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LA PALABRA DE ARGUEDAS (ENSAYO) A lo largo de la historia del Perú, han existido grandes hombres que su con pensamiento, su ideología, su voz, y sobre todo con su palabra, amaron al Perú y buscaron que por siempre esta tierra siga siempre viva y todas las generaciones sepan lo que posee, a pesar de la alienación y la llegada de otras formas de expresión y culturas. En ese afán, hubo un gran hombre, fue el gran maestro, escritor y antropólogo José María Arguedas Altamirano, quien intenta de todas las formas, los colores y con la belleza que Dios la emana en todo momento, reflejar el pueblo quechua y mestizo en lengua castellana. Su palabra, bañada de sabiduría, fue a dar en lo más tocada hoy en día, la multiculturalidad y el plurilingüismo. Él, sin reparo alguno supo tejer cada expresión, cada metáfora, cada epíteto o talvez cada comparación, para dar a conocer la riqueza de estas tierras a las que el sol con su atenta mirada llamo Tahuantinsuyo y a la que la cultura inca la bendijo por siempre. Bien sabemos que éste gran literato fue bilingüe ya que en todo momento tuvo conciencia de ambas lenguas que manejaba (castellano y quechua); sin embargo siempre mostró un cariño muy especial por la lengua indígena, considerada por él mismo como su lengua materna. Pues en realidad la palabra de Arguedas, fue la canción perfecta para hablar del ande, de la naturaleza y su

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LA PALABRA DE ARGUEDAS

(ENSAYO)

A lo largo de la historia del Perú, han existido grandes hombres que su con

pensamiento, su ideología, su voz, y sobre todo con su palabra, amaron al

Perú y buscaron que por siempre esta tierra siga siempre viva y todas las

generaciones sepan lo que posee, a pesar de la alienación y la llegada de otras

formas de expresión y culturas. En ese afán, hubo un gran hombre, fue el

gran maestro, escritor y antropólogo José María Arguedas Altamirano, quien

intenta de todas las formas, los colores y con la belleza que Dios la emana en

todo momento, reflejar el pueblo quechua y mestizo en lengua castellana.

Su palabra, bañada de sabiduría, fue a dar en lo más tocada hoy en día, la

multiculturalidad y el plurilingüismo. Él, sin reparo alguno supo tejer cada

expresión, cada metáfora, cada epíteto o talvez cada comparación, para dar a

conocer la riqueza de estas tierras a las que el sol con su atenta mirada llamo

Tahuantinsuyo y a la que la cultura inca la bendijo por siempre. Bien sabemos

que éste gran literato fue bilingüe ya que en todo momento tuvo conciencia de

ambas lenguas que manejaba (castellano y quechua); sin embargo siempre

mostró un cariño muy especial por la lengua indígena, considerada por él

mismo como su lengua materna.

Pues en realidad la palabra de Arguedas, fue la canción perfecta para hablar

del ande, de la naturaleza y su belleza, del canto de las aves, de los arroyos,

de las quebradas, de las pampas y los caminos, del río que de desgarra desde

la jalca, de la quietud que tiene la mañana, del anverso y reverso que tienen

las hojas multicolores de los montes, del fenecí de cada verso del poeta, de la

luna que cae en cascada, del viento que teje girasoles por las paredes del

tiempo, y en perfecta realidad, la palabra de Arguedas sirvió para hablar de

todo, y más que de todo sirvió para hablar de las diversas culturas de esta

tierra y de las diversas lenguas que posee cada quien y cada cual para hablar

lo que piensa, siente y ve.

La palabra de Arguedas fue perfecta, a pesar que de que poseía un castellano

sin mucho dominio o un quechua a medias; pero fue así, casi saliendo de lo

común, para defender a la raza, al hombre del campo, al hombre que cultiva la

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tierra, al que teje sueños con la naturaleza y al que canta con que todos somos

iguales, sin importar la raza y el color.

Su palabra teñida de todas las formas, fue a dar en una razón: EL VALOR A

LAS DISTINTAS LENGUAS Y CULTURAS. Es por eso que podemos ver que

en sus obras no busca necesariamente el uso de un estilo formal y estético,

sino que por encima de eso busca resquebrajar esos muros que han mantenido

oprimidos a los indígenas por tanto tiempo. Es así como Arguedas lucha por la

preservación de la pluriculturalidad y multilingüismo en el Perú empleando en

sus obras las dos lenguas de las cuales él tiene conocimiento y que no busca

imponer una encima de la otra, sino que trata de que éstas traten de

complementarse, pues si bien son lenguas distintas, ambas muestran una sola

sensibilidad: la del peruano.

A lo largo de toda la carrera literaria de José María Arguedas, él recogió

fuentes orales indígenas (como cantos, mitos, cuentos populares, etc.) para

ponerlas de manifiesto a través de los géneros occidentales como la novela, el

cuento y el ensayo. Sus textos están caracterizados por la presencia de

lenguas y culturas. A éste gran hombre se le considera como un traductor

cultural, pues si bien trabajo con la diversidad de culturas que hay en nuestro

país, en ningún momento trató de que una esté por encima de la otra, sino que

de alguna forma traten de ser similares al ser traducidas a una de ellas. Es

precisamente esa naturaleza bilingüe y multicultural de Arguedas lo que lo lleva

y lo legitima como traductor cultural, lo que da muchas probabilidades de que

sea éste el camino para salvar esa distancia grande que separa a las lenguas y

culturas contrapuestas entre sí mismas.

En su obra Arguedas hace un juego con el castellano y el quechua, ya que

emplea ambas lenguas como parte de un diálogo. Eso lo podemos notar en su

obra “Ríos profundos” donde el personaje principal dialoga con un muro incaico

y habla en castellano pero también introduce algunas frases en quechua. Que

bonito sería que en estos días utilicen esa estrategia también, cosa que nos

permitiría tener más conocimiento sobre dicho idioma. Pero creo que en la

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actualidad recibiría mayor rechazo por parte de la sociedad, no ve que está

fuera de “onda” usar esos términos porque lo que está en boga es hablar en

inglés. Y ni si quiera es un idioma que sea propio de nosotros sino que le

pertenece a otro país. O sea preferimos mil veces lo que viene de lejos porque

lo de nosotros “no va”. ¿Por qué queremos ocultar un idioma como el quechua?

¿Por qué negamos de dónde provenimos? Cuantos hubiesen querido

pertenecer a una gran civilización como la que nosotros tenemos, donde

prácticamente todo era perfecto. Ya quisiera haber tenido la dicha de tener una

historia como la nuestra, de tener la diversidad que solo nosotros tenemos en

el mundo entero, diversidad que ninguna otra potencia mundial tiene y que

anhela tener. Y aun así, ¿nos avergüenza? Al contrario, debemos agradecer la

raza de la que venimos, la cultura que nos dejaron, sus costumbres que hasta

el día de hoy permanece, sus lenguas, una que otra tradición, sus leyendas tan

maravillosas, sus hazañas, algunas virtudes, etc.

Arguedas un tiempo dijo algo muy cierto: si se habla todo en castellano, no

decimos absolutamente nada de nuestro mundo interior porque el mestizo aún

no ha logrado dominar el castellano como su idioma, y si se escribe en

quechua se estaría haciendo literatura estrecha y condenada con muchas

probabilidades al olvido. Y más aún en estos tiempos donde todo ha cambiado,

y bueno fuera que cambie para positivo; sino todo lo contrario. Creo que eso es

uno de los fines por lo cual han dejado este trabajo: que la comunidad peruana

de hoy tome conciencia.

José María, poseía un estilo antiguo y su obra trata de implicar lo poético, con

lo social y cultural, proponiendo nuevos enfoques en una nación donde hay

mucha diversidad pero a la vez hay hostilidades y discriminaciones entre unos

y otros. Tal vez el mestizaje para Arguedas estuvo por encima de todo porque

buscaba que haya una igualdad entre todas las gentes del Perú, y no que haya

esa desigualdad que hasta nuestros días permanece donde unos salen más

beneficiados que otros a raíz del sacrificio de la mayoría.

Lo que hoy en día Arguedas nos deja es algo que debemos valorarlo mucho.

Ese problema no lo hemos resuelto hasta el día de hoy, y tampoco sabemos si

podremos hacerlo. Ese encuentro entre lo hispano y lo indígena, lo viejo y lo

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nuevo. En realidad, el problema es que está en nosotros el deber de resolverlo.

Podemos decir que Arguedas es el Guamán Poma de Ayala de ese entonces,

que termina traduciendo y recreando el quechua y el español. Su obra crea

sus propios precursores y define un modelo de novela transcultural. La

atención que da Arguedas al detalle etnológico fue bastante intensa, su

entendimiento y comprensión de las variaciones entre la gente andina fueron

profundos.

Si bien es cierto que por aquellas épocas de desarrolló una rivalidad entre los

escritores costeños y serranos, defendiendo lo hispano e indígena

respectivamente, Arguedas no perteneció a ninguno de los dos extremos ya

que él se encuentra posicionado entre ambos mandos, debido a que siempre

estuvo al tanto del desarrollo de éstas dos grandes culturas: la occidental y la

indígena. A consecuencia de los traumas que vivió durante su infancia y

decepcionado del nivel político del Perú, intenta suicidarse una primera vez;

pero luego vuelve a intentarlo pegándose un tiro en la cabeza, falleciendo así

cuatro días después.

Para finalizar puedo decir que José María Arguedas fue uno de los escritores

andinos más importantes de América. Por encima de que haya sido profesor,

escritor, poeta, narrador, ensayista, viajero, antropólogo quiso dejar como

legado el mismo mensaje: la valoración de las distintas culturas y el

multilingüismo, hecho que podemos observar en todas sus producciones

literarias: Agua, Yawar Fiesta, o Todas las Sangres.

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Todas las sangres

ArgumentoLa novela se inicia con el suicidio de don Andrés Aragón de Peralta, jefe de la familia más poderosa de la villa de San Pedro de Lahuaymarca, en la sierra del Perú. Su muerte anuncia el fin del sistema feudal que hasta entonces ha predominado en la región. Don Andrés deja dos hijos: don Fermín y don Bruno, enemigos y rivales, quienes en vida del padre se habían ya repartido sus inmensas propiedades.

El conflicto principal gira en torno a la explotación de la mina Apar’cora, descubierta por don Fermín en sus tierras. Don Fermín, prototipo del capitalista nacional, quiere explotar la mina y traer el progreso a la región, a lo que se opone su hermano don Bruno, latifundista tradicional y fanático católico, que no quiere que sus colonos o siervos indios se contaminen de la modernidad, que según su juicio corrompe a las personas.

