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9 LA NOTICIA DEL DOMINGO Por: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro. “En esta entrega concluimos el recorrido cuaresmal: el segundo Domingo, con la Transfiguración como eje central, nos recuerda que Jesús es Dios solidario con el sufrimiento humano; una sema- na después seremos llamados a vivir un culto coherente en cuanto donamos la vida a los demás. El cuarto Domingo, por su parte, nos recuerda la condescendencia divina pues, siendo pecadores, el Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna. En- trega sacerdotal y Nueva Alianza serán los temas esenciales en el Quinto Domingo, preparándonos así a vivir la Pascua”. 1 Las otras nueve son: 1) emigración del país y separación de su familia (12,1 – 4. 7). 2) viaje peligroso por Egipto (12,10 – 13,1). 3) Concesión a Lot (13,2 – 18). 4) Rescate de Lot (caps. 14 y 15). 5) Peligro del hijo de Agar (caps. 16 y 17). 6) La prueba de la circuncisión (18,1 – 15). 7) Lot en peligro por la maldad de sus conciudadanos (18,16 – 19,29). 8) Abraham de nuevo en peligro a causa de un rey extranjero (20,1 – 27,7). 9) Nacimiento de Isaac y expulsión del primogénito (21,8 34). SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA Génesis 22, 1 – 2. 9a. 10 – 13. 15 – 18 E ste relato es paradigmático ya que Abraham, en cuanto padre fundador de Israel, debe en- tregar confiadamente toda su vida y su futuro a Dios. La tradición rabínica (es decir, la interpreta- ción posterior de los textos bíblicos por parte de los escribas) habla de diez pruebas por las que debió pasar el Patriarca, la última de las cuales se nos presenta hoy en la lectura 1 . De ahí en ade- lante, lo único que le queda por hacer es comprar un terreno para la sepultura de Sara y encontrar una esposa para Isaac. ¿Cómo es posible que el Patriarca pudiese ofrecer su hijo único, el depositario de las promesas divinas? Lo más interesante es que él mismo sabe que si Dios fue capaz de darle un descendiente en la vejez, ahora será capaz de librarlo de la muerte: quien puede lo poco, puede lo mucho; por eso, a la pregunta del pequeño el padre responde: “Dios proveerá”, prueba de que pone todo en manos de Dios, tanto así que al final la montaña será llamada “Yhwh se ocupará” (v. 14). La escena concluye diciendo que Abraham encuentra un carnero para ofrecerlo en lugar de su hijo. El sacrificio de niños, práctica habitual en Ca- naán y en las colonias fenicias del norte de África, se llegó a practicar incluso en Israel como medio de aplacar la ira divina en tiempos difíciles, tal como

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LA NOTICIA DEL DOMINGO

Por: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

“En esta entrega concluimos el recorrido cuaresmal: el segundo Domingo, con la Transfiguración como eje central, nos recuerda que Jesús es Dios solidario con el sufrimiento humano; una sema-na después seremos llamados a vivir un culto coherente en cuanto donamos la vida a los demás. El cuarto Domingo, por su parte, nos recuerda la condescendencia divina pues, siendo pecadores, el Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna. En-trega sacerdotal y Nueva Alianza serán los temas esenciales en el Quinto Domingo, preparándonos así a vivir la Pascua”.

1 Las otras nueve son: 1) emigración del país y separación de su familia (12,1 – 4. 7). 2) viaje peligroso por Egipto (12,10 – 13,1). 3) Concesión a Lot (13,2 – 18). 4) Rescate de Lot (caps. 14 y 15). 5) Peligro del hijo de Agar (caps. 16 y 17). 6) La prueba de la circuncisión (18,1 – 15). 7) Lot en peligro por la maldad de sus conciudadanos (18,16 – 19,29). 8) Abraham de nuevo en peligro a causa de un rey extranjero (20,1 – 27,7). 9) Nacimiento de Isaac y expulsión del primogénito (21,8 34).

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Génesis 22, 1 – 2. 9a. 10 – 13. 15 – 18

Este relato es paradigmático ya que Abraham, en cuanto padre fundador de Israel, debe en-

tregar confiadamente toda su vida y su futuro a Dios. La tradición rabínica (es decir, la interpreta-ción posterior de los textos bíblicos por parte de los escribas) habla de diez pruebas por las que debió pasar el Patriarca, la última de las cuales se nos presenta hoy en la lectura1. De ahí en ade-lante, lo único que le queda por hacer es comprar un terreno para la sepultura de Sara y encontrar una esposa para Isaac. ¿Cómo es posible que el Patriarca pudiese ofrecer su hijo único, el depositario de las promesas divinas? Lo más interesante es que él mismo sabe que si Dios fue capaz de darle un descendiente en la vejez, ahora será capaz de librarlo de la muerte: quien puede lo poco, puede lo mucho; por eso, a la pregunta del pequeño el padre responde: “Dios proveerá”, prueba de que pone todo en manos de Dios, tanto así que al final la montaña será llamada “Yhwh se ocupará” (v. 14). La escena concluye diciendo que Abraham encuentra un carnero para ofrecerlo en lugar de su hijo. El sacrificio de niños, práctica habitual en Ca-naán y en las colonias fenicias del norte de África, se llegó a practicar incluso en Israel como medio de aplacar la ira divina en tiempos difíciles, tal como

