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“La nueva vida en Cristo”, Horacio J. Cornelli - Página 1 de 12 La nueva vida en Cristo Instrucciones de Vida La intención de este estudio es enfocarse en dos conceptos básicos para la Iglesia de nuestro tiempo: a) La gracia de Dios, y b) El funcionamiento de la Iglesia. CAPÍTULO I: El que me dice Señor, Señor, o el que hace la Torá Lectura bíblica 21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les decla- raré: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21-23). Desarrollo Debemos entender que, sin importar cuán religiosos lleguemos a ser, ni lo experto en las cosas bíblicas como profetizar, echar fuera demonios y hacer milagros, lo único que evidencia nuestra pertenencia al reino de los cielos es hacer la voluntad de Dios. De lo contrario, para el Señor, somos simples “hacedores de maldad”. Queda perfectamente claro, entonces, que, en el concepto del Señor, “hacer maldad” no es profetizar, ni echar fuera demonios ni hacer milagros, sino que es sencillamente “no hacer la voluntad de Dios”. No obstante, millones de personas alrededor del mundo rezan diariamente para que la voluntad de Dios sea hecha, mientras ellos mismos hacen lo que quieren sin importarles la voluntad de Dios para cada deci- sión: 10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10). Es necesario que tengamos muy claro el concepto de lo que cielo significa en la oración que llamamos “Pa- drenuestro”: el cielo es el “lugar” donde se hace plenamente la voluntad de Dios. Por tanto, es una incon- gruencia que alguien pretenda “entrar” en el lugar en el que se hace la voluntad de Dios, si no estaba dis- puesto a hacerla en esta vida. ¿Acaso, cambiaremos nuestra manera de ser por haber pasado de un instan- te a otro? De la misma manera que nada cambia en nosotros el día de nuestro cumpleaños porque cum- plimos un año más de vida, tampoco cambiará nada cuando traspasemos el umbral de la muerte. Por esta razón, Jesús dijo que 21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Esto significa que el que venía haciendo la voluntad de Dios, pasará el umbral y continuará haciendo lo mismo, pero el que no estaba haciendo la voluntad de Dios, por más religioso que hubiera sido en esta vi- da, cuando muera, continuará siendo un desconocido para el Señor y un hacedor de maldad, sin importar lo que haya hecho producto de su religiosidad. Lo importante es entender que los que hemos aceptado el mensaje de Jesús, hemos entrado en el Reino de Dios. Y, teniendo en cuenta que, dondequiera que hay súbditos que se someten a un rey, allí hay un reino, entonces, donde haya personas que se someten al gobierno de Dios, allí está el Reino de Dios. A pesar de que todos los cristianos confiesan que están sometidos al gobierno de Dios, no todos conocen lo que eso significa. Estar sometido a un gobierno, es estar sometido a sus leyes, decretos y ordenanzas, es decir, a sus normas. Lo importante es poder identificar en qué lugar se encuentran escritas esas normas, para conocerlas y obedecerlas. Concluimos que la pregunta que nos debemos contestar es: ¿dónde está escrita la voluntad de Dios para que la podamos hacer? El Señor nos podría hablar personalmente a cada uno, expresándonos su voluntad, pero eso sería como que el Congreso de una nación le hable a cada ciudadano para comunicarle en forma

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La nueva vida en Cristo

Instrucciones de Vida

La intención de este estudio es enfocarse en dos conceptos básicos para la Iglesia de nuestro tiempo: a) La gracia de Dios, y b) El funcionamiento de la Iglesia.

CAPÍTULO I: El que me dice Señor, Señor, o el que hace la Torá

Lectura bíblica

“21No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23Y entonces les decla-raré: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21-23).

Desarrollo

Debemos entender que, sin importar cuán religiosos lleguemos a ser, ni lo experto en las cosas bíblicas como profetizar, echar fuera demonios y hacer milagros, lo único que evidencia nuestra pertenencia al reino de los cielos es hacer la voluntad de Dios. De lo contrario, para el Señor, somos simples “hacedores de maldad”.

Queda perfectamente claro, entonces, que, en el concepto del Señor, “hacer maldad” no es profetizar, ni echar fuera demonios ni hacer milagros, sino que es sencillamente “no hacer la voluntad de Dios”.

No obstante, millones de personas alrededor del mundo rezan diariamente para que la voluntad de Dios sea hecha, mientras ellos mismos hacen lo que quieren sin importarles la voluntad de Dios para cada deci-sión: “10Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10).

