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LAICADO Y MISION SOCIAL DE LA IGLESIA 1. CUESTION A DEBATE 2 2. IDEAS CLAVE 3 3. PALABRA DE VIDA 6 4. PARA PROFUNDIZAR 9 5. ATERRIZANDO 15 1

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LAICADO Y MISION SOCIAL DE LA IGLESIA

1. CUESTION A DEBATE 2

2. IDEAS CLAVE 3

3. PALABRA DE VIDA 6

4. PARA PROFUNDIZAR 9

5. ATERRIZANDO 15

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1. CUESTION A DEBATEUNA DECISION DIFICIL

Después de un fuerte sermón del párroco, referido a la falta de compromiso cristiano entre muchos laicos/as en Ecuador, unos cuantos fieles de la parroquia quedaron en reunirse el lunes para dialogar sobre cómo comprometerse más en la acción de la Iglesia.

La gente empezó a llegar a las 8 de la noche y pronto comenzaron a intercambiar ideas al respecto. Tras un periodo inicial de aclaraciones y comentarios diversos, se fueron concretando varias opciones:

a) Unos propusieron crear un grupo de oración, pues la meditación de la Palabra lleva a una fuerte experiencia de Dios, y esa es la base de cualquier conversión personal.

b) Otros propusieron trabajar en la evangelización, pues esa es la tarea que Jesucristo nos encomienda, frente a las sectas que nos invaden.

c) Otros preferían poner en marcha un grupo de acción social y política, porque esa era una necesidad urgente del país, y en ello había insistido el párroco.

d) Un último grupo propuso reunirse y tratar los temas que vaya presentando el párroco, pues a él es a quien se debe ayudar y el es quién mejor sabe lo que conviene.

La discusión no llevó a ninguna propuesta de consenso, así que allí terminó la reunión. Quedaron en encontrarse la semana siguiente para intentar aclarar el tema, pero esta vez la mayoría solicitó la presencia del párroco para orientar la discusión. Ahora el grupo tiene siete días para aclarar la voluntad de Dios y poder así tomar las decisiones más oportunas.

CUESTIONARIO

Tenemos una semana para acompañar a este grupo a discernir la voluntad de Dios. Veamos si podemos darles algunos elementos que les ayuden a aclarar su situación y definir algunas posibles salidas.

¿Qué errores se cometieron en la convocatoria y el planteamiento de la primera reunión?

Aunque el relato no dé muchos detalles, ¿puedes imaginar lo que dijo el párroco en el sermón? Haz una breve lista de sus posibles argumentos.

¿Qué imagen de Iglesia se esconde tras la propuesta de cada grupo? Las propuestas de unos y otros, ¿son incompatibles? Entre los católicos que usted conoce, ¿qué propuesta recibiría más apoyo? ¿Cuáles deberían ser, según usted, los pasos para clarificar la situación y responder

a la llamada del párroco?

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2. IDEAS CLAVELAICADO Y MISIÓN SOCIAL DE LA IGLESIA

1. Concilio Vaticano II: un antes y un después en la consideración del laicado

Cuando se habla del compromiso social del laico/a, uno de los desafíos más importantes es articular bien la relación existente entre el clero y el laicado. A continuación queremos ofrecer unas pistas que nos permitan redescubrir el concepto de Pueblo de Dios, su importancia central en la vida de la Iglesia y así delimitar mejor la identidad y la espiritualidad del laicado. A medida que crecemos, nos interrogamos sobre el sentido y las consecuencias de nuestro ser creyentes. ¿En qué consiste creer? ¿Qué significa ser cristiano? Cuando descubrimos que nuestra fe está ligada a la vida de una Iglesia que ha ido organizándose y madurando a lo largo de muchos siglos, entonces las preguntas se vuelven más específicas: ¿Qué significa ser cristiano laico/a, no religioso ni ordenado? ¿Cómo vivo el seguimiento al Señor de manera personal? Estas preguntas se pueden responder sólo a partir de la comprensión de la Iglesia como comunidad de diversos carismas en la que todos ellos son necesarios. Durante siglos ha prevalecido una concepción piramidal de Iglesia, que entendía la diversidad en clave de subordinación y no de comunión. Ello explica en parte el escaso desarrollo que hasta hace poco tiempo ha tenido la teología del laicado. El Vaticano II, especialmente en las constituciones “Lumen Gentium” y “Gaudium et spes,” sentó las bases de un cambio significativo en la manera de entender la misión de la Iglesia, su relación con el mundo y las diversas vocaciones en su seno. En las décadas transcurridas desde entonces, numerosas experiencias y reflexiones han enriquecido la visión conciliar, abriendo nuevas perspectivas a la corresponsabilidad eclesial.

2. Identidad del laicado

En 1953 Congar, un importante teólogo francés, alertaba sobre la necesidad de una teología del laicado. Tres décadas después, en 1987, Mons. Fernando Sebastián lamentaba que todavía no existiera “ni una teología, ni una espiritualidad del laicado desde los presupuestos eclesiológicos del Vaticano II.” Todavía hoy falta mucho por hacer.

Desde el Concilio Vaticano II, en las encíclicas y manuales de teología se hace referencia a los seglares cristianos como aquellos que viven, se alegran y sufren en el Resucitado, encarnándose en el mundo, sintiendo misericordia por la humanidad. Los laicos/as que quieran vivir su vocación de manera intensa y auténtica, pueden encontrar en esas palabras una pista preliminar. Pero esta llamada no define la vocación peculiar del laico porque también las personas ordenadas y consagradas entienden su vida en ese horizonte.

Por eso, buscando definir mejor la identidad laical, destacamos tres elementos:

AL LAICADO NO LE FALTA NADA. El bautismo es la puerta a la plenitud de la fe. No se debe pensar y actuar como si al laico/a le faltara algún “grado” en el desarrollo cristiano que sí tienen las personas consagradas. En ocasiones un inadecuado tratamiento del ministerio ordenado y de los carismas religiosos ha alimentado en el laicado distancia y pasividad en relación a la misión y las responsabilidades eclesiales.