Con la llegada de un consorcio internacional –la Wisther-Bozart– se inicia la disputa por el control de la mina de plata. Don Fermín no puede competir ante la gigante transnacional y se ve obligado a venderle la mina, que desde entonces adopta el nombre de Compañía Minera Aparcora. Ante la necesidad de abundante agua para el trabajo de la mina, la compañía muestra interés por las tierras del pueblo y de las comunidades campesinas aledañas, obligando a que se los vendan a precios irrisorios; para ello cuenta con la complicidad de las autoridades corruptas. La compañía actúa como una fuerza desintegradora que hace de todo para conseguir el máximo lucro, sin importarle los perjuicios que causa a los pobladores. Se inicia entonces un proceso de convulsión que lleva a la movilización del campesinado liderado por Rendón Willka, un comunero indio que ha vivido en la capital del país donde ha aprendido mucho. Bajo sus órdenes estallan levantamientos que son reprimidos sangrientamente por las fuerzas gobiernistas pero que son el anuncio de la rebelión final.

PersonajesPrincipales

Don Andrés Aragón y Peralta, es el viejo mencionado al inicio del relato. Es el jefe de la familia más poderosa de la villa de San Pedro de Lahuaymarca, región típicamente feudal de la serranía peruana. En su mejor momento, don Andrés acapara muchas tierras desplazando a otros latifundistas o señores feudales, así como a los comuneros indios. Luego se vuelve alcohólico y su entorno familiar se disgrega: sus hijos se pelean entre ellos y su esposa también empieza a beber, decepcionada de su familia. Antes de suicidarse ingiriendo veneno, don Andrés maldice a sus dos hijos, don Fermín y don Bruno, a quienes acusa de apropiarse ilegítimamente de sus propiedades, y lega por testamento sus últimos bienes a los indios.

Don Fermín Aragón de Peralta, es un frío hombre de negocios, representante del capitalismo nacional. Ambicioso y obsesionado por el poder económico, aspira llevar el progreso económico a la sierra desplazando el orden tradicional. Cree que la modernización es necesaria para lograr un cambio en el Perú, pero con una dosis de nacionalismo. Sin embargo no puede competir con una trasnacional minera a quien vende su mina de plata; con el dinero obtenido incursiona en la industria pesquera, comprando fábricas de harina y conservas de pescado en el puerto de Supe; asimismo decide ampliar y modernizar su hacienda serrana de «La Esperanza». Al final de la novela será herido de bala por su propio hermano, don Bruno.

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Don Bruno Aragón de Peralta, es el terrateniente de la hacienda «La Providencia», donde tiene sus colonos o siervos indios. Es violento con sus trabajadores a quienes golpea y azota sin piedad, y abusa sexualmente de las mujeres, siendo esto último su deporte preferido. Ante la llegada de la modernización, defiende el mantenimiento del sistema feudal, pues cree que sólo este asegura que sus indios se sigan manteniendo «puros», lejos de la corrupción del dinero, posición que lo enfrenta con su hermano mayor, don Fermín. Es también un fanático religioso pues considera que la preservación de dicho sistema tradicional es un mandato divino que debe cumplir. A la mitad de la novela, y luego de conocer y embarazar a una mestiza llamada Vicenta, se produce un cambio en su conducta: se dedica a hacer el bien, distribuyendo sus tierras a los indígenas y ayudando a otros comuneros en sus luchas contra los gamonales. Termina como justiciero, ejecutando al malvado gamonal don Lucas e intentando asesinar a su hermano, lo que le acarreará la prisión.

Demetrio Rendón Willka, es un indio o comunero libre de Lahuaymarca. Es un hombre sereno, sabio, paciente, lúcido, valiente, astuto, heroico y casto. Es representante de la nueva conciencia de los indios, aquella que pretende romper con la anticuada estructura social, pero preservando sus aspectos más positivos, como la comunidad social, a fin de contrarrestar los efectos nocivos de la inminente modernización. Representa pues, una opción de desarrollo en contraste con el proyecto de modernización de don Fermín y la defensa del viejo sistema feudal de don Bruno. Rendón Willka es el primer hijo de comuneros que llega a Lima, donde vive durante ocho años en barriadas, trabajando como barrendero, sirviente, obrero textil y de construcción. Aprende a leer en una escuela nocturna y pasa por la cárcel, donde tiene una toma de conciencia político-religiosa. Toda esa experiencia lo hace sentir un hombre renovado y regresa a su tierra decidido a encabezar la lucha por la liberación de los indios. Llega al pueblo poco después de la muerte de don Andrés y se pone al servicio de don Fermín como capataz de la mina. Luego don Bruno lo nombra administrador de su hacienda «La Providencia». Encabeza finalmente el alzamiento de los indios y su fin es heroico pues muere fusilado por las fuerzas del orden.

Secundarios[editar]

La kurku Gertrudis, una jorobadita enana que es violada por don Bruno, fruto de lo cual aborta un feto con cerdas.

Vicenta, la mujer de don Bruno, de quien tiene un hijo, el niño Alberto. Matilde, la rubia esposa de don Fermín, una señora «linda y dulce». Nemesio Carhuamayo, primer mandón o capataz de los indios de la hacienda «La

Providencia» de don Bruno. Policarpo Coello, segundo mandón o capataz de los indios «La Providencia». Adrián K’oto, primer cabecilla de los siervos indios de «La Providencia». Santos K’oyowasi, segundo cabecilla de los siervos indios de «La Providencia». Justo Pariona, indio perforador de la mina. Anto, criado de don Andrés. Su patrón le regala un terreno en La Esmeralda, donde

eleva su casa. Cuando la compañía minera expropió el terreno, no quiso abandonar su propiedad y se voló con dinamita junto con las máquinas aplanadoras de terreno.

Hernán Cabrejos Seminario, costeño piurano, ingeniero jefe de la mina de Apar’cora. Es un agente encubierto de la Wisther-Bozart. Cuando esta transnacional se adueña de la mina (que adopta el nombre de compañía minera Aparcora) es nombrado como su gerente. Muere asesinado a manos de Asunta de la Torre.

Gregorio, mestizo, chofer del ingeniero Cabrejos y a la vez músico tocador de charango, que se enamora de Asunta de La Torre. Muere en una explosión que ocurre dentro de la mina.

Perico Bellido, joven contador al servicio de don Fermín. Don Alberto Camargo, capitán de la mina de don Fermín. Felipe Maywa, alcalde varayok de la comunidad indígena de Lahuaymarca.

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El alcalde de San Pedro, Ricardo de La Torre. Asunta de La Torre, una joven de familia aristocrática del pueblo de San Pedro, hija

del alcalde. Tiene unos 35 años de edad y una fisonomía española. Es pretendida por don Bruno, a quien rechaza. Simboliza la virtud y la pureza. Asesinará al ingeniero Cabrejos, culpable de la desgracia de su pueblo que sucumbe ante la voracidad del consorcio minero.

El subprefecto Llerena, mestizo, a sueldo de la compañía Wisther-Bozart. Don Adalberto Cisneros, «el cholo», indio, señor de Parquiña, es la encarnación del

latifundista malvado. Abusa despiadadamente de los indios comuneros de Paraybamba, a quienes arrebata sus tierras. Amenaza con adquirir las haciendas de don Bruno y don Fermín.

Don Aquiles Monteagudo Ganosa, joven de familia blanca, de hacendados, viaja por Europa y retorna para vender sus dos haciendas a don Adalberto.

Don Lucas, es otro gamonal desalmado, que no paga jornales a sus trabajadores y mantiene a sus indios hambrientos y harapientos. Es asesinado por don Bruno.

El Zar, es el apodo del presidente de la compañía minera Aparcora. Es malvado y homosexual.

Palalo, fiel servidor y compañero íntimo de El Zar. El ingeniero Velazco, otro representante de la compañía minera Aparcora. Don Jorge Hidalgo Larrabure, ingeniero que renuncia de la compañía Aparcora pues

no está de acuerdo con sus métodos.

Resumen[editar]

La novela se inicia con la aparición de don Andrés Aragón de Peralta, jefe de la familia más poderosa de la villa de San Pedro de Lahuaymarca, en la sierra del Perú. Don Andrés, ya viejo, se sube al campanario de la iglesia del pueblo y desde allí maldice a sus dos hijos, don Fermín y don Bruno, a quienes acusa de apropiarse de sus tierras; asimismo, anuncia su suicidio, dejando en herencia a los indios todos los bienes que aun conservaba. En efecto, se retira a su casa e ingiere veneno.

Los dos hermanos, don Fermín y don Bruno, viven en perpetua discordia. Don Bruno es dueño de la hacienda «La Providencia» donde viven varios centenares de indios como colonos osiervos. Don Bruno es un católico tradicional y fanático, que se opone a que el progreso llegue a sus tierras pues cree que eso corromperá inevitablemente a sus indios, al inoculárseles el llamado veneno del lucro. Un rasgo característico de don Bruno es su ardor sexual desenfrenado que lo lleva a poseer y violar a muchas mujeres, de toda raza, edad y condición social. Por su parte, don Fermín es el propietario de la mina Apark’ora, que trata de explotarla prescindiendo de la voracidad de las empresas transnacionales. Don Fermín representa al capitalismonacional y desea que el progreso y la modernidad lleguen a la región, oponiéndose así a su hermano. Pero para explorar la mina necesita como trabajadores a los indios de Bruno, quien acepta entregárselos, a condición de que lo deje vivir en paz en sus tierras. Es entonces cuando entra en escena Rendón Willka, un «ex indio», es decir un nativo transculturado, que ha vivido varios años en Lima y que ha perdido parte de su herencia cultural, pero que ha conservado sus valores tradicionales más valiosos. Rendón Willka es contratado como capataz de la mina, pero tiene ya el soterrado propósito de encabezar la lucha por la liberación de sus hermanos de raza y cultura.

Don Fermín empieza a explorar la mina Apark’ora en busca de la veta principal, para lo cual empieza a usar la mano de obra de unos 500 indios enviados por don Bruno. El sistema de trabajo que impone es el de la mita, es decir por turnos, pero los indios no reciben jornal y solo se les da alimentos. Estos indios laboran como lampeadores y cargadores, mientras que otros obreros especializados trabajan como jornaleros. Para continuar su proyecto don Fermín calcula que necesitará más suelos con agua, por lo que enfoca su interés en las tierras de su hermano y en las de los vecinos de San Pedro. Empieza por comprar tierras de algunos de estos vecinos.

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Pero el consorcio internacional Wisther-Bozart, que ha puesto sus miras en la mina, infiltra en ella al ingeniero Cabrejos para que boicotee las labores y haga fracasar la exploración; de esa manera don Fermín se vería obligado a vender la mina al consorcio. Cabrejos logra la ayuda del mestizo Gregorio, quien planea una estrategia. Se sirve de las creencias indígenas sobre una serpiente gigantesca, el Amaru o espíritu de la montaña, que supuestamente vive los socavones de la mina. Gregorio da aullidos desde el interior, simulando al Amaru, a fin de asustar a los indios, algunos de los cuales efectivamente se espantan, pero de pronto ocurre una explosión dentro de la mina y Gregorio muere despedazado. Rendón Willka tiene la certeza de que el causante de esa muerte es el ingeniero Cabrejos. Gregorio estaba enamorado de una joven de San Pedro, la señorita Asunta de La Torre, quien más adelante se vengará asesinando al ingeniero Cabrejos.

