La Noche Del Polizón Juvenil

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La noche del polizón Andrea Ferrari

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    www.librerianorma.com

    Hace cinco aos que Karmo no sabe nada de su hermano Momo. Hace cinco aos que tuvo que huir

    de su casa en medio de una guerra, y hace dos que se subi de polizn a un barco y termin en la

    otra punta del mundo, donde las personas lo miran extraadas y cruzan de vereda al verlo pasar.

    Ahora, la gente de la Cruz Roja ubic a su hermano y organiz una llamada. Mientras espera esa

    comunicacin, una pregunta le ronda con fuerza: cmo traer a Momo desde Monrovia a Buenos Aires?

    OtrOs ttulOs

    El jamn del sndwichGraciela Bialet

    Billie Luna Galofrante

    Antonio Malpica

    Solo tres segundosPaula Bombara

    El bastn de plataMartn Blasco

    Tony

    Cecilia Velasco

    Muchas gracias, seor TchaikovskyM.B. Brozon

    l cazaba halconesJavier Arvalo

    Un poco invisibleMarcelo Birmajer

    La guerra de los duraznosRoberto Ampuero

    VeladurasMara Teresa Andruetto

    ClickDavid Almond, Eoin Colfer,

    Roddy Doyle,Deborah Ellis, Nick Hornby,

    Margo Lanagan,Gregory Maguire, Ruth Ozeki,

    Linda Sue Park,Tim Wynne-Jones

    Los parientes impostoresLaura Escudero

    Ronda de perdedoresJorge Saldaa

    Andrea Ferrari

    Naci en Buenos Aires en 1961. Se gradu como traductora literaria de ingls, aunque luego se volc hacia el periodismo grfico y durante muchos aos trabaj en diversos medios del pas. En 2003 obtuvo el Premio El Barco de Vapor de Espaa con la novela El complot de Las Flores y, en 2007, el Premio Jan de Narrativa Juvenil con El camino de Sherlock. Algunos de sus libros son Caf solo, La rebelin de las palabras, El crculo de la suerte, Tambin las estatuas tienen miedo, Aunque diga fresas y El hombre que quera recordar. Este ltimo fue incluida en la seleccin White Ravens 2006 de la Internationale Jugendbibliothek de Munich (Biblioteca Internacional de la Juventud).

    www.andreaferrari.com.ar

    La n

    oche d

    el p

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    Andrea Ferrari

    La noche del polizn

    Andrea Ferrari

  • La noche del polizn

    AndreA FerrAri

    Bogot, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima, Mxico, Miami, Panam, Quito, San Jos,

    San Juan, San Salvador, Santiago de Chilewww.norma.com

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    Se despert cuando el agua ya lo haba cubierto casi por completo. Apenas que-daba afuera su cabeza inclinada, la boca buscando el aire con desesperacin. En el mismo instante en que abri los ojos se in-corpor violentamente y la cama entera se balance, como un barco a la deriva. No pasaba nada, intent tranquilizarse, solo un sueo, pero el ahogo segua apretn-dole el pecho. Qu hora sera? Volvi a moverse en la cama para alcanzar el reloj y desde abajo lleg el quejido malhumo-rado de Ahmed. Seis quince. Demasiado temprano, pero no tena sentido tratar de

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    seguir durmiendo. Se puso la ropa que haba dejado colgada del barral y salt al piso.

    El pasillo estaba horriblemente helado, aunque de-sierto. Era la ventaja de madrugar tanto: no tena que esperar turno para el bao. En el espejo su cara le desagrad. Las rayas bajo los ojos, el pelo pegoteado. Por qu se vea tan mal cuando finalmente haba lle-gado el da? Mientras esperaba que el agua se calen-tara, se quit el reloj y volvi a chequear la hora. Seis veinticinco. Se pregunt qu estara haciendo Momo. Sentira el mismo nudo en el estmago? Habra mi-rado ya mil veces su reloj? Aunque, pensndolo bien, seguramente no tena reloj.

    Ahora iba a concentrarse en qu decirle primero. Porque no poda perder el tiempo con cualquier cosa. Le haban avisado que las lneas eran malas, que la comunicacin poda cortarse y entonces era necesario limitarse a lo importante.