Es necesario que tengamos muy claro el concepto de lo que cielo significa en la oración que llamamos “Pa-drenuestro”: el cielo es el “lugar” donde se hace plenamente la voluntad de Dios. Por tanto, es una incon-gruencia que alguien pretenda “entrar” en el lugar en el que se hace la voluntad de Dios, si no estaba dis-puesto a hacerla en esta vida. ¿Acaso, cambiaremos nuestra manera de ser por haber pasado de un instan-te a otro? De la misma manera que nada cambia en nosotros el día de nuestro cumpleaños porque cum-plimos un año más de vida, tampoco cambiará nada cuando traspasemos el umbral de la muerte. Por esta razón, Jesús dijo que “21No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

Esto significa que el que venía haciendo la voluntad de Dios, pasará el umbral y continuará haciendo lo mismo, pero el que no estaba haciendo la voluntad de Dios, por más religioso que hubiera sido en esta vi-da, cuando muera, continuará siendo un desconocido para el Señor y un hacedor de maldad, sin importar lo que haya hecho producto de su religiosidad.

Lo importante es entender que los que hemos aceptado el mensaje de Jesús, hemos entrado en el Reino de Dios. Y, teniendo en cuenta que, dondequiera que hay súbditos que se someten a un rey, allí hay un reino, entonces, donde haya personas que se someten al gobierno de Dios, allí está el Reino de Dios.

A pesar de que todos los cristianos confiesan que están sometidos al gobierno de Dios, no todos conocen lo que eso significa.

Estar sometido a un gobierno, es estar sometido a sus leyes, decretos y ordenanzas, es decir, a sus normas. Lo importante es poder identificar en qué lugar se encuentran escritas esas normas, para conocerlas y obedecerlas.

Concluimos que la pregunta que nos debemos contestar es: ¿dónde está escrita la voluntad de Dios para que la podamos hacer? El Señor nos podría hablar personalmente a cada uno, expresándonos su voluntad, pero eso sería como que el Congreso de una nación le hable a cada ciudadano para comunicarle en forma

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personal e individual el contenido de las leyes que rigen la vida del país. Vemos que las leyes se escriben y se publican en un boletín oficial y, desde que están publicadas, nadie puede alegar desconocimiento de la ley aunque no hayan leído el texto de la misma y, por lo tanto, aunque la ignoren completamente, si la in-fringen son culpables.

La mayoría de los cristianos afirman que esas normas están escritas en el Nuevo Testamento, sin embargo, cuando Jesús vivió en esta tierra el Nuevo Testamento aún no estaba escrito, ni un solo libro del mismo, y nadie puede negar que Jesús cumplía las normas de Dios y, en su condición de Rabino, enseñaba la ley es-crita de Dios: “17No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. 18Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla. 19Cualquiera, pues, que anule uno solo de es-tos mandamientos, aun de los más pequeños, y así lo enseñe a otros, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. 20Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 5:17-20).

El pasaje precedente deja claro que Jesús vino para cumplir y enseñar “la ley”, lo importante sería definir a qué se refiere nuestro Maestro cuando habla de “la ley”. Porque el Señor establece una promesa para cualquiera que guarde y enseñe los mandamientos de la Ley de Dios, y esta promesa es que “será llamado grande en el reino de los cielos”. Pero, lo más impresionante es lo que Jesús dice en el versículo 20: “20Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.”

Sabemos que en la época de Jesús, la Biblia que más frecuentemente se utilizaba era la llamada “Sep-tuaginta” o “la Biblia de los 70”, que era la traducción del Antiguo Testamento del hebreo al griego. Esa es la razón por la que la palabra traducida como “ley” al castellano, proviene de la palabra griega “nomos”, pero que a su vez había sido traducida de la palabra “Torá” del hebreo. Entonces, la palabra original para la palabra “ley” que encontramos en nuestras Biblias es “Torá”.

Torá en hebreo tiene una raíz etimológica que le da su verdadero significado que es: enseñanza e instruc-ción. Y hay una distancia muy grande entre “enseñanza e instrucción” y la palabra “ley” que se deriva de la traducción griega.

La palabra Torá significa la enseñanza e instrucción para seguir un camino de vida y bendición, en cambio el concepto helenista nos lleva a interpretarla como una imposición punitiva.

La raíz etimológica de la palabra Torá está relacionada con lanzar, arrojar, tirar, de donde se deriva endere-zar, corregir, apuntar el tiro, y de ahí, mostrar, indicar, que deriva en el sentido último de dirigir, enseñar, instruir, con lo que la palabra Torá terminó significando instrucción, enseñanza, doctrina.

Si vemos el desarrollo del significado, podemos ver una clara relación con “indicar e instruir para apuntar el tiro y lanzar para dar en el blanco”. De aquí podemos deducir que Torá son las instrucciones de Dios para que tu vida de en el blanco, para que cumpla su propósito. Son las instrucciones de Dios para que tu vida no se desvíe, para que alcances aquel propósito para que el que Dios te ha creado. La ley de Dios es “ins-trucción”, la Biblia es una manual de instrucción. Entonces, Torá en hebreo significa instrucción para que tu vida dé en el blanco.