Entretanto don Bruno sufre una transformación milagrosa, tras asesinar a una de sus amantes, de nombre Felisa. Abandona la vida lujuriosa, uniéndose definitivamente a una mestiza, Vicenta, de quien espera un hijo. Redimido por el amor, Bruno visita a los comuneros de Paraybamba, a quienes ayuda a elegir a su alcalde y regidores, así como les ofrece semilla para la siembra. De pronto se asoma en la plaza del pueblo don Adalberto Cisneros, un hacendado cruel y abusivo que había arrebatado sus tierras a los indios. El nuevo alcalde de Paraybamba humilla públicamente a Cisneros, a quien hace azotar y pasear desnudo por las calles. Don Bruno se despide de Paraybamba aclamado por los indios, pero el incidente con Cisneros origina después que el alcalde y los regidores sean arrestados, y que el mismo don Bruno sea denunciado por Cisneros. Ambos se encuentran en la capital de la provincia, ante las autoridades, pero don Bruno se defiende bien y Cisneros se marcha jurando vengarse.

Volviendo a la mina, al fin se encuentra la veta del metal argentífero y don Fermín viaja a Lima para tratar de formar una sociedad con capitales peruanos, ya que se había quedado descapitalizado. Sin embargo, la Whistert-Bozart tiene mucho poder e influencias y logra finalmente que don Fermín le venda la mina, tras una reunión que se realiza en un edificio capitalino. Don Fermín terminar por ceder pues no puede competir con la gigantesca transnacional. La empresa le reconoce un porcentaje de las acciones de la mina y le cancela los gastos iniciales de la exploración. Don Fermín decide invertir este dinero en la industria pesquera, adquiriendo fábricas de harina y conservas de pescado en Supe, de la que se encargará administrar su cuñado, mientras que él vuelve a San Pedro, dispuesto a ampliar y modernizar su hacienda «La Esperanza».

Mientras tanto, la compañía minera necesitaba agua para represarlas en beneficio de la mina y a fin de ello consigue una orden judicial que obliga a los propietarios de San Pedro a vender sus tierras de labranza de la hacienda «La Esmeralda». Los vecinos se niegan a hacerlo, y como protesta deciden quemar el pueblo, marchándose del lugar. Son acogidos temporalmente por una de las comunidades indígenas. Mientras tanto llegan las maquinarias pesadas de la compañía y cientos de indios como jornaleros. Empieza también a proliferar en la región los locales de vicios nefandos (bares y burdeles).

Don Bruno, que retorna a San Pedro, encuentra destruida la iglesia, por lo que siente honda pena. También llega don Fermín, trayendo todo lo necesario para modernizar su hacienda «La Esperanza» y promete que el pueblo volvería a renacer con su ayuda. Se anuncia también la llegada del hacendado Cisneros, quien quiere vengarse de don Bruno, para lo cual se entrevista con el subprefecto. Este se ofrece para matar a don Bruno a cambio de dinero, pero su plan se desbarata.

La empresa minera, continuando con la expropiación de la hacienda «La Esmeralda», comienza a aplanar la pampa con máquinas bulldozer. Pero uno de los residentes de esa zona, Anto, un antiguo empleado de don Andrés (el padre de don Fermín y don Bruno) se niega abandonar su propiedad y cuando una de las máquinas ya se acercaba a derrumbar su casa, se tira contra ella con varios cartuchos de dinamita en la mano, volando en pedazos con todo.

Don Bruno se culpa de todas esas desgracias por haber contribuido con la explotación minera, y decide purificar el mundo acabando con los responsables. Encomienda a su hijo

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y a su mujer Vicenta a Demetrio Rendón Willka, coge sus armas y se dirige a la hacienda de don Lucas, gamonal cruel y abusivo que no pagaba a sus trabajadores y que tenía a sus indios famélicos y harapientos. Don Bruno mata a don Lucas, ante el regocijo de los indios; luego se dirige a la hacienda «La Esperanza» de su hermano don Fermín, a quien acusa de ser responsable de todas las desgracias del pueblo y le apunta con su revólver. Al verse amenazado, don Fermín corre pero cae herido en las piernas. Al ver lo que ha hecho, don Bruno se derrumba y llora, pidiendo que lo lleven a la cárcel. Don Fermín es trasladado a Lima donde se recupera de sus heridas, mientras que don Bruno es encarcelado en la capital de la provincia.

En la hacienda de «La Providencia», Demetrio Rendón Willka se entera de la prisión de don Bruno y la probable muerte de don Fermín. Entonces, con la aprobación de Vicenta, se proclama administrador de la hacienda y protector del niño Alberto, hijo del patrón. Los colonos trabajarían en adelante para ellos mismos, sin patrones. Esto significa ya una revolución, por lo que el gobierno envía a los guardias civiles a sofocar la revuelta que considera de inspiración comunista. Vicenta y su hijo se esconden en el pueblo de Lahuaymarca. Mientras que Demetrio se queda alentando a los indios a resistir. Los guardias irrumpen a sangre y fuego, encuentran a Demetrio Rendón Willka y lo fusilan junto con otros indios. Pero Demetrio ha cumplido la misión de despertar la conciencia de sus hermanos de raza dejando abierto el camino para la liberación.

Resumen por capítulos[editar]

La novela se divide en 14 capítulos numerados con dígitos romanos; no llevan título.

Capítulo I.- Se inicia con la presencia del viejo don Andrés de Aragón y Peralta, quien anuncia su suicidio desde la torre de la Iglesia del pueblo de San Pedro de Lahuaymarca. Califica de ladrones a sus hijos, don Fermín y don Bruno, por apoderarse de sus tierras. Regresa a su casa y cumple su amenaza: se envenena y muere. Don Fermín y don Bruno se odian mutuamente; el primero tiene una mina llamada Aparcora, y el segundo es dueño de la hacienda «La Providencia», que hace trabajar a indios siervos. Aparece también en escena Rendón Wilka, un indio comunero que ha vivido en Lima donde asimiló ideas nuevas.

Capítulo II.- Don Fermín quiere explotar su mina y solicita a su hermano don Bruno que le conceda sus indios. Don Bruno acepta y llama al primer capataz, don Nemesio Carhuamayo, para que reúna a todos los indios. Demetrio Rendón Wilka empieza a trabajar como capataz de la mina de don Fermín, de quien se hace hombre de confianza. Se relata la vida de Demetrio, quien siendo un indio comunero de Lahuaymarca pasó a Lima, donde trabajó en diversos oficios, vivió en barriadas y aprendió a leer y escribir; intelectualmente asimiló las ideologías revolucionarias, aunque sin renunciar a su identidad andina.

Capítulo III.- Hernán Cabrejos es el ingeniero jefe de la mina de Apar’cora, pero actúa como agente encubierto del consorcio internacional Wisther-Bozart para boicotear las labores y obligar así a que don Fermín venda la mina a dicho consorcio. Cabrejos habla secretamente con Demetrio confiándole sus planes y pidiéndole que se sume a él, pero Rendón no acepta. Cabrejos es llevado por su chofer Gregorio al pueblo para que visite a la joven Asunta de La Torre a quien la describe como una aventurera, pero Cabrejos descubre que Asunta es virtuosa y se da cuenta que Gregorio está enamorado de ella. Cabrejos promete a Gregorio ayudarlo a conquistar a la joven, pero a cambio le pide sumarse a sus planes para boicotear las labores de la mina. Gregorio acepta.

Capítulo IV.- Los 500 indios de don Bruno empiezan a laborar en la mina de don Fermín, con el propósito de llegar a la veta principal. Don Bruno visita a su hermano don Fermín y a su cuñada Matilde; conversa también con Demetrio, a quien pide que

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cuide a sus indios. Mientras tanto, Gregorio, en conveniencia con Cabrejos, ingresa al fondo de la mina, desde donde hace ruidos simulando al Amaru o serpiente de la mitología andina; lo hace para ahuyentar a los trabajadores indios y de esa manera hacer fracasar las labores. Pero solo unos pocos se asustan; para desgracia de Gregorio, justo en ese momento explota una carga de dinamita dentro de la mina y muere despedazado. Sus restos son sepultados, mientras Demetrio sospecha del ingeniero Cabrejos como promotor de esa muerte.

Capítulo V.- Los vecinos del pueblo de San Pedro se reúnen en cabildo presididos por el alcalde; en esa reunión la señora Adelaida pide a los propietarios que no vendan más tierras a don Fermín, que las necesitaba para la explotación de su mina. Una de las participantes del cabildo, la joven Asunta de La Torre recibe un papelito donde alguien secretamente le informa que el ingeniero Cabrejos es responsable de la muerte del músico Gregorio. Mientras tanto, luego del entierro de Gregorio, Cabrejos acompaña a don Fermín y doña Matilde hasta la casa patronal; allí don Fermín interroga a Cabrejos y le pide que confiese que envió a Gregorio a la mina para simular al Amaru; le pregunta también bajo qué intereses actuaba. Cabrejos se muestra burlón y evasivo, y entonces don Fermín llama a Demetrio, quien informa todo lo que sabe. Cabrejos admite finalmente estar al servicio de un consorcio internacional,la Whistert-Bozart, y le informa a don Fermín que dicho consorcio compraría el 80 % de la mina dejándolo solo el resto; que ya todo estaba planificado, pues don Fermín no llegaría a reunir jamás el dinero necesario para explotar la mina industrialmente. Don Fermín no acepta su situación y cree poder reunir el dinero necesario. Por intermedio de Demetrio, don Bruno se entera de todo lo sucedido en la mina.

Capítulo VI.- Don Bruno recibe la visita de tres hacendados: don Adalberto Cisneros, de origen indio; don Aquiles Monteagudo y Ganosa, blanco pero de familia empobrecida; y don Lucas, abusivo propietario que tenía a sus indios hambrientos y famélicos. Estos patrones reclaman a Bruno el haber comerciado con los colonos indios de sus haciendas. Don Bruno les responde diciéndoles que cada señor es libre de hacer lo que quiera y que no haría nada para variar la situación. Los visitantes se sienten ofendidos ante tal respuesta y amenazan desatar una guerra de hacendados; entonces don Bruno los expulsa de su hacienda. Dichos hacendados estaban al tanto de la situación de los hermanos Aragón y confían en que don Bruno sucumba absorbido por la voracidad del consorcio que explotaría la mina. En otra escena aparece la Vicenta, una mestiza amante de don Bruno que espera un hijo suyo; pero otra amante del patrón, Felisa, llena de celos ataca a Vicenta con un cuchillo, ante lo cual don Bruno la dispara, matándola. A partir de entonces don Bruno cambiará, dejando de lado su vida disipada y procurando ayudar a los indios.