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aparece en 2 Re 16,3; Miq 6,7, o en el relato de la hija de Jefté (Jue 11). Ahora bien: Israel admitía que los primogénitos pertenecían a Dios (Ex 13,11- 16), pero se les podía redimir mediante un sacrifi-cio alternativo, cosa propuesta por el Señor en este texto, hecho que demuestra la total oposición divina a las prácticas cananeas. Vemos, entonces, cómo en el monte don-de se daría culto a Dios años más tarde, Dios Padre encontró complacencia en la obediencia y fe de Abrahán, evitando que sacrificara su hijo; del mismo modo, en otro monte, dirá el Evangelio de hoy, la voz del Padre testificará a favor de la entrega de su Hijo Amado.

Salmo (116) 115 Proclamamos hoy la segunda parte de este himno (vv. 12 – 19), cuyo eje central es una gozosa liturgia de acción de gracias en la que se bendice a Dios por-que ha cambiado la penosa situación descrita por el orante en los vv. 3 al 11. Todo comienza con un reconocimiento de aquello que Dios ha obrado en la vida del salmista y se habla de “beneficios”: este sustantivo en hebreo, proveniente de la raíz “gml” indica sobre todo la ac-ción salvífica del Señor en la historia del pueblo. La gratitud se enmarca en un sacrificio de acción de gracias (v. 17), al cual seguía un banquete; por eso se habla de “la copa de la salvación”. El orante se siente movido a “invocar el nombre del Señor”, hecho ya mencionado en el v. 4; pero mientras allí se trataba de una súplica estando ya cercano a la muerte, ahora se trata de celebrar que su presencia lo ha salvado. Es por eso que la gratitud se mueve en dos direcciones:

En el v. 15 encontramos un resumen de todo el sal-mo: el orante, que parecía un moribundo, ha sido salvado y comprende que Dios no quiere la muerte del justo, ya que no escucharía más su alabanza.Después de haber sido arrebatado del terrible amo, que es la muerte, el orante se transforma en siervo del Señor, tal como era costumbre para los hijos de esclavos ya al servicio de un dueño. Su más ardiente deseo es consagrar su vida por en-tero a Aquel que le ha dado nuevamente la vida.

Es posible deducir que el salmista personi-fica al pueblo de Israel que ha pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud (“rompiste mis cadenas”) a la libertad y que a partir de aquel momento llega a comprender que su vida depende sólo de Dios, su único Señor, su único amo. La experiencia de la vida recobrada, de la cual la Pascua es el más grande signo, es lo que nos debe mover a dar la vida por los demás, de modo que muchos moribun-dos tengan aún esperanzas de alabar a Dios por todo el bien que les ha hecho.

Romanos 8, 31b – 34 Recordemos, a modo de introducción, aquello que decíamos el Domingo XIV (ciclo A): “si los capítulos 1 al 4 de esta carta insisten en el aspecto teológico (justicia divina y fe como medio para alcanzarla), la perspectiva de Romanos 5 – 8 es más soteriológi-ca, en cuanto describe el “status” presente y futuro de los bautizados, es decir, de quienes han logrado la justificación por la fe. Esta nueva sección pre-tende demostrar su estar EN y CON Cristo gracias al don del Espíritu Santo. Ahora bien: tras haber analizado diversos aspectos de la vida nueva en unión con Cristo y su Espíritu y las razones que proporcionan una base para la esperanza cristiana, Pablo concluye esta sección con un pasaje cuyo tema central es el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. A nivel retórico, llegamos a la “perora-ción” del discurso (vv. 31 – 39), donde siempre encontramos dos recursos: la amplificación y la re-capitulación. Todo se presenta en lenguaje jurídico: el Apóstol afirma que en el plan salvífico de Dios Él está de parte de los creyentes, de quienes ha pronunciado sentencia favorable y por eso no se podrá esperar en lo sucesivo nada diferente: nada ni nadie los podrá condenar. De ahí que las pregun-tas formuladas en los vv. 33 – 35 son retóricas, es decir, aquellas de la que no se espera respuesta, o cuya respuesta se da por descontada. En pocas palabras: ninguno de los peligros o aflicciones de la vida, nadie, absolutamente nadie, pueden hacer que el verdadero cristiano olvide el amor de Cristo dado a conocer en su muerte y resurrección. De esta forma, teniendo en cuenta la primera lectura y

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el Evangelio de hoy, anticipamos la bellísima fra-se que escucharemos el próximo Domingo: «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 13,16).

