La Noche de Los Abrigos Rojos - Rey Vinas

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  • La noche de los abrigos rojos

    Rey Vinas

    NovelaTraduccin: Moiss Biondi

    Editora Annabel Lee

  • Copyrigth 2013 by Rey VinasTodos los derechos reservados al

    autor de esta edicin.

    TRADUCCIN

  • Moiss Biondi

    EDICIN Y REVISINAnnabel Lee Produes Culturais

    PREPARACINElisabete Vinas

    DISEO DE LA PORTADA DEL

    LIBROTarcsio Ferreira

    VINAS, Rey.

    La noche de los abrigos rojos /

  • Rey Vinas. Trad.: Moiss Biondi. Braslia: Annabel Lee, 2013.

    ISBN 978-14-90946-83-2

    1. Novela brasilea. I. Ttulo.

    CDD 869.935

  • A Beatriz, quien me convenci a

    terminar este libro.Y a Nadja, Nathlia y Ana Elisa,

    quienes me inspiraron a crear a lospersonajes

    de La Noche de los Abrigos Rojos.

  • A mi eterna reina Elisabete.

  • Y siempre

    del tirador al blancoel terror de acertar.

    (Henriqueta Lisboa, O alvo

    humano).

  • ndice

    La invitacinD Carolina

    Pantera negraElvis, Janis, um hijo, un amorLa noche de los abrigos rojos

    Dragones y cisnesFlor de la IndiaPerros y lobo

    Lobo, perro, pjaros negrosEl grito

  • Edmundo WilsonTabla Redonda

    La cartaTiempo de despertar

    El juegoQuin entre los ngeles me oira?

    El gnero LeopardusTal vez para siempre

    EvaEl crculo de la muerte

    Mar adentroEl cambio

  • La seda azul del papel que envuelvela manzana

    EplogoOtros libros del autor

  • La invitacin

    Vivamos en Clara Kolina, unacalle larga y ancha con aceraspintadas de blanco. En otoo, losrboles de la alameda soltabanhojas de un gris oscuro por el suelo.Bastaba con mirar desde la ventanay se vean caer lentamente por todoel lugar, girando en crculos,sopladas por el viento, formandosobre el csped una sombra y

  • ruidosa alfombra.Cada soplo ms fuerte del

    viento, las hojas se levantaban enalarido. Y se iban, rodando,desplazadas de un punto a otro,chocndose unas con otras conrumores de papel arrugado.

    En verano, como en casi todolugar en que la vida corre sinsobresaltos ni psimas finanzas,tenan lozana las plantas, haba entodo el olor de verduras, floresalardeaban colores vivos en losjardines y en los floreros enfrente

  • de las casas.Ah!, las casas... Eran bellas,

    con la belleza y la compostura delas antiguas edificaciones que semantienen conservadas y exhalan,digamos, dignidad de lord. No, noeran mansiones memorables, noeran lujosas de esos lujosagresivos que sorprenden alvisitante desavisado. Eran, enverdad, ideales, clsicas, cada unaa su modo. En cuanto al tamao,modestas, pero siempre con anchospatios, amplios zaguanes, escaleras

  • sencillas y ventanas altas.Haba a lo largo de la calle

    banquillos de madera. Muchos.Blancos. Pero curiosamente yo slovea en ellos, cada vez que mirabapor entre las persianas, a una nicaalma solitaria.

    Al fin de la calle, all dondecomienza la maraa de rbolesaltos del bosque, se sentabasiempre un seor de unos setentaaos, de traje y boina caqui,fumando puro. All l pasaba lamayor parte del tiempo con la

  • barbilla posada en el dorso de lamano izquierda, que a su vez seapoyaba sin mucha fuerza a unbastn entallado con motivosegipcios. A veces estaba asparalizado, por horas continuas,como una estatua, hasta que depronto mova los labios, como sipronunciara para s consejos, yapretaba los ojos, frunciendo elceo, en la posicin defensiva dequien recibe sbitamente unaadvertencia.

    Nunca hablaba con nadie.

  • *La historia que les cuento

    sucede en esa calle tranquila. Enverdad, comienza cuando, en laprimavera de 19..., golpea nuestrapuerta el seor de la boina caqui.Estaba diferente. Vesta trajeblanco dominguero y haba abolidoel puro. Traa en manos un volumenrazonable de cartas, cerca de ocho,creo.

    Abr la puerta, sorprendida,pero antes de que pudiera invitarloa entrar, me entreg rpidamente

  • uno de los sobres, esboz unasonrisa confiada y agradable,gesticul de modo casiimperceptible con la mano derechaque mantena bajo la cadera y se fuea la casa de al lado, la casa deHelena, la furiosa Helena, siempreimpaciente con los criados yodiando a los vecinos.

    Examin con curiosidad elsobre, inmaculadamente blanco, quel haba dejado. Estaba lacrado. Envez del nombre del remitente, unaraya ilegible; arriba, un sello oval,

  • personalizado con el dibujodelicado de un ojo en plumilla.Pero haba un detalle, lo percibluego, que quebraba la armona delconjunto: en la base del lacre, abajodel sello, un pequeito punto rojo,hecho con buena tinta, merecordaba una gotita de sangre.

    Estuve algn tiempo todava ala puerta, observndolo ir de unacasa a otra, con pasos rpidos. Mevino a la mente que estaba sin elbastn y not, con alguna inquietud,que dejaba aquella misteriosa

  • correspondencia solamente en lascasas de las mujeres ms bellas y,cmo dira, ms... maduras de lacalle. Las amigas de mam.

    Sedienta de curiosidad, vi queel sobre que yo tena en manosindicaba como destinataria a laDIGNSIMA SRA. ELISA D.DONAVAN.

    Pas, por algunos segundos, losdedos sobre el lado liso del sobre,intent encontrar en l un olordistinto o familiar... Vanamente.Exhalaba slo el olor banal del

  • papel.Pens en gritar (aquella hora

    mam an dorma) incluso desdeall abajo, al pie de nuestraescalera enorme: Carta para ladignsima Seora Elisa D.Donavan!, pero tem asustarla. Seasustaba por todo. Y nada me partams el corazn que verla trmula enlos momentos de susto, con aquellapalidez de muerte en el rostro queyo haba aprendido a adorar claro ytranquilo. Casi poda verla en loalto de la escalera con los dedos

  • finos apoyando la frente, los ojosgrandes salidos y el corazn asaltos, diciendo: Qu pas, hijama?! Hasta que se lo explicara,ella ya habra muerto un poco, pornada.

    Pero me exasperaba deberaguardar que despertara. Querasaber inmediatamente de qu setrataba. Expuse, con algn pudor, elsobre a la luz fuerte que entraba porla ventana, en la tentativa dedesvelar, a travs del papel, unapalabra, una frase, descubrir una

  • punta del enigma. El espesor delsobre, con todo, no me permita vernada. No me quedaba ms remedioque dejar la correspondencia sobrela mesa del caf. Pero permanecinquieta, yendo de un lado a otro dela sala, comindome las uas, conun ansia de nio, hasta que selevant. Deba esperar todavacerca de media hora para quesaliera del bao.

    Me sent en la silla de caobacon estofas de plumas de oca,confortabilsima, que pap haba

  • trado de Antillas, permanecoyendo el rumor fuerte y continuode la ducha en el suelo del bao.Mam tena el extrao hbito deaccionar la ducha en temperaturamxima y dejarla echar agua por unbuen rato, mientras se tardabacepillando los dientes,desenmaraando el cabello omirando en el espejo el fondoabismal de sus grandes ojos negros.A ella le gustaba el ruido de laducha y ver el vapor que lentamenteiba formndose hasta tomar todo el

  • ambiente. Slo se decida a entraren la baera despus de estarenvuelta en una neblina casi desueo, el agua demasiadocalentada, humeando.

    Ella me llevaba (yo todavapequea) a menudo a esas sesionesde vapor y baos. Pero slo me dicuenta de que era una extravaganciaa los cinco aos de edad, cuando,en la maana de Navidad, corr albao para mostrar el presente quehaba encontrado sobre mis zapatos.

    Entra, hijita! Para llegar hasta

  • ella, fue preciso vencer la niebla.Tuve miedo de resbalar en el sueloliso y caerme. Entonces permaneca la puerta. Me cost entreverla,hasta que, de entre la densa niebla,la vi erguirse, muy blanca, mgica,como Venus de Botticelli, riendodulcemente hacia m.

    Nunca olvidar esa imagen.*

    Eran las 8.30 cuando finalmentebaj. Me dio unos sonoros buenosdas y se sent. Estaba linda. Enaquel vestido de algodn crudo,

  • pareca una muchacha. Su sonrisailuminaba el ambiente. Mis amigasno crean cuando yo deca quenunca haba visto a mammalhumorada, que ella nunca mehaba dirigido una palabra rspida.Muchas veces la sorprendentristecida, tensa, una niebla en lamirada. Pero aun en esas ocasiones,lo que me dedicaba eran palabrasdulces. Se esforzaba para que nome preocupara si alguna cosa noiba bien, si algo fallaba.Generalmente lo que la abata eran

  • los problemas con la editorial o lasfrecuentes crisis de pap. lentonces beba. Ella lloraba aveces. Silenciosamente.

    *No tard para que ella notara el

    sobre en la mesa. Ya iba llevandola taza de caf a la boca cuando fueatrada por el dibujo en plumilla.Sus ojos se agigantaron, mirando elsobre como a un fantasma. Susmanos temblaron, su semblante senubl de pronto. El caf se derramun poco sobre el vestido y ella

  • aprovech para disfrazar laincomodidad. Todo eso sucedi enuna fraccin de segundos. Tiemposuficiente, sin embargo, para que yopercibiera el descontento que latoc de modo fulminante.

    Qu desastrada soy! dijoella, frotando con nerviosidad laservilleta sobre la mancha, saliendoen fuga hacia el lavabo.

    Le segu los pasos apresurados,quise alcanzarla, pero cerr lapuerta por adentro. Tuve laimpresin de que jadeaba.

  • Mam, est usted bien? No fue nada, hija ma, slo

    un pequeo accidente!... retornuna voz sofocada.

    Est segura? Claro, no te preocupes.Volv hacia la sala y not que

    ella haba llevado consigo el sobre.Todo aquello me pareca tan

    misterioso, tan irreal. Desde lamuerte de pap, mam ya no sehaba perturbado de aquel modopor nada. La simple visin de la

  • carta, sin embargo, la habafulminado. Por qu? El dibujodelicado, el ojo y su trazo sencillo,la firma ilegible, el punto en rojo,qu la haba desestabilizado?Estaba claro que ella evitarahablarme del asunto. Pero yo nopoda dejar de saber lo queaconteca. No poda dejarmecorroer as sin luchar, punzada porconjeturas, invadida por losdemonios de la curiosidad que dem se rean en aquel momento hastapor los rincones.

  • Ella an traa la toalla en lasmanos. Apenas haba abierto lapuerta que da al lavabo, apenashaba secado el rostro trastornado,yo ya la atacaba como un chacal,resoluta, sin embargo intentandodemostrar... suavidad:

    Mam, necesita decirme...Qu est pasando? Viene aquelhombre aqu, entrega una cartaextraa con un ojo. Usted est feliz,ve el sobre y vuelca unamermelada... As me muero!

    Te mueres de hecho. No te

  • dijo tu abuela que la curiosidadmat el gato?

    No soy un gato. Pero eres una gata, da igual

    juguete, reasumiendo su airejovial y entregndome una tarjetaparda. Mira, es slo unainvitacin!

    Pero... Que no aceptar.Fui a la extremidad de la sala y

    la le con atencin. S, slo unainvitacin. Manuscrita. Ms

  • adelante mam canturriaba,terminando el caf. Finga calma.Se esforzaba por hacerme creer queera una invitacin banal. Pero no loera. Yo lo saba. Tarjeta pardapersonalizada. El mismo ojo, sloque mayor y en trazos leves de grisclarito, ocupaba el fondo. Elnombre de mam venainmediatamente arriba. Unacaligrafa redonda y ancha, vastacomo la de los dominadores,ocupaba todo el espacio del papel,pasando por encima del dibujo; la

  • tinta roja aqu y all se acumulabaen puntos ms densos y producapequeos borrones.