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LA SECULARIDAD, RASGO ESPECÍFICO DE LA VOCACIÓN LAICAL. Sobre los fundamentos del Vaticano II, la “Christifideles Laici” subraya y desarrolla una idea importante: el carácter “mundano” (secular) de la identidad laical no es un rasgo meramente extrínseco (sociológico), sino radicalmente ontológico (teológico). En efecto, la misión específica del laicado es la instauración de los valores evangélicos en la sociedad, contribuyendo de este modo a la consagración del mundo y a su completa redención en Cristo (Ef 1,10).

LOS MINISTERIOS, AL SERVICIO DE LA UNICA MISIÓN. La comunidad posee una dimensión pneumatológica (en ella se refleja la acción del Espíritu) y cristológica (Cristo vive y actúa en su centro), que se expresa en una pluralidad de carismas necesarios para desarrollar la tarea evangelizadora respondiendo a las diversas necesidades pastorales. El reconocimiento adecuado del ministerio apostólico, que enlaza de un modo peculiar con el ministerio histórico de Jesucristo, no debe suponer perjuicio para otras vocaciones, ni dificultar en modo alguno el reconocimiento que estas merecen.

El cristiano laico vive su opción por Cristo colaborando activamente en el proyecto de liberación de Dios para con la historia humana. Esta participación requiere cuatro cualidades:

Lucidez para detectar las debilidades y limitaciones de las formas de organización social y política existentes.

Sensibilidad para indignarse ante el sufrimiento ajeno. Coraje para actuar frente a las injusticias detectadas. Creatividad para proponer alternativas viables y construirlas con otros.

3. Un mundo sufriente y cargado de contradicciones

Detengámonos un momento a describir algunos rasgos de nuestro mundo:

Una economía al servicio de los ricos y controlada por los grandes intereses, domina cada vez más el discurso social, generando en su avance excluidos y mayor desigualdad.

Se fortalecen antiguos y nuevos “ídolos” cuyo culto se extiende con rapidez. El dinero se vuelve en muchos ambientes horizonte absoluto. El culto al cuerpo y la búsqueda desordenada de placer se convierten en objetivos esenciales en la vida de mucha gente. Otras dimensiones esenciales de la persona quedan en segundo plano.

La ciencia y la tecnología se utilizan al servicio de la manipulación y otras estrategias deshumanizadoras.

La seguridad se torna defensa a ultranza de lo que es “mío” contra la amenaza que suponen “los otros.” Se debilita el sentido comunitario y se sospecha de todos.

El mundo se torna “aldea global”: para muchos las distancias se reducen, las fronteras se difuminan, las culturas se transforman al sufrir el impacto masivo de los mensajes dominantes y de la interacción multicultural. No todos se benefician de estos cambios. La mayoría de los habitantes del planeta se queda al margen, sin acceso a los recursos básicos que les permitirían vivir con dignidad.

La migración no es un fenómeno coyuntural, sino estructural, auténtico “signo de los tiempos.” La falta de oportunidades económicas en amplias regiones del planeta genera un flujo humano hacia los países ricos que éstos quieren controlar pero no pueden. Mientras tanto, el capital se mueve libremente.

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También a nivel eclesial, en el comportamiento de los creyentes y en algunas prácticas comunitarias, encontramos ejemplos numerosos de incoherencia entre la fe que proclamamos y lo que hacemos dentro y fuera de los templos.

Ante estas situaciones los laicos/as se preguntan: ¿cómo actuar?, ¿cómo vivir?, ¿cómo trabajar por el Reino? Una mirada contemplativa a la realidad, similar a la de Cristo, ayuda a encontrar respuestas. Él, al encarnarse, lo hizo con todas las consecuencias: asumió la condición humana y, amando profundamente nuestra existencia, buscó transformarla, evitando en todo momento la tentación del victimismo o el refugio en lamentaciones impotentes.

4. Con Cristo, contemplar y encarnarse en el mundo desde la misericordia

El mundo actual aparece ante muchos como una tragedia inevitable. Sin embargo, escondidas en medio de tanta confusión, de tanto sufrimiento a menudo absurdo, están las semillas del Reino de Dios. Los laicos/as, con los ojos bien abiertos, podemos descubrir la presencia de Cristo, levadura en la masa; percibimos motivos para seguir esperando donde otros no ven más que razones para desesperar. En eso consiste la mirada contemplativa, esa forma especial de ver las cosas que Jesús demuestra y expresa en las Bienaventuranzas (Mt 5,1), en su relación con los pecadores (Lc 7,36), en tantas parábolas que animan a poner el Reino de Dios y su justicia por encima de otras preocupaciones (Mt 6,33). En todo lo que hacemos Cristo nos invita a no perder de vista el horizonte que merece la pena, la perspectiva profunda capaz de dar sentido a nuestra vida.

Los seguidores de Cristo buscamos recrear y dar continuidad a ese misterio de encarnación, proclamando “la Buena Noticia a los pobres”, amando a los que se alejan para luego regresar, ¡pero también a los que no vuelven! El amor a Cristo y la gracia que Él nos regala, nos dan fuerza para asumir conflictos y contradicciones.

La mirada misericordiosa no excluye la “indignación ética” de quien se siente profundamente afectado por el sufrimiento que personas y grupos causan a sus semejantes. La compasión y el amor a la justicia llevan al laico/a a vivir con los ojos muy abiertos, entendiendo la preocupación por la vida social y política como una forma concreta de servicio al prójimo. Nuestras comunidades están llenas de personas generosas, de esfuerzos gratuitos, de búsquedas sinceras, de creatividad. Pero necesitamos orar constantemente porque, solo enraizados en Cristo nuestra labor social será algo más que puro activismo circunstancial. El encuentro con el Señor, el deseo de hacernos semejantes a Él reflejado en la plegaria sostenida, nos permitirá avanzar en un camino de progresiva encarnación. En ese proceso recibimos la inspiración de tantos santos y santas, conocidos o anónimos, que en la vida cotidiana se han ido acercando a Cristo, a ese Señor de la historia al mismo tiempo profundamente contemplativo y encarnado, orante y comprometido.3. PALABRA DE VIDAPONER SUS PALABRAS EN PRÁCTICA (Mt 7,21-29)

21 No es el que me dice: ¡Señor!, ¡Señor!, el que entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo.22 En el día del Juicio muchos me dirán: Señor, Señor, profetizamos en tu Nombre, y en tu Nombre arrojamos los demonios, y en tu Nombre hicimos muchos milagros.23 Yo les diré entonces: No los reconozco. Aléjense de mí todos los malhechores.24 El que escucha mis palabras y las practica es como un hombre inteligente que edificó su casa sobre la roca.