Marcos 9, 2 – 10El texto que hoy proclamamos exige, para ser comprendido, entenderse dentro de su contexto inmediato: Jesús se dirige a Jerusalén a entregar su vida y en el camino, como Maestro, enseña cuál ha de ser la actitud de quien quiera seguirle. En Cesarea de Filipo había rechazado ya la tentación que Pedro le proponía de escapar al sufrimiento (8, 31 – 33) y había enseñado a los discípulos y a la gente sobre la necesidad de cargar con la cruz e ir detrás de sus huellas (8, 34 – 38). En otras pa-labras: “El relato de la transfiguración se entiende –en relación de contraste– a la luz del anuncio de la cruz. La pausa de los seis días señala un espa-cio de tiempo para acoger y asimilar lo anterior”2. Queda clara la intención de mostrar a Je-sús como Dios verdadero por medio del cambio de aspecto y sus vestidos; pero lo que no se lograba entender era cómo Dios pudiese sufrir. Decíamos hace dos años, a propósito del relato lucano, que el anuncio de Jesús sobre su pasión resultaba es-candaloso para sus discípulos, de modo que era necesaria una sanción divina, preparada ya por la presencia de dos personajes insignes del Antiguo

Testamento. Veamos:

La figura de Elías, esperado para preparar la venida del Mesías (Mal 3, 23 – 24), enseña que el tiempo escatológico ya ha comenzado.Moisés, por su parte, representa el profeta es-perado (Dt 18,15) que asumiría las funciones del libertador de Israel3. Entendidas así las cosas, Elías y Moisés testifican a favor de un Mesías-Profeta sufriente; pero la voz del Padre va más allá y declara, no sólo la validez del asumir la Cruz con el impera-

tivo de la escucha (v. 7), sino que “entroniza” a Jesús, presentándolo como verdadero Rey: en efecto, expresiones como “éste es” o su corres-pondiente “tú eres” eran empleadas en el antiguo oriente dentro del ritual del rey4. La ratificación del anuncio de la Pasión es más que evidente; sin embargo, Pedro, quien había ya mostrado su inconformismo frente a esta realidad, de nuevo quiere “retener la bien-aventuranza celestial”, defendiéndose de nue-vo contra la necesidad de entregar a vida. Este apóstol representa el ansia de todos nosotros de escapar del sufrimiento y llevar una vida cómoda; pero el Maestro será enfático: todo aquel que quiera ser su discípulo ha de aprender a seguirlo optando por la Cruz, negándose a sí mismo para hacer de su vida, como afirma Be-nedicto XVI5, una existencia “para”.

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Éxodo 20, 1 – 17Para comprender el sentido del Decálogo es nece-sario leerlo desde la frase divina que introduce las normas: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud» (v. 2). Este presupuesto nos indica que los preceptos que van a ser estipu-lados no consisten de ningún modo en una carga pesada, sino que son el signo distintivo del compor-tamiento de un pueblo que acaba de ser liberado. En palabras de Sicre: “Para comprender el decálogo hay que situarse en el contexto de una sociedad que lu-cha por establecer estos valores como norma esen-cial de convivencia. Es la carta magna de la libertad y la justicia, del respeto a la persona, enmarcada por el supremo acto de justicia y de liberación realizado por Dios en Egipto. Es la forma concreta de que el pueblo no vuelva a caer en una esclavitud mayor y peor que la anterior”6. Vamos a hacer un breve comentario al Decálo-go, teniendo en cuenta los dos aspectos fundamentales que trata: la relación con Dios y con el prójimo:

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2 Cf. HERNÁN CARDONA y FIDEL OÑORO en su ya citado comentario a Marcos”, p. 73.3 El año pasado decíamos a propósito de esta figura en el relato mateano: “Moisés designó a Josué para hacer entrar al pueblo en la tierra prometida (Dt 31, 7-8); no en vano, “Josué” y “Jesús” son el mismo nombre, el primero en hebreo y el segundo en arameo. Así pues, Moisés confirma que la Pasión constituye el verdadero paso del Jordán, para hacer entrar al hombre en la verdadera tierra”.4 Cf. J. GNILKA. “El Evangelio según San Marcos” Vol. II. Salamanca, Sígueme 2005, p. 40.5 En su obra Jesús de Nazaret: desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Santa Fe de Bogotá, Planeta 2011, p. 160.6 En su obra “Introducción al Antiguo Testamento”, Estella, Verbo Divino 2000, p. 119. Véase igualmente el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 2057.

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7 Para una visión objetiva de este mandamiento, se recomienda leer los numerales 2129 – 2132 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Los mandamientos que se refieren a Dios tienen como originalidad el monoteísmo -que comienza a surgir en la mentalidad del pueblo- y el hecho de no utilizar imágenes, aspectos que contrasta-ban con las costumbres de los pueblos circun-dantes. Esta última prohibición hunde sus raíces en el peligro de pretender manipular a Dios, al mismo tiempo que salvaguarda su trascendencia7. Así, porque Dios amó primero a Israel e hizo alianza con ellos, los primeros mandamientos dejan claro que no es posible vivir en libertad si se permanece de espaldas a Aquel que los sacó de la esclavitud.Los seis mandamientos restantes pretenden inculcar el absoluto respeto por el prójimo en todas sus dimensiones: su vida, intimidad ma-trimonial, su libertad, derechos en la comuni-dad jurídica y sus posesiones. ¿Qué sentido tendría haber sido liberados de los opresores egipcios para continuar haciendo lo mismo con los propios hermanos? La Ley fue el emblema de Israel, fue lo único que subsistió luego de la destrucción del templo en el 70 d.C. y la columna vertebral del judaísmo hasta nuestros días; se trata de pre-ceptos buenos y nobles, (tal como lo demues-tra el salmo de hoy) y que con el paso de los años fueron reinterpretándose, adaptándose a nuevas circunstancias. Pero nosotros hemos recibido de Jesús el paradigma hermenéutico de la Ley, cuando dio a entender que el amor es su plenitud (Mt 22, 37 – 40): Él, como dice Juan en el Evangelio de hoy, enseñó que sólo se es verdaderamente libre (esencia del Decá-logo) cuando, asumiendo un culto coherente, se es capaz de entregar la vida a los hermanos como el Cordero inmolado.