Capítulo VII.- Fallece la madre de los hermanos Aragón y ningún vecino de San Pedro asiste a los funerales; solo lo hace la señorita Asunta de La Torre. Los indios, encabezados por Demetrio, entierran a la señora. Un antiguo empleado de los Aragón, el indio Anto, ocupa un terreno que le cediera el viejo don Andrés; don Fermín le ofrece cambiarlo por otro terreno, a lo que se opone tenazmente Anto, a pesar de ser amenazado con una pistola; finalmente don Fermín, maliciosamente, felicita a Anto por su valentía y le regala dos vacas. El mismo Fermín le regala a Asunta un brillante; todo lo hace para ganarse aliados en su lucha contra el consorcio. En el trayecto de vuelta a su casa, don Fermín le expone a Matilde la situación en la mina y dice saber quienes son sus amigos y enemigos.

Capítulo VIII.- El ingeniero Cabrejos es despedido de la mina, pero promete volver con el consorcio. Don Fermín se entera que el cholo Cisneros ha adquirido la hacienda de don Aquiles y le propone hacerlo socio de la mina con un 40 % de acciones a cambio de un aporte de diez millones de soles, pero Cisneros se niega a participar de ese negocio. Mientras tanto don Bruno visita a los comuneros de Paraybamba, que se

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hallaban empobrecidos por culpa de la ambición desmedida del hacendado Cisneros; don Bruno les ayuda a elegir sus autoridades y es testigo de la humillación pública que recibe dicho hacendado, que es azotado y paseado desnudo, y su mula volada con dinamita. Cisneros se va, amenazando volver para vengarse. Don Bruno regresa a su hacienda siendo aclamado por los indios de Paraybamba.

Capítulo IX.- Al fin se encuentra la veta principal en la mina y don Fermín viaja a Lima para tratar de formar una sociedad con capitales peruanos, ya que se había quedado descapitalizado. Se aloja en el hotel Crillón y su esposa le pide radicar definitivamente en Lima, a lo que accede, adquiriendo para ella una magnífica propiedad. Mientras tanto, en Paraybamba, el incidente con Cisneros origina que el alcalde y los regidores de dicho pueblo sean arrestados, y que el mismo don Bruno sea denunciado por Cisneros. Don Bruno marcha a la capital de la provincia, pero antes, ante el riesgo de ser arrestado, nombra como su albacea a Demetrio para que proteja a su mujer Vicenta, su pequeño hijo y administre su hacienda. Pero don Bruno, ya ante las autoridades y frente a Cisneros que lo acusa, se defiende y no es arrestado. Cisneros se marcha jurando vengarse. Al mismo tiempo, en la plaza principal de Paraybamba se producen incidentes sangrientos entre la policía y los pobladores.

Capítulo X.- La Whistert-Bozart tiene mucho poder e influencias y logra finalmente que don Fermín le venda la mina. El directorio de la Wisthert nombra a Cabrejos como gerente de la mina, con un excelente sueldo. Don Fermín terminar por ceder pues no puede competir con la gigantesca empresa transnacional. Esta le reconoce un porcentaje de las acciones de la mina y le cancela los gastos iniciales de la exploración. Don Fermín decide invertir ese dinero en la industria pesquera, adquiriendo fábricas de harina y conservas de pescado en Supe, de la que se encargará administrar su cuñado, mientras que él vuelve a San Pedro, dispuesto a ampliar y modernizar su hacienda «La Esperanza».

Capítulo XI.- La compañía minera, que adopta el nombre de Aparcora, ante la necesidad de agua para el trabajo de la mina consigue una orden judicial que obliga a los propietarios de San Pedro a vender sus tierras de la hacienda «La Esmeralda» a precio irrisorio. Los vecinos se niegan a hacerlo, y en cabildo acuerdan defender su propiedad. El alcalde emprende viaje para entrevistarse con el subprefecto, a fin de saber la verdad, pero en el camino se encuentra con el mismo subprefecto, que encabeza con el juez la comitiva de policías que se dirigía a cumplir la orden de desalojo. Entretanto, la señorita Asunta visita al ingeniero Cabrejos y le dispara tres tiros con un revólver, matándolo, como venganza por vender su pueblo a la mina y por causar la muerte a Gregorio, un ser inocente. Asunta es apresada y trasladada a Lima. Un nuevo cabildo de vecinos de San Pedro decide abandonar el pueblo, pero no sin antes dejarla presa del fuego, comenzando por la iglesia. Mientras tanto llegan las maquinarias pesadas de la compañía y unos 1500 indios como jornaleros. Los representantes indígenas que reclaman un aumento de sueldo son enviados presos a la capital de provincia, acusados de comunistas. Los bares y las casas de prostitución amplían su negocio.

Capítulo XII.- Don Bruno, de vuelta en San Pedro, encuentra destruida la iglesia. Ordena a Demetrio que toque las campanas. Se reúnen la señora Adelaida, el alcalde La Torre, los alcaldes indígena y los regidores, quienes acuerdan reconstruir la iglesia. También llega don Fermín, trayendo todo lo necesario para modernizar su hacienda «La Esperanza» (ganado importado, semillas, etc.) y promete igualmente ayudar con el renacimiento del pueblo. Se anuncia también la llegada del hacendado Cisneros, quien quiere vengarse de don Bruno, para lo cual se entrevista con el subprefecto. Este se ofrece para matar a don Bruno a cambio de dinero, pero en ese momento llega una orden de Lima ordenando el arresto del subprefecto, por lo que el plan se desbarata. Entretanto, el ingeniero Jorge Hidalgo, que no está de acuerdo con los manejos de la compañía minera, decide renunciar a esta y emplearse con don Fermín

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Capítulo XIII.-. Los diarios de Lima informan sobre el incendio de la iglesia del pueblo de San Pedro de Lahuaymarca, hecha por manos «ateas comunistas» así como el asesinato del ingeniero Cabrejos a manos de una «criminal fría y desalmada». La empresa minera, continuando con la expropiación de los terrenos de «La Esperanza», aplana la pampa con máquinas bulldozer. Pero uno de los residentes de esa zona, el indio Anto, se niega a abandonar su propiedad y se vuela con dinamita junto con las máquinas que ya tumbaban su casa. Don Bruno se culpa de todas esas desgracias y decide purificar el mundo acabando con los responsables. Encomienda a su hijo y a su mujer Vicenta a Demetrio Rendón Willka; luego coge sus armas y parte acompañado de un indio. Se dirige a la hacienda de don Lucas, el gamonal cruel y abusivo, a quien mata ante el regocijo de los indios; luego se dirige a la hacienda «La Esperanza» de su hermano don Fermín, a quien encuentra conversando con el ingeniero Hidalgo. Don Bruno acusa a su hermano de ser responsable de todas las desgracias del pueblo y le apunta con su revólver; al verse amenazado, don Fermín corre pero cae herido en las piernas. Al ver lo que ha hecho, don Bruno se derrumba y llora, pidiendo al ingeniero Hidalgo que lo lleve a la cárcel.

Capítulo XIV.- Don Fermín es operado en la mina, extrayéndosele tres balas, y luego es trasladado a Lima en avión, donde se recupera. Mientras que don Bruno es encarcelado en la capital de la provincia. En la hacienda de «La Providencia», Demetrio Rendón Willka se entera de la prisión de don Bruno y la probable muerte de don Fermín; entonces, con la aprobación de Vicenta, la mujer de don Bruno, se proclama administrador de la hacienda, albacea guardador y protector del niño Alberto, el hijo del patrón. En adelante los colonos indios trabajarían para ellos mismos, sin patrones, lo que significaba ya una revolución. El gobierno envía entonces a los guardias civiles a sofocar la revuelta. Vicenta y su hijo se esconden en la comunidad de Lahuaymarca. Mientras que Demetrio se queda alentando a los indios a resistir. Los guardias irrumpen e inician una despiadada cacería. Demetrio es fusilado junto con otros indios. Pero este episodio luctuoso solo es el inicio del camino de la liberación.

YAWAR FIESTA (RESUMEN)

Los primeros capítulos nos brindan el marco histórico de la sistemática e inescrupulosa apropiación de parte de los mistis, aprovechándose de la ignorancia de la gente, de las zonas de cultivo y pastoreo de los nativos andinos. 

 Los indígenas hallándose desprovistos de sus recursos de subsistencia y careciendo de todo apoyo de las autoridades fueron forzados a la pobreza y humillación. 

Con la llegada de una clase de potentados, en la ciudad de Puquio comenzaron a convivir indígenas, mestizos y blancos. Estas clases raras veces se mezclaban, con excepción de la fiesta indígena Turupukllay, donde todo el poblado convergía a celebrar una especie de corrida de toro. 

Esta convivencia, al parecer pacífica, se interrumpe cuando el nuevo subprefecto trata de instaurar medidas más “civilizadas”. 

Esta resolución incita conflictos que dividen a los puquieños entre aquellos que querían preservar una tradición autóctona y los que, por congraciarse con las autoridades y en nombre del desarrollo, quieren cambiar las prácticas festivas. 

 Los planes para la fiesta siguen adelante, pero los preparativos se llevan a cabo en dos planos diferentes. 

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El arreo del Misitu en las zonas altas exalta la determinación del indio, mientras que las autoridades se empecinan en ejecutar las órdenes gubernamentales. 

 Este micro-mundo es emblemático de las disparidades entre la sierra (Puquio) y la costa (Lima) y la falta de comunicación que, a pesar del trazado de carreteras, no logra salvar las distancias culturales y sociales. 

La supremacía limeña parece establecerse no sólo a través de la imposición de la autoridad sino de la conversión de serrano residiendo en Lima a los valores costeros. 

Esta obra exalta dos virtudes indígenas que parecieron verse amenazadas a desaparecer por la impuesta autoridad de los mistis, la dignidad y el sentido de comunidad de los nativos andinos. 

Arguedas, una vez más, a través del relato de la Yawar Fiesta celebra la victoria cultural indígena forjada a través de la voluntad mancomunada de mantener en alto la dignidad de raza.

Los ríos profundosLos ríos profundos es la tercera novela del escritor peruano José María Arguedas. Publicada por la Editorial Losada en Buenos Aires(1958), recibió en el Perú el Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo Palma» (1959) y fue finalista en Estados Unidos del premio William Faulkner (1963). Desde entonces creció el interés de la crítica por la obra de Arguedas y en las décadas siguientes el libro se tradujo a varios idiomas.1

Según la crítica especializada, esta novela marcó el comienzo de la corriente neoindigenista, pues presentaba por primera vez una lectura del problema del indio desde una perspectiva más cercana. La mayoría de los críticos coinciden en que esta novela es la obra maestra de Arguedas.

El título de la obra (en quechua Uku Mayu) alude a la profundidad de los ríos andinos, que nacen en la cima de la Cordillera de los Andes, pero a la vez se refiere a las sólidas y ancestrales raíces de la cultura andina, la que, según Arguedas, es la verdadera identidad nacional del Perú.