Alineada con esta interpretación hebrea del significado de “ley de Dios”, la palabra "pecado" significa “errar” en el sentido de no alcanzar una meta, camino, objetivo o blanco exacto. Podemos decir que la pa-labra “pecar” significa “no dar en blanco”. Ese yerro se puede producir, como lo ha entendido la tradición bíblica, en términos generales, por el alejamiento del hombre de la voluntad de Dios. Y, de acuerdo al Tanaj o Antiguo Testamento, esta voluntad está representada por la Torá, preceptos y estatutos dados por Dios al pueblo de Israel, y registrados en los libros sagrados: “4Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley. 5Y vosotros sabéis que Él se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado. 6Todo el que permanece en Él, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido. 7Hijos míos, que nadie os engañe; el que practica la justicia es justo, así co-mo Él es justo. 8El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo

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de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo. 9Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1 Juan 3:4-10).

Entonces, la palabra bíblica “ley” se debe asociar con el hebreo y no con el griego, y son las instrucciones de Dios para que te vaya bien: “7Solamente sé fuerte y muy valiente; cuídate de cumplir toda la ley que Moisés mi siervo te mandó; no te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas. 8Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino y ten-drás éxito.” (Josué 1:7-8).

Esto significa que las instrucciones de Dios contenidas en Su ley establecen una zona de protección sobre tu vida que, si andas dentro de ella, tu vida estará segura. Debemos entender, entonces, que la ley de Dios no produce esclavitud, sino libertad. La ley es la verdadera libertad, en cambio hacer lo que a nosotros se nos da la gana es libertinaje, es salir de la zona de seguridad que Dios ha establecido para que nos vaya bien y estemos protegidos por Él mismo: “45Y andaré en libertad, porque busco tus preceptos.” (Salmos 119:45).

La palabra “prosperar”, en hebreo, significa “ayudarte a alcanzar el propósito”. Si guardas Su ley, Dios te va a ayudar a alcanzar el propósito que Él ha determinado para tu vida:

“2¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el ca-mino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, 2sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! 3Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera.” (Salmos 1:1-3).

“7La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. 8Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. 9El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos; 10deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino, más dulces que la miel y que el destilar del panal. 11Además, tu siervo es amonestado por ellos; en guardarlos hay gran recompensa.” (Salmos 19:7-11).

CAPÍTULO II: Las tradiciones de los ancianos o rabinos

Lectura bíblica

“1Los fariseos, y algunos de los escribas que habían venido de Jerusalén, se reunieron alrededor de Él; 2y vieron que algunos de sus discípulos comían el pan con manos inmundas, es decir, sin lavar. 3(Porque los fariseos y todos los judíos no comen a menos de que se laven las manos cuidadosamente, observando así la tradición de los ancianos; 4y cuando vuelven de la plaza, no comen a menos de que se laven; y hay muchas otras cosas que han recibido para observarlas, como el lavamiento de los vasos, de los cántaros y de las vasijas de cobre.) 5Entonces los fariseos y los escribas le preguntaron: ¿Por qué tus discípulos no andan con-forme a la tradición de los ancianos, sino que comen con manos inmundas? 6Y Él les dijo: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí. 7“Mas en vano me rinden culto, enseñando como doctrinas preceptos de hombres.” 8Dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres. 9También les decía: Astuta-mente violáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. 10Porque Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”; y: “El que hable mal de su padre o de su madre, que muera;” 11pero vosotros decís: “Si un hombre dice al padre o a la madre: ‘Cualquier cosa mía con que pudieras beneficiarte es corbán (es de-cir, ofrenda a Dios)’”; 12ya no le dejáis hacer nada en favor de su padre o de su madre; 13invalidando así la palabra de Dios por vuestra tradición, la cual habéis transmitido, y hacéis muchas cosas semejantes a és-tas.” (Marcos 7:1-13).

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Desarrollo

Las interpretaciones que los “los ancianos” de Israel hicieron de la Torá, crearon un sistema de normas complementarias. Estas interpretaciones, en principio, tenían la finalidad de ayudar a las personas a llevar a la práctica el cumplimiento de la ley. Esas normas, que interpretaban de qué manera cumplir los manda-mientos, llamadas las “tradiciones”, se hicieron tan obligatorias como la ley misma, y, según las enseñanzas de los rabinos, la obediencia a estos mandamientos era un medio para alcanzar salvación: “8Mirad que na-die os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.” (Colosenses 2:8).

El cumplimiento de estos mandamientos, complementarios de la Ley de Dios, era tan pesado que se hizo imposible de realizar, inclusive por los mismos rabinos. Por esta razón Jesús criticó a ese sistema de normas legales y a ellos, que las había elaborado y exigían su cumplimiento, pero que ellos mismos no las podían hacer: “46Y Él dijo: ¡Ay también de vosotros, intérpretes de la ley!, porque cargáis a los hombres con cargas difíciles de llevar, y vosotros ni siquiera tocáis las cargas con uno de vuestros dedos.” (Lucas 11:46).