    Haba cierta intimidad, un tonode mandato, un qu de cifrado enaquellas palabras.

    Yo no estaba imaginando cosas.

    Sra. Elisa D. Donavan:Le invito para un t nocturno

    en mi casa, el da 6 prximo, a las23 horas es para m unaocasin especial .

  • Como las noches en la Kolina,sobre todo en mi morada, sonfras, y soy ya una vieja seora aquien apetece el romanticismo delos rituales, recomiendo el uso deabrigos. Rojos, preferiblemente.

    Son lricos.Segura de su consideracin, Carolina Drummond (Carol) Por qu no ir, mam?

    pregunt con fingida ingenuidad.

  • Sabes que detesto reunionessin sentido, ts, cofradas. Adems,apenas la conozco.

    Detesta, pero asiste siempre,porque es gentil, incapaz de unaafrenta. Y sta es una invitacincomo mnimo... curiosa.

    Golpe levemente la tarjetavarias veces sobre el tapo de vidriode la mesa del centro y aad, antesde que se volviera hacia m:

    Ella parece conocerle bien. Quin, hija ma?

  • Despierte, mam, la talCarolina!

    Ah!, tontera. Va usted? Ya dije que no.Ella lea el peridico al revs.

    *Anduve por algunos segundos

    alrededor de la mesa, moviendo loscubiertos, abanicando la tarjeta,parando, leyendo nuevamente lasexpresiones.

    Mam, no son raros ts a

  • esa hora de la noche? Es una mujer excntrica... Cmo lo sabe? Usted

    apenas la conoce. Pues, Bia... Por favor...

    Adnde quieres llegar con esasdesconfianzas? Ya te lo dije. Noquiero ir, slo eso.

    Not que volva a trastornarse ydecid no proseguir. Ellanuevamente haca aquellosesfuerzos sobrehumanos para noirritarse. Hablaba quedo y

  • pausadamente, pero su ceo sefrunca y la cabeza penda haciaadelante. Estaba plida. La idea queyo tena en esas ocasiones era quemam contena una tempestaddentro del alma. No quisetorturarla.

    Voy a la facultad, mam.Quiere que traiga alguna cosa de lacalle?

    No, gracias. Dame slo unbeso.

    Cuando la abrac por detrs yle bes el cabello, me presion

  • fuertemente las manos. Siempre merecomendaba cudate!, pero esavez dijo algo diferente, con unestremecimiento en la voz:

    Vete con Dios, nia ma.Que los ngeles nos protejan.

    La ltima frase salimurmurada, ronca, casi inaudible.Y all estaba yo rumiando lo quecrea ser otra pieza del enigma.Siempre la supuse capaz deinvocarlo casi todo en mi auxilio;ngeles, jams. ngeles, pues!

    Antes de cerrar la puerta, me

  • detuve. Vi, por el reflejo del espejode la sala, que mam guardaba concelo, tras un hondo suspiro, lainvitacin en su agenda denegocios.

    Aquello era la puntilla.Haba algo de oscuro en los

    reinos de la Sra. Elisa Donavan.

  • D Carolina

    Aquel da, no fui a clases. Mepuse camino del bosque. Las casaspermanecan cerradas y el seor dela boina caqui no ocupaba elbanquillo al fin de la calle.

    An sin haber caminado mucho,de inmediato me vi sola,nicamente con el ruido de lospjaros. Excelente. Necesitaba

  • pensar. No quera ninguna voz. Porms que lamentara perder losfelices comentarios del Sr.Ludovico sobre la civilizacingriega, no conseguira concentrarmeen lo que fuese. Por ms que meesforzara, no encontraba conexionesentre D. Carolina y mi madre. Dehecho, no lograba encontrarcualquier tipo de relacin entre D.Carol y las mujeres de la calle aquienes haba mandadoprobablemente la misma invitacin.Hasta Helena, intratable y borracha,

  • haba recibido una.El sol ya iba alto, pero

    penetraba con dificultad en lo densode las matas. Muy comunes en laKolina, las rfagas de vientoavanzaban ms fuertes, casiviolentas, por los caminos delbosque; llegaban hasta m frascomo un presagio. Despus demucho meditar, conclu lo obvio:que las respuestas para todo aquelmisterio estaban en D. Carol.

    Conclusin obvia e intil.*

  • Las jvenes de la Kolina, todas,ya habamos odo hablar de D.Carol.

    Viva en la casa ms alejada.De fachada sencilla, se destacabapor la imponencia de los trazosrectos y el hecho de poseer unanica torre ojival, que avanzaba porsobre el zagun izquierdo,apuntando hacia el bosque. Pintadade blanco, gris en los rodapis y lasventanas, salmn en las columnaslaterales, la casa pareca un poema.Tambin el jardn era diferente de

  • todos los dems. Lo dominaba elcsped ingls; aqu y all seesparcan algunos rbolesfructferos de pequeo porte. Habapocas flores, y eran dispuestas deforma tal que parecan haber sidoarmonizadas por la mano de unartista. Vuelto hacia el naciente, unpequeo templete en blanco, gris ysalmn traa en la cpula laminiatura de la loba amamantando aRmulo y Remo.

    Por lo que se saba, adems dela enigmtica propietaria, a quien

  • ninguna de nosotras jams habavisto, all vivan slo el seor de laboina caqui, una vieja sirvienta yuna joven de ms o menosdiecisiete aos, quien nunca sala ala calle y estudiaba en un liceo a 20kilmetros. Siempre la veamos depasada, cuando vena a recogerla elchofer coreano de la HilanderaDrummond, una de las msconocidas fbricas de alfombras ytejidos de la ciudad. Se vesta conel uniforme del liceo: blazer azuloscuro sobre camisa blanca, falda

  • azul y medias blancas cortas,zapatos negros. El cabello, lo traasiempre preso bajo una gorra rusa,y no podamos distinguirle el color.Desde la distancia en que laveamos, nos pareca de una exticaforma de belleza, medio india.

    Tamaa reclusin yextraamiento nos llevaban a tejerlas conjeturas ms disparatadassobre los habitantes de la casablanca, gris y salmn. Las msdespropositadas de nosotrasapostaban que, por detrs de la

  • calma de la fachada, la casa era unantro de horror. Alice levantaba latesis de que la rica propietaria noapareca en pblico porque era unaseora fesima, vctima, vaya uno asaber, de algn accidente, quizsparapljica, saturada de acidez, quetiranizaba a la nieta y losempleados. Llamaba en su auxilioel testimonio de sus tas, quienesalegaban haber visto, por dosveces, a la joven del liceo llorandoen la torre.

    Pero cuando preguntbamos a

  • los mayores si la millonaria eraenferma o algn tipo de bruja otirana, todos cambiaban de tema,todos decan haberla visto, en lajuventud, como hoy veamos a lania de la torre: a lo lejos, nuncantida, disuelta en brumas que elpasado ms y ms haca densas.

    Roberta y yo creamos que, sipor un lado era flagrante la rarezade los Drummond, por otro no habaen ellos ninguna evidencia demalignidad o algo por el estilo. Lajoven, por lo que todo indicaba, era

  • feliz en su reclusin. Pasaba lastardes escuchando msica y tocandoel piano. Algunas noches, sinembargo, suba a la torre ypermaneca mirando la luna que ibams all del bosque; a vecesdominaba a la nia una tal alegraque la veamos abrir los brazos encruz y, tras algn tiempo esttica,pasar a moverlos para arriba y paraabajo, como si volase; girabaentonces lentamente el cuerpo,primero a la izquierda, luego a laderecha, ensayando unos pasos de

  • danza, el cabello permanentementeescondido bajo la gorra rusa.

    Era s una romntica.*

    D. Carol era un bulto dentro dela niebla, un ser que, en mis sueos,emerga de los baos vaporosos demam... casi una sombra.Inaccesible. De ella, estaba claro,yo no oira una nica palabra deesclarecimiento. Pens en esemomento en otro hecho: que yo talvez nunca realmente viniese aconocerla, ni tampoco a la chica de

  • la torre. No s por qu, pero esepensamiento me llev a unaincomodidad mayor incluso que lade no poder desvelar el misterio dela invitacin. Y la suma de esas dosansiedades me dej el espritu enfuego, el cuerpo en carne viva. Fueentonces que me vino aquella ideaque a mam le parecera infame, yen virtud de la cual pasara el restode la semana sin dirigirme lamirada: no slo D. Elisa, sino yotambin, Beatriz Donavan, ira al tnocturno, costara lo que costara. No

  • me perdera esa oportunidad.Movida por esa expectativa,

    volv corriendo a casa. En eltrayecto, encontr a Roberta,afligida, en el portn. Me llam y,aun antes de que yo me acercara,fue ya diciendo:

    Mam ha estado a losllantos. Recibi un sobre del viejode la boina, lo abri y rompi allorar. Pero no dice nada a nadie.Mi hermano intent saber lo queaconteca, insisti mucho, pero antela mudez de muerta de la pobre, se

  • irrit con ella y sali llamndolaloca. Ella ha subido, se ha cerradoen la habitacin hace dos horas.Estoy preocupada.

    Clmate. D. Elisa, que nosuele tener patatuses, tambinrecibi uno de esos sobres y se haquedado toda extraa, pero, porincreble que parezca, es slo unainvitacin. La le dije, fingiendoindiferencia.

    Ella se qued desconcertada.Roberta era mi amiga de

    infancia, quizs incluso mi nica

  • verdadera amiga, y estabaacostumbrada a los excesos de lamadre. Exactriz, D. Marta eradramtica ante cualquier episodio.Por todo sollozaba. Se quebrantabaen llantos hasta si le caa un florerode la mano. Si mora uno de susperros creaba casi una decenade caniches , era entonces uncaso doloroso, llegaba casi alsuicidio. Me deca Roberta, sinembargo, que ahora presenta algoms all del escenario. Ante lamisteriosa correspondencia, D.

  • Marta se haba atormentado deveras, en un chorro silencioso delgrimas, sin los aullidos, los gritosde siempre.

    Sabes quin mand esabomba? pregunt.

    La duea de la hilandera. La que nadie ve? S, s! confirm. Me lo imaginaba, pero no lo

    quise creer. Es una invitacinpara...

    Un t nocturno, a las once de

  • la noche... T? De noche? Qu raro... Mam dijo que D. Carol es

    excntrica. Entonces ella la conoce!? Apenas, lo que ya es ms que

    lo que sabemos. Nunca hemos vistoa la matriarca ni viva ni muerta. Lamujer es prcticamente una leyenda.

    Roberta rasc la cabeza,esparci sobre el rostro moreno lacabellera muy lacia y mordi loslabios sutiles, visiblemente

  • aturdida. Iba a hacer algncomentario, pero la llamaron deadentro de casa. Se oa el alaridode los perros.

    Necesito ir a ver a mam dijo, y sali corriendo, peroinmediatamente par en el primerescaln que da al patio, se volvihacia m y grit:

    Qu est pasando?Me encog de hombros. Ella

    desapareci atrs de la puerta, quese cerr resonando blen blen decampana, campanitas.

  • Pantera negra

    Encontr a mam atareada en lahabitacin, esparciendo vestidos denoche sobre la cama. Los sacabacon cuidado del ropero empotradoy los extenda primeramente porsobre un felpudo abrigo negro;luego se distanciaba, para tener lavisin ideal del conjunto. Llegu enel exacto instante en que susemblante denunciaba la eleccin

  • de un vestido blanco. Se habaalegrado manos en las caderas,cara de nio satisfecho con elresultado: pantera negra sobrejardn de nieve.