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25 Cayó la lluvia a torrentes, sopló el viento huracanado contra la casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre la roca.26 En cambio, el que oye estas palabras sin ponerlas en práctica, es como el que no piensa, y construye su casa sobre la arena.27 Cayó la lluvia a torrentes, soplaron los vientos contra la casa, y ésta se derrumbó con gran estrépito.»28 Cuando Jesús terminó estos discursos, lo que más había impresionado a la gente era su modo de hablar,29 porque hablaba con autoridad y no como los maestros de la Ley que tenían ellos.

1. El texto en su contexto

“El que escucha mis palabras y las pone en práctica", dice Jesús, cumple la voluntad de mi Padre: edifica aquí sobre la tierra su morada eterna, construyéndola sobre esa roca estable que es el mismo Dios. En cambio quien las escucha y no las pone en práctica -Mateo se dirige a creyentes que escuchan, pero no siempre practican-, por más que hagan cosas buenas, no cumplen la voluntad de Dios: construye sobre la arena del propio yo la ruina de sí mismo. Se trata de dos metáforas del juicio (vv. 21-23.24-27), visto primero por parte del Señor que nos reconoce o nos desconoce, y luego de nuestra parte, desde la responsabilidad de quienes realizamos nuestra salvación o nuestra ruina. El "juicio" sobre nuestra vida como creyentes no queda al arbitrio de Dios, sino a nuestra libertad de cumplir o no su Palabra.

Mateo se encuentra ante una comunidad carismática, rica de fe y entusiasmo: adora al Señor, en su nombre hace profecías, milagros y exorcismos. Pero esto no basta. En efecto, sin amor, todo es nada (cf. 2 Co 13,1-3) y el amor es, ante todo, hacer lo que agrada al amado. La comunidad de Mateo, llena de dones incluso extraordinarios, corre el riesgo de descuidar lo cotidiano que es "cumplir la voluntad del Padre", amando y sirviendo a los hermanos en las pequeñas cosas de cada día.

En el primer cuadro (vv. 21-23) Jesús dice que se pueden realizar obras religiosas -celebrar la liturgia, decir profecías, hacer exorcismos y milagros- y obrar en el nombre del Señor, pero por amor del propio yo, sin amor al Padre ni a los hermanos. En "ese día" cada uno cosechará lo que ha sembrado (Ga 6,7). Si ha sembrado amor, será reconocido; de lo contrario será señalado como "agente de iniquidad", que no ha obrado según la ley del amor.

En el segundo cuadro (vv. 24-27) se recalca la misma cosa con una perspectiva inversa. Si antes se miraba el camino desde la meta, ahora se mira la meta desde el camino: la casa que ahora construimos resistirá o no "ese día" según nuestra consideración hacia "esas palabras". Quien las pone en práctica es como un hombre “sabio” que construye sobre “roca”. El que no las pone en práctica es un "insensato" que construye sobre "arena". A ambos les suceden las mismas calamidades, pero con un resultado muy distinto: la casa del primero permanece, la del otro cae. El sabio construye en el tiempo la morada eterna, que resiste toda adversidad; el insensato en cambio se construye la propia ruina que le cae encima.

La conclusión (vv. 28-29) subraya el estupor de las multitudes por su enseñanza: su Palabra no sólo explica, como la de los escribas, sino que tienen la autoridad del mismo Dios.Jesús es el primer oyente y cumplidor de la Palabra: es la Palabra hecha carne. La Iglesia escucha y hace suya la Palabra, y continúa en la propia historia la encarnación del Hijo.