En Marcos 7:13, Jesús les dijo a los fariseos y a los escribas “invalidando así la palabra de Dios por vuestra tradición”. Es evidente que Jesús está diciendo que la Ley de Dios es perfecta (referido al mandamiento de Dios), pero lo que estaba mal era aferrarse a las tradiciones de los religiosos: “8Dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.” (Marcos 7:8).

La Torá o Ley de Dios tiene 613 mandamientos y las interpretaciones tienen 6.000. Esos 6.000 mandamien-tos son los que Jesús llamaba “tradición de los ancianos”, “preceptos de hombres” o “tradición de los hom-bres”, que, en realidad, son interpretaciones y normas complementarias a la Ley de Dios.

Lo peor de todo, es la concepción rabínica equivocada acerca de la manera de alcanzar justicia delante de Dios cumpliendo la Torá y los mandamientos complementarios que ellos habían añadido. Pero escudriñan-do las Escrituras, podemos ver con toda claridad que el propósito de Dios al dar Su Torá no fue que seamos salvos por cumplirla obedeciendo. Vemos en el Antiguo Testamento que la salvación siempre ha sido por la fe, y que el propósito de Dios al dar la Ley es que los que han sido justificados por la fe prometida en la Ley vivan en santidad y puedan alcanzar el objetivo de su vida a través de las indicaciones contenidas en la Ley.

Cuando se comienza a pensar que la obediencia mecánica de la Torá trae justificación, se cae en el “lega-lismo”. Es lo que Pablo tiene en mente cuando habla de “bajo la ley”. Cuando dependo de mi capacidad para obedecer los mandamientos para alcanzar la justificación, entonces estoy ignorando la justicia de Dios prometida en la Torá que es por la fe, como dice el profeta Habacuc: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.” (2:4).

El concepto de ley que aparece en Gálatas es el legalismo que enseña que somos justificados mediante nuestros propios méritos al cumplir la Torá: “4De Cristo os habéis separado, vosotros que procuráis ser justi-ficados por la ley; de la gracia habéis caído.” (Gálatas 5:4).

Sin embargo Pablo, en la misma carta, afirma que debemos cumplir la Torá: “13 Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. 14Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: Amaras a tu prójimo co-mo a ti mismo. 15Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea que os consumáis unos a otros. // 16Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. 17Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis. 18Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. 19Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, 20idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, 21envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. // 22Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, 23mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. 24Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Gálatas 5:13-22). No usar la libertad para no cumplir la ley andando en la carne, sino para cumplirla andando en el Espíritu. “Ba-jo la ley” se refiere a “bajo la maldición de la ley”. Si crucificamos la carne, ahora andamos por el Espíritu.

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Vemos que también existe otra ley, que es la ley de la carne, que hace guerra contra andar el en Espíritu. Es decir, si andamos según la carne no podemos seguir las instrucciones de Dios, pero si andamos según el Espíritu, sí lo podemos hacer: “21Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo la ley de que el mal está presente en mí. 22Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, 23pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros.” (Romanos 7:21-23). “La ley de Dios” = Espíritu, “la ley del pecado” = carne.

Esto queda perfectamente aclarado en el siguiente pasaje que define “quienes son”: “Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino con-forme al Espíritu. 2Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte. 3Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, 4para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 5Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. 6Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; 7ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, 8y los que están en la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:1-8).

Andar por el Espíritu nos impulsa automáticamente al cumplimiento de la Ley de Dios y nos capacita para poder hacerlo: “14Porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado.” (Romanos 7:14).

Entonces, el cumplir los preceptos de la Ley de Dios se hace natural para los que andan en el Espíritu, y cumplir los preceptos de Dios nos trae vida y nos hace hijos de Dios: “12Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne, 13porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios.” (Romanos 8:12-14).

CAPÍTULO III: Beneficios de obedecer las instrucciones de Dios

Lectura bíblica

“1¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? 2¡De ningún modo! No-sotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? 3¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 4Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. 5Porque si hemos sido unidos a Él en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección, 6sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; 7porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado. 8Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, 9sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene dominio sobre Él. 10Porque en cuanto El mu-rió, murió al pecado de una vez para siempre; pero en cuanto vive, vive para Dios. 11Así también vosotros, consideraos muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.

12Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; 13ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mis-mos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. 14Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia.