    Golpe con dos nudillos,levemente, la puerta entreabierta.Ella se volvi hacia m:

    Ya?! No hubo clases? Estaba indispuesta. Prefer

    caminar por el bosque. Sola?! Puede ser

    peligroso.

  • No hay peligro alguno,mam, es un lugar tranquilo, a noser que usted tema que yo seaatacada por una legin de lagartosdel pantano e hice aquellosgestos, muecas y manoteos deimitacin de monstruos que debende haberme dejado ridcula, y ellani sonri.

    As que decidi asistir? pregunt, mirando los vestidossobre la cama.

    Oh!, no, no, imagnate...Slo resolv prevenirme, si cambio

  • de idea en la ltima hora dijoella, apresurndose en colocar devuelta, en otro ropero, todo elvestuario. Separ una percharecubierta de fieltro para lasltimas piezas, justamente las quehaba escogido, pero antes deguardarlas tom el abrigo negro ylo coloc con delicadeza sobre mishombros; acerc de mi busto elvestido, con los brazos estirados.

    Anda, tmalo! dijo conuna voz afectada de nio. Yoobedec, confiriendo en el espejo el

  • efecto del conjunto, de alto a bajo.Me sent rara, antigua. No, no

    era el vestido, lindo incluso,sedoso, bien asentado, altivo. Yo loprobaba llevando al frente primerouna pierna, luego la otra. Ellaacompaaba mis gestos con unacontraccin graciosa en los labios,una cara de tonta.

    Queda bien en ti. Mam, el abrigo no es

    medio...? Dmod?

  • Un poco. Usted tiene otrosms modernos, ms bonitos... Porqu no escoge uno de ellos?

    No necesito escoger ningunopara nada. Slo quera mostrarcmo es especial ste. Mira, hayalgo nrdico, fro, pero a la vezagresivo en l. Tu padre lo trajo deFinlandia. Lo haba ganado de unescritor escandinavo quedesapareci en las montaasheladas de Noruega, durante unanevada. Calienta bien y combinacon el vestido blanco. Recuerda una

  • pantera negra caminando sobre lanieve, lista para el ataque dijo yme hizo, con sus uas bien pintadasy dientes muy blancos a la vista,viniendo amenazadoramente haciam, una imitacin simptica defelina.

    Ah! convine, sin gracia,fingiendo comprender. La historiadel vestido me pareci, de pronto,uno de aquellos delirios literariosde mam. Se me ocurri, sinembargo, que dialogbamos sinsentido, o que todo lo que ella

  • deca desde que haba recibido lainvitacin tena un significadooculto. Si ella imaginaba un felino yun ataque, habra una presa porcasualidad?

    De cualquier modo, la ayud aponer en su lugar, con todo cuidado,l a pantera. Me sent luego en lacama, mientras ella guardaba bajoel armario, sentada sobre lostobillos, los zapatos que, porsupuesto, tambin ya habaprobado.

    Mam, se me ocurri

  • tambin asistir a esa fiesta... a eset le dije, al mismo tiempo enque se levantaba. Ella tambale,como si se le hubiese pegado unpuetazo, y se apoy en la puertadel armario.

    Pero yo misma no s si ir.Adems, es una invitacin personal,t seras una intrusa argumentcon desesperacin.

    No importa. S que nadie meexpulsar... Al fin y al cabo, es sloun t, verdad?!

    S, claro. Por ello es casi

  • seguro que yo misma no vaya. Si usted no va, no habr

    problema. Ir como surepresentante en la tal reunin. Dirque ha tenido un malestar, quesiente mucho no estar presente, etc.,etc., etc.

    Hija ma, qu es eso! Meespantas! reaccion ella,sentndose al borde de la cama,cubriendo el rostro con las manos.

    Mam, yo ir! Como sea yoir!

  • Como yo hablaba en voz alta, suvoz se embarg. Me mir con unamezcla de tristeza y rencor que medesarm. Quise pedir disculpas,pero hesit y ella sali como unrayo, dando un portazo.

    Era el medioda del lunes. Allafuera el viento arrastraba las hojasy el sol abrasaba las piedras de lacalle, insoportable. En mi casa, sinembargo, haca fro.

    Yo senta fro.Estuve algn tiempo mirando

    por la ventana de la habitacin los

  • banquillos pintados de blanco,recibiendo la luz franca del sol.Ofuscaban la vegetacin alrededor.Parecan pequeos astros en fila.

    Cuando finalmente baj de lahabitacin aquel da, no la encontr.

    La seora haba salido, medijo Maria, recomendando quefuera servido el almuerzo a lania. Volver muy tarde.

    Com de mala gana. El coraznme dola. Me senta culpable. Laausencia de mam a la cabecera de

  • la mesa me era un peso. Adndehabra ido? Casi nunca almorzabafuera. Hua de compromisos a lahora del almuerzo precisamentepara que tuviramos tiempo deconversar, rer juntas, escucharmsica.

    De noche, volva tarde de laeditorial y por lo general yo yaestaba durmiendo. Por ellodedicaba aquellas horas delmedioda a preguntarme sobre miingreso en la facultad, comentar loslibros que publicara, los nuevos

  • autores que la buscaban, elsurgimiento de algn raro ingenio.

    Mam amaba lo que haca.Despus de que pap se fue,dejndole la editorial, ella imaginque no conseguira ir adelante enlos negocios. Se estremeci, perodecidi asumir la gerenciaejecutiva de la empresa. Pasentonces a dedicarse, de modoobsesivo, a la busca de buenosautores, slo que ms populares, yla publicacin de libros infantiles yjuveniles, adems de los tcnicos y

  • didcticos.Durante aos intent mostrar a

    pap la necesidad de popularizarlos ttulos de la editorial, con lapublicacin de autores mscomunicativos, de escritura msgil, capaces de conquistar al granpblico sin ofender el gustoerudito.

    Mam crea que la sociedadmoderna, esencialmente veloz ycada vez ms audiovisual, exigiradel libro belleza de presentacin,

  • narrativas rpidas y sencillez.Estaba correcta. En menos de dosaos, logr doblar el lucro de laeditorial, pero no solamente eso:sus autores eran recibidos conentusiasmo por la crtica, aliandoen sus textos erudicin yentretenimiento. Pap siemprecrey que eso era imposible, quetoda masificacin del arte resultaraen vulgarizacin. Pero a pesar delinnegable xito de los nuevosautores de mam, no s hasta qupunto l se equivocaba.

  • *Dej a un lado la sopa de

    arvejas preguntndome dndeestara pap ahora. En algn lugarms all de los astros? Pensaba encmo sera gracioso si l, aldespertarse del sncope que lohaba fulminado, se pusiese ante laotra vida en que no crea, yreencontrase a amigos y parientes,la abuelita Armanda, la bellaEullia, y dijese: Dios mo!Conque es eso, pues! O entoncesviese al fin del tnel aquella luz

  • intensa que separa vida, muerte yeternidad; o encontrase aquella pazprofundsima y ultraterrena que,dicen, las divinidades reservan alos verdaderamente buenos...

    *De aquel da en adelante, mam

    pas a evitarme y ya no regresaba acasa a la hora del almuerzo.

    De noche me quedabadespertada, esperando que ellaviniera a mi habitacin, comosiempre, para hacerme cario en elcabello... Quera pedir disculpas,

  • pero esperaba que ella tomara lainiciativa de levantar la bandera dela paz.

    Mam, sin embargo, era de esosespritus inflexibles y hastaimpiedosos cuando quera. Y estabalastimada conmigo, quizs comonunca haba estado antes. Meodiaba? Creo que no, pero yo sabaque la haba tocado dolorosamente.Y lo que es peor, sin saber derechoel porqu.

    Ella no me perdonaba.Todo aquello, sin embargo, y

  • principalmente su estadoimplacable, reforzaba todava msmi decisin de ir a aquella reunina toda costa. Algo muy grave,gravsimo, cercaba toda aquellahistoria, a punto de que mam meevitaba y me maltrataba de esamanera a m, su nia, su bien msprecioso.

  • Elvis, Janis, um hijo, un amor

    La maana del da 6, la Kolinase despert como un da de losmuertos. Desde mi habitacin, mirel paisaje all afuera con temblor.Los banquillos an estaban heladospor el roco nocturno y un silenciopesado lo dominaba todo. El aireestaba denso y parado; no se veaningn movimiento en las casas.

    Probablemente llovera.

  • A cierta altura, yo imagintodava estar en las esferas delsueo, pero all afuera pasaba elseor de la boina caqui, apoyado ensu bastn, caminando con esfuerzoo pereza, gesticulndome muydbilmente con la mano izquierda,riendo para m una risa que yosaba enigmtica. Y aquello eramuy real.

    Pens en ese momento queestaba volvindome una obcecada.En cualquier cosa yo vea sombrasy seales de misterio. Poco a poco,

  • todo aquello estaba volvindomeuna completa desvariada.

    Quise volver a dormir, peroestaba muy agitada, el corazn endescompaso.

    Sera aqul el gran da, mejordicho, la gran noche.

    La noche de los abrigos rojos.Esa idea me excitaba, pero

    tambin me causaba escalofros.Slo entonces me di cuenta de

    que era sbado.Telefone a Roberta: Cmo estn las cosas por

  • all? Estoy ansiosa. Es hoy el tal tde las seoras.

    Mam an no se hadespertado dijo desde lejos unavoz metlica an bostezando,sonamblica (la primera vez queescuch a pap pronunciar esapalabra, imagin del otro lado a unpobre desgraciado todavaborracho vomitando en el aparatotelefnico, sonamblico).

    Y por lo que parece ttampoco aad. Sbitamente,ella comenz a hablar quedito de

  • cosas raras que haban sucedido lanoche anterior:

    Beatriz, mam sac delstano unos discos antiguos yestuvo escuchndolos ayer todo elda, en profunda melancola. Afinales de la tarde, abri una botellade whisky y se arroj a beber, sindecir una A. Y lloraba, Bia,chorros de lgrimas, como quienperdi a un hijo o un amor.

    Un amor, Roberta? Es slo un decir, Beatriz.

    Djame continuar... Tal vez llorara

  • porque estaba borracha, pero creoque no era slo eso.

    Silenci por algunos instantes.Como yo no deca nada, ella

    continu enftica: Lo ms extrao es que no

    quitaba los ojos de un abrigo rojoque extendi sobre el silln de allado del giradiscos. Ya no s lo quepensar. Durante todos estos das heprocurado saber lo que estsucediendo, pero no he llegado aninguna conclusin, nada de nada...Descubriste alguna cosa?

  • No. Mam hace das que nohabla conmigo, en verdad yo ni laveo, todo porque dije casi a gritosque ira de cualquier modo al t delas seoras!

    Qu, Beatriz?! Entoncesestamos en torno de algo muy serio.Jams me he imaginado a D. Elisay a ti en peleas de ese tipo. Dehecho, jams me he imaginado a D.Elisa desentendindose as conquienquiera que sea, mucho menoscon la hija.

    Es verdad. Estoy muy mal

  • con eso... Hola! Hola, Roberta! Te estoy escuchando, Bia,

    solamente no lo creo. Estoypasmada.

    Pues s... Pero no voy adesistir, R. Ir hasta el fin. Estaren ese t, ni que llueva piedra onavaja. He vivido un infierno todosestos das, con el corazn enaicos. S que lastim a mam,pero voy a descubrir qu hay.

    Cudate, Bia. Voy a colgar. Hay mucho por

    hacer. Que me aguarden, pues

  • estar guapa en ese t, de abrigorojo y dems, como quiere la viejaCarol. Mam, por lo que parece, noir.

    Abrigo rojo? Bia, quhistoria es esa de abrigo rojo?Bia!...