ContextoLos últimos años de la década de 1950 fueron para Arguedas muy fértiles en cuanto a producción literaria. El libro apareció cuando el Indigenismo se hallaba en pleno apogeo en el Perú. El ministro de Educación de aquel entonces, Luis E. Valcárcel, organizó el Museo de la Cultura, institución que propició con mucha decisión los estudios indigenistas. Por otro lado, con la publicación de Los ríos profundos se inició un irreversible proceso de valoración de la obra arguediana tanto en el Perú como a nivel continental.2

ComposiciónLa génesis de la novela sería el cuento «Warma kuyay» (que forma parte del libro de cuentos Agua, publicado en 1935), uno de cuyos personajes es el niño Ernesto, inconfundiblemente el mismo Ernesto de Los ríos profundos. Un texto de Arguedas que apareció publicado en 1948 bajo la forma de relato autobiográfico (Las Moradas, vol. II, Nº 4, Lima, abril de 1948, pp. 53-59), conformaría después el segundo capítulo de la novela bajo el título de «Los viajes». En 1950 Arguedas anunció en el ensayo «La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú» la existencia del proyecto de la novela. El

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impulso para completar su composición surgió años después, por el año 1956, cuando realizaba un trabajo etnográfico de campo en el valle del Mantaro. No paró entonces hasta verlo concluido. Algunos textos de estudio etnográfico fueron adheridos al relato, como la explicación etimológica del zumbayllu o trompo mágico.

EscenariosEl 70 % de la acción de la novela transcurre en la ciudad de Abancay, en quechua Awancay. Otros escenarios son mencionados en los dos primeros capítulos de la novela: el Cuzco y diversas ciudades costeñas y serranas del sur y centro del Perú, lugares que Ernesto, el protagonista, recorre acompañando a su padre antes de instalarse en Abancay.

Abancay es un pueblo con pequeños barrios separados por huertas de moreras, y con campos de cañaverales que se extienden hasta el río Pachachaca. Lo rodea la hacienda Patibamba, cuyo patrón no la vendía y por ello la ciudad no podía expandirse. Un árbol característico de Abancay es el nativo pisonay, que en primavera se llena de flores grandes y rojas.

Lugares importantes de Abancay donde se desarrolla la novela son el Colegio religioso o internado, con su enorme patio polvoriento; el barrio de Huanupata, tugurio maloliente poblado de chicherías, donde también se podían encontrar mujeres fáciles; la Plaza de Armas; la Avenida Condebamba, que es una amplia alameda sembrada de moreras. Ya en las afueras se alza el puente del Pachachaca, símbolo de la conquista española, sostenido por bases de cal y canto y que pese a sus siglos de vida aún se mantiene firme y aguanta las embestidas del río que pasa bajo su arco.

ÉpocaTeniendo en cuenta que se trata de una novela de corte autobiográfico, la época en que está ambientada la narración es la década de 1920, bajo el oncenio de Augusto B. Leguía. Para ser más exactos, fue el año de 1924 en que Arguedas estudió el quinto de primaria en el colegio Miguel Grau de Abancay, dirigido por los padres mercedarios.3

ArgumentoLa novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien debe enfrentar a las injusticias del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cuzco, ciudad a la que arriban Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico denominado El Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen éxito. Entonces reemprenden sus andanzas a lo largo de muchas ciudades y pueblos del sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como interno en un colegio religioso mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces que convivir con los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana y donde priman normas crueles y violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del colegio, el amotinamiento de un grupo de chicheras exigiendo el reparto de la sal, y la entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que venían a pedir una misa para las víctimas de la epidemia de tifo, originará en Ernesto una profunda toma de conciencia: elegirá los valores de la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello culmina una fase de su proceso de aprendizaje. La novela finaliza cuando Ernesto abandona Abancay y se dirige a una hacienda de propiedad de «El Viejo», situada en el valle del Apurímac, a la espera del retorno de su padre.

Los dos narradoresEn la obra se distinguen dos narradores. El primero es el narrador principal, un hombre adulto que evoca su niñez, es decir, una versión adulta de Ernesto. El segundo es una

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especie de narrador cognoscitivo cuya intervención es esporádica, se encarga de completar y mejorar la comprensión del lector respecto a los sucesos de la novela, aportando datos no conocidos por los lectores, sobre todo en temas de etnología.4

Personajes

Ernesto, el protagonista-narrador, es un muchacho de 14 años que vive escindido entre dos mundos, el de los hacendados explotadores y el de los indios maltratados. Ello le permite un proceso de aprendizaje acelerado y una manera de ver el mundo con una mayor perspectiva. Irá interpretando una realidad a la que se ve enfrentado y su proceso de aprendizaje tendrá que ver con la elección ética de ubicarse del lado del poderoso o del desposeído. Para combatir la imposibilidad de pertenecer enteramente a cualquiera de estos dos mundos, decide soportar su condición a través de la ensoñación y la comunicación con la naturaleza. A menudo, se identificará más con los indios.

El Viejo, de nombre don Manuel Jesús, es el tío de Ernesto. Terrateniente poderoso, dueño de cuatro haciendas en el valle del Apurímac, prepotente y avaro, representa el mundo hostil, ese sistema socioeconómico explotador al que por primera vez se ve enfrentado Ernesto. Tiene un servidor indio o pongo muy servicial, quien, por oposición, representa a las víctimas de dicho sistema. El Viejo aparece al principio de la novela, alojado en una casona del Cuzco; al final de la novela vuelve a ser mencionado, pues a una de sus haciendas es enviado Ernesto tras la irrupción de la peste en Abancay.

Los alumnos del colegio.- En el colegio religioso de Abancay existían dos tipos de alumnos: los externos y los internos. Ernesto es uno de estos últimos; en dicho ambiente entrará en contacto con adolescentes y jóvenes que repiten los mismos esquemas de los poderosos y que cometen las mismas injusticias sociales. En la obra se mencionan a los siguientes alumnos: Añuco, interno, era hijo de un hacendado caído en la ruina. A los nueve años

había sido recogido por los padres del Colegio, poco antes de que falleciera su padre. Amigo y cómplice del Lleras en continuas mataperradas tanto dentro como fuera del colegio, su rabia era una manera de expresar su tristeza. Al final, luego de la huida de Lleras, se amista con sus compañeros, y los padres lo trasladan al Cuzco, para que siguiera la carrera religiosa.

Lleras, interno, era huérfano como el Añuco, y a la vez el más altanero y abusivo de todos los alumnos, aprovechando la ventaja que le daba tener más edad y fuerza que el resto. Muy lerdo en los estudios, sin embargo compensaba con su habilidad en los deportes, siendo infaltable su presencia en el equipo del colegio, a la cabeza del cual destacaba en las competencias locales de fútbol y atletismo. Amigo y protector del Añuco, formaban ambos una dupla temible, no solo en el colegio sino en todo el pueblo. Su poder radicaba en infundir el miedo y el dolor a los más chicos o desvalidos. Al final, agrede a uno de los religiosos y es castigado terriblemente. Huye del colegio y luego del pueblo, junto con una mestiza del barrio de Huanupata, y no se supo más de él. Los rumores decían que había fallecido en su viaje de huida y que su cuerpo había sido arrojado al río.

Ántero Samanez, externo, apodado el Markask’a o el «marcado», por sus lunares en el rostro, era un chico de cabellos rubios muy encendidos por lo que también le apodaron el «Candela». Era hijo de un hacendado del valle del Apurímac. Aparte de su aspecto físico no destacaba en nada. Al principio se hizo amigo de Ernesto, cuando llevó al colegio un juguete nuevo, el zumbayllu o trompo, al cual, conforme a la mentalidad andina, atribuía propiedades mágicas. Ambos, Ántero y Ernesto, son opuestos a Lleras y al Añuco, y por lo tanto, a la violencia. Sin embargo, conforme avanza la novela, las diferencias entre ellos se tornan evidentes y esto origina un alejamiento. En el motín de las chicheras

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Ernesto participa al lado de estas, y Ántero da su respaldo a los hacendados. Pero lo que lleva a la ruptura total es cuando Ántero se hace amigo de Gerardo, costeño e hijo del comandante de la Guardia Civil destacado en Abancay.

«El Peluca», interno, un joven de 20 años, muy corpulento, aunque cobarde y de mirada lacrimosa. Le dieron ese apodo porque era hijo de un peluquero. Se destacaba por su obsesión enfermiza hacia una mujer demente, la opa Marcelina, a quien asaltaba en los excusados y la obligaba a tener relaciones sexuales. Esta conducta anómala era motivo de las burlas soeces de sus compañeros, quienes sin embargo no lo enfrentaban pues temían su fuerza física. Al fallecer Marcelina, enloqueció, profiriendo aullidos, y sus familiares tuvieron que sacarlo del colegio atado de pies y manos.

Palacitos, apodado también como el «indio Palacios», era el interno menor y humilde, y el único proveniente de una comunidad indígena. Al principio le costó mucho adaptarse; leía penosamente y no entendía bien el castellano. Todo ello motivó que fuera maltratado física y psicológicamente por el Lleras y otros alumnos mayores, al punto que suplicaba con lágrimas a su padre (que iba a visitarle cada mes) a que lo trasladara a una escuela fiscal. Sin embargo, con el paso del tiempo fue amoldándose; los alumnos mayores dejaron de molestarle, se hizo amigo de Ernesto y empezó a rendir en los estudios, al extremo de recibir una felicitación de parte de uno de los profesores. Su padre, feliz, le prometió que sería ingeniero.

Chauca, rubicundo y delgado, es otro de los que tenían una obsesión enfermiza por la opa Marcelina, aunque, a diferencia del Peluca, siente remordimientos y trata de domeñar sus deseos. Una vez es descubierto azotándose.

Rondinel o el Flaco, alumno que se hacía notar por su extrema delgadez. Reta a una pelea a Ernesto pero enseguida se amistan.

Valle, alumno de quinto año, muy lector y elegante. En los días de fiesta y en las salidas lucía una vistosa corbata atada de manera original, que bautiza con el nombre de k’ompo. En su conversación se esforzaba en hacer citas literarias y otros ejercicios pedantescos. En la calle andaba siempre rodeado de señoritas y presumía de sus conquistas amorosas. Se jactaba incluso de haber seducido a la esposa del médico de Abancay.

Romero, aindiado, alto y delgado, el atleta del grupo, campeón imbatible en salto y otras disciplinas deportivas. También era hábil tocador del rondín (armónica) y cantor dehuaynos. Defiende a los más débiles de los abusos del Lleras y el Añuco.

Ismodes, apodado el Chipro, natural de Andahuaylas, hijo de mestizo. Su apodo en quechua significa el «picado por la viruela», por las marcas inconfundibles de dicha enfermedad que tenía en el rostro. Se pelea constantemente con el Valle.

Simeón, llamado el Pampachirino, por ser oriundo del pueblo de Pampachiri. Gerardo, hijo del comandante de la guardia civil destacado en Abancay. Es

costeño, natural de Piura. Se hace amigo de Ántero y lo matriculan en el colegio. Destaca por su habilidad en los deportes, por su facilidad natural en ganarse amigos y conquistar a las chicas.