Salmo 19 (18) La primera parte de este salmo (vv. 1 – 7) es un “himno al sol”, en el que éste, junto con la crea-ción entera da gloria a Dios. Hoy proclamamos la segunda parte (vv. 8 – 15), el “himno a la Torá” que resalta su inmenso valor en la vida de todo israelita piadoso.

El himno comienza (v. 8) calificando la Ley: es “perfecta”, adjetivo que en hebreo reclama la circularidad del ser en su integridad; se dice ade-más que beneficia el alma en cuanto literalmente “la hace regresar” a Dios. La Ley renueva, restau-ra, y en ese sentido es “descanso del alma”, tal como propone la traducción litúrgica. El mismo v. 8 comienza la lista de sinónimos de la Torá: allí encontramos “el testimonio del Señor”, que refiere el empeño divino en su fidelidad a la alianza: la Ley recuerda que el pueblo está llamado a responder a la fidelidad divina. El v. 9 especifica la Ley en cuanto a sus normas, calificándolas como “rectas” y “puras”, si-nónimos de la perfección ya mencionada en el v. 8. El v. 10 nos habla de la “voluntad de Dios”, que es ante todo límpida: aquello que Él quiere no tolera la falsedad: Él ha sido fiel, y espera la misma respuesta de sus hijos. Concluye el himno a la Torá con una estro-fa (v. 15) en la que se pone de relieve la actitud del siervo que sólo desea hacer la voluntad de Dios; tal persona, no busca en su vida sino agradarle con sus pensamientos y palabras. Todos los atributos de la Ley presentados en este salmo no pretenden sino convencer sobre su importancia y trascendencia: cumplirla a pleni-tud constituye el medio más efectivo para respon-der con fidelidad a quien ha amado primero libe-rando de la esclavitud.

1 Corintios 1, 22 – 25 En los vv. 10 – 17 de este capítulo Pablo ha aborda-do un grave problema de la comunidad: los corin-tios habían llegado a exagerar la importancia de la persona que administraba el bautismo, ya que pensaban que se convertían automáticamente en discípulos suyos para crecer con su sabiduría, he-cho que generó fuertes divisiones. El Apóstol deja claro que su misión, más que bautizar es evangeli-zar (este fue el encargo recibido del Salvador: Gal 2, 15 – 16) y no desde la elocuencia, con la que no había logrado nada en Atenas, sino desde la Cruz de Cristo. Encontramos aquí uno de los gran-des núcleos de la teología paulina: el camino que Dios ha elegido para revelarse es completamen-

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8 Las otras las encontramos en 6,4 y 11,55.9 JUAN MATEOS – JUAN BARRETO, “El Evangelio de Juan: Análisis Lingüístico y Comentario Exegético”, Madrid, Cristiandad 1982, p. 168.

te contrario a la sabiduría humana, ya que se ha manifestado en la humillación y en el abajamiento, aspectos incomprensibles para los judíos, que no aceptaban un Mesías sufriente, y para los griegos, que no toleraban ver un Dios impotente ante el do-lor. He ahí, pues, la originalidad de la predicación cristiana: en el crucificado, aparentemente venci-do, repugnante a la vista, muerto como si perte-neciese a lo más bajo de la sociedad, en Él, Dios ha mostrado todo su poder. Vistas las cosas desde esta perspectiva, la Cruz es el signo más evidente de la gracia: en ella Dios ha desbordado todo méri-to humano y ha demostrado, lo dirá el mismo Pablo escribiendo a los Romanos, que “siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (5,8). Continuemos, pues, nuestro camino cua-resmal con la mirada puesta en la Cruz, signo de la solidaridad divina en el dolor y sufrimiento humano, signo incluso paradójico para nuestro mundo, ya que, mientras este propone un egoísmo absoluto como camino de libertad, el Salvador nos enseña a ser verdaderamente libres cuando nos clavamos a la Cruz.