  • La noche de los abrigos rojos

    Fue de las escenas de mi vida lams inslita. Alrededor de las 22horas, las luces de las casas seencendieron una a una. Hastaentonces, las salas de los caseronesestaban totalmente a oscuras,aunque se perciban, una que otravez, movimientos furtivos en lascortinas, por detrs de las cualesalgunas sombras oscilaban por all

  • y por ac, como espectros ansiosos.La primera que sali, del piso

    nmero 37, fue Magdalena.Cabellera rubia casi transparente,Mag tena aquella especie debelleza en que todo se armoniza. Lapiel muy clara y an vigorosaestableca con los hilos luminososde su larga cabellera ciertaevolucin de tonos suaves que yoslo haba visto en esmeradaspinturas renacentistas. Decomplexin delicada, andar firme yapresurado, exhiba un qu de lady

  • en el porte erecto y la frente altiva.Labios gruesos y bien definidosacompaaban una mirada indeleblede apasionada, que mantenadondequiera.

    Aquel da, antes de abrir elportn, haba lanzado al cielo queabrigaba nubes pesadas ese mirarde Magdalena de labiosentreabiertos, como si recogiera enlo alto, hipnotizada, una respuestaque no vena. Slo tras muchotiempo ech sobre el vestido negrocon presillas, de corte clsico, un

  • abrigo rojo sangre. Lo acaricilargamente y camin, contando lospasos hasta el casern del fin de lacalle.

    Not entonces que Raquel yBruna la seguan despus, a pocosmetros una de la otra, ambasandando lentamente, ambas decabeza baja.

    Bruna haba regresado deCanad la semana anterior si nome equivoco, el mismo da que elseor de la boina reparti lasinvitaciones , yendo de inmediato

  • al balneario de Algos, a 80kilmetros de la Kolina. Me dijeronque estaba ms vieja y un tantogorda. Puro resentimiento.Continuaba la misma, exhibiendopiernas gruesas y suavsimas ojerasazuladas y seductoras, que le daban,segn mam, un aire chic deinsomnio. De entre todas, eraprobablemente la ms joven.Treinta y dos aos. Rea de todocon dientes lindos, grandes,enmarcados en el rostro bronceado.Sus fuertes trazos fisonmicos eran

  • acentuados por el cabello muycorto.

    Sola contar con cinismo, en lasfiestas y los cafs en queeventualmente nos encontrbamos,sus ms recientes conquistas,suministrando sin pudor detalles deldesempeo sexual de sus novios,algunos de los cuales losconocamos. Mientras hablaba, medaba consejos que me ruborizaban yque llevaban a mam a reprenderlacon vehemencia:

    Es eso algo que se diga a

  • una nia?!Era lo suficiente para que ella

    rompiera en una sonora carcajada yprofiriera alguna de sus mximas:

    Ah!, Elisa, una mujer deverdad debe ser vaga, debeofrecerse.

    La blusa de hilo negro brillante,de alto reflejo, ligeramentetransparente, combinando con laminifalda justa de encaje, lecompona demasiado bien laapariencia atrevida aquel da. Sevesta casi siempre as, tendiendo a

  • l o kitsch, por poco sin resbalar enlo vulgar, casi inelegante, casibarriobajera. Pero el arreglo lequedaba bien. Era expresivo,atribuyndole a ella un carcterambiguo, diferencindola,acercndola a un personaje.Solamente el abrigo rojo desteidodesentonaba. Tal vez por ello lollevara, sin mucha conviccin,doblado en el antebrazo izquierdo.

    Raquel le era lo opuesto.Esculida, anmica y de rostroanguloso. En ella, todo pareca

  • traicionar la vivacidad de susbellsimos ojos verdes. Era como sidos grandes esmeraldas hubiesensido incrustadas en una estatua deyeso y slo ellas le quebrasen lainmovilidad sin color,fantasmagrica y terrible .

    Haba quien le admirara lasensualidad distinta, nrdica. Yono. Mam se horrorizaba cuando yodeca que Raquel causarasensacin entre los necrfilos. Lamujer era un cadver. Aquelvestido largo, blanco de hielo, en

  • ella acentuaba la tendencia para elmrmol. El abrigo hua al rojocomn: era de color granate y lecaa desarreglado sobre la espaldacomo un borrn de vino tinto.

    Yo estaba parada, en el portn,un tanto confusa, sintindomeextraa, antigua, en un vestido delino rojo rub, con dobladillo porencima de las rodillas. El abrigo decuero teido en tonos carmines,forrado, me pesaba en los hombros.Deba de andar con el semblante delas desesperadas, los ojos salidos y

  • la boca abierta de los aterrados.Adems, cierto sonrojo mequemaba la faz.

    Yo me estremeca.Delante de m, abran sus

    portones Kristine y Laura. Laprimera, ya al salir, pas de prontoa agitar la cabeza para un lado ypara el otro, intentando ajustar enlos ojos los lentes de contacto; laotra rea de todo aquel enredo ydeca que aqul no era un buenmomento para quedarse sorda niciega.

  • Pasada la incomodidad,percibieron que yo estaba justoatrs. Me miraron sin esconder elespanto, me dirigieron un leve gestoy salieron del brazo por la acera,amparndose, dicindose cosassusurradas. ntimas como no lo eranlas dems, se permitan conspirar,hacer confidencias. Vestan abrigosde fieltro, idnticos en el corteaunque en diferentes tonos de rojoverdadero, cerrados, rectos y tanlargos que casi llegaban a lasrodillas. Los vestidos estaban de tal

  • manera cubiertos por el abrigo queera imposible percibirles el diseo,el corte o aun el color. En verdad,se vestan con la ropa ideal parasoportar las violentas rfagas deviento que comenzaban a soplar enla Kolina, helando, anunciando quela madrugada sera impiedosa yglacial.

    Quien no las conociese creeraque eran hermanas. Negras,cabelleras cortas y rubias, ojosredondos, bocas pequeas ypmulos salientes, adems de

  • pestaas tan largas que parecanartificiales. Mam deca que siparpadeasen juntas con vigor pormucho tiempo provocaran un tifn.

    Las diferenciaba de mododeterminante el cuerpo. El deKristine era voluptuoso, de curvasacentuadas y msculos rgidos. A sulado, Laura, ms flaca, un poco msalta, aparentaba fragilidad.

    Me perda en esas reflexionescuando una puerta ruidosamente secerr atrs de m. Mir a tiempo dever que Helena todava calzaba uno

  • de los zapatos, de cabelloenmaraado y rostro aturdido, comosi hubiera apenas despertado.Arregl apresuradamente el cabellobajo un turbante medio morado,quit de la bolsa triangular unestuche de maquillaje y, despus depasar rpidamente rmel y algunospolvos en el rostro, suspir, sesinti lista para ponerse frente alPapa. No haba ni siquiera una denosotras que no envidiara esaincreble habilidad que tenaHelena de pasar, en cuestin de

  • minutos, de Medusa a Venus.Pas por m con la seguridad de

    quien haba salido de un saln debelleza. Y para quien ciertamenteacababa de despertar de unaborrachera, estaba excelente. Elperfume era suavsimo, peropermaneca en el aire y tena elmrito de ocultar los vestigios delalcohol. Usaba con naturalelegancia y sentido de conjunto,sobre un vestido lila, un abrigo deplumas de pequea largura, moradorojizo. Borracha, pero realmente

  • una elegancia. No habl conmigo;no hablaba con nadie, y siguiapresurada por la calle, en sustacones, an arreglando cosas en labolsa futurista.

    D. Marta fue la ltima quesali. Se agarraba al abrigo rojodel cual haba hablado Roberta.Vesta de modo discreto un vestidode seda estampado en actionpainting, con variaciones denaranja y amarillo. Bellsimo, peroincapaz de esconderle elabatimiento. Y aunque evit

  • mirarla, no dej de notarle apenasdisimuladas manchas moradas enlos brazos.

    Ella no desviaba los ojos delsuelo y pareca hesitar en salir dellugar.

    Slo en ese momento me dicuenta de que formbamos unextrao cortejo. Nuestro squitosegua cadenciadamente, de formacasi teatral, en dos gruposparalelos, de uno y otro lado de lacalle, nerviosas, hacia el mismodestino.

  • Dragones y cisnes

    Fue un alivio que nosrecibieran, ya a la entrada conextrema cordialidad, el seor de laboina caqui y la chica de la gorrarusa. Todas reunidas en el hall,desconfiadas, era visible nuestromalestar.

    Despus de vencer laincomodidad, algunas de nosotras,finalmente, entraron en el casern

  • por la puerta de la derecha,siguiendo a la joven; las otrasacompaaron a los pasos lentos delviejo, por la puerta de la izquierda.Slo se oa, secuenciadamente, eltoc toc tac de nuestros zapatos en elpiso de granito.

    A cierta altura, el hombre sevolvi hacia m, que segua a suizquierda, lanzndome la mismamirada que me brindaron, en lapuerta de casa, Kristine y Laura.Una mezcla de curiosidad yespanto. Debo de haber

  • empalidecido en ese instante.Discreto, con todo, l nada dijo ysonri la misma risa amable deaquella tarde que golpe mi puerta.

    El gesto me tranquiliz.Acababa de quitarme un pesoenorme de los hombros. Imaginque necesitara explicar la ausenciade mam y el hecho de estar all sinser la real invitada. Si eso hubieseacontecido, creo que tendra fuerzasslo para salir corriendo, dejandopara tras los antojos y los zapatos,como una Cenicienta.

  • A medida que entrbamos, ibavislumbrando, por debajo de lagorra, la cabellera lacia y castaade la chica, su rostro moreno derasgos suaves, los ojos muy negros,las cejas densas, las cavidades delrostro. La risa y, ms que la risa, eldiseo delicado de la boca me eranfamiliares, aunque yo no sabadecir, all en aquella ocasinengorrosa, lo que realmente merecordaban sus gestos estudiados yaquel andar lento, cadencioso ycautivante.

  • Era ella quien, en el trayectohasta el saln, con amabilidad, nospresentaba el moblaje como a unpariente. ste es el sillnpreferido de la abuelita. Fuediseado por Eugne Marcuse, ungran diseador argelino,especialmente para ella. Tienerespaldo en palo marfil y estofaforrada en gamuza sinttica.Bastante confortable. Aqu, unanaturaleza muerta de Lina Deborah;el estante lateral tambin es deEugne. Se tard delante de un

  • panel azul y rosa con los brazoscruzados, para tan slo decir: Nome gusta esta pintura, esclaustrofbica. La abuelita dice quees una obra prima de VanderGushikeim. Prefiero esta esculturade Morales. Ante nosotras, seergua, suspenso en el aire por unafina asta de metal, a unos 60centmetros del suelo, un dorsoapolneo de mrmol.

    Ah!, se me iba olvidando:mi nombre es Natasha dijofinalmente y prosigui. Las

  • alfombras, por toda la casa, sonorientales. La abuelita tiene laexcentricidad de encubrir conalgunas de ellas el pie de lasesculturas. A veces queda lindo.Mostr, en una sala a lo lejos, unconjunto de cinco estatuillas cuyasbases estaban encubiertas, de formacasual, por alfombras en loscolores verde musgo, Andes yVenecia.

    En cualesquiera otros labiosaquella descripcin pormenorizadade la decoracin parecera esnob.

  • En Natasha, con todo, sonaba comoun deseo de bienvenida, como unams que sincera acogida. Y comotodo mi temor iba paulatinamentedeshacindose, estando yo poco apoco inebriada por aquel ambientede sensibilidad, en cierto momento,no por desinters, yo ya no laescuchaba, antes miraba hacia todoslados con ojos de febril curiosidad.

    Todo diferente de lo queimaginbamos. Por dentro, la casano era ni un poco sombra. Por locontrario, exhiba una luminosidad

  • equilibrada, agasajadora. Elmoblaje era bello e integrado,aunque un tanto eclctico: sillas dediseo fro con bases de metalcompartan, sin conflicto, el mismoespacio de estantes con estructuraen madera noble.