Pablo, hermano de Gerardo. Iño Villegas Saturnino Montesinos

La opa Marcelina, joven mujer demente, blanca, baja y gorda, que había sido recogida por uno de los Padres y colocada como ayudante en la cocina. Se convierte en una especie de símbolo del pecado, pues los internos mayores suelen buscarla por las noches para forzarla a tener relaciones sexuales. Fallece víctima de la epidemia de tifo.

Los Padres del Colegio. Son los religiosos que dirigen la institución educativa:

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Augusto Linares, o simplemente el Padre Linares, director del Colegio, ya anciano, de cabellos blancos, que tenía fama de santidad en todo Abancay.

El padre Cárpena, alto y fornido, aficionado a los deportes. El hermano Miguel, afroperuano, era oriundo de Mala, en la costa central

peruana. Los alumnos irrespetuosos le llaman despectivamente «negro».

Doña Felipa, es cabecilla de las chicheras que se amotinan reclamando el reparto de la sal al pueblo. Es una mujer robusta, de voluminosos senos y anchas caderas, con el rostro picado de viruela. Ernesto la admira por su coraje, fuerza y sentido de justicia. Luego del motín, huye llevándose consigo un fusil y logra burlar la persecución de las fuerzas del orden. Gracias a ella, Ernesto comprueba que la reivindicación social es posible.

Los colonos, trabajadores indios contratados en la hacienda Patibamba, circundante a la ciudad de Abancay, entre quienes se extiende la epidemia de tifo. Invaden la ciudad exigiendo una misa para los difuntos.

Los guardias civiles, cuerpo de policía de la ciudad de Abancay. Son llamados jocosamente «guayruros» (frijoles de colores) por el color de sus uniformes (negro y rojo). Se les ridiculiza por no poder controlar el motín de las chicheras.

Los oficiales y soldados del Ejército, quienes ocupan la ciudad tras producirse el motín de las chicheras.

La cocinera del internado, protectora del Palacitos y quien fallece víctima del tifo.

Abraham, portero del internado, quien también cae víctima de la peste y regresa a Quishuara, su pueblo natal, para morir.

Salvinia, chica de 12 años, delgada, de piel morena y de ojos rasgados y negros. Es la enamorada de Ántero. Vivía en la avenida Condebamba, una alameda o amplia calle abanquina sembrada de moreras. Ernesto nota que sus ojos son del color del zumbayllu (trompo mágico) al momento de girar.

Alcira, amiga de Salvinia, de su misma edad. Vivía camino de la Plaza de Armas a la planta eléctrica. Cuando Ernesto la ve por primera vez, le encuentra un gran parecido con Clorinda, una jovencita del pueblo de Saisa, de quien en su niñez se había enamorado y de la que nunca más volvió a saber. Alcira tenía una cabellera hermosa, del color del tallo de la cebada madura, y su mirada era triste, pero sus pantorrillas eran muy gruesas y cortas, lo que a Ernesto le desagradaba.

Prudencio, joven indio, del pueblo de Kakepa, soldado y músico de la banda militar, paisano y amigo de Palacitos.

El papacha Oblitas, mestizo, maestro músico, experto tocador de arpa.

El kimichu, un indio peregrino recaudador de limosnas para la Virgen de Cocharcas. Lleva una urna con la imagen de la Virgen, encima de la cual iba un lorito.

Jesús Warank’a Gabriel, cantor, acompañante del kimichu.

Don Joaquín, forastero challhuanquino, que contrata los servicios del abogado Gabriel, el padre de Ernesto, sobre un litigio de tierras.

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Pedro Kokchi y Demetrio Pumaylly, indios, amigos de la infancia de Ernesto, que los menciona al rememorar dicha etapa de su vida.

Alcilla, notario de Abancay, amigo del padre de Ernesto, hombre envejecido y enfermo, con esposa e hijos.

EstructuraLa obra está dividida en 11 capítulos, numerados con dígitos romanos y con título propio, siendo muy variable la extensión de cada uno de ellos. El más extenso es el último capítulo, el titulado «Los colonos». El más corto es el capítulo IV, titulado «La hacienda».

Breve esquema de la novela:

I. El viejo.- La llegada de Ernesto y su padre al Cuzco, donde se encuentran con El Viejo, un agrio y avaro hacendado, que se niega a ayudarlos, pese a ser pariente de ellos.

II. Los viajes.- Los recorridos de Ernesto y su padre (abogado itinerante) por diversas ciudades de la sierra y de la costa central y sur del Perú.

III. La despedida.- La llegada de Ernesto y su padre a Abancay. Ernesto es internado en un colegio religioso y su padre continúa sus viajes en busca de trabajo.

IV. La hacienda.- Ernesto visita la hacienda colindante de Abancay, Patibamba, cuyos colonos o peones indios eran muy reservados. El Padre o cura del pueblo da sermones a los indios en los que elogia a los hacendados.

V. Puente sobre el mundo.- Ernesto visita el barrio de Huanupata, el barrio alegre de Abancay. A las afueras está el puente sobre el Pachachaca, construido en el siglo XVI por los españoles. Se describe el colegio religioso, los padres directores, los hermanos profesores y los alumnos. Una sirvienta que sufre de retardo mental, la opa Marcelina, es el objeto sexual de los alumnos mayores.

VI. Zumbayllu.- Uno de los alumnos internos, el Ántero o Markask’a trae al colegio un zumbayllu o trompo, de significado mágico. Ernesto hace amistad con Ántero. Se describen las peleas entre los alumnos y los abusos de los mayores sobre los menores, como el Lleras sobre el Palacitos.

VII. El motín.- Las chicheras del pueblo, encabezadas por Felipa, se rebelan para exigir el reparto de sal al pueblo. Ernesto les acompaña en el tumulto. Las chicheras reparten la sal a los indios de Patibamba, pero luego irrumpen los guardias civiles y recuperan la sal.

VIII. Quebrada honda.- Ernesto es castigado por los padres, por seguir a las chicheras. Luego regresa a Patibamba acompañando al Padre Director, quien sermonea a los indios explicándoles que era un pecado robar la sal, aunque fuera para los pobres. Ernesto regresa al colegio y se encuentra con Ántero, quien le enseña un winku o trompo brujo, superior alzumbayllu. En otra escena, el Lleras empuja a uno de los religiosos, el hermano Miguel, el cual responde dándole un puñetazo. El Lleras es recluido en una habitación pero en la noche se fuga del colegio.

IX. Cal y canto.- Los militares llegan a Abancay para contener la rebelión de las chicheras y capturar a Felipa. Ántero y Ernesto conversan en el colegio sobre la situación. Ambos visitan en el pueblo a Salvinia (enamorada de Ántero) y a Alcira, la amiga de ésta.

X. Yawar Mayu. Un domingo Ernesto y los otros alumnos van a la plaza del pueblo donde dan retreta o exhibición de la banda militar. Ernesto conoce a Gerardo, el hijo del comandante destacado en Abancay, quien se hace amigo de Ántero. Asimismo, visita el barrio de Huanupata, donde se deleita escuchando a los músicos y cantores.

XI. Los colonos.- Los militares se retiran de Abancay, sin haber capturado a Felipa. Gerardo ingresa al colegio religioso donde destaca y se vuelve inseparable de Ántero. Cuando ambos se jactan de sus conquistas amorosas, Ernesto se pelea con ellos y no les vuelve a hablar. Luego irrumpe la peste de tifo en el pueblo, proveniente de los contornos.

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La opa Marcelina fallece víctima del mal. Ernesto se acerca a verla, por lo que es puesto en cuarentena por temor a un contagio. Cientos de colonos o peones indios de las haciendas colindantes se acercan a Abancay para exigir al Padre que dé una misa por los difuntos. El Padre acepta y da la misa a medianoche. Con el permiso del Padre, Ernesto abandona Abancay y se va a una de las haciendas de El Viejo, donde esperará el retorno de su progenitor.

Resumen por capítulosI.- EL VIEJO

El relato empieza cuando el narrador (Ernesto) cuenta su llegada al Cuzco, acompañando a su padre Gabriel, quien era abogado y viajaba continuamente buscando dónde ejercer su profesión. En la antigua capital de los incas visitan a un pariente rico al que conocen como El Viejo, para solicitarle alojamiento y trabajo, pero este resulta ser un tipo avaro, hosco y con fama de explotador, por lo que deciden abandonar la ciudad y buscar otros rumbos. Pero antes pasean por la ciudad. Ernesto se deslumbra ante los majestuosos muros de los palacios de los incas, cuyas piedras finamente talladas y perfectamente encajadas le parecen que se mueven y hablan. Luego pasan frente a la Iglesia de la Compañía y visitan laCatedral, donde oran frente a la imagen del Señor de los Temblores. Allí se encuentran nuevamente con el Viejo, quien estaba acompañado de su sirviente indio o pongo, símbolo de la raza explotada. Ernesto no puede contener el desagrado que le produce el Viejo y lo saluda secamente.

II.- LOS VIAJES

En este capítulo el narrador relata los viajes de su padre como abogado itinerante por diversos pueblos y ciudades de la sierra y de la costa, viajes en los que le acompaña desde muy niño. Cuenta anécdotas curiosas que les toca vivir a ambos en algunos pueblos. Llegan por ejemplo a un pueblo cuyos niños salían al campo a cazar aves para que no causaran estragos en los trigales. En ese mismo pueblo, había una cruz grande en la cima de un cerro, que durante una festividad religiosa era bajada por los indios en hombros. En otra ocasión llegan a Huancayo, donde casi se mueren de hambre pues sus habitantes, que odiaban a los forasteros, impidieron que los litigantes (clientes) fueran a verles. En otro pueblo las personas les miran con rabia, a excepción de una joven alta y de ojos azules, que parecía más amigable. Ernesto se venga en esa ocasión cantando huaynos a todo pulmón en las esquinas. En Huancapi, cerca deYauyos, contempla cómo unos loros que posaban en los árboles son muertos a balazos por unos tiradores, siendo lo extraño que dichas aves no se animaran a alzar vuelo y cayeran así mansamente, una tras otra. De allí pasan a Cangallo y siguen hacia Huamanga, por la pampa de los morochucos, célebres jinetes de quienes se decía que eran descendientes de losalmagristas.

III.- LA DESPEDIDA

Cuenta el narrador cómo su padre le promete que sus continuos viajes acabarían en Abancay, pues allí vivía un notario, viejo amigo suyo, quien sin duda le recomendaría muchos clientes. También le promete que le matricularía en un colegio. Llegan pues a Abancay y se dirigen a la casa del notario, pero éste resultó ser hombre enfermo y ya inútil para el trabajo, y para colmo, con una mujer e hijos pequeños. Descorazonado, el padre prefiere alojarse en una posada, donde coloca su placa de abogado. Pero los clientes no llegan y entonces decide reemprender sus viajes. Pero esta vez ya no le podrá acompañar Ernesto, pues ya estaba matriculado de interno en un colegio de religiosos de la ciudad, cuyo director era el Padre Linares. Su decisión se apresura cuando un tal Joaquín, un hacendado de Chalhuanca, llega a Abancay a solicitarle sus servicios profesionales. Ernesto se despide entonces de su padre y se queda en el internado.