Juan 2, 13 – 25Una vez se ha mostrado en Caná de Galilea como el Mesías que inaugura el gran banquete escatoló-gico (2, 1 – 11), Jesús llega a Jerusalén durante la primera de las tres Pascuas que presenta Juan8. Esta indicación temporal es decisiva para com-prender el texto que hoy proclamamos, ya que todo gira en torno a dos realidades celebradas en dicha fiesta: la liberación de Egipto y la inmolación del cordero. Veamos:

El culto del templo, institución antiquísima, tenía como finalidad propiciar el encuentro con Dios, ya para pedir perdón (holocaustos), ya para dar gracias (sacrificios de comunión), o bien, para ofrecerle los frutos de las cosechas. Pero es también un dato cierto que muchos profetas le-vantaron su voz en contra, no sólo de la incohe-rencia, sino también del enriquecimiento de la clase sacerdotal (Is 1, 11 – 17; Mal 1 – 2). Es en esta misma línea que ha de situarse la de-

nuncia de Jesús: la casa del Padre se ha con-vertido en un mercado (v. 16), donde lo único que interesa es el dinero, donde se desfigura totalmente la imagen divina: “el lugar donde Dios debería manifestar su gloria, su amor fiel al hombre, es un lugar de engaño y de abu-so”9. Presentadas así las cosas, el mesianismo anunciado en Galilea es manifestado ahora claramente en Jerusalén: para cualquier cono-cedor del AT la expulsión de los comerciantes es una notoria alusión a Zc 14,21 («ya no habrá mercaderes en el templo del Señor») donde se habla del Día del Señor; pero por otra parte, al designar el lugar sagrado como “la casa de mi Padre”, Jesús se entiende como Hijo, haciendo referencia a Salmo 2,7. El mensaje, pues, no se presta a equívocos: los tiempos nuevos han llegado, tiempos en los que el Mesías propone un nuevo éxodo en cuanto al culto; Israel ha de liberarse (Pascua) de la esclavitud a la que lo ha llevado la clase dirigente y purificar su rela-ción con Dios.Los vv. 18 – 22 nos presentan el otro elemento de la Pascua: el Cordero. En efecto, cuando los dirigentes, que sienten amenazado el po-der piden a Jesús mostrar sus credenciales, Él hace referencia a su entrega: «destruid este templo y en tres días lo reconstruiré» (v. 19). En el v. 14 se hablaba del templo en tér-minos generales como “hierón”, pero aquí se emplea la palabra “naós”, haciendo referencia al recinto sacro que simbolizaba la presencia de Dios. Así, Jesús no sólo se presenta como Mesías, sino como Dios mismo, que no busca poder ni beneficio a costa de otros, como las autoridades judías, sino que manifiesta su glo-ria entregando la propia vida. De esta forma, los sacrificios del templo son sustituidos por el único sacrificio del Cordero de Dios, en Quien se ha mostrado la sabiduría y el poder de Dios (segunda lectura).

En este Domingo hemos meditado en nuestra re-lación con Dios cuyas mediaciones, para el pueblo de Israel eran la Ley (primera lectura y salmo) y el culto en el templo (Evangelio). Avanzando, pues,

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en la Cuaresma, hagamos el propósito de vivir una verdadera adhesión a Él, en la medida en que nuestras prácticas de fe eviten todo mecanismo o simple cumplimiento y puedan así trascender has-ta el punto de presentar la vida como ofrenda.

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

2 Crónicas 36, 14 – 16. 19 – 23Dos grandes compendios de la historia de Israel sobresalen en el AT: la llamada “Historia Deute-ronomista”, a la que hemos hecho referencia en comentarios precedentes, y la “Historia Cronista”, cuyo final hoy proclamamos. Si bien esta última, escrita al comienzo de la dominación griega (300 a.C.) modifica y hace retoques a la primera10, la referencia al exilio es casi el mismo en cuanto a sus causas: la infidelidad y los pecados de Israel (vv. 14 – 16. Cf. 2 Re 24, 2 – 4). Sin embargo, el optimismo cronista con respecto los años posterio-res es mucho más evidente que en 2 Reyes, donde simplemente se dice que el rey Joaquín, aún en el exilio, gozaba de privilegios brindados por los ba-bilonios (25, 27 – 30). La lectura de hoy nos brinda un panorama mucho más alentador, narrando la liberación obrada por Ciro y el regreso a Palestina, hecho que no es extraño a esta narración, cuyo ambiente vital, caracterizado por un gobierno ex-traño –aunque no hostil como ocurrirá años más tarde– ha hecho nacer la esperanza y el deseo de ver consolidada a perpetuidad la casa de David, al mismo tiempo que propone el culto del templo como señal inequívoca de fidelidad al Señor, que los ha liberado. La experiencia del destierro a Babilonia, tal como se deduce del salmo de hoy, marcó profundamente la fe de Israel11 suscitando en algunos –no en todos– conversión y esperanza, aspectos que llegarán a plenitud en la obra re-dentora de Jesús, Quien, según el Evangelio de hoy, no sólo nos invita a salir de las tinieblas a la luz, sino que constituye la prueba de amor más grande de Dios hacia sus hijos.