15¿Entonces qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! 16¿No sabéis que cuando os presentáis a alguno como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? 17Pero gracias a Dios, que aun-que erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de enseñanza a la que fuisteis entregados; 18y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia. 19Hablo

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en términos humanos, por causa de la debilidad de vuestra carne. Porque de la manera que presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad, así ahora presentad vues-tros miembros como esclavos a la justicia, para santificación. 20Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres en cuanto a la justicia. 21¿Qué fruto teníais entonces en aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de esas cosas es muerte. 22Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna. 23Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6).

Desarrollo

Para un correcto entendimiento, recordemos: “4Todo el que practica el pecado, practica también la infrac-ción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley.” (1 Juan 3:4).

En la promesa de Dios a Isaac en Gerar, vemos algunas cosas que llaman la atención en relación con su pa-dre Abraham: “4Y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, 5porque Abraham prestó atención a mi voz, y guardó mi ordenanza, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.” (Génesis 26:4-5). Dice que Abraham guardó: a) la ordenanza, b) los mandamientos, c) los estatutos y d) las leyes de Dios. Y, ¿cómo podía ser esto posible, si la ley fue dada a Moisés más de cuatrocientos años después?

Debemos entender que se llama Torá (instrucción) a lo que nosotros conocemos como Pentateuco, es de-cir, los cinco primeros libros de la Biblia. Eso constituye la base de: a) la ordenanza, b) los mandamientos, c) los estatutos y d) las leyes de Dios.

“4Entonces el Señor dijo a Moisés: He aquí, haré llover pan del cielo para vosotros; y el pueblo saldrá y reco-gerá diariamente la porción de cada día, para ponerlos a prueba si andan o no en mi ley.” (Éxodo 16:4). Debían recoger solamente la porción diaria, sin hacer reserva para los días siguientes, para probar su fe en Dios. A esto se le llama “andar en la ley de Dios”, porque siempre la vida viene por la fe y no por el cumpli-miento de la ordenanza escrita, pero viviendo por fe es automático que andemos en la ley de Dios porque es su consecuencia natural: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.” (Habacuc 2:4).

Es nuestra obligación, en nuestra condición de “portavoces de Dios”, enseñar “el camino en que deben andar y la obra que han de realizar” los hijos del Señor: “20Y enséñales los estatutos y las leyes, y hazles sa-ber el camino en que deben andar y la obra que han de realizar.” (Éxodo 18:20).

Debemos enseñar “el camino en que deben andar” porque hemos entendido que el Evangelio es un Ca-mino: “13Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la per-dición, y muchos son los que entran por ella; 14porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). “1Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, 2y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.” (Hechos 9:1-2).

Entonces, debemos entender claramente lo siguiente: a) que la puerta de entrada a ese camino es Jesucris-to: “9Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.” (Juan 10:9), y b) que es nuestra responsabilidad enseñar, a la gente que entra en este camino, cuáles son las instruccio-nes de Dios para caminar por él y llegar a la vida, porque si no enseñamos a las personas las instrucciones de Dios para caminar por este camino los estamos condenando a seguir viviendo una vida miserable, per-diendo la posibilidad de recibir todo tipo de bendiciones de parte de Dios.

Veamos las promesas de Dios llamadas “bendiciones de la obediencia”: “1Y sucederá que si obedeces dili-gentemente al Señor tu Dios, cuidando de cumplir todos sus mandamientos que yo te mando hoy, el Señor tu Dios te pondrá en alto sobre todas las naciones de la tierra. 2Y todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán, si obedeces al Señor tu Dios:” (Deuteronomio 28:1-2). “8Y tú volverás a escuchar la voz del Señor, y guardarás todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy. 9Entonces el Señor tu Dios te hará pros-perar abundantemente en toda la obra de tu mano, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu ganado y en

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el producto de tu tierra, pues el Señor de nuevo se deleitará en ti para bien, tal como se deleitó en tus pa-dres, 10si obedeces a la voz del Señor tu Dios, guardando sus mandamientos y sus estatutos que están escri-tos en este libro de la ley, y si te vuelves al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.” (Deutero-nomio 30:8-10).

No hay duda que la salvación es por gracia por medio de la fe, pero tan cierto como esto es que las bendi-ciones y la prosperidad vienen por caminar en las obras que Dios preparó de antemano para que las haga-mos: “10Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios pre-paró de antemano para que anduviéramos en ellas.” (Efesios 2:10).

Porque Dios puso un testigo contra nosotros, si decimos que andamos en novedad de vida y no es cierto porque seguimos caminando como antes: “26Tomad este libro de la ley y colocadlo junto al arca del pacto del Señor vuestro Dios, para que permanezca allí como testigo contra vosotros.” (Deuteronomio 31:26). Este testigo está allí cuando entramos en el Lugar Santísimo.

La Torá, es decir, las instrucciones de Dios para vida, bendición y prosperidad, será testigo contra nosotros durante todo nuestro transitar a lo largo de este Camino: “1¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? 2¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivi-remos aún en él? 3¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bauti-zados en su muerte? 4Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida.” (Romanos 6:1-4).