IV.- LA HACIENDA

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En este capítulo el narrador cuenta la vida de los indios de la hacienda colindante a Abancay, Patibamba, a donde solía ir los domingos tras salir del internado, pero a diferencia de los indios con quienes había pasado su niñez, estos parecían muy huraños y vivían encerrados. Relata también las misas oficiadas por el Padre, y como éste predicaba el odio hacia los chilenos y el desquite de los peruanos por la guerra de 1879 (recordemos que eran los años de 1920, en plena tensión peruano-chilena por motivo del litigio por Tacna y Arica) y elogiaba a la vez a los hacendados, a quienes calificaba como el fundamento de la patria, pues eran, según su juicio, los pilares que sostenían la riqueza nacional y los que mantenían el orden.

V.- PUENTE SOBRE EL MUNDO

El título de este capítulo alude al significado del nombre quechua de Pachachaca, el río cercano a Abancay, sobre el cual los conquistadores españoles construyeron un puente de piedra y cal que hasta hoy sobrevive. Con la esperanza de poder encontrar a algún indio colono de la hacienda, Ernesto aprovecha los domingos para visitar Huanupata, el barrio alegre de Abancay, poblado de chicherías, arrabal pestilente donde también se podían encontrar mujeres fáciles. Para su sorpresa no encuentra a ninguno de los colonos, y solo ve a muchos forasteros y parroquianos. De todos modos continua frecuentando dicho barrio, pues los fines de semana iban allí músicos y cantantes a tocar arpa y violín y cantar huaynos, lo que le recordaba mucho a su tierra. Luego pasa a describir la vida en el internado; en primer lugar cuenta como el Padre organizaba a los alumnos en dos bandos, uno de «peruanos» y otro de «chilenos» y lo hacía enfrentar en el campo, a golpes de puño y empellones, como una manera de «incentivar» el espíritu patriótico. Luego menciona a los alumnos, refiriendo sobre sus orígenes y características: el Lleras y el Añuco, que eran los más abusivos y rebeldes de los alumnos; el Palacitos, el de menor edad, y a la vez el más tímido y débil de todos; el Romero, el Peluca y otros más. También se menciona a una joven demente, la opa Marcelina, que era ayudante en la cocina y que solía ser desnudada y abusada sexualmente por los alumnos mayores, sobre todo por el Lleras y el Peluca. El Lleras incluso trata de forzar al Palacitos para que tenga relaciones sexuales con la opa, mientras ésta era sujetada en el suelo con el vestido levantado hasta el cuello. El Palacitos se resiste, llorando y gritando. El Romero, hastiado de los abusos del Lleras, le reta a pelear, pero el encuentro no se produce.

VI.- ZUMBAYLLU

Esta vez Ernesto relata como uno de los alumnos, el Ántero o Markask’a, rompe la monotonía de la escuela al traer un trompo muy peculiar al cual llaman zumbayllu, lo que se convierte en la sensación de la clase. Para los mayores solo se trata de un juguete infantil pero los más chicos ven en ello un objeto mágico, que hace posible que todas las discusiones queden de lado y surja la unión. Ántero le regala su zumbayllu a Ernesto y se vuelven desde entonces muy amigos. Ya con la confianza ganada, Ántero le pide a Ernesto que le escriba una carta de amor para Salvinia, una chica de su edad a quien describe como la niña más linda de Abancay. Luego, ya en el comedor, Ernesto discute con Rondinel, un alumno flaco y desgarbado, quien le reta a una pelea para el fin de semana. Lleras se ofrece para entrenar a Rondinel mientras que Valle alienta a Ernesto. En la noche, los alumnos mayores van al patio interior; allí el Peluca tumba a la opa Marcelina y yace con ella. De lejos, Ernesto ve que el Lleras y el Añuco amarran sigilosamente algo en la espalda del Peluca. Cuando éste vuelve al dormitorio, Ernesto y el pampachirino se espantan al ver unas tarántulas o apasankas atadas en su saco, pero los otros internos se ríen; el mismo Peluca arroja y aplasta sin temor a los bichos.

VII.- EL MOTIN

A la mañana siguiente, Ernesto le entrega a Ántero la carta que escribió para Salvinia; Ántero la guarda sin leerla. Luego le cuenta a su amigo su desafío con Rondinel. Ántero se ofrece para amistarlos y lo logra, haciendo que los dos rivales se den la mano. Luego todos se van a jugar con los zumbayllus. Al mediodía escuchan una gritería en las calles y divisan a un tumulto conformado por las chicheras del pueblo. Algunos internos salen por curiosidad, entre ellos Ántero y Ernesto, que llegan hasta a la plaza, la que estaba copada

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por mujeres indígenas que exigían que se repartiera la sal, pues a pesar de que se había informado que dicho producto estaba escaso, se enteraron que los ricos de las haciendas las adquirían para sus vacas. Encabezaba el grupo de protesta una mujer robusta llamada doña Felipa, quien conduce a la turba hacia el almacén, donde encuentran 40 sacos de sal cargados en mulas. Se apoderan de la mercancía y lo reparten entre la gente. Felipa ordena separar tres costales para los indios de la hacienda de Patibamba. Ernesto la acompaña durante todo el camino hacia dicha hacienda, coreando los huaynos que cantaban las mujeres. Reparten la sal a los indios, y agotado por el viaje Ernesto se queda dormido. Despierta en el regazo de una señora blanca y de ojos azules, quien le pregunta extrañada quién era y qué hacía allí. Ernesto le responde que había llegado junto con las chicheras a repartir la sal. Ella por su parte le dice que es cusqueña y que se hallaba de visita en la hacienda de su patrona; le cuenta además cómo los soldados habían irrumpido y a zurriagazos arrebataron la sal a los indios. Ernesto se despide cariñosamente de la señora y luego se dirige hacia el barrio de Huanupata, donde se mete en una chichería para escuchar a los músicos. Al anochecer le encuentra allí Ántero, quien le cuenta que el Padre Linares estaba furioso por su ausencia. Ambos van a la alameda a visitar a Salvinia y a su amiga Alcira; ésta última estaba interesada en conocer a Ernesto, según Ántero. Pero al llegar solo encuentran a Salvinia, quien se despide al poco rato pues ya era tarde. Ántero y Ernesto vuelven al colegio.

VIII.- QUEBRADA HONDA.[editar]

Ya en el colegio Ernesto es llevado por el Padre a la capilla. Luego de azotarlo el Padre le interroga severamente. Ernesto se atreve a responderle que solo había acompañado a las mujeres para repartir la sal a los pobres. El Padre le replica diciéndole que aunque fuese por los pobres se trataba de un robo. Finalmente castiga a Ernesto prohibiéndole sus salidas del domingo. Al día siguiente Ernesto acompaña al Padre al pueblo de los indios de la hacienda. El Padre se sube a un estrado y empieza a sermonear a los indios en quechua. Les dice que todo el mundo padece, unos más que otros, pero que nada justifica el robo, que el que roba o recibe lo robado es igual condenado. Pero se alegraba que ellos hubieran devuelto la mercancía y que ahora la recibirían en mayor cantidad. Ante esta prédica ardiente las mujeres rompen en llanto y todos se arrodillan. Terminada su prédica, el Padre ordena a Ernesto volver al colegio, mientras que él se quedaría a dar la misa. Ernesto aprovecha para averiguar sobre la señora de ojos azules. El mayordomo de la hacienda le responde que conocía a la tal señora pero que ella se iría con su patrona al día siguiente, por temor al arribo del ejército, que venía a imponer el orden. Ernesto regresa al colegio y le recibe el hermano Miguel, quien le da el desayuno y le cuenta que esa mañana dedicaría a los alumnos a jugar voley en el patio. Luego irrumpe Ántero trayendo un Winku, un trompo o Zumbayllu especial, al cual calificaba de layka o «brujo» por tener, según su creencia, propiedades mágicas, como enviar mensajes a personas lejanas. Convencido, Ernesto hace bailar el winku mandándole un mensaje a su padre, diciéndole que estaba soportando bien la vida en el internado. Entretenidos estaban así cuando de pronto oyen gritos en el patio. Se acercan y ven al hermano Miguel ordenando caminar de rodillas al Lleras, de quien manaba sangre por la nariz. Se enteran que el Lleras había primero empujado al hermano insultándole soezmente, solo porque le había marcado un foul en el juego; en respuesta el hermano le dio un puñetazo tumbándolo al suelo. En medio del tumulto arriba el Padre director, quien pregunta qué ocurría. El hermano Miguel, luego de contar el incidente, explica que reaccionó así al ver mancillado en su persona el hábito de Dios. El Padre ordena al Lleras a ir a la capilla; los demás internos se quedan en el patio y discuten entre ellos; el Palacitos teme que ocurra una desgracia en el pueblo por la ofensa hecha a un religioso; el Valle y el Chipro se pelean, quedando muy malparado el primero. Al día siguiente se esparce la noticia de que el ejército entraría en Abancay para imponer orden. El Padre ordena que todos los alumnos se reconcilien con el hermano Miguel, quien les pide perdón y abraza a cada uno de ellos, pero cuando se acerca al Lleras, éste le hace un gesto de repulsión y se corre a esconderse. No lo vuelven a ver más; después supieron que aquella misma noche huyó del colegio. El Añuco también se alista para irse del colegio, aunque reconciliado con

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todos. El Palacitos se alegra pues cree que con la reconciliación ya no ocurrirán más desgracias en el pueblo.

