto dela noche.

    Unos policas le cerraron el paso. Se identific y entr en la casa,tambalendose, al tiempo que trataba de organizar sus pensamientos.Cuando lleg al saln, un gemido surgi de sus labios delgados.

    -Dios!Vio a su novia tirada en el suelo, enmedio de un charco de sangre; sin

    duda, la chica estaba muerta. Un inspector de polica alto, sin afeitar y conlos ojos enrojecidos como de no haber dormido en dos das, se inclinabasobre el cadver.

    Ella haba sido una mujer menuda y vivaracha, pero actualmentepareca una mueca rota, un despojo sangriento de lo que fue. Al recinllegado le lata fuertemente el corazn, y sinti que se le doblaban laspiernas.

    -Me quieren decir qu ha ocurrido?

    Sus labios se contrajeron en una mueca de dolor, y se estremeci: alparecer, la haban matado con su propio martillo de carpintero.

    -Ha muerto hace dos horas -dijo el inspector, observndolaatentamente. -Bueno, el forense tendr la ltima palabra.

    Cuando llego el mdico, hizo la misma afirmacin.-Puede saberse dnde estaba usted? -oy que le preguntaban. El

    hombre, aturdido, sacudi la cabeza, pero no contest. Pareca que lalengua se le hubiera pegado pal paladar.

    -Puede decirnos dnde estaba? -insisti el polica.

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    Siguieron hacindole preguntas, sin ningn resultado. Tena laspalmas de las manos hmedas, y se esforzaba por permanecer sereno,aunque no lo consegua.

    Pareci que iba a hablar, pero despus cerr la boca, trag saliva y

    no dijo nada. El inspector, gruendo, sac su agenda..-Bien, estoy esperando -l aspir hondo.-He estado en el cine -explic.El polica frunci el ceo.-En el cine?El hombre asinti. El otro le pidi que le mostrase la entrada, pero l

    dijo que la haba tirado. El polica retuvo un gruido de desdn.-Y espera que yo me lo crea?Luego frunci el ceo, y aadi:

    -Varios vecinos aseguran que los haban odo discutir por la maana.l movi negativamente la cabeza. Su rostro huesudo y plido, sevolvi de un gris ceniciento.

    -Quiere decir que no haban discutido? -l se estremeci de nuevo.-Es posible -dijo, con un hilo de voz. -Pero yo no la he matado, se lo

    juro.Explic que, despus de la discusin, l haba salido, y no haba

    vuelto a casa en toda la tarde.Se oy un golpecito en la puerta y una polica de uniforme entr en el

    saln, con un fuerte taconeo. Le entreg al inspector unos datos. l hizouna mueca y se qued mirando a la ventana.

    -Est bien, gracias.El sospechoso apret los puos; el sudor le brotaba de cada uno de

    sus poros. Dijo qu pelcula haba visto, pero el otro deneg con un gesto.-Eso no prueba nada -afirm. -No es una coartada suficiente, ha

    podido ver esa pelcula cualquier otro da.El hombre trataba de aparecer tranquilo, pero no lo estaba en

    absoluto.-Por favor, podra mudarme de ropa? Estoy empapado -rog.

    -Hgalo, pero no cierre la puerta.l hubiera querido gritar, pero tena que controlarse. Se puso ropa

    seca, y dej la chaqueta sobre la silla.De pronto, sus ojos se iluminaron. La chaqueta tena una mancha, y

    el hizo memoria. Aspir hondamente, y se sinti invadido por unasensacin de alivio, mientras observaba la mirada del inspectorconcentrada en su rostro.

    -Vengan ustedes conmigo, por favor -dijo, volvindose a los otros. -Voy a mostrarles una cosa.

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    Sali a la calle seguido de cerca por los policas, y se dirigi al cine,que estaba a tres manzanas de distancia. Nadie pronunci palabra durantetodo el camino. La tormenta ahora estaba ms lejos, y una rfaga de vientoarremolin los desechos de la calle. l se detuvo de pronto.