La buena noticia, el Evangelio, es que ahora Dios nos ha dado nueva vida en Cristo, y esa nueva vida incluye la capacidad de cumplir Su Ley: “31He aquí, vienen días —declara el Señor— en que haré con la casa de Is-rael y con la casa de Judá un nuevo pacto, 32no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, mi pacto que ellos rompieron, aunque fui un esposo para ellos —declara el Señor; 33porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días —declara el Señor—. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (Jeremías 31:31-33).

Jesús nunca dejó de dar instrucciones acerca de cómo “hacer” la ley: “12Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas.” (Mateo 7:12).

Jesús, durante todo su ministerio, continuó enseñando la ley, y, como Rabino, vez tras vez era consultado acerca de sus interpretaciones y enseñanza de la misma: “34Pero al oír los fariseos que Jesús había dejado callados a los saduceos, se agruparon; 35y uno de ellos, intérprete de la ley, para ponerle a prueba le pre-guntó: 36Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? 37Y Él le dijo: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38Este es el grande y el primer mandamiento. 39Y el se-gundo es semejante a éste: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. 40De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:34-40).

Jesús vino a anunciar la buena noticia de que por medio de Él podemos entrar en el Reino de Dios y ajus-tarnos a la voluntad del Padre: “Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo.” (Juan 1:17).

La fe que nos justifica y nos da vida eterna, de ninguna manera anula la ley sino que la confirma: “31¿Anulamos entonces la ley por medio de la fe? ¡De ningún modo! Al contrario, confirmamos la ley.” (Ro-manos 3:31).

CAPÍTULO IV: Las obras de la ley

Lectura bíblica

“9Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los de-más: 10Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. 11El fari-seo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hom-

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“La nueva vida en Cristo”, Horacio J. Cornelli - Página 8 de 12

bres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. 12“Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano.” 13Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta dis-tancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador.” 14Os digo que éste descendió a su casa justificado pero aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado.” (Lucas 18:9-14).

Desarrollo

Vemos también que Pablo, en sus escritos, usa otra expresión que es “las obras de la ley”. Cuando lo hace se está refiriendo al tipo de actitud de orgullo y vanagloria personal que siente alguien cuando piensa que puedo acumular méritos delante de Dios para alcanzar salvación.

La actitud equivocada del fariseo de la parábola, es lo que Pablo llama “las obras de la ley”, aclarando que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Dios: “19Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios; 20porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.” (Romanos 3:19-20). “27¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por la ley de la fe. 28Porque concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley.” (Romanos 3:27-28).

Al respecto, el apóstol Pablo, les dice a los hermanos de la Iglesia en Galacia que los que toman a la ley co-mo medio de justificación están bajo maldición porque, el que lo hace, debe permanecer en “todas” las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas, lo cual es imposible. Por tal motivo, esto se convierte en “la maldición de la ley”, pero la justificación y la vida vienen por la fe a través de Cristo, que nos redimió de esa maldición y nos dio la bendición de Abraham, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe: “10Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito to-do el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11Y que nadie es justi-ficado ante Dios por la ley es evidente, porque El justo vivirá por la fe. 12Sin embargo, la ley no es de fe; al contrario, El que las hace, vivirá por ellas. 13Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: Maldito todo el que cuelga de un madero), 14a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe.” (Gálatas 3:10-14). “21¿Es entonces la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Porque si se hubiera dado una ley capaz de impartir vida, entonces la justicia ciertamente hubiera dependido de la ley. 22Pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuera dada a todos los que creen.” (Gálatas 3:21-22).

Queda, entonces, perfectamente aclarado que la salvación y la vida es por fe en Jesucristo, pero la ley ha sido el tutor utilizado por Dios para llevarnos a Cristo al demostrarnos nuestra incapacidad natural para obedecerla, y nos hizo hijos del “padre de la fe”, y de la promesa dada por Dios a Abraham: “23Y antes de venir la fe, estábamos encerrados bajo la ley, confinados para la fe que había de ser revelada. 24De manera que la ley ha venido a ser nuestro tutor para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe. 25Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo tutor, 26pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. 27Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. 28No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús. 29Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa.” (Gálatas 3:23-29).

Sin embargo, es un gravísimo error pensar que la ley está abolida, o que la ley sirve para condenar al que es de Cristo. Esto no es así, porque la ley condena al que no es de Cristo, pero al que es de Él lo santifica y perfecciona.