2. Algunos subrayados

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v. 21: No todo el que me diga: ¡Señor!, ¡Señor! Es la aclamación litúrgica, expresión de la fe que reconoce en Jesús al Señor.Entrará en el reino de los cielos. No basta la fe y la celebración litúrgica. También los demonios creen, pero tiemblan (St 2,19). Una fe y una oración que no florece en una de servicio, no sirve para nada: está muerta (St 2,24.26). Jesús no reprocha la simple incoherencia, que siempre existirá mientras vivamos ¡y será lugar de humildad, confianza y conversión constante! Reprocha la autosuficiencia de quienes se consideran perfectos y dicen: “¡Señor, Señor!”, sin que en realidad Dios sea el Señor de su vida.Sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Jesús llama a Dios “mi Padre” porque es el Hijo que cumple la voluntad de Él y la manifiesta a nosotros, en la espera de que nosotros podamos decir “Padrenuestro”.¿No profetizamos en tu nombre?, etc. Ni siquiera las profecías, los exorcismos ni los milagros abren las puertas del Reino. Puedo hacer en su nombre cosas buenas para los otros, como los exorcistas de Éfeso, pero sin que ello sirva para mi salvación (cf. Hch 19,11ss). Lo que me salva no es obrar milagros, sino cumplir la voluntad del Padre, que es amar a los hermanos.v. 23: -¡Jamás les conocí! Apártense de mí, agentes de iniquidad (Sal 6,9). El Hijo no reconoce a los que no viven como hermanos. Son "agentes de iniquidad," son gentes “sin ley”, que ignoran en su modo de obrar la ley del amor. La fe, la esperanza y los otros dones al fin cesan; queda solamente el amor, que no acaba nunca (1Co 13,8ss). Porque Dios es amor, y sólo quien ama permanece en Dios y Dios en El (1Jn 4,16).v. 24: Así, pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica. La conclusión es escuchar “estas” palabras de Jesús y ponerlas en práctica. La escucha es la base para cumplirlas. En efecto, uno obra según la palabra que lleva dentro.Será como el hombre prudente. Prudente es quien edifica sobre las palabras de Jesús y así posee la sabiduría del Padre.Edificó su casa sobre roca. La "casa" no es simplemente el refugio al abrigo de los elementos: es el lugar de las relaciones cercanas, de la intimidad, de la familiaridad y el amor, donde uno se realiza a imagen de Dios. La piedra es Dios, estable como la roca. La diferencia entre la sabiduría y la necedad está en cumplir las palabras del Señor o las propias, en escoger como fundamento del propio obrar esa roca que es Dios, o la arena de los propios ídolos.v. 25: Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, etc. Las dificultades, las aguas arrolladoras y las tempestades de la vida, hasta la prueba final de la muerte, no pueden apagar el amor. Ésta es la morada eterna de Dios, del Padre en el Hijo y del Hijo en el Padre, abierta por Jesús a todos los hermanos. En la aduana de la muerte nada de lo que tienes pasa: la única riqueza con la que viajas es el amor que has dado. Este es el tesoro en el cielo que puedes acumular ya en la tierra, que nada puede consumir y ninguno puede arrebatar.v. 26: Todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica. ¡La contraposición no está en la escucha sino en la práctica! La diferencia entre los creyentes no está en la fe, sino en el amor. Pero atención: Mateo se dirige a los creyentes. Sería un error afirmar, como se escucha con frecuencia, que la fe no importa y si importan las obras. Para nosotros la fe es esencial pero la verdadera fe se confirma con los hechos.Será como el hombre insensato. La sabiduría/insensatez se define por el cumplir/no cumplir las palabras de Jesús.Edificó su casa sobre arena. El que no cumple las palabras de Jesús, cumple otras palabras. En lugar de construir sobre Dios, construye sobre ídolos, sus pequeños dioses del momento. Su existencia no es sólida aunque lo parezca, está edificada sobre la arena.v. 27: Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, etc. Si uno no ha edificado sobre Dios, con las dificultades la casa se derrumba. Su vida se deshace como una rueda cuyos radios

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no están unidos al centro. Será grande su ruina. El que no construye sobre el amor, antes o después va a quedar sepultado entre escombros.v. 28: La gente quedó asombrada de su doctrina. Su enseñanza hace impacto, toca y mueve el corazón, lo abre al asombro y hace salir la verdad escondida, la del Hijo. Sus palabras no caen en el vacío, porque la palabra del Hijo resuena en nuestro corazón con la verdad de lo que somos.

3. El texto en nuestro tema

Lee despacio el texto y el comentario. Subraya lo que parece más importante para nuestro tema y para nuestra experiencia creyente. Comparte estas ideas en grupo y enriquece tu visión con los aportes del resto.

El texto en el v.22 nos señala un peligro: es posible incluso hacer cosas buenas, incluso prodigiosas en nombre de Jesús y, sin embargo, estar lejos de El. ¿Puede sucederle esto a la PS-Caritas? ¿En qué situaciones? ¿Por qué motivos?

A la luz del texto, ¿qué deberíamos tener en cuenta para construir una PS-Caritas sólida y sobre fundamentos firmes? Por el contrario, ¿qué opciones podrían llevarnos por un camino equivocado?

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4. PARA PROFUNDIZARLA LAICIDAD COMO DIMENSIÓN DE TODA LA IGLESIA(Adaptado de la obra de Bruno Forte, “Laicado y Laicidad”)

El laicado en la historia de la experiencia cristiana

Etimológicamente el término laikós se deriva del sustantivo laós, que significa pueblo. En el NT no aparece nunca el término laikós; los miembros de la comunidad cristiana son llamados “santos”, “elegidos”, “discípulos”, y sobre todo “hermanos”. En los textos griegos cristianos más antiguos el uso del término es muy raro. Pero con Tertuliano su significado se decanta definitivamente como el de "un cristiano que no pertenece al clero.” La historia del término pone de relieve una doble connotación: a) por una parte, la pertenencia a un pueblo; b) por otra, la pertenencia a una categoría opuesta a otra dentro de ese pueblo. Designamos estas dos categorías respectivamente con las expresiones “polo comunitario” y “polo ministerial o jerárquico”. La historia del laicado cristiano se inscribe totalmente en la diversa articulación de estos dos polos. Podemos distinguir cuatro fases: la fase del NT, la época preconstantiniana, la época de “cristiandad” y la edad moderna y contemporánea.

a) En la época del NT prevalece el polo comunitario. El NT nos presenta al nuevo pueblo de Dios como consagrado por la unción del Espíritu Santo que, incorporando cada creyente a Cristo con el bautismo y la eucaristía, edifica el cuerpo del Señor, la Iglesia. En el ámbito de este pueblo consagrado, sacerdotal, el Espíritu suscita una variedad de ministerios y carismas: todo cristiano tiene un carisma, esto es, recibe una consagración con vistas a una verdadera y variada misión en la Iglesia y en el mundo. Entre estos dones hay una unidad profunda. Lo que durante esta fase se subraya no es tanto la distinción entre los diversos carismas y ministerios, como la tensión entre el pueblo de Dios, todo el ungido por el Espíritu, y el mundo que no reconoce la salvación divina.