Salmo 137 (136) Tres partes componen este lamento de los deste-rrados: la primera tiene como fondo los ríos de Ba-bilonia (vv. 1 – 4); la segunda recuerda Jerusalén (vv. 5 – 6) y la tercera, volviendo a Babilonia, se desencadena en una gran imprecación contra los enemigos (vv. 7 – 9). Vamos a observar el hilo transversal de las dos primeras estrofas –propues-tas por la liturgia hoy–: el recuerdo de la ciudad donde Dios ha colocado su sede12. Tengamos presente que no todos los exi-liados fueron fieles a Dios: algunos cayeron en el desespero, pensando que todo había terminado; otros encontraron nueva patria en Babilonia, adap-tándose a su religión, olvidando así al Señor; pero encontramos un grupo que permaneció fiel en medio de las adversidades: son ellos quienes han compuesto esta lamentación. La nostalgia de Sión es, pues, fundamen-tal, ya que involucra la mano, la lengua, el pala-dar, la voz, la alegría, la mente, las lágrimas. Es interesante cómo en el v. 5 se esperaría primero la parálisis de la mano derecha antes que olvidar a Jerusalén, cosa que era factible, no sólo por lo que hemos comentado atrás, sino por el contraste entre las aguas de Mesopotamia y el árido paisaje de Judea. Ahora bien: la mano es necesaria para tocar las cítaras, pero estas ya están colgadas a los sauces (v. 2): su suspensión a los árboles representa la “suspensión” del sonido, cosa que se hacía en caso de luto. Otra imagen similar viene presentada en el v. 6: la lengua, indispensable para el cantor, debe-ría pegarse al paladar si el fiel israelita llegase a olvidar la ciudad sagrada, fuente única de la vida y de la alegría. Pero ahora no es tiempo de cantar! Los cantos de Israel no son folclor, sino oración y sólo en la libertad del culto de Sión podrán elevar-se al cielo; es por eso que en vano los carceleros ba-bilonios tratan de violentar el silencio de desolación.

10 Por citar algunos ejemplos, el Cronista hace una introducción remontándose a Adán, se ve poco interesado por los reyes del Norte y omite muchos aspectos negativos de los reyes de Judá, especialmente de David, quien se destaca por su santidad.11 Lo afirmábamos también a propósito del relato del diluvio el 1er Domingo de Cuaresma.12 Para la tercera parte, difícil de interpretar, remitimos a la ya citada obra de RAVASI “Una Comunidad lee los Salmos”, pp. 518 – 519, texto que seguimos muy de cerca para este comentario.

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Efesios 2, 4 – 10Esta exhortación, así como aquella dirigida a los colosenses, aborda un tema espinoso que causó gran impacto en las nacientes comunidades cris-tianas: la relación entre los judíos y gentiles que se habían convertido al cristianismo. La dificultad es que éstos últimos tendían a ser despreciados por aquellos que se sentían con mejores derechos al ser herederos de las promesas hechas a los pa-dres. La “purificación” de estas relaciones, tratada por Pablo en 2,11 – 21, será preparada en el tex-to que hoy proclamamos, que se enmarca en una gran sección denominada “la revelación del miste-rio de Cristo” (caps. 2 – 3). La similitud de los vv. 1 – 10 con Rm 5 se fundamenta sobre todo el en vocabulario que con-trapone el pecado a la gracia. El autor comienza haciendo referencia a la antigua situación pecami-nosa de los paganos convertidos (vv. 1 – 2), pero al utilizar el “nosotros” en el v. 3 va más allá, situándose en la categoría de los fieles a la primera alianza, que no aventajaban en nada a los otros, ya que vivían como esclavos de sus pasiones. Un tema parecido había tratado también Pablo en Rm 1 – 3, donde dejaba claro que tanto gentiles como judíos eran pecadores. Ahora bien: habiendo establecido este pre-supuesto y antes de llamar a la unidad, el autor va a dejar claro que la salvación en Cristo es gracia di-vina. En efecto, los vv. 4 – 7 insisten en que la vida nueva de paganos y judíos brota de su adhesión a Cristo13, mostrando así que la acción divina es ya una realidad en los creyentes; pero los “agracia-dos” han de mostrar en la vida el don recibido, por medio de obras concretas (vv. 8 – 10), entre ellas la anhelada unidad, de la que se ocuparán los vv. 11 – 22. Qué amor tan grande el de Dios para con nosotros! No sólo ha perdonado nuestros pecados14, sino que nos ha regalado la comunión con Él por medio de su Hijo, tema central del Evangelio.

Juan 3, 14 – 21 Luego de la manifestación mesiánica de Jesús en el templo de Jerusalén, donde ha anunciado la sustitución del santuario por su propia persona (2,

13-17), pasa Juan a exponer la reacción, en pri-mer lugar del pueblo en general, (vv. 18 – 21) para llegar en un segundo momento a la reacción de los hombres del gobierno y de la Ley, representa-dos en Nicodemo, quien de hecho es un notable (“árjōn”) entre los judíos. Este, como fiel seguidor de la Ley, ve en Jesús al Mesías-Maestro (v. 2) enviado por Dios para establecer su reinado según la estricta observancia de los preceptos mosaicos; pero el Salvador cambia su perspectiva y le ense-ña que el único camino de salvación es la capa-cidad de amar, y de ello dará cuenta el texto que hoy proclamamos. Resultará sorprendente, pues, para la mentalidad judía en general y para los fa-riseos, que el Mesías esperado sea levantado en alto (vv. 14-15, clara alusión a la Cruz, culmen de “la hora de Jesús”), tanto así que la imagen del Pa-dre aquí presente no puede sino aludir a aquella de Abrahán, capaz de desprenderse de su hijo Isaac (Gn 22, texto del segundo Domingo de Cuaresma). Analicemos en forma breve dos realidades trascendentales: la iniciativa de Dios (vv. 16 – 17) y la respuesta humana (vv. 18 – 21)