    Lo im-por-tan-te. As lo haba dicho la mujer gorda de la Cruz Roja,

    separando innecesariamente las slabas. Pero qu era lo importante? Lo ms importante? Karmo sinti que el malestar se deslizaba por su pecho junto al agua ti-bia, hasta instalarse en el estmago.

    Tena miedo de hacer las cosas mal, eso era. De quedarse mudo con el telfono en la oreja y perder la oportunidad. Aunque si eso pasaba, poda mirar el cuaderno, en el que haba anotado algunas cuestiones bsicas. Preguntas que tena que hacerle. Pero si no reconoca su voz? Si no se entendan? Si se pona a

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    llorar? Cuando cerr la canilla las manos le temblaban. Era increble, despus de todo lo que haba pasado, ponerse as por un llamado.

    Haca quince das que no pensaba en otra cosa. Desde que la gorda de la Cruz Roja le dijo a Dalma que nece-sitaban verlo porque tenan novedades importantes. En los dos aos pasados desde que haba llenado los pape-les era la primera vez que queran hablar con l. Y ade-ms personalmente. Eso le haba sonado a mala noticia.

    Por qu personalmente? le haba preguntado a Dalma.

    No s, Ka, pero no te preocupes. Va a estar todo bien.Mientras esperaban en esa sala grande cubierta de

    alfombras, Dalma le haba apretado la mano. l quiso decirle algo, pero no pudo. Tena una sensacin ex-traa, como si una piedra le atravesara la garganta. Es que lo de personalmente le haba sonado a muerte. Que lo haban liquidado a Momo. Por eso el corazn le saltaba desquiciado en el momento en que la gorda les dijo que entraran a su oficina.

    Se haba parado en la puerta para dejarlos pasar. Alta, rubia, enorme. Lo miraba fijo mientras le hablaba se-pa-ran-do las pa-la-bras as, aunque l ya le haba dicho que entenda bien el castellano. Pero sonrea. Y si sonrea, intent convencerse, no poda ser tan malo. Al fin lo dijo.

    Lo en-con-tra-mos a Mo-mo. As supo que su hermano estaba vivo.

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    Seis cuarenta. Recogi sus cosas en el bao y se diri-gi otra vez a la habitacin. Lo primero, entonces, qu sera lo primero? Preguntarle dnde viva, si iba a la escuela. Cuntos aos tena. No, nadie empezaba una conversacin con el propio hermano preguntndole la edad. Abri la puerta tratando de ser muy silencioso pero, mientras recoga su taza y el paquete de t, su pie dio contra algo que no deba estar ah, una lata quiz. Ahmed levant la cabeza y solt un insulto.

    Susurr una disculpa mientras sala. Siempre era igual. Haba demasiadas cosas en esa habitacin mnima. Guardaban todo ah, para evitarse los robos de la cocina. Plato, cacerola, comida, todo en pilas cerca de la cama. Pilas de comida, de ropa, de objetos. Y luego estaba la cama misma. Quiz no hara tanto ruido si le hubiera tocado la de abajo, pero era imposible mover-se arriba sin que chirriara. Camas marineras las llamaban ac, un nombre que quiz con mejor humor le hubiera parecido gracioso.

    Ahmed deca que no se poda vivir con l por el ruido. Como si lo hiciera a propsito. Algunas veces se haban agarrado a golpes por ese asunto y enton-ces haban hecho ms ruido y alguien de la habitacin de al lado haba golpeado la pared, haciendo todava ms ruido, y as el asunto haba crecido hasta que el encargado amenaz con echarlos.

    Dorma poco y mal, eso era cierto. El problema era que el sueo no vena. Y cuando vena, traa pesadi-llas. Una pesadilla, en realidad, porque siempre era la misma. El mar entraba al hueco, una masa de agua

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    que no haba cmo frenar y que iba subiendo hasta taparle las piernas, el cuerpo, la cara. Lo oa claramente: un ruido cada vez ms y ms fuerte, las olas rugiendo dentro de su cabeza. Se despertaba enloquecido, con la sensacin de que estaba a punto de morir. Y ni siquiera entonces el mar se calmaba. Tena la sensacin de que el colchn se mova, como si lo golpearan las olas. Por eso era imposible volver a cerrar los ojos.