b) En la época preconstantiniana sigue prevaleciendo el polo comunitario. En la Iglesia de los mártires, la tensión de la persecución acentúa la unidad interna de una comunidad en contraste con el mundo, quedando en segundo plano las distinciones en el pueblo de Dios. La Iglesia se sitúa en la historia como fermento y como alternativa. Los cristianos viven con energía la novedad de su experiencia y la tensión hacia su pleno cumplimiento. Se preocupan más de subrayar la novedad cristiana que de distinguir o contraponer facetas dentro de ella. Todos los cristianos/as aportan riqueza y son necesarios a la hora de vivir la novedad evangélica y mantener una relación dialéctica con el mundo. La tensión, más que hacia dentro, como distinción entre jerarquía y laicado, es hacia fuera, en relación con el mundo pagano que hay que evangelizar. c) Con el paso a la situación de cristiandad se refuerza el polo jerárquico. La paz constantiniana determina una nueva situación para la Iglesia: desaparece la relación dialéctica con el mundo, y esta cede su lugar a una “simbiosis con la sociedad temporal” (Congar). Se empieza a establecer entonces una nueva relación dialéctica, esta vez en el interior de la Iglesia: entre los monjes y el clero, por una parte (los “espirituales”), y por otra el resto de creyentes, los laicos (los “carnales”). Se concibe a los primeros como los realizadores del modelo evangélico; a los segundos como comprometidos con “el mundo”, sus realidades y exigencias. Así la función eclesial pasa progresivamente a estar representada casi exclusivamente por clérigos y monjes. Los primeros fueron aceptando formas y elementos de vida de los segundos: celibato, hábito, tonsura, etc. La distancia entre ellos y los laicos se fue haciendo cada vez más

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visible en la liturgia, donde los no consagrados se convirtieron progresivamente en meros espectadores. Este fortalecimiento del polo jerárquico resulta en un empobrecimiento del significado positivo del laicado: la diversidad de carismas y ministerios que veíamos manifestarse en las fases anteriores quedan ahora monopolizados e institucionalizados. Al laicado le corresponde ahora respaldar pasivamente las orientaciones y actuaciones del ministerio ordenado. d) Con el avance de la edad moderna y contemporánea, progresa también la recuperación del polo comunitario. La Reforma y el desarrollo de los estados nacionales, aceleran la disolución de la síntesis religiosa y política medieval. Ahora las diversas dimensiones de lo humano se van afirmando de manera autónoma respecto a la Iglesia: autonomía de lo político, autonomía del pensamiento filosófico-científico (con el humanismo y el renacimiento, los descubrimientos científicos, la crítica histórica, etc.), y hasta autonomía de la moral (ética racionalista, etc.). Todo esto provoca un despertar del laicado que florece con fuerza en el siglo XIX en organizaciones laicales de carácter caritativo, social o más específicamente apostólico, como los movimientos de la Acción Católica, organización destinada a desempeñar un papel decisivo en la formación y en el compromiso laical. Comienza así un despertar maravilloso de los carismas laicales pero todavía la propuesta católica respecto al mundo es más de alternativa que de diálogo. Se tiende a levantar estructuras que reemplacen a las del mundo: organizaciones católicas, cultura católica, etc. Se querría edificar un verdadero y auténtico “mundo católico”, expresión de una Iglesia entendida como “sociedad perfecta” que puede vivir de espaldas al mundo.

e) Ya en el siglo XX comienza a madurar una nueva solución al problema de la relación Iglesia-mundo. Ahora ya no se proponen alternativas competitivas. La Iglesia comienza a concebirse como fermento y levadura al servicio de la familia humana. En este contexto la reflexión y la praxis relativas al laicado se renuevan a fondo, profundizándose cada vez más el polo comunitario de la realidad eclesial. Mientras las organizaciones laicales prosiguen su obra concienciadora, la enseñanza del magisterio sobre la sacralidad del mundo, vuelve a impulsar la identidad y tarea de los laicos en el ámbito de la misión general de la Iglesia. La propuesta cristiana no es para ser vivida dentro de la Iglesia sino para transmitirla a un mundo que es parte de la obra de Dios y que anhela ser transformado por Cristo. Todos estos elementos convergen en la obra del Vaticano II, el primer Concilio que trata con amplitud la identidad laical y lo hace en el contexto de una eclesiología renovada, leyendo su vocación y su misión a la luz de una antropología cristiana inspirada en los orígenes del cristianismo. La misión del laico en relación con la misión de Cristo en la Iglesia y en el mundo

La identidad laical se ilumina en la riqueza de la consagración bautismal y de la libre y variada iniciativa del Espíritu, más que en la contraposición negativa con clérigos y religiosos. Laicos, clérigos y religiosos son ante todo cristianos, todos llamados a ser “sal de la tierra y luz del mundo” en la diversidad de carismas y de ministerios suscitados por el único Espíritu. El cristiano, ungido por el Espíritu Santo, se convierte en partícipe de la función profética, sacerdotal y real de Cristo. La vocación al apostolado, a comunicar la Buena Nueva, es parte de la vocación cristiana (AA 2-3). El cristiano comunica el Espíritu ante todo a través de la Palabra vivida y hablada (LG 35). Todos los fieles contribuyen al crecimiento incesante de la comunicación divina que progresa hacia su plenitud. En esta perspectiva la contraposición entre Iglesia docente y discente –la que enseña y la que recibe enseñanza- parece inadecuada por oponer en vez de unir lo que es diversidad complementaria. Se comprende así la necesidad de recuperar la aportación

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laical a la teología, en una Iglesia como la latina, donde todavía son tan raros los teólogos laicos. En esta “posesión de la Palabra” por la unción del Espíritu se basa también la riqueza profética del testimonio de vida que el laico puede dar en los más variados ambientes, la posibilidad de que asuma tareas concretas de evangelización y catequesis, y la animación del orden temporal realizada a través de la denuncia de las injusticias y del anuncio de la verdad liberadora.

El cristiano, además, comunica el Espíritu a través del ejercicio de su función sacerdotal. En virtud de la incorporación a Cristo, único, sumo y eterno sacerdote de la nueva alianza, el bautizado puede ofrecer su vida a Dios y en ella la del mundo entero, preparando de esta forma los caminos del Espíritu. Esta ofrenda encuentra su cima y su fuente en la celebración de la eucaristía, donde se manifiesta la unidad articulada del pueblo de Dios. En la eucaristía los laicos, en unión con el ministro ordenado, consagran el mundo a Dios, sin que por ello el mundo pierda su identidad temporal: todas sus obras, las oraciones y las iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, se consagran en el Espíritu. Hasta las molestias de la vida se soportan con paciencia y se convierten en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cf. 1Pe 2,5). Todo ello se ofrece piadosamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor. Así también los laicos, obrando santamente en todo como adoradores, consagran a Dios el mundo mismo (LG 34 y AA 3).