    Por lo general, cada ambienteevolucionaba sin sobresaltos de unestilo a otro, de manera limpia y sinexcesos; algo que, guardadas lasdebidas proporciones, comulgabade la misma sntesis y delicadaforma de la fachada de aquella

  • mansin enigmtica.All parada, en el centro de la

    sala, la idea que me transmiti depronto fue la de una casa sinparedes: salones libres y cuartosabiertos; un jardn centralrecibiendo de lo alto la luz del sol,a travs de la cobertura de vidrio;una pequea piscina interna, consillas, un gran florero, realmentegrande, y un bar de bambes, allado. El acceso a la biblioteca eralibre y hasta la puerta de algunos delos baos era de vidrio, un espeso

  • vidrio fosco por supuesto, pero querevelaba la intencin de atribuiralguna transparencia incluso a lasreas ntimas.

    De pronto, me vi sola. Ynecesit correr para alcanzar a lasmujeres que ya suban, al fin de unpasillo, por una larga escalera demuchos y anchos escalones quedaban a...

    ...un saln gigantesco, con

    alfombras de piel de cordero en laentrada, mrmol blanco de un

  • extremo a otro.Nuestros zapatos hundan en

    aquella suavidad de terciopelo bajonuestros pies y era difcil equilibrarlos tacones en aquel lugar dondeestuvimos por un tiempo estticas,en puro deslumbramiento.

    Nuestros ojos se movan, sinfijarse en lugar alguno, extasiadoscon las alas en que se distribuaaquel ms que espacioso aposento.

    S, l era dividido en alas!Enteramente sin divisorias, el

    saln presentaba, en cada uno de

  • sus cuatro cantos y en el centro desus paredes laterales, un ambientediverso, con moblaje propio, comosi cada uno de ellos constituyese unescenario particular, semejante aaquellos de los estudios detelevisin.

    Natasha nos present las alas con sus nombres de bichos,seres reales o imaginarios ,mientras nos deca a quienesestaban reservadas. En medio delsaln, una inmensa mesa baja, demrmol, de cantos redondeados, era

  • otro cuerpo desproporcionado yextrao en aquel escenariosurrealista.

    sta es el Ala de los Pjaros,donde quedarn las SeorasKristine y Laura. sta es el Ala delos Cisnes, reservada para...

    Y as, en silencio y aturdidas,circundamos toda la extensin deaquel ambiente, conociendo endetalle los lugares destinados acada una de nosotras en aquel...lugar.

    Un gusto amargo volvi a mi

  • boca. Sent dificultad para respirar.

  • Flor de la India

    Estuve sola en el Ala de losDragones. Atrs de m, cortinasrojas bordadas con lagartosgigantes en hilos de plata medejaban inquieta.

    Un cuadro en evoluciones deblanco y gris mostraba un lagochino y unas aves de cuello largovolando en derredor.

  • Sobre la mesita a mi frentehaba una tetera decorada, dostazas, unos saquitos de hierbasexticas, azcar y un vidrio deedulcorante.

    Bajo la tetera, una llamaregulable se expanda, saliendo deun pequeo fogn porttil de plata,usado para mantener el aguacalentada.

    Las chicas en las otras alastenan delante de s un serviciosemejante: teteras, tazas, hierbas...

    Por lo que todo indicaba, las

  • alas haban sido preparadas parados personas. Helena y yo, sinembargo, estbamos solas ennuestros lugares ella en el fin dela sala; yo cerca de la puerta deentrada . Natasha apenas terminde acomodarla y se dirigi al viejode la boina, dicindole cosas queyo no lograba or. Indicaba lagigantesca mesa de mrmol dondeestaban apilados algunos sobres dediversos colores.

    Percib sin mucho esfuerzo quelos colores de los sobres

  • correspondan a los colorespredominantes en cada una de lasalas. As, el sobre rojo sangredeba de ser el mo, mejor dicho, eld e mam. Medit que no lorecibira, por razones obvias, y esome dej incmoda.

    Natasha seal a Magdalena ehizo un movimiento circular con eldedo, para indicar el recorrido quedebera ser seguido por el viejo. linmediatamente tom para s lossobres y con ellos camin, con unalentitud slo profundizada por mi

  • ansia, entregando a cada una de lasmujeres aquel nuevo secreto.

    El tiempo pareca parado, laspersonas todas paradas. Slo elviento soplaba furioso por lasaberturas superiores de las altasventanas de la casa, cada vez msfra.

    Pens conmigo que el abrigohaba sido una excelenterecomendacin de la anfitriona yque aquel t calentito comenzaba aparecer una ddiva de los dioses.

    Tomada por esas reflexiones,

  • apenas percib cuando lleg elSeor Gustavo (fue as que sepresent a m entonces) y meentreg el sobre rojo con un ojodiseado en plumilla .

    Estaba destinado, claro, amam.

    Mir al viejo, con el sobre entremis manos, en una interrogacinmuda. l dio a entender que yopodra abrirlo, y en ese instante fuitomada por una sorprendentealegra, que me hizo constatar porprimera vez la inmensidad csmica

  • de la curiosidad femenina. Y muchoms para disfrazar mi entusiasmoque por autntica fineza, dej caerel sobre delicadamente sobre lamesa, venciendo el mpetu deromperlo de inmediato, con ganasde hambrienta.

    Mir a las mujeres en torno yles not el semblante trastornado.Tambin ellas dejaban el sobre sinabrir, esperando, a lo mejor, algunaorden. Indecisas? Temerosas?

    Ninguna de nosotras hasta aquelinstante haba preparado el t. En

  • aquel ambiente marcado por largossilencios entrecortados por uno uotro susurro, fue un alivio percibirrepentinamente el sonido de vajillasen contacto, un sonido decotidianidad, vida comn, sala devisitas.

    Era Bruna, que pasaba a tomarsu t, despus de hacer un oportunobarullo con las cucharitas.

    Todas la miramos con el almaagradecida y pasamos tambin amovernos entre los saquitos deazcar y los platillos sobre la mesa.

  • Mi saquito de hierbas traa, comoinformaba el rtulo, cierta Flor dela India, que inmediatamente tiel agua hirviente de mi taza con unrojo vivo, pura sangre.

    Consider aquella calculadaarmona entre las cosas que all senos ofrecan una refinada e insana,a la vez, forma de recepcin.

    Nunca haba visto nadasemejante. Y el malestar de miscompaeras delante de aquellaescenificacin comenzaba a darmeescalofros. Tom dos, tres largos

  • tragos de t y fui la primera queagarr el sobre. Al infierno lospruritos! Y apenas amenac rasgarel lado del papel, vibr por toda lasala una msica de sintetizadoresque invadi el espacio de modoensordecedor y se fue volviendocada vez ms alta.

    Me llev un susto, soltbruscamente el sobre, derram coneso algo de t y casi dije carajo!,pero me contuve. La msica se fueestabilizando en un volumen que ladej hasta agradable, pero mi

  • corazn todava estaba a saltos.Tard an algunos minutos para

    retomar la abertura del sobre. Mismanos temblaban. Las otras todasya estaban leyendo lacorrespondencia. Por lo que pudepercibir, eran textos largos, escritosen papel tambin colorado. Serael mismo texto para todas nosotras?Yo lo dudaba. Romp lentamente elsobre, saqu lo que pareca unacarta de tres pginas, manuscrita.Corr rpidamente los ojos por lospapeles, de un rojo suave. La

  • nerviosidad me hizo romper lapunta de uno de ellos (eran muyfinos). Tuve entonces ms cuidado.

    La primera pgina comenzabapor el nombre de mam, con unvocativo que no entend: M.Elisa, que imagin ser MadamaElisa, pero el error me pareca tanabsurdo que descart esa hiptesis.

    Fui en busca del emisor y... unasorpresa ms: la carta estabafirmada por un tal Abrigo Rojo,firmada tras una conclusin tambindesconcertante para mi gusto, por la

  • intimidad con que pareca referirsea mam, as: S. tuyo, AbrigoRojo. Cosa rara.

    Los sintetizadores sonaban elTrenzinho Caipira, de Villa-Lobos.

    La msica me trajo recuerdosde pap, quien la adoraba. Laescuchaba casi todos los sbados,leyendo poemas en voz alta. Mamlo acompaaba desde la cocina,encantada con aquellos xtasislricos que l le dedicaba, a veces agritos.

    Recuerdo un poema que ella

  • insisti en guardar en la agenda yque ms tarde, tras la muerte depap, tom definitivamente para m,en todos los sentidos.

    Era una noche especial. Paphaba hecho un gran negocio y llegfelicsimo, con una botella dechampn. Ya pis en el batientediciendo: Elisa, mi querida, abreesta puerta! Hoy abrazo perros ygatos! Dnde est mi Flor deMorera?. Yo era la Flor deMorera (ttulo de un libro que yodetestaba). Corr para darle un beso

  • y l ni me vio. Abraz a mam conuna de las manos, con la otra meentreg la botella: brela!Srvelo en aquellas copas que tumadre esconde!. Yo corr a lacocina, pero volv todava a tiempode verlo decir al odo de mam,como un enamorado:

    La pasin tiene sus calabozos.

    Y, como todo calabozo,rejas fuertes, paredes fras,

    oscuridad.Cuando llegaste,

  • trayendo lluvia en tu maletade dudas,

    trajiste tambin, porttil,esta prisin.

    Era el poema de uno de los

    amigos de pap, Branco, ademstambin diseador talentoso.

    Ella no consigui guardar unalgrima. Me flagr all, mirndolosextasiada, tonta, y subiavergonzada a la habitacin. Papsubi detrs y yo estuve parada enla puerta de la cocina, con el

  • champn y las copas, ensuspenso, como quien lleg en elfin de la fiesta y encontr el bararreglado y la casa vaca.

    Guardo el poema hasta hoy,copiado con aquella malacaligrafa.

    Es impresionante como mam,tan delicada, tiene esa caligrafahorrible, caligrafa de hombre.

  • Perros y lobo

    Iba a comenzar la lectura de lacarta cuando Natasha anunci a D.Carol.

    La abuelita ya estsubiendo...

    Not nerviosidad en la voz dela chica. Ella frotaba las manos sincesar, con ansiedad, y se quedparada en la puerta, estirando el

  • cuello all hacia abajo. Aquellospocos segundos me parecieron untiempo csmico, hasta que se oy elsonido cada vez ms alto de alguienvenciendo lentamente los escalones.

    Fue una subida lenta,acompaada de mltiplos tic, tic,tic, indefinibles, que sucedan enintervalos muy cortos. Intentimaginar qu especie de calzadoprovocara aquellos ruidosirritantes y secuenciados, pero algoen mi interior adverta que aqul noera slo el ruido de una persona

  • subiendo la escalera, por msgiles que fueran sus movimientos.

    Adems, un cuerpo ms pesado,yo estaba segura, avanzabaadelante, seguido de irritantes ysucesivos pequeos ruidos queresonaban y aumentaban sobre elmrmol pulido. Pero no conseguadistinguir, por ms que meesforzara, lo que originaba aquellossonidos... de piedritas rodando,de... de... Dios mo, qu seran!

    Ces la msica. El ambiente fuetomado por una tensin helada

  • como el viento que agitaba lospapeles que yo protega entre misdedos, hacindolos querer huir demi mano.

    El sudor tambin helado llegabaa la punta de mi cabello, pero aunas yo senta la sangre que irrigabalas venas, mi cuello que jadeaba.Otra noche como aquella mellevara al manicomio en camisa defuerza.

    La misteriosa matrona surgifinalmente a la puerta, contando lospasos.

  • Era alta, robusta, pero no obesa(como llegu a imaginarla). Lacabellera oscura, teida, muy negra.El rostro serio y dramticorevelaba vigor, decisin. El ceoestaba levemente fruncido.

    Discretamente maquillada, traaun qu de hispnico en el diseo delos labios, en los ojos indagadores.

    Me mir a pocos metros y vique las arrugas de la faz, a pesar deacentuadas, no escondan lo quehaba sido otrora una belleza pococomn en un espritu indomable.