La ley no arruina a ninguno que es de Cristo, de otra manera no tendría razón de ser que Jesús haya sido un “Rabino de Torá”, o mejor “Rabino de Tanaj”, es decir, de todo el Antiguo Testamento, que es la única Pa-labra de Dios que existía en su tiempo. De esta manera podemos entender las palabras de Jesús cuando dijo: “28Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. 29Tomad mi yugo so-bre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras

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“La nueva vida en Cristo”, Horacio J. Cornelli - Página 9 de 12

almas. 30Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.” (Mateo 11:28-30). El yugo de Jesús representa su ense-ñanza, que a su vez significa andar bajo las instrucciones del Padre, haciendo su voluntad, y eso es pertene-cer a Su Reino, es decir, estar sometido bajo el gobierno de Dios.

Esto mismo, cuando no es entendido correctamente se convierte en un legalismo que esclaviza, pero la interpretación de Jesús de la Torá es llevadera porque no tiene la intención de procurar la salvación me-diante la obediencia mecánica sino que es el resultado del amor que Dios ha derramado en nosotros me-diante la salvación por fe.

Jamás el Nuevo Testamento es anti Antiguo Testamento, sino pro Antiguo Testamento. El propósito de la Ley es llevarnos a Cristo: “Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para su salva-ción. 2Porque yo testifico a su favor de que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. 3Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justi-cia de Dios. 4Porque Cristo es el fin de la ley para justicia a todo aquel que cree.” (Romanos 10:1-4).

En Cristo soy liberado del legalismo, y soy capacitado para cumplir los mandamientos de Dios en fe y por amor: “20Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21No hago nula la gracia de Dios, porque si la justicia viene por medio de la ley, entonces Cristo murió en vano.” (Gálatas 2:20-21).

CAPÍTULO V: Factibilidad de seguir las instrucciones de Dios

Lectura bíblica

“4Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley. 5 Y vosotros sabéis que Él se manifestó a fin de quitar los pecados, y en El no hay pecado. 6Todo el que permanece en Él, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido. 7Hijos míos, que nadie os enga-ñe; el que practica la justicia es justo, así como Él es justo. 8El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo. 9Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 10En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano.” (1 Juan 3:4-10).

Desarrollo

Todos nosotros vivimos en otro tiempo siguiendo la corriente de este mundo, en los deseos de nuestra carne: a) haciendo la voluntad de la carne (los instintos) y b) haciendo la voluntad de los pensamientos (los propios razonamientos), provocando con nuestras actitudes la ira de Dios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.” (Efesios 2:1-3). No se puede rebajar el estándar moral de Dios.

Pero ahora, hemos recibido la nueva vida que Dios nos dio cuando estábamos muertos en nuestros peca-dos. En realidad, esa vida es tan diferente a la anterior, que aquella no se pudo adaptar o mejorar, sino que Él nos tuvo que hacer “nacer de nuevo”: “17De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17).

Por esto, ahora ya no vivimos como antes, nuestra vida ha cambiado, es otra. Cuando Cristo entró en noso-tros, cambió nuestro corazón y también cambió nuestra mente, por esta causa, nuestra vida cambió: nues-tra manera de sentir, de pensar, de hablar y de obrar. Ya no “corremos” con los que no tienen a Dios en el mismo desenfreno y confusión, y esto a ellos les parece raro, por eso nos desprecian: “3Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriague-

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“La nueva vida en Cristo”, Horacio J. Cornelli - Página 10 de 12

ces, orgías, disipación y abominables idolatrías. 4A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; 5pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.” (1 Pedro 4:3-5).

Pero, a pesar de los desprecios de aquellos que no tienen a Dios en su corazón, nosotros continuemos vi-viendo en esta nueva vida en Cristo, en este estilo de vida cristiano, porque Jesús dijo que haciendo esto somos “muy felices”, y esto es cierto: “11Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persi-gan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.” (Mateo 5:11).

Además, como servidores de Dios, continuemos haciendo bien, de esta manera haremos callar a los que hablan mal de nosotros por ignorantes y necios: “15Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; 16como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios.” (1 Pedro 2:15-16).

No olvidemos que para Jesús es muy importante que hagamos la voluntad de Dios, pues esto nos incluye en Su familia: “35Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.” (Marcos 3:35).

Además, Jesús dijo que el hacer la voluntad de Dios nos asegura la vida eterna: “17Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1 Juan 2:17).

Dios nos ha dado la nueva naturaleza para que podamos ajustarnos a Su Palabra y no pecar. Por eso dijo el ciego de nacimiento que fue sanado por Jesús: “31Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si al-guno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye.” (Juan 9:31). Hemos dicho que, millones de per-sonas alrededor del mundo rezan diariamente para que la voluntad de Dios sea hecha, mientras ellos mis-mos hacen lo que quieren sin importarles la voluntad de Dios para cada decisión: “10Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10).

Vemos en las palabras del ciego que las personas pueden rezar todos los padrenuestros que quieran pi-diendo, entre otras cosas, que “sea hecha la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo”, pero Dios ni siquiera los oye, precisamente porque “no los conoce”, porque a Dios venimos en el nombre de Jesús, es decir, de parte suya, y ¿cómo podemos venir de su parte si no nos conoce, precisamente porque no hacemos la voluntad de Su Padre?