    -Aqu he estado -indic.Entraron en el cine, y vieron que estaban ahora en el descanso de laproyeccin. El hombre busc su asiento, mientras el inspector loobservaba.

    Nadie se haba sentado en la butaca, y todava estaba hmeda. Latapicera era de un azul brillante, recin estrenada. Entonces, el policacomprendi.

    -La lluvia lo ha salvado -pronunci despacio. -Usted ha pasado aqugran parte de la tarde. Realmente, en menos de dos horas, el tinte de la

    tapicera no ha podido pasar a su ropa.-Lo ve?Pese a todo lo que haba ocurrido en aquella terrible jornada, l sinti

    ganas de echarse a rer. Por suerte para l, haba llovido. Y, con la ropahmeda, se haba sentado inadvertidamente sobre el asiento azul, quehaba desteido, dejando su marca en la chaqueta.

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    EL TELEGRAMA

    Era un viernes por la maana, a primeros de mes. Se oyeron pisadas

    en las escaleras, y a poco llamaron a la puerta de la modesta vivienda. Elrecin llegado apret el timbre y esper. Se trataba de un chico delgado,nervudo y de rostro estrecho.

    La duea de la casa sali a abrir: era una corpulenta mujer demediana edad, y llevaba rulos en la cabeza.

    -Es un telegrama -le explic el muchacho, tendindole un papel.Ella pens enseguida que sera de su hijo, que estudiaba en la capital,

    y estaba en una residencia de estudiantes. Se qued mirando el telegramacon expresin preocupada.

    -No s qu pueda ser -pronunci en voz baja.El mensajero aguardaba.Perdona -dijo ella, sacando del bolsillo unas monedas.El chico dio las gracias con una inclinacin; despus baj las

    escaleras y sali del edificio, silbando.La mujer torci la cabeza y abri nerviosamente el papel.-Qu es? -oy por detrs. Ella se volvi y observ a su marido.-Es de Javier -le contest.l era un hombre de cabellos canosos, con gafas, y un gran lunar en

    el entrecejo. Los aos haba humedecido sus ojos, dejndolos sin brillo.

    Con un sonido ronco, manifest su inters.-Pero, qu es? -Ella dud un momento antes de contestar.-Nos manda un telegrama diciendo que tiene una deuda, que pasarn

    enseguida a cobrar.-Cmo?-La mujer agit la cabeza.-Ha necesitado un dinero para comprar libros, y otras cosas para sus

    estudios -se detuvo un momento. -Dice que lo explicar todo en unaprxima carta. Y que, si no lo pagamos, puede intervenir la polica...

    l no estaba seguro de haber escuchado correctamente Ech una

    ojeada al pedazo de papel. Luego, frunciendo el ceo, ley y reley la nota.Su esposa baj la mirada.-Es natural, hombre. Ya sabes lo que son los estudios. No tenemos

    ms hijos que l...-Y habr que pagar esa deuda, verdad?-Creo que s... -l se encogi de hombros.-Pues s que estamos buenos -gru.

    Almorzaron en silencio, y despus l se qued recostado en un silln.Estaban viendo la televisin cuando llamaron de nuevo a la puerta, con un

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    timbrazo corto y rpido.La mujer abri slo un par de centmetros, y con ojos inquietos atisb

    desde all el descansillo. Hubo luego un sonido metlico, y la hoja se abride par en par. Enfrente, haba un joven sonriente, de aspecto agradable.