IX.- CAL Y CANTO[editar]

A la ciudad llega un regimiento de soldados para reprimir a las indias revoltosas. Los soldados ocupan las calles y plazas. Instalan el cuartel en un edificio abandonado. Ernesto pide al Padre que lo dejara regresar donde su papá, pero el Padre se niega, dándole permiso en cambio para salir el sábado a la ciudad, con el Ántero. Ernesto le pide al Romerito que por medio del canto de su rondín envíe un mensaje a su padre. Los alumnos comentan los chismes de la ciudad: las chicheras capturadas son azotadas en el trasero desnudo, y al responder a los militares con su lenguaje soez, les meten excremento en la boca. Cuentan también que doña Felipa y otras chicheras habían huido cruzando el puente del Pachachaca, donde dejaron a una mula degollada, con cuyas tripas cerraron el paso atándola a los postes. La cabecilla dejó su rebozo en lo alto de una cruz de piedra, a manera de provocación. Al acercarse los soldados, estos reciben disparos de lejos y no se atreven por lo pronto a perseguirlas, pues las chicheras ya iban con ventaja. Llegado el sábado, Ernesto y Ántero conversan en el patio del colegio. Ántero cuenta que el Lleras había huido del pueblo, junto con una mestiza; el Ernesto señala que no podría seguir más allá del Apurímac pues el sol lo derretiría. En cuanto al Añuco, comentan que los Padres planeaban hacerle fraile. También mencionan el temor de la gente de que doña Felipa retornase con los chunchos (selváticos) a atacar las haciendas y revolver a los colonos; ante esa situación, el Ántero dice que estaría de parte de los hacendados. Ambos van a la alameda, a visitar a Salvinia y a su amiga Alcira. Al ver a esta última, Ernesto nota que se parecía mucho a Clorinda, una jovencita del pueblo de Saisa, de quien en su niñez se había enamorado y de la que jamás volvió a saber. Pero nota que Alcira tiene las pantorrillas muy anchas y eso le desagrada. Al poco rato Ernesto se despide, y corriendo llega al barrio de Huanupata, metiéndose en una chichería, que estaba llena de soldados. Uno de estos afirma que Felipa estaba muerta. Cuando Ernesto pregunta a una de las mozas si era cierto eso, ésta se ríe y lo empuja, botándole de la chichería. Ernesto se va corriendo hacía el puente del Pachachaca, para ver los restos de la mula muerta y el rebozo de doña Felipa que flameaba en la cruz. Al llegar, divisa al padre Augusto que bajaba cuesta abajo, seguido sigilosamente por la opa Marcelina. Ésta, al ver el rebozo, se detiene frente la cruz. Se sube en ella y ya con la prenda en su poder se deja caer, resbalando hasta el suelo. Se coloca el rebozo con alegría y continúa siguiendo al padre Augusto, quien iba a dar misa a Ninabamba, una hacienda aledaña. Ernesto retorna a la ciudad y ya al atardecer regresa al colegio donde se entera que al día siguiente partiría Añuco hacia el Cuzco.

X.- YAWAR MAYU[editar]

Los alumnos se enteran que la banda del regimiento dará retreta en la plaza de la ciudad después de la misa del día siguiente, domingo. El Chipro reta al Valle a pelear ese día. Ya muy de noche vienen a recoger al Añuco, y todos lo despiden; el Añuco regala sus «daños» o canicas rojas al Palacitos. Todos se sienten conmovidos. Al día siguiente se levantan muy temprano y deciden que no haya ya pelea entre el Chipro y Valle. Van todos a ver la retreta en la plaza. La banda militar la conforman reclutados que tocan instrumentos musicales de metal; el Palacitos estalla de alegría al reconocer en el grupo al joven Prudencio, de su pueblo natal. Ernesto se retira para buscar a Ántero y a Salvinia y Alcira. Encuentra a las dos chicas pero ve que un joven, que se identifica como hijo del comandante de la Guardia, invita a Salvinia a caminar, tomándola del brazo. Tras ellos va otro muchacho. De pronto aparece Ántero furioso, quien increpa a los dos jóvenes. Les dice que la chica es su enamorada. Se produce una gresca. Ernesto deja a Ántero con su lío y se dirige al barrio de Huanupata. Entra a una chichería donde se estaba un arpista, a quien todos admiran y llaman el papacha Oblitas. Al local ingresa luego un cantor, que había llegado a la ciudad acompañando a un kimichu (indio recaudador de limosnas para la Virgen); Ernesto recuerda haberlo visto, años atrás, en el pueblo de Aucará, durante una fiesta religiosa. Conversan ambos. El cantor dice llamarse Jesús Waranka Gabriel y relata su vida errante. Ernesto le invita un picante. Una moza empieza a cantar una canción en la

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que ridiculiza a los guardias, apodados «guayruros» (frijoles) por el color de su uniforme (rojo y negro). El arpista le sigue el ritmo. Un guardia civil que pasaba cerca escucha e ingresa al local, haciendo callar a todos. Se produce un tumulto y los guardias se llevan preso al arpista. Los demás se retiran. Ernesto se despide del cantor Jesús y regresa a la plaza. Ve al Palacitos, alegre y orgulloso, que no dejaba al Prudencio. También encuentra a Ántero, quien se había amistado con el joven con quien peleara poco antes. Se lo presenta: se llamaba Gerardo y era natural de Piura. El otro joven que le acompañaba era su hermano Pablo. Ernesto les estrecha las manos. Luego se despide y se encuentra con el Valle, paseando orondo con su ridículo k’ompo o corbata y escoltado por señoritas. Decide volver al colegio pero antes quiere visitar al papacha Oblitas, que estaba en la cárcel. El guardia de la entrada no lo deja ingresar; solo le informa que el arpista sería liberado pronto. Ernesto retorna entonces al colegio y se topa con Peluca, a quien encuentra muy angustiado pues ya no encontraba a la opa. La cocinera le cuenta a Ernesto que la opa se había subido a la torre que dominaba la plaza. Ernesto va a buscarla, y efectivamente, encuentra a la opa echada en lo alto de la torre, mirando sonriente y feliz a la gente de abajo. Llevaba aún el rebozo de doña Felipa. No queriendo turbar su breve rato de alegría, Ernesto la deja y sigilosamente baja de la torre y retorna al colegio.

XI.- LOS COLONOS[editar]

Los guardias que fueron en persecución de doña Felipa no logran capturarla. Poco después los militares se retiran de la ciudad y la Guardia Civil ocupa el cuartel. Ernesto no entiende a muchas señoritas de la ciudad, quienes se habían deslumbrado con los oficiales y lloraban su partida. Se decía que algunas habían sido deshonradas «voluntariamente» por algunos oficiales. En el colegio, Gerardo, el hijo del comandante se convierte en una especie de héroe. Supera a todos en diversas disciplinas deportivas. Solo al Romero no logra ganarle en salto. El Ántero se convierte en su amigo inseparable. Ernesto se enoja cuando ambos, Gerardo y Ántero, empiezan a hablar de las chicas como si fueran trofeos de conquista, jactándose que cada uno tenía ya dos enamoradas al mismo tiempo. En cuanto a Salvinia, Ántero ya la había dejado, por coquetear, según él, con Pablo, pero junto con Gerardo la tenían «cercada» y no dejaban que ningún chico se le acercara. Mientras que ambos tenían a su disposición todas las mujeres que quisieran, pues ellas se les entregaban. Ernesto se molesta y les dice que ambos son unos perros iguales al Lleras y al Peluca. Se alteran y en el calor de la discusión Ernesto insulta y patea a Gerardo; Ántero los contiene. Aparece el Padre Augusto y ante él Ernesto trata de devolver a Ántero su zumbayllu, pero Ántero no lo acepta pues se trataba de un regalo. El Padre les pide que resuelvan entre ellos su problema. Desde entonces Ántero y Gerardo no volvieron a hablar con Ernesto. Éste entierra el zumbayllu en el patio interior del colegio, sintiendo profundamente el cambio de Ántero, a quien compara con una bestia repugnante. Por su parte Pablo, el hermano de Gerardo, se amista con el Valle, y junto con otros jóvenes forman el grupo de los más elegantes y cultos del colegio. Otro día Ernesto se encuentra con el Peluca, quien estaba preocupado porque la opa ya no aparecía. Decían que estaba enferma, con fiebre alta. Los alumnos comentan el rumor de que la peste de tifocausaba estragos en Ninabamba, la hacienda más pobre cercana a Abancay, y que podía llegar a la ciudad. A la mañana siguiente Ernesto se levanta con un presentimiento y va corriendo a la habitación de la opa: la encuentra ya agonizante y llena de piojos. Muy cerca la cocinera lloraba. El Padre Augusto ingresa de pronto y ordena severamente a Ernesto que se retire. El cuerpo de la opa es cubierto con una manta y sacado del colegio. A Ernesto lo encierran en una habitación, temiendo que se hubiera contaminado con los piojos, transmisores del tifo. Le lavan la cabeza con creso pero luego le revisan el cabello y no le encuentran ningún piojo. El Padre le comunica que suspendería las clases por un mes y que le dejaría volver donde su papá. Pero debía permanecer todavía un día encerrado. Todos los alumnos se retiran, sin poder despedirse de Ernesto, a excepción del Palacitos, quien se acerca a su habitación y por debajo de la puerta le deja una nota de despedida y dos monedas de oro «para su viaje o para su entierro». El portero Abraham y la cocinera también presentan síntomas de la enfermedad. Abraham regresa para morir a su pueblo, y la cocinera fallece en el hospital. El Padre al fin

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decide soltar a Ernesto, al tener ya el permiso de su papá de enviarlo donde su tío Manuel Jesús, «el Viejo». Ernesto le desagrada al principio la idea pero al saber que en las haciendas del Viejo, situadas en la parte alta del Apurímac, laboraban cientos de colonos indios, decide partir cuanto antes. Libre al fin y ya en la calle, Ernesto decide ir primero a la hacienda Patibamba, la más cercana a Abancay, para ver a los colonos. Al cruzar la ciudad, la encuentra solitaria y con todos los negocios cerrados. Entra en una casa y encuentra a una anciana enferma echada en el suelo, abandonada por su familia y esperando la muerte. Ya en la salida de la ciudad se topa con una familia que huía con todos sus enseres. Se entera que pronto la ciudad sería invadida por miles de colonos (peones indios de las haciendas) contagiados de la peste, los cuales venían a exigir que el Padre les oficiara una misa grande para que las almas de los muertos no penaran. Ernesto llega al puente sobre el Pachachaca y lo encuentra cerrado y vigilado por los guardias. Pero él sale de la ciudad por los cañaverales y llega hasta las chozas de los colonos de Patibamba. Pero ninguno de ellos lo quiere recibir. A escondidas observa a una chica de doce años extrayendo nidos de piques o pulgas de las partes íntimas de otra niña más pequeña, sin duda su hermanita. Conmovido por tal escena, Ernesto se retira corriendo, y termina tropezándose con una tropa de guardias encabezada por un sargento. Tras identificarse ante estos, el Sargento le dice que Gerardo, el hijo del comandante, le había encargado protegerlo mientras se hallara en la ciudad. Ernesto responde que Gerardo no era igual que él, pero el Sargento no le entiende. Aprovecha la ocasión ofreciéndose para llevar un mensaje del Sargento para el Padre, por el cual el oficial avisaba que tenía la orden de sus superiores de dejar pasar a los colonos; que los guardias se retirarían a medida que avanzaran estos y que a medianoche estarían llegando los indios a la ciudad. Ernesto vuelve entonces al colegio, dando el mensaje al Padre. Este le dice estar ya dispuesto a dar la misa y que ordenaría dar tres campanadas a medianoche, para reunir a los indios. Solo en caso de que no llegara el sacristán solicita a Ernesto que le ayude en la misa. Pero aquel llega y Ernesto se queda entonces a dormir en el colegio; escucha las campanadas y se da cuenta que la misa es corta. Al día siguiente se levanta temprano y parte, esta vez ya definitivamente, de la ciudad. Se da tiempo de dejar una nota de despedida en la puerta de la casa de Salvinia, junto con un lirio. Cruza el puente del Pachachaca y contempla las aguas que purifican al llevarse los cadáveres a la selva, el país de los muertos, tal como debieron arrastrar el cuerpo del Lleras. Así concluye el relato.