Finalmente, el cristiano comunica el Espíritu en cuanto que participa de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Esta función real se ejerce precisamente en el proceso de liberación personal, social y cósmica que inauguró la resurrección del Señor Jesús y a la que todos podemos contribuir gracias a la unción que hemos recibido. El laico/a vive esta liberación ante todo venciendo en sí mismo la fuerza del pecado con una entrega generosa (Rm 6,12), ensanchando de este modo el reino de justicia, de amor y de paz, hasta que sea liberada la creación entera (Rm 8,21). Además, en virtud de la profunda unidad entre la realidad creada y la redimida, la salvación del pecado y de la muerte pasa también por la liberación integral del hombre de la esclavitud de la ignorancia, de la necesidad, de la injusticia, de las manipulaciones tecnológicas e ideológicas. Cristificar es humanizar: en esta luz resplandece el valor cristiano del trabajo ordinario de cada ser humano (GS 34), de la cultura, del compromiso político, etc. Todos esos esfuerzos contribuyen a la edificación de un mundo más humanizado, y por tanto más cercano al reino prometido, en donde la persona, siempre fin y nunca medio para nadie, se abra al Transcendente que fundamenta su dignidad por encima de todo límite. En todos estos ámbitos la contribución del laicado es vital.

Es necesario que los laicos tomen conciencia de la riqueza de carismas que les ha dado el Espíritu, examinando en esta perspectiva su estado de vida y todas sus actividades, en comunión con los que verifican y ordenan los carismas para la construcción de la comunidad. Del mismo modo es necesario que los pastores no tengan miedo de reconocer y valorar esta riqueza carismática, en la difícil tarea de examinarlo todo sin apagar el Espíritu.

La laicidad como dimensión de toda la Iglesia

Una adecuada comprensión de la identidad laical solo será posible si damos los pasos adecuados para asumir la “laicidad” como dimensión de toda la Iglesia. Laicidad significa la afirmación de la autonomía y de la consistencia del mundo profano en relación a la esfera religiosa. En este sentido equivale a “secularidad,” a reconocimiento del valor propio del “saeculum,” es decir, del conjunto de realidades,

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relaciones y opciones mundanas que van puntuando la existencia cotidiana de cada ser humano.

En la historia de la eclesiología la laicidad se ha visto de maneras distintas, y en ellas podemos ver reflejadas diversas imágenes de la misma Iglesia. Una primera perspectiva ha sido la del rechazo de la laicidad: es la postura del eclesiocentrismo, para el cual la Iglesia, “sociedad perfecta”, es autosuficiente y se pone frente al siglo en actitud de enseñar y enjuiciar. Esta actitud “ad extra” (hacia fuera) se reflejaba también en concepciones y actuaciones de la Iglesia “ad intra” (hacia dentro): al rechazo de la autonomía de lo mundano se unía una exasperada acentuación de lo “sagrado”. Una Iglesia cerrada a la laicidad en su relación con el mundo se hace una iglesia clerical en su interior.

Progresivamente se ha ido operando una recuperación de la laicidad. En la relación Iglesia-mundo ello ha significado el desarrollo de una “teología de las realidades terrenas” consagrada en la eclesiología del Vaticano II. En ella se renuncia a concebir Iglesia y mundo como dos polos separados, más o menos rivales el uno del otro. Se afirma la exigencia de una Iglesia presente en las realidades mundanas como levadura y fermento. De la postura integrista, para la cual el mundo no podía ser más que el destinatario del anuncio y del juicio evangélico, se pasaba al diálogo en el que la Iglesia se pone no sólo como la que enseña, sino también como la que escucha y aprende. El fundamento teológico de este cambio se veía en la dimensión crística de todo lo creado: “Todo ha sido creado por Él y para Él” (Col 1,16). El mundo se convierte así en compañero del diálogo de la salvación; Iglesia y mundo caminan juntos en el esfuerzo de leer la historia en el Evangelio y el Evangelio en la historia. Esta cambio de relación con el mundo tiene también consecuencias “ad intra”: al recuperar el primado de una eclesiología del Pueblo de Dios, se reconoce la dignidad y la autonomía propia de cada bautizado y, consiguientemente, la responsabilidad específica de los laicos.

El redescubrimiento de esta novedad lleva consigo la exigencia de superar no sólo la división de la Iglesia en dos clases, sino también la conexión específica laicos-secularidad: si todos los bautizados reciben el Espíritu Santo para darlo al mundo, todos están comprometidos en el orden temporal para anunciar el Evangelio y animar la historia. Todos trabajamos en ese frente, si bien en una variedad de tonos y de formas, de acuerdo más con carismas personales que con contraposiciones estáticas entre laicado, jerarquía y estado religioso. Ignorar que las condiciones de vida, incluso en el interior de la Iglesia, tienen una dimensión mundana, político-social, significa de hecho asumir una postura cargada de resonancias mundanas, político-sociales, como lo demuestra la historia: nadie es neutral frente a las referencias históricas en las que vive. Una pretendida neutralidad puede fácilmente convertirse en enmascaramiento, voluntario o involuntario, de ideologías y de intereses. Se debe, pues, llegar —en el desarrollo de las premisas puestas por el Vaticano II— a una diversa asunción de la laicidad en la eclesiología: toda la comunidad ha de confrontarse con el “saeculum”, dejándose marcar por él en su ser y en su actuar. ¡La Iglesia entera debe caracterizarse por una relación positiva con la laicidad!