  • Se vesta de gris y negro de altoa bajo, con una indumentariasemejante al chador, sin embargomuy pegada al cuerpo, lo queaumentaba an ms la imponencia yla teatralidad de su porte erecto.

    Par a pocos metros de laentrada. Dijo secamente buenasnoches y arregl el cabello con ungesto circular rapidsimo, propio delos que tienen prisa dedesembarazarse de algn penosooficio.

    Dio todava unos pasos

  • adelante, mir de soslayo haciaatrs, y se le solt la cabellera,larga y pesada, dejando vislumbrar,rpidamente, iluminado por lalmpara lateral del Ala de losDragones, un pequeo tatuaje, unojo azul diseado en la parteposterior del cuello; unos trazosazules finsimos que flotaban en lapiel muy blanca.

    Por un breve instante me senthipnotizada por aquel movimiento,que se asemejaba a cierto hbito demam, del cual no me olvido: al

  • salir del bao, con un gesto breve eindeciso, ella siempre vuelve lamirada hacia atrs y agita lacabellera, como para intentardesvanecer el vapor intenso quedomina el ambiente, la bruma densaque abandona atrs de s al salir dela baera, el agua todavahumeando.

    Al agitar levemente las trenzasde cabello, deja visible, en aquellaconjuncin entre la espalda y elcuello, el minsculo, hasta lrico,tatuaje de una pirmide que guarda

  • como herencia de sus tiempos de lafacultad de Historia.

    Permanezco a veces mirandocon pasmo ese dibujo de evocacininmemorial grabado en el cuerpo demam, imaginndolo eternamenteall, posado como un relicarioegipcio en su epidermis blanca ydesnuda de solitarios desiertos.

    Llevada por un insight, corr denuevo los ojos en la carta que traaen mis manos. Y perd pie al leerlas primeras lneas:

    Princesa de los desiertos,

  • reina de m. A tus pies, esclavo detus manos, iris, tu ojo derecho,lobo y perro, aqu estoynuevamente.

    Y apenas arreglaba en eltumulto de la memoria las piezas deaquel juego extrao, apenas lograbaadaptarme al fro del ambiente y elcalor del alma, unidos all para mitortura, aquella msica ya pasaba asonar nuevamente en altsimovolumen, para luego estabilizarsecasi suave, hasta calmar,delicadsima, nuestros nimos

  • momentneamente, como si fueseposible...

    Quise retomar la lectura, perono hubo tiempo. De pronto, una auna, se levantaban las , con elrostro crispado, tomadas por unpnico confuso, sbitamenteparalizadas por lo inconexo yabsurdo que se revelaba antenosotras: doce perros negros,gigantescos, fueron, uno a uno,llegando tranquilamente,perezosamente acostndose, uno allado del otro, inmediatamente

  • detrs de D. Carolina. Silenciosos,adormilados, formaban un squitoamenazador y... risible a la vez.

    Uno de ellos intent un gruidosofocado, pero prontamente secall, oprimido por la voz de lamatrona, quien orden: Quieto,Prncipe!.

    Entonces D. Carol golpe elsuelo con las pesadas botas queusaba y un perro, bien menor quelos dems, slo que ms vivaz, deojos azules y pelos voluminososblancos, con rayas amarillas en el

  • dorso, entr; qued de pie al ladode la seora, orejas en guardia, oraexaminando el ambiente, oralamiendo las patas.

    Me mir bien a su lado,retrocedi un poco en las patastraseras y gir el cuello, como sifuese de resorte.

    Los pelos del perro relucieroncuando l proyect la cabeza dehocico afilado hacia adelante ysolt un ululato prolongado,mezclndose a la msica de fondo,a la luna gigantesca que, venida no

  • s de dnde, tom, una a una, casitoda la extensin de las ventanasacristaladas del aposento.

    Slo entonces me di cuenta deque aqul no era... bien... no eraun... perro.

  • Lobo, perro, pjaros negros

    Era un lobo.Estuvo por un tiempo

    mirndome con curiosidad. Pareca,pasado el susto, muy manso, peroalgo me inquietaba en aquel giro decuello que l ejecutaba en su propioeje y que lo haca parecer un perrode resortes o uno de aquellosjuguetes electrnicos que ejecutansiempre el mismo irritante

  • movimiento.Ninguna de nosotras saba qu

    decir, qu hacer. Nos quedamosparadas, en un estado deadormilamiento o letargo. Dehecho, desde que entramos enaquella casa, una fuerza extraa noshaba hecho quietar. Parecamostodas tan asustadas que evitbamoslos ms simples movimientos, elmenor ruido. Ahora ms todava,tras la llegada de los perros,agrupados all como una guardiamilitar. A pesar de adormilados,

  • aparentemente pacficos, en aquellasituacin inslita eran en todo casopreocupantes.

    A excepcin de aquel... lobo,los dems parecan incluso algotontos, algunos hasta demasiadogordos. Confieso que desconoca laraza de casi todos ellos, pero uno,estoy segura, era un pastor alemn,como los creados en la casa decampo de mi abuelo.

    Pap sola llevarme para ver alDr. Alberto todos los fines desemana. Mi abuelo tena, segn

  • entiendo, unos 75 aos. Muydelgado, ojos grandes, lentessiempre torcidos, amaba crearbichos perros, gatos, pajaritos.... Cre desde pequeos unapareja de pjaros negros quevolaban libres por la casa,nidificando en los muebles. Cuandocomenzaba la canturria matinal desu mquina de escribir, los pjarosllegaban y, con un aterrizaje leve,permanecan sobre sus hombros,uno de cada lado. All, silenciosos,acompaaban todo el ritual de

  • creacin del abuelito, la operacinagnica de las musas.

    Escriba crnicas cortas casitodos los das, el Dr. Alberto.Cuando se muri, haba en el viejobal de caoba donde guardabapapeles y fotografas ms de tresmil de aquellos escritos, que mamcalificaba fulminantes.

    Los pjaros negros siempre leasistan en el oficio diario deescriba, tal vez dictando las lneasms difciles, a lo mejor golpeandolas alas para una u otra frase ms

  • feliz.Con el tiempo, despus de

    conocer El cuervo de Poe, en unatraduccin gtica de FernandoPessoa, no haba una ocasinsiquiera en que leyera el poema y lo le ya un centenar de veces yno recordase al abuelito, susescritos.

    Algunos los s de memoriahasta hoy. Permanecieron en mimemoria as como las alas de lospjaros negros hoy reposan en miscajones, esparcidas entre papeles

  • perfumados, estuches de maquillajey muequitas de tela. Me traensuerte.

    Hay un escrito del abuelito querecuerdo especialmente, porque serefiere a un periodo en que lintent pintar, no simples paisajes,no meros pasatiempos, sinosublimidades! Quera algo original,uno soplo de genio, una rfaga.

    l intent por dos largos meses,con tenacidad de nio, hasta quedesisti por absoluta falta deingenio . Recuerdo llegar a la

  • casa del abuelito un fin de semana yverlo a lo lejos, en el tope de unpequeo monte atrs de la huerta,viendo sin tristeza los cuadros quequemaban en una pila de un metro ymedio, que pareca incendiar eldescampado por encima de lospozos artesianos. El espejo de susojos reflejaba la hoguera mientrasl acariciaba los pjaros negros,que se encogan, exprimidos, en eldorso de aquella mano azotada porel tiempo, donde se diseaban,ostensivas, venas salientes, muchas

  • arrugas. Abuelito, por qu lo ha

    hecho? pregunt, desconsolada,mirando las llamaradas quelentamente avanzaban sobre lastelas, lanzando destructoras lenguasbipartidas sobre todos los matices,echando a lo alto, al alcanzar lagama de mezclas, leos y resinas,una profusin de colores ardientes,provocando llamas ora azules, oraverdes...

    azulesverdesamarillasmoradasocres

  • tierrassienasquemadas l dijo solamente: Filha, un

    pjaro negro ha de ser siempresolamente un pjaro negro, y noentend muy bien lo que pretendadecir con aquello. Iba a pedir queexplicara, pero l nicamente bajpara casa sin mirar hacia atrs,soplando suavemente el penacho dela cabeza de las aves.

    Ese da, l escribi: Es domingo.

  • All afuera sopla un vientomatinal custico como el de losvapores del caf al fuego. El olorimpregna el aire.

    Lentamente comienzo ahora lapintura de la que te habl. Me tiroan adormilado sobre papel ytintas. Veo, fijados, los trazos dela noche anterior.

    Papel y lpiz...Lo que busco son fantasmas,

    manos sobre el pubis, el rojo rojode Oppenheim, pero recuerdo queno hay ni fantasmas ni

  • alucinaciones en las pinturas deVan Gogh: slo la trrida verdadde un sol de dos horas de latarde.

    Resisto. Pienso.En el fondo nada es peligroso. Es un texto circular, confuso,

    como tantos otros de mi abuelo,sedientos y sin fin como el alma demi abuelo, que lo dejaba todo enllamas.

    Pero volvamos a la noche delos abrigos rojos.

  • Durante el breve instante en quemis pensamientos me llevaronafuera de aquella sala, hasta miinfancia en la casa de campo delDr. Alberto, los perros, sin que yopercibiera, se fueron alineandodelante de las alas, colocndose alfrente de cada una de nosotras.

    Llev algn tiempo paracomprender aquella organizacinextravagante de los animales,mandada por unos gestos algoaburridos de la matrona. Ellapareca ordenar a los perros

  • mecnicamente. Aqul era en s uncuadro amenazador, pero el aspectode los animales ante nosotraspermaneca el de unos bichospesados, adormilados y, al parecer,amistosos.

    El lobo qued frente a m.Era el ms vivo de los

    animales, con aquella agitacincontinua del cuello, pero tampocopresentaba seal de agresividad. Entodo caso, a m me era imposible,as como a las dems mujeres, nodemostrar una nerviosidad

  • creciente delante de los perros.Pareca ntida la intencin denuestros anfitriones deinmovilizarnos en nuestros lugares.

    Los animales estaban all, eraobvio, para que, a partir de aquelmomento, ya no saliramos de lasalas que nos haban sidoreservadas.

    Qu acontecera si una denosotras intentara marcharse?

    Yo comenzaba a sentir un miedomuy real, un miedo que se volvipnico cuando alguien grit que, en

  • el Ala de los Tigres, Helena estabamuerta.

  • El grito

    Muerta... Ella est muerta!Fue un grito seco, un grito con

    miedo de ser grito, un grito que, loimaginamos, sin poder confirmarlo,haba partido de la nia Natasha.En aquel momento, ella continuabafrotando las manos con unafrecuencia que exasperaba.

    Fue un nico grito, audible,

  • pero breve como un soplo, casiemitido desde una dimensinanterior, un grito como salido de unsueo soado por otro, un gritosalido de otro grito.

    Se cre entonces una nuevairreal situacin. Desde dondeestbamos, permanecimosobservando, no muy bien y de lejos,al cuerpo de Helena cado sobre elsuelo, con uno de aquellos perrosnegros que la vigilaba.Observndolo todo sin poderintervenir porque, al instintivo

  • movimiento de dirigirnos al Ala delos Tigres para... socorrerla?!, losperros grueron amenazadores.

    Raquel se qued irritadsima enese momento, intent ir hacia lamatrona, pero no logr dar dospasos: el perro de enfrenteinmediatamente avanz, resoluto, ymostrando los colmillos le lanzunos ladridos roncos que la dejaronplida. Empalidecimos todas.

    Me qued an ms amedrentadacuando percib que tambin D.Carol haba perdido el color. Sus

  • labios se volvieron casitranslcidos. Slo un fragmento devoz se le escap de la garganta parareprender el perro. Quieto,Bucky!, dijo, pero el animalpareci ignorarla y continuladrando hasta que Raquelretrocedi y se sent.