Jesús es el don (verbo “dídōmi: “dar” en el v. 16) del amor de Dios a la humanidad; Él ha sido enviado (v. 17: verbo “apostéllō”) con una finalidad concreta: entregar la salvación sin discriminación alguna a todo el que se adhiera a su persona, sea de Israel o no. Observemos cómo las expresiones “tener vida eterna”, “no perecer”, “salvarse”, muestran que la intención divina excluye cualquier intervención negativa o exclusión.Según el v. 18, corresponde al ser humano, en su libertad, aceptar o rechazar lo que Dios ha hecho para salvarlo. Nicodemo pensaba que no era posible nacer de nuevo (v. 4); Jesús le enseña que la decisión está en sus manos. Es por eso que los vv. 18 – 21 vuelven sobre la oposición luz-tinieblas ya esbozada en el pró-logo. ¿Qué es, en el fondo, aceptar la luz y rechazar las tinieblas? Teniendo en cuenta el contexto de todo el relato, no es otra cosa sino asumir en la vida la misma actitud de Jesús, es

13 Hay que resaltar, que desde el texto griego, esta idea es evidente por el repetido empleo de las preposiciones “con” (syn) y “en” (en) para designar dicha realidad.14 Siguiendo la temática de la primera lectura y el salmo podríamos decir que “nos ha liberado de nuestro exilio”.

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decir, aprender a “dejarnos levantar” por amor a los hermanos. He ahí, pues, el verdadero camino de la libertad, de la liberación del exilio: depender sólo de Dios y optar por una donación sin límites.

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Jeremías 31, 31 – 34La misión del profeta durante sus cuarenta años de ministerio no fue nada fácil, tal como comen-tábamos el Domingo XXII (Ciclo A) a propósito de “las confesiones”. Debido a la terquedad de sus gobernantes, Israel se disponía a ir al exilio; todo parecía perdido. Y no faltaban –lo hemos repeti-do numerosas veces con respecto a Ezequiel– quienes consideraban injusto el proceder divino, repitiendo a más no poder el antiguo refrán: “los padres comieron uvas agrias y a los hijos les dio dentera” (31,29). Ahora bien: el profeta no se contenta solamente con ratificar el principio de la responsabilidad individual (v. 30), sino que va más allá, anunciando aquello que Dios es capaz de realizar por la salvación de sus hijos: una nueva alianza; en otras palabras: si el destierro a Babi-lonia era una realidad inevitable, el Señor promete a sus hijos rebeldes la restauración de sus relacio-nes: el ofendido perdona a los pecadores y les da esperanza. Observemos brevemente, pues, en qué consiste esta nueva alianza, que como veremos en el Evangelio, llegará a su plenitud en Jesús: El adjetivo de la misma, “nueva”, enfatiza que no es como la primera, aquella que comenzó con la salida de Egipto (v. 32)15. Dios los tomó de la mano, los sostuvo, los guió con paternal solicitud, pero ellos sólo quisieron emanciparse. No en vano desde la mis-ma experiencia del camino hacia la tierra prometida, la infidelidad de Israel experimentará un “crescendo” en la historia, salvo contadas excepciones de gober-nantes que, como Josías, impulsaron serias reformas religiosas. Pero la nueva alianza no sólo se contrapone a aquella en la que los antepasados de Israel se ca-racterizaron por su infidelidad, sino que implica dos elementos fundamentales, según los vv. 33 – 34:

Si en el éxodo el hecho de “tomar de la mano” remitía a un evento exterior, aquí se trata de uno interior: la Ley estará grabada en el cora-zón, para que nunca sea olvidada.Hay algo que será el distintivo de todo fiel is-raelita: el conocimiento de Dios, que desde la perspectiva bíblica implica una unión plena y total a Él, casi como afirmando que lejos de su presencia es imposible vivir. Qué mensaje tan actual para nuestra Cua-resma, que ya va concluyendo: Dios perdona nuestros pecados y nos entrega su alianza nueva sellada con la sangre de Jesús (segunda lectu-ra y Evangelio). Propongámonos, pues, vivir en fidelidad a Aquel que a pesar de nuestras fal-tas, no se cansa de ofrecernos su perdón y su amistad, elementos distintivos del salmo.

Salmo 50: remitimos al comentario hecho el Miér-coles de Ceniza.