Paralelamente hay que señalar el riesgo de una asunción acrítica e indiferenciada de la laicidad que reduzca la originalidad evangélica a las coordenadas de este mundo. Algunas corrientes han reaccionado frente al eclesiocentrismo integrista con una especie de eclesiopraxismo, en el que la relevancia secular de la comunidad se acentúa de tal manera que en ese altar se sacrifica nuestra identidad original e irreductible. Es la posición de algunas teologías radicales en las que la eclesiología se transforma de hecho en teoría de la praxis de la comunidad comprometida en procesos histórico-políticos de cambio. Cuando la alternativa cristiana se ve sometida a un horizonte exclusivamente mundano, pierde su sentido y su profundidad. La asunción

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de la laicidad, como dimensión propia de toda la Iglesia, debe promoverse sin reducciones secularizantes y confusiones en las que, en nombre de una presencia histórica más incisiva, perdamos identidad eclesial y lo específico de los distintos carismas y ministerios.

Asumir críticamente la laicidad en el interior de toda la Iglesia supone actuar en tres niveles: en primer lugar, en el plano de las relaciones intraeclesiales (laicidad en la Iglesia); después, en el plano de la común responsabilidad de los bautizados en relación a lo secular y a la tarea de promover la salvación en la historia (laicidad de la Iglesia); finalmente, en el plano del reconocimiento por parte de la Iglesia del valor propio y autónomo de las realidades terrenas (laicidad del mundo, recibida por la Iglesia).

a) Laicidad en la Iglesia . Ante todo, ella implica el respeto de la autonomía de lo mundano en su interior: los bautizados son sujetos humanos, cuya dignidad y responsabilidad propia debe ser reconocida y promovida. Los derechos humanos —expresión altísima de la laicidad en su sentido auténtico— son un valor absoluto e inalienable, también en el ámbito de las relaciones intraeclesiales: no existe autoridad, ni siquiera sagrada, que pueda legítimamente ignorarlos. El clima propio de la laicidad en la Iglesia es el de la tolerancia y el diálogo que se funda teológicamente en una eclesiología de la comunión en la cual la unidad se ve enriquecida y no amenazada por la diversidad. En este sentido, “laicidad en la Iglesia” significa libertad del cristiano, primado de la conciencia y de la motivación interior respecto de la observancia formal, responsabilidad de cada uno en la tarea de hacer crecer la comunidad hacia la plenitud de la verdad (DV 8).

b) Laicidad de la Iglesia . Todos los bautizados (y no sólo los laicos) son responsables frente al orden temporal. Ello implica superar la idea de que el apostolado de los laicos es colaboración con el apostolado jerárquico: en realidad todos los cristianos, cada uno según el carisma recibido, deben cooperar unos con otros en orden a la evangelización de la comunidad y de la historia, procurando una relación de comunión articulada y dinámica entre los varios ministerios y carismas. Así se logra superar una separación arbitraria entre “ámbito sagrado” y “ámbito profano”. No existen espacios separados –Dios y César- con sus especialistas específicos (ministros sagrados y laicos). La existencia se desarrolla en un único ámbito, ciertamente complejo y diverso, en el que cada cristiano/a ha de situarse, cualquiera que sea su carisma y su ministerio, respetando la autonomía de las realidades terrenas (“dando al César lo que es del César”) y abierto siempre al, a menudo sorprendente, horizonte del Reino (“y a Dios lo que es Dios”). De esta concepción surge una eclesiología misionera y “política”, donde se restablece con fuerza la responsabilidad “ad extra” de la comunidad cristiana. En esa comunidad la totalidad de los bautizados, si bien con la articulación que le es propia a cada uno, nos vemos proyectados hacia fuera, hacia el mundo al que somos enviados, marcados por la laicidad en nuestro ser y en nuestro obrar.

c) Laicidad del mundo . Finalmente, la asunción crítica de la laicidad en eclesiología comporta el reconocimiento por parte de la Iglesia del valor propio y autónomo de las realidades terrenas. El eclesiocentrismo ha de ser superado aquí a favor de una eclesiología dialogante y ministerial: una Iglesia en diálogo y al servicio de todos los hombres reconoce que no es la depositaria exclusiva de la verdad. Por eso se abre a la dignidad y a la libertad de cada persona, de cada situación histórica, para tomar de ella los valores originales y proponer la palabra evangélica. Esto exige una relación serena, si bien críticamente vigilante, con las culturas. No es posible buscar en el mensaje la respuesta ya preparada a los interrogantes y a las urgencias del presente. Siempre es necesario vivir la fatiga de la mediación en

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donde los polos a poner en relación –la cultura y el Evangelio, la salvación y la historia- sean tomados en serio en su autonomía recíproca y en su inevitable tensión, permaneciendo firme la primacía, normativa para el creyente, de la Palabra de Dios. La eclesiología del diálogo y del servicio no significa pérdida de identidad eclesial, sino descubrimiento de esa identidad a un nivel más alto, en sintonía con la exigencia evangélica de “perder” la propia vida para “salvarla” (Mt 10,39). La admisión de la laicidad del mundo se convierte así en una dimensión imprescindible para una Iglesia que no quiere renunciar a ser signo y sacramento de salvación en medio de la vida.

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5. ATERRIZANDOUN LAICADO CON ESPACIO EN LA IGLESIA Y RESPONSABILIDAD EN EL MUNDO

En el primer apartado dejábamos a los fieles a pocos días de reunirse de nuevo y decidir el compromiso parroquial más adecuado. Te proponemos formular algunas reflexiones que puedan ayudarles a tomar una decisión adecuada. 5.1 A la luz de lo trabajado en esta cartilla, rememora las posturas que surgieron en la primera reunión y analiza aspectos positivos y negativos en lo que allí se escuchó.________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ 5.2 Escribe tres ideas que en la reunión prevista te gustaría poder resaltar, sobre el ser y el quehacer de los laicos/as en la Iglesia y en el mundo.

† ________________________________________________________________________________________________________________________

† ________________________________________________________________________________________________________________________

† ________________________________________________________________________________________________________________________

5.3 Buscando imitar lo que Jesús, el primer laico, hizo por su pueblo, haz una lista de posibles actividades que ahora podrían ser asumidas por los hermanos/as de esa comunidad cristiana.