    Constat en aquella ocasin,para nuestro infortunio, que lamatrona no tena pleno dominiosobre los animales, que estbamosa nuestra suerte, poco a pocohacindonos vctimas de alguna

  • trampa, piezas de un juego cuyosreales jugadores eran invisibles ono se mostraban, un juegopeligroso.

    Volv los ojos a los papelesrojos que se agitaban en mi mano.Un rasgn mayor amenaz partir enla mitad la primera hoja, alcanzadapor una fuerte rfaga de vientolateral que avanz por las ventanas.Slo entonces percib que mismanos se estremecan.

    Lo que estaba para suceder enaquella casa, pens, la carta

  • debera de esclarecerlo; quizshabra algn indicio. Yo slonecesitaba un mnimo detranquilidad en medio de aqueltumulto para proseguir con lalectura. La idea de Helena muerta,sin embargo, no dejabaconcentrarme.

    Y adems, aquel viento infernalpareca querer llevarse la cartahacia afuera. Yo luchaba paramantener los papeles en mis manos;quera desesperadamente avanzaralgunas lneas ms, pero desist.

  • Sera imposible a esas alturas.Dobl confusamente los papeles

    y los coloqu en el bolsillo delabrigo. Levant los ojos haciaHelena, todava a tiempo de ver quela matrona la cargaba en los brazos,con un vigor inesperado. Pareca norealizar gran esfuerzo para llevar ala mujer de vuelta al sof rayadodel Ala de los Tigres.

    Seora, por favor... dijoMag. Est muerta de veras, norespira?

    La matrona volvi el rostro a

  • Mag muy lentamente, con un gestoque era casi un ensayo. Los ojosmuy rojos y la frente tensa ledenunciaban algn drama interior,pero la faz continuaba rgida, dehierro.

    No, ella parece no respirar dijo despus de un suspiroprofundo y un rictus en los labiosque no esconda el enfado.

    Tras un breve silencio,continu:

    Debe de haber sufrido unsncope. Gustavo ya ha procurado

  • los cuidados necesarios. El auxilioest viniendo. Si alguna cosa anpuede ser hecha... Por ahora,debemos slo dejar a la mujercmoda. Es imposible evaluar suestado. Y para empeorar las cosas,ella todava est... o estaba...borracha.

    Seora, disclpeme, perono sera el caso de queconsideremos concluido el t? aadi tmidamente Raquel, losojos verdes agigantados de pavor.

    La matrona esboz una leve

  • sonrisa. Mir hacia la nada ypareci viajar a un lugar distante.

    Con una inexplicablecomplicidad, las mujeres en la sala,a excepcin de Natasha y de m,tambin parecieron acompaar conlos ojos a la matrona en su trayectonebuloso a no s dnde.

    D. Carolina dijo finalmente,para mi sorpresa, dirigindose alala en que estaba Raquel y susilueta de hielo:

    Raquel, mi frgil Raquel,siempre huyendo... Mi hijo ya me

  • haba advertido que las estatuas nocambian.

    Raquel permaneci de pie, elrostro impasible. El abrigo granatepareca un chorro de sangreescurriendo de sus hombros, recto,sutil como un cuchillo. Hice unenorme esfuerzo para contener larisa. Ella realmente se asemejabademasiado a una obra esculpida, encuyo rostro habra el artistaaplicado, para darle algo de vida,dos grandes esmeraldas.

    Me ofende, Seora... y nada

  • le he hecho reaccion ella porfin, y tuve pena del pavor que debade estar sintiendo y que tambin eramo, era de todas nosotras. Y meenorgullec de cmo encontrfuerzas en las entraas, cmoarranc de s valientementepalabras tan exactas para contestar,sin temblor en la voz: Me ofende,Seora... y nada le he hecho.

    La matrona debe de habersentido esa manifestacin como unpuetazo. La cabeza ondullevemente de un lado para el otro,

  • en busca, una vez ms, de la nada.Fue difcil para D. Carol, por

    algunos segundos, ocultar eldesconcierto. Por fin, se rehizo,pidi disculpas con una sonrisavictoriosa, por lo menos se esforzpara que as pareciera, enroll unospocos hilos de cabello rebelde quele caan sobre los hombros con laspuntas de los dedos y concluy:

    Raquel, sabes que tenemospoco tiempo. Todas tenemosconciencia de qu las trae aqu... iba diciendo D. Carol, pero

  • repentinamente se volvi hacia m,como recordando que haba all unaintrusa, y corrigi: Ah!, quizsexcepto la nia Beatriz, pero eso noes ningn problema, ya que elladebe de estar representando anuestra estimada Elisa.

    Yo estaba visiblementeapenada. Ya esperaba un momentocomo aqul. Hice un leve gesto decabeza para confirmar querealmente representaba a mam. Sinembargo, no debo de haber sidomuy convincente, porque en aquel

  • exacto instante recordaba cuntohaba hecho D. Elisa para que yono estuviera all. Yo misma yaestaba por dems arrepentida.

    Ser que mam tena idea dequ sucedera, de qu estabaaconteciendo? Habra ella podidoanticipar algo como lo que habasucedido a Helena, vctima, sabeDios, de tensin, susto? La matronapareci or mis pensamientos.

    Infelizmente tampocopodremos contar ya con Helena,pobre Helena... pero debemos

  • proseguir.Doa Carol fue a un canto de la

    mesa donde reposaba una jarra deagua de porcelana y varias copas.Llen una de ellas hasta la mitad yla tom de un trago. No us, sinembargo, ninguno de los pauelosde papel que tendra fcilmente a lamano para secar los labios, aunqueestaban arreglados cuidadosamentea pocos centmetros. Para nuestroespanto, pas rspidamente por loslabios el dorso de la mano, comohara una dama del bulevar. Con

  • visible esfuerzo, grit a Natasha: Nat, hazlo entrar!Natasha sali apresuradamente

    de la sala, y creo que vi su rostro enlgrimas. Antes de llegar a lapuerta, mir hacia atrs y se encarfijamente a la matrona. Estabaplida. Hizo una seal a alguienall abajo, despus de vencer condificultad la hilera de perros quevigilaba la salida. Transcurridosalgunos minutos, se abri atrs deD. Carol un pasaje secreto, unapuerta ancha de madera bruta que

  • no habamos notado, que noveramos nunca, ocultada comoestaba por una pesada cortina deterciopelo.

    Desde el fondo de un pasillo aoscuras, avanz lentamente hasta lacabecera de la mesa un bulto cuyaforma se haca ms y ms definida amedida que emerga a la luz. Era unseor de unos 40 aos, delgado,moreno, rostro afilado, pelo ocultoen una gorra rusa semejante a la deNatasha. Miraba al suelo, vesta unabrigo rojo oscuro de finsimas

  • rayas blancas, casi imperceptibles,y demostraba extremo cansancio.Tosi un poco, enjug el sudor dela frente con un pauelo rojo y sloentonces levant los ojos.

    l era para mi gusto, tal vez porel abrigo encarnado que vesta,solamente otro misterioso e infelizinvitado. Las otras mujeres, sinembargo, parecan estar ante unespritu.

  • Edmundo Wilson

    Edwil, tambin conocidocomo Abrigo Rojo, era odiadopor todos y debera de estar muerto.Haca ms de dos dcadas quehaba desaparecido, tras una fuga anado desde la crcel municipal y unenfrentamiento con casi veintepolicas armados de fusiles yescopetas, en el rea del norte delbosque, all donde los pantanos

  • proliferan como los roedores en elmatorral.

    Uno de los soldados habarelatado a algunos curiosos de laKolina que, aquel sbado, cuatro delos policas que haban salido enbusca de Edwil fueron, en cuestinde segundos, inmovilizados por l agolpes precisos de palo, un pesadopalo de caoba de ochentacentmetros que l pacientementehaba esculpido durante las dossemanas que permaneci enCortejab, la prisin de mxima

  • seguridad adonde haba sidollevado despus de... Bueno, deello hablar en su momento.

    Surgido de la nada, con unavelocidad impresionante, AbrigoRojo haba golpeado las piernas yel hgado de los guardias, y ya en elinstante siguiente haba vuelto aocultarse en la vegetacin densa delbosque. Pareca un espritu de lastinieblas, un demonio, habacomentado, an amedrentado, elsoldado, el rostro lleno dehematomas.

  • Fue una persecucinimplacable, que dur desde lasprimeras horas de la maana hastael crepsculo, cuando cercaron aEdwil en un terreno inundado y lofusilaron. Los policas de la ciudadtambin detestaban a Edwil,entonces un gran joven de 19 20aos, voluntarioso y arrogante,vicioso y sdico, obcecado porperros y artes de guerra. Y haba enl, adems, frialdad, crueldad.

    Haca mucho tiempo que loobservaban y que esperaban la

  • oportunidad para arreglar viejascuentas con l: el apaleamiento delsoldado Amaro, la explosin de doscoches de polica, la seduccin dela hija del sargento Souto, unamozuela desvariada que habahumillado en una kerms, delante detodos.

    Segn dijeron, Souto fue elprimero que lo alcanz aquel da denubes cerradas y lluvia fina en elpantano, gruendo: Murete,demonche!. El cuerpo delgado yalongado de Edwil fue lanzado

  • violentamente hacia atrs y hundien las aguas oscuras; las balasperforaron el agua srdida,alcanzando como flechas aquellazona ms densa y burbujeante quesbitamente se haba formado: unagran mancha demarcada por lasangre ruin de Edwil Abrigo Rojo.

    Nunca ha sido posible probar

    los ardides de Edwil. l siempreescapaba, con coartadas forjadas,amparado por la fortuna de lafamilia, hasta el da que, alucinado

  • por das seguidos bajo el efecto dedrogas, dej a la hija del sargentoSouto a pan y agua, esposada a unacama de hierro, desnuda ytorturada, en una cabaa distante.Sandra pidi socorro por tres das.Y morira as, de no haber sidohallada por la vieja De, unaermitaa a quien atribuan poderesmgicos y brujeras.

    En busca de sus hierbas, Defue ms all de los lmites de lacasucha oscura en que vivacercada de gatos, y oy los gemidos

  • de Sandra: dbiles sonidosguturales que apenas llegaban msall de las paredes de la viejacabaa, en que Abrigo Rojo lahaba abandonado para morir.

    De cuid las heridas de la niapor das continuos, escuchndolelos delirios en que apareca unnico fantasma, un nico demonio:Edwil.

    Secuestro, crcel privada ytentativa de homicidio lo llevaronfinalmente a la prisin de Cortejab.Ninguno de los que huyeron de la

  • isla que abrigaba la temida crcelmunicipal y a sus huspedeshaba llegado hasta los pantanos, alotro lado, con vida. Si conseguanvencer las aguas caudalosas yllenas de remolinos que cercaban laisla, eran recibidos a tiros en laorilla, fusilados por los guardiasque vigilaban permanentemente laselva que se alargaba, conpantanos, lagartos y cangrejales,frente a la Cortejab.

    Nadie haba escapado. Hastaaquel entonces.

  • Y durante 20 aos se pens quelo mismo haba pasado al malignoEdwil, el Diablo.

    l debera de estar muerto.Es cierto que su cuerpo,

    despus de bucear en el pantano,nunca ha sido encontrado. Secomentaba que el propio satn noescapara de aquel enjambre debalas y la furia vengativa delSargento Souto Major, que seenorgulleca de haber extirpado delmundo aquel cncer.

    Slo que Edwil, mejor dicho,

  • Edmundo Wilson, estaba all enaquel instante. Y aun en una silla deruedas, abatido y con visibledificultad para respirar, mantena lamisma mirada amenazadora, unamirada cubierta de sombras quepetrific a los que se encontrabanen aquella sala de locos deMadama Carol.

  • Tabla Redonda

    La noche que haban prendido aEdwil, l estaba en casa, en elstano de la amplia casa de colorgris y salmn donde una inmvilloba serena y gorda amamantaba alos hermanos Rmulo y Remo.