    Ella le dirigi una mirada sorprendida.-Qu desea? -pregunt.Era un muchacho bien plantado, con un lustroso pelo rubio. Extendi

    la mano derecha, en forma amigable.Es usted la madre de Javier?Ella lo mir con una expresin casi estpida, como si no lo hubiera

    odo. Pero luego contest:-S, yo lo soy -dijo, tendindole la mano a su vez.-Yo soy un compaero de su hijo. Ocupamos la misma habitacin en

    la residencia de estudiantes. Adems, estamos juntos en el grupo musical.l es el cantante, tiene muy buena voz.Ella se esforz por sonrer con expresin cordial.-Pasa -dijo, mostrndole el camino.-Yo... no quisiera molestarla.-No te preocupes, no es molestia. Se trata de mi hijoMetiendo la mano en su bolsillo, l sac una fotografa. Era la de un

    grupo musical, en pleno concierto de rock-Tenga, aqu estamos juntos, me ha encargado que se la d. Al

    parecer necesita dinero para cubrir algunos gastos. Como yo tena quevenir, me ha pedido que me pasara por su casa para recoger ese dinero.Parece que le corre bastante prisa. -Ella aspir hondo.

    -S, ya lo s.l estudi el rostro ruborizado de la mujer.-Tengo que volver, y no puedo entretenerme mucho... -Ella vacil.-No quieres pasar?.Se oyeron unos pasos dentro, y apareci el padre, con las mangas de

    la camisa arremangadas. Ech una mirada sorprendida a su esposa porencima del hombro.

    -Qu ocurre? -pregunt. -Quin es?Ella pens un momento antes de responder.-Es el compaero de Javier. Asegura que l y nuestro hijo se llevan

    muy bien. Trae una foto suya, mira -mostr.-Ya -admiti el hombre, disimulando su disgusto. El muchacho lo mir

    de hito en hito.-Siento darles esta molestia -se disculp. -Pero Javier me lo ha

    pedido...No te preocupes -dijo ella -No quieres tomar un caf?

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    -No quisiera ser inoportuno -dijo el chico, en tono de disculpa.-Al contrario -protest ella. -Somos nosotros los que te estamos

    agradecidos.-Est bien, gracias -acept l.

    Mientras la madre entraba a preparar el caf, el visitante se dej caeren una silla de la pequea sala. El padre entr en el dormitorio, y tardunos minutos en salir. Respiraba pesadamente. Traa un sobre en la mano.

    -De casualidad tena este dinero en casa -se limit a gruir. -Acabo decobrar mi pensin de este mes.

    Se instal en el sof. La mujer volvi con el caf, y se sent a su vezen el borde de una butaca frente a ellos. Sirvi el caf con manotemblorosa, y lo bebi a pequeos sorbos. Ahora, el muchacho la estabaobservando con atencin.

    -Su hijo se parece a usted -indic amablemente.Mientras le haca preguntas sobre sus estudios y la vida en laresidencia, ella pens que el compaero de Javier era una personaagradable. Sacudi la cabeza.

    -Dile que nos acordamos muchsimo de l.El muchacho asinti. Dej su taza, con un ligero clic, en el platito, y

    se limpi la boca con el dorso de la mano. Se puso en pie.-Bien, muchas gracias por todo -dijo, guardando el sobre en un

    bolsillo. -Ahora debo irme -concluy.Alz una mano, despidindose, y sali de la casa. Ya en la calle mir

    a derecha e izquierda. Todava conservaba el original del telegrama, quehaba enviado por la maana, desde la capital.

    Se qued mirando el papel, y lo parti en trozos muy pequeos.-Sern unas buenas vacaciones -sonri en su interior.El aire, en una rfaga, hizo bailar los papelillos en el aire, voltiquear

    y luego desaparecer. l haba dado media vuelta y se alej rpidamente.Todo haba resultado muy fcil. Lo cierto es que conoca muy poco a

    Javier, y l ni siquiera lo recordara. Por medio de amigos comunes seinform de las seas de la familia, y de sus circunstancias. Puso el

    telegrama, acudi a la vivienda, y lo dems fue pan comido.En la casa, el hombre conect la televisin y se sent a verla, mientras

    su esposa trasteaba en la cocina. Luego se levant, y apag el televisor.Durante los das siguientes no hubo novedades. La carta con la

    explicacin no lleg, y haban pasado dos semanas cuando supieron porJavier que todo haba sido un timo.

    La madre se sinti traicionada. Cerr los ojos y musit:-En estos tiempos, una no puede fiarse de nadie...