† __________________________________________________________† __________________________________________________________† __________________________________________________________

5.4 Revisa la siguiente lista de Documentos del Vaticano II y del Episcopado Latinoamericano y escoge dos o tres textos que te gustaría compartir en la reunión. En esta relación señalamos solamente los números relevantes así como una pista sobre su contenido. La lectura de los textos requiere acceso a los documentos en cuestión.

Lumen gentium (Vaticano II): #30 peculiaridades del laicado; #31 qué se entiende por laicos/as; #33 el apostolado de los laicos/as; #34 la consagración del mundo; #35 el testimonio de su vida; #36 de las estructuras humanas; #37 relaciones con la jerarquía; y #38 como el alma para el cuerpo

Ad gentes (Vaticano II): #15 la comunidad cristiana, expresión de la presencia de Dios en el mundo; #21 sobre el fomento del apostolado seglar; #30 sobre la ordenación local de las misiones; #41 del deber misionero de los seglares; #17 sobre la formación de los catequistas.

Apostolicam actuositatem (Vaticano II): #1 importancia particular que hoy tiene el apostolado de los laicos/as; #2 la participación de los seglares en la misión de la Iglesia; #4 la espiritualidad seglar en orden al apostolado; #5 introducción a los fines que hay que lograr; #6 el apostolado de la evangelización y santificación de los hombres; #7 renovación cristiana del orden temporal; #8 la acción caritativa, distintivo del apostolado cristiano; #10 las comunidades de la Iglesia; #16-17 importancia y multiplicidad de las formas del apostolado individual; #22 seglares que se entregan

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con título especial al servicio de la Iglesia; #29 principios de la formación de los seglares para el apostolado; y #33 exhortación final a los seglares.

Gaudium et spes (Vaticano II): En particular #43 que trata de la ayuda que la Iglesia, a través especialmente de los laicos/as, procura prestar al dinamismo humano.

Presbyterorum ordinis (Vaticano II): El documento se refiere a los sacerdotes, pero se puede citar #9: el trato de los presbíteros con los laicos/as; y #17: la ayuda de los seglares en la administración de los bienes eclesiásticos.

Sacrosantum concilium (Vaticano II): #44: Participación de los laicos/as en las comisiones de liturgia.

Medellín. Los movimientos laicales: #10 ; autonomía de los movimientos laicales: #5,17; valoración creciente del papel del laico/a: #11,9; laicos/as en la comunidad: #11,16,; laicos/as llamados a la santidad: #21,1; laicos/as en pastoral: #12,13;15,3;4,28; laicos/as catequistas: #8,14; laicos/as en cargos de la Curia: #15,19; Comunidades de Base: #15,11; en el desarrollo: #11,19; en la promoción humana: #1,23;4,9; su testimonio de pobreza: #14,17; ayuda al sacerdote a comprender la realidad: #13,10; en medios de comunicación: #16,12-15; laicos/as en la vida religiosa y en Institutos Seculares: #12,17-24; en organismos y movimientos internacionales: #10,15.18; sobre el Consejo Nacional y Regional de Seglares: #10,19-20.

Puebla. A los laicos/as se refiere Puebla en forma específica en la Tercera Parte, Cap II, n.3, bajo el título: “Participación del laico/a en la vida de la Iglesia y en la misión de ésta en el mundo” #777-849. El resumen de las principales afirmaciones lo sacamos del índice temático de la publicación hecha en Lima en mayo de 1979: Hay conciencia creciente de la necesidad de la presencia del laico/a en la misión evangelizadora #777; ya son más activos, se nota en ellos una mayor conciencia de su propia vocación cristiana #850; pero no son suficientemente acompañados #851; persiste cierta mentalidad clerical en numerosos agentes de pastoral #784; raíz y significación de la misión del laico/a #786; multiplicidad de sus formas de apostolado #788-789, 805; comprometidos en la construcción del Reino en su dimensión temporal #787,789,815,1216; en la construcción de la sociedad #823; satisfacción por su creciente presencia en las instituciones educativas #1020; presencia en la actividad política #524,791,810; inconveniente cuando son dirigentes de la acción pastoral #530,810; guiado por la enseñanza social de la Iglesia #793,795,824; necesitado de sólida formación y con derecho a recibirla #794,832; su espiritualidad #797; los nuevos ministerios no ordenados confiados a laicos/as #804-805,833; criterios #811-814; peligros #817; el laicado organizado #800-803; orientaciones para la pastoral de conjunto #806-809,828; constituir o dinamizar los Departamentos Diocesanos y Nacionales de laicos/as #830.

Santo Domingo. El tema está tratado en la segunda parte, capítulo I, "La nueva evangelización", #94-120. A modo de resumen, sobre este tema se dice lo siguiente: su formación integral #42,60,99; su participación en la Parroquia #59; sus responsabilidades #60; su papel en las CEBs #61; su compromiso en la Pastoral Vocacional #80; colaboradores de los obispos y sacerdotes #91; son la mayoría en la Iglesia #94; ministerios, servicios y funciones #95; desatendidos por los pastores #96; mentalidad clerical de algunos de ellos #96; protagonistas de la Nueva Evangelización #97,103,293,302; misión y santificación #97; en los consejos pastorales #98; en la educación, la política, la cultura y el trabajo #99; llamados a la santidad #99; ministerios conferidos a ellos #101; su acción en los movimientos apostólicos #102; su

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influencia en la vida social #176; su actuación política #193,203; misión profética, sacerdotal y real #254.

Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: #897-913 y 940-943.

Código de Derecho Canónico: #224-231, 759, 766, 785, 899.

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GLOSARIO DE SIGLAS

AA - Apostolicam Actuositatem, Concilio Vaticano II, 1965.DV – Dei Verbum, Constitución Dogmática, Concilio Vaticano II, 1965.GS – Gaudium et Spes, Constitución Pastoral, Concilio Vaticano II, 1965.LG - Lumen Gentium, Constitución Dogmática, Concilio Vaticano II, 1965.

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