    Pero tena que concentrarse en la conversacin. Lo primero sera el saludo. Decirle que llevaba mucho tiempo buscndolo. Preguntarle si se acordaba de l. Aunque no, convena no empezar por los recuerdos, porque por ese camino podan terminar donde menos quera. Mejor el presente. La escuela, por ejemplo. Y si no iba a la escuela?

    En la cocina se top con Tito Crespi, el encargado del hotel, que estaba preparndose un caf con leche. Era un tipo habitualmente desagradable, que no haca ms que quejarse de ellos, pero quin sabe por qu, ese da tena ganas de conversar.

    Ahmed, no? No era posible que se los confundiera siempre. Lo

    hara a propsito?No, Karmo. Ah, Karmo. Es que son parecidos.Lo nico parecido era el color de piel, le hubiera

    respondido, pero se limit a sonrer mientras pona el agua a calentar.

    Fro, no?

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    Andrea Ferrari

    Aj.Quera que se fuera pronto y lo dejara pensar, pero

    el tipo segua parado con la taza en la mano, dndole mnimos sorbos a su caf con leche.

    Ests trabajando?S, en el lavadero.Mejor se iba l. Volc el agua caliente en la taza en

    la que haba puesto el saquito de t, recogi sus cosas y salud con la cabeza. Lo iba a tomar en la escalera. Entre el primer y el segundo piso haba un descanso con un escaln ancho. Al menos ah nadie lo miraba. Se sen-t y revolvi el t, mientras soplaba suavemente. Haba pensado en abrir el paquete de galletitas que tena en la bolsa, pero se dio cuenta de que no vala la pena: se le haba cerrado el estmago. Qu comera Momo en el desayuno? Lo que le iba a preguntar era si estaba bien viviendo con Mawa o si tena ganas de irse a otro lado. Aunque quizs era demasiado pronto para eso.

    Siete cero cinco. Era hora de ir a lo de Gustavo: iba a recibir el llamado en la casa de l. Se lo haba ofre-cido cuando Karmo le cont cmo era todo el asunto y acept sin pensarlo ni dos segundos. Cualquier lugar era mejor que el hotel.

    Todo iba a resultar bien, se dijo mientras buscaba el abrigo, no tena por qu estar tan nervioso. Cuando sala sinti que el estmago le bailaba. Quiz no de-ba haber tomado el t.

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    Hace cinco aos que Karmo no sabe nada de su hermano Momo. Hace cinco aos que tuvo que huir

    de su casa en medio de una guerra, y hace dos que se subi de polizn a un barco y termin en la

    otra punta del mundo, donde las personas lo miran extraadas y cruzan de vereda al verlo pasar.

    Ahora, la gente de la Cruz Roja ubic a su hermano y organiz una llamada. Mientras espera esa

    comunicacin, una pregunta le ronda con fuerza: cmo traer a Momo desde Monrovia a Buenos Aires?

    OtrOs ttulOs

    El jamn del sndwichGraciela Bialet

    Billie Luna Galofrante

    Antonio Malpica

    Solo tres segundosPaula Bombara

    El bastn de plataMartn Blasco

    Tony

    Cecilia Velasco

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    l cazaba halconesJavier Arvalo

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    Margo Lanagan,Gregory Maguire, Ruth Ozeki,

    Linda Sue Park,Tim Wynne-Jones

    Los parientes impostoresLaura Escudero

    Ronda de perdedoresJorge Saldaa

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    Naci en Buenos Aires en 1961. Se gradu como traductora literaria de ingls, aunque luego se volc hacia el periodismo grfico y durante muchos aos trabaj en diversos medios del pas. En 2003 obtuvo el Premio El Barco de Vapor de Espaa con la novela El complot de Las Flores y, en 2007, el Premio Jan de Narrativa Juvenil con El camino de Sherlock. Algunos de sus libros son Caf solo, La rebelin de las palabras, El crculo de la suerte, Tambin las estatuas tienen miedo, Aunque diga fresas y El hombre que quera recordar. Este ltimo fue incluida en la seleccin White Ravens 2006 de la Internationale Jugendbibliothek de Munich (Biblioteca Internacional de la Juventud).

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