Vemos en el siguiente texto que el que peca no ha conocido a Jesucristo, por eso Jesús les dirá: “no os co-nozco”: “6Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.” (1 Juan 3:6).

“14Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvar-le?” “17Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. 18Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo ten-go obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. 19Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. 20¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” “22¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” “24Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.” “26Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” (Santiago 2: varios).

“12 Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; 13ni presen-téis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. 14Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia.” (Ro-manos 6:12-14).

“4 Por tanto, hermanos míos, también a vosotros se os hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. 5Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por la ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte. 6Pero ahora hemos quedado libres de la ley, habiendo muerto a lo que nos ataba, de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el ar-caísmo de la letra.” (Romanos 7:4-6).

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“8No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley. 9Porque esto: No cometerás adulterio, no mataras, no hurtaras, no codiciaras, y cualquier otro mandamien-to, en estas palabras se resume: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. 10El amor no hace mal al prójimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley. // 11Y haced todo esto, conociendo el tiempo, que ya es hora de despertaros del sueño; porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando creímos. 12La noche está muy avanzada, y el día está cerca. Por tanto, desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz. 13Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promis-cuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias; 14antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne.” (Romanos 13:8-14).

Veamos algunas cosas que debemos “hacer” para continuar haciendo la voluntad de Padre:

a) Debemos hacer cosas que sean literalmente opuestas a lo que antes hacíamos, de las cuales nos arre-pentimos cuando vinimos a Cristo, que demuestren un verdadero cambio de actitud, es decir, una con-versión. Dijo Juan el bautista: “8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). Y, dijo el apóstol Pablo obedece a la visión: “19Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, 20sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.” (Hechos 26:19-20).

b) Debemos transformarnos mediante la renovación de nuestra mente, de modo que la voluntad de Dios nos resulte “atrayente” e “insuperable”: “2No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2).

c) Debemos aprovechar bien el tiempo entendiendo que esa es la voluntad del Señor. No alcanza con no pecar, ahora debemos hacer las obras buenas que Dios quiere: “15Mirad, pues, con diligencia cómo an-déis, no como necios sino como sabios, 16aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. 17Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor.” (Efesios 5:15-17).

d) Debemos santificarnos, es decir, vivir para Dios: “2Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; 3pues la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:2-3ª).

e) Debemos andar en las buenas obras que Dios preparó para que hagamos en esta nueva vida: “10Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10). No alcanza con no pecar, hay que hacer obras buenas.

f) Debemos ajustar, cada vez más, nuestro entendimiento para ser diferentes de como éramos antes, procediendo en toda nuestra manera de vivir como personas apartadas para Dios, porque Dios es san-to: “13Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; 14como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; 15sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1° Pedro 1:13-16).

Estamos viviendo un tiempo en que Dios nos está llamando a un estilo de vida diferente, llena de paz y ale-gría. Dios quiere que sus hijos sean verdaderamente felices, y la única manera de serlo es caminando en Su voluntad. Ese camino se llama “Camino de Santidad”: “8Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Ca-mino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará. 9No habrá allí león, ni fiera subirá por él, ni allí se hallará, para que caminen los redimidos. 10Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo per-petuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.” (Isaías 35:8-10).

Para andar en este camino, hace falta recuperar el temor de Dios.

Para reflexionar:

Sabemos que la función pastoral es cuidar y alimentar con comida y agua. ¿Qué comida debemos dar a quienes el Señor ha puesto bajo nuestro cuidado? Veamos si podemos entenderlo en el siguiente pasaje:

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“17No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. 18Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla. 19Cualquiera, pues, que anule uno solo de estos mandamien-tos, aun de los más pequeños, y así lo enseñe a otros, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. 20Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 5:17-20).

La justificación siempre ha sido por fe, por medio de quien también hemos obtenido entrada a la gracia, en la cual debemos estar firmes: “1Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, 2por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:1-2).

Pero, debemos enseñar que hemos sido rescatados “para buenas obras”: “8Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; 9no por obras, para que nadie se gloríe. 10Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios pre-paró de antemano para que anduviéramos en ellas.” (Efesios 2:8-10). Aquí dice “no por obras” pero “para hacer buenas obras. También debemos enseñar que hemos de ser juzgados por las obras, si hacemos o no hacemos las “buenas obras” preparadas por Dios para que anduviéramos en ellas: “12Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida, y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. 13Y el mar entregó los muertos que estaban en él, y la Muerte y el Hades entregaron a los muertos que estaban en ellos; y fueron juzgados, cada uno según sus obras.” (Apocalipsis 20:12-13).

“28El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.

29¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Hebreos 10:28-29).