    En el exacto instante en que lospolicas invadieron la mansin delos Drummond, Edwil pula unjuego de cuchillos de combate

  • sentado tranquilamente en una delas sillas de alto respaldo quecomponan la Tabla Redonda. Eraas que l denominaba una granmesa circular de juegos donde solaesparcir decenas de libros sobreestrategia militar, artes marciales,supervivencia en la selva,fabricacin de armas caseras,preparacin de trampas yentrenamiento de perros.

    La Tabla serva tambin paralas reuniones que Edwil promovaen algunas tardes de los sbados

  • con sus amigos de la Kolina. Seramejor decir amigas, porque enverdad l no invitaba hombres paraesos encuentros. Mrio era unabestia, Jango un tragn que slopensaba en pizzas, Antnio unmaricn que se las da de poeta yLcio un sujeto burro como unfuerte apache. Por eso prefera siempre prefiri a las jvenes dela Kolina. Y entre ellas, Mag y sumirada de luna, Helena y suindiferencia, y Elisa, la adorableElisa, con sus libros de

  • humanidades y ropas de algodncrudo, a la vez hipntica y sencillacomo una campesina.

    Con el tiempo surgieron otras.Edwil, sin embargo, no

    guardaba ilusiones. Saba que susinvitaciones no eran rechazadas portemor solamente, aunque era untemor curioso, sazonado con ungusto eventualmente amargo deaventura, porque Abrigo Rojoinvariablemente idealizaba paraesos sbados una sorpresa nosiempre agradable y engendraba un

  • desafo cualquiera a las nias.Era imposible saber qu pasaba

    por la cabeza de Edwil. Era loco.Una de las elegidas siempre

    recibira un premio o una punicin.Las puniciones eran por lo

    general humillantes o muypeligrosas, y los premiosmagnficos, como el collar deperlas y las cadenas de oro queBruna cierta vez recibi porderrotarlo, en un desafo de horas,en un tablero de ajedrez.

    No haba sido un juego

  • cualquiera: Edwil cambi algunasreglas, para hacer ms interesantela disputa. Los ajedrecistas tenanslo unos cinco a siete segundospara visualizar, en el tablero, lajugada del oponente. Luego seponan de espaldas, decidanmentalmente la prxima jugada y larealizaban luego que volvan allugar de lucha el tablero devidrio , en un tiempo exiguo.

    El tiempo para mover las piezasera mnimo, pero los jugadorespasaban una eternidad para

  • reconstruir en la mente, de espaldaspara el juego, la posicin de latorre, el alfil, el caballo y la reina,inmovilizados en un silencio opacode marfil.

    Es cierto que Bruna no lleg aderrotar a Edwil. l era invencibley lo saba. Pero Edwil tampocolograba avanzar y se aburri.Enfadado, dej escaparse un me hecansado. Quit displicentementedel bolsillo del abrigo el collar deperlas, echndolo sobre la Tablacon un ruido de piedras que ruedan,

  • diciendo: Es tuyo. Y se alejadormilado.

    Bruna primero dej escapar unsuspiro de alivio, luego delir alver el collar. Prefiri ni imaginarqu pasara si no hubiera enfrentadoa Edwil a la altura.

    Las elegidas reciban la

    invitacin las tardes de los jueves ypasaban horas que parecaninterminables en sobresalto, hastallegar el momento del encuentro,cuando aquel infierno comenzaba,

  • con sus tensiones y sorpresas, parael horror o la gloria.

    Al ver acercarse el Sr. Gustavo,el sirviente de Edwil que les dejabaa la puerta el inconfundible sobresellado con un ojo en plumilla, laselegidas se estremecan y,paradjicamente, se excitaban.

    Todas las invitadas, sinexcepcin, asistan a los encuentrossin atraso alguno. Edwil detestabaatrasos. Eso estuvo claro el da queRaquel lleg despus de que sehaban apagado las luces del stano

  • (Edwil siempre apagaba las lucespara dar inicio a los juegos ycolocaba una suave msica defondo).

    Pasaban casi 20 minutos desdela hora establecida cuando Raquelbaj la escalera lentamente,amparndose en las paredes. Yapenas haba pisado con sussandalias plsticas la alfombra depiel de carnero de la entrada delstano, un reflejo indistinto,seguido por un silbo agudo, paspor delante de sus ojos, yendo a

  • fijarse con un sonido sofocado enalgn lugar de los estantes decaoba.

    Las luces se encendieron y elrostro lvido de Raquel encontruno de los cuchillos de combate deEdwil todava vibrando en el lomode un libro de anatoma, de cubiertadura. Era un arma aventajada, casiun sable. Raquel estuvo a punto dedesmayarse, y sus manos seencharcaron con un sudorgelatinoso al imaginar que elcuchillo podra, con un solo golpe y

  • fcilmente, haber separado sucabeza del resto del cuerpo! Ellaquiso avanzar con furia sobreEdwil, pero se qued paralizada alver que l simplemente... sonrea.

    Las nias en la TablaRedonda, al percibir lo que habasucedido, tambin se quedaroncomo estatuas.

    La voz de Edwil son aguda enel silencio, pero nadie la oy. Dealguna manera l haba conseguidoensordecerlas a todas. Las jvenesslo perciban los labios de aquel

  • loco movindose y vean, como enuna pelcula muda, que l alejabagentilmente una de las sillas paraque Raquel se sentara. La chicapermaneci donde estaba, lvida. lentonces fue a recogerla por elbrazo y la condujo a la mesa conmesuras de lord.

    Aquella noche, no hubo juegos.Las nias estuvieron slo

    escuchando unos cnticosfolclricos normandos mientrasEdwil limpiaba por ensima vez sucoleccin de cuchillos, exactamente

  • como haca la noche que lospolicas le invadieron la casa y lollevaron sin mucho esfuerzo bajolas protestas de la SeoraDrummond, protectora y madre deaquel acriminado.

    S, ellas estaban all aquellanoche, todas ellas, las mismas deahora.

    Y se sintieron aliviadas por laprisin de Edwil y no lodisimularon. Mag hasta sonri;Raquel respir fondo, como si lehubieran quitado un yugo; Elisa dijo

  • un indescifrable Dios mo;Kristine y Laura se abrazaron connerviosidad; y las dems nolograron esconder una felicidadincontrolable. Y salieronapresuradas, tan pronto los guardiascondujeron a Edwil ms all de losjardines, hacia los coches depolica amarillos.

    Carolina Drummond lasacompa en silencio cuandosalieron y traa los ojos inyectados.

    Ellas eran las mismas que ahorano osaban dar un paso ms all de

  • los perros, prisioneras de un sustoms all de la razn.

    Todo comenzaba a tenersentido. Si es que hay algn sentidoen la locura.

    La noche que lo prendieron,Edwil tambin haba mandado quesirvieran t a las chicas, unos tscoloridos de hierbas exticas, deentre las cuales se destacaba ciertaFlor de la India, de colorencarnado. Era el mismo t que lahora se serva en una tazatransparente y llevaba lentamente

  • hacia los labios resecados,diciendo: Ahora vamos arecomenzar por donde paramos,hace 20 aos.

  • La carta

    M. Elisa: Princesa de los desiertos, reina

    de m. A tus pies, esclavo de tusmanos, iris, tu ojo derecho, lobo yperro, aqu estoy nuevamente.

    Sabas que yo volvera. S, slot lo sabas.

    Porque de entre todas vistedentro de m ese volcn de lava

  • helada, ese glaciar de fuego.En aquel pantano ftido

    intentaron llevarme a la muerte.Pens en ti. Bajo el fuego de lasarmas, vi tu rostro esplndido.Buce en las aguas llevandoconmigo tu imagen a la eternidad.La nica.

    Me esperaba en aquel abismode tinieblas la indistinta, aquellaque arrebata buenos y malos.

    Y aguard que dijeras hgasela luz, pero la luz no se hizo. Ypermanec solo y tuve que

  • enfrentarla.Ella estuvo muy cerca. Le

    cubra el cuerpo un manto inmundo,y el olor que exhalaba era el deflores muertas, marchitas como ella.

    Estuvo a pocos metros de m yse aproximaba cada da ms. Vi sucabellera rala y lacia, sus ojos,cuyo brillo mayor era quereflejaban una negritud profunda,una oscuridad vasta de tan densa, ala cual llamaban muerte.

    Tuve miedo de las tinieblasinfernales que vi orbitar en aquellos

  • ojos, que traan a la superficie elfondo del ocano. Y pens: Es deesa manera que ella devora a loshombres, atraviesa la inmensidadde los tiempos y vence los espaciosinterplanetarios.

    Cerr los ojos y pedclemencia.

    Cuando los abr, ya no la vi. Sehaba esfumado. Haba partido.

    Y record: yo me encontraba almargen de un brazo cualquiera delpantano. Llegu a aquel lugardistante arrastrado por las aguas.

  • Sangraba mucho, un chorrocaliente sala de lo alto de mi musloizquierdo. Intent vanamenteestancarlo con manosenflaquecidas, pero bucenuevamente en las tinieblas. Y vi aotra mujer en la oscuridad. Sloque pas a ser suave la negritud,una casi penumbra, muy blanda,soportable a los humanos.

    En noches seguidas, volv averla nuevamente. Su bulto seacercaba y parta en un mismomomento, dejando el olor de frutas

  • frescas y una sensacininexplicable de calor y fro, entreotras impresiones difciles denarrar, Elisa.

    Hubo instantes en que pensestar ya en otra dimensin y que losdolores que senta eranalucinaciones de condenado.

    Alguien me cuid slo losuficiente para que yo sufriera y merecuperara, o que me recuperara ysufriera. Era otra mujer, no aquellaentidad de ojos sombros.

    Durante largos das estuve

  • ciego, pero no de una cegueracompleta. Poda ver la cabaadonde estaba, la tierra en torno, loscerdos y perros que invadan lacasa los das de calor, el techo depaja srdida. Era la visin de unenfermo, confusa y cenicienta, peroyo vea.

    Solamente no logr distinguir aaquella que me daba de comer ybeber, cambiaba las vendas que mecubran las heridas e insista paraque yo ingiriera todas las noches elbrebaje amargo que me devolvi la

  • vida; aquella cuyo rostro siemprese me apareci encubierto por unvelo espeso, algo como unamscara; aquella que permaneci ensilencio todo el tiempo, un silencioinconmovible; que no se rindi amis llamamientos para que hablaraalguna cosa, cualquier cosa ycuya mudez pas a ser mi mayortortura .

    Implor a los cielos que fuerast, Elisa.

    Eras t? No, no lo podras. T,como los dems, todos los dems,

  • me odias. Y aquella mujer de misdas de insania, estoy seguro, medaba algo prximo al amor. Mesalv! Mira... Me salv?! Ya ni los...

    Lo que sobr fue un harapohumano, un enfermo. Qusalvacin!

    No importa lo que hice despusde eso. El tiempo me roy elcuerpo, el antojo y casi todos losrecuerdos. Rest el ansia deencontrarla.

    Y har de todo. Sabes que no

  • desisto. Lo har todo... Laencontrar, porque no puedo ir conotro fantasma adems de m mismoal tmulo que me espera. Ah, Diosmo, cuando imagino aquellaoscuridad!...

    Necesito tener la seguridad deque, aquella noche que pude verlocasi todo, los besos que noesperaba, el toque de aquellasmanos suaves y el cuerpo trmuloentre mis brazos ya no fueron unode mis delirios.

    El amor, Elisa, lo compr por

  • partes, y l nunca, a no ser aquellanoche, me ha sido donado, aunquebajo mscaras.

    Tamaa es la intensidad de losgestos verdaderos que puedeapaciguar los tigres, Elisa. Losabas muy bien. An lo sabes?

    El sol poco a poco se pone param.

    Debo encontrar a aquella queme salv, la que me salvar, miredencin.

    Aydame, que slo un corazncomo el tuyo puede ayudarme,

  • aunque no seas t la que b