Hebreos 5, 7 – 9 Hacia el año 80 d.C. las comunidades cristianas afrontaban una crisis severa, ya que algunos de sus miembros, venidos del judaísmo, no alcanza-ban a comprender cómo la simplicidad de la frac-ción del pan se contraponía a la majestuosidad y esplendor del culto judío que se celebraba en el apenas destruido templo de Jerusalén; y para au-mentar las dudas, ellos se cuestionaban sobre el sacerdocio de Cristo, ya que no pertenecía a la tribu de Leví, sino a la de Judá. Pues bien, estos creyentes debían ser iluminados al respecto, y fue por eso que se escribió el Sermón a los Hebreos, en el que a partir del c. 5 se explica la esencia del sacerdocio de Cristo, Quien pertenece a un orden nuevo y diverso de aquel de Leví: el de Melquise-dec. Ahora bien: la lectura que hoy proclamamos pretende introducir y presentar el tema en mención. El Papa Benedicto XVI afirma que Hb 5, 7ss es un texto similar al que los sinópticos nos regalan de Getsemaní, pero que se extiende hasta la misma crucifixión. Llama la atención el hecho de que el sufrimiento, expresado en “gri-

15 Tal como afirmábamos el Tercer Domingo de Cuaresma, el Decálogo (Ex 20, 1 – 17) fundamenta los preceptos desde la acción liberadora de Dios.

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16 Tal como afirmábamos el Tercer Domingo de Cuaresma, el Decálogo (Ex 20, 1 – 17) fundamenta los preceptos desde la acción liberadora de Dios.

tos y lágrimas” (v. 7) esté enmarcado en una ac-titud sin igual: la oración: «precisamente en su gritar, llorar y orar, Jesús hace lo que es propio del sumo sacerdote: Él lleva la zozobra del ser hombre hacia lo alto, hacia Dios»16. Hay en el Salvador, entonces, dos actitudes que lo constituyen sacerdote:

La mencionada función de “llevar ante Dios”, llevar a lo alto” (v. 7). El Cardenal Albert Vanhoye, citado por el Papa, afirma que la expresión “hacer perfec-to” (v. 9) aparece en el Pentateuco referido a la consagración sacerdotal.Qué misterio tan grande nos disponemos a ce-lebrar ya dentro de una semana: el Hijo de Dios aprendió a obedecer en medio del sufrimiento, pero fue escuchado por el Padre (v. 7), Quien, resucitándolo de entre los muertos, nos dio a entender en qué consiste su sacerdocio: no en ofrecer cada día víctimas por los propios peca-dos, sino ofrecerse a sí mismo para purificar nuestros pecados.

Juan 12, 20 – 33Vamos a acercarnos a este texto desde la pers-pectiva de Nueva Alianza y función sacerdotal de Jesús sugerida en las lecturas del día. Ya desde 11,55 se nos dice que se aproximaba la Pascua, motivo por el cual muchos peregrinos acudían a Jerusalén al menos con una semana de anteriori-dad para cumplir con las prescripciones legales de purificación. Comentemos en forma breve cuatro aspectos dignos de mención:

Unos extranjeros se acercan a Felipe y Andrés, los mismos que, según 1, 41 – 42. 45 permitie-ron que otros se encontraran con Jesús; llama la atención el hecho de que en este momen-to no tomen la iniciativa de hacerlo por cuenta propia, sino que decidan consultarlo primero a Jesús. Puede ser que aún no tuvieran claro que la salvación se ofrecía a todos los hombres.

Jesús responde con unas palabras en las que reconoce que “la Hora”, tema esencial del Evan-gelio, aquella anunciada en 2,4, ya ha llegado: en efecto, si tenemos en cuenta la cronología que ofrece el c.12 (vv. 1 y 12), nos encontramos a solo cinco días de su muerte en la Cruz! En este momento, ante la inminencia de su entre-ga, Él toma conciencia de que la muerte es la condición esencial para que el grano de trigo libere toda la energía vital que contiene. Así, los griegos que deseaban verlo descubren una respuesta tajante: todo aquel que quiera seguir a Jesús ha de aprender a estar donde Él está, ha de aprender a gastar la vida; en otras palabras: la experien-cia de encuentro con el Salvador ha de trascen-der la simple y llana curiosidad para entrar en la esfera del compromiso, del verdadero cono-cimiento, tal como lo anunciaba Jeremías. En este orden de ideas, la donación de la propia vida es la nueva ley inscrita en el corazón de quien desee servirle.Si en la segunda lectura hablábamos del “Get-semaní del Sermón a los Hebreos”, en los vv. 27 – 28 encontramos lo que algunos estudio-sos acostumbran llamar “el Getsemaní de Juan”: ciertamente no fue nada fácil para Jesús desprenderse de sí y asumir la opción del gra-no de trigo, la opción del sacerdote que se da a sí mismo como ofrenda; es por eso que, siendo consciente de su misión, se abandona en las manos del Padre.La respuesta del Padre está cargada de hondo sentido: tal como en la antigua alianza (Ex 19,19), aquí se escucha su voz como si fuese un true-no y ratifica la gloria divina, que se muestra en la paradoja de la humillación y la Cruz; en otras palabras: la fuerza de Dios se mostrará patente en la impotencia del crucificado, Quien será un signo claro del alcance de la Nueva Alianza, se-llada con su sangre, alianza en la que el príncipe de este mundo será derrotado.

Entrega sacerdotal de Cristo y Nueva Alianza consti-tuyen el eje transversal de esta domínica. Dentro de muy pocos días celebraremos la Pascua; disponga-mos nuestro corazón desde ahora para tratar de en-tender lo que Él ha hecho para salvarnos.

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